La Metafora Como Analizador Social
La Metafora Como Analizador Social
La Metafora Como Analizador Social
EMMÁNUEL LIZCANO*
Dpto. Sociología I
UNED
1. INTRODUCCIÓN»
Todo discurso está poblado de metáforas, aunque la mayoría de ellas -y pre-
cisamente las más potentes- pasen desapercibidas tanto para quien las dice como
para quien las oye. Es más, las metáforas no sólo pueblan los discursos sino que
los organizan, estructurando su lógica interna a la par que sus contenidos. Lo
relevante para el científico social está en que, a través del análisis de las metáfo-
ras, puede perforar los estratos más superficiales del discurso para acceder a lo
no dicho en el mismo: sus pre-supuestos culturales o ideológicos, sus estrategias
persuasivas, sus contradicciones o incoherencias, los intereses en juego, las soli-
daridades y los conflictos latentes... Es decir, el estudio sistemático de las metá-
foras puede emplearse como un potente analizador social.
Esbozaremos aquí las insuficiencias de los enfoques habituales sobre la metá-
fora para señalar cómo podrían reformularse con vistas a elaborar una técnica, una
herramienta específica para el análisis social de textos y discursos. Podemos lla-
marle anáUsis socio-metafórico, aunque el método que se propone sea tan herme-
néutico como analítico. Apuntaremos, en particular, cómo puede aplicarse a los
textos y conceptos científicos, que son los que más resistencia ofrecen al análisis
sociológico, si bien el alcance del método se extiende tanto a los conceptos de
' Es de justicia resaltar que, justo en el momento en que esta tradición se reinstaura definitiva-
mente en sus variantes racionalista y empirista, se abre una perspectiva alternativa que quedará
sofocada por el ascenso de una burguesía que encuentra en el cogito cartesiano y en la razón ilus-
trada su expresión más cabal al tiempo que la forma de discurso más apropiada para su legitima-
ción . Efectivamente, en el humanismo que se expresa en lengua castellana, y de modo muy sin-
gular en ese anti-Descartes que es Baltasar Gracián (véase Hidalgo-Sema, 1993), se perfila toda
una teorización sobre la metáfora que incluye sus componentes cognitivo (es decir, como modo de
conocimiento opuesto al que opera por conceptos abstractos) y social (es decir, como conocimien-
to enraizado socialmente a través de la situación concreta del discurso y del anclaje de éste en el
habla popular). Serán la lectura de Gracián por Nietzsche, y las que después hagan de éste Foucault
y Derrida, las que reactualicen hoy aquel enfoque frustrado en su mismo embrión.
" Por lo común, suele hablarse -y así lo haremos también nosotros- indistintamente de 'seme-
janza' y de 'analogía', sin reservar para ésta la estructura de proporcionalidad matemática que le
asigna Aristóteles.
LA METÁFORA COMO ANALIZADOR SOCIAL 33
Figura 1
Así, para Aristóteles, «la metáfora consiste en trasladar a una cosa un nom-
bre que designa otra, en una traslación de género a especie, o de especie a géne-
ro, o de especie a especie, o según una analogía» (Poética, 1457 b 6-9). Este
cosismo aristotélico, por emplear la expresión de Ortega, supone: a) un mundo
constituido por cosas, estructuradas al margen del lenguaje que las nombra y las
clasifica: la organización en géneros y especies está en la naturaleza de las cosas
mismas, y b) que cada cosa es lo que es (principio de identidad) y no es otra
(principio de no-contradicción). Sólo concibiendo cada cosa como 'clara y dis-
tinta' -como hará después Descartes respecto a las ideas, llevando el acento de
lo extramental a lo mental pero manteniendo idénticos presupuestos de claridad
y distinción- podrá mantenerse la dicotomía ya habitual entre significado propio
o literal y significado ajeno, impropio, ficticio, figurado o metafórico, según se
atribuya a la cosa, respectivamente, un nombre que designa alguna propiedad
específica suya (en cuyo caso podemos predicar tal nombre literalmente) o bien
se le atribuya un nombre que lo es propiamente de otra cosa distinta.
