Modo de Contar Los Intervalos Del Dercho-1

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MARCO JURIDICO – UNIDAD 3 Y 4

MODO DE CONTAR LOS INTERVALOS DEL DERCHO:

ARTÍCULO 6º.- Modo de contar los intervalos del derecho. El modo de contar los intervalos
del derecho es el siguiente: día es el intervalo que corre de medianoche a medianoche. En los
plazos fijados en días, a contar de uno determinado, queda éste excluido del cómputo, el cual
debe empezar al siguiente. Los plazos de meses o años se computan de fecha a fecha. Cuando
en el mes del vencimiento no hubiera día equivalente al inicial del cómputo, se entiende que
el plazo expira el último día de ese mes. Los plazos vencen a la hora veinticuatro del día del
vencimiento respectivo. El cómputo civil de los plazos es de días completos y continuos, y
no se excluyen los días inhábiles o no laborables. En los plazos fijados en horas, a contar
desde una hora determinada, queda ésta excluida del cómputo, el cual debe empezar desde la
hora siguiente. Las leyes o las partes pueden disponer que el cómputo se efectúe de otro
modo.

COMENTARIO:

El CCyC estable un régimen legal supletorio que opera si las leyes o las partes no disponen
un modo de computar los plazos diferentes. ¿Cuál es ese régimen? Ello está expresamente
previsto en una sola norma, el articulado en análisis.

INTERPRETACIÓN:

En primer lugar, el CCyC define qué es el intervalo ya que justamente le interesa precisar
cuál es el modo de contar los intervalos del derecho. Así, se entiende por día: el intervalo
que corre de medianoche a medianoche. En los plazos fijados en días, siempre queda
excluido el día desde el que se comienza a contar, o sea, el plazo comienza a correr al
siguiente.

Cuando los plazos están fijados en meses o años, ellos se computan de fecha a fecha. Por
otra parte, se aclara que para el supuesto excepcional en el que el mes del vencimiento no
tuviera día equivalente al inicial del cómputo, se entiende que el plazo expira el último día
de ese me.

También se aclara que los plazos vencen a la hora 24 del día del vencimiento respectivo,
que el cómputo de los plazos civiles es de días completos y continuos, y que no se excluyen
los días inhábiles o no laborables.

Por último, en lo que respecta a los plazos, cuando estos son fijados en horas, ellos
comienzan a contarse desde una hora determinada, quedando esa hora excluida del
cómputo, por lo cual el plazo comienza a correr desde la hora siguiente.

Los plazos señalados por “las leyes o los tribunales, o los decretos del Gobierno (...)
comprenderán los días feriados, a menos que el plazo señalado sea de días útiles,
expresándose así”. Justamente, una de las reglas en lo que respecta al modo de computar
los intervalos en el derecho es que se trata de plazos corridos. Eso lo decía el CC en el art.
27, como también lo afirma el artículo en análisis. Por ende, ya esta cuestión estaría aclarada
y no haría falta reiterar que, en ciertos supuestos, los plazos corren computándose también
los feriados, es decir, de corrido.

ARTÍCULO 7º.- Eficacia temporal. A partir de su entrada en vigencia, las leyes se aplican a
las consecuencias de las relaciones y situaciones jurídicas existentes. Las leyes no tienen
efecto retroactivo, sean o no de orden público, excepto disposición en contrario. La
retroactividad establecida por la ley no puede afectar derechos amparados por garantías
constitucionales. Las nuevas leyes supletorias no son aplicables a los contratos en curso de
ejecución, con excepción de las normas más favorables al consumidor en las relaciones de
consumo.

