06 Dussel-Quevedo Educacion Tecnologias
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06 Dussel-Quevedo Educacion Tecnologias
com
DOCUMENTO BÁSICO
Dussel, Inés
VI Foro Latinoamericano de Educación; Educación y nuevas tec-
nologías: los desafíos pedagógicos ante el mundo digital / Inés Dussel
y Luis Alberto Quevedo. - 1a ed. - Buenos Aires : Santillana, 2010.
80 p. ; 15x21 cm.
ISBN 978-950-46-2252-9
ISBN: 978-950-46-2252-9
I. Introducción 9
IV. Conclusiones 63
Bibliografía 75
I
Introducción
Dentro de los sistemas educativos de la región, contamos con más de dos décadas de
múltiples y ricas experiencias en materia de introducción de TICs en los procesos de en-
señanza-aprendizaje. Las más de las veces, los programas y proyectos vienen empujados
por una fuerte presión social y económica para que se incluyan las nuevas tecnologías en
la educación. El hecho de que la presión o motor fuera sobre todo externo a los sistemas
educativos motivó, al menos inicialmente, que fueran pocos los planes de prospectiva
que se plantearan una planificación a largo plazo de cambios en gran escala. Esto se
debe, en gran parte, al ritmo acelerado de transformaciones, que impusieron el tema aun
antes de que pudiera ser procesado en proyectos que anticiparan futuros desarrollos.
1
Manovich, L. El lenguaje de los nuevos medios de comunicación. La imagen en la era digital. Barcelona, Paidós,
2006.
Debemos señalar que esto que viene sucediendo en los sistemas educativos también se
observa en otros ámbitos de la acción estatal y en las universidades públicas y privadas:
son varios los analistas que destacan la inadecuación de los marcos institucionales ac-
tuales para dar rápida respuesta a los desafíos de las nuevas tecnologías. La escuela ha
sido señalada como una institución estratégica para la recepción de las TICs, ya que es
allí donde se concentran los procesos de creación y transmisión de conocimientos, pero
lo cierto es que las inversiones en infraestructura en materia de nuevas tecnologías que
se produjeron en los años noventa apuntaron más a la conectividad organizacional, a la
venta de servicios en los hogares y –últimamente– a la conectividad móvil de los usuarios
particulares, sin que se haya registrado una inversión paralela en el ámbito de la educa-
ción –pública o privada– con el fin de promover su apropiación y uso creativo por parte de
los jóvenes. La impresión compartida a lo largo y a lo ancho del globo es que la dinámica
ha sido tan veloz y descentralizada que ha dejado a las instituciones tradicionales rezaga-
das respecto de las nuevas realidades que el mercado fue capaz de imponer.
Un tema no menor es que esas nuevas tecnologías se desplazan a escala global, y los Es-
tados nacionales parecen tener limitaciones técnicas y estructurales para regular los flujos
existentes y también para contraponer dinámicas o intenciones en esa velocidad y escala
(Tedesco, 2005). Sin embargo, en los últimos años puede observarse que hay una recupe-
ración de la iniciativa por parte de los Estados que han desarrollado diferentes programas
orientados a equipar, capacitar e incorporar en el territorio escolar las nuevas tecnologías.
Las experiencias son muy diversas, como también lo han sido sus objetivos y grados de
desarrollo, pero ya podemos señalar una serie de iniciativas muy valorables para América
Latina, como el Plan Ceibal en Uruguay, Enlaces en Chile, Proyecto Huascarán en Perú,
Programa Computadoras para Educar en Colombia, Programa integral Conéctate en El
Salvador, Escuelas del Futuro en Guatemala o el Plan de Inclusión Digital Educativa y Co-
nectar Igualdad en la Argentina, entre otros. Todos ellos dan muestras de la existencia de
políticas que buscan acompañar estas transformaciones, sumarlas al mundo de la escuela
y orientarlas en una dirección determinada.
Este documento se propone justamente analizar cuál es la situación del sistema educativo
en relación con la expansión de las nuevas tecnologías, y cómo se está respondiendo a los
desafíos pedagógicos, sociales y culturales que estas presentan. Dos grandes preocupa-
ciones organizarán esta presentación, que estará centrada sobre todo en el caso argenti-
no, aun cuando contenga debates y análisis que pueden ser válidos para toda la región.
10
La primera preocupación hace a la inclusión digital, y tiene que ver con reducir la brecha
entre sectores sociales y entre generaciones en el acceso y el uso que se hace de las
nuevas tecnologías. Allí se enmarcan, entre otras cosas, las políticas de equipamiento y
conectividad, los programas de una computadora por niño o los planes que apuntan a la
adquisición de competencia para el uso de las TICs. Datos recientes del sistema educativo
argentino, así como de otros países de la región, muestran avances muy importantes en
esta dirección. Sin embargo, el mapa de la conectividad muestra que todavía restan pasos
importantes para garantizar el acceso a los sectores más postergados de la población, ya
sea por razones socioeconómicas que limitan ese acceso, ya sea por su localización geo-
gráfica que los coloca fuera del alcance o cobertura del actual mapa de conectividad.
La segunda preocupación se relaciona con los desafíos pedagógicos que implica la intro-
ducción de nuevas tecnologías en las escuelas, tanto en términos de las transformaciones
del espacio y del tiempo que imponen como en la reorganización de los saberes y las re-
laciones de autoridad en el aula. La escuela es una institución basada en el conocimiento
disciplinar y en una configuración del saber y de la autoridad previa a las nuevas tecnolo-
gías, más estructurada, menos exploratoria y sometida a criterios de evaluación comunes
y estandarizados. Por otro lado, las nuevas tecnologías –y su lógica de consumo– parecen
funcionar sobre la base de la personalización, la seducción y el compromiso personal y
emocional, y lo hacen siempre con una dinámica y una velocidad que entran en colisión
con los propósitos y “tiempos” de la enseñanza-aprendizaje de la escuela. Estas caracte-
rísticas implican desafíos muy concretos sobre cómo, dónde, cuándo y quiénes se harán
cargo de la introducción de estas nuevas tecnologías en el aula, porque se trata de dos
lógicas y modos de configuración del conocimiento muy diferentes. No estamos entonces
solamente ante un problema de inversión en infraestructura (requisito necesario pero no
suficiente en el campo de las TICs) sino también ante una mutación simbólica y cultural
que involucra las bases sobre las que se construye la institución escolar.
Un elemento que nos interesa poner en debate es la afirmación de que las nuevas gene-
raciones son “nativos digitales”, tanto en su manejo experto de las nuevas tecnologías
como en la confianza que parecen tener en sus posibilidades y alcances. De igual modo,
se afirma que los adultos son “migrantes digitales”, que no entienden ni manejan los
códigos que proponen los nuevos medios. Por eso mismo, se concluye que hoy una de las
brechas digitales más importantes se manifiesta entre las generaciones. Así, la diferencia
“generacional” sería más importante que las diferencias socioeconómicas, geográficas o
11
culturales. Así, esta brecha digital se evidenciaría de manera particular en las escuelas, en
donde el contacto intergeneracional es más cotidiano y masivo.
Creemos que el debate sobre las nuevas tecnologías y su impacto en el sistema educativo
debiera partir de la responsabilidad de las políticas públicas, de los sistemas educativos y de
los adultos respecto de los usos y prácticas que se producen en torno a ellas. La noción de
responsabilidad (tanto de las instituciones involucradas como de las personas comprome-
tidas en ellas) no implica autoría completa y unívoca de las acciones ni voluntad de control
de todo lo que sucede, lo cual no solo se ha vuelto imposible en el marco de formas de
producción y circulación de los saberes. Estamos ante un territorio inestable, enredado y
muchas veces difuso, donde los conocimientos y las formas de adquisición de saberes se
han descentrado y provienen de múltiples fuentes, muchas de ellas fuera del control de la
escuela o la familia, todo lo cual vuelve más complejo el rol de cada uno de los actores.
Pero lo que resulta indudable en la revisión de las investigaciones sobre el tema es que los
jóvenes tienen prácticas y competencias tecnológicas muy disímiles según sea su marco
de experiencias (fuertemente vinculado a su nivel socioeconómico y a su capital cultural).
Por otro lado, hoy hay posibilidades tecnológicas expandidas que han tornado posibles
algunas acciones ética y políticamente inquietantes, como por ejemplo la proliferación
de una visualidad sensacionalista que exacerba la exhibición de imágenes impactantes ya
no solamente desde la televisión sino también desde las redes sociales y las tecnologías
amateurs (Jaguaribe, 2007; Sontag, 2003).
12
Hay que resaltar que los cambios tecnológicos pasan siempre por un período de inestabi-
lidad o, en términos más precisos en la historia de la tecnología, “una ventana de flexibi-
lidad interpretativa”. Los historiadores señalan que cada vez que se incorpora una nueva
tecnología, “hay un período de flexibilidad en la que distintos actores sociales se movi-
lizan para construir el nuevo sentido de un artefacto tecnológico.” (Ito et al., 2010:25).
Con el tiempo, esa indefinición se estabiliza y se convierte en un nuevo sentido común.
Ese es el tiempo que estamos viviendo actualmente, en el que los nuevos pasos depen-
den, en gran medida, de las decisiones y debates que encaremos hoy (Jenkins, 2009).
Con estas consideraciones como punto de partida, el documento que presentamos como
base de la discusión del VI Foro Latinoamericano de Educación se propone ofrecer una
lectura de conjunto sobre algunos ejes de debate que atraviesan buena parte de las
políticas educativas de la región en torno a la inclusión de dichas tecnologías: el lugar
de la escuela en la adopción de nuevas tecnologías, los espacios y modalidades para su
incorporación, las transformaciones requeridas en términos de la clasificación y organiza-
ción de los saberes escolares, y las demandas sobre nuevos perfiles docentes. Esperamos
que las ideas que siguen contribuyan a un intercambio rico para avanzar en políticas
educativas y pedagógicas que estén a la altura de los desafíos que nos toca enfrentar en
este nuevo siglo.
13
II
Los sistemas educativos en el marco de un
mundo digital
Muchos investigadores han señalado con insistencia que nuestras sociedades están su-
friendo una mutación estructural que ha modificado las bases sobre las que se construyó
la modernidad y, en particular, los principios bajo los cuales se organizan el conocimiento,
el mundo del trabajo, las relaciones interpersonales, la organización de los mercados,
así como las bases sobre las que se construye la gramática de la política y los ejes ar-
ticuladores de la identidad (individual y colectiva) y los principios de construcción de la
ciudadanía.1 Al mismo tiempo, se ha insistido en la idea de que todos estos procesos
están vinculados, de una u otra forma, al giro tecnológico que caracteriza a esta época.
Sin embargo, el problema está muy lejos de ser un tema técnico y se ubica en rigor en el
centro de la escena cultural contemporánea.
Es cierto que con el ingreso a lo que se ha dado en llamar sociedad del conocimiento,2
nuestros países están cambiando de manera significativa sus perfiles productivos y, al mis-
mo tiempo, las actividades culturales (que incluyen servicios, diseño, productos industriales,
desarrollo de software, producción y exportación de bienes simbólicos y de know how,
etc.) se han colocado en el centro de los debates sobre el desarrollo tanto en América La-
todo el mundo. Todos los analistas reconocen que desde hace 15 o 20 años
tina como en todo
1
Los trabajos que sostienen esto son muy numerosos, pero tal vez la obra de Manuel Castells La era de la infor-
mación (Madrid, Alianza, 1997), complementada con Comunicación y poder (Madrid, Alianza, 2009), fueron
las que mejor mostraron la compleja articulación de estos temas. Aunque sin duda deberíamos sumar las inves-
tigaciones de Scott Lash, Sygmunt Bauman, Sherry Turkle, Dominic Wolton, Pierre Levy, Javier Echeverría, Henry
Jenkins, entre muchos otros.
2
El Informe sobre Desarrollo Humano del PNUD del año 2001 fue uno de los documentos que abrieron el tema
a un debate profundo de la comunidad internacional que no ha cesado de ampliarse en los últimos años y que
comprende tanto a organismos internacionales como a universidades, empresas y ONGs.
15
Pues bien, estos cambios en el perfil industrial y tecnológico de nuestros países que
impactaron directamente en el mundo de la cultura también cambiaron el perfil de los
consumos y del uso del tiempo libre de los ciudadanos. Si bien no hay un consenso ge-
neralizado sobre las características que están asumiendo nuestras sociedades, es posible
enumerar una gran cantidad de cambios en todos los niveles de la vida social. Zygmunt
Bauman utiliza una imagen que los resume bien: se trata de la “licuefacción acelerada de
marcos e instituciones sociales” que funcionaron como articuladores de la modernidad
(Bauman, 2005).
Aun cuando nadie puede saber hacia dónde nos lleva exactamente esta mutación sim-
bólica, es posible, de manera muy general, señalar que el modo en que se organizaron la
política, la cultura, la base tecnológica de la economía, el orden jurídico y las instituciones
que caracterizan a la modernidad está en crisis. Manuel Castells denominó muy tempra-
namente este fenómeno “proceso de desterritorialización” y le atribuyó, con razón, una
importancia estratégica. El cambio de época incluye de manera fundamental la crisis de
los territorios modernos, territorios que no se reducen a la geografía de un Estado nación,
es decir a las fronteras materiales que fijaron los países, sino a sus instituciones, valores,
creencias, ideologías y a los espacios públicos y privados que delimitaron el territorio
político, social y de la intimidad familiar o personal.
16
Por otra parte, la expansión de las TICs y su desembarco en la intimidad de los hogares
privados han obligado a repensar el concepto mismo de “espacio público” y la forma en
que se han pensado los lugares donde se han concentrado buena parte de los consumos
culturales del presente siglo. La sostenida expansión de los medios y su instalación en
3
Especialmente en su texto La corrosión del carácter, Barcelona, Anagrama, 2000.
