Fallo Hernandez C Witomski
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En la ciudad de San Isidro, a los veintisiete días del mes de febrero de dos mil siete,
se reunieron en Acuerdo Ordinario los señores Jueces de la Sala Segunda de la
Cámara Primera de Apelación en lo Civil y Comercial, doctores, Roger André Bialade y
Daniel Malamud, en los términos del art. 47 de la ley 5.827, para dictar sentencia
definitiva en el juicio: "HERNÁNDEZ, María Rosa c/WITOMSKI, Mario Norberto y
otros s/daños y perjuicios (causa 100.830)". Practicado el sorteo, resultó deber
observarse el orden: MALAMUD – BIALADE. Y plantear y votar las siguientes
CUESTIONES
1ª ¿Es justa la sentencia apelada?
2ª ¿Qué pronunciamiento corresponde?
V O T AC I O N
A la primera cuestión, el Juez Malamud dijo:
Hubo un infortunio del tránsito en Avenida Unidad Nacional y calle
Puerto Rico, con participación del automóvil “Seat” guiado por el sr. Mario Norberto
Witomski, y de la bicicleta conducida por el sr. Brígido Tabaré Barboza González,
quien falleciera a consecuencia de las heridas que entonces sufriera.
La actora –concubina del occiso- demandó, de Witomski y del
propietario del automóvil (“GVS S.A.”) el resarcimiento de los daños y perjuicios que le
causaría el ilícito. La segunda, a su turno, obtuvo la citación en garantía de “Fata
Seguros S.A.” y, en los términos del art. 94 del CPCC., de “Hutchison
Telecommunications Argentina S.A.”.
Y la sentencia pronunciada a fs. 849/855 condenó a Mario Norberto
Witomski, a “G.V.S. Sociedad Anónima”, y –en la medida del seguro- a “Fata Seguros
S.A.”, al pago de $228.000.
Expresó agravios la actora a fs. 1026/1031, haciéndolo “G.V.S.” y
Witomski en sus respectivas memorias de fs. 1018/1020 y fs. 1021/1025, contestadas
a fs. 1033.
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Si resulta de aplicación la 2ª parte del 2º párr. del art. 1113 del C.
Civil, no corresponde establecer si de la prueba surge acreditada la responsabilidad
de la demandada presumida por la ley -precisamente por imperio de dicha
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siendo las eximentes de restrictiva aplicación y rigurosa acreditación (Ac. 34.081 del
23-8-85, SCBA).
II.-): No alcanza tal jerarquía la infracción en que, al art. 18 de la ley
11.430, pudiera estar incursa la víctima. El carácter provincial de los reglamentos de
tránsito impide que puedan prevalecer sobre normas de jerarquía superior, como las
del Código Civil (art. 31, Const. Nac.), razón por la cual la infracción a las leyes de
tránsito no implica necesariamente la culpa del infractor desde el punto de vista civil
(Ac. 38.302 del 29-3-88; DJJ: 134, 297). Para que ello ocurra, es necesario que la
infracción aparezca relacionada causalmente con el resultado dañoso, porque solo
entonces puede afirmarse que el daño no hubiera acaecido sin la omisión, por la
víctima, de las diligencias exigidas por las circunstancias de las personas, del tiempo y
del lugar (arts. 512, 902, C.Civil), no atinando los apelantes a demostrar concreta y
razonadamente cómo habría éllo quedado demostrado.
Y no es exacto que las bicicletas se equipararan a los vehículos que
menciona el ap. 18 del art. 16 de la misma ley. Dicho artículo regula los dispositivos de
que debe estar provisto “todo automotor”, siendo de toda obviedad que los vehículos
de tracción a sangre –como las bicicletas y otros- no están comprendidos en tal
categoría, sin que cupiese por ello colegir que incurriera en omisión del legislador
subsanable por analogía (art. 16 del C. Civil), porque al versar acerca del mismo
asunto, el art. 64 inc. 2º del C. de T., sólo se refiere a vehículos motorizados.
III.-): Es doctrina de la Suprema Corte que causándose un daño por
el riesgo o vicio de la cosa, la culpa, la negligencia o la imprevisión no son elementos
exigidos por la ley para atribuír responsabilidad, y ésta fluye de la crea ción del riesgo
(Ac. 33.155 del 8-4-1985), y es menester probar acabadamente -para desvirtuar la
aplicación de ese principio- los hechos que lleven a excluír de responsabilidad a la
parte demandada, siendo las eximentes de restrictiva aplicación y rigurosa
acreditación (Ac. 34.081 del 23-8-85, SCBA).
