Kant (Apuntes
Kant (Apuntes
Kant (Apuntes
Guión-esquema.
Kant recibió influencias de autores ilustrados, entre los que destacan Hume y
Newton.
La filosofía kantiana es, ante todo y sobre todo, una síntesis entre racionalismo
y empirismo. Kant comparte con el racionalismo la idea de que no todo
conocimiento procede de la experiencia. De hecho, nos habla de conceptos a
priori que no son más que ideas innatas. Pero, sin embargo, está de acuerdo
con el empirismo en que sin experiencia no hay conocimiento. Para Kant el
conocimiento es un encuentro entre sujeto y objeto. El sujeto lleva en sí los
conceptos a priori, pero estos solo tienen sentido cuando se aplican a la
experiencia.
En el aspecto moral, en Kant encontramos una ética del deber que nos
recuerda a los filósofos estoicos. Y también él reflexionó sobre la condición
humana en un supuesto estado de naturaleza y tiene influencias de los
filósofos que abordaron esta temática: Hobbes, Locke y Rousseau. Kant
considera, de forma similar a Hobbes, que el ser humano es por naturaleza
insociable y violento. Afirma que cada individuo solo aspira a satisfacer sus
necesidades egoístas. La insociabilidad impide la convivencia y hace que el
mundo sea un lugar peligroso. Las personas son conscientes de que esta
situación puede llevarles a la destrucción y por eso entienden que es necesario
llegar a un acuerdo para no agredirse y formar un Estado. En ese Estado se
fijarán unas normas que es necesario respetar. La sociabilidad humana se
explica, pues, desde la insociabilidad: si no fuéramos insociables, no
tendríamos necesidad de formar sociedades.
Actuar por deber significa actuar por respeto a la ley moral. Yo no debo actuar
de otro modo que queriendo que la norma que guía mis actos se convierta en
ley universal. Debo actuar guiándome por el imperativo categórico y considerar
siempre al resto de la humanidad como fin en sí mismo.
Pero, ¿qué me dice la razón? Kant, por influencia del intelectualismo moral,
cree que la razón me lleva a hacer el bien. El ser humano tiende al bien y el
conocimiento del bien le lleva a actuar justamente. Kant cree que el bien
consiste en la buena voluntad. El bien no consiste en perseguir fines sino que
radica en la intención con que se ejecutan los actos, en la buena voluntad y por
buena voluntad entendemos actuar por respeto a la ley. El respeto a la ley es el
deber del ser humano racional. Kant distingue entre legalidad y moralidad y
para explicar esta diferencia distingue entre tres tipos de actos:
b) Actos conformes al deber. Son aquellos que son legales pero no son
morales porque no se hacen por respeto a la ley sino por perseguir
determinados fines. La persona que así actúa no puede ser sancionada porque
no incumple la ley, pero su conducta no tiene valor moral porque el valor de
estos actos no está en la intención con que se han hecho sino en la
recompensa que se espera obtener. Por ejemplo, el conductor que circula a la
velocidad debida para no perder los puntos.
c) Actos por deber. Son aquellos que son legales y son morales. Según
Kant, estos actos son los únicos que tienen valor moral porque son los únicos
que se realizan por respeto a la ley y no pensando en las consecuencias. El
valor moral de estos actos reside en la intención con que se ejecutan. Por
ejemplo, el conductor que circula a la velocidad debida aunque no haya
ninguna sanción posible, aunque sepa que no hay nadie que lo pueda castigar
por lo contrario.
1.- Es autónoma, porque la ley moral no viene impuesta desde fuera. No hay
nadie que deba decirme lo que está bien, sino que es el sujeto el que se da a sí
mismo la ley. Aquí se manifiesta el carácter ilustrado de Kant que le llevó a
defender la idea de que hay que sacar a las personas de la minoría de edad y
enseñarlas a pensar por sí mismas.
Por último, Kant se plantea el futuro del ser humano y eso le lleva a analizar las
relaciones entre los Estados, que se basa en las relaciones entre los
individuos.
Tanto uno como otro creen que la pereza, la cobardía, los hábitos, la
costumbre o la comodidad son los obstáculos que impiden la verdadera
educación. Platón hablaba de las cadenas que nos atan a la ignorancia, Kant
usaba las expresiones de ataduras o grilletes. Platón culpaba a los sofistas y
políticos demagogos de favorecer la ignorancia de los esclavos encadenados
ofreciéndoles sombras que ellos toman por la verdadera realidad. Kant culpaba
a los malos tutores de entontecer al rebaño impidiendo que estos abandonen la
minoría de edad.
Por tanto, a cada hombre individual le es difícil salir de la minoría de edad, casi
convertida en naturaleza suya; inclusive, le ha cobrado afición. Por el momento
es realmente incapaz de servirse del propio entendimiento, porque jamás se le
deja hacer dicho ensayo. Los grillos que atan a la persistente minoría de edad
están dados por reglamentos y fórmulas: instrumentos mecánicos de un uso
racional, o mejor de un abuso de sus dotes naturales. Por no estar habituado a
los movimientos libres, quien se desprenda de esos grillos quizá diera un
inseguro salto por encima de alguna estrechísima zanja. Por eso, sólo son
pocos los que, por esfuerzo del propio espíritu, logran salir de la minoría de
edad y andar, sin embargo, con seguro paso.