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INTERPRETACIÓN:

APLICACIÓN INMEDIATA Y APLICACIÓN RETROACTIVA:

El artículo empieza: “A partir de su entrada en vigencia, las leyes se aplican aún a las
consecuencias de las relaciones y situaciones jurídicas existentes”. Inmediatamente después
dispone: “La leyes no tienen efecto retroactivo”. El texto distingue aplicación: a. inmediata
(es la regla general) y; b. retroactiva (no permitida, excepto disposición legal en contrario).
También aquí, el uso de las palabras y su significado generan algunas dificultades. De
cualquier modo, quizás ayude el planteamiento inicial de Roubier, cuando dice: “El tiempo
se descompone en tres momentos: presente, pasado y futuro. Por esta razón, hay tres
posiciones posibles para la aplicación de una ley en el tiempo: ella puede tener efectos
retroactivos si su aplicación se remonta al pasado; tiene efectos inmediatos si se aplica
prontamente en el presente; tiene efectos diferidos si viniendo del pasado, se proyecta al
futuro siendo que otra ley la ha sustituido”.

¿Qué significa aplicación inmediata?

El efecto inmediato es el efecto propio y normal de toda ley: ella se aplica inmediatamente
después de haber sido sancionada. Es el sistema que ya tenía el CC argentino. Consiste en
que la nueva ley se aplica a: i) las relaciones y situaciones jurídicas que se constituyan en el
futuro; ii) las relaciones y situaciones jurídicas existentes, en cuanto no estén agotadas; iii)
las consecuencias que no hayan operado todavía. Es decir, la ley toma a la relación ya
constituida (por ejemplo, una obligación) o a la situación (por ejemplo, el matrimonio) en el
estado en que se encontraba al tiempo en el que la ley nueva es sancionada, pasando a regir
los tramos de su desarrollo aún no cumplidos. Los cumplidos, en cambio, están regidos por
la ley vigente al tiempo en que se desarrollaron. Del mismo modo, si antes de la vigencia de
la ley nueva se hubieran producido ciertos hechos aptos para comenzar la gestación de una
situación según la vieja ley, pero insuficientes para constituirla (o sea, la situación o relación
está “in fieri”), entonces, rige la nueva ley.

¿Qué significa retroactividad?

La retroactividad mueve la ley a un período anterior a su promulgación; es una especie de


ficción de preexistencia de la ley que se proyecta temporalmente a hechos, conductas o
derechos, previos a su promulgación.(34) Hasta aquí, todos de acuerdo. No obstante, mientras
para la teoría tradicional recogida en el Código de Vélez la palabra retroactividad se vincula
a derechos adquiridos, para las modernas doctrinas está ligada a hechos definitivamente
cumplidos o agotados. Analizados cada uno de sus términos, cabe preguntar nuevamente:
¿Qué significa la frase “A partir de su entrada en vigencia, las leyes se aplican aún a las
consecuencias de las relaciones y situaciones jurídicas existentes”?

IRRETROACTIVIDAD DE LA LEY, SEA O NO DE ORDEN PÚBLICO:

El segundo párrafo del artículo en análisis dice: “La leyes no tienen efecto retroactivo, sean
o no de orden público, excepto disposición en contrario”.

ARTÍCULO 8º.- PRINCIPIO DE INEXCUSABILIDAD. La ignorancia de las leyes no


sirve de excusa para su cumplimiento, si la excepción no está autorizada por el ordenamiento
jurídico.

El texto actual dice: 1) aclara que la excusa se refiere, en sentido amplio, al cumplimiento de
una obligación; 2) se quita el término “expresamente” porque se entiende que es redundante,
ya que si algo es autorizado por la ley es evidente que ello así debe estar expresado —es
decir, estar debidamente consignado en el texto de la ley—; y 3) se cambia el término “ley”
por “ordenamiento jurídico” en la última parte del articulado cuando se refiere a la excepción.

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ORDEN PÚBLICO:

ARTÍCULO 12.- Orden público. Fraude a la ley. Las convenciones particulares no pueden
dejar sin efecto las leyes en cuya observancia está interesado el orden público. El acto
respecto del cual se invoque el amparo de un texto legal, que persiga un resultado
sustancialmente análogo al prohibido por una norma imperativa, se considera otorgado en
fraude a la ley. En ese caso, el acto debe someterse a la norma imperativa que se trata de
eludir.

