Dogma y Realidad en El Derecho Mortuorio Español
Dogma y Realidad en El Derecho Mortuorio Español
Dogma y Realidad en El Derecho Mortuorio Español
DEL
DERECHO MORTUORIO
ESPAOL
LEOPOLDO TOLIVAR ALAS
(Doctor en Derecho por las Universidades
de Bolonia y Oviedo)
DOGMA Y REALIDAD
DEL
DERECHO MORTUORIO
....,
ESPANOL
l.S.B.N.: 84-7088-329-1
Depsito Legal: M. 5.761 - 1983
9
INTRODUCCION
11
traerse, evidentemente, de las resonancias patrimoniales
que el vitalismo y la Economa proyectan en el ordena-
miento.
Slo el Derecho civil, con claras connotaciones canni-
cas, se ha atrevido a dogmatizar sobre la naturaleza jur-
dica del cadver, llegando a entrometerse, dada la singu-
lar calificacin que de los restos humanos se viene ha-
ciendo, en parcelas tpicamente administrativas como el
rgimen de sepulturas. Por otro lado, los tericos del De-
recho Pblico tambin han cado con frecuencia en el
lugar comn de incluir los temas mortuorios en la con-
cepcin policial. La proteccin de la salubridad pblica
es, en efecto, uno de los puntos a tratar, pero, como ten-
dremos ocasin de ver, paulatinamente pierde importan-
cia ante lo inocuo de las actuales prcticas y ante la de-
mostracin de que las necrpolis no son establecimientos
perjudiciales para la salud pblica.
Los aspectos derivados directamente de la muerte, por
lo que al cadver se refiere, deben ser rescatados de oscu-
ras visiones jurdico-religiosas y analizados a la luz del
moderno Derecho. Toda muerte acaece en un momento
histrico concreto y, consecuentemente, se ve afectada
por la dinmica de cada poca. Si antao poda preocupar
la futura resurreccin del cuerpo o la contaminacin por
los cadveres en tiempos de graves epidemias, hoy deben
interesar los puntos relacionados con la prolongacin ar-
tificial de la vida, la eutanasia lenitiva, la refrigeracin,
los trasplantes, la concesin administrativa de cremato-
rios, la cesin obligatoria de rganos, los contratos mer-
cantiles de transporte, el carcter de servicio pblico de
los cementerios, los traslados internacionales de cadve-
res, la incidencia de las necrpolis en el urbanismo, las
pugnas entre la Iglesia y el Estado o entre los distintos
entes territoriales y, en definitiva, los principios constitu-
cionales de igualdad y libertad religiosa.
Son muchos, casi innumerables, los campos posibles
de estudio. Nuestras pretensiones se limitan a contem-
12
piar la Incidencia que el hecho de la muerte tiene en la
realidad administrativa a tenor de la legislacin y juris-
prudencia del ltimo medio siglo en Espaa.
Aun dentro de esa realidad jurdico-pblica hemos es-
pigado una serie de temas que son los que juzgamos, al
margen de pasados dogmas, como de mayor actualidad.
En este elenco incluimos la revisin de los temas policial
y dominical de los cementerios, los principios de igualdad
y libertad religiosa, la presencia de las necrpolis en la
ordenacin del territorio, las controversias entre lo can-
nico y lo estatal, el nuevo reparto de competencias entre
las distintas Administraciones y una alusin a las relacio-
nes entre los distintos rdenes jurisdiccionales competen-
tes en la materia.
Como es fcil apreciar, de la sola presencia y ulterior
destino del cadver se deriva un conjunto de aspectos ju-
rdicos a los que convencionalmente llamaremos derecho
mortuorio, y que se hallan dispersos entre las distintas
ramas jurdicas en que se subdivide la distincin entre lo
pblico y lo privado. Esta tradicional divisin -otro dog-
ma al fin y al cabo.... puede servirnos instrumentalmente
a los solos efectos de estudiar las reas de dicho rgimen
mortuorio desde el prisma jurdico-administrativo, que,
de otra parte, es cuantitativa y cualitativamente el de ma-
yor trascendencia a la hora de realizar un estudio con el
objeto que venimos anunciando. Y es conveniente insistir
en que la modesta empresa que nos proponemos se cir-
cunscribe al campo estrictamente jurdico. No hemos bus-
cado, en ningn momento, la investigacin histrica aun-
que no se desdee el mtodo histrico. En los temas mor-
tuorios la importancia de los distintos momentos sociales,
de las diversas creencias y mentalidades, obligara a dis-
poner de unos conocimientos especializados de los que
nos confesamos ayunos. El engarce, sin embargo, de estos
fenmenos con el mundo del Derecho es un dato fcilmen~
te apreciable por el investigador. No en balde el plural
y variable enfoque de las cuestiones jurdico-mortuorias
13
se debe, en gran medida, a que el Derecho, como ciencia
social, es permeable a los distintos comportamientos y a
las diversas mentalidades de cada momento histrico. Y la
muerte, en tal sentido, es una fuente inagotable de mitos
y creencias enraizados en cada sociedad, y, a la vez, una
causa constante de produccin jurdica. No nos compete,
pues, sealar la interrelacin entre actitudes colectivas y
normas, pero parece conveniente, y especialmente como
explicacin previa de la anmala situacin espaola, re-
cordar y remitirnos a un reciente trabajo, preludio de una
ambiciosa investigacin, de Julio VAQUERO y Adolfo FER-
NNDEZ, donde se apunta lcidamente la incidencia de los
comportamientos y creencias populares en los conceptos
jurdicos del cadver y de la sepultura (1). As se dice que
el carcter sacralizado de la sociedad del Antiguo Rgi-
men aparece plasmado en alguno de los gestos que com-
ponen la actitud tradicional ante la muerte, como son, por
ejemplo, el hbito generalizado de utilizar como mortaja
vestiduras religiosas, la competencia exclusiva sobre el ca-
dver que tiene la Iglesia, a la que se le entrega para su
custodia hasta el momento de la Resurreccin y que se
traduce ( ... ) en esa despreocupacin por la suerte del
cuerpo en s, una vez hecho cadver, y por la importancia,
en cambio, que se da al lugar preciso de su sepultura
dentro del espacio sagrado. Por el contrario, tras el hi-
gienismo de la Ilustracin la prctica usual del enterra-
miento en cementerios municipales extramuros, la gene-
ralizacin de la utilizacin como mortaja de vestiduras
civiles o la extensin de la preocupacin por la integridad
del cadver, sntoma del sentimiento de propiedad que
empieza a tenerse sobre el mismo, nos remiten a una so-
ciedad penetrada ya por valores burgueses. El mero he-
14
cho de que el testador detalle en documento pblico sus
futuras exequias puede aparecer como un sntoma de des-
confianza hacia una nueva sociedad donde las relaciones
patrimoniales han desbancado a los sentimientos (2).
Las facetas jurdico-mortuorias que vamos a estudiar
en el ordenamiento espaol siguen hipotecadas, an en el
presente, por un conjunto de creencias, tradiciones y mi-
tos que singularizan nuestro sistema con respecto al de
otros pases donde existe una ms objetiva contemplacin
de estas partes del Derecho, ajena a todo condicionante
extra legal (3). Nuestro particularismo explica el temor
a un tratamiento serio de la propiedad del cadver desde
la ptica real, o la dualidad de enterramientos an exis-
tente, o los hipotticos derechos de la Iglesia sobre bienes
del demanio municipal, o el bien jurdico, contradictorio
entre los penalistas, que se protege al tutelar la paz de
los muertos.
Los enterramientos, como la beneficencia, la educa-
cin o el Registro civil, son muestra de actividades ges-
tionadas hasta el siglo pasado por la Iglesia y las funda-
ciones seoriales (4). Sin embargo, esa evolucin ha sido,
15
en el caso de los cementerios espaoles un autntico trau-
ma histrico. No slo por las reticencias a los cambios
ideolgicos que afectaron a las creencias ms arraigadas
(municipalizacin de cementerios, prohibicin de enterra-
mientos en las iglesias), sino tambin, y fundamentalmen-
te, por las variables relaciones que, a lo largo de este
siglo, se han dado entre la Iglesia y el Estado.
Sin remontarnos a la entorpecida implantacin de ce-
menterios municipales, baste recordar ms modernamen-
te la Ley incautatoria de 30 de enero de 1932 que antes,
no ya de ser reglamentada, sino, incluso, de entrar en
vigor, provoc numerosas ocupaciones municipales a las
que la jurisprudencia calific de va de hecho al amparo
de la entonces vigente Ley expropiatoria de 10 de enero
de 1879 (5). Esa tensin entre lo estatal y lo eclesistico,
puede tambin apreciarse en el tema de la intervencin
pblica en el rgimen de las sacramentales que motiv
un buen nmero de decisiones jurisdiccionales (6). Por
otra parte, en las situaciones de mayor identidad entre la
Iglesia y el Estado (7) ste ha solido proteger con sus
normas los privilegios y discriminaciones de aqulla en
detrimento de unos administrados tericamente iguales
ante la Ley, pero separados por sus creencias tras la
muerte. An en nuestros das, la Ley de 3 de noviembre
de 1978, intentando acabar con las diferencias anteriores,
tropez sin embargo con el poder de la Iglesia y no pudo
16
por ello poner fin a todas" las" discriminaciones por razn
de enterramiento. Este escollo fue, en su momento, ad-
vertido por el entonces senador L. MARTfN-RETORTILLO y,
en la pI:'ctica supone excluir del cumplimiento de la Ley
a" los cemeilterios privados o de las confesiones, lo que
en Espaa quiere decir a la Iglesia catlica. Esta exclu-
sin, basada en un respeto al principio asociativo de iden-
tidad religiosa derivado de la libertad de cultos, origina
problemas nada desdeables en el campo de la igual-
dad (8). Muy especialmente en aquellos lugares donde
el cementerio parroquial hace las veces de lugar general
de enterramientos ante la inexistencia de una necrpolis
pblica. En este caso, tan frecuente en las parroquias de
Galicia y Asturias, al no existir opcin, los cementerios
de la Iglesia "no deberan establecer discriminacin alguna
a la hora de admitir a los muertos (9). Sin embargo, y pese
a los Acuerdos con la Santa Sede de 1979 (10) Y a la "con-
feccin de un nUevo Codex que aliviar la tajante sepa-
racin del canon 1212, la citada Ley de 3 de noviembre
de 1979 ha dejado a la Iglesia fuera de las obligaciones
que, en materia de no discriminacin, se fijan para los
cementerios pblicos.
De otro lado, esa dualidad de camposantos, supone,
tambin, una diversidad de regmenes en cuanto al otor-
gamiento de sepulturas. Mientras que en los cementerios
17
pblicos la idea de enajenacin de tumbas ha quedado
definitivamente proscrita en 1974, al triunfar la tesis de
la indivisibilidad de un bien demanial afecto a un servi-
cio; nada de esto ocurre en las necrpolis privadas al no
e'xistir, obviamente, un condicionante de inalienabilidad,
como ocurre en el dominio pblico.
" No en balde las facultades municipales ms amplias
sobre la totalidad de los cementerios, toda vez que la pu-
qlicatio establecida en la Legislacin local queda algo des-
virtuada por los derechos de la Iglesia, son las derivadas
de, sus crecientes atribuciones urbansticas. Desde esta
perspectiva, los Ayuntamientos pueden imponer importan-
tes exigencias a toda entidad privada que pretenda cons-
truir en su trmino un cementerio. Superados los encasi-
llainientos higienistas de las necrpolis -que ya no apa-
recen como establecimientos insalubres en el Reglamen-
to de 1961-la perspectiva urbanstica deviene fundamen-
t,al, como se desprende de la importante jurisprudencia
que la Sala 4.8 del Tribunal Supremo ha emanado en la
l:i.ltiiria dcada.
;, Los cementerios no son ya otra cosa que equipamien-
ts municipales '(que admiten, incluso, desde 1974 la com-
patibilidad de usos) si bien esta realidad ha sido absolu-
tamente ignorada por la normativa general de ordenacin
urbana que, ni en la parca tipologa de 1956 ni en la vigen-
fe, llega siquiera a definir en qu clase de suelo han de
construi~s~ las necrpolis (11). Para la legislacin urba-
18
nstica los cementerios' no existen. Por ello, ante este olVi-
do legal, resulta fundamental la integracin en el rgimen
del suelo que viene operando la jurisprudencia, en espe-
cial con ocasin de conflictos en los que se plantea la exi-
gencia, modulacin y dispensa de unos permetros de pro-
teccin hoy absolutamente desproporcionados para unos
municipios que no pueden prescindir de grandes superfi-
cies de suelo. .
Otros temas abordados en este trabajo, siquiera apun-
tando a campos que nos resultan ajenos, son los relacio-
nados con la apropiabilidad del cadver y, en especial, su
carcter til en determinadas ocasiones, lo que le hara
convertirse en una riqueza constitucionalmente sometida
al inters general. As lo ha venido a entender la Ley de
27 de octubre de 1979 sobre extraccin de rganos, cuyos
fundamentos parecen, sin embargo, querer excluir el ca-
rcter expropiatorio de la ocupacin de vsceras cadav-
ricas, no tanto por negar una cierta propiedad a los fami-
liares como por ahuyentar el macabro juego de los justi-
precios.
Las cuestiones que se derivan de los ilcitos mortuo-
rios, como en tantas ocasiones, fluctan entre los derechos
sancionadores penal y administrativo. Y aunque en este
tema el Reglamento de Polica Sanitaria Mortuoria pa-
rece querer excluir tajantemente el principio bis in idem.,
no dejan de producirse otras anomalas (12) entre las que
destaca la mayor benignidad del Cdigo Penal con respec-
to al Reglamento de Polica administrativa. Una vez ms
: .~. .
. ~ .-.. -
' ....:' ., .'
20
CAPTULO 1
21
Pensaba Cuervo: si la ley se hubiera andado
con sentimentalismos, no tendramos una tan
rica y variada legislacin relativa a las sucesio-
nes testadas y abintestato. El derecho, la justi
cia, se quedan con los vivos; para ellos hablan.
La vida es todo, por eso se atiende a ella en
los Cdigos; la muerte no es nada, no es ms
que una aprensin de los vivos. Estar muerto
no es estar, es no estar... vivo. Y esta filosofa
espontnea llevaba a don Angel a los testamen-
tos y a los codicilos como a un teatro. Legados,
particiones, curatelas..., mejoras, legtimas....
todo esto era un emporio de vida, de anima-
cin, de inters, de pasiones que brotaban, por
enjambres, de la muerte.
No slo de los humores de cuevpo que cubra
la tierra brotaban flores y frutos; tambin ha
ba frutos civiles, que brotaban del simple fa-
llecimiento... Primero el entierro, las pitanzas,
los derechos de la parroquia, los funerales, la
msica... ; despus, los derechos de la Hacienda
por transmisin de dominio, la liquidacin, las
hijuelas, el notario, probablemente la curia, los
Peritos... ;Todo un mundo bullicioso, interesa
do, ardiente en la luoha, surgiendo de aque~
hecho puramente negativo: la muerte!
(CUR1N, Cuervo)
23
1. JUSTIFicACIN DEL TEMA
26
yuvada por muy recientes modificaciones normativas, por
la jurisprudencia de los rganos de lo Contencioso e, in-
cluso, por una importante -pese a la aparente inci~enta
lidad del pronunciamiento- sentencia del supremo intr-
prete de la Constitucin.
27
. La jurisprudencia ha contribuido en los ltimos aos
a terminar de dise~r.la nueva situacin a 'l que:hac~
mos referenCia hace un" momento. Nos . hentos .cntrad,
fildamentalniertte,' en el orden contenCioso-administrati-
vo, pero sin excluir determinados p:tonticiamientos'civi-
les o penales de alguna trascendencia. Como se ver, el
tema urbanstico es una de las fuentes litigiosas ms co-
munes y donde las antiguas previsiones chocan ello.mayor
medida con la realidad actual de las ciudades.
oo. Por.ltimo, el Tribunal..Con,stitucionat en, senten~ia de
2 de febrero de 1981, ha establecido un principio~.fup.da
mental en materia de competencias: el carcter Goncur.ren-
.~e de la temtica sanitaria mortuoria. Ello significa q~e .
ni las Comunidades Autnomas ni los Municipios pueden
defender. la exclusividad de sus atribuciones ante una
Administracin del Estado competente en materia de
cementerios pblicos y privados, expresin esta ltim~
fcil de' reconducir a otros conflictos '. tradicionales en
.cuestipn de .enterramientos..
28
deducirs'e que la Ley autorizaba al Gobierno a.utilizar la
conocida tcnica de los Decretos-legislativos que, a su vez,
~eran reglamentados .por el extinto Ministerio de la Go-
Qeql~cip. (por entonces comprensivo de la materi.a sa-
nitaria). Sin embargo, la interpretacin del Consejo de
~stado h~ considerado de aplicacin directa las Bases de
la Ley de 25 de noviembre de 1944, con lo que el Decre~
~o. 2569/1960 de ~2 de diciembre por el que se aprob
la regl~r;nentacin~anitario-mortuoriavigente hasta. '974,
no. necesit apoyarse en ningn texto intermedio (5). Lo
~squ~to de la J;3ase 33 de la Ley Sanitaria, la amplitud del
Reglamento mortuorio (donde incluso se trataba el. tema
d~ .la s~paracin por creencias), la idoneidad de alg~na
de .las cuestiones ~n l suscitadas para ser objeto de re-
gulacin por Ley y la inadecuacin histrica entre la LBSN
de 1944 y el nuevo Reglamento -treinta aos posterior-
~acen un tanto. discutible esta solucin. El Reglamento
d~ Pplica Mortuoria, con ese mnimo engarce en la LBSN,
e .incluso en la Ley de Rgimen Local, es en buena parte
un reglamento independiente (6).
. . Por ello, y ante la dispersin normativa que, lejos de
reducirse, se ha visto multiplicada en los ltimos aos
consideramos de inters el planteamiento de una Ley for-
mal que acogiera la totalidad de situaciones que acampa
an al :cadver hasta su mineralizacin o destruccin, de
un lado, y a su eventual aprovechamiento, de otro. Desde
29
pautas bsicas a efectos registrales, hasta medidas mni-
mas de polica, esclarecimiento de las distintas competen-
cias administrativas, no discriminacin en conducciones
y enterramientos, rgimen urbanstico de las necrpolis,
derechos de los familiares, concesiones funerarias y prin-
cipios sobre utilizacin, inhumacin o cremacin de los
cadveres.
El carcter reglamentario del citado texto de Polica
Mortuoria, unido a la ignorancia de estas cuestiones por
la Ley del Suelo, lleva a que, en ocasiones, aqul deba
superponerse a sta pese a la jerarqua normativa, como
veremos detenidamente.
Pero el tema del rango formal no es totalmente ajeno
a la desoladora historia contempornea de los cemente-
rios, a la que, forzosamente, haremos referencia en las
siguientes lneas.
Como es sabido, la 11 Repblica llev el tema de los
cementerios a la propia Constitucin de 9 de diciembre
de 1931, cuyo artculo 27 consagr dos principios bsicos:
la sumisin de todos los cementerios a la jurisdiccin
civil y la prohibicin de discriminaciones o recintos se-
parados por cuestin de creencias. En consecuencia con
estos principios, el 4 de diciembre de 1931 -simultnea-
mente a la aprobacin constitucional- entr en las Cortes
el Proyecto de la que sera Ley de 30 de enero de 1932 (7).
31
a ello se deroga formalmente la normativa republicana,
se ordena la reconstruccin de las tapias que siempre se-
pararon a los justos de los pecadores y se impone una
obligacin de hacer a los dueos, administradores o en-
cargados de panteones, sepulturas y nichos, en el senti-
do de retirar bajo su responsabilidad smbolos de sectas
masnicas y otros ofensivos a la Religin y la Mora!, es-
tablecindose, de no hacerlo stos, la ejecucin subsidia-
ria por parte de los administradores del cementerio (ID).
Por si no queda poco claro el hecho de que la ofendi-
da por la Ley republicana no era la piedad cristiana, sino
la Iglesia y sus prerrogativas en la materia, valga recor-
dar otra disposicin an anterior a la Ley de 10 de diciem-
bre de 1938: la Orden de 31 de octubre del mismo ao. En
ella se estableca el rgimen de enterramientos en criptas
quedando toda concesin gravada con un donativo en
metlico que ira a parar a la Iglesia para reconstruir
templos devastados por los rojos (11).
32
En estas dos normas emanadas del Gobierno Nacional
y, pese a su proximidad en el tiempo, amn de una comn
proteccin a determinados intereses, puede apreciarse una
contradiccin de carcter conceptual, pues en la Ley se
habla de dueos de tumbas, remitiendo a la figura del
derecho de propiedad, mientras que en la Orden se habla
de concesionarios. Quiz el dato de la distincin repo-
sara en la imposibilidad de transmitir el dominio del
suelo de una cripta, pero lo cierto es que, como ya hemos
avanzado, la controversia entre propiedad y concesin
marca, en toda Europa, una poca, si bien en el ao 38
la doctrina ya se haba decantado hacia el segundo con-
cepto (12).
Cinco aos despus del final de la contienda de 1936-
39, la ya referida Base 33 de la Ley de Sanidad Nacional
establecer claramente el principio de separacin, pero
esta vez sealando que es el Municipio quien tiene la
33
2
obligacin de disponer de uno o varios cementerios ca-
tlicos ... . Como puede notarse, la confusin de poderes
Iglesia-Administracin es absoluta (13).
El Texto Refundido de 1955 sobre Rgimen Local (14)
elude la cuestin de la diversidad de enterramientos y
seala como obligacin de los Municipios el servicio p-
blico de cementerios (15). Este criterio que nos remite
a la doctrina de la Escuela de Burdeos era particularmen-
te grato a FERNNDEZ DE VELAseO (16). Por otro lado, la Ley
de Rgimen Local atribuye a la Comisin Provincial de
Servicios Tcnicos (17) la competencia en materia de
construccin, ampliacin y reforma de cementerios en
poblaciones inferiores a cincuenta mil habitantes no ca-
pitales de provincia (18) sin hacer distincin legal alguna
entre las distintas clases de camposantos.
El siguiente paso es el ya conocido, dado por el Regla-
-mento de Polica Sanitaria mortuoria de 1960 sobre el
que tendremos ocasin de volver. Dicho Reglamento se
escuda en las nuevas tcnicas cientficas sobre embalsa-
mamientos y traslados para obviar, en gran parte, los
problemas de fondo: el rgimen jurdico de los distintos
cementerios, el principio de igualdad y la calificacin del
otorgamiento de sepulturas, a la que slo se refiere, casi
incidentalmente, en el artculo 60.
El Reglamento de 1974 destaca con respecto a las nor-
3S
Esta es, a grandes trazos, la normativa alusiva a los
cementerios. Junto a las recientes Leyes de las Cortes de-
mocrticas se conservan otras normas anteriores -al mar-
gen de las ms importantes ya citadas-: que constituyen
una plyade dispositiva y que sera necesario refundir
de una vez por todas en un nico reglamento comprensi-
vo de todo tipo de enterramientos (20). En general, la dis-
persin normativa existente es herencia del anterior rgi-
men poltico, que separ lo material (aspectos sanitarios
comunes a toda muerte, situacin urbanstica... ) de lo
espiritual (enterramientos de ortodoxos y de heterodoxos).
Una vez que ~a Ley. ha unifjcado a los igualados por la
muerte, parece ridculo mantener esa dualidad dispositi-
va entre polica sanitaria y rgimen de sepulcros. Por otro
lado, la existencia desde 1978 de una Ley (aunque sea par-
cial) de Cementerios, aboga por la conveniencia de un
Reglamento General, en el sentido antes apuntado, que
fijara claramente las atribuciones de cada Administracin
en la materia (no hace falta recordar las transferencias
a.los entes regionales), as como las prcticas sanitarias
relacionadas con la manipulacin y traslado del cadver,
;rgimen de enterramientos y normas bsicas en materi~
37
Con respecto a lo que debe entenderse por polica, de-
bemos hacer alguna precisin. La doctrina viene enten-
diendo que la polica consiste en una forma de actividad
administrativa dirigida al mantenimiento del orden p-
blico (en sentido amplio) mediante la limitacin de las
actividades privadas (23) y que ese orden pblico est
integrado por la tranquilidad, la seguridad y la salubri-
dad pblicas (24). Sin perjuido de la ampliacin del con-
cepto a otras parcelas distintas a la clsica de orden p-
blico, lo que se debe a la potenciacin social y jurdica
del inters pblico, la nocin de polica ha venido con-
traponindose al Fomento o actividad de estmulo y al
servicio pblico o actividad prestacional (25). La nocin
de polica tampoco es nica -y tendremos ocasin de
comprobarlo en este trabajo-- y ya no basta explicar
este tema contraponiendo una actividad de coaccin ge-
38
neral (o de 'orden pblico stricto sensu) a un conjunto de
policas de carcter especial (minera, forestal, de aguas ... ).
Centrndonos en nuestro tema -que en un principio pa-
rece fcil de incardinarse en la clsica nocin de salubri-
dad-, tanto por la pluralidad de concepciones histricas
como por la diversidad de etapas que cubre la llamada
sanidad mortuoria, debemos diferenciar, sin perjuicio de
una ulterior crtica a este encasillamiento policial, una
variedad de supuestos que analizamos a continuacin.
A) La polica de la propiedad
40
batoria del Reglamento del cementerio del Este de Madrid,
donde se establecan cuatro categoras de enterramientos.
Las dos ltimas eran siempre de carcter provisional
(5 aos), mientras las de primera y segunda clase podan
ser en propiedad, o no, a eleccin de la familia. En este
ltimo caso las medidas legales sobre tamaos, situacin,
modificacin, cambio de lugar de restos, tipologa de pan-
teones y dems, no eran otra cosa que tpicas condicio-
nes de la polica de la propiedad.
41
ao 1974 ello fuera menos habitual que hoy en da, lo cier-
to es que debe tenerse por normal la exaltacin del muer-
to con fines polticos en el momento del cortejo. A ello
apunta, sin duda, la parca redaccin del artculo 10, en
su ltimo prrafo, del Reglamento de Polica Sanitaria
Mortuoria cuando exige la autorizacin del Gobernador
civil para los traslados de cadveres a hombros.
El Reglamento vigente adopta en su primer artculo
una postura claramente proclive al concepto de polica
de la salubridad, entendiendo por tal:
42
cio pblico la razn definidora del sometimiento de la Ad-
ministracin al Derecho Administrativo, independiente-
mente de que obrase con autoridad o iure gestionis. El
criterio, que quebr en el segundo tercio de este siglo (32),
sirvi tambin para situar, al lado de las actividades ad-
ministrativas de polica y fomento, una nueva modalidad
de carcter prestacional (33). Hoy en da, la poca precisin
del concepto avoca a muy diversas apreciaciones doctri-
nales (34) entre las que destacan la consideracin del ser-
vicio como una forma de actuacin administrativa y la ca-
lificacin del mismo como una organizacin de medios
43
personales y reales que la Administracin pblica o par-
ticulares qtie lo han convenido con ella, llevan a efecto y
gestionan para satisfacer directamente tina necesidad p-
blica (35). No debemos olvidar, tampoco, que la nocin
de servicio pblico, objeto de las ms diversas clasifica-
ciones (36), ya guardaba desde antiguo -aunque con dis-
tinto enfoque- relacin con el tema del dominio p-
blico (37).
La introduccin del criterio diferenciador del servicio
pblico en Espaa fue obra, precisamente, de FERNNDEZ
DE VELASCO, quien lo aplic al tema de los contratos admi-
nistrativos por naturaleza, entendiendo por tales aquellos
que en razn de su vinculacin a un servicio pblico se
salan de la rbita del Derecho comn (38). Posteriormen-
te, como tendremos ocasin de analizar, dicho autor tras-
lad el concepto de servicio pblico al tema de los cemen-
terios para obviar las disquisiciones sobre el carcter de
dominio pblico o privado de los mismos que luego de-
ducira a partir de la propia naturaleza del servicio pbli-
44
co (39). El servicio de cementerios es as configurado como
prestacin obligatoria de sepultura en cementerio muni-
cipal, gratuita o remunerada, temporal o perpetua, some-
tida en su constitucin, amplitud, duracin y guarda, a
la polica municipal reglamentariamente establecida (40).
Esta polica, que no diferira apenas de la normal en cual-
quier otro servicio pblico, asegurara al concesionario
contra toda perturbacin de un tercero, a la vez que re-
gulara el servicio. La funcin de vigilancia comprende
desde la construccin: altura y dimensiones, ornato, co-
locacin de lpidas, inscripciones, etc.; regulacin del
uso... hasta las intromisiones, y la restauracin, en su
caso, de los mausoleos y panteones por cuenta de los con-
cesionarios mismos o sustituyndolos (41).
