Construcción Historiografica Del Arte
Construcción Historiografica Del Arte
Construcción Historiografica Del Arte
LA OBRA DE ARTE
1. Introducción
La historia del arte está asentada sobre la base de la existencia de un objeto de estudio diferenciado (la obra de
arte), entendiendo que ésta necesita una disciplina específica por sus propias características particulares.
Panofsky creía que hay un límite entre los objetos prácticos y el arte. Esta división depende de la intención de
los artistas: “la obra de arte es un objeto artificial que pide ser experimentado desde el punto de vista de la
estética”. ¿Qué es una obra de arte? La pregunta no podía ser más pertinente. La historia del arte es una materia
de conocimiento asentada sobre el postulado de la existencia de un objeto de estudio distintivo, la obra de
arte, entendiendo que ésta necesita una disciplina específica por su propia existencia autónoma y particular. La
idea venía de antiguo.
Hegel ya pensaba que la historia del arte debía ser un campo separado de la historia general debido a que
muchos de los conocimientos que exigía la erudición artística eran muy especiales. A pesar de haber expuesto
versiones no coincidentes, probablemente la mayoría hubiera compartido la diferenciación del objeto artístico.
Esta teoría es compartida por la mayoría de los historiadores del arte y las variaciones determinan el tipo de
escritura historiográfica empleada:
- Si partimos del concepto renacentista e ilustrado del arte, podemos hablar de “historia del arte” en
términos tradicionales de la disciplina, asumiendo el modelo vasariano del progreso artístico y la autonomía
del campo de forma que el discurso queda como narración y recuento de los cambios estilísticos y culturales
experimentados por el arte como concepto universal.
- Si apostamos por una ontología dinámica para el arte, tendremos una historia del “arte” como
investigación y pregunta historiográfica sobre los objetos, prácticas y procesos definidos de significado
cambiante (Onians).
- Si creemos que no existe el arte como objeto diferenciado, no hay lugar para una historia particular del
mismo.
El Libro de Antonio Billi, del cual se han conservado dos versiones manuscritas (códices Petrei y Strozziano),
fue consultado por Vasari como una de sus fuentes principales de inspiración hasta el punto que, a veces,
incurrió en los mismos errores que él. No se sabe a ciencia cierta quién fue Billi, si el autor o el propietario del
libro; pero lo indudable era su conocimiento del arte florentino de su época, aunque no parece que fuera un
artista sino más bien un conocedor aficionado al arte y a la historia. Se ha afirmado que debió ser un abad
canónigo del Duomo de Florencia. Es posible que se escribiese entre los años 1481-1487, y 1530-1537, según
la datación aportada por diversos autores. Schlosser consideró a esta obra como un borrador de noticias
agrupadas, no elaboradas, y también el primer ejemplar de las compilaciones de escritorios que realizaron
literatos pertenecientes a una agrupación. Ha sido la fuente más citada por quienes le siguieron a pesar de la
brevedad de sus noticias biográficas, a veces simples apuntes, y de ser más fiable para el estudio del Quattrocento
que del Trecento.
Entre 1537 - 1542 se debió escribir el anónimo florentino denominado Códice Magliabechiano o Gaddiano
que Cari Frey publicase en 1892 con un extenso estudio. Tampoco se sabe nada de su autor a quien se supone
clérigo, por las sentencias con las que comienza cada parte, y conocedor de los artistas de su tiempo y hasta
posiblemente del propio Vasari. Se considera que se apropió por entero del contenido del Libro de Antonio Billi,
actualizándolo y ampliándolo considerablemente. Constituido por varias partes:
- Primera parte: realizó una concisa historia del arte de la Antigüedad basada principalmente en la obra de
Plinio que Landino había traducido y publicado a la lengua vulgar italiana en Venecia en 1476, después de
que saliera a la luz la editio princeps en latín de Spira, impresa también en esta ciudad.
- Segunda parte: se ocupa de los artistas florentinos del XIV y de los inicios del Quattrocento.
- Tercera parte: trata sobre los pintores y escultores sieneses, desde los Pisano hasta Verrocchio.
- Cuarta parte: viene a ser un borrador, una especie de cajón de sastre donde caben todo tipo de noticias
adicionales sobre los artistas de los siglos XIV y XV y hasta de algunos contemporáneos, como son los
casos de Leonardo y Miguel Ángel, dejando espacios vacíos en espera de nueva información para
rellenarlos.
- Concluye con descripciones sobre algunos edificios romanos y la cartuja de Florencia y curiosidades sobre
Perusa, Asís y Roma para los viajeros.
Se puede considerar a Gelli cual un personaje singular y modélico del Renacimiento en Florencia. Excelente
escritor y filósofo, dedicado preferentemente a la literatura creativa y erudita, escribió sobre los artistas
florentinos, a quienes destacará sobre los sieneses. Manuscrito I Memorabili: venti Vite d’artisti; algunos
historiadores como Schlosser, afirmaron que la redacción de esta obra es coetánea a las Vidas de Vasari y que
no salió a la luz debido a la impresión de éstas; otros opinan que es un libro deudor del pintor aretino. Gelli,
como humanista y miembro de la Academia fundada en 1540 por Mazzuoli, defendió la pintura de la
Antigüedad grecorromana para destacar el resurgimiento de la florentina tras de una época oscura. Todo ello
le proporcionó motivos suficientes tanto para criticar el arte bizantino como para censurar el estilo gótico. En
cierto modo, sus disertaciones proporcionan siempre la idea de parangón entre la pintura y la literatura. Todo
ello le permitió destacar al mismo tiempo a Dante y a Petrarca, y a Giotto y a su escuela como resucitadores
de una nueva edad dorada para la Literatura y las Artes que tuvo su auténtico apogeo en Toscana. Tal y como
Vasari también manifestara, culminaría este itinerario hacia la perfección en Miguel Ángel, tras de referirse de
forma itinerante a artistas tales como Uccello, Masaccio, Lippi, Castagno, Leonardo.
Otro ilustre y polifacético humanista, a quien algunos autores suelen considerar como un precedente de la
obra de Vasari y otros cual un escritor en paralelo cronológico con él, es Giovio de Como. Formado en la
Medicina en las universidades de Pavía y Padua, donde acabó sus estudios en 1511, gozó del favor de los papas
León X y Clemente VII. Ejerció las letras tanto escribiendo una historia de su tiempo en latín, la Historiae sui
temporis (1550 - 1552), como también biografías de personalidades coetáneas, los Elogia (1546) y las Vite (1569).
Hay que considerar a Giovio como un coleccionista destacado en su época, pues formó un museo de pinturas
y bustos de personajes antiguos y modernos en su casa de campo, ubicada en las proximidades de Como. Tal
galería motivaría sus escritos sobre biografías de hombres ilustres (De viris illustribus, antes de 1524) y el
catálogo iconográfico de la colección, realizado entre los años 1536 - 1543, y publicado como obra póstuma.