Pero si se admite la posibilidad de que la cosa no sea fija y de-limitada, que
no permanezca idéntica a sí misma, bien porque se altere (se haga literalmente
otra, al modo heraclíteo), bien porque cabalgue entre dos géneros ^ o bien por-
que en la constitución misma de la cosa intervengan modos de percepción y cla-
sificación que varían según intereses, culturas o sensibilidades históricas, enton-
ces las distinciones anteriores (sobre las que se basa toda la teorización heredada
sobre la metáfora ^) no se mantienen y se hace necesario reformular radicalmente
' La línea de demarcación entre significados propios e impropios, es decir, entre lo que puede
predicarse con propiedad de algo y lo que no, se deduce de la pertenencia o no del tal algo a cier-
ta especie o cierto género. Así, por ejemplo, para la tradición aristotélica, al constituir la aritméti-
ca y la geometría géneros diferentes (y, por tanto, incomunicables entre sí), la traslación de con-
ceptos o resultados de la una a la otra no puede ser sino una traslación impropia, es decir,
metafórica. Pero será hablando impropiamente, es decir, metafóricamente, como Diofanto estable-
cerá un puente entre ambos géneros sobre el que se construirá esa magnífica impropiedad que es
el álgebra actual.
'' Baste recordar la definición habitual que formulara Dumarsais en su célebre Traite des tra-
pes: «la metáfora es una figura por medio de la cual se transporta, por así decir, el significado pro-
pio de una palabra a otro significado que sólo le conviene en virtud de una comparación que resi-
de en la mente».
34 EMMÁNUEL LIZCANO
^ Es de justicia señalar que el mismo Aristóteles (Poética, 1457b) también establece, junto a la
división 'propio/impropio', la distinción 'corriente/insólito (o metafórico o decorativo o ficticio)'.
Y aclara: «llamo 'corriente' al que [aquí] todos utilizan; 'insólito' al que utilizan los otros, de tal
manera que el mismo nombre puede ser a la vez insólito y corriente, aunque no para los mismos
[sujetos]: myovov, por ejemplo, es corriente para los chipriotas e insólito para nosotros». Frente
al fijismo esencialista de la primera división, la definición de metáfora incorporaría ahora los usos
y hábitos lingüísticos ('insólito' = lo que no suele decirse) y a los sujetos y contextos de enuncia-
ción (los chipriotas, todos [los de aquí]). Consecuencia de ello sería una concepción relativista y
social de la metáfora (lo que es corriente -o propio- para los chipriotas es insólito -o metafórico-
para nosotros, o viceversa) muy próxima a la que aquí proponemos, aunque no sea la que desa-
rrollará Aristóles ni la tradición occidental dominante.
•* Véase E. Lizcano (1983).
" Véase F.Vatin( 1993).
LA METÁFORA COMO ANALIZADOR SOCIAL 35
4. EL TRABAJO DE LA METÁFORA
una expresión que incluso podría ponerse como ejemplo de lo que no es una expre-
sión metafórica o poética. Sin embargo, tuvieron que existir ciertos antepasados
nuestros para los que una expresión así aún no tenía sentido. Situémonos en el
momento en que el 'genio griego' aún no ha incorporado a su encicloí)edia mate-
mática el concepto que hoy nombramos como 'resta' o 'sustracción', y se encuen-
tra en la situación de encontrar un nombre para esa operación. El matemático grie-
go se ve obligado a seleccionar un término del lenguaje común u ordinario, pues el
vocabulario técnico aún no dispone para ello de un término específico. El hecho de
que, de entre todos los términos posibles de la enciclopedia semántica ordinaria a
su disposición, seleccione precisamente uno y no cualquier otro nos indica el suje-
to preciso sobre la que el modo de pensar gáego focaliza el modo en que se enfren-
ta al problema de 'restar'. Pues bien, la expresión que selecciona el matemático
griego es el verbo aphairéo {a(¡>aipé(o), cuyo modo de operar se nombra como
aphaíresis. En griego común este tipo de expresiones se utilizaban para activida-
des como 'extraer', 'sacar', 'arrancar', 'privar', etc. Implican, pues, la existencia
de cierta sustancia o sustrato del cual se sustrae una parte. Así, cuando Euclides
habla de 'sustraer un número de otro' es como si extrajera o arrancara de la sus-
tancia en que consiste el primero esa parte que cuantifica el segundo, de manera
que -tras la operación de sustracción/extracción- queda un resto o residuo. Aquí
tenemos la operación metafórica fundamental que determinará todas las posibili-
dades -pero también las imposibilidades- que la operación de restar abre -pero
también cierra- en la matemática griega clásica '•.
