Los Profetas Menores
Los Profetas Menores
Los Profetas Menores
Profetas
Menores
CHARLES L. FEINBERG
INDICE
Prólogo
Prefacio
Primera parte — OSEAS: El amor de Dios por Israel
1. Oseas, el profeta
2. Importancia de la profecía
3. “Yo conozco a Efraín”
4. Multitud de altares
Segunda parte — JOEL, AMOS Y ABDIAS
5. Joel: El día del Señor
6. Amós: La justicia de Dios
7. Abdías: Sentencia sobre Edom
Tercera parte — JONAS, MIQUEAS Y NAHUM
8. Jonás: El amor de Dios por todas las naciones
9. Miqueas: Ira sobre Samaria y Jerusalén
10. Nahúm: Juicio sobre Nínive
Cuarta parte — HABACUC, SOFONIAS Y HAGEO
11. Habacuc: Problemas de fe
12. Sofonías: El día de Jehová
13. Hageo: Reconstrucción del templo
Quinta parte — ZACARIAS Y MALAQUIAS
14. Zacarías: Palabras de consuelo
15. El pecado quitado
16. La guerra y el Príncipe de paz
17. El día de expiación de Israel
18. Malaquías: Adoración formal
PREFACIO
Una de las ineptitudes literarias de todos los tiempos es el nombre común dado a los
últimos doce libros del Antiguo Testamento: Profetas menores. La impresión que da este
calificativo es que se trata de libros de poca importancia. Un modo mucho mejor de
designarlos es el que han utilizado los rabinos, esto es: los doce. El canon hebreo dividía los
libros proféticos en Profetas anteriores (Josué, Jueces, Samuel y Reyes) y posteriores
(Isaías, Jeremías, Ezequiel y los Doce). Se conocía a los doce desde la antigüedad como los
profetas menores debido al tamaño relativo de sus profecías al compararlas con las de
Isaías, Jeremías y Ezequiel. Constituían un solo volumen para asegurarse de que no se
perdiera ninguno de los doce libros.
Los autores humanos de estos libros vivieron, trabajaron y escribieron entre el siglo
nueve y el cinco antes de Cristo. Sus mensajes, que tienen una importancia muy grande,
contienen los temas predominantes de las Escrituras proféticas relativas al Mesías, a Israel,
a las naciones y al reino terrenal del Señor. Sus días corresponden a la era del imperio
asirio, el período babilónico y los siglos posteriores a la cautividad. Sin embargo, su
secuencia en la Biblia no sigue un orden cronológico.
Los temas que contiene este comentario aparecieron primero en cinco volúmenes
(1947–1952). Durante el período de más de un cuarto de siglo que ha transcurrido desde la
publicación original de esos cinco volúmenes, hemos recibido muchas expresiones de
aprecio por lo cual le estamos agradecidos a Dios.
Este libro tiene la finalidad de satisfacer una verdadera necesidad de material sobre los
tan desatendidos profetas menores, situándolos en su marco apropiado con relación a Israel.
Es asombroso cuán oportunos y aplicables son los mensajes de esos siervos de Dios a
nuestra época tan trastornada. Cualquiera que desee tener un buen equilibrio en lo que se
refiere a la verdad de Dios, deberá ponderar cuidadosamente estos libros de los profetas.
El autor tuvo siempre en cuenta el texto en hebreo a todo lo largo de los estudios. El
lector descubrirá muy pronto que el libro contiene toda una serie de referencias cruzadas
que se cotejaron y recopilaron con todo cuidado y son esenciales para el estudio. Es preciso
recalcar que, para sacar el mayor provecho posible, se debe seguir el texto de la Biblia en
español junto el estudio de este libro.
El autor escribió este libro teniendo en mente a los lectores cristianos promedio, con el
fin de despertar en ellos un amor duradero y bíblico a Israel, el pueblo escogido de Dios, y
de hacer que se llenen de fervor misionero por su salvación. Por esta razón, aun cuando
consultamos con cuidado distintas obras clásicas sobre los profetas menores, no hemos
considerado necesario cansar a los lectores con una gran cantidad de citas en notas al pie de
la página. Tuvimos siempre delante el texto hebreo al escribir la obra y confiamos en poder
respaldar con el texto original todas las posiciones adoptadas.
El autor se ha sentido ricamente retribuido en bendiciones espirituales al dedicarse a
estos estudios de la Palabra de Dios, y se ha regocijado al ver que al Señor le ha parecido
bien hacer que fueran también de bendición para otros. Le estaremos muy agradecidos a
Dios si utiliza estas páginas para hacer que muchos corazones se vuelvan a Israel en su
triste situación en estos días trascendentales, para que le den a conocer su Mesías, el Señor
Jesucristo.
Ahora ponemos esta obra en las manos de Dios para su gloria y para la divulgación de
la verdad, tanto entre los judíos como entre los gentiles, así como entre toda la familia de la
fe.
Charles Lee Feinberg
Decano emérito
Profesor de lenguas semíticas y Antiguo Testamento
Seminario Teológico Talbot
PRIMERA PARTE
1
OSEAS, EL PROFETA
EL HOMBRE
El libro mismo de Oseas es nuestra única fuente de información sobre la vida y el
ministerio del profeta. Su nombre, que aparece en la Biblia como Oseas, Josué y Jesús,
significa salvación. Fue contemporáneo de los profetas de Judá Isaías y Miqueas
(Compárese Oseas 1:1 con Isaías 1:1 y Miqueas 1:1). En tanto que el ministerio de estos
dos últimos profetas estaba dirigido al reino meridional de Judá, la labor de Oseas se centró
primordialmente en el reino septentrional de Israel, fundado por Jeroboam, hijo de Nabat.
Oseas ejerció su ministerio durante los reinados de Uzías, Jotam, Acaz y Ezequías de
Judá, y en el período de Jeroboam II, hijo de Joas de Israel. Si comparamos las fechas,
comprobaremos que Oseas vivió mucho más que Jeroboam II. Sin embargo, no es
necesario sostener que su ministerio tuviera lugar desde el primer año del reinado de Uzías
hasta el último de Ezequías, lo que significaría un período de aproximadamente un siglo
(debemos recordar que el reinado de Jotam traslapa al de Uzías, su padre, que era leproso;
su enfermedad hizo que fuera imperativa una corregencia, 2 Reyes 15:5). Es probable que
Oseas profetizara durante un poco más de medio siglo. Algunos sostienen que lo hizo
durante setenta u ochenta años.
Vida doméstica
De ninguno de los otros profetas tenemos tanta información sobre su vida en el hogar
como de Oseas, porque es en ella donde radica el mensaje de Dios para su pueblo, como lo
veremos más adelante. Tanto la esposa como los hijos de Oseas fueron señales y presagios
para Israel, Judá y fa nación reunida del futuro. Si Isaías pudo decir: “He aquí, yo y los
hijos que me dio Jehová somos por señales y presagios en Israel, de parte de Jehová de los
ejércitos, que mora en el monte de Sion” (Isaías 8:18), Oseas pudo decir lo mismo con igual
derecho. Con mucha frecuencia, por haber pasado por alto este hecho, se ha disipado la
fuerza del mensaje de su profecía, considerando simbólicos los eventos relatados. Sin
embargo, el mensaje era real porque los hechos señalados tuvieron lugar verdaderamente en
la vida del profeta.
Su mensaje
Los capítulos 1 al 3 constituyen una sección bien definida del libro, en la que se nos dan
a conocer las experiencias domésticas del profeta. Los mensajes proféticos propiamente
dichos los encontramos en los capítulos 4 al 14. Amos había predicado el arrepentimiento
para conducir a Israel de vuelta a Dios; pero Oseas proclamaba el amor. Amós había dado a
conocer la inalcanzable justicia de Dios; Oseas, el indefectible amor de Dios. Nuestro
profeta presenta al Señor como el Dios del corazón lleno de amor. Alguien dijo muy
acertadamente que Oseas fue el primer profeta de la gracia, el primer evangelista de Israel.
Del mismo modo que Lucas nos presenta al hijo pródigo, Oseas nos da un retrato de la
esposa pródiga. En ninguna otra parte de toda la amplia revelación de Dios encontramos
palabras de amor más hermosas que en Oseas 2:14–16; 6:1–4; 11:1–4, 8, 9; 14:4–8.
Su época
Para entender correctamente el mensaje de cada profeta, se debe estudiar en el trasfondo
de su momento histórico. Oseas vivió en un período aparente de prosperidad material. El
reinado de Uzías se caracterizó por una serie de batallas triunfales, un número creciente de
proyectos de construcción en el país, la multiplicación de las fortificaciones y el fomento de
la agricultura (véase 2 Crónicas 26). Los reyes que lo sucedieron tuvieron también
prosperidad, aunque no en la misma magnitud. En cuanto a Jeroboam II, logró recuperar
para Israel un dominio territorial mayor que el que había tenido desde el rompimiento del
reinado salomónico (2 Reyes 14:25), anexando incluso Damasco, que ya se había perdido
desde los días de Salomón (1 Reyes 11:24).
A pesar de la prosperidad que les concedió Dios, el pueblo substituyó la realidad
interior con formas exteriores (véase Isaías capítulos 1 y 58). Cometían toda clase de
pecados y estaban en una gran decadencia moral y espiritual. Jesurún había engordado y
tirado coces (Deuteronomio 32:15). El profeta Oseas y sus contemporáneos prorrumpieron
en expresiones de desaprobación contra ese bajo nivel de espiritualidad del pueblo.
LA INTRODUCCIÓN
Los primeros tres capítulos del libro tienen un carácter introductorio y nos proporcionan
un resumen del mensaje completo del profeta. (Por razones de espacio omitimos el texto de
la profecía; pero el lector debe tenerlo a mano para aprovechar al máximo el estudio.)
Oseas inicia su profecía situándola en el tiempo. A pesar de ser un profeta de Israel, marcó
su mensaje primordialmente con los nombres de los reyes de Judá, porque las promesas de
Dios se centraban en el linaje de David.
La primera comunicación que el profeta recibió de Dios fue una orden para que se
casara con una mujer que más tarde se convertiría en ramera. Esta orden dada por Dios al
profeta ha sido objeto de muchos debates y desacuerdos. Se sostiene que si esto fuera
literalmente cierto, Dios le estaba imponiendo a Oseas la realización de un acto indigno,
por no decir pecaminoso. Este modo de razonar es difícil de entender, ya que el profeta no
podía contaminarse personalmente tan sólo por casarse con una mujer que más tarde resultó
ser una ramera, o más bien una adúltera, puesto que sus delitos los cometió después de
haberse casado. Sólo es posible comprender plenamente el significado del mensaje del
profeta cuando se considera la transación en su carácter literal como que señala la relación
entre Dios e Israel.
En otras palabras, Dios escogió a Israel y estableció una relación muy bendecida entre
ellos y El, semejante a los lazos matrimoniales; y estando en esa condición, el pueblo se
prostituyó. Su pecado consiste en alejarse de Dios. Del mismo modo que la prostitución y
el adulterio, pecados profundamente viles y aborrecibles, son el resultado de la infidelidad,
así también la prostitución espiritual (una situación en la que lo físico se transfiere a los
dominios de lo espiritual, como lo vemos en repetidas ocasiones en las Escrituras) es el
resultado del alejamiento espiritual de Dios. Dios había establecido un pacto eterno con
Abraham y deseaba permanecer ligado a su pueblo. Pero, en correspondencia justa,
esperaba que el pueblo tuviera también presente sus lazos con El. No obstante, los israelitas
no lo hicieron así y Dios ilustra la infidelidad de Israel mediante la vida doméstica del
profeta (véase Salmo 73:27. Cualquier buena concordancia le mostrará al lector cuantas
veces se transfiere al ámbito espiritual la figura natural de la prostitución. Será muy
instructivo ver cuántas veces usaron esta analogía los mensajeros de Dios).
¿Será necesario que digamos cuánto hería al profeta la conducta vergonzosa de su
esposa? ¿Cuánto mayor era el dolor que la conducta de Israel le causó a Dios? A los hijos
de Gomer se los llama “hijos de fornicación” no porque no fuesen hijos de Oseas, ya que
los que recibieron esta designación aún no habían nacido. En otras palabras, el matrimonio
del profeta fue normal en cuanto a la procreación de hijos, los cuales reciben este
calificativo (“hijos de fornicación”) porque su madre fue una esposa infiel. La madre
representa a Israel en forma colectiva, en tanto que los hijos representan a la nación
individualmente, aunque las relaciones en el hogar de Oseas fueron literales e históricas.
Los hijos como señales
El primer hijo de la unión del profeta con Gomer, hija de Diblaim, fue varón. Dios
ordenó que se le diera el nombre de Jezreel, porque al poco tiempo Dios iba a vengar la
sangre de Jezreel sobre la casa de Jehú e iba a poner fin al reinado de la casa de Israel.
¿Qué quería decir Dios por medio de ese nombre? La larga y triste historia de Jezreel
comienza en los días del vacilante y débil Acab y su malvada e intrigante esposa Jezabel (1
Reyes 21). Nabot el jezreelita, propietario de una viña cercana al palacio de Acab, fue
asesinado gracias a un plan infame urdido por Jezabel para despojarlo de la herencia de su
padre. Por esta atrocidad, Dios pronunció sentencia en contra de Acab, Jezabel y sus
descendientes, habiendo de cumplirse esa sentencia en Jezreel, en el lugar donde Nabot fue
asesinado. La sentencia se cumplió primeramente contra Acab, en la batalla de Ramot de
Galaad (1 Reyes 22). Después el juicio cayó sobre Jezabel y Joram por medio de Jehú, hijo
de Josafat, hijo de Nimsi (2 Reyes 9).
Jehú fue el instrumento que usó Dios para ejecutar su juicio contra la casa de Acab.
Pero Jehú llegó al trono mediante crímenes alevosos y sangrientos (2 Reyes 9:14 y ss.). Es
cierto que su proceder fue elogiado (2 Reyes 10:30), ya que era loable por sí mismo; pero
los acontecimientos posteriores demuestran que las causas que motivaron la vida de Jehú
fueron el orgullo y la ambición. El pronunciamiento del profeta Oseas había encontrado allí
su objetivo, porque Jeroboam II, que reinaba entonces, era de la casa de Jehú. Dios no sólo
iba a castigar a esa casa porque se había metido en la idolatría, sino a todo Israel,
destruyendo su reino, porque se habían alejado completamente de El.
Una distinción con una diferencia
Aquí debemos desviarnos del tema por un momento, puesto que se está enunciando un
gran principio del gobierno divino. Está claro que aun cuando Jehú fue el instrumento
utilizado por Dios para castigar a Acab y su dinastía; sin embargo, Dios se lo demandó
porque su propio corazón no era recto y porque tenía ambiciones personales contrarias a la
voluntad del Señor. ¿No podríamos sacar de esto una buena lección respecto a Israel y las
otras naciones de la tierra? A pesar de que Dios profetizó la esclavitud en Egipto, lo que en
cierto sentido fue un castigo sobre la simiente de Jacob por haber dejado la tierra de
bendición, Dios juzgó a los egipcios por haber oprimido a su pueblo.
El profeta Habacuc dejó en claro que Israel estaba maduro para el juicio a causa de la
maldad existente en todas partes, y Dios predijo que los babilonios serían los instrumentos
del castigo. No obstante, el mismo profeta revela que la ira de Dios estaba sobre los
enemigos de Israel porque no estaban llevando a cabo la voluntad de Dios en sus actos, sino
que los dirigía la maldad de su propio corazón. Ningún hombre puede oprimir al pueblo de
Dios con fines egoístas y esperar una recompensa de Dios, por el hecho de pretender ser
instrumentos en las manos del Señor. Dios exige verdad en lo interior del hombre, y lo
desea tanto en el corazón de Israel como en el de los demás. Alguien dijo muy
acertadamente: “Es algo muy tremendo ser instrumentos de Dios para castigar o reprobar a
otros, si no mantenemos, mediante su gracia, nuestras manos y nuestro corazón limpios de
pecado.” Hasta el momento, ninguna nación ni individuo alguno ha logrado realizar esto,
por lo que el camino más fácil y seguro de seguir, el que cuenta con la aprobación de la
sabiduría, es el de no descargar una mano dura sobre Israel bajo ninguna condición ni
circunstancia.
El cumplimiento
Aun cuando en ese entonces el reino del Norte prosperaba y todo parecía ir bien, Oseas
les advierte anticipadamente el fin de la dinastía de Jehú y la destrucción del reino, junto
con su poder militar en el valle de Jezreel (versículo 5). Esos hechos tuvieron lugar, si bien
con una separación de al menos cuarenta años, tal y como se había predicho (véase 2 Reyes
15:8–12 y el capítulo 8). El valle de Jezreel es la gran llanura de Esdraelón, en Palestina
central. Oseas vivió lo suficiente para ver el cumplimiento de esta profecía en la victoria de
Salmanasar en Bet-arbel (10:14). Fue la última advertencia pavorosa que hizo Dios antes de
la caída de Samaria.
NO COMPADECIDA
El segundo descendiente de Oseas y Gomer fue una hija a la que le pusieron el nombre
de Lo-ruhama, “no compadecida”. En el original, la palabra expresa un profundo amor y
una gran ternura. Había llegado la hora del castigo de Israel, el reino del norte, y nada lo
podía evitar. Estaba maduro para el juicio, el cual se aproximaba con rapidez. Pero al
mismo tiempo Dios promete que su ira no alcanzaría a Judá entonces. Para ellos tenía
todavía una reserva de misericordia, una liberación que no sería lograda por esfuerzo
humano, sino únicamente por el poder de Dios. La derrota de Senaquerib ante Jerusalén
durante la última parte del siglo ocho a.C., cuando el ángel de Jehová mató a 185.000
hombres en una noche (véase 2 Reyes 19 e Isaías 37), fue un glorioso cumplimiento de esta
predicción; pero las profecías de todos los profetas resplandecen con promesas acerca de la
completa liberación (física) y salvación (espiritual) futuras de Israel.
No pueblo mío
Cuando se destetó a Lo-ruhama (y en el Oriente esto ocurre dos o tres años después del
nacimiento), la esposa del profeta concibió y le dio a luz un segundo hijo, varón, Lo-ammi.
De este modo, Dios le estaba diciendo a Israel que ellos ya no eran su pueblo y que El ya
no era su Dios. ¿Cómo puede ser cierto esto? ¿Había derogado Dios su pacto incondicional
con Abraham? ¿Acaso Pablo no se refiere todavía a Israel como “su pueblo” (de Dios) en
Romanos 11:1? La dificultad desaparece si nos damos cuenta de que el pacto abrahámico
permanece firme, haga lo que haga Israel. Es un pacto incondicional bajo todos los
conceptos. Esto hace que la simiente de Abraham sea siempre el pueblo escogido de Dios;
pero ellos deben permanecer en obediencia y seguir la voluntad de Dios antes de que
puedan experimentar la realización del pacto mismo en su vida. Cuando se apartan del
camino del Señor y en consecuencia Dios los castiga, parecen ser prácticamente como “no
pueblo mío”, Lo-ammi. Un día, cuando vuelvan a Dios por mediación de Cristo, serán lo
que siempre han sido en los planes de Dios.
Este mismo principio opera en la actualidad en los cristianos, ya sean de Israel o de los
gentiles. Por la fe en Cristo y en su obra consumada en el Calvario, cualquier alma, judía o
gentil, nace nuevamente del Espíritu de Dios a vida eterna. Sin embargo, puede ser que ese
hijo de Dios no esté lo suficientemente separado del mundo y parezca no conocer nada el
cuidado paternal de Dios, y no disfrute nada de las bendiciones de la intimidad con el
corazón de Dios.
Por esta razón, Pablo exhorta a los cristianos de Corinto a que se separen del mundo,
para que Dios pueda ser su Padre y ellos, sus hijos e hijas (2 Corintios 6:14–18). ¿Es que
acaso no lo eran ya por el hecho de ser creyentes? Sí, pero Pablo quería que comprendieran
en la experiencia diaria qué eran en su verdadera posición delante de Dios. La situación es
similar en lo que se refiere a Israel y recalcamos esta gran verdad, puesto que hay tanto
error respecto a esta característica vital de la relación de Dios con Israel. En pocas palabras,
Israel, por haber estimado muy livianamente el privilegio que tiene con relación a Dios
(una verdadera Gomer), no disfrutará de la bendición ni de la realidad de ella. Las
bendiciones y promesas patriarcales nunca son abrogadas, porque Israel, como nación, son
“amados por causa de los padres”, aun cuando son enemigos del evangelio por causa de los
gentiles (Romanos 11:28, 29).
Promesa de bendición
Del mismo modo que ningún otro profeta pronuncia juicio solo contra Israel, sin una
promesa de bendición futura, así también Oseas, luego de sus oscuras predicciones,
pronuncia palabras de gran consuelo. En la porción comprendida entre 1:10 y 2:1 el profeta
promete cinco grandes bendiciones a Israel: (1) incremento nacional (1:10a); (2)
conversión nacional (1:10b); (3) reunión nacional (1:11a); (4) liderazgo nacional (1:11b) y
(5) restauración nacional (2:1). Si se tiene en cuenta la espantosa diezma de Israel en
Europa, realizada por los criminales nazis, la promesa de crecimiento demográfico es una
esperanza brillante.
¿No nos recuerdan estas palabras una de las mismísimas promesas hechas a Abraham,
de que tendría una numerosa progenie? No sólo eso, sino que entonces vivirían de acuerdo
a su herencia, por la gracia divina, como hijos del Dios vivo. Véanse Romanos 9:25 y 1
Pedro 2:10, donde la expresión se aplica tanto a gentiles redimidos como a judíos, pues
unos y otros están en igual condición ante la gracia de Dios. La unificación de la nación
dividida manifestará la restauración del favor de Dios para con su pueblo (véase Ezequiel
37:15–23). El único gobernante que tendrán será su glorioso Mesías Rey, el mayor de los
hijos de David, en quien confiarán (Oseas 3:5; Jeremías 23:1–5; Ezequiel 34:23; 37:15–28).
Su subida de la tierra se ha interpretado como su ida a la batalla de Esdraelón, la cual
será decisivamente victoriosa para ellos; pero tal vez sea mejor ver en la predicción la
subida de las gentes desde todas las partes de la tierra para celebrar sus fiestas solemnes (de
entre las muchas referencias a este respecto, véanse Isaías 2:1–4 y Zacarías 14). “El día de
Jezreel será grande” pues en aquel día Dios, en Cristo, derrotará al enemigo de una vez para
siempre, cuando el Mesías de Israel afirme sus pies sobre el monte de los Olivos para
abogar personalmente por la causa de Israel. Entonces serán ellos Ammi (pueblo mío) y
Ruhama (compadecida). De este modo vuelven a aparecer los tres nombres; pero ahora son
portadores de bendiciones.
Las malas consecuencias de la desobediencia
En los versículos 2 al 13 del capítulo 2 encontramos la declaración de Dios respecto al
juicio que iba a caer sobre Israel a causa de sus muchos pecados. Dios repudia a Israel: éste
es el valle de Acor. En la última parte del capítulo (versículos 14–23) se expresan las
bendiciones de la obediencia y la restauración. Dios vuelve a llamar así a Israel: ésta es la
puerta abierta a la esperanza (véase 2:15 que es la clave de todo el capítulo).
Los aludidos en el versículo 2 no son los hijos del profeta, sino Israel. Se considera a la
nación de Israel como la madre, mientras que los hijos son los ciudadanos individuales. El
propósito de esta distinción es hacer recaer sobre la madre el reproche que se merece por
sus actos pecaminosos y hacerla desistir de su continua infidelidad.
En todo este pasaje y por medio de las figuras empleadas, se puede apreciar más
claramente la enormidad del abandono espiritual de Israel al Señor y lo aborrecible que eso
era. La desvergüenza de su infidelidad se describe con las palabras: “sus fornicaciones de
su rostro”. Dios nunca disculpa el pecado. Este es un rasgo distintivo de la Biblia que la
diferencia de cualquier otro libro, antiguo o moderno. Nunca excusa el pecado, sea quien
sea que esté involucrado. Por lo tanto, Israel debe sufrir el amargo castigo y adversidad por
sus adulterios y fornicaciones espirituales. La advertencia indica que se verá privada de
toda subsistencia y posesiones terrenales. Todo esto se da a conocer bajo la figura de la
desnudez (véase Ezequiel 16:4), la desolación, el estrago y la muerte de sed. Tenemos aquí
una insinuación de la cautividad futura del reino del Norte en Asiria; pero sin establecerse
todavía de modo específico.
La vergüenza de la infidelidad
Como ramera desvergonzada, Israel declara su intención de seguir a sus “amantes” (los
ídolos de su adoración pagana) para conseguir pan, agua (necesidades de alimentos), lana,
lino (necesidades de vestido), aceite y bebidas (lujos). Consideraban que la prosperidad que
disfrutaban en esa época, una manifestación generosa del amor de Dios, era un beneficio
proveniente de los dioses falsos que estaban adorando.
El profeta exclama a gran voz, en el nombre de Dios. “Y ella no reconoció que yo le
daba el trigo, el vino y el aceite, y que le multipliqué la plata y el oro que ofrecían a Baal”
(versículo 8). Nótese el énfasis en el posesivo “mi” en el versículo 5. Israel tomó esas
abundancias como que le pertenecían legítimamente. Pero en el versículo 9 se les muestra
cómo en realidad eran de Dios, porque El las reclama con un reiterado “mi”. Este caso lo
podemos comparar con el que aparece en Jeremías 44:15–23, donde Israel nuevamente
atribuye los beneficios de Dios a la adoración de los ídolos falsos. Ninguna expresión
podría dar a conocer más acertadamente lo insensato de la adoración de los ídolos. Esta
práctica entenebrece y obscurece de tal modo la mente, que las beneficencias de Dios se
atribuyen a vanidades insensatas y que nada aprovechan (véase Romanos 1).
Retribución de parte de Dios
A raíz de este cáncer purulento en la vida espiritual de Israel, Dios le pondrá límites por
todos lados, para separarla de sus amantes. Irá incesantemente tras ellos; pero no los
encontrará. Su desilusión será tan grande que anhelará volver a su verdadero y “primer
esposo”. Se verá privada de trigo, vino nuevo, lana y lino, y le tocará en suerte una
depresión de gran magnitud. Para vergüenza de ella, Dios la desnudará ante sus amantes.
Además, le quitará toda ocasión de gozo o alegría: sus banquetes, sus lunas nuevas, sus días
de reposo y sus asambleas solemnes. En esas ocasiones su asociación con la idolatría
encontraba su máxima expresión, en vez de ser tiempos para honrar a Dios.
Por esta profanación de las cosas de Dios, El devastará sus tierras, convirtiéndolas en
matorrales y multiplicará en contra de ellos las bestias del campo. Los “días de los baales”
en los que Israel se olvidó de Dios, le serían tomados en cuenta para su retribución. De este
modo, el profeta bosqueja con un lenguaje vívido e inequívoco la maldición y la adversidad
de la desobediencia de Israel; su triste salario sería desnudez, devastación, hambre, sed,
vergüenza, tristeza, soledad y aflicción.
Las bendiciones de la obediencia
Oseas no concluirá esta profecía hasta que no haya proclamado las futuras bendiciones
y la gloria reservadas para Israel cuando viva en obediencia a la voluntad de Dios revelada.
En aquel día Dios traerá a Israel al desierto, es decir, le hablará a solas a su corazón. De
este encuentro cara a cara con el Señor, el valle de Acor de Israel, valle de la tribulación, se
tornará en puerta de esperanza.
La mención del valle de Acor es otro de los frecuentes usos de acontecimientos pasados
en la historia de Israel. Nos recuerda la entrada de Israel a la tierra de Canaán en los días de
Josué. Por medio de la fe, el Señor les había dado una victoria gloriosa sobre Jericó; pero
Acán había tomado del botín maldito de la ciudad, que había sido prohibido estrictamente
por Dios. La consecuencia de ese pecado fue la derrota de Israel en Hai. Sólo después que
Acán y su casa quedaron al descubierto y fueron apedreados, el Señor les dio éxito en su
campaña contra Hai. De este modo, el pecado de Acán se convirtió en bendición, al abrirse
el paso al territorio mediante la derrota de Hai. Véase Josué 7:24–26 y también Isaías
65:10, donde el valle de Acor llega a ser un lugar de pastoreo para el ganado. Del mismo
modo, cuando Israel haya reconocido su pecado y se haya liberado de él en verdad, habrá
restauración. Por eso el valle de Acor será transformado en una puerta de esperanza.
El Señor restaurará y añadirá a los años que devoraron las orugas. Aun los mismos
nombres de los baales (ídolos de Baal) serán quitados de Israel. A Dios lo llamarán Ishi
(esposo mío) y no Baali (mi señor o mi amo). La primera palabra sugiere afecto, mientras
que la segunda manifiesta autoridad. Sin embargo, todavía hay más: la palabra Baal debe
desaparecer por causa de su connotación maligna y los actos pecaminosos realizados en los
cultos a Baal.
Misericordia abundante
El día que Israel regrese al Señor, tendrá bajo su dominio toda la creación. Las bestias
del campo, las aves de los cielos y los reptiles de la tierra serán refrenados por Dios, para
que Israel pueda habitar seguro. Ya no existirán el arco, la espada ni las batallas. Tal como
lo profetizara Miqueas, cada hombre se sentará debajo de su propia vid y debajo de su
higuera, y nadie los intimidará (Miqueas 4:4).
Sin embargo, lo mejor de todo será la nueva relación en que se hará entrar a Israel.
Habrá una renovación de los votos matrimoniales. Tres veces le dice Dios a Israel que lo
desposará consigo: (1) para siempre, (2) en justicia, juicio, benignidad y misericordia y (3)
en fidelidad. (Todo israelita ortodoxo recita los versículos 19 y 20 del capítulo 2, mientras
se coloca la filacteria en el dedo medio de la mano izquierda.) La palabra usada para
“desposar” (’aras, o sea, cortejar a una doncella) dice mucho acerca de la gracia de Dios
que borra el pecado. Ya no se mira a Israel como una ramera o adúltera, sino como una
virgen sin mancilla. Se lo considera como si nunca hubiese pecado. Compárase esto con 2
Corintios 11:2 respecto a la iglesia a pesar de todas sus faltas. En cuanto a Israel, véase
también la notable declaración de Números 23:21 y la designación benévola de
Deuteronomio 32:15 (Jesurún es un diminutivo que significa “el pequeño justo”).
Entonces la tierra producirá su fruto y la nación prosperará una vez más. Esta promesa
se nos da en los versículos 21 y 22 como una personificación, como si los cielos le pidieran
al Señor que les permita hacer caer lluvias refrescantes sobre la tierra para que produzca
trigo, vino nuevo y aceite. La respuesta de Dios será afirmativa e Israel será sembrado por
el Señor: Jezreel (véase Miqueas 5:7 e Isaías 37:31). Finalmente, la promesa es que Lo-
ruhama será Ruhama y Loammi será Ammi. De este modo se completa un ciclo. No
solamente se conjurará toda maldición, sino que será convertida en bendición. En nuestro
resumen de las bendiciones sobre Israel vemos: (1) consolación — versículo 14; (2)
fecundidad de la tierra — versículos 15, 21 y 22; (3) eliminación de la idolatría —
versículo 17 (Zacarías 13:2); (4) restauración de la gloria de la naturaleza — versículo 18
(Isaías 35); (5) seguridad en la tierra — versículo 18; (6) misericordia del Señor en su favor
restaurado — versículo 23 y (7) conversión nacional — versículos 19, 20 y 23.
¡Ciertamente el valle de Acor será la puerta de la esperanza!
2
IMPORTANCIA DE LA PROFECIA
Aun cuando en el hebreo original el tercer capítulo del libro de Oseas se compone sólo
de ochenta y una palabras, ocupa con todo derecho su lugar entre los pronunciamientos
proféticos más grandes de toda la revelación de Dios. No hay duda de que se aplica muy
bien a este pasaje la expresión de “multum in parvo” (mucho en poco espacio). El profeta
nos pinta con destreza y en trazos rápidos, por medio del Espíritu de Dios, el cuadro
completo de la historia nacional de Israel. El cuarto versículo es una de las pruebas más
seguras del origen divino de la profecía y de la Biblia en general. Se ha comparado este
capítulo con el capítulo 11 de Romanos, porque en ambos Dios hace grandes revelaciones
sobre sus planes relativos al pasado, presente y futuro de Israel, su nación escogida. Nos
sentimos grandemente tentados a citar el capítulo completo, pero nos refrenamos de hacerlo
para ahorrar espacio. Sin embargo, insistimos en que el lector tenga la Biblia abierta delante
de sí mientras considera estas líneas. Nada absolutamente nada que podamos decir respecto
a estas líneas y estos versículos de las Escrituras es comparable al pasaje en sí.
EL PASADO DE ISRAEL
En los versículos 1–3 tenemos el acto que se llevó literalmente a cabo en la vida del
profeta; en los versículos 4 y 5 se expresan con claridad el significado y la intención de la
transacción. En el segundo capítulo de la profecía que nos ocupa, la figura de Gomer en el
hogar de Oseas se amplió para convertirse en el mensaje de advertencia y bendición para
todo Israel. Ahora el profeta vuelve a la relación individual y personal que se estableció al
comienzo del libro. Dios le habla directamente al profeta y le dice que ame nuevamente a la
mujer que, aunque amada por su marido, se había hecho una adúltera. Específicamente,
esto es una representación del amor ilimitado de Dios para Israel. No obstante, Gomer, tan
exaltada y elevada por su posición como esposa del profeta y partícipe de todo su amor, se
había rebajado a una condición tan miserable que tuvo que ser comprada para recuperarla,
tal y como en el mercado de esclavos. ¡Y qué barato fue su precio! Una vez recuperada, se
le pide solemnemente que no vuelva a ser la mujer de ningún hombre, y el profeta asume
una posición similar hacia ella. Ya que ésta es una miniatura del trato de Dios con Israel,
podemos aplicar estos hechos en forma directa a los acontecimientos históricos.
Inmediatamente surgen tres rasgos característicos: primero, la relación con Israel; segundo,
la infidelidad de Israel y, tercero, el amor de Dios por Israel.
Relación con Israel
Es imposible leer el Antiguo Testamento con cierto grado de comprensión sin quedar
muy pronto impresionado en el relato con el hecho de que Dios estableció, de modo
voluntario y soberano, una estrecha relación de pacto con Israel. Dios lo tomó para sí al
rescatarlo de Egipto y al establecer una relación de pacto con él (véanse Exodo 4:22 y
Amós 3:1, 2).
La relación fue y es interna, sagrada e indisoluble. Está representada de modo exacto
por el matrimonio entre el profeta Oseas y Gomer. Dios nunca ha olvidado el momento en
que estableció su relación de pacto. Jeremías expresó: “Así dice Jehová: Me he acordado de
ti, de la fidelidad de tu juventud, del amor de tu desposorio, cuando andabas en pos de mí
en el desierto, en tierra no sembrada” (Jeremías 2:2). ¿Se da cuenta de lo que Dios está
diciendo aquí y qué maravillosa gracia está manifestando? No menciona la amarga
esclavitud que soportó Israel en Egipto, ni sus gemidos y lamentos al Señor cuando se
encontraba en triste aflicción, ni su continua rebelión mientras estuvo en el desierto. La
imagen que se muestra es que Dios se deleitó con el amor de Israel, el amor de los
esponsales, y pensó que la nación iría con el Señor, aun cuando tuviera que atravesar el
desierto. El amor de Dios hace a un lado todos los detalles secundarios del cuadro y fija su
atención en el hecho glorioso de que Israel llegó a ser suyo.
Infidelidad de Israel
La esposa del profeta Oseas se volvió adúltera. ¡Qué vergüenza, qué desgracia pública y
qué angustia tan intensa para el corazón sensible del profeta! No obstante, eso no fue nunca
tan terrible como el que la nación desposada con Jehová se uniera a otros dioses y amara las
tortas de pasas. En Jeremías 7:18 y 44:19 se explica que esas tortas de pasas eran parte de
una ceremonia en honor de la reina del cielo. Son evidencias de la abierta adoración de los
dioses falsos de la época. La magnitud de la vergüenza y el escándalo público que significó
esto a los ojos de Dios, puede percibirse sólo ligeramente de su equivalente, a escala
humana, en la vida del profeta Oseas.
A qué profundidad llevó esto a Gomer resulta evidente por el precio que hubo que
pagar por su rescate: quince piezas de plata. El precio de un esclavo común era de treinta
piezas de plata, según Exodo 21:32. Gomer había caído tan bajo que ya no valía más que la
mitad del precio de un esclavo. El homer y medio de cebada indica su absoluta falta de
dignidad, puesto que era para alimentar a los animales. Nada puede destruir y arruinar a un
hombre de un modo tan completo como el apartarse del Señor. Esto no es menos que alta
traición contra los altos cielos.
El amor de Dios a Israel
Cuando Dios mandó a Oseas que amara a “una mujer amada de su compañero”, no le
impuso al profeta una tarea en la que El mismo no pudiera participar. El amor de Dios a
Israel no guarda relación con el tiempo: es eterno y constante. Cuando leemos que Gomer
era amada de su compañero, esto no indica el amor de un amante. La palabra indica la
ternura con que la trata él, haciendo que la acción de la mujer sea todavía mas inexcusable.
Obsérvese que en el primer versículo de este capítulo se utiliza cuatro veces la palabra
“amor” o un derivado. Casi podemos ordenar el versículo en una proporción matemática:
del modo en que el amor de Dios se ha manifestado siempre hacia Israel, aun cuando la
nación amara a los ídolos más bien que al Señor, así también ha de ser el amor de Oseas
para con Gomer, a pesar de que ella haya amado a extraños más bien que a su esposo
legítimo. Así como Gomer conserva todavía el amor del profeta, el Señor ama a Israel.
Israel se halla esculpida en las palmas de las manos de Dios (Isaías 49:14–16) y es la niña
de sus ojos (Zacarías 2:8). Además, aun después de siglos de desobediencia por parte de su
pueblo, Dios pudo reprender a Satanás, dándole la respuesta suprema de que El había
escogido a Jerusalén (Zacarías 3:2).
EL PRESENTE DE ISRAEL
Ni Gomer ni Israel tienen un pasado glorioso; pero la historia aún no concluye. La
condición actual de Israel está esbozada en el versículo 4. Esta ha sido su condición desde
que eligió al César como gobernante antes que al Cristo de Dios. Es sorprendente la
exactitud de todos y cada uno de los detalles, de los cuales hay aquí muchos, hasta que nos
damos cuenta de que es Dios el que está hablando, el que conoce el fin desde el principio.
Este versículo refuta todos los argumentos tales como el denominado angloisraelismo.
Las condiciones que se describen aquí no han sido nunca las de Inglaterra y no se pueden
torcer para darles ese significado. Esa situación es anómala y desafía todos los esfuerzos de
clasificación. No es extraño que el gran filósofo alemán Hegel, ardiente estudiante de la
filosofía de la historia, dijera sobre la historia de Israel: “Es un enigma obscuro y
complicado para mí. No puedo comprenderlo. No encaja en ninguna de nuestras categorías.
Es un acertijo.” Del mismo modo en que Gomer se encontró en una posición donde ya no
se citaba con sus antiguos amantes ni estaba tampoco en una relación matrimonial total —
una condición realmente extraña—, así también Israel se encuentra en esta era en una
posición en que no es idólatra ni tampoco disfruta de comunión con Dios en una adoración
que sea del agrado de El.
Carencia múltiple
Durante muchos días, que son correspondientes a los de Gomer, Israel estará sin rey, sin
príncipe, sin sacrificio, sin estatua, sin efod y sin terafines. ¿Qué significado tiene esto?
Antes que nada, significa que la nación estará sin gobierno civil: no tendrá rey ni
príncipe. Después de la cautividad en Babilonia y la muerte de Sedequías, el último rey de
Judá, el pueblo de Israel no conoció otro rey entre ellos (la dinastía de los Macabeos no
puede compararse siquiera con las dinastías anteriores al exilio). No obstante, tuvieron
príncipes, como Zorobabel, hijo de Salatiel, tal y como su genealogía lo muestra con
claridad. En esta era, desde la muerte del Mesías de Israel, que vino como Rey de los
judíos, Israel no ha conocido rey ni príncipe. Se ha dicho: “Ninguno de su propia nación ha
podido reunidos o llegar a ser su rey.”
En segundo lugar, estarán sin el sacrificio ordenado por Dios. No hay Templo, porque
el terreno en que se encuentra el Templo no les pertenece; tampoco hay sumo sacerdote,
porque no hay genealogías para respaldarlo; no hay sacrificio, porque no hay sacerdotes
debidamente constituidos para llevarlos a cabo, y el único sacrificio en Cristo se ha
cumplido de una vez y para siempre: no hay expiación, porque no hay sangre de sacrificio
en sus ceremonias religiosas.
En tercer lugar, y probablemente lo más notable de todo, estarán sin idolatría. La
inferencia lógica nos llevaría a creer que si Israel cayó repetidas veces en la idolatría
cuando practicaba la verdadera adoración a Dios, con mayor razón lo haría cuando
estuviera carente de la verdadera adoración. Pero no, el profeta Oseas no nos cuenta la
historia por inferencia humana, sino por revelación divina. Indica que, a pesar de que Israel
estará sin un centro de adoración y sin ritual, no se volverá a la idolatría. Durante los siglos
que dure su dispersión, Israel no tendrá estatua para adorar (el obelisco), ni terafín yaciente.
Aun cuando Israel ha perdido las características nacionales distintivas — rey y príncipe y,
junto con ello, la ocupación de todo el territorio también — y las características religiosas,
tales como el sacrificio y el efod, ¡con todo, lo maravilloso es que Israel subsiste! El
ambicioso y vacilante Balaam habló mejor de lo que sabía cuando dijo: “He aquí un pueblo
que habitará confiado, y no será contado entre las naciones” (Números 23:9).
EL FUTURO DE ISRAEL
En este punto hay quienes quisieran hacernos creer que la historia ya se ha escrito y que
éste es el fin de Israel. Si fuera así, haríamos bien en desechar la Biblia como objeto vil y
sin valor, en el que no se debe confiar en absoluto. Si esta situación es el fin de Israel, ¿por
qué Oseas no concluyó su profecía en este punto? ¿Por qué nos hace creer que hay un
“después” para Israel? ¿Por qué? De hecho, puede muy bien hacerlo, porque hay un
mañana para Israel, un futuro para el despreciado, criticado y exiliado pueblo de Dios.
Nótense las tres marcas cronológicas: “muchos días”, “después” y “en el fin de los días”
que tienen una importancia vital aquí, al igual que en cualquier otra parte de las escrituras
proféticas.
Aquí se encuentran los tres elementos del futuro de Israel: volver, buscar y venir con
temor. El versículo 1 nos dice que Israel se volvió a otros dioses; éste nos dice que volverá
al Dios verdadero (véase Deuteronomio 4:30, 31; 30:1). Israel no necesitará que lo
busquen, sino que por la gracia divina, la nación misma buscará a Jehová su Dios.
Obsérvese la verdad importante que hay en Oseas 5:15. Buscarán a su Dios y a “David su
rey” en la persona de su Hijo mayor, el Señor Jesucristo. Es digno de mencionarse de que el
Tárgum de Jonatán dice: “Este es el Rey Mesías” (véase Jeremías 30:9; Ezequiel 34:23;
37:24). Acudirán con temor (temor reverente mezclado con gozo; véase el mismo verbo en
Isaías 60:5) a su salvación y bendición. ¿Cómo podría manifestarse de otro modo el amor
de Dios? El amor de Dios excede al de Israel, del mismo modo en que el amor de Oseas
excedió al de Gomer. ¡Quiera Dios derramar ampliamente este divino amor por Israel en
nuestro corazón para que pueda conocerlo!
LA INVASIÓN ENEMIGA
Por fin el anunciado juicio de Dios viene sobre el pueblo. Ante los ojos mismos del
pueblo se describe la invasión del territorio por los ejércitos asirios. Se anuncia la llegada
de las fuerzes del enemigo en un llamamiento a defender el territorio, mediante gritos y el
envío de avisos de alarma por toda la nación.
El peligro amenazará también a Benjamín, una parte del reino del Sur que era limítrofe
del territorio de las tribus del Norte, ya que Gabaa, Ramá y Bet-avén eran todas ciudades de
Benjamín. Se alzará el antiguo grito de guerra: “¡Después de ti, Benjamín!” Evidentemente,
el enemigo pasará arrasando el reino de Efraín y comprometerá también a las tribus del Sur.
Este es el “día de la reprensión” y el castigo acerca del cual recibieron tantas advertencias.
Ahora no se trata ya de una amenaza condicional que pudiera evitarse. Dios ha hecho
saber lo que sucederá con toda seguridad. No hay esperanzas de que el fallo sea suspendido
porque el pueblo está totalmente impenitente. Los príncipes de Judá, sin mostrarse mejores
que sus hermanos del reino del Norte, se han situado en el plano de los ladrones más
vulgares de la tierra: los que desplazan los linderos de las heredades. Los derechos de los
demás no tienen ningún valor para ellos. Desde la primera vez que Acab logró su objetivo
al cometer aquel desafuero contra Nabot, hechos semejantes se venían cometiendo una y
otra vez. Por esta razón, la ira de Dios se derramará sobre ellos como una inundación.
Efraín y la casa que lo gobierna serán oprimidos por el juicio de Dios, porque obedecieron
mandamientos de hombres, el mandamiento de Jeroboam que convocó a Israel para que
adorara los becerros de oro en Dan y Betel.
En la hora del castigo, Dios ha llegado a ser como polilla para Efraín y como carcoma
para la casa de Judá. Ambos reinos se están desmoronando y ya no pueden subsistir. En el
momento de su necesidad, en lugar de volverse a Dios, ambos miraron al hombre. En forma
necia acudieron al rey de Asiria, quien era indiferente a sus intereses y había de ser el azote
final en las manos de Dios para llevar a Efraín a la cautividad.
Judá no estaba libre de culpa, porque buscó la ayuda del poderío asirio (véase Isaías
7:17–19). Ni el brazo del monarca asirio ni ninguna otra potencia humana servirá para
sanar las heridas del pueblo de Dios, porque el Señor se encargará de destrozarlos y
despedazarlos, como un león irresistible. Cuando arrebate la presa, nadie podrá hacerle
frente ni librar de sus manos (véase Salmo 50:22).
RETORNO AL SEÑOR
¿Acaso no hay una palabra de consuelo o de esperanza para el futuro de este pueblo
herido? ¿Los hiere la mano del Señor sin dejar lugar a remedio alguno? El Señor da la
bendita palabra de confianza. Predice que se alejará hasta que su pueblo reconozca su
pecado y lo busquen de todo corazón. En la hora de su aflicción, buscarán a Dios de modo
diligente.
¿Cuál es el significado de estas palabras? Se han utilizado para significar que, siguiendo
la ilustración del león rapaz, Dios se irá y retirará su favor, del mismo modo que el león se
aleja con su presa a su madriguera. Si la profecía nos quiere mostrar esto solamente,
entonces la última parte del versículo 15 del capítulo 5 tiene muy poco significado, si es
que tiene alguno en absoluto. Este pasaje puede interpretarse como que se refiere al retiro
de la protección y el favor de Dios para con su pueblo en el tiempo de las pasadas
cautividades, y luego a la búsqueda del Señor por parte de los piadosos (como Daniel,
Esdras y Nehemías) en la época de su aflicción en el exilio.
Sin embargo, la predicción de Oseas es mucho más impresionante si comprendemos
que mediante el espíritu de la profecía, Oseas está mirando el futuro lejano de Israel. El
mira más allá tanto de la cautividad de Efraín en Asiria como de la de Judá en Babilonia y
de la dispersión final de la nación entera por todo el mundo, al tiempo en que se vuelva a
establecer la relación adecuada entre el Señor y su pueblo.
Cuando en el cumplimiento de los tiempos Dios envió a su Hijo, El vino a los suyos y
los suyos no lo recibieron. No quisieron considerarlo su Rey, sino que prefirieron al César.
Por consiguiente, se fue y regresó a su lugar. ¡Y qué lugar se le había preparado a la diestra
del Padre! (véase el Salmo 110:1). Allí, el bendito Hijo de David y legítimo Rey de Israel
permanece hasta que Israel reconozca arrepentido la ofensa que cometió al rechazarlo y
entregarlo a los romanos. En aquella hora ellos buscarán su rostro y no los planes o
panaceas de los hombres. Será una hora de aflicción: el día y la hora de tribulación de Jacob
(Jeremías 30:1–7), cuando la nación buscaré con ahínco al Señor.
Este breve versículo nos da una descripción muy real de los acontecimientos de la
historia de Israel, desde el tiempo de la primera venida del Señor hasta la hora de su
segunda venida, cuando la nación lo recibirá como el que viene en el nombre del Señor. Es
la misma hora de la que habla Zacarías (12:10–14) cuando profetiza que sobre Israel se
derramará espíritu de gracia y de súplica, y que ellos mirarán al que traspasaron, con gran
dolor y aflicción del corazón a causa de la calamidad reinante en la nación y por la
ingratitud de ellos hacia el Pastor de Israel.
Al comienzo del capítulo 6 no sólo se afirma el hecho del retorno de Israel, sino se
consigna también las palabras mismas que utilizarán ellos en esa ocasión. (La división de
los capítulos no es muy afortunada, ya que 5:15 y 6:1 están estrechamente relacionados).
Ahora reconocen quién los ha herido tan intensamente y quién es el que los puede sanar. La
figura la extraemos del capítulo anterior, donde se representa a Dios como un león lleno de
furia contra Israel. El hombre puede herir, despedazar y destruir; pero no tiene poder para
vendar y curar. Sólo el Señor puede hacer esta tarea, y lo hará con premura “en el tercer
día”. Entonces comenzará a latir nuevamente el corazón de la nación, y ellos vivirán
delante de El.
Aquí viene al caso la gran profecía de Ezequiel en el capítulo 37 de su libro. En ella se
describe a Israel como un montón de huesos secos en medio de un valle. Como nación,
Israel no tiene vida y aparentemente está sin esperanza. Sin embargo, por la omnipotente
palabra de Dios, un hueso se une a otro, aparecen tendones sobre ellos, la piel cubre los
huesos y tendones, y los cuerpos reciben aliento de vida. El resultado es un ejército
inmensamente grande. ¡Un cementerio mundial que resucita! Será vida de entre los muertos
(Romanos 11:15). Y donde hay vida debe haber crecimiento. Esto también lo sabrá Israel,
puesto que al conocer al Señor, la nación proseguirá en conocer a Dios hasta la plenitud,
después que El le haya salido como la mañana tras la obscura noche de calamidad y
angustia. Entonces Dios ya no será para Israel como polilla, o carcoma, o león, sino como
lluvia fructífera, refrescante y de bendición, en su tiempo apropiado.
Constantes súplicas de amor
Pero hemos estado observando un cuadro de las futuras bendiciones y la restauración de
Israel; Oseas tuvo necesidad de fijar su atención también en la lamentable situación
espiritual de su época. Dios ruega y pregunta tiernamente a Efraín y a Judá qué más podría
hacer por ellos, aparte de lo que ya ha hecho al bendecirlos y advertirles que vuelvan su
corazón a El. Si su corazón se inclina hacia Dios, es sólo durante un momento pasajero que
desaparece pronto como el rocío bajo los rayos del sol de la mañana. Sus deseos de hacer lo
bueno eran superficiales y no podían perdurar. Por esta razón Dios tenía que enviar a sus
mensajeros con ásperas y severas advertencias de que los cortaría y quitaría su vida, para
que cuando llegara el castigo supieran de dónde procedía.
No debían pensar que los sacrificios y holocaustos bastarían para su necesidad. Una vez
que el hombre natural llega a tener conciencia de lo triste de su situación, busca remediarla
recurriendo a ritos y formas externas. Se hace más diligente en seguir con el remedio de su
propia invención. Pero, como Samuel le hizo ver con toda claridad a Saúl (1 Samuel 15:22),
el Señor se complace más en la piedad del corazón y el conocimiento de El, que en los
simples ritos externos.
Algunos han inferido de un pasaje como éste y de otros tales como Isaías 1:11–20;
Miqueas 6:6–8; Jeremías 7:21–26 y varios otros, que Dios nunca deseó el sistema de
sacrificios de Israel. Esto, sin lugar a dudas, equivale a tener la vista muy corta, ya que Dios
mismo estableció en Israel el sistema levítico, como se ve con toda claridad en los libros de
Moisés. Lo que Dios está pidiendo es algo más profundo que la mera rutina de llevar
ofrendas al altar y presentar sacrificios. Es fácil substituir lo real con lo visible. Ante todo,
el Señor prefiere la piedad. Ellos, en cambio, han violado el pacto, han derramado sangre y
han hecho muchas iniquidades. Los sacerdotes han sobrepasado todos los límites,
juntándose en bandas para asesinar a hombres en los caminos, tal y como hacen los
salteadores. Tampoco Judá está exenta de culpabilidad a este respecto. Para ella se prepara
también su castigo correspondiente.