Este criterio del servicio pblico ha sido reconocido
en la legislacin local como obligacin mnima delos Mu-
nicipios (artculo 102 de la Ley de Rgimen Local de 1955).
Pero an es ms importante la consideracin que de ser-
vicio pblico en sentido estricto (sometido a tasas) hace
esa misma legislacin no slo de los cementerios munici-
pales, sino tambin de la conduccin de cadveres y otros
45-
serVICIOS fnebres de carcter municipal (artculo 440,
18 Y 19, LRL). Ello supone, de un lado, el acercamiento a
una formulacin unitaria del Derecho mortuorio y, de otro,
la concurrencia en el tema de los traslados de cadveres
de dos clases de polica administrativa: la sanitaria y la
propia del servicio pblico. Sobre la conveniencia de cri-
terios uniformadores tendremos ocasin de volver. Igual-
mente debemos referirnos a un dato evidente: todo lo se-
alado hasta ahora es con respecto a los cementerios mu-
nicipales. El rgimen de los eclesisticos o parroquiales
presenta su propio cuadro de problemas, entre los que
destaca el rgimen de propiedad y su posible repercusin
en las caractersticas del servicio (42).
46
na excepcin en el Derecho Penal- no han reparado que
antes de interrogarse sobre la naturaleza dominical del
cementerio o la sepultura deban detenerse en lo que es
la causa de los cementerios y el objeto de las tumbas: el
cadver. Sobre la propiedad de los restos mortales se ha
escrito poco, y ello se debe a la falta de unos planteamien-
tos serios en la propia calificacin jurdica del cadver.
Es un tpico del Derecho civil considerar los restos
del cuerpo como res extra commercium -no sin gran-
des contradicciones, como veremos (44)- no reparando
47
en lo verdaderamente sustancial de tal afirmacin: aun-
que fuera del comercio, nos encontramos en presencia de
cosas con todas las consecuencias jurdicas. El alejamien-
to de los cadveres del trfico jurdico parece, en las ar-
gumentaciones privatistas, un residuo de concepciones
escatolgicas superadas y no una mera medida de polica
sanitaria. Con frecuencia se han asimilado los cadveres
a las cosas sagradas sin reparar en la alienabilidad -aun-
que condicionada- de stas (45). Y, ciertamente, no se
puede llegar a contradiccin mayor que negar absoluta-
mente el comercio de cadveres y resear, sin justificar,
que en algunos casos especialsimos s caben negocios
jurdicos sobre aqullos (46). En total, que la asimilacin
48
entre los cadveres y las res sacrae no se produce tanto
por su absoluta extracomerciabilidad como por su rgi-
men especial de enajenacin.
La falta de unos criterios slidos en la calificacin de
los cadveres impide al Derecho administrativo hablar
de fungibilidad o infungibilidad en el caso de trasplante
de rganos o de relacionar la nocin de cosa consumible
con la temporalidad de los enterramientos. En la misma
medida, el Derecho Penal an no ha conseguido Una doc-
trina firme y unnime acerca de cul es el bien jurdico
protegido en el delito de profanacin y de si ste compren-
de la eventual sustraccin del cadver o tal posibilidad
supone el concurso de un delito contra la propiedad (47).
La propia doctrina iuscivilista sealaba hace casi cin-
cuenta aos que el problema jurdico del cadver no est
resuelto en nuestro derecho positivo, aunque cabe negar
la posibilidad de apropiacin (48). Hoy podra repetirse
la misma afirmacin; no en balde los civilistas espaoles
49
4
se han limitado a seguir -en algunos casos poco fiel-
mente- la clsica explicacin de ENNECCERUS a propsito
del Derecho alemn: Con la muerte, el cuerpo (el cad-
ver) se convierte en cosa, aunque no pertenezca en propie-
dad al heredero (como lo revela tambin el deber de ente-
rrar) ni sea susceptible de apropiacin (49). Esta afirma-
cin, aunque pueda ser rebatida, ofrece, difano, el dato
fundamental al que nos hemos referido con anterioridad:
el carcter real de los restos mortales.
Sin perjuicio de las debidas matizaciones, creemos qu
la afirmacin que puede establecerse sobre la propiedad
de los cadveres es justamente la inversa a la que viene
siendo habitual entre los civilistas: no nos encontramos
ante una cosa inapropiable, salvo excepciones (momias,
restos preparados, vsceras trasplantables), sino ante co-
sas apropiables sometidas a un singularsimo rgimen de
polica. Polica de la salubridad y polica de la moralidad
y de las buenas costumbre~; conceptos todos ellos de
larga tradicin en el Derecho Administrativo. Y sobre la
relacin entre el cadver y los herederos del difunto pue-
den ponerse distintos ejemplos demostrativos de que no
basta decir que stos no son propietarios de aqul cuan-
do no se sabe calificar la relacin que, sin duda, existe.
Supongamos las consecuencias legales del siguiente caso:
un' hijo deja en la calle el cadver de su padre muerto
repetinamente, existe una infraccin penal?, qu bien
jurdico se protege? (50). El Cdigo Penal, de otro lado,
50.
castiga las inhumaciones contra legem y 10 mismo seala
el Reglamento de Polica Mortuoria en una clsica confu-
sin entre la potestad sancionadora de la Administracin
y la actividad jurisdiccional, derivada de sus imprecisos
lmites y de la poco clara teora en materia de sanciones
gubernativas (51); pero, en cualquier caso, quin y dnde
establece que han de ser los herederos los obligados a la
inhumacin?, existe una obligacin legal por parte de
stos o la beneficencia municipal debe hacerse cargo del
cadver? En este ltimo caso, puede el Ayuntamiento
repetir contra los herederos?, yen el caso de aceptacin
de la herencia a beneficio de inventario? (52).
51
Otro foco de interrogantes se deriva del carcter sus-
titutorio que la voluntad de los familiares representa en
ausencia de un conocimiento expreso sobre los deseos del
difunto (lugar de entierro, formalidades religiosas ... ) aun-
que en este punto la nueva Ley sobre extraccin de rga-
nos ha sublimado el inters general en detrimento de la
voluntad de los herederos (53).
Al margen de las opiniones que venimos vertiendo en
las notas a pie de pgina nos interesa subrayar una vez
ms que el criterio que admite la propiedad de los cad-
veres es perfectamente razonable. En este sentido, como
hemos tenido ocasin de sealar, las medidas obligato-
rias de enterramiento seran, desde el punto de vista de
la salubridad, limitativas de ese derecho dominical (54).
52
El criterio propietarista ha sido combatido, sin duda, por
prejuicios morales al estimar que slo la tierra poda rete-
ner lo que haba salido de ella y por respeto a la pers.ona
que haba existido en el cuerpo ya muerto. Sin embargo, a
estas argumentaciones con trasfondo religioso asaz pri-
mario cabe objetar que el criterio propietarista es ms
respetuoso con el cadver, al considerarlo objeto de una
polica especial, que la concepcin contraria que, negando
toda dependencia de los restos mortales con la familia a
la que el difunto perteneci, viene a configurar el servicio
obligatorio de cementerios igual que el de basuras: con
53
un lugar idneo para que los residuos slidos se trans-
formen natural o artificialmente y, en cualquier caso, no
resulten un foco de insalubridad.
No pretendemos defender a ultranza la concepcin do-
minical de los cadveres, pero creemos que hasta el mo
mento no se ha dado un argumento serio en contrario, sin
que baste la apelacin a consideraciones de orden moral.
y que se admita la propiedad no quiere decir que se acepte
su normal alienabilidad. Antes bien, se defiende un rgi
men excepcional especialmente severo por razones profi-
lcticas (el destino normal del cadver es su mineraliza-
cin) y morales (prctica exclusin del valor dinero).
Todo ello, en alguna medida, es perfectamente normal en
54
las limitaciones impuestas al trfico jurdico de las res
sacrae (55).
Una ltima alusin debemos hacer al sometimiento del
cadver al inters general. Aunque previsto expresamente
por una Ley, sta desecha el concepto expropiatorio bus-
cando una donacin, expresa o tcita (supuesto este lti-
mo difcil de encajar aqu (56), ya que se trata de una
imposicin legal, y la mera ignorancia de la ley, sin per-
juicio de su obligatoriedad, no es equiparable a consenti-
miento tcito). La exclusin del concepto expropiatorio
se debe a la inmoralidad que supondra un justiprecio,
cuya interdiccin aparece en la rotunda literalidad de la
Ley de 27 de octubre de 1979. Se huye de este encasilla-
miento, ya que, por expreso mandato constitucional, no
cabe expropiacin sin indemnizacin. Incluso las cosas
sagradas -previos los actos desafectantes formales- son
expropiables con un procedimiento tuitivo especial que
protege no tanto al bien objeto de la operacin como al
expropiado. La tcnica que parece seguir la legislacin
sobre extraccin de rganos -que mezcla los de los vivos
con los de los muertos- es la misma que se aplica en
las donaciones expresas de plasma sanguneo, donde la
idea de una contraprestacin pecuniaria (por qesgracia
no erradicada para muchos, pese a la prohibicin legal)
resulta repulsiva por contraria no slo a la moral, sino
a la proteccin de la salud de quienes son utilizados para
un trfico comercial aberrante.
Pero la exclusin de toda concepcin expropiatoria por
parte del legislador no implica desechar, sino todo lo con-
trario, la existencia de una clara actividad de coaccin
administrativa. De una actividad limitativa de derechos,
'55
que [a diferencia de lo que ocurre en los trasplantes inter
vivos, donde se da una donacin (57)], supone la interven-
cinadministrativa (58) en beneficio del inters general.
Esta coaccin, de aceptarse la propiedad sobre los cad-
veres, tendra el carcter de polica dominical en el sen-
tido ms atrs expresado (59).
56
para los cadveres que mueran fuera de la Religin ca-
tlica un enterramiento con el decoro debido a los res-
tos humanos. Fcilmente se colige qu tipo de inhuma-
ciones era corriente entre los heterodoxos (61).
Nuestra historia nos muestra cmo hasta mediados
del siglo pasado era prctica corriente y deseable el ente-
rramiento en las iglesias. La Real Orden de 12 de mayo de
1849 establecer la prohibicin de tales costumbres bene-
ficiando el principio de igualdad, pero otra Real Orden
(an vigente) de 18 de julio de 1887 exceptuara de los
cementerios comunes a la Familia Real, muy Reverendos
Arzobispos ... Reverendos Obispos ... , as como a las mon-
jas que hubieran guardado de por vida perfecta y absolu-
ta clausura (62). La presencia de cementerios municipa-
57
les, de otro lado, es muy moderna. El primero que se co-
noce es el de Cartagena, construido en 1774 y destinado a
los esclavos moros que trabajaban en las obras del Arse-
nal (63). Este carcter despectivo de los cementerios mu-
nicipales va a durar prcticamente hasta nuestros das
con breves excepciones (Jos Bonaparte, 11 Repblica)
. e incluso la generalizacin de los mismos no se ha conse-
guido an en forma absoluta. La Real Orden de 26 de
noviembre de 1857 estableci el deber de construccin de
cementerios por los pueblos que careciesen de tal servicio,
interviniendo la Administracin slo en los casos en los
que la iniciativa eclesial no se produjera. En definitiva,
la creacin de cementerios municipales choc con las ms
diversas vicisitudes; desde la oposicin a la Real Cdula
de 3 de abril de 1787 -pionera entre las reglamentaciones
de esta clase de cementerios- por parte de los prrocos
de los territorios de las Ordenes militares (64) Y de va-
rias personas que, disfrutando diversos fueros, causan
entorpecimientos y contestaciones dilatorias (65) hasta
la carencia de fondos, sin olvidarse de la negligencia de
las autoridades (66). Por otro lado, la construccin de
cementerios municipales se va a iniciar con un dato que
contina en nuestros das: la comparticin de competen-
cias con la autoridad cannica (en tal sentido puede verse
la circular de la Direccin General de Beneficencia y S.a-
nidad de 28 de diciembre de 1888).
En resumen, la normalizacin de los cementerios de
los municipios encuentra todo gnero de trabas, con -lo
que no slo se incumpla un servicio pblico de gran tras-
cendencia, sino que se infringan normas de Polica Sa-
nitaria elementales (por ejemplo, lo dispuesto en la Real
58
Orden de 26 de noviembre de 1857 en cuanto a la necesi-
dad de recintos fuera de las poblaciones). Como relata
FERNNDEZ DE VELASeO (67), en 1867 an se enterraba "intra
muros, concretamente en hospitales.
Pero todava existe un problema mayor: cementerios
municipales no quiere decir, como hemos apuntado, ce-
menterios aconfesionales. An en 1944 se declar la ca-
tolicidad de los cementerios dependientes de los Ayunta-
mientos. Por ello -y pese al respeto a los restos huma-
nos que la Ley de 1855 haba garantizado con respecto
a los no cristianos- an en 1904, a falta de cementerio
adecuado, hubo Ayuntamiento que... enterr en el
campo a los disidentes de la fe (68).
La dualidad de jurisdicciones -ordinaria y cannica-
no dej de causar conflictos. Estos (69) se centraban en
dos cuestiones fundamentales:
59
Con este triste panorama pas el siglo veinte su terce-
ra dcada. Por ello la Ley secularizadora de 1932 fue una
autntica Revolucin. Pero la contrarrevolucin de 1938
an fue mayor al declarar vigentes todas -las disposicio-
nes -diversas, distantes y confusas- que la Ley repu-
blicana haba derogado. Cuando en 1978 se debati la que
sera primera Ley nacida en el Senado, el profesor L. MAR-
TfN-RETORTILLO, miembro de la Cmara Alta, no quiso
dejar de aclarar que, a diferencia de lo que haba hecho
la Ley de 1938, la que se iba a aprobar en aquellos mo-
mentos no resucitara las existentes con anterioridad al
Alzamiento (70).
La legislacin vigente en el momento de redactar el
presente trabajo es confusa a consecuencia de los diver-
sos principios que informan las normas reguladoras que
son, como es sabido, de muy diversas pocas. A falta de
una reconduccin a una normativa comn, cabe resear
la obligatoriedad del servicio mnimo municipal de ce-
menterios (Base 33 LBSN y artculo 102 LRL) y"debe en-
tenderse derogado el carcter confesional de los mismos
(Base 33 LBSN) de acuerdo con el artculo 16 de la Cons-
titucin y con la propia Ley de 3 de noviembre de 1978.
La Ley de 30 de enero de 1932 haba ido ms adelante al
sealar, en va de principio, la conveniencia de una paula-
tina expropiacin, por la Administracin Local, de los
cementerios parroquiales. Hoy da, esta duplicidad con-
cordatoria parece exigir una salida. Normalmente slo
suelen existir cementerios" municipales en la poblacin
sede del Ayuntamiento. No se trata, en nuestra opinin,
ni de prohibir absolutamente los cementerios privados,
60
pues, al igual que ocurre en otros servicios pblicos, como
la Educacin, existe una multitud de usuarios que prefie-
ren la prestacin religiosa o, simplemente, no estatal ni
tampoco debe mantenerse la actual situacin en la que,
quien desee enterrarse en suelo municipal deba ser lleva-
do a la capital. Situacin esta ltima que se agudiza en
caso de personas acatlicas, ya que, tal como qued redac~
tada la Ley de 1978, no existe ninguna garanta de no dis-
criminacin con respecto a los cementerios parroquiales,
como si no estuviesen dentro de un territorio cuya Cons-
titucin obliga a todos. Adems, resulta indiscutible en
~stos tiempos que los cementerios, como los templos o los
colegios en manos de la Iglesia, estn sometidos a la pla-
nificacin urbanstica, sin que su importancia espiritual
tenga mayor trascendencia en lo terrenal que un centro
de E.G.B. -que tambin puede ser privado- o un par-
que (71). Y aunque no deba, como antes decamos, pros-
crib~rse la posibilidad de cementerios privados -de la
Iglesia o de un tercero- resulta discriminatorio el que,
normalmente, los Ayuntamientos slo atiendan, con un
centralismo local indeseable, las necesidades del ncleo
urbano constituido por la capital del municipio. Este aban-
dono de la periferia, en momentos en que comienza a
resurgir con fuerza la parroquia rural (72) como autn-
tica Entidad Local con mucha mayor tradicin que las
de carcter Menor reconocidas en la actual legislacin,
no es una negligencia aplicable slo a los cementerios.
La marginacin de lo no urbano es comn a la inmensa
mayora de los servicios pblicos tanto de la Administra-
cin Local como de cualquiera otra. La miseria de casi
61
todas las arcas municipales es causante, junto a una ad
ministracin protectora de los ncleos que condensan la
mayor densidad de poblacin, de esa falta de atenciones
a los pueblos. Que, por otro lado, debido a esa escasez
de medios, no todos los Ayuntamientos cumplen an la
obligacin mnima de disponer de un cementerio muni-
cipal se deduce de la literalidad del artculo 3 de la Ley
de 3 de noviembre de 1978:
62
da no fue atendida pese al exquisito respeto que mostraba
hacia la relacin concordataria. Ante el argumento de que
los cementerios parroquiales pueden negarse a admitir o
discriminar de otra manera a los heterodoxos, debemos
replicar con una segunda premisa: no suelen existir ce-
menteri9s municipales fuera de la capital. Ello nos con-
duce a una conclusin absurda: para ser discrepante y no
ser discriminado, hay que ser de la capital (o ir a enterrar-
se a ella) y no de aldea. Al margen de razonamientos de
este tipo, lo cierto es que la enmienda casi a la totalidad
del Profesor MARTfN-RETORTILLO entraaba una serie de
medidas concretas y necesarias para llegar a la deseada
unidad post mortem, que podran reducirse a dos: que el
principio de igualdad fuese extensivo a todos y que la nor-
ma tuviera un cumplimiento efectivo. La Ley del 78, sin
embargo, se limitar a copiar las buenas intenciones ex-
cluyendo las cautelas con una importante excepcin: de la
enmienda del profesor aragons fue aceptado el plazo de
un ao para restablecer la comunicacin entre recintos
hasta entonces separados por razn de creencias en los
cementerios municipales. Pero se dej en el aire el tema
del cumplimiento, del control efectivo sobre los Ayunta-
mientos para que aplicasen una Ley que, en este punto,
impone una obligacin de hacer.
63
don Gumersindo haba publicado en 1876 (75), present
ante la Cmara Alta una proposicin que se convertira en
la primera Ley aprobada a instancia del Senado. La ma-
yor trascendencia de esta disposicin se refleja en la de-
rogacin expresa de la dura Ley de 10 de diciembre de
1938 (76) que figura al trmino de tres artculos, dos di5-
posiciones transitorias y una final. Tambin deroga cuan-
tas disposiciones se opongan a la presente. La clusula
genrica, aqu, ms que nunca, debi evitarse. Y ello por
dos razones: por la pluralidad de normas que rigen en la
materia, con lo que se debe confrontar caso por caso cada
una de ellas con la Ley vigente, y, tambin, porque tan
til labor hubiera resultado extremadamente fcil a la luz
de la tabla de vigencias publicada con el Reglamento
del 74 (77).
64
decir nada acerca de las Exposiciones del Gobierno Na-
cional, cuya agresividad e intolerancia trascenda al ar-
tculado. El Reglamento de Polica Sanitaria Mortuoria
de 1960 ya hemos dicho que, amparndose en criterios hi-
gienistas, eludi el tema de la diversidad de enterramien-
tos tanto en la Exposicin de Motivos como en el resto
del texto, quiz en el convencimiento tardo de algo tan
evidente como que la putrefaccin afecta tanto a quienes
asienten como a quienes disienten (79). El actual Regla-
mento de 1974 no contiene prembulo alguno y, elogiable-
mente a nuestro modo de ver, la Ley de 1978 se abstuvo
igualmente de incorporarlo, aun cuando ello se deba a la
praxis legislativa de los ltimos aos, contraria a las
Exposiciones de Motivos, tan tiles en otras ocasiones.
No en sta, donde se trataba de hacer justicia en una si-
tuacin larga y penosa y para ello bastaba el articulado
-siempre ms tcnico y menos apasionad<>-- aunque a
ste s quepa formular ms de un reparo. La excepcin a
ese posible revanchismo se contena, sin embargo, en
la Exposicin propuesta por el senador MARTfN-RETORTI-
LLO en su enmienda ya citada, donde propona, con una
exquisita neutralidad, no tanto acabar con la normativa
del pasado rgimen para volver a la situacin anterior (80),
como establecer el principio de concordia y la reconci-
liacin.
65
,
a) El objeto de la Ley
66
tculo para la aplicacin de esta Ley) en ntima relacin
con la final 2. a en la que se obligaba al.Gobierno a que,
mediante negociaciones con la Iglesia o con particulares
que detentasen cementerios generales, lograse que tam-
bin en los cementerios no municipales se implantase el
principio de no discriminacin. De todo este conjunto de
propuestas, la Ley slo recogi el deber genrico de dictar
las medidas necesarias, teniendo en cuenta el Concorda-
to, desechndose el necesario corolario de renegociar
ste.
C) Los ritos
67
ya que, no sin fundamento, atiende al criterio de defender
la mayora religiosa como referencia para una mejor re-
lacin con los administrados (81).
68
Cada Municipio habr de tener un cementerio,
.. por lo menos, de caractersticas adecuadas' a su
densidad de poblacin... .
69
Se trata de la redaccin ms tibia de 'cuantas hemos
visto. Slo establece la obligacin de cementerios de la
Administracin Local cuando en los parroquiales o pri-
vados no se respete el principio legal de no discrimina-
cin. Por otro lado, este artculo resulta explcito a la hora
de reconocer la libertad de la Iglesia para cumplir o ig-
norar lo establecido por Ley.
E) Las cautelas
70
corno en cuestin de servicios funerarios. Ya hemos
adelantado que la temtica es la misma aun cuan-
do se haya tendido a separarla por las connotacio-
nes poltico-religiosas que hasta la Ley de 1978 exis-
tan (yen algn modo sigue existiendo) en materia
de cementerios. El senador MARTfN-RETORTILLO pre-
vi tanto la indiscriminacin en el cementerio como
en la conduccin (84), siendo su enmienda una js-
tificacin ms de lo que aqu venimos apuntando:
la consideracin unitaria de cuanto sucede tras la
muerte de una persona. Pero el plazo de' un 'ao
que en su enmienda haba querido introducir para
obligar en ese tiempo a los Ayuntamientos a revi-
sar sus Ordenanzas y Reglamentos, fue desod.
Quiz pesaba en el nimo de los seores senadores
la' premiosidad con la que los rganos de gobierno
municipales revisan sus figuras de planeamiento,
con incumplimientos frecuentes de los trminos
legales.
F) La invitacin a la reglamentacin
7i
de no creencias (86). Junto a estos principios debera con-
tener la reglamentacin que proponemos, las clsicas me-
didas de polica sanitaria, directrices urbansticas y de-
limitacin de competencias entre la Administracin del
Estado, la de las Comunidades Autnomas y la Local.
Igualmente se debera hacer referencia a la autorizacin
y polica sobre los cementerios no municipales. Todo ello
sin dejar de lado el tema del destino del cadver, o parte
de l, en supuestos de utilizacin para fines cientficos
o humanitarios, de conformidad con la Ley de 27 de octu-
bre de 1979 (para lo cual debera entrar en el tema de la
apropiabilidad de los restos humanos) y, por. supuesto,
una clara delimitacin entre sanciones administrativas e
infracciones penales. Y si esto no fuera posible, la mera
remisin al Cdigo Penal (poco difano en la materia)
que en todo caso es mejor que la situacin reinante de
absoluta confusin y de imposible delimitacin -como
veremos en el ltimo captulo- entre lo que es delito
o falta y lo que es infraccin administrativa.. '
La Ley de 1978 no llega (tampoco la de 1979 sobre
extracciones) a formular la necesidad de unificar las di-
versas facetas mortuorias en una nica disposicin gene-
ral (que adems refundira los obsoletos reglamentos que
siguen en vigor de 1835 a nuestros das), pero ofrece el
.sUficiente basamento para tan til operacin: Aunque
pluralice en su disposicin Final, la Ley obliga al Gobierno
a dictar a propuesta de los Ministerios de Justicia, Inte-
rior y Sanidad y Seguridad Social los reglamentos perti-
nentes para el funcionamiento adecuado de las previsio-
nes de la Ley, teniendo en cuenta el Concordato. Sera
sta una gran ocasin para refundir todos los aspectos
administrativos de las situaciones post mortem y, a la vez,
para negociar con la Iglesia el cumplimiento efectivo del
principio de igualdad. Pero sobre este punto, a la vista
72
de cmo ha quedado redactada la Ley, ya hemos mostrado
nuestro escepticismo. El involucrar a los M.inistros de
Sanidad e Interior junto al de Justicia -que era a quien
se atribua en el texto inicial (87) dicha potestad regla-
mentaria-, amn de una mejora tcnica, supone la po-
sibilidad de reunir la totalidad de las competencias (con
excepcin de las urbansticas, a cuyo detentador habra
que aadir a la realizacin de este Reglamento) y poder
dictar una norma general y altamente esclarecedora.
73
quiales (los construidos por la Iglesia segn el Derecho
que se autootorga el canon 1.206 y que permite el Con~
cordato), catlicos (los edificados por el Ayuntamiento
de acuerdo con la Base 33 de la LBSN) y civiles (de la
Iglesia, segn el canon 1.216, o del Municipio segn la
LBSN). En realidad, los cementerios civiles no eran otra
cosa que recintos apartados de los catlicos, fuesen stos
de la Administracin Local o de la Parroquia (90). En
cualquier caso, la ltima clasificacin citada hoy no tiene
sentido alguno, toda vez que la Ley de 3 de noviembre de
1978 ha privado de la confesionalidad a los cementerios
municipales. La nica distincin que cabe es en razn del
titular del cementerio. Por otro lado, las dificultades que
va a encontrar esta Ley para ser cumplida en lo referente
a los camposantos parroquiales no slo se deriva de la
necesidad de reformar el Concordato, sino que se proyec-
ta a la rotunda formulacin del Codex que prohiba sepul-
tar, en los cementerios de la Iglesia, a los que no tienen
derecho a tierra bendecida. A tal fin, el canon 1.212 es-
tablece que junto al cementerio de los catlicos habr un
lugar, cerrado y custodiado, donde se sepultarn los
cadveres a los que no se concede sepultura eclesistica.
El problema de los cementerios catlicos es idntico al de
los colegios privados: en un caso se trata de una propie-
dad pblica y en otra de un bien privado, pero afectos
ambos a un servicio pblico diversamente gestionado.
Tanto en los cementerios como en la educacin religiosa,
resulta problemtico el hacer cumplir el principio de
igualdad. La Constitucin contribuye a esta dificultad al
no matizar el derecho de los padres a una educacin re-
ligiosa (artculo 27, ~ Y 6) de sus hijos (91) o al no subor-
(90) Es curioso que SEGURA, M., en su Derecho Funerario, Bar
celona, Bosch, 1963, p. 67, no contempla los recintos civiles en ce-
menterio municipal.
(91) Sobre el derecho a la educacin vid. MARTfNEZ LPEZ-Mu-
IZ: La educacin en la Constitucin espaola (Derechos funda-
mentales y libertades pblicas en materia de enseanza) en Per-
sona y Derecho, 6, pp. 215 Y ss., Pamplona, 1980.
74
dinar la libertad de cultos al cumplimiento de una Ley
no discriminatoria. De poco sirven, en este punto, la ins-
peccin, la polica administrativa del servicio. Pero, en
el tema de la Enseanza, existe al menos una facuItad
de opcin real por parte de los ciudadanos entre un servi-
cio prestado por la Administracin o por los particulares.
En el caso de los cementerios, esa opcin es slo aparente,
ya que lo normal es que existan lugares de enterramiento
pblicos en la capital del municipio y cementerios reli-
giosos en las parroquias rurales, lo que dificulta, de facto,
la eleccin. Este es un tema que queda pendiente en la
vigente Ley y que, sin embargo, la Ley secularizadora de
1932 intent suprimir por la va, para muchos discutible,
de una nica jurisdiccin y una paulatina incautacin de
los cementerios parroquiales por parte de los Ayunta-
lnientos.
75
de la Ley de 10 de diciembre de 1938 y, mucho ms re-
cientemente, el artculo 61 del Reglamento de Polica Sa-
nitaria Mortuoria de 22 de diciembre de '1960. Esta arcai
ca concepcin que reflejaba la impermeabilidad de legis-
ladores y jueces a una correcta interpretacin de la teora
del dominio pblico, pese a la temprana monografa de
FERNNDEZ DE VELAseO, slo recientemente comienza a
quebrar y, as, el Reglamento de Polica Mortuoria de 1974
sustituye el trmino enajenacin por el de concesin.
