VERNEAUX, Roger - Problemas y Misterios de Mal - 161 Pag PDF
VERNEAUX, Roger - Problemas y Misterios de Mal - 161 Pag PDF
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LA COLOMBE
EDITIONS DI VIEUX COLOMBIER
Paris, 1956
Roger Verneaux
4
NDICE
Prefacio................................................................................................................ 7
8
PRIMERA PARTE
PERSPECTIVAS METAFSICAS
Ante todo, debemos encarar el mal desde un punto de vista filosfico e in-
cluso, ms precisamente, metafsico.
Un estudio de esta naturaleza promete ser austero. Quien dice metafsica, en
efecto, dice esfuerzo de explicacin racional y manejo de conceptos abstractos.
Pero se trata de un punto de partida obligado, pues lo propio de la metafsica es
proporcionar un pequeo nmero de verdades contra las cuales nada puede pre-
valecer. No se puede exagerar su alcance, por cierto, pero tampoco minimizarlo.
No es ms que una base: permite e incluso reclama otras consideraciones; pero
es una base absolutamente firme y como tal es indispensable para toda sana
reflexin.
Es claro que una masa de cuestiones muy espinosas est incluida en esta
breve declaracin de principio. Como no se puede decir todo a propsito de
todo, limitmonos a sealar dos presupuestos de este estudio.
En primer lugar, damos por concedida la posibilidad de una filosofa cris-
tiana. La cuestin de las relaciones entre la razn y la fe se ha planteado desde
que los primeros pensadores cristianos han intentado poner de acuerdo su cul-
tura profana y su vida religiosa. Ella rige todo el desarrollo de la filosofa me-
dieval, ha sido puesta de relieve y explorada de nuevo en todos los sentidos
hace una veintena de aos. Lo que surge de las discusiones ms recientes es que
el esfuerzo filosfico, en el creyente, no est separado de su fe, pero es distinto
de ella. Ha sido iluminado en todo momento por la Revelacin que le sirve de
algn modo de estrella directriz, pero sigue siendo de orden racional, usa de sus
propios principios, de sus criterios y de sus mtodos, de suerte que sus resul-
tados son vlidos en s mismos, independientemente de la fe. Nuestra filosofa
del mal no ser por consiguiente pagana; ser cristiana, en la lnea de San
Agustn y de Santo Toms, pero ser una filosofa.
En segundo lugar, damos por acordada la posibilidad de un conocimiento
metafsico. Por la fuerza de las cosas tocaremos el problema del conocimiento
en diversos lugares. Pero, de una manera general, admitimos de entrada que la
filosofa tiene por centro la metafsica, y que el espritu humano est dotado de
una intuicin metafsica, que es capaz de captar el ser ms all de los fen-
menos, no bajo los fenmenos, como si ellos lo disimularan, sino en ellos o a
Roger Verneaux
travs de ellos, porque lo revelan. Esta tesis es capital, pues si nuestra razn
estuviera por naturaleza acantonada en el plano de los fenmenos, como lo pre-
tende Kant, no podramos nada ms que describirlos y relacionarlos entre s. En
tanto que, si estamos en condiciones de alcanzar el ser y de determinar sus le-
yes, podremos ensayar comprender el mal en su esencia y explicar su existencia
por relacin a las leyes generales del ser. Sin duda el pensamiento metafsico es
en el hombre necesariamente abstracto, de suerte que se desarrolla en una
atmsfera enrarecida, fra, impersonal, y parece planear muy alto, muy lejos de
la realidad concreta. Pero las verdades que llega a establecer son, por una parte,
absolutamente generales y, por otra, absolutamente ciertas. Este doble privilegio
proviene de que se funda sobre una intuicin del ser. Pues lo que es verdadero
del ser como tal, se verifica en todas partes donde hay ser; ahora bien, no hay
otra cosa. Y la captacin de los primeros principios es inmediata, de suerte que
la inteligencia goza en ella de una evidencia que la satisface plenamente y que
no puede poner en duda.
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CAPTULO I
EL MAL COMO PROBLEMA Y MISTERIO
La primera tarea que se nos presenta es justificar el ttulo de esta obra: Pro-
blemas y misterios del mal. Implica una cierta concepcin del tema tomado en
su conjunto, que formularemos de entrada as: el mal comporta una gran diver-
sidad de aspectos; plantea al espritu un cierto nmero de problemas que se
pueden formular en trminos precisos y que se pueden resolver por un esfuerzo
de la razn; por otra parte, tambin es incomprensible e inexplicable, de suerte
que el espritu se estrella en muchos puntos con misterios. Es esta tesis inicial la
que se tata de examinar.
Ahora bien, nos encontramos en presencia de dos concepciones opuestas. La
expresin: El problema del mal, es clsica. No podramos decir en qu poca se
ha introducido en el lenguaje filosfico, pero es corrientemente empleada en l
desde hace cien aos, como dan fe los manuales y los ttulos de numerosas
obras, libros y artculos. Parece ir de suyo, pero, mirndolo bien, corresponde a
una mentalidad que se puede llamar racionalista, puesto que implica esta idea:
que el mal es comprensible y explicable de punta a cabo. Precisamente por este
motivo su justeza ha sido discutida por uno de los filsofos ms notables de la
edad contempornea, el cual, a pesar de una protesta tarda, debe ser tenido por
un maestro de la corriente de pensamiento llamada existencialista, Gabriel
Marcel1. l considera que el mal no es de ningn modo un problema; es de pun-
ta a cabo misterio.
Qu diferencia hay, ante todo, en general entre un problema y un misterio?
Segn G. Marcel, un problema es una dificultad esencialmente objetiva. La
etimologa, por lo dems, lo indica de un modo suficiente, pues tal es exac-
tamente el sentido primitivo del trmino: lo que est arrojado delante de, ob-
jectum, objeto, objecin, obstculo. Y, en efecto, un problema es una dificultad
que encuentro, y que est toda entera delante de m, como una roca que me obs-
truye el camino, como una piedra contra la cual mi pie va a chocar. Se trata
evidentemente del orden intelectual; un problema es un cierto desorden en las
cosas que detiene la marcha del pensamiento. Pero, por lo mismo que un pro-
blema es objetivo, puede ser discernido y reducido; es justificable por una cierta
tcnica racional, por relacin a la cual se plantea y se define; tcnica y proble-
1
Gabriel Marcel, Le Mystre de ltre, Avant-Propos, 1951.
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12
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6
Gabriel Marcel, tre et Avoir, p. 170.
7
Gabriel Marcel, tre et Avoir, p. 162; De refus lInvocation, p. 79.
8
Gabriel Marcel, tre et Avoir, p. 148.
9
Gabriel Marcel, Du refus a lInvocation, p. 94-95.
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10
Gabriel Marcel, Monde cass, p. 268.
11
Gabriel Marcel, tre et Avoir, p. 251.
12
J. Lachelier, Psychologie et Mtaphysique, en Oeuvres, t. I, p. 218.
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trario, juicio, reprobacin y castigo. Solamente en el caso de que la falta sea una
ofensa personal, una injuria para con nosotros, podemos perdonarla bajo ese
aspecto: entonces se perdona la ofensa, no la falta. En lo que concierne a la falta
misma, el perdn debe ser merecido, y para eso no hay ms que un medio: el
arrepentimiento. Mas si el culpable se arrepiente, merece el perdn, tiene un
cierto derecho a l, y sera inmoral rehusrselo. Sin perjuicio de sanciones exte-
riores que, no obstante, pueden ser necesarias para su educacin o para el orden
social. Por lo dems, si se arrepiente, las acepta e incluso las desea. Resumien-
do: comprenderlo todo sera la condicin de un perfecta justicia, no de una uni-
versal absolucin.
Por ah se encuentran aclarados al mismo tiempo los equvocos en que se
hunde Lachelier. Tendra razn a medias si la explicacin de un hecho consis-
tiera siempre en deducirlo de su causas y, por consiguiente, en mostrar su nece-
sidad. En ese caso, explicar el mal sera, hablando propiamente, no perdonarlo,
sino suprimirlo, hacerlo desvanecer, puesto que una falta moral implica la liber-
tad y desaparece con ella. Mas sa es una interpretacin estrecha y rgida de la
explicacin metafsica. Explicar un hecho puede ser tambin mostrar su posibi-
lidad, buscar los principios y condiciones sin los cuales no sera posible, o tam-
bin, relacionarlo a causas tan contingentes como l mismo. En esta perspectiva,
explicar el mal no es de ninguna manera hacerlo necesario. Un criminal no es
absuelto cuando se ha descubierto cmo y por qu ha matado, si lo ha hecho
libremente. Y la libertad no es negada cuando es explicada por la indetermina-
cin del juicio prctico y, ms profundamente, por la distancia que hay entre el
bien concebido intelectualmente y los bienes percibidos sensorialmente: se ha
marcado su lugar y se ha fundado su posibilidad.
Pero Lachelier no se cie ms que a una forma particular del mal. G. Marcel
aporta una concepcin mucho ms amplia y ms profunda. Qu valor tiene?
De manera general nos parece muy conveniente en cuanto reclama un lugar
para la nocin de misterio en filosofa; hasta es demasiado poco decir que la
aclimata y le da pleno y completo derecho de ciudadana. Puesto que esta no-
cin es de origen religioso, y se aplica primeramente a las verdades reveladas
que son recibidas por la fe, pero que no son comprensibles ni demostrables por
la razn. Pero G. Marcel muestra que no por ello debe ser relegada, o estricta-
mente acantonada, en el orden teolgico; y que el filsofo encuentra realidades
misteriosas en todas las vueltas de su camino. Hacindolo, no reacciona, como
cree, contra el idealismo, pues algunos idealistas han admitido perfectamente la
cosa y la palabra. Lo hemos visto en Lachelier; se puede ver tambin netamente
en Renouvier, quien reconoce formalmente que el ser y la libertad son misterio-
sos. El ser, dice, es el gran misterio que ninguna representacin ha penetrado y
no podr jams penetrar; pero es un misterio de luz, pues en l somos y co-
nocemos todas las cosas. Y la libertad es tambin un misterio, porque es un
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Problemas y misterios del mal
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En primer lugar, es difcil admitir que el mal que no me toca cesa por ello
mismo de ser un mal, o tan slo de ser captado por m como un mal. Decir que
cesa de ser un mal si no lo sufro, es profesar un subjetivismo demasiado atre-
vido. Eso equivale a hacer de m el centro y el soporte del universo, o segn la
palabra del viejo sofista Protgoras, hacer de m la medida de todas las cosas:
en las que son, de su ser; en las que no son, de su no ser. Se vacilar mucho
ante semejante osada; pues si hay una cosa cierta, es que innumerables males
circulan por el mundo sin afectarme de ningn modo. A cada segundo, por
ejemplo, un hombre muere en alguna parte; en este mismo momento los hospi-
tales de Pars estn llenos de enfermos, y muy probablemente algn hombre en
la ciudad est en trance de pecar. El subjetivismo llevado hasta ese punto es un
tiro al aire, y no podemos creer que G. Marcel lo sostenga conscientemente; su
pluma ha debido traicionar su pensamiento.
El subjetivismo est atenuado pero todava reconocible en la idea de que no
puedo captar el mal como tal si yo mismo no lo sufro. El error es menor, pero
igualmente es un error. En primer lugar se trata de constatar el mal? Cuando
una mquina funciona mal, para retomar el ejemplo de G. Marcel, lo veo, lo
entiendo, lo constato sin sufrirlo. Y si el mal afecta a otro hombre, casi siempre
puedo, si lo observo de bastante cerca, darme cuenta de ello, es decir, percibir la
presencia del mal en l y para l. Se dira que es porque me pongo imaginativa-
mente en lugar del otro. De ningn modo. No tengo necesidad de compartir su
sufrimiento para advertir que sufre e intentar consolarlo. Incluso sucede lo con-
trario. Hay un corazn ms fro que el de un cirujano? Felizmente para el en-
fermo. Si lo compadeciera, su mano temblara y fallara su operacin; precisa-
mente por eso no opera nunca a sus allegados. Pero el filsofo est en una situa-
cin semejante. Para poder reflexionar sobre el mal, debe estar exento de l
actualmente al menos. Si no fuera as, su sufrimiento absorbera su atencin y lo
hara incapaz de reflexionar.
Demos un paso ms. La experiencia, cualquiera que ella sea, en m o fuera
de m, no presenta nunca ms que casos particulares; tal o cual mal concreto.
Para captar el mal como tal, en su esencia, es preciso reflexionar sin duda sobre
las experiencias, pero no de manera concreta, quedando a su mismo nivel. Al
contrario, es preciso desprender de las experiencias un concepto, es preciso
abstraer. Por lo dems, es lo que todo el mundo hace espontneamente, y eso es
lo que hace, de buen o de mal grado, G. Marcel. El mal como tal no puede ser
percibido, es concebido.
En segundo lugar, mi situacin en el mundo me impide captar objetiva-
mente el mal que hay en l? No es una cosa segura. Pues si formo parte del
mundo, es por el cuerpo. No puedo desprenderme de l y sobrevolar el mundo
por el pensamiento? Pascal lo ha dicho con su vigor acostumbrado: Por el
cuerpo el universo me comprende y me absorbe como un punto; por el pensa-
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CAPTULO II
ESTATUTO ONTOLGICO DEL MAL
13
J. P. Sartre, Ltre et le nant, p. 76.
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14
R. Polin, La cration des valeurs, pp. 1-3.
15
R. Polin, Du laid, du mal, du faux, p. 33.
16
R. Polin, La cration des valeurs, p. 72.
17
R. Polin, La cration des valeurs, p. 84.
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Problemas y misterios del mal
posibles, pero todos son arbitrarios; no est ligado a ninguno de ellos, ni por
relaciones de realidad, ni por relaciones de necesidad18.
Del hecho de que los valores sean trascendentes a la conciencia sin ser, no
obstante, objetivos, se sigue que no pueden ser conocidos. La evaluacin que
los pone es un acto diferente del conocimiento que versa sobre lo objetivo e
inmanente19. Dicho de otro modo: siendo los valores irreales, no pueden ser
verdaderos, ni captados por intuicin, ni determinados por un procedimiento
terico. Pero pueden ser comprendidos. Para ello es necesario y basta que cada
conciencia los reinvente y los recree por s misma reasumiendo la actitud que
los ha hecho surgir por primera vez20. Una tal comprensin no tiene nada en
comn con un conocimiento, menos todava con una justificacin.
Por ltimo, qu hay de los valores llamados negativos, como el mal, lo feo
y lo falso? Para R. Polin no hay valores negativos. En primer lugar porque
ningn valor existe en s, sino solamente en tanto que creado y sostenido por
una conciencia: la nica existencia de un valor consiste en la conciencia que lo
tiene21. En segundo lugar, porque, en el mundo irreal de los valores, los valores
llamados negativos no son ni ms ni menos negativos o positivos que los otros.
Los valores llamados positivos implican todos una negacin del ser o de lo da-
do, puesto que lo sobrepasan. Inversamente los valores llamados negativos
resultan de una evaluacin y rigen la accin con el mismo ttulo que los otros.
Por lo tanto, qu los caracteriza? No puede ser ms que la actitud o la intencin
de la conciencia. Surgen cuando la conciencia toma una actitud crtica, es decir,
compara algunos valores con los que ella ha adoptado. Si estos valores no estn
de acuerdo o en armona con el sistema preferido, son declarados negativos,
cuando en realidad solamente son incompatibles con este sistema22.
Ejemplos. La muerte, que pasa por el tipo de los valores negativos, es sin
duda, en tanto que hecho bruto, una supresin, una falta por relacin al hecho de
la vida. Pero los dos hechos pueden ser evaluados de maneras diversas: se les
puede negar a los dos un valor cualquiera, o darles el mismo, se puede apreciar
la vida tanto ms porque comporta riesgos de muerte, se puede conceder ms
valor a la muerte que a la vida, etc.23. Lo mismo sucede con un asesinato: su
valor cambia radicalmente segn que uno se ponga en el punto de vista del
asesino, del asesinado, del polica, del abogado, del mdico, del confesor, del
moralista, del cmplice, del espectador o del historiador24. En el dominio reli-
18
R. Polin, La cration des valeurs, p. 136.
19
R. Polin, La cration des valeurs, p. 85.
20
R. Polin, La comprhension des valeurs, p. 5.
21
R. Polin, Du laid, du mal, du faux, p. 33.
22
R. Polin, Du laid, du mal, du faux, p. 114.
23
R. Polin, Du laid, du mal, du faux, pp. 78-80.
24
R. Polin, Du laid, du mal, du faux, p. 90.
23
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gioso, aquel que imagina unos valores sagrados que llama negativos (la impie-
dad, el sacrilegio) busca en lneas generales expresar una no-conformidad a las
normas trascendentes que revelan a sus ojos un ideal sagrado absoluto25. En el
dominio esttico, los valores negativos sirven simplemente para oponer un
orden a otro, para expresar los motivos y las modalidades de una eleccin per-
sonal26.
As pues, no hay nada malo, ni malicia, ni depravacin. Las cosas, las accio-
nes, slo revelan un carcter de mal por relacin y por oposicin a un ideal de
bien que yo he elegido libremente, que tampoco existe, pero que tiene valor
para m en la medida en que quiero realizarlo. El mal, como el bien, es pura-
mente ideal y est fundado sobre la libertad.
Es imposible no ser deslumbrado, no es difcil quedar seducido por una
dialctica tan brillante. Pero cul es la verdad? Esa es la nica cuestin.
En realidad hay una manera, brusca quiz, pero no falsa, de exorcizar sus
sortilegios: es tomar nota simplemente del hecho de que la fenomenologa y el
existencialismo excluyen toda metafsica y se encierran en el relativismo desde
el origen, por principio o por constitucin. Siempre es posible rehuir entrar en la
metafsica, pero eso no prueba de ninguna manera que ella sea imposible o in-
consistente; solamente muestra que se est intelectualmente ciego. La fenome-
nologa pone entre parntesis lo real para describir la conciencia; el existencia-
lismo hace abstraccin de la esencia para no considerar ms que la existencia.
Son pasos perfectamente arbitrarios; de donde se sigue normalmente que todos
los valores aparecern como arbitrarios, pero no que ellos lo sean.
Sin embargo, una vez dicho esto, no podemos dispensarnos de criticar en s
mismo el relativismo de los valores. Subraya importantes verdades. En primer
lugar, y en general, que las nociones de bien y mal son relativas a la de tenden-
cia; no hay medio de definirlas de otro modo que por esta relacin. En segundo
lugar, que en los seres dotados de conocimiento, lo que aparece como deseable
para cada uno depende de lo que es; es una suerte de axioma que se encuentra
ya en Aristteles: talis unusquisque est, talis finis videtur ei. En tercer lugar,
que en el plano moral, el valor de los actos depende enteramente de la libertad;
ms precisamente, depende del objeto que se ha escogido libremente como fin.
Por ltimo, que el mal no es un ser en s, cosa que entendemos en el sentido
de una sustancia real; no es incluso un ser, en ninguno de los sentido que tiene
esta palabra. Se trata de verdades que no dejaremos perderse.
El error del relativismo reside esencialmente en esta tesis: que todo valor re-
sulta de un acto libre de evaluacin y no tiene especie alguna de objetividad.
Ahora bien cosa curiosa, este error proviene de que el principio de relatividad
25
R. Polin, Du laid, du mal, du faux, p. 91.
26
R. Polin, Du laid, du mal, du faux, p. 96.
24
Problemas y misterios del mal
27
Recherches et Dbats, n 18, enero 1952, p. 15.
28
Cfr. R. Jolivet, Le problme du mal chez saint Augustin, Archives de Philosophie, vol.
VII, cahier 2. P. Sertillanges, Le problme du mal, t. I. LHistoire, p. 189-202. E. Gilson,
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Problemas y misterios del mal
traducir: todo ser es bueno en la medida en que es; lo cual equivale a hacer de la
bondad una propiedad trascendental del ser, como se dice en lenguaje escolsti-
co30. Hay manifiestamente ah un optimismo fundamental. La cuestin es saber
si est justificado. Pues bien, lo est, y desde tres puntos de vista.
En primer lugar, se puede aceptar como una evidencia que ms vale ser que
no ser. Si se llega a dudar de ello, es porque uno est sumergido en la desdicha
o acosado por el sufrimiento, y porque ha perdido, al menos por un tiempo, la
lucidez de la inteligencia. Para sta es evidente que el ser es una perfeccin
deseable.
Por lo dems, el principio se verifica experimentalmente. Es un hecho que
todo ser tiende a perseverar en el ser y se opone con todas sus fuerzas a su des-
truccin. Incluso cuando un hombre tiene la voluntad perversa de suprimirse,
como se dice, debe vencer su horror natural a la muerte. Y adems, no slo todo
ser tiende a conservarse en la existencia, sino que se esfuerza en desarrollarse,
en acrecentar su ser tanto como le es posible, alcanzar el mximo de perfeccin
que comporta su naturaleza.
Por ltimo el principio en cuestin puede deducirse de la nocin de bien, y
justificarse de ese modo a priori. El bien, en efecto, es lo deseable. Ahora bien,
lo que hace que algo sea deseable es la perfeccin que posee y puede comuni-
car, pues toda tendencia como Platn lo ha dicho muy bien del amor, tiene su
origen en la pobreza y por fin un enriquecimiento. Mas la primera perfeccin, la
ms fundamental para un ente, es ser, pues si falta esta actualidad todo se
desvanece. De qu pueden servir las cosas mejores, todas las perfecciones
acumuladas, si no existen? As el bien est arraigado en el ser, por as decir, y
sigue sus vicisitudes, encontrndose realizado segn la gama de sus grados.
Admitamos, por consiguiente, que todo ser es bueno, ms o menos, en la
medida de su ser. Entonces, qu es el mal? Desde ahora una cosa es segura;
que el mal no es un ser, sino una falta de ser. Analicemos un poco esta idea.
Para empezar es claro que el mal es esencialmente relativo a un sujeto que lo
sufre, que est afectado por l, que lo carga, por as decir, o que lo soporta. Sin
duda hay para el espritu humano la tentacin permanente de sustantivar el mal,
pues la misma palabra mal es un sustantivo. Pero no hay que dejarse engaar
por la forma gramatical. Equivaldra, por ejemplo, a tener la velocidad por una
substancia, cuando ella no es ms que la medida del movimiento de un vehcu-
lo. As sucede con el mal; no existe en s, sino siempre y necesariamente en
algo. Y no, por cierto, a ttulo de accidente, en el sentido aristotlico de la pa-
labra es decir, a ttulo de realidad positiva, aunque no sea substancial, como
una magnitud o una cualidad; sino a ttulo de pura carencia, o de negatividad.
30
STh I q5 a3.
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Roger Verneaux
De donde se sigue que no hay, que no puede haber mal absoluto, o, en otros
trminos, que el mal no existe. Hay que cuidarse en este punto de no ser enga-
ado por una falsa simetra entre el mal y el bien. Hay un bien absoluto, Dios,
del que participa todo bien particular. Pero no puede haber mal absoluto de
donde deriven todos los males particulares.