En De viris illustribus, Giovio proporcionó noticias sobre los artistas más destacados de su época, tanto de los
florentinos como de los venecianos, y estableció un parangón con el estado de la literatura. El Musei Jiovani
Imagines se ilustraba con xilografías. Tal colección, además de contener copias de obras perdidas en la
actualidad, poseía cuadros originales de Tiziano.
10. Las biografías de artistas en la historiografía del norte de Europa de los siglos XVI y XVII
Este género historiográfico sería también cultivado en el norte de Europa; pero el protagonismo, bastante
semejante al de los artistas italianos, lo asumieron en esas tierras los alemanes y los naturales de los llamados
Países Bajos, aunque aquéllos proyectasen casi siempre su larga sombra sobre éstos. Ello ya sucedió al poco
tiempo de comenzar el siglo XVI, al iniciarse sus primeras aportaciones más o menos a modo de esbozos y
algunos años antes de que Vasari publicase sus Vidas. Se establecería después de la impresión de esta obra un
debate cierto con respecto a las apreciaciones y juicios de valor del aretino, una especie de paralelo comparativo
entre tales artistas, principalmente los pintores. Tal libro constituiría un modelo de historiografía artística a
seguir.
Los referentes directos no fueron los pintores italianos renacentistas sino los griegos, como culminación de la
perfección en la pintura, recuperados del tratado de Plinio de forma más metafórica que real; es decir, lo fueron
los legendarios y desdibujados Zeuxis, Apeles y Parrasio. Y Durero, que se constituiría en el modelo de aquella
época en esas tierras, fue comparado al segundo de ellos por Rivius en su traducción del tratado de Vitruvio
al alemán de 1548. El jurista y diplomático von Scheurl, lo calificó, ni más ni menos, de ser el segundo Apeles,
a quien había logrado vencer con sus pinturas, en su obra De laudibus Germaniae. Aportó noticias sobre su
juventud. Frank lo destacó sobre todos ellos en su Chronica.
Todo había comenzado, al parecer, con Butzbach, prior del monasterio benedictino de María Laach, a quien
se suele considerar como el primer historiador alemán del arte, con el Libellus de praeclaris picturae professoribus o
De los pintores famosos del año 1505. Escribió sobre la pintura cristiana, teniendo como referencia el arte
de la Antigüedad. Pero siguió, aunque debió concebirse para su propio uso, con Neudórffer, un maestro de
caligrafía que era aficionado al arte. Pocos años antes que Vasari publicase sus Vidas, sacó a la luz sus Noticias
sobre artistas, en Núremberg en 1547. Esta obra se halla bajo la influencia del propio Durero, quien ya había
proporcionado noticias y juicios de valor sobre los pintores holandeses en su célebre Diario del viaje a los Países
Bajos en 1520-1521.
Cosa diferente ocurrió tras de la publicación de las dos ediciones iniciales del libro de Vasari. Se convirtió en
un modelo historiográfico, pero también fue objeto de las críticas de estos historiadores porque no había
valorado lo suficiente a los artistas del norte de Europa como Van Eyck, Cranach, Hans Holbein. Este es el
caso bien significativo de un personaje muy singular: del poeta, doctor en derecho por la Universidad de Basilea
y defensor del luteranismo Fischart. Se le debe, entre otras muchas obras además del Sombrerito de los jesuitas
(1580), la traducción del Elogio de los 28 Papas (1573), en cuya introducción alabó a los pintores del norte
de Europa. Si Durero venía a ser, en la opinión de este autor de sátiras morales, la culminación de arte pictórico,
Vasari, como historiador, se mostraba cual un enemigo historiográfico a debatir. Se trataba de demostrar que
la pintura europea del norte era tan importante como la italiana en aquella época; pero había sido muy superior
en Alemania antes del Quattrocento. Ello se debía a que no todo era copiar a la naturaleza con precisión, sino
que, además, era necesario el hecho mismo de saberlo hacer con el empleo de una imaginación ingeniosa y
personal. Specklin incidió en este sentido en su libro titulado Arquitectura de las fortalezas que se pueden
construir en nuestro tiempo (1589), pues los alemanes fueron mejores que los italianos en pintura, grabado
en cobre, fundición y ebanistería.
Sería el flamenco Van Mander, un pintor manierista además de maestro de Hals, quien estableció bases más
firmes en esta metodología biográfica en el norte de Europa en el libro titulado Schilderboeck o Libro de la
Pintura (1604), escrito en holandés. Debió conocer la obra literaria de Vasari durante su viaje a Roma entre
1574-1577. De formación humanística, tradujo Ilíada además de varias obras de Virgilio y la Metamorfosis de
Ovidio como fuente de inspiración para los artistas. En Haarlem se dedicó a inventariar las colecciones
artísticas del ayuntamiento y creó una especie de escuela de dibujo para tratar de perfeccionar técnicamente
este arte, al modo italiano, y motivar en el conocimiento y empleo de la mitología clásica. Después se le encargó
la restauración de algunas de las pinturas por él inventariadas, muchas de las cuales procedían de los bienes
desamortizados a la Iglesia católica por el gobierno de la ciudad tras la Reforma luterana. Su idea al escribir
esta obra, que se inicia con un poema didáctico, debió ser la de proporcionar un paralelo equilibrante entre los
artistas de la Antigüedad, para lo cual se inspiró en la obra de Plinio, los italianos, basándose en Vasari, y los
del norte de Europa. Biografió más de 250 pintores, muchos de ellos estrictos contemporáneos suyos y
concluyó el libro con su autobiografía. También proporcionó información sobre las colecciones, y sus
propietarios, en las que se hallaban muchas de las obras reseñadas por él.
La labor de Van Mander fue continuada por el flamenco Cornelis de Bie, hijo del pintor Bie. Poeta y notario,
escribió numerosas obras de teatro, aunque es principalmente conocido por el libro Het Gulden Gabinete (1662),
donde se ocupó de los pintores flamencos y alemanes del siglo XVI-XVII. Escrito en su mayoría en verso a
modo de panegírico, proporciona noticias biográficas sobre artistas de su época. Escribió una segunda
redacción de esta obra que no llegó a publicarse.
Von Sandrart fue considerado como uno de los primeros historiadores del arte en Alemania. Ello se debe a
su obra La Academia tudesca de arquitectura, escultura y pintura, en dos volúmenes en 1675 - 1679 que
se traduciría al latín en Nuremberg y Frankfurt. Se ilustró con numerosos retratos calcográficos. El mérito de
tal libro se halla tanto en haber sido capaz de continuar la obra de Van Mander, teniendo a Vasari siempre por
modelo a quien aprovecha fielmente en su introducción general, como también en proporcionar nueva
información a los lectores. Incluyó en ese libro las biografías de los pintores y noticias sobre las vidas de los
escultores y arquitectos, hasta entonces los artistas más ignorados en este tipo de publicaciones biográficas.
