Alfredo Castillero Calvo
Alfredo Castillero Calvo
Alfredo Castillero Calvo
Transitismo y dependencia:
El caso del istmo de Panamá
Castillero-Calvo, Alfredo
Introducción
En contraste con estos, el aparato productivo del Istmo de Panamá no estuvo unila
teralmente consagrado a la extracción de materias primas. Su actividad productiva
quedó desde un comienzo electivamente especializada en el sector servicios para
favorecer las comunicaciones ultramarinas a través de su territorio, primero duran
te el período galeonista, luego durante el breve auge mercantil pre-independentista
de principios del XIX y finalmente durante el "Gold Rush" californiano y la cons
trucción del Ferrocarril Transísmico a mediados del decimonono, que son las tres
coyunturas que discutiremos aquí. De la misma manera, el mecanismo de nuestra
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1. Las más remotas referencias arqueológicas sobre la ocupación humana del istmo
evidencian su temprana vocación como pasaje geográfico y ruta de contacto entre
los pueblos, pero no podríamos sostener que se trata de una función privativa de
nuestro istmo porque otros territorios centroamericanos se encuentran en capaci
dad de alegar idéntica predisposición basada en antecedentes cuando menos muy
parecidos.
4. La búsqueda del "Paso" en dirección al Istmo por Yánez Pinzón, Díaz de Solís,
Nicuesa y Ojeda constituye una meta de carácter prioritario para la política expan
sionista castellana y tiene su culminación con la travesía de la ruta por Balboa y
subsecuente descubrimiento del Pacífico en septiembre de 1513.
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5. El creciente interés de la Corona por el Istmo la induce a romper por vía de ex
cepción la práctica de las capitulaciones con particulares al comprometerse pecu
niariamente en la empresa del "Paso" al que rebautiza con el detonante y expresivo
nombre de Castilla del Oro. En este momento la Corona avizora con perspicaz luci
dez la función del Istmo en la ruta del Moluco al ordenarle a su agente, Pedrarías
Dávila, la fundación de ciudades terminales que posibiliten el empleo de Castilla
del Oro para extender la expansión hacia Oriente.
9. Si bien España no era ajena a los principios económicos del mercantilismo no es
tuvo en capacidad de poner a prueba la eficacia de esa concepción y teoría econó
mica sino cuando: primero, obtuvo su integración geopolítica como estado Nacio
nal; segundo, aseguró el mercado de consumidores virtualmente cautivos de las
posesiones indianas; y tercero, inició la explotación de los ubérrimos yacimientos
metalíferos de las nuevas colonias. Sólo al verificarse la conjunción de estos facto
res antes de promediar el siglo XVI fue que España estuvo en condiciones de for
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10. La definición del carácter transitista del Istmo de Panamá que se logra institu
cionalmente mediante la creación del sistema de ferias y galeones, constituye no
tanto un reconocimiento a la llamada "Vocación Geográfica" de nuestro territorio
como a la voluntad discrecional de un foco hegemónico metropolitano en este caso
España, de hacer uso del recurso de una zona periférica en virtud de sus propias
necesidades colonialistas. Cuando la explotación de ese recurso dejó de surtir efica
cia y a desvalorizarse por efecto de la propia descomposición del centro hegemóni
co peninsular sencillamente fue suspendida, al igual que cuando fue inaugurada,
por los correspondientes instrumentos institucionales, y antes de que promediara
el siglo XVIII el sistema de ferias y galeones quedó cancelado, en consecuencia el
Istmo de Panamá dejó de ser La Ruta, o la Zona de Tránsito por excelencia.
11. Cuando el Istmo de Panamá volvió a ser la ruta de tránsito por excelencia a me
diados del siglo XIX con el Gold Rush californiano ello fue posible, una vez más,
porque un nuevo centro hegemónico aparecía en el escenario internacional y nues
tro territorio se prestaba idealmente para sus designios expansionistas. Quedaba
claro así, como se ha demostrado después hasta la saciedad, que históricamente la
decantada "Vocación Geográfica" de nuestro país solo podía traducirse en términos
de ejercicio transista, cuando un centro hegemónico estuviese dispuesto a asumir el
poder de decisión sobre el uso de lo que por tradición se ha considerado nuestro
"Principal Recurso Geográfico".