Sin embargo, el dualismo de bien y mal es una idea muy vieja y muy vivaz
en la humanidad. Hasta donde sabemos, aparece en Persia hacia el siglo VII
a.C. Se debe a Zoroastro, el cual ensea la existencia de dos dioses antagonistas,
Ormuzd, el bien, simbolizado por la luz, y Ahrim, el mal, simbolizado por las
tinieblas. Todo lo que sucede en el mundo resulta de la lucha de estos dos prin-
cipios. El mismo Platn, a pesar de la profundidad de su genio, no est exento
de este error: lo uno o la idea de bien es la causa de todo bien; el mal tiene por
principio la materia, que es de suyo desorden y caos. Slo que la materia, en
Platn, est tan cerca de la nada que no puede ser puesta en comparacin con el
bien. La idea dualista reaparece con toda su fuerza en los siglos II y III de nues-
tra era, y se infiltra incluso en el cristianismo, donde engendra la hereja llama-
da maniquesmo. San Agustn estuvo impregnado de ella en su juventud y tuvo
que hacer un gran esfuerzo para sacudrsela.
Renaci en el siglo XIII con los ctaros y los albigenses, quienes tienen a la
materia en el sentido corriente de la palabra, al cuerpo, por esencialmente
malo, y al pecado como una victoria del principio malo, del cual el hombre es el
teatro, pero no el autor. En los tiempos modernos, por ltimo, no faltan pensa-
dores que han credo necesario limitar el poder de Dios por una fuerza adversa,
a fin de conciliar el mal con su bondad.
Y sin embargo es preciso mantener, frente a todo y contra todo, que el mal
no puede existir. Si la lepra corroe completamente al leproso, no subsiste nada;
la enfermedad se desvanece al mismo tiempo que el enfermo, se abisma, por as
decir, en su triunfo.
As el mal es totalmente relativo porque es totalmente negativo. Pero sobre
este punto hay que resaltar un matiz importante. La simple ausencia de una
perfeccin, por consiguiente, el solo hecho de ser imperfecto, no es un mal, si
uno tiene la perfeccin que se puede y se debe tener. El ser, en ese caso, a decir
verdad, es perfecto en s mismo, aun cuando sea imperfecto en comparacin
con otros seres ms perfectos y con el ser absolutamente perfecto. As, que una
criatura sea contingente y finita es una seria imperfeccin; mas a pesar de ello
no se puede decir que sea un mal, pues ella no puede ser de otra manera. O tam-
bin, para tomar de Santo Toms un ejemplo familiar: que el hombre no tenga
ni la velocidad del caballo ni la fuerza del len, es acaso un mal? No, pues su
naturaleza no lo exige.
Leibniz llamaba a este estado de imperfeccin, de finitud y de contingencia,
el mal metafsico. Efectivamente, es la raz de todo mal, o ms exactamente, el
28
Problemas y misterios del mal
29
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lo positivo, el objeto tal cual es: por ejemplo, tal hombre con un solo brazo o
una sola pierna. Precisamente refiriendo esta experiencia a un concepto de
hombre normal es como lo juzgamos mutilado. Pero, a su vez, el concepto del
hombre normal est fundado sobre una experiencia, es una suerte de resumen de
una infinidad de casos particulares, o, ms exactamente, extrae de los casos
particulares una naturaleza, o una funcin, o una ley. De modo tal que, al fin y
al cabo, la experiencia del mal est constituida por la subsuncin de una expe-
riencia particular bajo una regla general, como dira Kant; o, mejor, por la rela-
cin, por la comparacin de una experiencia con otras experiencias. En cuanto
al valor de la experiencia y de la abstraccin, una vez ms, lo damos por su-
puesto.
Slo as el mal es objetivo, o real, puesto que es un hecho de experiencia.
Para acabar de aclarar este punto, bastar analizar un juicio en el que se afirma
un mal. Cuando se declara, por ejemplo, este hombre es ciego, y eso es una
gran desgracia, aunque ni la idea de ceguera ni la de desgracia designen reali-
dades positivas, el juicio puede ser verdadero. Pero si es verdadero, est funda-
do en la realidad, expresa lo que es: el hombre est efectivamente privado de la
vista, es efectivamente desgraciado.
La objecin que se puede hacer a esto es que un juicio de este tipo, que de-
clara el mal o el bien, es un juicio de valor y no un juicio de realidad. La distin-
cin es clsica en la filosofa moderna, y se pretende que los solos juicios de
realidad son susceptibles de verdad, en el sentido ordinario y realista de la pala-
bra, pues los juicios de valor se refieren a un ideal o a una norma que no exis-
ten. Pero esta concepcin es una secuela del idealismo. Es aceptable cuando se
juzga sobre lo que hay que hacer o no hacer, pues en este caso, por hiptesis, el
bien o el mal no estn todava realizados. Pero una vez que el mal est hecho,
como se suele decir con acierto, el juicio constata el hecho: es un juicio de rea-
lidad. Dicho de otro modo, la distincin de dos tipos de juicio es sin duda justa
para las zonas extremas: realidad sin valor, y valor sin realidad; pero pierde su
sentido en las zonas medias, en que el valor es algo real. Tampoco se la puede
conservar como designando dos aspectos de un mismo juicio, puesto que tene-
mos una experiencia directa y especfica del mal. Decir de un hombre: est
ciego, o es manco, basta para determinar el mal; no hay ninguna necesidad
de agregar: esto es una desgracia.
As, haciendo del mal una privacin, afirmamos su realidad de acuerdo con
la experiencia comn de la humanidad.
30
CAPTULO III
CLASIFICACIN DE LOS MALES
31
CG III c5.
32
F.G. Leibniz, Teodicea, I, 21.
Roger Verneaux
ficacin tiene un doble inconveniente: por una parte es falsa, y por otra es sim-
plista. Es falsa, porque pone en el nmero de los males algo que no es un mal, a
saber: el solo hecho para una criatura de no ser Dios. Queda rechazada la idea
del mal metafsico y no volveremos sobre ese punto. Quedan, por lo tanto, el
mal fsico y el mal moral. Estos son efectivamente males. Pero son los nicos?
Falta mucho para ello. Propongamos una clasificacin menos sumaria.
En el grado ms bajo situaremos una suerte de mal que se podra llamar
csmico, porque es el que reina en el universo material, en el orden de los cuer-
pos brutos, en virtud del solo juego de las fuerzas naturales. Los cuerpos obran
y reaccionan los unos sobre los otros; eso entraa su degradacin y su destruc-
cin. Sin duda nada se pierde, nada se crea en la naturaleza; pero todo se
transforma continuamente, y justamente porque la cantidad de materia es cons-
tante ocurre que la generacin de una cosa entraa necesariamente la destruc-
cin de otra. Generatio unius, corruptio alterius, decan los antiguos. El fuego
reduce a cenizas la madera, el sol evapora el agua, la lluvia extingue el fuego,
etc. Uno experimenta dificultad en comprender y en admitir que hay mal ya en
este nivel, porque los cuerpos brutos no sufren por sus degradaciones. Pero es
estrechez de espritu reducir el mal al sufrimiento. Es bastante claro que es un
mal para un rbol ser desarraigado por la tormenta, o quemado incluso para
una roca ser disuelta por el viento y la lluvia, etc., ya que de ese modo cesan de
existir. Pero si se nos admite que la degradacin de las cosas es un mal, aunque
ella no sea sentida, a cambio estamos dispuestos a conceder que el mal csmico
es, entre todos los tipos de males, el que realiza al mnimo el concepto de mal.
Si se admite que el viviente es trascendente a la materia bruta, se debe colo-
car inmediatamente despus del mal csmico la enfermedad y, sobre todo, la
muerte, que es la corrupcin del ser viviente. Y es algo verdaderamente sor-
prendente que Leibniz no haya pensado en hacerle a la muerte un lugar en su
clasificacin. La considerara como un evento despreciable, en virtud de su
teora de las mnadas, que no pueden comenzar ms que por creacin y des-
aparecer slo por aniquilacin? Eso sera rebajar demasiado la individualidad de
los vivientes. Para un organismo, la muerte es el peor de los males, puesto que
consiste en la nadificacin pura y simple de la organizacin que haca de l un
viviente. Sin duda, a medida que uno se eleva en la escala de los seres, las pers-
pectivas se complican. En el animal y en el hombre, la muerte es apenas separa-
ble del dolor, aunque sea distinta de l y no haya, que se sepa, vnculo necesario
con l. Y para el hombre, la inmortalidad de su alma y su destino sobrenatural
transforman enteramente el sentido de la muerte, reduciendo su misma malicia
hasta el punto de que pueda aparecer como una ganancia, segn la palabra de
San Pablo, mori lucrum33, porque nos abre el cielo en el que estaremos con
33
Phil. I, 21.
32
Problemas y misterios del mal
Cristo. Sin embargo sigue siendo cierto que el hombre es un organismo viviente
y que, a este nivel al menos, la muerte es para l, como para todo viviente, una
suerte de anonadamiento del que naturalmente tiene horror.
La discusin podra versar sobre tres puntos. Primero: cmo sostener que
la muerte es un mal si, como parece, el ser viviente es mortal por naturaleza y
por consiguiente no exige la perennidad? Desde este punto de vista la muerte no
se presenta como la privacin de un bien que le sera debido no ms, por otra
parte, que la corrupcin de todos los cuerpos, que son de suyo corruptibles. En
trminos concretos: la muerte de un nio tiene algo de escandaloso, pero es tan
penosa la de un viejo cargado de das? Sin duda la muerte es natural; y desde el
punto de vista biolgico, la de un viejo es un mal menor que la de un nio. Pero
esta no es una razn para negar que sea un mal en s misma. Pues es evidente,
en sentido contrario, que la vida es un bien, y que el viviente tiende por natura-
leza a conservarla. Acaso no ha sido definida la vida como el conjunto de
fuerzas que resisten la muerte? Esto no es muy esclarecedor, pero es muy jus-
to, y eso mismo ilumina suficientemente el carcter de mal que presenta la
muerte.
En segundo lugar, para disipar el temor de la muerte en sus discpulos, Epi-
curo tena este razonamiento admirable: La muerte no es para nada nosotros,
pues mientras existimos, la muerte no existe; y cuando la muerte se presenta, no
existimos ms. La muerte no existe ni para los vivientes ni para los muertos,
porque para los primeros no existe, y porque los segundos no existen ya34. He
aqu el tipo de las consolaciones filosficas que no consuelan a nadie. Lo ms
fuerte en ellas es lo que tienen de verdad: la muerte, anonadando al sujeto, se
suprime por eso mismo como mal. Pero entonces, por qu uno no es consola-
do? La razn es simple: porque el viviente desea vivir. Por relacin a este deseo
fundamental de ser y de perseverar en el ser, la muerte no solamente aparece
como un mal, sino que lo es, tanto como una privacin puede ser llamada real.
Por ltimo, admitiendo que la muerte sea un mal, es el peor de los males
para un viviente? Eso no es tan evidente. Los grados del mal se definen segn la
jerarqua de las funciones que afecta. Ahora bien, la sensibilidad es superior a la
vida, y la inteligencia a la sensibilidad. Por consiguiente, el error es peor que el
sufrimiento, y el sufrimiento peor que la muerte. Y esto es verdad, en un senti-
do, a saber: si se consideran las funciones en s mismas y como separadas. Slo
que ellas no estn separadas en la realidad; es el mismo se el que piensa, el que
siente y el que vive. Adems hay entre ellas un orden de dependencia inverso al
de su dignidad: la vida condiciona la sensibilidad y el ejercicio de la inteligen-
cia. De suerte que la muerte toca a las funciones superiores en su misma raiz.
34
Epicuro, Carta a Meneceo, en Digenes Laercio, Vida, doctrinas y sentencias de filsofos
ilustres, X, 125.
33
Roger Verneaux
Pero es preciso agregar que, desde otro punto de vista, la muerte puede tener
carcter de bien: en tanto que pone un trmino al sufrimiento, pues la cesacin
de un mal es un bien. Esto es lo que explica la tentacin del suicida, en quien el
coraje y la cobarda estn mezclados de una manera inextricable. Porque el sui-
cidio es una cobarda, desde el momento en que es una huida del sufrimiento:
por violento que sea ste, el coraje est en afrontarlo, soportarlo, utilizarlo. Y a
pesar de ello el suicidio supone un cierto coraje, puesto que supera el temor y el
horror naturales de la muerte por una tensin deliberada del querer. Quiz se
diga que el suicidio no se ejecuta nunca fra y deliberadamente, sino bajo la
presin de una idea fija o bajo un impulso. Es posible; es verosmil en un gran
nmero de casos, y entonces los conceptos de coraje y cobarda ya no le son
aplicables, pues resulta de un simple conflicto de instintos. Ms nunca es de
ninguna manera deliberado? Nos resulta difcil creerlo.
Despus viene el mal que Leibniz llama fsico y que sera mejor llamarlo
sensible puesto que consiste en el dolor. Su sujeto es un organismo viviente
dotado de sensibilidad, del que las fuerzas exteriores rompen el equilibrio y
destruyen la integridad. En un sentido no es nada ms que un simple mal
csmico, puesto que resulta del juego normal de las fuerzas naturales, ya que
si el animal y el hombre son afectados por l, eso ocurre en tanto que son cuer-
pos. Pero algo completamente nuevo se agrega en este caso: la conciencia, de
suerte que se cambia de plano y se pasa de un orden a otro. En efecto, hay una
diferencia evidente, radical, entre el mal sufrido pero no sentido, y el mal cons-
cientemente sufrido35.
A propsito del dolor, debemos sealar que este tipo de mal parece no con-
firmar, a primera vista, nuestra concepcin general del mal. Acaso el dolor es
una simple privacin? Eso es imposible, se dir; nada es ms positivo; en todo
caso lo es tanto al menos como el placer. Convenimos en ello gustosamente.
Pero, precisamente, qu es lo que hay de positivo en el dolor? La conciencia.
Ahora bien, la conciencia no constituye el dolor, mirndolo bien, ya que se en-
cuentra idnticamente en el placer y en no importa qu sensacin. Lo que hace
que la conciencia sea conciencia de dolor, lo que especifica a la conciencia en el
dolor, es aquello de lo que se tiene conciencia. Pues segn el gran principio de
la fenomenologa contempornea, que Husserl ha heredado de la escolstica por
intermedio de Brentano, toda conciencia es conciencia de algo. Ahora bien,
qu sentimos cuando sufrimos? Una lesin de la epidermis, una cortadura, una
quemadura, la ruptura de un hueso, la caries dentaria, etc., digmoslo en gene-
ral: una desintegracin ms o menos profunda del organismo lo cual es exac-
tamente el mal tal como lo hemos definido. El dolor, como estado de con-
35
Max Scheler, Le sens de la souffrance. L. Lavelle, Le mal et la souffrance.
34
Problemas y misterios del mal
35
Roger Verneaux
36
P. Sertillanges, Le problme du mal, t. II La solution, pp. 13-16.
36
Problemas y misterios del mal
a deslindar ms que a resolver. Por cierto, no hay medio de definir la belleza sin
referencia a la impresin que ella produce sobre el que la percibe, impresin
semisensible, semiespiritual, mezcla de placer y de alegra, que puede ser de
una extrema vivacidad. Quod visum placet, deca Santo Toms37, aquello cuya
intuicin place, o tambin lo que agrada universalmente sin concepto, deca
Kant. Estas frmulas bastan para nuestro propsito. Agreguemos solamente una
precisin: la contemplacin place (o complace) por s misma, es decir, indepen-
dientemente de toda otra consideracin, como, por ejemplo, la utilidad. El pla-
cer esttico se basta a s mismo, es un fin en su orden, y precisamente por ello
hemos afirmado de entrada que hay en el hombre una tendencia esttica.
Pero la belleza no es puramente subjetiva, tiene un fundamento real, ya que
la contemplacin se alimenta de su objeto. Y si se busca lo que hace que una
cosa sea agradable de contemplar, se encontrar, creemos, en que siempre la
belleza consiste en una cierta armona de elementos diversos; dicho de otro
modo, en un orden: armona de lneas, de colores, de sonidos, o incluso de ide-
as, pues hay belleza en una demostracin matemtica bien llevada y en un sis-
tema filosfico bien construido, incluso en el caso de que sea falso como el de
Hegel. Definamos entonces la belleza como una armona cuya contemplacin
place (o complace) por s misma.
Con esto se encuentran puestas las bases de la teora de lo feo, o ms exac-
tamente del mal de la fealdad. En cuanto a su nocin, en primer lugar, lo feo
ser toda especie de desorden, de discordancia, o de desarmona cuya vista des-
agrada por s misma. Se encuentra as ubicado en la categora de los males, pues
el desagrado no es una simple ausencia de placer, como un estado neutro de la
sensibilidad que no sera ni placer ni pena: es un sufrimiento o una repugnancia
positivos.
De esta definicin resulta que no hay fealdad sin relacin a un observador.
Nada es feo en s o absolutamente, la fealdad es una de las apariencias que toma
una cosa cuando es contemplada. Un rostro, por ejemplo, no es feo sino para
otro; si el que lo posee sufre por ello, es porque piensa en el efecto que produce
cuando es mirado, o cuando l mismo se mira en un espejo, pero eso viene a ser
lo mismo. Mas aunque la fealdad sea esencialmente relativa, tiene un funda-
mento real: la disposicin de los elementos en el conjunto. Y considerada en su
sujeto, es una privacin de un tipo muy especial: privacin de gloria, se podra
decir, ya que una cosa fea no tiene ese poder de irradiacin, de atraccin, de
seduccin, esta aptitud para ser amada y admirada que constituye la gloria. Aho-
ra bien, se puede sostener que hay en todo ser, incluso inconscientemente, un
apetito natural de su gloria. Esa es una afirmacin osada quiz, pero se justifica
por la analoga que existe entre las criaturas y Dios. De la misma manera que
37
STh I q5 a4 ad1.
37
Roger Verneaux
Dios crea el mundo para su gloria, cada ser busca su gloria a su manera y en su
medida. En este sentido este apetito no es nunca vano, pues todo ser es apto al
menos para ser conocido. Pero la fealdad hace que el conocimiento repugne; por
consiguiente, aquellos que podran conocer este ser se esfuerzan tanto como
puedan en ignorarlo.
Por otra parte, es claro que nada es tan feo que no se pueda encontrar en l
alguna armona. Como lo ha mostrado Bergson, el desorden puro y absoluto no
existe. Si se dan los elementos, siempre y necesariamente tienen un cierto orden
entre s y por relacin al conjunto. De donde se sigue una nueva relatividad
del juicio esttico, y quiz se debe reconocer que la fineza y la penetracin del
sentido esttico es tanto ms grande en un hombre cuando es capaz de percibir
en la desarmona ms chocante. Bastara con prolongar un poco esta idea para
abrir una salida al problema de la naturaleza del arte moderno, as como para
situar por relacin a lo bello y a lo feo valores como lo soso, lo amanerado, lo
plano, lo desgraciado, e incluso, lo gracioso y lo alegre. Pero eso nos llevara
muy lejos, demasiado lejos. Pasmoslo por alto, pues, a nuestro pesar.
Para terminar, notemos todava dos cosas. De la misma manera que ms all
de lo bello se sita lo sublime, ms all de lo feo se encuentra lo horrible, que
excede la capacidad de sufrimiento del sentido esttico y se extiende al hombre
entero. Por otra parte existe un estrecho parentesco entre la fealdad y la falta
moral. Se dice corrientemente: eso es feo, por eso est mal, y con razn,
pues la falta es un cierto desorden en la accin. Pero la esfera de lo feo es mu-
cho ms amplia que la del pecado, engloba miles de cosas en que la moral no
tiene nada que ver.
En el orden propiamente intelectual, el mal especfico es lo falso. No encon-
traremos a su propsito las mismas dificultades y oscuridades que para lo feo,
tanto como lo esttico es fluido, lo lgico es rgido.
La inteligencia no puede definirse mejor que por su relacin a la verdad. Es
la funcin o apetito de la verdad: funcin en cuanto conoce la verdad e incluso
la hace; apetito en cuanto que tiende a ella por naturaleza. Si sucede que alguien
busca hacer triunfar lo falso, en s mismo o en otro, es por una perversin de la
inteligencia, por su sometimiento a fines que le son extraos. Es as como apa-
rece que la verdad es un bien. Pero, se dir, no es confundir dos nociones dis-
tintas? Efectivamente, las nociones son distintas, como el conocimiento es dis-
tinto del apetito, el uno asimilando a su objeto, el otro vertindose hacia l. Pero
no estn separados en lo concreto. El conocimiento es la actualizacin de una
cierta tendencia, y la verdad, es el bien de esa tendencia.
Ahora bien, la verdad, considerada en s misma, es la conformidad del juicio
con el ser. Se trata aqu de la verdad lgica, como se dice en la jerga de las
escuelas; es la nica que nos interesa. Pues hay tambin una verdad ontolgi-
ca, que consiste en la realidad misma de las cosas, pero ella no tiene contrario,
38
Problemas y misterios del mal
ya que lo falso ontolgico es una nada pura y simple. Es, pues, la inteligencia,
que por su acto de juzgar se conforma a lo real, la que se pone en la verdad
conscientemente, es decir, a la vez la hace y la conoce.
De ah se sigue que el error es literalmente una deformidad del espritu que
marra su objetivo porque deja de reglarse por el ser. No es una pura ausencia de
perfeccin, sino una privacin. La ausencia de conformidad a lo real consiste en
abstenerse de juzgar, en cuyo caso el espritu no es ni conforme ni deforme, sino
amorfo. El error afecta a un acto positivo de la inteligencia que pretende con-
formarse a lo real. Cuando se afirma: tal cosa es, tal cosa es as, uno pone en
su pensamiento una proposicin como verdadera. Si efectivamente lo es, todo
va bien. Si es falsa, resulta que uno est poniendo como conforme a lo real una
proposicin que no lo es. Tal es esencialmente el mal del error.
Se comprende as uno de los atractivos ms fuertes del escepticismo, al
mismo tiempo que su inconveniente ms grave. Hay que reconocerlo: el escp-
tico es infalible. Nunca se equivoca, porque nunca afirma nada. Ha socavado
por la base toda posibilidad de error. Solamente que el arma es de doble filo.
Por el mismo motivo, el escptico se condena tambin a nunca alcanzar la ver-
dad. Ahora bien, mantener sistemticamente a la inteligencia en la duda es slo
una renuncia del pensamiento (una renuncia a pensar), una ascesis contraria a la
naturaleza y un rechazo que el nombre hace de su humanidad. Por lo dems,
Pirrn lo entenda as, puesto que se propona despojarse de la humanidad.
Sobre lo cual Aristteles se limitaba a notar que el escptico es semejante a un
tronco.
Errare humanun est. El riesgo del error es inherente al espritu humano en
razn de su limitacin y de su encarnacin. Siendo finito, es incapaz de abarcar
la verdad en toda su amplitud; no alcanza, por as decir, sino parcelas. Siendo
encarnado, no est proporcionado sino a un estrecho sector del ser, al ser mate-
rial, que es el menos inteligible. Tambin los griegos haban dado por atributo a
la diosa Atenea la lechuza, ave nocturna a quien ciega la luz del da. Pero del
riesgo de error al acto de equivocarse hay distancia. Y uno no la franquea si no
quiere de alguna manera.