Tuvo la originalidad de proporcionar información sobre la pintura en Asia oriental. Sandrart fue capaz tanto
de aprovecharse adecuadamente de las fuentes bibliográficas existentes como de divulgar la gran cultura que
había adquirido durante sus muchos viajes por Inglaterra, Italia, Austria, Holanda, donde estuvo acompañando
a Rubens, y Alemania. En Roma, realizó numerosos retratos y ejerció de asesor artístico al mismo tiempo que
convivió con artistas tan importantes como fueron da Cortona, Bernini, Poussin, Lorena. Sandrart estableció
las bases para la formación de toda una museología en la tercera parte de este libro. Publicó en 1680 una obra
sobre la iconografía de los dioses antiguos, Deorum iconología (1718 - 1720) se debe a Houbraken, un artista y
pensador que viajó a Inglaterra entre 1713-1717, huyendo de ser perseguido por sus creencias deístas. Es una
obra que se considera fundamental para conocer la historia de la pintura flamenca y holandesa del siglo XVII
y porque revaloriza a Rembrandt, aunque también proporcione demasiadas anécdotas, escasamente apreciadas
por la historiografía que las ha calificado de ser poco fiables. Se ocupó de los pintores y algunas pintoras de la
época en Gran Teatro de pintores holandeses.
1. Introducción
Hay un tipo de publicaciones de Bellas Artes, que no se centra en lo que el hombre produce en sus obras
artísticas, sino que se ocupan del análisis de los espacios y lugares donde se originaron como también de los
diferentes géneros que se desarrollaron.
El protagonismo de este modo de hacer arte considerado como una verdadera obra de arte lo asume la ciudad
y en su interior, el edificio arquitectónico, pero con la descripción de obras figurativas artísticas, artesanales e
incluso industriales, aunque también proporciona noticias sobre sus creadores y promotores. Estos libros
constituyen auténticas piezas artísticas por su forma y sus ilustraciones y también por su carácter
historiográfico y literario. Muchas veces se trata de publicaciones que narran prodigiosas grandezas producidas
por el hombre para su servicio o para la divinidad a través de la religión. Verdaderos retablos de las maravillas,
donde todo es imaginado e imaginario.
En otras ocasiones intentan ser objetivas y verídicas y aportan información de las fuentes documentales,
recogen testimonios orales y escritos, vivencias, juicios de valor. Pero esta historiografía topográfica, basada
en los lugares donde se desarrolla el arte, no es unitaria ni en su método, ni en su finalidad, ya que se muestra
de distintas formas y categorías en los modelos:
-Historias de ciudades, reinos y Estado.
-Guías de las urbes para los visitantes.
-Narración de viajes por personalidades singulares.
-Informar sobre edificios emblemáticos, como se han transformado y por qué desaparecieron otros (imagen
literaria de cómo eran).
-Descripción de las entradas triunfales de reyes y papas y sus monumentos efímeros.
-Catálogos de museos, colecciones, museos, etc.
Constituyen, auténticas fuentes historiográficas, un modo de hacer historia y material de consulta para
historiadores con abundantes noticias y juicios de valor, donde lo verídico, convive con la religión, el mito, la
leyenda y la fábula.
Hay en estas publicaciones, un encuentro entre lo subjetivo y la objetividad, entre la ética y la estética, entre
arte, historia y literatura y hasta geografía de los espacios urbanos. Todas como modelos, se inspiran y se
copian unas de otras, tratan de mejorarse en su forma y contenido y se valoran e incluso se menosprecian.
Estos libros de viajes se convierten en auténticos libros artísticos y muestran otros modos de hacer arte a
través de sus ilustraciones, realizadas a base de grabados, xilografías, litografías y daguerrotipos.
4. Diderot: la belleza como percepción de las relaciones reales existentes en los objetos.
En crítica de arte de Diderot lo subjetivo, lo descriptivo y narrativo acababan por predominar sobre la
objetividad, un afán utópico con respecto a la realidad. El problema estaba en el hecho de hacer contemplar
por medio de las palabras escritas lo que resultaba imposible de ver y había que imaginar, así como establecer
un juicio de valor sobre algo que, si imagen era invisible a los ojos del lector, pero que había que hacerlo
evidente al pensamiento. Este proceso produjo un distanciamiento entre el crítico (describe literariamente) y
el artista (narra por medio de la pintura) y de forma paradójica fomentaba un reencuentro entre la literatura y
la pintura.
Se puede percibir un cierto grado de subjetivismo en los juicios críticos de Diderot a la hora de opinar sobre
los artistas franceses de su tiempo en sus mismos Salones. Sus filias y fobias parecen estar codificadas por su
concepto de ética de lo representado, por las relaciones de amistas o enemistad.
Es continuo su rechazo a las obras de Boucher, a quien consideraba un depravado, aunque reconociera la
capacidad de cautivación de sus cuadros. Sin embargo, defendió la pintura de Greuze por su capacidad moral
y de Chardin, a quien consideraba como un verdadero colorista. Estableció una dura crítica de la pintura de
rococó, promovió el auge del nuevo clasicismo y a David.
Hay que destacar el empleo que Diderot hizo de las paradojas, de las cultivadas contradicciones, que, además,
son el fruto de su evolución vital e ideológica. Las paradojas con un cierto grado de reflexión y de ironía, se
hallan presente en la producción literaria de Diderot en sus juicios de valor como crítico de arte. No es de
extrañar, que, pese a su negación de la obra de Boucher, subyaciera una cierta admiración por él.
Diderot era un admirador de la época, por considerarse como una edad dorada para la cultura de Luis XIV y
de su ministro Colbert, el creador de las Academias, con ellos aspiraba a hacer del arte un programa cultural y
político. Pensaba que, debía tener un papel fundamental en la formación de la conciencia social. Para lograrlo
era preciso que el arte fuera una referencia moral y superar su capacidad de producir placer. Había así una
cierta identificación entre ética y estética.
Diderot, como crítico de arte partió de unos principios estéticos que fue exponiendo en su Ensayo sobre la
pintura, en su Tratado de lo bello y en sus artículos para la Enciclopedia. Destacar que estos imperativos se fueron
formando y evolucionando al mismo tiempo que realizaba su actividad crítica. Es preciso destacar sus ideas
sobre la belleza, la única finalidad del arte, cuyo concepto se separó del de lo bueno, y del gusto.
