Juan Carlos Ferrada
Juan Carlos Ferrada
Juan Carlos Ferrada
RESUMEN:
El presente trabajo analiza los elementos principales que concurren en la definición de la res-
ponsabilidad civil de los funcionarios públicos en el juicio de cuentas. En este sentido, y a partir
de la enumeración de los elementos que identifica la doctrina civil para la responsabilidad
extracontractual, que es la que se presenta en este caso para el funcionario público, este ar-
tículo analiza particularmente la culpa y el daño patrimonial como elementos relevantes para el
establecimiento de la responsabilidad de aquél. Para ello analiza la doctrina civil más citada en
esta materia y la pone en conexión con la jurisprudencia emanada de los tribunales de cuentas,
especialmente del Tribunal de Cuentas de Segunda Instancia, órgano que le ha dado una nueva
concepción a esta materia en el Derecho Administrativo chileno.
Palabras clave: Responsabilidad civil - Juicio de cuentas - Funcionario público.
I. Introducción
Uno de los ámbitos que ha tenido un desarrollo muy relevante en el Derecho Administrati-
vo chileno en el último tiempo, y en el que ha estado involucrada directamente la Contraloría
General de la República, ha sido el de la responsabilidad civil de los funcionarios públicos. Esta
materia, que hasta hace pocos años no presentaba características especiales, ha devenido en
una cuestión muy interesante académica y profesionalmente, en particular, a partir de la rica y
abundante jurisprudencia del nuevo Tribunal de Cuentas de Segunda Instancia, creado por la
Ley N° 19.8171. Cierto es que este tribunal ya existía formalmente desde antes de la vigencia de
esta ley, desempeñando esta tarea el Contralor General de la República de forma unipersonal.
Sin embargo, la nueva conformación del Tribunal –colegiado e integrado además del Contralor
General, por dos abogados externos a la Contraloría– ha dado lugar a una reinterpretación de
los criterios tradicionales de imputación de la responsabilidad civil de los funcionarios públicos.
En efecto, la responsabilidad civil de los funcionarios públicos era tradicionalmente mirada
como una extensión de la responsabilidad administrativa de éstos, la que se establecía por los
* Agradezco a Guicela Saldivia Herrera la labor de búsqueda y selección de jurisprudencia del Juzgado de Cuentas de Primera
Instancia y del Tribunal de Cuentas de Segunda Instancia, sin cuyo aporte no podría haber desarrollado el análisis que aquí
presento.
1 La Ley N° 19.817, de 26 de julio de 2002, modificó la Ley Orgánica de la Contraloría General de la República, introduciendo,
entre otras normas, un nuevo tribunal colegiado de segunda instancia en los juicios de cuentas, que está integrado por el
Contralor General de la República y dos abogados externos nombrados por períodos de 4 años (Artículo 1° numeral 15, que
modifica el Artículo 118 de la Ley Orgánica de la Contraloría General de la República).
propios servicios públicos y por la Contraloría General de la República. Así, esta última generaba
un proceso de responsabilidad como consecuencia del sumario administrativo, la auditoría o el
reparo de cuentas, en el que intervenían los mismos funcionarios de la Contraloría, siguiendo
en muchos casos los mismos parámetros utilizados para establecer la responsabilidad adminis-
trativa. A partir de la entrada en vigencia de la Ley N° 19.817, el nuevo Tribunal de Cuentas de
Segunda Instancia ha provocado una revisión profunda de los criterios administrativos, incorpo-
rando en sus resoluciones elementos trabajados largamente en la doctrina civil para la respon-
sabilidad civil extracontractual, rescatando y reelaborando los elementos de la imputabilidad y
el perjuicio como constitutivos de este tipo de responsabilidad.
En este contexto, es evidente el cambio de jurisprudencia producido en esta materia, lo que
se refleja especialmente en la gran cantidad de sentencias revocatorias de los fallos del Tribunal
de Cuentas de Primera Instancia, el que sigue siendo desempeñado como tribunal unipersonal
por el Subcontralor General de la República. Así, el Tribunal de Cuentas de Segunda Instancia se
convierte en una instancia privilegiada de control de la actividad jurisdiccional desarrollada por
los órganos administrativos internos de la Contraloría, equilibrando los intereses fiscales con la
defensa de los derechos de los funcionarios públicos involucrados en estos casos.
