La Cuestión Del Papa Hereje
La Cuestión Del Papa Hereje
La Cuestión Del Papa Hereje
Un Papa hereje, la pérdida del Oficio Papal... ¿Son los comentarios de San Roberto
Belarmino sólo opiniones? El padre Gleize analiza esta cuestión en una serie de seis
artículos.
Por su parte, al ser interrogado por Andrea Tornielli en el diario italiano La Stampa, el
cardenal Brandmüller declaró el 27 de diciembre:
Los cardenales estamos esperando las respuestas a las dubia, ya que la falta de ella
puede ser vista por amplios sectores de la Iglesia como una negativa a adherirse
claramente a la doctrina definida .”
Para Juan Lamont1, la respuesta del Papa todavía está pendiente, pero se puede
afirmar desde ahora que Francisco está enseñando herejía. Esta es la razón por la cual,
en el caso de que la corrección resultara ineficaz, la opinión teológica de San Roberto
Belarmino, que contemplaba el destronamiento de un papa que hubiera caído en
herejía, podría muy bien ser la solución. Tanto más cuando en una entrevista
concedida a Catholic World Report el 19 de diciembre del 2016, el cardenal Burke,
aunque ha tenido cuidado y no ha dicho que Francisco es un hereje, presenta esta
hipótesis de Belarmino como una conclusión sólida y no descarta la posibilidad de que
el Colegio de Cardenales podría llegar a esta conclusión en vista de los hechos.
Lo importante es volver a los principios que siempre siguen siendo los mismos, a
pesar de todas las contingencias, incluso si la aplicación de los mismos puede causar
momentáneamente dificultades
Las leyendas viven en forma persistente. La leyenda sobre la herejía del Papa Juan
XXII es una de las más duras. Como sucede con otros episodios, en este caso una
historia parcial ha sustituido a la verdadera. No negamos, sin embargo, que las
lecciones de la historia pueden ser de gran ayuda. De hecho, muy a menudo, para
entender es necesario comparar. Y para comparar, es necesario disponer de puntos de
comparación. En efecto, no es suficiente tener principios. Es necesario también medir
el alcance de su significado, verificando cómo la luz que nos derraman explica la
experiencia concreta, y como también la realidad concreta toma esa luz y valida su
iluminación. “El nivel metafísico de la abstracción en el que se definen nuestras
reflexiones”, Etienne Gilson escribe en algún lugar1:
Permite una gran sencillez y facilita la brevedad, pero debemos reconocer que no
permite que la primera filosofía cumpla completamente su función... Para presentar
nuestras conclusiones abstractas en su eficacia inteligible, será útil mostrarlas
operando en un caso particular, dando así un ejemplo no sólo de los tipos de
disociaciones de las ideas a las que la metafísica somete la realidad, sino también de la
forma en que arroja luz sobre ella por esos mismos análisis .”
Lee de principio a fin las obras de los más ilustres escritores escolásticos, y nunca te
harán sentir el sentido del individuo; nunca te dejarán percibir los aspectos relativos y
cambiantes de las cosas; se ocupan de lo verdadero, sin edad ni fecha. La mayoría de
las veces, la verdad que ellos consideran no tiene relación alguna con la praxis, incluso
cuando pertenece a una ciencia práctica, la manera de proponerla y discutirla
depende de pura especulación... Es indiscutible que el hábito del pensamiento
abstracto les hace perder el gusto por los hechos y, por consiguiente, para los estudios
históricos: la incompetencia de la Edad Media, a este respecto, no puede ser puesta en
cuestión: tenemos, incluso, dificultad para hacernos una idea de ella en una época
histórica y literaria como la nuestra.
El lector no era exigente con respecto al historiador, no le pedía que citara sus fuentes
ni las discutía con él; por el contrario, fácilmente creía en su palabra, y si el relato
parecía plausible, edificante o maravilloso, estaba bastante dispuesto a aceptarlo
como verdad. El arte de descubrir, seleccionar e interpretar los documentos que
contienen la verdad era desconocido. Se pueden citar algunas excepciones, pero no
demuestran absolutamente nada contra el estado de ánimo general que estamos
señalando. Estamos, pues, obligados a aplicar a las épocas de la historia la regla según
la cual se designan las cosas dependiendo de lo que predomina en ellas “2.
Realizó tantos milagros como escribió artículos en la Summa Theologicae ... su vida
era santa y su enseñanza no pudo haber sido otra cosa que milagrosa; porque iluminó
a la Iglesia más que a todos los demás doctores y, leyendo sus obras, se obtiene más
provecho en sólo un año de estudio que estudiando la enseñanza de los demás a lo
largo de la vida .”3
En segundo lugar, fue él quien pronunció la primera condena del falso principio del
laicismo, como aparece en el Defensor pacis por Marsilio de Padua († 1343)4 . Este
trabajo data del año 1324 y defiende la actitud cismática del emperador alemán
Ludwig de Baviera. Su eclesiología sería condenada por el Papa Juan XXII en su
Constitución Apostólica Licet juxta doctrinam (23 de octubre de 1327), junto con las
proposiciones no. 3,5 no. 4,6 y no. 5,7 las cuales fueron anatematizadas como
“contrarias a la Sagrada Escritura y hostiles a la fe católica, heréticos o similares a
herejías y erróneos.”
El Papa añade que “los antes mencionados Marsilio y Juan [son], de hecho, herejes
manifiestos y notorios archiheresiarcas.”8 Tercero y finalmente, le debemos a Juan
XXII la gran reforma de 1316-1317, que reformó la asignación territorial de obispados
en el reino de Francia mediante la modificación de la división eclesiástica de las dos
provincias de Aquitania y Primera Narbonnaise, dando a luz el 25 de junio de 1317,
entre otras, a la diócesis de Montauban que fue sacada de la diócesis de Toulouse.9
¿Tenía Juan XXII alguna historia siniestra y deberíamos verlo como el prototipo de un
Papa “hereje”, sujeto a la justicia de sus cardenales? Los hechos fundamentales del
caso se exponen muy bien en el Dictionnaire de théologie catholique, en el artículo
“Benoît XII” .10 Dos veces, en 1318 y en 1326, Juan XXII había enseñado que las almas
de los santos gozaban de la visión beatífica tan pronto como llegan al cielo, y antes de
la resurrección general de toda la humanidad. Pero a partir de 1331 apoyó la opinión
contraria en su predicación: en la fiesta de Todos los Santos de 1331, luego en el
Tercer Domingo de Adviento de ese mismo año, de nuevo en la víspera de la Epifanía
de 1332 y finalmente en el Jueves de Ascensión, el 5 de mayo de 1334. La autoridad
principal en la que se basa es San Bernardo. Este último había sido influenciado por
San Hilario, San Ambrosio y San Agustín, cuyo lenguaje no siempre es muy claro.11
El Papa Juan XXII
recibe las transcripciones del interrogatorio de Gui de Corvo.