ORDEN PÚBLICO:

El de orden público es un concepto variable, bastante estable pero dinámico, porque muta
paulatinamente junto con los cambios operados en la sociedad. Ello determina que no pueda
considerarse a su contenido cristalizado en forma perenne, aunque puede decirse que
comprende el conjunto de normas imperativas, indisponibles para la voluntad de los
particulares, y de los principios que en cada momento se consideran necesarios.

Para la organización y funcionamiento de la sociedad y para el respeto adecuado de los


derechos fundamentales de quienes la integran. La complejidad de las relaciones jurídicas
establecidas hoy en la comunidad determina, por otra parte, que ya no trabajemos con un
concepto unívoco de orden público; en doctrina se distinguen subcategorías, entre las que
cabe mencionar las siguientes: a. El orden público de coordinación: integrado por el conjunto
de normas imperativas que determina la licitud o ilicitud de los actos jurídicos. b. El orden
público de dirección: orientado a la regulación de las relaciones de mercado, de la
organización económica de la sociedad. c. El orden público de protección: destinado a la
protección de quienes se encuentran en situación de vulnerabilidad jurídica, social,
económica o cognoscitiva; estableciendo reglas y principios que permiten superar
desigualdades estructurales. Se trata, pues, de un concepto de textura abierta, cuyos perfiles
deben ser precisados por el intérprete. Son numerosas las normas que a él aluden y que
perduran en el tiempo, posibilitando que en uno u otro momento de su aplicación sean
juzgadas con alcances diversos, precisamente por el cambio operado en la noción entre uno
u otro momento de la vida social. Existe, empero, un conjunto de normas que, como las
relativas a la capacidad, hacen a la estructura medular del sistema jurídico y se consideran
comprendidas en la “unidad sellada” del ordenamiento, aquella que solo puede ser
modificada o cambiada por voluntad del Congreso Nacional. Los supuestos comprendidos
en el concepto se encuentran en gradual expansión; entre otros factores, por la incidencia que
en la limitación de la iniciativa privada tienen los límites impuestos para la protección del
medio ambiente.

EL ORDEN PÚBLICO Y LOS LÍMITES A LA LIBERTAD CONVENCIONAL:

A partir de lo dispuesto en el art. 19 CN y disposiciones concordantes del bloque de


constitucionalidad federal, las personas gozan en nuestro país de libertad para decidir si
arriban o no a acuerdos y para determinar su contenido; libertad relativamente acotada en
algunos supuestos, como los de los contratos celebrados por adhesión a cláusulas
predispuestas. Pero, como toda libertad, ella está sujeta a reglamentación y a límites
razonables establecidos teniendo en consideración el bien común, por lo que el orden público
constituye un límite indisponible por las partes, y sus disposiciones son de acatamiento
obligatorio. Es claro que la regla contenida en este artículo no se aplica solo a los contratos,
sino que se extiende a toda forma de acuerdo entre partes, como pueden ser los celebrados
con relación a la celebración de un matrimonio o a la regulación de una relación convivencial.
Las normas de orden público deben ser aplicadas por los jueces aun cuando ello no sea
requerido por las partes.

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EL FRAUDE A LA LEY:

El fraude a la ley se caracteriza por la realización de actos aisladamente válidos pero nulos
en tanto tienen como finalidad la de eludir una prohibición de orden público. Es la causa la
que priva de eficacia jurídica al acto fraudulento.