Una vez focalizada la resta en la imagen de la extracción, sólo un detenido
repaso por la cultura griega de la época puede decimos qué evoca en la mente del
ciudadano común la presencia de esa imagen. El estudio de los diferentes contex-
tos de uso del término seleccionado como foco puede ser un buen camino para ello.
Y no deja entonces de resultar chocante -pero harto significativo- que sea ése
mismo término, el de aphaíresis, el utilizado por Aristóteles para referirse a lo que
solemos traducir como abstracción. Así pues, el matemático griego sustrae núme-
ros como el escultor extrae fragmentos de un bloque de piedra, como el filósofo
abstrae un concepto de otro. Cuando el concepto aphaíresis, que ha focalizado el
problema -aún sin nombre- de restar números, actúe como sujeto de la metáfora
'sustraer números' o 'sustracción de números', proyectará sobre la solución del
problema (la 'resta') '^ todo ese aglomerado de evocaciones y connotaciones que
'' Los límites que la selección de ese sujeto metafórico impone a la operación matemática de
'la resta', aún siendo culturales, son tan intrínsecos a la actividad matemática misma que todavía
veintitantos siglos más tarde Kant discute, en su Ensayo para introducir en la filosofía el concep-
to de magnitud negativa, la legimidad de restar entre sí ciertos números. La asunción de esa metá-
fora como evidencia literal en nuestra tradición cultural determina numerosas dificultades mate-
máticas, especialmente en la resolución de ecuaciones, como puede comprobarse en los artículos
Equation y Négatifde aquella Enciclopedia que fue emblema de la Ilustración (para más detalles,
E. Lizcano, 1983). Ya entrado el s. XIX, Lazare Camot aún demostrará (!) que «para obtener real-
mente una cantidad negativa aislada, habría que quitar (retrancher) de cero una cantidad efectiva,
sacar (óter) algo de nada: operación imposible». La inercia de algunas metáforas científicas es una
inercia casi geológica.
'^ La terminología gracianiana resulta singularmente adecuada para un enfoque socio-cogniti-
vo. El 'término' que dará nombre al nuevo concepto que se trataba de acuñar es precisamente el
LA METÁFORA COMO ANALIZADOR SOCIAL 39
se han condensado sobre el foco 'extracción'. Y como quiera que tales adheren-
cias son a su vez condensaciones metafóricas, se pone así en circulación toda una
red de metáforas concomitantes que van trasvasando al campo matemático senti-
dos procedentes de campos diferentes: sentidos estéticos, filosóficos, de la vida
cotidiana...
Ahora bien, si el matemático sustrae números para llegar a obtener un resto
como, por ejemplo, el escultor extrae material de un bloque de piedra para con-
seguir ese resto que es la estatua, la actividad del primero queda iluminada,
pero también ensombrecida, por las características propias de la práctica del
segundo. La lógica propia del esculpir pasa a gobernar, en este punto, la lógica
interna de la actividad matemática. Así, por ejemplo, es evidente que el escul-
tor nunca podrá extraer tanta sustancia como la que contiene el bloque, pues en
tal caso se quedaría sin sustrato para su estatua, por lo tanto (y este 'por lo
tanto' hace referencia a una causalidad metafórica) tampoco podrá sustraerse
de una magnitud '^ otra tan grande como ella. Tan carente de sentido sería la acti-
vidad del escultor que pulveriza por entero su bloque de piedra hasta quedarse
sin estatua como la del matemático que, tras efectuar las sustracciones '4-1=3',
'4-2=2' y '4-3=1', intentara proseguir hasta '4-4', momento en el que se que-
daría sin resto ''*. El 'genio griego' no puede concebir nada parecido a lo que
hoy nosotros llamaríamos 'cero'. Y es el análisis metafórico de uno de sus con-
ceptos matemáticos el que nos lo revela y nos sugiere las razones sociales y cul-
turales de esa incapacidad.
Pero, ¿qué ocurriría si nuestro escultor tallara su estatua para un público que
en la desaparición de la materialidad de la obra experimentara, no la angustia del
griego ante la irrupción del vacío, sino un especial goce estético? '5. Ocurriría
sencillamente que nos habríamos trasladado, por ejemplo, a la China antigua, y
que esta traslación local y social habrá implicado un cambio radical en la trasla-
ción metafórica con que ahora se intente pensar el mismo problema: el problema
de restar entre sí dos números.
término de la metáfora (en este caso, el término recibe el nombre del sujeto: 'sustracción', si bien
en aquél lo que se sustraen son números en vez de sustancia).