Es sabido que no es hasta 1529 que la Corona Española renuncia a las Molucas ce
diéndolas a Portugal por 350000 ducados, abandonando formalmente con ello la
carrera hacia Oriente. Sin embargo, no se sabe con la misma precisión en que mo
mento dejó de concebir al Nuevo Mundo como una descomunal valla continental
que se interponía en la ruta hacia las especias para empezar a considerarlo como
un territorio preñado de ingentes recursos susceptibles de ser grandemente apro
vechados por el Imperio. Pero este cambio de actitud no tardó en sobrevenir una
vez las posibilidades de explotar la riqueza metalífera del continente americano
constituyeron un hecho efectivo.
Esta sobrevalorización de los metales preciosos determinada por el fetiche del mer
cantilismo metálico-comercial vigente, basado en un principio monopolístico por
parte del foco metropolitano, induce a la Corona, tan pronto se revelan las posibili
dades sudamericanas, a imponer un rígido instrumento de control mercantil bajo
estricta fiscalización del gobierno para lo cual crea el sistema de flotas y galeones, y
sus correspondientes mecanismos periféricos que lo hagan más efectivo: en Perú,
constituye el Virreinato, y en Panamá, y no por casualidad las fechas coinciden casi
exactamente con la aparición de los yacimientos, a partir del 1543 implanta régi
men de ferias, y en 1563 instituye la Audiencia. La aparición de los ingentes yaci
mientos metalíferos americanos confirmó de esta manera la idea de que las Indias
constituían un patrimonio de la Corona y de que su economía solo podía ser com
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Según las cuidadosas pesquisas del economista Earl S. Hamilton, quien manejó los
registros de la Casa de Contratación Sevillana, en el período de esplendor de las
exportaciones metalíferas comprendido entre 1503 y 1660, llegaron a Sevilla a
185.000 kilos de oro y 16.886.000 kilos de plata. Se calcula que más de un 65 % de
esa ingente carga pasó por los puertos de Nombre de Dios, Portobelo y Panamá. Se
ha estimado, por otra parte, que entre 1574 y 1702, esto es, durante 128 años, fue
ron enviados a Panamá 45 flotas de galeones que produjeron más de 1.300 millones
de pesos, esto es, un promedio de 10 1/2 millones al año. Todavía en 1708 los gale
ones transportaron cerca de 40 millones de pesos. Y en la feria de 1724 un observa
dor calculó que se habían hecho transacciones por 30 millones.
La exuberancia tanto mulera como de mano de obra era una exigencia propia del
sistema para su utilización óptima durante las ferias; sin embargo su nivel de ocu
pación bajaba a extremos ínfimos en el llamado "tiempo muerto" o de inactividad
galeonista, el cual solía durar 11 meses durante el esplendor del sistema si bien en
los años de decadencia era mucho más prolongado. Lo propio ocurría con las casas
depósitos de los comerciantes por las que se demandaban elevados alquileres en
tiempos de ferias y que el resto del año permanecían desocupadas. La subutiliza
ción y desempleo crónico del antedicho sector productivo era tanto más grave
cuanto que constituía una oferta latente de servicios que el país no podía absorber
internamente.
Condicionado por una economía cuya principal actividad dimanaba de modo tan
exclusivo y unilateral del comercio y a la vez condenado por una especialización
desmedida en su capacidad productiva, el istmo evidenció desde un comienzo en
grado extremo su hipersensibilidad a los cambios externos. Cada contracción o al
teración del comercio atlántico repercutía en el istmo en forma dramática parali
zando literalmente su existencia, resultando particular y selectivamente vulnerable
al irse manifestando la descomposición del sistema galeonista y más aún cuando
este cesó por completo. Cuando esto ocurrió, antes de que promediara el siglo
XVIII, las reservas de capital acumulado por los mercaderes criollos, desaparecida
la ocasión de las ferias o del siempre provechoso contrabando, fueron invertidas en
la adquisición de vastas y baratas extensiones de tierras situadas en el interior del
país, el negociante hasta entonces urbano se ruraliza y el mercader se transforma
en rentista, en terrateniente, generando este efímero interregno agrarista una grave
recesión en nuestra economía de cuyo estancamiento no se levantará sino hasta el
momento en que el "Pacto Colonial" se declara insubsistente.