Acusaciones de herejía
El punto importante es el siguiente:
Juan XXII se presentó en sus sermones no como un papa hablando ex cathedra, sino
como un maestro particular que está dando su opinión (hanc opinionem = esta
opinión) y reconoce que es discutible mientras trata de demostrarlo. En su segundo
discurso leemos estas palabras: "Digo, como san Agustín, que si me equivoco aquí, que
el que mejor sabe, me corrija. Así me parece, nada más; a menos que alguien me
muestre una decisión contraria de la Iglesia o un argumento de autoridad de la
Sagrada Escritura que expresaría esta cuestión más claramente que las autoridades
citadas anteriormente .”1
Ver aquí una actitud prefigurando la del promulgador de Amoris laetitia sería
bastante audaz; Dios nos libre de tal hipocresía.
Pero como siempre en este mundo caído, e incluso antes de la invención de Internet,
las mentes comenzaron a preocuparse por esto, especialmente en Francia, donde el
rey Felipe VI ya había prestado oído a las acusaciones que se presentaban
apresuradamente contra el Papa. Se oraganizó en Vincennes, el 19 de diciembre de
1333, un concilio en el que se reunieron veinte doctores de la Universidad de París. El
Rey de Francia envió el resultado de esta deliberación al papa, pidiéndole que fuera
tan amable de explicar su pensamiento con más precisión.
Esto no era una orden de la Universidad de París, sino una simple iniciativa de un
soberano temporal, que consultó a sus teólogos con este propósito.2 Más aún, Juan
XXII ya había tomado la iniciativa pidiendo que se hicieran investigaciones teológicas
sobre el punto debatido, convocando para ello un consistorio de cardenales el 28 de
diciembre de 1333. Y sobre todo, el 3 de diciembre de 1334, ante la presencia de estos
cardenales, se retractó explícita y solemne en los términos que fueron reimpresos por
el Dictionnaire de théologie catholique:
Así es como declaramos la opinión que hoy tenemos y hemos tenido sobre este
asunto, en unión con la Santa Iglesia Católica. Confesamos y creemos que las almas
separadas de sus cuerpos y completamente purificadas están en el cielo, en el reino de
los cielos, en el paraíso, y con Jesucristo en compañía de los ángeles, y que, siguiendo
la ley común, ven a Dios y la esencia divina cara a cara y claramente, en la medida en
que el estado y la condición del alma separada lo permitan. Si de alguna manera
hemos dicho otra cosa o nos hemos expresado de otra manera sobre este asunto, lo
hemos dicho mientras permanecemos atados a la fe católica, in habitu fidei catholicae,
y mientras hablamos a modo de exposición y discusión; esto es lo que afirmamos, y
este es el sentido en que todo debe ser tomado.”3
Bueno, entonces, ¿de dónde viene la leyenda? De los que Juan XXII había condenado,
no sólo los partidarios de la supremacía del emperador sobre el papa, que fueron
denunciados como herejes en la bula Licet juxta doctrinam, sino también los rigoristas
franciscanos, los “Espirituales” o “Fraticelli” que insistieron en un excesivo concepto
de pobreza evangélica, de modo que Juan XXII tuvo que denunciarlos también como
herejes en la bula Quorumdam exigit (7 de octubre de 1317).
Estos grupos recalcitrantes encontraron a su portavoz en la persona de Guillermo de
Occam quien declaró magistralmente que el papa tenía que hacer una retracción pura
y simple, en estos términos o en equivalentes:
Abjuro de la herejía que aprobé y enseñé afirmando que las almas de los santos no
tienen en el cielo la clara visión de Dios .”5
Hay que reconocerlo: esto está muy lejos de Amoris laetitia y del cardenal Burke. Uno
sólo puede comparar cosas que son comparables, y no hay punto de comparación
posible aquí.
A lo sumo se podría reconocer que pudo haber en Jacques Duèse una falta de
templanza en su investigación intelectual, digamos, una cierta excentricidad
resultante de una curiosidad teológica desenfrenada. Pero el Papa Juan XXII tuvo la
sabiduría de no presentar esta investigación formalmente como una enseñanza
magistral y, sobre todo, no persistir obstinadamente en estos puntos de vista
arriesgados. Además, ¿no fue esta curiosidad, junto con la investigación a la que
condujo, el signo de una especie de vitalidad? Todo hombre, naturalmente, desea
saber, dijo el buen Aristóteles. Y si se le prohíbe hacerlo, agrega el Doctor Angélico,
sería privado de su felicidad y frustrado en sus aspiraciones naturales. ¿Debemos
entonces culpar al Papa que canonizó al Doctor Común de la Iglesia por tener ese
apetito, aunque fuera un poco exuberante?
San Roberto
Belarmino escribió sobre este tema complejo
Los errores condenados a lo largo de la historia por la Iglesia han sido presentados
como verdad por Roma durante los últimos 50 años. ¿Qué pensar de esto?
Puesto que estas cosas han sido confiadas a la Providencia sobrenatural, creo que es
suficientemente probable que nunca sucederán "(Mansi, vol. 52, columna 1109).
Hay también un segundo argumento fáctico, que resulta del primero, y que
lógicamente lleva a todos los defensores de la teoría a probar que nunca en toda la
historia de la Iglesia ha habido un papa formalmente hereje (véase ibid., Capítulos 7-
14).
La Opinión Premoderna
Sin embargo, los teólogos de la era moderna llegan un poco tarde. Y uno podría
objetar que incluso antes de ellos, desde los siglos XII-XVI, los teólogos comúnmente
pensaban que el papa podía caer en herejía. Encontramos esta idea en el siglo XII en el
Decreto de Graciano, específicamente en el Libro 1, distinción 40, capítulo 6 titulado Si
papa. Graciano dice que el papa no puede ser juzgado por nadie, excepto en el caso en
que se apartara de la fe. Esta declaración se atribuye a San Bonifacio, arzobispo de
Milán, y se cita bajo su nombre, antes de Graciano, por el cardenal Deusdedit e Yves de
Chartres. Este es el texto que servirá de base a todas las reflexiones de los canonistas
medievales, y que en adelante apoyará una opinión común:
Los canonistas de los siglos XII y XIII", dice el R. P. Dublanchy, conocen el pasaje de
Graciano y lo comentan. Todos admiten, sin dificultad, que el papa puede caer en
herejía, como en cualquier otro pecado grave; su única preocupación es investigar
cómo y en qué condiciones puede en este caso ser juzgado por la
Iglesia.” (Dictionnaire de théologie catholique, col 1715).