Diderot defendió la belleza como la percepción de las relaciones reales, no intelectuales o ficticias, existentes
en los objetos y que se destacan de cada ser tras haber sido conocidas por el entendimiento después de su
aprehensión por los sentidos. También señaló su grado de indefinición absoluta, su simple aproximación y
trató de conciliar sus aspectos objetivos con los subjetivos. El hombre percibe la existencia de la belleza,
aunque conoce bastante poco sobre ella. Todas las ideas, y entre ellas el concepto de belleza, tienen una
procedencia sensorial y son el fruto de la experiencia. Asimismo, hay que destacar aquí los dos tipos de belleza
que Diderot distinguió:
- lo que es bello fuera de mí o bello real: existe en un objeto por las relaciones contenidas en él. Se percibe
al comparar entre sí las partes de un solo objeto y al establecer sus relaciones. Pertenece ámbito de la
naturaleza que para el filósofo y crítico de arte francés no conoce de las fealdades.
- lo bello en relación a mí o lo bello percibido o relativo: consiste en la auténtica belleza para el hombre. Se
percibe al comparar diversos objetos entre sí y establecer entre ellos distintas gradaciones de belleza.
1. Introducción
La búsqueda de la veracidad universal se convirtió en un paradigma básico en la institucionalización del relato
histórico en el marco académico. El lograr unos resultados comprobables, premisas fundamentales para la
ciencia, no ha sido fácil para la historiografía. La principal preocupación de la historiografía del arte ha sido
ser ciencia histórica.
4. El supermercado metodológico.
La historiografía es una construcción intelectual que ofrece resultados relacionados con los elementos y los
intereses que confluyen en su creación. El discurso historiográfico clásico parte idealmente de un esquema que
cruza la disposición de una pregunta de investigación con el uso de una perspectiva metodológica y el recurso
a unas fuentes de información concretas. En este formato, como en toda investigación académica, el elemento
fundamental de partida es la pregunta de investigación. Normalmente, el objetivo final del conocimiento
perseguido debería determinar las herramientas metodológicas y los materiales manejados. Simplificando
mucho las cosas, una historia de las formas arquitectónicas puede preguntarse, por ejemplo, por la evolución
de los tambores de las cúpulas, e indagar para ello en los materiales y técnicas constructivas utilizadas y en el
análisis comparativo de los lenguajes compositivo y ornamental. Siguiendo con el mismo ejemplo, una historia
social de la arquitectura podría interesarse por el significado ideológico y político de las cúpulas, y esto llevaría
a trabajar los usos de los edificios. Las dos preguntas sobre la evolución de las formas y el significado político
se dirigen a unos objetos comunes, pero su lanzamiento determina los recursos utilizados y el discurso final.
Es posible que ambos trabajos analicen un mismo documento coetáneo referido a la construcción de una de
las cúpulas estudiadas, pero probablemente cada uno encontrará elementos diversos en él, al estar buscando
respuestas para diferentes preguntas. El relato que finalmente se construya divergirá igualmente.
El juego entre estos tres elementos: pregunta, método y fuentes, está determinado en gran medida por la
existencia de tradiciones intelectuales que favorecen la multiplicidad de acercamientos posibles para cualquier
objeto de estudio. Un conocido texto de Gombrich analizaba con cierta ironía esta situación; la multiplicidad
de posibles acercamientos historiográficos que presenta su reflexión, describe una realidad hermenéutica que
forma parte ineludible de toda investigación y que actúa en la construcción de todo relato, sea éste científico
o no. La historia de la historiografía del arte ha consistido en parte en la evolución de los discursos provocada
por las variaciones habidas en las preguntas, los métodos y las fuentes.
Las diferencias entre las escuelas empirista y especulativa implican apreciar el discurso historiográfico como
producto de la intervención de distintas tradiciones intelectuales y de los cambios en el espectro de intereses
del historiador y la sociedad. Estas tradiciones han conformado métodos de investigación diferenciados entre
sí por atender áreas de interés particulares y utilizar para ello herramientas teóricas diversificadas. Hay que
entender que estos métodos historiográficos no se han planteado normalmente como opciones excluyentes.
La autonomía formal que proponía Wölfflin sería interpretada de forma incorrecta si no se considerara el
respaldo que le ofrecía el marco de la historia cultural de la escuela de Viena. Wölfflin no pretendía encarar la
totalidad de un problema. Reconocía él mismo: “se me considera el formalista entre los historiadores del arte.”.
Frente a esta idea de integración disciplinar sobre una base teórica fundamentada en una ontología previa de
la obra de arte, la concreción metodológica ha llevado a considerar la disciplina como un abanico de métodos
cerrados y listos para su uso. Como denunciara Preziosi, esto ha convertido a la historia del arte en una especie
de grandes almacenes de opciones metodológicas, donde el historiador puede seleccionar, mezclar o hacer
encajar los productos que desee de acuerdo con sus necesidades, o más frecuentemente, con sus inclinaciones
personales.
Esta metáfora del supermercado procede de una consideración del desarrollo de la historiografía como una
progresión de estratos independientes entre sí, que además se han sucedido en el tiempo invalidando o
ignorando a los anteriores. Tal imagen resulta alentada por la estructura habitual de nuestra mirada sobre la
disciplina, que tradicionalmente ha encerrado a los historiadores, las corrientes ideológicas y sus métodos de
aplicación en compartimentos estancos. Aunque el pensamiento historiográfico ha analizado la disciplina
desde otras perspectivas en múltiples ocasiones, las necesidades clasificatorias de la didáctica han promovido
el mantenimiento de esta estructura taxonómica en los clásicos de la historia de la historiografía y en los
repertorios antológicos. Estos textos ofrecen una imagen del devenir metodológico de la disciplina basada en
la sucesión de escuelas:
Kultermann:
- Parte de la prehistoria de la historiografía del arte entre Vasari y Winckelmann. Se detiene en la historia
de los artistas, la academia y la Ilustración.
- Sigue por la formulación de la Historiografía Científica en el siglo XIX, con la historia del arte del
Romanticismo, la escuela alemana universitaria, el positivismo francés y la codificación del Atribucionismo.
- En el paso al siglo XX: Escuela de Viena, Formalismo, Iconología, y finalmente la variedad de la
historiografía del segundo tercio de ese siglo.
En otro ejemplo más reciente, desde una perspectiva menos historicista y radicalmente anglosajona es
Schneider: La lista cambia si cambia el punto de vista. Para Adams las metodologías de la historia del arte son:
- Formalismo y estilo.
- Iconografía, los acercamientos contextuales del Marxismo y el Feminismo.
- La Biografía y la Autobiografía, la Semiótica, en sus variantes de Estructuralismo, Postestructuralismo y
Deconstrucción.
- El Psicoanálisis de Freud, Winnicott y Lacan; y la mezcla de Estética y Psicoanálisis en Fry y Barthes.
