Liberalismo, Estado y Orden Burgu+®s
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Liberalismo, Estado y Orden Burgu+®s
Marta Bonaudo
En este verdadero proceso de ingeniera social la mirada recorre tanto las transformaciones
producidas en el interior de la sociedad civil como en la comunidad poltica y se dirige hacia los tres
grandes objetivos concretados en ese proceso.
a) Sentar las bases de un orden burgus
El liberalismo en el que pretenda refundarse esa sociedad tuvo, entre tantos otros desafos, que dar
contenido a la idea de progreso.
ste no slo implic poner en juego la maleabilidad y la capacidad de adaptacin de grupos burgueses
gestados en la tradicin colonial y posindependiente o sumar a los nuevos actores empujados a estas
tierras por sucesivas oleadas inmigratorias tras el sueo de fare l America. Desde espacios menores
que aquel que comprendera el Estado nacional, estos actores debieron afrontar nuevos riesgos en la
consolidacin de un proceso de formacin de capitales que los empujaron a exceder las dimensiones
operativas precedentes y a proyectar con mayor amplitud sus sistemas de alianzas, sus redes. Se
vieron altamente beneficiados por las decisiones estatales de entregar al juego del mercado la tierra
pblica recuperada del dominio indgena as como por las polticas de subsidios o garantas para
inversiones de alto riesgo y de lenta maduracin del capital.
Desde sus empresas familiares o desde sus sociedades annimas, tampoco desestimaron las
actividades manufactureras que los vnculos con un mundo agrario en transformacin les requeran,
con miras al consumo interno o a la exportacin, o las de servicios que los enfrentaban tanto con la
renovacin portuaria o ferroviaria como con la nueva dinmica editorial.
Para ellos fue imprescindible articular los diferentes espacios regionales con el objeto de lograr una
insercin operativa en un mercado mundial crecientemente integrado. Si en la percepcin de algunos
actores dicha insercin, sin controles o lmites, poda deparar consecuencias imprevistas y negativas
en funcin del cambio deseable, la lgica liberal dominante impuso los criterios de una economa
abierta al mundo.
En esta direccin, un complejo entramado de relaciones econmicas, sociales y culturales gener en
el antiguo litoral un modelo productivo capitalista sobre el que se edific el universo material y
simblico pampeano.
Del mismo modo, para las economas de las provincias del norte y cuyanas, tradicionalmente
vinculadas con los centros mercantiles andinos y del Pacfico, la salida fue una ms operativa
articulacin interior y su reorientacin atlntica. Si en esta etapa la lgica del capital mercantil,
consolid en Mendoza un modelo de ganadera comercial, en Tucumn gest una alternativa
mercantil-manufacturera aumentada por la produccin de azcares, aguardientes y cueros. Operando
como nexos entre mercados distantes, una y otra provincia salieron fortalecidas de este proceso,
proyectando entre los setenta y los noventa dos experiencias agroindustriales: la azucarera y la vitivi-
ncola.
Pero a stos debieron sumarse otros cambios. Fue necesario desbrozar un terreno plagado de
privilegios, en el que el capitalismo deba imponer su lgica de modificacin profunda de Las rela-
ciones sociales, asentado sobre dos valores bsicos: propiedad y trabajo. Ninguna de las variables de
la vida econmica pudo escapar a dicha lgica: los bienes, los capitales, la tierra, la fuerza de trabajo.
Mientras se clarificaban los contenidos y lmites de una propiedad privada que tenda a imponerse
desestructurando antiguas legalidades consuetudinarias, avanzando sobre prcticas y tradiciones de
usufructo, se difunda la salarizacin como mecanismo para establecer relaciones de equivalencia
entre empresarios y trabajadores y a universalizar pautas contractualistas.
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Sin embargo, lo nuevo que pugnaba por imponerse debi coexistir an con el privilegio o la
desigualdad gestados en la propia interaccin entre las esferas estatales en vas de organizacin y los
ncleos burgueses.
Un universo de burgueses, un mundo de trabajadores heterogneo, complejo y particularmente
dinamitado en las reas urbanas definieron los perfiles sociales del nuevo orden.