Cayetano apoya de nuevo esta tesis. Albert Pighi, en el siglo XVI, sería el primero en
romper con una tradición teológica y canónica que había sido unánime hasta
entonces. Pero incluso en la era moderna, la nueva opinión introducida por Pighi no
sería absolutamente unánime. De hecho, Pighi fue refutado rápidamente por Melchior
Cano (1509-1560) (De locis theologicis, Libro 6, capítulo 8, §§ 21-23) y Domingo
Bañez (1528-1604) (Comentario sobre 2a2æ, q. 1, artículo 10, folios 183-212 de la
edición de Venecia de 1587). El dominico Charles-René Billuart (1685-1757)
comparte la misma opinión con estos dos teólogos en su De fide, dissertatio 5, art. 3, §
3, objeción 2; De regulis fidei, dissertatio 4, art. 8, § 2, objeciones 2 y 6 y De
incarnatione, disertatio 9, art. 2, § 2, objeción 2.
Finalmente, en el período que siguió al Concilio Vaticano I, el padre Palmieri defiende
esta tesis en su Tractatus de romano pontifice, tesis 32, scholion, pp. 630-633.
Mons. Marcel
Lefebvre, durante el sermón de las consagraciones de 1988, habló sobre esta
importante cuestión.
Lecciones de la Historia y hoy en día
Hay que considerar también que los hechos de la historia son innegables. Ha habido
en la Iglesia uno o dos papas que favorecieron la herejía, y actualmente, desde el
Vaticano II, algunos papas han causado serios problemas a la conciencia de los
católicos, que están perplejos. Por ejemplo, el Papa Honorio I (625-640) fue
anatematizado por sus sucesores, San Agatón (678-681) y san León II (682-684)
durante el Tercer Concilio de Constantinopla en 681 por haber favorecido la herejía
monotelita. (Para una información más detallada, véase el artículo “Una crisis sin
precedentes?” que apareció en la revista del Institute Universitaire saint Pie X, Vu de
haut 14(Automne 2008), pp. 78-95.)
Por otra parte, está claro que desde el Vaticano II, los Papas Pablo VI, Juan Pablo II., y
Benedicto XVI han enseñado - y el Papa Francisco todavía enseña- opiniones
teológicas que serían difíciles de conciliar con la sustancia del dogma católico. Los
acontecimientos recientes, sin duda, son más graves que las situaciones del pasado.
Pero en ambos casos, el alcance es esencialmente el mismo. Y estos hechos han sido
notados por personas cuyo juicio tiene cierta autoridad moral, aunque carezca de
autoridad jurídica.
Nos encontramos ante un grave y extremadamente serio dilema, que creo que nunca
ha existido en la Iglesia: el hecho de que el hombre sentado en la silla de Pedro
participe en la adoración de falsos dioses. No creo que esto haya sucedido en la
historia de la Iglesia”
Y, finalmente, también hay que prestar atención a los comentarios del obispo de
Castro-Mayer hechos al arzobispo Lefebvre en una carta fechada el 8 de diciembre de
1969:
Este es un tema muy serio. Estamos en camino hacia una nueva Iglesia. Roma es la que
conduce las almas a la herejía. Me parece que no podemos aceptar todos los
documentos del Vaticano II. Hay algunos que no pueden interpretarse de acuerdo con
Trento y el Vaticano I. Usted, ¿qué piensa?”
Todo esto nos lleva a pensar, ni más ni menos, que la primera opinión que considera
improbable la caída de un papa en herejía es en sí misma improbable. En otras
palabras, los argumentos de la autoridad teológica siguiendo la pauta de una
respuesta negativa a la pregunta planteada son insuficientes para ser aceptados. Debe
demostrarse, por lo tanto, cómo la recta razón, iluminada por la fe, podría justificar
una respuesta afirmativa.
La cuestión del papa hereje - 4
Agosto 23, 2017
Distrito de México
Definición de la herejía
La herejía debe ser entendida primero como un acto humano moralmente malo, en
otras palabras, un pecado. Pero como el acto de fe al que se opone, este acto es
complejo, ya que depende simultáneamente del intelecto y de la voluntad. En la
medida en que depende del intelecto, este acto es un error que puede ocurrir de dos
modos: negación pura y simple; solamente una duda. En la medida en que depende de
la voluntad, este acto es la negación de dar la adhesión del intelecto a la verdad que se
niega o se duda.
Pertinacia o Error
Esta negación puede ocurrir de dos modos, dependiendo de si es culpable o no. La
herejía ocurre específicamente cuando hay una negación voluntaria, con plena
advertencia, hacia el simple hecho de que las verdades negadas o dudadas son
propuestas por la autoridad de la Iglesia, y no al hecho adicional de que la autoridad
de la Iglesia representa la de Dios y, por lo tanto, obliga moralmente. Con respecto a
este segundo hecho, la advertencia no se define la herejía como tal, sino en la medida
en que es culpable. Esta culpabilidad equivale a la pertinacia, es decir, al rechazo de la
cuestión de fe, puesto que, según la opinión de la persona que la rechaza, parece
claramente obligatoria porque es propuesta por la autoridad del legítimo
representante de Dios, en este caso el Magisterio de la Iglesia.
Por otra parte, el rechazo no culpable ocurre, en alguien que, sin culpa de su parte,
ignora que este Magisterio eclesiástico le obliga a creer porque representa la
autoridad divina. Por lo tanto, la pertinacia se refiere directamente al acto interno de
herejía, que es el acto de adhesión al error.
Formal o material
A nivel del acto externo, que es el acto de profesar la verdad o el error, el simple
rechazo (culpable o no) a profesar la verdad propuesta por el Magisterio es suficiente
para definir la herejía de forma específica. En consecuencia, cuando calificamos la
herejía como formal o material, dependiendo de si se trata o no de pertinacia, esta
distinción sólo concierne al acto interno de herejía.