Esta percepción del método como una moda que tan pronto se impone como desaparece está igualmente
relacionada con la propia historia interna de la disciplina y sus practicantes. La experiencia de la segunda mitad
del siglo XX apunta en este sentido. La expansión del marxismo, la iconología, el estructuralismo, y su
contraste con la historiografía tradicional filológica y atribucionista, creó colectivos de historiadores que se
encuadraban en escuelas cerradas y muchas veces enfrentadas entre sí.
La difusión motivó además el surgimiento de grupos de seguidores y epígonos que practicaron en ocasiones
una versión dogmática y empobrecida, lo que condujo a un cierto agotamiento y a la formulación de
alternativas y propuestas antitéticas. Los métodos podían convertirse además en lenguajes cerrados,
caracterizados por el uso de una terminología específica que convertía sus resultados poco menos que en
arcanos sólo aptos para iniciados.
Esta noción de la sucesión organizada de métodos estancos es uno de los pilares de la metáfora del
supermercado a la que nos referíamos antes, y fundamenta su entendimiento erróneo de la teoría y el método
en la historiografía del arte como fórmulas magistrales listas para la combinación y el uso libre. Lejos de ser
componentes intercambiables, los distintos métodos históricos no deben ser utilizados sin considerar el
aparato teórico que los sostiene. La validez de un método científico depende de su capacidad crítica y de la
coherencia que muestre entre sus fines y los medios utilizados, es decir entre la pregunta de investigación que
disponga y los recursos que maneje para ello. En la historia del arte, hay que considerar además la relación del
método con el concepto de obra de arte y con la epistemología histórica en la que ésta se inserte. Esto invalida
el eclecticismo como solución historiográfica que pretende combinar libremente métodos sumando los
distintos acercamientos teóricos para ofrecer una imagen global de la obra de arte en todos sus aspectos. Si el
eclecticismo pretende de alguna manera sustituir los vaivenes del pensamiento por la falta de debate, no puede
ser coherente ni crítico. Tal integración sólo sería viable desde una reflexión teórica previa que no puede
limitarse a la voluntad de sumar facetas, como sugiere el supermercado metodológico. El eclecticismo no es
posible si la historiografía debe partir de una inquisición previa sobre su objeto de estudio. Si uno parte de una
noción de fenómeno artístico centrada en la existencia física de la obra de arte, y por tanto en la historia del
objeto artístico, o si por el contrario entiende que el elemento fundamental es la experiencia artística y por
tanto puede pretenderse incluso una historiografía del arte sin obras de arte.
1. Introducción.
La idea de que el arte es una materia visual, que debe ser analizado a través de sus formas, es uno de los
conceptos que han alimentado la escritura sobre arte. Esta noción surgió como reacción contra la visión
literaria del idealismo romántico del siglo XIX y el historicismo positivista.
Sobre esa concepción, el formalismo, se ha pretendido conferir autonomía al sistema artístico estableciendo
las formas como un campo propio e independiente que otorga legitimidad a la práctica artística, a la crítica y a
la historiografía del arte. La forma, ha sido postulada como materia básica de la experiencia artística entendida
como disfrute estético, dando alas a una escritura lírica sobre arte: “el propósito de la teoría y de la historia del
arte debiera ser revelar las fases sucesivas de lo que se ofreció al pueblo en determinadas épocas para gozar y
apreciar, y cómo este gozo y apreciación aumentaron y menguaron a través del tiempo; revelar también si
todavía gozamos y apreciamos las mismas obras y si lo hacemos por las mismas razones”.
El formalismo, a través de las formas, el proceso creativo y constructivo de la obra de arte maneja ingredientes
culturales e ideológicos, que operan además en la historia. Por ello las formas, más que constituir la obra de
arte son el medio a través del cual se expresa y se percibe en un contexto determinado. “En este capítulo
vamos a centrarnos de forma específica en la forma como discurso artístico ligado el canon de las bellas artes
y su reflejo en el relato historiográfico clásico”.
El formalismo no quería exclusividad metodológica. Según Focillon, para poder captar completamente una
obra, la metodología empleada debía ser iconográfica, filosófica y formalista. Decía que la obra de arte es la
configuración del espacio (forma) y esto es lo que primero hay que estudiar. Otros historiadores no compartían
este punto de vista: Venturi y Longhi postularon un formalismo abierto y en relación con el pensamiento
alemán, Berenson y la estética de Croce. El método de trabajo del formalismo historiográfico de escuela
alemana, se cimentaba sobre el examen estructural y comparativo de las formas de la obra de arte. Wöllflin, su
teoría sobre la evolución del estilo se sostenía en la definición de pares contrapuestos que servían para delimitar
las diferencias entre el Renacimiento y el Barroco:
- Linealidad y pictoricismo.
- Superficialidad y profundidad.
- Formas cerradas y abiertas.
- Multiplicidad y unidad y finalmente.
- Claridad absoluta y claridad de los objetos.
La exposición de estas oposiciones de conceptos por pares se veía avalada por el uso que hacía del doble
proyector de diapositivas que otorgaba un soporte visual muy potente a sus afirmaciones. Estos polos o
“categorías de la visión” han sido herramientas de análisis visual muy seguidas en el entorno del análisis
semiótico de la imagen. A pesar de su simplificación, suponen un esfuerzo analítico muy importante. Ejemplo
de este modelo de investigación entre las formas cerradas y abiertas en la pintura: Wöllflin ofrece varios análisis
comparativos y exámenes de la estructura de obras particulares como el Bautismo de Cristo de Partinir, se da
importancia a la construcción de los paisajes con verticales y horizontales, que evidencia su relación con la
obra arquitectónica. Los paisajes posteriores ya no producen nunca esta impresión. Y el análisis no entra en
juicios relacionados con lo clásico de la estética filosófica de la belleza y las definiciones valorativas. Era
evidente, que no se ha tocado la calidad artística de la producción. Las conclusiones que extrae tienen que ver
con la diferenciación de escuelas o con la evolución temporal. El análisis se centra fundamentalmente en la
estructura de la composición formal, sin juzgar el interés clásico de la estética filosófica por la belleza. Para
Wölfflin era evidente que la calidad artística de la obra no ha sufrido variaciones con esto.
Un aspecto interesante del modelo formalista es su capacidad para extender el análisis a géneros no canónicos.
Los estudios sobre el arte industrial de Riegl han sido un modelo para multitud de trabajos posteriores
pretendiendo romper las limitaciones del canon tradicional de las bellas artes, otorgaba el mismo tratamiento
a la escultura que al arte industrial.
Este análisis estructural está relacionado con la cronología de las obras. Según Focillon, la obra es actual e
inactual. Wölfflin reconoce la relatividad temporal de las estructuras formales; decía que “la misma forma no
significa lo mismo en todas las épocas”.