CONSECUENCIA DEL ACTO EN FRAUDE A LA LEY:

El acto en fraude a la ley es ineficaz, pues se ve privado de los efectos pretendidos por las
partes en razón de su intención de violar una ley imperativa que debe ser aplicada,
desplazando al acto fraudulento. Dicha aplicación directa de la norma eludida constituye el
efecto principal de la determinación de la existencia del fraude a la ley. De este modo, si
alguno de los sujetos mencionados en el art. 1002 CCyC se valiera de una persona interpuesta
para celebrar un acto que le está vedado por la norma, la operación jurídica se vería privada
de eficacia, por aplicación directa de la norma de orden público soslayada. Se trata de una
determinación que, cuando es manifiesta, puede ser directamente efectuada por el juez al que
le corresponda legítimamente intervenir, sin necesidad de petición de parte, o planteada por
el Ministerio Público o por cualquier interesado, en los términos del art. 387 CCyC. La
solución es coherente con lo establecido en el art. 1014 CCyC, en materia de causa de los
contratos.

COMIENZO DE LA EXISTENCIA DE LA PERSONAS HUMANAS:

ARTÍCULO 19.- Comienzo de la existencia. La existencia de la persona humana comienza


con la concepción.

COMENTARIO:

El CCyC mantiene el momento de la existencia de la persona (agregándole el calificativo de


“humana”) desde la concepción, tal como lo previó Vélez Sarsfield siguiendo a Freitas y al
Código prusiano. De este modo, el concebido es considerado una persona humana a los
efectos del CCyC, en los mismos términos y con la misma extensión, limitación y condición
(nacimiento con vida) que hasta la actualidad. Se reconoce al nasciturus o persona por nacer
como sujeto de derecho y, por ende, protegido por la legislación civil siendo pasible de
adquirir derechos y obligaciones colocándose el eje en la noción de concepción. La quita de
la consideración de que la concepción acontece en el “seno materno” (conf. art. 63 CC)
responde a la coherencia que el CCyC mantiene con la Ley 26.743 de Identidad de Género.
La referida coherencia radica en que en el derecho argentino no es necesario someterse a
operación quirúrgica alguna para proceder a la modificación del género: una persona que ha
nacido mujer puede cambiar su identidad al género masculino y quedar embarazado; en tal
caso no sería jurídicamente seno “materno” porque este niño nacería de un padre que es la
identidad “autopercibida” de quien da a luz, siendo este el elemento central en respeto por el
derecho a la identidad. Esta es la misma razón por la cual en el Título V del Libro Segundo,
referido a la filiación se alude en varios articulados a la persona que da a luz y no a la noción
de “madre” o “mujer”. De este modo, se alcanza una regulación coherente y sistémica con
todo el ordenamiento jurídico nacional en el que prima el principio de igualdad y no
discriminación, como el reconocimiento y protección del derecho a la identidad en sus
diferentes vertientes.

¿Qué se entiende por “concepción” cuando la persona nace de las TRHA?

Esto no está respondido de manera expresa por el CCyC, pero su respuesta se deriva de
diferentes aciertos legislativos y jurisprudenciales. Por orden de importancia, se cita en
primer lugar el caso “Artavia Murillo y otros c/ Costa Rica”, de la Corte IDH por la
obligatoriedad de esta jurisprudencia al integrar el llamado “bloque de la constitucionalidad
federal”. En esa oportunidad, se entendió