Puesto que los demandados no satisficieron tal intensa carga
probatoria, su agravio al respecto no debiera prosperar.
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No está hoy en cuestión que “GVS S.A.” es el dueño del automóvil
Seat.
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133; ZANNONI, "Derecho de Familia", t. II, núm. 673; causa 47.790 del 27-12-88). En
parecido orden de ideas nos hemos pronunciado en las causas 37.280 del 28-6-84,
45.771 del 23-2-88, 44.374 del 8-9-87, entre otras).
Mas -llevando la voz de esta Sala en la causa 48.088 del 17-10-89-
debí dejar a salvo mi opinión allí emitida, cuando la Excma. Suprema Corte estableció
por mayoría de votos que la concubina carece de acción, en su Ac. 39.570 del 27-12-
88 ("Monzón de Gómez c/Palacios"; D.J.B.A., diario del 17-3-89), manteniéndome en
la misma ahora que ese precedente ha sido revisado, reconociendo el Pretorio
-también con disidencias- la legitimación de aquélla (Ac. 43.068 del 12-XI-1991,
"Alvarez c/Venencio").
En consecuencia, sin perjuicio de examinar más adelante la
dimensión y alcance de la indemnización, no carece la actora de legitimación para
reclamarla.
III.-): Ya señalé que el contrato entre la excepcionante y “GVS S.A.”
es una estipulación a que es ajena la víctima, por lo que no puede perjudicarla (art.
1195 del C. Civil).
Y no abunda puntualizar que el fundamento de hecho de la
excepción radica en que, con arreglo a dicho contrato, la excepcionante está
asegurada contra diversos riesgos, entre éllos, el de la responsabilidad civil.
Resultando que le asistía un interés económicamente lícito –“interés asegurable”- en
que no ocurriera un siniestro que alcanzara a dicho riesgo (arg. art. 2, ley 17.418),
aquélla es asegurado, aún no coincidiendo su persona con la del tomador “GVS S.A.”,
porque se trata en el caso de un seguro por cuenta ajena (arts. 21 y sigs. de la ley
citada).
Ello así, la defensa no pasa de irrelevante paralogismo, porque
mediante tal seguro, el asegurador se obliga a mantener indemne al asegurado por
cuanto adeude a un tercero en razón de la responsabilidad prevista en el contrato, a
consecuencia de un hecho acaecido en el plazo previsto (art. 109, ley 17.418); hecho
éste cometido por el dependiente de “Hutchison Communications Argentina S.A.”.
Por todo lo expuesto y por las razones dadas en el apartado “I” del
presente capítulo, debiera modificarse lo decidido, extendiendo a “Hutchison
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(arts. 375, 384 CPCC). Repárese en que distan de justificarla los recibos de haberes
glosados por la actora a fs. 44 y fs. 46.
III.-): La Suprema Corte ha resuelto en su Acuerdo S-39.377 del 13-
12-88 que la suma de dinero resultante de la muerte o del fallecimiento de una
persona (art. 1084, C.C.) tiende a reemplazar el apoyo económico que el muerto
prestaba efectivamente durante su vida a sus familiares. En consecuencia, no se trata
de que el obligado indemnice de acuerdo a sus recursos ni que los damnificados
perciban de conformidad con sus necesidades sino que la reparación sustitutiva de
los aportes sea fiel y verdadera.
En armonía con tal directriz, la actora no puede reclamar para sí los
lucros que dejó de hacer el muerto, sino apenas la contribución que naturalmente
podía esperar de no mediar el homicidio (causa 46.748 del 14-6-88). En el caso, debe
estimarse un capital capaz de producir una renta que (reduciéndose progresivamente
a lo largo del tiempo previsible de sobrevivencia de la beneficiaria) le asegure lo
necesario para la subsistencia, y que dicha necesidad debe aproximadamente
equivaler a la que enjugaba el muerto, sin elevarse a un nivel de consumos que en su
vida no podía brindar. Considerando además, a ese efecto, que una parte sustancial
de sus ingresos debía ser por fuerza destinado a los consumos y necesidades propios
del alimentante, porque lo que se mide en signos monetarios no es la vida misma que
ha cesado, sino las consecuencias del homicidio sobre el patrimonio de la actora,
como destinataria de bienes que el extinto originaba (ORGAZ, "El Daño Resarcible",
ps. 76 y ss.).