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Sin embargo, tanto Pealoza (1862-1864) como Varela (1866-1868) se proclamaban defensores de la
patria en "nombre de la ley, y la nacin entera", y de la "ms bella y perfecta Carta Constitucional
democrtica republicana federal". Si Pealoza cay antes y no pudo concretar su intento de rearticular
el campo federal, Vrela lo intentaba a medida que sumaba otras reivindicaciones. stas emergieron
como consecuencia del proyecto de ciertos grupos bonaerenses de profundizar la desestructuracin
federal y restar todo espacio de maniobra a Urquiza.
El triunfo liberal haba impactado con su carga negativa en Buenos Aires. El precio de la unidad ligado
al proyecto de capitalizacin de Buenos Aires fractur el frente interno y lo faccionaliz. Mitristas y
alsinistas, liberales-nacionales y autonomistas, comenzaron su pugna en la provincia y la proyectaron
a la nacin. Para ello, los autonomistas propiciaron la cruzada colorada de Flores contra la faccin
blanca que hegemonizaba el poder en la Banda Oriental. Su objetivo ltimo era obligar a Urquiza a
salir al ruedo en defensa de sus antiguos aliados. Pero ni los autonomistas, ni Solano Lpez desde el
Paraguay, ni los blancos orientales que soportaban el asedio combinado de las tropas de Flores y las
del Imperio del Brasil, ni el propio Vrela lograron empujar a Urquiza a retomar las anuas contra
Buenos Aires.
El conflicto blico (1865-1870) no slo termin devorando a Vrela y aislando a Mitre y a Urquiza sino
que marc el principio del fin de un modo de hacer poltica. La violencia, la resistencia a aceptar el
disenso, la recusacin del adversario, iban siendo desplazadas por una disputa institucional que no
dejaba espacio al levantamiento armado.
Concluido el ciclo de la guerra de la Triple Alianza con la trgica muerte de Solano Lpez en Cerro
Cora, el nuevo foco de resistencia encabezado por Lpez Jordn en Entre Ros pareci realimentar
una nueva fase de la violencia. Sin embargo, su intento de volver a reunir los fragmentos de un
federalismo fuertemente atomizado, apelando incluso a agrupamientos extraterritoriales como el
Partido Blanco uruguayo, resultaban ya anacrnicos. Ni en ese momento, ni en los conatos sucesivos
de 1873 y 1876 as como en los movimientos mitrista de 1874 y tejedorista de 1879 se logr poner en
peligro las reglas de juego institucionales.
c) Organizar el Estado
Luego de casi una dcada de coexistencia de dos entidades estatales en pugna, comenz a definirse
el perfil del Estado pautado por las normas constitucionales. El mismo dio continuidad a las bases
sentadas por la Confederacin en relacin con los tres poderes. El Ejecutivo se estructur en tomo a la
figura presidencial apoyada en su gestin por funcionarios que en los espacios ministeriales
definieron sus esferas de injerencia: relaciones exteriores, hacienda, guerra y marina, relaciones
interiores y justicia. Del conjunto de ministerios, particularmente en las presidencias de Sarmiento y
Avellaneda, uno de ellos cumpli roles muy activos al ocuparse simultneamente del manejo y la
coordinacin de las complejas y cambiantes relaciones con las instancias provinciales o municipales
as como de funciones atinentes al desarrollo: el Ministerio del Interior. Paralelamente se diagramaron
y se pusieron en marcha las actividades legislativas a cargo de las Cmaras de Senadores y de
Diputados y se alcanz la definitiva integracin de la Corte Suprema y de las cortes de circuito.
Imponer dicha soberana en todo el territorio presupuso, en primer lugar, formas de intervencin
reservadas en otro tiempo a las provincias. En este proceso, aparecieron dos mbitos prioritarios: el de
las rentas y el de la centralizacin militar.
En el primer caso, se parti de la premisa liberal de que el ciudadano no slo deba ser visto como el
portador de derechos soberanos sino tambin como el sostn material del Estado. Tanto poda morir
en defensa de la patria como participar de una estructura tributaria que posibilitara a sta cumplir los
roles asignados.