'^ Ya se entienda tal magnitud como segmento (al modo anstotélico-euclideo), ya como multi-
tud de unidades, cuentas o psofoi (al modo pitagórico). En cualquier caso, el número griego es un
número sustancial lleno de sustancia, un número pletórico (el mismo término ;rA7?0Oí que signi-
fica 'masa' 'multitud' o 'abundancia', se usa también para 'cantidad' y 'número').
'•' Esta evidencia matemática es de tal rotundidad para el espíritu gnego que en ella funda-
mentará Aristóteles uno de sus argumentos contra la existencia del vacío {Physica, IV). Obsérve-
se cómo el cierre del círculo metafórico se convierte en círculo vicioso: la traslación metafórica de
la extracción (física) a la sustracción (matemática) determina la imposibilidad de lo que hoy lla-
maríamos 'cero' y la traslación metafórica de este 'hecho' (matemático) otra vez al campo físico
permite concluir la imposibilidad del vacío. Al cabo de este periplo, el argumento aristotélico se
resumiría en- el vacío no existe porque ningún escultor sería tan torpe o tan insensato como para
destruir por completo el bloque de piedra del que estaba extrayendo una bella estatua.
" Esta conjetura no es ninguna extravagancia impropia, más o menos justificable por su pre-
sunta virtud heurística, sino un hecho bien literal: «Con un modesto pincel, recrear el cuerpo
inmenso del vacío». Así es como expresa el pintor Wang Wei el objetivo de un arte con fuerte arrai-
go popular en la tradición china. (Véase, F. Cheng, 1994).
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m Cuando el científico reflexiona sobre sus conceptos, en lugar de limitarse a usarlos tal y
como le han llegado, ya institucionalizados, se arriesga a dejar esa ignorancia al descubierto (véase
el Corolario sobre Sokal al final del artículo).
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" Esa de-construcción de los conceptos para excavar las metáforas raíces constituye el pro-
yecto nietzscheano de una arqueología o una genealogía, que Foucault (1978) y Derrida (1989".
LA METÁFORA COMO ANALIZADOR SOCIAL 43
Si, en consonancia con este enfoque, pensamos las metáforas como institu-
ciones sociales, la metáforas vivas pondrían de manifiesto la actividad social ins-
tituyente mientras que las metáforas muertas reflejarían lo instituido de todo pro-
ceso de institución. En las primeras, la puesta en conexión analógica de dos
campos semánticos concretos no es arbitraria, no se debe -o, al menos, no se
debe sólo- al 'genio individual' o a la 'feliz ocurrencia' del poeta o el investiga-
dor Son cada sensibilidad cultural y cada contexto concreto (por ejemplo la meta
que persigue cierta línea de investigación y las hipótesis que asume) los que
hacen posible que, al instituirse una metáfora, ciertos campos puedan sentirse
como próximos -y, por tanto, susceptibles de analogía- o, por el contrario, impo-
sibles de conectar (no es otra, por ejemplo, la función que tienen los tabúes sobre
los que se instituye cada sociedad). Aunque la primera formulación de cierta
metáfora sea una ocurrencia individual, no por ello la operación metafórica deja
de ser una operación social. Primero, porque sólo determinadas configuraciones
y sensibilidades sociales hacen posibles -o, por el contrario, impensables- deter-
minadas ocurrencias. Segundo, porque esa metáfora supera el carácter efímero
de la mera ocurrencia y pasa a ser moneda corriente sólo cuando su uso se gene-
raliza es decir: 1) cuando tiene sentido para -y permite decir algo nuevo a- una
comunidad concreta, ya se trate de una comunidad lingüística amplia en un cier-
to estado de evolución de la lengua, ya sea una comunidad lingüistica restringi-
da como lo son las comunidades profesionales o científicas; y 2) cuando consi-
gue imponerse a otras posibles metáforas en pugna, imposición que -por su
propia condición- es en buena medida retórica, es decir, causada por la mayor
capacidad persuasiva que para cierta comunidad de hablantes tiene esa metáfora
sobre las metáforas eventualmente concurrentes.
