Mi Planta Naranja Lima
Mi Planta Naranja Lima
Mi Planta Naranja Lima
1968
Marinero marinero,
Marinero de amargura,
Bajare la sepultura….
Y la arena se deslizaba,
Allá se fue el marinero
El amor de marinero
y él se va en esa hora…….
_¿cantando?
_si.
_mira, Zeze, esto es importante. Primero mira bien. Mira para uno y
otro lado! Ahora ¡
_¿tuviste miedo?
Bastante que había tenido, pero dije que no, con la cabeza.
Mi corazón se aceleró..
_ahora. Vamos
_para ser la primera vez, estuviste muy bien. Pero te olvidaste de algo.
Tienes q mirar para los dos lados para ver si viene un coche. No siempre
yo voy a estar aquí para darte
la señal .a la vuelta vamos a practicar más, ahora sigamos, que voy a
mostrarte una cosa.
_Totoca.
_ ¿qué pasa?
_ ¿qué pasa?
_tío Edmundo lo dijo. Dijo que yo era “precoz” y que en seguida iba a
entrar en la edad de la razón .y yo no siento ninguna diferencia
_Zeze, deja de creerle todo lo que te dice. Tío Edmundo es medio tocado.
Medio mentiroso.
_si que tiene. El otro día papa conversaba con don Severino, ese que
juega a las cartas con él y dijo eso de don Labonne . El hijo de puta del
viejo miente como el diablo…y nadie lo pego.
Totoca se rio.
—Tú te vas para allá, a fin de que no te peguen en casa, y te castigan
ahí. Vamos más rápido, si no nunca vamos a llegar.
Yo continuaba pensando en tío Edmundo.
—Totoca, ¿los chicos son jubilados?
—¿Qué cosa?
—Tío Edmundo no hace nada y gana dinero. No trabaja y la
Municipalidad le paga todos los meses.
—¿Y qué?
—Que los chicos tampoco hacen nada, y comen, duermen y ganan di-
nero de los padres.
—Un jubilado es diferente, Zezé. Jubilado es que trabajó mucho, se le
puso el pelo blanco y camina despacio, como tío Edmundo. Pero
dejemos de pensar en cosas difíciles. Que te guste aprender con él, vaya
y pase. Pero conmigo, no. Quédate igual que los otros chicos. Hasta di
malas palabras, pero deja de llenarte la cabeza con cosas difíciles. Si
no, no salgo más contigo.
Me quedé medio enojado y no quise conversar más. Tampoco tenía
ganas de cantar. Ese pajarito que cantaba desde adentro había volado
bien lejos.
Nos detuvimos y Totoca señaló la casa.
—Es esa, ahí. ¿Te gusta?
Era una casa común. Blanca, de ventanas azules, toda cerrada y en
silencio.
—Me gusta. Pero ¿por qué tenemos que mudarnos acá?
—Siempre es bueno mudarse.
Por la cerca nos quedamos observando una planta de «manga» de un
lado, y una de tamarindo, de otro.
—Tú, que quieres saberlo todo, ¿no te diste cuenta del drama que hay
en casa? Papá está sin empleo, ¿no es cierto? Hace más de seis meses
que peleó con mister Scottfield y lo dejaron en la calle. ¿ No viste que
Lalá comenzó a trabajar en la Fábrica? ¿No sabes que mamá va a
trabajar en el centro, en el Molino Inglés? Pues bien, bobo, todo eso es
para juntar algún dinero y pagar el alquiler de la nueva casa, La otra
hace ya como ocho meses que papá no la paga. Tú eres muy chico para
saber cosas tristes, como esta. Pero yo voy a tener que acabar ayudando
en la misa para ayudar en casa.
Se quedó un rato en silencio.
—Totoca, ¿van a traer la pantera negra y las dos leonas?
—Claro que sí. Y el esclavo es el que va a tener que desmontar el
gallinero.
Me miró con cierto cariño y pena.
—Yo soy el que va a desmontar el jardín zoológico y armarlo de nuevo
aquí.
Quedé aliviado. Porque, si no, yo tendría que inventar algo nuevo para
jugar con mi hermanito más chico, Luis.
—Bien, ¿ves cómo soy tu amigo, Zezé? Ahora no te costaba nada con-
tarme cómo fue que conseguiste «aquello».,.
—Te juro, Totoca, que no sé. De veras que no sé.
—Estás mintiendo. Estudiaste con alguien.
—No estudié nada. Nadie me enseñó. Solo que sea el diablo, que según
Jandira es mi padrino, el que me haya enseñado mientras yo dormía.
Totoca estaba sorprendido. Al comienzo hasta me había dado
coscorrones para que le contara. Pero yo no podía contarle nada,
—Nadie aprende solo esas cosas.
Pero se quedaba «empacado» porque realmente nadie había sido visto
enseñándome nada. Era un misterio.
Fui recordando algo que había pasado la semana anterior. La familia
quedó atarantada. Todo había comenzado cuando yo me senté cerca de
tío Edmundo, en casa de Dindinha, mientras él leía el diario.
—Tiito.
— ¿Qué, mi hijo?
Él empujó los anteojos hacia la punta de la nariz, como hace toda la
gente vieja.
—¿Cuándo aprendiste a leer?
—Más o menos a los seis o siete años de edad.
—¿Y alguien puede leer a los cinco años?
—Poder, puede. Pero a nadie le gusta hacer eso porque el niño todavía
es muy pequeño.
—¿Cómo aprendiste a leer?
—Como todo el mundo, en la cartilla, Diciendo, «B» más «A»: «BA».
—¿Todo el mundo tiene que hacer así?