Trastorno Límite de La Personalidad
Trastorno Límite de La Personalidad
Trastorno Límite de La Personalidad
Estas personas suelen tener una auto-imagen variable que generalmente se basa en cómo
son percibidos por los demás (ante una crítica se pueden sentir “malos”, “ineptos”, “no
válidos” y ante un piropo se pueden sentir “una buena persona”, “alguien estupendo”,
etc.). Esta variabilidad en la auto-imagen o forma de percibirse, conlleva cambios de
humor y pensamientos contradictorios acerca de uno mismo y de los demás. De esta
forma, en el curso de una entrevista y en función del tema que estemos tratando (o de la
persona con la que tenga relación ese tema) el paciente se puede mostrar bien, muy
alegre o contento o bien muy disgustado, decepcionado o asqueado consigo mismo y/o
el terapeuta u otras personas. Esto está muy relacionado con el pensamiento dicotómico
o pensamiento del "todo o nada" que presentan los pacientes con este diagnóstico.
Además de lo anterior, estás personas suelen tener una inseguridad tremenda y una gran
dificultad para percibir en ellos cualidades positivas y en ocasiones, ante comentarios
agradables acerca de ellos o de algo que han hecho bien, sienten que están siendo
halagados pero que en el fondo no es cierto, “lo dices para que me sienta mejor pero en
el fondo sabes que soy mediocre y que no valgo para nada”.
Algunas personas llevan este tipo de conflicto a sus relaciones, confundiendo a los
demás y, finalmente, apartándolas de sus vidas. Algunas de las personas con TLP tienen
una necesidad desmedida de apoyo, compañía y cariño y esperan que los demás sepan
lo que necesitan en todo momento (incluso sin decirlo).
Por lo general, suelen ser muy perceptivos y captar las necesidades y puntos débiles de
los demás. Sin embargo, en ocasiones tienen dificultad para observar estas necesidades,
en especial, cuando se trata de sus seres más cercanos. Esto hace que, para sentir apoyo
o protegerse emocionalmente auto-convenciéndose de que no lo necesitan, utilicen
métodos indirectos como (idealizar a una persona o devaluarla respectivamente, por
ejemplo) o por el contrario muy directos y llamativos (amenazas de suicidio, cortes,
etc.). Esto crea gran confusión en los familiares y allegados que suelen percibir estas
conductas como manipuladoras.
En los casos en los que las conductas son indirectas, es probable que se deba a que la
persona con TLP no admite de forma consciente su necesidad por los demás e
irónicamente, incluso los aparta en los momentos que más los necesita. Este tira y afloja
suele terminar en relaciones de muy corta duración con comienzos y finales intensos.
Muchas personas con TLP son altamente funcionales y poseen múltiples habilidades
que no son capaces de utilizar con éxito. Es decir, tienen capacidad para lograr lo que se
proponen pero su inestabilidad e inseguridad no les permite aprovechar su potencial y
acaban practicando “el autosabotaje”. En gran parte esto se debe a su dificultad para
autoobservarse y poder ver estas cualidades en ellos mismos.
Las personas con este trastorno suelen actuar de formas muy diferentes. Es muy
conocida su tendencia a oscilar entre los extremos. Lo mismo ocurre con la confianza;
en momentos de estrés pueden desconfiar hasta límites inimaginables, llegando a rozar
la paranoia y en momentos en los que se encuentran bien, pueden ser extremadamente
ingenuos y confiar por completo en la primera persona que se cruza en su camino. No es
raro que un paciente se lleve a un desconocido a su casa o a alguien que le dice estar
pasando un mal momento y no tener adónde ir o que le facilite su dirección y llaves de
casa para que se vayan a descansar un rato.
Esto en parte, tiene relación con su necesidad de mantener relaciones íntimas o tener
amigos en los que confiar y a los que poder contar sus problemas, o simplemente dar la
oportunidad que ellos no han tenido en algún momento de su vida en el que se han
sentido abandonados.
