Colegio Popol Vuh
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Detalle de la pintura Las musas Urania y Calíope (1634) de Simon Vouet, que
representa a Calíope, musa de la poesía épica y de la elocuencia.
Los primeros esbozos épicos fueron producto de sociedades preliterarias y
tradiciones poéticas orales. En esas tradiciones, la poesía se transmitía a la
audiencia y era reproducida por medios puramente orales. Los clásicos
estudios sobre la epopeya popular de los Balcanesrealizados por Milman
Parry y Albert Lord demostraron el modelo paratáctico usado en la
composición de este tipo de poemas y la importancia de las
fórmulas mnemotécnicas en su repentización. Las largas epopeyas se
construían en forma de cortos episodios de igual interés e importancia, y el
recitante usaba determinados pasajes de tránsito para darse tiempo a ir
recordando cada uno de los pasajes que debía engarzar, pasajes de tránsito que
por tal motivo eran muy repetidos constituyendo las llamadas fórmulas o estilo
formular. Parry y Lord sugirieron también que las obras de Homero (el primer
autor de epopeyas) podrían haber sido compuestas de un modo semejante, a
partir del dictado de un texto oral.
Tablilla sobre el diluvio, del Poema de Gilgamesh, (c. siglo VII a. C.), Museo
Británico.
La interesante épica semítica antigua tomó como modelo el enfrentamiento
entre un héroe que simbolizaba la civilización y los valores urbanos, el rey en
un tercio divino Gilgamesh, y otro héroe que representaba los valores
naturales, campesinos y rurales, Enkidu. Esta es la materia que configura la
llamada Epopeya de Gilgamesh, en la que ambos héroes se hacen amigos contra
los dioses que quieren enemistarlos; tras luchar contra el gigante Humbaba y
otras muchas aventuras muere Enkidu y, embargado por la pena, Gilgamesh
consulta con el viejo Utnapishtim, que hizo el arca para escapar del diluvio,
preguntándole cómo devolverlo a la vida; viaja al inframundo en busca de la
hierba de la inmortalidad, pero en un momento de descuido una serpiente se la
arrebata. El final del texto está muy deturpado, pero al parecer Gilgamesh, que
solo en un tercio es divino y en dos tercios es humano, se suicida. Esta epopeya,
una de las más importantes que jamás se han escrito, demuestra cómo
el hombre puede transformarse en un superhombre, casi en un ser divino, pero
no en un dios. Hay elementos de la Epopeya de Gilgamesh que tiene en común
con el Génesis, libro del Antiguo Testamento y en otros episodios de otra
literatura, la egipcia.
Principales epopeyas griegas
Se atribuyen a Homero, un aedo o cantor de poemas ciego (aunque algunos
estiman que se trata de un conjunto de poemas unidos por un refundidor
común, véase Cuestión homérica), dos largas epopeyas en hexámetros,
la Ilíada y la Odisea, protagonizadas respectivamente por los
héroes Aquiles y Odiseo (también llamado Ulises); constituyen el fundamento
de la cultura común de los pueblos griegos.
Apenas quedan restos de la Destrucción de Troya, de la Tebaida y de la Edipodia.
Es burlesca la Batracomiomaquia, o guerra entre las ranas y los ratones.
Posteriores son las Posthoméricas de Quinto de Esmirna y
la Argonáutica de Apolonio de Rodas. Se presentan como relatos reales de
soldados que asistieron a la Guerra de Troya, y por tanto como obras históricas,
las novelas de Dictis Cretense, desde el lado griego, y de Dares Frigio, desde el
lado troyano, muy populares en la Edad Media.
La Ilíada
La Odisea
Epopeyas romanas
Eneas saliendo de Troya con su padre Anquises a cuestas, por Federico Barocci, 1598.
Los poetas preclásicos Quinto Ennio o Cneo Nevio compusieron ya epopeyas en
latín, pero fue Virgilio quien realizó la que se considera epopeya nacional
romana, la Eneida, en doce cantos y un total de casi diez mil hexámetros; los
seis primeros narran el viaje de Eneas tras la caída de Troya en busca de una
tierra en que asentarse y constituyen una especie de Odisea, y los seis últimos,
que narran las guerras en el Lacio de los troyanos asentados en él, una Iliada.
La obra es del Siglo I a. C. y fue escrita por encargo del emperador Augusto, con
el fin de glorificar, atribuyéndole un origen mítico, el Imperio que con él se
iniciaba. Con este fin, Virgilio elabora una reescritura, más que una
continuación, de la Ilíada.