No es siempre fcil precisar la parte de la voluntad en el error. Si una afir-
macin reconocidamente falsa es sostenida, lo es por un acto formal de la vo-
luntad al que con razn se llama diablico, perseverare diabolicum. Pero
dejado a parte el caso de una perversin deliberada de la inteligencia, normal-
mente se podra decir que el error es inconsciente y no es querido como tal. Esta
es la razn de que el error no sea un crimen. No obstante ello, el espritu
humano siempre podra evitar el error si no afirmara nada ms que lo evidente o
lo demostrado. El error del juicio proviene de una falta de prudencia: se afirma
algo que se ignora por prevencin y precipitacin, como deca Descartes. El
39
Roger Verneaux
38
Eccl. I, 18. Cfr. STh I-II q38 a4 ad1.
40
Problemas y misterios del mal
41
CAPTULO IV
LAS CAUSAS DEL MAL
Polin. No hay nada ms que un valor como ellos lo entienden irreal, ideal,
dotado de una especie de ser que nosotros llamamos un ser de razn, por el
acto del espritu que lo concibe. De ah se sigue que todos los males particulares
pueden ser concebidos como participaciones del mal absoluto, el cual es una
concepcin de nuestro espritu. Pero de ah se sigue tambin que los males no
son participaciones del mal, puesto que ste no existe.
Inversamente, el mal tiene necesariamente una causa material, puesto que si
faltase un ser que lo soportara, se desvanecera. Su materia es precisamente el
sujeto al que afecta. Eso permite explicar la tentacin de destruir que surge
cuando uno se concentra en la lucha contra el mal. En efecto, habra un medio
radical de suprimir el mal: por aniquilacin. Slo que urge verlo bien supri-
miendo el sujeto del mal, se suprimira algo bueno, pues el sujeto del mal es
bueno, y es preciso mantenerlo, en cuanto tiene ser, y en la medida que lo tiene.
En esa hiptesis uno ayudara al mal, por as decir, a cumplir su obra, y esta
pretendida lucha contra el mal sera en realidad una lucha por el triunfo del mal.
Este es el reproche que se debe dirigir, por ejemplo, a la doctrina de la euta-
nasia, en el dominio mdico, y a las teoras anarquistas, en el dominio social.
Para suprimir males reales, estas doctrinas no preconizan otra cosa mejor que la
destruccin total del sujeto que sufre estos males: el individuo, la sociedad.
Es preciso confesar, por otra parte, que, en el plano mismo de las ideas y
desde el estricto punto de vista metafsico abstraccin hecha de toda conside-
racin moral, la cuestin no es tan simple como parece a primera vista. Acaso
no es evidente que la supresin de un mal es un bien? S, incluso es una suerte
de axioma. Pero admitido este principio, la consecuencia inmediata es que
siempre es bueno suprimir un mal de cualquier manera que sea? Ese es el punto;
y la respuesta es: no. Pues mirndolo bien, el axioma no concierne de ningn
modo a las diversas maneras posibles de hacer desaparecer el mal; afirma que
su desaparicin es un bien. La manera de abolirlo es otra cuestin, completa-
mente distinta. Si se llega a suprimir el mal sin tocar el sujeto, ste se encuentra
restituido en su integridad; es todo bien. Pero si, para suprimir el mal, se supri-
me el sujeto, el bien particular que es la supresin del mal es de algn modo
absorbido en el mal radical que es la supresin del sujeto; no queda absoluta-
mente nada de bien. Dicho de otro modo, cuando se aplica el principio lgico de
la doble negacin, a saber: que dos negaciones valen una afirmacin, se las debe
hacer versar estrictamente sobre el mismo punto; si no, lejos de destruirse, se
suman. As cuando se dice de alguien no es no inteligente, se lo alaba, pues
eso significa que es inteligente. Pero si se dice: no es inteligente ni valiente,
se le hace un doble reproche. Esto est demasiado claro para que haya necesidad
de insistir en ello.
Consideremos ahora las causas del mal bajo el punto de vista de la eficien-
cia. No se puede evitar aqu el referirse a la distincin que hemos esbozado ms
44
Problemas y misterios del mal
arriba entre el mal del ser y el mal de la accin, pues la causa no es la misma en
los dos casos: en el primero es exterior; en el segundo es interior.
En cuanto al mal del ser, en primer lugar, supone manifiestamente una ac-
cin que, desde fuera, viene a infligir una degradacin al sujeto. En efecto, que
una cosa sea privada de una perfeccin que posee por naturaleza, no es posible
sino por el obrar de una causa que lo corrompe. Por lo dems, es un principio
general de la metafsica que ningn ser se mueve por s mismo; todo lo que
cambia, es decir, lo que pasa de la potencia al acto, es movido por otra cosa.
Como ms razn un ser no puede crearse a s mismo o darse una perfeccin, ni
inversamente aniquilarse o corromperse corromperse activamente, se entien-
de, es decir, ser causa eficiente de su corrupcin, pues sufrirla ciertamente lo
puede: es justamente el hecho que se debe explicar.
He aqu el punto delicado. Por una parte, la accin, tomada en s misma, es
buena, y tanto mejor de acuerdo con nuestros principios cuanto ms ser tiene,
es decir, cuanto ms enrgica es. Por otra parte, es mala en cuanto quita al suje-
to que la recibe alguna de sus perfecciones naturales. As se dice: un buen pu-
etazo, un buen veneno. Hacen tanto ms mal cuanto mejores son. De este
modo somos llevados a esta idea: el mal no tiene causa propia y directa, como
si fuera producido por un mal antecedente. La causa de un mal no es un mal,
sino un bien. Por paradjica que pueda parecer a primera vista esta afirmacin,
es verdadera, incluso es evidente. El mal resulta del encuentro de dos bienes,
surge, como se suele decir, por accidente. Profundcese un poco, por ejemplo, la
naturaleza y las causas de un accidente automovilstico y se tendr una idea
vlida para toda especie de mal. Por un parte, cuanto ms rpido, ms potencial
tiene el coche; por otra parte, cuando ms fuerte, ms slido es el rbol; y ms
grandes son los daos.
Esta teora no deja de tener alguna dificultad. Que el mal no produzca nada,
que no obre, se comprende sin esfuerzo, puesto que es una pura falta de ser;
ahora bien, la accin sigue al ser: por consiguiente, cuando sucede que un mal
parece producir un mal, por ejemplo, como en el contagio de las enfermedades,
no es el mismo mal, formalmente tomado, el que obra, sino el ser, sujeto del
mal, en tanto que ha conservado alguna perfeccin, algn grado de actualidad.
Es el enfermo quien propaga la enfermedad, no la enfermedad la que se propaga
a s misma. Si se quiere calcar el lenguaje sobre las apariencias sensibles con-
servando sin embargo su verdad metafsica, se dir que el mal obra por virtud
del bien que le est unido, in virtute boni conjuncti.
En contra del principio de que ningn ser se niega a s mismo o se destruye,
se suele presentar inevitablemente al espritu la objecin del suicidio. Pero pue-
de ser descartada sin esfuerzo, pues, en este caso, la voluntad (que es un ser) se
opone a la vocacin profunda de la naturaleza. Se produce en el hombre un
verdadero desdoblamiento psicolgico, que se funda en la dualidad real del
45
Roger Verneaux
46
Problemas y misterios del mal
47
Roger Verneaux
39
F. G. Leibniz, Thodice, Remarques, 9.
48
Problemas y misterios del mal
40
Dr. Leriche, Philosophie de la Chirurgie y Chirurgie de la douleur.
41
A. Gide, Nourritures terrestres, p. 48.
49
Roger Verneaux
50
CAPTULO V
LA PRESENCIA DEL MAL EN EL MUNDO
Las consideraciones que preceden son relativamente fciles. Nos queda por
encarar el punto ms espinoso de toda la filosofa del mal: el hecho del mal, su
presencia en el mundo. Este es el centro del problema. Y qu puede decir sobre
l la razn librada a s misma? No gran cosa. Veamos hasta dnde nos lleva.
Es preciso afirmar, en primer lugar, que se puede concebir muy bien un
mundo sin mal. A decir verdad, no sin mal metafsico, pues el mundo est
necesariamente compuesto de seres finitos y contingentes. El Ser infinito, nece-
sario, no puede ser sino nico, y no es el mundo, es Dios. Pero tambin el mal
metafsico no es un mal propiamente hablando.
Por consiguiente, qu sera un mundo sin mal? Me parece que dos rasgos
bastan para definirlo. Sera primeramente un mundo en que todos los seres po-
seeran toda la perfeccin que pueden tener de acuerdo con su naturaleza. Cada
criatura, sin ser acto puro ya que su existencia es recibida y limitada por una
esencia, estara sin embargo en acto total, completo y perfecto en su orden. Y,
por otra parte, este mundo imaginario sera inmvil, sin las acciones y reaccio-
nes que las cosas despliegan unas sobre otras, alterndolas y corrompindolas,
sin esa forma libre de actividad, sobre todo, que es capaz de desarreglarse es-
pontneamente.
Esto no es sino un ejemplo. Acaso se quiere otro tipo de mundo sin mal?
Las criaturas esta vez no estn en acto total; son capaces de perfeccionamiento;
pero no pueden perder las perfecciones que poseen. As pueden obrar unas so-
bre otras, pero en sentido nico, es decir, solamente en el sentido del enriqueci-
miento. Resumiendo, un mundo cuya ley sera el progreso.
Pero un universo as sera mejor que nuestro universo, con todo el mal que
vemos en l? A primera vista eso parece evidente; y sin embargo no es seguro.
Por lo menos se puede dudar al respecto. San Agustn estimaba que el mal de
cada ser particular concurre al bien del universo en su conjunto. El mal deca
ms o menos, est en el universo como las sombras en un cuadro; estas son tan
necesarias a la armona como las manchas de luz.
Esta idea, que San Agustn haba heredado de los griegos, especialmente de
Platn y de Plotino, ha sido repetida despus de l por todos los filsofos cris-
tianos. En nuestros das se le reprocha su carcter esttico, a saber: asimilar el
mundo a una obra de arte, y abaratar as demasiado el dolor humano. Toda
Roger Verneaux
analoga esttica parecer muy mal escogida en relacin a la suma de los dolo-
res acumulada en la carne y en los corazones que representan los aos que van
de 1939 a 1945, contados das a da, hora a hora, antes de perderse con su espe-
sura en un esquema histrico42.
Pero justamente la cuestin es saber si el universo no es precisamente com-
parable a una obra de arte, y si el hombre tiene derecho a convertirse en la
medida de todas las cosas. Pues bien, desde el punto de vista en que nos encon-
tramos, hablando del mundo segn la razn, y sin preocuparnos de justificar a
Dios del mal que comporta su obra, afirmamos, no ya que el mal concurre efec-
tivamente al bien del universo, sino que la idea no tiene nada de absurdo, ni
siquiera de inverosmil. En efecto, nos parece que muy difcilmente se puede
desechar el siguiente argumento de San Agustn. Si alguien, escribe, fuese corto
de vista, hasta el punto de no ver sobre un pavimento de mosaicos ms de un
cuadrado a la vez, protestara por el desorden; ahora bien, es exactamente lo
que le sucede a los hombres sin cultura: no pudiendo comprender, a causa de la
debilidad de su espritu, ni abarcar la armona recproca y el concierto de los
seres del universo, se imaginan, desde el momento en que alguna cosa les cho-
ca, y porque reviste una gran importancia a sus ojos, que reina un gran desorden
en la naturaleza43. Esta advertencia es la sabidura misma, y por el momento
nos basta.
Demos un paso ms. Si se puede concebir un mundo sin mal, se puede tam-
bin, con ms razn, concebir un universo mejor que el nuestro. Qu sera?
Simplemente un mundo que comportara ms seres, ms mundos habitados, ms
hombres, razas diferentes con otros tipos de cultura, de arte, de civilizacin. As
cuando la qumica moderna enumera una centena de cuerpos simples, eso nos
hace soar. Por qu no doscientos, o cuatrocientos, etc.? Hay cuatro grandes
razas humanas; por qu no ocho, o seis, etc.? Y nuestra pequea Tierra; por
qu no dos o cuatro, etc.? Este tipo de especulacin no es tan completamente
vana como parece. Mantiene al espritu abierto respecto a la infinidad de los
posibles y le impide aposentarse en el hecho, como si ste fuese de suyo.
Las novelas de Wells muestran bien contrariamente a lo que deca Pascal que
la imaginacin se permite concebir menos de lo que la naturaleza suministra. De
suerte que el hecho de este universo, de nuestro universo, plantea al filsofo un
problema.
Por otro lado ignoramos si lo que Wells imagina est de algn modo reali-
zado. Los astrnomos han pergeado desde hace mucho tiempo la hiptesis de
la pluralidad de los mundos habitados; se es incluso el ttulo de una obra de
42
H. Gouhier, Situation contemporaine du problme du mal, en Le Mal est parmi nous, Plon, p.
12.
43
San Agustn, De ordine, I, 1,2.
52
Problemas y misterios del mal
44
F. G. Leibniz, Thodice, I, 44.
53
Roger Verneaux
45
F. G. Leibniz, Principes de la Nature et de la Grace, 7.
46
F. G. Leibniz, Principes de la Nature et de la Grace, 10.
47
F. G. Leibniz, Monadologa, 53-55.
54
Problemas y misterios del mal
rre al bien, sino que el mundo no puede ser sino el mejor posible. Si pudira-
mos entender lo bastante el orden del universo, encontraramos que sobrepasa
todos los deseos de los ms sabios y que es imposible hacerlo mejor de lo que
es, no slo en funcin del todo en general, sino tambin en funcin de nosotros
mismos en particular 48.
En el extremo opuesto nos encontramos con Schopenhauer. Es la exacta
contrapartida de Leibniz. De todos los mundos posibles, escribe, el nuestro es
el ms malo que nunca podra subsistir. Por consiguiente, siendo incapaz de
subsistir, un mundo peor es absolutamente imposible. La no-existencia de
nuestro mundo sera preferible a su existencia; se trata de algo que, en el fondo,
no debera ser49. Por qu as?
Schopenhauer es pesimista en virtud de sus principios kantianos, conse-
cuencia, por otra parte, que Kant no hubiera previsto y que tampoco habra
apreciado bien. La fuente de toda su filosofa se encuentra en un trabajo de su
juventud, disertacin para el doctorado, la cual lleva por ttulo: De la cudruple
raz del principio de razn suficiente. Toma de Kant la distincin de los fen-
menos y de la cosa en s. Los fenmenos son nuestras representaciones, objetos
que aparecen a nuestro espritu sometindose a sus leyes. La cosa en s es aquel
ser que, sin duda, es la fuente de nuestras representaciones, pero no es l mismo
un fenmeno y tampoco es objetivamente cognoscible. De ah se sigue que el
mundo de los fenmenos est sometido al principio de razn suficiente, que es
la categora suprema de nuestra razn; esto es lo que explica la posibilidad de la
ciencia, pues la ciencia limita su ambicin a observar los fenmenos y a ligarlos
los unos con los otros de una manera que satisfaga a nuestro espritu. De ah se
sigue tambin que la cosa en s escapa al principio de razn suficiente; y lo hace
por su misma naturaleza, o por definicin, se podra decir, porque no es un
fenmeno y no est sometida a nuestra categoras. Por lo tanto, es irracional e
incluso propiamente absurda.
Ahora bien, la cosa en s que es la esencia ntima del mundo, el fondo de la
naturaleza, puede ser llamada, segn Schopenhauer, de acuerdo a la forma
consciente que toma en el hombre, voluntad o sea: querer vivir. Es una energa
sin origen y sin fin, sin ley, sin razn, una tendencia ciega, un esfuerzo vano y
sin finalidad. Los individuos, cosas y hombres, no son ms que sus manifesta-
ciones diversas, inconsistentes y efmeras. Un individuo, un rostro humano,
una vida humana no es ms que un sueo muy breve del espritu infinito que
anima a la naturaleza, de este pertinaz querer vivir; slo una imagen fugitiva
48
F. G. Leibniz, Monadologa, 90.
49
A. Schopenhauer, Le monde comme volont et reprsentation, Sup. Cap. 46; trad. Burdeau, t.
III, p. 395 y 398.
55
Roger Verneaux
que jugando esboza sobre su tela sin fin, el espacio y el tiempo, para dejar que
se borre un momento despus y dejando lugar para otras50.
Una vez afirmado esto, se sigue que todo ser est consagrado al mal, que to-
do ser consciente est condenado a la desdicha y al sufrimiento. El dolor es la
forma misma bajo la cual se manifiesta la vida51. En efecto, consideremos al
hombre. Su existencia es deseo y esfuerzo. Pero todo deseo nace de una caren-
cia, todo esfuerzo es sufrimiento. Acaso el deseo es satisfecho por el resultado
del esfuerzo? No por ello se tiene la felicidad y la paz. Pues, ante todo, la satis-
faccin no es nada ms que provisoria; enseguida surge un nuevo deseo. E in-
cluso durante la breve duracin de la satisfaccin, precisamente porque el deseo
es abolido, el aburrimiento invade la conciencia y vuelve a la vida intolerable.
He aqu bajo la pluma de Schopenhauer un buen resumen de la filosofa pe-
simista: Ya considerando la naturaleza bruta hemos reconocido como su esen-
cia ntima el esfuerzo, un esfuerzo continuo, sin fin, sin reposo. Pero en la bestia
y en el hombre la misma verdad hace eclosin ms evidentemente. Querer, es-
forzarse, he ah todo el ser, es como una sed inextinguible. Ahora bien, todo
querer tiene por principio una necesidad, una carencia, por consiguiente un do-
lor; por naturaleza, necesariamente, deben convertirse en presa del dolor. Pero
que la voluntad llegue a estar privada de objeto, que una pronta satisfaccin
venga a quitarle todo motivo de desear: entonces caemos en un vaco espantoso,
en el aburrimiento. Por consiguiente, la vida oscila como un pndulo de derecha
a izquierda, del sufrimiento al aburrimiento. Son los dos elementos de los que
est hecha, en suma. Entre los deseos y su satisfaccin se desliza toda la vida
humana. El deseo, por naturaleza, es sufrimiento. La satisfaccin engendra muy
rpido la saciedad: el fin era ilusorio, la posesin le quita su atractivo. El deseo
renace bajo una forma nueva, si no hay el disgusto, el vaco, el aburrimiento,
enemigos peores todava que la necesidad. Cuando el deseo y la satisfaccin se
suceden a intervalos que no son demasiado largos ni demasiado cortos, el su-
frimiento, resultado comn de uno y otro, desciende a su mnimo; sa es la ms
feliz de las vidas. Los esfuerzos incesantes del hombre por darle caza al dolor
slo terminan hacindole cambiar de cara. Entre el deseo y el aburrimiento, la
vida oscila sin cesar. Pensamiento desesperante52.
Las consecuencias prcticas de tal doctrina son fciles de sacar. Es, respecto
a los otros, una moral de la piedad; y es, con respecto a s mismo, una moral del
renunciamiento. Lo mejor que se puede hacer es matar en uno mismo el querer-
50
A. Schopenhauer, Le monde comme volont et reprsentation, Supl., cap. 46; trad. Burdeau, t.
IV, 58; t. I p. 336.
51
A. Schopenhauer, Le monde comme volont et reprsentation, Supl., cap. 46; trad. Burdeau, t.
IV, 57; t. I, p. 329.
52
A. Schopenhauer, Le monde comme volont et reprsentation, Supl., cap. 46; trad. Burdeau, t.
IV, 57; t. I, p. 325-326, 328, 329.
56
Problemas y misterios del mal
53
A. Schopenhauer, Le monde comme volont et reprsentation, Supl., cap. 46; trad. Burdeau, t.
IV, 59; t. I, p. 328.
57
Roger Verneaux
58
Problemas y misterios del mal
59
Roger Verneaux
60
Problemas y misterios del mal
slo atenuar, y bajo esta condicin de relatividad nada puede dispensar al hom-
bre de trabajar por el triunfo del bien.
61
SEGUNDA PARTE
PERSPECTIVAS TEOLGICAS
64
CAPTULO I
LA PERMISIN DEL MAL
Ante todo, tenemos que prolongar la metafsica del mal hasta el punto en
que ella se une con la teologa natural. La cuestin que se presenta es sta: qu
relacin tiene el mal en general con Dios? .
Un primer punto es muy claro: Dios no puede querer el mal ni causarlo di-
rectamente. No lo puede como tampoco ninguna otra persona, puesto que el mal
nunca es objeto de una intencin y porque no admite en ningn caso causa pro-
pia y directa. Y l lo puede menos que nadie, por as decir, si fuera posible,
porque siendo el Bien absoluto, o la Bondad misma, no puede querer y producir
sino el bien.
Pero entonces la pregunta es inevitable: cmo es que su obra, el mundo, no
est enteramente exento y puro de todo mal? Leibniz, en su Teodicea (I, 20), ha
planteado el problema bajo la forma de un dilema que no deja de ser embarazo-
so a primera vista: si Deus est, unde malum? Si non est, unde bonum? Si
Dios existe, de dnde viene el mal? Si no existe, de dnde el bien? Es intil sin
duda notar una vez ms que la simetra de la frmula es facticia: el trmino
unde no tiene el mismo sentido en el primer miembro y en el segundo, pues en
todo debate el origen del mal no es del mismo orden que el origen del bien, ya
que solamente este ltimo es algo positivo. Ms no se puede negar por eso
mismo que la cuestin planteada sea real. Ahora bien, damos por acordado aqu
que todo bien particular proviene directamente de Dios, que es una participacin
del Bien. En cuanto al mal, la respuesta tradicional es que Dios no lo causa sino
que lo permite (S.T., I, 19, 9). En efecto, es la nica solucin posible; pero qu
significa exactamente?.
No se puede tratar de una complicidad, ni de una aprobacin, ni siquiera de
una indulgencia. La complicidad consistira en colaborar en el mal en tanto que
mal; la aprobacin equivaldra a declarar que el mal es un bien; la indulgencia a
cerrar los ojos a su malicia. Ahora bien, si tales aberraciones son posibles e
incluso frecuentes en el hombre, son absolutamente incompatibles con la recti-
tud del juicio y de la voluntad.
Decir que Dios permite el mal equivale a esto: que lo hace posible. Cmo?
De dos maneras. En primer lugar y de un modo remoto, simplemente creando.
Por el solo hecho de crear seres finitos, pone el origen radical del mal en ge-
neral, para hablar como Leibniz. Creando seres corruptibles perecederos, sus-
ceptibles de ser privados de sus perfecciones naturales, hace posible el mal
Roger Verneaux
csmico. Creando seres sensibles y capaces de sufrir, hace posible el mal fsico.