A estos efectos, este trabajo se estructura en tres apartados: el primero referido a las carac-
terísticas generales del sistema de responsabilidad civil de los funcionarios públicos en el juicio
de cuentas; el segundo a la imputabilidad jurídica de los funcionarios públicos en este tipo de
procesos, y el tercero a los alcances del perjuicio como elemento determinante de la responsa-
bilidad civil de los funcionarios. Al final, se señalarán algunas conclusiones generales a que se
arribó después de este análisis.
El trabajo se desarrollará utilizando la doctrina existente en esta materia. Sin embargo, la
fuente principal será la jurisprudencia del Juzgado de Cuentas de Primera Instancia y el Tribunal
de Cuentas de Segunda Instancia, siendo especialmente relevante lo señalado por este último,
ya que ello da cuenta de los nuevos criterios que se han formulado en el último tiempo en esta
materia.
ilegal de un funcionario público, los que tiene la obligación de emplear correctamente para
los fines que se encuentran dispuestos, debiendo además custodiar y garantizar su integridad.
En efecto, el art. 61 del Estatuto Administrativo de los Funcionarios Públicos establece como
obligaciones generales de los funcionarios públicos actuar en conformidad a los principios, nor-
mas y objetivos que regulan el ejercicio de la función pública, señalando más adelante (art. 84
letra j del mismo Estatuto) como una prohibición expresa la afectación de los bienes, materiales,
instrumentos o productos de trabajo de la Administración Pública.
Esta obligación general de protección de los intereses y bienes públicos se particulariza
para ciertos funcionarios públicos, en términos de responsabilidad directa por la pérdida o de-
terioro de los bienes o fondos públicos, en los casos que aquellos tengan atribuciones para la
tenencia, uso, custodia o administración de éstos (art. 60 de la Ley Orgánica de la Contraloría
General de la República, en adelante LOCGR). En este sentido, la propia LOCGR (art. 61) esta-
blece una responsabilidad civil directa de estos funcionarios por el uso, abuso o empleo ilegal
de estos fondos o bienes, y de toda pérdida o deterioro que se produzca en los bienes imputable
a la culpa o negligencia del funcionario, recibiendo la denominación técnica de “cuentadante”.
Así, la responsabilidad civil o patrimonial de los funcionarios públicos es consecuencia de
las infracciones culpables cometidos por éstos a sus deberes funcionarios, ya sea que ello gene-
ra daño a un tercero o a la propia Administración del Estado. Sin embargo, en este último caso,
la responsabilidad civil derivará de la obligación de custodia o administración de los bienes o
fondos públicos, título jurídico que será determinante para establecer el deber de reparación
que impone el ordenamiento jurídico.
civil extracontractual se requiere, según señala la doctrina civilista, la concurrencia de los si-
guientes elementos: que exista un hecho ilícito; que este hecho se haya cometido con culpa
o dolo del agente infractor, el que además debe ser capaz; que este hecho produzca un daño
patrimonial o moral en otra persona y, por último, que exista una relación de causalidad entre
el hecho ilícito y el daño producido.
En este contexto, tomando los elementos anteriores, la doctrina más citada ha entendido
que la responsabilidad que les atañe a los funcionarios públicos por los daños provocados en
los bienes o fondos públicos en el ejercicio de su cargo es de carácter extracontractual, puesto
que se origina precisamente por la infracción de deberes legales que rigen su actuación o en
la comisión de delitos y cuasidelitos civiles9. Así, dichos ilícitos no son consecuencia de un in-
cumplimiento contractual –fuente de la responsabilidad contractual en materia civil–, sino de
la infracción de deberes u obligaciones legales precisos, que el ordenamiento jurídico establece
para los funcionarios públicos.
Permite confirmar la conclusión anterior, la mirada al vínculo jurídico que une al funcionario
público con la Administración del Estado, el que no tiene carácter contractual, como ha seña-
lado la doctrina más citada, sino es un vínculo de derecho público que establece un estatuto
jurídico de derechos y obligaciones de los funcionarios, ajeno por completo a la relación exis-
tente en el mundo privado10. En este sentido, la responsabilidad civil de los funcionarios por el
incumplimiento a sus deberes funcionarios no se produce una infracción al contrato, ya que su
relación laboral con la Administración del Estado no se funda en un acuerdo de voluntades, sino
en la imposición de estatuto legal establecido por el ordenamiento jurídico.