La principal dificultad que tuvieron que vencer los conceptos del electro-
magnetismo en el momento de instituirse fue el rechazo social, compartido por
la comunidad científica, a cuanto evocara 'acción a distancia' o tuviera cualquier
otra connotación mágica o animista, creencias de una época que ciertos grupos
querían superar. En la Grecia clásica, era tabú correlacionar analógicamente el
campo del número y el de las formas geométricas, que se percibían como fuerte-
mente heterogéneos, pero la quiebra del mundo clásico y la emergencia de otras
sensibilidades culturales reprimidas por aquél, si permitirá ya a Diofanto esta-
blecer esa analogía y poner los fundamentos del álgebra. En cambio, los campos
de la geometría y de la biología sí se percibían como campos asemejables, sus-
ceptibles en consecuencia de alumbrar metáforas verosímiles, por lo que pudie-
ron instituirse, allí y entonces, conceptos metafóncos tan fuertes como los de
'raíz de un cuadrado' o 'vigor {5vva^ig= 'potencia ) de un segmento . Son fac-
tores sociales y culturales los que restringen asi el abanico de todas las analogí-
as v metáforas posibles, presentando a la intuición de la actividad instituyente tan
sólo un número limitado de posibilidades abiertas. El momento instituyente o
vivo de la actividad metafórica mantiene una cierta conciencia del como si ,
i¡89b)'pondrán posteriormente en marcha. Véase, para una arqueología de los conceptos mate-
máticos, E. Lizcano (1992).
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tan sinsentido -para una mentalidad como la griega- como equiparar 'algo' y
'nada', es decir, escribir 'ax^ + bx + c = O'. En general, podríamos decir que bajo
toda ecuación late una analogía que soporta una metáfora. Ignorarlo es lo que
permite trabajar con la ecuación como si fuera un mero instrumento, neutro y no
valorativo, pero es lo que permite también que los intereses, los valores y los
pre-juicios cristalizados en el signo '=' no dejen de actuar aunque nos pasen
desapercibidos.
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LA METÁFORA COMO ANALIZADOR SOCIAL 47
"* Dicho de otro modo, la necedad de que habla Machado es entre nosotros necedad social:
«¡Quién fuera diamante puro! / -dijo un pepino maduro. / Todo necio / confunde valor y precio».
48 EMMÁNUEL LIZCANO
tan consolidadas como 'la vida sube' (de nuevo, 'el precio de la vida sube' sería
un pleonasmo pues la vida es su precio) o 'apreciar/despreciar' (donde la valía
que se reconoce o se niega se dice en términos monetarios). Así, esa suscepti-
bilidad de la pena para devenir objeto de valor y cálculo es la que hace posible
asimilarla a un tiempo percibido en términos de dinero (expresión también de
valor y objeto de cálculo), de modo que la metáfora 'valer la pena el tiempo
invertido' (metáfora ahora de segundo orden, pues en ella sujeto y término son
a su vez conceptos metafóricos) resulte una expresión no sólo posible sino natu-
ral y evidente. Esa naturalidad con que tal expresión se emite y se entiende seña-
la precisamente el proceso de naturalización ideológica que han sufrido todos
los contextos socio-culturales mencionados, sin los cuales una expresión así no
sería posible ni, menos aún, tan trivial y opaca como lo era para aquel escépti-
co interpelante (que, con todo, se despidió asegurando que valió la pena haber
puesto durante un rato su expresión entre comillas, aunque nada me dijo del
resto del tiempo perdido).
" Véanse M. Serres (1967), S. Woolgar (1991), B. Latour (1992) o D. Locke (1992).
LA METÁFORA COMO ANALIZADOR SOCIAL 49
Figura 3
asociación entre iado' y 'raíz' que proponía la analogía latente bajo la metáfora
original ¿Cómo puede -si no es por ficción, convenio o artificio- un lado/raíz
engendrar, no un cuadrado/planta, sino la falta del mismo?. La misma concien-
cia de que la ficción y la metáfora engendran realidades nuevas es la que logra-
rá, en pintura, que trucos como el trampantojo y la perspectiva resulten realistas
y, en matemáticas, que los 'números ficticios' se tomen como verdaderos núme-
ros. Y serán de nuevo razones - o sinrazones- culturales las que, con el neo-rea-
lismo que sucederá a su vez al barroco, exigirán tomar las metáforas al pie de la
letra, por lo que volverán a quedar sin sentido esos números 'imaginarios', 'fic-
ticios' o 'absurdos' ^''. La historia de la operación matemática 'raíz cuadrada'
exige así -para poder ser entendida en toda su profundidad- pensarse como la
historia de una operación metafórica, sujeta por tanto a los mismos avatares que
irán sufriendo los demás lenguajes (literario, pictórico, filosófico...) -avatares
que, por cierto, en nada se parecen a ese progreso acumulativo del saber con que
suele falsearse la historia de las ciencias.