Estrictamente hablando, esta enseñanza (habitual del Papa) podría estar sujeta a
error. Tenemos mil razones para creer que no lo está. Probablemente nunca lo ha
estado y es moralmente cierto que nunca lo estará. Pero hablando absolutamente,
podría estarlo, en cuanto que no está garantizada por Dios, ya que Él garantiza la
enseñanza formulada mediante una definición.”
Esto sólo nos permite decir que un Papa puede ser anatematizado póstumamente,
siempre que no nos dejemos engañar por este término, ya que un papa fallecido no es
papa. En realidad, este anatema se dirige, estrictamente hablando, no a su persona,
sino a sus afirmaciones: la herejía es notoria, pero lo es si no se entiende en el primer
sentido, como acto moral de una persona, sino en el segundo sentido, como la
descripción doctrinal de una proposición.
R.P. Roger-
Thomas Calmel, OP, quien discutió la cuestión de la herejía papal moderna
Casos antes y después del Vaticano II
En cuanto a lo que ha ocurrido de hecho, la respuesta es doble, dependiendo de si se
trata de hechos previos al Concilio Vaticano II o de los hechos presentes, desde el
período inaugurado por el Concilio Vaticano II. En el primer caso, sólo el papa Honorio
ha sido anatematizado póstumamente, hablando estrictamente no como hereje, sino
como favorecedor de la herejía; por otro lado, sus sucesores, San Agatón y San León II,
nunca proclamaron el destronamiento póstumo de Honorio, quien nunca dejó de ser
reconocido como un papa legítimo. (Para una discusión más detallada, consulte el
artículo "Une crise sans précédentes" que apareció en la revista del Institut
Universitaire saint Pie X, Vu de haut 14 (otoño de 2008), pp. 78-95).
En el caso del período actual, todavía no se ha producido ninguna declaración
canónica para declarar jurídicamente la notoriedad de lo que podría ser la herejía de
los papas conciliares. ¿Podemos hablar, sin embargo, de una herejía oculta? Es
indudable que la actitud de estos papas responde a los presupuestos del liberalismo y
del modernismo, que han sido condenados por el Magisterio, y que, por lo tanto, estos
papas favorecen la herejía, en cuanto que predican y ponen en práctica las enseñanzas
del Concilio Vaticano II y llevan a cabo todas las reformas que se deriven de él.
Por lo tanto, el período que hemos estado viviendo durante cincuenta años podría
llevar a los teólogos a revisar y perfeccionar la postura que se había seguido desde el
siglo XVI. Más aún, ya que uno de ellos, el P. Dublanchy op. cit., concluyó en términos
muy mesurados: “Esta opinión vale tanto como las razones que la apoyan; pero de
ninguna manera está garantizada por la Iglesia ni adoptada por los teólogos en
conjunto”. También vemos claramente que en la época del Concilio Vaticano I, Mons.
Zinelli, igualmente citado por el que plantea la objeción, no afirma nada categórico.
Considerando como tal vez probable que el Papa nunca caiga en la herejía, añade
inmediatamente que, aunque Dios lo permitiera, no dejaría a su Iglesia indefensa y a
merced de esa tiranía.
En cuanto al argumento de razón que se cree que apoya esta opinión, respondemos
que incluso si la infalibilidad personal absoluta fuera aconsejable para ejercer el cargo,
esto sería sólo una cuestión de conveniencia. Tal privilegio no está incluido en la
promesa de la infalibilidad papal, que sólo concierne al oficio; además, la revelación
no dice nada al respecto. El sentido común nos lleva incluso a pensar que esta
infalibilidad no es estrictamente necesaria: aquel que intenta probar demasiado
termina por no probar nada, y se corre el riesgo de devaluar la infalibilidad mientras
se trata de extender más allá de sus límites. Por lo tanto, es posible que el papa pueda
errar personalmente en la fe, aunque su oficio nunca se comprometería
solemnemente al servicio de la herejía.
Los hechos históricos citados por estos teólogos, demuestran como mucho que el papa
puede ser materialmente hereje y favorecer públicamente la herejía, pero no que sea
formalmente hereje de una manera notoria.
Identificando la herejía
Llamar a un adversario "hereje" podía ser un término de moda en un cierto contexto
eclesial que ha quedado atrás. Para decirlo más precisamente, los hombres de la
Iglesia, fueran o no teólogos, tenían su repertorio de insultos. Las invectivas se
encuentran en todos los tiempos y en todas las profesiones. En el Evangelio, podemos
encontrar varios de ellos, incluso en los labios del Verbo Encarnado. Podríamos decir
que es una pena que se haya vuelto algo tan poco común, desde el último Concilio, y
lamentarnos por los guantes de seda y la dulzura que prevalece ahora en los diálogos
interconfesionales.
El uso de la injuria debería seguir siendo legítimo, siempre y cuando no se yerre sobre
su significado, que será siempre limitado. Muy a menudo, ésta se queda muy por
debajo de su valor original y no es más que el último recurso de los que han agotado
todos sus argumentos y quieren evitar a toda costa el desprestigio. Y no estamos
hablando de demonización, que es una forma de manipulación a gran escala. En pocas
palabras, tal vez nos estamos adentrando un poco en la retórica en esta cuestión y, si
se quiere ver así, saliendo del ámbito de la teología, propiamente hablando. La
retórica puede servir de apoyo a la teología, y esa es precisamente la base de su
legitimidad, pero nunca podría reemplazarla, y mucho menos disimular su ausencia.
Para ser “Hereje”, se necesita estar en contradicción con la Verdad definida.
Es diferente con la censura doctrinal: esta última es una expresión técnica, hace parte
de la terminología a la que recurren los especialistas para dar una evaluación tan
precisa como sea posible. El término "herético" corresponde al lenguaje específico
usado por el teólogo; en este sentido se aplica a una persona cuyos actos y palabras
manifiestan suficientemente un rechazo o un cuestionamiento de la Verdad revelada
que es propuesta por el Magisterio infalible de la Iglesia. Se aplica también, por
consiguiente, o por extensión de su significado, a una proposición que contradice
manifiestamente el dogma.
Por lo tanto, aplicar este tipo de término a una persona o a una proposición implica
que se haya verificado previamente el rechazo o la contradicción en cuestión. Lo
importante no es solamente si existe o no un rechazo o una contradicción, sino
verificar también si este rechazo o contradicción está relacionado de forma precisa
con algún dogma, es decir, con una verdad no sólo revelada sino también propuesta
como tal por un acto infalible del Magisterio eclesiástico. Eso explica toda la
complejidad del asunto que se esconde detrás de la palabra.