Mientras el sistema galeonista se mantuvo próspero, esto es, hasta mediados del si
glo XVII tardaron los otros factores antes señalados en manifestarse. El comercian
te peninsular prefirió permanecer en el istmo sólo durante el tiempo que fuese ne
cesario para hacer fortuna. Aunque aún faltan investigaciones pertinentes, es pro
bable que algunos fijasen su residencia sólo durante unas cuantas ferias. La estacio
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nalidad de las ferias, esto es, su relativa regularidad, les permitía calcular pruden
cialmente el riesgo, lo que fue desapareciendo al hacerse cada vez más irregulares
y espaciadas. Pero al darse las circunstancias mencionadas atrás, al fin del siglo,
debió optar por un radical cambio de actitud. Debido al intenso volumen de nego
cios las ferias podían producir espectaculares ganancias en pocos días, y esto expli
ca la precariedad de su afincamiento a la tierra. El contrabando probablemente no
permitía esos golpes de mano clamorosos y fugaces pero en cambio significaba un
ejercicio persistente y sistemático, susceptible de ser practicado en cualquier mo
mento. Tal vez en este hecho radique la prolongación del afincamiento de los co
merciantes-contrabandistas y su radicación definitiva en nuestra tierra, para dar lu
gar a la futura formación del criollismo, pudiéndose destacar como hechos nota
bles de lo que venimos señalando los casos concretos de los Echevers, Subiza,
Urriola, Calvo y Arosemena, cuyos nombres aparecen por primera vez en la docu
mentación finisecular del XVII asociados a estos menesteres extra-legales y van a
constituir, junto con otros de aparecimiento posterior, las copas más preclaras del
criollismo dieciochesco.
Para hacer más rico el centro de dominación peninsular y favorecer los agentes in
ternos de dicha dominación, se establecieron pues estas relaciones interligadas de
dependencia y dominación, deformando desde su nacimiento, por un lado, la es
tructura de nuestra sociedad y por otro, la estructura de nuestro aparato producti
vo en razón de la hipertrofia del sector servicios. Dicho de otro modo, al incorpo
rarse históricamente el istmo de Panamá a los intereses hegemónicos de la metró
poli y quedar envuelto y dominado por el proceso de expansión de la península
como territorio dependiente, fue estructurado social y económicamente no para sí
mismo, sino para servir a los intereses y designios de sus dominadores. Todas estas
circunstancias como luego se verá, incapacitarán a nuestra sociedad para superar
las distorsiones estructurales heredadas empujándolas cada vez más a reforzar los
vínculos externos de dependencia, pudiéndose decir que el legado colonial, en ra
zón de la misma rigidez e inelasticidad de las estructuras heredadas, nos precipitó
fatalmente a las nuevas relaciones de dependencia surgidas con la división interna
cional del trabajo y el aparecimiento de nuevos centros hegemónicos durante el si
glo XIX.
El Siglo XIX
Condenado por una actitud mental heredada de sus abuelos y reforzada por la fu
gaz y provechosa experiencia mercantil preindependentista, tan pronto alcanza el
poder y, asumiendo que sus intereses de grupo representan los intereses de la em
brionaria "Nación" según el espíritu del naciente liberalismo, el elenco comerciante
no hace sino readaptar las estructuras coloniales. Convencido de que nuestro único
recurso aprovechable es el geográfico, se dispone a defender ante los senados y Cá
maras de representantes colombianos la apertura de la ruta y la liberalización del
comercio transísmico a través de leyes librecambistas, doble objetivo que se con
vierte en el Leit Motiv obediente y reiterativo de sus luchas decimónicas. Estremeci
do por la emoción que le produce la fraseología romántica y visionaria de Bolívar,
que imagina al istmo convertido en una moderna Bizancio, retorna al viejo esque
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chazada en todos los países en donde se quiso implantar, encontró en el istmo una
reacción autonomista entre los sectores dirigentes, expresada en la fórmula "anseá
tica" orientada a procurar la protección y tutelaje del istmo por parte de una o va
rias potencias marítimas mundiales que sustituyeran a Colombia como nación pro
tectora. Tal protección militar constituiría el mejor garante para asegurar el estable
cimiento en nuestro territorio de un centro de libre comercio De esta manera el mo
vimiento "Anseatista" de 1826, constituye el primer esfuerzo consistente por parte
de la dirigencia mercantil panameña para aprovechar las contradicciones que los
intereses multinacionales extranjeros tenían entre sí, con, objeto de alinearlos con
los intereses "Nacionales" entendiéndose por éstos los que convenían a dichos gru
pos dirigentes. Sin embargo, la fórmula anseatista no llegó a la prueba de fuego
por las medidas que inmediatamente tomaron las autoridades militares de los cen
tros colombianos para disolver el movimiento.