¿Qué haré a ti?
Dios hace esta tierna pregunta tanto a Israel como a Judá; pero sólo después de haberles
dado prueba tras prueba de su bendición. Al pensar en Israel en la actualidad, no es
inapropiado que nos preguntemos: “¿Qué he hecho por ti?” ¿Nos reprenderá nuestro
corazón por haber descuidado esas almas? Es cierto que Oseas describe a Dios como que se
estaba apartando de ellos en esos momentos para que se cumpliera su juicio; pero en esta
época de gracia el Señor está cercano a todos los que lo invocan. La promesa sigue siendo
válida: todo el que le invocare será salvo. Esta es la dispensación de la gracia para el mundo
y también para Israel. ¡Ojalá que Israel escuche el mensaje de vida en Cristo a través de
nuestras oraciones y de nuestro interés mientras aún dura el día!
PROFUNDIDADES DE PECADO
En el capítulo 6 se registra el deseo de Dios de salvar a Israel de sus enfermedades
espirituales; pero en el capítulo 7 se ve que cada vez que Dios hace un esfuerzo para
sanarlos, el mismo queda frustrado una y otra vez, debido a los pecados del pueblo. Cada
intento hecho por redimir a Israel deja al descubierto todavía más de su pecaminosidad. Por
más que lo estuvo buscando, Dios no pudo encontrar arrepentimiento en su pueblo. El
pecado que los condenaba era la idolatría.
Todo Israel es culpable; pero en “Efraín” y “Samaria” se señala especialmente al reino
del norte. La infidelidad y la deslealtad hacia Dios han dado como resultado violencia y
peligro para el hombre. El ladrón lleva a cabo su trabajo dentro de la casa, y una banda de
salteadores despoja en el exterior. Toda la sociedad está insegura cuando los hombres le
dan la espalda a Dios y se apresuran de cabeza hacia su propia destrucción. Humanamente
no había esperanzas de que Israel se recuperara.
Además, lo trágico de todo eso era que la nación no se daba cuenta de que Dios lleva un
registro de todos nuestros actos. Sus delitos lo han cercado y encerrado. Todos sus actos,
indiferentemente de lo que pensaba, eran manifiestos para el Señor. Se ha dicho con acierto
que los pecados secretos en la tierra son un escándalo público en el cielo. Nuestros pecados
ocultos quedan descubiertos a la luz de su semblante (véase el Salmo 90:8). Cada trazo de
la pluma del profeta pinta el cuadro en colores más vivos y encarnados. Los gobernantes
encontraban un verdadero deleite en la iniquidad del pueblo. Se animaban unos a otros en el
pecado. Cualquier cosa aprobada por los que estaban en el poder, era la norma de vida para
las masas. Tanto el rey como los príncipes gobernaban mal y rebajaban sus altos puestos al
hallar placer en la iniquidad del pueblo. En esas circunstancias, ¿cómo era posible que la
mano de Dios no aplicara el castigo?
Estallido de maldad
Pero todavía no era el fin. El cuadro que Oseas describe a continuación respecto a Israel
es repulsivo, porque revela los extremos a los que llegó la nación en sus iniquidades. Con
una vigorosa expresión, el profeta denuncia a todo el pueblo como adúlteros. Y
habitualmente actuaban de ese modo, según lo demuestra la palabra hebrea en el original.
Aquí el pecado no es el apartarse espiritualmente del Señor, sino el adulterio en el
ámbito moral, como lo revela la figura del horno. Estaban desbordantes de deseos y
pasiones prohibidos. Eran como un horno que, aun cuando ha sido calentado por el
panadero, mantiene su llama baja hasta que el panadero ha completado su trabajo de sobar
y leudar la masa. Sus deseos carnales, que ya estaban encendidos, aun cuando se mantenían
bajo la forma de una tranquila respetabilidad, esperaban únicamente la oportunidad de
manifestarse en los actos de inmoralidad más espantosa. Aun el día del rey, probablemente
su aniversario de coronación o cumpleaños, era ocasión para alborotos y excesos. Los
príncipes se enfermaban con vino y el rey representaba el papel de bufón. Todo poder de
autorrestricción y respetabilidad se desvanecía. Como si fuera un manantial perenne, su
corazón amontonaba pecado continuamente. Nótese la triple mención de un horno en los
versículos 4, 6 y 7.
El pecado rebotó sobre aquellos que primeramente lo instigaron. Los jueces, esto es, sus
reyes, fueron devorados por las corrientes de influencia del mal que ellos desataron
mediante su ejemplo y respaldo. El profeta declara que todos sus reyes habían caído. De
modo más específico, habla de los asesinatos de Zacarías, Salum, Manahem, Pekaía y Peka.
El reino del Norte no había sido establecido según la voluntad de Dios y permaneció
inestable, sin firmeza, durante toda su historia. Lea la historia y vea cuántos reyes fueron
asesinados. Hasta el comienzo de la cautividad asiría, el reino del Norte había sufrido nueve
cambios desde el desplome del reinado salomónico. No hubo ninguno entre ellos que
invocara a Dios. No hubo siquiera un rey justo que gobernara en Efraín. ¡Tremenda
acusación!
“Una torta no volteada”
Las caracterizaciones con que Oseas designa a Efraín son famosas, pero no resultan ser
ni en lo más mínimo un elogio para él. Ante todo, Efraín olvidó el gran principio de la
separación que Dios en repetidas ocasiones procuró inculcar en el corazón del pueblo de
Israel (véase Exodo 34:12–16, especialmente). Se mezclaron con los demás pueblos, las
naciones paganas que los rodeaban. Dios siempre censura las mezclas (Deuteronomio
22:10, 11; la mezcla de la multitud egipcia en Exodo 16 y Números 11, y 2 Corintios 6:14,
18).
Al aplicar la figura de la mezcla, el profeta Oseas se refiere a Efraín como una torta sin
voltear. La torta a que se refería era una especie de panqueque (circular). Entre todas las
clases sociales en el Oriente, especialmente donde es necesario darse prisa, se acostumbra
cocer tortas sobre piedras calientes. Es importante darle vuelta a la torta en el momento
preciso, porque, de lo contrario, se quemará por un lado y el otro quedará crudo y pastoso.
En Israel, la actuación externa se llevaba a cabo a la perfección; sin embargo, la
indiferencia interna a las cosas de Dios era de una total crudeza.
Es fácil que todos nosotros vengamos a ser como una torta no volteada. Podemos tener
mucha doctrina y pocas obras, mucho credo y poca conducta, mucha convicción y poco
comportamiento, muchos principios y poca práctica, mucha ortodoxia y poca rectitud en el
proceder. Es posible que en cada alocución o conferencia bíblica que tengamos aparezca
Israel abundantemente y, sin embargo, falte del todo en nuestro corazón o en nuestros
esfuerzos o dádivas misioneras. Debemos entender que aun cuando sostengamos a cien
misioneros en países paganos de todo el mundo, pero no tengamos ninguno para Israel,
todo nuestro programa misionero será como una torta no volteada. Debemos tomar en
cuenta tanto a los judíos como a los gentiles para que no se nos considere como una torta
sin voltear.
El pobre Efraín se encontraba en una situación verdaderamente triste y ni siquiera se
daba cuenta de ello. El pecado nos hace ser insensibles. Extraños estaban consumiendo la
fuerza de la tierra, y con todo, Efraín no se daba cuenta de ello. De hecho, los reyes de Siria
y Asiria impusieron un tributo sobre la tierra. Las señales de envejecimiento y decadencia
venidera se encontraban ya presentes, pero Efraín no se daba cuenta de cuán seria era
realmente su situación. Había decadencia y menoscabo, pero no parecía estar consciente de
ello. Efraín nos recuerda a Sansón, quien no sabía que el Espíritu de Dios se había apartado
de él, insensible a su situación. Y en medio de todo esto, Efraín daba muestras de tener una
soberbia insoportable. Su propia soberbia lo condenaba, pero era difícil causar una
impresión que le llegara al corazón. Volverse al Señor con fe era algo que estaba lejos de
sus pensamientos.
“Una paloma incauta”
Oseas usa otra ilustración sacada de la naturaleza para representar a Efraín en su
pecado. Es como una paloma incauta, sin entendimiento (literalmente, sin corazón). Un
proverbio oriental dice: “No hay nada más simple que una paloma.” Una paloma incauta
presta atención a todas las llamadas y señales, volando de un lado a otro sin un destino
seguro. Un ave de esa índole no siente ningún afecto hacia su bienechor. Efraín había
estado yendo y viniendo entre las dos naciones poderosas de esos días (Egipto y Asiria). El
objeto era poner a una contra la otra para mantener ese estado evasivo que se conoce como
“equilibrio del poder”. Realmente, ninguna de esas naciones tomaba muy en cuenta los
intereses de Efraín y, a fin de cuentas, ninguna de ellas podía ayudar a Israel. No obstante,
el pueblo de Dios recurrió a todos los medios humanos, e ignoró y no tomó en
consideración a Dios.
Sin embargo, el Señor no tiene la intención de dejar que Israel siga adelante por su mal
camino. Les advierte que tenderá su red sobre la nación y los hará caer como si fueran aves
del cielo.
¿Cómo se debe interpretar estas palabras? Algunos consideran que el Señor quiere decir
que ama demasiado a su pueblo como para dejar que se vaya, por lo que tiende su red sobre
él. Que el Señor ama a Israel resulta harto evidente en todo este libro profético, así como en
toda la Palabra de Dios; pero ese amor divino no impide que Dios castigue a los suyos. Lo
cierto es que los suyos reciben repetidos castigos en la actualidad (como ocurría entonces)
como demostración del amor del Señor y su deseo de tener oro más refinado.
El resto del versículo 12 muestra que Dios ha desplegado su red sobre la nación para
castigarla. Le limitará sus caminos y la sujetará. Este no es un principio nuevo para el
pueblo de Israel, ya que lo han escuchado una y otra vez. Moisés, los profetas y el mismo
Oseas habían señalado muchas veces que el castigo seguía siempre a la desobediencia.
Aquí tenemos el primer “ay” de la profecía (el único otro que hay en el libro se encuentra
en Oseas 9:12). Sus extravíos del Señor les traen como consecuencia su destrucción.
Cuando el Señor quería redimirlos, decían mentiras contra El, como si Dios no pudiera o no
quisiera liberarlos. ¡Qué mal pago da el hombre a los esfuerzos llenos de amor que hace
Dios para redimirlo!
“Un arco engañoso”
En medio de sus terribles castigos, el pueblo no ora al Señor como su único recurso,
sino que gritan sobre sus camas. Sus alaridos no expresaban su arrepentimiento ni su fe.
Gritaban su dolor a causa del aguijón del castigo de Dios y no debido al pesar por sus malos
caminos. Lo que ocupaba su mente era su angustia y no lo aborrecible de sus pecados
delante de Dios. Sus reuniones no eran para la gloria de Dios, sino para tratar de obtener
ganancias de trigo y mosto. Estaban empeñados en rebelarse contra el Gobernador moral
del universo. La fortaleza que Dios les había dado la habían utilizado traicioneramente en
contra de El. Y no es que no hubiesen cambiado, sino que nunca lo habían hecho para el
Señor. Eran un arco engañoso. Por muy bien que se apuntara al blanco, el tiro siempre salía
desviado. Nunca podía confiarse en ellos para dar en la diana con precisión. Puesto que no
estaban dispuestos a volver a Dios, debían todavía recibir castigos más grandes de su mano.
Serían ridiculizados por los mismos (los egipcios) de los que esperaban recibir ayuda. En
vista de que empleaban imprudentemente la lengua, las lenguas de otros, de sus enemigos,
serían utilizadas contra ellos.
“¡Oh Efraín!”
¡Cuán gráficas y cortantes son las designaciones que emplea Dios para describir y
calificar a Efraín: una torta no volteada, una paloma incauta y un arco engañoso! ¿Había
dejado de preocuparse el Señor por su pueblo descarriado? ¿Puede haber alguna duda en
nuestra mente sobre esto? Oigamos a Oseas cómo hace eco al grito lastimero del corazón
adolorido de Dios: “¿Cómo podré abandonarte, oh Efraín?” (11:8). Dios no los ha
abandonado ni los abandonará. Aun hoy día les sigue enviando mensajeros de amor para
que los ganen para el Salvador, el Señor Jesucristo que murió por ellos.
LA ALARMA ATERRADORA
A lo largo de su profecía, hasta este punto, Oseas ha estado deplorando y denunciando
el pecado de Israel en todas sus formas. El capítulo ocho no es una excepción a su
propósito, que es hacer volver a Israel, por todos los medios posibles de súplicas y
advertencias, del horrible abismo de destrucción hacia el cual corre tan precipitadamente.
En este capítulo se hace hincapié en las constantes violaciones de los mandamientos de la
ley de Dios. Este mal proceder continuo sólo puede dar como resultado el devastador
castigo de Dios.
Oseas prorrumpe en dos gritos breves y enfáticos, como se pone de manifiesto por la
aspereza de lo que dice: “Pon a tu boca trompeta” y “Como águila viene contra la casa de
Jehová”. El vigía debe llevarse la trompeta a la boca para advertir al pueblo de la invasión
venidera. El ataque será tan rápido y repentino como el ataque del águila en su vuelo. Su
objetivo será la casa de Jehová, la totalidad del pueblo de Israel (9:8–15 y Zacarías 9:8).
El resto del capítulo nos presenta un bosquejo, por medio de acusaciones específicas, de
las cinco razones para el juicio venidero que aquí se predice: (1) transgresión del pacto y
violaciones de la ley de Dios, versículo 1; (2) el establecimiento de reyes y príncipes sin la
dirección de Dios, versículo 4; (3) la idolatría, versículos 4, 5 y 6; (4) el pecado de acudir a
Asiria en busca de ayuda, versículo 9, y (5) los altares idólatras y pecaminosos, versículo
11. Puede ser que el hombre considere poco importantes el pacto y la ley de Dios; pero el
Señor ve con gran disgusto toda infracción o violación de cualquiera de los dos. Es el Dios
que guarda el pacto y lo menos que puede requerir de su pueblo es una obediencia
completa. Los israelitas se mostraron reacios a darle esto, pero Dios no podía modificar sus
justas exigencias.
En medio de sus tribulaciones, claman a Dios como a quien conocen; pero no lo hacen
con sinceridad y verdad. Pretenden conocer a Dios (cuántos en las iglesias actuales hacen lo
mismo y sus declaraciones se dan por sentadas); pero no es cierto (véanse Isaías 29:13 y
Mateo 7:21, 22). ¿Cuándo comprenderán los hombres que ante Dios no valen para nada sus
pretensiones? Aun cuando Israel pretende conocer a Dios, en los momentos de agonía, el
Señor dice que la nación ha rechazado el bien y, por ende, el enemigo la perseguirá. En el
versículo 2 tenemos la defensa de Israel ante Dios; pero en el versículo 3 se ha de hallar su
verdadera condición y la retribución divina por causa de ella.
El pecado penetrante
La raíz del pecado del reino del Norte era la instauración de reyes y príncipes sin la
autorización de Dios. El Señor no la había aprobado ni la había ordenado, ni la había
sancionado. Es verdad que Ahías, el profeta de Dios (1 Reyes 11:30 y los versículos
siguientes) le había anunciado a Jeroboam hijo de Nabat el rompimiento del reinado de
Salomón; pero esto no quería decir que el Señor lo aprobara. Las ciudades establecen leyes
debido a las violaciones de los reglamentos de tránsito; pero eso no significa que aprueben
esas infracciones. Además, se habían producido muchos destronamientos y asesinatos en el
reino de Israel (7:7). Ciertamente, esto no provenía de Dios, ni le agradó tampoco al Señor
la consiguiente entrega del pueblo a la idolatría.
Un pecado conducía a otro. Nótese cómo su alejamiento de la dinastía davídica está
ligado a su entrega a la idolatría. Así como Dios no puede olvidar el pacto que hizo con
Abraham, tampoco puede olvidar el que estableció con David respecto a que le daría una
dinastía perpetua, ya que esos dos pactos están inseparablemente ligados. El desecho de
cualquiera de los dos hace que se despierte la ira de Dios. De este modo, la idolatría del
pueblo llegó a ser la causa de su destrucción. La nación había quebrantado gravemente el
primer mandamiento que le dio Dios en el monte Sinaí y lo único que le quedaba por
esperar era el castigo impuesto por el Señor. Se hizo imágenes de oro y plata para su propia
ruina. El pecado más condenado es la idolatría. El último mandato del apóstol Juan en su
primera epístola tiene el propósito de advertir a los hijos de Dios que se guarden bien de
caer en la idolatría (1 Juan 5:21).
Cuando comprendemos también que Dios considera la avaricia como idolatría,
podemos ver más claramente cuán real es la tentación contra la cual nos previene la Palabra
de Dios (véase Colosenses 3:5).
Se hace un llamamiento a Samaría en representación de todo Israel y se le asegura que
la ira de Dios se ha encendido en contra de ellos a causa de su ídolo, el becerro de Samaria.
Oseas les pregunta en forma directa y sin temor, cuánto tiempo ha de pasar hasta que
alcancen la inocencia, cuánto tiempo antes de que puedan dar muestras de inocencia, pues
son incapaces de andar piadosamente delante de Dios, sin mancha de contaminación de
idolatría. El ídolo era sólo una obra humana y en ninguna manera de Dios; el becerro y su
adoración tuvieron su inicio con ellos y no con el Señor.
Isaías, contemporáneo del profeta Oseas, ha mostrado con consumada maestría y
sarcasmo en su profecía (44:9–20) la insensatez de la idolatría. Pero esos miserables
substitutos del Dios verdadero y vivo, amante y justo deben desaparecer, y quienes cometen
tan grave pecado deben quedar bajo el desagrado doloroso y la ira acumulada de Dios.
Siembran vientos y recogen tempestades. No pueden abrogar la ley de la cosecha: si
siembran, deben segar. Tampoco pueden invertir la ley de la uniformidad: si siembran el
viento: la idolatría insensata, inanimada, vana y vacía, deben segar según la especie. No
pueden abrogar la ley de la multiplicación: aun cuando sólo siembran vientos, se producirá
una abundante cosecha de torbellinos que los arrollarán, junto con toda su obstinada
oposición a Dios y a su Ley (10:12). El resultado es que no tienen mies; todas sus
esperanzas y perspectivas resultan nulas. No hubo fruto en parte alguna; pero si hubiera tan
sólo una apariencia de fruto, aun ella sería consumida por el ejército invasor. La sombra de
Asiria, los extraños del versículo 7, se está proyectando ya en su camino.
Israel devorado
Cuando Dios escogió a Israel para gloria y alabanza de su nombre entre las naciones de
la tierra, su intención era que se mantuviera separada del mundo. Israel no puso por obra
este designio de Dios y, por mezclarse con las naciones, fue devorada. Perdió lo que era su
razón de existir; llegó a ser como un utensilio que nadie necesita. Las fuerzas
desintegradoras habían obrado y corrompido de tal forma, que hasta para las otras naciones
Israel carecía de valor, y estaba lejos de ser una delicia para el corazón de Dios. Nada nos
desmoraliza tanto y nos hace inútiles de modo tan rotundo como una continua oposición a
la voluntad revelada de Dios para nosotros.
Israel, desafiando repetidas advertencias, igual que una mula testaruda y cerril, había
acudido a Asiria en busca de ayuda y alianza. Esta fue la necedad de Manahem cuando fue
a Pul de Asiria para que lo estableciera en su trono (véase 5:13; 7:11 y también 2 Reyes
15:19). A causa de esta desobediencia, Israel llegó a ser tributario del poder asirio.
Qué triste es el cuadro que se nos presenta de Israel que corre de un lado a otro,
buscando ayuda de todas partes, menos de Dios, y todo ello “para sí solo”. Esto ha sido
cierto en todas las épocas: Israel permanece solo, a pesar de las muchas promesas de lealtad
por parte de sus amigos del mundo (véase Números 23:9).
Efraín, tal y como lo hizo Gomer la hija de Diblaim en la vida de Oseas, tuvo amantes
alquilados. Pero aun cuando los amantes fueron aparentemente conquistados para la causa
de Israel, Dios los reunirá en contra de Israel para juicio, en vez de la ayuda que tanto
deseaba Israel. Por lo tanto, el fin de todo eso para Israel será una disminución y un gemir
bajo el pesado yugo y tributo del rey asirio, el rey de los príncipes que estaban sometidos al
dominio de los asirios. En las inscripciones asirias hallamos la jactancia de sus soberanos
de que eran reyes de reyes, como Dios designó a Nabucodonosor en Daniel 2:37. Así pues,
mucho peor todavía que el hecho de que la cosecha de Israel sería devorada es la amenaza y
la advertencia (que fue cumplida de modo tristemente literal) de que Israel sería devorado.
Dios olvidado
Debido a que Efraín, contraviniendo en forma directa el explícito mandamiento de Dios
(léase cuidadosamente Deuteronomio 12:5, 6, 13, 14), multiplicó altares por toda la tierra,
mediante los cuales pecó contra Dios, aquellos mismos altares resultaron ser fuerzas
engañosas y seductoras para arrastrarlo a un pecado todavía mayor y más grave. Con
frecuencia, el pecado llega a ser su propio castigo (véase Isaías 1:31).
Y no fue como si no hubiera ley ni precepto para guiarlo en tales asuntos, pues tenía la
gran variedad de estatutos, ordenanzas y juicios del Señor mediante los cuales había de
regir su vida religiosa. No obstante, consideró todo ello como una cosa extraña, como si no
se aplicara en absoluto a su vida. Aun cuando le presentaba ofrendas al Señor, su intención
final era ver cuánto provecho personal podía sacar de comer la carne de los sacrificios. En
la misma forma que los hijos de Elí, el sacerdote (1 Samuel 2:12–17), su única
preocupación era su satisfacción personal (véase Zacarías 7:4, 5).
Así pues, Dios no podía aceptar con agrado aquellas ofrendas y, debido a la perversión
del modo de acercarse a El, por El mismo señalado, debe castigar necesariamente al pueblo
por sus pecados. La advertencia respecto al retorno a Egipto era mucho más que una simple
figura retórica, pues los israelitas huyeron allá para escapar de los asirios cuando estos
últimos derrocaron el reino del Norte hacia el año 772 a.C. (Respecto a la misma situación
en Judá, cuando ellos llevaron consigo al profeta Jeremías, véase Jeremías 42–44).
Mientras leemos este capítulo y otros de esta profecía, nos preguntamos continuamente:
“¿Pero por qué todo esto? ¿Por qué? ¿Por qué?” La respuesta es sencilla: “¡Porque Israel se
olvidó de su Hacedor!” ¿Cómo podía ser posible esto? La nación había estado siguiendo su
propio camino durante tanto tiempo y había dejado a Dios fuera de toda consideración de
modo tan persistente, que finalmente había llegado a olvidarse del Señor, su Hacedor. Era
como si no existiera. No formaba ya parte de sus pensamientos. ¿Es posible esto? Es no
sólo posible, sino que constituye una terrible realidad. Cuán indeciblemente triste es
construir templos para los ídolos y ciudades fortificadas para depender de la carne y
descuidar la única fuente de ayuda y esperanza en Dios. Tanto Judá como Israel
participaban en ello. El fuego sobre sus ciudades y palacios que había sido profetizado se
cumplió cuando Senaquerib invadió el país; sólo Jerusalén quedó exenta (véase 2 Reyes
18:13 y los versículos siguientes).
4
MULTITUD DE ALTARES
LA GLORIA SE APARTÓ
Entre los fallos del pueblo estaba el defecto de hablar mucho, con palabrería hueca y
excesiva. Vivimos precisamente en una época similar, con una gran cantidad de libros,
revistas, foros y transmisiones de radio y televisión con sus noticias, puntos de vista y
comentarios. Palabras y más palabras, discursos interminables. Cuando esto sucede en el
ámbito espiritual y entre las naciones, los efectos son desastrosos.
Israel juraba en falso cuando establecía sus pactos. Se ha sugerido que lo que se dice
aquí se refiere a la falta de cumplimiento de su compromiso con Salmanasar (2 Reyes
17:4), para establecer un pacto con So rey de Egipto. En todos sus tratos, la nación cometía
faltas contra la justicia y la equidad, de tal modo que la justicia y el juicio se pervertían
(véase la misma verdad en Amós 5:7 y 6:12). Esa falta era como una ponzoña mortal, como
cicuta en los surcos de los campos.
Una vez más, el profeta vuelve a ocuparse del pecado destructor y devastador de la
idolatría. Los habitantes de Samaria, en lugar de poder descansar confiados en el poder de
sus imágenes, estarían aterrorizados al ver lo que les sucedía a sus diosecillos falsos. Los
becerros están relacionados con Bet-avén, un nombre burlesco que se le daba a Betel (véase
4:15, donde la casa de Jehová ha sido transformada en albergue para la vanidad y el
pecado). Lejos de recibir ayuda de sus imágenes, estarán preocupados y temerosos de lo
que pueda sucederles a sus ídolos. Oseas los denomina pueblo del becerro y no pueblo de
Dios, y sus sacerdotes lo son del becerro y no del Dios Altísimo.
Los sacerdotes sentirán principalmente la pérdida de los ídolos cuando sean llevados en
cautividad, pues anteriormente se habían regocijado a causa de las ganancias que obtenían
gracias a ellos. La gloria de los ídolos de la que se habla aquí es evidentemente la adoración
que se les rendía a los tales. Ciertamente la gloria se habrá apartado de Efraín e “Icabod”
estará escrito con grandes letras sobre el reino del Norte.
Se ve claramente que los ídolos no escaparán del castigo que caerá sobre las diez tribus,
pues serán llevados en cautividad a Asiria, lo que será una prueba manifiesta de su
impotencia e inutilidad (compárese Isaías 46:1, 2, en lo que se refiere a la inutilidad total y
el estorbo que representaban los ídolos en tiempos de pruebas y cautividad).
Cuando caiga sobre Israel todo el peso del castigo de Dios, el pueblo se sentirá
avergonzado del consejo que aceptó Jeroboam, hijo de Nabat, para establecer un reino
separado de Judá y, sobre todo, para iniciar la adoración del becerro.
Los ídolos son impotentes y el pueblo y los sacerdotes también; pero, ¿que podía
decirse del rey, aquel poderoso brazo para defender al pueblo? El rey de Samaria será
cortado como espuma o, mejor todavía, como ramitas o pajuelas sobre las aguas. Será como
algo liviano, vacío y sin valor. Así era Oseas (2 Reyes 17:4), el rey que fue llevado a Asiria.
Los santuarios de los ídolos — los lugares altos que se mencionaban como el pecado de
Israel — iban a ser demolidos.
La mención del espino y el cardo completa el cuadro de la desolación de la tierra y el
cese del pecado de la idolatría. Con su vida nacional destruida, el objeto de su confianza
(los ídolos) arrebatado y su estructura política en ruinas con el derrocamiento del rey, el
pueblo se encontrará sumido en la desesperación más profunda. Procurarán escapar de lo
que para ellos será peor que la muerte. En consecuencia, clamarán a los montes para que los
cubran y a los collados para que caigan sobre ellos. ¡Qué fin más trágico para las vidas sin
Dios! Es lo que caracterizará la desesperación futura que se apoderará del corazón de los
hombres en la hora de la gran tribulación y angustia (véanse Lucas 23:30 y Apocalipsis
6:16).
La idolatría, como todos los pecados, llevaba consigo la semilla de la destrucción de
Israel. El apartarse del Dios vivo para adorar de modo absurdo a los ídolos es fomentar una
catástrofe segura y terrible. Siempre es cosa horrenda caer en manos del Dios vivo, porque
nuestro Dios es fuego consumidor al vindicar su santidad y su justicia.
YO AMÉ A ISRAEL
En los primeros diez capítulos de la profecía de Oseas se ha hecho hincapié en la
desobediencia del pueblo de Dios y el inevitable juicio, como consecuencia de ello, aun
cuando no faltan pasajes que describen detalladamente las bendiciones y la gloria que
esperan a un remanente arrepentido y creyente, en el Israel de los días venideros. El tono
dominante en los últimos cuatro capítulos del libro es el amor de Dios.
Algunos sostienen que en los discursos alternados de estos capítulos es el Señor, cuyas
alocuciones están cargadas y llenas de amor, en tanto que los mensajes del profeta revelan
una sensación de pecado e indignidad del pueblo de Dios. En su esencia una tal
interpretación no puede ser válida, por cuanto es el Señor el que habla en todo momento,
tanto en primera como en tercera persona.
Cuando Dios quiere hablar de su infinito amor por la nación de Israel, muestra que ese
amor se inició cuando apenas comenzaban a constituirse como nación, en medio del terrible
crisol de la esclavitud en Egipto. Dios amó a Israel desde los primeros tiempos de su
historia, El mismo lo dice. Y en ninguna parte de la Biblia leemos que Dios tenga que
explicar ese amor o defenderlo, como para justificarlo. Su amor es soberano, sin límites, y
ama porque ama.
Fue ese amor el que motivó a Dios a liberar a su pueblo de la esclavitud en Egipto.
Llama a Israel no tan sólo “hijo”, sino “mi hijo” (véase Exodo 4:22). Esto revela una
relación de pacto que nunca podrá disolverse. Dios los sigue amando en la actualidad, por
causa de los padres (Romanos 11:28).
Si vamos al Nuevo Testamento, vemos que este pasaje se cita en Mateo 2:15 con
relación a nuestro Señor Jesucristo. ¿Quién estaba equivocado, Oseas o Mateo? Ninguno de
los dos, pues ambos fueron inspirados por el mismo Espíritu Santo para darnos una relación
infalible. Oseas llama a Israel “mi hijo”, y Mateo llama “mi hijo” a nuestro Señor
Jesucristo. La respuesta debe encontrarse en el modo maravilloso en que Cristo se identifica
con su pueblo, de tal modo que su posición es de ellos y su relación es de ellos.
En más de una oportunidad se considera juntos a Israel y el Mesías, como para
constituir un cuadro compuesto. Como ejemplo, vea Isaías 49:3. En ese pasaje, Isaías nos
está dando el segundo de los cánticos del siervo que llega a su culminación en Isaías 53. Ha
estado hablando con toda claridad del Mesías, y entonces lo llama “Israel”. Haríamos bien
en recordar que el Mesías e Israel están unidos de modo inseparable y eterno en el conjunto
de vida en el Señor nuestro Dios.
A causa de esta relación consigo mismo a la que Dios trajo a Israel, podría suponerse
que la nación sería más dedicada y obediente a El; sin embargo, es triste reconocer que la
situación era precisamente lo contrario. Cuanto más los profetas y emisarios del Señor
llamaban al pueblo de Dios para que anduviera por sendas de justicia y bendición, tanto
más se alejaban de la verdad de Dios. Triste comentario es éste sobre el modo en que el
hombre retribuye siempre las efusiones de gracia del corazón de Dios hacia él. La
desviación de Israel, a pesar de las súplicas de los profetas, no fue para volverse hacia algo
o alguien mejor, sino para entregarse a los insensatos baales e imágenes inanimadas de
talla. Sin embargo, el amor de Dios, que nunca ha tenido como base los méritos de los
hombres ni la bondad humana, persistió en seguir al pueblo desobediente. Después de todo,
ningún padre terrenal renuncia a un hijo debido a la desobediencia y tampoco lo hará Dios,
aun cuando el pecado de idolatría es más atroz para el Señor que lo que la mente humana
puede llegar siquiera a comprender.
Nunca se pecó tanto contra un padre humano como contra Dios; sin embargo, el Señor
le enseñó a Efraín a dar sus primeros pasos. Del mismo modo como un padre enseña a su
hijo a caminar y soporta todos sus desmañados tropezones, Dios enseñó a andar a Israel con
ternura y solicitud. Cuando el hijo se cansa de sus primeros intentos hechos con esfuerzo, el
padre está listo para intervenir y tomar al niño otra vez en sus brazos. Ese es el cuadro del
trato amorosísimo que el Señor le ha dado a Israel. Pero durante todo ese tiempo, la nación
no había estado consciente del cuidado de Dios. ¡Cuán duro es cuando el amor no recibe
reconocimiento ni es correspondido!
Hace poco tiempo, durante un periodo de ministerio en San Antonio, Texas, después de
uno de los cultos, una joven madre vino al frente del templo, trayendo con esfuerzo a su
hija de buen tamaño que yacía sobre una almohada. La niña tenía cuatro años de edad y
estaba totalmente incapacitada, de tal modo que ni siquiera podía alimentarse. Incluso le
resultaba difícil tragar su comida. Cada día, la madre debía dedicar seis horas para
alimentar la niña. No es preciso que les cuente del profundo dolor de aquella mujer por la
situación en que se encontraba su hija, que no podía responder a su amor y sus cuidados,
aun cuando, con verdadera sumisión cristiana, la madre daba gracias a Dios por aquella
carga que hacía que ella se acercara todavía más al Señor, para recibir más ayuda.
¡Qué lastimeras son las palabras: “Y no conoció que yo le cuidaba”! Durante sus
jornadas y murmuraciones en el desierto, el pueblo no comprendió que su Padre era
también su Sanador, el gran Jehová Rafa (véase Exodo 15:26). El trato que Dios les otorgó
(Deuteronomio 1:31) era mejor que el que podía manifestarles el mismo Moisés, aun con el
gran amor que sentía por su pueblo (Números 11:12).
Una de las expresiones más bellas de la Biblia, en lo que se refiere al amor de Dios, se
encuentra en Oseas 11:4. Los atrajo (no los arrastró, ni tiró de ellos, ni siquiera los impulsó)
con cuerdas humanas. Bandas como las que usan los hombres para conducir a los niños, no
sogas como las empleadas para los bueyes, utilizó Dios para atraer a su pueblo hacia El.
Aun cuando se opusieron a Dios y se mostraron reacios, El no los condujo como bestias,
sino que los atrajo con lazos de amor. El Señor sabe que hay más poder en el amor que en
la fuerza, por lo que se deleita en utilizar lo que es mejor.
Se nos dice que Napoleón el Grande, en la isla de Santa Elena, le dijo al general
Bertrand: “Te aseguro que conozco a los hombres, Bertrand, y te digo que Jesucristo no es
un hombre … Todo lo que se refiere a El me maravilla. Su espíritu, su personalidad me
sobrecoge y su determinación me confunde. No hay comparación posible entre El y
cualquier otro ser en el mundo. En realidad, El es un ser único … Su nacimiento y la
historia de su vida, lo profundo de su doctrina, su evangelio … su imperio y su paso a
través de las edades, todo esto es para mí un motivo de asombro, un misterio insoluble …
Aunque me acerque y haga un examen detenido, todo está por encima de mí, es grande con
una grandeza que me aturde … Alejandro, César, Carlomagno y yo mismo hemos fundado
imperios; pero, ¿cuál ha sido la base de las creaciones de nuestro genio? La fuerza. Tan
sólo Jesucristo fundó su imperio sobre una base de amor; y en este momento hay millones
de personas que morirían por El.”
El poder del amor, del amor de Dios, es incalculable. Del mismo modo que un novio
corteja a su amada, Dios ha atraído repetidamente a Israel hacia su corazón, con lazos de
amor infinito. Además, era Dios quien lo aliviaba de sus cargas y le daba el sustento. El
quitar el yugo es una figura del pastor que cuida su ganado. Los animales vuelven a casa
por la tarde, después de la labor del día, y el pastor les quita los yugos para alimentarlos.
Todo esto es un cuadro apropiado para describir el trato de Dios para con Israel, al liberarlo
de la esclavitud de Egipto y alimentarlo en el desierto. Lo hizo así, a pesar de que
preguntaron con incredulidad: “¿Podrá Dios poner mesa en el desierto?
El azote asirio
El amor de Dios puede ser y es ilimitado; pero no puede pasar por alto el pecado ni
desecharlo a la ligera. Dios considera siempre el pecado como algo horrible y muy grave.
Nunca lo excusa ni tiene trato alguno con él. Su propósito permanente es exterminarlo,
tanto de raíz como las ramas. Por consiguiente, Israel quedará sometido a los invasores
asirios.
La afirmación de que la nación no regresaría a Egipto parece contradecir varios pasajes
de este libro profético, tales como 8:13 y 9:3. Sin embargo, en casos como éstos, Egipto
representa típicamente una tierra de esclavitud, o sea, una esclavitud semejante a la de
Egipto. Siempre que volvieron a Egipto, fue para conseguir ayuda en contra de Asiria
(7:11), como hicieron cuando recurrieron al rey So (2 Reyes 17:4), después de rebelarse
contra Asiria, a quien pagaron tributo desde los días de Manahem (2 Reyes 15:19). No les
será posible ir a Egipto, por cuanto estarán cautivos en Asiria. El profeta Oseas les dice
claramente que no regresarán a Egipto, hacia el cual miraron y del que dependían, sino que,
en lugar de ello, tendrían un rey asirio que los gobernaría y que no sería de su agrado en
absoluto. Puesto que no querían a Dios como su rey, quedarían sometidos a un soberano
asirio. Debido a que rehusaron volver al Señor, la espada caería sobre sus ciudades,
consumiendo y destruyendo a diestra y siniestra.
Y eran sus propios consejos los que los habían conducido a aquella situación. En lugar
de liberarlos, sus consejos, mal fundados y mal dirigidos, eran la causa de su destrucción. Y
la situación espiritual del pueblo no era un fenómeno temporal o accidental: estaban
empeñados en desviarse del Señor; literalmente, estaban “adheridos” a ello. Tan absortos
estaban en sus caminos de rebeldía, que no importaba en qué forma los exhortaran los
siervos de Dios para que se volvieran al Altísimo (7:16), no demostraban tener ninguna
disposición para exaltarlo.
“¿Cómo podré abandonarte?”
Nuevamente, una conducta semejante en contra del Dios vivo debe ser objeto de su
justa ira y condenación; pero Dios nunca se agrada en el castigo, que es para El obra
extraña, sino que se goza en la misericordia y la gracia. Cierto es que Israel merece el
castigo; pero ese debe tener en cuenta el amor de Dios también. Por consiguiente, desde lo
más recóndito de su bendito ser, exclama: “¿Cómo podré abandonarte, oh Efraín? ¿Te
entregaré yo, Israel?”
Se ha dicho que este versículo es el mensaje más sublime de todo el libro, y puede muy
bien competir por ese honor. Si Dios dice que los amó desde el comienzo, desde su niñez,
¿cuánto mayor debe ser ahora su amor hacia ellos, al cabo de tantos siglos de tratarlos con
indulgencia? Al Señor le resulta imposible abandonarlos, a pesar de que se rebelaron contra
El. Su amor toma ahora la forma de compasión, porque en su indignidad necesitan todavía
más su amor. ¡Cómo nuestros hijos se entrelazan en nuestro corazón a medida que van
teniendo una mayor edad! Eso mismo hizo Efraín con relación al corazón de Dios. Dios no
podía llegar al punto de desecharlos totalmente, como hizo con Adma y Zeboim
(Deuteronomio 29:23), las malvadas ciudades de la llanura que fueron destruidas
totalmente junto con Sodoma y Gomorra.
En realidad, Dios les afirma que son tan malvados y culpables como esas ciudades y
que merecen el castigo más severo; pero su amor hacia ellos se inflama. No olvidemos que
Dios los castigó realmente por su extravío, aun cuando no los desechó del todo.
Su amor y sus misericordias se encienden cuando piensa en Israel. Está decidido a no
dar curso al ardor de su ira; la misericordia se regocija sobre el juicio. Efraín no ha de sufrir
la misma suerte irrevocable de las ciudades de la llanura. Todo esto porque el Señor es Dios
y no hombre, quien descarga su ira encendida bajo una gran provocación. Dios no entrará a
la ciudad como enemigo, como en los días de Sodoma.
La razón de que la misericordia del Señor triunfe de modo tan señalado, es el remanente
que hay entre el pueblo de Dios. Ellos buscarán a Jehová y lo seguirán por sus caminos
(véase 3:4, 5). La apostasía en Israel, incluso en las épocas más obscuras de su historia,
nunca ha sido completa y universal; siempre ha habido un remanente fiel entre el pueblo. A
estos piadosos Dios les rugirá como león, para convocar a los que están dispersos. Será una
voz majestuosa y tremenda que llamará a los descarriados para que vuelvan. A su vez, ellos
acudirán temblando de ansiedad y gozo anticipado. El lugar de donde procederán será
específicamente el Occidente, al igual que Egipto y Asiria.
Esto no se cumplió en los exilios asirio o babilónico; pero ha sido la verdad desde la
dispersión provocada por los romanos. Lo que se quiere dar a entender en este punto es una
reunión de retorno de todo el mundo, tal y como lo confirma el profeta Isaías (Isaías 11:11).
Procedentes de todos estos lugares acudirán volando velozmente como una paloma (ya no
como la paloma incauta y necia de 7:11), para que el Señor vuelva a establecerlos en su
propia tierra, de donde ya no serán desarraigados jamás.
Falsedad de Efraín y fidelidad de Judá
En el original hebreo, el versículo 12 del capítulo 11 es el versículo 1 del capítulo
siguiente. Quizá es mejor la ubicación que tiene al final de nuestro capítulo 11. El profeta
muestra que Efraín no se encuentra ya en la situación que se acaba de describir. En efecto,
está amontonando falsedades por todas partes, principalmente la de la idolatría. En lugar de
circundar al Señor con su amor y su fidelidad, lo ha rodeado intencionalmente de mentiras.
Esa era la situación de Efraín; pero la de Judá era diferente. En éste, la decadencia era
más lenta que en Israel. Cuando menos en forma externa, era fiel, acatando al rey designado
por Dios del linaje de David y manteniendo al sacerdocio aarónico con sus sacrificios. La
palabra aún significa que Judá también abandonaría al Señor; pero en el presente
contrastaba con el estado en que se encontraba Efraín, sumido en profunda apostasía.
SEGUNDA PARTE
EL ESPÍRITU DERRAMADO
El inminente día de Jehová
Así como en el primer capítulo de su profecía, Joel desvió la atención de sus
contemporáneos, que estaban saturados de la sensación de calamidad, debido a la ruina
causada por la plaga de langostas, de la plaga del momento a un juicio mucho más severo
de parte de Dios, sigue haciendo lo mismo a lo largo del capítulo dos de su libro. Hay
quienes consideran que este capítulo se refiere sólo a la plaga de langostas, mientras que
otros sostienen con igual firmeza que el capítulo es absolutamente futurista. Las dos
posiciones son extremistas. En realidad, Joel parte de la situación que existía entonces en el
país después de los estragos causados por la plaga de langostas, y luego sigue adelante para
describir el terrible día de Jehová, todavía en el futuro; pero inminente.
“¡Dad la alarma!”
Era tarea de los sacerdotes de Israel tocar las trompetas en ocasiones específicas
(Números 10:1, 2, 9). Aquí, el Señor los está llamando para que toquen la trompeta de
alarma desde el santo monte de Dios, desde el lugar de su santuario y su centro de
adoración. ¿Por qué? ¿Cuál era la calamidad que los amenazaba? El día de Jehová estaba
próximo.
Aquí tenemos un desarrollo de la predicción de 1:15. La plaga de las langostas era una
clara indicación de los eventos que aún estaban reservados para Israel en el inminente día
de Jehová. Joel nos explica la causa por la que ese día, esa época de juicio, inspiraba tanto
terror. Es un día de tinieblas, de tristeza y de nubes densas. En las Escrituras, las tinieblas
son una imagen de calamidad y angustia. (Con relación a esto, véanse pasajes tales como
Isaías 8:22; 60:2; Jeremías 13:16; Amós 5:18 y Sofonías 1:15, 16.) La imagen es muy
significativa, por cuanto las nubes de langostas, debido a su densidad, llegan a obscurecer
la luz del sol.
Algunos estudiantes del pasaje han tenido dificultad para aceptar que las palabras “que
sobre los montes se extiende como el alba” se refieren a la obscuridad que se acaba de
mencionar, a causa del evidente contraste que hay entre la luz y la obscuridad. Por este
motivo se ha sugerido que la comparación con el alba se establezca con las palabras que
vienen a continuación respecto al pueblo grande y fuerte. Sin embargo, esta explicación no
es totalmente necesaria. Los puntos de comparación son éstos: así como el alba es repentina
y extensa, así lo serán las tinieblas del día de Jehová. El pueblo grande y fuerte al que alude
el profeta puede deducirse de la última parte del versículo, donde se establece con claridad
que nunca ha habido igual y que no lo habrá en el futuro.
Es aquí donde tenemos pruebas de que una plaga de langostas ordinaria o incluso
extraordinaria no es el cumplimiento final y concluyente de esta profecía. El Espíritu de
Dios, mediante el profeta, está señalando a un enemigo sin igual del pueblo de Dios, el que
un día venidero provocará una desolación mayor que la de la plaga de langostas. ¿Cuál es
este enemigo? Juntamente con muchos otros estudiantes del libro, entendemos que se trata
del poderío asirio en el futuro, la potencia norteña de los postreros días. Estúdíense con
cuidado los pasajes de Isaías 10 y Daniel 11.
Destrucción en marcha
Lo que la historia nos describe a continuación es el relato de un testigo ocular de la
ruina causada en la tierra por la sequía y las langostas. La sequía fue como un fuego
consumidor que dejó todo chamuscado a su paso, y lo que había sido como el huerto del
Edén antes de que cayeran las langostas sobre la tierra, quedó como desierto desolado.
Nada escapa a la acción devastadora de la plaga.
Lo que viene a continuación es una descripción exacta de la marcha de las langostas, un
relato sin paralelo en el ámbito de la literatura. En primer lugar, se compara a las langostas
con caballos, y la verdad es que la cabeza de la langosta se parece tanto a la de un caballo,
que los italianos la llaman cavalette (caballito), y los alemanes las denominan Heupferde
(caballo del heno). No sólo se parecen a los caballos, sino que, además, tienen la velocidad
de la caballería militar (Job 39:20). Todos sus movimientos producen ruido, como el de los
carros de guerra cuando están en plena carrera, como cuando el fuego lame la hojarasca
seca o cuando se está adiestrando un ejército poderoso para el combate.
El ruido de las alas de las langostas en movimiento y el de sus patas traseras infunde
terror en todos los corazones. Durante la vida de todos los israelitas, aquella visión iba a
permanecer impresa en sus memorias por mucho tiempo. Las langostas son tan infatigables
en su marcha como los poderosos hombres de guerra. De hecho, parecen tener cuadrillas
ordenadas como un ejército en marcha (Proverbios 30:27). Son expertas en escalar muros;
como si estuvieran dirigidas por una mente maestra, no rompen sus filas, de tal modo que
ninguna desplaza a otra de su lugar. Todo se alborota y se llena de confusión cuando
arremeten. Los mismos astros se ven obscurecidos por las densas nubes de langostas que
cubren en su vuelo la expansión del firmamento. La destrucción está literalmente en
marcha, pues las langostas, como ladrones, buscan qué pueden devorar. Pero en todo ello se
encuentra también presente el Señor y deja oír su voz de trueno ante su gran ejército de
langostas. En un sentido real, esos insectos forman su ejército, puesto que son poderosos y
numerosos. Una de las leyes de Mahoma dice así: “No mataréis las langostas, pues son el
ejército del Dios todopoderoso.” El mandato de Dios está siendo ejecutado por sus
instrumentos.
Si esto resulta tan terrible que el hombre apenas puede soportarlo, ¿cuánto menos podrá
hacerlo en la hora en que caigan los castigos más terribles de Jehová sobre un mundo que
rechaza a Cristo y deshonra a Dios, en el día de Jehová? Y aquí descubrimos uno de los
principios más importantes en los tratos del Señor con el hombre a lo largo de toda la
historia: Dios sólo castiga después de una grave provocación y, cuando lo hace, es con el
propósito de evitar que el hombre reciba más castigos, todavía más severos, de la ira de
Dios. La plaga de langostas fue terrible; pero ni siquiera podría compararse de cerca a la
devastación que se producirá en lo que se conoce como el día de Jehová. Dios dice:
“Aprended lo más de lo menos, y sed advertidos.”
Llamamiento al arrepentimiento
¡Qué gracia les ofrece Dios! Incluso en aquella hora tardía era posible arrepentirse y
volverse al Señor, evitando de ese modo un desastre mayor. Dios llama a un tiempo de
profundo examen de conciencia y ejercicio espiritual, a un tiempo de ayuno y de
arrepentimiento delante de El. Puesto que siempre es tan fácil substituir lo real con lo
externo y aparente, perdiéndose en la rutina de los ritos exteriores, Dios los exhorta a rasgar
sus corazones y no sus vestiduras.
El rasgarse las vestiduras en momentos de gran aflicción es algo que se menciona muy
al comienzo de las Escrituras (véase Génesis 37:29, 34; 1 Samuel 4:12; 1 Reyes 21:27 e
Isaías 37:1). Su intención era la de expresar la condición quebrantada y desgarrada del
corazón del doliente. En vista de que los signos reemplazan a menudo a la realidad, Dios,
por medio del profeta, exige una contrición sincera y profunda. Toda acción de ese tipo, en
presencia del Señor, se basa en la naturaleza maravillosa de Dios, pues su gracia es
indescriptible y siempre está dispuesto a perdonar. Dios está siempre más dispuesto a
bendecir que a condenar, a perdonar que a castigar, a atraer por medio del amor que a herir
con el látigo. De modo que siempre existe la posibilidad de que el disgusto del Señor se
convierta en una gracia suya, cuando su pueblo se presenta ante El con humildad. Dios no
se deleita en la muerte del pecador, sino que desea que se vuelva de su mal camino para que
viva (obsérvese el caso de los ninivitas en Jonás 3:9). Si se arrepienten de verdad, Dios les
restituirá cosechas abundantes. La ofrenda de harina y la de libación, dependientes ambas
de las cosechas del campo y de las viñas, habían cesado a causa de la sequía y la plaga;
pero estarían otra vez a disposición del arrepentido Israel. (Véase 1:9, 13 y 16.)
“¡Convocad a asamblea!”
Una vez más se llama a los sacerdotes para que toquen la trompeta en Sion. La primera
trompeta fue para dar un toque de alarma (compárese Joel 2:1 con Números 10:5); la
segunda era para congregar a Israel en el santuario del Señor (2:15; Números 10:10). Todos
deberían acudir a esa asamblea: ancianos, niños de pecho, niños y aun los recién casados,
que por lo común estaban eximidos de toda obligación pública (Deuteronomio 20:7; 24:5).
Todos son culpables, de modo que todos tienen que humillarse ante Dios. Los goces
personales e individuales deben dar lugar a los intereses de la comunidad entera.
Los sacerdotes, los ministros de Dios, deben asumir sus responsabilidades, ocupar el
sitio que les corresponde y dirigir al pueblo en su clamor penitente delante del Señor. Se
indican hasta las palabras mismas que deberán pronunciar: “Perdona, oh Jehová, a tu
pueblo, y no entregues al oprobio tu heredad, para que las naciones se enseñoreen de ella.”
¿Se imagina la tremenda bendición que contienen estas palabras? Cómo una actitud de
corazón así predispone el brazo poderoso de Dios a favor de su pueblo. Ojalá que la iglesia
del Dios vivo fuera impulsada a orar, por todas partes y en toda su amplitud, para que
pudiera producirse en nuestros días un regreso de esa índole a Dios entre los huesos secos
de la casa de Israel. Hasta los confines de la tierra resonaría el impacto de un retorno
semejante de Israel a Dios. En los días apostólicos se declaró sencillamente que hombres de
entre Israel trastornaron el mundo con el mensaje de Dios. Unos ardientes evangelistas
israelitas hoy día no pueden tener menos poder de Dios a su disposición. Durante
demasiado tiempo las naciones del mundo han hollado a Israel bajo sus pies, con aparente
impunidad. Por el hecho de que Dios no ha rasgado los cielos a fin de descender
visiblemente para defenderlos, el corazón de las naciones que desafían a Dios se ha
endurecido para continuar en su dominio de Israel, al tiempo que gritan: “¿Dónde está su
Dios?” Sin embargo, la hora del reloj profético de Dios ya no puede estar muy lejos del
momento en que Israel se vuelva arrepentido al Dios viviente, de quien se apartaron
tristemente, y el Señor dará su merecido a las naciones por los estragos que le han causado
a su heredad y por las heridas causadas a la niña de sus ojos. Entonces conocerán la
respuesta a la burla que hacían del Omnipotente, cuando alegaban que Dios era impotente
para ayudar a los suyos y que no le importaba ya la relación del pacto establecido entre El e
Israel.