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que concepción es sinónimo de anidación, siendo que el término de concepción del art. 4°.1
CADH resultaba acorde con un momento (1969) en el que no existía la posibilidad de la
fertilización in vitro (fecundación de óvulo y esperma por fuera del cuerpo de una persona).
Al respecto, la Corte IDH admite que en el marco científico actual, hay dos lecturas bien
diferentes del término “concepción”: una corriente entiende por “concepción” el momento
de encuentro o fecundación del óvulo por el espermatozoide; y la otra entiende por
“concepción” el momento de implantación del óvulo fecundado en el útero; inclinándose el
tribunal por esta última, que es la misma que sigue el articulado en análisis. La Corte IDH
entiende que la CADH debe ser interpretada de manera dinámica y, en ese sentido destaca
que, a la luz de las pruebas rendidas en el proceso, surge que el descarte embrionario ocurre
tanto en embarazos naturales como en aquellos en los que se aplica la técnica de la
fertilización in vitro (FIV), entendiendo que sería desproporcionado pretender una protección
absoluta del embrión respecto a un riesgo que resulta común e inherente incluso en procesos
donde no interviene la ciencia. En definitiva, para la Corte IDH la existencia de la persona
humana comienza con la implantación del embrión y, por ende, el embrión no implantado no
es persona humana. Por su parte, la CSJN en el caso “F., A. L. s/ medida autosatisfactiva”—
en el que se interpreta el supuesto de aborto no punible que regula el art. 86, inc. 2° Código
Penal (CP)— mantuvo la noción de concepción que incorpora la ley 23.849, que ratifica la
Convención sobre los Derechos del Niño (en adelante, CDN). En tal sentido sostuvo que el
art. 2° de la ley 23.849, que establece que el art. 1° de la Convención “‘debe interpretarse en
el sentido que se entiende por niño todo ser humano desde el momento de la concepción’, no
constituye una reserva que en los términos del art. 2° de la Convención de Viena sobre el
derecho de los tratados altere el alcance con que la Convención sobre los Derechos del Niño
—rige en los términos del art. 75, inc. 22 de la Constitución—. Esto porque como surge del
texto mismo de la ley, mientras que el Estado argentino efectuó una reserva con relación al
art. 21 de la Convención, respecto del artículo 1 se limitó a plasmar una declaración
interpretativa (ver al respecto, Anuario de la Comisión de Derecho Internacional, 1999,
Volumen II, A/CN.4/SER.A/1999/Add.1, Parte 2, Directrices aprobadas por la Comisión en
su período de sesiones Nº 51 —1.2; 1.3—)”.

ARTÍCULO 21.- NACIMIENTO CON VIDA. Los derechos y obligaciones del concebido
o implantado en la mujer quedan irrevocablemente adquiridos si nace con vida. Si no nace
con vida, se considera que la persona nunca existió. El nacimiento con vida se presume

El CCyC unifica y simplifica en un mismo articulado lo que en el CC estaba previsto en dos


normativas (arts. 74 y 75). Además, no se reiteran consideraciones que por ser superfluas o
innecesarias para la época actual y también porque no habrían generado inquietudes ni
necesidad de que se hagan determinadas aclaraciones. Nos referimos al art. 71, que señalaba
la falta de distinción entre nacimientos espontáneos o el que se obtuviese por operación
quirúrgica —es decir, parto natural o cesárea—. Al art. 72, que aludía a que no importaba si
los nacidos estaban con vida aunque no tuvieran posibilidad de que se prolongue o mueran
después de nacer por un “vicio” orgánico interno o por nacer antes de tiempo. O al art. 73,
que se dedicaba a señalar que el nacimiento con vida era reputado cierto cuando las personas
que habían asistido al parto hubiesen oído la respiración o la voz de los nacidos, o hubiesen
observado otros signos de vida. Todas estas consideraciones no están presentes en el CCyC.
Se sienta como principio una condición resolutoria: los derechos y deberes que adquiere el
concebido (cuando la causa fuente del embarazo es el acto sexual) o el implantado en la
persona (cuando la causa fuente son las técnicas de reproducción humana asistida) se
consolidan o quedan irrevocablemente adquiridos con el nacimiento con vida. En sentido
contrario, si el concebido o implantado no nace con vida, la ley considera que la persona
humana no ha existido. Aquí la norma —al igual que se lo hacía en la versión original del
Anteproyecto que dio lugar al CCyC— sí distingue de manera precisa la concepción a secas,
lo cual acontece cuando la persona deriva del acto sexual —o, en términos filiales, de la
filiación por naturaleza o biológica— de lo que acontece cuando es el resultado de las
técnicas de reproducción asistida, cuya concepción se produce recién cuando se implanta el