Igualmente, la Ley de Rgimen Local de 1955 ya haba
introducido en el campo de los cementerios el concepto
de servicio pblico. Pero la situacin sigue sin ser unifor-
me. La jurisprudencia del Tribunal Supremo an no ha
definido con claridad los puntos conflictivos y sus escasas
decisiones en materia de sepulturas contienen contradic-
ciones insalvables. As, la Sentencia de 9 de octubre de
1960, pese al evidente avance que supone al considerar el
otorgamiento del sepulcro como una concesin (aunque
quiz no emplee el trinino en sentido :tcnico)" de carc-
ter administrativo, separa del rgimen jurdico-pblico la
transmisin de la sepultura que se regulara, segn dicha
sentencia, por la legislacin civil (94). Tan categrica afir-
macin requiere ser matizada: en ningn caso el derecho
civil puede interferir el normal funcionamiento del servi-
ci, y una cosa es que la titularidad del Derecho funerario
pueda cambiar de mano y otra que tal cambio tenga ca-
rcter de transmisin dominical. Y, sobre todo, la compe-
tencia que los Reglamentos de Polica Mortuoria han ve-
nido atribuyendo a los Ayuntamientos en materia de con
trol de la distribucin de parcelas y sepulturas implica
que el Derecho Administrativo no debe quedar proscrito
a la hora de regular las transmisiones y divisiones sepul-
76
crales. As lo ha entendido lcidamente la Sentencia del
Tribunal Supremo de 24 de febrero de 1978 (Sala 4.a ) que
rectifica la decisin antes comentada, si bien configura
la intervencin municipal como supletoria de la voluntad
expresa del titular fallecido en orden a transmitir el De-
recho a una pluralidad de herederos. En nuestra opinin,
la dinmica que explica el juego del Derecho civil y del
estatutario de las Administraciones es mucho ms sim-
ple: cuando los eventuales litigios entre privados acerca
de la sucesin en un derecho mortuorio (que en ningn
caso es dominical) se libren sin necesidad de que la Ad-
ministracin Municipal deba intervenir (clsico supuesto
de una sucesin intestada), nos encontramos en presencia
de un supuesto claro de aplicacin de las normas civiles.
Que, posteriormente, la decisin extra-procesal o procesal
civil se acredite ante el Ayuntamiento para la modifica-
cin de la inscripcin de titularidad, no cambia el carc-
ter exclusivamente privado de la situacin. Ahora bien,
si lo que se pretende es la mediacin del Ayuntamiento
para dirimir a quin le corresponde el mejor derecho a
continuar en la titularidad o para instar la divisin de un
panten, es claro que, expresa o presunta la voluntad ad-
ministrativa, no habra otra opcin que considerar com-
petente a la Jurisdiccin Contencioso-Administrativa, no
tanto por su carcter de fuero especial -lo que no es ni
exacto ni definitivo- como por aplicacin de la vieja doc-
trina del acto previo. La conclusin es bien sencilla: cuan-
do existe un problema de ndole civil anterior a un recono-
cimiento administrativo, las opciones son dos: o se acude
a una decisin principal (procesal o amigable) de carc-
ter civil, o se solicita la intervencin de la Administra-
cin, con lo que, cualquier ulterior acceso a la va conten-
ciosa supondra el examen de la cuestin privada con
tods las consecuencias de la prejudicialidad (artculo 4
LJCA). Puede darse una concurrencia de ordenamientos,
pero nUnca la ntida exclusin del Derecho Administrativo
en lo' referente a las transmisiones de titularidad como
77
pretenda la Sentencia de 9 de octubre de 1960. Y ello
porque, aun cuando exista un pronunciamiento civil so-
bre quin es el heredero, el legatario, el sustituto ... siem-
pre puede la Administracin municipal oponerse por ra-
zones no inter-privatos (en las que debe atenerse a la de-
cisin judicial), sino por motivos de polica sanitaria, con-
trol de la distribucin de nichos, desafectacin del cemen-
terio, etc. En materia de demanialidad es una temeridad,
amn de una falta de realismo, excluir de raz la aplica-
cin de las normas administrativas.
Justamente, es la consideracin demanial de los ce
menterios -e inseparablemente de las sepulturas- lo
que no ha calado en la jurisprudencia. La misma senten-
cia de 24 de febrero de 1978 (que hemos elogiado por
llamar al Derecho administrativo a una relacin inicial-
mente privada) (95) acepta indirectamente la no demania-
lidad de las sepulturas al dar por vlidos los consideran-
dos de la sentencia apelada (Audiencia Territorial de
Barcelona, 29 de abril de 1974), en uno de los cuales se
deca:
... es errnea la tesis actora de que la pro-
piedad funeraria es un bien totalmente "extra com-
mercium" ... pero es que tales bienes en el derecho
moderno lo son los de dominio pblico, comuna-
les, "extra rerum natura", cosas o servicios impo-
sibles, y en fin los expresamente prohibidos por
la Ley ... estn sometidas ... a regulacin adminis-
trativa encomendadas a los Ayuntamientos ... por
lo que la normativa sobre transmisin de la pro-
piedad funeraria se regula en las disposiciones
emanadas de tales rganos administrativos ...
78
que habla ya de concesin) que no es rectificado por el
Tribunal ad quem que se pronuncia en 1978 (96) no
cabe redactar ms contradicciones en tan pocas lneas.
Se dice que estn fuera del comercio los bienes dema-
niales y comunales y que entre stos no cabe incluir las
sepulturas. Es la arcaica concepcin de que una cosa es
la calificacin del cementerio y otra el rgimen jurdico'
de las tumbas. Pero, adems, se aade que los Ayunta-
mientos son los competentes para regular las transmisio-
nes de propiedad funeraria. Se tratara de una polica de
la propiedad, pero qu razn tendra dicha polica si el
trozo de cementerio que supone el sepulcro ya hubiera
sido vendido y quien compr al Ayuntamiento intentara
revender? La polica de la propiedad juega en los supues-
tos de que el ius abutendi del propietario llegue a pertur-
bar el inters general o de un tercero. Dnde est aqu
el abuso si lo que en realidad se dice controlar es la com-
praventa y no la propiedad futura? Es un control admi-
nistrativo del precio de la mercanca enajenada? A so-
luciones ridculas se puede llegar si se excluye la sepultu-
ra del genrico concepto de bien pblico que se predica
del cementerio. La polica municipal es aqu una polica
demanial (en el aspecto concreto de las adjudicaciones y
transmisiones de derechos) y no una polica de la propie-
dad (97) privada. El cementerio, como bien de dominio
pblico afecto a un servicio, debe ser considerado in toto.
Si se le priva conceptualmente de las sepulturas slo que-
daran los jardines, capillas y caminos, con lo que la no-
~in de cementerio se haba esfumado. Para justificar
este absurdo se ha recurrido, sin xito, a la doctrina de
79
los iura in re aliena (98), asimilando la construccin y
utilizacin de la tumba o mausoleo a lo edificado por un
intruso en fundo ajeno. Ello es absurdo: ese supuesto
civil constituye una previsin para situaciones original-
mente anormales que el Cdigo regula para solucionar
el conflicto de intereses que se produce entre constructor
y propietario (en tal sentido pueden verse las clsicas
Sentencias de la Sala La del Tribunal Supremo de 2 de
enero y 21 de mayo de 1928, 23 de marzo de 1943 y 2 de
diciembre de 1960). En el caso de otorgamiento de sepul-
turas no hay ningn supuesto de hecho anormal, sino
todo lo contrario: se trata de una obligacin impuesta
por la Ley a los Ayuntamientos y no existe conflicto algu-
no, sino un procedimiento administrativo reglado de ad
judicacin, donde la Administracin municipal no es pro-
piamente dominus de la cosa de acuerdo con la teora de
la demanialidad (99). En cuanto a los mecanismos de
defensa que tienen las dos partes afectadas por el ius in
re aliena, la doctrina civil discute sobre la posibilidad de
acumular la accin reivindicatoria al derecho de opcin
regulado en el artculo 361 del Cdigo civil por lo que se
refiere al propietario, as como la pertinencia o no de que
el constructor se vea facultado a esgrimir el interdicto
de retener (lOO). Ninguna de estas dudas puede plantear-
se en el supuesto administrativo que comentamos. La uti-
lizacin y construccin de una tumba se realiza siempre
Ca diferencia del ius in re aliena) con consentimiento del
Ayuntamiento. Y si alguien enterrara o construyera sin
autorizacin sobre un bien municipal como es el cemen-
(98) FERNNDEZ DE VELAseo, op. lt. cit., pp. 216 Y ss. combate
la equiparacin al derecho en cosa ajena.
(99) Ver nota 97.
(lOO) Amn de la jurisprudencia citada de carcter civil, ver
las interpretaciones contrarias a la accin reivindicatoria cuando
no hubo opcin en la accesin y al interdicto de retener en man03
del constructor en M. ALONSO PREZ: Comentarios al Cdigo civil,
cit. Tomo V, vol. 1.0, pp. 259 Y ss.
80 .
terio, la- Administracin no necesitara ninguna 'accin
reivindicatoria (recuperacin de oficio, interdictum pro-
prium, arto 55 Reglamento de Bienes de las Entidades
Locales) (l01). Tampoco la Administracin Municipal pue-
. de ser objeto pasivo de un interdicto (salvo que obrara en
va' de hecho, lo que no viene al caso). Por ltimo, y de
acuerdo con lo que hemos expuesto con anterioridad,
mientras un conflicto inter-privatos motivado por una
construccin en finca ajena se ventilara ante los rganos
jurisdiccionales civiles, las disputas entre el Ayuntamien-
to y un particular por razn de cementerios iran a parar
a los Tribunales Contencioso-Administrativos (102).'
El criterio' del dominio pblico del cementerio, de
cuya naturaleza son inseparables las sepulturas, es por
tanto el dato determinante de cualquier relacin entre
Ayuntamiento y administrados. La discusin de ese carc-
ter demanial ha sido siempre estril en la doctrina (103),
mxime cuando tal naturaleza viene determinada por la
teyo La separacin entre cementerio y sepulturas que se
ha venido haciendo, incardinando aqul entre los bienes
afectos a un servicio pblico y a stas en el mero objeto
de una compraventa o de una concesin es absurdo. Los
cementerios sin tumbas no son servicio pblico, a menos
que se los destine a otro' fin (parque, zona deportiva), en
cuyo caso no son cementerios. Por ello debe mantenerse
a todo precio la consideracin unitaria.
Ya hemos manifestado nuestra opinin en -favor de
unificar jurdicamente la pluralidad de actos que se deri-
van de la muerte de una- persona. En este sentido, la vi-
gente Ley de Rgimen Local habla de dos clases de servi-
81
cios pblicos en la materia: los cementerios y las conduc-
ciones de cadveres y aunque resultara conveniente mu-
nicipalizar la totalidad de los servicios post-mortem en
una nica figura (que comprendiera traslado, enterramien-
to en cementerio municipal y obras), lo cierto es que se
puede diferenciar claramente entre traslados y rgimen de
inhumaciones. Pero lo que en ningn caso es jurdicamen-
te escindible, como hemos visto, es el concepto de cemen-
terio con respecto al de las sepulturas. Pensar en la pro-
piedad privada de stas resulta absurdo y, en tal sentido,
el artculo 60 del actual Reglamento de Polica Sanitaria
Mortuoria habla ya de concesin de sepulturas y posterior-
mente se refiere a la percepcin por parte del Ayuntamien-
to de derechos y tasas en la ms pura concordancia con
el criterio del servicio pblico. Este cambio debe ser va-
lorado en sus justos lmites: aun cuando el empleo del
trmino concesin no se hiciera en sentido tcnico, lo
que es claro es que se ha intentado proscribir la idea de
la sepultura como objeto venal. No hay que olvidar que
el Reglamento de 1960 hablaba de enajenacin. Con la
actual normativa puede darse por concluida la discusin
sobre el posible dominio privado de los sepulcros, que,
a la luz de las construcciones doctrinales sobre la dema-
nialidad, no era otra cosa que un simple jurdico.
82
dominio pblico), debemos matizar la figura jurdica que
mejor se corresponda con el supuesto que tratamos. El
propio FERNNDEZ DE VEIASCO dud de que nos encontr-
ramos en presencia de una autntica concesin, y no le
faltaban motivos. Sin embargo, su razonamiento no es
enteramente correcto, ya que, en su poca, no estaba de-
bidamente estudiada esta figura. H'ay en sus razonamien-
tos una clara confusin entre la concesin demanial y la
de servicio pblico. Un mrito grande, sin embargo, debe
apuntarse a su cuenta: el no negar la concesin por el
simple hecho de que existieran entonces otorgamientos
perpetuos. Su argumento es que esa duracin indefinida
est siempre condicionada al tiempo de vida del cemen-
terio (104) como consecuencia de la indisoluble unidad
de necrpolis y sepulcros. Esta acertada visin finalista
debi ser completada con otro dato: la existencia legal
de concesiones perpetuas, como ocurre en la Ley de
Aguas (105). Y si las concesiones no son de carcter per-
petuo normalmente, no es por su naturaleza, sino por el
prejuicio de la vetustas o prescripcin inmemorial. De
ah los plazos concesionales prximos al siglo, pero nunca
superiores. Y aun cuando de la esencia de la cosa no pue-
da derivarse su imprescriptibilidad (106), la afectacin
a un uso o servicio pblico impide, constitucionalmente
-artculo 132-, la usucapin. Por otro lado, cuando en
la Ley de Aguas se permite obtener por prescripcin ad-
quisitiva un derecho exclusivo y excluyente, dicho derecho
no es la propiedad, sino el aprovechamiento privativo en
un rgimen muy similar al del concesionario (107).
83
Los argumentos anti-concesionales de FERNNDEZ DE
VELASeO (108) se esfuman ante una ntida diferenciacin
entre concesin demanial y concesin de servicio. Este
autor no encontraba en el otorgamiento de sepulturas al
concesionario interpuesto, y es lgico que no lo haya en .
una concesin de uso privativo (artculo 62 RBEL). No
hallaba, tampoco, una reversin en sentido tcnico, y ello
es lgico debido a que mientras la aplicacin del rgimen
reversional (es) absoluta en las concesiones de servicio,
apenas tiene importancia en las demaniales, como ocurre
en la concesin de cinagas y marismas (109). Por otro
lado, la concesin de servicios carece de carcter real a
diferencia de la demanial dada su proyeccin fundia-
ria (110).
Ante la falta de una distincin ntida en el sentido que
acabamos de apuntar, FERNNDEZ DE VELASeO consider
difcil hablar de concesin y prefiri calificar de acto
administrativo de admisin el otorgamiento de sepultu-
ras. Aqu termina, sin embargo, su buen criterio, llegando
a sealar que las sepulturas son el uso de un servicio
pblico (cementerio) y que las relaciones de los adminis-
trados entre s y con la Administracin son de carcter
fundacional (111).
Realmente, las posibilidades son varias y pueden re-
ducirse a dos de mayor trascendencia:
ti) en primer lugar, considerar el otorgamiento como
una concesin demanial. Ello supondra un uso privativo
(lOS) Op. cit., pp. 245 Y ss. Una extraoIdinaria exposicin so-
bre Concesiones administrativas aparece, bajo esa voz, en la
Nueva Enciclopedia Jurdica, Seix, IV, Barcelona, 1952, pp. 684 Y ss.
redactada por VILLAR P ALAsf.
(109) PAREJO GAMIR Y RODRGUEZ OLIVER, op. cit., p. 58.
(110) Ibdem.
(111) FERNNDEZ DE VELASCO, op. lt. cit., pp. 248 Y s. Sobre
actos de admisin al servicio, vase la reciente sentencia de la
Sala 4. del Tribunal Supremo de 30 de mayo de 1980.
8
84
del bien demanial no comunal (112) por parte de los deten-
tadores del derecho funerario;
b) en segundo lugar cabra unificar (a diferencia del
supuesto anterior dnde habra un rgimen para el ce-
menterio y otro para las sepulturas) los dos "elementos
bsicos y considerar que existe un servicio pblico nico
que se concreta en atender obligatoriamente las necesi-
dades de la poblacin en materia mortuoria. Ello impli-
cara una prestacin directa, la no existencia de una rela-
cin concesional, el pago de la tarifa al Ayuntamiento y
la calificacin formal del otorgamiento como acto admi-
nistrativo de admisin al servicio.
Aun cuando sean defendibles ambas soluciones, la se-
gunda es ms respetuosa con la consideracin constante
que la Ley de Rgimen Local hace, a propsito de las obli-
gaciones municipales, de los cementerios como servicio
pblico. La idea concesional, aunque defendible desde una
norma de menor rango (artculo 60 RPSM), quiebra con
la idea unitaria que venimos propugnando en este trabajo.
y es que si, por imperativo de la Ley, el cementerio es
un servicio pblico, al no caber la separacin entre ne-
crpolis y sepulturas, ya que el cementerio dejara de ser
tal, parece ridculo querer escindir el otorgamiento de
aqullas del rgimen general de la actividad prestacional.
Sin perjuicio de otras concepciones, como la arrenda-
ticia (113), creemos que la prestacin directa de un servi-
85
cio pblico por parte del Ayuntamiento es la figura que
mejor encaja en el supuesto que estudiamos.
86
slo en concurrencia con las Empresas, sino tambin mo-
nopolsticamente (artculo 47 RSCL). Cierto es que la pre-
sencia de pluralidad de concesionarios enrarece la califi-
cacin, pero no la determina en ningn caso. Por otro lado,
la municipalizacin en monopolio del servicio de traslados
y pompas fnebres est expresamente permitido por el
artculo 48 a) del RSCL en relacin con el artculo 166.1
87
de la Ley vigente de Rgimen Local (no puede decirse lo
mismo del malogrado ltimo Proyecto).
En cuanto, al" carcter de ,concesionario de las Empre-
sas Funerarias; ste no quiebra por la idea o nimo de
lucro, que suele informar las concesiones de servicios, ya
que a nadie se le escapa la intencin lcita y la forma mer-
cantil de estos transportistas sui generis. La considera-
cin moralista del deber de enterrar a los muertos slo
subyace en las obligaciones subsidiarias que tienen los
Ayuntamientos, en materia de beneficencia,' con respecto
a los indigentes (artculos 9 y 45, 'l.o RPSM, que sealn
que corrern por cuenta de los servicios municipales
los gastos ocasionados). En tal sentido recordemos, como
ancdota, el artculo 57 del Reglamento del Cementerio del
Este de Madrid, de 10 de septiembre de 1884, que al sea-
lar las obligaciones municipales con los pobres de solem-
nidad inclua en ellas la de enterrar en caja a los falleci-
dos sin medios econmicos. Hasta esa fecha huelga decir
lo que era prctica normal.
88
cuando muchas de las declaradas en vigor haban sido
refundidas en el-Reglamento de 1960) (lIS), hoy no tie-
nen ninguna razn de ser a la luz de la -Ley de 3 de no:.
viembre de 1978.. Dicha norma legislativa no logr, sin
embargo -----hasta la fecha-, sus pretensiones, debido a su
propia falta de concrecin y a la exclusin de -la misma
de- los cementerios de -la Iglesia. Esta exencin supone
de tacto una patente para que la Iglesia siga, al amparo
del Codex, discriminando a los muertos en contra del
principio constitucional de igualdad.
- Concepciones de origen religioso, recogidas por la dog~
mtica civilista, han hecho del cadver una res singularis,
sobre cuyo autntico carcter hemos querido indagar, en
la idea de que nos encontrbamos en presencia de una
cosa excepcionalmente susceptible de propiedad y por
ende transmisible (como ocurre con las res sacrae) a la
que el Derecho privado haba, por esos prejuicios mora-
les, situado en lugar inaccesible, repercutiendo en poste-
riores consideraciones jurdico-pblicas, especialmente pe-
nales y administrativas. En nuestro deseo de rescatar para
el campo jurdico pblico aquellos aspectos que han ve-
nido siendo estudiados por el Derecho civil sin ms razn
que la inercia hemos remarcado la importancia de la
idea policial en la inaprehensin ordinaria de los cuerpos
muertos. Tambin tuvimos ocasin de desechar las con-
cepciones civilistas sobre las sepulturas municipales (en
las parroquiales perduran los eternos problemas de la dua-
lidad de regmenes) que se concretaban en hipotticos de-
rechos de propiedad, superficie, uso, habitacin o iura in
re aliena.
Hemos mentado -sin perjuicio de volver en el ltimo
captulo sobre ello- la primaca del inters pblico en
la utilizacin del cadver, la exclusin en este punto de
89
la idea expropiatoria ,al considerar el ordenamiento como
inmoral todo posible justiprecio y no tanto por la in-
apropiabilidad del cuerpo sin vida.
Hemos centrado y actualizado el criterio de servicio
pblico que informa la obligacin legal mnima de todo
Ayuntamiento de disponer de un cementerio. Preconiza-
mos la necesaria unidad de los conceptos de necrpolis y
sepulturas y su comn inclusin en un mismo mecanismo
prestacional. Excluimos, no sin valorar sus partes acepta-
bles, la idea de un uso privativo de sepulturas otorgado
mediante concesin demanial y, en definitiva, propugna-
mos un rgimen comn de servicio y una normativa nica
para todas las fases que abarcan desde la muerte de una
persona hasta el enterramiento y destruccin o utilizacin
del cadver. En definitiva, creemos poder apreciar den-
tro del Derecho Administrativo una rama Mortuoria que
abarcara, amn de todos los procedimientos e incidencias
post-mortem, con carcter auxiliar, aspectos urbansticos
y de organizacin. A estas vertientes incidentales nos re-
feriremos a los siguientes captulos, con especial referen-
cia a la integracin en la normativa del Suelo de los ce-
menterios y a los muy diversos rganos de los distintos
Entes Territoriales con competencias en este Derecho
Mortuorio al que nos estamos dedicando.
90
CAPiTULO II
1. Introduccin.
91
A) Los requisitos del emplazamiento.
a) Las condiciones intrnsecas del terreno.
b) Condiciones externas de los cementerios.
B) El distanciamiento de las zonas pobladas.
a) Las distancias en el derecho histrico.
b) Regulacin actual.
c) Planes urbansticos y cementerios. Su influencia re-
cproca.
d) Cementerios y edificacin.
e) Zonas pobladas y ncleos de poblacin.
f) Otras consideraciones.
92
Ferm, sacr, plein d'un feu sans matiere,
fragment terrestre offert a la lumiere,
ce lieu me plalit, domin de flambeaux,
compos d'or, de pierre est d'arbres sombres,
oi! tant de marbre et tremblant sur tant d'ombres,
la mer fidele y dort sur mes tombeaux!
95
tado siempre dispersamente, como hemos visto en el ca-
ptulo anterior, tanto a la hora de la normacin como
en el momento de ser estudiado por la doctrina. La biblio-
grafa en la materia es muy escasa e, incluso, quienes tra-
taron temas generales en estrecha relacin con los cemen-
terios no se pronunciaron al respecto (3).
El urbanismo es hoy una perspectiva global e integra-
dora de todo lo que se refiere a la relacin del hombre
con el medio en que se desenvuelve y que hace de la tierra,
del suelo, su eje operativo (4). La importancia de los ce-
96
menterios, su conexin al hombre y a la tierra es, de puro
evidente, tpica. La preocupacin del legislador por las
necrpolis es muy anterior a lo que ocurre con otras fa-
cetasurbansticas. El tema de las exhumaciones ya apa-
rece en el Fuero Juzgo (Ttulo JI, Libro XI); las Partidas
(Ttulo XIII, Partida 1.8 ) ya delimitan los lugares de ente-
rramiento ratione personae y en la Novsima Recopilacin
pueden encontrarse interesantes disposiciones en cuestin
de enterramientos. La Real Cdula de 3 de abril de 1787
es ya una norma tcnica que contempla la existencia de
cementerios municipales --el primero, recordemos, fue
el de Cartagena (5) en 1774-. Sin embargo, los estudiosos
del. urbanismo general siguen maravillndose de las Orde-
nanzas de construccin de Toledo, inspiradoras de las que
TORIJA recopil y refundi para Madrid en 1661.
La dispersin normativa, tantas veces aludida aqu,
en materia de cementerios, puede contemplarse, tambin,
desde la ptica urbanstica. Actualmente inciden en la Or-
denacin territorial, la Base 33 LBSN, la legislacin local
y el Reglamento de Polica Sanitaria Mortuoria de 1974
que, por fin, conecta casi plenamente, con las prescripcio-
nes generales de la normativa del Suelo. Consecuentes
con esta realidad legal vigente, en el presente captulo
trataremos de explicar, con el apoyo de la jurisprudencia,
las obligaciones urbansticas de los Entes Locales relati-
vas a necrpolis, la construccin de cementerios pblicos
y privados, la adecuacin de stos a las necesidades de la
poblacin, los sistemticos incumplimientos municipales
de las previsiones legales en la materia, el emplazamiento
de los lugares de enterramiento y, en fin, el rgimen de
apertura, suspensin, clausura, compatibilidad de usos y
dems incidencias de la vida de un cementerio. Todo ello,
como antes decamos, a la luz. de la doctrina legal del Tri-
bunal Supremo, cuyas decisiones an no se fundan, por
97
1
cierto, en la normativa de los aos setenta por el consa-
bido retraso en la Administracin de Justicia, que obliga
al rgano ad quem a utilizar las herramientas legales v-
lidas en el momento del juicio a quo. Ello supone que,
en el momento de redactar este trabajo, an no existe
jurisprudencia concesional en materia de cementerios (al
haberse proscrito en 1974 el rgimen de propiedad) ni
mucho menos sentencias con motivo de algn ataque al
principio de no discriminacin en los enterramientos (6).
Sin embargo, existe una considerable aportacin jurispru-
dencial en una materia ya tradicional y que no ha sufri-
do apenas variaciones en los ltimos aos: el emplaza-
miento, con sus circunstancias geolgicas y sanitarias y
sus distancias de la poblacin, de los cementerios.
Si, con respecto al tema mortuorio, hicisemos un re-
sumen de los aspectos que, en los ltimos cincuenta aos,
ms han trascendido a los repertorios de sentencias, po-
dramos decir, en general, pero con bastante aproxima-
cin, que en un principio son las controversias entre lo
civil y lo administrativo de los ttulos mortuorios lo que
llega al Tribunal Supremo. En los ltimos aos de la
Monarqua tambin aparecen las continuas disputas en-
tre el poder estatal y la Iglesia en una pugna que se pro-
longar hasta el final de la guerra civil. Igualmente, en
98
los aos treinta, existen problemas de competencias entre
la Administracin Municipal y el Ministerio de la Gober-
nacin. En los primeros aos del rgimen de Franco se
liquidan, en beneficio de la Iglesia, algunas cuestiones
pendientes -pese a la derogacin de la Ley de 1932-
entre el poder civil y el eclesistico. Hasta el comienzo de
los aos sesenta se vuelve a poner de moda el tema de las
transmisiones -pblicas o privadas- de los derechos so-
bre sepulturas y, a partir de este momento, coincidiendo
con la publicacin del Reglamento de Polica Sanitaria
Mortuoria de 1960, comienzan a cobrar auge los aspectos
urbansticos.
99
samente, el trmino Planificacin (7). En el Reglamen-
to anterior la nica referencia a la normativa urbanstica
estaba contenida en el artculo 52, que sealaba:
100
cumplimiento de esta obligacin municipal. En definiti-
va, la disposicin de 1974 contempla el tema mortuorio
desde una ptica urbanstica real y no slo futurista,
como haca el Reglamento de 1960. Por otro lado, el vigen-
te artculo 46 RPSM seala que:
101
de ms de 10.000 habitantes. Igualmente se prev que
-obligatoriamente- las poblaciones de ms de medio
milln de habitantes debern contar con un crematorio
(artculo 53 RPSM). Como parece que todas las exigencias
rotundas de las disposiciones mortuorias se incumplen,
sta no lo es menos y, desde 1974, slo se ha instalado
en Madrid el horno incinerador al que se refiere el artcu-
lo 53. Pero el dato legal a tener en cuenta es que, ya nor-
malmente, se permite la reduccin a cenizas del cad-
ver por medio del calor (lO), pues, entre los dos Regla-
mentos que venimos comentando, concretamente en 1964,
la Iglesia permiti a sus fieles la incineracin de los ca-
dveres (11). Al margen de las previsiones de los Planes,
102
se viene exigiendo que las poblaciones de ms de 10.000
habitantes cuenten, para sus cementerios pblicos o par-
ticulares con un Reglamento de rgimen interior, cuya
aprobacin corresponde, segn el artculo 61 RPSM, al
Gobernador civil (12) previo informe de la autoridad sa-
nitaria provincial que, a falta de especificacin al respec-
to, debe entenderse no vinculante (artculo 85.2 de la Ley
de Procedimiento Administrativo). Entre las previsiones
que debe contener el cementerio, el Reglamento de 1974
elude el tema de los enterramintos de acatlicos (13), cues-
tin en la que s entraba la normativa de 1960 (14) al exi-
103
gir en su artculo 53 f) un recinto anejo al cementerio
104
pero con entrada independiente, donde se enterrarn los
cadveres de aquellas personas a quienes no se concede
105
sepultura eclesistica (15). Vara poco, entre los dos Re-
glamentos, el rgimen de construccin, apertura, suspen-
sin y clausura de los cementerios, pero s hay una im-
portante diferencia entre ambos en un punto de gran
trascendencia y futuro para el urbanismo: mientras el Re-
glamento de 1960 prohiba la compatibilidad de usos del
cementerio (artculo 66), el actual permite, sin necesidad
de llegar a un cambio de destino total, siempre que las
condiciones lo permitan y el planeamiento lo prevea, di-
cha concurrencia en las utilizaciones (jardn, parque re-
creativo, etc.), a tenor de lo prescrito en el artculo 57.