El sujeto de la metáfora, ése en el que se focaliza la resolución de los pro-
blemas científicos, no es ese objeto encastrado en el aparato ideal de la lengua
que habitualmente manejan los lingüistas, sino un sujeto histórico y social ^'. Y,
paralelamente, las soluciones y conceptualizaciones que van adoptando los pro-
blemas científicos son también constitutivamente históricas y sociales. Así,
buena parte de lo que se tiene como historia externa de la ciencia es historia
interna. La evolución del álgebra, por ejemplo, es indisociable de la evolución
de las relaciones que mantiene el hombre con las plantas y la tierra, que irán
modificando las connotaciones que el sujeto metafórico 'raíz' traslade en cada
momento y lugar al término algebraico correspondiente. Para el hombre griego,
el medieval e incluso el renacentista, arraigados todos ellos a la tierra, es natu-
ral percibir un cuadrado como algo también enraizado en el suelo, del cual
extrae -como casi todo en su mundo- su sustento o sustancia. Para él la expre-
sión 'raíz del cuadrado' es más literal que metafórica. Esa expresión empieza a
percibirse como metafórica cuando, con el Barroco, el centro de gravedad de la
vida social se desplace del campo a las ciudades. Las condiciones para que los
cuadrados se desarraiguen sólo se darán con la violencia de ese desarraigo gene-
ral que supondrá el paso del orden medieval al orden burgués, donde ya no será
la tierra -y, con ella, los bienes también raíces, como los cuadrados- la principal
generadora de valor y riqueza.
-" 'Imaginarios' les llamó Descartes «porque sólo existen en la imaginación», a diferencia de
los 'números reales', que sí existen en la realidad. Leibniz, por su parte, los calificó de 'centauros
ontológicos', pues están «a medio camino entre el ser y el no ser». Las metáforas matemáticas
podrían multiplicarse, aunque la que acabó institucionalizándose fue la cartesiana y hoy no se cal-
cula con 'números centaúricos'.
^' Como es sabido, el concepto 'texto' es un concepto metafórico construido sobre el sujeto 'teji-
do' (de ahí la urdimbre de un texto, el hilo de su argumento, el hilvanar frases, etc.); pero los suce-
sivos cambios en el modo de tejer (artesanía doméstica femenina, actividad gremial, producción
industrial, etc) y en la estimación social de esa actividad irán proyectando sobre el término 'texto'
-y sobre sus usos y modos de análisis- las variaciones sociales e históricas que van experimentado
los 'tejidos' (véase la Introducción de J.A. Millán y S. Narotzky a G. LakofF y M. Johnson, 1991).
52 EMMÁNUEL LIZCANO
^2 Véase, por ejemplo, I. Stengers (1987), L. Preta (1993), K. Hayles (1993) o toda la obra de
M. Serres.
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^' Sobre el lenguaje de la estadística y el del Estado como «hechos que se construyen entre
sí», en un incesante préstamo recíproco de metáforas, puede verse A. Desrosiéres (1993, 1995) o
C. Javeau , «De l'homme moyen á la moyenne des hommes: l'illusion statistique dans les scien-
ces sociales», en V. De Coorebyter (1994).
54 EMMÁNUEL LIZCANO
matizado que el que se transporta (U. Porksen, 1995). Las consecuencias pueden
ser funestas para las propias ciencias, pues el lenguaje ordinario, del que ellas
mismas extrajeron sus conceptos, y ahora empobrecido por ellas, es el mismo del
que habrán de seguir extrayendo sus conceptos en el futuro.
^'' Ciertamente, no pueden decirse dos palabras seguidas sin que nos asalten las metáforas. Ésta
del 'cuerpo teórico' pertenece a esa familia formada por 'cuerpos sociales', 'cuerpos electorales' y
otros 'cuerpos (más o menos) místicos' que tienden a naturalizar el campo analógico respectivo
(epistemológico, social, político o religioso).