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embrión en la persona, receptándose de manera expresa la doctrina arribada por la Corte IDH
en el mencionado caso “Artavia Murillo y otros contra Costa Rica” del 28/11/2012. ¿Cuándo
se produce el nacimiento con vida? Cuando acontece el alumbramiento y es separada de la
persona que dio a luz; es decir, cuando se está ante dos personas con individualidad propia.
Si fallece antes de ese momento, se considera que la persona nunca existió. Párrafo aparte
merece la alusión a la implantación “en la mujer”. Cabe recordar que el Anteproyecto que
dio lugar al CCyC fue redactado cuando aún no se había sancionado la ley 26.743, lo que
ocurrió en mayo del 2013. En el proceso de sanción se introdujeron algunos cambios
terminológicos para estar a tono con esta importante regulación que impacta de manera
directa en el binomio sexo/género. Ello se puede observar con cierta presencia al regularse
el Título referido a la Filiación (Título V del Libro Segundo), no así en esta Parte General en
la que se alude de manera expresa al término “mujer”, siendo que un hombre trans que no
llevó adelante ninguna intervención quirúrgica y que, por lo tanto, mantiene intacto su
aparato reproductor, podría dar a luz un niño; en ese caso, se trataría de un hombre desde el
punto de vista jurídico —que es el que interesa— y por ende, el niño tendría un padre, además
de haber sido gestado y alumbrado por este. De manera expresa, se considera que el
nacimiento con vida se presume. Por lo tanto, la carga de la prueba recae en quien sostenga
lo contrario, que la persona no nació con vida, de conformidad con el respeto a la persona
humana o a favor de su existencia. Como se ha sostenido, esta presunción se funda “en el
respeto reverente que la ley debe a los fueros de la personalidad”,(71) bastando que se
produzca el alumbramiento para que se entienda que se ha nacido con vida. ¿Cómo se
prueba? El CCyC simplifica la regulación al respecto, considerando que no hace falta dedicar
una disposición especial para esta cuestión sobre cuáles son los modos de probar el
nacimiento con vida, ya que la prueba de este hecho está sujeto a todos los medios
probatorios, como acontece cuando se pretende probar cualquier situación fáctica de este
tenor.

ARTÍCULO 22.- Capacidad de derecho. Toda persona humana goza de la aptitud para ser
titular de derechos y deberes jurídicos. La ley puede privar o limitar esta capacidad respecto
de hechos, simples actos, o actos jurídicos determinados.

CAPACIDAD DE DERECHO Y CAPACIDAD DE HECHO:

La capacidad, en términos generales, es la aptitud de la persona para ser titular de derechos,


adquirir obligaciones y ejercer dichos derechos por sí misma. El derecho civil tradicional ha
calificado a la capacidad como un atributo de la persona, inherente a su condición de tal; por
su parte, el reconocimiento de la capacidad guarda relación con el respeto de la dignidad y
libertad personal y por ello sus eventuales limitaciones solo pueden ser establecidas
legalmente. Así, en función de la entidad de este atributo —que se constituye hoy día ya
como un verdadero derecho humano, tal como más adelante explicaremos— así como la
amplitud del principio general, no son aplicables interpretaciones extensivas o analógicas
que constituyan incapacidades cuando la ley no lo estableció en forma expresa. Desde que la
capacidad siempre constituye la regla, se admite la existencia de determinadas incapacidades
solo con carácter restrictivo, excepcional y en función de la protección de un determinado
interés. Las limitaciones a la capacidad no pueden ser totales o absolutas, de un modo que
elimine la condición de persona o importe la consecuencia de “muerte civil”. El
reconocimiento de la capacidad y su regulación constituyen materia de orden público en un
ordenamiento jurídico, por lo cual las partes no pueden efectuar pactos o concesiones al
respecto que importen desconocer las normas imperativas.