La respuesta de Dios
Cuando el penitente emite el más breve clamor, no deja de llegar hasta el oído atento
del Señor. Su solicitud y su celo por su pueblo se ponen de manifiesto para bendecirlos
generosamente. Dios recuerda las heridas de su tierra y las sana. Está consciente de las
aflicciones de su pueblo y lo consuela bondadosamente. El trigo, el vino nuevo y el aceite,
que por largo tiempo han escaseado a causa de su pecado, serán restituidos. La tierra dará
sus frutos y serán abundantemente satisfechos. Dios quitará el oprobio de ellos entre las
naciones y los exaltará como cabeza de todas las naciones.
Al final del día de Jehová, el Señor derrotará completamente al ejército de los invasores
asirios, el ejército de la potencia norteña. (Sería difícil considerar literalmente a las
langostas como el ejército “del norte”). La tierra seca y desierta es Arabia, el mar oriental
es el mar Muerto y el occidental, el Mediterráneo. En pocas palabras, el ejército será
dividido y aniquilado por completo. Todo esto le sucederá al enemigo por cuanto se ha
exaltado en su soberbia. En lo que se refiere al engreimiento de los asirios, véase el libro de
Nahúm y también Zacarías 10:11.
Regocijo y restauración
Tal vez el enemigo asirio intente grandes cosas; pero el Señor hará realmente maravillas
por su pueblo. Aquella tierra y aquel pueblo que languidecían, se lamentaban y lloraban,
verán que su tristeza se convierte en gozo.
Primeramente se le dice a la tierra que se alegre y regocije (v. 21). Su desolación fue
vívidamente descrita en el primer capítulo (versículos 17 y 19). Luego se hace un
llamamiento a las bestias del campo para que desechen sus temores, porque ahora habrá
pastos y frutos en los árboles y en los viñedos. Antes había gemido por la carencia de agua
y de alimentos (1:18–20). Finalmente, en la culminación, los hijos de Sion deberán
regocijarse en el Señor (1:16). Primeramente habrá bendiciones temporales y, luego,
bendiciones espirituales adicionales. Dios les dará la lluvia temprana y tardía en su medida
debida y apropiada, la cantidad necesaria donde ha prevalecido la sequía.
Resulta de gran interés para el estudiante de la Palabra de Dios saber que las lluvias han
aumentado en Palestina en los años recientes; pero el gran cumplimiento es todavía futuro,
cuando Israel se vuelva al Señor. Una vez que las lluvias ya no sean retenidas más habrá
abundantes cosechas de trigo, de vino y de aceite. Las pérdida mismas que se
experimentaron debido a la plaga de langostas serán restituidas y aún más. Los años en que
devoró la langosta llegarán a olvidarse a causa de la abundancia renovada. La plaga de
langosta no duraba varios años; pero la devastación que causaban perdurab durante largo
tiempo. Las langostas eran el gran ejército que Dio había enviado personalmente. Cuando
Israel se reconcilie con el Señor, disfrutará la abundancia dada por Dios y quedará
satisfecha. El pueblo del Señor alabará a Jehová y nunca volverán a experimenta
vergüenza. Nunca jamás serán avergonzados. Los versículos 26 y 27 concluyen con las
mismas palabras porque Dios daría la seguridad más completa de la verdad establecida. En
el versículo 26 se usa con relación a beneficios temporales; en el versículo 27, con relación
beneficios espirituales. Dios es la sola y única garantía necesaria del cumplimiento de todas
estas cosas.
Jamás será avergonzado
Dios en medio de Israel para bendición. ¿No es éste el propósito de todos los tratos del
Señor con su pueblo? Para esto envió Dios su Hijo, para que fuera el Mesías y el Salvador
de Israel. ¿Cómo podemos quedarnos tranquilos, sin darles a conocer a este Salvador y
Señor? ¿Cómo podrán oír si no hay quien les predique? ¿Cómo podrá recibir Dios sus
legítimas alabanzas de los corazones redimido de los hijos de Israel, sin que oigan y crean
el mensaje del evangelio de Cristo? En todo este plan, Dios tiene un lugar, un lugar real,
para usted y para mí. Ojalá lo descubramos pronto y estemos dispuesto a obedecer.
El derramamiento del Espíritu
En el texto hebreo, los versículos 28 al 32 forman el capítulo 3, el capítulo 3 de nuestras
versiones es el capítulo 4 en el original. Nadie pone en duda que la revelación de la verdad
en 2:28–32 tiene una importancia suficiente como para garantizar su aparición en un
capítulo separado. Es triste decirlo, pero este pasaje vital (con su equivalente
neotestamentario en Hechos 2), ha sido muy mal entendido y se le ha dado un sentido que
nunca tuvo en realidad.
Nótese el tiempo señalado en el pasaje. Los sucesos que se consignan aquí están
ubicados cronológicamente en la época designad como “después”. ¿Qué significado tiene
ese tiempo? Lo encontramos en Oseas 3:5 y allí está relacionado con “en el fin de los días”.
El profeta está hablando de los últimos días para Israel, un período que cubre tanto la
Tribulación como el reinado del Mesías que la sigue (Compárese cuidadosamente Isaías 2:2
y las palabras de Pedro en Hechos 2:17.) En aquel tiempo Dios derramará su Espíritu, el
bendito Espíritu Santo, sobre toda carne.
Aquí hay implícitas varias verdades: (1) la imagen empleada se toma de la analogía de
la lluvia (2:23); (2) el derramamiento revela que el Espíritu procede de arriba y (3) se da el
Espíritu en abundancia. El derramamiento del Espíritu ha de ser sobre toda carne. Será
universal en cuanto a su carácter y alcance; pero, ¿significa esta universalidad que ha de ser
para todo Israel, o bien, para toda la humanidad en general?
Los expositores de este pasaje están divididos en sus opiniones. Algunos de ellos
sostienen una posición, mientras que otros igualmente convencidos, sostienen la otra
posición. Sin embargo, por el contexto y las enseñanzas proféticas de otros pasajes del
Antiguo Testamento, nadie negará que sin duda todo Israel está incluido. Las diferencias de
edad (jóvenes y viejos), de sexo (hijos e hijas) o de posición (siervos y siervas) no
constituirán barreras ni impedimentos para este don del Espíritu.
En el Antiguo Testamento no se registra ningún caso en el que se le haya concedido el
don de la profecía a algún esclavo. Sin embargo, en los últimos días se cumplirá este
profundo anhelo de Moisés (Números 11:29). Los sueños, las visiones y la profecía de que
se habla aquí son los tres modos mencionados en Números 12:6. Nótese que el versículo 29
reitera la misma verdad dada en el versículo 28: “derramaré mi Espíritu”. También se repite
el elemento tiempo.
No debemos pensar que ésta es la primera mención de un derramamiento del Espíritu de
Dios sobre Israel en los libros proféticos del Antiguo Testamento (véanse Isaías 32:15;
44:3, 4; Ezequiel 36:27, 28; 37:14; 39:29 y Zacarías 12:10). Sin embargo, ese día
significará ira y castigo sobre los incrédulos. Dios llevará a cabo grandes transformaciones
en el cielo y en la tierra. El sol y la luna se verán afectados; habrá manifestación de sangre
y fuego (como en Exodo 7:17 y 9:24) y serán visibles columnas de humo (como en Exodo
19:18). Será el día grande y terrible de Jehová.
A pesar de todo, el derramamiento del Espíritu traerá salvación. Habrá quienes
clamarán al Señor, pidiéndole liberación física, y a quienes Dios los llamará para la
salvación espiritual. Observe el doble uso de la idea de llamar: (1) invocar a Dios (esto
significa salvación; véase Romanos 10:13) y (2) Dios los llama. El Señor ha predicho que
habría un remanente que se libraría (Abdías 17; Zacarías 14:1–5) y éstos se constituirán en
una bendición para toda la tierra.
El cumplimiento de la profecía
En este punto resulta apropiado preguntarse si la profecía de Joel se cumplió o no en
Hechos 2. Para comenzar, es preciso dejar en claro que es incorrecto decir que no hay
conexión entre los dos pasajes. Pedro establece con mucha claridad que se refiere a la
profecía de Joel. Sin embargo, ese hecho de por sí sólo no constituye un cumplimiento
total. En primer lugar, en Hechos 2:16 falta enteramente la fórmula acostumbrada para una
profecía cumplida. Ya todavía más claro es el hecho de que gran parte de la profecía de
Joel, aun como se citó en Hechos 2:19, 20, no se cumplió en aquella ocasión. No podemos
adoptar la posición de que tan sólo había di cumplirse una porción de la profecía, por
cuanto esto trastornaría las profecías bíblicas. Dios predice y es capaz de llevar a cabo lo
que dice. Creo que la mejor interpretación que cabe es considerar que Pedro empleó la
profecía de Joel como ilustración de lo que estaba sucediendo en su día y no como el
cumplimiento de la predicción. En pocas palabras, Pedro vio en los sucesos de aquel día
una prueba de que Dios todavía habría de llevar a cabo completamente todo lo que
profetizó Joel. Así pues, la profecía de Joel tuvo entonces un anticipo de su cumplimiento y
todavía tiene que cumplirse (como lo demuestran los pasajes del Antiguo Testamento que
se refieren a derramamiento del Espíritu Santo).
6
AMOS: LA JUSTICIA DE DIOS
PRIVILEGIOS Y RESPONSABILIDADES
La elección de Israel por Dios
Tal y como lo hace el profeta Oseas, Amós dirige sus profecías primordial aunque no
exclusivamente a Israel, el reino del Norte. El tercer capítulo comienza con la llamada:
“Oíd esta palabra” (vea la misma expresión en 4:1; 5:1; y observe también 3:13). Aun
cuando el mensaje se dirige de modo especial a Efraín, se habla aquí a todo Israel, la
familia entera que Dios sacó de Egipto.
¿Cuál es el mensaje tan importante que ambas partes de la nación deben escuchar? Dios
dice que de entre todas las familias de la tierra (observe el contraste con la “familia” del
versículo 1) sólo ha conocido a su pueblo Israel. Conocerlos, en el sentido de este pasaje, es
escogerlos, separarlos para sus propios fines. Dios los escogió para que fueran su pueblo y
les concedió privilegios especiales para testimonio. (Respecto a este significado especial
del término conocer, lea con atención el Salmo 1:6 y Juan 10:14. En cuanto a la elección
especial de Israel, vea pasajes tales como Exodo 19:5; Deuteronomio 4:20; 7:6; Salmo
147:19, 20). Pudiéramos haber esperado que el profeta dijera que, debido a que Dios
escogió a Israel, pasaría por alto sus fallas y pecados. Con frecuencia, los ignorantes e
incrédulos acusan a Dios de ser parcial con su pueblo Israel a ese respecto, como si el Señor
pudiera hacer a un lado su carácter santo, sea quien sea con quien trate. La Palabra de Dios
afirma exactamente lo opuesto a lo que los hombres suponen: por el hecho de que Dios ha
puesto a Israel en una situación de intimidad con El, con tanta mayor razón hará caer sobre
la nación todo el peso de la retribución por sus iniquidades.
En ninguna otra parte de la Biblia se enuncia un principio más vital y básico. Lo que el
profeta está diciendo es que el castigo está en proporción con el privilegio. Al que se le da
mucho, mucho le será exigido. El juicio debe comenzar por la casa de Dios (1 Pedro 4:17).
Cuanto más estrecha sea la relación que tenemos con el Señor, tanto mayor será la fidelidad
que se requiere de nosotros. Ni siquiera podemos tomar como norma el relajamiento de
otros creyentes.
El profeta truena contra su pueblo diciéndoles que el hecho de que Dios los haya
escogido, nunca tuvo el propósito de servirles de excusa para sus maldades. El hecho de
que Dios escogiera a la iglesia neotestamentaria como cauce de sus bendiciones en esta era
de gracia no es impedimento para que castigue la iniquidad siempre que se presenta. Véase
el caso de Ananías y Safira en Hechos 5:1–11. Los ángeles del cielo que pecaron contra la
suprema luz, no tienen provisión de redención para ellos en absoluto (2 Pedro 2:4 y Judas
6). Es muy grande la bendición de tener comunión con Dios; pero también es grande la
responsabilidad de vivir de acuerdo con esa luz.
Después del pecado, el juicio
En los versículos 3 al 8, el profeta establece su derecho de anunciar el juicio de Dios
sobre sus contemporáneos. La intención de esta serie de siete preguntas es mostrarle al
pueblo la relación entre las aseveraciones del profeta y los sucesos de su época. En el
mundo natural, el reino de la naturaleza, nada sucede por accidente o casualidad. En la
misma forma, en la esfera de los tratos de Dios, siempre hay una causa para cada efecto.
La primera pregunta es: ¿Pueden dos personas andar juntas a menos que se pongan de
acuerdo respecto a una hora y un lugar específicos, que sean convenientes para ambas?
Cuando vemos que dos personas andan juntas, se da por sentado que previamente se
pusieron de acuerdo y que son del mismo parecer. Lo primero es el efecto, en tanto que lo
segundo es la causa. Al aplicar esto a la esfera de la situación espiritual de Israel, Dios
pregunta cómo puede andar con Israel y mirarlo favorablemente, cuando la nación está
sumida en el pecado. En cierta época Jehová anduvo con ellos (Jeremías 3:14), porque
estaban de acuerdo; pero ahora el camino de Dios y el que estaba siguiendo Israel eran tan
diferentes que no podía haber comunión entre ellos.
La segunda pregunta es: ¿Rugirá el león en la selva sin haber presa? Amós conocía bien
los hábitos del león y sabía que su rugido significaba que había atrapado una presa. De
manera similar, Dios sólo amenaza (Joel 3:16 y Amós 1:2) cuando se prepara para aplicar
el castigo. En Mateo 24:28 se expresa el mismo pensamiento con una imagen diferente.
Una pregunta relacionada es: ¿Dará el leoncillo su rugido desde su guarida, si (el león
grande) no apresare? Lo cierto es que el leoncillo se excita cuando el león grande se acerca
con la presa. La verdad subyacente es que, si los pecados de Israel no merecían y
provocaban el juicio, el profeta no estaría clamando contra él. Las predicciones
amenazadoras del profeta son el efecto, en tanto que la causa es la condición pecaminosa de
la nación.
La siguiente pregunta es tan penetrante como la anterior: ¿Se levantará el lazo de la
tierra, si no ha atrapado algo? Así los instrumentos del juicio de Dios hallarán su objetivo,
por cuanto siguieron la senda de su pecado. La primera parte del versículo 5 plantea la
misma pregunta que la parte final, pero desde un punto de vista ligeramente distinto. En
ambos casos la respuesta es exactamente la misma, y en ambos casos el profeta sigue
teniendo en mente al Israel pecador.
En la pregunta siguiente se da una indicación de que la trompeta de guerra aún sonará
en la tierra: ¿Se tocará la trompeta en la ciudad, y no se alborotará el pueblo? La nación
conocía bien el sonido de la trompeta de las ocasiones festivas (Números 10:2, 7; Joel
2:15), así como también de los tiempos de guerra (Números 10:9; Joel 2:1). ¿Y quién no
iba a sentirse lleno de temor y de malos presentimientos al sonar la alarma de guerra?
¿Quién entre los israelitas no sentiría temor ahora que Amós hacía sonar la alarma,
indicando la proximidad de los veloces instrumentos del castigo de Dios?
La última pregunta de la serie se ha visto muy expuesta a interpretaciones falsas. Se ha
dicho que enseña que Dios es la causa del mal, o sea, del mal moral. Tal interpretación
contradice todas las enseñanzas de las Escrituras (véase Santiago 1:13, 17). La pregunta
apropiada es: ¿Le sobreviene el mal a una ciudad sin que la mano de Dios esté en ello? La
dificultad se debe (al igual que en muchos otros casos) a que no se toman en cuenta los
diversos significados de la palabra mal según su uso. En este caso no se refiere al mal
moral, sino a una calamidad. (Estudie con cuidado Génesis 19:19; 44:34; Exodo 32:14;
Isaías 45:7 y Ezequiel 7:5.) Dicho en pocas palabras, Dios es quien aplica las pruebas y
calamidades que merece el pecado.
Dios revela a sus siervos, los profetas, los secretos de sus tratos, de modo que puedan
expresar las ideas e intenciones de El. Dios previno a Noé acerca del diluvio, le dijo a
Abraham que destruiría a Sodoma y Gomorra (compare Génesis 18:17 con Juan 15:15);
previno a José de los siete años de hambre que habría y ha seguido haciendo lo mismo con
sus siervos en el transcurso de los siglos de la historia de Israel. Incluso nuestro Señor
Jesucristo advirtió a los apóstoles acerca de la destrucción venidera de Jerusalén (Lucas
21:20–24).
Con la misma seguridad con que hay manifestación de temor cuando ruge el león, debe
haber profecía cuando Jehová habla. El profeta no puede hacer más que profetizar. Debe
obedecer a Dios, no importa cómo la gente reaccione a su mensaje. Amós profetizó, como
hicieron todos los profetas de Dios, porque el Señor lo impulsó a hacerlo. ¿Qué autoridad
más segura necesitaba el profeta? Ninguna, por cuanto tenía para sus mensajes la autoridad
que provenía directamente del Dios omnipotente.
Opresiones de Samaria
El Señor se dirige ahora a sus profetas para que proclamen esta palabra sobre los
palacios de Asdod y de Egipto. En el Oriente no sólo se acostumbraba congregarse sobre
los techos planos de las casas, sino que desde esas posiciones ventajosas, sobre todo desde
los tejados más altos de los palacios, los mensajes podían salir difundidos por todo el país.
Se invita a las naciones a que se reúnan sobre los montes de Samaria para que
contemplen los tumultos y opresiones que se habían de hallar en esa ciudad. Asdod aparece
aquí en representación de toda la Filistea. Samaria estaba edificada sobre un monte (1
Reyes 16:24); pero había otros montes que rodeaban la ciudad. Desde esos montes que
circundaban a Samaria, los hombres podían ver lo que estaba ocurriendo dentro de la
ciudad. Si estas naciones paganas, completamente sumidas en la idolatría, condenaban a
Israel, ¿con cuánta mayor razón lo hacía el santo Dios?
Los grandes tumultos se debían a la opresión de los pobres. Véase Isaías 5:7 con
respecto a la misma verdad. Lo más triste de todo era que el pueblo ya no sabía hacer lo
recto. El pecado había obcecado su capacidad de discernimiento (Jeremías 4:22). Hacía ya
tanto tiempo que no hacían lo que era bueno, que estaban fuera de práctica. La capacidad
que tiene el pecado para obcecar es muy real, como lo saben muy bien todos los que han
recibido la iluminación del Espíritu Santo.
Los palacios de Samaria estaban llenos de cosas obtenidas mediante la violencia y la
rapiña (véase Proverbios 10:2). Ahora, en un lenguaje vívido y brusco, se declara cuál será
el castigo: “Un enemigo vendrá por todos lados de la tierra.” Lo brusco del texto expresa la
idea de algo repentino y presenta la amenaza con relieves más prominentes. Esos mismos
palacios que almacenaban despojos (versículo 10) serían a su vez objeto de despojo. Los
pecados de los hombres llevan consigo sus propios horrendos castigos. El cumplimiento de
toda esta advertencia se encuentra en 2 Reyes 17:5.
Sin embargo, en medio de la ira, Dios se acuerda de la misericordia, de modo que
rescata de la destrucción a un pequeño remanente — que aquí se compara con dos piernas o
la punta de una oreja—, de entre todos los que están viviendo con comodidad en Samaria.
El cuadro es el de un pastor que trata de salvar del león devorador aun las partes más
insignificantes de la oveja, debido a que ama a sus ovejas. Sólo quedará una porción muy
pequeña de quienes viven de modo extravagante y en medio del lujo (véase también 6:1, 4)
en la capital.
Existe la posibilidad de leer la última parte del versículo 12 como “y en Damasco sobre
un lecho”. La razón para ello es que en el original se emplean las mismas letras para
escribir damasco (material) o la ciudad de Damasco. De ese modo, el nombre de la ciudad
aparecería formando un paralelo con Samaria. Ahora bien, ¿cómo llegaría el pueblo de las
tribus del norte a Damasco? Se sugiere que en la época de la invasión asiria la ciudad
estaba en poder de los israelitas, habiendo sido ya conquistada por Jeroboam II, según se
afirma en 2 Reyes 14:28. Probablemente después que el reino del norte tomó la ciudad,
muchos residentes de las tribus del norte se fueron allá a vivir.
El día del castigo
Se llama a testificar en contra de la casa de Jacob, es decir, las doce tribus, a los mismos
del versículo 9. Nótese la acumulación de nombres que se le dan a Dios con el fin de
mostrar la solemnidad de la declaración y la certeza de su cumplimiento. Los altares de
Betel, que se suponía que habrían de ser un refugio para ellos, serían los primeros que
sufrirían por causa del castigo de Dios. Lo que se tiene aquí en cuenta son los becerros de
oro (véase 1 Reyes 12:32; 13:2). Amós, al igual que Oseas, determina el origen de toda su
calamidad en su desviación y entrega a la idolatría. Juntamente con la eliminación de la
idolatría, también su propia vida personal hogareña quedaría destruida. Las casas de
invierno y las casas de verano (de los nobles y ricos, así como también de la realeza)
tendrían un triste fin, junto con otras muchas casas. Las casas decoradas suntuosamente,
con paredes, puertas y cielos rasos incrustados de marfil, sufrirían el mismo destino que el
resto. En cuanto a la casa de marfil de Acab, véase 1 Reyes 22:39; también Salmo 45:8. El
abuso y mal uso de la prosperidad sólo pueden resultar en una pérdida total e irreparable.
¡PREPÁRATE, ISRAEL!
“Vacas de Basán”
El capítulo cuatro de la profecía de Amós comienza con el mismo llamamiento a oír,
con que nos encontramos en el capítulo precedente. La exhortación se dirige ahora a las
vacas de Basán.
Basán es el territorio que se encuentra al este del río Jordán, entre el monte Hermón y
las montañas de Galaad. Las vacas de Basán se caracterizaban por su naturaleza fuerte y
bien nutrida, por cuanto los pastos de la región eran suculentos (Deuteronomio 32:14;
Salmo 22:12 y Ezequiel 39:18).
Algunos de los que han estudiado este pasaje consideran que, aun cuando se emplean
formas femeninas de expresión, el profeta se refiere a los nobles de Samaria. Sostienen que
el uso del género femenino tiene como propósito poner de manifiesto el afeminamiento de
la aristocracia del país. Nosotros, junto con muchos otros, preferimos ver una referencia a
las mujeres de la capital de Samaria amantes del lujo y la extravagancia. Ese uso no es
contrario a los escritos proféticos. Véase la denuncia que hace Isaías de las mujeres
desvergonzadas de Sion, en Isaías 3:16–26, así como también en 32:9–13. Una nación
cuyas mujeres se han corrompido no está lejos del juicio de Dios. Así estaba Samaria en los
días de este profeta.
Para poder disfrutar de sus deleites, esas mujeres oprimían y quebrantaban a los pobres.
La forma de expresión que se emplea aquí muestra que ésta era su conducta habitual.
Importunaban constantemente a sus señores, o sea, a sus maridos (Génesis 18:12) para que
les dieran lo necesario para sus fiestas y bacanales. Obsérvese cómo la opresión y la
idolatría (versículo 4) van parejas. A causa de semejante desprecio de la voluntad de Dios y
por la profanación de su nombre, Dios juró por su santidad (por cuanto no puede jurar por
otro mayor) que serían conducidos al exilio.
Se presenta esta deportación bajo la figura de un pescador que atrapa peces con
anzuelos. Se encontrarían impotentes y completamente a merced de sus captores. En
aquellos días los conquistadores llevaban a sus cautivos por medio de un garfio que les
atravesaba las narices. (Véase 2 Reyes 19:28; véase también Jeremías 16:16; Ezequiel 29:4
y Habacuc 1:15).
La mención de “vuestros descendientes” en este versículo se refiere a los que quedasen
después de llevarse a los primeros con ganchos, no a los contemporáneos del profeta.
Durante el sitio de la ciudad, las mujeres, conducidas como ganado, saldrían por las
brechas abiertas por el enemigo en las murallas. Cada una iría derecho hacia adelante, sin
que el enemigo les permita volverse a un lado, ni al otro y precipitadamente para escapar
del terror y de la muerte reinantes dentro de la ciudad.
Hay que admitir que la última parte del versículo 3 es muy oscura. La dificultad se debe
a que se utiliza una palabra (el vocablo hebreo haharmonah) que no aparece en ninguna
otra parte del Antiguo Testamento. Esta es la razón por la que se dan numerosas y variadas
opiniones para explicar el pasaje. Algunas traducciones que se sugieren son: “la imagen de
Rimón”, “Hadadirimón”, “los montes de Armenia” o “palacio”. Puesto que se tienen tan
pocas evidencias en que basarse y con opiniones tan variadas, conviene que evitemos el
dogmatismo sobre este punto. Probablemente lo que se da a entender es que, con el fin de
facilitar su huida del enemigo, se lanzarían a cierto territorio o distrito en que esperarían
hallar refugio por el momento. Más que esto no podemos decir, excepto añadir que los más
recientes atlas bíblicos no señalan ningún lugar llamado Harmón. Como quiera que sea, el
pensamiento del profeta es bastante claro: el exilio será la suerte que les cabrá a las mujeres
de Samaria, indolentes, amantes de los placeres y opresoras de los pobres.
Celo mal dirigido
A continuación Amós pasa de la advertencia solemne a la ironía amarga y mordaz.
Invita a todos los del reino y no sólo a las mujeres, a que acudan a Bet-el a prevaricar y a
que vayan a Gilgal a multiplicar las transgresiones. No es necesario un estudio muy
profundo para darnos cuenta de que estas palabras son irónicas, puesto que en ninguna
parte de la Biblia se revela Dios como que aprueba el pecado o que invita a alguien a que lo
cometa.
Se mencionan específicamente Betel y Gilgal por el modo en que habían pervertido
esos lugares que eran los de recuerdos más sagrados de la nación (véase Génesis 35 y Josué
5:1–9). Los versículos 4 y 5 presentan un cuadro verídico del modo en que la gente se
adhería a sus prácticas idolátricas y, sin embargo, se mostraban muy cuidadosos en la
observancia de ciertas prácticas ordenadas por la ley mosaica. Presentaban sus sacrificios
cada mañana, como lo establecía la ley (Números 28:3, 4). Se apegaban a la letra de la ley,
mientras la quebrantaban al adorar a los becerros. Dios los entrega aquí a su propia
adoración idolátrica.
También estaban pagando sus diezmos cada tres años, (no cada tres días, como la
Reina-Valera sugiere), conformándose en esto también a las ordenanzas de la ley (véase
Deuteronomio 14:28; 26:12).
Hay quienes consideran que la exhortación siguiente para que ofrezcan un sacrificio de
alabanza con algo que contenga levadura es contraria a los preceptos de la ley mosaica. Un
estudio de las ordenanzas levíticas mostrará que sobre la ofrenda de harina se esparcía
incienso (Levítico 2:1, 2, 8), tal como se establece aquí, y que el pan leudado se había de
ofrecer con el sacrificio de acción de gracias (Levítico 7:12, 13). Hasta aquí, todo lo que se
ha dicho muestra que eran desusadamente meticulosos en el cumplimiento de los detalles
de las leyes para la adoración. Cierto es que su proclamación y divulgación de las ofrendas
voluntarias (véase Mateo 6:2) tenían un sabor de voluntad propia en su adoración, por
cuanto declara en forma definitiva que esto era lo que ellos querían. Su intención, a fin de
cuentas, era complacerse a sí mismos, antes que a Dios (como en Zacarías 7:5, 6).
Sin embargo, no se hace mucho hincapié en estas deficiencias. Las palabras tienen por
objeto darnos a entender que todo estaba exteriormente en orden y hecho conforme a la ley;
pero que, no obstante, al hacerlo estaban multiplicando la transgresión. ¿Por qué? Porque al
mismo tiempo estaban sumidos en todas las formas degradantes de la adoración de ídolos.
Dios no se complace con los corazones divididos ni con quienes titubean entre dos
opiniones. Es el único Dios y no tolera rivales en la adoración. Así, aun cuando estaban
cumpliendo los ritos de la adoración, estaban pecando, porque sus corazones no estaban
totalmente entregados al Señor (véase Ezequiel 20:39; Mateo 23:32).
No atendieron los juicios de Dios
Puesto que sus ofrendas le resultaban tan desagradables a Dios, les dio castigos a
cambio. La lista de castigos consignados en los versículos 6 al 11 revela no sólo la
obstinación y la pecaminosidad de Israel, sino también el amor constante e inagotable de
Dios. Es un amor que no abandonará al objeto de su amor. Y los castigos estaban todos
destinados a impedir otros mayores. Sin embargo, al concluir cada uno de los castigos,
queda la evidencia de que no se habían vuelto al Señor, a pesar de todo lo que había hecho.
Nótese la repetición de “no os volvisteis a mí, dice Jehová” en los versículos 6, 8–11. Todo
esto nos hace recordar a Isaías 9:13; Jeremías 5:3 y Oseas 7:10.
La repetición que Amós hace señala la oposición persistente, resaltando enérgicamente
la testarudez y la falta de arrepentimiento de todos ellos. La primera calamidad fue el
hambre, que se describe al vivo como limpieza de dientes y falta de pan. Dios los había
privado de las cosas materiales necesarias para la vida, con el objeto de hacerles tomar
conciencia y rectificarles los valores espirituales. No es necesario buscar una confirmación
histórica de esto en los libros del Antiguo Testamento, por cuanto Dios obró así en más de
una ocasión. Se puede encontrar un buen ejemplo en 2 Reyes 8:1. Aun cuando pasaron
hambre, no buscaron al Señor con arrepentimiento y fe.
El segundo castigo fue la sequía. Dios retuvo la lluvia tres meses antes del tiempo de la
siega. Esto es desastroso. Se menciona la lluvia tardía de la primavera, tan vital para que
haya una cosecha abundante de maíz y trigo. Sin embargo, la retención no fue universal:
llovía en una ciudad y no en otra. Esto era a propósito, para demostrar que el dar y el
retener no era obra de la casualidad, sino un acto de decisión soberana de Dios. La escasez
de agua obligaba a los habitantes de las ciudades castigadas con la sequía, a recorrer
grandes distancias en busca del agua necesaria para la vida.
Otro castigo fue el viento solano y el añublo, o sea, los juicios anunciados en
Deuteronomio 28:22 debido a la desobediencia a la ley de Dios. El viento solano es
abrasador y proviene del este, del desierto árido. Véase Génesis 41:6. En el añublo (a causa
de la sequía excesiva y no de la humedad), las espigas se ponían amarillas; pero sin grano.
Para culminar esto, una plaga de langostas devoró los viñedos, las higueras y los olivos
(véase Deuteronomio 28:39, 40, 42). Sin lugar a dudas, la vida se estaba haciendo
insoportable tan sólo desde el punto de vista físico; pero el corazón impenitente acumula ira
para sí hasta el día del juicio. Véase Apocalipsis 16:21 en cuanto al efecto de los juicios de
la Gran Tribulación sobre los corazones rebeldes. Se repite el triste refrán de que con todo
esto, no se volvieron al Señor. De modo similar al Faraón de la antigüedad, endurecieron
todavía más su corazón contra las solicitudes de Dios.
A continuación, Dios envió sobre ellos la plaga, a modo de la de Egipto, propia de allí
(Deuteronomio 28:27, 60). Y la flor y nata de los varones de la nación fue muerta en el
curso de guerras prolongadas y repetidas. Su caballería, de la que se jactaban, fue
conducida al exilio. Fue tan grande el número de los que murieron en los campos de batalla,
que sus cadáveres sin sepultar llenaban de hedor el aire. Seguramente esa vez se volverían
al Señor; pero los registros indican que siguieron en su obstinada desobediencia a Dios.
Finalmente, Amós recuerda que sufrieron trastornos y desolaciones comparables tan
sólo a la destrucción divina de las perversas ciudades de Sodoma y Gomorra. Algunos
creen que aquí se hace referencia al terremoto de 1:1; pero la información con que se cuenta
es insuficiente para decidir de modo definitivo. Probablemente lo que se quiere dar a
entender es un resumen de todos los castigos previos (compárese Isaías 1:9). Tan terribles
fueron los castigos del Señor que el pueblo apenas escapó de la destrucción total (véase
Zacarías 3:2 y 1 Corintios 2:15).
Por quinta y última vez, Amós observa que ni siquiera así estuvo dispuesto el pueblo a
volver al Señor.
La calamidad venidera
Ahora el profeta está preparado para declararle a Israel las consecuencias que trae el
oponerse de ese modo al Señor y a su voluntad. Debido a que todos los castigos previos no
produjeron en ellos los frutos de arrepentimiento y de fe, Dios dice: “Por tanto, de esta
manera te haré a ti, oh Israel.” ¡Pero el profeta nunca declara en qué ha de consistir el
castigo! El carácter indefinido e incierto de la calamidad venidera hace que el temor y la
aprehensión sean todavía mayores. Puesto que la nación no prestó atención a las
advertencias providenciales de Dios, ahora deben encontrarse con El cara a cara. Ya no será
en forma indirecta, mediante sus juicios, sino en forma directa y personal.
Algunos intérpretes entienden que este aviso significa que deben prepararse para el
encuentro con Dios como su enemigo, y no con el propósito de reconciliarse. Aun cuando
ciertamente éste es un posible significado, una explicación probable es que el profeta les
está lanzando una advertencia final y definitiva. Sería mejor que se prepararan para
encontrarse con Dios mismo, no con sus juicios, y para darle una satisfacción por su falta
de arrepentimiento. Se declara en términos majestuosos quién es este Dios con el que
habrán de encontrarse. Es el Creador omnipotente, que forma las montañas y crea el viento;
es el Dios omnisciente que conoce todos los pensamientos del hombre; es el que gobierna
sobre toda la naturaleza y que puede convertir a su tiempo la luz de la mañana en tinieblas y
El, el poderoso Jehová Dios de los ejércitos, es el soberano sobre toda la tierra. Los cinco
participios del original hebreo ponen de manifiesto la majestad de Dios como que actúa
constantemente en su universo creado por El, de materia y seres humanos. ¡Este es el Dios
todopoderoso con quien Israel debe estar listo para encontrarse!
EXHORTACIÓN AL ARREPENTIMIENTO
Endecha sobre Israel
Hacia la conclusión del capítulo cuarto hay un tono de finalidad que podría inducir a
creer que para Israel todo había terminado. Sin embargo, este capítulo muestra que en
medio de las advertencias, Dios, en su infinito amor, ofrece las más hermosas promesas
para la obediencia y la fe.
El capítulo cinco comienza con una lamentación sobre la ruina de Israel. Amós
contempla al reino del norte como si el castigo de Dios ya hubiera alcanzado a los impíos.
La ruina es completa. La virgen de Israel ha caído sin esperanzas de recuperación; no hay
nadie a quien pueda recurrir en busca de ayuda en su condición actual. Se presenta a la
nación como virgen, no por la belleza de la tierra ni debido a que hasta ese momento no ha
sido conquistada (Isaías 23:12), sino porque eso era lo habitual en los escritos proféticos, al
personalizar a los países o las naciones (véase Isaías 47:1)
Debemos tener cuidado de no interpretar mal lo relativo a que Israel no se volverá a
levantar. En esta afirmación hay un énfasis con relación al exilio de Israel y no a las eras
futuras indefinidas, porque eso sería una negación de la restauración de Israel (nótese
cuidadosamente Isaías 27:6), el retorno glorioso del pueblo de Dios, ampliamente
confirmado en todos los escritos proféticos, tanto en el Antiguo Testamento como en el
Nuevo.
La invasión de los asirios costaría muchas vidas humanas. Sólo quedaría una décima
parte. Esta profecía y otras de Amós y de todos los demás libros proféticos del Antiguo
Testamento, muestran de qué modo literal Dios hizo sus advertencias de Deuteronomio 28.
Compárese Deuteronomio 28:62 con el versículo 3 del capítulo 5. Así pues, lo que se nos
describe es el estado de postración total y de impotencia al que quedaría reducido el reino
del norte por la invasión asiria
Exhortación a buscar al Señor
Antes de que se descargue el castigo, hay todavía una oportunidad de arrepentimiento y
restauración. Dios nunca se apresura a cerrar las puertas de la gracia y la misericordia. En
los días de Noé, esperó (Génesis 6:3; 1 Pedro 3:20) ciento veinte años antes de cerrar esas
puertas (Génesis 7:16). No nos impacientemos a causa de la paciencia de Dios, si El tarda
debido a los perdidos de Israel, para que ellos también puedan ser salvos e integrar junto
con nosotros el cuerpo de Cristo.
Las palabras del profeta son breves (en el original son sólo dos palabras); pero están
cargadas de bendiciones para quienes las escuchen. La exhortación a buscar se repite en los
versículos 5 (en forma negativa), 6 y 14. Una y otra vez, el amor de Dios hace un
llamamiento a los testarudos. Al Señor es a quien deben buscar y no los lugares de
adoración idolátrica de Bet-el, Gilgal y Beerseba.
Las primeras dos de esas ciudades se mencionaron ya en el capítulo anterior (versículo
4) y ahora se les añade Beerseba, reverenciada a causa de los recuerdos del pasado (sobre
todo en el caso de Abraham, Génesis 21:33); pero que ahora era un lugar al que se
organizaban peregrinaciones con el fin de adorar a los ídolos (véase 8:14 de esta profecía).
Puesto que esta población se encontraba a unos cuarenta kilómetros al sur de Hebrón, es
posible hacernos una idea acerca del territorio que había que recorrer para llegar allá. Amós
declara que el ir tras estos santuarios idolátricos equivale a buscar lo que ha de dejar de ser.
Una vez más se repite el llamamiento a buscar al Señor y vivir. De otro modo, Dios
acometerá como fuego (hemos visto con qué frecuencia fue ése el juicio, en los primeros
capítulos de este libro) sobre la casa de José. Se compara a Dios con el fuego en Isaías
10:17; Lamentaciones 2:3 y Hebreos 12:29. “La casa de José” es un nombre menos
frecuente para las diez tribus, la más importante de las cuales era Efraín, el hijo de José
(Abdías 18; Zacarías 10:6).
De entre los muchos culpables que había en el reino, se señala de modo especial a los
jueces injustos, pues habían convertido la justicia en ajenjo (6:12), lo que constituye un
error muy amargo. La justicia es dulce; pero la injusticia es amarga, detestable e injuriosa.
Por medio de sus hechos han echado por tierra la justicia. Ahora, en contraste con sus
métodos injustos, se les insta a que consideren al Señor, que es Juez justo, que también es
el Dios omnipotente. El es soberano absoluto de la naturaleza: las Pléyades y Orión
(constelaciones bien conocidas que se mencionan en Job 9:9; 38:31) son obra de sus manos;
efectúa los cambios de la noche al día y viceversa; controla las aguas del mar (posiblemente
haya aquí una alusión al diluvio de los días de Noé). Asimismo, puede traer destrucción
repentina e irreparable sobre los impíos y sus objetos de seguridad carnal. Es con Jehová
con quien tienen que tratar.
El tiempo malo en Samaria
Los jueces injustos de Samaria han pecado gravemente contra el Señor, pues se los
denuncia una vez más. En la puerta de la ciudad, que era el lugar público de asamblea
donde se celebraban los juicios, aborrecían a quienes reprochaban su conducta impía y
despreciaban a los que hablaban con rectitud. Los pobres eran atropellados y, si querían
obtener justicia, tenían que pagarla. Aplicaban impuestos a los pobres (posiblemente
también les cobraban intereses, lo que estaba prohibido) para su propio provecho, en lugar
de devolverlos a los necesitados que no podían pagarlos. Como resultado, los jueces podían
tener casas de piedra labrada, que eran viviendas de mucho costo (Isaías 9:10), por cuanto
las casas se hacían habitualmente de ladrillos secados al sol.
Pero las ganancias mal habidas nunca se disfrutan y, en el mejor de los casos, son de
corta duración. No habitarían en sus hermosas casas ni disfrutarían el fruto de las viña que
habían plantado (véase Deuteronomio 28:30, 39). En el tiempo de la gloriosa restauración
de Israel sucederá todo lo contrario (Isaías 65:21, 22). Se califica de muchos y muy grandes
las transgresiones y los pecados de los jueces injustos y sobornados. ¡Cuánto aborrece Dios
a los jueces injustos! La época era tan mala que parecía que lo más prudente era guardar
silencio respecto a esas violaciones. Los que eran sabios espiritualmente comprendían que
el protestar, en aquellas circunstancias, no haría más que empeorar las cosas.
Llamamiento al arrepentimiento
Con todo, Amós vuelve a exhortarlos a que busquen el bien y no el mal, para que
puedan vivir. En ese caso, Dios estaría verdaderamente con ellos, y no como ellos se
estaban reconfortando falsamente respecto de la presencia de Dios con ellos. Sus
pretensiones eran absolutamente vanas y estaban basadas en el hecho de que, en lo exterior,
seguían adorando al Señor. Se les aconseja que aborrezcan el mal y amen el bien, y que
hagan justicia para que el Señor pueda manifestarle su gracia al remanente de José. Aunque
Hazael y Benadad habían causado grandes estragos en el reino del norte (2 Reyes 10:32,
33; 13:3, 7); en el tiempo de Joás y Jeroboam II habían reconquistado todo el territorio
tomado, por lo que el reino no tenía ninguna restricción en lo que se refiere a la extensión
(véase 2 Reyes 13:23–25; 14:26–28).
Así pues, esto no puede referirse a las diez tribus durante la época de Jeroboam II. La
referencia es al juicio venidero en el cual Israel será reducido a un pequeño remanente.
Isaías habla del remanente de Judá en 6:13. En Isaías 1:16, 17 pueden encontrarse
pensamientos similares a los de los versículos 14 y 15 del capítulo 5.
El golpe se descarga
Se consigna ahora el juicio implícito en el versículo 15. A la luz de los versículos 7, 10
y 12, y debido a que Dios sabía que no se arrepentirían, les anuncia su castigo. La
combinación de los nombres de Dios en el versículo 16 es desusada.
El lamento será universal; la muerte golpeará tanto en el campo como en la ciudad. Los
habitantes de las ciudades encontrarán cadáveres en todas las calles, y llamarán al
campesino que está en el campo para que vaya a endechar a alguien que ha muerto en su
hogar. Las plañideras profesionales que, al ser contratadas, daban muestras de excesivo
dolor (Jeremías 9:17–19), tendrían mucho trabajo. Los lamentos de luto penetrarían incluso
a los viñedos, donde el único sonido que se oía por lo común era el del regocijo. Dios
pasaría por toda la tierra (compárese con Exodo 12:12). Lo que sucedió en Egipto fue la
aplicación milagrosa de un castigo. En Israel los asirios serían los instrumentos utilizados
por Dios para su castigo.
El día del Señor
Amós se vuelve ahora hacia quienes desean que llegue el día de Jehová y pronuncia un
ay sobre ellos. Algunos opinan que en este pasaje se trata de burladores (Isaías 5:19;
Jeremías 17:15) que se atrevían a desafiar al Señor a que ejecutara lo peor de su juicio. Si
bien es cierto que ésta es una posible explicación del pasaje, nosotros preferimos ver aquí a
quienes hablan en forma piadosa en medio de sus acciones pecaminosas. Son hipócritas que
se engañan a sí mismos. Estando en medio de todo su pecado, todavía deseaban el día de
Jehová, porque pensaban que entrañaría gloria, victoria y liberación para todo Israel, sin
que importara cuál era la relación de su corazón con Dios. El profeta explica que el día de
Jehová es un tiempo de tinieblas para los malvados (Joel 2:2) y no uno de esperanza
brillante.
Habían llegado a tener un concepto totalmente erróneo de la naturaleza del día de
Jehová. De cualquier modo, el juicio es ineludible. Al buscar el día del Señor como escape
para sus dificultades actuales, iban de un peligro a otro peor. En su estilo rústico, Amós
describe a alguien que escapa de un desastre y luego, de otro, tan sólo para ir a caer en un
tercero, peor que los anteriores. El hombre que se libra del león lo hace únicamente para
encontrarse con un oso, del cual huye tan sólo para ser mordido de muerte por una serpiente
que se halla en una grieta de la pared de su propio hogar, donde se apoya para recuperar su
aliento. Juicio inevitable y no una perspectiva brillante será lo que les esperará a los impíos
en ese día.
Una adoración vana y la sentencia de Dios
Si todavía esperan que su adoración los mantenga en buenas relaciones con Dios, se
engañan, puesto que el Señor aborrece y desprecia todos los detalles de la misma. El
aborrecimiento y desagrado divinos se expresan en forma enfática por medio de los
diferentes términos que manifiestan el vehemente disgusto de Dios. Esto nos hace recordar
una acusación similar contra la adoración de Israel, en Isaías 1:10. Entiéndase que no se
trata de que Dios no hubiese instituido el sacrificio ritual, sino que no podía soportarlo
cuando el corazón no era recto. Todas las fiestas, las asambleas solemnes, las ofrendas
quemadas, las de flor de harina y las de paz provocaban la ira de Dios. Les ordena que
cesen el ruido de sus cantares, lo que significa una manifestación de desprecio por los
cánticos presentados por los levitas en las fiestas solemnes durante la adoración en el
templo, cuando ofrecían los sacrificios (1 Crónicas 16:40–42; 23:5).
La adoración en Bet-el era una imitación de la que se realizaba en Jerusalén, en cada
aspecto importante. Se les aconseja que incluyan en su vida espiritual los elementos que tan
urgentemente necesitaban: la rectitud y la justicia, que debían encontrar su lugar, en forma
abundante y perenne, en la corriente de la vida espiritual de la nación. Sólo entonces estaría
satisfecho el Señor. Véase 1 Samuel 15:22; Salmo 66:18; Oseas 6:6 y Miqueas 6:8, con
relación a esta verdad vital.
Los versículos 25 y 26 del capítulo 5 se clasifican entre los más difíciles de la profecía
de Amós, y las interpretaciones que se les han dado son muy variadas. Muchos eruditos
respetables tienen opiniones encontradas en cuanto a la respuesta a la pregunta del
versículo 25. Algunos dicen que la respuesta que se espera es afirmativa, mientras que otros
sostienen que es negativa. Los relatos históricos de los libros de Moisés deben ser decisivos
para resolver esta controversia. Allí encontramos (Exodo 24:4, 6; Números 7:19) que Israel
ofreció sacrificios y ofrendas a Dios en el desierto de manera muy definida y en más de una
ocasión. Es posible que, una vez que la generación que estaba en el desierto fue condenada
a morir allí, lo hacían de mala gana o incluso en forma intermitente; sin embargo, no
podemos darle una respuesta negativa a la pregunta de Amós. El profeta dice: “Sí,
presentasteis ofrenda al Señor y, sin embargo, llevábais también las imágenes que hicisteis
de vuestros dioses.” De este modo, Amós acusa a Israel de haber observado el ritual de la
ley mosaica al mismo tiempo que seguían a los ídolos, tal y como lo estaban haciendo los
contemporáneos del profeta en el reino del norte.
Desde tiempos inmemoriales Israel se había dado a la idolatría y al mismo tiempo
esperaba que Dios se mostrase complacido con su rutina superficial de ritos en el templo.
Esas dos cosas eran incompatibles, tanto en la época de Moisés como en los días de Amós.
Su adoración del becerro en Dan y Betel era sólo el resurgimiento de la adoración idolátrica
del becerro en el desierto. La sentencia justa de Dios por esta monstruosidad espiritual es el
exilio. Todo el reino había de ser llevado en cautividad más allá de Damasco, lo que es una
clara referencia a Asiria.
LA RESTAURACIÓN DE ISRAEL
La visión de la destrucción del templo
El último capítulo de la profecía de Amós tiene que ver con la visión final y
concluyente, la de la destrucción del templo. La escena se desarrolla en el santuario
principal del reino del norte, en Bet-el, y no en Jerusalén. El Señor mismo dirige el juicio y
ordena que los capiteles, las cabezas de las columnas, sean derribados, de tal modo que los
umbrales mismos se estremezcan. El golpe que viene de arriba destruye el santuario hasta
sus cimientos. Se mencionan tanto la parte alta como la de abajo para mostrar la
destrucción completa. Cuando se desplomen las columnas, caerán sobre las cabezas de la
gente que evidentemente estará reunida en el templo en medio de una festividad. Todos
quedarán sepultados en las ruinas. Si alguno llegara a escapar del derrumbe del edificio,
será muerto a espada.
El profeta nos describe de este modo vívido la ira de Dios sobre toda la adoración
idolátrica de Israel y su juicio sumario sobre ella, un juicio sin recurso. Dos veces se dice
que nadie escapará de la catástrofe. Los versículos 2 al 4 amplían el último pensamiento del
versículo 1 de que no hay posibilidades de escape. Se nos presentan casos hipotéticos de
intentos de escape del juicio y la absoluta imposibilidad de evitar la condenación.
Con palabras que nos recuerdan mucho las del Salmo 139:7–10, Amós proclama la
omnipresencia de Dios. Aun cuando el condenado excave las entrañas de la tierra, hasta el
Seol, allí lo alcanzará la poderosa mano de Dios; si intentaran subir hasta las cumbres más
altas, desde allí Dios los hará descender. Se dice lo mismo de Babilonia en Jeremías 51:53
y de Edom en Abdías 4. Se ha dicho muy bien: “La tumba no es tan terrible como Dios.”
La omnipresencia de Dios es una verdad consoladora y sustentadora para los buenos; pero
es algo terrible para los malvados cuando se avizora el juicio. Aun cuando los fugitivos
procuraran esconderse en la cumbre del monte Carmelo, de nada les valdría contra el ojo
escudriñador del Señor.
El monte Carmelo se eleva súbitamente desde el mar hasta una altitud de
aproximadamente 600 metros. Se dice que hay unas mil cavernas en esa montaña, sobre
todo en el lado occidental que da hacia el mar. El monte es conocido por sus densos
bosques y sus grandes cuevas que sirvieron a menudo como albergues para ermitaños.
Esas cuevas no sólo resultarían insuficientes para ocultarse de la ira de Jehová, sino que
ni siquiera el fondo del mar proporcionaría refugio a quienes escaparan. En el fondo
marino, el Señor le ordenaría a la serpiente abisal que muerda a los culpables (compárese
esto con Isaías 27:1). Igual que el gran pez obedeció al Señor cuando le ordenó que tragase
a Jonás, así la serpiente marina obedecería las instrucciones del Señor respecto a los
pecadores de Israel.
Y si los impíos fueran en cautiverio ante sus enemigos, esto es, de modo voluntario, con
el fin de salvar la vida, aun allí los destruiría la espada. Una vez más, la mira está puesta en
Asiria, aun cuando no se la mencione en parte alguna de la profecía. Todos los intentos de
escapar del azote de la mano de Dios en el día de su terrible castigo resultarán inútiles y
contraproducentes. La razón se encuentra en el hecho de que Dios ha puesto los ojos sobre
ellos con un propósito fijo, no como anteriormente, para hacerles bien y bendecirlos, sino
sólo para mal. Así se lo ha propuesto y permanecerá firme en su propósito. Cuidará de que
se cumpla su propósito.
El Dios omnipotente
Para que ninguno de sus oyentes se consuele falsamente pensando que el Señor no hará
o no puede hacer lo que ha amenazado hacer, Amós declara en forma majestuosa la
omnipotencia de nuestro Dios, el Señor Jehová de los ejércitos. El es el Dios de todo poder
(véase 4:13; 5:8, 9; 8:8). Ciertamente, el poder pertenece, no a la bomba atómica, sino al
Señor. A Dios le bastaría tocar la tierra con ira para que se disolviera (Salmo 46:6).
Dios puede hacer que la tierra se eleve y se hunda, como el Nilo en Egipto, y puesto que
El ha formado los cielos y la tierra, puede hacer que las aguas se derramen sobre la tierra.
Toda la naturaleza se encuentra bajo su dominio. Sólo el hombre se atreve a desafiar su
voluntad. Por consiguiente, como sucedió en el pasado, así también ocurrirá en el futuro:
Dios empleará las fuerzas mismas de la naturaleza para castigar a sus criaturas malvadas.
Esto se expone con toda claridad en el libro del Apocalipsis. El profeta Amós le pregunta
así a Israel: “¿Podéis escapar de un Dios como éste?”
Los pecadores y el remanente
La seguridad carnal que tenían por haber sido escogidos como el pueblo de Dios no los
libraría de la ira del Señor en contra de Israel. En cuanto a la idolatría, habían llegado a ser
como los pueblos paganos que los rodeaban. Se habían rebajado hasta el papel de los
paganos; por consiguiente eran como los etíopes a los ojos del Señor. Esta es la denuncia
más firme de Israel que hace el profeta, por cuanto los compara con paganos.
Amós muestra que, puesto que Dios en sus tratos providenciales ha mudado y
trasladado a diferentes pueblos de sus lugares de origen, Israel no debe ilusionarse con la
idea de que, como El los sacó de Egipto para traerlos a Canaán, estaban en una posición tan
privilegiada que nunca podrían ser juzgados severamente por sus pecados. No se pueden
invocar privilegios en interés de la salvación y la liberación, mientras se abuse de ellos o se
ridiculicen.