A lo largo de este Captulo iremos analizando todos estos
aspectos que inciden en la ordenacin del territorio y que
han sido infravalorados por la regulacin urbanstica ge
neral.
106
3. PREVISIN y RESERVA DE SUELO PARA NECRPOLIS
107
el que el ncleo de poblacin no crezca. Y siendo uno
de los objetivos de los Planes Generales el preservar de-
terminado suelo del proceso de desarrollo urbano (17),
los cementerios deberan levantarse sobre suelo no ur-
banizable. Las necrpolis deben estar alejadas de la po-
blacin y, adems, deben tener posibilidades de amplia-
cin. Por ello y por las especficas medidas de higiene que
se establecen en el Reglamento de Polica Mortuoria (ar-
tculo 50) parece evidente que los cementerios deben ser
fijados en los Planes Generales, tanto por su trascenden-
cia como por la imposibilidad de que unos Planes Par-
ciales se desarrollen sobre un suelo que pudiera consi-
derarse como no urbanizable. La existencia forzosa de un
permetro de proteccin de medio kilmetro en el que no
se pueden otorgar licencias para la construccin de vi-
viendas o edificaciones destinadas a alojamiento huma-
no supone una importante reserva de suelo que debe ser
tenida en cuenta en el Plan General. Por otro lado, como
tendremos ocasin de examinar, tampoco se permite, en
e.se radio, edificar las tpicas viviendas agrcolas propias
del suelo rstico. Ello nos da a entender lo difcil de la
calificacin de la superficie sobre la que se asientan las
necrpolis.
Pero esta previsin del Reglamento de Polica Mortuo-
ria choca, como ocurre con la obligacin de un cemente-
rio por Municipio, con una realidad diversa y adversa.
Pensar que todos los Municipios espaoles estn en con-
diciones de elaborar un Plan General resulta un absurdo
que ningn iniciado en los temas urbansticos puede ig-
108
norar. Por ello vamos a estudiar someramente las tres
posibilidades que, en una Espaa real y rural, pueden
verse con mayor frecuencia, en ausencia de un Plan Ge-
neral en el que se reserve el suelo adecuado para cemen-
terio municipal.
109
das, acompandose un ejemplar del proyecto
(artculo 2., prrafo 2).
110
El Ministerio de la Gobernacin, sin perjuicio
de lo dispuesto en las normas y planes urbansti-
cos aplicables, podr excepcionalmente permitir
la construccin de cementerios sin el cumplimien-
to de los requisitos anteriores ... (artculo 50,
segundo prrafo, RPSM).
111
tre suelo urbano y no urbanizable: artculo 91 a) o ms
complejas (que incluyen, tambin, suelo urbanizable: ar-
tculo 91 b) del Reglamento de Planeamiento). Pero en
cualquiera de los dos casos se establece legalmente la
necesidad de que las citadas normas protejan y den un
tratamiento adecuado al suelo no urbanizable, en el que,
adems de tutelar el paisaje, flora, fauna, riquezas natu-
rales, etc., puede incluirse la previsin de cementerio. Una
vez ms es profundamente lamentable el olvido que de-
muestra la normativa del suelo en relacin con el tema
mortuorio.
112
- uno, negativo, al atribuir la competencia para la
construccin de los cementerios, a los Ayuntamien-
tos, incluidos los de Madrid y Barcelona;
- otro, positivo, al atribuir a las Comisiones metro-
politanas de Barcelona y Madrid la tutela sobre la
obligacin municipal de planificar los cementerios.
En los dems casos, este seguimiento deben hacer-
lo las Comisiones Provinciales de Urbanismo (ar-
tculo 49 RPSM).
113
114
ciones similares en cualquier lugar de Espaa, aunque
esta igualdad parezca hoy utpica.
En cualquier caso debemos reiterar lo lamentable de
ese abandono de la normativa urbanstica general en ma-
teria mortuoria. Y ello es curioso, siendo llamado el ce-
menterio, desde muy antiguo, la ciudad de los muer-
tos (19) y habindose comparado, en doctrinas muy su-
peradas, la presunta dualidad entre cementerios y sepul-
turas (que justificara los derechos reales privados sobre
stas) con el urbanismo. Se deca, en tal sentido, que la
ciudad tena sus calles y jardines y sus casas, en la misma
medida en que en el cementerio existen caminos, parte-
rres y sepulturas. Por lo dems, estas concepciones, mag-
nficamente rebatidas por FERNNDEZ DE VELASeO (20) no
ofrecen ningn inters en nuestros das al concebirse el
cementerio como un servicio pblico nico del que no
pueden abstraerse, so riesgo de perder su naturaleza ju-
rdica, los diversos elementos que integran su esencia.
115
El artculo 36 del Reglamento de Planeamiento, al referir-
se a las previsiones del Plan General en este tipo de suelo,
establece tres conjuntos de determinaciones:
116
siguen la ordenacin integral del territorio, tengan en
cuenta el hecho de las necrpolis y subsanen tan imper-
donable laguna que, de otra parte, demuestra una penosa
ignorancia de la historia del urbanismo en la que los ce-
menterios -y hay todava buenos ejemplos- son un ele-
mento de ornato de muchas civilizaciones, amn de un
servicio pblico (aunque hasta tiempo reciente no se co-
nociese este ltimo concepto).
Se podra replicar, y es el segundo punto que quere-
mos tocar, que si los cementerios ofrecen especiales carac-
tersticas estticas: situacin, murallas, vistas, arbolado,
jardines, etc., podran ser protegidos a travs de otra fi-
gura urbanstica. Pero los Planes Especiales (artculo 79
del Reglamento de Planeamiento) no deben emplearse
para estos fines. Es comprensible la catalogacin de luga-
res pintorescos, de parques naturales, de paisajes... , pero
el cementerio, adems de poder ser apreciado desde valo-
raciones artsticas, sensitivas, cromticas o naturalistas,
es mucho ms que unos jardines o unas veredas. Las ne-
crpolis son un conglomerado de elementos abocados a un
nico fin. Y ese conjunto, como hemos visto en el primer
captulo, no puede separarse so riesgo de desnaturalizar
la realidad del propio cementerio y su razn de ser. Y si
ello es perdonable desde apreciaciones subjetivas, es abso-
lutamente criticable' del legislador que debe dar el trata-
miento adecuado a cada elemento de la ordenacin inte-
gral de un territorio. Por otro lado, la planificacin gene-
ral, hoy por hoy, se limita a fijar las zonas de ubicacin
de las necrpolis sin preocuparse de esos contenidos est-
ticos a los que nos venimos refiriendo (artculo 49 RPSM).
y ello tampoco deja de ser lamentable.
Un tercer punto que queremos mencionar es el de los
cementerios parroquiales y privados en la ordenacin del
territorio. Los enterramientos en los aledaos de las igle-
sias surgen, de un lado, al acabarse las disponibilidades
inhumatorias de los templos y, de otro, al implantarse las
ideas higienistas de la Ilustracin. Pero el crecimiento de
117
las ciudades ha hecho que multitud de pequeos campo-
santos se vieran condenados por el incremento edificato-
rio. En realidad, por este motivo y por las prescripciones
sanitarias, cementerios paroquiales slo suelen quedar en
las aldeas, en suelo rstico. La monda de cementerios
intra muros ha sido, en los ltimos aos, un fenmeno
frecuente, previo a multitud de operaciones reparcelato-
rias, compensatorias o expropiatorias. El atractivo del
suelo urbanizable, no perdona, siquiera, a los que duer-
men el sueo eterno.
Hasta el momento hemos venido contemplando la po-
sibilidad de una necrpolis asentada en suelo n'o urbani-
zable. Esa es, en efecto, la primera idea que nos ofrece
una ubicacin forzosamente distante de las zonas pobla-
das y normalmente circundada por elementos inequvo-
camente rsticos. A esa misma calificacin nos llevara la
ignorancia que la Ley del Suelo mantiene, con respecto a
los cementerios, a la hora de tratar el suelo urbano, donde,
a lo ms, habla de emplazamientos reservados para cen-
tros sanitarios (art. 12.2.1.d.), as como los artculos 85,
1, 2. Y 86 LS.
Sin embargo, pese a ese silencio tradicional de las
normas urbansticas, los cementerios pueden calificarse,
tambin, como elementos susceptibles de ser integrados
en el suelo urbano. Ello por los siguientes motivos:
a) Desde un punto de vista teleolgico, el cementerio
tiene como fin al que servir, la propia ciudad. Es, en este
sentido, un servicio indispensable para toda poblacin.
b) Desde el punto de vista jurdico-tcnico, las ne-
crpolis son equipamientos urbanos, al margen de su lu-
gar de emplazamiento.
e) La naturaleza de este equipamiento es de carc-
ter sanitario, pero, hoy en da, los cementerios no deben
considerarse establecimientos insalubres, como lo demues-
tra la posible compatibilidad de usos sobre su superficie.
d) Los requisitos que debe reunir toda construccin
de cementerios coincide, en buena medida, con las carac-
118
tersticas del suelo urbano: acceso rodado, abastecimien-
to de agua, evacuacin de aguas residuales, suministro de
energa elctrica... (artculo 2.1.2 Real Decreto-ley 16/1981
de 16 de octubre).
e) Desde el ngulo de la delimitacin del suelo, la
distancia existente entre el cementerio y las zonas pobla-
das no es ningn obstculo, por cuanto los ncleos urba-
nos no tienen por qu ser continuos, pudiendo ofrecer islas
alejadas del casco principal.
f) El permetro de proteccin de medio kilmetro no
debe incidir en la clasificacin del suelo, ya que, si bien
en l no pueden autorizarse licencias de edificacin de
viviendas, s pueden situarse en su interior otros equipa-
mientos urbanos de singular importancia: jardines, apar-
camientos, canchas deportivas, etc. Como vimos, el mismo
cementerio admite, previa autorizacin, la compatibilidad
parcial o total de usos.
g) Por ltimo, existen fsicamente, todava, cemente-
rios incardinados desde antiguo en plena zona urbana, de
la que, arquitectnicamente, son un elemento integrante.
y an muchas necrpolis situadas extra muros presentan,
por la tipologa de la construccin, valores inequvoca-
mente urbanos y contrarios a lo que sera un entorno
rstico.
Estos son los motivos que abogaran por la calificacin
del suelo de los cementerios como urbano. Sin embargo,
exacerbar el contenido de estos puntos puede llevarnos
a situaciones absurdas. Tal ocurrira si aplicramos la
mayor parte de los mismos a los vertederos de basuras,
que sirven a la ciudad: tienen un objetivo sanitario, deben
estar alejados de la poblacin y, por razones de transpor-
te evidentes, deben contar con acceso rodado y, fcilmen-
te, con unas mnimas instalaciones operativas con luz y
aguas. El tema de las infraestructuras, para clasificar el
suelo, debe referirse a la idea de urbanizacin generaliza-
da y consolidada (aunque sin necesidad de llegar a los 2/3
de los Planes Generales o a la mitad de las delimitaciones
119
simples). Por ello se est pensando en autnticos siste-
mas generales y no en abastecimientos particulares, de
los que puede disfrutar cualquier vivienda en suelo rs-
tico.
En resumen, los cementerios pueden ser un elemento
rstico o urbano, segn sea considerado por la Planifica-
cin general, no pudiendo dogmatizarse al respecto, ya que
ambas soluciones son, hoy por hoy y ante el silencio de
la Ley del Suelo, perfectamente posibles.
120
decenio anterior, con las debidas correcciones de incre-
mentos o disminuciones previsibles para la dcada siguien-
te. A ese espacio presumible deben aadirse los metros
cuadrados suficientes para levantar las edificaciones obli-
gatorias en todo cementerio, a tenor de lo preceptuado
en el artculo 51 del RPSM. Estos edificios deben ser:
121
- Otro local, destinado a horno para la destruccin
de ropas y cuantos objetos, que no sean restos hu-
manos, procedan de la evacuacin y limpieza de las
sepulturas (24).
- Las dependencias necesarias para albergar los servi-
cios administrativos del cementerio (25).
Igualmente, desde el punto de vista religioso, deben
existir capillas o lugares de culto o, cuando menos,
de acuerdo con el principio de libertad de creen-
cias y laicidad del Estado, el espacio suficiente para
que puedan ser erigidos estos lugares por quienes
as lo soliciten del Ayuntamiento (26).
En los Municipios de poblacin superior al medio
milln de habitantes debe existir, obligatoriamen-
te, un edificio que albergue las instalaciones de un
crematorio de cadveres (27).
122
tos tienen, desde el punto de vista de la obra que suponen,
una regulacin obligatoria y detallada en la normativa
mortuoria. El Reglamento de Polica Sanitaria Mortuoria
establece unos mnimos que deben informar la Memoria
y Proyecto de Construccin, en cuanto a las caractersti-
cas de fosas y nichos.
a) Fosas
123
terminaciones por el Estatuto Municipal de 1924, se sea-
la en el artculo 54 que
124
En todo caso, y con respecto a las fosas existentes en
cada cementerio, la reglamentacin actual obliga a que la
construccin de toda necrpolis incluya:
b) Nichos
125
prohibindose, lo que tambin ocurre con las sepulturas,
el revestimiento de los mismos con cemento hidrulico
ni productos afines, habida cuenta de su conocida imper-
meabilidad, inidnea para la mineralizacin de los cad-
veres (artculo 54.3 RPSM). Como veremos, el tema de la
humedad es uno de los ms clsicos en cuanto a las con-
diciones que deben reunir los cementerios.
126
oficinas, generalizados obligatoriamente para todos los
Municipios. Por otro lado, las poblaciones superiores al
medio milln de habitantes, debern contar con un horno
crematorio de cadveres. Esta exigencia -que en 1960,
a cuatro aos de la autorizacin de las incineraciones por
la Iglesia, slo se ordenaba para localidades superiores
al milln de almas- nos recuerda cmo los restos o ce-
nizas del cadver tras la cremacin pueden ser, bien se-
pultados, bien llevados por los familiares -autnticos
dueos de las mismas- sin ninguna exigencia sanitaria
artculo 53 RPSM).
127
miento (39). Ese es su lugar de encaje, entre los empla-
zamientos reservados para templos, centros docentes, asis-
tenciales y sanitarios, de acuerdo con lo previsto en el ar-
tculo 46 RPSM. Si la determinacin del lugar de etapa
la fija el Plan Parcial, no cabe mayor duda, por cuanto
que la misin de estos instrumentos de Planeamiento es
convertir suelo urbanizable en urbano y, en tal sentido,
el artculo 4S.1.e) del Reglamento de Planeamiento obliga
a que los Planes Parciales contengan entre sus determi-
naciones ese conjunto de emplazamientos que los Planes
Generales establecen para el suelo urbano. Ante la par-
quedad del concepto ofrecido por el RPSM en cuanto a
los Planes Parciales, debemos entender que se refiere no
slo a los que desarrollan el Plan General, directamente,
en suelo urbanizable programado, o, a travs de los Pro-
gramas de Actuacin, en el no programado, sino, tam-
bin, a los que se derivan de Normas Complementarias y
Subsidiarias (artculo 43 del Reglamento de Planea-
miento).
En resumen, aunque el Reglamento de Polica Mortuo-
ria seale que este depsito intermedio de cadveres slo
ser preceptivo cuando los Planes -Generales o Parcia-
les- proyecten servicios pblicos complementarios, al
contemplar la normativa del Suelo con carcter obliga-
torio esas previsiones, debemos concluir que los lugares
de etapa son exigencias ineludibles por parte de los Pla-
nes de Ordenacin. De otro lado, esta preocupacin del
redactor del Reglamento mortuorio no se cumple, en mul-
titud de lugares, donde el reducido tamao de la pobla-
cin y la proximidad del camposanto hacen que la exigen-
cia reglamentaria no sea, de hecho, imprescindible. Pero
lo cierto es que todo Municipio cuyo instrumento de Pla-
neamiento sea un Plan General o unas Normas Subsidia-
128
rias debe de cumplir, preceptivamente, con la exigencia
del depsito en trnsito (40).
129
9
A) Los requisitos del emplazamiento
La situacin y orientacin de los cementerios es ex-
tremo al que en otras pocas se concedi exagerada im-
portancia, habiendo decado, porque los cadveres cuan-
do han sido inhumados en condiciones debidas no consti-
tuyen el peligro que antiguamente se les atribua (41).
Todava el Reglamento de Establecimientos peligrosos, in-
cmodos e insalubres de 17 de noviembre de 1925, en su
artculo 25, calificaba de insalubres a los cementerios.
El vigente Reglamento de actividades molestas, insalubres,
nocivas y peligrosas, sin embargo, no incluye en sus elen-
cos los actos de enterramiento, en consonancia con la
creencia de que los cementerios no tienen por qu aca-
rrear problemas higinicos y, en la seguridad, igualmente,
de que con las prescripciones sanitario-mortuorias es ms
que suficiente para garantizar la salubridad pblica en
este tema (42).
130
ser algo elevado y no muy hmedo para que los cuerpos
no puedan quedar al contacto con las capas acuferas sub-
terrneas (43), ni aun en sus oscilaciones extraordinarias,
debiendo ser siempre el terreno permeable al aite, pues
de lo contrario, la desecacin de los cadveres es muy
lenta. De no existir terreno en esas condiciones, deber
desecarse, cuidando de que las aguas recogidas tengan sa-
lida en punto donde no haya riesgo de contaminacin para
aguas utilizables y que aqullas no produzcan estanca-
mientos, siempre peligrosos. El Reglamento de Polica
Mortuoria de 1960 obligaba a la construccin de cemente-
rios sobre terrenos permeables (artculo 53) y obligaba
a que en la Memoria del Proyecto se hicieran constar el
lugar y las propiedades fsicas, qumicas y biolgicas. del
terreno, profundidad de la capa fretica y direccin de
las corrientes del agua subterrnea. Igualmente era pre-
ceptivo resear la direccin de los. vientos reinantes (ar-
tculo 54 a) y c). En la actualidad, las exigencias al terreno
han disminuido. El Reglamento de Polica Mortuoria de
1974 prescinde de la obligacin de consignar, en la Memo-
ria, la direccin de los vientos (aunque en la prctica
ste sea un dato habitual en los Proyectos tcnicos) par-
tiendo de esa consideracin de que los cementerios no
tienen por qu ser insalubres. Unicamente se exige la des-
cripcin del lugar, las condiciones del terreno, la profun-
didad de la capa fretica y la direccin de las corrientes
acuferas subterrneas (artculo 51.a). La importancia que
se sigue concediendo al tema de las aguas se explica por
un doble motivo:
131
dica la accin natural y prolonga los perodos nor-
males de transformacin de la sustancia orgnica.
- En segundo lugar, existe una preocupacin que
trasciende a la intrnseca misin de la necrpolis.
Se trata de no perjudicar -contaminndolas- a
las corrientes acuferas de las que se sirve la po~
blacin cercana al cementerio.
132
al abastecimiento de las poblaciones, que las que
hubieran de emplearse para bebida de animales,
riego u otros usos domsticos, e incluso porque la
vulneracin de la nombrada normativa se sigue
del hecho de que la ubicacin de los cementerios
es una circunstancia expresamente prevista... (en)
el apartado a) del artculo 51:
H .. profundidad de la capa fretica y direccin
de las corrientes de aguas subterrneas", sin duda
para posibilitar la funcin administrativa de con-
trol en relacin con la construccin de los nue-
vos cementerios y los intereses sanitarios a que
se ha hecho alusin; circunstancia que no ha sido
desconocida por la propia Administracin... y la
Seccin de Recursos del Ministerio de la Gober-
nacin, en la fase de alzada, lleg a decir: QueH ...
133
grafe, y con respecto al problema de las comunicaciones,
debemos sealar que debe quedar resuelto en la Memoria
del Proyecto de necrpolis (artculo 51.d. RPSM). La tras-
cendencia de este punto nunca ha sido debidamente va-
lorada y, hoy en da, an son mayora los cementerios
espaoles donde el acceso rodado es difcil y en los que
las ya insuficientes previsiones de trfico devienen, en
festividades sealadas o entierros multitudinarios, autn-
ticas catstrofes viarias de costosa normalizacin. En ge-
neral, el tema de las infraestructuras ha sido menospre-
ciado, tanto por las Administraciones como por los priva-
dos, y la regla urbanstica de que no debe permitirse la
edificacin sin simultnea urbanizacin (46) debe ser te-
nida en cuenta en este punto, en el que los accesos a un
establecimiento de servicio pblico son, por naturaleza,
imprescindibles, como lo demuestra el que los ocupantes
de las sepulturas, por frvolo que pueda parecer, no acce-
den nunca a ellas por su propio pie...
13.4
rica y, con el auxilio de una importante jurisprudencia,
abordaremos aspectos de inters, como puede ser si los
Planes de Urbanismo condicionan a los cementerios o vi-
ceversa; si las necrpolis desplazan la edificacin o es
sta la que impide la ereccin de camposantos a menos
de medio kilmetro; si el concepto de zona poblada
coincide con lo que queda fuera de una delimitacin de
suelo urbano y si, en todo caso, pueden dispensarse por
el Ministerio correspondiente esos quinientos metros de
separacin entre el poblado y el cementerio.
135
Como es sabido, la expansin del cristianismo conlle-
va la identificacin entre iglesias y cementerios hasta que,
abarrotadas stas de enterramientos, los ilustrados con-
siguen llevar a la prctica sus ideas higienistas, prohibin-
dose los enterramientos dentro de los templos y constru-
yndose, a estos efectos, cementerios externos, adosados
a las parroquias. La Real Orden de 12 de mayo de 1849
es la primera ,disposicin absolutamente categrica en su
prohibicin de enterramientos en iglesias, aun cuando,
como ya hemos visto, existen precedentes menos rotun-
dos. Esta disposicin es el antecedente de la, an en vigor,
Real Orden de 18 de julio de 1887, que proscribe las inhu-
maciones fuera de los cementerios comunes, con algunas
salvedades. En esta ltima disposicin se hace una remi-
sin, en materia de distancias a poblado, a la Real Orden
de 17 de febrero de 1866 (que, por otro lado, fue derogada
el 16 de julio de 1888), que estableca, para las poblacio-
nes superiores a veinte mil almas, una distancia al cemen-
terio de dos kilmetros; para la comprendidas entre cinco
y veinte mil, un kilmetro y para las menores de cinco
mil habitantes, quinientos metros. Como puede apreciar-
se, se ha pasado de un extremo a otro: de un hacinamien-
to de cadveres dentro del casco urbano a una concep-
cin higienista exagerada que se fundamenta en la insa-
lubridad de los cadveres inhumados (49). La Real Orden
de 3 de enero de 1923 sobre instrucciones tcnico-sanita-
rias para los pequeos Municipios reduce a 300 metros
136
la distancia a los poblados, en estos pueblos (artculo 54),
pero el artculo 203 del Estatuto Municipal de 1924 y el 25
del Reglamento de Establecimientos peligrosos, incmo-
dos e insalubres de 17 de noviembre de 1925 sealarn
nuevos permetros protectores: 500 metros para las pe-
queas aldeas; un kilmetro para poblaciones inferiores
a 5.000 almas y dos para los que superasen esa poblacin.
Estas distancias siempre deben entenderse como mnimas.
Una sentencia ligeramente anterior al RPSM de 1960, la
de 9 de octubre de 1960 (50), recuerda cmo, ante la ca-
rencia preocupante de cementerios, se dict una Real Or-
den elIde mayo de 1929 autorizando, previo informe sa-
nitario, a los Ayuntamientos a modificar las distancias
fijadas en 1925. Esta sentencia an aplica la normativa
de los aos de Calvo Sotelo, a falta de una especfica re-
gulacin que no se iba a producir hasta unos meses des-
pus.
El Reglamento de 22 de diciembre de 1960 no se hace
eco de dos realidades: por un lado, que los cadveres de-
bidamente inhumados no tienen por qu ser un foco de
insalubridad (51); de otra parte, que los Municipios no
acababan de solventar su obligacin de construir necr-
polis, por lo que no proceda fijarles excesivas dificulta-
des de espacio. El ignorar estas dos premisas -que ya
haban dado lugar en 1929 a una norma de exencin-
conllev que la redaccin del artculo 53 de este Regla-
mento de 1960 sealara que:
137
las cuales debern distar, por lo menos, 500 me-
tros. Esta distancia, ampliable hasta dos kilme-
tros para las poblaciones de ms de 10.000 habi-
tantes, se considerar como permetro de protec-
cin de los cementerios.
Podr permitirse la construccin de cemente-
rios sin el cumplimiento de los requisitos ante-
riores, pero ser necesaria la autorizacin del Mi-
nisterio de la Gobernacin, a propuesta de la Di-
reccin General de Sanidad y previo expediente,
en el que informarn el Ayuntamiento, Consejo
Municipal de Sanidad, Jefatura y Consejos Pro-
vinciales de Sanidad.
138
las disposiciones reguladoras exclusivamente a los cemen-
terios de nueva construccin. El Tribunal Supremo, en
una interpretacin histrica lgica, seala tres cuestiones
importantes:
139
prohibicin que ha venido a confirmar el vigente
Reglamento de 1974, configurndose as una'doble
prohibicin, referida por un lado a la construc-
cin de cementerios nuevos a menos de esa dis-
tancia ... permetro de proteccin que habr de
hacer referencia a esas edificaciones, tanto en re-
lacin a Cementerios de construccin posterior
como anterior a la reglamentacin prohibitiva
de 1925... y ello conforme a una interpretacin
de la norma en su sentido propio y conforme con
el fin que la inspira basado en motivos de sani
dad, higiene y seguridad pblicas, pues la razn
de protecin es idntica e igual en consecuencia
al tratamiento.
140
menterios no son establecimientos insalubres. Adems,
la administracin urbanstica tiene suficientes resortes
para controlar y proteger de la edificacin una determi-
nada zona. Quiz por todo ello, el nuevo Reglamento de
1974 ha confiado a la Planificacin ordinaria la reserva
de suelo para necrpolis, prescindiendo de la referencia
al lugar contrario al crecimiento urbano (55).
En tercer lugar, el artculo 53 del Reglamento de 1960
~ealaba que en las poblaciones superiores a 10.000 habi-
tan'te,s los 500 metros de distancia seran ampliables hasta
dos kilmetros. Esa redaccin, al margen de su dudosa
interpretacin, pues no se sabe bien si tiene carcter im-
perativo y si, en ese caso, los dos mil metros son distan-
cia mxima, siendo el mnimo 500, separacin obligato-
ria en todo caso, es consecuencia de unas previsiones
irreales. Como hemos visto, el RPSM de 1960, con gran
optimismo, ordenaba que todos los Municipios tuvieran
su cementerio y luego pudo comprobarse el fracaso de
tan tajante orden, al admitirse, en 1974, la posibilidad
de cementerios mancomunados desapareciendo las expre-
siones conminatorias para los Ayuntamientos. Aqu ocu-
rre algo similar. Se piensa que todos los trminos muni-
pales disponen de suelo suficiente y adecuado para cons-
truir necrpolis y, despus, la realidad -recogida en el
Reglamento de 1974- demuestra que las dificultades his-
tricas que en este punto han tenido los Ayuntamientos
no pue4en ser borradas por un Decreto. Por ello el vigente
Reglamento ha generalizado, para todos los Municipios,
la distancia de 500 metros (artculo 50).
En cuanto al procedimiento para eximir de esas dis-
tancias, que contemplaba el artculo 53 del RPSM de 1960,
141
slo cabe decir que era largo y excesivamente complicado.