Creando seres libres, capaces de pecar, hace posible el mal moral. As Dios no
puede ser eximido de toda responsabilidad respecto del mal y los males. Si lo
hubiera querido, como su acto creador es libre, tena el medio de evitar absolu-
tamente el mal, cortando simplemente su misma posibilidad, es decir, abste-
nindose de crear. Sin embargo, entre crear seres susceptibles de mal y causar el
mal misma, hay una gran diferencia y ella salta a la vista, de suerte que uno o
tendra derecho a tener a Dios por creador del mal en el mismo sentido que del
bien. El crea el sujeto del mal en todo lo que dicho sujeto tiene de ser; pero el
mal mismo, consistiendo en una falta o ausencia, una nada, no tiene necesidad
de Dios para existir.
Ms hay otra cosa mucho ms escandalosa. Para que el mal surja, no slo es
preciso que sea dado un sujeto capaz de soportarlo; es preciso tambin una ac-
cin llamada mala, sea porque inflige un mal, sea porque es ella misma perver-
sa. Pues bien, dios hace posible estas acciones en la medida en que concurre en
ellas. Y esta vez se trata de hacer el mal posible de una manera prxima e inclu-
so inmediata.
Ahora bien, esta tesis es cierta desde el momento en que se admite que todo
lo que no es dios es creado por l. Por lo tanto, que Dios concurre en todas las
actividades de las criaturas, significa que da el ser a las acciones, que tambin a
ellas las crea, como crea a las cosas que obran. A falta de lo cual el universo
sera esttico, constituido por seres inertes. Ms justamente la suposicin de esta
inmovilidad nos haba parecido antes presentar la inmensa ventaja de no dar
asidero al mal. As es como, desde este nuevo punto de vista, es Dios, parece, el
que introduce por concurso el mal en el mundo a la vez que toda especie de
dinamismo. No obstante ello, concurriendo en toda accin, incluso en la mala,
concurre Dios en el mal que hay en ella o que resulta de ella? De ningn modo.
Dios produce todo lo que hay de positivo, de ser, por consiguiente de bien, en la
accin y en su efecto. El defecto, la falta, en la que precisamente consiste el
mal, proviene de la criatura solamente en tanto que ella es finita, y, en el caso
del mal moral, en tanto que es libre. Por lo dems, es lo nico que la criatura
puede hacer sola y de lo que tiene la iniciativa verdaderamente primera.
As se explica, al menos en parte, pero en una parte muy profunda, el atrac-
tivo que el mal ejerce sobre el hombre: la alegra de destruir, incluso la alegra
de pecar. El hombre tiene en l la conciencia oscura, no slo de imitar a Dios,
sino de ejercer una de las prerrogativas de Dios, y de ser Dios en algn sentido.
Slo que no puede ejercitar su iniciativa ms que en el orden de lo negativo, en
la lnea del anonadamiento. En cualquier otro dominio su actividad se ejerce
sobre una materia pre-existente que se limita a transformar, y sobre todo se ejer-
ce en dependencia de la mocin divina. Se puede notar adems que, incluso en
la lnea de la nada, el hombre es impotente para llevar a trmino su proyecto.
66
Problemas y misterios del mal
67
Roger Verneaux
68
Problemas y misterios del mal
nada de malo en sus obras si no fuera a tal punto todo poderoso y bueno que del
mal no extrajera bien (Enchiridion, 11; citado por Santo Toms, S.T., 1, 2, 3,
ad 1; 1, 22, 2 ad 2). O tambin: Dios ha sabido que convena ms a su bondad
todopoderosa sacar el bien del mal que no permitir el mal (De correptione et
gratia, X, 27).
De este modo el optimismo es afirmado, no por la suma de casos particula-
res, siempre abierta y reformable, sino por principio, en razn de la naturaleza
de Dios creador. Poco importa que el principio, a su vez sea puesto por fe o por
razn. - de hecho es puesto por las dos en un movimiento convergente; aporta
en todo caso una luz y como una directiva de interpretacin para todos los
ejemplos de males.
Ms si uno se pregunta qu bien es el que Dios extrae del mal, todo lo que
podemos responder por el momento es esto; bajo el aspecto cuantitativo, ante
todo, extrae del mal a lo menos, pero ciertamente, un bien proporcionado, es
eso, en efecto, lo que exige el principio; y probablemente un bien ms grande,
pues tal cosa parece conveniente. Bajo el aspecto cualitativo, enseguida, los
males particulares sirven al bien del universo en su conjunto, pues es lo propio
de la Providencia divina procurar el bien del todo como tal por el orden de las
partes,. Y sin duda tambin el bien de las personas humanas que son la cima del
universo material, y a quien se puede pensar razonablemente que todo lo dems
est subordinado.
Naturalmente, como esta concepcin es general y a priori, como nunca po-
demos abarcar al universo en su conjunto y no pretendemos mostrar la finalidad
precisa de tal mal singular, se podr juzgar que estas ideas son bastante vanas.
Pero, al contrario, se puede estimar que son como un rayo de luz en la espesa
oscuridad.
Ms no se viene as, por una senda torcida, a negar la realidad del mal?
Decir que sirven bien, no es decir que solamente es aparente, no es pretender
en el fondo que es un bien? De ningn modo. De cualquier manera la realidad
del mal es de orden negativo, y totalmente relativa a un sujeto determinado. Va
de suyo tambin que el mal no produce el bien por s mismo; todo lo que se
puede esperar de l es que concurra indirectamente a ello. Estas precisiones
mediante, no hay nada de contradictorio en que el mal de un ser sea el bien de
otro, en que el mal de una parte sirva al bien del todo. Tal cosa, por lo dems,
no ofrece gran dificultad en lo que concierne al mal fsico, csmico o incluso
humano. La verdadera dificultad reside en el mal moral y tendremos que mos-
trar cmo Dios se ha ingeniado para utilizarlo. Slo que esta utilizacin tiene
una doble cara. Puede ser para manifestacin de la justicia divina por el castigo
del pecador, pero en ese caso ya no se trata del bien del universo, ni del hombre,
sino de Dios, por as decir. - o bien por la Redencin, pero entonces es una obra
69
Roger Verneaux
70
Problemas y misterios del mal
hay criatura perfecta y porque siempre es posible producir una que la aventaje.
Respondo que lo que se puede decir de una criatura o de una substancia particu-
lar, que siempre puede ser sobrepasado por otra, no debe ser aplicado al univer-
so, el cual debiendo extenderse por toda la eternidad futura, es un infinito.
Adems hay una infinidad de criaturas en la menor parcela de materia, a causa
de la divisin actual del continuo al infinito (Teodicea, II, 195). Y todava: No
se trata pues de una criatura sino del universo; y el adversario estar obligado a
sostener que un universo posible puede ser mejor que otro, al infinito. Pero es
justamente en eso en lo que l se engaara y eso es lo que no podra probar. Si
esta opinin fuera verdadera, se seguira de ella que Dios no producira ninguno,
pues es incapaz de obrar sin razn, y esto sera todava ms; obrar contra la
razn (II, 196).
Una crtica profunda de estos textos nos llevara muy lejos. En parte, por lo
dems, ya est hecha, a saber: en lo que concierne al principio de razn sufi-
ciente. Por otra parte, he aqu, sumariamente, lo que se quiere subrayar. Es el
universo infinito, sea en el tiempo, sea en el espacio, y, en cuanto al tiempo, sea
en la direccin del pasado, sea en la direccin del futuro, y, en cuanto al espa-
cio, sea en grandeza, sea en pequeez? Nada es menos seguro. Al contrario,
parece que una multitud actualmente infinita sea imposible. Admitmoslo, sin
embargo. Siempre quedar firme que el universo, siendo infinito desde ciertos
puntos de vista, es finito en cuanto a su ser puesto que es creado. Y eso nos
basta. Del ser creado al ser divino hay un distancia infinita, como deca Pas-
cal, un abismo que no puede ser colmado. Por perfecto que sea el mundo, por
consiguiente, antolgicamente hablando, est infinitamente alejado de la perfec-
cin absoluta del ser, y deja lugar para un mundo ms perfecto.
Seguramente la consecuencia de todo esto es turbadora. Impone una seria
reserva al optimismo, hasta el punto que se puede preguntar si el trmino es
todava adecuado. En algn sentido, s, a pesar de todo, pues el argumento pre-
cedente no significa de ningn modo que Dios hubiera podido organizar mejor
nuestro universo. Al contrario, el principio teolgico del bien (que Dios es infi-
nitamente bueno, sabio y poderoso ) obliga a pensar que ha obrado del mejor
modo, que ha hecho lo mejor posible con los elementos que ha creado de
hecho.- Pero, en otro sentido, no, pues habra podido siempre crear ms seres y
seres siempre mejores. Llegamos de este modo al optimismo relativo que hab-
amos afirmado precedentemente, pero desde un punto de vista nuevo, puesto
que esta vez es por relacin a Dios que es determinado.
Pero es demasiado evidente que de este modo nos hemos lanzado al agua.
Por qu Dios ha creado un mundo, si ste no es el mejor? La dificultad plan-
teada por Leibniz es real, debe ser examinada. Y para nosotros presenta una
dificultad suplementaria: por qu Dios ha creado este mundo y permitido todo
el mal que vemos en l?.
71
CAPTULO II
EL MOTIVO DE LA CREACIN
Por qu Dios ha creado el mundo? Es preciso notar ante todo que la cues-
tin no tiene sentido sino en una perspectiva testa, es decir: si se admite una
distincin radical entre Dios y el mundo, o, lo que viene a ser lo mismo, la tras-
cendencia de Dios respecto al mundo. En efecto, segn el pantesmo tal como
se encuentra en Spinoza, por ejemplo, el mundo emana de Dios por necesidad
de naturaleza y no se distingue realmente de l. En el fondo, todo es Dios, slo
Dios existe. La apora del pantesmo es explicar la aparente realidad de un mun-
do que no es Dios, puesto que se presenta a nosotros como mltiple y en movi-
miento. Uno no se la quita de encima ms que tachando al mundo de ilusin.
Pero eso no decide nada, porque queda por explicar cmo es que semejante
ilusin puede producirse. Acaso es obra de Dios? Es muy difcil sostenerlo.
Pero si no, si la ilusin es obra del hombre, uno est obligado a reconocerle a
ste una realidad propia, que no es distintivamente la de Dios. La trascendencia
de Dios se encuentra restablecida, sea cual fuere lo que se sostenga sobre ella.
La dificultad del tesmo es explicar por qu Dios ha creado el mundo. Leib-
niz la reduce al mnimo apoyndose sobre el principio de razn suficiente. No la
suprime, pues admite que, a pesar de todo, Dios crea libremente. Pero la mini-
miza, pues supone que los posibles tienden a la existencia en razn de la perfec-
cin propia de cada uno de ellos, de suerte que, si Dios se decide a crear, no
tiene ms eleccin: debe crear el mejor de los mundos posibles.
Para nosotros, que consideramos el principio de razn suficiente, bajo la
forma rgida que le da Leibniz, como un postulado del racionalismo, y como tal
por rechazable, la dificultad es extrema. Con San Agustn54 y Santo Toms55
debemos afirmar en principio que la voluntad de Dios no tiene causa, tampo-
co tiene entonces razn suficiente en el sentido de Leibniz, es decir: determi-
nante. Por qu? Porque Dios es el ser primero, absoluto. Admitir que su volun-
tad tenga una causa, sera poner algo anterior y superior a ella, y literalmente
sera negar que Dios es Dios.
Esta idea nos aproxima mucho a la filosofa del absurdo. Para el existencia-
lismo contemporneo el mundo es absurdo porque no puede ser deducido de
54
San Agustn, De Genesi contra Manicheos, 1, 2, 4.
55
Toms de Aquino, STh I q19 a5.
Roger Verneaux
56
H. Bergson, Deux Sources, p. 273.
74
Problemas y misterios del mal
57
Denzinger, Enchiridion Symbolorum et Definitionum, n. 1783.
75
Roger Verneaux
76
Problemas y misterios del mal
del Concilio Vaticano I: Si alguno niega que el mundo ha sido creado para la
gloria de Dios, que sea anatema58.
Qu es la gloria, en general? La manifestacin de las perfecciones que po-
seen. Eso no agrega nada a lo que se es, no es un enriquecimiento real, y sin
embargo no es una nada ni carece de valor.
Consideremos en primer lugar la gloria humana, la gloria de un artista, por
ejemplo. Tiene genio, supongamos, y si es consciente de ello, se podr decir que
saca gloria de lo que es. Pero en la medida en que no ha producido todava nada,
es el nico en saberlo y en gozarlo. Si consigue producir una obra, sta se
convierte en su gloria, o ms bien: es su gloria, por el simple hecho de ser bella,
de expresar por palabras, sonidos, colores, formas poco importa el medio, la
riqueza de su personalidad, la delicadeza de sus sentimientos, la profundidad de
sus emociones, la originalidad de su imaginacin. Incluso suponiendo, lo que,
por lo dems, es bastante frecuente, al menos por un tiempo, que la obra no sea
comprendida por el pblico, o que permanece desconocida, basta su sola exis-
tencia para glorificar a su autor; ste se complace muy legtimamente en ella, se
glora de ella. Pero eso no es todava ms que una etapa. La obra llega a ser
conocida, apreciada, admirada? Por lo pronto causa la alegra de los que la con-
templan, los eleva y los enriquece, pues les permite participar en la idea del
artista. Despus atrae sobre l la atencin y la admiracin del pblico. No es
ms genial por eso, ciertamente, pero su genio brilla, es conocido y alabado.
Posiblemente sacar de ello ventajas materiales, pero eso es desdeable, o en
todo caso es de otro orden. Quiz extraiga de esa situacin orgullo; hara mal,
pues no vale ms que cuando era ignorado. Quiz comience a creer en su genio;
es porque no tena conciencia de l hasta el momento y estaba falto de lucidez.
Resumiendo, lo esencial de la gloria est en la manifestacin de las perfeccio-
nes.
Este anlisis puede esclarecer lo que la Escritura y la teologa nos dicen de
la gloria que el mundo procura a Dios y por la cual Dios lo ha creado. He aqu,
en primer lugar, un esquema general y simplificado. La teologa distingue la
gloria interna esencial de Dios y su gloria exterior o accidental. La primera
consiste en la conciencia que Dios tiene de su infinita perfeccin; es Dios, se
conoce, se glora de ser Dios. Esta gloria es de algn modo inherente a la divi-
nidad: es infinita; no puede ser aumentada o disminuida por nada. Pero Dios ha
querido darse otro tipo de gloria. En eso consiste justamente la creacin: mani-
festar hacia fuera su perfeccin convocando a las criaturas a participar en ella.
Ellas lo glorifican simplemente existiendo cada una de acuerdo a su naturaleza,
siendo lo que l quiere que sean. Precisamente en este sentido los cielos cantan
la gloria de Dios, sin saberlo ni quererlo. Las estrellas brillan en sus puestos y
58
Denzinger, n. 1805.
77
Roger Verneaux
se alegran. l las llama y ellas dicen: henos aqu, y brillan llenas de gozo para
aquel que las ha creado (Baruch, 3, 34-35). Aunque no hubiera nadie en el
mundo para mirarlas, ellas cumplen su funcin y dan gloria a su creador. Desde
este punto de vista, agreguemos, las criaturas dan gloria a Dios ms o menos
segn el grado de perfeccin de su ser, porque reflejan de ese modo ms o me-
nos su infinita perfeccin. Por ltimo, una tercera forma de gloria es posible:
que Dios sea conocido y alabado conscientemente por sus criaturas. Este es el
papel de los seres inteligentes: que lo glorifiquen tanto ms cuanto mejor lo
conozcan.
Para precisar un poco estas nociones, apliqumoslas al hombre. En el orden
del ser, glorifica a Dios, en primer lugar, de una manera natural simplemente
siendo hombre y cumpliendo su oficio de hombre, como las estrellas que brillan
en sus puestos. Pero le reporta una gloria infinitamente superior aceptando el
don de la gracia que lo eleva al orden sobrenatural y lo hace participar de la
vida misma de la divinidad. Y en este orden son posibles una infinidad de gra-
dos, que corresponden a las etapas de la santidad. En el orden del conocimiento,
por otra parte, comienza a glorificar a Dios cuando lo reconoce como creador de
s mismo y del universo, y lo contempla en el espejo de sus criaturas. Es un
conocimiento natural, para el cual basta el buen uso de la razn, y que se pro-
longa normalmente en alabanza y amor. Mas por la fe, el espritu penetra en un
conocimiento sobrenatural que alcanza los misterios de la vida divina y que,
aunque oscuro, trasciende todo conocimiento racional. La experiencia mstica es
la mayor glorificacin que el hombre puede tributar a Dios sobre la tierra, por-
que alcanza a Dios mismo en su substancia, inmediatamente, y la gusta, por as
decir. Pero es solamente en el cielo donde se completa la obra de glorificacin:
por la visin beatfica. Dos cosas se unen en ella, e incluso son idnticas en
cuanto a su realidad: la felicidad del hombre y la gloria de Dios. Se puede decir
con toda verdad que la gloria de Dios consiste en la felicidad del hombre. Mas
la felicidad del hombre consiste en la visin de Dios cara a cara, lo cual es la
mayor glorificacin que pueda tributrsele. Y es preciso afirmar con mucha
firmeza que la gloria de Dios prima sobre la felicidad del hombre de derecho,
porque Dios es Dios, y el hombre su criatura.
Esta doctrina permite comprender muchos puntos esenciales concernientes
al problema del mal.
Ante todo, que el mundo comporta una multitud de seres. En efecto, ha sido
creado para participar de la bondad de Dios y para manifestarla. Empero ningu-
na criatura la representa suficientemente, solamente refleja un aspecto de ella.
As, la perfeccin, que en Dios es una y simple, se expresa hacia fuera en criatu-
ras mltiples y diversas. Lo que a una de ellas le falta para representarlo, lo har
otra. De suerte que el universo representa mejor la perfeccin divina que ningu-
na criatura en particular, por noble que sea. Sin duda no lo agota, porque es
78
Problemas y misterios del mal
59
Toms de Aquino, STh I q48 a2.
79
Roger Verneaux
obrar las unas sobre las otras y a transformar lo que ya existe. De donde proce-
de el mal.
Por ltimo, se comprende tambin que el universo creado comporte seres in-
teligentes y libres. Las dos cualidades estn conectadas y se arraigan en la espi-
ritualidad. Ahora bien, es evidente que los espritus glorifican a Dios infinita-
mente ms que los cuerpos. Por una parte, expresan y manifiestan mejor la natu-
raleza de Dios, espritu puro, soberanamente inteligente y libre. Y, por otra par-
te, son las nicas criaturas capaces de conocer a su creador, de recapitular y
ofrecer la alabanza inconsciente del mundo material unindola a la suya. Su
funcin en la creacin parece a tal punto importante que se ha preguntado si sta
tendra sin ellas razn de ser. Es una cuestin bastante vana, hay que confesarlo,
puesto que de hecho existen; pero, en fin, queda firme que se puede razonable-
mente tener dudas al respecto.
80
CAPTULO III
PROVIDENCIA Y PREDESTINACIN
82
Problemas y misterios del mal
suerte de conflicto entre el creador, que ha constituido los seres segn tal o cual
naturaleza, y la Providencia que conduce a estos seres de una manera anti o
preter (extra) natural. De donde se sigue que la Providencia no suprime la con-
tingencia de los acontecimientos: no impone necesidad all donde las causas no
estn determinadas por naturaleza a producir tal efecto sino que de suyo estn
indeterminadas para varios. No suprime el azar que resulta del encuentro de
series causales independientes, productores de un efecto accidental que nin-
guna de ellas produce por s sola. No suprime, por ltimo, la libertad, pues eso
sera suprimir al hombre mismo. Al contrario, dirige al hombre como hombre,
es decir, por el ejercicio de su libertad.
Cmo lo hace? Esta es otra cuestin. La solucin ms simple sera decir:
Dios confiere a la voluntad del hombre su tendencia, su movimiento hacia el
bien, y deja a la libertad la capacidad de determinar la intencin de tal o cual
bien particular. Desgraciadamente esta idea no parece admisible, pues implica
que el acto mismo de eleccin escapa al gobierno de Dios; ahora bien, todo est
sometido a l en la actividad de las criaturas. Es preciso penetrar ms profun-
damente.
Uno no puede entrever la solucin sino comprendiendo que la causalidad
divina no se aade a las causas segundas, que no entra en su encadenamiento
sino que las trasciende, que est bajo ellas constantemente y las aplica a su acti-
vidad. No hay nada de imposible, en estas condiciones, en que un acto sea ente-
ramente nuestro y enteramente de Dios. Del mismo modo que Dios nos da a
nosotros mismos crendonos, nos da el ser dueos de nosotros hacindonos
obrar libremente. De suerte que, en esta perspectiva, es preciso decir no slo
que Dios respeta la libertad del hombre, sino que la crea o que la funda.
Slo que, con esto, todava no est dicho todo, y a partir de aqu uno entra
en pleno misterio. Pues Dios obtiene infaliblemente lo que quiere. Que consiga
que un hombre ponga tal o cual acto, se concibe fcilmente. Pero que lo consiga
infaliblemente por el ejercicio de su libertad, eso es un misterio. La nica luz
que tenemos sobre este punto, es que la Providencia no violenta a la voluntad,
es decir, no la mueve desde fuera y contra su naturaleza, sino que la inclina
desde dentro de acuerdo con su naturaleza, de tal suerte pues que siempre pueda
resistir si lo quisiera aunque de hecho no lo quiera.
As, volviendo a nuestro preciso problema, el misterio es que la Providencia
no conduzca siempre a los hombres de tal manera que eviten el mal y hagan el
bien. - cosa que podra hacer con toda seguridad sin comprometer en lo ms
mnimo su libertad.
Y si uno se pregunta porqu lo hace con algunos y no con otros, no tene-
mos nada que responder. Por lo dems, de este modo se ha llegado al misterio
de la predestinacin. Ms antes de abordarlo es preciso decir una palabra sobre
la elevacin del hombre al orden sobrenatural por la gracia.
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nmero de los elegidos, nos encontramos empero con el dogma del infierno,
cuya amenaza planea continuamente sobre el hombre viajero.
Hay un punto sobre el que la doctrina de la Iglesia es perfectamente ntida y
que podra servir de base a nuestras reflexiones: es que Dios, en su bondad,
llama a todos los hombres a la bienaventuranza del Cielo. Dios quiere que
todos los hombres se salven, dice San Pablo (I Tim. II, 4). Jesucristo ha muer-
to por todos) (II Cor. V, 15) y la Iglesia ha reafirmado ese dogma en el curso de
las edades cada vez que ha sido controvertido por alguna hereja (D. 200, 316-
319, 321-322, 627). Qu significa precisamente?.
En primer trmino, esto evidentemente: que Dios no pre-destina a nadie, de
manera positiva y absoluta, al mal, al pecado, al infierno; es lo menos que se
puede esperar de su bondad. A rengln seguido, esto: que ofrece a todo hombre
capaz de vida moral (dejaremos de lado aqu la cuestin de los nios muertos
sin bautismo) todas las gracias que le son necesarias para que pueda lograr su
salvacin. La razn de esto es clara; de otro modo, el llamado a la beatitud sera
una pura ficcin. Es lo que la teologa expresa por el trmino de gracia suficien-
te. El resultado entonces depende de nosotros, porque en ningn caso la gracia
suprime la libertad, sino que demanda una cooperacin de nuestra parte y po-
demos resistir ella. Nuestra suerte est en nuestras manos.