No obstante, esta última afirmación podría dar pie para plantearse la posibilidad de una
responsabilidad civil contractual en aquellos en que la relación laboral entre el trabajador o
funcionario con la Administración del Estado se produce a partir de un contrato de trabajo. Sin
embargo, ello no parece tampoco razonable atendido que, por un lado, en estos casos tampoco
existe una relación laboral contractual verdadera, sino que el Código del Trabajo actúa como
estatuto jurídico especial11, y además, por otro, la fuente de la responsabilidad civil deriva no de
una infracción al contrato mismo, sino que de las normas legales que fijan las obligaciones de
los funcionarios públicos en el uso, administración y custodia de los bienes y fondos públicos.
3. Las reglas procedimentales a que debe sujetarse la responsabilidad civil de los fun-
cionarios por el deterioro o mal uso de los bienes o fondos públicos
La responsabilidad civil o patrimonial de los funcionarios públicos por el deterioro o mal
uso de los bienes o recursos públicos se encuentra regulada en la LOCGR, en particular en los
arts. 60 y ss. de la ley. Esta responsabilidad se establece a través de un procedimiento judicial
realizado al interior de la propia Contraloría General de la República, que para estos exclusivos
efectos aparece como un órgano jurisdiccional –“juzgará las cuentas”–, cuya fuente es la pro-
pia Constitución Política (art. 98 CPR). En este contexto, la Contraloría General de la República,
a través del juzgado de primera instancia y del tribunal de segunda instancia, juzgan los hechos
que se le someten a su consideración, determinando en cada caso la responsabilidad civil de los
funcionarios públicos por los ilícitos imputados.
Ahora bien, esta labor de juzgamiento de cuentas que realiza el órgano contralor lo realiza
a partir de un reparo que efectúa éste, que es consecuencia del examen de aquellos por los
órganos competentes de la Contraloría General. Así, el antecedente inmediato del juicio de
cuentas es el examen desarrollado por el órgano contralor, en el que si se generan reparos u
observaciones no subsanables, dan lugar a un juicio civil, en el que el reparo hace las veces de
demanda en estos autos (arts. 107 y 107 bis LOCGR). En este sentido, la formulación de reparos
por la Contraloría General de la República es el acto administrativo que da inicio al juicio de
cuentas, desencadenando la actividad jurisdiccional del propio órgano contralor.
No obstante lo anterior, la propia LOCGR establece excepcionalmente la posibilidad de
que se inicie un juicio de cuentas sin examen previo. Esta situación se presenta en los casos de
irregularidades detectadas por la Contraloría General de la República en un sumario adminis-
trativo incoado por ella misma, y en el cual aparezcan antecedentes de afectación a los bienes
o fondos públicos por el funcionario sumariado (arts. 61 y 129 LOCGR). En esta circunstancia,
las conclusiones del sumario administrativo, en lo pertinente, constituirán el reparo o demanda
del juicio de cuentas, sin que sea necesario un examen de cuentas para provocar el juicio civil
correspondiente.
Sin perjuicio de lo anterior, la práctica administrativa de la Contraloría General de la Re-
pública permite también dar inicio a un juicio de cuentas como consecuencia de una auditoría
realizada por ella misma, sin sumario, ni examen de cuentas, lo que aparece ratificado por
el Tribunal de Cuentas de Segunda Instancia (Dictamen N° 51.792/2011). Esto no parece ser
concordante con la normativa legal aplicable en la especie, ya que la LOCGR no considera esta
opción, limitando los casos al reparo formal en el examen de cuentas y a las conclusiones de
un sumario administrativo incoado por la propia Contraloría, como ya se señaló. Sin embargo,
razones de economía procedimental pareciera justificar esta práctica, la que no obstante es de
dudosa legalidad.
Ahora bien, desde un punto de vista estrictamente procedimental, el juicio de cuentas se
encuentra consagrado en el Título VII de la LOCCGR (arts. 95 a 130), aunque también tienen
aplicación supletoria los Libros I y II del Código de Procedimiento Civil (disposiciones comunes
a todo procedimiento y normas del juicio ordinario). Estas normas recogen la mayoría de las
disposiciones procesales aplicables en estas materias, estableciendo las distintas etapas del
procedimiento, los derechos de los litigantes y las atribuciones de los órganos jurisdiccionales
establecidos. No obstante, estas normas se encuentran complementadas con los autos acorda-
dos que ha dictado el Tribunal de Cuentas de Segunda Instancia, especialmente en cuanto a la
integración del tribunal y vista de la causa12.