Tanto, que no slo lleg a confundir a los Ayuntamientos,
sino tambin, en su actualizacin, al propio Tribunal Su-
premo. La Sentencia de 13 de noviembre de 1978 (56) es
digna de un comentario al respecto. El Ayuntamiento as-
turiano de Tapia de Casariego decidi erigir un cemente-
rio en la parroquia de Serantes y, al no poder cumplir
con los 500 metros de distancia, recab la autorizacin
del Gobernador civil de Oviedo quien, extraamente, la
otorg. Unos vecinos, tras agotarse la va administrativa,
acuden a la Sala de Oviedo, quien estima en parte su re-
curso y declara la nulidad del expediente administrativo,
a partir de la fecha en que tuvo entrada en el Ayuntamien-
to de Tapia el escrito en el que, los que seran recurren-
tes, solicitaban ser tenidos por interesados, para que se
les d traslado de lo actuado en el expediente, sin perjui-
cio de conservar los actos y trmites que no hubieran su-
frido alteracin de haberse obrado correctamente, de
acuerdo con el principio de conservacin del acto. El Ayun-
tamiento recurre la decisin y el Supremo estima la ape-
lacin declarando la validez de las actuaciones que sola-
mente deban ser convalidades por el Ministerio del Inte-
rior como sucesor legal del de Gobernacin, al que se re-
fera el Reglamento de 1960. Al margen de las cuestiones
de legitimacin (57), el Tribunal Supremo seala:
142
en cuestin a menos distancia de 500 metros de
zona poblada, como est reconocido en las actua-
ciones, debe recabarse la autorizacin del enton~
ces Ministro de la Gobernacin, segn se exige
en el prrafo 2. del artculo 53 del Reglamento de
0
143
que es lo mismo: la incompetencia jerrquica nunca da
lugar a nulidad de pleno derecho, siendo esta ltima figu-
ra incompatible con la convalidacin. En resumen, la Sen-
tencia de 13 de noviembre. de 1978, tras calificar de nuli-
dad de pleno derecho la incompetencia del Gobernador
civil, considera susceptible, en el siguiente considerando,
de ser convalidada la irregularidad por el Ministerio de la
Gobernacin. Ello es profundamente incongruente. Por
otro lado, sucede que, en el caso comentado, tampoco
cabra la subsanacin al haberse omitido informes pre-
ceptivos (prrafo S, artculo 53 LPA). Y, por ltimo, la
referencia que en otro momento de la Sentencia se hace
a la sucesin por el Ministerio del Interior de las facul-
tades del extinto Departamento de Gobernacin, es tam-
bin incorrecta, ya que la normativa de 1960 estaba pen-
sando en un Ministerio de la Gobernacin dentro del cual
estaba integrada la Direccin General de Sanidad que era
quien deba proponer al Ministro (tras muchos informes)
la resolucin del asunto. Hoy en da es claro -yen el
momento de la Sentencia, tambin- que quien ha asu-
mido esas facultades de exencin de distancias para la
construccin de cementerios es el titular de la cartera de
S~nidad. Pero aqu se ha contemplado una sucesin me-
cnica y semntica (de Gobernacin a Interior) en vez de
acudir a la efectiva titularidad de unas competencias re-
lativas a la salubridad pblica (59).
144
El procedimiento para la autorizacin de cementerios
a menos de 500 metros apenas se ha simplificado con el
Reglamento de 1974.
b) Regulacin actual
145
11
de esta previsin reglamentaria. de exencin por las Co-
munidades Autnomas o Entes Preautonmicos, quienes
tienen transferidas (con poca precisin, como veremos. en
el captulo siguiente) las atribuciones que posea~ en
el
RPSM de 1974, la Administracin del Estado. An no exis-
te jurisprudencia que contemple la descentralizacin ope-
rada en la materia, por lo que debemos seguir guindo-
nos, en el tema de las distancias, por las sentencias de
21 de diciembre de 1979, 24 de diciembre de 1979,.23 de
junio de 19806, incluso, la de 26 de mayo de 1976 (60)..
146
del planeamiento. Ahora bien: si todo Plan de Ordenacin
est obligado a respetar las exigencias legales sobre ce-
menterios no es menos cierto que stos deben ser integra-
dos dentro de las previsiones de los nuevos Planes de or-
.denacin, de conformidad con el artculo 49 RPSM. La in-
fluencia es, pues, recproca y convendra tender a la uni-
ficacin de procedimientos y a una decidida incorpora-
'cin a la normativa del Suelo de lo referente a las necr-
polis, sin que ello supusiera merma en las atribuciones de
los rganos sanitarios. Como se ha indicado ya, los ce-
menterios no son la nica isla no integrada en la Ley del
Suelo. Esta es plenamente consciente de la diversidad de
competencias que concurren en la trama urbana y la di-
fcil coordinacin de todas ellas. No en balde el artcu-
lo 57.2 LS seala que:
147
tan al medio urbano. As lo ha entendido el Tribunal Su-
premo en Sentencia de 24 de diciembre de 1979 (62) al
analizar el citado precepto de la Ley del Suelo en relacin
con la edificacin, a menos de 500 metros del cemente-
rio, de unas viviendas en Utebo (Zaragoza). Tras sealar
-con el mismo criterio que las clebres sentencias es-
ponja>)- que no puede entenderse otorgada la licencia
de construccin por silencio positivo, habida cuenta de
que
las construcciones proyectadas... estn situa-
das a slo diez metros del Cementerio Municipal
de Utebo, 10 cual infringe manifiestamente la nor-
mativa especfica establecida para estos supuestos
en el Reglamento de Sanidad Mortuoria...
(62) R. Aranzadi n.O 4740. Ponente Sr. Martn del Burgo y Mar
chn. Como dato revelador del desprecio urbanstico hacia el tema
de los cementerios, nos encontramos en los hechos que motivan
esta decisin, con que la Comisin Provincial de Urbanismo d~
Zaragoza, consulta sobre la legalidad de la ubicacin del cemente
rio al Abogado del Estado, siendo dicha Comisin competente en
materia de cementerios, a tenor del artculo 49 del RPSM.
(63) En realidad, el precedente administrativo, en cuanto que
uso secundum legem, no es autntica costumbre administrativa.
El precedente contra legem, que suele implicar un desuso de la
norma, es menos aceptable an por cuanto conculca la jerarqua
de fuentes y el principio de que las normas slo se derogan por
otras posteriores de igual rango. Prcticamente, el nico privile-
gio que se reconoce al precedente administrativo es el de tener
que motivar toda actuacin que se desve o rectifique el criterio
anterior, a tenor del artculo 43.c) de la LPA. Vid. J. ORTIZ DiAl,
El precedente administrativo, en R.A.P., n.O 24, 1957, pp. 75 Y ss.
148
mismo implica una vulneracin del ordenamiento
jurdico, conforme a conocida doctrina jurispru-
dencial, sino tambin porque la inmediatez de los
terrenos de la actora al mencionado Cementerio
es tan acusada, que puede considerarse constitu-
ye un caso lmite, de imposible tolerancia (64).
149
d) Cementerios y edificacin
150
-derogndola- la regulacin civil del contenido del mis-
mo derecho cuando recae sobre el bien inmuehle tierra'
o suelo (regulacin establecida por el artculo 350 del ya
citado Cdigo civil), por una nueva regulacin material
de dicho contenido que responde a la especial estructura
de la ordenacin urbanstica (marco legal y su desarrollo
a travs del planeamiento)>> (67). "
1.5i-
slo 500 metros de la zona delimitada como urbana. Ese
es el ms razonable sentido del trmino zona poblada.
Si los cementerios ya no son establecimientos insalubres
y su aislamiento se debe ms que nada a la inidoneidad
urbanstica de emplazarlos dentro del casco, as como a la
posibilidad de contar con terreno disponible para even-
tuales ampliaciones, nada parece oponerse a que pueda
existir alguna casa dispersa que, o ha quedado fuera de
ordenacin, o fue construida -antes que el cementerio-
en suelo no urbanizable. Lo que importa aqu es la evita-
cin de nuevas licencias destinadas a viviendas (70) que
pudieran dar lugar a la formacin de ncleos.
Con esta interpretacin se tiende a identificar dos rea-
lidades jurdicas (la urbanstica y la mortuoria) que, en
la prctica, son una sola realidad fsica. La ms reciente
jurisprudencia, sin embargo, retrocede en este punto con
respecto a lo sealado medio siglo antes. As, la Senten-
cia de 23 de junio de 1980, elogiable en otros muchos as-
pectos, se empecina en mantener esa falsa dualidad de
regmenes jurdicos:
152
Sin embargo, esta decisin es respetuosa con la idea
de que la expresin zonas pobladas
f) Otras consideraciones
Las infracciones con respecto a las distancias entre
zonas pobladas y cementerios son, claramente, de carc-
ter urbanstico. As se vena a deducir ya del artculo 253
del Estatuto Municipal de 1924. Con ello slo pretendemos
recordar la pluralidad de competencias que inciden en los
153
aspectos, mortuorios. Junto a estas, infracciones tirbansti-
cas entre las que se debe incluir la construccin de un ce;
menterio que distorsione el paisaje o cualquier elemento
ntural"Cartculo 12.2.4 LS) deben acumularse las de ca-
rcter sanitario (incumplimiento de normas, de inhumacio-
nes~ traslados, exposicion'es... ) y las de naturaleza poltica
o de orden pblico Cconduccin a hombros de un fretro
con los restos de un terrorista, incumplimiento de las r-
denes dadas por la autoridad en caso de epidemia que
motive el estado de alarma ... ). A todas estas infracciones
administrativas hay que unir 'el, difcilmente deslindable,
campo de los ilcitos penales. A ello nos referiremos en el
ltimo captulo. Baste aqu recordar la concurrencia de
diversos procedimientos en materia mortuo'ria, ante los
Ministerios de Obras Pblicas y Urbanismo, Sanidad e In-
terior, fundamentalmente. A ellos hay que aadir lo's de-
rivados de la creciente asuncin de competencias por his
Comunidades Autnomas, as como lapr6gresiva autono-
ma 'que deben disfrutar los Entes Municipales a la luz 'de
l' Constitucin. Parece de' todo punto incongruen'te e in-
sostenible que, en los momentos de redactar estas lneas,'
los Mu~icipios'de ms de 50.000 habitantes puedan apro-
bar definitivamente instrumentos de Planeamiento y, sin
embargo, estn sometidos a diversas autorizaciones para
levantar un cementerio. El'absurdo de la dualidad de re-'
glaciones se pone, una vez ms, de manifiesto.
lSS
rrespondiente. Por ello la polica de la libertad que anta-
o ejerca Gobernacin sobre los cementerios no catlicos
puede considerarse extensiva a la aprobacin de los mis-
mos, ya que se entenda que los enterramientos heterodo-
xos podan ser contrarios a la moral o al orden pblico.
Por ello creemos que hoy podra ser Interior quien siguie-
ra autorizando estos cementerios, si bien debemos tener
en cuenta que Espaa ha dejado de ser un Estado confe-
sional y, consiguientemente, no debe establecerse ninguna
discriminacin. La competencia aprobatoria de la autori-
dad sanitaria (fcil de comprender para enterramientos
en criptas o edificios pblicos, Base 33 LBSN, prrafos 2.
y 3.) no parece, pues, extenderse a la construccin de ce-
menterios, mxime cuando la aprobacin de los municipa-
les tiene lugar por el Gobernador civil que slo inciden-
talmente tiene competencias en materia de salubridad p-
blica. En cuanto a los cementerios de las parroquias cat-
licas, siguen hasta la fecha el procedimiento privilegiado
que se deduce del reconocimiento concordatario del ca-
non 1.206, por el cual la Iglesia tiene derecho a construir
y poseer cementerios propios.
Volviendo a los cementerios municipales, debemos se-
alar, de acuerdo con la Sentencia de 25 de mayo de
1976 (72), que el Reglamento de Polica Mortuoria
156
reforma de cementerios, sino normas especiales
en punto a la aportacin de concretos informes y
determinacin de rganos, instructor y resoluto-
rio, como circunstancias procesales de adecuacin
a la materia... lo que obliga a entender que el tr-
mite de audiencia a los interesados es de inexcusa-
ble observancia a tenor de los artculos 26 y 91
(de la Ley de Procedimiento Administrativo)>>.
157
de Gobernacin (que aqu, por el carcter eminentemente
sanitario del asunto, debe entenderse sucedido por el de
Sanidad), previo informe de la Direccin General de Sa-
nidad. Para proceder a dichas mondas, los Ayuntamientos
y los particulares debern esperar un plazo de diez aos
desde el ltimo enterramiento. En el primer caso, el Ayun-
tamiento, a efectos de informacin pblica, deber hacer
saber su decisin a los administrados con una antelacin
mnima de tres meses, mediante publicacin en los Bole-
tines y Diarios Oficiales y en los particulares de mayor
trascendencia y circulacin en su Municipio, a fin de que
las familias de los inhumados puedan adoptar las medi-
das que su derecho les permita (artculo 59 RPSM).
En conclusin, las facultades de los Ayuntamientos
para la construccin y clausura de cementerios estn
prcticamente desvinculadas de la normativa urbanstica
general (con excepciones como las contenidas en los ar-
tculos 46, 49 Y 57 del RPSM), y ello se traduce en que,
mientras los Municipios ven da a da incrementadas sus
facultades para ordenar su territorio, la materia de ne-
crpolis sigue condenada a excesivas autorizaciones y
aprobaciones que inciden negativamente en la autonoma
municipal reconocida en el artculo 140 de la Constitu-
cin. y esa dualidad de regmenes -uno muy descentra-
lizado y otro sometido a tutelas estatales o regionales-
es an ms absurdo si tenemos en cuenta que la localiza-
cin de los cementerios es, por naturaleza, un dato nece-
sario ms en la ordenacin de la ciudad y su entorno (73).
158
CAPTULO III
159
... y es lo bueno que mand en su testamen-
to que le enterrasen en el campo, como si fuera
moro, y que sea al pie de la pea donde est
la fuente del Alcornoque, porque, segn es fama,
y l dicen que lo dijo, aquel lugar es adonde
l la vio la vez primera. Y tambin mand otras
cosas, tales, que los abades del pueblo, dicen
que no se han de cumplir, ni es bien que se
cumplan, porque parecen de gentiles ...
11
1. Los DISTINTOS ENFOQUES DEL PROBLEMA
163
terio. Sin embargo, la realidad va a seguir imponiendo el
papel de constructora, casi en monopolio, de cementerios
particulares a la Iglesia Catlica habida cuenta de las ac-
tuales relaciones entre sta y el Estado (que se remontan
al Concordato de 1953 y a los Acuerdos de 1979), a la le-
gislacin de 1978 (que crea en los cementerios parroquia-
les autnticas nsulas al margen de la Constitucin) y a
la propia Constitucin espaola que obliga al Estado a
mantener con la Iglesia catlica la debida cooperacin en
atencin a la mayora de espaoles que creen o practican
la religin romana (artculo 16.3).
- En segundo lugar, existe otra tensin en lo referen-
te a la reparticin de competencias entre los distintos en-
tes estatales. El Derecho mortuorio supone una pluralidad
de procedimientos (cuya reduccin al mnimo venimos
propugnando) y, consiguientemente, una variedad de r-
ganos con competencia para realizarlos. A ttulo de ejem-
plo recordemos cmo los Ayuntamientos tienen la atribu-
cin bsica de construir y administrar los cementerios
(artculos 102 LRL Y 60 RPSM, entre otros). Pero, como
hemos visto, debido a que las enfticas rdenes legales
de construccin han sido, en muchos lugares, desobedeci-
,das por los rganos municipales (por distintas razones
que ya hemos expuesto), el actual Reglamento de Polica
Mortuoria de 1974, sabiamente, prev la posibilidad de
cementerios realizados, mancomunadamente, por dos o
ms Ayuntamientos (artculo 47). Las Diputaciones pro-
vinciales, amn de su colaboracin en los enterramientos
de determinados indigentes (artculo 9 RPSM) tienen la
obligacin de cooperar con los Municipios ms necesita-
dos, entre otras materias, en lo relativo a cementerios
(aunque se respeta un orden de prioridades en el que las
necrpolis figuran al final: artculo 255.4.j. LRL). Las Co-
munidades Autnomas y Entes regionales de carcter pro-
visional han recibido el grueso de la materia sanitaria
mortuoria en concepto de transferencia (vase, por ejem-
plo, el artculo 5 del Real Decreto de 7 de septiembre de
164
1979, referente al Pas Vasco). Al margen de la competen-
cia de algunos organismos hbridos (ver artculo 276 LRL)
la Administracin estatal, perifrica o central, conserva
importantes facultades, generalmente de carcter aproba-
torio o de autorizacin. Que estas facultades no son in-
compatibles con la autonoma local lo ha puesto de re-
lieve el Tribunal Constitucional en Sentencia de 2 de fe-
brero de 1981 al declarar la concurrencia de competencias
en materia de cementerios pblicos y privados entre
diversas administraciones entre las que se encuentra la
del Estado.
- El tercer conflicto se desarrolla, fundamentalmen-
te, en el terreno procesal. Tanto desde el punto de vista
de la difcil distincin entre infracciones administrativas
e ilcitos penales como desde la perspectiva del ttulo de
enterramiento y su transmisin, campo este ltimo pro-
picio a las disputas entre la jurisdiccin civil y la con-
tencioso-administrativa, como ya hemos visto someramen-
te y volveremos a analizar con ms atencin.
- Por ltimo, haremos una breve mencin a los pro-
blemas entre el Derecho interno y el internacional.
A las competencias y los procedimientos dedicaremos
el presente Captulo.
165
la sepultura significara una sustraccin de propiedad pri-
vada que coloca a la zona sustrada fuera de todo posible
comercio; en la concepcin de la Edad Media y hasta los
tiempos contemporneos en que predomina la prctica
de los enterramientos en los iglesias, se tratara de un
derecho real limitativo del dominio eclesistico; en el de-
recho contemporneo habra pura y simplemente servicio
pblico (1). Sobre estas tres etapas conviene hacer algu-
na matizacin; con respecto al derecho romano debemos
recordar cmo en poca de Constantino (clebre empera-
dor cuya canonizacin, gracias al Edicto de Miln del
ao 313, abri la puerta a la confusin de poderes Iglesia-
Estado) se fragua la identidad entre templos y cemente-
rios. Identidad que an puede verse en nuestro derecho
penal vigente (artculos 10.17 y 492 bis CP sobre los que
volveremos). Los primeros centros de reunin de los cris-
tianos van a ser los lugares de enterramiento y, a la ma-
nera juda de construir sinagogas prximas a los sepul-
cros, los cristianos se dieron a construir sus capillas en
los mismos lugares. As se erigen las Cellae Caementeria-
les o Memoriae sobre los enterramientos subterrneos,
bien en forma de nichos o trebolados (<<Cellae trincho-
rae), abiertas hacia su parte anterior, se celebraban los
actos del culto (2). Por ello se ha dicho, con razn, que,
histricamente, el cementerio es anterior a la iglesia, o,
dicho a la inversa, la iglesia surge o aparece como una
dependencia del cementerio (3).
En la poca medieval los caballeros, los adinerados, los
nobles y, en general, todos los poderosos en lo terrenal
deseaban ser inhumados en las iglesias, lo ms cerca po-
sible del altar mayor, quiz en un desespera~o intento
166
de comprarle a la Iglesia el secreto del ojo de la aguja.
Estas prcticas comienzan a remitir con la Ilustracin por
razones sanitarias. Pero en esos motivos higinicos que
llevan a los enterramientos fuera de los templos subyace
ms o menos conscientemente la necesidad que siente el
nuevo tipo de hombre que nace con la Ilustracin y alcan-
zar su clmax en el XIX de que la muerte tenga un rostro
annimo, de que los horrores de la muerte y de la tumba
queden al margen del mundo de los ,vivos (4). La prohi-
bicin de enterramientos fuera de los cementerios comu-
nes est hoy regulada en la casi centenaria Real Orden de
18 de julio de 1887, cuyo antecedente debe encontrarse en
la Real Orden de 12 de mayo de 1849. Pero todo cuanto es-
tamos diciendo est contemplado desde la ptica de los
cementerios catlicos. No olvidemos que hasta la' tercera
fase histrica -efmera, por lo dems- a la que se refe-
ra FERNNDEZ DE VELASCO al hablar del servicio pblico
en poca de la secularizadora 11 Repblica, la dignidad de
la muerte slo era predicable de los ortodoxos (5).
167
menterios o iglesias aparece muy pronto como una seal
de judaizar (7) y, en definitiva, como una prueba esgri-
mible ante el Santo Oficio.
Con respecto a los moros, sus prcticas sepulcrales
estn an presentes en determinadas expresiones hispanas.
Hemos visto (8) cmo los enterramientos en el campo
eran, en pleno siglo XVII, propios de moros, con todas las
connotaciones peyorativas que ello encerraba. As, TOMS
y VALIENTE nos recuerda que, por entonces, llamar p-
blicamente a alguien moro, o perro judo, o converso, o
tornadizo o marrano, significaba una injuria de tal tras-
cendencia que el ofendido se senta impelido a lavarla
de inmediato para no quedar malfamado (9). An en
1774 (10) se construye el que sera primer cementerio
municipal en Cartagena para albergar los cuerpos de los
esclavos moros que trabajaban en aquella ciudad. Toda-
va hoy, en la mente popular, ser enterrado "como un
perro" se asimila en los mismos proverbios populares
a ser enterrado "como un judo", "como un moro",
"como un hereje", y todas estas expresiones se han usado
y se usan en el habla popular para sealar la misma rea-
lidad de un cementerio civil, sin la presencia de la litur-
gia catlica. Y eso aunque no se tenga fe (11).
Otro objetivo tpico de la intransigencia histrica es-
paola fue el protestantismo. Si se ha dicho que espao-
lidad y catolicidad han sido hasta hace poco insepa-
rables esencialmente (12), lo cierto es que la intolerancia
espaola contra el cristianismo acatlico se identific en
168
gran medida con el odio a los ingleses. Cuenta JIMNEZ
LOZANO cmo, en 1622, Mr. Hole, secretario del embajador
de Jacobo I, vino a Espaa y falleci en Santander sin que
se permitiera su enterramiento. El cadver fue lanzado
al mar, pero (segn el relato tornado de Sonmers), a poco
de marcharse el embajador ingls, presente en las exe-
quias, los pescadores sacaron el cadver del agua y lo
dejaron en un descampado en manos de las aves de rapia,
por temor a que el cuerpo de un hereje ahuyentara la
pesca (13).
Este tipo de narraciones -a veces exageradas- que
aterrorizaban a los britnicos de la poca, era conse-
cuencia de hechos relativamente frecuentes. As nos en-
contrarnos que, ante el silencio del Tratado hispano-bri-
tnico de 1630 en lo relativo a enterramientos de ingleses
hubo quien seal que esos cadveres deban quedar
apestando en campo abierto c,'n el fin de que los perros
los encuentren con seguridad (14). Si bien existen algu-
nas excepciones histricas a este racismo mortuorio (15),
la existencia de un cementerio digno, separado del cat-
lico, slo aparece en el Tratado de Paz de 1664, ratificn-
dose, en 1667, la concesin del mismo a Sir Richard Fan-
shawe. Pero, hasta que en 1796 Lord Bute compra un
terreno ms all de la Puerta de Alcal de Madrid para
los sbditos ingleses, stos deban de ser enterrados de
noche y sin ceremonial alguno en el jardn del Convento
de Recoletos, que quiz hubiera sido destinado a este
tipo de ' ementerio mediante permuta con el terreno com-
prado po..: Lord Bute, si la ley espaola no hubiera pro-
hibido ya en ese tiempo los enterramientos dentro del
casco de las ciudades (16). Con la excepcin del cemen-
(13) Todava JIMNEZ LOZANO, op. cit., pp. 112 Y ss.
(14) Vase esta referencia en la obra citada en las ltima5
notas, p. 113.
(15) Como lo fue el enterramiento de Washington, el paje in-
gls de Carlos I.
(16) JIMNEZ LOZANO, op. Y loco lt. cit. FERNNDEZ DE VELASCO,
op. lt. cit., pp. 134 Y 136.
169
terio de Cartagena de 1774, la idea de la intervencin mu-
nicipal en la construccin no guarda relacin con el tema
de la acatolicidad. Se va a tratar de cementerios catlicos
en todo caso. As, la clebre necrpolis del Real Sitio de
San Ildefonso de 1785, cuyo Reglamento, de 9 de febrero,
inspirar el tipo contenido en la Real Cdula de 3 de abril
de 1787, no soluciona el tema de los no catlicos. Todava
en 1796 unas Reales Ordenanzas de 15 de noviembre esta-
blecan la obligacin de enterrar con mucha profundidad
en las iglesias en tanto se llegase al feliz momento de la
creacin de cementerios rurales (17). Jos Bonaparte, en
una de sus ms felices iniciativas (no slo instaur el ga-
rrote-vil), estableci dos cementerios generales en Madrid:
el del Norte y el del Sur. Tan importante contribucin se
ve, sin embargo, desmerecida por una poderosa razn a
la que es aplicable la famosa expresin que Zorrilla pone
en boca de Don Juan: si buena vida os quit, mejor sepul-
tura os di. La generalizacin de cementerios pblicos cho-
ca, como era de esperar, con una pluralidad de resisten-
cias a las que no es ajena la Iglesia, como se viene a re-
conocer en la Real Orden de 22 de noviembre de 1828.
y en cuanto a los heterodoxos, la situacin es angustiosa
hasta que, por lo que se refiere a los ingleses, Fernan-
do VII les permite, por Real Orden de 13 de noviembre
de 1831, la construccin de cementerios que los alberguen.
En concreto, se les autoriz la ereccin de los mismos
en La Corua, Madrid y en los lugares de residencia de los
cnsules britnicos, siempre que se observaren determi-
nadas formalidades. Estas eran que cierren con tapia,
170
sin iglesia capilla ni otra seal de templo ni culto pblico
ni privado, ponindose de acuerdo con las autoridades lo-
cales. A dichas autoridades, por cierto, encomend la Ley
de 29 de abril de 1855 (artculo 2.) el que los enterramien-
tos de los no catlicos se hicieran con el decoro debido
a los restos humanos. Sin embargo, en la mayor parte
de los lugares se sigui enterrando de forma indigna a
quienes moran fuera de la fe catlica. Cuando no se haca
en el campo se habilitaban, en prctica que se generaliz,
unos lugares apartados, descuidados, casi malditos. JIME-
NEZ LOZANO recuerda cmo el pueblo los bautiz con una
palabra atrozmente decidera: los corralillos y cmo la
insistencia de la Ley para que esos lugares tuvieran una
cierta dignidad se mostr siempre balda (l8). Eran los
cementerios de los malos y apestados en las expresivas
palabras de don Gumersindo de Azcrate. El propio Cdi-
go de Derecho Cannico, consciente de su hegemona en
la materia, contemplaba (y concretamente en el canon
1.212), con caridad cristiana, la existencia de estos lugares
debidamente separados del cementerio bendecido. y pre-
cisamente este punto, el de la decisin de quin debe ser
enterrado en sagrado o no, ha sido uno de los ms con-
flictivos junto al de la tenencia de las llaves del cemente-
rio, entre la Iglesia y el Estado como hemos relatado en
el primer captulo.
La intolerancia con los heterodoxos se extenda a las
manifestaciones externas en los enterramientos. El ltimo
prrafo del artculo 11 de la Constitucin de 30 de junio
de 1876 sealaba que -pese a la libertad de creencias-
no se permitirn, sin embargo, otras ceremonias ni ma-
nifestaciones pblicas que las de la Religin del Estado.
Es indudable que, pasados los momentos progresistas que
siguieron a la Revolucin de septiembre de 1868 Ca cuyo
amparo el Decreto de 17 de noviembre del mismo ao
autoriz un cementerio municipal en Madrid), todo corte-
171
jo acatlico era piedra de escndalo para la poblacin.
Con alguna excepcin (19), el catolicismo a machamartillo
vej a los muertos disidentes hasta la II Repblica. En
sta, la reaccin fue tan contundente que, igualmente, se
lleg a situaciones absurdas de intolerancia con los cre-
yentes. Hasta el perodo republicano, cabe distinguir, con
FERNNDEZ DE VELASCO, cuatro perodos histricos en lo
referente a la construccin de cementerios. En el primero,
que llega hasta la Ley de 8 de enero de 1845, se construye
con los fondos de fbrica de las iglesias, y se suple con
los de propios; en la segunda poca, que abarca de 1845
a la Ley municipal de 1870, construccin y coste corren a
cargo del Ayuntamiento; en el tercer perodo, de 1874 al
Estatuto Municipal de 1924, aparece ya el cementerio mu-
nicipal, incluso como base de imposicin; el cuarto pe-
rodo cubrira la vigencia del Estatuto de Calvo Sotelo
y terminara con la secularizacin operada por Ley de 30
de enero de 1932, a la que ya haba precedido un Decreto
provisional de 9 de julio de 1931 (20). La marginacin del
podero eclesial slo durar el tiempo de la II Repblica
y, como veremos, la discriminacin volvi a recrudecerse
al final de la guerra civil.