Notemos en este punto que Pascal ha cometido un gran error al ridiculizar
en las Provinciales, la expresin gracia suficiente. Rechazar la expresin es
rechazar la nocin. Pero negar que nos sea ofrecida una gracia suficiente, es
negar la voluntad salvfica universal de Dios, o, en otros trminos, es negar
que Jesucristo haya muerto por todos los hombres sin excepcin, pro mnibus
omnino hominibus (D. 1096). Ahora bien, esta negacin es muy exactamente la
doctrina jansenista, al menos bajo su aspecto ms profundo. Segn el jansenis-
mo, nunca se resiste a la gracia (D. 1093), toda gracia es eficaz. Por consi-
guiente, si alguien se pierde, es porque no ha recibido las gracias necesarias
para su salvacin: no es l quien es responsable de su prdida sino Dios. Al
condenar las cinco proposiciones de Jansenio, tachando de hertica la doctri-
na jansenista (D. 1092-1096), la Iglesia no ha hecho otra cosa, si se osa decirlo,
que mantener los derechos del sentido cristiano e incluso del simple buen senti-
do.
Por consiguiente, hay predestinacin universal a la salvacin. He aqu una
disposicin totalmente gratuita de la Providencia, pues la iniciativa de la salva-
cin proviene de Dios, desde el primer buen pensamiento hasta la perseveran-
cia final y la buena muerte. Y esta predestinacin es anterior a todo mrito de
nuestra parte, lo que, en el fondo, es otro modo de decir que es gratuita, puesto
que es la gracia la que nos permite merecer cualquier cosa en el orden sobrena-
tural. De acuerdo con la bella frmula de San Agustn (est hablando de los
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Santos y se dirige a Dios) coronado eorum merita, coronas dona tua, coronan-
do sus mritos, coronis vuestros dones.
Inversamente, cmo concebir el mecanismo de la condenacin? El hombre
es nica y plenamente responsable de ella: Perditio tua ex te, Israel (Oseas,
XIII, 9; citado por Santo Toms, S.T., I, 23, 3). Tenidneo todo lo que era nece-
sario para salvarse, se condena por el mal uso de su libertad. Rehusando coope-
rar con la gracia, hace abuso de ella, en el sentido literal de la palabra, y la vuel-
ve intil. Dios lo condena en consecuencia, abandonndolo a su voluntad propia
y retirndole la gracia de la que no ha querido servirse. Dos axiomas teolgicos
pueden resumir toda esta doctrina: facienti quod in se est Deus non denegat
gratiam, al que hace lo que puede, Dios no le deniega la gracia. - y: Deus non
deserit nisi prius deseratur. Dios no abandona a un hombre a menos que l
mismo lo haya abandonado primero.
Ahora no se puede evitar el encarar otro aspecto del problema que ha sido,
en el siglo XVIII, punto de vivas discusiones entre telogos: la funcin de la
preciencia de Dios en la predestinacin. pues Dios prev desde toda la eterni-
dad que tal hombre se condenar o se salvar; por consiguiente parece que uno
est autorizando a decir que lo ha predestinado al Cielo o al infierno desde toda
la eternidad. No es esto demasiado desesperante? De ningn modo, con tal de
tener una nocin correcta de la presciencia divina.
Pues el trmino es impropio, aunque clsico. Para entenderlo bien es preciso
ponerlo en relacin con la nocin de eternidad. Ahora bien, la eternidad de
Dios no consiste solamente en que no ha tenido comienzo ni fin; consiste esen-
cialmente en que est fuera del tiempo, inmutable, de suerte que todos los ins-
tantes que para nosotros son sucesivos, estn igualmente presentes para El,- y
no mezclados, por as decir, sino distintos, es decir, con su orden de sucesin,
con su relacin mutua de antes y despus. Dios ve pues desplegada ante El la
vida total de un hombre, desde su nacimiento hasta su muerte, con todos sus
actos. Sabe, por lo tanto, desde toda la eternidad cmo vivir, cmo morir. Lo
predestina pues, segn nuestra manera humana de hablar, post previsa merita,
despus de haber previsto sus mritos. La expresin es aparentemente contra-
dictoria; sin embargo traduce lo menos mal posible el acto nico y eterno de
Dios respecto del hombre cuya existencia se desarrolla en el tiempo. Se com-
prende as que la presciencia divina no quite nada a la libertad humana y que
nuestra suerte est fijada a los ojos de Dios quedando abierta para nosotros y
realmente ambigua en todo momento de nuestra vida.
Esta solucin es con seguridad discutible en lo que concierne a la predesti-
nacin a la beatitud. Es caracterstica del molinismo, y los tomistas le han
reprochado comprometer la iniciativa absoluta de Dios en todo lo que conduce
al hombre a la salvacin (cf. S.T. I, 23, 5). Pero es indiscutible e indiscutida en
lo que concierne a la predestinacin al infierno, o, como se dice, la reprobacin,
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pues es el hombre quien tiene la iniciativa absoluta del mal, y Dios no condena
a nadie sin haberle propuesto todas las gracias necesarias para su salvacin, ni
sin haber previsto que no las utilizara. Por lo tanto, se puede profesar la doctri-
na de la predestinacin (a la gloria) post previsa merita, sabiendo que en ese
caso se es molinista. Pero se debe para ser catlico profesar la doctrina de la
reprobacin post previsa merita, porque es ella la que resulta de las definiciones
de la Iglesia. Ahora bien, ella le da paz a la razn.
Pero todava no est dicho todo. Segn el sistema molinista es el hombre el
que hace eficaz la gracia suficiente que Dios le ofrece. Cmo? Simplemente
cooperando con ella. Dios le da a los medios para alcanzar su salvacin; el
hombre se condena o se salva segn que los utilice o no. Est claro que esta
concepcin exalta la libertad humana, y es precisamente su carcter humanista
lo que le hace seductora.
Pero el sistema tomista marca mejor la libertad de Dios. De acuerdo con l,
la predestinacin es anterior, no solamente a todo mrito, sino tambin a toda
previsin de los mritos. Dios salva a quien quiera, y para eso acuerda a los que
quiere salvar, a ms de la gracia suficiente, una gracia por s misma eficaz. Esta
gracia no violenta en absoluto la libertad humana; el hombre conserva siempre
el poder de resistir a ella; pero lo mueve desde dentro a querer de tal suerte que
obtenga infaliblemente su efecto. En esta perspectiva, Dios no es responsable
de la prdida del pecador? No por cierto, pues el hombre se ha condenado li-
bremente abusando de las gracias que le eran ofrecidas. Pero s, no obstante, en
este sentido: Que Dios hubiera podido salvarlo, a pesar de todo, si hubiera que-
rido, otorgndole una sobreabundancia de gracia, y no lo ha hecho. Se toca aqu
el misterio de la predileccin divina. No hay nada que decir al respecto, sino
que sera absurdo protestar contra la eleccin libre de Dios, pues no se puede
reprochar a Dios no dar lo que no est obligado a dar de ningn modo, tanto
menos cuanto que El ha concedido efectivamente todas las gracias necesarias
para la salvacin. Ms por qu tal hombre recibe ms que tal otro, eso es lo que
nos es absolutamente imposible saber.
En todo caso queda firme, en la perspectiva humana en que nuestro pensa-
miento est acantonado, que es preciso atenerse al principio de Santo Toms de
que solamente son privados de la gracia los que han puesto libremente un
obstculo a la gracia (C.G., III, 160): atenerse a l, pero tambin atenerse fir-
memente, es decir: no slo pensar el principio mismo, sino vivir en la va lumi-
nosa que indica.
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CAPTULO IV
EL ORIGEN DEL MAL HUMANO
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fuerzo duea de las pasiones formada parte de los dones sobrenaturales, de suer-
te que la concupiscencia es viciosa, no en s misma, sino en tanto que est lite-
ralmente desenfrenada. De la misma manera, por ltimo, el hombre est natu-
ralmente dotado de libertad en la eleccin de los medios para ser feliz en la
medida en que no ve a Dios cara a cara. Pero la libertad comporta grados. Est
disminuida desde el mismo momento en que las pasiones no estn ms estric-
tamente sometidas a la razn sino que la previenen y la oscurecen. Dicho de
otro modo todava, en tanto que el hombre est sometido a Dios, Dios ha supli-
do por gracia lo que la naturaleza humana tena de insuficiencia para realizar su
propia vocacin. Pero, perdiendo el hombre la gracia, se encontrado ha impo-
tente para realizarse. Es en este sentido, parece, que debe interpretarse la "heri-
da causada por el pecado original.
Al mismo tiempo que desequilibra su propia naturaleza, el pecado de Adn
repercute en el universo entero, en la naturaleza, digamos, poniendo en ella
turbacin y desorden. Es lo que da a entender este pasaje de San Pablo: la
creacin entera, estando sujeta a la vanidad, gime en dolores de parto, creatura
vanitati subjecta est, omnis creatura ingemiscit et parturit usque adhuc (Rom.,
VIII, 18-22). En qu puede consistir este gemido de la creacin, su dolor, su
esfuerzo por parir?
No se ve cmo el pecado del hombre haya podido arrojar la turbacin en los
tres reinos inferiores de la naturaleza, mineral, vegetal y animal, que no tienen
nada que ver con aqul. O habr que decir que el hombre los contiene y los
recapitula de tal suerte que ellos han pecado en l? Pero la consecuencia no es
buena. Sin duda el hombre recapitula la naturaleza entera, pero no es un animal,
no ms que un animal es un vegetal, etc. la heterogeneidad de las esencias, la
diferencia de orden que separa los reinos de la naturaleza, impide admitir una
implicacin moral de los inferiores en el superior.
En cambio se comprende sin trabajo que el pecado del hombre haya podido
turbar el universo del hombre, es decir, la relacin del hombre al mundo, por-
que ha cambiado uno de los trminos de la relacin: el hombre. Concretamen-
te, qu significa esta idea? Que el mundo se ha vuelto peligroso y nocivo para el
hombre, hostil en cierta medida. No radicalmente, sin duda, puesto que el hom-
bre es capaz de vivir en l, e incluso, si se puede decirlo, de apropirselo, de
humanizarlo por su trabajo. Lo bastante empero para que el trabajo le sea peno-
so, para que no pueda vivir en l sin sufrir y que, al fin de cuentas, sea consumi-
do por su lucha y vencido.
As, decir que el mundo se ha vuelto hostil para el hombre, equivale sim-
plemente a decir que el hombre ha sido condenado a morir. Para que su muerte
no sea un milagro perpetuo. - milagro a contrapelo. - una intervencin directa e
inmediata de Dios en cada caso particular, convena que la muerte, con su corte-
jo de sufrimiento, viniera naturalmente fuera infligida por la naturaleza; que la
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sa sino la verdad de estos dos estados con una voz tan potente que es imposible
resistir? (fr. 434, 435) .
No discutiremos por cierto que el dogma del pecado original aporta una
gran luz sobre la condicin presente de la humanidad, ni tampoco que en cierta
forma lo experimentemos, a saber: no en s mismo, sino en sus efectos, que la fe
nos dice que l ha tenido. Por lo dems, Pascal no pretende que la razn, anali-
zando la condicin humana, puede o hubiera podido llegar a descubrir ella solo
el dogma. Afirma todo lo contrario: Cmo fuera percibido por su razn, pues-
to que es una cosa contra la razn, y puesto que la razn, muy lejos de inventar-
lo por sus caminos, se aleja de l cuando se le presenta?. (fr. 445). Su tesis es
que una vez revelado este dogma, toda nuestra experiencia lo confirma, lo veri-
fica, y que sin l somos incomprensibles para nosotros mismos.
Quiz esto es decir a la vez demasiado y demasiado poco, y en los dos casos
dejar penetrar una punta de janseismo. En primer lugar, no hay signos de des-
equilibrio, aparentes en el orden natural, que permiten concluir con alguna pro-
babilidad el pecado original? Todo se reduce a saber si los males de que sufri-
mos son penas, en el sentido tcnico y moral de la palabra. Ahora bien, se puede
pensarlo razonablemente, dice Santo Toms, si se admite la Providencia, cuya
obra propia es hacer reinar el orden en el universo. Pues el orden es que lo supe-
rior domine a lo inferior tanto desde el punto de vista dinmico como desde el
punto ontolgico. Dicho de otro modo, el orden es que en el hombre las pasio-
nes estn sometidas a la razn, cl cuerpo al alma, y que el mundo est sometido
al hombre. Si no es as, se puede pensar que es por falta del hombre y no por la
de Dios. Considerando la Divina Providencia y la dignidad de la parte superior
de la naturaleza humana, se puede probar con bastante probabilidad que los
males son penas, y as se puede concluir que el gnero humano ha sido origina-
riamente infectado por el pecado (C.G., IV, 52).
Por qu no hay ms que una probabilidad? Porque el detalle de los desig-
nios providenciales nos escapa, y porque la naturaleza humana no est hasta tal
punto corrompida que Dios no la haya podido crear primitivamente en el estado
en que la vemos. El anlisis del ser contingente concluye con necesidad en la
existencia del Creador, porque se mueve en el orden propiamente metafsico,
pero el anlisis de la condicin humana no concluye necesariamente en el peca-
do original, porque se desarrolla en el plano de los hechos contingentes. Dire-
mos pues que el pecado original no es irrazonable, pero que tampoco es demos-
trable: para que la simple razn es verosmil y probable.
Ms, por otra parte, tendramos alguna idea de la verdad y de la felicidad si
no las hubiramos posedo? Una primera dificultad reside en el modo de memo-
ria que esta hiptesis implica. Se trata de una reminiscencia de tipo platnico?
No, porque ella supone una preexistencia de las almas individuales. Acaso de
una tradicin dentro de la humanidad? Posiblemente, pues la idea de una cada
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CAPTULO V
LAS RAZONES DEL PECADO
El dogma del pecado original es con toda seguridad el centro de toda la doc-
trina cristiana relativa al mal humano; pero no es la ltima palabra sobre el
mismo. Segn la interpretacin que uno le d, se trasforma totalmente las pers-
pectivas de la teora del mal y el sentido mismo de la vida humana. Pero eviden-
temente reclama el mismo una explicacin. Y en dos planos: en el orden de las
causas segundas, primero, la cuestin es saber por qu Adn ha pecado; en el
orden de la causa primera, despus, la dificultad es comprender por qu Dios ha
permitido que Adn peque.
Desde el primer punto de vista, el acto del pecado nos remite por una parte
al poder del pecador, la pecabilidad intrnseca al primer hombre, y por otra
parte al demonio tentador.
El primer punto se deja penetrar bastante fcilmente. En efecto, la pecabili-
dad parece natural a todo espritu creado. Ninguna criatura, dice Santo Toms,
puede existir, cuyo libre arbitrio est naturalmente confirmado en el bien de tal
suerte que no pueda pecar (De Veritate, 24, 7, ad 4). O tambin: Toda criatura
racional, considerada en su naturaleza, puede pecar (S.T., I, 63, 1). Y la prueba
que da de tal cosa es la siguiente: solamente es incapaz de desviarse el acto cuya
regla es la potencia misma que lo cumple; o digamos; solamente es impecable el
agente que es para s mismo su propia regla y su propio fin, el ser estrictamente
autnomo. Pero se es el privilegio de Dios. Toda voluntad creada, en cambio,
est subordinada a una regla que ella no es; su bien, su fin, le es exterior, de tal
suerte que siempre tiene la posibilidad de apartarse de l.
As el riesgo de fallar es inherente a todo espritu creado. La impecabilidad
slo puede ser una gracia, y sta consiste normalmente, es decir: aparte las ex-
cepciones y favores de la liberalidad divina, en la visin beatfica, pues en ella
el espritu est por as decir fascinado por Dios, no puede apartar de El su mira-
da, ni cesar de amarlo, ni amar otra cosa que no sea El. Ahora bien, el estado
primitivo del hombre, la justicia original, no debe ser confundido con el estado
de bienaventuranza; no ser todava el Cielo sino la tierra, era un estado de via-
jero, el camino no la patria.
De ah resulta que Adn poda pecar, incluso en ausencia de toda sugestin
diablica y tentacin exterior. El estado de equilibrio en que se encontraba no lo
pona al abrigo de un desfallecimiento moral. Y un tal desfallecimiento, de al-
guna manera espontneo, no hubiera sido ni ms ni menos absurdo e incom-
Roger Verneaux
prensible que el que ha sido sugerido desde fuera. Por lo dems habra que lle-
gar a aquello en lo que concierne al pecado de los ngeles, pues al menos stos
no han tenido tentador.
Pero de hecho, nos ensea la Escritura, Adn ha pecado porque ha sido ten-
tado por demonio. No hay en eso, por otro lado, una excusa, puesto que no pod-
a invocar la ignorancia, ni la pasin desordenada, ni la debilidad de voluntad.
Por consiguiente, somos llevados a encarar el misterio de Satn( 1). Este
nombre, como se sabe, no es propio sino solamente apropiado: significa el ad-
versario. Aunque San Juan lo llama el prncipe de este mundo (XIII, 31) y
San Pablo ms vigorosamente todava el Dios de este siglo (II Cor., IV, 4), no
se debe ver en l el Dios malo del maniquesmo, ni el mal absoluto, o, como
dice el Concilio, la substancia del mal (D. 237). Por consiguiente, a nuestro
criterio, es desviarse de la verdad por el amor del brillo verbal decir, como
hacen algunos autores contemporneos: el mal es alguna cosa (2). El mal es
alguien si se lo personifica, por figura retrica.
Como sucede con el pecado, la muerte y la ley en San Pablo. Pero es preciso
ser San Pablo para tener el derecho de hablar como San Pablo. Tomar a la letra
expresiones que son de toda evidencia imaginarias en la Escritura, es traicionar-
la. En cuanto a imitar su estilo para expresar una idea que ella no contiene, y
que adems es falsa, eso no tiene nombre.
A propsito de Satn una cosa al menos es clara: no puede ser malo por na-
turaleza y en su ser, pues, por una parte, segn la fe, es criatura de Dios, reflejo
y participacin de su infinita perfeccin, y, por otra parte, segn la razn, todo
ser es bueno en la medida en que es. Satn es un ngel cado, un espritu puro.
Por consiguiente, por paradojal que ello parezca, es mejor que cualquier hombre
y ms amado de Dios. Sin duda el menor de los hijos de Dios es mejor y ms
amado, pues la ms pequea gracia trasciende infinitamente toda especie de
bien natural. Pero en el orden de la naturaleza los dones de Dios no se repiten.
Satn se ha vuelto malo por libertad, por lo tanto en el orden moral, sin perder
por eso su naturaleza excelente de espritu puro. Y es en razn de la excelencia
de su naturaleza que se ha condenado definitivamente por un solo acto de peca-
do, en tanto que el hombre pecador no est irremediablemente condenado ms
que en el momento en que la muerte le quita su condicin temporal.
Dos cuestiones se plantean ahora: en qu ha consistido el pecado de los
ngeles, y cul es la funcin que los ngeles malos en el desarrollo del mal
humano? Cuestiones muy oscuras, sobre las que la teologa solamente nos apor-
ta poca luz.
La primera parte puede ser de algn modo discernida por eliminacin y de-
terminada negativamente. El pecado de los ngeles no ha podido ser ms que un
pecado de orgullo. En efecto, si se admite que son espritus puros, toda falta
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toda forma e incluso toda posibilidad de intervencin del demonio en los asun-
tos humanos. Algunos casos son patentes, al menos a los ojos de la fe: las po-
sesiones de las que habla el Evangelio; el cristiano no puede dudar de ellas.
Ms todo el resto pertenece al dominio de las probabilidades. Las posesiones
son raras y difciles de diagnosticar, es decir, de distinguir de las enfermedades
nerviosas y mentales. Se dir que un hombre es diablico cuando est animado
de una voluntad perversa y hace el mal gratuitamente segn las apariencias,
buscando el mal por s mismo y apuntando a pervertir a otro. Muy especialmen-
te la crueldad tiene algo de diablico, cuando inflige sufrimientos intiles y ms
todava cuando apunta, por medio del sufrimiento, a degradar la humanidad en
el hombre, a envilecer al hombre espiritualmente. Pero sta es una manera me-
tafrica de hablar y no real: se califica al acto humano por analoga con el
gnero de actividad que la fe atribuye al demonio. De que un hombre obre como
un demonio, no se sigue que obra bajo la influencia directa del demonio.
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rio, en tanto que medio para criatura de anudar ella misma el hilo de su destino.
Por lo tanto, parece normal que desaparezca cuando ha cumplido su funcin. Y
es tambin la razn por la que la libertad es una prueba.
El riesgo, la prueba, estn ligados a un cierto nivel de ser y de perfeccin, ni
el ms bajo, ni el ms alto, sino intermedio. Los cuerpos brutos no corren el
riesgo de escapar a las leyes de su naturaleza, pero esto es por imperfeccin.
Los espritus bienaventurados, que gozan de la visin beatfica, ya no corren el
riesgo de caer, pero es por un perfeccionamiento que trasciende a su naturaleza.
Entre los dos, es decir, para las criaturas espirituales que, en estado de gracia, no
estn transformadas por la luz de la gloria y no tienen la intuicin de Dios,
existe la prueba de la libertad, una prueba que consiste en la libertad misma.
Pero la idea de prueba debe ser ella misma bien entendida. Va de suyo, en
primer lugar, que Dios no tiene necesidad de este medio para sondear los rio-
nes y los corazones, para saber lo que hay en el hombre y para dar sobre l un
juicio exacto. Ve en su eternidad el desarrollo de nuestra vida; todo los momen-
tos del tiempo estn igualmente presentes ante l. Por otra parte, si Dios no fija
de entrada y universalmente la voluntad de las criaturas en el bien, no es de
ninguna manera por el placer brbaro de verlas agitarse ciegamente y correr el
riesgo a cada momento de caer a cada instante en el precipicio del pecado. No
es El sino nosotros los que tenemos necesidad de una prueba: por nuestra felici-
dad y por nuestra dignidad. De parte de Dios es la expresin de una suerte de
respeto para nuestra autonoma, o mejor de un amor verdaderamente puro de las
personas como tales, de las personalidades creadas.
Por lo tanto, es lo mismo, en definitiva, decir que Dios permite el pecado en
pro de la libertad y que lo permite en pro de los elegidos. Es mejor para ellos
que hayan merecido el Cielo, ganado la recompensa. Y tal es, en efecto, la ala-
banza que la
Escritura hace del justo en general: ha sido probado y encontrado sin re-
proche; ha podido violar la ley y no la ha violado; hacer el mal y no lo ha hecho.
Esta prueba es para l causa de gloria; su fortuna ser estabilizada en el Seor
(Eclesistico, XXXI, 10-11). De todas maneras, es preciso notarlo, el Cielo es
gratuito, dado por pura bondad sin mrito proporcionado de nuestra parte, pues
no puede ser merecido sino con ayuda de la gracia. No obstante lo cual, una vez
ms, es mejor, y eso es bastante evidente, que el hombre escoja libremente,
pudiendo rehusarlo, y que el mismo labre su destino.