El argumento es el siguiente: Eneas, príncipe troyano, huyó de la ciudad tras
haber sido quemada por los aqueos. Se llevó a su padre y a su hijo a rastras, y su
mujer le seguía a pocos pasos. Pero ella pereció en la oscuridad, y Eneas,
desesperado, embarcó con su fiel amigo Acates y otros supervivientes en busca
de una nueva tierra. Su enemistad con Hera le llevó a navegar errante durante
mucho tiempo, hasta que fue arrojado a las costas del norte de África,
en Cartago. Allí habitaba la reina Dido, que se enamoró de él por obra
de Cupido, quien flechó su corazón para que olvidara a su difunto marido;
entonces lo retuvo por largo tiempo. El reino era hospitalario y todos los
troyanos querían quedarse en Cartago, pero Eneas sabía que era en Italia donde
debía fundar su imperio. Tras su marcha, Dido se suicidó en una pira con la
espada de Eneas maldiciendo por siempre a su amado, haciéndole jurar
venganza a su pueblo para que destruyera a los hijos de su padre, los futuros
romanos. De esta forma se crea el cuadro que justifica la eterna enemistad
entre dos pueblos hermanos, el de Cartago y el de Roma, lo que devendría en
las guerras púnicas. En su camino hasta Italia descenderá a los infiernos, donde
su padre, ya muerto, le revela que fundará un imperio floreciente, Roma, hasta
la época de Augusto.
En los siguientes seis libros Eneas llega al Lacio, donde gobernaba el rey Latino.
La hija de Latino, Lavinia, estaba prometida con Turno, el caudillo de
los rútulos, pero el oráculo había revelado a Latino que un hombre llegado del
mar se desposaría con su hija y crearía un gran imperio en nombre de los
latinos. Entonces Turno y Eneas se declararon la guerra y empezaron a batallar
durante un buen tiempo. Un día venían aliados de uno y otro día de otro, y la
batalla nunca terminaba. Mientras, en el cielo, Venus y Juno ayudaban a unos y
a otros sin que Zeus le otorgara la victoria a ninguna. Al final, Eneas mata a
Turno en un combate y consigue la mano de Lavinia. Entonces fundarán un
reino que algún día se convertirá en Roma.
Eneas derrota a Turno, Luca Giordano, (1634 - 1705), escena inspirada en el final de
la Eneida de Virgilio.
Si no contamos los numerosos epilios o pequeñas epopeyas compuestas por
poetas latinos, son epopeyas posteriores a las citadas la Farsalia de Lucano,
la Púnica de Silio Itálico, las Argonáuticas de Valerio Flaco y la Tebaida y
la Aquileida de Estacio. Los poetas épicos de época tardorromana se desvían
frecuentemente hacia el panegírico; tal es el caso de Claudio Claudiano,
de Merobaudes y de Draconcio. Se han perdido otras muchas epopeyas, o
apenas se conservan restos de ellas, como del Bellum Historicum de Hostio,
el Bellum Sequanicum de Varrón Atacino y otras de Rabirio y Vario Rufo, amigo
este de Virgilio que fue quien publicó su Eneida, enterrando así su propia
epopeya en el olvido, pese a que en su tiempo tuvo no poco aprecio en el círculo
de Mecenas. Otros autores de epopeyas fueron Albinovano Pedo, del que se
conserva un largo fragmento que cuenta el viaje de Germánico al mar del Norte,
y Herculano, autor de un Carmen de bello Aegyptiaco.
Epopeyas persas
Shâhnameh.
El Libro de los Reyes o Shahnameh de Ferdousi es una epopeya del siglo X
después de Cristo escrita en persa, lengua iraní apenas contaminada entonces
por arabismos. Es la segunda epopeya más extensa después
del Majabhárata hinduista, pues tiene un total de 60.000 versos. Cuenta la
historia del Irán antiguo y en especial la historia de los Sasánidas, llegando en el
pasado hasta confundirse los reyes legendarios con los Aqueménidas. Ferdousi
se inspira en textos anteriores de Abu Mansur Abdul Razzâq e incluyó incluso
mil versos de Daqiqi citando su procedencia. Los iraníes lo consideran signo de
identidad nacional, del que destacan su originalidad, ya que no toma ningún
material narrativo de ninguna otra tradición literaria. De su pervivencia y
vitalidad da fe que se siga recitando al son del tambor como una cantinela en
los zurjâneh o (casas de la fuerza), una especie de gimnasios tradicionales
mientras los asistentes hacen gimnasia con movimientos acompasados.
Epopeyas orientales
La épica japonesa se configuró fundamentalmente sobre las luchas entre los
clanes samuráis de los Minamoto y los Taira, que dieron lugar al Heike
Monogatari.
Epopeyas indostánicas
Una de las 134 ilustraciones del Razmnama (Libro de las guerras, 1761-1763),
traducción persa del Majabhárata. El rey Akbar (1556-1605) ordenó a Naqib
Khan que tradujera el texto hinduista para mejorar las relaciones entre las dos
culturas. En esta escena, el abuelo Bhishmá —todavía vivo semanas después
del fin de la batalla de Kurukshetra— imparte sus últimas enseñanzas mientras
agoniza (sobre el «lecho de flechas» con que su sobrino nieto Áryuna lo
acribilló), rodeado por los cinco Pándavas (con ropas musulmanas) y Krishná
(de piel azul). Abajo se ve un manantial de la madre Ganges, que Áryuna invocó
para saciar la sed de Bhishmá.