La capacidad de derecho refiere a la aptitud que toda persona inviste, por el solo hecho de
ser tal, para adquirir derechos y contraer obligaciones, independientemente de si esto es
actuado por ella misma o con intervención o intermediación de un tercero. Este último
aspecto es el cubierto por la noción de capacidad de hecho, también llamada capacidad de
obrar, que refiere a la aptitud de la persona para adquirir y/o ejercer tales derechos por sí

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misma. El CCyC mantiene esta clasificación, si bien mejora los conceptos a través de su
redacción, que resulta a todas luces más clara y exacta.

Las incapacidades de derecho se instituyen, como establece la norma en comentario, en


protección de ciertos intereses y nunca de modo general en referencia a una persona, ya que
ello importaría negar el concepto de sujeto de derecho, propio de la persona humana. La
incapacidad de derecho apunta a la consideración de dicha persona frente a determinados
actos concretos; así, por ejemplo, las incapacidades establecidas en relación a la celebración
de determinados contratos —compraventa, donación—, los contratos prohibidos entre padres
e hijos en el ejercicio de la responsabilidad parental, ente el tutor y su pupilo, las inhabilidades
para suceder, etc. Según clarifica la norma en comentario, las restricciones se imponen a una
persona en relación con ciertos hechos, simples actos o actos jurídicos. Para comprender las
diferencias entre estos últimos conceptos debe recurrirse a la regulación sobre los hechos y
actos jurídicos que en el CCyC se establece a partir del art. 257 y ss. Así, el hecho jurídico
es un acontecimiento que, conforme el ordenamiento, produce el nacimiento, modificación
o extinción de relaciones o situaciones jurídicas. El simple acto lícito, en tanto, es una acción
voluntaria no prohibida por la ley, de la que resulta alguna adquisición, modificación o
extinción de relaciones o situaciones jurídicas (art. 258 CCyC). Y, finalmente, el acto jurí-
dico es el acto voluntario lícito que tiene por fin inmediato la adquisición, modificación o
extinción de relaciones o situaciones jurídicas (art. 259 CCyC). Las puntuales limitaciones
establecidas por ley en relación a estos hechos, simples actos o actos jurídicos, calificadas
como concretas incapacidades de derecho, se fundan en la protección del orden público y,
por ello, en estos casos la incapacidad que ostenta la persona no puede ser suplida por la
actuación o intermediación de otra —tal como sí ocurre, en cambio, en la incapacidad de
hecho—.

ARTÍCULO 24.- Personas incapaces de ejercicio. Son incapaces de ejercicio: a. la persona


por nacer; b. la persona que no cuenta con la edad y grado de madurez suficiente, con el
alcance dispuesto en la Sección 2ª de este Capítulo; c. la persona declarada incapaz por
sentencia judicial, en la extensión dispuesta en esa decisión.

LA PERSONA POR NACER ES CLARA SU IMPOSIBILIDAD DE EJERCER


DERECHOS.

Que la persona por nacer ostenta la condición de persona humana surge del art. 19 y ss. del
CCyC. Según el citado artículo, el comienzo de la existencia de la persona tiene lugar con la
concepción. El término concepción debe ser entendido conforme la interpretación
constitucional/convencional de la doctrina de la Corte IDH en el caso “Artavia Murillo vs.
Costa Rica”, del 28/11/2012. Sin perjuicio de remitir al comentario al art. 19 CCyC, a los
fines del análisis de esta cuestión, corresponde decir que en dicho precedente la Corte IDH
interpreta el alcance del art. 4°.1 CADH en relación al término “concepción”, ante el carácter
no unívoco del mismo. La Corte IDH analiza el término “concepción” según los siguientes
vectores: su sentido corriente; la interpretación sistemática e histórica —a la luz del sistema
interamericano de derechos humanos; el sistema universal de derechos humanos; el sistema
europeo de derechos humanos y sistema africano— y la interpretación evolutiva. De este
análisis concluye, en resultados coincidentes, que según el art. 4°.1 CADH el embrión no
implantado no puede ser entendido persona y que, en dicho sentido normativo, la
“concepción” tiene lugar cuando el embrión se implanta en el útero; tal la razón por la cual
antes de dicho momento no existe razón para la aplicación del art. 4° citado. Los derechos y
obligaciones adquiridos en favor del concebido quedan irrevocablemente adquiridos si este
nace con vida (art. 21 CCyC), lo cual pone de manifiesto la posibilidad de celebración de
actos jurídicos en nombre y representación de la persona por nacer durante este periodo.