Todos estos factores se acentúan y se aglutinan a medida que avanza la década del
40. En el plano internacional tenemos dos series paralelas de hechos de la mayor
entidad. Por un lado, las crecientes intervenciones británicas en distintos puntos
del continente que provocan las primeras alarmas serias en Colombia. Como son
las realizadas por los agentes de aquel gobierno insular en las costas venezolanas,
frente a Argentina, en el interior de México son pretexto de laboreo de minas, en
Ecuador para auspiciar un movimiento golpista y encumbrar al General Flores, y
finalmente, la creación de Belice en el corazón de Centroamérica en 1840, y conse
cuente imposición del rey mosquito, en 1845. Por otro lado, el galopante proceso
de expansión territorial estadounidense hacia el oeste, que trae la anexión de Texas
en 1845 y la inmediata guerra con México, culmina con el tratado Guadalupe-Hi
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dalgo de 1848, deparando aquella nación norteña dos descomunales fachadas ma
rítimas que inmediatamente plantean la perentoriedad de su conexión.
Como resultado de esta situación, los centros colombianos de poder buscaron una
doble solución del problema dando los pasos siguientes; primero, y esto se consi
deraba de necesidad urgente, mediante una fórmula diplomática que garantizase
la protección y aseguramiento del istmo como territorio soberano de Colombia; se
gundo, y esto se alcanzó después de superar tenaces resistencias políticas internas,
mediante la concesión de una autonomía local de neutralizar las inclinaciones se
paratistas istmeñas. Lo primero se alcanzó con el tratado Mallarino Bidiack de
1846. Lo segundo, con el Estado Federal de Panamá, de 1855.
Todo ese período se caracteriza además por la desatención de que son objeto por
parte de Colombia los requiebros transitistas de nuestros repúblicos. Por lo que se
refiere a las disposiciones librecambistas, el reglamento de comercio libre de los re
volucionarios de 1821 pronto pasa a ser letra muerta. La ley colombiana del 28 de
septiembre de 1822, relativa a comercio libre, había sido derrocada por la del 2 de
agosto de 1823; esta por la de 15 de marzo de 1826, que a su vez sería abolida por el
decreto del 9 de marzo de 1828, adicionando después por el de 3 de marzo de 1829.
Pero si este fue el destino de las soñadas franquicias, no sería mejor el del camino
transístmico. Desde que entre 1822 y 1823 el Coronel William Duane visitó Bogotá
con el intento de constituir una compañía para excavar "el Estrecho de Panamá",
hasta que se firmó el tratado Stephens Paredes para la construcción del ferrocarril,
esto es durante una treintena de años, se hicieron no menos de 10 intentos, conce
siones o contratos con diversos individuos y compañías extranjeras, para estudiar
las posibilidades de utilizar la ruta transístmica, bien fuera abriendo un camino de
macadam, un canal o utilizando un ferrocarril. D'Evereux y Cochrane en 1824, His
lop en 1825 Lloyd y Falmarc en 1827, el pintoresco Barón De Thierry en 1833, Bid
die en 1835, Salomón y Joly de Sabla en 1838, Garell en 1843, y Klein en 1847, desfi
lan para representar los intereses capitalistas de Estados Unidos, Francia o Gran
Bretaña o para representarse a sí mismos, sin que se logre el menor resultado. Co
lombia carece de recursos propios para acometer la empresa del istmo, pero tam
poco actúa con resolución y consistencia ante el desfile de pseudocientíficos, aven
tureros, hombres de negocios y diplomáticos que reclaman para sí, o para sus res
pectivos países, el privilegio de explotar la ruta apreciándose en la actitud colom
biana más bien la tendencia a manejar los destinos del istmo como si se tratara de
un enclave colonialista, negociando el recurso geográfico con miras a extraer el má
ximo provecho sin demasiados miramientos para con los intereses locales.