Los etíopes habían sido tomados de su lugar de origen en Arabia y habían sido
trasplantados entre las naciones de Africa. Después de cuatro siglos de esclavitud los
israelitas fueron liberados de Egipto y volvieron a Canaán. Dios había llevado a los filisteos
desde Caftor, probablemente Creta, aun cuando los traductores griegos del Antiguo
Testamento creían que se trataba de Capadocia (véase Génesis 10:14; Deuteronomio 2:23;
Jeremías 47:4; Ezequiel 25:16). Según el pasaje de Deuteronomio, parece que dicho
traslado tuvo lugar antes del éxodo del pueblo de Israel de Egipto.
Finalmente, el profeta observa que Dios había trasplantado a los sirios de Kir a las
regiones cercanas a Damasco (compárese con 1:5). ¿Dónde estaba entonces la ocasión para
que Israel se jactara o confiara carnalmente en su posición de privilegio? Una vez más Dios
aparece como Señor de todas las naciones, al igual que en los capítulos 1 y 2. Y en todos
ellos por igual, debe castigar los pecados y la rebeldía hacia El. Por tanto declara que sus
ojos están sobre el reino pecador de Efraín para destruirlo de sobre la faz de la tierra.
Las palabras reino pecador son una designación desusada para el reino del norte, y esta
condición es totalmente opuesta a lo que era el ideal de Dios para ellos, según se establece
en Exodo 19:6.
Hasta este punto en el libro de Amós no ha habido palabra alguna que mitigue la
sentencia del juicio. La profecía ha estado singularmente desprovista de promesas de
bendición y de prosperidad en el futuro. Ahora el profeta declara que, aun cuando con toda
justicia y santidad Dios debe destruir para siempre el reino del norte, no destruirá
completamente la casa de Jacob (nombre que se le da a toda la nación). La razón para ello
se expresa en Jeremías 31:36. Dios no dejará de cumplir las promesas que les había hecho a
Abraham y sus descendientes. Cómo se deben entender y cumplir las últimas palabras del
versículo 8 queda expuesto en el versículo 9. Dios va a zarandear (una palabra muy
significativa que quiere decir “hacer mover de un lado para otro”) la casa de Israel entre
todas las naciones, como se zarandea el trigo en una criba; sin embargo, no permitirá que
caiga al suelo ni el grano más pequeño.
Aquí tenemos varios puntos importantes. Primeramente, es el Señor el agente en todo el
zarandeo. En segundo lugar, el zarandeo es una descripción del estado sumamente inestable
de Israel. En tercer lugar, el ser zarandeado entre todas las naciones revela la dispersión
universal del pueblo de Dios. En cuarto lugar, el tamo y el polvo serán eliminados y se
perderán. Por último, el grano que es el verdadero remanente de Israel, será preservado y
liberado. El mundo entero es una gran criba en la que Israel es sacudido de un lugar a otro.
Estas palabras describen de un modo muy vívido y preciso la condición de Israel, sobre
todo desde la destrucción de Jerusalén por los romanos, el año 70 d.C. Sin embargo, en
medio de todo, Dios tiene puestos sus ojos sobre la nación para protegerla. Sólo así se
puede explicar su preservación a pesar de su exilio mundial y de las interminables
persecuciones del tipo más diabólico.
Ningún grano cae a tierra en este zarandeo del Señor; pero tampoco escapa ningún
pecador. Todos los pecadores de la nación perecerán. Se menciona de modo especial a
quienes se jactaban en forma desafiante de que no los alcanzaría el juicio de los malvados
(véase 6:3, sobre los opresores ricos de Samaria). Quienes no creían en el juicio iban a tener
que soportarlo.
Restauración de la dinastía de David
Al concluir la triste dispersión de Israel, el Señor ha prometido volver a reunirlos y
poner sobre ellos a su propio Rey justo, el Mesías, el Hijo de David. Amós predice esto a
continuación, con palabras de inigualable belleza.
En los días postreros de la historia de Israel, el Señor levantará el tabernáculo
(literalmente: la cabaña o caseta) de David que está caído y en ruinas. Reparará los portillos
y las ruinas, edificándolo como en los días de la antigüedad. La casa de la que habla el
profeta no es edificio magnífico, sino una cabaña desplomada y en ruinas. Esto presenta un
marcado contraste con el espléndido palacio que se había hecho construir David para sí
mismo (2 Samuel 5:11, 12).
Por lo general, se denomina “la casa de David” a la dinastía davídica (2 Samuel 3:1; 1
Reyes 11:38; Isaías 7:2, 13). En Isaías 16:5 encontramos la expresión “el tabernáculo de
David”. En nuestro pasaje de Amós se hace referencia a la condición baja y degradada de la
monarquía davídica. Isaías 11:1 habla también de la condición baja del linaje de David.
Con este versículo como base, los rabinos del Talmud designaron al Mesías “Bar Naphli”
(hijo del caído), aun cuando Amós no menciona específicamente a la persona del Mesías,
sino sólo el linaje del cual El vendría.
Por medio del Hijo de David serán reparadas las brechas de la casa de David, la primera
de las cuales se produjo con la separación de las diez tribus. La dinastía y el reino de David
serán restaurados. Y la restauración significará volver a su condición más gloriosa de los
tiempos pasados, esto es, en los tiempos de David y Salomón, cuando el reino todavía no se
había dividido y gozaba de prosperidad, disfrutando en toda su plenitud el máximo
esplendor del gobierno real de toda la historia de Israel.
Cuando Israel tenga a su legítimo Rey en el trono, se constituirá en la cabeza de todas
las naciones. Amós predice que Israel poseerá el resto de Edom, y a todas las naciones
llamadas con el nombre del Señor. De modo claro, el profeta menciona a Edom como
representante de todas las naciones del mundo. A pesar de ser los más estrechamente
relacionados con Israel, eran los enemigos irreconciliables del pueblo del Señor (Abdías
12). Aquellos sobre los cuales es invocado el nombre del Señor, es una designación para los
mismos que se mencionan en Joel 2:32.
La mención que Jacobo hace de Amós 9:11, 12, en Hechos 15:16–18, no nos da bases
suficientes para sostener, como lo hacen algunos, que esta profecía se cumplirá de modo
completo en esta época de gracia. La expresión “en aquel día” que aparece en nuestro texto
se refiere a los últimos días de Israel. La mención de nuestros versículos en Hechos 15:16–
18 se hace con un objetivo: confirmar la conversión de los gentiles. Por esto la cita da sólo
el sentido general del pasaje de Amós y no apoya la posición de que el texto del libro de
este profeta tiene como meta final la iglesia cristiana.
Cuando Israel sea cabeza de las naciones, su tierra será abundantemente fructífera. “El
que ara alcanzará al segador, y el pisador de las uvas al que lleva la simiente.” La idea es
que cuando el campesino apenas haya terminado de arar, la semilla estará madura, y apenas
haya acabado de pisar las uvas, tendrá que comenzar a sembrar (compárese esto con
Levítico 26:5). La temporada de la vendimia continuará hasta el tiempo de la siembra, a
causa de la abundancia de frutos. Se dice que los montes destilarán mosto, por cuanto las
viñas se plantan en las terrazas de las montañas (véase también Joel 3:18).
En ese tiempo, Israel será restablecido de una cautividad de muchos siglos, para que
reconstruya sus ciudades, las habite y disfrute de sus viñedos y huertos (compárese con
Oseas 6:11 y Amós 5:11). Entonces Israel será plantado y en su propia tierra echará raíces
(2 Samuel 7:10) para no ser arrancado ni desarraigado nunca más de su tierra dada por
Dios. Gracias a Dios, los días de exilio habrán pasado. Estudie con cuidado Isaías 61:4;
62:8, 9; 65:21–23.
Hagamos un resumen de la notable profecía de Amós que se ha de cumplir en la
consumación de la historia de Israel: 1) la restauración de la dinastía davídica, versículo 11;
2) la supremacía de Israel sobre las naciones, versículo 12; 3) la conversión de las naciones,
versículo 12; 4) la fertilidad de la tierra, versículo 13; 5) la reconstrucción de sus ciudades,
versículo 14; y 6) su establecimiento permanente en su propia tierra después de su retorno
de la cautividad, versículo 15.
¿Y qué diremos de los granos?
El corazón de Dios está lleno de buenas cosas reservadas para Israel. ¿Cuál es la actitud
de nuestro corazón hacia ellos? El tamo será aventado durante el zarandeo mundial de
Israel; pero Dios tiene en cuenta la preservación de los granos. Así, aun ahora el propósito
de Dios es llamar de en medio de Israel a los que denomina “el remanente escogido por
gracia” (Romanos 11:5).
7
ABDIAS: SENTENCIA SOBRE EDOM
TERCERA PARTE
8
JONAS: EL AMOR DE DIOS POR TODAS LAS NACIONES
EL PROFETA DESOBEDIENTE
El profeta Jonás
No se sabe nada sobre el profeta Jonás, aparte de lo que indica el libro mismo y la
presentación histórica de 2 Reyes 14:25. Su nombre significa “tórtola” y el de su padre,
“veraz”.
El párrafo de 2 Reyes afirma que el rey Jeroboam II restauró algunos territorios de
Israel, de acuerdo con la profecía de Jonás. Esta afirmación concerniente al cumplimiento
de su profecía no nos proporciona ninguna clave segura respecto al momento en que se
hizo, ni tampoco en lo que concierne a la época del ministerio de Jonás. En general, los
estudiantes tradicionalistas de este libro sostienen que pertenece al siglo ocho antes de
Cristo.
El hogar del profeta se encontraba en Gat-hefer de Zabulón (Josué 19:13), al norte de
Nazaret de Galilea. (Observe el error que cometen los enemigos del Señor en Juan 7:52.) El
mismo libro de Jonás es suficiente para darnos una introspección en lo que respecta a la
vida y el carácter de este profeta tan debatido y desdeñado.
Un libro ridiculizado
Probablemente este libro ha sido atacado por los incrédulos más que cualquier otro de la
Biblia. Lo han convertido en blanco de bromas de mal gusto y de una ridiculización
injustificada. Este es el gran libro misionero del Antiguo Testamento. Podemos juzgar
cuánta importancia le conceden los judíos a este libro, cuando lo leen durante la celebración
solemne del día de la Expiación. Cuando Cipriano, un orador cristiano del siglo tres de
nuestra era, leyó el libro del profeta, se conmovió profundamente y Dios utilizó ese libro
para su conversión.
Han surgido ciertas dudas respecto al carácter profético del libro, debido a que contiene
historia y narración, quedando prácticamente excluida la profecía o predicción. Faltan en él
los acostumbrados discursos proféticos. Pero hay quienes comprenden que el libro se
encuentra entre los profetas, no por los sucesos históricos que relata, sino debido a que las
memorias que contiene son profecías en sí mismas. Como podremos apreciar más adelante,
el libro es una notable profecía de toda la historia del pueblo de Israel y una clara
predicción de la resurrección de Cristo (véase Mateo 12:39–41 y 16:4).
La ridiculización se ha centrado de modo especial en que Jonás fue tragado por el pez y
que fue preservado dentro del vientre del animal. La raíz del problema es la negación de lo
milagroso. Pero si excluimos lo milagroso de nuestra Biblia, ¿cuánto de ella nos quedará?
Y más importante todavía: ¿Qué clase de Dios nos quedaría? Es simplemente incredulidad
carente de perspicacia el pensar que se resuelve la dificultad eliminando este milagro del
libro de Jonás.
La profecía está llena de milagros. Observe estos evidentes milagros en el libro: la
tempestad; identificación de Jonás como el culpable mediante el sistema de echar suertes;
aquietamiento repentino del mar; aparición del gran pez en el momento preciso;
preservación de Jonás; su expulsión del vientre del pez en la orilla, sano y salvo; la
calabacera; el gusano; el viento solano y el hecho más digno de reconocimiento de todos: el
arrepentimiento de toda la ciudad de Nínive.
Lo mismo que el cuerpo humano, el libro es una unidad íntegra. Córtelo donde quiera y
sangrará. Un hijo de Dios que confía en El no le tiene temor a lo milagroso. Además, ese
desprecio perenne del milagro de la deglución de Jonás ha servido por demasiado tiempo
para desviar la atención del mensaje central del libro, que es el amor de Dios por todo el
mundo, como lo veremos más ampliamente en lo que sigue.
Llamado y desobediencia de Jonás
Quienes se empeñan en decir que esta profecía es un mito, leyenda, alegoría o parábola,
no pueden explicar satisfactoriamente por qué el libro comienza con un estilo profético
reconocido (véase Zacarías 6:9; 8:1 y otros casos en los libros proféticos). La palabra de
Dios dicha a Jonás fue una orden clara e inequívoca para que fuera a la Nínive pagana y
predicara contra ella, debido a su gran maldad. Este es el único caso de un profeta enviado
a los paganos.
Nínive, mencionada por primera vez en Génesis 10:11, era la vetusta capital del
Imperio Asirio en la margen oriental del río Tigris. Senaquerib la constituyó capital de
Asiria y posteriormente fue destruida por los medos y los persas el año 612 a.C. Los
escritores clásicos nos informan que la ciudad, en forma de trapecio, era la más grande del
mundo en aquellos días (3:2, 3; 4:11).
Al profeta se lo comisionó para que predicara contra la ciudad a causa de su gran
pecado y corrupción. (Para una expresión similar de pecado, véase Génesis 18:21; respecto
a la fraseología, véase 1 Samuel 5:12.) Dios le mandó a Jonás que fuera allá; pero el profeta
era de opinión contraria y huyó hacia Tarsis. Los profetas no eran simples máquinas;
podían resistirse a la voluntad de Dios. Sin embargo, éste es el único caso registrado en que
un profeta se negó a llevar a cabo su misión.
Nínive se encontraba al este de Palestina, mientras que Tarsis estaba al oeste. Según el
historiador griego Herodoto, Tarsis corresponde a Tartésides, en el sur de España. Los
últimos atlas bíblicos identifican ese lugar como un centro comercial fenicio en España o
Cerdeña, puesto que el nombre se encuentra en ambos lugares. No hay ninguna evidencia
que permita situar Tarsis en Inglaterra.
¿Por qué huyó Jonás? Las respuestas a esta pregunta han sido varias. Se ha sugerido que
presentía que el arrepentimiento de la ciudad, si se producía, significaría la caída de su
propio pueblo. Otros expresan la opinión de que el profeta temía que la conversión de los
gentiles disminuyera los privilegios de Israel como pueblo escogido de Dios. Se ha
explicado la desobediencia del profeta como producto del orgullo y de la intolerancia: no
podía regocijarse ante el hecho de que Dios fuera a demostrar su gracia para con un pueblo
pagano. Es verdad que Jonás sabía, por las profecías anteriores (véase Oseas 9:3), que
Asiria sería la encargada de ejecutar el castigo divino sobre Israel. En el capítulo 4,
versículo 2, el profeta mismo nos indica cuál fue su motivo para huir a Tarsis. Se negó a ir
a Nínive porque temía que el mensaje de Dios tuviera éxito entre ellos. Por naturaleza, el
corazón del hombre prefiere que caiga el juicio sobre otros hombres más bien que se
manifieste en ellos la gracia y la misericordia de Dios.
¿Cómo esperaba Jonás huir de la presencia del Señor? No desconocía la omnisciencia
ni la omnipresencia de Dios (Salmo 139:7–12; Jeremías 23:24), sino que estaba huyendo de
la tierra de Israel donde el Señor habitaba en el templo, en forma manifiesta. (Véase una
expresión similar en Génesis 4:16.) Se puede considerar también la idea de su huida o
abandono del servicio del Señor. Jope, el moderno puerto marítimo de Jaffa en el
Mediterráneo, se utilizaba ya como puerto en tiempos de Salomón (2 Crónicas 2:16). Es de
veras interesante que en ese mismo lugar, el apóstol Pedro necesitó recibir una visión del
cielo para enviarlo con el evangelio a un gentil: Cornelio (Hechos 10).
La tormenta
Jonás puede huir; pero Dios no ha dejado de tener soberanía sobre la naturaleza y sus
criaturas. Dios envió (literalmente, “lanzó”) un gran viento y tempestad sobre el mar. Los
vientos están a su servicio (Salmo 104:4).
Por gracia, Dios buscó a su siervo desobediente y no le permitió permanecer en su
pecado durante mucho tiempo. Los marineros, acostumbrados a las tormentas en el
Mediterráneo, sabían que aquella no era una tempestad común y corriente, y se llenaron de
terror. Es probable que la mayoría de los marinos fueran fenicios, pero de diversos lugares,
y adoraban a diferentes dioses. Además de sus oraciones, los hombres comenzaron a arrojar
los enseres del barco al mar para aligerar la carga y evitar así el hundimiento de la
embarcación. A juzgar por los detalles que se nos dan, la conducta de los marinos en toda
esa situación pareció ser la más plausible.
Mientras todo ese terror, consternación y actividad febril tenían lugar, Jonás,
probablemente por la fatiga del viaje a Jope y por la ansiedad que agobiaba su mente, había
descendido a uno de los retiros de la nave y se había quedado dormido. Es bien sabido que,
con frecuencia, el pecado trae consigo insensibilidad.
Era realmente vergonzoso que un pagano tuviera que llamar a un profeta de Dios a que
orara. Como creyentes, debemos sentirnos avergonzados ante los musulmanes, que oran
cinco veces cada día. ¿Hay algunos entre nosotros que no se acuerdan de elevar su corazón
a Dios siquiera una vez al día?
Con toda probabilidad Jonás oró a Dios; pero la tormenta no se calmó. Los hombres
llegaron a la conclusión de que tenía que haber alguien a bordo que era culpable de un
grave pecado, y decidieron echar suertes para encontrar al culpable.
El echar suertes no se oponía a la voluntad de Dios. Nótese el echar suertes en el caso
de Acán (Josué 7:16), cuando se repartió la tierra bajo la dirección de Josué (Josué 15:1), en
el caso de la transgresión de Jonatán (1 Samuel 14:36–42) y en la elección de Matías
(Hechos 1:26). En Proverbios 16:33 leemos: “La suerte se echa en el regazo; más de Jehová
es la decisión de ella.” Después del derramamiento del Espíritu Santo en el día de
Pentecostés no hay pruebas de que se haya vuelto a echar suertes entre los creyentes. El
Espíritu que vive en nosotros ahora es absolutamente suficiente para dirigir la vida de cada
creyente y actúa de conformidad con la Palabra de Dios.
La suerte designó culpable a Jonás. Las preguntas de los marineros no mostraron que
dudasen de la suerte echada, sino más bien que querían que Jonás mismo confesara su falta.
Las respuestas de Jonás son sinceras. Se declaró hebreo (así se conocía a los israelitas entre
los extranjeros, Génesis 39:14, 17; 40:15) y adorador de Jehová, el Creador del cielo, de la
tierra y del mar. Al oír aquello, los presentes fueron sobrecogidos de terror, ya que la
tormenta proclamaba la omnipotencia de Dios mejor de lo que podía hacerlo Jonás.
Aquellos marineros paganos estaban más alarmados e impresionados por la flagrante
desobediencia de Jonás que el mismo profeta de Dios lo estaba. ¡Qué reprensión debe de
haber sido esto para Jonás!
Jonás en el mar
Cuando el mar se iba embraveciendo más y más, los marineros le preguntaron al profeta
qué deberían hacer. No querían imponer un castigo por sí mismos, puesto que se daban
cuenta del poder que tenía el Dios al que Jonás había ofendido.
La respuesta de Jonás lo da a conocer con mayor claridad que cualquier otra parte del
libro. Requirió un verdadero valor aconsejarlos como lo hizo. Obsérvese que él mismo no
se arrojó al mar, ya que hay una gran diferencia entre el despertar de la conciencia y la
desesperación. Jonás se confiesa merecedor de la muerte y está dispuesto a sufrir el castigo.
Son palabras nobles de un verdadero siervo de Dios. Estaba dispuesto a sacrificarse para
salvar a los que estaban a punto de morir. Cuán parecido es este gesto al de nuestro Señor
Jesucristo, si bien nuestro Salvador no dio lugar a la calamidad, como Jonás con su
indocilidad. Sin embargo, tan nobles como las palabras del profeta fueron las acciones de
los marinos, puesto que trataron de salvarle la vida. Remaron con vigor (literalmente:
“trabajaron muy duro”), esforzándose todo lo que podían por volver a tierra.
Pero la tempestad arreciaba. Entonces aquellos hombres invocaron a Dios para que no
dejara caer sangre inocente sobre ellos. Manifestaron mayor interés por una vida que el que
tenía Jonás por centenares de miles de seres humanos en Nínive. Es evidente que, aun
cuando aquellos marineros paganos no conocían la ley de Dios dada a Israel, sabían que la
vida del hombre es preciosa a los ojos de Dios (Génesis 9:5, 6). También se daban cuenta
de que tanto la suerte echada como la palabra del profeta, así como la tormenta, eran
señales de la soberana voluntad de Dios. El Señor había hecho según le placía. Eso era
discernimiento elevado. Al echar a Jonás al mar, éste se calmó.
Verdaderamente, Dios perdona a los que lo invocan en actitud penitente: los marineros
experimentaron esta verdad, como lo experimentaron más tarde Jonás y la ciudad de
Nínive. Al ver cómo el furor del mar se calmaba, los marinos fueron testigos, una vez más,
de la omnipotencia de Dios. Sobrecogidos de un temor reverente ante el Señor, ofrecieron
sacrificios de lo que tenían con ellos en el barco e hicieron votos que esperaban cumplir en
cuanto llegaran a su punto de destino.
Jonás dentro del pez
Pero el Señor no había dado por terminados sus tratos con su siervo. Preparó un gran
pez que se tragara a Jonás. Uno de los rabinos antiguos sugirió que ese pez fue preparado
con ese fin desde la creación del mundo. La palabra hebrea significa “asignar, ordenar”.
Dios dispuso que el pez estuviese allí cuando Jonás fue echado al mar. La índole y las
dimensiones del pez son de importancia secundaria para nosotros. ¡Mucho más importante
que el pez es el hombre! No nos arriesgamos a ser desviados y perder de vista al principal
protagonista con quien Dios estaba tratando. No hay razones naturales que permitan
explicar todos los hechos en este caso. La única explicación para la preservación de Jonás
en el vientre del pez es que fue un milagro. Nuestro Señor Jesucristo mismo dice, en Mateo
12:39, que fue una señal.
Jonás como tipo de Israel
Aun cuando el primer capítulo de este libro no contiene ni una sola palabra de
predicción, está lleno de profecías relativas a Israel. Jonás es una representación de Israel.
Al igual que al profeta, Dios escogió a Israel para que fuera su pueblo y su testigo (véase
Deuteronomio 14:2; Ezequiel 20:5 e Isaías 43:10). Del mismo modo que Jonás, Israel
recibió una comisión de parte de Dios (véase Isaías 43:10–12; 44:8). Tal y como lo hizo
Jonás, Israel desobedeció la voluntad de Dios. (Compárese con Exodo 32:1–4; Jueces 2:11–
19; Ezequiel 6:1–5; Marcos 7:6–9.) Así como Jonás se encontró en medio de hombres de
distintas nacionalidades, Israel, en su desobediencia, ha sido esparcido por toda la tierra
(Deuteronomio 4:27; Ezequiel 12:15). Mientras Jonás estuvo entre los paganos, llegaron al
conocimiento de Dios; mientras Israel está entre las naciones, los gentiles llegan a conocer
a Dios (véase Romanos 11:11). Jonás fue preservado milagrosamente dentro del monstruo
marino. Israel ha sido preservado milagrosamente en el plan de Dios a través de muchos
siglos de exilio y dispersión (véase Oseas 3:3; Jeremías 30:11; 31:35–37). En realidad, el
libro de Jonás es una profecía de Israel.
EL PROFETA CASTIGADO
La situación de Jonás
En la parte final del primer capítulo de este libro se indica que Jonás permaneció en el
vientre del pez que se lo había tragado durante tres días y tres noches. El Dios soberano que
puede conservar la vida antes del nacimiento, podía hacer lo mismo con Jonás dentro del
vientre del pez y efectivamente lo hizo.
Jonás se hallaba en estado consciente, aun cuando pudiera ser que no comprendiera la
magnitud de su situación. Si bien el profeta de Dios estaba desobedeciendo el mandato de
Dios porque no satisfacía sus propios deseos, sabía de modo instintivo a quién acudir
cuando se hallaba en dificultades. Dentro del pez clamó a Dios en oración.
Ha habido muchos debates respecto al momento de esa oración, así como también sobre
cuándo se puso por escrito para nuestra edificación. En el primer versículo del capítulo 2
resulta evidente que Jonás oró mientras estaba todavía cautivo en el vientre del gran pez.
Jonás escribió su oración y todos los demás sucesos de esta profecía en una ocasión
posterior a su liberación del pez y a su ministerio en Nínive.
Hay quienes creen que Jonás murió realmente dentro del pez y fue vuelto a la vida.
Aparentemente se desea hacer la figura y tipo de la resurrección de Cristo tan
estrechamente idénticos al cumplimiento o antitipo como sea posible. No es necesario
mantener esta opinión. La característica principal de esta narración que mencionó nuestro
Señor Jesucristo fue el factor tiempo. No es necesario hacer más suposiciones.
Algunos han dudado de que el profeta Jonás pudiera haber formulado semejante oración
al Señor en las circunstancias en que se hallaba. Este es el argumento de la incredulidad.
Las Escrituras indican con toda claridad que Jonás hizo esta oración mientras estaba dentro
del pez, y eso es precisamente lo que sucedió. La palabra oró no implica necesariamente
petición o súplica; puede referirse igualmente a una acción de gracias o alabanza.
Al leer y estudiar la oración del capítulo 2, vemos muy pronto que tenemos aquí no una
petición por una liberación futura, sino una alabanza por una liberación ya realizada. Se ha
sugerido que en el curso de su oración Jonás fluctuó entre la tendencia a desesperarse y la
fe que le hace esperar en la segura liberación de Dios. Por el contrario, en vez de fluctuar,
toda la oración respira la atmósfera de una liberación segura, a pesar de la enumeración de
las terribles circunstancias en que se hallaba el profeta de Dios.
Obsérvese cómo dirigió su oración al Señor “su Dios” (versículo 1) y “Dios mío”
(versículo 6). Estas expresiones muestran la fe de Jonás en su Dios. A pesar de que trató de
huir del Señor, sabía positivamente que Dios no lo había abandonado y que en ese
momento seguía siendo, igual que antes, su Dios en quien podía confiar. Por fe Jonás vio su
liberación ya concedida y agradece a Dios por ello, aun antes de que se cumpliera
realmente.
El capítulo está lleno de reminiscencias de los salmos, y esto nos muestra lo bien
versado que estaba Jonás en las Sagradas Escrituras, y lo llenos que estaban su mente y su
corazón de la Palabra de Dios. El libro de los Salmos revela cómo se derrama el corazón de
los santos en momentos de la más profunda aflicción, al igual que en otras experiencias de
la vida. El profeta ha guardado estas palabras en su corazón y ahora, en el momento de su
mayor aflicción, puede hallar consuelo en ellas. El propósito de las Escrituras es que sean
para nosotros también, como creyentes en Cristo, una fuente de consuelo y esperanza
(véase Romanos 15:4).
Jonás había clamado al Señor a causa de su aflicción, y el Señor estuvo dispuesto a
contestarle. Desde el seno del Seol, que era el lugar en que moraban los que se habían ido,
había hecho su oración, y el Señor lo había escuchado. El sitio al que había sido llevado era
equivalente a estar entre los que han perdido la vida. Sin embargo, Dios escuchó su clamor
de ayuda.
Su situación habría sido suficientemente atemorizante si se hubiera debido a algún tipo
de accidente. Pero Jonás sabía que se encontraba en esa situación debido a que había
desobedecido y provocado a Dios. (Podemos encontrar pensamientos similares en Salmos
39:9; 18:4–6; 30:2; 120:1.) Ahora el profeta reconoce que su castigo proviene de Dios; era
el Señor quien lo había echado al mar. Los marineros se limitaron a ejecutar el castigo que
Dios le había asignado.
Pablo nunca se consideró prisionero de Nerón o de Roma (Efesios 3:1; 4:1; 2 Timoteo
1:8; Filemón 1, 9), sino de Jesucristo. Es una bendición recibir de Dios la capacidad de
extenderse más allá de las circunstancias y ver la potente y amorosa mano de Dios en todos
los asuntos y cambios de nuestra vida.
Notemos también “tus ondas y tus olas”, que lleva el mismo pensamiento. Jonás
describe con bastante claridad los detalles del peligro del que Dios lo ha rescatado.
(Respecto a los modos de expresión, compárese con el Salmo 42:7, y véase en Isaías 43:2
una grata promesa de Dios para momentos como ése).
La oración de Jonás
Del versículo 4 al 7 tenemos la oración propiamente dicha que pronunció Jonás al
encontrarse en peligro. Se sentía como que había sido echado fuera de la atención y cuidado
especiales que ejerce Dios sobre los suyos. Ahora se da cuenta de lo terrible que es estar
separado de la presencia del Señor. A pesar de hallarse desechado, todavía se volverá a
Dios con fe. Tenía la esperanza de gozar en el futuro del privilegio de adorar en el templo
de Jerusalén (véase 1 Reyes 8:29, 30, 38).
Resulta evidente de su testimonio en 1:9 que Jonás no confinaba la presencia de Dios al
Templo, como hacían los paganos con relación a sus dioses. Conocía a Dios como Creador
del cielo, del mar y de la tierra (compárese el Salmo 31:22 con Jonás 2:4).
Las aguas furiosas lo rodearon como para extinguir la vida física. Las algas, tan
abundantes en el fondo del mar, parecían enredarse en él (Salmo 18:4; 69:1, 2). Jonás había
descendido hasta los cimientos de las montañas, que se consideraba que estaban en el fondo
del mar (véase el Salmo 18:7, 15). Se consideró desechado de la tierra como lugar de
morada, y pensó que sus puertas de barrotes se habían cerrado sobre él para evitar que
regresara. Aun cuando a Jonás le pareció, en el momento que sucedió, que aquella sería su
suerte permanente, con todo Dios lo sacó milagrosamente del pozo, o sea, de la corrupción.
Esa habría sido su parte si el Señor no hubiera intervenido a su favor (véase 1 Samuel 2:6;
Salmo 30:3).
Cuando su alma se sintió agobiada, el profeta se acordó del Señor. Había visto la mano
de Dios en la tormenta, en las suertes que echaron; pero en la hora de la más profunda
aflicción reconoció a Dios y se acordó de El como nunca antes. Descubrió que al alma
humilde le resulta fácil suplicarle al Señor. (Puede encontrar referencias en los Salmos 5:7;
18:6; 42:6; 142:3.) La oración de Jonás concluye con la plena confianza de que Dios ha
oído. Sus oídos están siempre atentos al clamor de los justos.
La gratitud de Jonás
Al pasar por todas esas experiencias tremendas, el profeta aprendió una de las lecciones
más grandes del reino espiritual. Descubrió que los que confían con celosa consideración en
las vanidades ilusorias desechan su propia misericordia. Esta es una reveladora descripción
no sólo de los idólatras, sino de todos los que depositan su confianza en objetos sin valor e
inútiles, en lugar de confiar en el Dios vivo y verdadero.
La misericordia es algo que sólo puede proceder de El; por consiguiente, es una
representación de Dios mismo. El es el gran Benefactor, la fuente de todas las misericordias
y beneficios. Así conocía David también a Dios (se usa la misma palabra chesedh
“misericordia”, para Dios, en el Salmo 144:2; véase también Salmo 31:6 y 59:17).
Jonás nos muestra que no puede buscarse liberación sino sólo en el Señor. Ahora
conocía la condición de los paganos, puesto que, al procurar huir del Señor, había
abandonado también la única fuente de misericordia. El profeta había aprendido una
valiosísima lección y estaba dispuesto a darle a Dios las gracias debidas a El. Agradecido
por la intervención de Dios a su favor, Jonás promete ofrecer sacrificios de acción de
gracias (Levítico 7:12–14) y cumplir sus votos, lo que indudablemente incluía el
cumplimiento de su misión en Nínive. Al final del capítulo 2 hallamos a Jonás en la misma
posición que los marineros en 1:16, ofreciendo un sacrificio y haciendo votos. Ha llegado a
conocer ahora como nunca antes que la salvación, la liberación, ya sea del alma o del
cuerpo, sólo puede provenir del Señor mismo. (En cuanto a la misma verdad, véase Salmo
3:8).
La intervención de Dios
Ahora que el castigado siervo del Señor se ha sometido a la obediencia, el Señor libera
a su mensajero de su prisión. Mediante el ejercicio de su poder soberano, Dios mandó al
pez que vomitara a Jonás en tierra seca. Las órdenes dadas por Dios a sus criaturas
irracionales son obedecidas con mayor prontitud que las dadas a los seres humanos.
Pluguiera a Dios que todos nosotros, como siervos del Dios vivo en Cristo, estuviéramos
tan dispuestos a obedecer toda palabra de Dios como lo estuvieron el viento, la tormenta y
el pez de los que se nos habla en esta narración tan veraz y significativa del libro de Jonás.
Es muy probable que la tierra en que fue arrojado Jonás fuera la costa de Palestina,
cerca de Jope. Las cosas sucedieron conforme a la fe del profeta: la liberación que había
recibido por fe estando en el vientre del pez se hace real ahora y la ve con los ojos.
Jonás e Israel
En la misma forma que los sucesos relatados en el capítulo 1 describen la historia de
Israel, el capítulo 2 da más detalles de la figura del pueblo escogido de Dios en la historia
de la vida de Jonás.
Aun cuando Jonás fue preservado por el Señor en el vientre del pez, al mismo tiempo
estaba bajo la mano disciplinadora de Dios. Durante su exilio entre las naciones, Israel
también, aunque milagrosamente preservado a pesar de las persecuciones por parte de las
huestes satánicas, soporta el castigo del Señor. Deuteronomio 28 es una notable
descripción, hecha con máxima fidelidad, de la condición en que se encontraría Israel
durante la dispersión mundial. Sería oprimido, no conocería tranquilidad ni descanso para
el cuerpo o el alma, su vida estaría continuamente en peligro y temor. (Lea con cuidado
Deuteronomio 28:58–68).
Del mismo modo que Jonás temía una y otra vez estar al final de su vida física, así
también Israel ha sido llevado a la desesperación de la existencia nacional una y otra vez.
Pero Dios ha sido fiel en preservarle aun en medio del castigo. Es verdad que Dios ha
utilizado naciones para este castigo; pero cuando se cumpla todo, el Señor someterá a juicio
a las naciones culpables, como hizo en el caso de Babilonia, Asiria y todos los demás
opresores de su pueblo.
A causa del duro castigo impuesto por el Señor, Jonás clamó a Dios en oración. Moisés
profetizó que Israel sería esparcido entre todas las naciones, y luego añadió las siguientes
palabras importantes: “Mas si desde allí buscares a Jehová tu Dios, lo hallarás, si lo
buscares de todo tu corazón y de toda tu alma” (Deuteronomio 4:29). Al hallarse en pruebas
y tribulaciones entre las naciones, Israel todavía clamará a Dios en busca de su benévola
liberación.
Cuando el profeta Jonás se volvió al Señor en verdad, el Dios de verdad lo oyó y lo
restauró a su tierra. Israel será restablecido a la tierra de sus padres, retornado desde los
rincones más lejanos del globo. Lo que vemos en nuestros días en una fase preliminar, se
verá muy acelerado y facilitado cuando Dios envíe a sus ángeles, con gran sonido de
trompetas, para reunir a su pueblo desde un extremo a otro de la tierra. (Compare con
Mateo 24:31. Lea las brillantes promesas en Jeremías 16:14, 15; 23:7, 8 y 33:25, 26 y
Ezequiel 28:25, 26, y esté seguro de que Dios hará que toda predicción se cumpla en su
propio y bendito tiempo y hora.)
Tan cierta y seguramente como que Israel ha sido esparcido, preservado, castigado y
disciplinado, será totalmente restaurado por el Señor a su propia tierra y heredad, a lo que
es su derecho inalienable, concedido por Dios. En el momento mismo en que este pueblo se
vuelva a Jehová su Dios con todo su corazón y toda su alma. El los sacará de su cautividad,
tendrá compasión de ellos, los hará volver y los reunirá de entre todos los pueblos en que
hayan sido esparcidos (Deuteronomio 30:1–3).
Salvación del Señor
Más que cualquier otra cosa, Israel necesita aprender hoy la gran declaración del profeta
Jonás: “La salvación es del Señor.” El pueblo de Israel sabe que se encuentra en tiempos
peligrosos; saben que hay fuerzas hostiles que los rodean por todos lados, y saben también
lo diabólico que puede ser el enemigo en sus persecuciones. Pero no saben que la salvación
es del Señor. Buscan la liberación en la esfera política, esperando contra toda esperanza que
las naciones del mundo puedan resolver sus problemas. Están buscando la liberación en la
esfera social, confiando en que la educación y la cultura social refrenarán los deseos
hostiles de sus enemigos declarados. Están tratando de encontrar la liberación en la esfera
militar, procurando al final defenderse por su cuenta. Pero estas y otras muchas estrategias
no sirven para nada. Israel sólo puede obtener la liberación, la seguridad y la salvación por
medio del Señor. Y esta salvación se imparte por medio de la Persona y la obra de uno solo,
nuestro Señor Jesucristo, el Mesías de Israel.
EL PROFETA ALECCIONADO
El enojo de Jonás
Si el hombre hubiera escrito este relato sin la ayuda del Espíritu de Dios, probablemente
habría concluido al terminar el capítulo 3. Aparentemente se ha llegado al clímax con el
arrepentimiento y el perdón de la perversa ciudad de Nínive. La misericordia de Dios se ha
manifestado, el ahora obediente profeta de Dios ha tenido éxito en su ministerio, y la
ciudad de Nínive ya no corre el peligro de recibir su terrible castigo.
¿Por qué no concluye aquí el relato? Porque hay un clímax todavía más grande, la
verdadera meta y objetivo del libro entero. Porque Dios tiene que enseñarle a su siervo (y a
nosotros por medio de él) ciertas verdades acerca de la estrechez de su corazón, así como la
ilimitada grandeza del propio y bendito corazón de Dios.
Cada vez que lo leemos, el relato nos impresiona hasta asombrarnos, pues vemos que
Jonás estaba sumamente disgustado y muy enojado. ¿A qué se debía el enojo del castigado
mensajero de Dios? Algunos nos dicen que estaba ansioso por su reputación como profeta.
Dicen que porque su predicción no se cumplió, temía ser el hazmerreír de sus compatriotas
cuando volviera a su tierra (véase Deuteronomio 18:21, 22). La razón es más bien la que se
indica en el versículo siguiente del capítulo 4. Jonás les regateaba las abundantes
misericordias de Dios a los ninivitas paganos.
Se nos presenta aquí un tremendo contraste entre la actitud de Dios hacia Nínive
después de su arrepentimiento y la actitud de Jonás hacia el arrepentimiento de la misma
ciudad. Jonás había recibido la misericordia perdonadora del Señor en su arrepentimiento,
pero no quería que con Nínive ocurriera lo mismo. Esto nos hace pensar en la parábola del
Señor en Mateo 18:23–35. El corazón humano es siempre el mismo en todas las edades
(Jeremías 17:9).
Jonás es como muchos en el día de hoy: les parece que podrían gobernar el mundo de
Dios mucho mejor como El puede hacerlo. ¡Imagínese eso! El profeta de Dios estaba
sumamente disgustado por la gracia y el perdón de Dios. Como nos sucede a tantos de
nosotros, estaba deseando más el castigo de Nínive que su perdón. Suponía que sabía mejor
que Dios cuál era el modo más apropiado de actuar.
La oración de Jonás
Sin embargo, el enojo del profeta no lo sacó de su disposición de orar. Sigue siendo un
hombre de Dios que ora, pero seguramente no es en conformidad con la voluntad y el plan
y el corazón del Dios infinito. Esto llega a ser cada vez más evidente a medida que el
capítulo avanza hacia su majestuosa conclusión.
Como si Dios no tuviese conocimiento de los movimientos del corazón de Jonás, el
profeta le explica al Señor que éste era el pensamiento predominante en su mente cuando
recibió el mensaje la primera vez en su propio país, es decir, que Dios, siendo clemente y
piadoso, tardo en enojarse, y de grande misericordia, y dispuesto a detener su mano en el
juicio al ver arrepentimiento, perdonaría a la ciudad de Nínive si ésta volvía al Señor.
(Véase Exodo 34:6, 7; Joel 2:13.)
Sin denotar vergüenza, Jonás pone al descubierto los impulsos motivadores de su
corazón, que eran muy viles. El hombre no puede soportar que la gracia de Dios sea dada a
otros. En su desaliento y enfado el profeta justifica su huida y sus rencillas con Dios por
haber perdonado a Nínive.
Nos recuerda el hermano mayor en la parábola del hijo pródigo de Lucas 15. Son
gemelos espirituales. Tan irritado y disgustado está Jonás que ora pidiendo la muerte
(compare los versículos 8 y 9 también). En el capítulo 2 le da gracias a Dios por haberlo
librado de la muerte. Aquí busca la muerte como algo mejor que la vida. ¡Cuán contrarios
son nuestros deseos, y cuán irrazonables somos cuando estamos impacientes e irritados!
También Elías pidió la muerte (1 Reyes 19:4), pero fue a causa de celo por la gloria del
Señor y contra la idolatría de Israel. La petición de Jonás es totalmente egoísta e
injustificable.
Nótese ahora la abundante gracia de Dios al tratar a su siervo. Aquí encontramos no
sólo la gracia y el amor de Dios, sino también su infinita paciencia con el criticón Jonás. No
hay palabras de reproche, ni de reconvención, ni castigo. El Señor trata de sacar a Jonás de
su egoísmo para que pueda ver su enojo y su disgusto pecaminoso en su verdadera luz.
Dios le hace al profeta una sola pregunta, que si su enojo tenía verdaderamente alguna
justificación. ¿Tenía verdaderos motivos razonables para estar enojado? Como respuesta,
Jonás salió de la ciudad y se construyó una enramada al oriente de ella, para ver cuál sería
el destino final de la ciudad.
Se ha sugerido que Jonás adoptó esta actitud antes de que se cumpliera el plazo de
cuarenta días que había anunciado. El reproche que Dios le hizo al profeta parece tener más
fuerza si entendemos que ocurrió después de haber transcurrido los cuarenta días. Jonás no
tenía medios para conocer la realidad o profundidad del arrepentimiento de Nínive.
Tomando en cuenta la magnitud de la amenaza, esperó para ver si todavía pudiera haber un
cambio en los propósitos de Dios respecto a la ciudad. En la condición mental de su
extremo enojo, él puede haber pensado que Dios quería decirle, con su pregunta: “¿Por qué
crees tener derecho a estar enojado, cuando por todo lo que sabes todavía puedo destruir la
ciudad?” De cualquier modo, Jonás no comprendía que Dios usaría la enramada que él
había hecho, como una escuela de disciplina para enseñarle una de las más grandes
lecciones del mundo (si no la mayor de todas).
La calabacera, el gusano y el viento
Después que Jonás construyó su enramada, Dios hizo que creciera con rapidez
milagrosa una calabacera. El Señor muestra su ternura al preocuparse por la comodidad
física de su siervo, aun cuando éste último estaba totalmente en contra del plan de Dios. La
calabacera era la planta del ricino, la palmacristi nativa de la India, Palestina, Arabia,
Africa y Europa oriental. Por lo común, llega a tener una altura de entre dos metros
cuarenta centímetros y tres metros. La planta tiene hojas grandes y crece en pocos días;
pero se seca con facilidad si su tierno tallo sufre cualquier daño.
A causa de la sombra que le proporcionaba la planta, Jonás estaba ahora sumamente
alegre, tanto como había estado grandemente enojado al principio del capítulo. Este es el
único punto del libro en que se dice que Jonás estaba contento, y fue un gozo egoísta,
basado en su propia comodidad.
¿Qué libro que conozcamos es tan fiel para mostrar tanto las faltas como las virtudes de
sus personajes principales, como la Biblia? Mediante la extraordinaria alegría de Jonás
debido a la calabacera, Dios trata de revelarle su propio gran gozo debido al
arrepentimiento y preservación de Nínive.
A la mañana siguiente, por mandato del Señor, un gusano (o pudiera usarse el singular
en forma colectiva para designar un número de ellos) hirió la calabacera y se secó. Los
gusanos pueden despojar a la planta de todo su follaje en una sola noche, según dicen
algunas autoridades en la materia. El súbito retiro de ese bien recibido alivio para el profeta
habría sido suficientemente malo; pero como adición a su desgracia, al ardor de los rayos
del sol se unió un fuerte viento oriental enviado por Dios. El calor bochornoso y de efectos
agobiantes del siroco es algo proverbial en todo el Antiguo Testamento (véase Ezequiel
17:10). En medio de su desfallecimiento, Jonás le imploró a Dios que le enviara la muerte.
Una vez más el Señor le preguntó si tenía derecho a estar enojado debido a la calabacera.
Esta vez el profeta responde con énfasis que tiene todo el derecho de estar enojado, incluso
hasta la muerte.
El corazón de Dios
Ahora que Jonás ha declarado de modo tan vehemente su derecho a estar enojado y su
deseo de morirse, Dios está a punto de imprimir la lección de estas extrañas experiencias en
la vida del profeta. Puesto que el profeta ha expresado tan claramente que se dejó afectar
por la calabacera que le proporcionaba sombra y comodidad, se le puede mostrar ahora
cómo él ha tratado de negarle a Dios su amor intenso a seres humanos, infinitamente más
importantes que una calabacera.
Del versículo 10 resulta evidente por qué se escogió una planta de crecimiento tan
rápido como la calabacera para que sirviera como lección objetiva para Jonás. Si hubiera
sido una planta de crecimiento lento, él habría tenido que regarla y cuidarla. En tal caso, el
regaño del Señor habría perdido su eficacia. ¡Cuán profunda es la sabiduría de Dios! El
Señor le estaba diciendo a Jonás: Si llegaste a encariñarte tanto con la calabacera porque te
servía y satisfacía tus deseos, una calabacera en la que no invertiste pensamientos, ni
trabajo, ni afán, ni sacrificio, ni cuidados, que no la plantaste ni regaste ni atendiste ni
podaste, una calabacera de corta duración, que crece con rapidez y muy pronto también
desaparece, ¿acaso no he de dejar yo que mi amor y mi compasión fluyan en abundancia
hacia multitudes de mis criaturas que son obra de mis manos, la corona de todos mis actos
creativos, nutridos, alimentados y abastecidos por mí, y que nunca han de dejar de existir?
¿Hubo alguna vez una lógica más irrebatible que ésa? ¿Y hubo alguna vez un amor y una
compasión tan ilimitados? No conocemos nada igual.
Observe cómo se consigna el tamaño de la ciudad de Nínive. Los que no pueden
discernir entre su mano derecha y su izquierda son niños: según algunos, esto es a la edad
de tres años, mientras que otros alegan que se refiere a los siete años de edad. Sea como
sea, si suponemos que esta porción representaba una quinta parte de la población, eso
quiere decir que la ciudad tenía unos 600.000 habitantes, lo que constituye una metrópoli de
tamaño considerable, incluso de acuerdo con los cánones de la era moderna.
Además, había también mucho ganado, lo que indica la gran ternura del Señor que se
preocupa también por los animales. Estos tienen una forma de vida que ni siquiera la
calabacera posee. Aquí tenemos una manifestación del amor de Dios para con todas sus
criaturas, incluso el ganado. Si Dios estaba dispuesto a perdonar a la malvada Sodoma por
diez justos, con toda seguridad deseaba apiadarse de 120.000 y perdonarlos, quienes
aunque nacidos en pecado, no habían llegado todavía a la edad del discernimiento y del
pecado voluntario. ¡Cuánto mejor es caer en las manos del Dios vivo que en las del
hombre! (2 Samuel 24:14).
La aparente brusquedad de la conclusión del libro es intencional y mucho más vigorosa
que si el pensamiento se hubiera desarrollado de modo más detallado. Se ha llegado al
verdadero clímax del pensamiento de la profecía y queda con el lector el mensaje de suma
importancia del libro. La tierna voz del Señor proclama el amor de Dios a todas las
naciones, y a todas sus criaturas necesitadas.
¿Cómo no tendrá El piedad?
No nos atrevemos a dejar las palabras con que concluye el libro como si fuesen una idea
tardía. Es aquí donde se encuentra la clave del libro de Jonás. Todavía más, es aquí donde
está la clave para llegar al corazón de las misiones. Este es el libro misionero más grande
del Antiguo Testamento, si no de la Biblia completa. Está escrito para revelar el corazón de
un siervo de Dios, que no había sido tocado con la pasión de Dios por las misiones. ¿No
nos da esto en lo vivo?
¿Estamos más interesados en nuestra propia comodidad que en las necesidades de una
multitud de almas perdidas en Israel que mueren en tinieblas, sin el conocimiento de su
Mesías y Salvador, el Señor Jesucristo? ¿Nos sentimos más contentos de quedarnos con las
“calabaceras”, las comodidades del hogar, que de ver que el mensaje de Cristo sea llevado
hasta los confines de la tierra, tanto a los judíos como a gentiles? Tal vez no discutamos con
Dios, como lo hizo Jonás, por su benevolencia, misericordia y amor por las almas sumidas
en la obscuridad y perdidas en el pecado; pero si no hacemos posible que puedan oír hablar
de su gracia y poder para salvar perpetuamente, el resultado es el mismo, hasta donde les
concierne.
¿Cómo no tendrá El piedad? El mensaje principal del libro, su tema central y
dominante, es el de la Biblia misma. El amor de Dios siempre está tratando de salvar a los
que están justamente condenados al castigo eterno (véase Génesis 18:23–33). ¿Podrá ser (o
habrá de ser) Dios impedido en sus anhelos por el hecho de que un hombre insignificante
sienta en su corazón objetar la ilimitada misericordia y amor de Dios? La Biblia da la
respuesta inequívoca: El Señor no será estorbado por la estrechez del corazón del hombre,
sino que se apiadará por la necesidad misma de su bendita naturaleza.
¿Cómo no tendrá El piedad? Si Dios no perdonara, ¿dónde estaría entonces la esperanza
de nadie en el mundo? Ninguna generación humana, ni siquiera todas ellas combinadas,
podría encontrar un modo de escapar de la ira de Dios, si Dios no se hubiera determinado a
tener piedad. Si todas las naciones de la tierra deben hallar la provisión de vida eterna en la
misericordia y la gracia de Dios en Cristo, ¿de qué otro modo habrá de ser redimido Israel?
¿Cómo no tendrá El piedad? ¿Cómo puede Dios dejar de tener misericordia cuando ha
declarado de modo tan claro que se deleita en que se le suplique, que su intención es salvar
a judíos y gentiles en respuesta a la fe en el Señor Jesucristo, y que El es rico en gracia para
con todos sin diferencia?
¿Cómo no tendrá El piedad? ¿Dejará Dios de ser bueno porque nuestro ojo sea malo?
(Mateo 20:15). Por el hecho de que hemos establecido innumerables distinciones entre los
hombres y los hemos situado en incontables categorías, ¿habrá de hacer Dios acepción de
personas?
¿Cómo no tendrá El piedad? En nuestra Biblia tenemos los notables ejemplos de Jonás
y Pedro (Hechos 10), que eran reacios a llevar el mensaje del amor de Dios a los gentiles
inconversos. ¿Nos atreveríamos a contar a los que son reacios y negligentes en llevar el
mensaje de la gracia salvadora en Cristo a las ovejas perdidas de la casa de Israel? ¡Gracias
a Dios eternamente, porque El sí tiene misericordia! ¿La tenemos nosotros también?
9
MIQUEAS: IRA SOBRE SAMARIA Y JERUSALEN
IMPIEDAD UNIVERSAL
Los pecados notorios de Israel
Si en el capítulo 1 se atacan valerosamente los pecados del pueblo de Dios contra el
Señor, en el capítulo 2 se reprocha de modo igualmente claro y desprovisto de temor los
crímenes en contra del hombre. Se indica que la violencia y la opresión son razones
morales para el juicio de Dios.
El profeta Miqueas pronuncia un lamento sobre los nobles de la tierra (Isaías 5:8)
porque de noche, en sus casas, se ocupan en premeditar el mal, concibiendo el plan y
desarrollando el esquema total o disponiendo los modos y medios, y finalmente poniendo
en operación la trama al llegar la mañana. (Compare su acción con la del justo en Salmo
4:4.) Los impíos tienen éxito en lo que traman porque tienen poder para ejecutar sus deseos.