17
espacios antes reservados para la vida familiar han llevado a muchos autores (como Javier
Echeverría) a replantear la relación entre lo local y lo global, entre lo público y lo privado
y entre lo individual y lo colectivo.4
4
Esta idea la desarrolla en su texto Telépolis, Barcelona, Ediciones Destino, 1994.
5
Según el Sistema Nacional de Consumos Culturales, la Argentina registraba un promedio de 2,4 televisores por
hogar en el total del territorio nacional.
18
población; Chile es el país con mejor tasa de acceso (alcanza el 50,4% de la población),
mientras que en la Argentina la cifra ha llegado al 48,9% de sus habitantes.6 El país con
menor penetración es Bolivia (con solo el 10,7% de su población con acceso a Internet),
mientras que algunos países han incrementado de manera exponencial el acceso en la
última década, ya que partían de cifras muy bajas a comienzos de 2000: la República
Dominicana, Paraguay y Guatemala, entre otros.
La presencia de Internet en los hogares, en los lugares de estudio o de trabajo, así como
en los locutorios y cibercafés, entre otros espacios públicos, ha revolucionado las prácticas
culturales, sobre todo –pero no solamente– entre los más jóvenes. El complejo entorno
tecnológico que caracteriza hoy a nuestras sociedades –y donde se socializan las genera-
ciones más jóvenes– ha creado hábitos y prácticas culturales absolutamente novedosas y
que no se podían imaginar hace quince o veinte años. Uno de los usos tempranos de las
computadoras (y más tarde de la web) ha sido la práctica de los videojuegos, que no solo
ocupa a los más jóvenes sino que atraviesa distintos grupos etarios. Las industrias cultu-
rales se interesaron mucho en este rubro que ha tenido un desarrollo comercial enorme
a través de la elaboración de juegos (tanto online como offline) que han capturado la
atención de millones de internautas (el 22% de quienes se conectan en la red lo hacen
para jugar) y que han merecido análisis bien específicos sobre sus lenguajes, sistemas de
reglas, estéticas, relatos, etcétera.7
6
Los datos provienen del Internet World Stats actualizados al mes de diciembre de 2009 y se pueden consultar
las tablas completas en: www.internetworldstats.com/stats10.htm
7
Véanse, por ejemplo, la compilación de Ferdig (2008) y los aportes de Squire (2008) y Gee (2004), entre muchos
otros analistas de los videojuegos y de su impacto educativo.
19
partícipes en los blogs) crecieron de manera exponencial en los últimos diez años y las
cifras que intentan dar cuenta de este universo se vuelven viejas día a día (como casi
todas las mediciones que corresponden a Internet) pero son siempre muy significativas y
se encuentran en plena expansión.8
A este fenómeno de los blogs debemos sumar el desarrollo de las redes sociales, que ha co-
lonizado en buena medida las prácticas culturales (y las formas de relación social y vínculos
interpersonales) de los usuarios de la red. Al igual que los blogs, estas redes son muy recien-
tes pero se han vuelto muy robustas luego de una década de existencia. Aparecieron allá
por 2001 y 2002 y recién en 2003 se volvieron populares cuando aparecieron sitios como
MySpace y Friendster, entre otros. Pero no debemos perder de vista que estas experiencias
no encuentran su forma definitiva hasta tanto no se resuelva el modelo de negocios que
representan. La aparición y el desarrollo de los sitios son casi siempre los mismos: luego de
probar una plataforma que dé garantías de funcionamiento, un grupo de personas inician
la actividad e invitan a amigos y conocidos a formar parte de la red social. En general, si la
propuesta es atractiva, la red se expande muy rápidamente y su crecimiento es geométrico.
Pero para soportarlo, para garantizar su éxito, debe transformarse en un negocio. Un buen
ejemplo, tal vez el mejor, es el de Facebook,9 una red social similar a MySpace que creció de
manera exponencial gracias al respaldo y la inversión de Microsoft.
Durante el año 2009 se duplicó el número de usuarios de las redes sociales y se estimaba
que cerca del 81% de los internautas pertenecían al menos a una red social. Sin embar-
go, la tendencia de quienes son residentes en Internet es a usar varias redes: un estudio
reciente calculaba que en el año 2009 el número medio de redes sociales a las que per-
tenece un usuario es de 2,3 frente al 1,7 del año anterior.10 Por supuesto, este fenómeno
8
En la Argentina el número de bloggers se calcula en unos 500 mil, pese a que siempre se trata de estimaciones.
Según el estudio realizado por la consultora Ignis Medios & Comunicación, el 45% de los bloggers tienen entre 12
y 19 años y el 36% pertenece al segmento de 20 y 35 años. El 65% de ellos son solteros, el 11% está en pareja y
el 14% son casados. Y el 70% de los bloggers se conecta un mínimo de 4 días a la semana. Debe notarse, también,
como lo hace un reciente documental de la BBC, que se calcula que el 90% de los blogs está inactivo actualmente,
lo que habla del dinamismo de esos soportes (cf. www.virtualrevolution.co.uk).
9
El sitio Facebook fue creado por Mark Zuckerber en 2005, ha sido traducido a 70 idiomas y se estima que cuenta
con unos 400 millones de usuarios en abril de 2010. Ha recibido muchas inversiones: la más reciente inyección de
capital a Facebook –27,5 millones de dólares– fue liderada por Greylock Venture Capital (un fondo de inversión
vinculado con la CIA).
10
Ver el sitio The Cocktail Analysis, que ha realizado en 2010 una encuesta al respecto y que muestra la penetra-
ción de las redes sociales en: http://www.tcanalysis.com/2010/02/01/segunda-oleada-del-observatorio-de-redes-
sociales/
20
De todos modos, esto no quiere decir –en ningún caso– que cada habitante tenga un
teléfono, ya que aquellos usuarios intensivos de esta tecnología registran hoy 2 o 3 ce-
lulares para uso personal. Pero no cabe duda de que el teléfono celular es el medio de
comunicación que más se ha personalizado y que ha llegado muy pronto a capturar a
todos los grupos etarios o estratos sociales casi independientemente del lugar de resi-
dencia (que hoy es casi la única variable importante, ya que de la localización geográfica
depende la posibilidad de acceso o no a este servicio).
El caso del celular permite ir aproximándose más de cerca a la intersección que nos
preocupa en este documento: la de estos nuevos medios digitales y la escuela. Para la
escuela, el celular –como muchas otras tecnologías–, que los jóvenes usan intensamente,
ha pasado a ser un tema de primer orden, ya que se considera que interrumpe el normal
trabajo en el aula. En efecto, los docentes y maestros están preocupados por el uso que
hacen los alumnos en el aula: se envían mensajes de texto, chatean, hacen bromas con
sus ringtones y, por supuesto, también usan sus teléfonos para copiarse en los exámenes.
No es menos cierto que los alumnos se quejan del uso que hacen los docentes en el aula
de sus celulares, por lo que la prohibición es, en general, doble: para alumnos y para do-
centes. Desde el punto de vista institucional, una de las reacciones ha sido la prohibición
de los teléfonos móviles en el espacio escolar: varias provincias argentinas han legislado
21
Estas nuevas tecnologías no solo han generado diferentes y novedosas prácticas cultu-
rales sino que también registran distintos modos de apropiación de estas. Nos referimos
tanto al lugar que ocupan las tecnologías en la vida cotidiana de las personas como a la
diversidad de usos y sentidos que ellas les otorgan. Pero la aparición de estos fenómenos
novedosos convive (y lo hace de un modo muy particular) con las “viejas” tecnologías
que ya se encontraban instaladas en los hogares y en el espacio público desde hace varias
décadas: el teléfono fijo, la radio, la televisión, entre otras. Sin embargo, puede señalarse
que la presencia de estas nuevas tecnologías ha impactado y modificado (a veces por ab-
sorción, otras por combinación) aquellas que fueron creadas en los dos siglos anteriores y
que no han perdido su vigencia pero sí se han visto modificadas. Como bien lo señala Lisa
Gitelman, “ningún medio […] parece hacer su trabajo cultural aislado de otros medios,
así como tampoco trabaja aislado de fuerzas sociales y económicas. Lo que es nuevo
sobre los nuevos medios tiene que ver con la forma particular en que remoldean a los
viejos medios, y los modos en que los viejos medios se reestructuran para responder a los
desafíos de los nuevos medios”.12
Precisamente para evitar la idea de que lo nuevo reemplaza a lo viejo, como en la visión
banal que teme la desaparición total del libro frente a la computadora o al celular, cabría
hablar más bien de una ecología de medios en la cual conviven aparatos y prácticas
diferentes, a menudo combinados entre la escuela, el hogar, el espacio de ocio y las
sociabilidades con pares, etc. Pero si bien ningún medio desaparece cuando irrumpen
los nuevos, no es menos cierto que ningún medio “viejo” permanece igual cuando se
mezcla, fusiona o combina con los nuevos. La telefonía celular no abolió la existencia de
la radio, la televisión o la fotografía, pero las modificó, las tiñó de novedades y cambió
el vínculo que los usuarios tenían con ellas: por ejemplo, privilegió la radio FM por sobre
la AM, creó productos televisivos exclusivos para celulares y modificó los criterios de
11
En varias provincias argentinas se ha legislado en este sentido, aunque con distinto temperamento en cada
caso. Por ejemplo, el Ministerio de Educación de la provincia de Córdoba dictó la resolución 225/2005, que regula
el uso de los teléfonos celulares en las aulas. La resolución dispone que se permita su uso en “los recreos, horas
libres, momentos de ingreso o egreso de la institución y en aquellos tiempos y espacios en que la naturaleza de la
actividad lo permita”.
12
Bolter y Grusin, en Gitelman, 2008:9.
22
¿Cuál es, entonces, el impacto que están teniendo estos nuevos medios digitales sobre los
sistemas educativos y más específicamente sobre la escuela como institución encargada de
la transmisión de la cultura letrada? Considerados desde la escuela, hay rasgos especiales
en estos nuevos medios sobre los que vale la pena detenerse, no solo porque involucran
nuevas relaciones de conocimiento sino porque proponen diferentes usos que pueden
adaptarse a los fines de la escuela. Por ejemplo, algo sobre lo que se ha insistido es que los
nuevos medios tienen como una de sus características el de ser tecnologías que permiten la
autoría o la creación de los usuarios o receptores (en contraste con los medios tradicionales
en los que el emisor tiene mayor peso). En este punto, se habla de la interactividad que
posibilitan, pero más que en ese rasgo –que por otra parte podría sostenerse también con
cualquier texto escrito–, deberíamos pensar en la posibilidad que abren a la intervención,
reescritura, modificación y cambio de sentido de los productos ya existentes que, de alguna
manera, están ahora abiertos a la resignificación. En efecto, los usuarios o consumidores
están ahora llamados a la creación porque su vínculo con los productos digitales tiene siem-
pre un horizonte abierto: ahora intervienen sus fotos, editan sus videos, se apropian y crean
sus propias colecciones de música, y rearticulan textos que pueden contener varios modos
de comunicación (palabra, música, imagen) al mismo tiempo.
Para la escuela, se plantea una pregunta inevitable: ¿cuáles son las posibilidades creati-
vas y cognitivas que tienen entonces los nuevos medios? Andrew Burn, un docente de
educación en un medio inglés, señala que la posibilidad de ser autores de medios ha
cambiado porque las nuevas tecnologías permiten a una escala mucho mayor, más eco-
nómica en tiempo y más efectiva en el plano de la comunicación, realizar los siguientes
procedimientos:
23
Si bien los dos primeros podían hacerse con un texto escrito a máquina o a mano –como
se hacía en las épocas predigitales–, los dos últimos ciertamente solo pueden hacerse
cuando se puede pasar al lenguaje digital ya sea un texto escrito, un sonido o una ima-
gen, y convertirlos en bits “equivalentes e intercambiables”.
Puede decirse que esta combinación de múltiples medios y de múltiples modos de co-
municación, donde se mezclan sonidos, imágenes, textos, gestos, etc., abre posibilidades
expresivas muy novedosas y desafiantes que la escuela puede utilizar. Los informes que
han elaborado Henry Jenkins (2006) y Tyner y otros (2008) enfatizan las posibilidades
enormes de prácticas de conocimiento que habilitan los nuevos medios, por lo que estos
autores hablan de “permisibilidades” (affordances): acciones y procedimientos que per-
miten nuevas formas de interacción con la cultura, más participativas, más creativas, con
apropiaciones originales.
Veamos, por ejemplo, el listado de operaciones con el conocimiento que los medios digi-
tales permiten realizar. En opinión de Jenkins y sus colegas, los nuevos medios hacen que
los jóvenes se vinculen al saber a través de las siguientes acciones:
24
Otros informes de especialistas producidos en los últimos años señalan cuestiones simi-
lares, aunque algunos lo hacen en un tono más crítico que el informe coordinado por
Jenkins, e insisten en que estas posibilidades o permisibilidades que habilitan los nuevos
medios no son necesariamente las prácticas más habituales entre los niños y jóvenes de
hoy. Esto lo podemos constatar en nuestros países, donde los jóvenes orientan la utiliza-
ción de las nuevas tecnologías hacia los juegos más sencillos, las relaciones interperso-
nales, la música, el consumo de videos y el esparcimiento, sin asociar estas prácticas con
procedimientos de tipo escolar ni con prácticas más complejas de conocimiento.
Por ejemplo, cuando se habla de la posibilidad de un juicio sofisticado que permita eva-
luar la confiabilidad de los datos, se deja de lado que la práctica más habitual en cualquier
búsqueda en Internet es rastrear dos o tres entradas del resultado de la búsqueda, que
suelen ser las más visitadas y no necesariamente las más precisas ni certeras. El hecho
de que la mayoría de los usuarios (no solo las nuevas generaciones) desconozcan los
criterios de jerarquización de la información de los principales buscadores que usamos
cotidianamente, habla de la distancia entre esas permisibilidades y las prácticas usuales.