Es muy frecuente que estas personas acudan a consulta después de un nuevo desengaño
o una estafa sintiéndose fatal por ser tan "idiotas" y “pensar que los demás pueden ser
como yo".
<< Siempre hago lo mismo. Siempre pienso que los demás son como yo. Me desvivo
por los demás, soy capaz de hacer cualquier cosa. He llegado a hacer cosas
desagradables para complacer a los demás. Cuando conozco a una persona que parece
estar sufriendo no puedo evitar intentar acabar con su sufrimiento. Me he llevado a
vagabundos para casa a personas que decían no tener papeles y la mayoría de las veces
el resultado ha sido pésimo, me han robado, maltratado e insultado. Lo más grave de
todo es que sé que lo volveré a hacer. Si encuentro a alguien que sufre y no le ayudo y
después resulta ser verdad y nadie le ayuda.....
Lo que más daño me hace es que se aprovechen de mi confianza y buena intención...
cuando conocen mis puntos débiles siempre los acaban utilizando para hacerme daño.
>>
Muchas personas con TLP recurren a este tipo de pensamientos con frecuencia. Es
como un sentimiento de "solo tengo que tener eso" para que todo vaya bien. Es decir,
pensar que una persona, lugar, cosa, conducta o idea puede hacer que los problemas
desaparezcan de forma instantánea o hacer que la persona se sienta feliz y/o segura. Los
pensamientos mágicos más frecuentes suelen tener relación con que "otros arreglen su
malestar". Por ejemplo, la persona con TLP puede pensar que lo único que necesita es a
alguien que le acompañe o a alguien a quien dar todo ese cariño que tiene para dar, que
sólo tiene que encontrar a la amiga de su vida o al compañero ideal. La persona
"mágica" puede ser una persona conocida, alguien con quien conecta en un día de buen
rollo, una persona que se encuentra por la calle desvalida y sin lugar adónde ir o alguien
que le echa una mano en medio de algún follón nocturno.
Paciente con TLP y fobia a los animales. En una sesión de grupo otros participantes
hablan de sus respectivas mascotas y el cariño que les dan. A los pocos días empieza a
pensar que si tuviese un perrito a quien dar su cariño y cuidar todo iría bien. Afirma que
así saldría a pasear, que no lo hace porque tiene que hacerlo sola. La familia no está de
acuerdo pero ella se empeña en que sin la mascota no podrá mejorar. Finalmente
aceptan. Le regalan un perrito y los primeros días está entusiasmada, su atención gira en
torno a la mascota y a sus necesidades (darle comida, cariño, paseos y demás). Semanas
más tarde le empieza a tener miedo, se siente culpable porque dice que le ha contagiado
su depresión. Afirma que por su culpa no come ni duerme y que si no tuviese el perrito
se encontraría mejor. Devuelve la mascota a su dueño y semanas más tarde la empieza a
echar de menos. Dice que ha sido un error y que si tuviese al perrito se encontraría
mejor.
En este caso el pensamiento mágico es claro: necesito un perrito para poder pasear y
sentirme mejor. Al mismo tiempo, la mascota le servía como un desvío de atención de
su verdadero problema (el TLP). Ahora su único problema es no tener perro y
posteriormente el único problema es tener el perro. La solución es igual de mágica:
tenerlo o no tenerlo. A esto me refiero cuando digo que es algo así como "solo tengo
que tener esto para que todo vaya bien".
Dentro de los trastornos de personalidad existentes es, quizá, el trastorno límite el más
llamativo, inquietante y sorprendente, el que genera más dudas y el que, a lo largo de la
historia, ha sido sometido a debates, dudas sobre su existencia como trastorno
independiente, maltratado como un compendio de síntomas, calificado como cajón de
sastre donde todos los síntomas caben... en fin, que es probable que haya sido una de las
alteraciones que más quebraderos de cabeza ha traído tanto a pacientes como
profesionales y familiares. Es la existencia de foros como esta Asociación Levantina de
Ayuda e Investigación de los Trastornos de la Personalidad y otras Asociaciones
similares donde se puede ir construyendo una plataforma que dé relevancia a las
investigaciones y estudios sobre los trastornos de la personalidad en general y el TLP en
particular, por lo que siempre es un honor colaborar en cualquier medida con ellos.