Para ellos, el poder es sinónimo de rectitud. (Para expresiones similares, compárese esto
con Génesis 31:29; Proverbios 3:27.)
El versículo 2 pone en claro lo que se proponen los malos con sus perversas
maquinaciones. Codician los campos y las propiedades de los demás, y se apoderan de ellos
mediante la violencia y la opresión, como lo hicieron los malvados Acab y Jezabel con la
heredad de Nabot (1 Reyes 21). Cuando quiera que se tratan livianamente los derechos de
Dios, los derechos del hombre no pueden esperar un trato mejor. Como en los días de Noé,
cuando los caminos de los hombres se corrompen delante del Señor, llenan la tierra de
violencia. No se necesita ser clarividente para establecer un paralelo con la situación de
nuestros días.
La nación en el exilio
En contraste con las maquinaciones malvadas de los impíos, el Dios justo le advierte a
la nación, con referencia especial a quienes cometen los hechos de los versículos 1 y 2, que
está preparando un mal contra ellos. Pondrá sobre ellos un yugo del cual no podrán retirar
su cuello. Este yugo impuesto por Dios es la invasión de la tierra por el enemigo y el exilio
del pueblo de su tierra. Ya no caminarán erguidos los grandes de la tierra, pues el yugo que
tendrán sobre el cuello se lo impedirá. Será una hora mala, el tiempo de su cautividad
(véase Amós 5:13).
Para aumentar la miseria de Israel en la hora de su calamidad, sus enemigos levantarán
un refrán sobre ellos para escarnecerlos y burlarse de ellos. Evidentemente, utilizarán las
propias palabras de Israel. Las tres palabras hebreas (naha, nehi y nihya, constituyen un
expresivo juego de palabras) dan la impresión de un gemido monótono: “lamentar con
gemidos sollozantes”. Entonces los que sufran el castigo en Israel lamentarán el hecho de
que Dios les haya dado su tierra a las naciones circundantes. Se los priva de la tierra como
castigo por haberse apoderado de la herencia de los pobres de la nación. Sus campos les
serán dados a las naciones que son sus enemigas.
El versículo 5 ha sido interpretado de varios modos. Se dice que en Israel no quedaría
nadie con autoridad para dividir la tierra y establecer los linderos. También se ha sugerido
que se hace referencia a la división de la propiedad de un hombre entre sus hijos, después
de su muerte; a los impíos de Israel no les quedará nadie que reciba la herencia. El probable
significado de este pasaje es el siguiente: a causa de los pecados mencionados en los
versículos 1 y 2, nadie recibirá herencia o posesión asignada. (En cuanto a la primera
división de la tierra por suertes, mediante el uso de un cordel de medir, véase Josué 13:6.)
La división de la tierra de Israel la iban a hacer ahora sus enemigos y no los israelitas.
Estarían completamente a merced de sus enemigos, de tal modo que no se les permitiría
dividir los terrenos para herencias. Los líderes impíos del pueblo ya no tendrán parte en la
herencia del pueblo del Señor. Al apoderarse de la porción de otros, perdieron lo que les
pertenecía.
Los falsos profetas
Las maquinaciones malignas, la codicia, la opresión y el orgullo van acompañados por
una dureza de corazón que no les permitirá oír el mensaje y la palabra que vienen del
profeta de Dios. No son sólo los falsos profetas los que les prohíben a los verdaderos
profetas que anuncien los juicios inminentes del Señor, sino que Israel, como tal, le ordena
al profeta verdadero que guarde silencio cuando les predica un mensaje del Señor que no es
de su agrado (véase Isaías 30:10; Amós 2:12; 7:16). Dios le toma la palabra al pueblo y, en
el juicio, les cumple su deseo maligno. No tendrán profetas que les profeticen; pero, con la
misma medida, no les será quitada su vergüenza. Si los profetas verdaderos no profetizan a
los injustos (versículos 1 y 2) a causa de sus pecados, la deshonra y la vergüenza no se
apartarán de la nación, sino que caerá sobre ellos destrucción. Cuando al hombre se le
cumple su deseo, un deseo que no procede del Señor, siempre va acompañado de pobreza
de alma.
Ahora el profeta Miqueas se enfrenta a la acusación de que la ausencia de profecías de
bendición puede deberse a una escasez por parte del Espíritu del Señor. ¿Es su compasión
menor que como ha sido en el pasado? No necesitan preguntarse si tales amenazas del
profeta de Dios están de acuerdo con la misericordia y la gracia del Señor. ¿Se complace
Dios en sus predicciones de juicio? En primer lugar, es a causa del pecado de Israel que
fueron necesarias las predicciones de castigo hechas por los profetas. En forma repetida, las
Escrituras aclaran que el corazón de Dios no se complace en afligir a sus criaturas. El
castigo es tan sólo el resultado de que sus súplicas amorosas son despreciadas y
desatendidas.
Todavía más, si sus caminos hubiesen sido agradables al Señor y ellos hubieran hecho
la voluntad de Dios, sus palabras no les habrían llegado en la forma de amenazas. Si tan
sólo hubieran caminado con rectitud, el Señor siempre se habría deleitado en bendecirlos.
Dios habría captado el arrepentimiento, de haber habido, y habría actuado a favor de los
piadosos. Por consiguiente, los tratos del Señor con ellos no tenían restricciones, sino que la
culpa era de ellos.
Impiedad del pueblo de Dios
Con el fin de revelar cuán culpables eran, el profeta vuelve a describir sus múltiples
pecados, que son gravísimos a los ojos del Señor. Aun en tiempos recientes, la opresión de
ellos han aumentado, de tal modo que se comparan a un enemigo, a un enemigo invasor. Al
robarles a los desvalidos y a los indefensos, no sólo son enemigos de sus víctimas, sino
también del Señor (Exodo 22:25–27 y Deuteronomio 25:18).
Las capas mencionadas pueden ser los cobertores de los pobres durante la noche. Se
sugiere que los malos roban a sus propios compatriotas que regresan victoriosos de la
batalla y se consideran seguros. Los que son objeto del despojo son probablemente
transeúntes pacíficos e inocentes. La vida se hace insegura para aquellos que no tienen
intenciones de dañar a sus conciudadanos (Salmo 120:7).
Las mujeres expulsadas de sus casas, que son su delicia, son indudablemente viudas
desamparadas y desprevenidas. Y sus niños huérfanos quedan privados también de su
sustento. (Véase Isaías 10:2 para una descripción de las condiciones del mismo período en
la historia de Israel.) Las casas que son su delicia son los hogares heredados de sus maridos,
a los que están prendidos sus recuerdos. Sus propiedades les son arrebatadas sin
misericordia y se los desaloja.
La gloria (o alabanza) de la que se habla con relación a los niños es el sustento que
reciben de parte de Dios, una prueba de la bendición de Dios sobre ellos. Los opresores del
pueblo no hacían ninguna distinción de sexo ni de edad. Ni había muestras de
arrepentimiento por parte de los responsables por esos atropellos, pues el pasaje indica que
pretendían seguir con esas acciones en forma “perpetua”.
La sociedad en que no se perdona ni a las viudas ni a los huérfanos se encuentra sin
duda en un estado muy bajo de moralidad. En toda la Biblia se tiene a las viudas y a los
huérfanos como que están bajo el cuidado especial del Señor, y todo el que abuse de ellos
en forma perversa no quedará sin castigo. Por consiguiente, el Señor ordena en tono
perentorio: “Levantaos y andad.”
Algunos estudiantes de este pasaje entienden que el mandato va dirigido a los piadosos
que no podían encontrar descanso en medio de tanta corrupción. Sin embargo, nosotros
entendemos que se dirige a los impíos que serán despojados de sus herencias al ir al exilio
ya predicho. Dios está amenazándolos otra vez con quitarlos de su propia tierra, que ya no
puede seguir soportando sus atropellos.
La intención de Dios fue que Canaán fuera un lugar de reposo (Deuteronomio 12:9, 10)
para su pueblo, y eso fue en tiempos de obediencia y bendición. Sin embargo, debido a la
corrupción de la tierra por sus obras infames, ahora la tierra iba a vomitar a sus habitantes.
(En Levítico 18:25, 28, tenemos la advertencia dada por medio de Moisés.) Los términos
del pacto palestino (Deuteronomio 28–30) prometían bendiciones y permanencia sobre la
tierra, con la sola condición de la obediencia. En caso de desobediencia, sólo había una
alternativa: el exilio. Por consiguiente, Miqueas está pronunciando la violación o el
incumplimiento de este pacto, y el exilio que inevitablemente seguía.
Puesto que el pueblo de Dios rehusó la orden de los profetas que hablaron con verdad la
palabra de Dios procedente del Señor, estaban tanto más dispuestos a recibir y acoger a los
falsos profetas. Comoquiera que esos falsos mensajeros, que corrían cuando no eran
enviados, hablaban lo que tenían en su mente y corazón, se dice de ellos que caminan tras
el viento (así lo expresa el texto hebreo) y que trafican en mentiras. (En cuanto a este
fenómeno, compárense los pasajes de Jeremías 5:31; Ezequiel 13:3 y Oseas 9:7.) Las cosas
que son engañosas e inestables satisfacen el corazón del que hace oídos sordos a la palabra
y a la revelación de Dios. Cuando los hombres se vuelven de la verdad, no se ocupan en
algún substituto que sea superior, sino en puras fábulas.
¿Pero por qué son tan populares los falsos profetas? Porque le dicen al pueblo lo que
quiere oír. Sin preocuparse por la verdad, tienen libertad para halagar todos lo caprichos del
pueblo. Unicamente los profetas que se mostraban indulgentes con los placeres
pecaminosos del pueblo podían esperar serle agradable. Aun el profeta más falso, que los
halagaba, era aceptable para los contemporáneos de Miqueas. El tema del mensaje de los
profetas perversos era la satisfacción de los placeres terrenales. Sin embargo, el pueblo se
había apartado tanto de la verdad divina, y su sensibilidad espiritual había llegado a
endurecerse tanto, que aceptaban de buena gana el ministerio de esos miserables
charlatanes y farsantes.
No tememos exagerar al decir que la razón principal para el surgimiento de la orden de
los falsos profetas era el carácter impopular del mensaje del verdadero profeta del Señor.
En todas las épocas hay quienes están más deseosos de recibir elogios de los hombres que
alabanzas del Señor, y nuestra generación no constituye una excepción.
La reunión del remanente
Después de una denuncia tan vívida de los pecados de Israel, difícilmente se esperaría
que Miqueas cerrara esta porción de su profecía con una promesa de bendición y
restauración futuras. Por eso algunos interpretan los dos últimos versículos del capítulo 2
como un anuncio de castigo y no como una promesa de liberación. Sin embargo, las
transiciones repentinas no son cosa desconocida en los profetas (véase Oseas 2:2; 6:1;
11:9). Tales casos podrían multiplicarse en todos los escritos proféticos. Por consiguiente,
el cambio brusco que hay aquí va totalmente de acuerdo con los métodos de los profetas.
También es preciso que recordemos siempre que Dios se complace en mostrar
misericordia y procura siempre bendecir. El profeta predice, con palabras enfáticas, la
restauración de Israel después de la dispersión. Tanto Jacob como Israel, las diez tribus y
Judá, volverán a unirse. La restauración después de la cautividad de Babilonia por medio de
Ciro no puede agotar la promesa, pues aquélla fue parcial y nuestro profeta dice: “te juntaré
todo”. La nación reunida otra vez será conducida a un lugar de ricos pastos.
Bosra era famosa por sus excelentes pastos (2 Reyes 3:4), y las ovejas de Bosra pueden
haber sido tan famosas como las vacas de Basán (Amós 4:1) y los carneros de Nebaiot
(Isaías 60:7). Cuando se reúnan, harán un gran estruendo, como es usual en una gran
multitud de personas.
La promesa del versículo 12 es realmente conmovedora; pero lo mejor de la predicción
se encuentra todavía en el futuro. El pueblo de Dios no volverá a reunirse como ovejas sin
un líder. El quebrantador, el que abre caminos y quita obstáculos irá delante de ellos.
Este no es otro que el Mesías de Israel que derriba todo obstáculo que haya en el paso
de su pueblo. En este versículo tenemos tres veces la bendita promesa de que, así como El
fue delante de ellos cuando salieron de Egipto (Exodo 13:21 y Deuteronomio 1:30, 33), así
el Señor irá delante de ellos en el día venidero, y permanecerá a la cabeza del pueblo (Isaías
52:12). Cuando el Mesías despeje el camino, se abrirán paso desde las ciudades enemigas
donde habrán sido mantenidos cautivos, y pasarán por las puertas. Nadie podrá impedir la
restauración, porque la obra de su Mesías prometido hecha a su favor será eficaz. Se ve
aquí a Cristo en su triple plenitud de: Quebrantador, Rey y Jehová. Todas las bendiciones
de Israel para todos los tiempos están relacionadas de modo inseparable con el Bendito de
Jehová: Cristo, el Señor.
10
NAHUM: JUICIO SOBRE NINIVE
CUARTA PARTE
11
HABACUC: PROBLEMAS DE FE
LA RESPUESTA DE DIOS
Al concluir el primer capítulo encontramos al profeta angustiado por los inescrutables
tratos de Dios con su pueblo Israel. En primer lugar, el profeta se queja de la iniquidad
generalizada en Judá, a lo que Jehová responde diciendo que estaba consciente de todo y
que lo juzgaría por mano de los caldeos.
Cuando el profeta se entera de la vara de la ira de Dios, queda agobiado por una más
grande agonía mental, porque Dios use una nación menos justa para afligir y castigar a su
pueblo. Y con el problema aún sin resolver, llegamos a la solución en el capítulo 2.
Puesto que Dios ha respondido a las primeras preguntas del profeta, Habacuc confía en
que El hará lo mismo respecto de su problema más grande. Igual que un centinela debe
vigilar lo que sucede fuera de la ciudad fortificada, así también el profeta se aposta en
espíritu a esperar la respuesta de Dios a sus preguntas. Esto no quiere decir que en realidad
Habacuc fue a una torre de vigía, sino que él adoptó esa actitud de expectación y vigilancia
en su corazón. La mayoría de los intérpretes entienden el versículo en el sentido espiritual
de una preparación interior. A los profetas se los compara con los vigías (véase Isaías 21:8,
11; Jeremías 6:17 y Ezequiel 3:17; 33:2, 3).
En este espíritu de alerta, el profeta se encontraba preparado para recibir la respuesta de
Dios mediante revelación. La respuesta estaba dirigida en primer lugar a su propia mente y
corazón; luego, a su pueblo.
Habacuc esperaba una respuesta a su queja, y Dios no defraudó a su siervo en su
necesidad. Le mandó que escribiera en tablillas la revelación que le daba. Eran tablillas
sobre las que se acostumbraba escribir (Isaías 8:1). Tal vez fueran como las que se usaban
en la plaza del mercado, en que se escribían (se grababan en arcilla) los anuncios públicos
con letra clara.
Las letras debían ser grandes y suficientemente claras como para poder leerse con
facilidad. El profeta debía poner por escrito la visión con el fin de que el pueblo pudiera
conservarla para el futuro. (Véanse palabras similares en Daniel 12:4.) El que lo leyera,
debía correr a proclamarlo, por ser un mensaje de gozo para Israel, en el que se le hablaba
de la ruina de sus enemigos y de su propia liberación.
La liberación no vendría inmediatamente; pero con toda seguridad vendría. Los justos
debían esperarla. La demora se halla sólo en el corazón humano. Dios obra los detalles de
conformidad con su propio plan. Se necesitaba paciencia. El propósito de Dios no se puede
adelantar ni retrasar. Se cumple en el tiempo señalado.
La visión se apresura hacia su cumplimiento. Busca la realización de las cosas que
predice. El fin del que se habla aquí no es el fin de los tiempos de los gentiles, como se ha
sugerido, sino la realización de la profecía en la historia. La visión no engañará ni
defraudará, sino que con toda seguridad acontecerá. (La última porción del versículo 3 se
cita en Hebreos 10:37.) Es evidente que el pasaje de Hebreos se refiere a la segunda venida
de nuestro Señor Jesucristo. La actitud de corazón requerida del profeta en nuestro texto es
la normal en un hijo de Dios en la actualidad. Somos como hombres que esperan el regreso
de su Señor.
Principios divinos básicos
En el versículo 4 tenemos el contenido de la visión dada al profeta y que es la respuesta
a su perplejidad manifestada en 1:12–17. Este texto, que más tarde pasó a ser el lema del
cristianismo, es la clave de todo el libro de Habacuc y el tema central de todas las
Escrituras.
No se trata de dos clases en Israel: los que rechazarían con soberbia el mensaje
profético y los que lo creerían con toda humildad. Sin lugar a dudas, aquí se hace referencia
a los orgullosos caldeos; pero como aquí tenemos principios divinos básicos, en un sentido
secundario estas verdades pueden ser aplicadas a cualquier individuo incrédulo.
El corazón del orgulloso babilonio está engreído, y no es recto, sino que está lleno de
engaño y deshonestidad. Esta es la senda de la destrucción. Por otra parte, los justos o
rectos (refiriéndose aquí principalmente a los piadosos de Israel) vivirían por fe. Se han
hecho muchos intentos de interpretar la palabra fe come fidelidad, o proceder correcto; pero
en este contexto el sentido debe ser el de creer en Dios (véase Génesis 15:6; 2 Crónicas
20:20 e Isaías 7:9). Aquí encontramos la razón de la vida y la muerte. La soberbia lleva a la
muerte, porque no permite que se reciba por fe la gracia de Dios.
Ahora Habacuc tiene la respuesta a su queja. No debe dudar que el orgullo de los
caldeos los conducirá a su destrucción, en tanto que el justo debe seguir mirando al Señor
para vivir. (La segunda cláusula del versículo 4 se cita en Romanos 1:17; Gálatas 3:11 y
Hebreos 10:38.) El Talmud declara con percepción que aquí se encuentran resumidos los
613 preceptos dados por Dios a Moisés en el Monte Sinaí.
Todavía más, los orgullosos caldeos se han entregado al vino traicionero. Algunos
escritores antiguos confirman esta afirmación de que los babilonios eran muy dados al vino.
Nótese el desastre que provocó en Daniel 5. Un escritor pagano dijo de ellos: “Los
babilonios se entregan totalmente al vino y a las cosas que son consecuencia de la
embriaguez.” ¡Qué azote es para cualquier pueblo la ebriedad! Haremos muy bien en
escuchar la exhortación en nuestra propia tierra.
Llenos de soberbia y embriagados con vino, los caldeos estaban también sedientos de
poder y dominio. Su naturaleza inquieta los impulsaba a continuas conquistas (1:16, 17),
por lo que su gran deseo era salir para destruir. Como el Seol (Hades, en el Nuevo
Testamento), su deseo lo engulle todo y no obstante permanece insatisfecho.
El Seol era el lugar al que iban los muertos. El cuerpo descendía a la tumba y el alma al
Seol. En Lucas 16 (sobre todo en el versículo 26) se nos indica que, antes de la muerte y
resurrección de nuestro Señor Jesucristo, el Seol tenía dos divisiones: una para los justos,
llamada también seno de Abraham o paraíso, y otra para los injustos. Después de la
resurrección de Cristo (Efesios 4:8), el Señor llevó las almas de los justos del Seol al cielo,
donde se encuentra ahora el paraíso. (Léanse con cuidado los pasajes de Lucas 23:43; 2
Corintios 5:1–10 y Filipenses 1:23.) En estos días de gracia, los impíos siguen yendo al
Hades (Seol), mientras que el creyente va al tercer cielo para estar con el Señor.
De este modo tenemos ante nosotros los dos caminos: el de la vida y el de la muerte.
Notamos dos tipos de caracteres y el modo en que Dios trata a cada uno de ellos, de
conformidad con los principios divinos fundamentales. El caldeo soberbio, engreído,
deshonesto, bebedor e insatisfecho recibiría la muerte; el israelita recto, justo y temeroso de
Dios tendría la vida por medio de su fe en el Dios vivo. Dios no pudo ser más claro
respecto a las responsabilidades y las consecuencias, y estas normas se mantienen
inalterables a través de los tiempos.
El primer ay
A continuación vienen cinco ayes sobre el malvado agresor caldeo. Se presenta a los
cinco ayes de modo simétrico en cinco estrofas de tres versos cada una. Los ayes son
tomados y proferidos por todas las naciones y pueblos mencionados en el versículo 5, que
han sufrido a manos del cruel opresor. En un cántico de sarcasmos, amontonarán ayes sobre
los babilonios por su proceder rapaz y saqueador. Procuraban amontonar para sí mismos
bienes que no les pertenecían. ¿Durante cuánto tiempo más creían poder seguir de ese
modo, con aparente impunidad? Además, acumularon prendas para sí, esto es, las riquezas
de las naciones que habían saqueado, igual que un usurero exigente acumula prendas,
violando la ley mosaica (Deuteronomio 24:10), y que debían devolverse a sus dueños. De
repente tendría que abandonar sus ganancias mal obtenidas.
Sabemos que los medos y los persas atacaron inesperadamente a los babilonios. El
término empleado aquí, de despojo, da a entender la exigencia de usura. La idea que
encierra es que los caldeos estaban, en un sentido, en deuda con las naciones, porque habían
despojado de tantos bienes a otros. Así los pueblos que los rodeaban eran sus acreedores.
Los conquistadores no sólo serían despojados por los pueblos subyugados, sino que
también serían sacudidos violentamente, refiriéndose al modo brusco en que un acreedor
sacude al deudor (Mateo 28:18). El despojador será despojado. El saqueador será saqueado.
Todo esto le vendrá debido al derramamiento de sangre causado por él y a la violencia
descargada contra los territorios y las ciudades de las naciones.
El segundo ay
Se pronuncia el segundo ay contra los caldeos por su codicia y su vanagloria. El
significado básico de “ganancia injusta” se está perdiendo, como hacen los orientales con
las piezas de plata y de otros metales en las transacciones monetarias. Luego pasó a
referirse a los que iban tras las ganancias deshonestas.
Al igual que Edom, los caldeos establecieron su gobierno en un lugar seguro contra los
ataques. El lenguaje no es literal, sino que está tomado de la imagen de un águila (Job
39:27; Jeremías 49:16 y Abdías 4).
El opresor impío puede pensar que su posición es inexpugnable; pero a causa de sus
muchos pillajes, ha pecado contra su alma misma y ha causado su propia ruina. Ha
acarreado sobre sí la retribución de Dios. Aun los objetos inanimados, los edificios que ha
levantado para su propia gloria y para la satisfacción de su orgullo, clamarán por las
injusticias perpetradas en ellos. No se hace referencia a la disolución del imperio, como si
se estuviera desmoronando. Sino que la piedra y el madero clamarían a una voz, acusando
de pecado y derramamiento de sangre. (Véase Génesis 4:10, y por contraste, Lucas 19:40 y
Salmo 29:9).
El tercer ay
Se invoca un tercer ay que recae sobre el conquistador caldeo por la opresión tiránica de
los pueblos cautivos. Sus ciudades fueron construidas con sangre, porque las riquezas con
que el rey de Babilonia construyó sus magníficos edificios fueron obtenidas en guerras
sangrientas. Se utilizó trabajo de esclavos para construir las grandes estructuras del imperio.
Sin embargo, contrariamente a los propósitos de los orgullosos gobernantes de
Babilonia, el Señor había determinado que la labor de esos pueblos subyugados no
permaneciera. Todo sería consumido por el fuego, que llevaría al imperio caldeo a su fin. El
trabajo era en vano.
Desde la antigüedad se había establecido un reino en Babilonia con el fin de usurpar el
poder y la gloria (Génesis 10:10; 11:4); pero debía fenecer y sería reemplazado por el reino
de Dios (Apocalipsis 11:15). El reino babilónico debía ceder el paso al reinado del Señor y
de su Cristo. Para que la tierra llegue a estar llena del conocimiento de la gloria del Señor,
como las agua cubren el mar, los reinos y gobernantes de este mundo deben ser juzgados y
destruidos. El propósito de Dios al crear la tierra fue que ésta reflejara su gloria (Números
14:21; Isaías 11:9).
El cuarto ay
El siguiente ay sobre los caldeos toma en cuenta su trato vergonzoso de las naciones
vecinas o más débiles. Es probable que los versículos 15 y 16 se deban tomar en sentido
figurado. De otro modo, hablan de una corrupción vergonzosa e inmoral. En las Escrituras
la condición de un hombre ebrio significa el desplome de una nación conquistada
(compárese con Nahúm 3:11). La idea es que los caldeos, con su afán de poder y de
conquista, incitaron a otras naciones a participar en campañas para conseguir despojos, y
finalmente las abandonaron para que sufrieran pérdidas y vergüenza. Por esta razón la
deshonra reposaría sobre aquellos que seducían a los pueblos, y vendrían a ser como los
incircuncisos, lo cual era para los hebreos el colmo del desprecio. En el tiempo debido los
babilonios recibirían en retribución la copa de la ira de Dios (Jeremías 25:15).
A raíz de la desolación provocada en la tierra de Palestina está determinado el juicio
contra Babilonia. Para realizar sus campañas militares y sus empresas de construcción, los
babilonios habían talado los bosques y habían dado muerte a los animales que vivían en
ellos. Desde tiempos antiguos, los conquistadores talaron los bosques del Líbano y mataron
sus animales, como lo anotaron diferentes reyes de Babilonia y de Asiria en sus crónicas.
Este versículo expresa también un clímax en la maldad, desde la destrucción de los bosques
y las bestias hasta la desolación de las ciudades. La tierra y la ciudad del versículo 8 se
refieren a todas las naciones; en el versículo 17 se hace referencia a Judá y a Jerusalén.
El quinto ay
El último ay se pronuncia contra el más grande de todos los pecados: la idolatría. Para
poner de manifiesto vigorosamente la inutilidad total de los ídolos, el profeta pregunta cuál
es su provecho. Para nada sirven. (Véase Isaías 44:9, 10; Jeremías 2:11.) El maestro de la
mentira es el ídolo, a causa de los falsos oráculos asociados con su adoración. ¡Qué
insensata es la actitud de los idólatras al gritar pidiendo ayuda a una imagen sorda, a fin de
despertarla para que le preste ayuda! Con desprecio e ironía, el profeta pregunta si tales
imágenes pueden enseñar. Los ídolos pueden estar recubiertos de oro y plata para mostrar
un esplendor terrenal, pero no hay vida en ellos mismos.
Los profetas del Antiguo Testamento dan de sí lo máximo cuando exponen el engaño y
la insensatez de la adoración de ídolos. Las imágenes nada son; pero en el cielo hay un Dios
viviente, soberano, que todo lo ve. No está oculto bajo oro y plata, sino que se encuentra
vivo en el cielo, listo y dispuesto a ayudar a su pueblo. Es el Dios invisible y todopoderoso
que habita en su templo celestial; por consiguiente, es menester que todas las naciones
estén solemne y humildemente reverentes ante El. (Salmo 76:8, 9; Sofonías 1:7; Zacarías
2:13.) Las naciones hacen bien, igual que los individuos, al someterse silenciosamente al
Señor, en espera de su juicio.
“El justo por su fe vivirá”
¡Cómo necesita Israel oír y escuchar la palabra de Dios de consejo inapreciable! El
justo no vivirá por las obras o por los méritos de los padres. Es sólo por fe en el sacrificio
del Mesías, el Señor Jesucristo. Los judíos son amados por causa de los padres (Romanos
11:28); pero no son salvos por causa de ellos, sino por Jesucristo que murió por ellos.
12
SOFONIAS: EL DIA DE JEHOVA
JUICIO UNIVERSAL
El hombre y el mensaje
El nombre “Sofonías” significa “El Señor esconde”, o bien, “aquel a quien el Señor
esconde”. Más allá de lo que dice 1:1, no se sabe definidamente nada sobre la vida del
profeta. La genealogía que aparece al principio de la profecía presenta cuatro generaciones.
Ningún otro profeta lleva tan atrás su genealogía. No es cosa acostumbrada en el Antiguo
Testamento presentar la ascendencia de un hombre más allá de su abuelo, a menos que sea
con un propósito especial. Sofonías era de sangre real, tataranieto del piadoso rey Ezequías.
Los argumentos que se han presentado en contra de este punto de vista no son
convincentes.
Este profeta ministró aproximadamente durante medio siglo después de Nahúm, en el
reinado de Josías. Manasés y Amón habían sido reyes impíos; pero Josías fue un soberano
temeroso de Dios (2 Reyes 22 y 23). La mayoría de los estudiosos del libro creen que ya
había comenzado la reforma de Josías (véase 2 Crónicas 34:3–7).
La reforma efectuada en Judá en el año 621 a.C. (las diez tribus llevaban ya en la
cautividad un siglo) afectó sólo al pequeño remanente; la gran mayoría de Israel estaba en
la condición descrita aquí en el capítulo 1 y en la profecía de Jeremías. En ese grupo mayor
todo era exterior y aparente, y la reforma provocó una fuerte reacción. El pueblo estaba
maduro para el juicio. Es extraño que Sofonías no mencione las reformas de Josías.
Se ha considerado a Sofonías como uno de los profetas más diffíciles de interpretar en
todo el canon profético; pero su mensaje tiene un punto focal definido que es el día de
Jehová. Sofonías usa esta expresión con mayor frecuencia que cualquier otro profeta del
Antiguo Testamento. En el primer capítulo anuncia su profecía de juicio que se centra en
especial sobre Judá. En el segundo capítulo predice juicios sobre varios pueblos, después de
una exhortación al arrepentimiento. En el último capítulo, después de unas breves palabras
respecto al juicio que vendría sobre Jerusalén, promete gloria futura para el restaurado
remanente de Israel en los últimos días. Sus profecías de juicio mundial y de salvación final
del pueblo de Dios son completas.
Un escritor del siglo dieciséis indicaba: “Si alguien desea que se den todos los oráculos
secretos de los profetas en un breve compendio, que lea enteramente el breve libro de
Sofonías.” Su profecía tiene afinidades con los mensajes de profetas anteriores. Hay
expresiones similares en Isaías y Sofonías, y aun más, en Jeremías y Sofonías. En la época
de Sofonías, los enemigos de Israel eran los caldeos, más bien que los asirios, como en la
de Nahúm y otros.
Juicio universal
El profeta comienza su libro con un anuncio de destrucción universal. Dios consumirá y
destruirá todo lo que haya sobre la faz de la tierra, bien sea hombre o bestia. Las aves de los
cielos y los peces del mar estarán incluidos en el mismo castigo. Las bestias, los pájaros y
los peces tienen intereses comunes con el hombre y sufren con él. La intención de la
enumeración detallada es expresar tanto el terror como la universalidad del castigo. Dios
destruirá absolutamente todo. Ya en la historia del mundo ha habido destrucción universal
antes por causa del pecado del hombre (véase Génesis 6:7). El Señor castigará de manera
especial a los malos con sus tropiezos, los objetos y ritos de su adoración idólatra. (Véase
Ezequiel 14:3, 4, 7.)
Hasta este punto, el pronunciamiento de juicio ha sido de naturaleza universal, ahora se
restringe a las favorecidas Judá y Jerusalén, que tenían la revelación de la voluntad de Dios.
El juicio sobre toda la tierra caerá finalmente sobre Judá y Jerusalén.
Los versículos 4 al 6 muestran un avance de la idolatría externa y tosca a la interna y
desarrollada. Cuando el Señor anuncia que extenderá su mano sobre Judá y Jerusalén, está
indicando que habrá una obra especial de castigo (véase Isaías 5:25; 9:12, 17, 21). La
adoración de Baal será desarraigada y destruida. Baal era el dios de los cananeos, que había
sido adorado anteriormente por Israel en su apostasía, en la época de los jueces (Jueces
2:13).
El reinado de Manasés se caracterizó por esta adoración (2 Reyes 21:3, 5, 7 y 2
Crónicas 33:3, 7). El piadoso Josias destruyó a los baales (2 Crónicas 34:4). La deidad
femenina que se asociaba generalmente con Baal era Astoret. Era una adoración de la
naturaleza y estaba llena de prácticas inmorales. Los restos de Baal se refieren a todo lo que
quedó de Baal y de idolatría en general. Se ha inferido de este versículo que la reforma de
Josías ya había comenzado, y se había impuesto una restricción a las flagrantes idolatrías de
la nación. La impía adoración de Baal había de ser exterminada hasta su último vestigio.
Esto se cumplió en Judá después de la cautividad babilónica.
El nombre mismo de los quemarim iba a desaparecer también. Estos eran los sacerdotes
de los ídolos (Oseas 10:15) a los que Josías quitó (2 Reyes 23:5). La raíz hebrea significa
“negro” (debido a las vestiduras negras que usaban) o “celoso” (a causa de su fanatismo en
la idolatría). Los otros sacerdotes mencionados en el versículo 4 eran aparentemente
sacerdotes de Dios, pero indiferentes respecto del relajamiento espiritual del pueblo.
Otra categoría de personas destinadas para el juicio en Judá eran los que adoraban las
huestes celestiales en las azoteas. Se hacía esto en los tejados planos de las casas para tener
una vista más clara del cielo y sobre todo como altares para quemar incienso (véase
Jeremías 8:2; 19:13; 32:29). Esta adoración se llamaba sabaísmo y prevaleció desde una
época muy temprana en el Oriente. Moisés hizo una advertencia en contra de esto en
Deuteronomio 4:19. No obstante, se practicó ampliamente en Israel, convirtiendo así
virtualmente a cada hogar en un santuario idólatra. (Véase 2 Reyes 21:3, 5; 23:5, 6;
Jeremías 7:17, 18; 44:17–19, 25).
Había otros más en Judá que tenían un sistema de adoración acomodaticio que incluía la
adoración de Dios y de Malcam, el mismo que Moloc (Amós 5:26) y Milcom, dios de
Amón (1 Reyes 11:33).
Por último, se señala a los que al principio escucharon la exhortación de Josías al
arrepentimiento y luego se volvieron atrás, y a los que fueron indiferentes a todo desde el
principio. Esta es la exposición de hechos del Dios viviente en su justa ira contra la maldad
de Judá. Se anota y se pone de manifiesto todo tipo de iniquidad. Todas las cosas están
desnudas ante Aquel a quien tenemos que rendirle cuentas.
Castigo sobre Judá
Antes de hablar en detalle sobre el juicio ya indicado, el profeta hace un llamamiento a
todos para que guarden silencio delante del Señor. (Véase Habacuc 2:20.) Anuncia que está
muy próximo el día de Jehová, o sea, el día del juicio. Ese día final de Jehová vendrá
precedido de juicios preliminares, como etapas del proceso.
Sofonías habla del mismo día final de Jehová sobre el cual profetizó Joel (Joel 1:15 y
Abdías 15). El sacrificio particular que se tiene presente aquí es el juicio sobre Judá, el
pueblo de Dios. Los convidados consagrados son los caldeos (véase Isaías 13:3; 34:6;
Jeremías 46:10; Ezequiel 39:17). El cuadro final se da en Apocalipsis 19:17, 18. Cuán
irritante debe de ser el juicio cuando Dios santifica a los paganos babilonios como sus
sacerdotes para que maten los sacrificios.
Se pronuncia el primer castigo contra los príncipes que siguen las costumbres de los
paganos. Debieran haber sido líderes en la justicia en lugar de serlo del mal. El juicio caerá
sobre la familia real porque siguieron las costumbres extranjeras y oprimieron al pueblo.
La expresión “los hijos del rey” no quiere decir los hijos de Josías. No era posible que
tuviera hijos de edad suficiente para haber cometido pecados semejantes. Aquellos a
quienes se alude, o son príncipes de la casa real o hijos del rey que estaría gobernando
cuando se cumpliera la profecía. (Compárese esto con 2 Reyes 25:7 y Jeremías 39:6, donde
los hijos de Sedequías fueron muertos y él mismo fue cegado.) No se incluye aquí al rey
Josías porque sería eximido del juicio, debido a su vida piadosa.
Algunos piensan que la referencia a vestido extranjero indica las vestimentas extrañas
traídas de naciones paganas, en las que los impíos de Israel adoraban a los ídolos. Con las
vestimentas foráneas venían las costumbres y la adoración extrañas, sobre todo la idolatría.
El versículo 9 señala juicio sobre los que despojan y roban a sus conciudadanos. Según
1 Samuel 5:5, en la adoración a Dagón, en Asdod, se acostumbraba saltar sobre el umbral,
por lo que algunos han pensado que el profeta está denunciando aquí un rito idolátrico. El
final del versículo hace ver que esa opinión es insostenible. A lo que se hace referencia es
al celo con que los sirvientes de los ricos salen presurosos de sus hogares para apoderarse
de la propiedad de los demás con el fin de enriquecer a sus amos. Los hogares de los pobres
eran invadidos a la fuerza para arrebatarles sus bienes. De este modo, los hogares de los
ricos se llenaban con lo que había sido obtenido con violencia y engaño.
En los versículos 10 y 11 hay una advertencia para los comerciantes deshonestos que se
han enriquecido mediante prácticas perversas.
Se nos describe la agonía de Jerusalén en la invasión de Nabucodonosor. Todos los
sectores de la ciudad se verán afectados. La Puerta del Pescado se hallaba en el lado norte
de la ciudad, el cual era susceptible de ataques. Nabucodonosor entró por aquella puerta.
Recibió su nombre de su proximidad al mercado de pescado, al cual traían pescado del lago
de Tiberias y del río Jordán. Corresponde a lo que, en la actualidad, es la Puerta de
Damasco. El segundo sector era el segundo distrito de la ciudad en el collado de Acra,
donde vivía la profetisa Huida (2 Reyes 22:14).
Al clamor procedente de la Puerta del Pescado y a los lamentos del segundo sector se
unirá el quebrantamiento desde los collados de Sion, Moríah y Ofel, dentro de los muros.
El versículo indica el progreso del enemigo hasta que ocupan los lugares prominentes de la
ciudad.
La palabra que se traduce Mactes es mortero y no un nombre propio. Los atlas actuales
indican que el lugar es desconocido. Se cree que era un sector de Jerusalén ubicado en la
parte baja de la ciudad. Algunos creen que se trataba del valle Tiropeón en la ciudad, donde
los comerciantes efectuaban sus transacciones.
El Señor juzgará a su pueblo como se tritura el maíz en un mortero. El pueblo mercader
que se menciona aquí son los comerciantes de Judá que efectuaban sus negocios del mismo
modo que los cananeos o los fenicios. Oseas 12:7 utiliza la misma designación. Sus
riquezas perecerán con ellos.
Los que son perversamente indiferentes entre ellos son denunciados a continuación. El
profeta predice que el Señor escudriñará muy minuciosamente la más oculta iniquidad,
como hace un hombre con una linterna. Después de semejante examen el castigo caerá
sobre los que reposen como el vino asentado, figura proverbial usada para la indiferencia y
la holgazanería (Jeremías 48:11). Sobre la superficie de los licores fermentados se forma
una costra dura cuando no se los mueve durante largo tiempo. Asentados de este modo en
su indolencia, niegan la providencia regidora de Dios en el universo, su actividad y su obra
en el mundo, como si no hubiese de traer ni bien ni calamidad. A causa de esa maldad y
desvergüenza, Dios traerá sobre ellos las maldiciones de la ley; no disfrutarían ni de su
riqueza ni de sus casas y viñedos. (Véase Levítico 26:32, 33; Deuteronomio 28:30, 39;
Amós 5:11 y Miqueas 6:15.)
El día de Jehová
Cada calamidad ocurrida en los reinados impíos de los sucesores de Josías fue un paso
o prefiguración más de la calamidad final en el día de Jehová. Para más detalles acerca de
este día en los profetas menores, se remite al lector al libro de Joel. A este día se lo llama
grande, a causa de sus tremendos efectos (Joel 2:11). Tan mortífero será el ataque de los
caldeos que aun los valientes se desesperarán y se entregarán a un pesar sin esperanzas
(Isaías 66:6). En los versículos 15 y 16 tenemos una descripción muy enfática de la
lobreguez y el terror de ese día.
En el año 1250 Tomás de Celano escribió su famoso himno de juicio basado en el
versículo 15: “Dies irae, dies illa”, que significa: “Ese día es día de ira”. Ese día es de ira,
de angustia, de aprieto, de alboroto, de asolamiento (las palabras hebreas traducidas
alboroto y asolamiento — sho’ah y umesho’ah — tienen un sonido similar para dar a
entender la monotonía de la destrucción), de tinieblas, de obscuridad, de nublado, de
entenebrecimiento, de trompeta y de alarma contra las ciudades fortificadas y las altas
torres.
Al no poder encontrar una vía de escape de su aflictiva calamidad, el pueblo de Judá
andará como los ciegos (Deuteronomio 28:29). Como si no valieran nada, su sangre y su
carne se derramarán como polvo y estiércol. En aquella hora de catástrofe, ni la plata ni el
oro les valdrán para librarlos de la ira del Dios santo. El terrible juicio de Dios consumirá
toda la tierra, y todos los que moran en la tierra tendrán un triste fin. Los juicios de Dios
son terribles; pero cuán inefablemente dulce es su gracia que ha manifestado a los
pecadores convictos.
Los que no buscan al Señor
En los días de Josías y del profeta Sofonías en Judá había quienes no buscaban al Señor
a causa de una impía indiferencia. Pero también es posible no buscar al Señor a causa de
que el mensaje de su gracia redentora no se ha dado en forma clara y amorosa. Pablo indica
en Romanos 10 que no puede haber búsqueda del Señor en tanto no se haya escuchado el
mensaje del evangelio.
IRA Y BENDICIONES
Ay sobre la Jerusalén impía
Después de la serie de lamentos sobre las naciones, anunciados en el capítulo 2, el
profeta vuelve en el capítulo 3 a su mensaje dirigido a Jerusalén. Puesto que la ciudad había
sido tan favorecida y privilegiada, debía esperarse mucho más de ella en lo que se refiere a
la fe y obediencia al Señor.
Aunque no se nombra la ciudad mencionada en el versículo 1, resulta muy evidente por
el versículo 2 que se refiere a Jerusalén. Se la acusa de rebelión, contaminación y opresión.
Era rebelde porque no se sometía a la voluntad conocida de Jehová; estaba contaminada
debido a su larga permanencia en el pecado, a pesar de lo estricto de sus ritos ceremoniales,
y era opresiva porque no tomaba en cuenta los derechos de los pobres, de los huérfanos y
de las viudas.
En conjunto, se le imputan cuatro acusaciones diferentes a la nación. No obedeció a la
voz de Dios dada en la ley y por medio de los profetas, y no se recibió la corrección;
cuando Dios le aplicaba castigos, no aprendió las lecciones debidas. No confió en el Señor,
sino en sí misma, en sus ídolos y aliados, y no se acercó a su Dios por medio de la fe, la
adoración y el arrepentimiento, apartándose de El, aun cuando el Señor procuraba estar
cerca de ella (Deuteronomio 4:7).
Los líderes eran igual que el pueblo. Se señalan tres clases de personas en la nación: los
príncipes, los profetas y los sacerdotes, para una condenación especial. No se acusa de nada
al piadoso rey Josías. No obstante, los príncipes eran como leones rugientes en medio de
ella. Estaban siempre a la búsqueda de más presas.
Quienes deberían haber pastoreado el rebaño, lo estaban devorando. (Véase 1:8, 9;
Miqueas 2:2; Zacarías 11:4.) Los jueces del pueblo estaban llenos de una codicia
insaciable, devorándolo todo de golpe con un hambre voraz. No dejaban nada para la
mañana.
En el versículo 4 tenemos la única acusación contra los profetas en este libro. Eran
culpables de veleidad, que tomaban a la ligera aun los asuntos más importantes. Su vida y
sus enseñanzas carecían de seriedad y de firmeza. Eran traicioneros porque no eran fieles al
Señor al que decían representar. En lugar de ello, animaban a la gente en su apostasía del
Señor. Con sus obras impías profanaban el santuario y hacían que lo sagrado fuera profano.
Hicieron violencia a la Ley, pervirtiendo su sencilla intención y significado cuando
enseñaban al pueblo. (Respecto a una acusación similar véase Ezequiel 22:26.) Los
príncipes, los profetas y los sacerdotes eran igualmente culpables de corromper a la nación
mediante su mal ejemplo y modo de obrar.
Castigos y advertencias de Dios
A pesar de las iniquidades y la corrupción de Jerusalén, el Señor, en su justicia, está en
medio de ella. Su presencia en medio de ella hace que sea todavía más seguro su juicio por
su pecado. Dios nunca pasa por alto la iniquidad.
En el Oriente, la mañana es el tiempo para la administración de justicia, de modo que
cada mañana Jehová saca su justicia a la luz. Su conducta recta se da a conocer por medio
de sus profetas verdaderos, que exhortan a la piedad, y mediante sus juicios sobre los
impíos de la nación.
Mediante castigos y advertencias, Dios sigue manifestando su justicia. No falla ni
fracasa; pero los impíos no tienen ninguna vergüenza que pueda conducirlos al
arrepentimiento. Dios había esperado que, al ver los castigos impuestos a otras naciones, su
pueblo se daría por aludido y se volvería a El.
Durante el reinado de Josías, Judea disfrutó de paz, aun cuando las guerras trastornaban
a otros pueblos. Se libró durante la arrasadora invasión de Asia occidental por los escitas.
Ni siquiera el destino de las diez tribus disuadió al reino del sur de pecar.
El versículo 6 describe las desolaciones que el Señor causó entre las naciones que
rodeaban a Judea y que debían servir como advertencias para esta última. Sin embargo, ella
no prestó atención a los juicios que sufrieron otros países. Dios esperaba que por esos
castigos Judá aprendería a temerlo y a recibir corrección, para que su morada no fuera
destruida.
Aunque el Señor los había designado para que fueran castigados por sus pecados, si se
hubieran arrepentido, los habría perdonado y no habría destruido la ciudad. Pero ellos, a
despecho del Señor y de su desagrado, se levantaron temprano y se apresuraron, indicando
que su pecar era deliberado, y corrompieron todos sus caminos. En el Oriente la madrugada
es la mejor hora para hacer negocios. Siguieron su curso pecaminoso con gran interés y
diligencia. Grande es el atractivo del pecado y grande el castigo que merece; pero, con
todo, el hombre se lanza de cabeza en él.
Ira sobre las naciones
Para completar el ciclo completo de profecías sobre la ira de Dios, en el versículo 8
Sofonías vuelve al tema del capítulo 1, el castigo de Dios sobre todas las naciones. Se
exhorta a los piadosos del pueblo del Señor a que lo esperen y confíen en El. Como la fiera
lista a arrebatar, el Señor se levantará aún para la presa.
Se ha considerado que la presa son las naciones que le corresponderán como suyas en la
salvación. (Compárese Isaías 53:12 con 52:15 y 49:7.) Pero antes de que esto pueda
realizarse, deberá haber destrucción y exterminio.
Los piadosos deberán esperar el juicio de Dios sobre las naciones, porque finalmente
eso dará como resultado su redención. Jehová está determinado a reunir a las naciones
(Zacarías 14:2) y los reinos, con el fin de derramar sobre ellos, en un gran acto de juicio, su
indignación, el ardor de su ira y el fuego de su celo. Estas palabras son muy vívidas y
representan una escena de gran importancia profética. Véase también Joel 3:1–3 y 12–16.
(Según los eruditos masoréticos, que trabajaron con ahínco en el texto del Antiguo
Testamento, el versículo 8 es el único de todo el Antiguo Testamento en que aparecen todas
las letras del alfabeto hebreo, incluso las últimas.)
Conversión de las naciones
El resto del capítulo 3 versa sobre los tiempos mesiánicos. En estos versículos tenemos
brillantes promesas de bendiciones y de restauración para el pueblo de Dios y las naciones.
A continuación Sofonías describe los resultados del juicio de Dios sobre las naciones.
Después de descargar su ira sobre los impíos de entre las naciones, les dará a los gentiles,
dentro de su misericordia, un lenguaje puro para que puedan invocar el nombre del Señor y
servirlo unidos.
El profeta no está prediciendo un idioma universal (algunos dicen que se trata del
hebreo, como si tuviéramos aquí una inversión de Babel), sino que se depurará el modo
inmundo de hablar que tienen las naciones. Será un hablar depurado y sin contaminación,
más bien que un lenguaje claro y fácil de entender. (Véase el pensamiento opuesto en Isaías
6:5.) La impureza de que eran culpables antes se originó en su hábito de jurar por dioses
falsos y orar a los mismos.
Se indica que el remanente de las naciones está convertido al Señor. Las naciones
aprenden la rectitud por medio del juicio. Todos invocarán el nombre de Jehová, en una
restauración de las condiciones que prevalecían en Génesis 4:26. No sólo adorarán a Jehová
con los labios, sino también lo servirán de común consentimiento.
La imagen se toma del yugo o carga que llevan dos, ayudándose el uno al otro.
Compárese esta expresión con la que se encuentra en 1 Reyes 22:13: “a una voz”. En su
condición de convertidas, las naciones mostrarán su buena disposición para que el Señor las
utilice en interés de Israel. Desde más allá de los ríos de Etiopía traerán a los dispersos de
Israel a su propia tierra, como ofrenda al Señor (Isaías 49:22, 23; 60:4–9 y 66:20).
Los ríos de Etiopía son los brazos del Nilo: el Atbara, el Astasobas, el Nilo azul y el
Nilo blanco. La tierra es Etiopía misma (Isaías 18:1).
Hay quienes sugieren que los suplicantes representan a judíos dispersos en Etiopía.
Señalan el occidente de Abisinia donde viven los famosos falasas (la palabra es de la
misma raíz semítica que filisteo y significa emigrante). Se dice que los mismos remontan su
origen a Palestina y a la religión judía. Se cree que los cristianos abisinios eran al principio,
en parte, creyentes hebreos. Por nuestra parte, preferimos ver en las palabras “me
suplicarán” y “la hija de mis esparcidos”, como el objeto del verbo y no el sujeto. En otras
palabras, los gentiles llevarán a su tierra al pueblo de Dios disperso en Etiopía, como
ofrenda al Señor. Los pasajes de Isaías antes indicados confirman ampliamente esta verdad.
Este es el significado, más bien que los esparcidos le llevarán una ofrenda al Señor. El
efecto de la conversión de los gentiles será el de alinearlos con los propósitos de Dios para
con Israel en su restauración en Palestina.
El remanente en Israel
A continuación el profeta nos describe la condición del pueblo de Israel, diciendo que
están purificados, restaurados y regocijándose en su tierra. Cuando se reúnan de entre las
naciones, no tendrán nada de que avergonzarse, porque el Señor habrá quitado de entre
ellos a los impíos y rebeldes. Todas las obras vergonzosas habrán sido depuradas. Las
transgresiones del pasado serán quitadas y, sobre todo, se resolverá la soberbia. El orgullo
farisaico será cosa del pasado. El monte del templo no estará sujeto ya a la altivez que antes
había allí. En lugar de soberbios, el Señor dejará en medio de la tierra a los que son
humildes y pobres, a los mansos y modestos, a los que realmente encuentran su refugio en
el nombre de Jehová solamente. La iniquidad, la falsedad y el engaño serán depurados del
remanente de Israel. En esa condición espiritual, Israel hallará prosperidad física y paz
también. No habrá opresores, ni internos ni externos, que los acosen entonces. Gozarán de
las ricas bendiciones de Dios sin molestias ni trastornos. Véanse pasajes paralelos en
Miqueas 4:4; 7:14. Cumplirán su vocación divina (Exodo 19:6).
El gozo y la gloria del milenio
Pero todavía no se ha dado el relato completo de las bendiciones y la restauración. A
continuación, el profeta lo describe de un modo más detallado. En vista del día de regocijo
que se acerca, se los exhorta a cantar, gritar de júbilo, estar alegres y gozosos. Dios nunca
multiplica palabras como estas sin querer hacer una declaración enfática.
La razón del regocijo se da en el versículo 15. El día del juicio y el castigo de Israel ha
pasado ya, han sido echados fuera todos sus adversarios, y el Señor, el Rey de Israel, está
en medio de ellos. No es extraño, pues, que ya no tienen causa alguna para sentir temor. La
debilidad de las manos por la ansiedad y el temor serán cosas del pasado.
Las promesas llegan a su punto culminante en el versículo 17. Se reitera la presencia del
Señor en medio de ellos (v. 15); ésta es la fuente de todas las bienaventuranzas. El es el
poderoso Salvador. Igual que el esposo se regocija con su esposa, el Señor se goza con su
pueblo. El contrato matrimonial entre Jehová e Israel será restaurado (Isaías 62:5; 65:19;
Oseas 2:19, 20). Entonces, El reposará (literalmente: callará) en su amor.
Esta es una de las afirmaciones más osadas de la Biblia. Se declara que Dios reposará
en un éxtasis silencioso con su pueblo Israel. ¡Qué certidumbre para Israel! El amor es
demasiado grande para expresarlo con palabras. Jehová reposará en él lleno de
complacencia. La idea de que Dios ya no tendrá ocasión de reprender ni censurar, sólo se
presenta aquí en forma secundaria. Tiene un gozo calmado en su amor. Luego el silencio se
rompe con cánticos. Lea lo que dice la Palabra de Dios sobre la voz del Señor en el Salmo
29:3–9 e imagínese, si puede, cómo será ese cántico gozoso.