Los jóvenes (y también los adultos) suelen realizar el camino más corto y directo hacia un
dato y no aquel que implica cierto grado de evaluación o confrontación de resultados.
Por otro lado, en el informe producido por Tyner, esta autora subraya que hay aspectos de
la interacción con las nuevas tecnologías que permiten procesar los cambios y conflictos
intergeneracionales y que no deberían generar un “pánico moral” por el riesgo o la inse-
guridad de los jóvenes, sino más bien entender cómo funcionan siempre en su relación
con el mundo de los adultos. Si una práctica habitual entre los jóvenes suele ser la de
evitar el escrutinio de los padres (o, de manera más general, “esconderse” del control
adulto), las nuevas tecnologías les ofrecen ahora otro soporte (muy sofisticado y comple-
jo) donde se pueden ejercer múltiples estrategias para lograrlo. Se trata en realidad de
una vieja práctica que ahora se ejercita por otros medios.
Otra práctica que se ha desarrollado en los últimos años consiste en la explosión del con-
tenido generado por los usuarios por medio de tecnologías que permiten “hacerlo por sí
mismo” (do it yourself). Un caso muy interesante lo podemos ver en YouTube:13 un sitio
13
YouTube fue creado por tres antiguos empleados de PayPal en febrero de 2005 y en noviembre de 2006 lo adquirió
Google por 1.650 millones de dólares. YouTube es muy popular gracias a la posibilidad de alojar vídeos personales
de manera sencilla y con distintos formatos. Encontramos clips de películas, videos caseros, programas de televisión,
videos musicales, etc. La mayor parte de los productos que se suben son creados por aficionados.
25
creado en 2005 pareció representar la realización del sueño democrático de darle libre
expresión al ciudadano común y de permitir una plataforma para el intercambio de ma-
teriales audiovisuales. Algunos analistas han contrapuesto esta visión celebratoria y algo
eufórica sobre la creación del ser humano común con una descripción más cruda: no es
más que una base de datos que nos permite ingresar a una plataforma y mirar un video
y nada más. En realidad, YouTube tiene una complejidad mayor: por un lado porque ha
exacerbado el amateurismo, la creación doméstica de imágenes, sonidos y textos que,
si bien suelen ser de muy baja calidad técnica, tienen en muchos casos una pretensión
narrativa, estética o expresionista que se les abre a millones de personas y que se ha
transformado en un sitio que no registra antecedentes en el mundo de la cultura. Pero
por otro lado, YouTube se monta en un fenómeno que ya había inaugurado la televisión:
dar cabida a la palabra y la imagen de la gente común. Hay en todos los medios una es-
pecie de celebración de la vida cotidiana (que puede ser vista como pura banalidad) que
ha dado lugar a que muchas personas busquen allí una plataforma para su identidad o
simplemente un modo de reconocimiento social.
Al mismo tiempo, como lo han señalado Burn y otros estudios de Buckingham (2008) y
de Julian Sefton-Green (1998), estas posibilidades que están en manos de los usuarios
siempre están mediadas por las industrias culturales. En otras palabras: lo que se produce
suele estar, al menos en buena parte, dominado por los géneros, materiales y procedi-
mientos de esas industrias. Como hemos señalado anteriormente, los sujetos contempo-
ráneos somos sujetos “mediatizados”, esto es, moldeados por los medios, y por eso los
productos audiovisuales responden, más que a las estéticas y a la creatividad personal,
a los patrones que imponen las industrias culturales. Así, Buckingham evidencia que los
adolescentes, puestos a crear cortos de ficción, recurren generalmente a la parodia y a
la denuncia sensacionalista, y no usan, porque no conocen, modos más experimentales
de narrar historias o situaciones. La “autoría” es un término que conviene revisar a la luz
de Bakhtin y su idea de la polifonía que habita en cada voz: ¿quién “habla” cuando se
produce un texto audiovisual? ¿De quién son esas imágenes, esos sonidos, ese montaje?
Conviene enunciar estas palabras con cautela, para no caer en visiones celebratorias que
desconocen los márgenes de libertad creativa y estética que se tienen en cada caso.
26
Algo similar señala la antropóloga Mizuko Ito en su estudio sobre el software infantil
(2009). Identifica algunos géneros no solo de los videojuegos sino más en general de los
programas que han sido desarrollados pensando en una audiencia infantil, y logra identi-
ficar algunas constantes: existe un género académico (orientado a mejorar el desempeño
en lengua y matemática, bastante clásico y repetitivo); uno comercial o de entreteni-
miento (suelen ser los más conocidos), y uno constructivista (representado por Seymour
Papert, el creador del programa Logo y de otros proyectos dentro del Instituto Tecnoló-
gico de Massachusetts – MIT). Estas diferencias en los géneros no son tan marcadas a la
hora de evaluar las prácticas de juego de los niños y jóvenes, generalmente organizadas
alrededor de las interacciones que proponen el lenguaje y la lógica de los productos co-
merciales en términos de rapidez y eficacia en el avance a pasos subsiguientes.
Esta antropóloga también observa que desde el marketing y los discursos públicos sobre la
infancia se construye una oposición entre la diversión, que sería “natural y auténtica en la
infancia” –mejor representada en los videojuegos comerciales–, y la educación “aburrida,
seca, llena de polvo” que parece ser “un acto de violencia social y simbólica que va contra
esta naturaleza infantil” (Ito, 2009: 141). La autora señala que los niños y jóvenes “movili-
zan” este discurso de la diversión y del placer contra lo que les proponen los adultos, y que
los desarrolladores de videojuegos se alinean, no inocentemente, en este juego de poder
del lado de los niños, contra la autoridad adulta en el hogar o en la escuela.
Hay, en ambos comentarios (el de los productos audiovisuales creados por jóvenes y el de
las prácticas de juego y los videojuegos), un debate explícito con la idea de que las nue-
vas tecnologías permiten a los niños y jóvenes aprender auto-didácticamente. Librados a
sí mismos, probablemente vayan allí donde las industrias culturales los dirijan, como de
hecho sucede actualmente.
Por supuesto, se podría también argumentar que los jóvenes de hoy aprenden muchas
cosas valiosas por su cuenta y especialmente en la web. La investigación monumental del
equipo liderado por Mizuko Ito da cuenta de la construcción de un “conocimiento ex-
perto” en torno a programas informáticos (por ejemplo, siguiendo programas tutoriales
que pueden descargarse gratuitamente en la red, o bien uniéndose a comunidades de
jóvenes que buscan resolver desafíos en la programación) y/o alrededor de temas de su
interés por parte de muchos jóvenes. La individualización de las pantallas permite hacer
exploraciones singulares y al ritmo que cada uno quiere –o puede–. En algunos casos,
27
esas exploraciones fructifican en un capital cultural muy significativo para moverse en los
nuevos medios, con un conocimiento técnico avezado y una experiencia rica en lograr
resolver problemas.
Estas características de exploración singular, más adaptada a los intereses de cada uno,
y hasta cierto punto organizada en forma autodidáctica, diferencian a este modo de
operación con el saber de los nuevos medios de lo que tradicionalmente ha propuesto
la institución escolar. Quisiéramos, en los párrafos que siguen, profundizar en estas opo-
siciones.
Hay un primer elemento que tiene que ver con la sistematicidad y la formalidad de ese
aprendizaje. Henry Jenkins, en su estudio sobre el impacto emocional de la cultura popu-
lar, destaca que “probablemente podamos describir con detalle nuestra primera entrada
a un museo, pero pocos de nosotros nos acordamos de nuestra primera experiencia mi-
rando televisión. Las habilidades que necesitamos para dar sentido a los textos de la cul-
tura popular emergen a través de prácticas educativas informales mientras consumimos
los medios con amigos y con la familia” (Jenkins, 2007:16), y por fuera de la educación
formal.
Lo poco sistemático no es la única característica que separa a uno de otro. Los nuevos
medios proponen, más bien, momentos de gran intensidad emocional y de un espec-
táculo visual impactante; involucran un nivel somático de respuesta corporal, ya sea a
través del “clickear” de la mano o de la inclinación del cuerpo (cuando no, como en
los más nuevos juegos de consola como la Wii, al conjunto del cuerpo). Todo ello se
opone al modo más clásico de relación con el saber que configura la escuela, basada en
la distancia, la reflexión intelectual, la moderación y hasta la represión de los aspectos
emocionales, y el control y reducción de los estímulos visuales más espectaculares, a los
que se juzga distractores y poco interesantes pedagógicamente.
28
“Al igual que los sistemas expertos de inteligencia artificial, los personajes de los video-
juegos poseen experiencia en algún área bien definida pero restringida, como el ataque
al usuario. Pero como los videojuegos están muy codificados y se basan mucho en reglas,
tales personajes funcionan de manera muy efectiva; es decir que responden con eficacia
a las pocas cosas que podemos pedirles que hagan, ya sea correr hacia adelante, disparar
o coger un objeto. No pueden hacer nada más, pero es que el usuario tampoco va a tener
la oportunidad de comprobarlo” (Manovich, 2001:80).
El punto que señala Manovich nos conduce a otra de las operaciones con el saber que
menciona Jenkins en su listado de permisibilidades: la simulación, que también se distan-
cia del modo escolar de trabajo con el saber, que se basa más en mostrar, ver y definir
verbalmente.
29
Turkle provee varios argumentos sobre la potencialidad y los límites que tienen las simu-
laciones. Señala que:
“La simulación se vuelve fácil de amar y difícil de poner en duda. […] El mode-
lo molecular construido con pelotas y palos cede paso a un mundo animado
que puede ser manipulado con un toque, rotado y dado vuelta; la maqueta de
cartón del arquitecto se vuelve una realidad virtual fotorrealista que uno puede
‘sobrevolar’. Con el tiempo, ha quedado claro que […] este movimiento de la
manipulación física a la virtual abre nuevas posibilidades para la investigación, el
aprendizaje y la creatividad en el diseño. También queda claro que puede tentar
a sus usuarios a una falta de lealtad con lo real […]. La simulación demanda in-
mersión, y la inmersión vuelve difícil poner en duda la simulación. Cuanto más
poderosas se vuelven nuestras herramientas, más difícil es imaginar el mundo sin
ellas” (Turkle, 2009: 8).
La capacidad de poner en duda es, para Turkle, un componente central de una operación
reflexiva sobre la simulación. Pero los entornos virtuales con los que interactuamos y con-
vivimos cada vez con mayor frecuencia avanzan no solo en su capacidad de seducirnos
y fascinarnos con el fin de mantenernos en estado de inmersión, sino que se proponen
justamente borrar toda distinción con el mundo natural o, más aun, competir con eso
que nosotros insistimos en denominar mundo real.
30
“Sabemos bien que cada memoria está siempre amenazada de olvido, cada tesoro
amenazado de pillaje, cada tumba amenazada de profanación. También, cada vez
que abrimos un libro –poco importa que sea el Génesis o Los 120 días de Sodo-
ma– deberíamos quizá reservarnos algunos segundos para reflexionar sobre las
condiciones que han vuelto posible el simple milagro de tener a ese libro allí, ante
nuestros ojos, que haya llegado hasta nosotros. Hay tantos obstáculos. Se han que-
mado tantos libros y tantas bibliotecas. Y, asimismo, cada vez que posamos nuestra
mirada sobre una imagen, debemos pensar en las condiciones que han impedido
su destrucción, su desaparición. Es tan fácil, ha sido desde tiempos inmemoriales
tan corriente la destrucción de las imágenes” (Didi-Huberman, 2006: 42).
31
repertorios visuales se volverán tanto más urgentes cuanto más crezcan las posibilidades
tecnológicas de producción y archivo de imágenes que, desde hace por lo menos diez
años, son producidas por millones de jóvenes que han desatado una fiebre por el registro
antes que una reflexión acerca del destino de sus producciones.
Pero también podemos abordar el tema desde otra perspectiva igualmente inquietante.
En este fenómeno de la ampliación del “archivo de la cultura” sobre el que ha reflexio-
nado Appadurai, hay un aspecto que es especialmente sugerente para pensar la escuela
–ella misma una institución de conservación y transmisión de la cultura, es decir, una ins-
titución arkhóntica, como la llamaban los griegos, encargada de custodiar la memoria–.
Este antropólogo señala que el archivo es, antes que una recopilación memorialista, el
producto de la anticipación de la memoria colectiva, y en ese sentido hay que pensarlo
más como aspiración que como recolección (Appadurai, 2003).
Este aspecto de la “aspiración” es algo sobre lo que también vale la pena reflexionar en
términos de la relación con la cultura visual contemporánea. En el ambiente educativo, se
suele hacer énfasis en las amenazas y peligros a la privacidad y la seguridad que encierra
Internet, pero se piensa menos sobre la ampliación de esta “capacidad de desear” ya no
en los términos que les preocupaban a algunos pedagogos conservadores como Víctor
Mercante, que decía, a principios del siglo xx, que el cine solo enseñaba a los adoles-
centes a “gozar, gozar y gozar” (cf. Dussel, 2006), sino en relación con aspirar a otros
modelos de vida, a otras experiencias de conocimiento, a otros desafíos vitales.
32
Como hemos podido ver, los desafíos que nos abre el nuevo mundo digital están le-
jos de plantearse en términos técnicos o de equipamientos. Una de las preguntas que
debe hacerse la escuela hoy es justamente: ¿qué haremos con estas nuevas demandas
y aspiraciones que atraviesan y constituyen a los jóvenes? El desafío central pasa por
preguntarnos si podremos reconocerlas y enriquecerlas, o si solo serán percibidas como
amenaza y la actitud de la escuela será, como en otros momentos, puramente defensiva.
Esa pregunta, que parece tan sencilla de responder, apunta sin embargo a algo que está
en el corazón de la escuela: su jerarquía de saberes, su “manual de procedimientos”, su
organización de lo visible y de lo decible. La resolución del tema no es sencilla ni todas
sus aristas son fáciles de percibir. Por eso volveremos a reflexionar sobre estas tensiones
en el apartado final.