172
que toda tendencia municipalizadora del rgimen de ce-
menterios -con la consiguiente merma del poder ecle-
sistico- hall las mayores resistencias por parte de la
organizacin catlica ya desde la famosa Real Cdula de
3 de abril de 1787. En los ltimos momentos de la Mo-
narqua, la jurisprudencia nos muestra la prolfica con-
flictividad entre la Iglesia y el Estado con motivo de una
pluralidad de Reales Ordenes del Ministerio de la Gober-
nacin encaminadas a evitar en lo sucesivo, por motivos
higinicos y con respecto a los derechos adquiridos, los
enterramientos en las Sacramentales. As, por ejemplo, la
Sentencia de 3 de enero de 1931 confirma la decisin ape-
lada del Tribunal Provincial de Madrid en el sentido de
reconocer el derecho a construir sepulturas en terreno
adquirido para tal fin en la Sacramental de San Isidro,
con la oposicin del Ayuntamiento madrileo. El Tribunal
Supremo seala que si bien las Reales Ordenes invocadas
por el recurrente ordenan la no admisin de nuevas se-
pulturas, respetan los derechos adquiridos y el actor lo
tena con arreglo al Reglamento de dicho cementerio (21).
Otra Sentencia, igualmente contencioso-administrativa, la
de 11 de julio de 1930, revoca, slo en parte, una Real
Orden de Gobernacin sobre derecho de enterramiento
en Sacramentales y otros extremos. Se funda, principal-
mente, en que no hay razn legal alguna que autorice a
impedir, como hace la Real Orden recurrida, de enterra-
miento en las sacramentales, a comprar terrenos y cons-
truir mausoleos en los referidos cementerios, y a la que
corresponde, recprocamente, a las entidades eclesisticas
para venderlos. Su ltimo considerando seala:
173
sus cofrades y personas a ellos asimilados y esta-
bleci la doctrina de que las Archicofradas no
pueden hacer valer los derechos de stos en va
contenciosa, sino tan slo los suyos propios, tal
doctrina no tiene aplicacin al caso de autos, pues
al declararse por esta Sentencia que los particu-
lares de quienes se trata tienen derecho a adquirir
terrenos para construir sus mausoleos, se declara
tambin el correlativo de la Sacramental, que es
demandante en este pleito, de vendrselos (23).
174
suficientemente impermeable a la poltica como para se-
guir manteniendo decisiones similares a las de aos pre-
cedentes, en especial en el tema de los derechos adquiri-
dos. As, la Sentencia de 25 de mayo de 1932, a propsito
del clsico litigio entre una Archicofrada y Gobernacin,
reitera los mismos argumentos (26) y la misma decisin
que la de 11 de julio de 1930. Con carcter incidental, el
respeto a la existencia de Sacramentales puede verse,
igualmente, en la Sentencia de 25 de abril de 1931 (27)
sobre la que tendremos ocasin de volver. Pero, como es
evidente, el anticlericalismo republicano debe buscarse
lejos del antiguo convento de las Salesas.
A los treinta y ocho das de ser proclamada la II Re-
pblica, el Gobierno provisional expidi un Decreto sobre
Libertad de Cultos (22 de mayo de 1931) que supondr
el inicio de las hostilidades entre el Estado republicano
y la Iglesia. El 9 de julio del mismo ao 31, otro Decreto,
referente a enterramientos en cementerios civiles, acre-
centar las malas relaciones entre ambos poderes, en es-
pecial por el duro Prembulo que encabezaba la disposi-
cin (28). Ciertamente, venan establecindose a veces
verdaderas luchas en torno a los muertos y ello, en ver-
dad, obedeca a las determinaciones oscuras y viciosas de
las Reales Ordenes de 18 de marzo de 1861 y de 8 de no-
viembre de 1891 referida la primera a la tenencia de las
175
llaves del cementerio por parte de los curas y a la facultad
de stos para autorizar o desautorizar los enterramientos,
y la segunda a las inhumaciones de prvulos. Pero, como
ya hemos insistido en este trabajo, no hace falta una de-
claracin formal de guerra para derogar una normativa
injusta. Para ello basta el articulado y el principio [ex
posterior derogat priorem que recoge el Ttulo Preliminar
del Cdigo civil. Slo tres artculos contena el Decreto de
9 de julio de 1931. En el primero se deca que los cemen-
terios civiles dependern exclusivamente de la autoridad
municipal, nica competente para conocer de todo lo que
respecta a su guarda, conservacin y as como en lo que
concierne a enterramientos civiles. El artculo segundo se
refera a que quienes murieran sin haber alcanzado la
edad de testar seran enterrados conforme a la voluntad
de los padres o tutores (y no de la Iglesia, como hasta en-
tonces). Por ltimo, el artculo tercero confiaba a la inter-
pretacin que, de la tcita voluntad del muerto no prvu-
lo, hicieran los familiares o causahabientes, el enterra-
miento de ste, cuando no constare su voluntad expresa.
Como veremos, la situacin se endurecer con la Ley secu-
larizadora de 1932.
La Constitucin de 9 de diciembre de 1931, tras procla-
mar laico al Estado en su artculo 3, deca en el 27:
176
En 1932, al margen de la asptica (en el doble sentido
de la palabra) y an vigente Orden de 31 de octubre
de 1932 (29), se dicta la clebre Ley secularizadora de
30 de enero, que, fiel a la Constitucin, proclamaba en su
artculo primero que los cementerios municipales sern
comunes a todos los ciudadanos, sin diferencias fundadas
en motivos confesionales. En las portadas se pondr la
inscripcin Cementerio Municipal. Slo podrn practicar-
se los ritos funerarios de los distintos cultos en cada se-
pultura. Las autoridades harn desaparecer las tapias que
separan los cementerios civiles de los confesionales, cuan-
do sean contiguos. La guarda, administracin, conserva-
cin y rgimen de enterramientos en dichos cementerios
corresponde a la autoridad municipal. Esta Ley, que al
final renunci a la dura Exposicin de Motivos que acom-
paaba el proyecto gubernamental, preconizaba como si-
tuacin deseable el llegar en el futuro a la total munici-
palizacin de los cementerios, y para ello se serva de la
frmula incautatoria que desarrollara en sus artculos
6 y siguientes el Reglamento de 8 de abril de 1933. La fr-
mula para expropiar estos bienes de la Iglesia era harto
diversa a la que hoy conocemos para los mismos supues-
tos (30). El artculo 6 del Reglamento no poda basar en
mayores vaguedades la causa expropiandi: ... podrn [in-
cautar los Ayuntamientos] no slo cuando carezcan de
cementerio propio, sino tambin cuando la incautacin
sea muy necesaria o muy conveniente atendidas las cir-
cunstancias de cada caso concreto. En definitiva, se de-
jaba a la mera discrecionalidad u oportunidad municipal
177
el adoptar el acuerdo, en el que, a tenor del artculo 7,
deba figurar el da y la hora de la incautacin que sera
comunicada a su dueo o representante legal. En la fecha
y lugar sealados el Secretario municipal levantara acta
de la incautacin haciendo constar las incidencias (artcu-
lo 8), entre ellas si haba asistido al acto el propietario,
pudiendo recabarse cooperacin de otras autoridades en
caso de resistencia del dueo o de terceros (artculo 9).
De abusivo puede considerarse el procedimiento incauta-
torio, ante el que, una vez levantada acta al propietario,.
slo le quedaba el derecho a hacer valer sus ttulos lega-
les. Pero, en unas atribuciones dudosamente administra-
tivas, el artculo 10 del Reglamento de 1933 sealaba que
el Ayuntamiento, en vista de estos ttulos y de los dems
datos y pruebas de que pueda tener conocimiento, deci-
dir si considera o no propietario del cementerio al que
pretende serlo. Se trataba de una facultad declarativa
tpicamente judicial, con el agravante de que esa decisin
municipal se beneficiaba de la presuncin de legalidad y
del privilegio de ejecutoriedad. Slo en el caso de que el
Ayuntamiento considerase dueo a quien tal pretenda, se
abra el procedimiento expropiatorio. De no reputar como
propietario al interesado, a ste slo le quedaba la posi-
bilidad de acudir a un juicio civil, declarativo, en cuyo
caso se suspenda el inicio de la expropiacin, pero no la
incautacin. Aqu cabra distinguir algo hoy difcilmente
deslindable: la incautacin sera la lesin y sacrificio de
derechos y la expropiacin una garanta para el admi-
nistrado. De hecho, si el que se crea propietario no acuda
a la va civil, el cementerio segua en manos municipales,
ya que la incautacin supona de facto una ocupacin
previa al justiprecio, que es lo nico que quedaba por
fijar cuando se iniciase la expropiacin a que se refie..
ren los artculos 11 y siguientes del Reglamento (31). Pese
178
a tan arbitrario sistema, la ignorancia y el anticlericalis-
mo llevaron a muchos Ayuntamientos a actuar en va de
hecho, a pesar de las facilidades procedimentales que el
reglamento les conceda. Apenas promulgada la Ley secu-
larizadora, y a falta del desarrollo reglamentario precep-
tivo, algunos Ayuntamientos se incautaron a la fuerza de
los cementerios parroquiales. JIMNEZ LOZANO nos recuer-
da cmo la Audiencia de Oviedo estim la admisibilidad
de un interdicto de recobrar interpuesto por un. prroco
rural contra el Ayuntamiento asturiano de Castrilln, por
haber obrado en va de hecho. La decisin de la Audien-
cia se hizo pblica ellO de septiembre de 1932, cuando an
la Ley no estaba desarrollada (32). Entre las primeras
Sentencias del Supremo, una vez acabada la guerra, figu-
ran algunas relativas a incautaciones irregulares. La de
8 de octubre de 1939 (33) declara nulo el acuerdo incau-
tatorio por no estar vigente siquiera la propia Ley de 1932,
publicada el 6 de febrero: El escrito de reposicin con-
tra el acuerdo municipal de incautacin y exigencia de la
llave del parroquial de F. de la F. fue presentado el 23 del
propio mes (de febrero del 32), necesariamente tuvo que
estar comprendida entre ambas fechas (publicacin y re-
posicin) la del expresado acuerdo, que no aparece trans-
crito en el expediente gubernativo; yen consecuencia, fue
aqul adoptado antes de que transcurriesen los veinte das
exigidos por el. .. Cdigo civil, de aplicacin general a toda
clase de leyes, para que stas tengan fuerza de obligar,
a menos que claramente dispongan lo contrario; y como
tal excepcin no la contiene la repetida Ley de 30 de enero
de 1932, fue prematuro y nulo el acuerdo de incautacin
del cementerio parroquial de F. de la F., que derivaba
179
de aquella Ley. El siguiente Considerando de esta inte-
resante sentencia aada que esta nulidad puede ser re-
clamada ante esta Jurisdiccin (el Tribunal Provincial se
haba declarado, con aparente premeditacin anticlerical,
incompatible), ya que el derecho, por nadie discutido,
que sobre la propiedad del cementerio parroquial corres-
ponda a la Iglesia, estaba al amparo de disposiciones de
carcter administrativo como lo es la Ley de Expropia-
cin Forzosa, por lo que era procedente el recurso con-
tencioso-administrativo entablado contra una expropia-
cin basada en un acuerdo legalmente inexistente, y que
no ha podido dar paso a la esfera de la jurisdiccin ordi-
naria, por lo que es inadmisible la excepcin de incom-
petencia alegada por el Fiscal. Pero es que, aunque hu-
biera estado vigente la Ley del 32, tampoco cabra expro-
piar, pues sta prevena que haba de atemperarse (la
incautacin) a las bases que se establecieran por el Poder
ejecutivo, las cuales no se haban todava formulado ...
sin que, entretanto, fuera dable al particular acudir a la
va civil, ya que se ignoraba a la sazn si eran o no ajus-
tados a la nueva Ley especial los acuerdos administrativos
de expropiacin, lo cual era preciso dilucidar en esta va
(contenciosa). En cualquier caso, creemos que hubiera
sido aplicable, como sealaba la Audiencia de Oviedo en
el litigio antes reseado, el acudir a la va interdictal por
actuar el Ayuntamiento en va de hecho. Sin Reglamehto
que desarrollara la forma incautatoria, igualmente se apo-
der del cementerio parroquial el Ayuntamiento de S. I.
el 25 de abril de 1932. El Obispo acude al Tribunal Pro-
vincial de lo Contencioso-Administrativo, quien (en otra
lamentable decisin) se declar incompetente al estimar
la excepcin de un Fiscal sectario que consider civil
el asunto en cuestin. El Tribunal Supremo, en 1940
-Sentencia de 12 de marzo (34)-, se inhibe, pero por un
motivo distinto a las argumentaciones del Ministerio P-
180
blico: por la evidente desaparicin del hecho determinan-
te del pleito (la derogacin de la Ley de 1932 operada en
1938). No obstante, el Supremo, en esta decisin, echa por
tierra el carcter civil de la controversia al sealar que
en ningn modo es civil, sino administrativo, el derecho
que (se) invoca como vulnerado y que consiste en haber
prescindido de la observancia de reglas de carctr admi-
nistrativo garantizadoras de los derechos de los expro-
piados.
El Reglamento de 1933 content, sin embargo, a la
Iglesia en un punto mnimo: ante la falta de precisin de
la Ley, que exiga acreditacin expresa de los mayores de
20 aos para ser enterrados religiosamente (artculo 4),
los Prelados teman que hasta los sacerdotes y religiosas
pudieran ser enterrados civilmente con gran escndalo,
si no hacan la declaracin expresa ante dos testigos que
ordenaba la Ley (35). El artculo 26 del Reglamento, sin
embargo, previ este supuesto invirtiendo la presuncin
general de enterramiento civil salvo documento expreso
en contrario: Los sacerdotes, ministros y religiosos pro-
fesos de los distintos cultos podrn ser enterrados con
arreglo a los ritos de sus respectivas religiones si no hu-
biesen dispuesto lo contrario. Quiz por una maliciosa
y restrictiva interpretacin del masculino plural religio-
sos, a las religiosas se las oblig, en ocasiones, a ente-
rrarse en cementerios comunes y, con ese motivo, sus con-
ventos fueron objeto de diversos atentados en la poca re-
publicana (36). En cuanto a los cementerios privados, el
Reglamento de 1933 (artculos 20 y siguientes) ordenaba
la confeccin de un inventario de los mismos a fin de no
permitir ms enterramientos que aquellos de las personas
cuyos derechos adquiridos se hubieran hecho constar en
el elenco citado. Contra la no inclusin por el Ayuntamien-
to de un cementerio privado -o sus futuros ocupantes-
181
caba un recurso de alzada (15 das) ante el Gobernador
civil. Con respecto a estos enterramientos en cementerios
privados, en 1934 se dict una Orden (de 3 de diciembre)
que ordenaba a los Jueces Municipales la autorizacin de
estas inhumaciones en los casos de personas incluidas en
los inventarios municipales sea cualquiera la condicin
de los ex propietarios del cementerio y el lugar en el que
el mismo est emplazado. Al margen de un Decreto de
carcter fiscal (37) de fecha 20 de diciembre, la disposi-
cin ms caracterstica del ao de la Revolucin fue la
Orden de 23 de febrero de 1934 sobre enterramientos re-
ligiosos. En ella rezuma una intransigencia y un recelo
hacia los cristianos que para s hubiera querido el Santo
Oficio con respecto a los judos. El primer artculo deca
que las Autoridades gubernativas facilitarn el ejercicio
de este derecho en la medida que lo autorizan las leyes.
El segundo se refera a eventuales alteraciones de orden
pblico, dejando ante la sospecha de las mismas faculta-
des de regulacin a los Alcaldes, quienes, en los casos de
duda (artculo tercero) en su funcin gubernativa dele-
gada, deban consultar a los Gobernadores civiles respec-
tivos. En 1935, el Gobierno de la C. E. D. A., consciente de
las muchas incautaciones ilegales que se estaban produ-
ciendo, expidi el Decreto de 5 de diciembre, de acuerdo
con el cual, los Ayuntamientos que hubieran obrado en
va de hecho al incautar cementerios debern reintegrar-
los o subsanar las omisiones en el trmino de treinta
das a menos que los dueos hubieran aceptado la incau-
tacin y hubieran sido total o parcialmente indemnizados.
Otras dos disposiciones en materia mortuoria fueron dic-
tadas en 1935 (38), aunque de escaso inters para nuestro
:(37) Que exima del pago del 20 % de propios a las rentas
producidas por los cementerios municipales por considerarlos
comprendidos entre las fincas urbanas a que se refiere el aparta
do 2. de la Real Orden de 23 de abril de 1858 con la excepcin
de aquellos Municipios que tuvieran el impuesto de consumos.
(38) La Orden de 14 de diciembre de 1935 (sobre higiene de
coches fnebres en traslados) y la Orden de 15 de abril de 1935
182
estudio. En 1936, la victoria de la izquierda anticlerical
en febrero, supuso un buen nmero de acciones antijur-
dicas contra la Iglesia y 'los catlicos, pero, sobre todo,
propici el levantamiento del 18 de julio que repondra,
hasta extremos insospechados, los signos religiosos de-
nostados durante la Repblica (39).
C) El resurgimiento eclesistico
183
Ayuntamientos de los lugares en que conste que yacen
restos de personas asesinadas por los rojos; la Orden de
1 de mayo de 1940 sobre exhumacin de cadveres de per-
sonas asesinadas por los rojos. Todas estas disposiciones
correspondan al Ministerio de Gobernacin. En 1944 la
Ley de Bases de Sanidad Nacional declara la confesiona-
lidad de los cementerios construidos por los Municipios
en su Base 33, con lo que comienza una nueva etapa en
el Derecho mortuorio espaol que, bajo los ropajes de
un tecnicismo sanitario y jurdico, seguir ocultando la
diversidad de muertos restablecida en 1938. Todava des-
pus de esta Ley de Bases se dictar alguna disposicin
cuyo trasfondo son los cadveres de la contienda fratrici-
da. As, por ejemplo, la Orden de Presidencia de 11 de
julio de 1946 que prorroga indefinidamente los enterra-
mientos temporales de los cados en la Guerra de Libera-
cin o la Orden de Gobernacin de 16 de junio de 1947
relativa a enterramientos en Madrid y sus alrededores.
La proteccin de la Iglesia catlica en la normativa
de postguerra alcanza su cnit en el artculo 6 del Fuero
de los Espaoles de 17 de julio de 1945:
184
los directores de las sectas o personas encargadas del
culto son libres de organizar ceremonias religiosas a con-
dicin de que no persigan otros fines, es decir, relaciones
polticas con grupos ilegales o propsitos que no sean pu-
ramente piadosos o litrgicos (40). En tal sentido, los
Gobernadores deban informar a Gobernacin de las auto-
rizaciones de templos que realizasen y de los abusos y
violaciones que se pudieran cometer por las sectas. Aun
as esta tolerancia debi reputarse excesiva, ya que el 23
de febrero de 1948, en una circular a los Gobiernos civiles,
se dice que los derechos reconocidos han sido sobrepasa-
dos, habindose hecho tan numerosos como se demostr
por otra parte antes de nuestra cruzada y los templos
protestantes han sido camuflados de centros masnicos
contra el orden pblico... Vuestra Excelencia pondr el
mayor celo en vigilar estrechamente las actividades de las
confesiones religiosas mencionadas. Tres meses despus
de esa circular los Obispos espaoles apostaban por la
interpretacin ms restrictiva del artculo 6 del Fuero de
los Espaoles: ... est redactado en un sentido ms res-
trictivo que el artculo 11 de la Constitucin de 1876
bien porque sus autores han partido de la base de la uni-
dad catlica, establecida por el Concordato de 1851 [que
en esto poco cambiara en 1953] Y reafirmado en la Con-
vencin de 1941 entre la Santa Sede y el Gobierno espaol
o bien para evitar lo que sucedi con la Constitucin
de 1876, cuando, en 1910, el Presidente del Consejo, seor
Canalejas, alarg la tolerancia del artculo 11 ms all de
lo que desearon los autores de ese artculo... El artculo 6
del Fuero dice claramente que lo que tolera es el ejercicio
privado del culto no catlico, pero que las ceremonias o
manifestaciones exteriores que no sean las de la religin
catlica no estarn permitidas. No hay, pues, lugar a lla-
mar lo del Fuero, como lo hacen ciertos protestantes, una
185
ley permisiva de la libertad de cultos; y mucho menos a
celebrar cultos pblicos o a hacer proselitismo protestan-
te, como si la libertad de culto existiera en Espaa, lo que
ha dado lugar a incidentes desagradables que han sido co-
mentados en el extranjero (41).
No nos vamos a detener en las situaciones de intole-
rancia producidas hasta la Ley de Libertad Religiosa de
1967. Este tema, de otra parte, ha sido objeto de un estu-
dio brillante al que nos hemos referido en ms de una
ocasin (42).
La llegada de la Monarqua constitucional supuso la
aconfesionalidad del Estado y la retirada de las tapias y
dems discriminaciones en los cementerios municipales.
Pero, como venimos repitiendo, y a salvo de lo que el Es-
tado pueda obtener de un pacto con la Iglesia, los cemen-
terios de sta -que siguen siendo numerossimos- son
an lugares exentos de la aplicacin del principio de
igualdad. Con la Ley de 3 de noviembre de 1978 se res-
petan todos los derechos parroquiales y, en caso alguno,
se prev ningn gnero de incautacin que no sea la va
expropiatoria ordinaria con el procedimiento privilegiado
para los bienes de la Iglesia del artculo 94.2 del Regla-
mento de Expropiacin Forzosa.
Pero lo que no tiene ya ningn sentido es intentar gra-
var de alguna manera el dominio pblico municipal de
los cementerios en favor de la Iglesia. Se ha dicho, recien-
temente, por la doctrina canonista, invocando la clsica
distincin entre bienes y cosas, que mientras la peculiari-
dad de un rgimen patrimonial deriva de que un bien, sea
del tipo que sea, pertenezca a un determinado sujeto de
derecho; el rgimen de las cosas deriva de la naturaleza
de lo que es objeto de posesin y no del sujeto que pqsee.
y as, el estatuto de los templos, cementerios, objetos de
186
culto, etc., es independiente de su titularidad patrimonial,
que puede corresponder tanto a una confesin religiosa
como a cualquier otro sujeto de derecho (43). Ahora bien:
si un cementerio parroquial se asienta sobre un predio
de un tercero (lo que en la prctica es difcil, pues suele
exigirse la cesin en favor de la Iglesia) es fcil compren-
der la distincin; pero en el caso de los cementerios mu-
nicipales, abolida la confesionalidad estatal, no cabe ha-
blar ms que de simple demanialidad y administracin
nica municipal. El papel de la Iglesia en las necrpolis
pblicas es meramente espiritual -sin perjuicio de que
haya capellanes contratados como cualquier otro trabaja-
dor-, sin que puedan alegar derecho alguno sobre un bien
demanial. Pero el problema de un pas que deja de la no-
che a la maana de ser catlico en sus leyes no se arregla
de forma inmediata. Baste recordar el espinoso tema del
Cuerpo de Capellanes Castrenses en el Ejrcito o el no
menos conflictivo supuesto de las previsiones urbansti-
cas de dotaciones religiosas.
187
cesin de parcelas y sepulturas, la percepcin de tasas y
otros derechos procedentes de la ocupacin de terrenos y
licencias de obras, el nombramiento y remocin de em-
pleados y la llevanza del libro, foliado y sellado, de regis-
tro de las sepulturas (44), de conformidad con el artcu-
lo 60 del RPSM. En tal sentido, todos los cementerios p-
blicos (y particulares) de poblaciones superiores a 10.000
habitantes debern contar con un Reglamento de Rgimen
interior, que, segn el artculo 61 RPSM, ser aprobado
por el Gobernador civil, previo informe de la Jefatura
Provincial de Sanidad. Sin perjuicio de que, posterior-
mente, sealemos a quin le corresponde en la actualidad
la facultad aprobatoria, es digno de resear cmo el Re-
glamento de 1960 de Sanidad Mortuoria, que obligaba a
que todo Municipio contara con un cementerio, al menos,
de su propiedad, impona consecuentemente el deber de
contar con un Reglamento de rgimen interior a todos los
Ayuntamientos (vase artculo 67 RPSM de 1960 y Sen-
tencia de 24 de febrero de 1978). La normativa de 1974,
consciente de que tal obligacin no fue realizada, amn
de posibilitar los cementerios mancomunados, slo esta-
blece el deber de un reglamento de rgimen interior en
poblaciones superiores a 10.000 habitantes. Igualmente,
los Ayuntamientos debern prever en sus Planes Genera-
les o Parciales de Ordenacin Urbana la instalacin de un
depsito funerario, como lugar de etapa del cadver entre
el domicilio y el cementerio (45). La autorizacin de estos
depsitos, previos dictmenes sanitarios (46), corresponde
igualmente a la autoridad municipal. Igualmente corres-
ponde determinar a los Ayuntamientos en sus figuras de
planeamiento las zonas destinadas a necrpolis (artculo
49 RPSM) y adjudicar las concesiones a las empresas fu-
188
nerarias, a menos que opten por el monopolio municip,a-
!izado (art. 43 RPSM). Tambin, en sus funciones de be-
neficencia, los Ayuntamientos debern contar con fretros
para indigentes fallecidos en el trmino municipal. Los
lmites municipales juegan, igualmente, a la hora de con-
siderar un sepelio ordinario (artculo 27 RPSM) o no (47).
Por ltimo, no debemos olvidar la misin que la Ley de
3 de noviembre de 1978 encomienda a los Ayuntamientos
de ser los garantes del principio constitucional de no dis-
criminacin (48).
Siguiendo con la Administracin Local -y al margen
de las mancomunidades de ayuntamientos a las que DOS
hemos referido- las Diputaciones Provinciales (u rga-
nos que las sustituyan en las regiones uniprovinciales) y
Cabildos insulares tienen algunas funciones de carcter
auxiliar y supletorio en materia mortuoria. As, el artcu-
lo 255, 4, j. LRL establece la cooperacin de los organis-
mos provinciales con los Ayuntamientos en materia de
construccin de cementerios, si bien considera preferente
la ayuda a otros diversos campos (aguas, alcantarillado,
alumbrado, botiqun, higiene, matadero, mercado, bom-
beros, deporte escolar). Tambin puede cooperar desde
la perspectiva de las funciones urbansticas supletorias.
Todas las Diputaciones y Cabildos debern disponer de un
coche fnebre, tanto para los servicios hospitalarios e ins-
tituciones benfico-asistenciales como para suplir las de-
ficiencias de los Municipios con menos disponibilidades.
Igualmente es obligacin subsdiaria de los organismos
189
provinciales -en defecto de prestacin municipal- el fa-
cilitar un fretro a los indigentes fallecidos en un estable-
cimiento dependiente o tutelado por estas Corporaciones.
En el mbito de la provincia fijaba el RPSM de 1974
un importante nmero de procedimientos autorizatorios
que quedaban en manos del Gobernador civil o del Jefe
Provincial de Sanidad. As podramos enumerar algunos:
enterramientos, en situacin de alarma, sin fretro (artcu-
lo 10 RPSM); conducciones de cadveres a hombros; con-
duccin desde el lugar de la muerte al domicilio (art. 14
RPSM); exposicin al pblico del cadver y prrroga de
la misma (16 RPSM); desembarco de cadveres (24 RPSM);
inhumaciones en panteones (26 RPSM); traslados (27
RPSM); informes vinculantes en materia de autorizacin
a empresas funerarias y depsitos de cadveres en suelo
urbano (43 y 46 RPSM); aprobacin de las tarifas de todos
los servicios funerarios (45 RPSM); apertura, suspensin
y clausura de cementerios (55 y ss. RPSM); aprobacin del
reglamento de rgimen interior de cementerios de ms de
10.000 habitantes (61 RPSM) y procedimiento sancionador
(Adicional 2. RPSM). A estas atribuciones hay que unir
3
190
La vuelta al regionalismo institucional mediante IQs
regmenes provisionales de autonoma comenz con el
Real Decreto-Ley de 29 de septiembre de 1977, relativo a
Catalua, y se culmin el 31 de octubre de 1978 con el co-
rrespondiente a Castilla-La Mancha. Dos meses despus,
la Constitucin de 27 de diciembre de 1978 ratificara en
su polmico Ttulo VIII el modelo descentralizado de Es-
tado pergeado por las preautonomas (49). Simultnea-
mente a este proceso, en las reformas administrativas de
los inicios de la Monarqua, se desvincul la materia sa-
nitaria del Ministerio de la Gobernacin, crendose un
efmero Ministerio de Sanidad y Seguridad Social con sus
correspondientes rganos en la periferia. Desaparecan
as las Jefaturas Provinciales de Sanidad, cuyo protago-
nismo principal en materia de polica mortuoria puede
verse a cada paso en el RPSM, y aparecan, en su lugar,
unas Delegaciones enfticamente llamadas Territoriales
de dicho nuevo Ministerio. Los Jefes Provinciales de Sa-
nidad pasaron a ser Directores Provinciales de la Salud
a las rdenes de los Delegados. Pero los cambios frecuen-
tes de Gobierno llevaron a refundir el apenas creado Mi-
nisterio de Sanidad y Seguridad Social con el de Trabajo,
situacin que se mantuvo hasta el Decreto de 27 de no-
viembre de 1981. La burocracia sanitaria comenz a
aumentar y- alejarse del administrado, por cuanto, amn
del Ministro habra un especfico Secretario de Estado y,
a nivel provincial, por encima de los rganos existentes
con anterioridad se situaba el Delegado conjunto de Sa-
nidad y Trabajo. Estos inconvenientes, derivados de una
mala gobernacin y de una prctica deslegalizacin (hasta
el D.-Ley de 7-12-82) del artculo 3 de la Ley de Rgi-
men Jurdico de la Administracin del Estado, lleva-
ron, en momento en que las transferencias a los Entes
Preautonmicos en materia sanitaria comenzaban a ser
(49) Vid. TOLIVAR ALAS: El control del Estado sobre las Comu-
nidades Autnomas, lEAL, Madrid, 1981, pp. 124 Y ss.