Todas las personas hemos de funcionar en la vida poniendo en marcha una serie de
mecanismos de defensa o de afrontamiento que hagan de escudo ante las circunstancias
adversas con las que nos podemos ir encontrando. Es como nuestra “piel psíquica”, que
se adapta a la distinta temperatura ambiente o a los rayos del sol para que nuestro
organismo no quede dañado. De la misma forma, un psiquismo sano, sin conflictos y sin
alteraciones aparentes (aunque, en realidad, ¿quién no tiene algún punto conflictivo
dentro de sí?) ha de emplear una serie de estrategias que le ayuden a vivir y disfrutar de
la vida en su sentido más pleno. Hago este comentario introductorio porque
tradicionalmente se ha tendido a patologizar el concepto de defensas, considerando la
puesta en marcha de éstas como un proceso perteneciente a distintos niveles de
trastornos mentales: si excluimos la sublimación, el resto de los mecanismos defensivos
propuestos primero por Freud y sistematizados más tarde por su hija Anna pertenecen al
ámbito de lo “anormal” poniéndose en liza el asunto de los mecanismos primitivos
(identificados con lo psicótico) frente a los más evolucionados (o neuróticos). Pero
vayamos por partes.
Es necesario tener en cuenta que los pacientes TLP son personas que sufren, que tienen
los sentimientos a flor de piel, que perciben la realidad de una forma muy concreta y
que ante determinados acontecimientos frustrantes su capacidad de afrontamiento se ve
mermada. Por lo general, el suceso que encierra más amenaza para estas personas es el
abandono, el ser abandonado por alguien querido o relevante para él/ella supone el
perder su identidad como persona, el no ser nadie, el vacío y el dolor irresistible. Es esta
intolerancia a la soledad o a su mera posibilidad lo que le hace poner en marcha todo su
arsenal defensivo para entrar en el combate que supone el día a día. Los pacientes
borderline (como todos) necesitan defenderse ante lo que les hace daño y es por ello por
lo que despliegan una serie de procesos, en su mayoría inconscientes, que les ayude con
esta tarea.
Aunque, como hemos dicho, los mecanismos de defensa han sido puestos de manifiesto
por los modelos dinámicos, otras modalidades terapéuticas y otros autores no
psicoanalistas han hablado de la importancia de este tema en estos pacientes,
llamándolos de otra forma pero refiriéndose a conceptos similares. Los llamemos
mecanismos de defensa, de afrontamiento, escudos o como sea, vamos a revisar algunos
de los más utilizados por los sujetos límite.
ESCISIÓN
“Algunas personas son buenas y todo respecto a ellas es perfecto. Otras personas son
profundamente malas y deberían ser severamente culpadas y castigadas por ello”
(Mason & Kreger, 1998, p. 55).
Pero esa dicotomización no está sólo dirigida hacia el mundo exterior y hacia los demás,
sino que estas personas también muestran visiones contradictorias coexistentes e
imágenes de sí mismas que alternan de día en día o de hora en hora: por la mañana
puede sentirse la reina del Universo, por la tarde la mujer más desgraciada y más sola,
todo en función de que obtenga lo que necesita de los otros ya que su identidad se
fundamenta en su relación con las personas significativas.
NEGACIÓN
Constituiría no tanto una negación de la realidad ni una negación de la pulsión sino, más
bien, una negación de la emoción, convirtiendo a estas personas en una especie de
“inconscientes emocionales”.