Pero, en cambio, es posible que el público se ilustre a sí mismo, siempre que
se le deje en libertad; incluso, casi es inevitable. En efecto, siempre se
encontrarán algunos hombres que piensen por sí mismos, hasta entre los
tutores instituidos por la confusa masa. Ellos, después de haber rechazado el
yugo de la minoría de edad, ensancharán el espíritu de una estimación racional
del propio valor y de la vocación que todo hombre tiene: la de pensar por sí
mismo. Notemos en particular que con anterioridad los tutores habían puesto al
público bajo ese yugo, estando después obligados a someterse al mismo. Tal
cosa ocurre cuando algunos, por sí mismos incapaces de toda ilustración, los
incitan a la sublevación: tan dañoso es inculcar prejuicios, ya que ellos
terminan por vengarse de los que han sido sus autores o propagadores. Luego,
el público puede alcanzar ilustración sólo lentamente. Quizá por una revolución
sea posible producir la caída del despotismo personal o de alguna opresión
interesada y ambiciosa; pero jamás se logrará por este camino la verdadera
reforma del modo de pensar, sino que surgirán nuevos prejuicios que, como los
antiguos, servirán de andaderas para la mayor parte de la masa, privada de
pensamiento.
Sin embargo, para esa ilustración sólo se exige libertad y, por cierto, la más
inofensiva de todas las que llevan tal nombre, a saber, la libertad de hacer un
uso público de la propia razón, en cualquier dominio. Pero oigo exclamar por
doquier: ¡no razones! El oficial dice: ¡no razones, adiéstrate! El financista: ¡no
razones y paga! El pastor: ¡no razones, ten fe! (Un único señor dice en el
mundo: ¡razonad todo lo que queráis y sobre lo que queráis, pero obedeced!)
Por todos lados, pues, encontramos limitaciones de la libertad. Pero ¿cuál de
ellas impide la ilustración y cuáles, por el contrario, la fomentan? He aquí mi
respuesta: el uso público de la razón siempre debe ser libre, y es el único que
puede producir la ilustración de los hombres. El uso privado, en cambio, ha de
ser con frecuencia severamente limitado, sin que se obstaculice de un modo
particular el progreso de la ilustración.
Entiendo por uso público de la propia razón el que alguien hace de ella, en
cuanto docto, y ante la totalidad del público del mundo de lectores. Llamo uso
privado al empleo de la razón que se le permite al hombre dentro de un puesto
civil o de una función que se le confía. Ahora bien, en muchas ocupaciones
concernientes al interés de la comunidad son necesarios ciertos mecanismos,
por medio de los cuales algunos de sus miembros se tienen que comportar de
modo meramente pasivo, para que, mediante cierta unanimidad artificial, el
gobierno los dirija hacia fines públicos, o al menos, para que se limite la
destrucción de los mismos. Como es natural, en este caso no es permitido
razonar, sino que se necesita obedecer. Pero en cuanto a esta parte de la
máquina, se la considera miembro de una comunidad íntegra o, incluso, de la
sociedad cosmopolita; en cuanto se la estima en su calidad de docto que,
mediante escritos, se dirige a un público en sentido propio, puede razonar
sobre todo, sin que por ello padezcan las ocupaciones que en parte le son
asignadas en cuanto miembro pasivo. Así, por ejemplo, sería muy peligroso si
un oficial, que debe obedecer al superior, se pusiera a argumentar en voz alta,
estando de servicio, acerca de la conveniencia o inutilidad de la orden recibida.
Tiene que obedecer.
Pero sólo alguien que por estar ilustrado no teme las sombras y, al mismo
tiempo, dispone de un ejército numeroso y disciplinado, que les garantiza a los
ciudadanos una paz interior, sólo él podrá decir algo que no es lícito en un
Estado libre: ¡razonad tanto como queráis y sobre lo que queráis, pero
obedeced! Se muestra aquí una extraña y no esperada marcha de las cosas
humanas; pero si la contemplamos en la amplitud de su trayectoria, todo es en
ella paradójico. Un mayor grado de libertad civil parecería ventajoso para la
libertad del espíritu del pueblo y, sin embargo, le fija límites infranqueables. Un
grado menor, en cambio, le procura espacio para la extensión de todos sus
poderes. Una vez que la Naturaleza, bajo esta dura cáscara, ha desarrollado la
semilla que cuida con extrema ternura, es decir, la inclinación y disposición al
libre pensamiento, ese hecho repercute gradualmente sobre el modo de sentir
del pueblo (con lo cual éste va siendo poco a poco más capaz de una libertad
de obrar) y hasta en los principios de gobierno, que encuentra como
provechoso tratar al hombre conforme a su dignidad, puesto que es algo más
que una máquina.