191
efectivas, a una confusin de competencias digna de ser
monogrficamente estudiada. Por otro lado, los Gobier-
nos civiles, en tina amplsima exgesis de sus facultades
de polica, han seguido concurriendo en materia sanita-
ria aun cuando sta estuviese ya transferida. El caos de
la Administracin perifrica, cada vez ms ingente y con
menos competencias, llev al Gobierno a dictar el Real
Decreto de 24 de julio de 1981 sobre reestructuracin de
la misma. En dicha disposicin se ordena el cambio de
nombre de los Delegados por el de Directores Provincia-
les de cada departamento, no pudiendo haber ms de uno
por cada Ministerio. Por otro lado, esas Direcciones Pro-
vinciales se integran en forma efectiva bajo la real supre-
maca del Gobernador civil (artculo 3). Se excepta
--como siempre en Derecho Administrativo- lo concer-
niente a las Delegaciones de Hacienda. Pero este tmido
cambio, fundamentalmente semntico, est impregnado
de la provisionalidad tpica de los actos gubernamentales
actuales, en espera de una prctica liquidacin de la Ad-
ministracin Perifrica, una vez en marcha el modelo auto.
nmico, tal como han pactado el Gobierno y el partido
mayoritario de la oposicin, de acuerdo con el Informe
de la Comisin de Expertos presidida por GARciA DE EN-
TERIA (SO).
Sin embargo, la reduccin a un mnimo de la Adminis-
tracin del Estado en provincias no quiere decir que, en
torno a la figura del Gobernador civil, rgano que se man-
tiene (51), no conserve la Administracin General una se-
rie de atribuciones desconcentradas (cumpliendo con el
artculo 103 de la Constitucin), entre las que debe figu-
192
rar a la cabeza el orden pblico en el amplio sentido al
que nos hemos referido en el primer Captulo.
El Gobernador civil, al dictarse el RPSM en 1974, era,
de una parte, el delegado del Gobierno en la provincia y,
de otra, el representante mximo del Ministerio de la
Gobernacin en la doble vertiente sanitaria y de orden
pblico. Hoy en da, este esquema se ha modificado y
slo en supuestos de calamidad pblica puede el Gober-
nador invadir por necesidad las atribuciones sanitarias
de otros rganos. Sin embargo, la precipitacin de los
Decretos de transferencias a los Entes Preautonmicos no
ha permitido una racional comprensin de todos los as-
pectos en juego que la materia mortuoria ofrece. No es
aceptable decir que se transfiere la totalidad de las atri-
buciones de la Administracin del Estado a los entes re-
gionales, porque ello supone ignorar la concurrencia de
competencias que se da en este punto necesariamente.
Tomando al azar el Real Decreto de 7 de septiembre
de 1979 relativo a determinadas transferencias al Pas
Vasco, vemos cmo, sin mayores precisiones, el artculo S,
prrafo c), seala que se transfieren:
193
II
y es que ni todas las facultades atribuidas por el RPSM
a la Administracin perifrica del Estado son de carcter
sanitario ni todas las facultades sanitarias contenidas en
el mismo son susceptibles de ser transferidas a los Entes
regionales. Por su propia naturaleza -como dice el ar-
tculo 150.2 de la Constitucin- y por razones de forma,
ya que, al estar incluidas entre las reservadas por el Texto
Fundamental al Estado requeriran, cuando menos, una
Ley Orgnica de las que prev el citado artculo 150.2 de
la suprema norma. En cuanto al Anexo que acompaa a
estos Decretos de transferencia debemos considerarlo de
una ligereza lamentable. Baste decir que alguna de las
disposiciones a las que remite al Gobierno Vasco estn
derogadas. Esta frivolidad -que tanto acrecienta la con-
fusin autonmica- bien merece un pequeo comenta-
rio. Incluye el citado Anexo las siguientes disposiciones
afectadas por el cambio de titular:
a) El Reglamento de Polica Sanitaria Mortuoria de
1974. Ya hemos sealado que es ilusorio traspasar in tato
las competencias estatales. Sobre ello volveremos, pero
baste decir aqu que el Anexo no establece precisin al-
guna.
b) La Real Cdula de 19 de mayo de 1818, sobre en-
terramientos en conventos de religiosas. Est derogada
desde hace muchos aos. Los nicos enterramientos per-
mitidos fuera de recintos comunes, se contienen en la Real
Orden de 30 de octubre de 1835 y en la Real Orden de
18 de julio de 1887.
e) La Real Orden de Interior de 30 de octubre de 1835.
Como acabamos de decir, esta disposicin, sobre enterra-
mientos en atrios o huertos de los cementerios o con-
ventos de religiosas, s est en vigor.
194
d) La Real Orden de 12 de mayo de 1849 sobre pro-
hibicin de inhumaciones en iglesias y dentro de la ciu-
dad. Fue derogada en 1887.
e) La Real Orden (como la anterior, a la que derog,
de Gobernacin) sobre prohibiciones y excepciones al r-
gimen de enterramientos comunes. Est declarada vigente
por el RPSM de 1974. Data del 18 de julio de 1887.
1) La Real Orden de Gobernacin de 5 de abril de 1905
sobre trnsitos de cadveres hasta el cementerio. Fue de-
clarada vigente en 1960, pero derogada en 1974.
g) La Real Orden de 21 de julio de 1924 (Goberna-
cin) sobre procedimientos aeternitas para la conserva-
cin de cadveres y su permisividad. Esta Orden s est
vigente, pero arrastra una curiosa historia: fue refundida
por el Reglamento de 1960 que, sin embargo, se equivoc
en la fecha y la llam Orden de 24 y no de 21 de julio.
Quiz por no encontrar los confeccionadores de la Regla-
mentacin de 1974 ninguna disposicin de fecha 24, opta-
ron por declarar vigente la Orden en cuestin con su
autntica fecha, pese a que, en realidad, se haba refundi-
do en el Reglamento de 1960. Su difcil localizacin hizo
que la Recopilacin Aranzadi no incluyese, en la tabla de
vigencias del RPSM de 1974, su Referencia. Pero puede
verse en el Diccionario Aranzadi, R. 4934, en nota.
h) La Real Orden de Gobernacin de 2 de septiembre
de 1962, sobre reglas de inhumacin en las Sacramentales.
Esta disposicin fue tcitamente derogada durante la Re-
pblica. Al considerar el Rgimen Nacional que deban
resucitar las normas revocadas en la etapa anterior (as
se expresa la Ley de 1938) fue declarada en vigor en el
RPSM de 1960, aunque fue derogada en 1974.
i) La Real Orden de Gobernacin de 28 de marzo
de 1931, sobre atribuciones civiles y eclesisticas en los
traslados de cadveres. Fue derogada en la 11 Repblica
y resucitada, ope legis, en 1938~ Pero ni el RPSM de 1960
ni, con mayor motivo, el de 1974, la declaran vigente.
195
j) La Resolucin de la Direccin General de Sanidad
de 2 de junio de 1931 sobre modelo de certificado de
defuncin. Aunque entra en el bloque de lo derogado al
final de la guerra civil, lo cierto es que su nfimo rango
y su tecnicismo han hecho que se aplicara despus de la
contienda. Pero tambin hay que decir que no se encuen-
tra entre las disposiciones vigentes en el cuadro de 1974.
k) La Orden de Gobernacin de 31 de octubre de 1932
s est vigente. Es, en realidad, la nica disposicin repu-
blicana en esta materia que se ha querido mantener vi-
gente. Se refiere a depsitos de cadveres y a entrega de
cuerpos de indigentes a Facultades de Medicina.
1) La Orden de Interior de 31 de octubre de 1938.
Ya la hemos comentado en el primer captulo. Aunque
declarada en vigor en 1974, hoyes doblemente inconstitu-
cional por discriminatoria y por confesional. Se refiere
a enterramientos en criptas a cambio de una donacin
para que la Iglesia reconstruya lo destruido por los rojos.
m) La Orden de Gobernacin de 7 de febrero de 1940
sobre modelo de actas de exhumacin no ha sido incluida
en la tabla de vigencias de 1974.
n) La Orden de Gobernacin de 26 de noviembre
de 1945 s est vigente. Se refiere a las condiciones para
embalsamamientos y haba sido refundida en el RPSM
de 1960, siendo, en 1974, declarada en vigor por separado.
) La Orden de Gobernacin de 17 de marzo de 1952,
sobre modificacin de embalsamamientos, tambin fue
refundida en 1960 y declarada, por s sola, vigente en 1974.
o) La antepenltima di'sposicin citada en el Anexo
del Decreto de 7 de septiembre de 1979, es la Orden de
Gobernacin de 27 de febrero de 1956, por la que se de-
clara de utilidad sanitaria la frmula vitamortis para
'embalsamamientos y conservacin de cadveres. De ella
se puede decir lo mismo que de las dos anteriores.
p) La Orden de Gobernacin de 1 de septiembre de
1958, por la que se derogan determinadas disposiciones
prohibitivas de la celebracin de exequias de cuerpo pre-
196
sente en las iglesias y templos destinados al culto, s
est en vigor.
q) Por ltimo, y lgicamente vigente al ser posterior
al actual RPSM, la Resolucin de la Direccin General de
Sanidad de 21 de noviembre de 1975 se refiere a traslados
de cadveres con la consideracin de sepelios ordinarios.
No incluye el anexo del Decreto de Transferencias otras
dos disposiciones que s estn en vigor: la Orden de 17 de
febrero de 1955 y la Resolucin de 13 de julio de 1973,
publicada tres aos despus (aunque debe tratarse de una
errata de la Gaceta de Madrid) en el B. O. E. de 28 de
julio de 1976.
Sin nimo de buscar nuevos conflictos en el espinoso
tema de la difcil existencia de competencias en las Co-
munidades Autnomas, digan lo que digan los Estatutos,
conviene hacer alguna matizacin al respecto. Hasta el
momento se ha transferido la facultad de ejecucin, en
materia mortuoria, a los entes regionales. Pero siempre
haciendo referencia al Reglamento estatal. Una normativa
que toque tan diversos puntos -libertades pblicas, ur-
banismo, sanidad interior supracomunitaria, sanidad ex-
terior, facultades incautatorias sobre el cadver o sus Vs-
ceras, orden pblico, regulacin penal. ..- difcilmente
puede sustraerse al Estado. En algunos de estos temas
existe una reserva legal, bien constitucional, bien por el
principio de congelacin del rango. Y lo que es propio de
regulacin por la Administracin, desde el momento en
que tiene por objeto el traslado e inhumacin de restos
humanos sobrepasando el marco de una Comunidad Aut-
noma parece conveniente que sea establecido desde un
prisma comn para todo el Estado; o lo que es lo mismo,
que se reserve una cierta potestad reglamentaria general
en la materia a la Administracin General. En el fondo
subyace la necesidad de un tratamiento igualatorio para
todos los espaoles ante la muerte, igual que existe con
respecto a la vida. Y si los derechos y libertades de los
vivos -y, por supuesto, el principio de igualdad- corres-
197
ponden en su articulacin legal al Estado, no .parece me
nos conveniente que, ante la muerte, y aun cuando el ca
dver no deje de ser ms que una cosa, los espaoles sean
objeto de unas normas comunes que garanticen la igual
dad en el ltimo viaje y en la ltima morada.
La idea de una competencia exclusiva es, de por s, ab-
surda en este punto. Los ayuntamientos tienen las atribu-
ciones ms importantes, pero sera una temeridad el pre
conizar, al amparo de su autonoma constitucional, el ca-
rcter excluyente de las mismas. Apenas proclamada la
JI Repblica una Sentencia del Tribunal Supremo de 6 de
octubre de 1931, proclam enfticamente esa exclusividad
municipal, cuando un Ayuntamiento impugn ante el Mi
nisterio de la Gobernacin la construccin de un cernen
terio en el Municipio limtrofe. El Ministerio -pese a la
existencia de un acto de tutela por el Gobernador civil-
desestima el recurso por no ser de su competencia y el
Supremo, en la misma lnea, seala:
198
tionadas. A ello nos hemos referido en otro lugar y lo
volvemos a repetir ahora. En segundo lugar, es falso que
todo lo referente a enterramientos y polica sanitaria den-
tro del Municipio sea competencia del Ayuntamiento. Este
debe plegarse a la Reglamentacin general y a la evidente
concurrencia de una pluralidad de personas jurdico p-
blicas. Precisamente, tambin en la Repblica, la recelosa
Orden de 23 de febrero de 1934 consideraba que en casos
de duda sobre autorizacin de un sepelio religioso, los
Alcaldes en su funcin gubernativa delegada deban con-
sultar a los Gobernadores civiles (artculo 3). Y si bien
es cierto que se refiere a un problema hipottico de orden
piffilico no es menos cierto que ello desvirta el que todo
.10 relativo a cementerios y enterramientos sea de compe-
tencia municipal originaria. Y es que, en el tema mortuo-
rio, como tantas veces estamos reiterando, se acumulan
los ms diversos enfoques jurdico-administrativos. .
Volviendo sobre las actuales transferencias a los Entes
regionales, y a falta de mayores precisiones legales, vemos
muy fciles de asumir por las Comunidades Autnomas
lo relativo a las antiguas funciones de las Jefaturas Pro-
vinciales de Sanidad contempladas en el RPSM y disposi-
ciones conexas. Igualmente nos parece lgico que asuman
(o compartan, como ahora ocurre en materia de suspen-
sin de acuerdos locales) las atribuciones fiscalizadoras
sobre los Ayuntamientos, aunque su autonoma en mate-
ria sanitaria o urbanstica (ver Real Decreto-Ley de 16 de
octubre de 1981) deba robustecerse. Sin embargo, as como
vemos difcil el traspaso de las competencias gubernativas
en lo que atae a la seguridad pblica, a tenor del artcu-
lo 149, 1, 29. de la Constitucin, as parece improbable
que pueda transferirse a las Comunidades Autnomas
algo ms que el simple desarrollo y ejecucin de aquellos
aspectos sanitario-mortuorios que rebasen el mbito co-
munitario. La Constitucin es tajante en este punto; es
de competencia exclusiva del Estado la Sanidad (artcu-
lo 149.1.16.). Y, en tal sentido, ya que nos hemos referido
199
a ttulo de ejemplo a las transferencias al Pas Vasco, su
Estatuto (posterior al lamentable Decreto que venimos
comentando) es plenamente respetuoso con la Constitu-
cin en su artculo 18.1.
En definitiva, ni existe (53) exclusividad en materia
mortuoria, ni puede existir. Las Comunidades Autnomas
se encuentran, en el escaln inferior, con las atribuciones
municipales que son, sin duda, las ms importantes. Y en
cuanto a la asuncin de la totalidad de competencias es-
tatales baste enumerar algunos aspectos de nuestro tema
para que quede disipada cualquier duda. Entre stos nos
encontramos con: el orden pblico, la fijacin de las obli-
gaciones mnimas municipales, los traslados supracomu-
nitarios, la coordinacin y las Bases de la sanidad interior,
la sanidad exterior (traslados internacionales), la regula-
cin del principio de no discriminacin, las relaciones con
la Iglesia Catlica y dems confesiones legalmente reco-
nocidas, las bases y principios de la expropiacin (en caso
de cementerios privados), el estatuto de los bienes derna-
niales y comunales y su mutacin y desafectacin, el r-
gimen general de la propiedad y el suelo, la determinacin
de supuestos de alarma por epidemias, la regulacin penal
y administrativa de las sanciones y un largo etctera.
Sabiamente, el Tribunal Constitucional, ante la impug-
nacin por 56 senadores socialistas de varios preceptos re-
lativos a la autonoma municipal, seal en Sentencia
de 2 de febrero de 1981 que
200
ca de la Administracin del Estado en materia
de cementerios pblicos y privados, no puede ca-
lificarse de inconstitucional por cuanto no puede
afirmarse que no concurran razones sanitarias
que excedan del estricto mbito de los intereses
peculiares de los entes locales.
Las competencias municipales en esta materia
no tienen as que excluir necesariamente otras
competencias concurrentes.
201
Civiles o penales o administrativas o laborales. Por ello
las cuestiones prejudiciales e incidentales estn a la or-
den del da. Pero, adems, muchas veces ocurre que no
slo nos encontramos ante una pluralidad de fueros sino
tambin ante cuestiones que, materialmente, ofrecen duda
en cuanto a su calificacin. Los dos supuestos ms claros,
en materia mortuoria, son la delimitacin de infracciones
administrativas y sanciones penales, de un lado, y el ca-
rcter civil o administrativo de las transmisiones de dere-
chos sobre sepulturas. Ni la doctrina ni la jurisprudencia
han encontrado soluciones a estos y a otros problemas
similares, pero, cuando menos, conviene hacer alguna re-
ferencia a estos focos de friccin.
202
menospreciar los cuerpos que dentro yacieran con prcti-
cas que escarnecieran su recuerdo, se redujo al apodera-
miento de lo ajeno con exclusivo nimo de lucro (Sen-
tencia de 15 de marzo de 1955, R. Aranzadi 573). Sin em-
bargo, en las calumnias e injurias a fallecidos (artculo 466
CP) el bien jurdico parece otro que la memoria del muer-
to, al exigirse que las difamaciones trasciendan a la fami-
lia yen todo caso al heredero.
Un extrao bien jurdico protegido se encuentra en la
extensin que la Ley de 24 de abril de 1958 oper en el
delito de allanamiento, incluyendo como tal la violacin
de lugares sagrados (56) Y edificios religiosos, y adicio-
nando, a tal fin, un artculo 492 bis en el Cdigo Penal.
Se trataba de desarrollar el artculo XII del Concordato
y no se encontr mejor lugar de colocacin, para proteger
la inviolabilidad de estos lugares, que al lado del allana-
miento de morada. Y mientras el bien jurdico protegido
en esta ltima tipificacin se deriva de que la inviolabi-
lidad de la morada es un aspecto, o manifestacin, de la
libertad iridividuallocalizada (57), el 492 bis comprende
una tipologa totalmente discordante con el allanamien-
to que no se fundamenta en el bien del hogar o del do-
micilio ciudadano, sino que se trata de un fuero privile-
giado (58) de naturaleza totalmente distinta.
Como vemos, en el Derecho Penal no existe una valo-
racin genrica derivada del hecho de la muerte y de los
203
bienes que subsisten tras producirse sta. Y si es prcti-
camente imposible saber dnde termina la levedad que
hace de una inhumacin ilegal falta o delito, la concu-
rrencia del Derecho Administrativo y sus sanciones agrava
ms la situacin. Las reglas de que se suele valer el jurista
para saber si un ilcito es administrativo o penal (sobre
todo la relativa a la inferior sancin de la infraccin ad-
ministrativa) siguen quebrando da a da (59). Mientras
el Cdigo punitivo castiga con represin privada y multa
de 500 a 5.000 pesetas la inhumacin que da lugar a falta,
el Reglamento de Polica Sanitaria Mortuoria seala la
facultad de los Gobernadores civiles para sancionar, a
propuesta de la autoridad sanitaria, las infracciones de
este Reglamento con multa de hasta 100.000 pesetas,
salvo que constituyan delitos o faltas sancionadas con
arreglo al Cdigo Penal, en cuyo caso las actuaciones
practicadas se remitirn a la autoridad judicial. Las in-
fracciones muy graves se corregirn con multas de hasta
500.000 pesetas por el Ministerio de la Gobernacin (60)>>.
Todo ello es ridculo. Cmo una infraccin que d
lugar a multa de medio milln de pesetas va a ser infe-
rior a una falta si stas se castigan con un tope de 5.000
pesetas? Ni siquiera el delito de inhumaciones ilegales
lleva aparejada tal cuanta en la parte econmica de la
pena (arresto mayor y multa de 20.000 a 100.000 pesetas).
Pero es que el absurdo no se acaba aqu: supongamos que
el particular sancionado por el Ministro competente re-
curre jurisdiccionalmente ante tal medida. Y llega a las
204
mas altas instancias de 10 contencioso-administrativo. En
ese momento un Juez de Paz considera objeto de falta
contra el rgimen de poblaciones la accin que motiv la
sancin gubernativa y no slo le impone al infractor una
multa irrisoria, sino que, adems, paraliza, de acuerdo
con el artculo 4 LJCA, la decisin de la Justicia Admi-
nistrativa.
Las soluciones a estos absurdos no deben buscarse en
forzadas o bien intencionadas interpretaciones o reglas
jurdicas, sino en una clara modificacin de las relaciones
entre las sanciones penales y las administrativas que, a
nuestro juicio, debera basarse en tres puntos:
205
tivo: la transmisin del ttulo funerario. En este sentido
nos encontramos con las Sentencias de 12 de mayo de 1950
(relativa a la transmisin de un Derecho funerario con
ocasin de un ttulo que se anula) y de 9 de octubre
de 1960 (sobre transmisin de sepultura). Esta jurispru-
dencia que preconiza el carcter estrictamente civil de
dicha transmisin ha comenzado a ser parcialmente rec-
tificada en la ya comentada Sentencia de 24 de febrero
de 1978, que establece que nada relativo a un enterramien-
to en un cementerio municipal puede ser completamente
ajeno al Ayuntamiento y a la Jurisdiccin Contenciosa.
Otros problemas entre el Derecho civil y el Administrati-
vo pueden verse en la Sentencia de 25 de abril de 1931 que
declara administrativa la relacin entre las Sacramentales
de San Justo, San Isidro, San Lorenzo y Santa Mara de
la Cabeza y el Ayuntamiento de Madrid. Otras exclusiones
del carcter civil de una relacin (en concreto de carc-
ter expropiatorio derivada de las incautaciones republica-
nas de cementerios) pueden verse en las ya comentadas
sentencias de 8 de octubre de 1939 y 12 de marzo de 1940.
En cualquier caso, y aun cuando parezca conveniente
que la Jurisdiccin Contenciosa conociese de todas las
relaciones entre los usuarios del servicio pblico de ce-
menterios y el Administrador del bien de dominio pbli-
co, lo cierto es que dicha Jurisdiccin puede conocer de
todas las incidencias y prejudicialidades civiles que se le
planteen, en los trminos del artculo 4 de su Ley regu-
ladora.
20~
artculo 15 RPSM establece con respecto al transporte de
cadveres conservados y embalsamados, el artculo 27 de
la misma disposicin distingue entre sepelios ordinarios
(los que se efecten dentro de los cementerios del propio
Municipio o Mancomunidad mediante fretros comunes)
y especiales (los que, en atencin a la distancia o al estado
del cadver, precisan mayores garantas sanitarias). Los
restos cadavricos slo requieren de autorizacin ordina-
ria de la autoridad sanitaria provincial y pueden ser tras-
ladados en caja de restos por los propios particulares
interesados (la norma no exige ningn ttulo especial ni
vinculacin familiar con el muerto), de conformidad con
el artculo 33 RPSM.
Volviendo a los traslados de cadveres dentro del te-
rritorio nacional, a tenor del artculo 27 RPSM y de la Re-
solucin de la Direccin General de Sanidad de 21 de no-
viembre de 1975, stos podrn ser considerados como or-
dinarios, cuando las autoridades provinciales autoricen
el sepelio a desarrollar entre ncleos de poblacin conti-
nuos o que cuenten para relacionarse entre s con vas de
comunicacin fciles, comprendiendo en este concepto
todos los municipios de la provincia, as como los de las
provincias limtrofes. La autorizacin, en estos casos, est
supeditada a las condiciones tanto meteorolgicas como
de estado del cadver, as como del medio de transporte
a utilizar y, en todo caso, a que dicho cadver sea inhu-
mado en el cementerio de destino antes de las 48 horas
del bito. Los vehculos y los fretros, salvo concretas ex-
cepciones apreciadas por la autoridad autorizante (anti-
guos Jefes Provinciales de Sanidad), sern los normales
para los sepelios a celebrar en circunstancias ordinarias,
~s decir,.los previstos en el artculo 41 RPSM.
En el caso de que el sepelio no pueda considerarse
ordinario, la autoridad sanitaria autorizar, con las debi-
das cautelas, el traslado solicitado. La peticin debe ha-
cerse en la provincia del domicilio mortuorio. El rgano
autorizante telegrafiar, entonces, oficialmente al Alcalde
207
de la localidad de llegada -si es dentro de la misma pro-
vincia- o al organismo sanitario provincial, cuando se
trate de un traslado interprovincial, comunicando la auto-
rizacin. De no constar esta autorizacin, cualquier per-
sona que tenga conocimiento de un traslado en condicio-
nes antirreglamentarias, deber dar cuenta a las autori-
dades judiciales y sanitarias (artculo 29 RPSM). Cuando
se trate de cadveres ya enterrados, la autorizacin es ms
rgida, pues est sometida a un doble procedimiento de
otorgamiento: en primer lugar, debe permitirse la exhu-
macin, para lo que ha de acompaarse el certificado de
enterramiento y ser ponderada la idoneidad de la misma
por la autoridad sanitaria en los trminos de los artcu-
los 30 y siguientes del RPSM; en segundo lugar debe auto-
rizarse el traslado propiamente dicho, que quedar con-
dicionado a las cautelas impuestas por la autoridad com-
petente.
Sin embargo, este resumen que hemos hecho con res-
pecto a los traslados de cadveres debe ser completado
con dos supuestos frecuentes en nuestros das. Huelga
decir que nos referimos a los casos de transportes interre-
gionales e internacionales.
A) Traslados extracomunitarios
20S
les de Sanidad a los Entes regionales, las comunicaciones
de los traslados no sufren mayor alteracin que la pura-
mente semntica en cuanto al rgano requirente y al re-
querido. Permtasenos la libertad -al margen de leyes
orgnicas armonizadoras- de recordar cmo el buen sen-
tido impone que estas notificaciones se hagan siempre en
castellano, ya que, en la corta andadura autonmica, no
es la primera vez que un pueril nacionalismo llev a noti-
ficar en vascuence o en cataln, a organismos de otros
puntos de Espaa, las ms diversas comunicaciones...
Los problemas de fondo de la sanidad mortuoria con
respecto al tema autonmico estriban, sin embargo, como
en tantas ocasiones, en el controvertido punto de la ex-
clusividad de competencias y si, en definitiva, las Comu-
nidades Autnomas van a poder autonormarse en esta ma-
teria con independencia de la regulacin estatal. A ello ya
hemos hecho alusin en su momento y no procede repetir
lo apuntado entonces.
.209
14
nicos competentes para instruir el expediente de trasla-
do de cadveres a Espaa. Para autorizar la entrada y
circulacin por nuestro pas del cadver, deber garan-
tizarse el embalsamamiento o conservacin del mismo)
as como la idoneidad de los fretros y su hermetismo.
El cierre del atad ser presenciado por un funcionario
de la Cancillera consular, quien levantar acta, en la que
necesariamente resear las caractersticas de aqul. So-
bre el fretro se cruzar una cinta que ser lacrada con
el sello del Consulado. Si la autoridad sanitaria de la fron-
tera espaola observara deficiencias en la conservacin
del fretro que presagiaran dificultades en el transporte,
ordenar el depsito del cadver en el cementerio ms
prximo dando inmediata cuenta a la Direccin General
de Sanidad.