Los episodios micropsicóticos que padecen muchos pacientes TLP, con experiencias
alucinatorias y delirantes breves, pasajeras y que no dejan defecto, en algunas ocasiones
pueden responder a una puesta en acción del mecanismo de negación de la realidad en
su más puro sentido. Podemos asistir, de esta forma, a una manera de poner voz y forma
a un miedo interno del paciente, al intento de rechazar el vacío y el sentimiento de
abandono. En el momento en que éste retoma el control de la situación, el episodio
remite y ya no necesita acudir a estrategias defensivas.
IDEALIZACIÓN-DEVALUACIÓN
Los sujetos fronterizos tienden a ver a los demás como extremadamente buenos o como
absolutamente perversos, apoyándose, una vez más, en el mecanismo de escisión que,
como vamos observando, se constituye en la base a partir de la cual se estructuran otros
procesos defensivos. Crean imágenes de los otros absolutamente buenas o malas,
poderosas y alejadas de la realidad, exagerando patológicamente sus atributos y
dotándolas de facultades extraordinarias, con un significado importantísimo para el
paciente (a modo de idea sobrevalorada).
”Perciben a las otras personas como brujas malvadas o como hadas madrinas, como
santos o como demonios. Cuando parece que estás satisfaciendo sus necesidades, te ven
como a un súper-héroe. Pero cuando perciben que les has fallado, te conviertes en un
malvado villano” (Mason & Kreger, 1998, p. 30).
De esta manera los sujetos TLP perciben el mundo dividido en dos: una parte
persecutoria llena de objetos peligrosos que le pueden atacar y destruir (y abandonar), y
otraparte poblada de objetos buenos en los que poder refugiarse contra el ataque de “los
malos”.
OMNIPOTENCIA Y GRANDIOSIDAD
Hay ocasiones en las que los sujetos límite necesitan defenderse de sus sentimientos de
vacío, devaluación y ruina poniendo en funcionamiento, a modo de formación reactiva,
estrategias de tipo hipomaníaco que intenten poner una tapadera a sus emociones
desoladoras.
Otras veces la proyección es una exageración de algo que tiene cierta base real: el
paciente siente que su pareja le odia cuando en realidad sólo está enfadado. A modo de
interpretación delirante light, a partir de un detalle real (el enfado, mala cara o una
respuesta algo brusca) elabora una construcción ideativa irreal (me odia). A la expulsión
de elementos fuera de sí se le añade la tendencia a exagerar (estilo hiperbólico, según
Zanarini & Frankenburg, 1994), la hipersensibilidad, la escisión o pensamiento del
“todo o nada”, con lo cual el cuadro situacional se completa.
La esperanza del paciente límite es que proyectando los aspectos desagradables en otra
persona pueda sentirse mejor consigo mismo, lo que consigue por un tiempo
determinado. Pero al final el malestar regresa, iniciándose de nuevo el proceso.
Otro propósito de este mecanismo es el intento por parte del TLP de ocultar al otro que
no es perfecto lanzando una especie de cortina de humo, ya que si la persona
significativa se da cuenta de su poca valía podría abandonarle, temor básico de todo
sujeto TLP.
En 1942 H. Deutsch describió la personalidad “como si” (as if) para referirse a aquellas
“personas con un trastorno severo de la personalidad consistente en la creación ilusoria
de una imagen de compromiso y convicción sin una participación auténtica en las ideas
y sentimientos que se expresan. Son rasgos importantes la ausencia de profundidad en la
experiencia emocional y la tendencia imitativa” (Moore & Fine, 1990, p. 303). Como
una forma de defenderse de una identidad poco construida, tienden a adoptar
identidades falsas y prestadas para no caer en un vacío interior. Se percibe en ellos una
falta de autenticidad, una tendencia a imitar ideas, conductas e, incluso, opiniones de
otras personas, apropiándose, así, de diferentes personalidades según lo que cree que
esperan de él/ella las personas con las que esté en cada momento.