(En una nota al pie de página se lee: “En ciertos casos, esto puede incluir la ayuda de
los sacramentos. ‘Quiero recordar a los sacerdotes que el confesionario no debe ser
una cámara de tortura sino un encuentro con la misericordia del Señor.’ (Exhortación
Apostólica Evangelii Gaudium, 44) También quiero señalar que la Eucaristía 'no es un
premio para los perfectos, sino un generoso remedio y un alimento para los débiles'
(ibid., 47).)
La duda surge aquí con la nota. No hay duda sobre el hecho de que la ignorancia no
culpable del pecado excusa el pecado. Pero a los que son víctimas de esta ignorancia y,
de ese modo, se benefician de esta excusa, la Iglesia ofrece primero la ayuda de su
predicación y advertencias, la Iglesia empieza por acabar con la ignorancia al abrir los
ojos de los ignorantes a la realidad de su pecado. La ayuda de los sacramentos sólo
puede venir después, si y sólo si las personas anteriormente ignorantes, ahora
instruidas en cuanto a la gravedad de su estado, han decidido hacer uso de los medios
de conversión, y si tienen lo que se conoce como un propósito firme de enmienda. De
lo contrario, la ayuda de los sacramentos sería inoperante, y también sería una
situación objetiva de pecado.
Se trata pues de una duda (dubium) en el sentido más estricto del término, es decir,
un pasaje que puede interpretarse de dos maneras. Y esta duda surge precisamente
gracias a la expresión indefinida en la nota: “en ciertos casos”. Para disipar esta duda,
es imprescindible indicar claramente cuáles son estos casos en los que la ayuda
sacramental de la Iglesia es posible y afirmar que se trata de situaciones en las que los
pecadores suficientemente iluminados ya han decidido abandonar la situación
objetivamente pecaminosa.
El segundo dubium
El segundo dubium plantea la cuestión relativa al párrafo 304: ¿existen actos
intrínsecamente malvados desde una perspectiva moral, que la ley prohíbe sin
ninguna excepción posible? Para alguien que se adhiere a la doctrina católica, la
respuesta es sí. ¿Qué dice exactamente Amoris laetitia? Par. 304, citando la Summa
theologiae de Santo Tomás de Aquino (I-II, pregunta 94, artículo 4), insiste en la
aplicación de la ley, más que en la ley misma, y subraya el papel desempeñado por el
juicio de prudencia que, supuestamente, sólo puede ejercerse caso por caso,
estrictamente en función de circunstancias únicas y singulares.
Es cierto que las reglas generales establecen un bien que nunca puede ser ignorado o
descuidado, pero en su formulación no pueden abrazar absolutamente todas las
situaciones particulares. Al mismo tiempo, hay que decir que, precisamente por eso, lo
que es parte de un discernimiento práctico en circunstancias particulares no puede
elevarse al nivel de una regla.”
El tercer dubium
El tercer dubium plantea la pregunta relativa al párrafo 301: ¿podemos decir que las
personas que habitualmente viven de una manera que contradice un mandamiento de
la ley de Dios (por ejemplo, el que prohíbe el adulterio) están en una situación
objetiva de pecado grave habitual? La respuesta católica es sí. Amoris laetitia dice
sobre este tema: "Por lo tanto, ya no se puede decir simplemente que todos aquellos
en una situación ‘irregular’ viven en un estado de pecado mortal y están privados de la
gracia santificante". Hay que destacar dos puntos:
La frase que acabamos de citar plantea en principio la imposibilidad de hacer una
afirmación universal. No niega la posibilidad de decir que los pecadores públicos están
privados de la gracia; Sólo niega la posibilidad de decir que todos los pecadores
públicos están privados de ella. Esta negación siempre ha sido enseñada por la Iglesia.
De hecho, en los actos humanos concretos, existe lo que se denomina causas (o
condicionamientos) exculpatorias o atenuantes. Debido a ellas, el pecador puede no
ser moralmente responsable de la situación objetiva del pecado. Estas causas incluyen
no sólo la ignorancia, sino también las carencias de tipo emocional, afectivo o
psíquico, y el párrafo 302 proporciona los detalles, basándose en la enseñanza del
nuevo Catecismo de la Iglesia Católica (1992). Sin embargo, estos motivos
exculpatorios (aunque sean frecuentes, cosa que aún debe ser probada) exoneran a la
persona, pero no ponen fin a la situación objetiva del pecado: el pecador
subjetivamente exonerado no deja de estar en esa situación objetivamente. Al omitir
esta distinción clave, el pasaje de Amoris laetitianuevamente introduce la duda.
El cuarto dubium
El cuarto dubium plantea la cuestión relativa al párrafo 302: ¿Podemos decir, desde
una perspectiva moral, que un acto que ya es intrínsecamente malo por razón de su
objeto nunca puede llegar a ser bueno debido a las circunstancias o a la intención de la
persona que lo realiza? La respuesta católica es sí. Amoris laetitia dice: “Un juicio
negativo sobre una situación objetiva no implica un juicio sobre la imputabilidad o la
culpabilidad de la persona involucrada”. Eso es cierto, pero lo contrario no lo es, y al
no decirlo este pasaje nuevamente introduce la duda.
Si una persona divorciada y vuelta a casar peca, lo hace como tal, precisamente porque
vive en una situación objetiva de un divorciado vuelto a casar, que es una situación
objetiva de pecado grave, y como tal exige un juicio negativo. Si la persona divorciada
y vuelta a casar no peca, no lo hace como tal, sino más bien precisamente por razones
distintas a su situación objetiva de divorciado y vuelto a casar, que en sí misma
conduce al pecado.
El quinto dubium
El quinto dubium plantea la cuestión relativa al párrafo 303: ¿podemos decir que la
conciencia debe permanecer siempre sometida, sin ninguna excepción posible, a la ley
moral absoluta que prohíbe los actos intrínsecamente malos por su objeto? La
respuesta católica es sí. Amoris laetitia repite aquí la falsa confusión introducida por
Francisco en su entrevista con el periodista Eugenio Scalfari, “Entrevista con el
fundador del diario italiano La Repubblica”, en L'Osservatore romano, edición
semanal francesa, del 4 de octubre de 2013. (Para más información sobre este tema,
véase el número de diciembre de 2013 del Courrier de Rome, el artículo intitulado
[“Pour un Magistère de la conscience?”]).