12 Entre otros, ver Auto Acordado de 6 de abril de 2004 que regula, completando, las normas de tramitación de los recursos de
apelación y revisión previstos en dicha ley.
o bienes14. En este sentido, el art. 85 LOCCGR señala precisamente que “todo funcionario,
como asimismo toda persona o entidad que reciba, custodie, administre o pague fondos de los
mencionados en el artículo 1º, rendirá a la Contraloría las cuentas comprobadas de su manejo
en la forma y plazos que determine esta ley”, norma que, según la doctrina, hace extensiva la
calidad de cuentadante y, en consecuencia, la responsabilidad civil por los daños causados al
patrimonio público, a toda persona, funcionario público o particular que “recibe tales recursos
del Estado”15.
Sin perjuicio lo anterior, es importante precisar que sólo respecto de los funcionarios pú-
blicos que sean cuentadantes es posible seguir adelante un juicio de cuentas, situación que los
diferenciaría de aquellos cuentadantes que sean particulares que reciben fondos públicos para
ser aplicados a un determinado fin, ya que en este último caso la responsabilidad debe hacerse
efectiva mediante juicio ordinario civil16.
Ahora bien, en el ámbito municipal, sin embargo, la calidad de cuentadante se extiende
excepcionalmente no sólo al funcionario o sujeto privado que custodia o administra fondos
públicos, sino que también abarca a cualquier funcionario que haya causado un detrimento
al patrimonio municipal (art. 54 de la Ley Orgánica Constitucional de Municipalidades). Así, la
responsabilidad de los funcionarios municipales estará determinada en el caso concreto por el
grado de intervención que les haya cabido en el hecho, lo que llevará a imputarle la proporción
en que deban concurrir al pago de las obligaciones o aplicar las normas relativas de la respon-
sabilidad solidaria, en su caso.
No obstante ello, el Juzgado de Cuentas de Primera Instancia, con el propósito de limitar
la imputabilidad y la responsabilidad ilimitada de todos los funcionarios que de algún modo
hubieren intervenido o tenido injerencia en la actuación que causa un detrimento al patrimonio
público, ha entendido que si bien en algunos casos el funcionario tenía como atribución la cus-
todia de bienes o dineros públicos, tal hecho en sí mismo no lo convertiría en responsable de
aquel daño (Rol N° 36.811/2009). El criterio anterior se fundamentaría en que sin perjuicio de
que ciertos funcionarios tengan la obligación de custodiar los bienes públicos, no concurriría en
ellos el deber de “velar por la legalidad de las actuaciones municipales y por la administración
financiera de los bienes”, deber que en ciertos casos se encuentra radicado en otro organismo
dentro de la administración municipal.
Ahora bien, la culpa o el dolo son los factores de atribución de carácter subjetivo en la res-
ponsabilidad civil, y se diferencian por concurrir en la primera negligencia o intención de causar
un daño, en el segundo. Cuando se habla de “culpa”, la doctrina civilista entiende la “falta de
aquella diligencia o cuidado que los hombres prudentes emplean ordinariamente en sus actos
y negocios propios”17, donde el sujeto causante del daño no ha querido provocarlo, pero no
observó el cuidado debido.
Esta última concepción es plenamente aplicable a la responsabilidad de los funcionarios
públicos establecida a través del juicio de cuentas, ya que su obligación de reparación surge
normalmente de la actuación poco diligente del funcionario, que infringe una norma jurídica
y genera un daño en el patrimonio público. Así, la doctrina ha entendido que la responsabi-
lidad civil en el juicio de cuentas se configura a partir de la infracción de deberes legales o
reglamentarios por parte de los funcionarios de la Administración del Estado, en relación a la
administración o custodia de los bienes o recursos públicos, pero requiriendo además que ello
sea imputable al menos a la culpa o negligencia o dolo del funcionario, cuestión que permite
precisamente calificar a este tipo de responsabilidad como “subjetiva”18.