Pongámonos en la piel de una persona TLP relativamente bien adaptada, con un alto
rendimiento intelectual y laboral y una red social aceptable. Se le considera alguien
amable y gentil, que siempre está pendiente de ayudar a los demás. Pero, como buena
TLP, cuando siente que las cosas no funcionan, cuando siente que va a ser abandonada
o se siente despreciable, surge su “otro yo”, la otra personalidad hostil, dominante,
manipuladora, incluso cruel. Esto, que podríamos adscribir a los trastornos disociativos
descritos por el DSM-IV-TR, corresponde a una alternancia de estados, a una defensa
que aparece en situaciones de estrés, ansiedad, nerviosismo extremo o en situaciones de
desesperación. No llegamos a hablar de “personalidad múltiple”, pero sí de la
coexistencia de varias formas de comportamiento aparentemente opuestas.
Esto, que podríamos adscribir a los trastornos disociativos descritos por el DSM-IV-TR,
corresponde a una alternancia de estados, a una defensa que aparece en situaciones de
estrés, ansiedad, nerviosismo extremo o en situaciones de desesperación. No llegamos a
hablar de “personalidad múltiple”, pero sí de la coexistencia de varias formas de
comportamiento aparentemente opuestas.
Al día siguiente el episodio está olvidado y la paciente niega haber dicho o llevado a
cabo intentos autolesivos, interpretándose por parte del no-TLP como una tomadura de
pelo, que está mintiendo o que le intenta manipular.
Por otro lado, muchas personas con TLP describen la presencia de sentirse observadores
de sí mismos, de un sensación de extrañeza o de estar viviendo un sueño. Están bajo un
estado de despersonalización que les posibilita distanciarse psíquicamente de la
situación perturbadora y hacer frente al malestar en determinados momentos. Es como
si el tomar distancia les permitiera adoptar una perspectiva más objetiva, o sentir que
aquello que está sucediendo y que le podría hacer daño le está sucediendo a otro/a
(como vemos, muy próximo a la disociación). Este síntoma es particularmente frecuente
en pacientes TLP que tienen antecedentes de malos tratos o abusos sexuales, ya que ese
alejamiento ha sido la manera más eficaz que han podido poner en funcionamiento para
no ser destruido/a psíquicamente, perpetuando esa estrategia en su vida posterior.
Obviamente no todos los cambios de humor en estos pacientes son de índole defensiva;
no olvidemos que la inestabilidad afectiva es uno de los ítems básicos para el
diagnóstico, siendo prototípica la “estable inestabilidad” (Schmideberg, 1959) que
muestran como rasgo de carácter. Nos referimos aquí a las oscilaciones del humor con
un propósito claro, a modo de manipulación o coacción, a las situaciones en las que la
persona aprende que enfadándose o deprimiéndose las discusiones terminan, que si se
muestra débil y llorosa su pareja no sale y se queda con ella. No estamos hablando aquí
de un mecanismo de defensa inconsciente per se, ya que seguramente empezó a llevar a
cabo determinadas conductas o a mostrar determinadas emociones para conseguir algo
que no se le ocultaba a la conciencia. Sin embargo, a fuerza de utilizarlo puede haberse
automatizado, incorporándose a su personalidad y haciéndose al menos preconsciente,
cercano a lo consciente pero sin llegar a serlo y, por ello escapando al control
inmediato.
RECHAZO DE LA MENTALIZACIÓN
Una tarea evolutiva que todos los humanos hemos de llevar a cabo es aprender que los
demás y nosotros mismos tenemos una mente, que tenemos pensamientos, y que éstos
nos pueden llevar a actuar de una forma u otra. Cuando, por ejemplo, un niño es
sometido a malos tratos o a abusos desde edades muy tempranas, la tarea de la
mentalización se ve interrumpida o, al menos, entorpecida: al niño le resulta imposible
de asumir que su padre, su madre, las personas que presumiblemente deben brindarle
apoyo, protección y amor, piensan cosas malas de él, quieren hacerle daño o les resulta
insoportable su presencia.