Nadie puede actuar contra su conciencia, aunque sea errónea. Sin embargo, decir que
la conciencia obliga, incluso cuando es errónea, significa directamente que es
incorrecto ir en contra de ella; pero eso no implica en absoluto que sea bueno seguirla.
Si la conciencia está en un error, porque no está en conformidad con la ley de Dios, no
seguirla es suficiente para que la voluntad sea mala, pero seguirla no es suficiente
para que la voluntad sea buena.
Santo Tomás insiste en que la voluntad de los que mataron a los Apóstoles fue mala
(Summa theologiae, I-II, pregunta 19, artículo 6, sed contra). Sin embargo, este acto
estuvo de acuerdo con su razón errónea (= la conciencia), de acuerdo con lo que dice
Nuestro Señor en el Evangelio (Jn 16: 2): "Viene la hora cuando cualquiera que los
mate, pensará que presta servicio a Dios." Por lo tanto, esto es la prueba de que una
voluntad conformada a una conciencia errónea puede ser mala. Y esto es
precisamente lo que Amoris laetitia no explica, provocando aquí una quinta duda.
El Sínodo de la
Familia de 2015 que inició esta desastrosa cadena de acontecimientos
Subjetivismo: La raíz de las cinco dudas
Las cinco dudas están, por lo tanto, muy bien fundadas. Su raíz es siempre la misma: la
confusión entre el valor moral de un acto, un valor estrictamente objetivo y su
imputabilidad al que lo realiza, una imputabilidad estrictamente subjetiva. Aunque
puede suceder que la malicia moral no pueda ser imputada subjetivamente, porque la
persona que realiza el acto es excusada de él (cosa que tiene que probarse, en la
medida de lo posible, en cada caso), el acto siempre y en todas partes corresponde a
una malicia objetiva y, por consiguiente, está en la raíz de una situación objetivamente
pecaminosa, independientemente de que se impute o no a quien se encuentra en ella.
La doctrina tradicional de la Iglesia da primacía a este orden objetivo de la moralidad
del acto, que se desprende de su objeto y de su fin o propósito. Amoris laetitia, al
invertir este orden, introduce el subjetivismo en la moralidad.
¿Es el subjetivismo la negación de la verdad revelada?
¿Este subjetivismo, entendido tanto en su principio como en las cinco conclusiones
que de él se derivan, representa la negación de una verdad divinamente revelada
propuesta como tal por un acto infalible del Magisterio eclesiástico? Uno tendría que
ser capaz de responder afirmativamente para concluir que Amoris laetitia presenta
una herejía en cada uno de los puntos señalados y que Francisco merece la
designación teológica equivalente.
Para establecer esta conclusión, sería necesario verificar dos cosas. Primero, ¿son las
cinco verdades derribadas por estas cinco dudas tantos dogmas? En segundo lugar,
¿Amoris laetitia niega estos dogmas, o al menos los pone en tela de juicio formal y
explícitamente? La respuesta a estas dos preguntas está lejos de ser obvia y segura.
Esta nueva teología de Francisco, que prolonga la del Vaticano II, evita este tipo de
oposición formal con respecto a las verdades ya propuestas infaliblemente por el
Magisterio antes del Concilio Vaticano II. Peca con mayor frecuencia por omisión o por
ambivalencia. Por lo tanto, es dudosa, en su misma sustancia. Y es dudosa
precisamente en la medida en que es modernista, o más precisamente: neo-
modernista.
¿Pretende el Papa afirmar o negar?
El capítulo ocho de Amoris laetitia se define, al igual que los demás, por la intención
fundamental asignada por el Papa a todo el texto de la Exhortación, que consiste en
“reunir las contribuciones de los dos últimos Sínodos sobre la familia, añadiendo otras
consideraciones como ayuda a la reflexión, al diálogo y a la práctica pastoral” (párrafo
4). Por lo tanto, aquí no encontramos más que material para la reflexión, el diálogo y
la práctica, y no para una clara negativa o para poner en duda algo. O más bien,
si Amoris laetitia se convirtiera en la causa de herejía, sería de una manera
absolutamente única, oculta y latente como el propio modernismo. En otras palabras,
por su inclinación hacia una práctica y la adaptación, más que en el marco de una
enseñanza formal.
Subversión práctica de la doctrina
La herejía (si la hay) del Papa Francisco es la herejía de una subversión práctica, una
revolución en hechos, y diríamos sin duda que es ella la que hasta ahora estaba
escondida detrás del nuevo concepto de "Magisterio pastoral". En esta área, es difícil
hacer censuras doctrinales. De hecho, las censuras establecen una relación
lógicamente contraria entre una proposición dada y un dogma previamente definido.
Y esta relación sólo podría existir entre dos verdades especulativas, pertenecientes al
mismo orden de conocimiento. La subversión, por su parte, consiste en provocar
conductas católicas siguiendo principios opuestos a la doctrina de la Iglesia.
Cuando fue interrogado el sábado 7 de enero por una agencia de noticias italiana, el
cardenal Gerhard Müller declaró que la Exhortación Apostólica Amoris laetitia “es
muy clara en su doctrina” y que se puede interpretar de tal manera que se encuentre
en ella “toda la enseñanza de Jesús sobre el matrimonio, toda la doctrina de la Iglesia
de más de 2.000 años de historia”. Según él, el papa Francisco está:
Pidiéndonos que discernamos la situación de las personas que viven en una unión
irregular, es decir, que no observan la doctrina de la Iglesia sobre el matrimonio, y
pide que acudamos en su ayuda para que puedan encontrar un camino hacia una
nueva integración en la Iglesia.”
Este rito en sí mismo no profesa la fe católica tan claramente como el viejo Ordo
Missae, y consecuentemente puede favorecer la herejía ... Lo que es asombroso es que
un Ordo Missae que coquetea con el protestantismo y, por lo tanto, favens haeresim
[favorece la herejía] pueda ser promulgado por la Curia Romana" (Mons. Lefebvre et
le Saint-Office), Itinéraires 233 - mayo 1979, p.146-1-47).
Sin perjuicio de una mejor opinión, recurrimos voluntariamente a ella para describir
el gran problema planteado hoy para la conciencia de los católicos por la Exhortación
Apostólica Amoris laetitia.
A lo largo de la historia, los teólogos han diferido en sus tesis sobre la posibilidad de que
un Papa herético siga siendo el Vicario de Cristo.