Gran parte de los autores formalistas han entendido que la estructura formal de la imagen trasciende de su
propia historicidad y por ello crean modelos de análisis que no están necesariamente ordenados
cronológicamente o se ignora la relación entre el horizonte cultural y modelos perceptivos. Hoy la forma e
manifiesta como un elemento sujeto a la historicidad determinada por la producción y recepción, la
interpretación de la forma depende un doble proceso de formación en la que intervienen el artista y el público
juntos.
Otro aspecto fundamental son los mecanismos de percepción visual. Wölfflin ya considero la psicología de la
percepción y se interesó por la interacción empática entre imagen y espectador. El cuerpo teórico sobre la
percepción sensorial planteada por la escuela psicológica alemana de final del siglo XIX, terminó por dar lugar
a la “teoría de la Gestalt” (la teoría de la forma, de la estructura o de la configuración) se ocupa de la percepción
de la forma como un proceso dinámico por el que el receptor toma parte en la captación de la estructura visual
de la imagen. Los principios de la teoría se relacionan con la comprensión visual de las estructuras formales
de Wölfflin; la ciencia histórica del arte debía entenderse como una “historia psicológica del desarrollo”. Estas
teorías han tenido influencia en varios modelos de análisis de la forma desde el acercamiento ahistórico de
Arnheim: quiere definir los recursos del lenguaje artístico para componer y el espectador para percibir la obra;
hasta la propuesta de reconstrucción contextual desarrollada por Panofsky, y la “psicología de la evolución de
las formas”, de Gombrich: La historia del arte es una historia de la ilusión en la representación.
Panofsky, piensa que el cambio fundamental se encuentra en el reconocimiento del protagonismo del
espectador en la coproducción de la forma, esto implica la inclusión de la historicidad y psicología en los
análisis (parte de la semiótica visual de Bryson por la psicología).
Finalmente resaltar, el peso que ha tenido el formalismo en la crítica de arte, a lo largo del siglo XX, la crítica
se hizo fundamentalmente estética con los arquetipos de Fry, Bell y Greenberg. La vocación formalista de la
historiografía coincidió con la apuesta formalista de los artistas de las vanguardias y la crítica abrazó esta
noción, identificando modernidad y autonomía formal.
Las ideas de Morelli y Berenson compusieron parte del pensamiento artístico de Fry y su acercamiento
formalista al arte contemporáneo. El interés de Berenson en la importancia de la construcción formal pictórica
del Renacimiento como superación de la imitación de los objetos representados influyo en la idea de Fry del
arte como juego formal, alejado de la reproducción de la realidad visible. Se centró en el análisis de las vías
formales que había usado el artista para la expresión emocional.
Es significativo que la vocación formalista de la historiografía del siglo XX coincidiese con las vanguardias y
la crítica abrazase la noción de modernidad y autonomía formal. Tras un arranque critico marcado por el
marxismo, el formalismo de Greenberg, partía de una reclamación de Kant, que enfatizaba la autonomía del
campo artístico y la visualidad de las obras, se identificó con la exposición de la libertad de juicio que hacía el
filósofo y trató de ligar su defensa de la autonomía, la pureza desinteresada de las artes, el formalismo y el
elitismo del arte elevado con la estética de Kant.
Su propuesta para los artistas promovía una renuncia a la figuratividad y los contenidos mediante la promoción
de una abstracción formal que debía “evitar la dependencia de cualquier tipo de experiencia que no venga dado
por la naturaleza esencial de su medio, las artes han de conseguir la concreción en función de sus yos separados,
una supuesta independencia artística respecto del medio social y político”. Su modelo crítico se fundamenta
en el análisis formal, siguiendo a otros críticos, como Barr. Su modelo crítico se fundamentaba conectando
con la estela de otros críticos norteamericanos y se convirtió en un tema de debate para la nueva teoría que
partía de las implicaciones políticas y sociales de la estética. La teoría de Greenberg fue reconocida por la nueva
crítica.
4. Estilo.
Hacer una historia del arte como una historia de estilos ha sido una de las mayores consecuencias de la
aplicación historiográfica del formalismo. El estilo es una cuestión recurrente en la historia del arte de Vasari,
utilizado como característica artística de los pintores y escuelas y como eje de la periodización de las formas.
Bajo el nombre de maniera, la teoría del arte del siglo XVI utilizaba varias acepciones, relacionadas entre sí
con un carácter formal. Vasari recogía las características de la forma de trabajar de los grandes maestros como
Leonardo, Miguel Ángel y Rafael, con un lenguaje artístico personal que les diferenciaba del resto
convirtiéndoles en objeto de imitación.
En cualquier caso, la maniera es un concepto eminentemente formal, aunque afecte a aspectos como la
expresión. Durante la Edad Moderna, maniera, fue de uso habitual en la literatura artística y estilo se reserva
para la crítica literaria. A lo largo del siglo XVIII los conceptos fueron intercambiándose de forma progresiva
y finalmente estilo quedó como el término natural para el juicio crítico, adquiriendo gran parte del significado
previo de maniera.
De forma muy interesante, la literatura francesa ligada a la Academia y después a la Ilustración combina su
atención a la maniere como descriptiva del estilo de un artista o época con la introducción del concepto del
gusto (gôut) que recogía otras implicaciones culturales y estaba abierto a la recepción de las obras por su
público.
A finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX la teoría del estilo se convirtió en un asunto capital para la
historia del arte, empeñada en conseguir a través de él una ordenación cronológica y espacial del arte que
produjese los sistemas de las ciencias naturales. Esta historia de los estilos enfatizaría el carácter autónomo del
arte estableciendo un sistema de medida cuyos juicios de valor estarían basados en criterios internos.
La teoría del estilo no es un tema principal en los debates actuales sobre metodología historiográfica y de
análisis de la imagen artística. Está ausente en los estudios visuales, sin embargo, ha marcado gran parte de la
historia de la disciplina de la historia del arte, sigue utilizándose por la historiografía y define el entendimiento
común sobre el arte.
Estilo es un vocablo polisémico, abierto a gran variedad de usos, de aquí la dificultad para definirlo de forma
exacta y unitaria. Focillon, en su texto La vida de las formas, señala, este término tiene dos sentidos muy diferentes
y opuestos:
- El estilo es un absoluto: Designa una cualidad superior de la obra. Es ejemplo y permanencia.
- Un estilo es una variante. Es un desarrollo de formas, cuya armonía se busca y se deshace.
Meyer Shapiro, ofrecía al concepto y uso del estilo como la forma constante (a veces, elementos, cualidades y
expresión) que se da en el arte de un individuo o grupo. Señala la existencia de varios modos de percepción
de estilo:
- Lectura arqueológica del estilo. Estilo es una característica sintomática de la obra, es decir, una cualidad
que ayuda a datarla y situarla.