Las consideraciones precedentes valen tanto para el pecado de los ngeles
como para el pecado de los hombres, pues unos y otros son criaturas inteligen-
tes y libres por naturaleza. Adems son las nicas que pueden ser propuestas
para los ngeles, pues stas que ahora siguen solamente son vlidas para los
hombres. Conciernen, en efecto, a la Redencin; los demonios se han condena-
do definitivamente por su primer pecado y no son susceptibles de Redencin.
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TERCERA PARTE
PERSPECTIVAS MORALES
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CAPTULO I
LA FALTA
Importa ante todo situar, por as decir, la falta oral en la conciencia humana,
encontrar en el conjunto complejo de la vida psquica el punto preciso en que
ella viene a insertarse.
Ahora bien, va casi sin decir, ante todo, que reside en la voluntad. Eso su-
pone que se distingue en la unidad del hombre algunas grandes funciones. Pero
lo daremos por acordado, pues no hay psicologa, por sinttica que quiera ser,
que no se encuentra constreida a ello. Sentir no es por completo lo mismo que
comprender, ni comprender lo mismo que querer. En todo caso, el acto exterior
que resulta normalmente del querer, si no es frenado desde dentro por un cam-
bio rpido, o detenido desde fuera por un obstculo, no es moralmente malo
sino en razn de la mala voluntad en que tiene su fuente. Un acto involuntario
no tiene valor moral, ni bueno ni malo.
Ahora se puede precisar todava un poco ms, si se analiza el acto mismo de
querer y si se consiente en distinguir una serie de fases en su desarrollo. La falta
no es plena y formal sino en el estadio de la decisin. Sin duda la simple inten-
cin de obrar mal es ya mala; el mismo deliberar sobre si se obrar bien o mal
es ya mal. Pero uno no est todava comprometido, la voluntad no est determi-
nada. Mientras que en el instante preciso en que se toma la decisin de hacerlo,
la falta est cometida. La ejecucin de ella no agregar nada, a no ser quiz un
elemento de perseverancia y obstinacin, si presenta alguna dilacin o alguna
dificultad.
Una vez que se han llevado a cabo estos desbroces, abordemos el problema
central. Es el de comprender en qu consiste exactamente la falta y cmo misma
es posible. Pues la voluntad tiene por objeto el bien. He ah una tesis muy firme
de la psicologa, que se funda sobre las nociones mismas de apetito, o de ten-
dencia, y tambin de bien. El bien, lo hemos visto, se define: el objeto de un
apetito, y el apetito; el movimiento de un ser hacia su bien. Ahora bien, la vo-
luntad es un apetito intelectual, anlogo al deseo pero en otro plano. El deseo es
una tendencia sensible, se dirige a un objeto concreto, presentado por los senti-
dos o la imaginacin. La voluntad es una tendencia intelectual, que se dirige
hacia un bien concebido, representado abstractamente por la inteligencia. De ah
se sigue que la voluntad, por naturaleza se dirige hacia el bien y que no puede
querer el mal formalmente tomado, el mal como tal y por s mismo.
Roger Verneaux
Esto es lo que haba visto Scrates y lo que lo haba llevado a formular sus
clebres paradojas: nadie es malo voluntariamente, todo pecador es un igno-
rante, la virtud no es otra cosa que la ciencia del bien. En efecto, si un hombre
obra mal, no puede hacerlo deliberadamente y conscientemente; pasa que se
engaa sobre su verdadero bien; pero error no es crimen. Que se lo esclarezca
sobre el verdadero bien, que se le ensee por consiguiente la ciencia del bien,
eso bastar para que una conducta justa siga de ella.
Y, en efecto, no sera difcil mostrar que, de hecho, nadie jams quiere el
mal. Incluso en los casos ms embarazosos, como el de la crueldad, la destruc-
cin gratuita, la trasgresin de una ley sin razn aparente, en realidad se quie-
re un cierto placer, una sensacin nueva, una emocin viva, el sentimiento del
propio poder y de la propia libertad. Ahora bien, todo eso es bueno. Como no
hay mal absoluto, como en toda cosa, en toda accin, hay un aspecto de bondad,
es eso lo que es querido. En la prctica, el caso ms corriente es faltar al deber
para procurarse un placer. Ahora bien, un placer es evidentemente un bien para
la sensibilidad.
Pero entonces uno no ve en qu puede haber falta moral. Acaso hay que
dar la razn a Scrates? La experiencia comn de la humanidad no lo permite:
no basta conocer el bien para hacerlo, no se peca solamente por ignorancia, a
veces se hace el mal conscientemente.
La solucin de la apora es sta: la falta moral consiste en querer un bien,
sin duda, un bien real, pero desordenado, no conforme al bien del hombre tal
como es determinado por su naturaleza y definido por su razn. El mal es pues,
en el plano moral como en cualquier otra parte, una negatividad, que afecta a un
sujeto positivo. La falta consiste en obrar, lo que es bueno, pero sin conformar
la accin a las exigencias del bien humano, sin someter la accin a las reglas de
la razn. Y, ms precisamente, el mal oral es una privacin, como todo mal,
pues la accin est privada del orden que debera tener siendo humana. Un
hombre no debe obrar de otro modo que segn las luces de su razn, que es lo
que lo hace hombre, la nica capaz de conocer el bien.
Estos modos de ver implican manifiestamente toda una antropologa metaf-
sica, una teora de la naturaleza humana. En primer lugar, que hay una natura-
leza humana; en segundo lugar, que esta naturaleza es especificada por la razn.
Pues est claro que si el hombre no tiene esencia definida, si no es ms que lo
que se hace por su libertad, no tiene por qu perseguir un bien ni correlativa-
mente evitar un mal. Y si su naturaleza es totalmente sensible, su bien es el
placer; el mal se reduce al dolor; la moral no es ms que una aritmtica de los
placeres, un clculo que apunta a hacer rendir a la vida el mximo de placer
con el mnimo dolor; encontrndose abolida toda libertad, hablando con propie-
dad no hay ms falta. Ms uno no se desembaraza fcilmente de la naturaleza
humana; ella reaparece siempre bajo una y otra forma. Decir que el hombre est
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Problemas y misterios del mal
condensado a ser libre, es lo mismo que decir que es libre por naturaleza; e
incluso simplemente hablar del hombre, es admitir que no es un perro, ni un
rbol, ni una piedra; es reconocer una naturaleza comn a todos los hombres. Y,
por otra parte, negar la razn, reducir el hombre a la animalidad, no slo es un
desafo al buen sentido sino una contradiccin en los trminos pues que se le
concede la facultad de calcular su conducta.
Por consiguiente, parece que toda falta es contra a naturaleza. Sin duda, los
moralistas reservan esta expresin para algunas faltas que son ms manifiesta-
mente, ms directamente contrarias a las leyes de la naturaleza, como sera en
una madre el odio a sus hijos. Sin embargo, toda falta, en el fondo, es contraria
a la naturaleza puesto que consiste esencialmente en que un acto se aparte del
fin que debera tener segn las exigencias de la naturaleza humana. De suerte
que los moralistas de la antigedad, especialmente los estoicos, o estaban erra-
dos al condensar todas las reglas de la moral en este solo precepto: seguir a la
naturaleza. Todo est en tener una concepcin justa de la naturaleza humana,
lo cual es asunto de la metafsica.
Ms eso no lo decide todo. Para resolver la paradoja socrtica y comprender
la falta, somos remitidos por una parte al conocimiento y por la otra a la inten-
cin.
Es una suerte de axioma en moral que la falta supone la conciencia. Es cier-
to que se puede cumplir una accin mala en s y objetivamente sin saberlo, pero
no ser una mala accin, slo ser una falta material que no entraa culpabili-
dad moral. Esta no aparece ms que si se obra con conocimiento de causa, si
uno sabe lo que hace, es decir, si uno sabe que el acto es desordenado, contrario
a la naturaleza y a la razn aunque bueno bajo alguno de sus aspectos. Enton-
ces hay que invertir la frmula socrtica de que todo pecador es un ignorante?
No, nadie peca sin saberlo.
Empero deben serle agregados dos correctivos o dos precisiones a la idea
precedente para que ella sea completamente justa. En primer trmino sta: que
la ignorancia no excusa del pecado ms que a condicin de no ser ella misma
culpable, lo que sucede cuando uno hubiera podido esclarecerse. La ignorancia
entra entonces entre esas faltas de omisin de las que hablaremos ms adelante;
ms una tal omisin, por decirlo as antecedente, basta para calificar al acto
moralmente. En segundo trmino, cuando se dice que la conciencia es necesaria
a la culpabilidad se sobreentiende que se trata de una falta actual, a la que se
opone la falta habitual, que puede tomar por lo menos tres formas.
Pues primeramente se sigue siendo culpable de una falta cometida tanto
tiempo como uno no se haya arrepentido de ella. El hecho que haberla olvidado
no cambia en nada el estado moral del sujeto. Es lo que los moralistas llaman
propiamente pecado habitual. Hay, en segundo lugar, el pecado de hbito, o
ms bien el hbito de pecar, que es el vicio. Ahora bien, a medida que el hbito
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Problemas y misterios del mal
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Roger Verneaux
Nos encontramos de este modo tan cerca de la moral estoica que se vuelve
indispensable marcar netamente las fronteras que nos separan de ella. Nos ve-
remos obligados por ello mismo a precisar un poco algunos puntos importantes
y esto ser beneficioso.
El acuerdo fundamente reside en esta idea: que el hombre virtuoso es el que
obra conforme a la razn, y que el malvado, por lo tanto, es literalmente un
insensato. En trminos ms modernos se podra decir bastante bien que la falta
moral se caracteriza por una cierta absurdidad. Sin duda, el pecador tiene siem-
pre buenas razones para obrar como lo hace, de suerte que su acto no es de
ningn modo absurdo desde el punto de vista psicolgico, sino que, al contrario,
se explica muy bien por motivos y mviles poderosos. Esto no impide que la
falta sea moralmente absurda, si es que se puede decirlo, pues las buenas razo-
nes son malas razones, de suerte que el acto no es justificado por ellas sino al
contrario viciado. Cmo puede ser eso? No bastara decir que las razones son
malas desde el punto de vista moral, pues eso es precisamente lo que hay que
explicar. Que sean tales proviene de que no son buenas, o vlidas ante la razn.
En el fondo, y ms simplemente, no son razones, al contrario son fuerzas irra-
cionales, no solamente a-racionales, sino tambin anti-racionales. As, parafra-
seando una palabra de Pascal, diremos que el pecador tiene sus razones que la
razn conoce pero no reconoce. Obra como insensato, sabindolo y querindo-
lo.
Tal es nuestro acuerdo con el estoicismo. Es fundamental, pero limitado. No
abarca, para empezar, la metafsica de estilo materialista y pantesta que est
subyacente a la moral estoica. Que la razn sea en el hombre una fuerza o una
tensin de orden fsico, idntica a la tensin que constituye el universo y que
no es otra que la divinidad misma, es una tesis que favorece una alta concepcin
de la sabidura como unidad del hombre consigo mismo, con el universo y con
Dios, y una profunda concepcin del mal como ruptura, disonancia, alejamien-
to. Pero dando por acordados en este punto los principios de una metafsica
espiritualista y testa, descartaremos esta tesis sin discusin, limitndonos a
atacarla indirectamente por sus consecuencias morales, que los mismos estoicos
presentaban como paradojas.
La primera consiste en sostener que el sabio es necesariamente feliz y el
malvado desdichado. Si se tratara del mrito, todo andara mejor, como lo ve-
remos ms lejos; pero se trata de la sancin misma, la cual se declara estricta-
mente inmanente e inmediata, o ms bien todava de una propiedad, de un
carcter esencial del vicio y de la virtud. Ahora bien que la virtud sea portadora
en s misma de una primera recompensa, la alegra de la buena conciencia y la
paz interior, no tenemos dificultad en admitirlo. Pero el paralelismo entre el
bien y el mal, una vez ms es engaoso. El malvado bebe la iniquidad como el
agua. No solamente el consigue a menudo en el mundo ms que el hombre
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Problemas y misterios del mal
honesto y se procura placeres mltiples,. Todo eso sera poco si sufriera inte-
riormente de su miseria moral,. Sino que llega a ahogar toda especie de remor-
dimiento y a conquistar la paz. Paz facticia, seguramente, y falsa, puesto que
slo es la tranquilidad del desorden, paz real sin embargo en el plano psicolgi-
co, que viene a coronar las otras ventajas de una conducta viciosa. Por consi-
guiente, damos como un hecho que el malvado puede ser feliz. No es una para-
doja, sino un escndalo contra el cual protesta la conciencia recta y que la lleva,
como ha visto bien Kant, a exigir otro mundo y otra vida en que est realizado
el acuerdo de la virtud y de la felicidad, de la maldad y de la desdicha.
El estoicismo es clebre sobre todo por su menosprecio de la sensibilidad y
su condenacin de las pasiones. El placer y el dolor son a sus ojos perturbacio-
nes de las que conviene liberarse; las pasiones son esencialmente malas, porque
irracionales, y deben ser desarraigadas; resumiendo, el ideal del sabio es la indi-
ferencia y la apata Esto no es llevar e racionalismo un poco demasiado lejos?
Est claro que todas las pasiones son peligrosas para la vida moral, precisamen-
te porque son irracionales y por consiguiente siempre hay en ellas riesgo de
infringir y sobrepasar las normas. Est claro tambin que algunas pasiones son
en s mismas viciosas porque impulsan al hombre hacia un acto o hacia un obje-
to malo. Por eso siempre deben ser supervisadas y reguladas, a veces frenadas.
Incluso llegamos a decir que las pasiones malas deben ser extirpadas, si se pue-
de. Pero se puede? No es seguro; a la larga quiz; por cierto, no de golpe. Y
todas las pasiones no son malas; las hay rectas y nobles que nada impide a la
razn asumir; las hay indiferentes, que pueden ser dirigidas hacia el bien; en los
dos casos, sirviendo al bien, son buenas. Uno no obrar por pasin sino apasio-
nadamente por razn. La primera actitud sera, a decir verdad, no inmoral,
puesto que se trata por hiptesis de una pasin bien orientada, sino a-moral sin
duda porque faltara la conciencia del deber. La segunda actitud parece total-
mente prxima a la perfeccin, pues la pasin es una energa de la que no se
tiene el derecho de privar a la moral. Acaso no es lo ideal ir al bien con toda el
alma, cumplirlo con todas las fuerzas? Condenando a la pasin como tal y uni-
versalmente, el estoicismo mutila al hombre incluso en tanto que sujeto moral,
y, para apartar el peligro del fallo, paraliza su actividad. En la bsqueda del
bien, no es la pasin lo que es malo, al contrario, lo es la apata.
La solucin es idntica en lo que concierne al placer y al dolor, que son el
bien y el mal de la sensibilidad. En efecto, dos puntos son bastante claros. Por
una parte el placer y el dolor son de suyo indiferentes a la moralidad, siendo de
otro orden, de orden fsico. Y, por otra parte, pueden obstaculizar la vida moral,
pues nada es ms frecuente que el desvo de la recta razn por amor del placer o
temor del dolor. De ah se sigue que una cierta indiferencia es requerida de parte
del sujeto moral, bajo la forma de una decisin o de un hbito de no dejarse
apartar del deber por los movimientos de la sensibilidad. Pero nada ms. Pues
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Problemas y misterios del mal
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CAPTULO II
EL PECADO
Hay una diferencia entre las nociones de falta y de pecado? Hasta este
momento hemos empleado los dos trminos aproximadamente de un modo indi-
ferente; sin embargo, no es quiz sin razn que el uso los distingue y debemos
mirarlos mejor.
A reserva de precisiones ulteriores, se percibe de entrada que la falta y el
pecado son dos aspectos de una misma cosa. La nocin de falta corresponde a la
perspectiva de una moral natural: consistir, digamos, en faltar al deber o apar-
tarse del bien. El pecado es una ofensa hecha a Dios. La nocin de pecado im-
plica, parece, una referencia a Dios, no aparece sino en la perspectiva de una
moral religiosa (S.T I, II, 71, 6, ad 2).
Pero, a partir de aqu, las cosas se complican. Notemos esto primeramente:
la nocin de pecado no exige necesariamente que uno se ubique en el orden
sobrenatural. Pues Dios es conocido no solamente por la fe y la revelacin, sino
tambin por la razn y la metafsica. Ahora bien, desde el momento en que se lo
reconoce como personal, se ponen las bases de una religin: no siendo sta otra
cosa que el conjunto de las relaciones del hombre con Dios, y entonces el peca-
do se vuelve posible. Cuando hablbamos de una moral natural, era en oposi-
cin a la moral religiosa, pero sin negar que pueda haber una religin natu-
ral.
Por otra parte, no es necesario que se conozca a Dios de una manera formal
y explcita para poder conducir una ida laboral buena o mala. La razn, o la
conciencia, es subjetivamente el juez supremo del bien u del mal; ella basta para
poner el principio que rige toda la vida moral: hay que hacer el bien y evitar el
mal, pues se trata de un juicio analtico y conocido por s mismo, es decir, evi-
dente. Seguramente una moral sin Dios es de corto alcance, en cuanto no
remonta hasta el fundamente ltimo del deber, i tampoco hasta el bien supremo;
pero es posible de derecho, y de hecho a veces es vivida. Por consiguiente, no se
puede evitar el escindir las nociones de falta y de pecado. Subjetivamente, en
quien se cree ateo, faltar la nocin de pecado sin que est ausente la de falta.
Sin embargo, y ste es el tercer punto a notar, objetivamente la falta y el pe-
cado son idnticos: se trata de la misma cosa, del mismo acto considerado bajo
dos puntos de vista diferentes. Toda falta es un pecado, todo pecado es una fal-
Roger Verneaux
ta, pues el deber del hombre le est prescripto por Dios, el bien del hombre es
Dios mismo, e inversamente, ofender a Dios, creador y seor absoluto de todas
las cosas, es una flagrante injusticia. O, para presentar la misma idea bajo otra
forma, psicolgica, evolutiva, desde el momento en que el hombre que se con-
sidera ateo lleva una vida simplemente moral y accede a la vida religiosa profe-
sando la existencia de Dios, los actos que juzgaba faltas revisten a sus ojos una
formalidad nueva y se transforman en pecados, porque son puestos en relacin
con Dios.
Consideremos ahora el mal moral en referencia a Dios sin preocuparnos de-
masiado de separar las consideraciones que dependen de la teologa natural y las
que dependen de la teologa relevada.
Hay dos caminos principales que permiten acercarse a y discernir la esencia
del pecado. Uno, que consiste en explotar las ideas de obligacin, de deber y de
ley, podra llamarse jurdico. El otro se apoya sobre las ideas de fin, de bien y de
amor, podra llamarse mstico. Son concurrentes y terminan por recubrirse exac-
tamente.
El camino poltico jurdico es quiz el ms obvio. De acuerdo con este pun-
to de vista, el pecado es la trasgresin de una ley dada por Dios, de la ley divina
pues, o de la ley eterna. Todo est dicho por esta seca frmula. Basta apretarse
aunque sea poco para ver aparecer, ms all de la objetividad estricta las actitu-
des del alma y del corazn que constituyen el pecado ofendiendo a dios. Pues la
transgresin de la ley es idnticamente desobediente a la voluntad del legisla-
dor, visto que la ley es la expresin de esta voluntad. Y es tambin una rebelin
contra el mismo dios, pues no se puede separar la ley de la voluntad que la po-
ne, de la inteligencia que la concibe, ni del ser divino sobre el que, en definitiva,
ella se funda. Y adems tambin aparece que el pecado es un acto de orgullo.
Sin duda el orgullo est catalogado como un pecado entre los otros, uno de los
siete pecados capitales, diferente por lo tanto de la avaricia de la lujuria, etc.
pero es el primero de los pecados capitales, y eso significa que est el fondo de
todos los otros. Pues desobedeciendo a Dios, uno se estima superior a El, no
probadamente de una manera reflexiva, formal, sino implcitamente y en acto.
Se hace pasar el propio juicio y la propia voluntad por encima del juicio y de la
voluntad de Dios. Por ltimo el pecado es ingratitud e injusticia porque es un
rechazo a dar a Dios lo que le es debido, y a reconocer que se tiene de l todo lo
que se tiene.
La va jurdica no es por consiguiente tan extrnseca como parece a primera
vista, y se comprende por qu San Agustn ha definido el pecado: todo acto,
palabra o deseo, contrario a la ley eterna (Contra Fausto, 22, 27).Sin embargo,
el punto de vista de la ley no es el nico, y si uno quiere hacerse una idea com-
pleta del pecado no se puede desdear el de la finalidad.
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Problemas y misterios del mal
Pongamos como principio que Dios es el Bien Absoluto, fin ltimo de todas
las cosas, y que es naturalmente amado por toda criaturas. El pecado consiste en
contradecir por voluntad, al nivel de la libertad, esta finalidad natural y este
amor de alguna suerte ontolgico. Sin duda sera necesario matizar desde ya,
tener en cuenta los grados del pecado; pero consideremos el caso extremo y
puro del pecado mortal. El pecado consiste en apartarse de Dios por aficin a
un bien creado. Tal es la definicin comnmente admitida en teologa: aversio a
Deo, conversio ad creaturam. Se trata en esto evidentemente de la intencin del
objeto apuntado y tomado como fin ltimo. Pues es inevitable y normal amar a
las criaturas, pero no amarlas por s mismas y como fin. Solamente Dios es de
tal ndole que merece ser amado por s mismo: el resto no merece ser amado
sino por Dios, como medio de encaminarse hacia l. Por lo tanto se podra decir
de un modo ms o menos indiferente que el desorden del pecado consiste en lo
que se ama y en la manera con la cual se lo ama. Est en el objeto, puesto que
se prefiere un bien finito al bien absoluto; est en la manera, en que se ama mal
un bien finito, se lo ama demasiado, se le acuerda el tipo de amor que no con-
cierne sino a Dios. De ah se sigue que todo pecado es una idolatra ms o me-
nos disfrazada pero real, ejercida: el avaro, que pone su fin en la adquisicin de
las riquezas, adora el Vellocino de oro; el lujurioso hace sacrificios a Venus; el
glotn hace de su vientre un dios, de acuerdo con la fuerte expresin de San
Pablo. Sale a la vista por ltimo que el pecado es un acto de egosmo. Egosmo
mal comprendido, por cierto, pues nada puede hacer que Dios no sea nuestro
fin, que nuestro bien no sea el Bien. Pero, al fin de cuentas, el pecador es un
hombre que se ama a s mismo ms que a Dios y busca su felicidad inmediata
con menosprecio de su verdadero bien.