IV.-): Sopeso en el caso que Barboza González era de estado civil
soltero –desconociéndose por ende que tuviese legalmente otras obligaciones
alimentarias- y de edad de 48 años al morir (fs. 14), y la actora, a la sazón, de edad
de 57 años (conf., fs. 9); y admito que, como señalara el perito Espiño, pudiera haber
asistido al difunto una expectativa de vida de aproximadamente 72 años, y que, aún
de haber podido llegar a jubilarse, es corriente que no por ello cese por completo la
actividad económica.
Armonizando tales circunstancias con el antedicho procedimiento
lógico (apartado III supra), considero que la cantidad de sesenta mil pesos ($60.000)
es justo y equitativo resarcimiento del daño patrimonial inferido a la actora y que élla
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titulara como “lucro cesante¨, por lo que propongo modificar lo decidido en el sentido
indicado (arts. 165, 375, 384 y concds. CPCC.; 1068, 1079, 1083 y concds., del C.
Civil).
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Aunque la actora reprueba como insuficiente la partida fijada en
$18.000 con destino a sufragar un tratamiento psicoterapéutico y a paliar las
consecuencias de su trastorno depresivo, el mismo perjuicio fue resistido por
“Hutchison...” (conf., fs. 293), debiendo entonces abordarse la cuestión de su
procedencia, por lo expuesto en el capítulo 3º de mi voto.
Aunque la enumeración de los daños resarcibles prevista en el art.
1084 del C. Civil no sea taxativa, pues lo son todos los que reconozcan su causa
eficiente en la muerte de la víctima de homicidio, la procedencia de éstos se
condiciona a que entre el daño y la muerte exista una relación de causalidad
adecuada, ya que las consecuencias casuales están al margen del deber de
indemnizar (arts. 901, 905 y cc. del C.C.; conf., LLAMBIAS, "Tratado ...Obligaciones",
IV-A, pág. 106). En el caso, la lesión psíquica, permanente o transitoria, invocada por
la actora, constituye una consecuencia mediata no previsible para el victimario, y,
como tal, puramente casual (ver "Código Civil Anotado", dir. por BELLUSCIO, ed.
ASTREA, t. IV, pág. 64; causa 69.474 del 25-3-97).
Si se considera, además, que los gastos de curación están
impuestos normativamente para el supuesto del delito de lesiones (art. 1086 del C.
Civil), pero no para el de homicidio –con la salvedad de los hechos en la asistencia del
muerto (art. 1085)-, la partida debiera ser revocada.
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El apelante de fs. 1021/1025 impugna el reconocimiento de un
renglón resarcitorio a título de daño moral, sosteniendo que el art. 1078 del C. Civil, en
cuanto limita la acción –en caso de homicidio- a los herederos forzosos, rehúsa
legitimación a quien, como la actora, no lo es.
La inconstitucionalidad de tal proscripción había sido oportunamente
afirmada por la actora (fs. 79/81), y reiterada en la contestación al traslado del
memorial de agravios.
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Pero esa ratio legis era cubrir un vacío sensible sw nuestro código,
porque –como bien reflexionara BORDA- “el daño moral es un dolor, una pena, que
sienten parientes y amigos. ¿Todos éllos tenían una acción? Así lo declaró un fallo de
la Cámara Civil de la Capital, la cual, por aplicación del art. 1079 sentó el principio de
que no hace falta ser pariente de la víctima fallecida para tener derecho al
resarcimiento del daño moral” (BORDA, op. y loc. citados).
Magüer la disolubilidad ad nutum –impropia del matrimonio civil- de la
relación que uniera a la actora con el occiso, y de ser inaceptable el criterio tendiente
a equipararla a aquél a través de sus efectos, porque la organización del grupo social
se asienta sobre una vigorosa base de matrimonios regularmente constituídos
(BOSSERT, op. cit., pág. 20), las circunstancias que relevé en el apartado “I” del
capítulo 4º de mi voto hacen ostensible una situación que no guarda similitud alguna
con los riesgos que el legislador de 1968 se propuso evitar.