33
III
Las experiencias educativas con las nuevas
tecnologías: dilemas y debates
Como dice un analista norteamericano, hay que recordar que “la música no está en el
piano” y que “el conocimiento no está en las computadoras” (Cuban, 2008:156). Sin
embargo, como hemos resaltado en las páginas anteriores, las nuevas tecnologías no
son vehículos o aparatos neutrales. Siguiendo con el ejemplo de Cuban, podría decirse
que el conocimiento sí está en la computadora: esta es un artefacto que condensa y
sintetiza parte de la historia tecnológica, cultural y del conocimiento de los últimos siglos
(cf. Manovich, 2001). Lo que en todo caso no está determinado, como en el caso de la
música que puede dar un piano, es qué tipo de conocimiento producirá la interacción con
la computadora, aunque probablemente pueda afirmarse que esas posibilidades no son
infinitas sino que se ubican en un cierto rango de experiencias posibles. En esa dirección,
la noción de “permisibilidades” de las tecnologías apunta correctamente que, en su pro-
35
pia estructura, ellas traen incorporados ciertos protocolos o usos posibles, y promueven
o habilitan algunas prácticas y operaciones antes que otras.1
Con esto queremos decir que la introducción de las computadoras y de los nuevos me-
dios digitales en la escuela involucra considerar simultáneamente el aspecto más técnico
y “duro” del equipamiento y la conectividad y al mismo tiempo el más “blando” de las
capacidades, competencias y formas de uso que se hacen de esos nuevos aparatos. Es
decir, la separación es analítica, pero no conceptual.
1
Por supuesto, hay una interacción entre lo que la tecnología permite y lo que los usos y prácticas sociales
demandan. Un ejemplo actual es la búsqueda casi frenética por parte de la industria de aparatos con cada vez
mayor capacidad de movilidad, archivo y rapidez de procesamiento de la información, menor tamaño y mayor
portabilidad, características que responden más a los usos sociales más frecuentes y valorados que a desarrollos
endógenos de la ciencia o la tecnología. Aparatos y usos, tecnologías y prácticas sociales, son entonces elementos
que solo pueden diferenciarse desde un punto de vista analítico, porque sus desarrollos vienen entretejidos desde
el comienzo de la actividad humana.
36
2
Se trata de la investigación que coordinamos sobre Las nuevas tecnologías y la escuela: Brecha digital y desafíos
pedagógicos, organizada por la OEI, Fundación Santillana y Educ.ar.
3
“Plan Inclusión Digital Educativa en el Bicentenario Argentino. Programa Nacional ‘Una computadora para cada
alumno’ en escuelas técnicas” y “Plan Conectar Igualdad”, disponibles en el portal del Ministerio de Educación
de la Nación.
37
Veamos algunos datos de la progresión reciente, aun cuando falten datos de los últimos
tres años, que son los que mostrarían una curva de crecimiento más impactante. Según
el informe de la DINIECE “Acceso universal a la alfabetización digital”, en 1998 había 86
alumnos por cada computadora en una escuela, mientras que en 2005 ya se había redu-
cido a 51 alumnos por computadora (sin discriminar niveles). En el nivel medio, el pro-
medio es de 14 alumnos por computadora en el sector privado y 36 en el estatal. Estos
números también registran diferencias por localización geográfica: las escuelas urbanas
poseen en promedio mayor cantidad de computadoras por alumno que las rurales.
38
Total 25 79 71
Fuente: Relevamiento anual 2005. (En: Acceso universal a la alfabetización digital. Políticas, problemas y desafíos
en el contexto argentino, DINIECE, 2007).
Las políticas de equipamiento han estado acompañadas, sobre todo en los últimos años, de
estrategias para garantizar la conectividad y el mantenimiento. El crecimiento y expansión
del parque tecnológico, de la telefonía móvil y de las posibilidades de conectividad ayudan
en esta dirección. Los últimos planes de equipamiento ya incluyen la conectividad y la com-
pra de enrutadores (routers) como para garantizar espacios conectados en todo el ámbito
escolar, lo que hasta hace pocos años no entraba en las previsiones de los programas.
las políticas del área. Como señala un informe de la DINIECE de 2007, “en el año 2005,
el 26% de las computadoras era modelo 486 o inferior y el 53% Pentium I, lo que implica
que casi el 80% de las computadoras tenía por lo menos 6 años” (DINIECE, 2007: 24).
Esta situación es más notoria en las escuelas rurales, donde el equipamiento suele tener,
según los datos disponibles de 2007, hasta 12 años de antigüedad. La obsolescencia de
los equipos4 se aproxima al 37% en el ámbito rural y al 25% en el urbano. Siguiendo al
mismo informe, si se comparan los sectores público y privado, las brechas son similares:
33% del equipamiento de las escuelas públicas era en 2007 obsoleto, mientras que esa
proporción alcanzaba al 19% en las privadas.
Algo similar se señala en informes de Australia, Nueva Zelanda, Inglaterra y Estados Uni-
dos (cf. Lankshear y otros, 2008). La rapidez del avance tecnológico y la dinámica del
mercado tecnológico ponen exigencias difíciles a la gestión estatal de estos programas,
que tiene que tomar decisiones para una escala masiva que involucra altos costos, y debe
hacerlo a un nivel centralizado y con altos grados de control administrativo y burocrático.
En muchos casos, las compras de equipamiento se convierten en proezas contra el tiem-
po, ya que las demoras de los trámites administrativos vuelven rápidamente obsoletos los
aparatos que se quiere adquirir, con cambios en las especificaciones técnicas que varían
de año a año, o de mes a mes.
En relación con la gestión de estos programas, puede observarse que, debido al ritmo
acelerado de expansión, muchas veces los programas se superponen y sufren de falta de
articulación interna. No solo se trata de programas nacionales y provinciales que coexis-
ten en las mismas escuelas; a veces sucede también que las compras se realizan desde
organismos no educativos, como secretarías de planificación o de infraestructura, que
incorporan las computadoras en el momento de construir nuevas escuelas, casi como
parte del mobiliario. Eso hace que no siempre estén coordinadas o articuladas con políti-
cas educativas más específicas.
4
Consideramos obsoleto el equipamiento modelo 486 o anterior, es decir, las generaciones anteriores a las Pen-
tium. De todos modos, esta definición puede variar según los criterios y también según el momento de enunciarla,
ya que los criterios de caducidad de las tecnologías se vinculan directamente con la dinámica del sector: innovacio-
nes, requerimientos para usos de soft, etcétera.
40
Otro aspecto que consideramos relevante para el análisis de las políticas de equipamien-
to es que la distribución de computadoras en las escuelas implica diferentes formas de
funcionamiento en el aula. Ya hemos señalado que estamos viendo el desplazamiento
(o por lo menos una pérdida de centralidad) de la estrategia de equipar laboratorios o
gabinetes informáticos (típico de la década de los 90) a la de dotar a cada docente y cada
alumno de una computadora personal que comenzó a practicarse en los últimos años.
Por supuesto, los modelos tanto de “laboratorios” como de “netbooks personales” han
sido diseñados de maneras muy diferentes según tomemos el momento, la región o la
institución (pública o privada) que lo llevó adelante. Nos detendremos brevemente en
estas estrategias.
41
Los laboratorios, además, ponen en evidencia las dificultades operativas en las escue-
las. En un informe de investigación reciente sobre el uso de videojuegos educativos en
las escuelas, se señala que “la utilización de estos espacios (laboratorios o aulas de in-
formática) parece demandar todavía un conjunto de ‘trámites’ que desalientan un uso
sistemático (pedir las llaves, coordinar con el auxiliar a cargo, chequear las máquinas y
que la conexión funcione correctamente, etc.)” (Perazza et al., 2010: 44). El gabinete
de informática se ubica en un contexto institucional donde el acceso y la libertad de uso
dependen de factores más locales, como el clima escolar y las relaciones colegiadas o
proyectos colectivos de cada institución. De ahí, muchas veces, la dificultad práctica de
constituir a estas actividades en habituales y corrientes.
El otro aspecto es que, por las sucesivas políticas de equipamiento, en una institución
suelen coexistir equipos de distintas generaciones. Los laboratorios suelen tener diferen-
tes equipamientos que hacen que no todos los aparatos puedan cumplir las mismas fun-
ciones. Por otro lado, esta heterogeneidad de equipos se combina con la heterogeneidad
de saberes que hay en cualquier grupo escolar, donde conviven alumnos con alto grado
de competencias para usar las nuevas tecnologías y otros que apenas pueden realizar las
operaciones más básicas.
Los distintos niveles de dominio con que se mueven sus alumnos en el mundo de las
nuevas tecnologías son un gran desafío para los docentes, y esta heterogeneidad es otro
argumento que se suma a los anteriormente dados para poner en cuestión la idea de
una generación que “naturalmente” nace conociendo y haciendo usos sofisticados de
las TICs. En este punto, conviene tener presente la investigación de Mizuko Ito (2009),
quien analiza los modos en que los niños juegan a videojuegos y usan software educativo
más en general, y señala la posición de expertos que suelen adoptar algunos niños y jó-
42
venes en relación con sus pares, una posición que tiene carácter intercambiable según el
campo en el que se estén moviendo. Este lugar de “expertos” los coloca en una posición
no exenta de tensiones con respecto a sus compañeros y a los adultos presentes en el
aula, pero también cabe decir que es muy relevante para los alumnos sentirse seguros y
competentes en ámbitos específicos de conocimiento.
En otra investigación también realizada por Ito y sus colegas (2010), se muestra el valor
que tiene ese lugar de “expertos” para alumnos con bajo rendimiento escolar que, sin
embargo, pueden ser altamente competentes con los videojuegos y con los nuevos me-
dios en general. Los autores comentan el éxito de programas que proponen partir de ese
conocimiento experto para ir conduciéndolos al conocimiento que la escuela cree que es
importante consolidar, por ejemplo a través de videojuegos educativos (Ito et al., 2010).
Otro investigador británico señala que esa experiencia y expertise en relación con los
videojuegos y con las nuevas tecnologías podría considerarse como una suerte de capital
cultural, aunque cuánto de ese capital puede ser reconocido y aumentado por la escuela
es una cuestión que habrá que seguir indagando (cf. Burn, 2009, p. 159 y ss.)
43
proyecto One Laptop Per Child (OLPC), desarrollado por Nicholas Negroponte y el equipo
del MIT que produjo laptops económicas y de fácil acceso para toda la población, y que
fue seguido por iniciativas similares de grandes empresas del campo de la informática.
Esta estrategia concita el apoyo de distintos sectores: por un lado, y claramente, está
impulsada por la industria tecnológica, que ve crecer su mercado en términos exponen-
ciales. Por otro lado, los gobiernos la apoyan porque reconocen en ella la posibilidad
de superar la brecha digital y, al mismo tiempo, obtener el favor de una ciudadanía que
incluye entre sus derechos el de estar conectado y ser ciudadano global (García Canclini,
2006). Pero también tiene el acompañamiento de pedagogos y académicos que creen
que esta introducción de las nuevas tecnologías pondrá fin a la vieja escuela centrada en
el docente y permitirá una educación realizada a medida del individuo, capaz de propo-
ner trayectos individualizados para cada alumno con una computadora (Postman, 2001,
Negroponte, 1995). Para ellos, las nuevas tecnologías reemplazarían a la escuela porque
esta ya no tendría sentido, al plantearse hoy otras estructuras comunicativas y otras con-
figuraciones del conocimiento (Álvarez Gallego, 2003; Papert, 2001).
44
y capitalistas, señala que hay un debate pendiente sobre qué constituirá el conocimiento
común en el próximo siglo: si aquel definido por las industrias culturales diseñadas para
adecuarse a un individuo cada vez más “sincronizado” en sus gustos y preferencias al
gusto masivo, o si puede haber todavía espacio para debates político-democráticos desde
las esferas de la democracia representativa y los sistemas de producción del saber (univer-
sidades o escuelas) que hasta ahora gozaban del monopolio de definir ese conocimiento
común (Stiegler, 2009).
De acuerdo con la evaluación externa realizada por el CEPP, cuyo informe presenta con-
clusiones interesantes para pensar la aplicación de este tipo de políticas, se evidencian
resultados positivos en relación con el vínculo de los chicos con las nuevas tecnologías,
con los cambios en la comunidad y con la introducción de nuevas herramientas y conte-
nidos en la vida familiar y social. Los chicos se apropiaron rápidamente de esta tecnología
y la usan tanto en la escuela como en los hogares, sobre todo para actividades recreativas
y de juego en línea pero también para actividades vinculadas al conocimiento escolar y a
otras acciones que no podían realizar (tomar fotos, comunicarse rápidamente y a distan-
cia, buscar información en otros ámbitos distintos de los locales). Lo que demuestra esta
45
experiencia es que la estrategia es efectiva para achicar la brecha digital en el acceso a las
nuevas tecnologías de los sectores sociales más pobres, como también se evidencia en el
Plan Ceibal en Uruguay.6
En relación con la actitud de los docentes, el informe evaluativo señala que en el aula hay
baja resistencia de los docentes, pero que en líneas generales demandan mayor orienta-
ción. Los maestros y directores han mostrado buena predisposición a la integración de
esta herramienta. Muchos de ellos todavía viven a las computadoras como algo externo
al “dar clase” y a lo central en la enseñanza. El informe señala que: “La percepción de los
maestros y directores es que el recurso es muy interesante, pero aparece como un distrac-
tor del trabajo habitual del aula, algo que hacen ´además de dar clase´” (CEPP, 2009: 28).
Algunos docentes explicitan que les resulta complejo encontrar la forma de incorporar
esta tecnología al trabajo en el aula. Muchos consideran que se les sumó un problema
en su trabajo, especialmente por la habilidad de los chicos de manejar la herramienta:
abrir páginas, chatear, jugar, mientras se supone que deben estar prestando atención a
la clase. Esas habilidades son vividas por los docentes “como una dificultad que deben
enfrentar. Aquí aparece la sensación de que, en algún sentido, ‘han perdido el control de
la situación’” (CEPP, 2009: 6).