- Percepción histórico artística del estilo, donde aparece como un objeto esencial de investigación.
- La historia del arte usa el estilo como una herramienta arqueológica de identificación de las obras a partir
de criterios formales. Insiste en el estilo como medio para relacionar las escuelas de arte.
- Critica y artistas entienden el estilo como termino de juicio aplicado a la valoración de un artista.
La historia del arte también utilizaría el estilo como identificación de obras a partir de criterios formales
haciendo hincapié en el estilo “como medio para relacionar las diversas escuelas de arte”. Finalmente, crítica
y artistas entendería el estilo como un término de juicio aplicado a los valores de un artista, podría decirse de
un pintor que “tiene estilo como una forma de calificar sus cualidades”.
Esta generalización conceptual es la base del sistema. El estilo que ofrece Wöllflin en sus Conceptos fundamentales
del arte resulta clarificadora entre lo individual y lo colectivo piensa que “la posibilidad de distinguir entre sí a
los maestros, de reconocer sus manos, se basa que se reconoce la existencia de ciertas maneras típicas en el
modo individual de expresar la forma”. Añade, “no por ello se descompone la trayectoria dela evolución
artística en meros puntos aislados: los individuos se ordenan pro grupos. Boticelli y Lorenzo Di Credi,
diferentes entre sí, son semejantes como florentinos frente a cualquier veneciano. Esto quiere decir que junto
con el estilo personal aparece el de la escuela, país o raza”. Wöllflin centraba la noción general de estilo en
escuelas nacionales, gran parte de sus investigaciones se dedicaron a la definición de los estilos de la época
como el Renacimiento o el Barroco. Su noción de estilo se encontraba en una intersección entre el espacio y
el tiempo, pero siempre partía de la capacidad de categorías generales a partir de la abstracción colectiva de
elementos definitorios.
La aplicación del concepto de estilo definido por él, supone el estudio concreto de las obras de arte a la luz de
las nociones generales que hemos construido desde el análisis de un grupo. Esta noción tuvo la virtud de
recuperar la historicidad de la forma, un elemento cambiante en el tiempo y el espacio, que debía ser analizado
desde unos presupuestos historiográficos.
Riegl, desarrolló un concepto de estilo basado en la voluntad artística por el que la naturaleza de las formas y
los cambios de estilo dependen de la voluntad formal que se expresa en ellos. Este concepto de forma no
implicaba al objeto representado sino a la manera en que éste había sido representado como una determinada
forma de entender el mundo, los distintos tipos estilísticos respondían a distintas voluntades artísticas
dependían de diferentes ideales perceptivos.
Riegl, plantea la continuidad de las formas a través de diversos contextos que se explican como consecuencia
de la voluntad artística: “la historia del arte lucha contra la materia. No es primordial la herramienta o la técnica,
sino el pensamiento creador que quiere ensanchar su área y elevar su capacidad cultural”.
En su estudio sobre el arte industrial tardorromano desarrollo y modificó los principios anteriores,
estableciendo que este modelo artístico no debía ser entendido como una fase decadente del arte clásico sino
como un estilo con entidad propia, producto de una voluntad artística determinada que debía ser evaluado
desde sus propios principios.
Para él, este arte industrial tardorromano se mostraba como un paso necesario desde las formas clásicas hasta
el modelo contemporáneo de representación. Esta recuperación de géneros, espacios y momentos artísticos
ajenos al canon clásico de las bellas artes han sido una de las contribuciones de Riegl más valoradas por la
crítica actual desde Benjamin en adelante.
Si en un principio el concepto tenía que ver con la transformación de los motivos ornamentales puramente
artísticas y autónomas, fue ligando el estilo a cambios de actitud y relacionándolo con elementos psicológicos
y culturales. Esta noción de estilo será construida sobre la interpretación analítica de las formas y su estructura.
¿Qué es, pues, lo que constituye un estilo? Según Focillon, los elementos que constituyen un estilo son los
elementos formales, que componen su repertorio, su vocabulario y su instrumento. Focillon preconizaba un
entendimiento de la obra que integrase los análisis formales con herramientas de otros ámbitos metodológicos.
En el tercio central del siglo XX la teoría del estilo ensanchó sus límites ampliando el concepto más allá de las
formas. Panofsky, estudió del estilo, desde una perspectiva que combinaba su interés por las preocupaciones
formales de Wöllflin y Riegl con su progresiva atención a la iconología, dentro de su carrera posterior. Su
ensayo ¿Qué es el Barroco?, es una revisión del esquema de Wölflin de oposición entre el Renacimiento y Barroco,
reclamando una evolución estilística y combinando el análisis formal básico con comentarios sobre la
caracterización cultural de periodo. Más tarde dedicó un estudio a la arquitectura del gótico francés que
explicaba desde su relación con la escolástica de la época. Ensayos que suponía una reformulación del estilo a
partir de la integración en formas e ideas.
La definición del estilo que ofrecía Shapiro, integraba elementos no formales. El estilo era un sistema de formas
con una cualidad y expresión significativas por medio del cual se hace visible la personalidad del artista y el
punto de vista general de un grupo. Vehículo de expresión de un grupo, con el que se comunican y establecen
valores de la vida religiosa, social y moral, sugiriendo las formas de un modo emotivo. Desde un punto de
vista marxista, la teoría del estilo ganaría viabilidad con la integración en el análisis de elementos psicológicos,
históricos y culturales.
En un principio el estilo como herramienta de análisis historiográfico permitiría realizar agrupaciones de
hechos artísticos bajo denominadores comunes y estudiar su evolución en el tiempo y en el espacio.
Herramienta mejorable si se añaden factores extra-estéticos como se ha sugerido hacia una teoría del gusto,
que incluya de forma comprensiva al público como definido de los horizontes culturales colectivos de
producción y recepción de la obra de arte. La experiencia de la práctica historiográfica enseña que el concepto
de estilo puede crear problemas-. El estilo es útil como método de clasificación docente, puede tener su sentido
en el marco académico, el contacto directo con la obra de arte enseña que no siempre se muestra efectivo.
En primer lugar, el origen de los estilos en la abstracción de elementos comunes dentro de un grupo genera
problemas epistemológicos. Parte de una selección de obras o artistas deja fuera a los casos particulares y
dentro de cada obra o artista ignora los elementos que no casan con la definición ideal. Este sistema parte de
una selección de obras que deja fuera casos particulares.