Opinión de Suárez
Francisco Suárez (1548-1617), en su De Fide, disputatio 10 De Summo Pontifice,
sección 6, §§3-13. Opera omnia, 12: 316-318, declara, como Cayetano, que el papa no
pierde su pontificado por razón de su herejía, ya sea oculta o incluso notoria. A
continuación, presenta lo que en su opinión es la explicación común de los teólogos.
Un papa pública e incorregiblemente hereje (i.e. pertinaz) pierde el pontificado
cuando la Iglesia declara su crimen. Esta declaración constituye un acto legítimo de
jurisdicción, pero no es una jurisdicción que ejerza un poder superior sobre el papa.
En este caso la Iglesia no es representada por los cardenales sino por el Concilio
Ecuménico: el cual puede ser convocado por alguien que no sea el papa, ya que no se
reúne para definir la fe y la moral.
Suárez explica entonces el punto esencial de su tesis: se niega a decir que en este caso
excepcional la Iglesia posee un verdadero poder de jurisdicción sobre el papa. La
Iglesia no hace otra cosa que declarar en nombre de Cristo la herejía del Papa, lo que
equivale a declarar que el Papa se ha vuelto indigno del papado. Y por medio de esta
declaración de la Iglesia, Cristo inmediatamente retira el papado del Papa.
En un tercer momento lógico, el Papa que ha caído de su cargo se hace inferior a la
Iglesia y ella misma puede castigarlo. Por lo tanto, la tesis se basa enteramente en una
verdad. Esta verdad es que la anterior declaración de la Iglesia que evidencia la herejía
del Papa es la condición necesaria y suficiente para que Cristo retire el papado del
Papa. Y Suárez prueba esta verdad diciendo que está enunciada en la ley divina de la
revelación. En apoyo de esto, Suárez también cita Tito 3:10 junto con un pasaje de la
Primera Epístola de San Clemente de Roma que dice que "Petrum docuisse haereticum
papam esse deponendum." ["Pedro ha enseñado que un papa herético debe ser
depuesto".]
Opinión de San Roberto Belarmino
La opinión de San Roberto Belarmino (1542-1621), que se encuentra en De romano
pontifice, libro 2, capítulo 30, y que es seguida por el cardenal Billot (1846-1931)
(Traité de l'Église du Christ, pregunta 14 , Tesis 29, parte 2, núms. 942-946), es
puramente teórica, porque su verdadera tesis es que el Papa nunca caerá en herejía.
Suponiendo, sin embargo, que, per impossibile, si el papa llegase a caer en herejía
pública, perdería ipso facto el pontificado.
Como Bellarmino explica claramente, la base de esta tesis es que un hereje notorio
como tal ya no es miembro de la Iglesia. Ahora, el Papa necesariamente debe ser parte
de la sociedad de la cual él es cabeza. Por eso el Papa hereje, que ya no es miembro de
la Iglesia, deja de ser su cabeza visible.
Pero Billot añade que la Providencia no podría permitir que toda la Iglesia reconociera
como su cabeza un hereje formal. Si el hombre elegido es o se vuelve formalmente
herético, este reconocimiento no podría persistir, y es por eso que la notoriedad
tendría que aparecer con bastante rapidez, de una manera u otra.
A lo sumo, podría suceder que sólo unos cuantos peritos en la Iglesia estuvieran
dotados de la necesaria inteligencia teológica para evaluar toda la situación; los demás
(en otras palabras, casi la totalidad de la Iglesia) no serían capaces de comprender la
total importancia de la crisis, aunque su virtud de fe bastara para su conducta
personal. Santo Tomás de Aquino hace una distinción similar cuando habla de
"maiores" y "minores" con respecto a la notoriedad del Mesías entre los judíos (STH
III, q.47, art.5).
Una delegación de Dios
Por último, un reciente estudio del P. Guillaume Devillers, en la parte 6 de su estudio
sobre la Doctrina social y política en la escuela de Santo Tomás, en el artículo 9 de la
revista Le Sel de la terre (otoño de 2005) pp. 165-168, llega a conclusiones diferentes.
Incluso se puede llegar a decir que estas conclusiones son verdaderamente nuevas (y
por lo tanto merecen una amplia atención), aunque se puede afirmar que se basan en
los teólogos citados anteriormente, en particular en Cayetano.
La hipótesis dice: La Iglesia, como cualquier otra sociedad, tiene el poder de deponer a
un papa hereje por una delegación recibida de Dios en caso de herejía. La prueba
descansa en dos argumentos: [1] la autoridad de San Clemente de Roma en un pasaje
de su Epístola a los Corintios; Y [2] una analogía con lo que ocurre en la sociedad civil
en el caso de la tiranía. Esto se reduce a decir (y el autor lo declara explícitamente al
principio de su estudio) que todo se basa no en la ley divina positiva de la revelación,
sino en la simple ley natural. En efecto, nuestro autor señala que todos los teólogos se
han esforzado por justificar sus tesis citando los hechos de la revelación y la
institución positiva de Cristo: según ellos, la deposición del papa hereje sería
necesaria según la enseñanza de la Escritura y la Tradición.
Ahora está claro que la revelación no enseña eso. Esta es la razón por la que la opción
restante es recurrir a la ley natural. Basta con aplicar el principio de que el orden
sobrenatural presupone el orden natural. La Iglesia es una sociedad. Ahora, en toda
sociedad, la ley divina natural requiere que en un caso de tiranía los ciudadanos
proclamen el destronamiento de un poder que puede ser legal pero que se ha vuelto
ilegítimo. Y por otra parte esta ley divina natural que se aplica al caso de la ciudad
[=sociedad] del orden natural sigue siendo válida también en el caso de la Iglesia,
porque ella es una ciudad en el orden sobrenatural. Es por eso que no sólo es lícito
sino necesario deponer un papa hereje, porque ese Papa es para la Iglesia lo que un
tirano es para la sociedad natural. Y para ello, la sociedad recibe en ese caso la
delegación de Dios.
La opinión de los teólogos medievales (cf. No. 3), que reconoce que la Iglesia tiene
poder para deponer al papa, si es necesario, contradice la constitución divina de la
Iglesia: Cayetano reconoce que esta tesis mencionada en una objeción fue (al menos
en su época) la opinión común. Pero no se sostiene, porque como el Papa está por
encima de la Iglesia por derecho divino, si hubiera un caso excepcional en el que la
Iglesia tuviera poder sobre él, este caso debería estar explícitamente previsto y
declarado como tal en las fuentes de la revelación. Ahora bien, "cuando consideramos
el caso excepcional de la herejía, la ley divina no prevé que el Papa deba estar sujeto a
la Iglesia" (véase De comparatione, capítulo 20, § 280). Esta es la razón por la que la
explicación expuesta por estos teólogos debe ser rechazada: contradice la enseñanza
explícita de la revelación.