Las principales dificultades que se encuentran dentro del aula son: la inestabilidad en la
6
Ver el portal http://www.ceibal.edu.uy/ que contiene los detalles de esta experiencia, y también el blog: http://
proyecto-ceibal.blogspot.com/ que reúne información, muchos artículos y evaluaciones sobre esta experiencia
uruguaya.
46
El programa fue acompañado por un software, Aula 1 a 1, que fue pensado “como un
recurso para tareas escolares que los alumnos realizan en sus casas, y en ese sentido,
hace una especie de ‘suplencia’ del maestro en los momentos en que los mismos no
están en la escuela” (ídem:28). Pese a esta previsión desde el diseño del programa, en la
investigación evaluativa se encuentra que los docentes lo usan en el aula, seguramente
por inseguridad respecto de cómo organizar una dinámica de trabajo con pantallas indivi-
duales. El software pensado para el trabajo en casa reemplaza la explicación del docente
en el aula, y eso genera una situación extraña, cuando no de difícil control, ya que parece
haber una suerte de corrimiento de la conducción del docente hacia la pauta que propo-
ne el software, que por otra parte está más centrado en la fijación y ejercitación que en
la indagación (ídem:28).
Cabe señalar que en las aulas en las que el docente se familiariza más con la tecnología,
se observa un cierto abandono gradual del recurso Aula 1 a 1, y más autonomía y libertad
en la planificación del trabajo y en la búsqueda de nuevos materiales para la planificación
de sus clases, así como en usos más relevantes de sus propias computadoras. Nuevamen-
te se observa aquí lo ya señalado anteriormente: el uso sostenido de una computadora
personal facilita en los docentes no solo mejores actitudes y disposición sino también
prácticas y competencias de exploración y de creación de contenidos más avanzadas.
47
diversos. Hay familias, especialmente de zonas rurales, que sacaron fotos por primera
vez en sus vidas.
La investigación comprueba que los chicos usan el software 1 a 1 en sus casas (por ejem-
plo, los sábados), incrementando el tiempo de trabajo e interacción con el conocimiento
escolar, así como el interés que este suscita. Aunque también empieza a aparecer el pro-
blema de los límites a la cantidad de horas que se usa la computadora: tanto docentes
como padres manifiestan preocupación por el incremento de esta actividad a expensas
del juego no virtual, la relación cara a cara con los otros niños o jóvenes, la comunicación
familiar u otras actividades relevantes para las familias. Más allá del “pánico moral” (Li-
vingstone, 2009) que se genera por el acceso de niños y jóvenes a las nuevas tecnologías,
un elemento que empieza a prefigurarse es la des-conexión como margen de libertad
frente a la presencia indiscutible de las nuevas tecnologías.
En relación con el trabajo en el aula, el informe plantea otras observaciones que son inte-
resantes para pensar en los desafíos pedagógicos de la introducción de computadoras en
el aula. Se observa que hay diferencia en el uso de las laptops entre las distintas edades.
Los alumnos de 1er grado tienen dificultad en seguir las clases en sus pantallas y en las
aulas el ruido ambiente es alto y el volumen de las laptops no es suficiente. Tampoco
los chicos tienen suficiente autonomía para concentrarse en el material, que no puede
ser detenido o rebobinado. Los de segundo ciclo, en general, buscan información como
complemento de la clase. En este caso, la mayor independencia de los alumnos facilita
su utilización; al mismo tiempo, eso hace que también sea más difícil para el docente
manejar la dinámica de la clase.
Frente a esta situación, los investigadores recomiendan el trabajo con una computadora y
una pantalla centralizada. El informe recomienda que el programa, además de las laptops,
incorpore en las aulas un cañón y una pantalla que permitan la centralización del traba-
jo, sin perder las instancias individuales de trabajo. Nota que: “la discontinuidad de los
procesos individuales que se dan actualmente entre cada alumno y su máquina, rompen
cierta idea de la homogeneidad y control de los procesos que los docentes valoran como
condiciones elementales para la clase” (CEPP; 2009:27). Hay aquí, como venimos seña-
lando, indicios de la fuerte tensión que implica para la forma de organización habitual del
trabajo en el aula la introducción de una dinámica fuertemente individualizada.
48
Una tecnología que permite este tipo de interacción entre dinámicas individuales y pan-
talla común es la pizarra electrónica, cuyo uso es aún muy incipiente en el país. Entre
las experiencias más conocidas públicamente, pueden destacarse la del gobierno de la
provincia de Tucumán, que introdujo en el año 2009 varias pizarras electrónicas en las
escuelas primarias, lo mismo que hizo el gobierno de la Ciudad de Buenos Aires algunos
años antes. Al menos hasta donde hemos podido investigar, la experiencia no cuenta hoy
con una evaluación que nos permita conocer el impacto de esa tecnología en el aula y
sobre todo analizar los usos y formas de trabajo que ella posibilita.
Lo cierto es que el pizarrón electrónico es una tecnología que está siendo juzgada por un
criterio de base que es cuánto de la vieja estructura del aula quiere preservarse, y cuánto
quiere transformarse. Para aquellos que creen que la autoridad y la centralización de la
clase en el docente es algo que no debe persistir, la pizarra electrónica es un mal remedio
para una enfermedad que tiene siglos. Para quienes creen que las nuevas tecnologías no
deben ser tan disruptivas respecto de los modos habituales de funcionamiento del aula,
es una herramienta que tiene un gran potencial para introducir los medios electrónicos
en el aula.
49
Habría que agregar que hay una dimensión que excede al aula y que habla, antes que
nada, de “pedagogías públicas” que es importante traer a la consideración a la hora de
decidir equipamientos y formas de trabajo en las aulas. Por ejemplo, a la discusión sobre
si queremos o debemos conservar una pantalla común en las aulas podría sumarse la
perspectiva de analistas como Bernard Stiegler, Dominique Wolton o Carlos Monsiváis,
que valoran la conversación común como una forma de producir un debate colectivo
y público sobre el conocimiento. Un movimiento de filósofos y cineastas en Francia ha
introducido la idea de que, en este mundo de pantallas cada vez más individualizadas, es
importante “ver con otros” (cf. Mondzain, 2002). En una reflexión colectiva sobre lo que
se ve en las pantallas, hay un elemento importante que hace a lo común, a qué puede
seguir tejiendo y tramando una sociedad donde importa lo que les pasa, sienten o pien-
san otros. La pizarra electrónica, con una proyección y una conversación articulada en
forma colectiva, podría habilitar un tipo de trabajo pedagógico que no sucumba frente a
las presiones por la individualización del conocimiento, del consumo y del pensamiento.
Homogeneidad y heterogeneidad no tendrían, entonces, un signo negativo o positivo
aisladamente, sino que habría que buscar articularlas de una manera más democrática y
equitativa que como lo están haciendo hoy las nuevas industrias culturales.
50
es acercar a los alumnos del interior bonaerense, sobre todo a los de escuelas primarias de
zonas rurales, las herramientas para que puedan trabajar con las TICs (CIPPEC, 2009).
A diferencia de las políticas de equipamiento, las políticas de capacitación docente son más
descentralizadas y variadas, entre otras razones porque suelen requerir menos inversión
inicial que el equipamiento a gran escala. Hay muchos programas que son iniciativas del
Estado, de portales educativos, otros de asociaciones con empresas privadas, acciones de
editoriales, de las universidades y centros de formación o de las escuelas o grupos de profe-
sores que tienen que ver con capacitación a docentes en TICs exclusivamente. Las iniciativas
son muy variadas, e incluyen capacitaciones presenciales, semi-presenciales y online.
51
básica. La definición de ese espacio curricular busca dar cuenta de los nuevos medios di-
gitales, y se otorga un peso importante al aprender con imágenes y lenguaje audiovisual,
y no solamente a las operaciones de lecto-escritura en pantalla.
Como parte de la modalidad implementada en los cursos, los docentes deben elaborar
propuestas que incluyan el uso pedagógico de TICs en el aula. Estas propuestas deberán
ser paulatinamente incorporadas a las iniciativas pedagógicas (IPE) de las escuelas que
se ejecutan en el marco del Programa PIIE. El proyecto contempla, además, el diseño de
un espacio en Internet donde se coloquen las producciones y experiencias más significa-
tivas de aplicación de las TICs en las PIIE, bajo la modalidad de un Banco de Experiencias
(DINIECE, 2007). No contamos aún con una investigación que evalúe esta experiencia.
Por otro lado, algunas provincias como Mendoza, La Pampa, Córdoba y Santa Cruz han
hecho convenios con empresas privadas que ofertan cursos con puntaje. La empresa In-
tel ofrece cursos de capacitación docente sobre uso pedagógico de las TICs en todas las
áreas curriculares. Por su parte, Córdoba realizó un convenio con la empresa Eductrade,
para el desarrollo de capacitación en el área de Informática educativa y diseño multime-
dia bajo las modalidades presencial y a distancia a través de una plataforma virtual (IIPE,
2008). Hay muchas otras experiencias que se desarrollan a nivel provincial y local, que
todavía no se sistematizan.
52
con el sistema de formación docente, y por lo tanto tienen menos chance de convertirse
en canales de formación más consolidados y reconocidos.
Dos ejemplos claros en este sentido son Educ.ar y Encuentro, como propuestas de polí-
tica para integración de las TICs, que ofrecen contenidos de alta calidad. En el caso de
Educ.ar, se presentan propuestas de formación docente voluntaria (algo que el informe
del CIPPEC recomienda revisar y encuadrar en cursos que otorguen puntaje docente;
CIPPEC, 2009). Educ.ar tiene un portal con innumerable cantidad de recursos de todo
tipo para la formación y para el trabajo en el aula de calidad reconocida por especialistas
y por docentes, y promueve una Campaña Nacional de Alfabetización Digital, que incluye
la generación de contenidos a través de software educativo y actividades en línea como
weblogs y webquests. Actúa también como una plataforma o banco de datos que per-
mite acceder a materiales diseñados por otras entidades públicas y privadas. En el año
2010 tanto Educ.ar como el canal Encuentro han implementado un servicio de acceso
online de sus materiales audiovisuales que permite descargarlos para que sean usados
por los docentes.
En el caso del canal Encuentro,7 desde que comenzó a funcionar en el año 2007, se plan-
teó la necesidad de llegar a las escuelas. Hacia fines de 2006, se armaron kits de DVDs
con distintas colecciones de programas que se distribuyen a pedido de las escuelas. El
sitio web del canal –co-producido con Educ.ar– fue evolucionando de manera significa-
tiva: surgió publicando la programación y abriendo espacios de foro para la discusión y
hoy ofrece directamente recursos audiovisuales y producciones web sobre los programas
que emite Encuentro adaptados al uso escolar.
Encuentro también produjo una serie destinada a las escuelas rurales que trabaja en
formato programa de televisión los contenidos curriculares. La serie se llama Horizontes,
se distribuyó a fines de 2008 y comenzó a usarse en 2009. Aún no existe un monitoreo
exhaustivo de esta experiencia, pero es un elemento interesante que habla de la combi-
nación de formación con producción de materiales audiovisuales.
7
El canal Encuentro fue creado en el año 2005 por el decreto 533/05 del Poder Ejecutivo Nacional. Se transmite
a través de diversos cableoperadores de la Argentina, siendo los principales Multicanal y Cablevisión (por el canal
6), Telecentro (canal 14) y Directv (canal 741). Asimismo, el canal 7 transmite todos los días una franja de su pro-
gramación. Lo mismo hacen los canales de aire de San Juan, Tucumán, La Pampa, Santa Cruz , Tierra del Fuego y
otras provincias argentinas.
53
Podemos señalar que hoy se ha planteado un debate en relación con la formación docen-
te vinculada a los contenidos que se distribuyen de manera aleatoria en los sitios educati-
vos, y también sobre los contenidos de esta capacitación. En materia de uso de software
las destrezas de los docentes se reducen al manejo de los programas comerciales más
populares o más extendidos. ¿Alcanza con esta formación y el conocimiento de este tipo
de software para las tareas pedagógicas? La mayoría de las capacitaciones se vinculan a
lo que David Buckingham (2008) llama “el programa del Microsoft Office”, y se dedican
casi exclusivamente a lograr que los docentes se sientan cómodos y preparados en el
conocimiento de los programas informáticos estándares. Cabe observar, también, que
es poco el debate en los espacios de capacitación respecto del software libre y de las
iniciativas de organizaciones como Wikimedia, que defienden un uso no comercial y más
colectivo de la tecnología. La presión de la industria es muy fuerte en este punto y buena
parte de los programas de uso libre o de fuente abierta resultan invisibles para muchas
iniciativas políticas en materia de formación docente.
Claro que los motivos económicos y políticos no son los únicos que operan en este terre-
no. La búsqueda de comodidad y familiaridad con las nuevas tecnologías, por ejemplo,
ha suscitado un interesante comentario en educadoras canadienses como Suzanne de
Castell y otras colegas, que señalan que esta demanda debería extrañarnos. Si estamos
viviendo una revolución sin precedentes, en la que por primera vez en la historia humana
podemos combinar en una misma plataforma el habla, la escritura, las imágenes y el so-
nido; si, por primera vez, los humanos podemos “combinar cualquier forma concebible
de información con cualquier otra para crear una forma diferente de comunicación” (De
Castell et al., 2002:5), ¿por qué deberíamos sentirnos cómodos y familiarizados? ¿No
habría que preguntarse por qué están tan subvaluadas en la educación en TICs carac-
terísticas tales como la innovación, el desafío intelectual, el disenso y la discusión? Las
autoras ven allí el peso del sistema escolar que termina replicando el modelo conocido
y previsible de pregunta-respuesta, antes que la exploración y la aventura como modos
de indagación.