La documentacin que se debe presentar ante el cnsul
espaol en el extranjero consta de una instancia en la que
se consignarn los datos del interesado solicitante (aqu
no se habla de familia) as como del fallecido (lugar donde
est enterrado, certificado mdico o judicial de la muerte,
etctera) y el itinerario previsto desde la exhumacin a la
reinhumacin. No existiendo problema de salubridad gra-
ve, el funcionario consular expedir un documento nico
autorizante, con tantas copias como autoridades espao-
las deban conocer del asunto, y archivar la solicitud, a la
vez que tramitar, por medio del Ministerio de Asuntos
Exteriores, la peticin a la Administracin sanitaria espa-
ola, que ser quien, en definitiva, autorice el traslado y
d cuenta a los organismos perifricos o regionales com-
petentes en las provincias por las que haya de transitar
el cadver.
Este procedimiento, sin embargo, encuentra su mayor
escollo en la aplicacin de la ley territorial del pas ex-
portador. Por ella se regulan las exhumaciones y el trans-
porte del cadver hasta la frontera.
Como es lgico, el RPSM no contiene previsiones con
respecto a lo que es competencia inequvoca de los rga-
210
nos de otro pas. Pero, por otro lado, tampoco detalla a
quin corresponde obtener las autorizaciones de exhuma-
cin y traslado por territorio extranjero. Si bien el tema
del transporte parece que debe resolverse a partir del ex-
pediente iniciado por el Consulado, la exhumacin corres-
ponder a los interesados, ya que, el artculo 36 b) RPSM
incluye entre la documentacin aneja a la instancia pre-
sentada ante el Consulado espaol la copia de la peticin
de autorizacin. Y aunque no se precisa a qu autori-
zacin se r~fiere, por el contexto parece deducirse que se
trata de la solicitada a la autoridad del lugar donde se
encuentra enterrado el cadver que se desea trasladar.
En cuanto a las exportaciones de cadveres, los fami-
liares o representantes del fallecido (aqu s se detalla
quienes son los interesados, o, lo que es lo mismo, quines
mantienen derechos sobre el cadver) a travs de su Con-
sulado en Espaa solicitarn a la autoridad sanitaria de
la provincia su deseo de realizar el traslado. La documen-
tacin es similar a la exigida para las importaciones. El
organismo sanitario provincial trasladar su decisin, en
caso de ser afirmativa, a la autoridad fronteriza y a las
delegaciones o servicios de las provincias por las que haya
de transcurrir el viaje; en caso de duda sobre la conve-
niencia del traslado, se trasladar la resolucin a la Di-
reccin General central (artculo 38 RPSM). Los familiares
o representantes del fallecido debern acreditar ante el
Consulado espaol la tramitacin necesaria para obtener
la autorizacin que permita la entrada del cadver en el
pas de destino.
En resumen, existe, tanto en las entradas como en las
salidas de cadveres, una concurrencia de ordenamientos
y una duplicidad de gestiones: la de los propios interesa-
dos y la de los funcionarios consulares. Sera, pues, de-
seable regular mediante convenio el rgimen de traslados
internacionales, ya que el actual procedimiento, basado
en una constante prctica, choca con importantes difi-
cultades, entre las que se encuentran las derivadas de los
211
prIvativos regmenes de polica sanitarIa. As, unos pases
regulan con gran rigor higienista las exhumaciones y las
condiciones de los fretros de traslados, en tanto que otros
son relativamente flexibles y menos exigentes en cuanto
a profilaxis. Se echa, por tanto, en falta un actualizado
convenio plurinacional que uniformice criterios y supri-
ma trabas procedimentales, garantizando el mayor cuida-
do sanitario y las menores dificultades para realizar estos
traslados. Ciertamente, el Derecho internacional ha pres-
tado poca atencin a los temas mortuorios (61).
212
Pero, adems del transporte de cadveres con fines
privados, existen otros supuestos de contenido jurdico-
pblico. Tal es el caso de que sea un Estado quien reclame
directamente los restos de una personalidad poltica, cien-
tfica o literaria. La muerte de un alto mandatario durante
un viaje al extranjero, o la de un intelectual en el exilio
son hechos que no pueden calificarse de excepcionales.
En estos casos, no se trata de satisfacer el inters de unos
particulares de hacer reposar en suelo cercano a una per-
sona allegada. Aqu es el propio Estado el que se muestra
parte en la peticin. Sin embargo, tampoco el Derecho
internacional se ha ocupado de este tema que, en pases
como Espaa, llenos de cicatrices y destierros, puede en-
cerrar no slo un sentimentalismo acreedor de todo res-
peto, sino tambin el deseo de una definitiva reconcilia-
cin nacional (62).
213
RECAPITULACION GENERAL
215
Pero, de otro lado, existe todo un conjunto de efectos
y conceptos no menos jurdicos, que se fijan no tanto en
los sucesores del fallecido como en el propio cadver,
desde el instante de la muerte hasta la prctica desapa-
ricin fsica del mismo.
La dogmtica tradicional ha tendido a estudiar desde
la ptica civilista la casi totalidad de los aspectos jur-
dico-mortuorios, e impregnada de resabios teolgicos se
ha detenido en el cadver slo desde el ngulo de la ex-
tincin de la personalidad y con un temor reverencial a
contemplarlo desde el Derecho de cosas. A lo ms, los
tratadistas clsicos llegaron a vislumbrar el aspecto real
de los restos humanos, pero embozndolo, piadosamente,
con los calificativos propios de lo sacro o, en general, de
lo que est fuera del comercio de los hombres. Pero lo
peor de tales eptetos debe hallarse en el contagio que la
concepcin sagrada de los muertos (al menos de los orto-
doxos) extendi a las sepulturas y a los propios cemen-
terios. La jurisprudencia criminal del Tribunal Supremo
es bien elocuente al respecto. Hasta tiempos bien recien-
tes, las sepulturas fueron concebidas, desde prismas ju-
rdico-privados, como uso, derecho de superficie o ius in
re aliena, cuando no mero dominio. Y los propios cemen-
terios municipales eran antes cosas sagradas que bienes
comunales o del demanio. Esta invasin civilista de reas
jurdico-pblicas, obedeca, evidentemente, a la naturale-
za atribuida al cadver, que llegaba a traducirse en una
exorbitancia a soportar por el Derecho Administrativo.
De ello fue tambin coadyuvante la tradicional confusin
entre lo estatal y lo eclesial que, en Espaa, en materia
de cementerios, ha perdurado hasta 1978. No en balde a
los Ayuntamientos se les exiga la construccin de cemen-
terios catlicos. En resumen, el Derecho civil, aliado casi
siempre con el cannico, estableci una serie de dogmas
que en nada se corresponden con el actual Derecho po-
sitivo y que son ajenos a la realidad terrenal.
216
Hace un momento distinguamos entre las facetas ju~
rdicas que repercuten de forma plena en los familiares
y sucesores y aquellas otras que eran efecto inmediato del
rgimen necesario que debe aplicarse a los cadveres.
Nuestro estudio slo se ha centrado en los aspectos jur~
dico-administrativos ms importantes que hoy en da plan~
tea el derecho mortuorio, como regulacin directamente
derivada de la presencia de un cuerpo sin vida. La muerte
extingue la personalidad, deja sin efecto las relaciones
intuitu personae y obliga al ordenamiento a proveer los
distintos vacos y titularidades que el bito produce.
Pero la muerte no impide que, en torno al cadver, siga
aplicndose el Derecho. El difunto ya no ser sujeto, pero
s objeto, de lo que hemos venido llamando Derecho mor~
tuorio. Y es en ese momento cuando la importancia de
los aspectos jurdico-pblicos sobresale de forma mani~
fiesta.
Si la extincin de la personalidad, el propio concepto
real del cadver, el rgimen sucesorio yel propio Registro
civil (pese a su naturaleza pblica) estn regulados por
el Derecho privado, la polica mortuoria, el servicio p-
blico de cementerios, el principio de libertad religiosa,
las necrpolis y las competencias de las distintas Admi-
nistraciones son temas inequvocamente pblicos.
En resumen, si el ncleo de los aspectos jurdicos que
ataen, tras la muerte, a los vivos allegados al causante,
pertenece al Derecho civil (al margen de otros aspectos
laborales, fiscales, etc.), la regulacin legal que surge de
la propia presencia del cadver es fundamentalmente p-
blica. Cierto es que tambin inciden elementos privados,
como el rgimen mercantil de los transportistas yempre-
sarios de Pompas fnebres, pero an en este caso existe
una subordinacin al rgimen administrativo que puede
municipalizar en monopolio dichos servicios.
Reducido a su verdadero mbito el Derecho civil, pro-
cede analizar las diversas ramas del Derecho pblico que
se ocupan del cadver. Al margen de problemas interna-
217
cionales (Derecho blico, consular, concordatario e, inclu-
so, Derecho del mar), debemos hacer mencin del Dere-
cho Penal, que, en Espaa, ha llegado por mor de la iden-
tidad con la Iglesia, a sublimar el carcter sagrado de los
cementerios y que, en su proteccin de sepulturas y ca-
dveres an no ha sabido cul era el bien jurdico tute-
lable, desdeando el evidente hecho del ataque al derna..
nio municipal (en caso de cementerio del Ayuntamiento),
as como los derechos de los familiares sobre el cadver.
El Derecho penal tampoco ha delimitado claramente qu
es delito y qu es falta en caso de ataque a la polica de
la salubridad, lo que an se complica ms por la ya tra-
dicional concurrencia de los ilcitos administrativos que,
contra toda regla, llevan aparejada mayor sancin que las
infracciones criminales, sin que sea humanamente posi-
ble precisar el tipo de unos y de otras, ya que la nica
previsin clara es la de no acumular dos clases de casti-
go, por un mismo hecho, conforme al principio Non bis
in idem.
Son importantes, tambin, los aspectos constituciona-
les, difciles de deslindar con los administrativos, que se
derivan de los principios supremos de igualdad y libertad
religiosa. Tampoco deben desdearse las repercusiones fis-
cales que la prestacin de servicios funerarios por los
Ayuntamientos produce en las Haciendas Locales. Pero,
sin lugar a dudas, la supremaca del Derecho administra-
tivo en el tema mortuorio es el dato fundamental a tener
en cuenta, lo cual se manifiesta a poco que nos adentre-
mos en la materia.
Al Derecho Administrativo se le reserv, tradicional-
mente, el rea de la regulacin policial de los enterra-
mientos. La tcnica de la polica administrativa, decana
en el derecho pblico, ya incluy la temtica mortuoria
en sus textos ms significativos. As, en 1798, Toms VA-
LERIOLA, en su Idea General de la Polica o Tratado de po-
lica hablaba del contagio producido por los muertos (p-
gina 359) o de los riesgos de los entierros precipitados
218
(pgina 392). El enfoque del Derecho mortuorio desde el
ngulo de la tutela de la salubridad, ha llegado hasta
nuestros das y as puede contemplarse, por ejemplo, en
una moderna tesis, todava indita, de FRUTOS ISABEL.
La nica excepcin en todo el Derecho espaol la cons-
tituye la magnfica obra de FERNNDEZ DE VELASCO, tantas
veces citada en este trabajo, que, por el momento en que
fue redactada, acierta a intuir lo que seran los puntos
bsicos de una concepcin moderna del Derecho mortuo-
rio. En efecto, en 1935, se acababan de producir dos he-
chos trascendentales para nuestro tema: de un lado el re-
conocimiento constitucional del principio de libertad re-
ligiosa, lo que acarre la secularizacin de los cemente-
rios, la incautacin por los Ayuntamientos de necrpolis
parroquiales y la consiguiente declaracin de guerra entre
la Iglesia y el Estado; de otro lado, el Tribunal Supremo
acababa de empezar a pronunciarse en el tema mortuo-
rio desde su consideracin urbanstica.
El rgimen que sigui a la guerra civil volvi a acen-
tuar la concepcin de la polica higienista, deslindndolo
del rgimen de enterramientos por motivos religiosos
que, en 1938, haba vuelto a separar a los catlicos de los
heterodoxos. En los aos sesenta, sin embargo, la juris-
prudencia de la Sala 4. a del Tribunal Supremo empieza
a detectar el autntico problema de los cementerios: su
incardinacin en la ordenacin integral del territoriQ, muy
tmidamente contemplada en el Reglamento de Polica
Sanitaria Mortuoria e ignorada en la legislacin del Suelo.
Con el advenimiento de la Monarqua actual se produ-
ce, nuevamente, la secularizacin de los cementerios mu-
nicipales, pero se viene a eximir, en la prctica, a los cam-
posantos parroquiales del cumplimiento del principio
constitucional de no discriminacin. Este respeto hacia la
Iglesia evitar, sin duda, las confrontaciones entre lo ca-
nnico y lo estatal, de las que son un expresivo exponente
la Defensa de los cementerios catlicos redactada por
RUIZ DE VELASe O en 1907 y, ya en la II Repblica, los es-
219
critos del canonista BLANCO NJERA. Sin embargo, esta re-
verencia hacia la Iglesia tiende a crear reductos exentos
de aplicacin constitucional, en dudosa compatibilidad
con el principio de territorialidad de las normas.
La jurisprudencia de los ltimos aos se ha fijado en
los cementerios como emplazamientos que sirven a las
ciudades y que deben contar con un permetro legal de
proteccin. Pero esta distancia ya no obedece slo a cri-
terios higinicos -los cementerios desde el Reglamento
de actividades molestas de 1961 ya no son establecimien-
tos insalubres-, sino tambin, y muy fundamentalmente,
a la necesidad de planificar la totalidad de un Municipio.
Este dato viene corroborado por la compatibilidad de
usos que se permite sobre la superficie destinada a ne-
crpolis -anteriormente se exiga la monda de todo el
cementerio- a partir del Reglamento de 1974. Los cemen-
terios deben estar alejados de la poblacin por motivos
de posible ampliacin y por la tipologa edificatoria, al
margen de algn problema de tipo higinico, como puede
ser el de las capas freticas. Sin embargo, la normativa
general del suelo y la que atae a la sanidad mortuoria
prcticamente se ignoran. De ah la importancia de esta
plena inclusin que est llevando a cabo la jurisprudencia.
Los Tribunales, igualmente, tendrn que vigilar el efec-
tivo cumplimiento de los principios de igualdad y liber-
tad religiosa preconizados en la Constitucin y en la Ley
de 3 de noviembre de 1978. Esta ltima Ley prev la cons-
truccin de pequeos edificios en los cementerios para
uso de las diversas confesiones religiosas, desapareciendo
as el monopolio de la Iglesia catlica. Tambin, al regu-
lar el Reglamento de Sanidad Mortuoria la obligacin de
establecer en los Planes de ordenacin lugares de etapa
entre el cementerio y el domicilio del fallecido, se est
facilitando un lugar que supla las veces de un templo, en
casos de muertos aconfesionales. Pero el Estado, a tenor
de la Constitucin y de la propia Ley Orgnica de Liber-
tad Religiosa de 1980, debe mantener estrechas relaciones
220
Con las Iglesias, en propord6n a las creendas de los eS-
paoles, lo que quiere decir que la Religin catlica no
va a verse marginada bajo ningn concepto. Antes bien,
como ya se ha sealado, la Ley de cementerios municipa-
les de 1978 no slo respeta a la Iglesia de Roma, sino que
establece, por causa del Concordato, un privilegio a todas
luces excesivo.
Tambin debern los Tribunales hacer frente a los nue-
vos problemas que en un futuro inmediato se deriven
tanto de las nuevas tcnicas de tratamiento y cremacin
de cadveres como de los litigios que se susciten en apli-
cacin de la Ley de 27 de octubre de 1979, por la que se
permite, en determinados supuestos, la extraccin de r-
ganos y vsceras de cadveres como consecuencia del so-
metimiento al inters general de toda la riqueza del pas
en sus diversas formas (artculo 128 de la Constitucin).
Pero quiz el mayor reto que se les plantee en breve
a los rganos jurisdiccionales -incluido el Tribunal Cons-
titucional- sea la resolucin de litigios entre las distin-
tas Administraciones pblicas competentes en materia
mortuoria, tanto por cuestiones sanitarias como por con-
flictos en el espinoso punto de las atribuciones urba-
nsticas.
221
CONCLUSIONES
223
taran sobre el mismo unas facultades similares a las del
propietario que es limitado de forma muy rigurosa en
la tenencia de una cosa insalubre, mediante fuertes me-
didas policiales (en este caso la inhumacin o la crema-
cin), cuya inobservancia acarrea una sancin adminis-
trativa o penal.
- No slo pueden hallarse relaciones posesorias en el
derecho mortuorio, sino que, tambin, y con respecto al
dogma de que el cadver es una cosa ajena al trfico ju"
rdico, debe tenerse en cuenta que el mismo ordenamien-
to que prohbe legar cosas extra commercium, permite,
abiertamente, la cesin diferida al momento de la muer-
te, de toda clase de vsceras y rganos. La Administracin
sanitaria, por otro lado, puede en los supuestos previstos
por la Ley' incautarse de esas mismas piezas del cadver
por razones de inters pblico. El cadver revela, as, una
innegable utilidad social, una riqueza no desdeable que
puede ser sustrada a los sucesores, a quienes no se les
asigna indemnizacin sustantiva. Resulta, de otro lado,
innecesario recordar el valor cientfico y pedaggico de
los cadveres, especialmente en campos como la Medicina
o la Historia.
- Sin negar su importancia, el aspecto policial del
tema mortuorio, no es, bajo ningn concepto, ni el ms
importante ni el de mayor repercusin en el actual Dere-
cho pblico. Junto a l deben tenerse en cuenta la duali
dad entre lo eclesistico y lo civil, el carcter de servicio
pblico de las necrpolis, la incardinacin urbanstica de
las mismas y la concurrencia de organismos competentes
en la materia, por poner algunos ejemplos particularmen-
te sobresalientes.
- En el Derecho espaol persiste una dualidad de re-
gmenes entre los cementerios de la Iglesia y los munici-
pales. Pese a la promulgacin de la Ley de 3 de noviem-
bre de 1978, preconizadora de la igualdad tras la muerte,
los vagos mandatos de dicha norma han dejado, en la
prctica, a los camposantos parroquiales al margen del
224
prindpIo de no d.iscrimInad6n. tos cementerIos munid-
pales (o de las Mancomunidades) son bienes de dominio
pblico afectos a un servicio inexcusable y en los que la
polica local debe velar por el cumplimiento del rgimen
de igualdad.
- El reconocimiento de una publicatio o reserva for-
mal de esta materia mortuoria a los Ayuntamientos y
pese a la existencia de un cierto ejercicio de autoridad
policial, se ve, en la prctica, desvirtuada por la libertad
que el Concordato otorga a la Iglesia para levantar sus
cementerios. El control de esa actividad eclesistica pue-
de, sin embargo, ser realizado por los Municipios desde la
vertiente de la planificacin y disciplina urbanstica.
- El carcter demanial de las necrpolis municipales
proscribe toda idea de propiedad privada de sepulturas,
pues stas son esencialmente inseparables del concepto
de cementerio y, en este sentido, ha venido a aceptarlo el
Reglamento de Polica Mortuoria de 1974, al suprimir el
verbo enajenar, que haba presidido la regulacin an-
terior, al referirse al otorgamiento de parcelas y nichos.
La idea propietarista, como todas las que se construyeron
bajo esquemas civiles (uso, superficie, ius in re aliena),
debe ser rechazada ante las claras construcciones de un
Derecho administrativo capaz de autointegrarse.
- Cementerio y sepulturas son conceptos inescindi-
bIes y constituyen la base material para la prestacin de
un servicio pblico nico que se concreta en atender
obligatoriamente las necesidades de la poblacin en ma-
teria mortuoria. Ello implicara, en principio, una presta-
cin directa, la no existencia de una relacin de concesin
demanial y la calificacin formal del otorgamiento -me-
diante el pago de una tarifa- como acto administrativo
de admisin al servicio.
- Los cementerios ya no son, legalmente, lugares per-
judiciales para la higiene pblica. La idea de la polica de
la salubridad ha perdido importancia, y las necrpolis,
hoy en da, no pueden considerarse establecimientos con-
225
15
trarios a la salud donde no quepan otros usos compati-
bles con la misin principal de acoger cadveres. Si hasta
1974 toda nueva utilizacin exiga el traslado de los restos,
o, lo que es lo mismo, una mutacin demanial, hoy se
posibilita que la superficie de los cementerios d cobijo
a otros equipamientos urbanos obligatorios, siempre que
stos puedan ser tolerados por la propia naturaleza de la
necrpolis.
- El cementerio es un equipamiento ms del Munici-
pio, si bien totalmente ignorado por la normativa general
urbanstica que, ni en la parca tipologa de 1956 ni en la
vigente llega siquiera a definir en qu clase de suelo han
de erigirse las necrpolis. Los cementerios no estn, pues,
integrados en la legislacin bsica que ordena el territo-
rio, si bien han sido conectados a ella por el propio Re-
glamento de Polica Mortuoria y, sobre todo, por la juris-
prudencia de la Sala 4.a del Tribunal Supremo.
- La jurisprudencia de los ltimos cincuenta aos en
materia mortuoria, arranca de los litigios entre el Poder
civil y el eclesistico, de la colisin entre el Derecho civil
y el administrativo y de una preocupacin higienista, has-
ta llegar a la actual incardinacin urbanstica de los ce-
menterios, plenamente asumida por el Tribunal Supremo,
el cual ha dado suficientes datos al legislador para una
eventual integracin legal del tema mortuorio en la nor-
mativa general del suelo, especialmente en la modulacin,
exigencia y dispensa del permetro de proteccin de las
necrpolis.
- Si parece necesario abordar la integracin legal, a
todos los efectos, de la temtica mortuoria en la orde-
nacin general del territorio, no menos evidente resulta
la conveniencia de refundir las mltiples y diversas dis-
posiciones vigentes en la materia, en ocasiones difcil-
mente compatibles con los principios constitucionales
que presiden el ordenamiento. La dispersin normativa
en este tema debe ser reconducida, en la medida de lo
posible, a una disposicin nica que elimine la actual pl-
226
yade de leyes, decretos, rdenes y resoluciones de las
ms distintas pocas, estableciendo unas lneas bsicas
a desarrollar posteriormente por las diversas Administra-
ciones Pblicas competentes.
- La nueva organizacin territorial del Estado exige,
por su parte, el esclarecimiento de los mbitos de actua-
cin del Estado, de las Comunidades Autnomas y de la
Administracin Local. Pese a la generosa e imprecisa lite-
ralidad de los Decretos de Transferencia a los Entes Re-
gionales, parece fuera de toda duda que la materia mor-
tuoria supone un conjunto de atribuciones compartidas,
de un lado, con los Municipios, y, de otro, con la Admi-
nistracin del Estado. No en balde la Sentencia Constitu-
cional de 2 de febrero de 1981 ha declarado ajustada al
Texto Fundamental la competencia de la Administracin
del Estado en materia de cementerios pblicos y priva-
dos ... por cuanto no puede afirmarse que no concurran
razones sanitarias que excedan del estricto mbito de los
intereses peculiares de los entes locales. Y lo mismo po-
dra aducirse con respecto a los intereses supracom1ini-
tarios.
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1
ABREVIATURAS
234
GoLDMANN, P.: Mitos liberales, mentalidades burguesas e historia
social en la Espaa Ilustrada. La lucha en pro de cementerios
municipales. (Homenaje a N. SALOMN: Ilustracin espaola e
Independencia de Amrica), Universidad Autnoma de Barce-
lona, 1979, pp. 81 Y ss.
GoNZLEZ LPEZ, M.: Una municipalizacin del servicio de pompa ..
fnebres, REVL, n.O 25, 1946, pp. 47 Y ss.
GONZLEZ DEL VALLE, J. M., y otros: Derecho eclesistico del Estado
espaol, EUNSA, Pamplona, 1980, pp. 384 Y ss.
GUAITA, A.: Derecho Administrativo Especial, 11, Librera General,
Zaragoza, 1965.
235
Muoz MACHADO, S.: Edicin por l preparada y anotada de la
Legislacin del Suelo, Civitas, Madrid, 1979.
ORTIZ DiAz, J.: El precedente administrativo, RAP, n.O 24, 1957, p
ginas 75 y ss.
236
VAQUERO IGLESIAS,1, y FERNNOEZ PI1REZ, A.: Las actttudes colectt.
vas ante la muerte en Asturias durante el siglo XIX a travs
de los testamentos. Notas metodolgicas. Estudios de Historia
de Espaa, M.E.C., Madrid, 1981, pp. 487 Y ss.
VALERIOLA, T.: Idea General de la Polica o Tratado de Polica,
lEA, Madrid, 1977 (impresin original, Valencia, 1798-1805).
VILLAR PALAs1, J. L.: Voz Concesiones administrativas en Nueva
Enciclopedia Jurdica, Seix, IV, BaTCelona, 1952, pp. 684 Y ss.
237
PRINCIPALES SENTENCIAS DEL TRIBUNAL
SUPREMO, EN MATERIA MORTUORIA, CITADAS
EN EL TRABAJO
239
- 6 de octubre de 1931 (R. ranzadi 85i6). Competencias munl
cipales exclusivas.
- 26 de mayo de 1976. Sala 4.. Ponente Sr. BOTEllA y TAZA (R. Aran
zadi 3995). Urbanismo. Indefensin. Procedimiento especial.
- 28 de junio de 1978. Sala 4.&. Ponente Sr. BOTELLA y TAZA (R. Aran
zadi 3501). Municipalizacin del servicio de Pompas fnebres.
- 5 de diciembre de 1979. Sala 4.. Ponente Sr. D1AZ EIMIL (R. Aran
zadi 4178). Enterramiento de Testigo de Jehov.
240
- 21 de diciembre de 1979. Sala 4... Ponente Sr. DAZ EIMIL
(R. Aranzadi 4473). Urbanismo.
241
16
PRINCIPALES DISPOSICIONES VIGENTES
EN MATERIA DE DERECHO MORTUORIO
NORMATIVA LOCAL
245
- Orden Ministerial de 15 de abril de 1981 (Trabajo, Sanidad 'j
Seguridad Social).
246
- Resolucin de la Direccin General de Sanidad de 13 de julio
de 1973 (?) (<<B.O.E. 28 de julio de 1976). Registro de cadveres
en Libro de Cementerio.
- Tnganse en cuenta los Decretos de transferencias a los Entes
regionales a partir del relativo al Pas Vasco de 7 de septiem-
bre de 1979.
247
INDICE GENERAL
Pgs.
CAPiTULO 1
251
Pgs.
CAPiTULO 11
1. Introduccin....................................... ... 95
2. lAs. obligacion~s urbansticas de los Municipios en ma-
tena mortuorza '" 99
3. -Previsin y reserva de suelo para necrpolis 107
A) Las delimitaciones de suelo urbano ... 109
B) Cementerios y Normas Subsidiarias 111
C) Necrpolis y Planeamiento supramunidpal 112
D) Reflexiones sobre el carcter de la superficie de
los cementerios , 115
4. -lAs necrpolis y su adecuacin a las necesidades mu-
nicipales ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... 120
A) Prescripciones comunes sobre enterramientos... 122
a) Fosas.......................................... 123
b) Niohos... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... 125
B) ~ proporciona!idad de las obligaciones en mate
'na de cementenos , 126
5. Los lugares de etapa y los Planes de Ordenacin .,. 127
6. 'La localizacin de los cementerios ... ... 129
A) Los requisitos del emplazamiento... 130
a) Las condiciones intrnsecas del terreno 130
b) Condiciones externas de los cementerios 133
252
Pdgs.
CAPTULO III
ARTICULACION, CONCURRENCIA Y CONFLICTOS
ENTRE LOS DISTINTOS ORGANOS COMPETENTES
EN MATERIA DE CEMENTERIOS
1. Los distintos enfoques del problema ... ... ... ." ... ... 163
2. Iglesia. y Estado: la historia de un continuo conflicto. 165
A) El largo camino hasta la intervencin mUnicipal. 167
B) De los conflictos entre las autoridades civiles y
las eclesisticas al Rgimen del 18 de julio ." 172
C) El resurgimiento eclesistico... ... ... ... ... ... 183
3. La. pluralidad de Administraciones territoriales y el
Derecho mortuorio ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... 187
4. Los puntos de friccin con los rdenes penal y civil 201
A) El Dereoho Penal y la pol~ca mortuoria ... 202
B) ~recho <:iv~l, iSe?ulturas y Jurisdiccin Conten-
closo-AdmUllstrativa ... .., ... ... ... ... ... ... ... ... 205
5. Derecho interno y Derecho internacional en los tras
lados de cadveres ... ... ... ... ... ... ... 206
A) Traslados extracomunitarios 208
B) La aplicacin del Derecho internacional 209
REcAPITULACIN GENERAL 215
CONCLUSIONES 223
ABREVIATURAS ... ... 229
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Pdgs.
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