La explicación de Cayetano tiene una deficiencia que sin duda es fatal para ella, pues
plantea la cuestión, suponiendo que el significado auténtico de Tito 3:10 (y de otros
pasajes similares en la Escritura) es el sentido requerido para poder probar la
supuesta interpretación. Ahora bien, esta suposición es puramente gratuita. San Pablo
dice que es necesario evitar un hereje notorio, ni más ni menos.
Basándose en eso, nada prueba que un Papa notoriamente herético sea despedido de
su cargo, porque en ningún lado se estipula que la situación de alguien a quien los
fieles deben evitar es incompatible con el título del papado. A pesar del atractivo
paradójico de esta aserción a primera vista, sí es posible evitar tener nada que ver con
un Papa notoriamente herético, sin considerarlo como destronado del papado.
Monseñor dando un sermón en 1984.
Cayetano se esfuerza demasiado sin lograr demostrar cómo sería posible mantener
estos tres principios juntos: un papa que ha caído en la herejía no es, por tanto,
depuesto en virtud de la ley divina ni en virtud de la ley humana; un papa que sigue
siendo papa no tiene superior en la tierra; si el papa pierde la fe, la Iglesia tiene el
poder de deponerle. Se podría responder que, si el Papa que ha caído en la herejía
sigue siendo papa y puede ser depuesto por la Iglesia, una u otra de estas dos
consecuencias necesariamente debe ser admitida: o el hecho de deponer al papa no
requiere que quien lo hace tenga poder sobre él, o bien el papa mientras sigue siendo
papa está realmente sujeto en la tierra a un poder superior, al menos en una situación
particular. Además, tan pronto como abrimos la puerta a la deposición, ya no hay
razón alguna para restringir la cuestión (por la misma naturaleza de las cosas o por
virtud de una ley positiva) a la deposición únicamente en el caso de la herejía, pues ya
hemos destruido los principios que hacen imposible la deposición en general, y nada
queda sino una regla voluntarista, acompañada de un caso excepcional
arbitrariamente definido.
Al actuar de esta manera, debilita los principios: esto, por cierto, es la principal razón
por la que el Padre Reginald Garrigou-Lagrange desaprueba a Suárez. Por ejemplo, en
De Christo salvatore, pp. 108-109, p. Garrigou-Lagrant escribe:
En esta cuestión, Suárez, como suele ser el caso de su eclecticismo, refuta a Escoto
apoyándose en Santo Tomás, y a Santo Tomás apoyándose en Escoto. Pero esta
posición intermedia es muy difícil de mantener, y no es nada fácil mantener su
equilibrio o estabilidad, y por eso no es raro que Suárez, al exponer sus tesis, vacile u
oscile entre Santo Tomás y Escoto sin encontrar una posición firme.
(Para más información sobre este tema, véase el libro de Michel Villey, La Formación
del Pensamiento Jurídico Moderno (Presses Universitaires de France, 2003), pp. 351-
353).
Es importante recordar que Suárez es un hombre de su tiempo, y las profundas
tendencias que expresa ya anuncian el positivismo moderno. Para Cayetano, la Iglesia
depone al Papa sin por ello ejercer un poder superior al papado. Cristo no interviene;
basta con que la Iglesia anule la condición final, la cual es insuficiente pero necesaria
para que la investidura pueda producir sus frutos. Todo sucede al nivel de la
disposición anterior.
Para San Roberto Belarmino, Cristo niega la investidura formal al hereje en tanto que
es un hereje formal: la Iglesia no tiene ningún papel aquí. Para Suárez, la Iglesia
prepara, por así decirlo, el camino a Cristo, para que Él pueda destituir a su vicario. Se
puede hacer la misma crítica de esta explicación que la de Cayetano. Suárez supone
que el pasaje de San Pablo a Tito justifica su tesis. Ahora hemos visto que eso no es en
absoluto el caso.
La opinión de san Roberto Belarmino era sin duda común hasta la época del Concilio
Vaticano II, pero la situación que ha surgido desde entonces modifica los detalles del
problema. Esta opinión es, por lo tanto, un acercamiento probable a una solución en
un cierto contexto, pero no podría ser aplicada a todos. Como hemos explicado
anteriormente, esta manera de resolver el problema teórico no es un principio
universal con el que se pueda responder al mismo en la práctica.
Para finalizar:
¿estamos viviendo en la época de un anti-papa?
El problema de la analogía
Pero lo más importante es que la analogía de Devillers no es legítima (véase la Parte
6a). Pues la Iglesia es una sociedad única en su orden: los primeros principios que son
válidos en el orden natural no se contradicen en este orden sobrenatural, pero si se
transponen al nivel de la Iglesia, su lógica ya no basta para legitimar la insurrección
justa en el caso de la tiranía. De hecho, en la Iglesia, el papa siempre es el vicario de la
verdadera Cabeza, y es por eso que, estrictamente hablando, en la Iglesia jamás habrá
tiranía. La tiranía supone, en efecto, que el principio formal del orden público ha sido
tocado a través de su principio motor: hay una corrupción del orden social, es decir,
del bien común, y esta corrupción del bien común es consecuencia de la corrupción de
la autoridad social.
Ahora bien, en la Iglesia la autoridad del Papa no es el principio final y supremo del
bien común: es un principio motor relativo, porque es una autoridad vicaria. Siempre
es posible recurrir al principio primero y absoluto, que es la autoridad de Cristo.
Se podría insistir, sin embargo, alegando que esta autoridad de Cristo es una
autoridad mística, y no social, y que, por consiguiente, en el plano social, el papa es la
autoridad máxima. Pero esta distinción entre lo místico y lo social no es válida aquí.
De hecho, la autoridad social es la autoridad de un hombre sobre otros hombres por
medio de una acción humana; mientras que la autoridad mística sería una autoridad
en el sentido metafórico, y sería la de Dios, quien actúa por su providencia y gracia.
Ahora bien, en el caso de Cristo existen ambas, ya que Cristo es hombre y Dios al
mismo tiempo. Por lo tanto, Cristo ejerce sobre Su Iglesia una verdadera autoridad
social y no sólo un gobierno divino de orden místico. Y el hecho de que Cristo es
glorioso sólo refuerza esta acción humana de su gobierno social.