Como en el caso del equipamiento, se pone de manifiesto lo importantes que son las
estructuras de “recepción” de las políticas educativas, en este caso referidas a los usos
que pueden imaginarse respecto de las nuevas tecnologías. Jesús Martín-Barbero ha ana-
lizado este contraste entre usos escolares y no escolares de las computadoras, con con-
clusiones similares. Siguiendo a algunos estudiantes en la ciudad de Guadalajara, México,
54
observó que “el lugar donde el uso del computador era más explorador e inventivo eran
los cibercafés, y donde más inerte y pasivo ¡en la escuela! […] Puesto que el juego es para
la hora del recreo, la escuela resulta incapaz de entender el antiguo y nuevo sentido que
tiene el verbo navegar, que es a la vez conducir y explorar, manejar y arriesgar” (Martín-
Barbero, 2006: 24-25).8
Al mismo tiempo, los programas de formación que se preocupan exclusivamente por dar
una formación más teórica y conceptual sobre las nuevas tecnologías no logran, tampo-
co, resolver el día a día de la práctica docente en el aula. Parece necesario combinar el
saber técnico con un saber pedagógico y cultural que permita entender el tipo de trans-
formaciones que estamos viviendo, y al mismo tiempo dé orientaciones concretas sobre
cómo proceder con estas tecnologías en el tiempo y espacio del aula y en la realidad
concreta de las instituciones escolares.
8
Martín-Barbero aporta una cuota de color respecto de este “curriculum del Microsoft Office”: “Nos encontramos
incluso con algo que es una verdadera vergüenza para el nacionalismo mexicano: ¡la computación se enseña en las
escuelas públicas con un manual de Microsoft, y al final de los dos años les dan a los alumnos un cartón firmado
por Bill Gates!” (Martín-Barbero, 2006:24).
9
Agradecemos especialmente la colaboración para la redacción de este apartado de la Mg. Ana Abramowski,
sobre todo en lo que hace al relevamiento de las experiencias en la formación docente en la Argentina.
55
nuevas tecnologías, que algunos analistas refieren como un conservadurismo que se rei-
tera frente a la introducción de cualquier tecnología novedosa, ya sea el cine, la televisión
o las computadoras (Cuban, 1986).
Para estudiar las “competencias tecnológicas”, un tema central para definir estos nuevos
saberes, los autores se acercan al conocimiento sobre el uso, el uso efectivo, la posesión,
el tiempo de relación con las tecnologías, la frecuencia de uso y la habilidad de uso. En-
cuentran que hay una asociación fuerte entre habilidad y aspectos actitudinales: a menos
temor, más exploración de otras posibilidades de uso, y por lo tanto mayor habilidad para
adquirir más competencias. Otro trabajo realizado en Europa, comparando cinco países
del sur de este continente, encuentra también una alta correlación entre competencia y
confianza-disposición hacia las nuevas tecnologías (Peralta y Albuquerque, 2007). Hay
una valoración fuerte de los procesos de lectura, si bien esos procesos son entendidos
más en términos de las mismas operaciones que se realizan con el soporte en papel (la
construcción de sentidos). Aparecen pocas problematizaciones sobre las diferencias con
la lectura en pantalla, la idea de montaje y composición visual, o la lectura en movimien-
to: puede verse allí algo que la formación docente o los cursos de capacitación abordan
poco y de manera superficial. El 80% de sus encuestados sabe usar procesadores de
texto, pero muy pocos usan bases de datos, confeccionan presentaciones, usan planillas
de cálculo o dibujan o diseñan (2006: 249). Significativamente, 7 de cada 10 maestros
juegan videojuegos aunque pocos los utilizan en sus clases con fines didácticos. La fre-
cuencia e intensidad de uso, sin embargo, es para los autores un indicio de que podría
ser una herramienta interesante para incorporar en el futuro.
Estudios como el de Rosana Cabello señalan que los docentes están cambiando su dispo-
sición para la incorporación de las nuevas tecnologías, a las que valoran por su posibilidad
56
de ampliar la formación escolar, pero que urge abocarse a otro trabajo sobre los usos y las
prácticas. Un trabajo de hace varios años del argentino Jorge Rey Valzacchi (1998) señala
algunos de los usos y valores de la informática para la educación, vinculados al trabajo
con el conocimiento y el aula: permite colaborar con colegas, compartir y encontrar
material didáctico, producir materiales, hallar nuevas motivaciones para el desarrollo pro-
fesional. Sin embargo, en los últimos años la expansión de las operaciones que pueden
desarrollarse con las nuevas tecnologías hace que debamos ampliar estas operaciones a
otras que son las que hoy permiten realizar las computadoras. Si la escuela y el sistema
formador limitan su trabajo a considerarlas gigantescas bibliotecas o procesadores de
texto, indudablemente quedarán por fuera la mayor parte de los vínculos y producciones
de saber que hoy están produciéndose en esa esfera.
Podría decirse que las primeras asignaturas específicas vinculadas a las tecnologías fueron
aquellas que se dedicaban a la enseñanza de la computación o la informática. En la ac-
tualidad, la tendencia que predomina es que la materia específica sobre TICs –que puede
llegar a llamarse Tecnologías de la información y la comunicación o Nuevas tecnologías o
Lenguaje digital y audiovisual, por nombrar algunos casos− se piense desde un enfoque
marcadamente diferente. De hecho, no son pocas las advertencias de no reducir el cam-
po de las TICs a la informática (cf. Recomendaciones curriculares, 2009: 132).10
10
Dicen las Recomendaciones para la elaboración de los diseños curriculares (2009:132): “Por su carácter ‘funda-
cional’ dentro del campo, la informática ha ocupado un lugar de relevancia de modo tal que este antecedente en
ocasiones se confunde y transforma en la reducción del campo de las TICs al de la informática.
57
No es que los saberes instrumentales relacionados con el uso de los recursos tecnológicos
no sean requeridos o resulten minimizados, pero de ningún modo el dominio de estas
habilidades se constituye en el objetivo principal de estas asignaturas. Por el contra-
rio, las materias específicas sobre TICs apuntan fundamentalmente a abrir un campo de
reflexión sobre las transformaciones sociales, culturales, comunicacionales y educativas
asociadas con el impacto de las nuevas tecnologías, al mismo tiempo que a promover su
uso pedagógico.
Ahora bien, estas asignaturas, aun cuando no se reduzcan a “informática”, ¿deben con-
templar la enseñanza de habilidades y destrezas básicas −es decir, alfabetizar digitalmen-
te− o esta clase de alfabetización debe darse por supuesta?11 ¿Si un alumno no cuenta
con estas habilidades, es la materia TICs el espacio indicado para que acceda a ellas?
¿Hay que generar ofertas curriculares focalizadas enteramente en el uso instrumental?
Hay posturas que plantean que esta clase de competencias “se adquiere básicamente en
la práctica cotidiana”, y lo ideal sería propiciar la libre accesibilidad a las tecnologías antes
que diseñar asignaturas que apunten netamente al dominio instrumental (Recomenda-
ciones, 2009: 133).12 En el centro de estas discusiones está el desafío de trascender la
perspectiva instrumental de las tecnologías pero sin menospreciar su uso.
En tanto las TICs involucran la convergencia de la mirada de diversas disciplinas (sociología, ingeniería, informáti-
ca, psicología, antropología, etc.) desde las cuales se puede analizar y comprender la complejidad de los nuevos
escenarios para actuar en ellos, la informática se asienta básicamente sobre la computación y en la comunicación.
Mientras la informática refiere al tratamiento de la información y la comunicación de datos, las TICs tratan el
impacto social y cultural de los fenómenos comunicacionales, con eje en la interactividad y su incidencia sobre el
desarrollo del conocimiento. Si bien ambos campos se vinculan con el uso de las computadoras, las definiciones
no resultan homologables ni reductibles. Lo que distingue a las TICs es que se trata de trascender temáticas como
el hardware y el software. Las redes físicas, computadoras y programas, es decir el soporte material, pueden con-
siderarse necesarias pero no suficientes para explicar su alcance”.
11
Los estudiantes de los profesorados parecen estar lejos de la categoría de “nativos digitales”. Hay docentes
que manifiestan que han dado por sentado el uso básico de las tecnologías por parte de sus jóvenes alumnos
–supuestos nativos digitales− y se han encontrado, con sorpresa, con que esos saberes no están disponibles: “No
saben usar computadoras, les tienen miedo, no saben mandar correos electrónicos”, son algunos de los déficits
señalados.
12
Dicen las Recomendaciones para la elaboración de los diseños curriculares: “Es innegable la necesidad de contar
con habilidades y destrezas mínimas para la utilización de las computadoras y redes como herramientas para po-
tenciar el aprendizaje y la enseñanza, pero dichas competencias se adquieren básicamente en la práctica cotidiana.
Esto no significa que deba evitarse la oferta curricular que atienda aspectos operativos, pero sí al menos que debe-
rían asentarse sobre un diagnóstico de necesidades reales de la población estudiantil y –en tal caso– no constituirse
en un fin en sí mismo. En términos de decisiones a tomar, pueden resultar más sustantivas las definiciones de tipo
organizacional respecto de la libre accesibilidad en el uso de los dispositivos y entornos para los estudiantes, que el
desarrollo de ofertas curriculares instrumentales. […] para quienes manifiestan resistencias o visualizan obstáculos
para acercarse a las TICs, suelen diseñarse estrategias de enseñanza cuya finalidad está orientada a lo que se ha de-
finido como ‘dominio instrumental’. En este último caso resulta frecuente observar que se deleguen en un ‘especia-
lista’ en informática las acciones de enseñanza. Como consecuencia, habitualmente se enseñan cuestiones poco
58
Si nos detenemos –como lo estamos haciendo− en los debates respecto de qué debe en-
señarse en estas asignaturas es porque el perfil formativo requerido estará íntimamente
ligado con la definición de sus contenidos.
significativas para los estudiantes, recayéndose en los aspectos técnicos. Se desplaza de este modo el peso de la
‘experticia’ de la enseñanza hacia quien tiene un dominio operativo cuando este no debiera ser el sentido esen-
cial del uso de las TICs en la formación inicial de los docentes. Dado que la propia socialización tecnológica de
los jóvenes los vuelve afines a los aspectos más instrumentales de las TICs, cabe desarrollar entonces propuestas
curriculares que trasciendan estas cuestiones” (2009:133).
59
cuáles son los perfiles disponibles y cuáles son los requeridos. Todavía contamos con poca
información al respecto. El dictado de estas materias nuevas debería convocar a nuevos
perfiles de la comunicación, del arte y de la informática, con una visión menos estrecha
que la del hardware o software aislados de estos análisis de producción de sentido, de
representación y de los debates políticos y éticos. Al mismo tiempo, tampoco deberían
subestimarse los saberes específicos del campo informático, que permiten hacer usos
mucho más ricos a partir del conocimiento avanzado sobre las permisibilidades de las
computadoras y de la red.
Y otra variante que se suele utilizar con frecuencia en el ámbito educativo es poner a
trabajar conjuntamente varios perfiles, en “parejas” o “equipos”: “Una de las tendencias
para resolver la carencia de perfiles expertos es la constitución de equipos interdiscipli-
narios integrados por un pedagogo, un experto en informática y uno en telecomunica-
ciones” (IIPE, 2006: 39). La estrategia de las “parejas pedagógicas”, ya probadas en la
formación en las didácticas específicas y con más claridad sobre las condiciones en que
resultan más efectivas, podría ser actualizada para pensar en la formación en TICs.
Una estrategia para introducir las TICs en las instituciones educativas es la creación de la
figura del facilitador TICs. Esta figura existe también en otros países (el mentor en Hun-
gría, el profesor multiplicador en Brasil, el referente TICs en Gran Bretaña), y su función
es “capacitar a los docentes en planeamiento e incorporación de las nuevas tecnologías
y ser soporte técnico de la escuela. Los investigadores establecen que es fundamental en
13
Por ejemplo, los diseñadores web, que “si bien no son formados como informáticos pueden provenir de carreras de
diseño o comunicación y luego se forman en las aplicaciones y en programación de manera formal o informal”. Otro
ejemplo son los técnicos industriales “digitalizados” o los vendedores “digitalizados” (cf. Libro blanco, 2009: 278).
60
las escuelas disponer de un coordinador tecnológico, lo que significa contar con apoyo
técnico y asesoramiento en lo que hace a la integración de las TICs en la enseñanza
(Gyuk, 2001)”. (IIPE, 2006: 39).
Los facilitadores TICs se reclutan dentro de las instituciones (no se trata de incorporar
personal externo) y se busca que sean docentes familiarizados con las TICs, aunque no
necesariamente profesores de informática. Estas figuras recibirán capacitación para asu-
mir la tarea de consultores y promotores del uso de las TICs en las instituciones.
Los referentes no deberían tener el patrimonio exclusivo del uso de las TICs en las escue-
las. Tampoco la idea es que se delegue en ellos toda tarea vinculada al campo tecnológi-
co. “La existencia del rol de referente o facilitador TICs en las instituciones no invalida ni
restringe la formación de la totalidad de los profesores y estudiantes” (cf. Recomenda-
ciones, 2009: 135).
Esta parece ser una de las metas principales de las políticas educativas: capacitar a todos
los profesores para que puedan usar y aprovechar las TICs en todas las áreas curriculares,
de manera cotidiana (cf. IIPE, 2006: 37; Martín Ortega; Marchesi Ullastres, 2006: 44). El
énfasis aquí está en la inclusión pedagógica de los recursos tecnológicos.