Si bien el cuestionado art. 1078 in fine del C.Civil no autoriza a enju-
gar el daño moral que eventualmente sufriera la actora y a los jueces está vedado
formular interpretaciones extra legem del ordenamiento jurídico vigente desde que ello
importaría arrogarse facultades legislativas que no les corresponden (SCBA. L. 38.l6l
del 2-2-88 en DJBA 134, 231), la norma se tachó por repugnante a la jerarquía
normativa establecida en el art. 31 de la Constitución, considerando la actora que
vulnera las garantías que la ampararían conforme a los arts. 16, 17 y 19 (fs. 80).
En realidad, la cuestión radica en que concede a las personas unidas
en matrimonio civil un derecho que niega a quienes no lo están, con lo que la norma
positiva establecería un privilegio o excepción que excluye a unos de lo que se
acuerda a otros en igualdad de circunstancias, creando distinciones arbitrarias,
injustas u hostiles contra determinadas personas o grupos de personas, lo que
proscribe el art. 16 C.N. (CSJN, Fallos, 199:268), esto es, dejando la ley de tratar de
un modo igual a los iguales en igualdad de circunstancias (Fallos, 240:430; 246:45).
No se trata en el caso de una de las llamadas “uniones de personas
libres” o “uniones more uxordio”, dado el impedimento de ligamen emergente del
matrimonio civil de la actora con el señor Vicente Giles, que se desprende de las
manifestaciones de una y otro a fs. 9 y fs. 39 de la causa 18.910 del Tribunal de
Menores nº 1 (“HERNÁNDEZ, María Rosa s/adopción”, que tenemos a la vista) y de
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las de la primera a la perita asistente social a fs. 611 de estos autos y al perito médico
psiquíatra a fs. 712.
Pero no es menos cierto que de esa unión –de que no dijeron tener
conocimiento los testigos que declararan en autos, y que, a estar a los dichos de
Hernández y Giles en 1989, en el juicio por adopción referido, se habría, de hecho,
roto en pocos meses- ni siquiera subsiste vocación hereditaria, cuanto menos para la
actora, conforme a las reglas de los arts. 3575 y 3574 (penúltimo párrafo) del Código
Civil.
En cambio, y de acuerdo a los extremos acreditados en autos,
inclusive con actuaciones judiciales ya añosas, existió entre la actora y el occiso hasta
su muerte en 2002 y desde no menos que 1989 un vínculo estable de fama cuasi-
matrimonial (matrimonial, en la creencia de los testigos), y no encuentro razón para no
paliar los sufrimientos de aquélla (verosímilmente no menores a los de una esposa),
enriqueciendo al victimario al liberarlo de indemnizarlos por la circunstancia –a él
ajena- de que no regularizara legalmente su situación de hecho, mantenida con
ribetes de perpetuidad.
Es doctrina tan antigua como pacífica de la Corte Suprema de
Justicia de la Nación, que la declaración de inconstitucionalidad es una decisión final y
extrema, que los jueces sólo pueden tomar cuando llegan al absoluto convencimiento
de que no existe otra vía para evitar la lesión de un derecho, procurando el mismo
resultado por la vía de la interpretación y armonización de las normas en juego. Es
decir que el magistrado sólo acudirá a este remedio como última ratio de su poder o
energía constitucional. Y también resolvió que los Tribunales deben ejercer la facultad
en cuestión en causas de carácter contencioso (Fallos, 306:1125), es decir, aquellas
en que se persigue en concreto la determinación del derecho de batido entre partes
adversas. La función del Poder Judicial no es, entonces, la de ejercer un control
abstracto de constitucionalidad, sino la de proteger derechos individuales que se
encuentran afectados o amenazados (conf. CSJN, 18-10-88, J.A. 1990-II, pág. 596/7).
Y conforme a todo lo hasta aquí expuesto, juzgo que concurre en el caso tal extrema
ratio.
En consecuencia, propicio declarar que, estando acabadamente
demostrado en el caso, inclusive con instrumentos públicos, que existió un
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en las costas, no sucede lo mismo con los del letrado del vencido (doctr. art. 77
CPCC.; MORELLO, "Códigos...", II-B, págs. 250 y 253), por lo que, siéndolo dicho
asegurador, nada le adeuda el apelante (causa 56.650 del 31-3-92).
No siendo por las modificaciones propuestas en los capítulos 3, 4 y 5, voto por la
afirmativa.
A la misma cuestión, el señor Juez doctor Bialade, por iguales consideraciones, votó
también por la afirmativa.
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FUENTE: www.scba.gov.ar
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