Para defenderse de esta situación tan destructiva, rechazan pensar que los demás tienen
una mente y sienten cosas. Algunos padres pueden revelar inconscientemente estados
mentales como odio, ira, disgusto, que si son generales y continuados constituyen abuso
psicológico. El aspecto más perturbador para el niño puede ser contemplar la crueldad o
el odio que el objeto significativo siente hacia él; por ello, el niño puede crecer con
miedo a comprender los estados mentales, repudiando toda conciencia de sentimientos o
intenciones y aislándose emocionalmente del ambiente.
El egoísmo y egocentrismo típico del TLP también puede entenderse como una falta de
conciencia de que los demás tienen pensamientos y sentimientos. Los esquemas
interpersonales de los pacientes borderline son notablemente rígidos porque no son
capaces de imaginar que el otro tenga una construcción de la realidad diferente de la
suya, pensando que su idea de las cosas es la única válida y la única que existe. El
sujeto ve el resultado de una acción y eso se considera su explicación (Higgitt &
Fonagy, 1992)
Unido a esto, observamos cómo los sujetos TLP adaptan los hechos a los sentimientos:
en general, las personas emocionalmente sanas basan los sentimientos en hechos
acaecidos y que resuenan en ellos emocionalmente de determinada forma. Si a mí me
pasa algo, me siento de tal forma (si me toca la lotería me siento feliz, si pierdo el
trabajo me siento triste). Las personas con TLP pueden hacer lo contrario: debido al
maremágnum de sentimientos y a las emociones contradictorias, cuando sus
sentimientos no encajan con los hechos, inconscientemente pueden revisar los hechos
para que encajen con los sentimientos. Esa puede ser una razón de por qué su
percepción de los hechos puede llegar a ser tan diferente de la nuestra ya que están
adaptados a los sentimientos del momento. Puede parecer que no se acuerdan bien de lo
que pasó, o que intentan engañarnos, pero, en realidad, necesitan dar coherencia a lo que
han sentido aunque ello sea a costa de transformar la realidad.
Con las variadas parejas sexuales que a veces tienen no buscan satisfacer el plano
sexual, sino ser abrazado/a, ser tocado/a. De la misma forma la necesidad imperiosa de
intimar con cualquier persona, de contar enseguida sus cosas habla de este hambre de
afecto tan voraz. Debido a que sólo les importa la función que cumple el objeto y no el
objeto mismo, pueden cambiarlo fácilmente en cuanto hayan conseguido otro que
cumpla la misma función que el anterior. Su lema podría ser “más vale mal acompañado
que solo”.
Los sentimientos de vacío también forman parte del cortejo de sentimientos que
amenazan con aniquilar al paciente borderline. La lista de conductas puestas en marcha
para llenar este hueco sin fondo, este agujero negro o esta falta básica (Balint, 1968)
pueden ser infinitas: acudir al abuso de sustancias psicoactivas, la inconstancia en sus
actividades, la dependencia voraz de alguien que le llene (cosa que jamás consigue), las
autolesiones (cortes, quemaduras) o intentos suicidas, las conductas de búsqueda de
sensaciones o los trastornos del control de los impulsos (cleptomanía, juego patológico
o sobreingesta compulsiva) pueden utilizados para rellenar el vacío, obviamente sin
éxito.
Es lógico que no todos los sujetos borderline tienen por qué poner en marcha todos los
procedimientos que aquí hemos descrito. Aunque, como señalamos al principio,
predominan los mecanismos primitivos (de corte psicótico o pseudo-psicótico, como
escisión, negación, proyección o identificación proyectiva), también pueden observarse
otros mecanismos más avanzados, como la intelectualizacióno la represión. Una pista
que nos puede ayudar para identificar ante qué grupo de estrategias defensivas estamos
consiste en poner atención en la interacción con el paciente. Los mecanismos avanzados
normalmente no interfieren en la relación paciente-terapeuta ni, me atrevería a decir, en
la relación del paciente con las personas que le rodean. Los mecanismos primitivos
pueden observarse directamente ya sea en el contenido del discurso del paciente
(contradicciones, adjetivos muy positivos hacia el terapeuta, o muy negativos) como en
el comportamiento (reacciones de angustia, muestras de desprecio, provocación,
exigencias de atención y afecto).