Como no podían celebrar las fiestas de Jehová en el exilio, los piadosos añoraban las
reuniones festivas solemnes. El Señor los reunirá otra vez en la tierra de su heredad.
Pertenecían a la tierra como ciudadanos legítimos. Habían sentido vivamente como una
carga el oprobio que había caído sobre el pueblo de Dios. Reunida y restaurada, la nación
será una fuente de bendición para todo el mundo.
En esa época, en los días del milenio, al que precederá primero el juicio sobre los
enemigos de Israel, Jehová contenderá con los que afligieron a Israel. Les dará la
retribución que se merecen. La que cojea y la descarriada representan a todos los de la
dispersión. Todos ellos serán redimidos y restaurados. Dios les dará un nombre eminente en
toda la tierra, mientras que antes eran objeto de oprobio y escarnio entre todas las naciones.
Israel cumplirá entonces lo que era su destino desde el principio (véase Deuteronomio
26:19). Jehová ejercerá su cuidado pastoral sobre ellos, recogiéndolos y reuniéndolos a sí
mismo de la cautividad. Será tan maravilloso que les resultará muy difícil creerlo; pero se
materializará ante sus ojos ¡Día bendito y gozoso para Israel, tan sacudido por las
tempestades!
El Rey de Israel en medio de ellos
El mensaje de Sofonías se centra en el juicio y, sobre todo, en el del temible día de
Jehová. Ninguna nación está exenta. Sin embargo, cometeríamos una injusticia si viéramos
a este profeta sólo a la luz del castigo. Lo cierto es que concluye su profecía con palabras
de bendición y de promesas para las naciones y para Israel. Pero esas promesas para las
naciones sólo podrán cumplirse cuando las bendiciones de Dios estén sobre Israel. El Rey
de Israel, en medio de ellos, es Jehová Dios mismo. ¡Ojalá que esto se hubiera cumplido
ya! Cada día que nos acercamos más a la salvación de Israel, se acerca también la del
mundo (Salmo 67).
13
HAGEO: RECONSTRUCCION DEL TEMPLO
LEVÁNTATE Y EDIFICA
El profeta y su época
Este profeta es la única persona del Antiguo Testamento que lleva el nombre de Hageo,
que significa “festivo”. Se ha sugerido que le pusieron este nombre porque nació en algún
día de fiesta.
Hageo es uno de los profetas cuya historia personal no se conoce. Se menciona en
Esdras 5:1 y 6:14. Es el primero de los profetas posteriores a la cautividad, que ministraron
después del regreso de Israel de su exilio en Babilonia. (Véase el fondo histórico en Esdras
4 y 5.)
Es conveniente leer Esdras, Nehemías y Ester al estudiar Hageo, Zacarías y Malaquías.
Todos ellos se refieren al mismo período de la historia de Israel. El rey es Darío Histaspes y
la época era el año 520 a.C.
La profecía cubre un breve espacio de cuatro meses. Hageo 2:3 no implica
necesariamente que Hageo viviera en la época del primer templo. Es probable que naciera
en el exilio.
Los antecedentes históricos se pueden resumir de modo conveniente como sigue: el
remanente había regresado de Babilonia; se reinstituyeron las fiestas; se habían echado los
cimientos del nuevo templo y, luego, se paralizaron los trabajos de restauración del templo
debido a la oposición de vecinos hostiles y a la indiferencia nacional. Darío Histaspes
favoreció esos trabajos cuando ocupó el trono de Persia. En sus mensajes proféticos a la
nación, Hageo y Zacarías exhortaron al pueblo a que se dedicara a la reconstrucción. La
misión que el Señor le encomendó a Hageo fue la de animar al pueblo para que
reconstruyera el templo destruido por Nabucodonosor en el año 586 a.C. El profeta
comienza con el tema de la reconstrucción del templo; pero prosigue hablando del
sacudimiento de todas las naciones, de la venida del Señor y de la gloria de su reino
milenario.
Algunos consideran que la profecía tiene cuatro discursos, mientras que otros
distinguen cinco. Probablemente la primera de esas opiniones sea la correcta y las
divisiones son: 1:1–15; 2:1–9; 2:10–19; 2:20–23. Las principales secciones del libro se
indican por medio de fechas. El ministerio de Hageo precedió al de Zacarías en
aproximadamente dos meses.
Inicia su mensaje con reproches y advertencias y, a continuación, pasa a la promesa de
la presencia de Dios con Israel en la obra renovada. Lo que sigue reseña la gloria del
templo en el futuro. Después de dejar sentado con claridad los principios del pecado y de la
santidad, predice la constante protección y las bendiciones de Dios sobre su pueblo. El
estilo de Hageo es simple prosa al que le da fuerza por medio de preguntas frecuentes.
El reproche
El profeta les pone fecha a todos sus mensajes. El primero de ellos fue en el primer día
del sexto mes del segundo año del reinado de Darío. El primer día de cada mes era el de la
luna nueva, cuando el pueblo se reunía para adorar. Ese era un momento apropiado para
que Hageo dijera su mensaje.
El sexto mes es Elul, aproximadamente nuestro septiembre. Darío comenzó a gobernar
en el año 521 a.C., y esta profecía se dio durante el segundo año de su reinado. El datar la
profecía (como Zacarías también) según el reinado de un rey gentil, revela claramente que
los tiempos de los gentiles estaban en progreso (véase Lucas 21:24). La fecha del versículo
1 armoniza con Esdras 4:24. Debido a los enemigos de los judíos, la reconstrucción de la
casa de Dios se interrumpió hasta el segundo año del reinado de Darío de Persia.
La profecía está dirigida a Zorobabel y a Josué, el líder civil y el líder religioso de
entonces; pero está destinada a toda la nación, como lo muestra su contenido. Zorobabel
significa “engendrado en Babilonia”. Se lo llama Sesbasar en Esdras 1:8; 5:14, 16. Era
nieto de Joaquín (1 Crónicas 3:17–19) y Ciro lo había designado como gobernador de Judá
(Esdras 5:14). Josué era hijo de Josadac que era sumo sacerdote en la época de la invasión
babilónica (1 Crónicas 6:15).
Hageo comienza con un reproche por la indiferencia del pueblo. Manifiesta su excusa
para no reconstruir el templo. Estaban diciendo que ése no era el momento oportuno para
venir y reconstruir la casa de Dios. Se quejaban de que los tiempos no eran adecuados ni
propicios. La causa de la dificultad era su frialdad hacia las cosas de Dios. Qué fácil nos
resulta disimular ese terrible estado de apatía con una abundancia de excusas, evasivas y
subterfugios. Si hubieran tenido fe, el decreto de Artajerjes no los habría disuadido de
realizar la obra. Puesto que los decretos persas no se podían alterar, se ha sugerido que el
decreto de Ciro no habría podido ser derogado por ningún otro.
Dios menciona a Israel como “este pueblo”, en lugar de “mi pueblo”, más por despecho
que con ánimo desdeñoso. Obsérvese que no estaban diciendo que no debía realizarse la
construcción, sino sólo que todavía no era el momento oportuno para ello. Y todo esto a
pesar del hecho de que hacía ya quince años que se habían interrumpido los trabajos.
El Señor responde a las excusas dilatorias del pueblo por medio del profeta,
preguntándoles si la hora era adecuada para que ellos vivieran en sus casas artesonadas,
mientras el templo de Jehová permanecía en ruinas. Esa pregunta ponía de manifiesto a la
vez su egoísmo, su indiferencia y su ingratitud. Eran movidos sólo por intereses egoístas en
todo lo que hacían. Las casas artesonadas indican las que estaban lujosamente guarnecidas
con paneles, que no se limitaban a los cielos rasos, sino que incluían también las paredes,
revestidas con tableros o paneles. El entablado con cedro era común en las residencias de
los reyes (1 Reyes 7:7; Jeremías 22:14).
Habían quitado lo más importante de todo, excluyéndolo del cuadro. Lo primero debe
ponerse en primer lugar. Lo que estaba en juego no era meramente un edificio o estructura
física, sino que todo giraba en torno a la cuestión de la adoración al Señor.
Es una gran bendición tener la clara visión que Dios da para colocar en primer lugar las
cosas preeminentes. Obsérvese el “primeramente” de Pablo con relación al evangelio (1
Corintios 15:3). La reprobable actitud de Israel a este respecto se podría comparar bien con
la preocupación de David que se menciona en 2 Samuel 7:2. Las bendiciones de Dios
reposan sobre una actitud como la suya. Mediante el rumbo tomado por Israel sólo se puede
esperar el desagrado del Señor.
La calamidad
El Señor exhortó a Israel para que, en medio de su pecado, considerara sus caminos
(literalmente: pusiera su corazón en ello). Este es un llamamiento favorito de Hageo, que
vuelve a emplearlo en el versículo 7 del capítulo 1 y dos veces más en 2:18.
Es un mandamiento de autoexamen. Debían juzgar la naturaleza de sus obras (o
excusas) por los resultados que seguían. Sembraban con abundancia, pero cosechaban muy
poco. Comían, sin sentirse nunca satisfechos (Levítico 26:26; Oseas 4:10; Miqueas 6:14);
bebían, sin calmar su sed; se vestían, sin lograr abrigarse; y ganaban sueldos, pero se
gastaban muy pronto. Dios los decepcionó en todas sus esperanzas. Los castigos
continuaron mientras duró la negligencia. Durante todo ese tiempo estuvieron ciegos a los
asuntos de que se trataba y a la mano disciplinadora de Dios. Su egoísmo no los había
conducido a ninguna parte. Habían obtenido pérdidas en lugar de ganancias y sus
necesidades eran tan costosas que no quedaban excedentes de sus sueldos. Era necesario
mostrarle a ese pueblo egoísta y egocéntrico qué pérdida enorme era descuidar la obra de
Jehová por sus propias ganancias materiales.
No hay contradicción entre el versículo 6 (también los versículos 9–11), que describe
condiciones de pobreza, y el versículo 4, que menciona sus casas artesonadas, porque había
seguramente individuos ricos en la nación, así como las clases más pobres. El principio
revelado en Mateo 6:33 sigue siendo apropiado para todas las eras. El que trabaja sin el
Señor lo hace sin beneficios ni provecho alguno (Zacarías 8:10).
La acusación
En vista de lo que ha revelado el profeta acerca del desagrado de Jehová, se exhorta otra
vez a Israel para que considere sus caminos. La repetición indica una mayor urgencia de
hacerlo así. En el versículo 8 se informa al pueblo respecto del remedio para sus males.
Debían ir a los montes, a cualquier lugar boscoso, a traer madera para construir la casa de
Jehová. De ese modo estaría complacido el Señor y sería glorificado.
Le había desagradado la desolada condición de su casa, y ciertamente no había recibido
gloria alguna de la falta de obediencia e interés del pueblo por las cosas de Dios.
Se observan aquí los benditos resultados de la obediencia. En resumen, Hageo dice:
“Den a Dios el lugar supremo en su vida.” Entonces el Señor será honrado en la adoración
de su pueblo. Una sincera actitud de obediencia habría dado muestras de adoración de parte
de ellos, dándole así gloria a Dios. Dios les indicó con toda claridad cómo podía ser
glorificado. El Talmud babilonio indicaba que en el templo de Zorobabel faltaban cinco
cosas que estaban en el templo de Salomón: 1) el arca del pacto; 2) el fuego santo; 3) la
gloria Shekina; 4) el espíritu de profecía (el; Espíritu Santo) y 5) el Urim y Tumim. A pesar
de todo lo que pudiera faltar, Dios prometió que su bendición estaría presente.
Los castigos de Dios
El profeta vuelve a la consideración de los juicios de Dios sobre el pueblo de Israel por
su desobediencia (véase el versículo 6). Cuando trabajaban arduamente y pensaban obtener
grandes cosechas, quedaba poco, en comparación con sus esfuerzos. Luego, cuando
llevaban a casa sus pocos frutos, Dios soplaba sobre ellos. No habían de atribuir la falta de
productividad del suelo al prolongado descuido en que había estado la tierra durante los
años del exilio. Era claramente la mano de Dios que los estaba castigando, y El les explicó
la razón de todo ello.
Era muy posible que cada año, en la época de la siega, una vez que las mieses estaban
en el granero, el Señor enviara fuertes vientos que derribaran los graneros y dispersaran los
granos. Dios dispersaba las cosechas y las cubría de añublo. ¿Cómo se podrían explicar
esas intervenciones divinas? ¿Por qué lo hacía? La respuesta es simplemente que dejaron
que la casa de Jehová se quedara en ruinas mientras cada uno corría a su propia casa.
La palabra corría revela el afán con que se dedicaban a resolver sus propios asuntos e
intereses, mientras descuidaban la obra en el templo. Hay un contraste entre “mi casa” y
“su propia casa”.
Debido a su pecado, los cielos retuvieron la lluvia y el rocío que substituye a la lluvia
durante los meses secos del verano. No había frutos de la tierra. Jehová trajo sequía sobre la
tierra y los montes, la cual afectó al trigo, el vino nuevo, el aceite, todos los productos de la
tierra y todo el trabajo de los hombres y del ganado. En las Escrituras se indica que la
hambruna es un instrumento de la ira de Dios. (Véase 2 Reyes 8:1 y Salmo 105:16.) Los
cereales, el vino y el aceite eran los principales productos de la tierra. (Véase también
Deuteronomio 11:14 y 18:4.) Se incluye aquí al ganado, porque los animales debían sufrir
el destino de los hombres. En la Ley se habían advertido esos castigos, debidos a la
desobediencia. (Léase Levítico 26:19, 20 y Deuteronomio 28:23, 24.)
La obediencia del pueblo
El mensaje y los razonamientos de Hageo con el pueblo cayeron en tierra fértil. En el
versículo 12 tenemos los efectos del primer sermón de Hageo. Zorobabel, Josué y todo el
remanente que había regresado del exilio tomaron el mensaje muy en serio. No hubo
disensiones ni divisiones. El pueblo reconoció que las palabras de Hageo eran realmente el
mensaje de Dios a través de su siervo. Su propósito de obedecer se indica en el versículo
12, así como el cumplimiento se registra en el versículo 14. Cuando dan muestras de
obediencia, Jehová les concede palabras omnisuficientes de aliento para la tarea que aún les
queda por realizar.
Se designa a Hageo como mensajero de Dios en el mensaje de Dios. Dicho en forma
sencilla, esas palabras significan que el profeta estaba investido de autoridad divina. Este
profeta es el único de toda la Biblia al que se llama el “enviado de Jehová”, aun cuando
todos los verdaderos profetas eran también mensajeros de Dios. De hecho, ese nombre no
se aplica exclusivamente a los profetas. En Malaquías 2:7 se usa para los sacerdotes. Aquí
no tiene el significado de ángel, como lo sostenían muchos de los padres de la iglesia
primitiva; aunque la palabra hebrea tiene en realidad los dos significados, como los tiene
también la palabra griega equivalente en el Nuevo Testamento.
Las palabras de aliento consistían en que el Señor estaría con ellos. Era un mensaje
breve, pero constituía todo lo que se necesitaba en ese momento, como en cualquier otro.
¿Qué más podía necesitar o esperar un hombre? La promesa indica que su arrepentimiento
era verdadero. Les garantizaba la presencia del Señor para darles ayuda, protección y
bendiciones. Era la mayor de todas las bendiciones, porque incluye a todas las demás. Esa
era la seguridad más que suficiente de su éxito futuro (véase Romanos 8:31). El favor de
Dios habría de reposar ahora sobre ellos abundantemente, en lugar de su desagrado
anterior.
Reanudación de la construcción
Fue Jehová quien vigorizó a los líderes y al pueblo por igual, e inclinó el corazón de
ellos al trabajo (Filipenses 2:13). Dios los animó para sacarlos de su desaliento anterior.
Hubo un lapso de veintitrés días entre el versículo 1 y el 15. Sin duda, pasaron ese
tiempo haciendo planes y preparativos para el trabajo, retirando escombros y reuniendo los
materiales. Bendito es el pueblo que se somete a la dirección del Señor para realizar la obra
de El en el tiempo señalado por El. Como consecuencia habrán de venir bendiciones.
LA GLORIA VENIDERA
El aliento del Señor
La fecha que le da Hageo a su segundo mensaje es el vigesimoprimer día del séptimo
mes. Una referencia a Levítico 23:39–44 mostrará que ése era el séptimo día de la fiesta de
los tabernáculos, la festividad final de la recolección.
Ya habían estado trabajando durante cerca de un mes en la reconstrucción del templo.
Muchos estaban haciendo comparaciones entre ese templo y el de Salomón. En ese
momento el pueblo necesitaba ánimo y esperanzas para combatir el desaliento, después de
haber reanudado el trabajo en respuesta a la exhortación de Dios dada por medio de su
profeta.
En el primer capítulo de esta profecía la nación necesitaba palabras dirigidas a su
conciencia, debido a su frialdad e indiferencia; ahora necesitaban palabras de aliento y de
consuelo para fortalecer sus manos y sus propósitos al realizar la obra en obediencia al
Señor.
Una vez más se dirige el mensaje a los líderes civiles y religiosos de la nación y al
remanente que había regresado de la cautividad. El Señor mismo establece un contraste
entre el templo de Salomón y el que estaban edificando. Les pregunta quién de entre ellos
recordaba la gloria del primer templo y si no consideraban el presente como nada en
comparación con el anterior.
Esdras 3:8–13 nos da las bases históricas para la pregunta que hace aquí el Señor. Allí
se indica que, cuando se echaron los cimientos del segundo templo, los sacerdotes
acompañaron la colocación de los cimientos con salmos de alabanza apropiados, y con
cánticos y toques de trompetas. Mientras los de la generación más joven gritaban de gozo y
de exaltación por la realización, los ancianos que habían visto el primer templo en su gloria
lloraban, por el evidente contraste que había entre los dos edificios. Las siguientes palabras
del profeta se dirigen en especial a este último grupo de personas.
Dios habla de la gloria anterior de su casa. Desde el punto de vista de Dios, había sólo
una casa suya en el monte Sion, ya fuera el templo construido por Salomón, Zorobabel o
Herodes, más tarde. Debido a los limitados medios del pueblo (véase 1:6, 9–11) y la falta
de tesoros tales como el arca, el templo de Zorobabel debió de parecer verdaderamente
como “nada” para muchas personas.
¿Debía ser esa disparidad causa de desaliento y otra interrupción de la obra? No, hay
una triple exhortación para Zorobabel, Josué y para todo el pueblo a que sean esforzados.
El Dios que establece el contraste en forma tan vívida es el que ofrece el estímulo espiritual
necesario para que siga adelante la construcción. Por consiguiente, la comparación hecha en
el versículo 3 no tenía como finalidad descorazonarlos sino apremiarlos a que confiaran
plenamente en su Dios. Además, las estimaciones del Señor son muy diferentes de las
nuestras. En consecuencia, se los exhorta a que sigan la obra, con la repetida promesa
(1:13) de que Jehová estará con ellos. Y tienen amplias razones para saber que el Señor
cumplirá su promesa. El cumplió lo que pactó (literalmente, lo que partió cortando,
refiriéndose a las víctimas de sacrificio que se partían o dividían para ratificar un pacto) con
su pueblo cuando los sacó de Egipto.
Aquí se menciona el pacto del Sinaí (véase Exodo 6:7; 19:5 y, sobre todo, 33:12–14). Si
el Señor cumplió su promesa a este respecto durante todos los siglos que habían
transcurrido, se podía confiar ahora en que El cumpliría su promesa. Así era, y su Espíritu
estaba morando todavía con ellos en ese mismo instante. Ciertamente no tenían nada que
temer. Si Dios estaba por ellos, ¿quién podría oponérseles y salir triunfante?
La gloria mayor
Los cuatro versículos que siguen en el capítulo 2 son, al igual que muchos otros pasajes,
tales como Zacarías 9:9, 10; Isaías 61:1–3 y Daniel 9:24–27, claramente mesiánicos, con
una combinación de la primera y la segunda venidas del Señor Jesucristo, el Rey y Mesías
de Israel.
El Señor predice que, dentro de poco tiempo, sacudirá los cielos, la tierra, el mar y
todas las naciones del mundo. Hay quienes ven en este punto sólo una sobrecogedora
manifestación del poder de Dios en el mundo de la naturaleza. Esto equivale a ver
demasiado poco donde la intención es muy amplia.
¿Qué conexión hay entre estas declaraciones y la promesa de Jehová expresada en los
versículos 4 y 5? Es como sigue: se anima a los judíos a que prosigan el trabajo en el
templo, dándoles la seguridad de que Jehová, que es el Dios de las naciones, manifestará
dentro de poco su poder infinito para producir un trastorno en los reinos del mundo, como
preparación del establecimiento del reinado del Mesías.
Se ha referido ese pasaje a las revoluciones en el imperio persa y en el griego. Hubo
trastornos semejantes en esos gobiernos; pero sólo se los puede considerar como etapas
iniciales y preparatorias en el largo proceso en que los reinos serán sacudidos de su
posición de mando para que, finalmente, se establezca el reinado del Señor Jesucristo sobre
la tierra. (Léase Apocalipsis 11:15 y Hebreos 12:26, 27).
Ha habido muchas diferencias de opinión respecto a la interpretación del versículo 7,
sobre todo las palabras que se traduceln como “el Deseado de todas la naciones” o “lo más
precioso de todas las naciones”. Algunas de las demás traducciones sugeridas son: “las
preciosas posesiones de los paganos”, o bien, “los gentiles vendrán con sus cosas
deliciosas”, o “lo más escogido de todas las naciones vendrá”. La interpretación en estas
versiones es aproximadamente ésta: Lo que falta en este templo en cuanto a ornamentos
externos, se verá más que compensado por los preciosos regalos que han de traer aún todas
las naciones para hacer glorioso el templo de Jehová. Esto lo harán como homenaje al
verdadero Dios.
Se supone que esta interpretación concuerde con el hecho de que el sujeto femenino
singular tiene un verbo en plural. Se sugiere que se hace referencia a “las buenas cosas
venideras” del nuevo pacto. Será conveniente que recordemos que desde los tiempos más
antiguos, la mayoría de los intérpretes cristianos han relacionado este pasaje con la venida
de Cristo. Por su parte, la tradición judía también lo relacionaba con el Mesías. Sin ser
dogmáticos, nos agradaría señalar que el deseo de todas las naciones sólo puede referirse a
la ansiosa espera de todas las naciones por el Libertador, tanto si se dan cuenta de ello o no.
En hebreo es frecuente poner un substantivo abstracto en lugar de otro concreto, por lo
que esto podría referirse al Mesías. El verbo en plural no constituye ningún argumento en
contra de la interpretación mesiánica, porque a veces el verbo concuerda con el segundo de
dos nombres. El primer templo se llenó de una nube de gloria (1 Reyes 8:10, 11; 2 Crónicas
5:13, 14); el que estaban construyendo debía llenarse todavía de la gloria divina de Cristo
(Juan 1:14); pero la profecía se refiere a la gloria de su segunda venida (Malaquías 3:1). El
Señor promete que las naciones serán sacudidas (no convertidas); ese sacudimiento empezó
como preparación para la primera venida del Mesías y concluirá en su segunda venida.
Véase Daniel 2:35, 44; Mateo 21:44.
De este modo, Jehová llenará su casa con una gloria indescriptible. En el versículo 8 el
profeta dice: “No os turbéis por la falta de metales preciosos (se ha estimado que en el
templo de Salomón se utilizó oro por un valor de 20.000.000 de dólares para recubrir el
lugar santísimo) en el templo en construcción, porque el Señor podría suplir todo ello con
facilidad (Salmo 50:12); pero El piensa embellecerlo con la gloria de su Hijo en su primera
y segunda venidas, primeramente en forma velada y, luego, revelada.”
El remanente pobre de aquellos días no tenía gran cosa con que decorar el templo
reedificado; pero el oro y la plata son de Jehová. Además, la gloria postrera de esa casa
sobrepasaría a la anterior y el Señor concedería paz en ella. Respecto a la “gloria postrera”
véase el contraste del versículo 3 con su frase “en su gloria primera”.
El templo de Jehová en Jerusalén está conceptuado como uno existente bajo diferentes
formas. Por la presencia de Cristo en el segundo templo, su gloria superaría incluso a la del
templo de Salomón. Se ha expresado la opinión de que la gloria postrera se refiere a la
gloria milenaria del templo que se describe en Ezequiel 40 a 48. Acabamos de observar
cómo las Escrituras ven una continuidad entre el templo en sus distintas etapas, de modo
que no se puede excluir esta posición. Aun cuando Herodes derribó el templo de Zorobabel
hasta sus cimientos, cuando lo renovó, su templo se consideraba todavía como el segundo.
La paz que se indica aquí es no sólo la paz espiritual que El logró en Jerusalén
(Colosenses 1:20) y que ahora les da a los creyentes (Romanos 5:1; Filipenses 4:7), sino
que es también esa paz externa final que El hará efectiva como Príncipe de Paz (Isaías 9:6,
7). Así tenemos la respuesta suficiente a las apariencias desalentadoras del versículo 3.
Dios tenía reservado lo mejor para el futuro. Sólo la fe podía discernirlo.
Causa y efecto
La segunda sección del capítulo 2 comprende un mensaje dado cerca de dos meses
después del anterior. En él se trata de mostrar que, puesto que Dios retenía las bendiciones
debido a la desobediencia, ahora que son obedientes, sin duda les serán otorgadas. La causa
y el efecto pueden ser enunciados como sigue: su desobediencia anterior era a las pruebas y
castigos que tuvieron que sufrir, como su obediencia actual es a las bendiciones futuras.
Hageo instruye al pueblo a que pida consejo legal de los sacerdotes de esos días. Los
sacerdotes eran los maestros del pueblo en los asuntos relacionados con la ley mosaica
(véase Deuteronomio 17:8, 9). Los sacerdotes realizan sus funciones cuando interpretan la
ley (versículos 11–13); el profeta cumple con su deber al aplicarla (versículo 14). Los
versículos 11 al 13 describen a la nación tal y como había sido, una condición que no había
de repetirse.
Había dos preguntas distintas: 1) Si un hombre llevara consigo carne de sacrificios
(santa) y tocara algún otro objeto, ¿quedaría así santificado o apartado para Jehová ese
objeto? 2) Si un hombre que fuera inmundo por haber tenido contacto con un cadáver
tocara un tal objeto, ¿se volvería inmundo ese objeto debido a la inmundicia del hombre?
La respuesta a la primera pregunta es negativa; a la segunda, afirmativa. Los pasajes que se
refieren a este asunto se deben leer con mucho cuidado. (Véanse Levítico 22:4–6; Números
19:11; Levítico 6:18). La ley mosaica decía que la limpieza moral no se puede transmitir;
pero la inmundicia moral sí. La impureza legal se transmite con mayor facilidad que la
pureza legal. Un hombre sano no comunica su salud a su hijo enfermo; pero el hijo enfermo
puede transmitir su enfermedad al padre.
A pesar de su pobreza, el pueblo seguía aportando sus ofrendas (“y todo lo que aquí
ofrecen”, final del versículo 14, estaba en el altar, en Jerusalén, probablemente a la vista del
pueblo; véase Esdras 3:3), aunque habían estado descuidando anteriormente la obra del
templo. Esas ofrendas no habían sido aceptables, lo que era evidente por la retención de las
bendiciones de Dios, y ahora el profeta explica la razón de ello. En la misma forma que el
que era ceremonialmente inmundo contaminaba todo lo que tocaba, ellos también, bajo el
desagrado de Jehová por su desobediencia prolongada, transmitían los resultados de su falta
de obediencia a la obra de sus manos, lo que la hacía infructuosa. Y así como la carne santa
de los sacrificios no podía comunicar su consagración a ninguna cosa que no fueran los
objetos del culto de sacrificios, de la misma manera sus buenas obras externas, incluso sus
ofrendas en el altar de Dios, no podían tener otro valor que el de la celebración de
ceremonias externas, por lo que no podían obtener las bendiciones de Dios ni el gozo de la
santidad. Todo su trabajo anterior quedó contaminado por su inmundicia espiritual. No
debían volver a su forma de vida desobediente anterior. Se les advertía que desistieran de
sus experiencias pasadas. Hageo explica aquí las causas y los efectos desde el punto de
vista de la ley mosaica, así como lo explicó; en forma breve, desde el punto de vista de la
siembra y la cosecha en 1:6, 9–11. Es evidente que se toma en cuenta el mismo tiempo
pasado, por el empleo de “Este pueblo” en 1:2 y “este pueblo … esta gente”, en 2:14.
En los versículos 15–19 se reseña la situación en que estaba el pueblo cuando vivían
indiferentes a la casa de Dios. Se les pide otra vez que consideren la situación en que
estuvieron mientras dejaron interrumpida la construcción del templo. En esos días de
prueba, cuando alguien venía a un montón de haces del que esperaba obtener veinte
medidas de grano, veía que después de la trilla apenas le daba diez. La barrica de vino, que
se suponía que tuviera cincuenta medidas de vino, tenía sólo veinte.
Dios siguió tratando con ellos mediante castigos. Como en tiempos de Amós (4:9), Dios
los afligió con marchitamiento, causado por excesiva sequía, y con añublo, causado por
exceso de humedad. Luego lo que quedaba se lo llevaba el granizo.
A pesar de esas evidentes señales del desagrado del Señor, el pueblo no se volvía hacia
El con arrepentimiento y fe. El llamado del profeta es para meditar. Qué poco piensan los
hombres en las relaciones vitales e importantes de la vida, sobre todo en las que sostienen
con Dios, el Señor de todo. La prueba de todo lo que el profeta ha estado diciendo se podía
hallar con facilidad mediante un examen de los graneros. No quedaba semilla en los
graneros y las vides ni los árboles habían dado frutos. Sin embargo, el Señor les prometió
bendecirlos a partir del día de su obediencia. El que retenía sus bendiciones puede
concederlas por su gracia soberana, en respuesta a la fe y la obediencia.
Zorobabel y el Mesías
El último mensaje de Hageo va dirigido personalmente a Zorobabel y se pronuncia el
mismo día que el mensaje sobre la inmundicia del pueblo y la retención de las bendiciones.
El mensaje del profeta al gobernador de esos días se combina con los futuros juicios de
Dios sobre las naciones.
Se tiene en perspectiva los últimos días y se prefigura la persona del Mesías. El
sacudimiento que se menciona aquí y el derrocamiento de los gobiernos de la tierra son los
mismos que se indican en los versículos 6 y 7. Se ha asignado este pasaje a la época de los
derrocamientos y revoluciones de naciones y provincias (persas, babilonios, medos,
armenios y otros) que trataron de destruir el imperio persa cuando Darío comenzó a reinar
en el año 521 a.C. Consideramos que este pasaje es definitivamente profético.
Obsérvese que se habla de “trono” en singular y no en plural. Hay un gobierno supremo
sobre la tierra, permitido por Dios y efectuado por Satanás, y será reemplazado por el de
nuestro Señor Jesucristo (véase Apocalipsis 11:15).
La potencia de las naciones será destruida cuando el Señor derribe los carros de
combate y sus guerreros, los caballos y sus jinetes. Los carros y la caballería eran la
fortaleza primordial (Zacarías 10:5) de los ejércitos orientales. La destrucción será
completa cuando cada cual se vuelva contra su hermano (Ezequiel 38:21 y Zacarías 14:13).
Esto se producirá en la guerra del Armagedón.
Pero no se designa a Zorobabel para ira sino para una misión especial. Dios lo exalta y
lo honra. En realidad, la promesa se aplicaba al cargo que ocupaba como gobernador de
Judá, ya que no podía tener referencia a la vida misma de Zorobabel. En sus días no hubo
revoluciones como las que se indican aquí. Asimismo, nótese que se dice “en aquel día” y
no “en este día”. El linaje del Mesías debía pasar por Zorobabel, al igual que por David. El
trono de David está aquí en vívido contraste con las dinastías condenadas del mundo.
Zorobabel fue honrado con un sitio en ambas genealogías del Mesías (Mateo 1:12 y Lucas
3:27). Cristo es verdaderamente Hijo de Zorobabel, al igual que es Hijo de David.
Los comentaristas judíos también relacionan este pasaje con el Mesías. El título de
siervo es muy conocido con respecto al Mesías (Isaías 42:1; 52:13 y otros pasajes).
Dios le promete a Zorobabel ponerlo como anillo de sellar, porque El lo había escogido.
El anillo de sellar era una marca de distinción y de autoridad. Era también un objeto de
cuidado y de placer (véase Cantares 8:6 y Jeremías 22:24. Era muy valioso y siempre a la
vista. El anillo de sellar lo utilizaba su propietario para firmar cartas o documentos, de
modo que lo representaba a él. Su dueño raramente se separaba de él, sino que lo llevaba
puesto todo el tiempo (Génesis 38:18 y Jeremías 22:24). Llegó a representar la posesión
más valiosa de una persona. Todo esto prefiguraba al precioso Cristo.
QUINTA PARTE
ZACARIAS Y MALAQUIAS
14
ZACARIAS: PALABRAS DE CONSUELO
EL HOMBRE Y SU MENSAJE
El nombre de “Zacarías” significa “el Señor (Jehová) recuerda”. Unas veintinueve
personas del Antiguo Testamento respondían a este nombre. Es el gran profeta de los días
de la restauración de la cautividad babilónica. Junto con Hageo y Malaquías, es un profeta
posterior al exilio.
Nació en Babilonia en el seno de una familia sacerdotal que regresó a Jerusalén desde
Babilonia, cuando cerca de 50.000 exiliados viajaron de regreso a su tierra durante el
reinado de Ciro. Probablemente su padre murió joven, por lo que se lo designa como hijo
de Iddo, que era su abuelo. (Véase Esdras 5:1; 6:14 y Nehemías 12:4, 16.)
Al igual que Jeremías y Ezequiel, Zacarías era profeta y sacerdote. En 2:4 se da a
entender que era joven, aun cuando no es posible deducir de esta referencia ninguna edad
específica. La tradición judía lo considera como uno de los de la Gran Sinagoga, una
congregación que se cree que reunió y preservó las escrituras sagradas y las tradiciones de
los judíos después del exilio.
Zacarías inició su ministerio dos meses después que Hageo comenzó su servicio como
profeta. (Compárense Hageo 1:1 y Zacarías 1:1). Fue en el segundo año del reinado de
Darío Histaspes (521–485 a.C.), que corresponde al año 520 a.C.
No se sabe cuánto tiempo duró su ministerio. Su libro contiene tres notaciones
cronológicas (1:1; 1:7 y 7:1).
Su ministerio, como el de Hageo, consistía en animar al remanente que había regresado
a reconstruir el templo, y fomentar las esperanzas en que muy pronto llegaría la hora del
triunfo sobre todos sus enemigos. En su alcance, el ministerio de Zacarías se extiende
mucho más allá que el de Hageo.
El horizonte profético de Zacarías es mucho más amplio que el de los otros profetas
menores. Se ha dicho que su libro es apocalíptico, debido a la presencia de varias visiones.
Se ocupa de la persona y obra de Jesucristo con más amplitud que todos los demás profetas
menores juntos.
Tanto los intérpretes judíos como los cristianos se han quejado de la dificultad de
interpretar las profecías de Zacarías. Todos admiten que sus visiones y oráculos son los más
mesiánicos de todos y, sin embargo, también los de más difícil exposición. Esta dificultad
se puede superar en gran parte si se tiene en cuenta que Zacarías es un profeta posterior al
exilio (por lo que las promesas de gloria futura no pueden referirse al regreso de Babilonia),
y que él hace mucho uso de los profetas anteriores, como lo revelan muchas similitudes de
estilo. Aparte de las visiones, el lenguaje de Zacarías es sencillo y directo.
Se puede dividir el libro en dos grandes secciones: capítulos 1 al 8 y 9 al 14. En la
primera sección tenemos una serie de ocho visiones proféticas que enfocan de modo
particular a los contemporáneos de Zacarías; la segunda sección trata de los sucesos del
final de la era de Israel y del milenio. El profeta previó la terminación del templo en el año
516 a.C. (Esdras 6:15); pero fue mucho más lejos que eso en los últimos capítulos de su
profecía.
Un bosquejo simple de esta profecía en tres partes es: 1) visiones, capítulos 1–6; 2)
preguntas, capítulos 7, 8; y 3) cargas (profecías), capítulos 9–14. El profeta da una historia
espiritual completa de Israel y de las relaciones de los gentiles con el pueblo del Señor,
desde el regreso de la cautividad hasta el tiempo final. El Mesías y Jerusalén son los centros
alrededor de los que giran todos los mensajes proféticos. Zacarías enfoca tres imperios:
Persia (con Darío, en los capítulos 1 y 7); Grecia (con Alejandro, en el capítulo 9) y Roma
(por implicación, en los capítulos 12 y 14).
La exhortación al arrepentimiento
El primer mensaje profético de Zacarías tuvo lugar en el segundo año del reinado de
Darío. La designación de una profecía por el reinado de un monarca gentil muestra con
claridad que los tiempos de los gentiles (que comenzaron durante el reinado de
Nabucodonosor) habían comenzado ya y estaban en pleno progreso. (Véase Lucas 21:24
con referencia a este tema.) La exhortación al arrepentimiento en los versículos 1–6 se hizo
probablemente delante de todo el pueblo.
Con palabras enérgicas, Zacarías pone de manifiesto el desagrado del Señor para con
los padres de sus contemporáneos. No fue sólo su descuido de la construcción del templo
(Hageo 1:4, 5, 7) lo que provocó este reproche, sino también su estado espiritual en general.
Habían regresado del exilio; pero necesitaban volverse al Señor en forma plena y confiada.
La magnitud del desagrado del Señor se puede apreciar fácilmente en la destrucción de
su ciudad y en su cautividad durante setenta años. Zacarías indica el camino a las
bendiciones: si se vuelven de todo corazón al Señor, El se volverá a ellos favorablemente y
los bendecirá.
Obsérvese el título de “Jehová de los ejércitos” en todo este pasaje así como en el resto
de la profecía. Es el nombre característico de Dios en Hageo, Zacarías y Malaquías, y
aparece más de ochenta veces. La traducción griega del Antiguo Testamento utiliza en su
lugar “el Todopoderoso”. Dios es Señor de las estrellas, de las potencias de los cielos y de
todas las fuerzas del universo, un nombre sumamente completo y comprensivo de Dios.
Puesto que es tan fácil seguir un mal ejemplo, el profeta advierte a su pueblo que no
siga los pasos de sus antepasados, que no escucharon los mensajes ni las exhortaciones de
los profetas antes de la cautividad. Recurre a los profetas anteriores como fuentes
autorizadas, igual que ellos recurrían a la ley de Moisés.
Zacarías señala que tanto los que predicaban (los profetas) como los que recibían su
ministerio (los padres), habían perecido; pero que la verdad del mensaje que les había dado
Dios por medio de sus siervos estaba ampliamente demostrada por la desolada condición de
Jerusalén y de su pueblo.
Las palabras y los decretos del Señor se habían cumplido al pie de la letra, como podían
testimoniarlo quienes habían presenciado su cumplimiento. Tanto los profetas como los
padres eran mortales, en contraste con la inmortal e imperecedera palabra de Dios. El exilio
había confirmado la verdad de los mensajes de los profetas anteriores al exilio. Les
correspondía entonces a los contemporáneos de Zacarías aprender la lección de la historia y
seguir sin reservas al Señor.
La visión de los caballos
Las ocho visiones nocturnas datan de la misma noche y las fechas se expresan en forma
detallada, debido a la importancia que tienen esas revelaciones. Habían transcurrido tres
meses desde el primer mensaje. Las ocho visiones constituyen una unidad y la primera es la
clave de todas. Zacarías vio en su visión a un hombre que montaba un caballo alazán en un
lugar bajo, seguido por caballos overos, alazanes y blancos. En los versículos 11 y 12 se
identifica al jinete que montaba el caballo alazán como el ángel de Jehová. A este ángel en
forma humana se lo designa una y otra vez como Dios en el Antiguo Testamento. (Estudie
con cuidado sus apariciones en Génesis 16:7–13; 22:11, 12; Exodo 3:2–6; Jueces 6:14, 22 y
13:9–18, 22.) En el Talmud babilónico se declara: “Este hombre no es otro que el Santo.
¡Bendito sea! Porque se dice: El Señor es un hombre de guerra.”
El lugar bajo era probablemente un sitio que el profeta conocía muy bien, porque había
hondonadas cubiertas de mirtos en las cercanías de Jerusalén (Nehemías 8:15). Los mirtos
en un lugar bajo pueden representar muy bien a Israel en su bajeza y su posición degradada
entre las naciones de la tierra, pero todavía fragante para el Señor.
¿Qué simbolizan los caballos? Se sugiere que representan a las huestes celestes, los
ángeles; pero son más bien los símbolos de la actividad divina en el gobierno de la tierra.
¿Significan algo los colores? Por analogía con otras Escrituras proféticas, debemos
llegar a la conclusión de que las diferencias de color sugieren distintas misiones que han de
llevar a cabo los caballos y los jinetes. El alazán o rojo significa guerra y derramamiento de
sangre y, en este caso, venganza contra los enemigos de Israel. (Véase Isaías 63:1–6 y
Apocalipsis 6:4.) El ángel de Jehová mismo cabalga sobre ese corcel alazán, revelando cuál
es el propósito de Dios para aquella hora. El overo es una mezcla de los otros colores. Por
su parte, es evidente que el blanco indica victoria (Apocalipsis 6:2). El ver en esos colores
una referencia a la guerra medo-persa en la que Babilonia fue derrotada, al estado de
confusión que resultó de ello y al establecimiento final de la nueva dinastía en el imperio
persa, equivale a extender en forma excesiva los detalles.
El ángel que habló con el profeta es el ángel intérprete que explica las visiones (no las
presenta). Observe el ángel que aparece en Apocalipsis 1:1 y 22:16. Cuando el profeta le
pregunta al ángel cuál es el significado de los caballos y los jinetes, el ángel del Señor le
responde que Dios les dio una misión de reconocimiento. Dios está interesado activamente
en las condiciones que prevalecen en la tierra, sobre todo con relación a su pueblo Israel.
(Véase Job 1:7; 2:2 con respecto a esta actividad que Satanás despliega con fines
siniestros.) Los jinetes informan que toda la tierra disfruta de paz. Los primeros años del
reinado de Darío se caracterizaron por repetidas rebeliones en todo el imperio persa; pero
en esos momentos, todo estaba otra vez en calma. Sin embargo, Hageo había predicho que
las naciones serían sacudidas (Hageo 2:21, 22). Podemos estar seguros de que Dios no
dejará de cumplir sus amenazas ni sus promesas.
La oración del ángel de Jehová
Puesto que el pueblo de Dios se encontraba todavía bajo el dominio y el poder de los
gentiles, en un estado de opresión, la tranquilidad del resto de las naciones ofrecía un
contraste todavía mayor. El ángel de Jehová es movido por su amor a Israel para interceder
con el Padre a su favor. Ora con fe expectante en que al Padre le complacerá tener
misericordia de Jerusalén y de las ciudades de Judá que habían soportado ya la ira de Dios
durante setenta años. El exilio profetizado había seguido su curso (véase Jeremías 25:11 y
29:10) desde el año 606 a.C. (2 Reyes 24:1) hasta el 536 a.C. (el año del decreto de Ciro
para que se reconstruyera el templo de Jerusalén).
La respuesta de Dios satisfizo la necesidad en forma abundante. Respondió con
palabras de consuelo que predecían el bien de Israel. En los versículos 14 al 17 se dan esas
palabras de consuelo y se indican los detalles de la respuesta, las bendiciones reservadas
para Israel. Los siete aspectos consoladores son: 1) el ininterrumpido celo de Dios por
Israel, 2) el vehemente desagrado del Señor para con las naciones, 3) su volverse a
Jerusalén con misericordia, 4) la reconstrucción del santuario, 5) la restauración de la
ciudad destruida, 6) la prosperidad multiplicada de las ciudades del país y 7) el consuelo de
Sion y la elección de Jerusalén.
Era glorioso para Israel saber que Jehová estaba celoso todavía por su bienestar. Al
mismo tiempo estaba sentidamente disgustado con las naciones, porque El había
determinado su ira contra Israel por breve tiempo, mientras que las naciones quisieron
aniquilarlo. (Véase Isaías 47:6; Ezequiel 25:3, 8, 12, 15; 26:2 y Abdías 10–14.)
Se revela aquí que la paz que disfrutaban las naciones no quería decir que la bendición
de Dios estaba sobre ellas. Dios tenía evidencia de su egoísmo y de sus malas intenciones:
el encargo de castigar a Israel había procedido de Dios; pero lo llevaron a cabo para sí
mismos y no para El. Estaban a gusto en un mal sentido, en una seguridad indiferente e
insensible. (Véase este mismo concepto en Amós 6:1; Isaías 32:9, 11 y Jeremías 48:11.) El
gran pecado de las naciones del mundo ha sido y sigue siendo el odio hacia Israel, el
antiguo pueblo del Señor. Se puede ver aquí y llegará a su punto culminante en los
capítulos 12 y 14. ¡Que se cuiden las naciones de la tierra de cómo incurren en la ira de
Dios todopoderoso por el modo en que tratan a Israel!
Sion, que es el punto focal aquí, es específicamente la colina sudoriental de la ciudad,
donde edificó David (1 Reyes y 2 Samuel 5:9). El nombre llegó a utilizarse para designar la
colina situada al norte, donde se encontraba el templo (Salmo 48:2) y, finalmente, para toda
la capital, llegando a ser así sinónimo de Jerusalén.
La evidencia de que Dios se volvió a Jerusalén con misericordia se puso de manifiesto
en la reconstrucción del templo. Como se observó antes, el templo se estaba ya edificando,
pero en su mayor parte permanecía sin terminar. Las obras concluyeron durante el sexto
año del reinado de Darío (Esdras 6:15).
Así como antes se extendió un cordel sobre la ciudad para su destrucción (2 Reyes
21:13 e Isaías 34:11), se lo iba a extender ahora sobre Jerusalén para construir (Job 38:5).
Además, todas las ciudades de Judá iban a experimentar una prosperidad desbordante,
como un vaso que rebosa. Según el historiador Josefo, la población de la tierra había
crecido mucho para cuando llegó la época de los Macabeos.
Con la consolación que le traía a Sion (Isaías 40:1, 2), el Señor iba a revelar el carácter
inmutable de su elección. El profeta concluye así las promesas de bendiciones futuras.
Nadie pondrá en duda que esas predicciones se cumplieron de modo preliminar incluso en
ese tiempo; pero el testimonio de las Escrituras asegura que esas palabras tendrán su
supremo cumplimiento y su máxima expresión en los días del glorioso reinado del Mesías
de Israel, el Señor Jesucristo.
¿Hasta cuándo, Señor?
Este ha sido el clamor de fe de muchos corazones creyentes por la gloria venidera de
Israel. Su condición de destituida y desdichada entre las naciones ha sido proverbial; pero
Dios ha prometido hacer algo al respecto; sí, hacer algo poderoso para corregir esa
situación.
La visión de los cuernos y los carpinteros
En el Antiguo Testamento en hebreo, la segunda visión inicia el capítulo dos de la
profecía. Nuestras versiones modernas siguen la traducción griega (y la versión latina) del
Antiguo Testamento. De cualquier modo, el sentido del pasaje no sufre daño alguno.
Zacarías alza los ojos y ve cuatro cuernos. Los cuernos son un símbolo de poder muy
común en las Escrituras y la imagen se toma de los toros y otros animales astados cuya
fuerza está en sus cuernos. (Véase Miqueas 4:13 y Daniel 8:3, 4).
Se le han dado interpretaciones diversas a la presencia de cuatro cuernos. Muchos
consideran que la cifra representa los cuatro confines de la tierra. Los enemigos de Israel lo
han amenazado por todos los lados. Una sugerencia especificaría los enemigos de esa
época: los samaritanos al norte, los amonitas al este, los edomitas al sur, y los filisteos y
tirios al oeste. Otros consideran que la referencia se debe ampliar todo lo posible,
incluyendo todos los imperios que han tenido que ver con Judá y Jerusalén, oprimiendo al
pueblo hasta su liberación final por su Mesías. A juzgar por las cifras que encontramos en
Daniel y el Apocalipsis, inferimos con muchas otras personas que este pasaje se refiere
directamente a las cuatro grandes potencias del mundo que se mencionan en Daniel 2, 7 y
8. Las potencias que dispersaron a Judá, Israel y Jerusalén (toda la nación con su capital),
fueron Babilonia, Persia, Grecia y Roma. Es verdad que en la época de Zacarías, la tercera
y la cuarta de esas potencias todavía no existían; pero las profecías tienen la prerrogativa de
ver, de un amplio vistazo, todo el esquema de sucesos. A menudo se presentan juntos
acontecimientos que quedan separados en su cumplimiento. (Como ejemplos, lea con
cuidado Isaías 61:1–3; Daniel 9:24–27 y Zacarías 9:9, 10.)
A continuación el Señor le mostró al profeta cuatro carpinteros. La palabra hebrea
traducida como carpintero se usa para designar cualquier artesano calificado de la madera,
del metal o de la piedra. La finalidad de los carpinteros es hacer que se llenen de terror los
corazones en las naciones que pisotearon y desperdigaron al pueblo del Señor y, en
definitiva, lograr la derrota de los enemigos de Israel. Los carpinteros son los instrumentos
de Dios para hacer pedazos los cuernos. Todos conocemos los medios que utilizó Dios en el
pasado para destruir a los adversarios de Israel. El tiene siempre disponibles toda clase de
medios adecuados, tanto humanos como sobrenaturales, para aplicar el castigo merecido a
las naciones culpables. Resulta muy revelador el hecho de que para cada cuerno Dios tenía
un agente para destruirlo.
Ningún hombre levantó la cabeza
La dispersión de Israel se llevó a cabo con tal furia satánica que la Palabra indica que
ningún hombre podía levantar la cabeza. Esto indica con toda claridad el estado de
postración de Israel y las injurias sufridas a manos de sus enemigos. El mundo haría bien en
aprender la lección de que Dios no pasa por alto esos actos. El sigue velando por los
intereses de Israel.
15
EL PECADO QUITADO
¿AYUNO O PIEDAD?
Las preguntas sobre el ayuno
Con el capítulo siete del libro de Zacarías llegamos a otra división distinta de la
profecía. En la primera sección observamos el llamamiento que el profeta hizo a la nación a
fin de que se arrepintieran y se volvieran a Jehová para recibir sus bendiciones. A
continuación se le concedió una serie de ocho visiones nocturnas, que lo llevaron del
momento en que ejercía su ministerio a la coronación del Mesías para reinar sobre su
pueblo y el mundo.
Desde esa noche memorable han transcurrido cerca de dos años y nos encontramos en
el cuarto año del reinado de Darío, en el año 518 a.C. Gracias a los ministerios de Hageo y
de Zacarías, dirigidos por el Espíritu Santo, y al aliento que Dios ofreció por medio de
ellos, el pueblo se había entregado de todo corazón a la reconstrucción del templo del
Señor. Jerusalén misma estaba comenzando a tomar nueva vida, con la edificación de casas
nuevas en la ciudad. Poco a poco se estaban borrando y eliminando las viejas marcas y
cicatrices de la invasión y la destrucción que había llevado a cabo Nabucodonosor.
En el mes de Quisleu (el nombre babilonio del noveno mes que correspondía a parte de
noviembre y una porción de diciembre), la ciudad de Bet-el envió una delegación a
Jerusalén con un doble propósito: 1) para implorar el favor y las bendiciones de Dios y 2)
para preguntar sobre ciertos ayunos nacionales. Se ha presentado la opinión de que esos
delegados llegaron al templo, leyendo “Bet-el” como “la casa de Dios”, que es su
significado básico. Sin embargo, nunca se llama “Betel” al templo, aun cuando se lo
denomina “la casa de Jehová” o “la casa de Elohim”.
La bien conocida ciudad, en otro tiempo llena de idolatría, había enviado a sus
representantes en aquella importante misión. Muchos de los antiguos habitantes de la
población habían regresado del exilio (Esdras 2:28 y Nehemías 11:31). Los nombres de los
varones son babilonios, lo que demuestra que habían regresado del exilio. No se indica de
qué modo se proponían implorar (literalmente: “acariciar el rostro”) el favor de Dios; pero
es muy posible que fuera por medio de un sacrificio. Sabemos que ya habían levantado el
altar, aun cuando el templo no estaba terminado todavía (Esdras 3:3).