El estudio del IIPE plantea que esta meta es de las más difíciles. Es más fácil encontrar cur-
sos referidos a capacidades técnicas básicas que los relativos a los aspectos pedagógicos
y didácticos de las TICs. “Cómo usar de la mejor manera las TICs para apoyar, extender
y profundizar los procesos de enseñanza es sin dudas el aspecto más difícil del desarrollo
profesional docente, que requiere formas de desarrollo profesional que vayan más allá
de concurrir a un curso. […] En el estudio de Hancock (2001) se señala que los nuevos
docentes se gradúan en las instituciones de formación docente con un conocimiento
limitado acerca de los modos en que la tecnología puede ser utilizada en su práctica pro-
fesional” (IIPE, 2006: 38). Un quiebre importante de esta situación sería, tal como se está
intentando en estos últimos dos o tres años, incorporar las TICs como contenido trans-
versal a la formación docente inicial, equipar fuertemente a los institutos de formación
docente, y promover usos más ricos desde ese momento para la enseñanza en el aula.
Aún es muy temprano para evaluar qué impacto tienen estas decisiones sobre la práctica
profesional de los futuros docentes, y cuánto de la vida cotidiana de su ejercicio docente
61
será permeable a aquello que aprendieron en la formación inicial (un elemento que viene
señalándose hace años como el eje del problema del bajo impacto de esta formación de
base). Pese a ello, creemos que es auspicioso que el curriculum oficial empiece a hacerle
lugar y darle relevancia al trabajo con las TICs, para que se inicie un proceso de transfor-
mación en las disposiciones y en las competencias de los docentes.
Como hemos podido ver en este recorrido, tanto la introducción de las tecnologías en el
ámbito escolar como los cambios en los diseños curriculares, la definición precisa de los
requerimientos de formación para los docentes, así como los modos en que los alumnos
incorporan (usan, resignifican y transforman) las TICs en su vida escolar y en sus vidas
tout court, resulta todavía un enigma. Existen múltiples experiencias (internacionales y
locales) que nos pueden iluminar el campo y que nos orientan, pero todavía no conta-
mos con una hoja de ruta segura que nos permita garantizar el éxito a la hora de tomar
decisiones. No hay hasta el presente experiencias que se hayan revelado exitosas a tal
punto que nos hagan abandonar otros caminos: seguimos en el punto de la experimen-
tación con la urgencia de resolver sobre el presente. El campo vive, además, el impacto
permanente que le imprime la innovación industrial, la competencia de las empresas y el
vértigo de la velocidad propio del mundo digital. Las industrias y la sociedad asedian a los
gobiernos y los gobiernos saben que tienen que tomar decisiones: intervenir, establecer
políticas en el presente, planificar a mediano y largo plazo y responder a las demandas de
cada uno de los actores. Y todo esto sin contar con reaseguros de ningún tipo porque no
se trata solamente de decisiones técnicas o económicas sino culturales y políticas.
Todo es muy reciente y cambiante; sin embargo, ya han pasado más de 20 años desde que
comenzaron a llegar las computadoras a las escuelas y todavía no sabemos con certeza
cómo incorporarlas a las actividades pedagógicas, cuánto aceptarlas para las actividades
sociales y cómo regularlas en los usos privados. Son desafíos abiertos que nos obligan a
seguir pensando este terreno de manera creativa y aceptando los riesgos que cada deci-
sión implica. Está en juego no solamente el proyecto escolar, sino el modo en que nuestra
sociedad genera, administra, distribuye, recrea y democratiza el conocimiento.
62
IV
Conclusiones
¿Cómo pensar, entonces, los desafíos que se presentan hoy a las instituciones escolares
frente a la dinámica avasalladora del mundo digital? La escuela moderna ha sido desde su
organización hace tres siglos un espacio complejo donde se produce la experiencia social
de transmisión y de producción de conocimientos por parte de las nuevas generaciones.
Durante muchas décadas, estuvo atenta a la innovación y fue pionera en la incorporación
de las novedades del campo de la ciencia, la tecnología y el pensamiento social. Cabe
señalar que en 1915 ya se proyectaban en las escuelas secundarias argentinas orientacio-
nes en telefonía o electricidad, que solo habían empezado a difundirse pocos años antes.
Ese ritmo de apropiación e incorporación de nuevas tecnologías se fue lentificando en los
años siguientes, y el siglo xx terminó con poca renovación en los procedimientos y en las
formas de trabajo escolares.
Sin embargo, el cambio tecnológico y el giro cultural que hemos vivido en los últimos
treinta años representan para la escuela un desafío diferente del que hasta ahora se venía
planteando, ya que –en varios sentidos– ponen en cuestión sus principios básicos, sus
formas ya probadas de enseñanza-aprendizaje, su estructura organizacional y edilicia, así
como las capacidades de quienes están al frente de los procesos educativos.
Y si bien es cierto que buena parte de estos interrogantes se formulan a partir del im-
pacto que han producido las nuevas tecnologías en el mundo del conocimiento, en la
sociedad, en la economía, en el campo del trabajo, de la política, del entretenimiento y
también en el seno mismo de la escuela, debemos decir, otra vez, que los desafíos que
están en juego no son técnicos sino políticos y culturales. No se trata de encontrar una
regla para medir cuánta tecnofobia ha desarrollado el sistema o cuánta capacidad de
63
La ya citada investigadora Mizuko Ito nos recuerda que “la historia muestra los proble-
mas de subestimar el poder de las instituciones existentes y de sobrestimar la influencia
de una nueva tecnología” que no ha tenido aún un impacto sistémico, y que para ello
debería tomar seriamente en cuenta “las redes más amplias de prácticas institucionales
y los discursos culturales que contextualizan estos esfuerzos” (Ito, 2009:189). En esa di-
rección, habría que hacer un seguimiento mucho más cercano sobre la eficacia que han
tenido las formas de introducir las TICs en las escuelas y en el aula, que hemos esbozado
en las páginas precedentes pero que requieren más investigación y, sobre todo, discusión
y balance compartidos. Por ejemplo, habría que realizar un debate más profundo sobre si
fue conveniente convertirla en una disciplina escolar, con el riesgo de aislamiento y mar-
ginalidad que implica pero con el valor de un foco específico y un perfil docente asociado
claro, o si sirvió que se constituyera en un eje de trabajo transversal en el curriculum,
como se hizo en otras experiencias, con la potencialidad de ser incorporado por todos los
docentes pero con el peligro de ser un contenido del que nadie termina apropiándose y
acaba por ser, en consecuencia, ignorado.
En cualquier caso, deberemos estar atentos a que los contenidos culturales nuevos entran
al sistema escolar en una negociación con una gramática o forma escolar que lleva déca-
das y hasta siglos de vigencia. Pretender que ello no ocurra es pensar que hay contenidos
sin formas y formas sin contenido. Y es creer que no hay historia, ni estructuras, ni sujetos
que reescriben y adaptan las propuestas de reforma según sus propios repertorios de ac-
ción. Hay que tener muy presente que la organización escolar impone un límite contun-
dente a las tentativas de reforma, sobre todo si no se planifican a largo plazo la formación
docente que se necesita, las transiciones y pasos intermedios, y la ineludible negociación
con lo existente que tendrá lugar en cualquier innovación a escala masiva.
64
Por otro lado, hemos visto que buena parte del debate se organiza a partir de ciertas
dicotomías que no siempre se sustentan en evaluaciones de experiencias concretas y
que, si bien son presentadas como “contrapuestas”, pueden ser complementarias. Nos
referimos a dicotomías tales como:
- Si las máquinas deben estar dentro del aula o si hay que ubicarlas en un es-
pacio particular. Esta disyuntiva remite a la idea de que no siempre los alumnos
requieren computadoras y conexión para su trabajo sino que más bien necesitan
espacio de desconexión con el fin de poner en marcha procesos de aprendizaje
que no están mediados por las tecnologías; sí se insiste en tener la posibilidad de
ingresar a ellas cuando lo requiere el docente o la materia que están tratando. En
este punto se han registrado distintas políticas, aunque no necesariamente deben
pensarse como contrapuestas.
- El tema de las pizarras electrónicas de uso colectivo como alternativa a las net-
books individuales –tal como lo hemos dicho más arriba–, ha llevado a pensar
otra dicotomía: la que contrapone el uso de una pantalla única vs. una pantalla
común. En el primer caso, el docente recuperaría su función integradora y la di-
mensión de tarea en común que tiene la educación (y su posición de una pedago-
gía pública, como señalamos en el capítulo anterior), mientras que en el segundo
caso el trabajo en el aula con equipos individuales reforzaría el tipo de acceso a
la tecnología que muchos jóvenes ya tienen en sus hogares o en los locutorios.
En realidad, la pantalla individual también puede ser usada de manera colectiva
(se registran experiencias de uso de dos o más alumnos por computadora en el
aula), así como la pizarra ubicada en el centro del aula no resuelve los problemas
de atención o concentración que tiene una pizarra tradicional. Una alternativa a
esta dicotomía es pensar espacios de trabajo colectivos y espacios de trabajo indi-
vidual, como se ha hecho tradicionalmente en las aulas, aunque con un soporte
tecnológico que llevaría a un grado de colaboración mayor a partir de la produc-
ción individual efectiva en una computadora.
65
la afectividad, las emociones y que lleve a los alumnos a desarrollar destrezas ex-
presivas y cognitivas que tienen en su base esta dimensión emocional. Cabría de-
cir que las propuestas de formación que se centran exclusivamente en el aspecto
de formar “consumidores” (o “prosumidores”) críticos en términos de operacio-
nes racionales reflexivas, olvidan que hay un aspecto de la afectividad y la emocio-
nalidad que se moviliza en los medios de comunicación que es extremadamente
potente para producir identificaciones y aprendizajes. En realidad, los jóvenes son
los que siempre combinan estas dos dimensiones, pues aunque la escuela ponga
el acento en los aprendizajes más duros y formales de las tecnologías, ellos vienen
de una socialización con el conjunto de los medios de comunicación donde el
centro son, justamente, las emociones. Cómo se integran afectividad y conoci-
miento técnico y disciplinario son aspectos que deberían pensarse en términos
pedagógicos de manera más articulada y más profunda, prestando atención a las
implicancias políticas y éticas de estas opciones.
Más allá de estas dicotomías y contraposiciones (que requieren ser consideradas, aunque
se las relativice o se las cuestione), no hay duda de que sí existe una tensión latente, y a
veces explícita y evidente, entre los modos de trabajo que propone la escuela (su organi-
zación en asignaturas, la partición del tiempo y del espacio, las relaciones de autoridad
que establece, la progresión y secuencia de conocimientos que propone) y las experien-
cias de vida cotidiana que registran los jóvenes tanto en sus hogares como en el espacio
social y que hoy están mediadas por los nuevos medios digitales. Colocar ese choque en
perspectiva histórica permite, claro está, relativizarlo y contextualizarlo: de hecho, el es-
pacio escolar siempre estuvo en discontinuidad con las experiencias de socialización que
han vivido los jóvenes. En todo caso, la novedad en este momento histórico consiste en
que la escuela se ve interrogada por esas nuevas prácticas vinculadas a las tecnologías,
que tienen una pregnancia y una extensión inéditas y que moldean buena parte de los
comportamientos y sensibilidades actuales, y frente a las cuales, muchas veces, la escuela
se muestra desorientada y no sabe cómo reaccionar.
66
más a dedicar buena parte de su tiempo libre a estas prácticas –y también los adultos,
como lo señalamos en el capítulo anterior cuando referimos a la alta frecuencia de do-
centes que reconocen jugar videojuegos–. El punto es qué se hace con ese desafío: ¿se
incorpora sin más esa herramienta? ¿Se usan videojuegos comerciales? ¿Cuáles serían
“buenos usos pedagógicos” de los videojuegos? Hay mucha confusión al respecto (como
lo señalan Perazza y otros, 2010). Se organiza una oposición tajante entre la fascinación
de los jóvenes por los videojuegos y el “tedio educativo” –en forma nada inocente, como
señala Ito (2009)–, y se hacen “intentos superficiales de combinar educación y entrete-
nimiento” (Buckingham, 2008:226). Buckingham subraya que la escuela suele fracasar
cuando “importa” los modos de trabajo de las industrias culturales: “los niños en general
exhiben una considerable falta de interés en estos intentos recurrentes de ‘hacer diver-
tido el aprendizaje’” (ídem). En todo caso, la educación tiene el desafío de provocar la
fascinación y el entusiasmo por el conocimiento de las nuevas generaciones, sin competir
–porque no es deseable, y porque tampoco es posible, dada la disparidad de recursos y
de inversión en los productos de ambos campos– con las reglas del entretenimiento que
establecen las industrias culturales.
Pero lo que es innegable es que esos jóvenes que se socializan en estas nuevas prácticas
culturales provenientes de las poderosas industrias del entretenimiento, llegan a la escue-
la con experiencias que les han moldeado la percepción, que han modificado su vínculo
con la temporalidad, que los han obligado a ejercitar un sistema de atención flotante o
“hiper-atención”, y que los han hecho experimentar el vértigo, la velocidad y el descifra-
miento de enigmas. Estos jóvenes son los que se sientan en un aula y juzgan las reglas
de procedimiento escolar desde disposiciones y percepciones estructuradas por aquellas
prácticas. En el informe de investigación sobre videojuegos en la escuela ya citado, reali-
zado por Perazza, Segal y otros, se señala que hay que ir más a fondo en el análisis de la
contraposición entre los modos de operación con el saber del videojuego y los modos es-
colares: pareciera que “el detenerse y el pensar son operaciones propias de la enseñanza
y que en los videojuegos el hacer es uno de los componentes básicos de su armado.[…]
En este mismo sentido, podemos enumerar un conjunto de pares: hacer vs. ver; leer vs.
no leer; tocar vs. pensar” (Perazza et al., 2010: 38). Las investigadoras encuentran que,
cuando se introducen videojuegos en la cotidianidad escolar, estas tensiones surgen de
manera explícita, ya que los estudiantes sienten la contradicción entre las competencias
requeridas para ser eficientes a nivel del videojuego (ser rápidos, hacer, probar sin leer o
67
detenerse) y las competencias a las que los obliga el protocolo de trabajo en el aula, que
va en una dirección contraria (leer, pensar antes de actuar, detenerse y formular estrate-
gias por anticipado).
