Mosaico de Grandes Pensadores en Torno Al Ajedrez
Mosaico de Grandes Pensadores en Torno Al Ajedrez
Mosaico de Grandes Pensadores en Torno Al Ajedrez
Mujeres iraníes tapadas de negro desde la coronilla hasta los pies se enfrentan hoy a
noruegas de amplios escotes. Haitianos contra burundeses. Tayikos ataviados con
trajes regionales frente a jamaicanos de rastas y camisetas amarillas. Las mujeres de
Zambia, peinadas para ganar un concurso, con las no menos exóticas de Mongolia…
Todo eso y mucho más se ve cualquier día en las Olimpiadas de Ajedrez, bienales,
cuya próxima edición se jugará en Batumi (Georgia) a finales de septiembre con
unos 180 países participantes. Gentes de todas las religiones, razas, edades y clases
sociales comparten su gran pasión durante dos semanas en una maravillosa fiesta,
muy recomendable incluso para aquellos que no tengan el más mínimo interés en el
ajedrez.
Kabamba Mulwale Bwalya, jugadora de Zambia, durante la Olimpiada de Ajedrez
de Bakú (Azerbaiyán), en 2016. DAVID LLADA
Y hojear The Thinkers es muy apropiado para quienes no se crean la frase anterior,
no esperen tener tiempo ni dinero para acudir a una Olimpiada del deporte mental,
consideren que el ajedrez es una actividad estática y aburrida, o deseen ver la
tensión extrema y la concentración retratadas magistralmente. A todo ello hay que
añadir, claro está, a quienes simplemente disfruten de un mosaico de fotografías
multiétnicas, hecho con gran esmero.
Aunque los contrastes no impresionan tanto como en una Olimpiada, los torneos
abiertos con centenares de participantes también son un gran vivero de imágenes que
dejan huella, si quien las busca es un fino observador, como Llada. Un día, en Las
Vegas (EE UU), vio que una mujer blanca, Alexandra Stiger, y un hombre negro,
Mack Avalanche, lucían tatuajes que casaban muy bien, y les pidió que posaran
echando un pulso encima de un tablero. “Es una foto floja técnicamente porque la
tuve que hacer a toda prisa entre ronda y ronda de un torneo de partidas relámpago.
Pero ha salido en muchas revistas, tiene un gran valor simbólico”, explica Llada. Y
tanto: entre los cien mejores jugadores del mundo sólo hay una mujer, y ninguno es
negro; Alexandra es alpinista además de ajedrecista, y la fortaleza de su brazo da
mucho vigor a la imagen.
El creativo Larsen (y X)
Llada tiene una buena respuesta en los escasos textos, en inglés, que salpimentan la
catarata de fotos de impacto en las páginas de The Thinkers. Tras explicar que desde
muy joven siente alergia a jugar torneos –“No, gracias, soy muy hedonista, y
prefiero ahorrarme todo ese sufrimiento”- y sin embargo disfruta muchísimo de
analizar buenas partidas o resolver problemas (blancas juegan y ganan), añade: “El
ajedrez lleva la mente humana a su límite. Es una de las actividades intelectuales
más exigentes e intensas; produce un drenaje de tu energía cerebral. Y eso ocurre
con independencia de tu categoría deportiva, porque la partida va a pedirte todo lo
que tienes, juegues bien o mal”.
Haruna Nsubuga, de Uganda, disputa una partida en el Abierto de Mombasa
(Kenia), en 2015. DAVID LLADA
¿Y qué palabra elegiría para definir el ajedrez de competición si tuviera que
resumirlo en una? “Crueldad. En una partida te puede ocurrir lo mismo que cuando
construyes un castillo de naipes con suma paciencia durante tres o cuatro horas; de
pronto, cometes una pequeña imprecisión y todo se derrumba, sin esperanza alguna
de recuperación”. Y para rematar la idea cita a su amigo Levón Aronián, armenio,
uno de los grandes astros del circuito profesional: “Todos los jugadores de ajedrez
son masoquistas. Excepto los mejores del mundo; esos son los mayores sádicos que
puedas conocer”.
De ahí que un psicólogo dijese a Llada que, si tapa los tableros y las piezas en las
fotos de su libro, lo que se ve sobre todo son personas en estado de conmoción. Y,
aparte de todo ello, está la peculiaridad de la derrota: no puedes echarle la culpa al
árbitro ni a que está lloviendo ni a la mala suerte, porque en el ajedrez casi no existe.
“Nadie puede perder una batalla intelectual sin sentir su ego dolorido. Pero la fase
más terrible de la partida empieza cuando ves que estás peor, y que todo va cuesta
abajo hasta que te rindes; eso resulta aún más doloroso que la derrota en sí misma”,
recuerda Llada de sus años de jugador aficionado.
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Ahora bien, aunque haya motivos para afirmar que el ajedrez es el deporte más
violento que existe —los jugadores deben retener y gestionar una enorme tensión
durante cuatro o cinco horas seguidas, sin poder hablar ni gritar ni correr ni patear
nada—, no es menos cierto que las partidas bellas, y hay muchas, generan en el
aficionado una sensación similar a la Novena de Beethoven en un melómano. El
ajedrez humano —el que juegan las computadoras es otra historia muy distinta—
tiene muchos ingredientes para crear belleza: armonía, lógica, error y castigo, campo
enorme para la creatividad a partir de reglas claras, estrategia y táctica, precisión,
imaginación, geometría estética, etc.
La jordana Ashaeby Razan, durante la Olimpiada de Ajedrez de Bakú (Azerbaiyán),
en 2016. DAVID LLADA