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Será preciso entonces que una nueva potencia haga aparición en el horizonte histó
rico para que el recurso geográfico vuelva a ser valorizado y satisfaga la exigencia
transitista de los primeros repúblicos. Cuando los Estados Unidos cierran su ciclo
de expansión territorial hacia el oeste alcanzando las costas del Pacífico y se revela
el Caribe como "Mare Nostrum" de la nueva potencia, el istmo adquiere una reno
vada relevancia en el comercio internacional. Es en razón de esas exigencias geopo
líticas que el istmo vuelve a ser la zona de tránsito por excelencia y el centro del co
mercio marítimo de un nuevo foco hegemónico metropolitano, fue en ese momen
to, que tiene lugar cuando llegan las primeras compañías de vapores a nuestras
costas Atlánticas y Pacíficas, se inicia la construcción del ferrocarril y casi simultá
neamente se produce la avalancha de la California, que el istmo entró en la órbita
imperialista del naciente foco hegemónico norteamericano. La ausencia de verda
dera autonomía no tan sólo del istmo y sus dirigentes sino también de Colombia
para decidir a voluntad sobre el uso del recurso geográfico había por tanto impedi
do que los devaneos transitistas constituyesen un hecho efectivo En esto diferían
de Inglaterra o Estados Unidos cuyas condiciones de focos hegemónicos en razón
de su capacidad económica por el dominio de adecuadas y eficientes tecnológicas,
les permitían valorizar discrecionalmente un recurso a incorporar nuevas zonas
periféricas a su dominio para subyugarlas y explotarlas en su exclusivo provecho.
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Esta prosperidad inusitada llegó sin embargo a su fin cuando en 1869 la Unión Pa
cific Railroad colocó la última traviesa del ferrocarril Transcontinental que unía las
costas Atlánticas y Pacíficas de los Estados Unidos. Los efectos sobre la línea pana
meña fueron desastrosos. Las entradas de un total aproximado de cuatro millones
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De esta manera, no obstante la ingenua euforia del primer momento, el istmo repi
tió una historia que debía serle ya muy familiar. El oro californiano paso del mismo
modo que el tesoro del Potosí, sin producir mayores efectos benéficos, con el agra
vante de que una vez inaugurado el ferrocarril en 1855 y cesar las restantes activi
dades transportistas, todo el tránsito y en consecuencia sus beneficios quedaron
absorbidos en su casi totalidad por la Panama Railroad Company, esto es que los be
neficios derivados del usufructo del recurso geográfico se filtraron como por un ca
nal sin desagües para ir a desembocar casi intactos a manos de los capitalistas neo
yorquinos.
En cualquier caso se sabe que al terminarse las obras del ferrocarril y comprobarse
que, gracias a las mejoras en los horarios y servicios, los viajeros no tenían que per
manecer durante tanto tiempo como antes en el istmo, empezaron a quebrar todos
aquellos negocios que como el transporte; el hospedaje, las comidas, las diversio
nes, etc., dispensaban servicios a los transeúntes con destino a California. Hay evi
dencias de que la crisis afectó por igual a los comerciantes tanto extranjeros como
nativos de la capital y Colón, así como a los boteros del Chagre a los ganaderos y
agricultores del interior y seguramente también a los que transportaban mercancí
as y productos alimenticios entre la capital y los puertos Aguadulce, Chitre, Men
sabe y Tonosí.
La conclusión de las obras dejó cesante además a una importante cantidad de tra
bajadores del ferrocarril en su casi totalidad extranjeros procedentes de las más di
versas partes del mundo, lo que agravó extremadamente a situación. La cesantía
de los nativos que hasta 1855 habían estado dedicados a diversas facetas del tránsi
to, como boteros o chateros del Chagre, o arrieros en la ruta de Cruces o a otras ac
tividades, sumada a la cesantía de los inmigrantes extranjeros debió gravitar one
rosamente sobre la urbe capitalina pudiéndose conjeturar, y creo que con el necesa
rio fundamento, que el estallido del 16 de abril de 1856 conocido con el nombre de
La Tajada de Sandía fue una causa directa del malestar social provocado por la para
lización de las obras.
Sin embargo, uno de los efectos más importantes de la coyuntura parece haber sido
el conflicto sangriento entre latifundistas y parvifundistas de la región centro-oeste
del istmo. Los datos que han logrado espigarse, todavía muy incompletos, permi
ten suponer que al producirse el aluvión californiano acompañado por el inicio de
las obras del ferrocarril y crearse un amplio y creciente mercado en la zona de trán
sito, la ganadería interiorana de Cocle, Azuero y Veraguas, siempre exuberante
desde los remotos tiempos coloniales, consideró abierto un extenso campo de posi
bilidades.
La supuesta opulencia que había traído el aluvión californiano con sus cientos de
miles de emigrantes, con su ferrocarril, con el oro en polvo y en pepitas traído del
oeste, a solo seis años de haber comenzado, no dejaba en Panamá sino desocupa
ción, quiebras, guerras intestinas, y un oneroso compromiso internacional provoca
do por las reclamaciones de indemnización norteamericanas a propósito del inci
dente de la Tajada de Sandía.