Una vez dicho esto, debe quedar claro que las dos concepciones del pecado,
la jurdica y la mstica, se recubren. Desobedecer es faltar al amor, pues sta no
se reduce a un sentimiento, incluso vivo, de complacencia, de reconocimiento o
de piedad; en su fondo es querer, accin y vida, unidad y voluntad. Amar a
Dios, es adherir a su voluntad: el que conserva mis mandamientos y los guar-
da, se es el que me ama (Jo. XIV, 21); el que los infringe cesa de amar. E,
inversamente, faltar el amor es desobedecer, pues el primer mandamiento es
amar a dios por encima de todas las cosas, lo que no hace ms que expresar el
orden natural, la ley ontolgica de la criatura, la cual es para Dios. Dios quiere
ser amado por el hombre, y sustraerle este amor, es transgredir su voluntad.
Ms en definitiva es preciso reconocer que la definicin mstica del pecado
es ms profunda que la definicin jurdica y que le es lgicamente anterior. Pues
la obligacin no es el primer principio de la moral. Diga lo que diga Kant, el
deber reclama un fundamento que es el bien. Y por otra parte, una ley no tiene
sentido y razn de ser sino es para dirigir los actos humanos hacia su fin. La
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Roger Verneaux
malicia del pecado reside pues ante todo en la aversin a Dios, y todas las otras
nociones solamente son una explicacin de este desorden fundamental.
Tales son los mltiples realidades que son unificadas en la idea de ofensa a
Dios. Cules son ahora las condiciones psicolgicas del pecado?
Para pecar contra Dios, no es de ningn modo necesario, ante todo, querer
ofender a Dios. Querer la ofensa misma, tomarla por fin, es imposible, como
querer el mal mismo y por s mismo. En este sentido se podra retomar aqu la
paradoja socrtica: nadie ofende a Dios voluntariamente. Pero hay que agregar
enseguida que no es de ningn modo imposible querer la ofensa como medio,
englobada, por ejemplo, en una afirmacin de s, en una reivindicacin de auto-
noma, en una rebelin. En eso consiste el odio a Dios, que es sin duda el peca-
do supremo, pero que no es raro pues supone que se conozca a dios, que se crea
en El. Ahora bien, no es temerario pensar que la mayor parte de los rebeldes
blasfeman contra un fantasma que ellos se han forjado y contra el cual insurgen
con buen derecho. Diremos segn la frmula que Pascal ha vuelto clsica:
blasfeman de lo que ignoran? No, sera ms bien lo contrario. Blasfeman de
lo que conocen, de lo que imaginan ser Dios. Se engaan, ciertamente, lo igno-
ran todo del verdadero Dios, pero su odio se aplica justamente al espantajo que
se representan y para nada al verdadero Dios, que ignoran. No hay que dejarse
burlar por las palabras.
En segundo lugar, los moralistas admiten comnmente que no es necesario,
para pecar, pensar en dios de una manera explcita, formal, reflexiva, pensar
que El defiende tal acto o manda tal otro. Una advertencia implcita y confu-
sa basta, con tal que estn realizadas las condiciones ordinarias de una falta
moral cualquiera en lo que concierne a la conciencia y a la libertad.
Esto nos lleva a reabrir una vieja querella, que puede parecer perimida, una
falta es siempre un pecado, si puede haber faltas morales que no sean pecados
por ausencia de un conocimiento suficiente de Dios. A primera vista parece que
s, pues no se puede ofender a quien no se conoce. Ahora bien, una gran parte
de la humanidad presenta, no slo ignora al verdadero Dios, sino que hace pro-
fesin de ser atea. Un ateo puede obrar contra su conciencia, contra su razn; su
acto no ser una ofensa a Dios. Pero, desde el punto de vista catlico, la cues-
tin parece zanjada por una condenacin del Papa Alejandro VIII, quien declara
escandalosa, temeraria, errnea la separacin que hicieron algunos moralistas
del siglo XVII entre falta y pecado (D. 1289)
Que las nociones, tomadas formalmente sean distintas, eso parece evidente:
la falta se define por relacin a la razn, el pecado por relacin a Dios. Que las
realidades, tomadas objetivamente, sean idnticas, tambin es manifiesto; pero
la cuestin concierne a la subjetividad. De nuevo es un hecho que al nivel del
pensamiento filosfico, en el plano de la reflexin psicolgica, e incluso en el
plano de la conciencia simple o directa, muchos hombres ignoran o niegan a
124
Problemas y misterios del mal
dios. Pero esta constatacin no nos hace avanzar en nada, puesto que un cono-
cimiento explcito de Dios no es necesario para ofenderlo. Entonces la cuestin
se precisa. Es saber si un conocimiento de Dios confuso e implcito no est pre-
sente en todo hombre que toma una decisin que tenga un valor moral.
La solucin clsica es sostener que la idea de Dios se encuentra implicada
en el sentimiento de obligacin, porque es su nico fundamento vlido, y en la
conciencia del bien, porque es el tipo o el absoluto de ella. Y esto es verdad de
una implicacin lgica o metafsica. En este sentido se puede afirmar muy fir-
memente que ningn hombre, haciendo uso de su razn, para conducirse bien,
es acto. Pero la implicacin lgica es o entraa una implicacin psicolgica?
No es cosa segura. Una ignorancia invencible de Dios quiz no es imposible;
encontrndose impedida la conciencia de ir hasta e fondo de la lgica, retenida a
medio camino por el peso de los prejuicios que la educacin le ha inculcado
desde la infancia. Se le denegara, en esta hiptesis, toda vida moral al sujeto,
declarndolo incapaz de falta porque incapaz de pecado? Eso parece bastante
difcil, pues no hay nadie sin alguna idea del bien y del mal, incluso si se engaa
sobre lo que es bien o mal.
Pero, admitiendo tal estado subjetivo, la falta escapa al juicio de Dios por-
que no es formalmente pecado? De ningn modo. Ipsi sibi sunt lex, deca San
Pablo de los paganos de su tiempo. La frmula es verdadera para los paganos de
todos los tiempos: son juzgados por Dios segn su conciencia, pero evidente-
mente segn su verdadera conciencia, es decir, purgada de las excusas disfraces
que han podido forjar para darse, si se puede decirlo, falsa, una mala buena
conciencia. Una falta grabe es mortal, y pone un obstculo infranqueable a la
gracia. - a menos quiz que el sujeto est en una disposicin tal que no la hubie-
ra cometido si hubiera sabido que no era solamente una falta contra la historia o
la sociedad, sino que ofenda a un dios personal cuyo nombre es Amor. Pero se
es el secreto de los corazones que est prohibido sondear a todo otro que no sea
dios.
Estas notas pueden ser prolongadas tilmente considerando las diversas ma-
neras con las que la voluntad de Dios no es notificada. Pues si el pecado es una
transgresin de la ley divina, sta no se reduce a los mandamientos que Dios
nos intima directamente.
La conciencia, ante todo, es llamada a veces la voz de Dios. Y eso es muy
justo. Siempre hay pecado cuando se obra contra su conciencia. Por qu? Por-
que la conciencia moral no es otra cosa que la razn prctica, es decir, la razn
en tanto que se aplica a dirigir la actividad segn la ley natural. Ahora bien, a su
vez la ley natural es el orden del mundo, el conjunto de las finalidades inscriptas
de alguna forma en la naturaleza de las cosas por Dios su creador. As desobe-
decer a su conciencia es idnticamente desobedecer a Dios.
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Hay en primer lugar toda una categora de pecados veniales que no ofrece
dificultad. Son aquellos que, versando sobre una materia grave, no se han
cumplido con plena advertencia y pleno consentimiento. El acto, considerado en
s mismo, era malo, completamente desordenado, pero no se estaba verdadera-
mente comprometido en el mal, a falta de una conciencia suficiente. Lo que es
mucho ms difcil de comprender son los actos que, cumplidos con plena con-
ciencia, no son a pesar de ello sino pecados veniales porque versa sobre una
materia leve. Qu habra que entender por tal cosa?.
Como antes, se presentan a nosotros dos vas de aproximacin. De acuerdo
con una, el pecado mortal se nos ha aparecido como un desorden en la eleccin
de un medio propio para conducir al hombre hacia Dios. No implica un menos-
precio de Dios, no es un apego a lo creado como a un fin ltimo. La voluntad,
pues, permanece recta en su fondo. Slo que se rehsa a tomar un medio que la
acercara a su fin y prefiere a l un bien inmediato pero intil. Hay por consi-
guiente no-tendencia actual hacia el bien, pero tampoco aversin de este bien. Y
si se investiga cmo es posible este desorden, se ver primero que no lo es ms
que respecto de los medios que no estrictamente necesarios, rehusar el medio es
idnticamente rehusar el fin. Y se ver, por otra parte, que, para nuestro espritu,
que en su condicin presente es discursivo, querer el fin y querer los medios son
actos diferentes, de tal suerte que la voluntad puede admitir un desorden en el
amor de los medios sin que por ello sea suprimido su amor del fin.
De acuerdo con la otra va de aproximacin, el pecado mortal era un acto
contra la ley divina. El pecado venial es un acto que se desarrolla fuera de la
ley, y por consiguiente no la viola, aunque tampoco la sigue. La dificultad est
en comprender esta zona de accin que no es ni pro ni contra la ley. En el orden
humano, eso va de suyo pues las leyes civiles dejan un margen considerable
entre lo que es obligatorio y lo que es prohibido, de tal suerte, que no se comete
la menor falta aprovechndose de aquello. Pero la ley divina es ms exigente.
El primer mandamiento no es acaso, en efecto, amar a Dios con todo su co-
razn y con todas sus fuerzas? Por cierto, y entonces se comprende que el peca-
do venial es un verdadero pecado y no un acto indiferente. Pero, por otra parte,
lo esencial est respetado, pues el pecador no cesa de amar a Dios por sobre
todas las cosas. Solamente deja de actualizar su tendencia, de ejercer un acto
que lo acercara a su fin. Su estado no estara mal llamado: somnolencia espiri-
tual.
As un pecado es llamado venial cuando no hace al alma inapta para la vida
de la gracia y no la separa de Dios. Esto no quiere decir que carezca de impor-
tancia: es un mal, un desorden, una ofensa a Dios. Adems dispone el alma para
el pecado mortal, debilitando sus virtudes y habitundola a la pereza en el servi-
cio de Dios. Por ltimo, merece un castigo que, por ser temporario, no deja de
ser penoso.
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CAPTULO III
DE LA TENTACIN A LA CONTRICIN
La cada del hombre en el mal moral, falta o pecado, puede ser tenida por
un acontecimiento instantneo, puesto que se cumple por un acto de simple
decisin, tan breve como el tiempo para pensar s o no. Pero no carece de ante-
cedentes psicolgicos, y no pone fin necesariamente a la vida moral. Es raro
que uno sea tomado de improviso y que se caiga sin estar encaminado ms o
menos rpidamente hacia el mal; no es raro que, despus de haber cado, uno se
levante. La falta es preparada y reparada. Cmo puede hacerse eso?.
Para responder a esta cuestin, es preciso llevar a cabo una especie de son-
daje en las profundidades oscuras del corazn humano, analizar los factores de
la cada y de la conversin, desplegar sus fases en un esquema a la vez lgico,
psicolgico y temporal. Los moralistas cristianos se han entregado a este trabajo
con una atencin perseverante porque era, como se comprende, de una impor-
tancia extrema a sus ojos; la fineza de sus anlisis no deja gran cosa que desear.
Sin embargo, uno no puede evitar el preguntarse, por una parte, si los mtodos
modernos de la psicologa no estn destinados a producir una conmocin de las
ideas recibidas, y, por otra parte, si anlisis hechos desde un punto de vista reli-
gioso son vlidos y aceptables fuera de esta perspectiva.
No se puede discutir que el psicoanlisis, la psiquiatra, la psicologa pro-
funda, y todas las investigaciones que versan sea sobre las bases psquicas y el
condicionamiento nervioso, sea sobre las zonas inconscientes de la vida psqui-
ca, aporten nuevas luces sobre el comportamiento moral de algunos hombres,
sus dificultades, sus tentaciones, su responsabilidad. Tampoco hay ninguna
duda de que estas ciencias dan nacimiento a tcnicas tiles, bienhechoras, y que,
despus de haber descubierto bajo ciertos vicios enfermedades, llegan a curar a
personas a quienes los moralistas no podan sino reprender y exhortar. Por con-
siguiente, que estas investigaciones interesan a la vida moral es algo cierto. Pero
que estn en condiciones, si no actualmente, al menos en un porvenir ms o
menos lejano, de transformarla, es otra cuestin completamente distinta, y hay
que negarlo formalmente. Pues, para empezar, ninguna ciencia es capaz de dar
una regla de accin; para ello es preciso cambiar de plano y referirse a princi-
pios de otro orden, a una idea del bien y del mal. Adems, y es lo que nos inter-
esa aqu, todo el psicoanlisis del mundo no cambiar nada en el anlisis que el
moralista hace de los movimientos de la conciencia, de sus debates, de sus ca-
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maneras, tentatus per omnia (absque peccato) (Heb. IV, 15). Y eso era conve-
niente en efecto. De otro modo no habra sido en absoluto nuestro hermano, no
habra participado plenamente de nuestra condicin.
Sobre lo cual se debe destacar que la tentacin, que, ciertamente, no es bue-
na, no es empero un mal puro y simple; puede ser tenida por un bien y digamos
incluso por un beneficio. Pues se trata de la prueba del querer en el riesgo, que
es la esencia de la vida.
166 Constituye un obstculo interior a la moral; ahora bien, es el nico ver-
dadero obstculo de sta, pues las dificultades exteriores son estrictamente nulas
si no se interiorizan. Pero el obstculo es generador de valor. Lo que equivale a
decir que la tentacin contribuye a formar la verdadera virtud. Forma una virtud
viril, ante todo, pues hace pasar del estado infantil al estado adulto, en el que no
se vive segn la espontaneidad, el capricho, la atraccin sensible, sino por razn
o fe y voluntad. Forma una virtud pura, es decir, purgada de todo egosmo, y
desinteresada, porque no es superada sino por un esfuerzo de renunciamiento.
Forma una virtud humilde, pues la tentacin destruye las ilusiones del orgullo,
revela la debilidad interior, el estado de viajero y la persistencia del hombre
viejo con sus concupiscencias; impide de ese modo creerse llegado, en pose-
sin de la virtud y de la santidad como de un capital inalienable.
En consecuencia la nica actitud sabia es aceptar de buen grado en general
ley de la tentacin, es decir, la posibilidad de ser tentado, y en particular cada
tentacin que se presenta como una ocasin y un medio de conocerse y de per-
feccionarse. Eso no entraa el que se debe exponerse a la tentacin para tener la
ocasin de vencerla. Al contrario, no hay que hacerlo. Pues, por una parte, las
que son inevitables bastan ampliamente para formar la virtud. Y, por otra parte,
es ya un pecado exponerse deliberadamente al peligro de pecar. Por lo menos,
hay presuncin y temeridad. Nadie puede estar bastante seguro de su virtud
como para osar afirmar que vencer una tentacin por dbil que sea. Ahora
bien, si la temeridad no puede ser confundida con el coraje cuando se trata de
peligros fsicos, con ms razn cuando se trata de peligros morales. Uno no
puede exponerse al peligro de pecar ms que si hay una razn proporcionada, un
deber que cumplir. Pero entonces no se busca la tentacin para vencerla, se
apunta al cumplimiento de un deber aunque comporte tentaciones. La regla es
huir de las tentaciones tanto como se pueda, lo cual es humildad y prudencia, y
tambin coraje. Y es preciso considerar como una primera tentacin complacer-
se en ser tentado.
Ms no se es siempre responsable de las propias tentaciones, y por consi-
guiente culpable de dejarse tentar? Se trata de una tesis que es sostenida por
algunos filsofos contemporneos (cf. Janklvich, Le mal, p. 138-154) y que
deriva en lnea recta de los principios del estoicismo. Ya que si la sola razn es
el hombre mismo, si el sabio interiormente unificado, habiendo extirpado sus
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tenemos que luchar, sino contra los poderes del mundo de las tinieblas, contra
los espritus del mal esparcidos en los aires (Eph., VI, 12). Sera cortedad de
vista desdear el factor diablico. El demonio est en el origen de todo el mal
humano, y sigue presidindolo, si se puede decirlo, movido por la envidia que
tiene a dios. Pero Santo Toms nota sabiamente (S.T.,I-II, 80, 4) que el demonio
no es indudablemente la causa directa y prxima de todas las tentaciones que
vienen a asaltar a los hombres: los otros dos factores bastan para dar cuenta de
la mayor parte de aquellas. Y, por lo dems, como el demonio no aparece l
mismo, por regla general, dado que utiliza ms bien las leyes ordinarias de la
psicologa, uno puede sin gran inconveniente parar rpidamente sobre el tema.
El mundo y la concupiscencia son correlativos, uno es la fuente exterior de
la tentacin, el otro su fuente interior. Aqu se debe entender el mundo en el
sentido moral y religioso, eso va e suyo. Pero qu significa precisamente? En
una perspectiva simplemente moral, el mundo es el conjunto de las cosas sensi-
bles, en tanto que son susceptibles de despertar en nosotros una atraccin desor-
denada. Y por qu despiertan esta atraccin sino porque nos prometen placer?
Sin duda la atraccin del placer sensible no explica todas las tentaciones; las
tentaciones del orgullo, en particular, son de otro orden, espiritual. Pero no se
puede negar que explica una gran parte de ellas.
En el sentido religioso, tal como est tomado en el Nuevo Testamento, el
mundo, o este mundo, es el conjunto de las fuerzas que se oponen al estable-
cimiento del reino de Dios sobre la Tierra. Estas fuerzas son humanas, y ms
precisamente sociales. Son las faltas doctrinas y las mximas perversas recibi-
das comnmente en un medio, el mal ejemplo, el escndalo dado por todos
aquellos que siguen a sus pasiones y viven en el pecado, el odio a Dios y a Cris-
to, y las persecuciones contra sus servidores, y las persecuciones contra sus
servidores. Ahora bien, es una experiencia corriente que la presin social es
uno de los arrastres ms fuertes que se puedan ejercer sobre un hombre, y que es
preciso una gran fortaleza de corazn para resistir a l.
Y, a pesar de todo, eso sera poca cosa, si el mal no encontrara en nosotros
mismos un aliado bajo la forma de un propensin al desorden que se llama, en
lenguaje cristiano, la concupiscencia, y, en la lengua literaria, las pasiones. Por-
que es en nosotros donde se encuentra el primer principio de nuestras tentacio-
nes. El mundo no tiene nada de atractivo cuando es juzgado a la fra luz de la
razn o cuando es considerado por los ojos de la fe. Pero se vuelve seductor
desde el momento en que la concupiscencia se despierta. Por consiguiente, se
tiene derecho a reducir todas las fuentes de la tentacin a aqulla, como hace
Santiago en un texto muy conocido: Que nadie diga en la tentacin: es Dios
quien me tienta. Dios es inaccesible al mal y no tienta a nadie. Cada uno es ten-
tado por su propia concupiscencia, que lo arrastra y lo seduce (Sant., I, 14).
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evidentemente diferente. O bien termino por querer el mal que al principio hab-
a detestado, o bien consiento en un mal concreto a la vez que odio el mal en
principio y en general. De todas maneras, me dejo vencer por el mal que se
presenta a m bajo formas seductoras, es decir, en el fondo por mi concupiscen-
cia, que me inclina hacia l y lo hace parecer de este modo seductor.
El drama de la vida moral no se reduce a la cada. Se prolonga, o ms bien,
se renueva en el esfuerzo espiritual de rectificacin. Sucede, por cierto, que se
persevere en el propio pecado, no solamente repitindolo hasta hacer de l un
hbito, sino tambin, sin intencin de renovarlo, regocijndose de hacerlo co-
metido a causa del gran placer o de las grandes ventajas que ha reportado. Ms
no es raro, felizmente, que uno se arrepienta de su pecado y que se convierta a
su respecto. Quiz se recaiga cuando la tentacin se presente de nuevo, pero
ste ser otro pecado, y no la permanencia del primero. Por lo tanto, es preciso
considerar el proceso de la conversin.
La cuestin no es saber cmo se llega a apartar de uno mismo el pecado que
se ha cometido. Pues en un sentido est claro que eso no se puede; ser eterna-
mente verdadero que lo he cometido, soy para siempre el que ha pecado. Pero
en otro sentido, eso sucede sin nosotros: no bien ha sido cometido, el pecado ha
pasado, o existe ms; la sola corriente del tiempo basta para abolirlo.
Pero estos modos de ver son superficiales y la cuestin est mal planteada.
No se trata de separar de m y de abolir mi pecado, sino de separarme de l y de
abolir, si puede decirlo, ni ser-pecador. Ahora bien, eso equivale muy exacta-
mente a rectificar mi voluntad, puesto que la esencia del pecado consiste en la
orientacin del querer, en su apego desordenado a un bien particular. Ahora
bien, la conversin as comprendida no plantea problema terico, al menos un
problema distinto al de la libertad. Era libre al ceder a la tentacin, sin lo cual
no habra habido pecado. Soy libre, despus de haber pecado, de querer nueva-
mente mi deber y el bien.
Sin embargo, no es posible convertirse sin tener en cuenta el pecado come-
tido, pues uno mismo no es ms el mismo que antes. Y a partir de este punto
hay que distinguir cuidadosamente las perspectivas de la moral natural y las de
la teologa.
El primer acto de la conversin consiste en reconocer que se ha pecado, en
juzgarse pecador. En efecto, es la primera condicin de toda rectificacin ya
que la voluntad arraiga en la inteligencia. La ceguera de la conciencia, el endu-
recimiento del corazn vuelven imposible la conversin; incluso no se ve que
haya que convertirse. As, toda inquietud que venga a turbar esta falta paz es
beneficiosa.
El arrepentimiento sigue normalmente al juicio de culpabilidad. Cul es su
naturaleza? Se la podra definir como un odio al pecado cometido y a uno mis-
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justicia ha sido satisfecha de una vez por todas por el sacrificio de Cristo y su
muerte en la Cruz.
Entre el arrepentimiento y la contricin hay la misma relacin que entre la
falta y el pecado: es exactamente la misma cosa, pero el segundo trmino indica
una referencia a Dios que no comporta el primero. La contricin es pues el odio
de la ofensa hecha a Dios; se arraiga en la caridad. Limitmonos a presentar tres
anotaciones sobre ella.
Ante todo, va de suyo que la contricin es indispensable para la remisin de
los pecados. Constituye una condicin sine qua non, pues en tanto la voluntad
persevera en su aversin a Dios, es incapaz de recibir la gracia. Dios puede
hacer de suerte que un pecador se convierta, pero no puede perdonar a un peca-
dor que no se convierte. Es as como se puede comprender, con San Agustn, lo
que el Evangelio nos dice del pecado contra el Espritu: no ser remitido en
este mundo ni en el otro (Mat. XIII, 31-32). Acaso esto ser porque es dema-
siado grave? No, los mritos de Cristo son sobreabundantes y la misericordia de
Dios es infinita. Si es imperdonable, es porque consiste en la ceguera de la con-
ciencia y el endurecimiento del corazn que vuelven imposible a la contricin.
Por otra parte, si la contricin tiene por objeto el pecado tomado en s mis-
mo, se sigue que, si se han cometido muchos pecados, uno no puede detestar a
uno como es preciso sin detestar a todos. Pues la ofensa es la misma en todos.