En este sentido, el Tribunal de Cuentas de Segunda Instancia ha señalado con toda precisión
que la “transgresión de la normativa no necesariamente genera la responsabilidad patrimonial”
del funcionario público (Rol N° 37.427/2010). En análogo sentido, el Juzgado de Cuentas de
Primera Instancia ha dispuesto que para que se configure la responsabilidad del funcionario se
requiere, además de la ilegalidad administrativa, que esta actuación irregular sea imputable al
menos a la negligencia del funcionario público, como un factor necesario de imputabilidad de
la responsabilidad de éste (Rol N° 37.886/2010).
Ahora bien, un problema que surge en este contexto es determinar el tipo o gradación de
la culpa exigida para que nazca la responsabilidad civil del funcionario. La ley nada dice al res-
pecto, no existiendo tampoco doctrina ni jurisprudencia que aborde claramente el punto.
En el Código Civil no encontramos normas que establezcan la exigencia de un estándar
de culpa en materia de responsabilidad civil extracontractual, como sí lo hace a propósito de
la responsabilidad contractual (art. 1547 del Código Civil en relación con el art. 44 del mismo
Código). De ahí que en la doctrina civil chilena se encuentren distintas posiciones, inclinándose
algunos por la no gradación de la culpa en esta materia, debiendo responder el infractor por
los daños generados por cualquier tipo de culpa19, y otros exigir la culpa leve como estándar de
negligencia, excluyendo así los daños generados con culpa levísima20.
En materia del juicio de cuentas, esta falta de normas que regulen la materia ha llevado al
Juzgado de Cuentas de Primera Instancia a sostener en alguna oportunidad, aparentemente,
que el legislador al no calificar o graduar la culpa de la cual se responde, en el art. 60 de la
LOCCGR, debería exigirse responsabilidad por los daños generados a partir de todo tipo de
dos no le impone responsabilidad civil al funcionario, si es que no tenía las competencias o los
medios materiales para supervisar la regularidad de las actividades que motivaban la percep-
ción de los fondos públicos, ya que ello implicaría establecer un estándar de diligencia excesivo,
no compatible con las obligaciones funcionarias impuestas.
Esta causal eximente de responsabilidad en el fondo viene a reconocer un principio de rea-
lidad en la gestión pública, restringiendo la responsabilidad del funcionario público a los casos
en que puede controlar efectivamente el uso de los bienes o recursos públicos. Lo contrario,
imponerle la carga de responder de todos los actos que lesionan el patrimonio público, por el
solo hecho de formalmente tener la atribución de custodia o administración de éste, supondría
una obligación excesiva que generaría un desincentivo al ejercicio de dichos cargos o a la para-
lización de la acción administrativa.
A estas causales eximentes de responsabilidad civil podrían eventualmente añadirse otras,
que no han sido invocadas y recogidas por la jurisprudencia de los tribunales de cuentas –sin
perjuicio de lo que se dirá en el punto siguiente–, pero que han sido enunciadas por la doctrina
civil. Entre éstas vale la pena mencionar la actuación seguida por fuerza o miedo insuperable,
circunstancia recogida por la doctrina civil21, pero que no tiene eco en la doctrina administra-
tiva. Cierto es que dicha causal podría ser contradictoria con el principio de “obediencia re-
flexiva” que establece nuestro Estatuto Administrativo de los Funcionarios Públicos (art. 62, en
relación al art. 61 letra f del mismo Estatuto) ya aludida. Sin embargo, es evidente que podrían
presentarse casos extremos en que la fuerza o el miedo insuperable puede anular la voluntad
del funcionario público obligándolo a cometer un acto dañoso al patrimonio público, pero sin
que concurra efectivamente la negligencia o culpa exigida para que nazca la obligación de
reparación del agente público.
mente de responsabilidad. Así, si el funcionario público puede probar una justa causa de error
en el ejercicio de su función pública, ello implicaría una falta de culpa o negligencia, ya que el
error no es grosero ni deliberado, lo que implica una conducta de mediana prudencia en el ejer-
cicio del cargo. Claro que podría sostenerse que la negligencia puede ir acompañada en ciertos
casos de errores imperdonables del funcionario público en el ejercicio del cargo, pero ellos no
tendrían, a mi juicio, el carácter de “justa causa” que supone el enunciado aquí tratado.
En este mismo sentido, en el ámbito de la responsabilidad civil extracontractual, la doctrina
reconoce precisamente la ignorancia o el error como eximente de responsabilidad, siempre que
este error sea excusable, es decir, compatible con el comportamiento de un hombre prudente o
diligente22. En el fondo, en estos casos, de error justificable o excusable lo que hay es una ver-
dadera concurrencia de culpa, lo que hace desaparecer la imputabilidad necesaria para generar
la responsabilidad del actor.