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LA PERSONA MENOR DE EDAD QUE NO CUENTA CON EDAD Y GRADO DE


MADUREZ SUFICIENTE:

En primer lugar, el CCyC elimina la clasificación de menores púberes e impúberes con su


línea demarcatoria de los 14 años. Veremos al comentar el siguiente artículo que la única
distinción etaria que impone la nueva normativa es la que delimita entre niños y adolescentes,
siendo el punto de efracción el de los 13 años de edad. Sin embargo, esta sola circunstancia
—si bien aporta una serie de presunciones relacionadas con la existencia de un cierto grado
de aptitud para determinados actos (por ejemplo la actuación con patrocinio letrado)—, no
basta por sí sola para definir la existencia de capacidad para todos los casos. El requisito
normativo es mixto: la edad y la madurez suficiente.

El calificativo “suficiente” guarda relación con el acto de que se trata: así, la suficiencia
puede existir para ejercer un acto y tal vez estar ausente en relación a otros —por ejemplo,
es diversa la aptitud que se exige para el ejercicio de actos personales y patrimoniales—. El
sistema presenta entonces un tinte más subjetivo, requiriendo la evaluación del caso concreto
para determinar la aptitud. Por ello, todo el régimen de capacidad de los menores de edad no
se asienta en condiciones etarias puras, sino que introduce la pauta más maleable y permeable
de “madurez suficiente”, que permite discernir, en el caso concreto, la posibilidad de tomar
una decisión razonada en relación al acto concreto, apareciendo así como un sistema más
justo y cercano al respeto de la persona humana.

LA PERSONA DECLARADA INCAPAZ POR SENTENCIA JUDICIAL :

Por último, el inc. c) hace referencia a la persona declarada incapaz por sentencia judicial y
en la extensión dispuesta en dicha resolución. Como veremos más adelante, en el CCyC la
incapacidad resulta una respuesta residual, excepcional y restrictiva —art. 31, inc. b)— que
solo procede cuando la alternativa menos gravosa de la “restricción a la capacidad” resulte
inadecuada frente a la absoluta imposibilidad de la persona de interactuar con su entorno y
expresar voluntad, al tiempo que el sistema de apoyos previsto como inicial auxilio en favor
del ejercicio de la capacidad aparezca insuficiente (arts. 32, 43 y concs.)

ARTÍCULO 26.- EJERCICIO DE LOS DERECHOS POR LA PERSONA MENOR


DE EDAD. La persona menor de edad ejerce sus derechos a través de sus representantes
legales. No obstante, la que cuenta con edad y grado de madurez suficiente puede ejercer por
sí los actos que le son permitidos por el ordenamiento jurídico. En situaciones de conflicto
de intereses con sus representantes legales, puede intervenir con asistencia letrada. La
persona menor de edad tiene derecho a ser oída en todo proceso judicial que le concierne así
como a participar en las decisiones sobre su persona. Se presume que el adolescente entre
trece y dieciséis años tiene aptitud para decidir por sí respecto de aquellos tratamientos que
no resultan invasivos, ni comprometen su estado de salud o provocan un riesgo grave en su
vida o integridad física. Si se trata de tratamientos invasivos que comprometen su estado de
salud o está en riesgo la integridad o la vida, el adolescente debe prestar su consentimiento
con la asistencia de sus progenitores; el conflicto entre ambos se resuelve teniendo en cuenta
su interés superior, sobre la base de la opinión médica respecto a las consecuencias de la
realización o no del acto médico. A partir de los dieciséis años el adolescente es considerado
como un adulto para las decisiones atinentes al cuidado de su propio cuerpo.

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