En la antigua India la epopeya se caracteriza por el predominio de la fantasía y
lo maravilloso. Dos son las muestras principales: El Majábharata y el Ramaiana,
escritos en sánscrito.
La epopeya procede de una poesía popular de relatos tradicionales de
indudable origen histórico. Estos relatos proceden de la época védica, los
recitadores profesionales organizados en castas, los suta, bardos y panegiristas,
conductores de los carros durante las guerras, trasmitieron estos relatos
épicos, adaptándolos y completándolos. De aquí salieron las dos grandes
epopeyas el Majábharata y el Ramáyana. El idioma sánscrito de estas epopeyas
está en prosa y en verso; la narración es de forma arcaica, pero los versos
narrativos forman la parte más importante; el discurso caracteriza la
composición épica y reemplaza el estilo directo, mezclando en él máximas
religiosas y conclusiones moralizantes.
El Majábharata
El Majabhárata consta de unos cien mil shlokas ( pareados de versos de
dieciséis sílabas). No se conoce con certeza su época de composición, y más
bien parecen responder a un proceso acumulativo de ampliaciones. Algunos
datan la gestación de la obra en la época de aparición del budismo (hacia
el siglo VI a. C.; alcanzó su forma clásica y definitiva en el siglo II a. C. Trata
sobre las luchas dinásticas entre los descendientes del rey Bharata: los
piadosos Pándavas y los malvados Kauravas. Vencen los Pándavas, ayudados
por su amigo el dios Krishna. El relato está entreverado de leyendas fantásticas
sobre tales luchas y se intercalan bellos episodios como el del rey Nala y su
esposa Damaianti, que son perseguidos por el demonio Kali.
El Ramáyana
El Ramáyana es una epopeya tres o cuatro siglos posterior al Majábharata,
aunque hay quienes la sitúan en el siglo VIII a. C. Es de extensión más reducida
y consta de unas 24.000 śloka. Se atribuye al legendario poeta Valmiki. En él, el
príncipe Rāma rescata a su esposa Sītā, raptada en la isla de Sri Lanka por el
diabólico Ravana, monstruo de diez cabezas. Siendo una de las más importantes
obras literarias de India antigua tiene un profundo impacto en el arte y la
cultura del subcontinente indio y del sureste de Asia. El Ramáyana no
solamente es un cuento religioso. La colonización del sureste de Asia por el
pueblo hinduista comenzó en el siglo VIII. Se establecieron imperios como
el Jemer, Majapahits, Sailendra, Champa y Sri Vijaya. Gracias a esto,
el Ramáiana se volvió popular en el sureste de Asia y se manifestó en la
literatura y en la arquitectura de los templos, particularmente en Indonesia,
Tailandia, Camboya, Laos, Malasia, Myanmar, Vietnam y Filipinas.
Epopeyas hispánicas
Escritores nacidos en Hispania compusieron epopeyas ya durante la época del
Imperio Romano, como Lucano, autor de la Farsalia, poema dedicado
a Nerón donde se describe la guerra civil entre César y Pompeyo y el suicidio
de Catón el Joven; se trata de un poema donde late un interno deseo de vuelta
de la República y donde domina el espíritu filosófico del Estoicismo; se hizo
muy famosa la frase sobre el noble y digno Catón: «Victrix causa diis placuit sed
victa Catoni» (‘la causa de los vencedores plugo a los dioses, pero la de los
vencidos a Catón’). Esta obra lleva ya el sello del típico realismo español, hasta
el punto de que algunos lo han considerado más bien un poema histórico que
una epopeya. Prudencio, el cantor de los mártires cristianos, compuso también
un epopeya alegórica en la que luchaban las virtudes y los vicios personificados,
la Psicomaquia.
Por otra parte, durante la Edad Media no faltaron intentos de elaborar
epopeyas cultas en latín, como el Carmen campidoctoris, sobre el Cid
Campeador. Paralelamente se desarrollaba una épica en lengua vulgar incitada
como respuesta nacional al ejemplo de la épica francesa, que era conocida por
su penetración a través del Camino de Santiago, y articuló varios ciclos épicos
principalmente en torno a las figuras del Rodrigo Díaz de Vivar, el Cid,
y Bernardo del Carpio, y otras menos conocidas.
Atenea no descuida detalle para proteger a Ulieses. Ella, gracias a su condición de diosa, toma
la figura de niña capaz de envolver a Ulieses en una nube para llevarlo al palacio de Alcino.
Euríalo (el dios Apolo) lo desafía con palabras injuriosas. Lo desagravia después con una
espada de bronce, plata y marfil. Ulieses llega a Ítaca y se encuentra con Atenea, que ahora ha
tomado la figura de un joven pastor. Ella lo disfraza de mendigo, se mete en los sueños de
Telémaco y lo previene contra la emboscada de los pretendientes de Penélope. Ulieses y
Telémaco se unen en combate y los vencen.