Ahora bien, este error justificable o justa causa de error se podría configurar con mayor
razón como causal de exoneración de responsabilidad civil del funcionario público en el juicio
de cuentas, a partir del seguimiento de éste de un comportamiento habitual tolerado en la
misma Administración Pública y considerado aparentemente legítimo por los autores del daño
al patrimonio público. Así, tomando como referencia “el uso o prácticas tenidas comúnmente
correctas” de la doctrina civil23, pareciera razonable también excluir la responsabilidad del fun-
cionario público en esta materia, ya que no se configuraría el elemento culpabilidad que exigiría
este tipo de responsabilidad.
Esta última circunstancia de alguna manera se encuentra recogida en la jurisprudencia del
Tribunal de Cuentas de Segunda Instancia, al proteger la confianza legítima de los funcionarios
públicos en las actuaciones administrativas aparentemente legales, pero que pueden generar
algún perjuicio al patrimonio público. Así, como lo ha sostenido este Tribunal, en un caso en
que precisamente se invocaba la confianza legítima de los funcionarios demandados, señaló
que “los antecedentes del proceso, permiten a este Tribunal dar por establecido que la autori-
dad universitaria actuó en esta materia en el convencimiento de estar realizando una actuación
compleja amparada en el ordenamiento y adoptando los resguardos que estaban –dada su
posición– a su alcance. Entonces, desde la perspectiva de la imputabilidad, no cabe atribuir a
la autoridad universitaria –ni a los restantes cuentadantes– responsabilidad alguna por dicha
actuación” (Rol N° 35.100/2009).
Como se puede observar, la justicia de cuentas no es muy permisiva con el error o la buena
fe como causal eximente de responsabilidad del funcionario autor del acto que genera un daño
al patrimonio público. Sin embargo, en aquellos casos en que el error proviene de actuaciones
previas de la propia Administración del Estado, que hacen creer al funcionario público la rectitud
de su comportamiento, se excluye la responsabilidad del agente público, ya que no concurre
realmente la culpa o negligencia exigida como criterio necesario de imputabilidad en esta ma-
teria.
C ONC LUSIONES
De lo hasta aquí señalado, es posible formular algunas conclusiones que pueden ser rele-
vantes para esta materia:
1. La responsabilidad civil de los funcionarios públicos en el juicio de cuentas es básicamente
una responsabilidad extracontractual, en la terminología civilista clásica, lo que exige la
concurrencia de los elementos típicos enunciados por la doctrina en esta materia.
2. Uno de los elementos más relevantes en esta materia es la culpa o negligencia como crite-
rio de imputación subjetiva para el establecimiento de la responsabilidad del funcionario
público. Esto impone para el demandante en este tipo de juicios acreditar la culpa o falta
de diligencia exigida para imponer la obligación reparatoria del funcionario, no bastando la
mera infracción a la norma legal o reglamentaria establecida.
3. La concurrencia de la culpa como criterio de imputación de responsabilidad en esta materia
lleva aparejada, asimismo, la necesidad de analizar las causales eximentes de responsabi-
lidad, ya que su concurrencia hará desaparecer la culpa exigida para generar la obligación
de reparar. En este sentido adquieren importancia decisiva aquellas causales que anulan la
culpa del funcionario público, como son el caso fortuito o la fuerza mayor y, especialmente,
la imposibilidad material de impedir el daño al patrimonio público.
4. Un último elemento clave para establecer la responsabilidad civil de los funcionarios públi-
cos es el daño o detrimento al patrimonio público. Éste tiene un carácter estrictamente pa-
trimonial en esta materia y exige la prueba efectiva de la ilegalidad del gasto o su carácter
excesivo, atendido los fines o intereses públicos satisfechos con la acción administrativa.
5. El daño al patrimonio público como elemento configurador de la responsabilidad civil de los
funcionarios públicos impone una carga específica de prueba para la Contraloría General de
la República, como demandante en este tipo de procesos, que excede la mera enunciación
del gasto público. Exige una operación relacional entre el gasto producido y los beneficios
obtenidos por la entidad pública, aun cuando estos últimos sean consecuencia de un acto
ilegal.
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