Es justamente en este sentido que los educadores De Castell y Jenson han señalado que
“el ambiente cultural de las escuelas hoy, en tantos aspectos antitético a la inmersión
del juego, insiste en actividades con horarios rígidos, sin espacio para ‘perder noción del
tiempo’ al leer un libro o resolver un problema, en un curriculum diseñado sobre todo
para dar un panorama de una disciplina sin oportunidad de mirar más en profundidad un
tema particular, y con objetivos y retroalimentación inmediata (castigos y recompensas)
que se ubican lejos de los estudiantes” (De Castell y Jenson, 2003: 51). Esa imposibilidad,
o incluso esa “falta de permiso” desde el curriculum y desde las prácticas establecidas en
la escuela para producir un aprendizaje por inmersión y por un tiempo más prolongado
en un contenido específico, que otorga una devolución sobre el desempeño que llega
semanas o meses después con los resultados de una prueba o la nota de una lección oral,
muestra ese desencuentro estructural entre dos lógicas, desencuentro que los docentes
suelen percibir dentro del aula cuando traen los nuevos medios y que hay que pensar
mejor pedagógicamente para ofrecer mejores secuencias de trabajo y oportunidades más
ricas de interacción con esas nuevas tecnologías.
Sin embargo, al mismo tiempo que somos conscientes de estas dificultades y negociacio-
nes que están teniendo lugar, no queremos dejar de subrayar que las TICs le proponen
hoy a la escuela la posibilidad de producir aprendizajes, usar herramientas de pensamien-
to, ejercitar la creatividad y recurrir a almacenes de información, saberes y datos que se-
rían impensables sin tomar en cuenta a la tecnología digital. Abren enormes posibilidades
creativas y ofrecen archivos de la cultura impensables hasta hace pocos años, al punto
que historiadores de la cultura del siglo xx dicen que habría que reescribir buena parte
de esa historia ahora que podemos acceder a muchas obras literarias, libros de texto,
películas o experiencias teatrales que hasta hace poco se guardaban en selectos archivos
locales de difícil acceso. Como dijimos en el segundo capítulo, hay una gran ampliación
de la capacidad de aspiración y los horizontes de expectativa de los sujetos que también
tiene enormes posibilidades democráticas y de demandas de mayor justicia en el acceso
a bienes y ejercicio de derechos. La experiencia reciente de movilizaciones ciudadanas
en distintos puntos del globo organizadas a través de redes sociales como Facebook o
Twitter o bien a través de mensajes de texto de los celulares (como muestran los casos de
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España, Irán, Irak o Estados Unidos en los últimos años) muestra que las nuevas tecno-
logías pueden tener efectos políticos muy movilizadores, y no solamente una función de
contacto1 y de comunicación banal (Hartley, 2009).
Junto con esta valoración, no puede negarse que la escuela guarda un acervo de conoci-
mientos que le resulta propio y donde se siente cómoda, que no proviene de estas nuevas
prácticas, y cuyo valor no debería subestimarse. Por ese motivo, Ito sostiene que asistimos
a “una lucha en curso sobre qué tipo de aprendizaje valoramos, y sobre el poder decli-
nante o creciente de distintas instituciones” (2009: 193). ¿Cuánto de la vieja clasificación
o modos de trabajo con el conocimiento que estaba a la base de la estructuración de la
escuela moderna debería conservarse, y cuánto hay que renovar? Quizás, incluso, más
que “cuánto”, habría que pensar en el qué queremos conservar o renovar, y en el cómo.
Por citar solo un ejemplo, probablemente todos acordemos que queremos conservar el
aprendizaje de la lectoescritura y de la comprensión y producción de sentidos en torno
a los textos, pero esa definición dirá todavía poco sobre qué significa esa práctica en el
contexto de tecnologías digitales que asocian las palabras con las imágenes y los sonidos
en un continuum que produce y organiza el sentido de maneras novedosas e inéditas en
la historia humana.
69
Pues bien, si aceptamos esta perspectiva, debemos decir que muchos debates sobre el
equipamiento escolar están todavía inmaduros, ya que suelen centrar su atención más
en los modelos de incorporación de tecnologías que hemos descripto en los capítulos
anteriores (pizarras electrónicas, carritos portátiles, laptops o netbooks personales, etc.)
antes que en una evaluación sobre sus usos y sobre la eficacia que han mostrado para
incorporarse a los procesos de aprendizaje, para promover el trabajo colaborativo o para
incentivar la creatividad en los alumnos. Más aun, en un nivel más básico si de tecnolo-
gías se trata, la literatura suele hacer más referencias a los programas que nos hablan de
las máquinas en el aula que a aquellos problemas muchas veces más importantes y que se
relacionan con las bases materiales del acceso: el déficit en infraestructura y conectividad
(incluidas las conexiones eléctricas) que registran hoy la mayoría de nuestras escuelas.
Hay también un debate muy fuerte sobre el lugar de los docentes en estas nuevas prácti-
cas de conocimiento. Muchas veces esto se expresa en el temor (o, podríamos decir pro-
vocativamente, quizás en el deseo) de muchos docentes que imaginan ser reemplazados
por la autoridad de las máquinas y los programas de software. Este imaginario se alimen-
ta de algunos diagnósticos que suponen que la mediación del adulto puede desaparecer
frente a la creciente autonomía y libertad de los niños y jóvenes que entran en contacto
directo con la cultura y los aprendizajes a través de las computadoras.
Un texto emblemático en este sentido es el de Neil Postman (1999), que muestra esta
fascinación con las nuevas tecnologías y que destaca la dilución de la autoridad adulta
(percibida como algo malo) en este nuevo marco. Allí se dice: “La escuela infantil de la
era de la información será muy distinta a la que conocieron mamá y papá. ¿Te intere-
sa la biología? Diseña mediante simulación virtual tus propias formas de vida. ¿Tienes
problemas con un proyecto científico? Establece una videoconferencia con el mejor in-
vestigador mundial sobre el tema. ¿Te aburre el mundo real? Entra a un laboratorio de
física virtual y escribe una nueva ley de la gravedad. Esta es la clase de aprendizaje de
primera mano de la que nuestros jóvenes podrían estar ya disfrutando. Las tecnologías
que la hacen posible están ya disponibles y esos mismos jóvenes, con independencia de
cuál sea su posición económica, saben cómo utilizarlas” (Hugh McIntosh, citado por N.
Postman, 1999:55).
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Pareciera que los niños y jóvenes podrían prescindir de la mediación adulta y hacerse
cargo ellos mismos de sus propios aprendizajes, como si esos programas o la propia red
no tuvieran inscripta ya cierta mediación “adulta”.2 En esta ¿idílica? visión del aprendi-
zaje en la era de Internet hay una presunción, que creemos equivocada, que imagina un
mundo donde la accesibilidad al conocimiento se realiza a través de Internet y da lugar a
un nuevo tipo de niñez, esa que parece requerir la tecnología: inquieta, activa, creativa.
Por supuesto, podríamos preguntarnos cómo haría este niño/a para escribir una nueva
ley de gravedad si nadie le enseñó la primera, y para qué serviría ese ejercicio individual si
nadie hace nada con él, si no hay un lector o lectora al que le interese dialogar y discutir
con su perspectiva. También se presupone que habrá un fin de la docencia, que la escuela
será reemplazada por una red informática en la que ya no se transmitan conocimientos
sino que se enseñen estrategias de búsqueda de la información. Se asume así que lo
importante para los estudiantes será saber dónde conseguir la información en la web, o
cómo organizar una base de datos, antes que apropiarse de conocimientos y aprender a
trabajar (realizar ciertas operaciones de distancia, crítica, reflexión) con ellos. Puede seña-
larse, por último, que esta visión romántica de Internet no considera que en Internet co-
existen conocimientos valiosos con millones de páginas inútiles o experimentales, donde
las personas sueñan, mienten, crean, se exponen, ensayan su subjetividad, despliegan sus
gustos, dicen sin esperar respuesta, espían y son espiados, se ríen del mundo, quieren ga-
nar dinero o esperan ser vistos, y que todo esto convive en organizaciones muy dispares
y sin criterios claros de ordenamiento ni jerarquía. El francés Didi-Huberman (2006) alerta
sobre esta nueva forma de control a través del exceso (de visibilidad, de palabra, de ruido)
y la nada (la ausencia de sentido, la sensación de vacío frente a la multitud, la censura).
Esta hipótesis de un mundo sin escuelas y de los aprendizajes sin mediaciones no es nue-
va en la historia de la educación. Más arriba dijimos que el historiador David Hamilton
había señalado con mucha razón que asistimos hoy a una vuelta al ideal renacentista
de la educación individualizada (Hamilton, 2003). Pero esta hipótesis –que tiene en su
base una enorme sospecha de los individuos hacia las instituciones modernas– esconde
también una idea que condice con la ideología tecnófila de esta época: la idea de que
los individuos pueden liberarse de aquellos poderes que imponen una estandarización de
2
Las comillas quieren poner de relieve la incomodidad de seguir poniendo la lupa exclusivamente sobre el con-
flicto intergeneracional, cuando son tantas las dimensiones que están configurando la mediación de las nuevas
tecnologías.
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Señalamos, en el capítulo anterior, que este ideario tecnófilo se asocia con la crítica anti-
autoritaria a la institución escolar. Decíamos más arriba que las nuevas tecnologías han
obligado a repensar cuánto de la vieja estructura del aula debemos preservar y cuánto
demanda hoy una transformación importante de sus formas de pensar el conocimiento,
de sus relaciones de autoridad y de su propia estructuración como institución social. En
esta pregunta sobre qué se preserva y qué se transforma, la cuestión sobre la caducidad
de la forma escolar cobra nuevos bríos y obliga a nuevas respuestas.
En rigor, debemos admitir que estamos ante una puesta en debate del dispositivo “aula”
y de las bases mismas en que se asienta su organización y arquitectura básica, incluso en
términos literales. No olvidemos que la escuela que hoy conocemos fue diseñada hace un
par de siglos (como una “invención contingente” que combinó los modelos y tecnologías
disponibles para la educación de las masas, cf. Hunter, 1998), y supone en su propia es-
tructura edilicia un sistema de poder y de jerarquías que hace rato están en cuestión en la
sociedad. La centralidad del docente en la clase, la atención constante a un punto único
del aula, la anulación del trabajo horizontal así como el disciplinamiento de los cuerpos,
entran en contradicción con los requerimientos de infraestructura que demandan las
nuevas tecnologías. Esto se evidencia, por ejemplo, en la dificultad que se encuentra
3
Un buen balance, sin visiones nostálgicas ni revisiones conservadoras sobre los supuestos “excesos” del ideal
libertario de los 60 se ofrece en Barman (2002), sobre todo en su primer capítulo, “Emancipación”.
4
Una red peer-to-peer (P2P) o red de pares, es una red de computadoras en la que todos o algunos aspectos
de esta funcionan sin clientes ni servidores fijos, sino una serie de nodos que se comportan como iguales entre
sí. Es decir, actúan simultáneamente como clientes y servidores respecto de los demás nodos de la red. http://
es.wikipedia.org/wiki/Peer-to-peer
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hoy en la arquitectura escolar más extendida –salvo algunos casos más recientes– para
facilitar los vínculos que se esperan entre los alumnos (colaboración horizonal, trabajo en
equipo, etc.) en el uso de los nuevos medios digitales.
Quienes redactamos este documento creemos que la escuela, y las instituciones pro-
ductoras de saber (universidades, centros de pensamiento, editoriales, medios gráficos)
siguen teniendo todavía un papel y una responsabilidad de primer orden en esta defini-
ción de lo que consideraremos una cultura pública común, y más todavía en el marco de
un mundo digital cuyo sentido se vuelve opaco por la velocidad y el exceso de signos.
Y en ese marco, la escuela sigue siendo la única institución pública que se plantea un
trabajo de uno en uno en una escala masiva, una formación que socializa en códigos
y en lenguajes ajenos y lo hace de una manera sistemática y paciente, por un tiempo
prolongado, sin esperar logros automáticos ni mágicos sino confiando en una acción
sostenida e insistente.
También es de las pocas instituciones que interrumpen la cotidianidad y los límites que
tenemos a mano para proponernos otros vínculos con la ciencia y la cultura, con otras
experiencias y con otras perspectivas. Esos vínculos son valiosas filiaciones con universos
de la cultura más amplios, y tienen un valor social que suele ser subestimado. Dice el ci-
neasta francés Alain Bergala: “En materia de transmisión, solo cuenta de verdad, simbó-
licamente, lo que está designado.[…] Hoy es más importante que nunca, en la era de lo
virtual […]. El acceso a las películas a través de Internet no cambiará nada de la cuestión
esencial de la designación: ¡esto es para ti!” (Bergala, 2008:109).
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En otras palabras: que una información, texto, película o música valiosa esté disponible
en Internet no garantiza que alguien vaya a buscarlo, ni que esa búsqueda lo lleve a
lugares más ricos de los que llegaría por sí solo. La mediación del mundo adulto sigue
siendo fundamental, y quizá más todavía en esta cultura dominada por la proliferación de
signos. En esa ayuda en la navegación por este mundo opaco, la escuela puede ayudar
a dar forma, lenguaje y contenido a nuevas esperanzas y deseos, y también a apropiarse
de manera más relevante de todas esas enormes posibilidades que hoy prometen las
nuevas tecnologías. Pero podrá hacerlo en la medida en que sea consciente del desafío,
y en que no reduzca la innovación a la presencia de las máquinas o la procese de manera
burocrática como algo que debe encajarse forzosamente en el viejo formato escolar. Ha-
bría que recordar, con Jesús Martín-Barbero, que la navegación implica a la vez conducir
y explorar, manejar y arriesgar. En poder navegar efectivamente esas tensiones, se juegan
las posibilidades de que la introducción de las nuevas tecnologías a las escuelas aporte
a la democratización de la cultura y a consolidar una sociedad más justa y con mayor
conciencia ética sobre su futuro.
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