El hecho de exceptuar aunque tan slo fuera un solo pecado de la propia contri-
cin, es la prueba de que no se tiene una verdadera contricin de los otros.
Quiz uno no se complace ms en ellos, pero no los detesta precisamente en
tanto que son ofensas frente a Dios.
En tercer lugar, la teologa cristiana ensea que la conversin del pecador,
que permite la resurreccin a la vida de la gracia, es ya un don de la gracia. En
efecto, de una manera general, Dios tiene la iniciativa absoluta de todo lo que
contribuye de lejos o de cerca de la salvacin. En razn del carcter sobrenatu-
ral del fin por alcanzar, en razn de la diferencia de orden que existe entre la
naturaleza y lo sobrenatural, el hombre es radicalmente incapaz de hacer por
sus solas fuerzas nada para elevarse a la vida sobrenatural. Por consiguiente,
toda marcha que tienda a este fin, desde el primer buen pensamiento hasta el
acto de caridad perfecta, est prevenida y sostenida por la gracia.
La necesidad de gracia se hace sentir ms especialmente en lo que concierne
a la contricin: no slo para que sea sobrenatural y salvfica, sino simplemente
para que sea posible. Ya que implica de parte del pecador un cierto odio a s
mismo y un amor puro a Dios. Ahora bien, ni uno ni otro de estos movimientos
es realizable naturalmente, es decir, por un hombre abandonado despus de su
pecado a los solos recursos de la naturaleza suya. Pues pecando se ha infligido a
s mismo una suerte de herida espiritual y moral, se ha hecho incapaz de amar a
Dios por encima de todas las cosas y de detestar en consecuencia la malicia de
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CAPTULO IV
LA PENA
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Santo Toms tiene sobre el tema una pgina esencial que es preciso citar;
De las cosas naturales a las cosas humanas deriva que lo que insurge contra
algo sufre de ese algo un detrimento. Vemos, en efecto, en la naturaleza que un
contrario obra tanto ms vigorosamente cuando el otro contrario sobreviene; es
por ello que un agua que ha sido calentada se congela ms fcilmente. De ah se
sigue que, entre los hombres, hay una inclinacin natural a que cada uno depri-
ma a quien insurge contra l. En efecto, es manifiesto que todos los seres que
estn contenidos en un orden son de alguna manera un solo ser por relacin al
principio del orden. De donde se sigue que todo lo que insurge contra un orden
es deprimido por este orden y por el principio de este orden (S.T., I-II, 87,1).
Dejemos de lado el ejemplo del agua que depende de una qumica perimida;
se podran encontrar otros. Admitamos el pasaje del dominio natural al dominio
humano, pues en ste como en aqul el equilibrio es tambin natural, simple
relacin de fuerzas. El punto delicado es el pasaje del plano natural al plano
moral, el pasaje del hecho al derecho en el mismo interior del dominio humano.
Comprendemos muy bien que si un elemento es puesto fuera de su lugar y de
sus relaciones naturales con el conjunto, sea repuesto en su sitio por la fuerza y
a disgusto, por el bien del conjunto y por el bien mismo del elemento aberrante.
Pero la pena sobrepasa este reclamo de orden, deprime. Por qu el bien del
orden exige semejante depresin? Confesamos no verlo.. Para dar un ejemplo,
que un ladrn sea obligado a la restitucin, es normal, pero sa no es una pena
aflictiva; que sea condenado a la prisin, no se deduce de la nocin de orden.
As la proposicin: el malvado debe ser castigado no es un teorema que
deriva lgicamente del principio: el orden turbado debe ser restablecido. Es
un principio que se basta por s mismo y que no tiene necesidad de ser demos-
trado. Diciendo esto no pensamos ser infieles a Santo Toms sino solamente a
algunos de sus discpulos, pues no creemos posible que haya atribuido un valor
de demostracin a su argumentacin.
Pero no est dicho todo todava. El principio, por evidente que sea, es muy
delicado de comprender, pues la razn humana no se siente a gusto ms que en
la necesidad. Ahora bien, (el principio) no pone una ley ontolgica, ni una le
lgica, ni una ley natural, sino una conveniencia moral: exactamente la conve-
niencia de una obligacin.
En efecto, decir que conviene que el malvado sea castigado, es demasiado
poco. Si un culpable merece un castigo, eso significa que debe sufrirlo. La rela-
cin de la falta a la pena es una obligacin estricta, una vez puesto el mrito.
Pero es el mrito mismo el que es una conveniencia. El principio debera formu-
larse entonces: conviene que el culpable est sometido a la obligacin de una
pena.
Si ahora se busca explicitarlo, aunque sea un poco, no se podr evitar el
hacer intervenir la nocin de orden. Uno se encuentra entonces con Santo
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Toms de la manera siguiente. Los seres dotados de una vida moral forman un
conjunto, en razn de su relacin al bien, y este conjunto es de algn modo un
ser porque tiene una unidad. La falta introduce una perturbacin en este conjun-
to, lo priva de una perfeccin. Ahora bien, no convendra que el autor de la falta
est exento de turbacin y de privacin, que goce en pez del pequeo bien que
ha adquirido. Al contrario, conviene que el mal se vuelva contra l y, de una
manera y otra, de buen o de mal grado, lo disminuya. Por ejemplo, si alguien ha
usado mal de su libertad fsica, conviene que sea privado de esta libertad, some-
tido a algn trabajo forzado; si alguien ha buscado un placer desordenado, con-
viene que sea privado de placeres, sometido a algn sufrimiento. Pero estos
ejemplos sumarios no deben ser forzados, pues nada es ms delicado que sope-
sar conveniencias en el plano de lo concreto.
Busquemos ms bien, para terminar, la fuente de donde brota el juicio mis-
mo de conveniencia en la conciencia moral. Esta fuente no es una intuicin
intelectual de esencias, como si analizando la idea de falta se viera que impli-
ca la de pena. Creemos que hay que buscar ms bien en la psicologa del amor.
Diramos espontneamente que la razn solamente exige una reparacin, pero
que el amor, que excede a la razn, quiere una expiacin. El movimiento del
arrepentimiento lleva al pecador a despreciarse, y a castigarse; no slo acepta,
sino que busca un sufrimiento como expresin y realizacin de su arrepenti-
miento, al punto de que, si no le es infligido desde fuera, se lo inflige a s mis-
mo. Quisiera azotarme, se dice a veces, por haber cometido semejante falta.
Y cuando el pecador no se arrepiente? La pena resulta entonces de un movi-
miento complejo y, por as decir, indirecto, que realiza objetivamente, e incluso
fsicamente, el deseo que lleva en s el impulso del amor espiritual y subjetivo:
se inflige por fuerza al culpable lo que l se impondra por s mismo si estuviera
animado por el amor. Como no lo est, eso no puede ms que parecerle injusto.
Al contrario, parecer de una perfecta y soberana justicia a los ojos del que con-
siente en ubicarse en la perspectiva del amor y percibe, al menos confusamente,
su lgica. Y, despus de todo, hay algn hombre, consciente de una falta, que
no experimente el ms mnimo comienzo de arrepentimiento?.
Habiendo fundamentado de este modo una teora general de la pena y
habiendo distinguido de paso los principales tipos de pena, no nos queda ms
que estudiar los diferentes planos en que se realiza. Seguiremos un orden de
perfeccin creciente.
En el grado ms bajo se sitan las sanciones naturales. Son las consecuen-
cias fsicas de la falta cometida, las cuales afectan a su autor por el slo juego
de las leyes ( y de los azares) de la naturaleza, sin que haya juicio ni intencin
de castigar. Como sera el ejemplo de una enfermedad engendrada por un vicio.
Se les reserva de ordinario el nombre de sanciones inmanentes; pero es un
abuso, pues no son ms que un caso particular, y muy lejano de ser el caso ms
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Las penas interiores son las que tienen a la conciencia por agente y por pa-
ciente. Son inmanentes por dos razones: moralmente, porque resultan de la falta
misma sin intervencin exterior, y psicolgicamente, porque quedan en el recin-
to de la conciencia de donde emanan. Es clsico poner en esta categora tres
sentimientos, la pena, el remordimiento y el arrepentimiento, y esforzarse
enseguida por distinguirlos. A nuestro criterio, el arrepentimiento no es una
pena porque no es propiamente hablando un dolor sino un odio a la falta, no una
pasin sino una accin de la voluntad. Sin embargo, envuelve una tristeza que,
ella s, es una pena.
Lo que distingue estos tres sentimientos morales, no es la intensidad, pues
cada uno de ellos comporta una infinidad de grados, sino su intencionalidad, es
decir, aquello a lo que apuntan, o su objeto formal. Desde este punto de vista,
forman como tres crculos concntricos. La pena puede relacionarse con un mal
cualquiera; nace de la comparacin ente un evento y un ideal, cuando el primero
se aparte del segundo: lamento, por ejemplo, que la lluvia haya venido a arrui-
nar un paseo, y, de la misma manera, lamento haber roto un vaso por torpeza. El
remordimiento es la lamentacin por un acto del que me siento responsable y
que s moralmente malo; es el sentimiento de culpabilidad en estado puro. Es
pasivo, involuntario, invade la conciencia, se impone a nuestro pesar. De ah se
sigue que no implica ni voluntad de reformarse, ni esperanza siquiera de poder
llegar a ello; al contrario, est en el camino que conduce a la desesperacin;
abandonado a s mismo, va directamente hacia ella. Y eso revela un tercer
carcter, que es sin duda el ms profundo: el remordimiento versa ms bien
sobre el acto malo que sobre la malicia misma. Esa es la razn por la que es
desesperado, pues, haga lo que haga, ser eternamente el que ha cometido tal
falta. Uno se hunde as en el abismo sin lmites de la vergenza y del desprecio
de s. La nica salida es no pensar en este asunto desagradable que compromete
el equilibrio psicolgico e incluso fsico, intentar olvidarlo, si se puede. El arre-
pentimiento asume el remordimiento, se arraiga en l, pero lo sobrepasa y lo
purifica. Comporta un dolor, una tristeza del pecado cometido: es la parte en l
del remordimiento. Pero este dolor es transformado. En primer lugar, porque es
orientado en una direccin nueva: no apunta tanto al acto malo como a su mis-
ma malicia. En segundo lugar, y sobre todo, porque est incluido, envuelto en
una voluntad positiva de conversin, que es el elemento esencial del arrepenti-
miento. Resumiendo, concluiramos gustosamente que no hay ms que una pena
interior, el remordimiento, el cual es estril como toda pena que no es vivificada
por el arrepentimiento.
El remordimiento es sin duda la pena ms moral. Sin embargo, est lejos de
ser una pena perfecta. No es universal, pues siempre es posible endurecer y
cegar la propia conciencia al punto de no sentir a la larga las faltas hechas habi-
tuales. No es proporcional, pues depende en gran parte del temperamento indi-
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Problemas y misterios del mal
vidual, de tal suerte que unos son profundamente afectados por las menores
faltas, en tanto que otros son apenas turbados por verdaderos crmenes.
Adems de estas diversas sanciones, que son de orden natural, terrestre o
temporal, hay sanciones divinas ligadas a nuestros pecados? La insuficiencia
de las sanciones terrestres es manifiesta. No hay en eso un motivo serio para
admitir o slo la supervivencia de la persona, dicho de otro modo: la inmortali-
dad del alma, sino tambin la existencia de un Juez justo capaz de castigar al
pecador de acuerdo con sus merecimientos? Como se sabe, es por este camino
que Kant llega a Dios. Despus de haberse interdicto al acceso a la metafsica
en su Crtica de la razn pura., pona la inmortalidad del alma y la existencia
de Dios, en su Crtica de la razn prctica como postulados de la vida moral.
El trmino est bien escogido: indica que no se trata de una demostracin racio-
nal, ni de una prueba de hecho, sino de un acto de fe natural. cul es el motivo?
El escndalo permanente que presenta para la conciencia moral el justo perse-
guido y el malvado prspero. El espectculo del mal en el mundo conduce a
Dios al hombre prendado de la justicia; su conciencia le impide creer en el ab-
surdo radical de la vida, lo obliga a creer en Dios como garante de la justicia en
el otro mundo.
No tendremos dificultad en reconocer que, en efecto, Dios es un postula-
do de la moral a nuestros ojos es, ante todo, lo que Kant no admitir, el funda-
mento ltimo de la obligacin; es, en segundo lugar, como Kant lo ha visto
bien, el principio y la condicin del reinado de la justicia. Pero esto no es un
motivo suficiente para hacer un acto de fe en su existencia, pues un acto de esa
naturaleza es una afirmacin absoluta y no tenemos aqu ms que una conve-
niencia. Ciertamente, el hombre justo y desdichado quiere que haya justicia, ve
una alta conveniencia en que sea realizada. Pero entre lo que se desea, incluido
lo que se concibe como bueno, y lo que realmente existe, hay una distancia, una
diferencia de orden que ningn hombre razonable osara franquear. Todo lo que
se puede decir es que sera bueno si eso existiera, pero sigue siendo posible que
la justicia perfecta no sea sino un ideal y que el universo real sea absurdo. Pri-
mero es preciso mostrar que Dios existe, para poder, despus, fundar la moral,
comprendida en ella su exigencia de justicia, y se es asunto de la metafsica y
de la Revelacin. Con todo, queda en pie que el justo est dispuesto a acoger la
verdad si le es presentada, porque la desea. El malvado, al contrario, que goza
en paz de sus crmenes y se aprovecha de la injusticia que reina en este mundo,
no desea de ningn modo que haya una justicia en el otro mundo y se rehsa a
creer en ella, incluso en presencia de los argumentos ms fuertes.
Por consiguiente, nosotros, dejando de lado los difciles caminos de la me-
tafsica ( prueba de la existencia en el hombre de un alma espiritual y deduc-
cin de su inmortalidad, prueba de la existencia de Dios y deduccin de sus
atributos) nos limitaremos a recoger la enseanza de la Revelacin, en la cual
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Roger Verneaux
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CAPTULO V
EL INFIERNO
cha: Venid, benditos de mi Padre, tomad posesin del reino preparado para vo-
sotros desde el origen del mundo. Despus dir a los que estn a su izquierda:
Alejaos de m, malditos, hacia el fuego eterno preparado para el diablo y para
sus ngeles (Mat. XXV, 31-46).
La parbola de la via y de los sarmientos: Yo soy la verdadera via y mi
Padre el viador. Y todo sarmiento que en m no produce fruto, El lo recorta
Si alguno no permanece en m, se lo arroja fuera como al sarmiento, y est seco,
y a los sarmientos secos se los junta, se los arroja al fuego y se queman. (Juan,
XV, 1-6).
Por ltimo el pasaje terrorfico de la Epstola a los Hebreos: Si pecamos
voluntariamente despus de haber recibido el conocimiento de la verdad, no hay
ms sacrificio por el pecado, solamente hay que esperar el terror del juicio y el
fuego iracundo que debe devorar a los rebeldes. El que violaba la ley de Moiss
era implacablemente entregado a la muerte en base a la palabra de dos o tres
testigos. Qu castigo ms severo no pensis que deba soportar quien haya
hollado los pies del Hijo de Dios, quien haya profanado la sangre de la alianza
en la que ha sido santificado, quien haya ultrajado el Espritu de gracia? Cono-
cemos a quien ha dicho: A m pertenece la venganza, yo soy el que retribuir. Y
tambin: El Seor juzgar a su pueblo. Es una cosa terrible caer en las manos
del Dios viviente (Heb. X, 26-31).
Nada sorprendente, despus de esto, que la Iglesia sostenga al infierno como
un dogma revelado, que lo haya incorporado a su profesin de fe (D. 40-, 464) y
que lo reafirme peridicamente. As por ejemplo: Si alguno muere sin peniten-
cia en estado de pecado mortal, ese tal, sin duda alguna, sufre para siempre las
llamas de la gehena eterna (D. 3.048). O tambin: Definimos adems que,
segn la ley general de Dios, las almas de los que mueren en estado de pecado
mortal descienden, inmediatamente despus de su muerte, a los infiernos en que
son atormentadas por penas infernales, y que, adems, en el da del juicio todos
los hombres comparecern con sus cuerpos en el tribunal de Cristo para dar
cuenta de sus actos (D. 531).
Cmo entender todo eso? La teologa distingue en el infierno dos clases de
tormentos: la pena de dao y la pena de los sentidos. La primera consiste en la
privacin de Dios a quien el pecador ha ofendido, la segunda en la reaccin de
las criaturas de las que ha usado mal. Pero la pena de dao es la principal, es la
condenacin misma, la esencia del infierno, si se puede decirlo as. Por consi-
guiente, es sobre ella que debe concentrarse la atencin.
Para comprenderla no ser intil proceder por una suerte de desbroce en
primer lugar. La primera nota por hacer es que, si la existencia del infierno es
cierta, as como la presencia en l de los ngeles rebeldes, de los cuales es, por
as decir, el lugar propio, en lo que concierne a los hombres el nmero de los
condenados no es absolutamente desconocido. Ni el Evangelio ni la Iglesia di-
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Problemas y misterios del mal
cen nada sobre l. Esta reserva es la sabidura misma pues respecto de un hom-
bre, de un individuo determinado, nunca se puede afirmar categricamente que
est condenado. Su suerte pertenece al secreto de su corazn y de Dios, pues los
ltimos omentos de un hombre son un misterio impenetrable. Cualesquiera que
hayan sido sus crmenes, puede haberse arrepentido de ellos antes de morir;
basta para esto el tiempo de un relmpago.
As el infierno, como lo expresa por lo dems la misma frmula dogmtica,
no amenaza ms que a la impenitencia final: la condenacin supone que se mue-
re en estado de pecado mortal. Este punto tambin debe ser subrayado. Si uno
considera el acto del pecado, muchas condiciones son necesarias en conjunto
para que sea mortal: objetivamente, que verse sobre una materia grave;
subjetivamente, que sea cumplido con la plena advertencia y pleno consenti-
miento. En el fondo, lo que constituye el pecado mortal, ya lo hemos visto, es
una perversin libre de la voluntad que se aparte de Dios y se adhiere a un bien
creado como a un fin ltimo. Un solo pecado mortal merece el infierno. Pero
como en todo momento de su vida el pecador puede convertirse, la condenacin
no es efectiva ms que si la muerte fsica lo sorprende en este estado de muerte
espiritual.
Una vez puesto esto, no es muy difcil comprender que el infierno es una
pena inmanente, natural incluso en este sentido: que no tiene nada de arbitrario
ni de extrnseco. Dios respeta en esto, como siempre, la voluntad del hombre,
no le rehsa sino lo que no quiere, le da lo mismo que quiere. Los tormentos del
infierno nacen, por una suerte de lgica ineluctable, de la voluntad misma del
condenado.
Sin duda, si uno profundiza bastante el anlisis, se llega al fin de cuentas al
misterio incomprensible de la voluntad divina en la que se alan en una soberana
libertad la sabidura, la misericordia, la justicia, el poder. Pues de la misma ma-
nera que Dios siempre puede, si quiere, hacer de suerte que un hombre se abs-
tenga de pecar y se conserve en la caridad, de la misma manera podra, si qui-
siera, llevar a los mismos condenados a arrepentirse y a ponerse de ese modo en
estado de obtener su perdn. Es por esa razn sin duda que uno de los textos
pontificios citados ms arriba relaciona el infierno a la ley general establecida
por Dios, secumdum Dei ordinationem communem. De suerte que todo extrin-
secismo no puede ser eliminado de la teologa del infierno, no ms por cierto
que todo misterio. Queda firme sin embargo que si uno se pone en la perspecti-
va realista o existencial, dicho de otro modo: si se considera el orden de las
cosas tal como es de hecho y los designios de Dios tales como El nos los ha
revelado, se puede deducir de alguna manera el infierno del pecado. Es lo que
hace Santo Toms y lo que han hecho muchos otros despus de l, desde Bos-
suet y Bourdaloue hasta Blondel, cuyo captulo titulado La muerte de la accin
en L`Action (1893) nos parece de una admirable profundidad.
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avidez de un goce eterno alejamiento eterno de las cosas que nos repugnan,
posesin eterna de las que nos contentan, se es el deseo secreto de nuestro
corazn; y si el efecto no se sigue, no es nuestra voluntad sino nuestra mortali-
dad la que se opone a ello (Sermn sur l`Enfer, Edic. Lebaq, t. V, 304-305). San
Gregorio el Grande ya lo haba notado: los impos quisieran vivir sin fin para
poder gozar sin fin de sus iniquidades (citado por Santo Toms, S.T., I,II, 87, 3,
ad 1).
As la obstinacin del condenado no resulta de que Dios lo condena a morar
eternamente en su pecado; es totalmente natural, y es ella, al contrario, la que
explica por qu Dios no se da al alma sino que se retira de ella o ms bien se
mantiene alejado.
La muerte no solamente fija al pecador en el mal, sino que le da una plena
conciencia del mismo. Ahora bien, basta analizar el estado de alma del conde-
nado para ver brotar de algn modo en l todas las llamas del infierno.
Daremos por concedida en este punto esta tesis general de metafsica: que el
conocimiento es proporcional al grado de inmaterialidad tanto del sujeto como
del objeto. Un ser no es capaz de conocimiento ms que si, en alguna medida, es
superior a la materia, y su conocimiento es tanto ms perfecto cuanto es ms
puro en espiritualidad. Paralelamente, una cosa es tanto ms cognoscible cuanto
ella est ms desprendida de la materia. Aplicada al hombre, esta idea conduce
a situar en su materialidad, en su cuerpo, el principio que limita su conciencia
de todo lo que ella es.
Pues entonces qu es ella? Est privada por su propia voluntad del nico
bien que poda colmarla. Tomar conciencia de este estado es el peor de los su-
frimientos. La experiencia del fracaso puede dar alguna idea de l. Sucede que
se marra el fin que uno se haba propuesto. Se acariciaba su idea, se le haba
consagrado para realizarlo un ao entero, cinco aos, sin ahorrar su tiempo ni
sus fuerzas. Y he aqu que un da se da cuenta de que ha emprendido un falso
camino y que se ha pasado al costado del fin. Es bastante duro sentir que se ha
penado en vano, que se ha dilapidado su esfuerzo, gastado su vida. Pero hay
algo peor. Resulta que uno ha alcanzado al precio de un esfuerzo constante el
resultado del que se haba hecho el objetivo de vida, y he aqu que con la pose-
sin se siente la inconsistencia de aqul. Imposible satisfacer con l; no ser ms
que un dolo lleno de encantos para nuestra imaginacin. Dichoso todava si uno
puede desprenderse de l, pues es muy difcil, cuando se ha vivido para una sola
cosa, orientarse hacia otro ideal; a veces es imposible, tanto uno se ha concen-
trado, tanto uno se ha consagrado a l. Se comprende demasiado tarde que se ha
querido este fin libremente, que no se puede dejar de amarlo ni amar a otra cosa,
que es vaco, que no es nada y que no puede satisfacernos en absoluto. No hay
sobre la tierra desesperacin ms grande ni pena ms acuciante puesto que uno
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