Con todo esto esperamos haber arrojado un punto de luz o al menos de sistematización
de los mecanismos de defensa que puede poner en funcionamiento un paciente límite.
Pero, al hilo de esto, no podemos olvidarnos de que estas personas, a no ser que su
grado de afectación sea muy grande y sea un paciente grave (en esto, como en todo, hay
niveles de gravedad), pueden funcionar de manera muy normal cuando sus
comportamientos TLP no son desencadenados, cuando no se enfrentan a situaciones
aterradoras para ellos. En muchos momentos no parecen tener un trastorno. Cuando no
están dominados por sus intensas emociones no necesitan acudir a sus estrategias de
afrontamiento disfuncionales porque poseen el control de sus vidas.
Asimismo, las estrategias de afrontamiento pueden ir haciéndose cada vez más eficaces,
los descontroles emocionales menos frecuentes y menos intensos, las situaciones
ansiógenas menos atemorizantes, si el paciente se pone en manos de profesionales que
le guíen en su camino hacia el crecimiento y el control y el mejor rendimiento de sus
capacidades y habilidades.
Las personas con TLP a menudo se sienten aislados, ansiosos, aterrados por el
pensamiento de encontrarse solos.
La gente que los apoya, que se preocupa, es vista como caras amables en medio de la
multitud.
Pero en el instante en que hacen algo que sugiere una marcha inminente, o hacen algo
que el TLP interpreta como una señal de que están a punto de irse, le entra el pánico y
reacciona de distintas maneras, desde estallidos de ira hasta suplicar a la persona que se
quede.
A veces la persona con TLP dirá de forma directa que tiene miedo de ser abandonada.
Pero con la misma frecuencia, este miedo lo expresará de otras maneras, con ira, por
ejemplo.
Sentirse vulnerable y fuera de control puede ser una situación que provoque enfado.
Las personas con TLP buscan ayuda de los demás para que les proporcionen cosas que
les son difíciles de obtener por sí mismos, tales como autoestima, aceptación, y un
sentimiento de identidad para así poder llenar el sentimiento de vacío que hay dentro de
ellos.
Son hipervigilantes, buscando cualquier pista que demuestre que la persona a la que
quieren, en realidad no las quiere y que está a punto de abandonarlas.
Cuando sus temores parecen confirmarse, pueden presentar estallidos de ira, hacer
acusaciones, llorar, buscar venganza, automutilarse o hacer cualquier cosa destructiva.
Perciben a las otras personas como brujas malvadas o hadas madrinas, en función de si
éstas satisfacen sus necesidades.
Muestran dificultades para integrar los rasgos buenos y malos de una persona, la
opinión sobre alguien suele basarse a menudo en la última interacción con esa persona.
Las personas con TLP están llenas de imágenes contradictorias de ellas mismas que no
pueden integrar.
Comentan que se sienten vacíos por dentro, que no hay “nada en mí”, que son personas
diferentes dependiendo de con quién estén.
Un sentimiento de vacío interior que les convierte en dependiente de los demás para
obtener pistas de cómo comportarse, qué pensar y cómo ser; mientras que el estar solos
los deja sin un sentido de quiénes son o con el sentimiento de que no existen.
Esto, en parte, explica los esfuerzos frenéticos e impulsivos que hacen estas personas
para evitar la soledad, al igual que sus descripciones de pánico, aburrimiento crónico y
disociación.
La mayoría de las personas tienen capacidades variables para controlar los impulsos y
retardar la gratificación inmediata. Son conscientes de las consecuencias a largo plazo.
Pueden intentar llenar el vacío y crear una identidad para ellos mismos a través de
conductas impulsivas como atracones de comida y vómitos, actividad sexual
indiscriminada, compras compulsivas o abusos de sustancias.
Dichas actividades dañinas pueden ser una manera de expresar rabia u odio a uno
mismo.