Croce, detractor de la clasificación estilística. Señala que los estilos suelen identificarse a partir de obras
arquetípicas, que no siempre tienen porque identificarse con la generalidad. Tampoco olvidar que los grandes
estilos, como el gótico, el renacimiento o el barroco, son definidos como modelos regionales y la extensión a
otros espacios de sus parámetros formales, significativos y cronológicos crea abundantes equívocos. La
asimilación entre estilo y cultura muestra su debilidad. Los modelos cíclicos y evolutivos de los estilos entre
etapas arcaicas, clásicas y barrocas se repiten de forma sucesiva son una tipología de la clasificación del arte
occidental. Los estilos no tienen límites que cierren su ciclo vital en el espacio y en el tiempo. Nunca es posible
determinar dónde termina el renacimiento o comienza el barroco sugería Wöllflin. Nuestro propósito tiende
a comparar.
Los estilos son construcciones historiográficas que vuelcan sobre el pasado preocupaciones del presente,
pasando por encima las percepciones de los coetáneos. La historiografía marxista hizo una crítica de los estilos
y la interpretación formalista del arte, entendiendo que esta autonomía formal del campo artístico responde a
un modelo ideológico burgués que aleja la obra mediante conceptos estéticos contemporáneos que ignoran el
contexto social original y disfrazan los usos y funciones originales de esas imágenes.
La revisión de la teoría del estilo que hizo Gombrich destaca el carácter construido de los estilos, a partir de la
relación fundamental entre las categorías estilísticas basadas en la forma y la voluntad critica de normativizar
la estética artística. Destacaba la relación entre la clasificación estilística de la maniera vasariana, su oposición
al gótico y su crítica sobre el trabajo de sus contemporáneos y predecesores. Según Gombrich, la tolerancia
hacia estilos dispares era producto de la creencia de la historiografía del siglo XIX en que la historia podía
considerar la sin prejuicios sucesión de estilos; esta intención no es real.
La terminología de los estilos se había construido sobre un principio de exclusión determinado por la norma.
Su análisis muestra que el trabajo de Wölfflin sobre el arte clásico y las relaciones entre Renacimiento y Barroco
está influido por su predisposición favorable hacia el modelo clásico de la terza maniera de Vasari. Tanto las
polaridades criticas como la comparación contrastante se basnas en una referencia fija, el modelo clásico,
configurado en la norma a partir de la cual se define el elemento opuesto.
El hecho de que muchas características alemanas pudieran ser comunes a otros modelos nacionales se explica
como una consecuencia de definir el estilo a partir de la comparación contrastante con una referencia fija:
Italia. Wölfflin quería ser neutral ante los estilos, pero no lo consigue. Para Gombrich, esa neutralidad es
difícilmente conseguible en cualquier tipo de estilo, definido desde la oposición y la alteridad.
1. Introducción.
La preocupación por el contenido de la obra de arte ha sido una constante del pensamiento artístico desde sus
inicios en el mundo clásico. La formalización universitaria de la historia del arte en el siglo XIX estableció una
de las líneas básicas de actuación en la reconstrucción del significado de las obras de arte. Frente a la historia
del arte realizada por los artistas y los académicos, que se interesaban principalmente por cuestiones estéticas
y de estilo, la nueva disciplina que se comenzó a configurar en las universidades alemanas atendían también al
tema de las obras y se extendían más allá del canon académico de las bellas artes incluyendo otro tipo de
objetos en su radio de acción. Este implicaba la puesta en relación de la obra de arte con otros medios de
expresión humanísticos, como la literatura, la filosofía o la teología, así como su consideración como soporte
simbólico capaz de transmitir contenidos estructurados en distintos niveles de interpretación.
1. Introducción.
El establecimiento de una relación entre el hecho artístico y el entorno social y político en que éste se produce
y recibe no es un axioma necesario para toda la historiografía del arte. El concepto clásico de arte, en el que la
obra era el resultado de la materialización de un genio creador, rehuía toda pretensión de contextualización
social del artista, a la vez que ignoraba cualquier consideración de los receptores, que no pasaban de ser
espectadores pasivos. Según esto, el arte era esencialmente autónomo, y por ello no podía depender más que
del individuo y de su fuerza para trascender el entorno social e histórico. Esto ha sido muy cuestionado. El
hecho artístico:
- Puede darse en el individuo, pero no hay que olvidar que el individuo se da a su vez en la sociedad. Aun
siendo actos personales, la creación y la recepción de la obra de arte tienen lugar en ella.
- Tiene implicaciones ideológicas, culturales y económicas que han de ser explicadas en clave social y desde
su intervención en los procesos de formación y conformación de la obra.
La sociedad y la ideología adquieren un papel muy relevante a la hora de considerar la recepción de las formas
visuales. Los procesos de difusión de las formas dependen de conceptos sociales e ideológicos como el gusto.
La historiografía ha tratado de encontrar en la sociedad un punto de apoyo y un elemento de control en la
interpretación hermenéutica del fenómeno artístico: una vía de información y contraste en manos del
historiador, al que sirve para reconstruir la obra de arte a partir de la definición de las experiencias individuales
que le dan forma.
El análisis histórico de la obra de arte no debe reparar sólo en que ésta tiene un contexto social; también ha
de entender que la misma obra forma parte de la sociedad. El fenómeno artístico es ideológico, cultural,
económico y político, al tiempo que estético, y por ello interviene en la sociedad en la que se inscribe. En la
experiencia artística hay que analizar las expectativas que la sociedad tiene ante el arte y las transformaciones
que el arte produce en la sociedad. La historiografía puede ser un elemento político del arte.
1. Introducción
La posmodernidad ha sido entendida como el proyecto intelectual moderno derivado de la Ilustración, en
torno a la razón universal y el progreso como ejes del desarrollo humano. La variedad de concreciones
históricas del proyecto ilustrado motiva oposiciones posmodernas amplias y heterogéneas: bajo ese enunciado
se cobija una defensa del fin del arte como manifiesto progresista, un alegato conservador sobre el fin de la
historia. El posmodernismo puede ser un modelo cultural relacionado con las transformaciones económicas y
sociales del capitalismo o un modelo de pensamiento autorreflexivo característico de la contemporaneidad.
Por otro lado, con Jurgen Habermas, el proyecto ilustrado aún tiene recorrido. Pero para otros la
posmodernidad sólo ha sido un experimento radical de izquierdas y hay quien defiende que era una estrategia
conservadora con un disfraz progresista.
La historia del arte ha sido uno de los elementos constitutivos del proyecto cultural moderno. La conformación
de la historia del arte como disciplina del saber se integraría en el proceso global de construcción del
conocimiento científico de la razón ilustrada. En este contexto, la revisión del conocimiento realizada en los
últimos cuarenta años ha afectado a la epistemología de la historia del arte.
La posmodernidad ha cuestionado su estatuto como disciplina en el análisis de la imagen, poniendo en duda
su discurso y generando otros. De la unidad de relato de la historia del arte, se ha pasado a la variedad de
diversas historias del arte, que se agrupan y se separan en torno a unos proyectos ideológicos y teóricos muy
diversos.