La delegación vino a hacerles preguntas a los sacerdotes, porque era su deber tomar
decisiones sobre puntos concernientes a la ley. (Véase Deuteronomio 17:9. Hasta Herodes
siguió esta práctica, como se ve en Mateo 2:4.) Los profetas consultados fueron Hageo y
Zacarías. El pueblo de Bet-el deseaba saber si debían seguir ayunando y afligiéndose en el
quinto mes, como lo habían hecho durante los años del exilio, un período que denominaban
“tantos años”. Ahora que la reconstrucción del templo estaba en pleno progreso, querían
saber si debían continuar los ayunos que conmemoraban las calamidades del pasado. El
ayuno que realizaban era tedioso y pesado. Su llanto y su alejamiento de los alimentos y de
las actividades normales les resultaban fatigosos.
El ayuno durante el décimo día del quinto mes conmemoraba la quema de Jerusalén en
el año 586 a.C. (Véase Jeremías 52:12, 13). Este sigue siendo el día de ayuno más
importante de los judíos aparte del día de la expiación. Las características de ese ayuno se
mencionan en Joel 2:12, 13 y 16. Los ayunos habían sido instituidos por la nación, y no los
había ordenado Jehová; pero ahora querían saber de parte del Señor si debían proseguir con
ellos o abolirlos. Los hombres siempre buscan establecer reglas; pero Dios les da principios
con los cuales pueden organizar su vida bajo la dirección del Espíritu Santo.
La lección del pasado
Aunque las preguntas se hicieron en primera persona, o sea, “yo” (en el original), la
respuesta de Dios por medio de Zacarías se dirigió a todo el pueblo, porque todos estaban
interesados y afectados por la misma condición. La respuesta del Señor eliminó de una vez,
claramente, toda la ficción e hipocresía de su actitud. Se les informa al pueblo y a los
sacerdotes (porque estos últimos también estaban cansados de los ayunos) que todo su
ayuno y su lloro lo hacían sólo para satisfacerse ellos mismos. Dios no había instituido
nunca esos ayunos y no lo habían tomado en cuenta.
Tristemente faltaba la esencia de la verdadera piedad, que consiste en tomar en cuenta a
Dios en todos los detalles de la vida. La intención de un ayuno tiene siempre más
importancia que el elemento tiempo. Lo importante es “¿Por qué?” y no “¿Cuándo?” Sus
ayunos no agradaban al Señor en absoluto, porque lo que El exige es realidad.
La pregunta de ellos se había centrado en el ayuno del quinto mes; por su parte,
Zacarías añade unas palabras concernientes al séptimo mes a las preguntas del Señor y en
8:19 menciona cuatro ayunos. Todos ellos estaban relacionados con la caída de Jerusalén en
el año 586 a.C. Durante el décimo mes, Nabucodonosor sitió a Jerusalén (2 Reyes 25:1); en
el cuarto mes, los caldeos penetraron en la ciudad (2 Reyes 25:3, 4; Jeremías 39:2); en el
quinto mes, Nabuzaradán quemó el templo (2 Reyes 25:8, 9); y en el séptimo mes, mataron
a Gedalías, el gobernador judío de Judea, y el remanente del pueblo huyó (2 Reyes 25:23–
25; Jeremías 41:1–3). Entre los judíos ortodoxos se observa todavía el tercer día del
séptimo mes como el ayuno de Gedalías.
La esperada respuesta a la pregunta del versículo 5 es una rotunda negación, porque
todos sus actos eran egocéntricos. Además, en sus festividades prevalecía el mismo espíritu
que había en sus ayunos. El reproche de Zacarías respecto al ayuno hipócrita y formal nos
hace recordar las palabras clásicas de Isaías 58:3–8. El fariseísmo y el engreimiento no
pueden ser nunca agradables para el Dios santo.
¿Parecen duras e insensibles las palabras de Zacarías? El no fue el primero que habló de
este modo. Los profetas anteriores al exilio hicieron exactamente lo mismo. (Véase Isaías
66:1–3; Jeremías 7:21–24; 25:3–7; Amós 5:21–27.) Las calamidades que motivaron los
ayunos fueron consecuencia de la desobediencia de ellos a las palabras de Dios dadas por
medio de sus profetas. ¿Por qué tenían que preocuparse de lo que Dios no les había
ordenado, cuando debían estar haciendo lo que El les había mandado clara y repetidamente
que hicieran? Habría sido mejor obedecer las palabras que los profetas hablaron antes del
exilio, cuando la tierra estaba reposada y habitada. Esas palabras eran mucho más
importantes que todos sus ayunos autoimpuestos. Dios quiere obediencia, más que
cualquier otra cosa.
El sur (Neguev) a que se hace referencia es el de las montañas de Judea (Josué 15:21), y
las tierras bajas (Sefela) están al oeste (Josué 15:33).
Es mucho mejor obedecer los mandatos del Señor que tratar de aliviar la conciencia
mediante ritos formales, motivados por juicios sufridos como consecuencia del pecado.
Ayunaban debido a sus calamidades; pero las mismas habían venido sobre ellos por sus
pecados. Por ende, las causas de sus ayunos eran sus pecados. Si se erradicaban éstos, el
ayuno sería innecesario.
Exhortación a la piedad
Por si se habían olvidado de las cargas y mensajes que les dieron los profetas anteriores,
Zacarías les bosqueja el camino de piedad puesto delante de sus padres. La administración
de la justicia debía hacerse de conformidad con la verdad. Dios aborrece los juicios
injustos, porque El es el Juez justo de toda la tierra (Génesis 18:25). La bondad y la
misericordia han de estar a la orden del día entre el hombre y su prójimo. Tanto las
relaciones públicas como las privadas han de conformarse al patrón establecido por el
Señor compasivo. La ley mosaica y los profetas defienden claramente la causa de los
desamparados y desventurados, o sea, las viudas, los huérfanos, los extranjeros y los
pobres. Se les advirtió que no debían guardar sentimientos de enojo y amargura contra sus
prójimos.
Su relación con Dios no podía ser recta en tanto sus acciones no eran rectas hacia los
demás (Mateo 5:23, 24). La fe sin piedad es una burla tanto de Dios como del hombre. La
religión sin moralidad es inútil; por otra parte, la moralidad sin religión verdadera no tiene
base y carece de fundamento apropiado. Dios busca la verdad en nuestro interior y espera
que se la manifestemos a los que nos rodean. El profeta Zacarías no tenía un nuevo mensaje
que darles, porque los principios del gobierno justo de Dios son eternos. El hombre no
precisa tener nunca dudas en cuanto al modo de vida y conducta que agradan a Dios y
aseguran su favor y sus bendiciones.
Castigo por la desobediencia
Pero a pesar de que Jehová había dado muchas advertencias a sus antepasados y los
había instado amorosamente en la época anterior al exilio, ellos se negaron a escuchar las
sabias exhortaciones de su Dios. Se presenta enérgicamente en cuatro expresiones
diferentes la dureza de su corazón y su renuencia a obedecer.
En primer lugar, no escucharon y, luego, volvieron la espalda. El volver la espalda
obstinadamente es una imagen tomada del reino animal, de lo que hacen los bueyes cuando
se niegan a dejarse enyugar. (Véase Nehemías 9:29.) Cuanto más rechazaban la palabra de
verdad, tanto más diligentemente les imploraban los mensajeros de Jehová.
Luego se taparon los oídos para no oír las predicaciones en absoluto. (Véase Isaías
6:10; Jeremías 7:26.) Semejante oposición a la voluntad de Dios habría sido suficiente para
provocar su justa ira; pero ellos siguieron amontonando pecado sobre pecado para el día de
la ira y del juicio.
Finalmente, endurecieron su corazón corno diamante. Aquí se llega al colmo. Después
de rechazar repetidamente la luz, su corazón se tornó cada vez más duro, frío e insensible.
El endurecimiento espiritual (esclerosis) es tan real como el físico, pero infinitamente
más desastroso. Cuando se infecta la ciudadela de la vida, o sea, el corazón, el caso es
realmente triste y desesperado. (Obsérvese Ezequiel 3:9 y 11:19.) Y su oposición era contra
la ley y la palabra de Dios hablada por los profetas por medio de su Espíritu Santo.
Aquí hay una importante verdad que no debemos pasar por alto. Primeramente, observe
bien que Zacarías sitúa las revelaciones y los mensajes de los profetas exactamente en la
categoría misma y nivel que la venerada ley de Moisés. La Biblia no hace distinción de
grados de autoridad en la revelación de Dios; las palabras de los profetas son tan
autoritativas como las de Moisés. Todas ellas proceden de Dios mismo (2 Timoteo 3:16,
17). Observe también los dos medios para comunicar los pensamientos y la voluntad de
Dios: el Espíritu Santo y los profetas, o sea, el elemento divino y el humano. Los profetas
primeros fueron los de antes de la cautividad babilónica (como en 1:4).
Esa desobediencia continua sólo podía tener un resultado y era la gran ira de Jehová. Se
puede apreciar la magnitud de la ira por la severidad del castigo impuesto (véase 2 Crónicas
36:16). La retribución divina en la infinita justicia alcanzó a su pueblo descarriado. Así
como Jehová había clamado a ellos con tanta frecuencia y de modo tan paciente por medio
de sus profetas, pero ellos no escucharon, igual clamarían a El pidiendo liberación en su
angustia, pero El no escucharía. Todos sabemos cuán triste es la situación de una criatura
que llora pidiendo ayuda a su madre y recibe como respuesta un oído sordo a sus súplicas.
Cuánto más triste era la situación de la nación rebelde que clamaría pidiendo ayuda en
medio de su desesperación, pero sólo descubriría que el Señor había apartado de ellos su
oído (Isaías 1:15 y Miqueas 3:4; véase también Jeremías 11:11 y 14:12).
En lugar de escuchar sus ruegos, el Señor los dispersó con la violencia de un torbellino
entre todas las naciones que ni conocían. En los días del ministerio de Zacarías ya había
ocurrido la dispersión a Asiria y Babilonia, y ésta es la principal referencia en el pasaje.
Pero este texto se aplica también a una dispersión mucho mayor, como consecuencia de
su gran desobediencia al rechazar al Mesías prometido. Desde los exilios de Asiria y
Babilonia, muchos individuos de la nación siguieron en la cautividad y pasaron también a
otras tierras. La ira había caído plenamente sobre ellos. No era probable que las naciones
que no tenían tratos con ellos les mostraran benevolencia o les manifestaran compasión.
Como resultado de la cautividad babilónica, la tierra quedó desolada. En la maravillosa
providencia de Dios, ninguna potencia extranjera tomó posesión de ella. Mientras los
legítimos habitantes estuvieron ausentes, la tierra fue preservada hasta el día de su regreso,
setenta años más tarde. Aun cuando el juicio era de Dios y El utilizó a los enemigos como
sus instrumentos de castigo contra su pueblo descarriado, con todo se acusa al pueblo
mismo de Israel de haber hecho que la tierra quedara desolada. Todo fue a causa de sus
pecados. Ellos eran los responsables de la desolación. La “tierra deseable” es la que Dios se
agradó en dar a su pueblo. (Véase Jeremías 3:19.)
Ni siquiera los instrumentos de destrucción producidos por el hombre, tales como
bombas y otros artefactos bélicos, pueden ser tan letales y devastadores como el pecado.
Fue el pecado lo que arruinó y convirtió en desierto la tierra deseable de Canaán. La verdad
más importante que aprender de esto son las consecuencias ruinosas del pecado en la vida
del hombre.
¿No debían escuchar las palabras?
El tema del ayuno del que se ocupa el capítulo 7 es muy común entre los judíos. Su
calendario religioso tiene una gran abundancia de días de ayuno. Sin embargo, la lección
básica que dejan todos ellos es que conmemoran desastres y calamidades que les vinieron
en su historia nacional como consecuencia del pecado. Cuánto más sabio hubiera sido (y
sería también ahora) que prestaran atención a los mensajes de Dios y los obedecieran. ¿No
habría sido mejor escuchar diligentemente las palabras que hablaron los profetas? Pero es
todavía más triste el hecho de que no escuchen las palabras del Profeta, su Mesías, el Señor
Jesucristo.
16
LA GUERRA Y EL PRINCIPE DE PAZ
LA CAÍDA DE SIRIA
La crítica liberal y destructiva de la Biblia, experta en sus tácticas divisivas, por una
prolongada práctica con el Pentateuco, Isaías y Daniel, quisieran hacernos creer que los
capítulos 9 al 14 de esta profecía no eran de la mano de Zacarías, sino de algún autor
desconocido. Sus argumentos, cuando se someten a un estudio cuidadoso, son a veces muy
forzados, otras veces pueriles y siempre infundados.
El testimonio de la traducción más antigua del Antiguo Testamento (que es la griega) y
los compiladores del canon judío están a favor de la autenticidad de estos capítulos. Los
argumentos de los liberales son insostenibles y se pueden refutar. Podemos estar seguros de
que el Espíritu Santo usó a un mismo autor para los catorce capítulos. Un sobrenaturalismo
bíblico sano es el mejor antídoto para todo el naturalismo escéptico.
En general, aunque no en forma exclusiva, como ya lo hemos mostrado repetidamente,
los capítulos 1 al 8 se refieren a la época misma de Zacarías. El objetivo inmediato era darle
ánimo al pueblo para la reconstrucción del templo. Los capítulos 9 al 14, que constituyen la
segunda parte del libro, se ocupan primordialmente del futuro y probablemente fueron
escritos mucho después que los primeros ocho. Los capítulos 1 al 8 tratan de Israel cuando
estaba bajo el dominio medo-persa; los capítulos 9 y 10 de cuando fue gobernado por
Grecia; el capítulo 11 se refiere a cuando estuvo bajo el dominio de Roma y los capítulos
12 al 14 tratan de los últimos días de la historia natural del pueblo de Dios.
En los versículos 1 al 8 del capítulo 9 se bosqueja la campaña de Alejandro Magno. Sus
éxitos se relatan en los versículos 1–7, y en el 8 se habla de la liberación de Jerusalén.
Después de la batalla de Issus, Alejandro conquistó con rapidez a Damasco, Sidón, Tiro
(que fue quemada al cabo de siete meses), Gaza, Ascalón, Asdod y Ecrón. El curso de sus
victorias en el año 332 a.C. fue del norte de Siria hacia el sur, por el valle del río Orontes
hasta Damasco, y luego a lo largo de la costa fenicia y filistea.
El título de “la profecía de la palabra de Jehová” es inusitado y se encuentra sólo aquí
en 9:1, en 12:1, y en Malaquías 1:1. Se ha traducido como “expresión”, “carga” u
“oráculo”, pero es mejor “profecía” para comunicar la idea de la amenazadora predicción
de un juicio venidero (véase Isaías 13:1).
En primer lugar, el profeta predijo el castigo contra la tierra de Hadrac. Algunos han
considerado que Hadrac es un nombre del imperio persa; otros no están seguros de si
significa un país, una ciudad o un rey. Se lo ha identificado como Hatarica, una ciudad
mencionada varias veces en las inscripciones cuneiformes. Estaba entre Hamat y Alepo.
Las ciudades que se mencionan junto con ese lugar muestran que debía encontrarse en
algún punto cercano a Damasco. La ciudad debía tener cierta importancia, porque entre los
años 772 y 755 a.C. los asirios emprendieron tres campañas contra ella para conquistarla.
Aunque el golpe caería sobre Hadrac, el objetivo final era en realidad Damasco, la
capital. Nunca se restauró el gobierno autóctono a importante ciudad después de su
conquista por Alejandro Magno. El efecto de las conquistas de Alejandro sobre Israel y las
naciones circundantes iba a ser de asombro y consternación. Volverían sus ojos a Jehová.
Sabemos que los judíos, bajo Jadúa, el sumo sacerdote, se negaron a jurarle obediencia al
conquistador. Jeremías había profetizado contra Damasco y Hamat incluso después de que
Nabucodonosor invadió a Judá (Jeremías 49:23–27), y Jeremías (25:20) y Ezequiel (25:15–
17) habían pronunciado una sentencia contra Filistea.
Zacarías predice un juicio contra ellos a manos de los griegos bajo Alejandro Magno.
También Hamat, que estaba cerca de Damasco, iba a sufrir el mismo destino. Antíoco IV le
puso a esa ciudad el nuevo nombre de Epifanía, para honrarse él mismo. Sigue siendo un
centro comercial importante, la moderna Hamá, sobre el río Orontes, a unos 192 kilómetros
al norte de Damasco. (Véase Amós 6:14.)
La condena de Fenicia
Una vez dominada Siria, Alejandro siguió en su campaña hacia el sur, hacia las
ciudades de Fenicia. Se menciona a Tiro como la más importante de las dos ciudades,
porque había sobrepasado a Sidón, que era más antigua. Tiro iba a ser tomada en el año 332
a.C., aunque era muy sabia en su propia opinión.
Los tirios eran famosos por su sabiduría mundana. (Léase Ezequiel 28:3, 4, 5, 12; 17.)
La sabiduría de esos prósperos mercaderes había pasado también a la diplomacia. En el
versículo 3 se indica cómo la ciudad ponía de manifiesto su sabiduría mundana. Se fortificó
todo lo mejor que pudo y acumuló plata y oro.
Tiro era el centro del comercio y de la riqueza de los fenicios. En el original hebreo la
palabra fortaleza establece un juego de palabras con el nombre de Tiro. Los asirios la
sitiaron durante cinco años, sin éxito, y los babilonios, bajo Nabucodonosor, durante trece
años. El historiador pagano Diódoro Sículo escribió: “Tiro tenía suma confianza, debido a
su situación insular, sus fortificaciones y la abundancia de suministros que había
almacenado.” Aun cuando Alejandro Magno fue el instrumento que Dios utilizó para
castigar a Tiro, dice el Señor que El mismo la empobrecerá, destruirá su poderío en el mar
y la devorará con fuego. Sus habitantes iban a ser enviados al exilio. Alejandro Magno
mandó construir un puente o calzada con los escombros de la antigua ciudad de la tierra
firme a la isla y, luego, asedió esta última durante siete meses, la capturó, mató a miles de
tírianos, esclavizó a otros, crucificó a otros más y, finalmente, le prendió fuego a la ciudad.
Las riquezas, las fortificaciones y todo lo demás fueron arrojados al mar (Ezequiel 26:4–12;
27:27). Ninguna potencia puede prosperar separada del Dios vivo.
La conquista de Filistea
De las cinco ciudades filisteas, sólo se omite a Gat en la mención del juicio que cayó
sobre ellas. Se ha sugerido que Gat se encontraba más al interior y no en el camino directo
del ejército. Ascalón y Gaza comprendieron su impotencia para oponerse al invasor y se
llenaron de terror.
Ascalón perdió su población y Gaza fue conquistada al cabo de un sitio que duró varios
meses. Ecrón, la más septentrional de las ciudades filisteas y la más cercana a Tiro, había
abrigado esperanzas de que Tiro lograría resistir a Alejandro en su ruta hacia Egipto, pero
vio que esas esperanzas se desvanecían por completo con la inesperada caída de Tiro.
Un contemporáneo de Alejandro Magno menciona que el rey de Gaza fue conducido
vivo ante el conquistador después de la toma de la ciudad. Ataron al sátrapa o “reyezuelo”
de la ciudad a un carro de combate y lo arrastraron por las calles hasta que perdió la vida.
De este modo perdió la ciudad su independencia. Respecto a estas ciudades, véase Jeremías
25:20; Amós1:6–8; Sofonías 2:4–7.
Asdod perdería su población nativa durante la invasión, siendo reemplazada por
mestizos o bastardos. Alejandro tenía como norma mezclar diferentes pueblos
conquistados. La pérdida de su independencia política, del esplendor de sus ciudades y de
la gloria de sus templos, significaría un golpe mortal para el orgullo de los filisteos.
Aquello en que más confiaban y se gloriaban sería destruido.
A continuación Zacarías predice la conversión de los filisteos a Jehová durante el
reinado milenario de Jesucristo. Abandonarán su idolatría y serán un remanente para Dios.
Comían los sacrificios a los ídolos junto con la sangre (Ezequiel 33:25), lo que estaba
prohibido por Dios. (Véase Génesis 9:4; Levítico 7:26; 17:10, 12; Hechos 15:29.) Las
abominaciones que se mencionan eran las cosas sacrificadas a los ídolos. Una vez
purificados de sus prácticas idólatras, serán incorporados a la comunidad judía, como
capitanes en Judá o como los jebuseos. Estos últimos eran los antiguos habitantes de
Jerusalén que fueron incluidos en Israel y vivían en la capital con el pueblo de Judá como
iguales y no como una nación conquistada (Josué 15:63).
Jehová promete que acampará en torno a su casa durante todos esos trastornos y luchas
en Siria, Fenicia y Filistea, para proteger contra el ejército del enemigo, y que mantendrá a
su pueblo bajo sus ojos vigilantes y protectores. Se ha considerado que la referencia a “mi
casa” es el templo, la Tierra Santa y el pueblo de Israel. Este último es preferible, aunque, a
fin de cuentas, se incluyen todos esos significados. De hecho, Alejandro pasó cerca de
Jerusalén más de una vez en el curso de sus campañas, sin dañar la ciudad, aun cuando
atacó a los samaritanos.
Luego, mediante la ley profética de la sugerencia, Zacarías pasa inmediatamente del
futuro cercano a la liberación final, en el futuro lejano, cuando Israel será liberado de todos
sus opresores. Esta ciudad será protegida de los enemigos finales en su invasión (capítulos
12 y 14). Véase Isaías 60:18; Ezequiel 28:24. No hay seguridad comparable a la que se
disfruta bajo la bondadosa mirada de nuestro amoroso Dios.
El Mesías y su reinado
A continuación, el profeta torna su mirada de contemplar los movimientos de
Alejandro, el despiadado conquistador, para enfocar el Mesías y su obra en humillación y,
después, en la exaltación de su venida como Rey de Israel. Mateo 21:5 y todos los
escritores judíos antiguos dan abundante testimonio de que aquí se hace referencia al
Mesías. Tanto los judíos como los cristianos han reconocido que ésta es una profecía
mesiánica de gran importancia. (Véase un pasaje paralelo en Isaías 9:1–7.)
Se hace un llamamiento a Sion y a Jerusalén, como representantes de la nación, para
que se regocijen y se alegren por la venida de este Rey glorioso. Las naciones temblaban
ante la llegada de Alejandro; pero al pueblo de Israel se le manda que se regocije mucho
ante la presencia del Rey Mesías, porque El viene no sólo a ellos, sino por ellos, para
salvarlos y beneficiarlos.
El Espíritu de Dios destaca amorosamente sus tres requisitos cruciales para su cargo. Es
justo o recto: éste es el atributo básico del Mesías (Isaías 45:21; 53:11; Jeremías 23:5, 6;
véase también Malaquías 4:2). La palabra traducida como “salvador” significa literalmente
“salvado”. La mayoría de los comentaristas modernos consideran que El fue liberado o
salvado de la cruz después de su muerte, por la resurrección de entre los muertos. Otros
sugieren que se la traduzca en sentido activo como “que salva” o “Salvador”. Por nuestra
parte, preferimos el sentido pasivo de la palabra, o sea, “encargado de la salvación”.
El Rey justo efectúa una salvación justa para los suyos. Su obra perfecta se deriva de su
perfecta Persona y propósito. El griego Alejandro vino para aplastar y destruir; el Mesías
justo viene para salvar y redimir. El rey terrenal llegó con pompa y arrogancia; el Señor de
los cielos llegó montado sobre un humilde asno. El montar un asno revela una posición
humilde en lo exterior y también una humilde disposición interior. Vino en paz, porque el
asno era el animal de la paz (Génesis 49:11). La pompa y ostentación mundanas le eran
extrañas.
En el versículo 9 se describe la primera venida del Mesías; en el versículo 10 se indican
su propósito y realizaciones en su segunda venida. Entre estos versículos están los siglos de
la era de la iglesia en que estamos viviendo. Esta era no la previó el profeta.
Cuando el Rey humilde regrese, inaugurará su reinado suprimiendo todas las guerras y
contiendas. El carro, el caballo y el arco de combate representan todos los instrumentos y
armas de guerra. El Mesías se los quitará tanto a los suyos como a todas las demás
naciones. No se deberá confiar en esos instrumentos carnales. El camino de la paz es
distinto.
Una vez suprimidas todas esas armas, el Mesías hablará con autoridad paz a las
naciones. Dará la orden y se efectuará. Su palabra de autoridad logrará lo que el hombre
nunca pudo alcanzar por sus propios medios. Su reino de paz se extenderá por todo el
mundo.
Las referencias a “de mar a mar” y “desde el río hasta los fines de la tierra” no pueden
limitarse a la Tierra Santa. Por lo que dicen el Salmo 72:8 y otros pasajes paralelos, por la
falta de artículos definidos en estas frases del versículo y por la fuerza general de las
escrituras proféticas, llegamos a la conclusión de que el reinado del Mesías se centrará en la
Tierra Santa y se extenderá hasta los confines de la tierra. Su reino será universal.
Las victorias de los Macabeos
Zacarías pasa de la contemplación del reinado glorioso y pacífico del Mesías a otra
escena de conflicto y guerra, como la que se nos presentó en la primera parte del capítulo 9.
Se dirige a Sion y promete que, basado en la sangre del pacto, Dios liberará sus prisioneros
de la cisterna sin agua.
¿Cuál es la sangre del pacto de Israel? Se ha sugerido que el pacto es el mosaico y que
habla de una época en que Dios entró en una relación de pacto con su pueblo. Ese era un
pacto legal y el incumplimiento del mismo por parte de Israel causó la pérdida legal de las
bendiciones. Quizá aquí se contempla realmente más el pacto hecho con Abraham. (Véase
Génesis 15:9–12, 18–20; y respecto a la sangre del pacto mosaico, véase Exodo 24:8;
Hebreos 9:18–20.)
Los presos eran los israelitas que estaban todavía en Babilonia y que no habían
regresado bajo la autorización de Ciro. Las cisternas secas se utilizaban como prisiones
(Génesis 37:24, José; Jeremías 38:6, Jeremías). No hay base aquí para la herejía de la
restitución, con su enseñanza de una segunda oportunidad después de la muerte para los
impíos condenados al abismo.
El profeta exhorta a los exiliados, a quienes Dios les ha dado tales promesas y
esperanzas, que regresen a la fortaleza o Sion, porque los bendecirá abundantemente en
lugar de sus anteriores aflicciones. A pesar de las condiciones poco prometedoras, el Señor
está dispuesto a hacer esto por ellos al presente también.
Los versículos 13 al 17 se refieren a los conflictos y las victorias de los Macabeos, que
salieron triunfantes en sus luchas contra Antíoco Epífanes durante el siglo dos a.C. (Daniel
11:32; 8:9–14). Se les promete la protección generosa de Dios. Se equipara a Judá al arco
del Señor y a Efraín a su flecha o saeta; con ellos destruirá al enemigo. Se compara también
al pueblo de Dios a la espada de un hombre poderoso: serán irresistibles. Esto se cumplió
en las guerras macabeas. Dios se presentaba a favor de ellos con gran poder. Sus rayos,
truenos y torbellinos del sur (Isaías 21:1; éstos eran los más violentos de todos) los
ayudaban.
Su triunfo sería decisivo, porque hollarían a sus enemigos como a piedras de honda
débiles e insignificantes. En una figura se los presenta también como llenos de la sangre del
enemigo, como lo estaban los cuernos del altar y los tazones para los sacrificios del templo
(Exodo 29:12; Levítico 4:18).
El beneficio final para Israel será la liberación espiritual después de la victoria física.
Será el rebaño del Señor y como una corona resplandeciente (a diferencia de las piedras de
honda) en su tierra. El profeta exclama por la bondad, la belleza y la prosperidad que el
Señor despliega, y ve al pueblo en una era de prosperidad pacífica, en el cumplimiento de
sus promesas mesiánicas.
EL BUEN PASTOR
Destrucción en la tierra
Las predicciones del capítulo 11 se dieron probablemente mucho después de la
conclusión del templo de Zorobabel. Los sucesos mismos se refieren al futuro más distante
desde el punto de vista del profeta. No hay duda de que este capítulo constituye el más
negro de toda la historia de Israel. Ha habido muchas diferencias de opinión respecto a la
desolación que menciona Zacarías en las palabras altamente poéticas de los primeros tres
versículos.
Una de las opiniones sostiene que el pasaje nos habla del juicio aplicado a la tierra por
los caldeos en el año 586 a.C. De ser así, el profeta estaría relatando un hecho histórico y
no un suceso profético del futuro. Otros mantienen que el texto se refiere a la invasión de
Palestina, en un futuro muy distante, por las diferentes confederaciones de naciones
indicadas en los escritos proféticos y de modo específico en los capítulos 12 y 14 de
Zacarías. Admitimos con toda sinceridad que, si se toman estos versículos por sí solos, son
tan generales que podría tratarse de la conspiración universal venidera contra Jerusalén.
Hay algunos que están dispuestos a afirmar que no es seguro a qué invasión se hace
referencia aquí. No obstante, el contexto del resto del capítulo es determinante y señala de
modo inequívoco al juicio resultante del rechazo del Pastor de Israel, o sea, la destrucción
que alcanzó a la tierra y a su pueblo en el año 70 d.C.
Entre quienes interpretan el pasaje de los sucesos que tuvieron lugar después del
rechazo del Mesías de Israel, hay quienes entienden que el juicio se describe en términos
figurativos, y otros que ven una descripción de la destrucción en términos literales. Nos
inclinamos hacia esta última interpretación. Los de la descripción figurada consideran que
la mención del Líbano se refiere al templo, porque los cedros del Líbano proporcionaron la
madera para su construcción (1 Reyes 5:6). Esta es la interpretación rabínica antigua.
Otros que consideran que el pasaje es figurativo creen que los cedros, los cipreses y las
encinas son símbolos de poder y de majestad, y pueden referirse a los hombres más
destacados de la nación o a algo muy encumbrado, como las naciones que acosaban a
Israel.
Si tomamos las palabras literalmente, tenemos una descripción sumamente gráfica del
modo en que el juicio de Dios cayó sobre la tierra, desde el norte hacia el sur, en el año 70
d.C. El mandato inicial hace más vívido lo que se expresa como un hecho positivo. El gran
bosque del Líbano iba a ser destruido por el fuego de Dios.
Lo que sucedió allá se repetiría en otras partes del país. El Líbano, Basán y el Jordán
constituyen todo el país en la visión del profeta. Habrá muchos lamentos ya que, si no se
libran los poderosos, los más humildes no podrán escapar. También los pastores lamentarán
porque sus pastizales quedarán destruidos, y sus rebaños sufrirán como consecuencia de
ello. La gloria del Jordán significa los matorrales de las orillas del río que eran madrigueras
de leones. (Véase Jeremías 49:19 y 50:44.) Nada hay en el mundo que sea más desastroso
que el pecado.
Las ovejas de la matanza
En la lengua hebrea, es frecuente que se indique primero el efecto y que se dé la causa a
continuación. Así es en este pasaje. A continuación se analiza la causa del juicio: el rechazo
del Mesías por Israel. Se le da el encargo al profeta que realizó en la visión lo que estaba
ordenado. Actuó en representación del Mesías en cuya vida personal tuvieron lugar esos
sucesos.
Se trata realmente de la misión dada por el Padre al Hijo de Dios. Se le da al Mesías el
encargo de apacentar a las ovejas de la matanza. Había de actuar como pastor para el
rebaño que sería sacrificado. (Véase el Salmo 44:22.) Estaban destinadas a ser sacrificadas
por los romanos debido a su pecado. Tenemos la opinión autorizada del historiador Josefo
que nos dice que murieron cerca de millón y medio de personas en la guerra contra Roma.
La nación se encontraba en una situación bastante miserable cuando Jesucristo vino a
ellos; pero su destino había de empeorar todavía más. Eran como ovejas que se compran y
venden impasiblemente en el mercado. Aquí no se hace referencia a los procedimientos de
recaudación de impuestos en la Palestina de esa época, sino a todas las medidas opresivas
bajo las que gemían al estar bajo el dominio extranjero, principalmente de los romanos.
Esos opresores extranjeros carecían de escrúpulos, porque creían que podían seguir
impunemente. Le daban crédito a Dios en forma hipócrita por las ganancias que obtenían al
abusar de las ovejas.
Esto era suficientemente malo, pero sus propios pastores tampoco tenían piedad de
ellas. Sus propios líderes carentes de principios morales, como los fariseos y otros,
abusaban del pueblo. No había ningún hombre que abogara por su causa o mitigara su triste
situación. Sin embargo, el colmo de la desgracia llega cuando Jehová dice que ya no tendrá
piedad del pueblo de la tierra prometida. La idea no es que Dios iba a castigar a las
naciones por el modo en que maltrataban al pueblo de Dios, haciendo venir sobre ellas
guerras y luchas intestinas. El pasaje se refiere a los habitantes de la tierra prometida. El
Señor, al no compadecerse de ellos, los entregó a sus luchas internas.
Se sabe muy bien cuántas facciones existían en Israel durante el ministerio terrenal del
Mesías e inmediatamente después del mismo. Además, iban a ser entregados en manos de
su rey, en este caso el emperador romano, al que ellos mismos reconocían como rey.
(Obsérvese la notable admisión de esto en Juan 19:15.)
La devastación de la tierra por quienes acosaban al pueblo de Dios es un modo sumario
de decir que estaban sujetos a muchas cargas y medidas opresivas. Quienes están
esclavizados por el pecado sirven de hecho a un amo terrible. Jehová llamó bien a su
pueblo con el nombre de ovejas de la matanza.
El ministerio del pastor
El omnisciente Mesías de Israel sabía cuál sería el resultado de su ministerio en medio
de su nación; pero con todo, se encargó fielmente del ministerio del pastor. En el versículo
7 se indica dos veces que apacentó al rebaño.
El profeta se vio a sí mismo en visión efectuando las misiones que el Mesías iba a
experimentar durante su ministerio terrenal, en la plenitud de los tiempos. (Véase Mateo
9:36 y Juan 10.) Cuando apacentó al rebaño, realmente estaba alimentando a los pobres y
humildes del rebaño (Sofonías 3:12). Apacentó a todas por amor al remanente fiel entre las
ovejas.
En todo el pasaje, se distingue ese remanente del resto de la nación. Se toman dos
cayados porque en el Oriente el pastor llevaba un cayado para protegerse de las fieras, y
otro para ayudar a las ovejas en sitios difíciles y peligrosos. Los nombres que se les dan en
este caso indican el propósito de Dios para Israel en el ministerio pastoral del Mesías. Al
primero se le da el nombre de Gracia o belleza; al segundo se lo denomina Ataduras, o
lazos. El primero indicaba la restricción de Dios sobre las naciones para que no destruyeran
a la nación de Israel; el segundo se refería a los lazos fraternales que existían en el seno de
la nación misma. En otras palabras, por medio de la obra del Mesías, Jehová se proponía
preservar para Israel sus providencias predominantes entre las naciones de la tierra, para
que no pudieran causarle daño alguno a su pueblo. Por medio de esa misma supervisión
benévola, debían confirmarse y fortalecerse los lazos fraternales que existían en la nación.
No se nos deja mucho tiempo en duda respecto a los resultados del ministerio pastoral
que tenemos ante nosotros. En un mes, en un período de tiempo relativamente breve, el
pastor consideró necesario eliminar a los tres pastores que había sobre la nación. El alma
del pastor estaba cansada de ellos y el alma de ellos lo aborrecía a él.
Se han contado cuarenta interpretaciones del versículo 8. Las conjeturas cubren una
gama muy amplia. Parece evidente que los tres pastores son subpastores del rebaño
subordinados al Mesías. Asimismo deben de haber servido y supervisado al pueblo durante
la vida y ministerio del Mesías. Debido a esto quedan descartadas inmediatamente
cualesquiera sugerencias relativas a personajes del Antiguo Testamento. La mejor
interpretación es la que ve en los tres pastores tres clases de dirigentes de Israel: el profeta,
el sacerdote y el rey (o bien, de modo más apropiado, los magistrados civiles). (Véase
Jeremías 2:8.)
Había un desagrado mutuo, porque habían rechazado su gracia y misericordia. Ahora
tenemos el lenguaje que utiliza alguien cuya paciencia se ha agotado finalmente. Cuando
todos los medios de la gracia han fallado en atraer al pueblo, el Mesías entrega la nación a
sus propios medios pecaminosos. Las ovejas que están agonizando por la pestilencia y el
hambre se morirán. Los miembros del rebaño que han de ser eliminados por medio del
derramamiento de sangre y la guerra, serán eliminados, y el resto será entregado a un
continuo conflicto interno. La luz que se rechaza trae siempre una noche más oscura.
El primer cayado roto
Para simbolizar la ruptura de ciertas relaciones, el Mesías rompe su cayado llamado
Gracia. Esto indica la ruptura del pacto que Dios había hecho con todos los pueblos. Los
pueblos mencionados aquí no son las tribus de Israel, como lo suponen algunos, porque no
es así como se los designa en las Escrituras. Además, este acto se repetiría con la rotura del
segundo cayado que se refiere a las condiciones internas de la nación israelita misma.
Zacarías se está refiriendo a las naciones del mundo y revela una verdad importante:
Dios ha establecido un pacto con los pueblos de la tierra con relación a su propio pueblo
Israel. Los ha sometido a restricciones para que no le hagan daño o mal a Israel. (Véase el
mismo principio en Job 5:23; Ezequiel 34:25 y Oseas 2:18.) Cuando se quitó esa
restricción, los romanos destruyeron su ciudad y su economía. No se permitió que ni
Alejandro Magno, ni Antíoco Epífanes ni Pompeyo dieran al traste con su existencia
nacional; pero cuando el Mesías rompió su cayado, ni Tito ni sus generales pudieron
preservar el templo, ni Julián el Apóstata pudo restaurarlo más tarde.
Anticipándose al cumplimiento de la predicción, el profeta dice que el cayado fue roto
ese día. Una vez más fueron los pobres del rebaño, los piadosos de la nación, los que
entendieron que las palabras de esta profecía eran el mensaje de Dios para la nación. Los
corazones bien dispuestos, al igual entonces que ahora, percibieron la verdad y los
propósitos de Dios a través de su siervo.
Treinta piezas de plata
Con el fin de hacer resaltar la situación espiritual del pueblo y de poner a prueba su
gratitud por el ministerio y el servicio del Mesías, el Señor le pide a la nación que le dé su
sueldo o salario por su obra realizada entre ellos. Sabemos que el pago que esperaba recibir
era su amor, su obediencia y su devoción a Dios y a su Pastor. Pero no debía ser algo
obligatorio; si así lo deseaban, podían no manifestar en absoluto su evaluación del
ministerio del Mesías.
Sin embargo, estaban dispuestos a indicar su estimación del Mesías y de su obra. Le
entregaron treinta piezas de plata (dinero) por su salario. Según Exodo 21:32, éste era el
precio de un esclavo corneado. Se consideraba que un hombre libre valía dos veces esa
cantidad.
¡Imagínense qué insulto fue ése! Clasificaron al Mesías al nivel de un esclavo inútil.
¿Cómo podía recibir Dios esa ingratitud tan abyecta? Se le ordena al profeta que eche la
suma al tesoro de la casa de Dios. Esta es la estima en que tiene Dios la evaluación que
hicieron de su Hijo.
Para que el acto sea más solemne y público se lleva a cabo en la casa del Señor. El
precio era tan oprobioso que debía ser echado al tesoro del templo, entre las cosas de escaso
valor.
El echar algo al tesoro del templo era quizá proverbial para indicar el desecho de algo
carente de valor. En forma sarcástica, el profeta dice que el precio es hermoso. Luego se
deshace de esa suma, como le había ordenado Jehová. Se cita este pasaje en Mateo 27:7–10
donde el evangelista narra la traición de Judas, al vender a Cristo, y el resultado de esa
transacción.
Hay una dificultad en ese punto y consiste en que se le atribuye la profecía a Jeremías y
no a Zacarías. Se han ofrecido muchas soluciones para explicar las palabras del pasaje del
Nuevo Testamento; pero no sería apropiado decir que el pasaje no apareció originalmente
en el libro de Zacarías. No hay duda alguna de que esas palabras se encontraban en la
profecía de Zacarías en los días de Mateo, puesto que están en su lugar correspondiente en
la traducción al griego del Antiguo Testamento que se hizo antes de la época
neotestamentaria. Se ha sugerido que se utiliza el nombre del profeta más conocido, como
sucede en Marcos 1:2 (el caso entre Malaquías e Isaías) pero no se trata de una situación
análoga. La solución se debe encontrar probablemente en el hecho de que el nombre de
jeremías se encontraba a la cabeza de todo el conjunto de los profetas, porque su profecía
estaba situada en primer lugar. En los escritos judíos hay evidencias que respaldan esa
posición.
A continuación el profeta representa la ruptura final de las relaciones del pastor con
Israel. Quebró el cayado Ataduras para indicar la disolución de la hermandad entre Judá e
Israel. Esto se cumplió con seguridad en las tristes escenas que tuvieron lugar durante el
sitio de Jerusalén por los romanos dirigidos por Tito. Hubo una disolución de la estructura
social de la nación judía. Las luchas intestinas y las divisiones prevalecían y contribuyeron
en gran parte a la ruina de Judea.
El pastor insensato
El triste rechazo del Mesías se ha cumplido. Pero ¿cuáles son las perspectivas para el
futuro? Sabemos cómo Dios dispersó a su pueblo por todo el mundo en ese tiempo. Cuando
comience a tratar con ellos otra vez, lo hará según el modo que se indica en los versículos
15 al 17. Puesto que no quisieron tener al Buen Pastor, tendrán al pastor insensato. Se ha
considerado que éste representa a todos los gobernantes impíos de Israel entre los tiempos
de Zacarías y la caída de la nación judía: Herodes el Grande o Ptolomeo IV. El personaje
que se señala como pastor necio e inútil es sin duda el anticristo en persona de Daniel
11:36–39; Juan 5:43; 2 Tesalonicenses 2:1–12 y Apocalipsis 13:11–18.
Con relación al versículo 7, se le dice al profeta que tome los instrumentos de ese
pastor. Son los mismos que los del verdadero; la diferencia está en la disposición de su
corazón. Este pastor es malvado. En las Escrituras la maldad se representa bajo la figura de
la insensatez. En el Antiguo Testamento, la necedad significa fracaso y fallas morales. El
Señor le deja rienda suelta, y lo que hace es descuidar al rebaño y maltratar con crueldad a
las ovejas. No tiene corazón para con las ovejas. Su pasión dominante es la codicia. El
juicio de Dios caerá sobre ese malvado: su brazo (el órgano del poder) será consumido
porque no cuidó de las ovejas; y su ojo (el órgano de la inteligencia) perderá su luz porque
no atendió a las ovejas. El juicio de Dios sobre él será seguro y rápido.
17
EL DIA DE EXPIACION DE ISRAEL
EL SITIO DE JERUSALÉN
La primera “profecía” o “carga” de la última parte del libro de Zacarías comprende los
capítulos 9 al 11; la segunda se encuentra en los capítulos 12 al 14. Por la luz que proyectan
estos capítulos sobre la consumación de la historia de Israel, están entre los más
importantes que se encuentran en los escritos proféticos.
La gran confederación y el conflicto de los que se habla en el capítulo 12, deben ser
comparados con las predicciones del capítulo 14. De modo bastante extraño, se ha
interpretado este pasaje en el sentido de que registra la invasión de Palestina por
Nabucodonosor en los días anteriores a la cautividad babilónica. Esto es imposible por
varias razones, sobre todo porque los resultados de los conflictos no fueron en absoluto los
mismos. Otro estudioso del texto sostiene que los versículos 1–9 se refieren a las conquistas
de los Macabeos, como en el capítulo 9. Lo cierto es que nunca en el pasado ha habido una
coalición de naciones semejante en contra de Israel (ni siquiera cuando la guerra contra
Roma en el siglo primero).
El capítulo 12 trata de sucesos anteriores al reinado del Mesías, cuando Israel será
sitiado por las naciones para descargar su golpe mortal final contra el pueblo de Dios. Pero
Dios será el que aplastará sus viles designios. Esta profecía dura y amenazadora concierne a
Israel en que habla de su beneficio y bien final. Amenaza a sus enemigos; pero es para el
bien permanente del pueblo del Señor. El profeta predice la destrucción de los enemigos de
Israel.
Se presenta primeramente a Dios como quien extiende los cielos, echa los cimientos de
la tierra y forma el espíritu del hombre dentro de él. Las expresiones son de índole tal que
revelan que Dios sostiene constantemente su creación. Se presenta la majestuosa
descripción del Señor como Creador y Preservador, para disipar cualquier duda e
incredulidad relativa a lo que se predice aquí. Dios es muy poderoso para llevar a cabo lo
que se propone hacer. (Véase Números 16:22; Isaías 42:5 y Hebreos 12:9).
Cuando las naciones vengan contra Jerusalén en batalla, Dios pondrá a la ciudad como
copa que hará temblar a sus ejércitos. La copa es un bien conocido símbolo de la ira de
Dios. También Israel ha bebido de esa copa (véase Isaías 51:17, 22; Jeremías 13:13; 25:15–
28 y 51:7). El sitio no se limitará a la capital, sino que será tanto en contra de Judá como de
Jerusalén. El enemigo recibirá un golpe tremendo.
El desconcierto del enemigo será tan grande que Zacarías lo indica a continuación por
medio de otra figura. Dios pondrá a Jerusalén por piedra pesada que herirá dolorosamente a
todos los que intenten levantarla. Algunos ven aquí una referencia a alguna competencia
atlética. Jerónimo, que vivió en Palestina, indica que había allá la costumbre de probar la
fuerza de los jóvenes mediante el levantamiento de piedras pesadas.
Los que quisieran destruir la ciudad de Dios y su pueblo, serán aplastados por Jerusalén.
Un ejemplo claro de esto en el pasado fue el sitio que puso Senaquerib a Jerusalén en el año
701 a.C.
Cuán grande será la confederación de los enemigos se indica en la referencia a todas las
naciones de la tierra. Puesto que la caballería siempre ha formado una parte importante de
los ejércitos en las guerras del Oriente, el enemigo estará bien abastecido; pero Dios los
inhabilitará, convirtiendo esa fuente de poder en un obstáculo y un arma de destrucción.
Los caballos del enemigo serán primeramente presas del terror y, luego, se quedarán ciegos
(para conducir a sus jinetes a su fin), y los jinetes mismos se volverán locos. De esa
magnitud será la confusión y el tumulto creados por Dios en medio del enemigo, mientras
sus ojos se volverán hacia Jerusalén y su pueblo con gran benevolencia y compasión. Las
naciones de la tierra apenas se dan cuenta de cómo atraen la ira de Dios sobre ellas cuando
tratan de dañar a Israel, por no hablar de cuando procuran borrar al pueblo de Dios de la faz
de la tierra.
Victoria dada por Dios
Dios produce la victoria en forma doble. En primer lugar, domina a sus enemigos y los
priva de su poder, y entonces le da poder y fuerza a su pueblo para resistir y derrotar a sus
adversarios. El profeta indica con toda claridad que la victoria será sobrenatural. El Señor
obrará en el corazón de cada líder de su pueblo, de modo que entiendan y reconozcan que el
respaldo que les den los habitantes de la tierra sólo será eficaz debido a que Jehová está
sosteniendo y dando apoyo a su pueblo. No presumirán que son responsables del éxito
obtenido en su resistencia ante los malignos ataques de las naciones contra ellos. La
milagrosa intervención de Dios a su favor convencerá a los líderes de que el poder del
Señor está de parte de ellos.
Se compara a los capitanes de Judá a los braseros de fuego entre leña a antorchas
ardiendo entre gavillas de grano. Consumirán al enemigo por todos lados. La figura
comunica la idea de lo fácil y completa que será su victoria, así como de su irresistible
poder bajo la mano de Jehová. El resultado para el pueblo de Dios será que los habitantes
de Jerusalén podrán morar otra vez con seguridad en su propia ciudad de Jerusalén.
La liberación de Jerusalén
Para que todos entiendan que la liberación es obra de Jehová, El interviene
primeramente a favor de las tiendas de Judá. Se contrastan las tiendas de Judá con la bien
fortificada capital. Los distritos exteriores del país, que estaban más expuestos a los ataques
y, por ende, más indefensos, serán liberados primero.
Dios da prioridad a los débiles e indefensos, de tal modo que no haya base para la
vanagloria humana. El corazón humano busca siempre el autoensalzamiento; pero el Señor
eliminará toda gloria humana en ese triunfo. Añade palabras de seguridad e indica su modo
de defensa. El Señor mismo será su defensa y los fortalecerá por encima de todas sus
capacidades o limitaciones naturales. Aquel de entre ellos que sea tan débil que tropiece al
caminar, será hecho como David, el gran rey guerrero que era invencible en batalla. Se lo
da como el más alto tipo de fuerza en combate en toda la tierra. (Véase 2 Samuel 17:8;
18:3.) Los que son del linaje de David, porque serán conocidos en ese día, recibirán poder
como el del ángel de Jehová, el más alto tipo de poder en el cielo. El iba delante de Israel
en tiempos antiguos. (Véase Exodo 23:20; 32:34; 33:2; Josué 5:13.) De este modo, Jehová
procurará destruir a todas las naciones impías que se atrevan a venir contra Jerusalén.
La declaración del versículo 9 es como la de un hombre que no tiene debilidad, sobre
todo después de la promesa de poder que se da en el versículo 8. Dios tratará sumariamente
a las naciones que traten de impedir su propósito de bendecir al mundo por mediación de
Israel.
El espíritu de gracia
Hasta ahora Dios ha dado a conocer su justo juicio sobre las naciones, pero El tiene
propósitos espirituales que se deben cumplir también en Israel. La nación no se encuentra
todavía en condiciones de bendición, pues aún no está en una posición de obediencia y de
fe en el Mesías, su Salvador.
En el resto del capítulo 12, Zacarías describe con mayor viveza e intensidad que en
ninguna otra parte de las Escrituras la conversión de Israel al Señor. Nada en la pasada
historia de Israel se puede interpretar como el cumplimiento de este pasaje. En ese día
venidero de expiación nacional de Israel, Jehová derramará sobre la casa real y sobre todos
los moradores de Jerusalén, y luego sobre toda la nación, el espíritu de gracia y de oración.
Las palabras que se traducen como gracia y oración se derivan de la misma raíz hebrea.
La referencia no concierne a la disposición de depender de la gracia y la oración, sino al
Espíritu Santo de Dios en todas sus influencias. El derramamiento de su convicción sobre
ellos los impulsará a la oración de fe (Ezequiel 39:29; Joel 2:28, 29.) Entonces suplicarán al
Señor que les conceda su perdón y su favor.
En esta condición de quebrantamiento, mirarán a Aquel que traspasaron. La mirada es
sincera y llena de atención, dándose cuenta ahora de lo que nunca antes habían
comprendido. (Véase su confesión, en esa época, en Isaías 52:13; 53:12.) Esto presupone
una determinada condición del corazón. Pero, ¿traspasaron ellos mismos al Mesías? Por su
incredulidad y su rechazo de El han hecho como suyas las acciones y obras de sus
antepasados (Juan 19:37). Así como el derramamiento del Espíritu implica la divinidad del
Mesías, el que fuera traspasado indica su humanidad.
Algunos (basándose en la traducción griega) querrían traducir “insultaron” en lugar de
“traspasaron”. Sería una interpretación imposible, porque en todos los demás pasajes del
Antiguo Testamento en que se usa esta palabra, no puede tener otro sentido que el de
traspasar el cuerpo. (Véase 13:3.) Además de esto, es difícil concebir la intensidad de la
aflicción de que se habla a continuación, por el agravio de haber insultado al Mesías.
El Talmud anuncia paz a quien refiere este pasaje al Mesías, hijo de José, que todavía
debe morir. La teoría de dos Mesías, uno para morir y otro para reinar, es un invento de los
rabinos, sin fundamento en las Escrituras para explicar los pasajes que presentan al Mesías
que sufre y reina. La respuesta se debe buscar en las dos venidas de un mismo Mesías,
como lo demuestra este mismo pasaje que estamos considerando. Zacarías no está hablando
de algún mártir desconocido, sino del Mesías mismo que vendría. Los intérpretes más
antiguos de este pasaje, tanto judíos como cristianos, lo entendieron así. Una vez que lo
vean tal y como fue rechazado, manifestarán su verdadero arrepentimiento lamentando y
llorando.
La gran aflicción de que se habla es el tipo más intenso de dolor, como el de perder un
hijo único. Esta expresión es especialmente enérgica, por cuanto el no tener descendientes
se consideraba como una maldición y un deshonor. Su corazón se llenará de una aflicción
tan intensa como si fuera por la muerte del primogénito en el hogar, un dolor peculiar de los
padres amorosos. El lamento se ha comparado a la aflicción privada más intensa; ahora se
equipara al dolor público más intenso que se haya exhibido en Israel.