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Resultaba imprescindible adems contar con un medio de circulacin uniforme que permitiera romper
con la dicotoma de dos circuitos de intercambio dominados por signos monetarios diferentes: el del
interior, girando en tomo al boliviano, y el de Buenos Aires, operando con el papel moneda del banco
provincial. En esta direccin se plante, por una parte, la emergencia de una entidad bancaria que
permitiera operar crediticiamente a nivel nacional. Por ello, la dcada del setenta vio definirse las
bases del Banco Nacional que atraves dificultosamente la crisis del 73-76 y que no logr desplazar de
ese espacio a la institucin ms fuerte del periodo: el Banco Provincia de Buenos Aires. Por otra parte,
frente a un Estado fuertemente dependiente de los recursos provenientes de la importacin cuyo ritmo
aumentaba al calor de la expansin del comercio exterior, creci la preocupacin gubernamental en
relacin con la obtencin de otro tipo de ingresos.
Si a lo largo de la dcada del cincuenta no se consider necesario contraer emprstitos externos para
cubrir gastos ordinarios, renegocindose slo deudas pendientes, la guerra del Paraguay y la
concrecin de polticas de obras pblicas impulsaron al endeudamiento externo. Dicho
endeudamiento, a diferencia de lo vivido por otras reas, no culmin en el momento de la crisis en una
bancarrota por cuanto las polticas de reduccin del gasto pblico y de control de la gestin Avellaneda
permitieron amortizar la deuda una vez iniciada la etapa de recuperacin de los saldos exportables.
Si los recursos eran imprescindibles, tambin lo ru el control de la fuerza por parte del Estado a nivel
del territorio. El problema tena dos caras. Una de ellas era, sin duda, la institucional.
El primer intento orgnico de dimensin global en este sentido se realiz durante la gestin de Mitre.
Luego del triunfo de Pavn, Mitre reuni a la Guardia Nacional de Buenos Aires con los ncleos
confederales y a travs del Ministerio de Guerra y Marina reorden y concret un ejrcito permanente.
Dicho ejrcito oper en los levantamientos cuyanos y del norte y se convirti en una pieza clave dentro
del Estado tanto durante la guerra como posteriormente en las instancias paralelas de la lucha
fronteriza o de afianzamiento institucional en el pas.
La otra cara se vincula al verdadero proceso de ocupacin del territorio sobre el que asentara su
accin soberana tal Estado. Si la gran demanda del '53 fue organizar la nacin, esa organizacin tuvo
entre sus consignas crear un territorio en el que se desplegaran las condiciones del progreso.
Resultaba imprescindible superar la atomizacin, la fragmentacin, el aislamiento; pero tambin el
desconocimiento. La necesidad de conocer no slo respondi a la de alcanzar el dominio militar sino
tambin al modo en que desde un Estado y una sociedad civil, ambos en construccin, se miraba el
orden futuro.
La consigna fue entonces conocer para ocupar, aunque esa ocupacin significara el desplazamiento o
la destruccin del otro, el pueblo indgena que se consideraba parte de un reducto de la barbarie que
se pretenda erradicar.
Con esa triple perspectiva de afianzar el dominio, la integracin y el progreso, se estimularon desde el
Estado, en muchos casos con la participacin activa de grupos burgueses, los procesos de
modernizacin de los transportes y de las comunicaciones. La premisa de Vlez Sarsfield de aniquilar
a ese enemigo que era el desierto fue cumplindose y en los ochenta la espada termin por definir un
diagrama territorial, cargado de exclusiones, que con la federalizacin de Buenos Aires retom
resignificada la antigua estructura piramidal de origen colonial.
El Estado intent avanzar sobre los derechos ancestrales de la Iglesia en el control de cementerios, el
registro de las personas, el matrimonio; disput con ella y las comunidades tnicas en el plano
educativo, se introdujo en la cotidianeidad y la domesticidad a travs de la autoridad mdica,
apoyndose en un saber higinico que pretenda imponerse a un pueblo considerado menor de edad.
Hacia fines de los '50 la codificacin avanz reglamentando aspectos de la vida civil y de las
actividades econmicas. Al Cdigo de Comercio de 1858, le sucedieron el Civil de 1869 y el Penal de
1871 a los que se sumaban, desde los estados provinciales, las codificaciones rurales.
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