LA METÁFORA COMO ANALIZADOR SOCIAL 55
^' Este ejemplo y el siguiente están tomados de sendos trabajos de investigación realizados por
alumnos del Curso de doctorado que imparto en la UNED sobre «Ciencia, metáfora y sociedad».
Del primero, debido a Ángel Rivero, puede verse un resumen en «Territorio versas planificación:
metáforas del desarrollo». Archipiélago, 34-35 (1998): 108-115. El segundo es un estudio aún en
curso a cargo de Mercedes Fernández Gestido, un avance del cual fue objeto de la comunicación
«Conocimiento científico y saber popular: un conflicto sobre la mar y los peces», VI Congreso
Español de Sociología, La Coruña, 1988.
2^ Véase nota anterior.
56 EMMÁNUEL LIZCANO
ése en el que ya sólo tienen sentido ciertas metáforas y, por tanto, ciertos modo de
vida y concepciones del mundo. La oposición, a veces con violencia física, entre
mariscadoras, mariscadores y pescadores de bajura del litoral gallego y la admi-
nistración de la Xunta se expresa -y, en buena medida, se dirime- en tomo a metá-
foras como las anteriores. Y los compromisos de los científicos implicados (sean
oceanógrafos o biólogos, sean economistas o científicos sociales) se expresan -y
se establecen- asimismo en la coherencia o incoherencia de sus conceptos metafó-
ricos con las metáforas claves del lenguaje de cada una de las partes en conflicto.
Son numerosas las ocasiones en que la alteridad del objeto de estudio obliga
al investigador social riguroso a volverse sobre su propio sistema conceptual,
para lo que un análisis socio-metafórico como el propuesto puede ofrecer tam-
bién una herramienta reflexiva.
Terminemos haciendo terciar este método en una polémica bien actual, la del
asunto Sokal. No le falta razón a éste cuando arremete contra filósofos y sociólo-
gos que usan a su antojo conceptos científicos sin saber de lo que hablan. No es
en ese terreno en el polemizaremos con él, sino en el suyo propio: en el uso que
él mismo hace de los conceptos científicos sin saber tampoco de lo que habla.
En su reciente denuncia de las Imposturas intelectuales que, a su juicio.
LA METÁFORA COMO ANALIZADOR SOCIAL 57
^^ Este tipo de análisis podría extendenderse a las restantes evidencias de Sokal Por ejemplo, sólo
se puede afirmar que 'cero' es «forzosamente [un número] racional» (p. 31) cuando se ignora que
'cero' no era ni siquiera un número para Euclides (al que acaso Sokal excluya de la nómina de los
matemáticos, pese a ser el padre de la disciplina) y que su status como número ha sido discutido por
los mejores matemáticos hasta épocas muy recientes. De hecho, su actual definición como 'cardinal
del conjunto vacío', es decir, como «número de elementos que contiene un conjunto que no contiene
ningún elemento» dista mucho de ser forzosamente evidente. A no ser que la fuerza que hace de
'cero' un número sea la fuerza del acuerdo social entre los matemáticos de considerarlo como tal pese
a la evidencia en contrario, pero ésa es precisamente la conclusión que más irrita a Sokal.
58 EMMÁNUEL LIZCANO
BIBLIOGRAFÍA CITADA
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^^ Tan es_así, que el propio término 'root' -el mismo empleado para esa 'square root' con que se
construye 'V-l'- se usa en slang inglés como sinónimo de nuestras correspondientes versiones soeces
de 'pene'. Así lo data el Oxford English Dictionary desde, al menos, un año tan poco posmodemo
como el de 1846. Y de ese lenguaje ordinario lo toma, por ejemplo, K Millet, otro autor tan poco pos-
modemo como para definir la inteligencia como 'masculinidad mental' y animar a los buenos escrito-
res a que den 'ejemplo viril' al escribir, pues 'style is root', es decir, 'el estilo es el pene' {Sexual Poli-
tics, III, vii, 329). Si es demasiado pedir a ciertos físicos que hagan excursiones históricas que les lleven
al significado de sus conceptos, si también parece demasiado hacerlas a la calle y escuchar a la gente,
al menos sí deberían darse una vuelta por la biblioteca general de su universidad antes de seguir aña-
diendo pedantería e ignorancia a la ignorancia y pedantería que dicen querer combatir.
LA METÁFORA COMO ANALIZADOR SOCIAL 59
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RESUMEN
ABSTRACT