La calamidad a que se hace referencia fue la muerte del piadoso rey Josías a manos del
faraón Necao. Josías era el único rayo de esperanza de la nación entre Ezequías y la caída
de la nación judía. (Véase 2 Reyes 23:29, 30; 2 Crónicas 35:22–27.) Incluso Jeremías
escribió endechas especiales para esa ocasión.
El nombre “Hadad-rimón” se compone de dos nombres de dioses sirios: Hadad y
Rimón (2 Reyes 5:18). Era el nombre de un sitio en la gran llanura de Esdraelón, cerca de
la ciudad fortificada de Meguido que estaba en el lado sudoeste de la planicie. Había sido
famoso en la antigua historia de Israel (Jueces 5:19, entre otros pasajes) y lo será también
en el futuro, según Apocalipsis 16:16, de donde viene el nombre de la guerra de
Armagedón.
En los primeros siglos del cristianismo (según Jerónimo), el lugar se llamaba
Maximianópolis. El llanto de Jerusalén por esa tragedia tuvo que ser realmente muy grande,
para que pudiera compararse con la aflicción del Israel penitente al ver a su Mesías
rechazado y traspasado. Gracias a Dios por esa aflicción piadosa que produce el
arrepentimiento.
El lamento nacional
Pero Zacarías no ha terminado todavía lo que desea revelar respecto a esa aflicción.
Tiene tal importancia que quiere ampliar más. Se nos detalla la forma del lamento. Habrá
llanto universal e individual. En ese tiempo de aflicción se procurará estar apartado y en
intimidad. El profeta nos reseña el modo en que la nación estará dividida en grupos
familiares y, luego, en individuos, cuando derramen su amargo llanto por haber rechazado a
Jesucristo de Nazaret el Mesías.
La casa de David tomará parte en el lloro y también la de Natán. Algunos identifican a
este Natán como el profeta (2 Samuel 7:2), mientras que otros creen que es el hijo más
joven de David (2 Samuel 5:14). Si se tiene en mira la primera opinión, se incluyen el cargo
real y el de profeta; si se trata de la última, se está presentando al mayor y al menor de la
casa real. No podemos demostrar de modo concluyente ninguna de las dos interpretaciones.
La casa de Leví se refiere a la familia sacerdotal. Simei era de la familia de Gersón, hijo
de Leví (Números 3:17, 18, 21). Se incluyen aquí diferentes clases sacerdotales. Los líderes
que se señalan y el pueblo común de la tierra se entregarán juntos a la lamentación, cada
uno en su lugar individual.
Se menciona cinco veces que sus esposas lamentarán por separado. Se ha sugerido que
esto se refiere a la costumbre judía de que las esposas vivan en aposentos separados y que
adoren a Dios por separado. Esto equivale a perder el significado interno del pasaje. El
profeta quiere decir que el llanto será tan intenso que trascenderá incluso los lazos más
íntimos de la tierra, los que existen entre marido y mujer. En esos momentos, todos querrán
estar a solas con Dios.
“Mírame”
¡Qué sencillo y glorioso es al mismo tiempo el medio de salvación proporcionado por
nuestro Dios! Es quitar los ojos del propio yo y de los planes y empeños humanos y
ponerlos en el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. En la hora gozosa de la
conversión de Israel, llegarán a conocer el perdón de pecados al mirar a su Mesías
rechazado y traspasado, el crucificado Salvador de los pecadores.
LA TIERRA PURIFICADA
Purificación de la tierra y del pueblo
Existe la conexión más estrecha posible entre el capítulo 13 y el anterior. Zacarías sigue
desarrollando el tema de la conversión de Israel al Señor. En el día de la gozosa salvación
de Israel y de su restauración al Señor se establecerá un manantial abierto para todo el
pueblo para la purificación del pecado y de la inmundicia.
La figura del manantial tiene un lugar eminente aquí, porque fluye constantemente, a
diferencia de la fuente del tabernáculo y del templo que se tenía que llenar repetidamente.
El manantial purificador se abrió potencialmente hace ya mucho tiempo, en el Calvario, y
ahora lo será para Israel. El famoso himno de Cowper “Hay un precioso manantial” tiene
este versículo como base.
Israel entra ahora a la provisión de Dios en el. Calvario (Véase Romanos 11:26, 27;
también Isaías 33:24; 59:20, 21; 65:19 y Ezequiel 36:25; 39:29.) La provisión de Dios
servirá tanto para el pecado como para la inmundicia. Zacarías tiene en cuenta la
inmundicia moral y no la ceremonial. Se trata de la justificación y de la santificación
también. La culpabilidad judicial y la impureza moral se erradicarán al mismo tiempo.
Todos los niveles y todas las clases de la nación tendrán esa bendita provisión.
Los términos del pecado y de la inmundicia se han utilizado con referencia especial a la
idolatría (aun cuando el segundo término se refiere en forma específica al mal periódico de
las mujeres), constituyendo de ese modo una transición a la verdad que se expresa en el
versículo siguiente del capítulo 13. (Véase 1 Reyes 12:30; Ezequiel 7:19, 20.) A la
purificación seguirá la abolición de la idolatría. Los ídolos, los falsos profetas y el espíritu
de inmundicia serán todos suprimidos. Quitar los nombres de los ídolos y sacarlos del país,
de tal modo que sus nombres no sean recordados nunca más, equivale a destruir su
autoridad, su poder y su influencia sobre Israel. El pueblo de Jehová dejará de reconocerlos.
Se purificará y depurará por completo la adoración a Dios. Dios había prohibido desde
hacía ya mucho tiempo hasta el mencionar los nombres de los ídolos. (Véase Exodo 23:13;
Deuteronomio 13:3 y Salmo 16:4.)
Los falsos profetas ya no extraviarán a la gente, profetizando lo que procede de su
propio corazón. Entonces no habrá profetas verdaderos, porque la revelación de Dios estará
completa. El espíritu de inmundicia, que impulsa a los falsos profetas, pretende tener
inspiración de parte de Dios, pero su poder procede de Satanás. De hecho, se hace
referencia a su actividad maligna.
Este es el único lugar del Antiguo Testamento en que se encuentra la expresión
“espíritu de inmundicia”, aunque aparece a menudo en el Nuevo Testamento como
“espíritu inmundo”. El espíritu de inmundicia contrasta diametralmente con el Espíritu de
gracia y oración de 12:10.
En el versículo 2 se menciona dos veces la tierra. Se ha sostenido que esto se debe
referir a toda la tierra, porque la idolatría se había erradicado ya de Israel debido a la
cautividad babilónica. Esto no toma en cuenta el hecho de que las Escrituras revelan que la
idolatría reaparecerá en Israel después que la iglesia sea tomada para estar con Cristo el
Señor. (Léase con cuidado Mateo 12:43–45 y Apocalipsis 13:11–18.)
Toda la idolatría patrocinada por la bestia romana y relacionada con ella (Apocalipsis
13:1–10) y el falso profeta o el hombre de pecado (Apocalipsis 13:11–18), serán destruidos.
La eliminación de los falsos profetas requerirá tomar medidas muy drásticas. Se señalan
aquí las disposiciones prescritas en la ley de Moisés para la erradicación de los falsos
profetas, donde los familiares más cercanos dan los primeros pasos para abolir el mal. Sin
embargo, allá el medio de producir la muerte era la lapidación, mientras que aquí el
culpable será traspasado con un arma. El amor a Dios y a su verdad trascenderá hasta los
lazos naturales más cercanos. (Véase Deuteronomio 13:6–10 y 18:20.) La gloria del
nombre del Señor sobrepasará a todos los sentimientos y lazos terrenales.
El falso profeta
Las profecías falsas habían confundido tanto al pueblo de Jehová durante tantos siglos
que Zacarías se ocupa aquí en forma detallada de la erradicación final de esa plaga
espiritual. La desvergüenza de los falsos profetas en proclamar sus mensajes mentirosos
será reemplazada en ese día por la vergüenza y tratarán por todos los medios posibles de
negar toda relación con las profecías falsas. Se abstendrán de usar el manto velloso que era
una de las marcas distintivas de los profetas.
Como lobos disfrazados de ovejas, los falsos profetas se habían vestido del atuendo de
los verdaderos mensajeros de Dios. Los profetas verdaderos usaban ese manto para mostrar
su modo de vida frugal; por otra parte, el mismo se conformaba también a sus aflictivos
mensajes. (Véase 1 Reyes 19:13, 19; 2 Reyes 1:8; 2:8, 13; Mateo 3:4 y Marcos 1:6.) Los
falsos profetas tendrán temor de dar a conocer sus falsas revelaciones y ya no podrán
engañar al pueblo poniéndose las ropas de los verdaderos profetas de Dios. No dudarán en
ocultar sus actividades malignas por medio de mentiras.
En los versículos 5 y 6 tenemos la descripción del descubrimiento de uno de los falsos
profetas. Uno del pueblo lo acusa de ser un falso profeta y de hablar falsamente en el
nombre de Jehová. Sabe muy bien que esa acusación puede tener como consecuencia que
pierda la vida a manos de quienes son celosos por la gloria y el nombre del Señor. Por
consiguiente, trata por todos los medios de librarse de toda sospecha de tener relación con
las falsas profecías. Niega tener relación alguna en absoluto con la profecía. ¿Cómo podía
haberse dedicado a la profecía si lo habían mantenido en la esclavitud desde su juventud?
Alega que nunca había podido liberarse del servicio a otros para poder ejercer el ministerio
de los profetas. Siempre ha estado tan ocupado con las tareas rutinarias de un esclavo para
su amo, que nunca había aspirado siquiera al ministerio de profeta.
Pero siguen sospechando de él y le preguntan qué son las heridas que tiene entre las
manos (así viene en otras versiones). Responde que son las heridas que recibió en casa de
sus amigos devotos. Algunos sostienen que el personaje sometido al interrogatorio tenía las
cicatrices en el pecho, mientras que otros creen que las tenía en la espalda. No hay duda de
que los primeros tienen razón, porque, de otro modo, no hubiera podido verlas el que hacía
las preguntas.
Se sugiere que aquí se trata de una implícita admisión de que había pretendido
profetizar y que sus amigos lo habían herido celosos de la gloria de Jehová. No podemos
relacionar de ese modo este pasaje con el versículo 3, porque el mandato de Dios era matar
al falso profeta y no simplemente herirlo. El hombre del que se sospecha está diciendo
simplemente que sus padres lo hirieron al disciplinarlo.
Resulta evidente por nuestras observaciones precedentes que consideramos que el
versículo 6 sigue refiriéndose al tema de los falsos profetas. Se ha sugerido también que la
persona interrogada es el anticristo; pero eso no resulta factible.
En primer lugar, éste sería un modo muy brusco de presentarlo, porque la exposición se
hace en términos muy generales. Siempre que se menciona al anticristo en las Escrituras, se
definen con mayor claridad tanto su persona como su obra. Obsérvese cómo se lo contrasta
con el verdadero Mesías y Pastor en los últimos tres versículos del capítulo 11.
En segundo lugar, en la época de esta profecía de Zacarías 13, el anticristo no estará en
el programa profético. Esto acontece después de su aparición en la tierra y de su condena
final. Por estas razones, la persona que se está considerando no puede ser el anticristo.
Algunos sostienen que la persona del versículo 6 es Cristo, debido a que se mencionan
las heridas entre los brazos (en otra versión). Esta opinión, aunque bastante generalizada,
no tiene nada que la haga aceptable, excepto una referencia superficial a las heridas.
Es una opinión insostenible por varias razones. En primer lugar, Cristo no fue herido
varias veces entre sus brazos. Sus heridas, benditas pruebas de su redención consumada,
estaban en sus manos y sus pies, además del lanzazo en su bendito costado. Se requieren
demasiados juegos malabares con las palabras del pasaje para hacer que las heridas queden
entre sus brazos.
En segundo lugar, El no fue herido en la casa de sus amigos, sino en una cruz de diseño
romano.
En tercer lugar, ¿en qué lugar, después de su resurrección, pudo El ser interrogado por
un inquisidor como se indica en el texto? Sabemos por lo que nos dicen las Escrituras que
El nunca se presentó al mundo después de su muerte y resurrección; siempre se les apareció
a los suyos para confirmarlos en su fe y darles instrucciones (Hechos 1) sobre la verdad de
Dios.
Además, hay otras razones que se oponen a que se aplique el pasaje a Cristo. En cuarto
lugar, Cristo no podía decir ni diría que no era profeta. El no sólo era un profeta, sino que
era el Profeta, y el Profeta de profetas. (Véase Deuteronomio 18:15–18; Juan 1:18; Hechos
3:22; 7:37 y Apocalipsis 1:5.)
En quinto lugar, Cristo no podía decir ni diría que era labrador de la tierra. No hay duda
de que durante su juventud ayudó a José, su padre legal, en su carpintería de Nazaret; pero
ése no era el trabajo de un labrador.
En sexto lugar, Cristo no podía decir ni diría que había sido esclavo desde su juventud o
que un hombre lo había comprado cuando era joven para que lo sirviera. ¿Cómo podría
atribuirse jamás alguna de las declaraciones falsas anteriores a Cristo que es la verdad
misma?
Finalmente, la opinión de que se trata no presta atención al contexto en lo que se refiere
al tiempo o las circunstancias. Se deriva del tipo más superficial de interpretación de la
Biblia; sin embargo, perdura debido a que nos agrada apegarnos a una opinión aceptada.
Pero ésta no tiene nada que la encomiende y es una grave injusticia para nuestro bendito
Señor.
El pastor herido
En tanto que el versículo 6 no puede en forma alguna referirse a nuestro Señor
Jesucristo, el 7 no puede referirse a nadie que no sea El. Las palabras se aplican
exclusivamente a los sufrimientos de Cristo. (Véase Mateo 26:31 y también la relación con
11:4, 7, 10–14.) Cristo se aplicó esta profecía a sí mismo. Aquí se considera la muerte del
Mesías como un acto de Dios. (Véase Juan 3:16; Hechos 2:23; 3:18 y 4:28.)
Dios llama a la espada para que se levante contra su Pastor, contra el Hombre, su
Compañero. La espada expresa el poder judicial supremo (Romanos 13:4), y representa
cualquier medio de quitar la vida; aquí se la emplea como instrumento de la divina justicia
contra el pecado. (Véase Exodo 5:21; 2 Samuel 12:9; Salmo 17:13 y Jeremías 47:6, 7.) Las
Escrituras tienen mucho que decir acerca de la espada del Señor.
Cuando Dios se refiere al Mesías como “el pastor” (su pastor, en el original), tenemos
ahí una manifestación de su amor por su Hijo, así como la declaración de su justicia en el
uso de la espada. La figura del pastor de Israel nos es ya tan familiar desde el capítulo once,
que no vamos a ocuparnos más de ella aquí. Pero la designación de “compañero mío” es
única en las Escrituras y, además, está llena de mucha verdad espiritual para nosotros. En el
Antiguo Testamento sólo se la encuentra aquí. (El término hebreo que aquí se traduce
“compañero”, se traduce varias veces como “prójimo” con un sentido similar. Son las citas
que a continuación da el autor. N. del E.) Véase también Levítico 6:2; 18:20; 19:15, 17;
24:19; 25:14, 15, 17. Se refiere a personas unidas en la ley, los derechos y los privilegios.
La palabra procede de un verbo que significa “atar juntos” o vincular. La palabra hebrea
para “pueblo” (personas unidas en un interés y origen comunes) tiene la misma raíz.
Dios está hablando de alguien como “Mi compañero, mi asociado, mi amigo, mi
confidente, el que está unido a mí, el que asocié conmigo, mi igual, mi familiar más
cercano”. No sería posible declarar con mayor fuerza la irrecusable divinidad del Mesías de
Israel. (Véase Juan 10:20; 14:10, 11 y Filipenses 2:6.)
La palabra hombre denota su humanidad, mientras que compañero indica su divinidad.
Cuando el Pastor fuera herido, las ovejas se dispersarían. No sólo se hace referencia aquí a
la dispersión de los discípulos después del arresto de Jesucristo (Mateo 26:31), sino
fundamentalmente a la dispersión de Israel como nación. Pero en su gracia Dios promete
volver su mano sobre (no contra) los pequeñitos, una designación de tierno afecto. El Señor
intervendrá a su favor, o sea, en defensa de los pobres del rebaño, del remanente. Jehová
velará sobre los suyos.
La refinación del remanente
Al igual que en el capítulo 11, el profeta progresa del rechazo del Mesías por la nación
israelita al juicio de Dios por su incredulidad en la época de la gran tribulación (11:15–17),
de modo que tenemos el herimiento del Pastor seguido por la época de la angustia de Jacob.
Existe un gran espacio de tiempo entre el versículo 7 y el 8. En la hora de la angustia
nacional de Israel, dos partes serán quitadas por juicio en toda la tierra y morirán; una
tercera parte permanecerá. Esta última representa al remanente. Sabemos que lo importante
aquí no es la precisión matemática, porque en Isaías 6:13 se dice que el remanente es una
décima parte. (Véase Ezequiel 20:34–38 respecto a este remanente.)
El remanente habrá de pasar por circunstancias de prueba y será refinado como el oro y
la plata. Esto no se refiere a la aniquilación que llevaron a cabo los romanos, como lo
sugieren algunos, sino la purificación efectuada por el período de prueba de Israel cuando
estén otra vez en su tierra, en los últimos días. La finalidad de la refinación es purificar al
remanente y desarrollar fe en ellos. A la liberación física la seguirá la conversión. De este
modo se cumplirá el nuevo pacto. Esta será la renuncia final y total a la idolatría.
(Obsérvese Jeremías 30:18–22; 31:33; Ezequiel 11:19, 20 y Oseas 2:23.) Israel el pueblo
del Señor y Dios, su Señor. Este es el punto supremo y culminante de la historia de Israel.
REGRESO Y REINADO DEL MESÍAS
El último sitio de Jerusalén
El último capítulo de este importante libro profético comienza, al igual que el capítulo
12, con la última invasión de Jerusalén por las naciones de la tierra. La cronología es la
misma en ambos capítulos. Algunos sostienen que este capítulo sobrepasa en oscuridad a
todos los demás del libro de Zacarías y opinan que el pasaje se resiste a cualquier
explicación histórica. Por otra parte, se ha asignado esta profecía a la invasión de Jerusalén
por Nabucodonosor en el año 586 a.C. o al sitio de la ciudad por Tito, con sus legiones
romanas, en el año 70 d.C.
Baste decir que todas las características de esta invasión la hacen diferente de las dos
que se acaban de mencionar. Tenemos ante nosotros una descripción de la guerra de
Armagedón. Se trata de un día peculiarmente del Señor en el que se repartirán los despojos
de Jerusalén en el centro de la capital. Se designa así ese día, porque en él Dios se propone
vindicar su justicia y destruir a los inicuos. Es el día de Jehová que se menciona en las
profecías de Joel, Sofonías, Malaquías, y en otros pasajes.
Se le habla a Jerusalén para informarle de los tristes presagios de derrota preliminar. El
enemigo, seguro y confiado en sus conquistas, se repartirá los despojos en medio de la
ciudad. El profeta ha descrito el resultado del sitio y, a continuación, manifiesta los hechos
y la ocasión del mismo.
Jehová dice que reunirá a todas las naciones para combatir contra Jerusalén. Esta es la
confederación universal de los ejércitos de las naciones que se menciona en el Salmo 2,
Joel 3, Ezequiel 38 y 39, y Apocalipsis 16 y 19. En el versículo 2, Jerusalén es el objeto del
juicio de Dios, mientras que la ciudad es objeto de bendiciones en los versículos 9 al 11 y
16 al 21.
Como resultado de la invasión, el enemigo captura la ciudad, saquea todas las casas y
viola a las mujeres. Se produce una deportación; pero un remanente del pueblo continúa en
la acosada ciudad.
La alineación de las naciones en ese tiempo se anuncia con claridad en los escritos
proféticos. Habrá una alianza de las potencias del norte (Ezequiel 38 y 39), una unión de las
naciones de Europa meridional (el revivido imperio romano de Daniel 2 y 7, y Apocalipsis
13 y 17); el rey del norte (Daniel 11) y una confederación de los reyes del oriente o levante
(Apocalipsis 16). Y las etapas iniciales del conflicto evidenciarían el éxito militar de los
enemigos de Israel.
El regreso del Mesías
Pero donde Israel está comprometido, Dios está vitalmente interesado. Entonces, en ese
difícil trance de Israel, el gran campeón de Israel, el Mesías Señor, saldrá El mismo, como
salen los reyes para la batalla, para pelear contra aquellas naciones, como peleó en muchas
batallas antes de ese tiempo. (Véase 2 Samuel 11:1; Isaías 26:21.) El Señor es
verdaderamente un Hombre de guerra (Exodo 15:3).
Esta no es una descripción de las providencias que derrocaron al imperio romano, sino
una predicción de la intervención visible del Mesías a favor de su pueblo en la última
batalla de su tiempo. Ese día, los pies del Mesías, horadados para salvación de los
pecadores, se asentarán en el monte de los Olivos, ubicado al este de la ciudad.
No se puede relegar esta profecía a la esfera de las descripciones poéticas hermosas. No
hay ninguna razón por la que no se la pueda tomar literalmente. Así como el mar Rojo fue
dividido en realidad para el rescate de los hijos de Israel, ahora el monte de los Olivos se
partirá en dos para que puedan escapar del enemigo. En 2 Samuel 15:30, se llama al monte:
“la cuesta de los Olivos”. El sitio de su partida es también el de su regreso (Hechos 1:11).
La escena de la agonía presenciará la manifestación de su gloria. El monte de los Olivos se
dividirá hacia el este y el oeste; parte de él se desplazará hacia el norte y parte hacia el sur,
dando lugar a un gran valle.
Debido al proceso de los juicios que tienen lugar en Jerusalén, los sitiados huirán por el
valle abierto al hendirse el monte de los Olivos. Se trata de una vía de escape y no de un
sitio de refugio. El camino de la liberación llegará hasta Azal, un sitio probablemente
cercano al lado oriental de la ciudad.
La huida se compara a la del pueblo cuando se produjo el terremoto en los días de
Uzías, rey de Judá. Este debió ser un trastorno desacostumbradamente severo, porque ya
habían pasado dos siglos desde que se produjo y, sin embargo, se menciona aquí como
comparación (Amós 1:1).
Luego, la mirada del profeta enfoca el Mesías mismo, que llega con sus santos, que son
tanto ángeles como seres humanos redimidos. Su corazón se emociona tanto con la visión,
que cambia de estilo para hacerlo más directo (Isaías 25:9). Respecto a la composición de
esa multitud, véase Mateoo 24:30, 31 (ángeles) y 1 Corintios 15:23 y 1 Tesalonicenses
3:13; 4:14 (los redimidos). Gracias a Dios, el que prometió venir vendrá, con gran poder y
gloria.
Cambios en la naturaleza
Con la venida del Señor se producirán cambios drásticos en los fenómenos de la
naturaleza. Durante las horas del día no habrá luz; las luces del cielo se congelarán o
coagularán, produciéndose así oscuridad. Las luminarias del cielo sufrirán cambios. Será un
día singular y extraordinario, el único de su tipo. Sólo el Señor conocerá su carácter
esencial. No será un día normal, porque el profeta acaba de decir que no habrá luz.
Tampoco será una noche común, puesto que a la caída de la tarde habrá una luz
desacostumbrada. Entonces saldrán aguas vivas de Jerusalén hacia el mar Muerto y el
Mediterráneo, haciendo fértil y próspero todo el territorio. Jerusalén es una de las ciudades
más áridas del mundo. Algunos creen que “Sion” quieren decir un lugar seco. Pero en ese
día de bendición, cuando el Mesías vuelva a su pueblo, habrá aguas vivas que refrescarán la
tierra. En las Escrituras, las aguas son un símbolo de purificación, vida espiritual y
refrigerio. El suministro será constante, en verano e invierno, sin sufrir la desecación de las
aguas por el calor estival. (Véase Ezequiel 47:1; Joel 3:18 y Apocalipsis 22:1, 2). El poder
espiritual y las bendiciones acompañan siempre a la presencia del Mesías de Dios.
El reinado del Mesías
Cuando el Hijo de David se siente en el trono de su padre David, el Señor será Rey
sobre toda la tierra. La unidad y la gloria de Dios serán reconocidas en todo el mundo. Sólo
El será adorado en todo el universo. (Véase Isaías 54:5;; Daniel 2:44; Apocalipsis 11:15.)
Toda la tierra de Palestina se volverá como el Arabá para permitir el libre paso de las
aguas vivas. El Arabá o llanura del Jordán corre desde el mar de Tiberias hasta el golfo
elanístico del mar Rojo.
A continuación, el profeta da las ubicaciones geográficas exactas de los cambios. Geba
es la moderna Jeba, a diez kilómetros al sudoeste de la capital. Jerusalén misma se elevará y
permanecerá segura en su sitio desde la puerta de Benjamín, en la muralla norte de la
ciudad hasta la primera puerta, cuya ubicación es incierta, aun cuando algunos creen que se
trata de la puerta antigua en el rincón noroeste de la ciudad; desde la torre de Hananel,
cerca del rincón noreste de la muralla, junto a la puerta de Benjamín, hasta los lagares del
rey, probablemente al sudeste de la ciudad, cerca de los jardines reales y el estanque de
Siloé. Se reconstruirá la maldición porque ya no habrá más pecado. Entonces los habitantes
de Jerusalén morarán sin temor ni alarma. Qué distinto de las angustiosas y tensas
condiciones de nuestros días.
La condena de los invasores
En el versículo 12 volvemos al tema con que se inició el capítulo 14, o sea, el conflicto
de los últimos días contra Jerusalén. Había algunos detalles que no se tocaron allí. El Señor
dará la victoria en ese tiempo, enviando una plaga sobrenatural contra las fuerzas del
enemigo. La carne del cuerpo de ellos se les caerá por consunción; los ojos se derretirán en
sus cuencas y la lengua se les disolverá en su boca. Será una muerte en vida. Además del
sufrimiento físico personal del tipo más grave, se verán dominados por una confusión
sobrenatural: un pánico procedente del Señor hará que todos los hombres se lancen furiosos
contra sus compañeros soldados y sus prójimos. Las fuerzas del enemigo se destruirán por
una lucha intestina (Ezequiel 38:21).
En la primera fase del conflicto, la marejada de la guerra fue en contra del pueblo de
Jerusalén (versículo 1); pero Israel ganará la fase segunda y final de la batalla. Todo el país
de alrededor concurrirá para defender la capital contra el enemigo común.
Las pérdidas de vidas y posesiones de los enemigos serán muy grandes. Los ejércitos
orientales llevaban consigo grandes cantidades de oro y plata en sus marchas (2 Crónicas
20:25). Los vestidos se mencionan con frecuencia en las listas de despojos, porque
constituían una parte importante de las riquezas en el Oriente. (Véase Jueces 5:30; 2 Reyes
7:15.)
Se menciona otra vez la plaga descrita en el versículo 12, para indicar que caerá sobre
los caballos, las mulas, los burros, los camellos y todos los animales del campamento del
enemigo. Ni siquiera los animales de las fuerzas invasoras se verán libres de la descarga de
la ira de Dios sobre ellos (12:4).
La fiesta de los tabernáculos
Cuando se disipe el humo de la contienda y se rinda el remanente de las naciones, los
piadosos de entre los gentiles subirán cada año para adorar al Rey, Jehová de los ejércitos,
en Jerusalén, y para celebrar la fiesta de los tabernáculos. Las naciones acudirán en forma
representativa, porque ni siquiera Israel subió nunca a las fiestas en forma total, hasta el
último hombre (Levítico 23:33–44; Deuteronomio 16:13–17).
La fiesta de los tabernáculos es la de la era milenaria. Era la festividad de la cosecha y
de reposo, de gozo, alabanza y acción de gracias (Exodo 23:16; 34:2). Las otras dos fiestas
anuales, la Pascua y Pentecostés, no se mencionan, porque se han cumplido sus antitipos.
La fiesta de los tabernáculos fue celebrada al regresar Israel del exilio. (Véase Nehemías
8:14–18.) Es primordialmente la fiesta de la alegría después de la recolección de la cosecha.
(Véase Apocalipsis 7:9.) Cuando llegue el día del milenio, todas las demás festividades se
habrán cumplido en sus antitipos. Ahora la fiesta de los tabernáculos encuentra su antitipo.
Si alguna de las familias de la tierra se negara a subir a Jerusalén a adorar al Rey, se
retendría la lluvia en su tierra, a modo de castigo.
Se ha exagerado mucho la supuesta dificultad que tendrán las naciones para acudir a
Jerusalén. Se dice incluso que es una imposibilidad física. Pero como ya se ha visto, este
pasaje no requiere que todas las personas de todas las naciones vayan anualmente a la
fiesta. Será llevado a cabo por medio de representaciones.
En los versículos 17–19 se presupone que habrá desobediencia incluso en esa era. Se
puede encontrar la razón en pasajes tales como el Salmo 66:3, donde se indica que algunos
fingirán obediencia (literalmente: mentirán) al todopoderoso Rey Mesías. La retención de
las lluvias impedirá que haya cosecha al año siguiente.
En el caso de Egipto, la amenaza no tendría eficacia, por lo que el profeta declara su
castigo. Egipto no depende de las lluvias, sino del desbordamiento anual del Nilo, por lo
que pueden considerarse exentos. Pero el Señor tendrá un castigo apropiado para ellos: hará
venir sobre ellos la plaga, que no será necesariamente la que se menciona en el versículo
12. Nadie podrá desafiar entonces, más que en cualquier otra época, las órdenes directas de
Dios y quedar impune.
“Santidad a Jehová”
Mientras que la desobediencia fuera de Israel será castigada con juicios, el pueblo del
Señor será recto. Todos estarán saturados de santidad, que ha sido y es el gran propósito y
objetivo de todos los tratos de Dios con Israel, con la iglesia o con cada corazón individual.
En los dos últimos versículos de este gran libro profético se indica cómo la santidad
saturará todos los aspectos de la vida y toda incumbencia. En ese día el pueblo de Dios
conocerá la santidad universal, que ha sido el ideal de Dios para Israel a lo largo de los
siglos. (Véase Exodo 19:6: “gente santa”.) Hasta las campanillas de los caballos, que se
utilizan como adornos, llevarán inscritas las mismas palabras que iban sobre la mitra del
sumo sacerdote de Israel: “Santidad a Jehová.” Los caballos, utilizados habitualmente para
la guerra, los dedicarán ahora al Señor para su gloria. Las ollas del templo se consideraban
como los objetos más humildes del santuario; pero en el día del reinado del Mesías tendrán
el mismo nivel de santidad que los tazones del altar en que se recogía la sangre de las
víctimas.
Donde prevalece la santidad, la piedad ceremonial es innecesaria. El último versículo
del libro expresa la misma verdad desde otro ángulo. Si todos los vasos del santuario
tendrán el mismo nivel de santidad debido a la purificación universal, hasta las ollas más
comunes de la nación estarán consagradas a Jehová. Las vasijas de las casas particulares
serán tan apropiadas como las del templo para los servicios de la casa de Dios. En ese día
ya no habrá ningún cananeo (mercader) en la casa de Dios. El nombre designa a los
fenicios del norte de Canaán, que eran los marineros y mercaderes más notables del mundo
antiguo. Eran famosos por sus prácticas impías y representan aquí a una persona profana e
impía. (Véase Oseas 12:7.) Es un modo negativo de decir que todos serán santos.
18
MALAQUIAS: ADORACION FORMAL
LA CONTAMINACIÓN DEL SACERDOCIO
Malaquías y su época
Malaquías es el último de la gran serie de profetas que predijeron la venida del Mesías
durante más de mil años. No se sabe nada sobre la historia personal de este profeta.
Algunos piensan que Malaquías, que quiere decir “mi mensajero”, no es siquiera un
nombre propio. En general, los críticos liberales sostienen que originalmente el libro era
anónimo. Puesto que el hebreo (y también el griego) tiene una misma palabra para
“mensajero” y “ángel”, varios padres de la iglesia consideraban que el profeta era un ángel
encarnado.
Puesto que en este libro se destaca el sacerdocio, algunos creen que Malaquías era un
sacerdote. En el Tárgum arameo de Jonatán se considera que Esdras el escriba era
Malaquías. Se alega que no se dice nada sobre el linaje del profeta ni sobre el lugar en que
nació. Lo mismo puede decirse de Abdías y Habacuc. La tradición judía considera que
Malaquías (así como Hageo y Zacarías) era miembro de la Gran Sinagoga. Ningún libro
profético del Antiguo Testamento nos ha llegado en forma anónima, por lo que podemos
estar seguros de que Malaquías era el nombre del último profeta de Israel.
Este profeta ministró en la época en que Nehemías era gobernador. Es evidente que su
ministerio tuvo lugar después de la cautividad: el templo estaba reconstruido; se estaba
realizando el servicio sacerdotal y el pueblo estaba sumido en la decadencia espiritual.
Malaquías profetizó cerca de un siglo después de Hageo y de Zacarías, y sostuvo las
mismas relaciones con Nehemías que tuvieron ellos con Zorobabel y Josué. La época sería
hacia el final del siglo cinco a.C.
En su mayor parte, el mensaje de Malaquías es reproche y condena. El espíritu que el
pueblo manifestaba tener en sus días se desarrolló más adelante en las sectas de los fariseos
y los saduceos. Las condiciones morales y espirituales de Israel en esa época eran las de los
que pretenden ser cristianos en la actualidad.
Se describe a cabalidad la vida espiritual del remanente que había regresado de
Babilonia. Eran insensibles al gran amor que les mostraba Dios. No se percataban de la
enormidad de su alejamiento de la voluntad y los caminos de Jehová. No reverenciaban al
Señor y, de hecho, lo menospreciaban. Estaban tan carentes de percepción espiritual que,
cuando se les señalaban sus obras (y esto no es un mero recurso literario), no veían nada
malo en ellos. Su actitud hacia Jehová se pone de manifiesto en la repetición frecuente de:
“¿En qué?”
Los pecados de Israel que indignaron a Nehemías eran los mismos que irritaron a
Malaquías. Las faltas eran: 1) la corrupción del sacerdocio; 2) matrimonios con extranjeras
después de divorciarse de sus esposas israelitas; y 3) negligencia en dar los diezmos y las
ofrendas. El profeta indica también el lugar y las perspectivas del remanente piadoso en la
nación.
El libro es un discurso continuo. El profeta emplea un estilo de prosa directo, enérgico y
enfático. Es la introducción de una forma dialéctica de instrucción que llegó a ser muy
popular en el judaísmo posterior. Los ocho puntos de la controversia de Jehová con su
pueblo se consignan en 1:2, 6, 7; 2:14, 17; 3:7, 8, 13. En cada caso, cuando se lo acusa de
pecado, contradicen al Señor y le piden pruebas de sus acusaciones.
El amor de Dios por Jacob
La designación del libro como profecía (“carga”, en el original hebreo) de la palabra de
Jehová indica que el mensaje es de reproche más bien que de consuelo o ánimo. Esa
palabra se encuentra tanto aquí como en Zacarías 9:1 y 12:1. El profeta dirige sus palabras
a Israel, o sea, a las doce tribus que habían regresado. Como se indica antes, la analogía con
los títulos de otros libros proféticos muestra que Malaquías es un nombre propio y no
simplemente la designación de un cargo público.
La profecía comienza con una gloriosa y cálida nota sobre el amor de Dios por Jacob.
En la misma última profecía del Antiguo Testamento y, por así decirlo, en la última página
de las Sagradas Escrituras, Dios reitera la persistencia de su amor por Israel. (Véase
Deuteronomio 10:15; 33:3 y Amós 3:2.)
La elección de Jacob fue por amor no merecido (Romanos 9:13). La doctrina del amor
de elección de Dios no es caprichosa ni arbitraria, ni minimiza un ápice la responsabilidad
del hombre ante Dios. No podemos limitar este amor a las ventajas temporales de Palestina
sobre Idumea, en que los primeros habían sido restaurados del exilio, mientras que los
últimos no lo habían sido. Porque toda la profecía de Malaquías revela a Dios en varias
relaciones con su pueblo: como Padre, Señor, Dios y Juez.
En respuesta a este amor, Israel pregunta con osadía impía: “¿En qué nos amaste?” La
raíz de todos sus pecados era el hecho de no percatarse del amor de Dios y de su propio
pecado. Respondiéndoles con una paciencia infinita, Dios repite la afirmación de su amor
por Jacob más bien que por Esaú.
Se contrasta el amor de Jehová por Jacob con su aborrecimiento de Esaú. Muchos
intérpretes del libro ven la palabra aborrecimiento en un sentido comparativo y señalan ese
mismo uso en Génesis 29:30, 31; Deuteronomio 21:15, 16; Proverbios 13:24; Mateo 6:24;
Lucas 14:26 con Mateo 10:37, donde el concepto es amar más o amar menos. Esta
afirmación del aborrecimiento de Dios de Esaú se cita en Romanos 9:13 de la profecía de
Malaquías y no del Génesis.
Dios no ejerce su soberanía para reprobar a ninguna criatura. El aborrecimiento de Esaú
era muy merecido por su continua oposición a Dios a lo largo de los siglos y se lo
menciona al final del Antiguo Testamento y no en el Génesis.
No hay pie aquí para sostener la reprobación, que no se enseña en las Escrituras. El
ejemplo escogido para revelar el aborrecimiento de Dios por Esaú es la desolación de sus
tierras montañosas y el abandono de su herencia para convertirla en un lugar para los
chacales del desierto.
Algunos entienden que esto se refiere a la conquista de Edom por los nabateos; otros
creen que se trata de las guerras entre Persia y Egipto; otros más ven aquí la devastación
causada por los babilonios. Los caldeos habían invadido su país cinco años después de la
destrucción de Jerusalén en el año 586 a.C. La palabra que se traduce como “chacales”, la
misma que se usa en Isaías 13:22, no puede significar “moradas”, como algunos pretenden,
para preservar el paralelismo con la “desolación”, porque tal traducción no tendría sentido
en el pasaje de Isaías y la palabra moradas tiene un origen incierto.
Aun cuando Esaú, en su soberbia, intentara reconstruir sus lugares desolados, Dios dice
que derribará sus edificios. Todo intento de reconstruir su tierra fracasará.
La amenaza anunciada aquí indica que Dios nunca le permitirá a Edom recuperar su
posición anterior ni su poder. Lo que se conocía antes en forma apropiada como la frontera
de Edom, o el territorio de Edom, será llamado frontera de iniquidad. Los hombres
entenderán que la situación desolada de Edom se debe a sus pecados.
No debemos dar por sentado que el profeta habla aquí de la eliminación total del
nombre de Edom. La degradación de Edom será para Israel una prueba adicional de la
bondad y del amor de Dios hacia ellos. Entonces Israel dará testimonio de que el dominio
del Señor sobre su tierra es en verdad generoso. La bondad y la grandeza de Jehová será
manifiesta sobre su pueblo.
Sacrificios contaminados
¿Cómo respondía Israel al amor generoso de Jehová? Ahora el profeta pasa del amor de
Dios a la ingratitud de su pueblo. Jehová había tratado al pueblo de Israel como a un hijo;
¿lo habían honrado ellos como Padre? Habían sostenido la relación de siervos con El, como
Señor. ¿Le habían dado la reverencia debida? No se había dado el justo respeto debido a
Dios, principalmente por causa de la impiedad de los sacerdotes, contra los que se dirigen
las acusaciones.
El primer pecado de los levitas era el descuido de sus deberes en el templo. En esto
estaban menospreciando el nombre del Señor.
Se indica la naturaleza de la ofensa en los versículos que siguen. Los sacerdotes estaban
ofreciendo sacrificios defectuosos en el altar de Dios. En Deuteronomio 15:21 se prohibían
esos sacrificios de modo explícito. El hecho de que Malaquías se refiere a los sacrificios, o
sea, a la carne de animales, en la palabra pan, resulta evidente por tres consideraciones: 1)
su relación con el altar; 2) la mención de “ciego”, “cojo” y “enfermo” en el versículo 8; y
3) el uso del término “pan” para los sacrificios en Levítico 21:6, 8, 17. Si el pan son los
sacrificios, entonces la mesa es el altar, más bien que la mesa de los panes de la
proposición. (Véase Ezequiel 41:22.)
El desprecio del servicio establecido por Dios denota menosprecio de Jehová. Estaban
ofreciendo animales ciegos, cojos y enfermos, lo que estaba prohibido por la ley mosaica.
(Véase Levítico 22:20–25 y Deuteronomio 15:21.)
La repetición de la pregunta: “¿No es malo?” es un reproche irónico. Siempre estaban
dispuestos a modificar los requisitos y las leyes de Dios por las circunstancias. Tenían la
audacia de ofrecerle a Dios lo que no se habrían atrevido a presentarle a su gobernador,
probablemente el gobernador persa. El profeta hace un llamamiento a su sentido de
propiedad, que es más sensible en el plano humano que hacia Dios. Siempre hay quienes
prefieren las alabanzas de los hombres a las de Dios.
El desagrado de Dios
A primera vista, la exhortación al pueblo a que imploren el favor de Dios para que se
muestre misericordioso para con ellos parece ser una seria exhortación al arrepentimiento.
Sin embargo, es mejor interpretarla como una recomendación irónica. Lo que está diciendo
el profeta es: “¿Creen ustedes que con esas ofrendas inaceptables Dios estará complacido
con ustedes?” Sus oraciones nunca podrían dar resultados en tanto siguieran presentando
tales sacrificios. Era responsabilidad de los sacerdotes, y Malaquías los culpa directamente
a ellos. Como consecuencia, Dios no podía tenerles consideración ni honrar sus ofrendas.
Se expresa el deseo de que alguno cerrara las puertas del templo, para que no se pudiera
encender fuego en el altar en vano. La palabra que se traduce como “en vano” quiere decir
también “de balde”. Hay quienes creen que los sacerdotes eran tan codiciosos y avaros que
exigían pago hasta por el menor esfuerzo, incluso por cerrar las puertas. Otros consideran
que los sacerdotes eran tan perezosos y descuidados que no cerraban las puertas del templo
en el momento apropiado. La mejor explicación es que, como la adoración era superficial y
carente de sinceridad, Jehová prefería que cesara. (Véase Isaías 1:11–15.) Es mejor no tener
sacrificios que tenerlos en vano. Dios no se complacía con los sacerdotes ni con sus
sacrificios.
La adoración aceptable
Pero hay una adoración bien definida que es aceptable al Señor. Se revelará y se
practicará en toda la tierra. Desde donde nace el sol hasta donde se pone es una expresión
para indicar los extremos de la tierra. (Véase el Salmo 103:12 y Zacarías 8:7.) Esto no es un
cumplimiento de la era presente, sino una profecía relativa al milenio. Los últimos capítulos
de Ezequiel (40–48) muestran que en la adoración milenaria que se efectuará en el templo
reconstruido habrá ofrendas e incienso. Aquí no se hace ninguna referencia a que Dios
considere la adoración de parte de los paganos como una adoración pura, ni a que
Malaquías está hablando de las condiciones que prevalecían en su propio tiempo (lo que
sostienen algunos autores), sino del futuro que hemos delineado.
Puesto que Jehová recibirá una adoración pura en todo el mundo, cuando se reconozca
y honre su nombre en todas partes, esto se da como la razón de por qué en realidad El no
estará complacido con el servicio contaminado e insincero de Israel. Dios no aceptará las
ofrendas defectuosas (versículo 10) de su pueblo, porque El es el gran Dios al que se debe
adorar con incienso y ofrendas puras en todas las naciones. De modo bastante extraño, la
iglesia romana basa en este pasaje, entre otros, su práctica de la misa. Tampoco puede
aplicarse a la profecía las opiniones de los padres de la iglesia que consideraban que este
pasaje era una predicción de la Eucaristía (la comunión) en la iglesia.
Profanación de las cosas santas
Malaquías vuelve al tema del pecado de los sacerdotes y su menosprecio de la majestad
de Jehová. Se repite el reproche del versículo 7. Estaban profanando el nombre de Jehová
no con palabras, sino con sus obras. El uso del participio de “profaner” indica que lo hacían
habitualmente. El altar y los sacrificios de Jehová se consideraban despreciables. Todo el
servicio les resultaba aburrido y fastidioso, porque no ponían su corazón en ello.
(Obsérvense ideas similares en Isaías 43:22–24 y Miqueas 6:3.) Desdeñaban y
menospreciaban las ofrendas de Jehová. Las oliscaban, es decir, resoplaban desdeñándolas
con resoplidos y las trataban con el mayor desprecio. A los sacerdotes no les preocupaba
mucho lo que le ofrecían a Jehová, de modo que ofrecían animales hurtados, cojos y
enfermos.
¿Cómo podía aceptar Dios aquella falsedad e insulto como algo satisfactorio para El? Y
no era debido a la pobreza, sino a la avaricia. Se pronuncia maldición sobre el engañador,
que cree que puede jurar — en esos casos se le prometía lo mejor a Dios — prometiendo un
sacrificio apropiado, y luego cumplir su promesa con un animal inadecuado. Esas ofrendas
eran un insulto para la majestad de Dios, porque El es un gran Rey, cuyo nombre,
despreciado (versículo 6) y profanado (versículo 12) por Israel, y que aún será exaltado
(versículo 11) entre las naciones, es aun ahora temible y tremendo entre los gentiles.
¡Bendito y exaltado sea el nombre de nuestro Dios!
“Amé a Jacob”
Esta es una hermosa declaración del amor supremo de Dios por Jacob, carente de todo
mérito. Muchos hablan de él como si fuera sólo el objeto de la disciplina y del desagrado de
Dios y nada más. Pero no; Dios lo ama entrañablemente, lo mismo que al pueblo que
proviene de él, o sea, la nación de Israel. En este amor Dios proporcionó el tesoro más
valioso del cielo, el Mesías y Rey de Israel, el Redentor de los hombres.
MATRIMONIO Y DIVORCIO
El sacerdote culpable
En el capítulo 2 prosigue la reprensión de los sacerdotes de parte de Jehová, que se
inició en el primero, sobre todo en 1:6. El profeta desarrolla el tema de la situación
pecaminosa de los sacerdotes, que se suponía que debían conocer la voluntad de Jehová y
enseñársela al pueblo.
A continuación Malaquías anuncia el castigo que les espera si no se arrepienten. El
mandamiento que se menciona es el decreto, sentencia o amenaza de castigo consignado en
los versículos 2 y 3. Sobre los sacerdotes que se niegan a escuchar la advertencia de Dios y
dejan de glorificarlo se pronuncia la maldición de Deuteronomio 27:15–26 y 28:15–68. Las
bendiciones que se enumeran no deberán limitarse sólo a los ingresos de los sacerdotes,
sino que deben incluir todos los beneficios recibidos de la mano generosa de Dios, los
prometidos al pueblo por los sacerdotes en virtud de su investidura. (Véase Números 6:24–
26.)
Se incluyen también aquí las bendiciones de vida y paz anotadas en el versículo 5.
Jehová las había retenido porque ellos se habían negado constantemente a obedecerle.
Además, los amenaza con dañarles la sementera. Esta palabra no se debe traducir como
“brazo” para ofrecer un paralelo con “rostro”, en el mismo versículo. Lo que significa es la
sementera de sus tierras, ya que como los sacerdotes dependían del aumento de las
cosechas para recibir sus diezmos, sufrirían de modo inevitable si Dios maldecía las
semillas.
Además, Dios les advierte que les echará a la cara el estiércol de sus fiestas. Ese sería
un trato sumamente oprobioso. El cuajar era una porción asignada a los sacerdotes
(Deuteronomio 18:3); pero el estiércol de los cuajares de los animales sacrificados en los
días de fiesta sería arrojado a su rostro. Entonces sería necesario sacar a los sacerdotes junto
con los desperdicios, como algo detestable. Conocerían por experiencia propia la naturaleza
de la advertencia que se les enviaba. La implicación era que deberían obedecer o
difícilmente permanecería en vigor el pacto levítico. Si prestaban atención a su declaración
de juicio, Dios podría continuar su pacto que estableció con Leví desde el principio.
El piadoso Leví
Malaquías contrasta aquí la culpable conducta de los sacerdotes impíos de su época con
el piadoso carácter y modo de vida de su antepasado, con quien Dios había establecido su
pacto sacerdotal. La referencia no tiene que limitarse a Finees (obsérvese la expresión de
Números 25:12, 13), porque en el Sinaí Leví había sido fiel, a pesar del pecado cometido
por Israel con el becerro de oro. Por esta fidelidad al honor de Dios, Jehová estableció un
pacto con Leví y sus descendientes. (Véase Exodo 32:25–29; Deuteronomio 33:8–11.)
La naturaleza del pacto era tal que le garantizaba vida y paz (salvación). Jehová
determinó que su nombre fuera temido, y Leví anduvo delante de El con reverencia y temor
piadoso. El profeta continúa su hermosa descripción de la sincera piedad de Leví. Su
interpretación de la ley, porque el sacerdote era el maestro de la ley de Dios para el pueblo,
no respondía a la parcialidad ni servía para fines egoístas, sino a las estrictas normas de la
verdad. Hablaba con rectitud, adoraba al Señor y vivía de conformidad con la voluntad de
Dios. La expresión “anduvo conmigo” indica una comunión más íntima con el Señor que lo
que implica “ir en pos”, como en 2 Reyes 23:3.
El resultado de esa vida y ese ministerio fue que muchos fueron conducidos del pecado
al temor de Dios. (Compárese con Daniel 12:3.) El versículo 7 indica cuál era el objeto del
ministerio de los sacerdotes en Israel: eran los maestros de la ley de Moisés regularmente
designados para enseñar al pueblo. Se los llama mensajeros de Jehová. Por lo común esta
palabra se refiere a seres angélicos; pero aquí se usa para designar a los sacerdotes, al igual
que se la usa para el profeta en Hageo 1:13.
Levitas impíos
Pero qué contraste había entre el Leví de los comienzos de la historia de Israel y los
descuidados sacerdotes de la época de Malaquías, que se habían alejado totalmente de la
línea de conducta que se describe en los versículos 6 y 7. Por la interpretación falsa de la
ley y por su mal ejemplo, inducían a otros a violar la ley lo mismo que ellos. Corrompieron
el pacto levítico, haciéndolo inoperante por su falta de atención a sus obligaciones. (Véase
Nehemías 13:29.) Debido a que consideraban con menosprecio la adoración y el servicio al
Señor (1:7, 12), Jehová los hizo viles y bajos delante del pueblo. Su degradación a los ojos
de la nación era una retribución en la misma moneda. Eran parciales al desempeñar sus
deberes, lo que incluía cohecho así como otros métodos de darle la vuelta a la
administración justa de la ley.
Matrimonios abominables
Las ofensas de los sacerdotes habrían sido suficientes si sólo hubiesen incluido las ya
mencionadas. Pero además de ellas, los sacerdotes y el pueblo habían cometido pecados
muy lamentables contra sus propios compatriotas, especialmente contra sus esposas. Eran
transgresores por contraer matrimonios impíos y no sancionados.
El profeta introduce el tema, preguntando si no tenían todos ellos un mismo padre y si
no los había creado un mismo Dios. La respuesta evidente es afirmativa. El padre del que se
habla debe ser Dios y no Abraham ni Jacob. La fuerza del paralelismo muestra que
dificílmente podría tratarse aquí de un antepasado humano, cuando en la segunda parte del
versículo se menciona a Dios. La referencia final es a Dios como Padre de todos los
hombres en virtud de la creación; pero la referencia primordial aquí es a Jehová como
Padre de todo Israel, como el pueblo del pacto.
Si se relaciona este versículo con Dios, concordará con 1:6 (padre). Se le enseña a Israel
que los hombres y las mujeres se encuentran en la misma relación ante Dios, como Padre y
Creador. Además, Jehová los había creado no sólo en lo físico, sino que también los había
hecho el pueblo de su pacto. (Véase Isaías 43:1; 60:21.)
Puesto que Dios había constituido esa unidad, no debían introducir elementos divisores
en la vida nacional. La frase general contra el otro incluye a las esposas injuriadas. Estaban
violando el pacto que Jehová había establecido con sus padres para garantizar el seguir
siendo un pueblo separado de todos los demás. (Véase Exodo 19:5; Levítico 20:24, 26;
Deuteronomio 7:1–4.) La ley de Moisés prohibía todo matrimonio con paganos, como
salvaguarda contra la importación de la idolatría al seno de Israel. Judá, Israel y Jerusalén,
la nación entera, habían actuado de modo traicionero con respecto a las esposas judías, de
las que se divorciaban para casarse con paganas. Esos matrimonios mixtos se mencionan
también en Esdras y Nehemías (Esdras 9:1, 2; 10:1–4; Nehemías 13:25–27).
La profanación del santuario de Jehová se refiere al pueblo mismo de Israel. (Jeremías
2:3.) Esto era lo que habían hecho al tratar mal a sus esposas que habían sido también
separadas como santas para el Señor. Qué alta consideración tenemos aquí para con las
mujeres, en contraste con la acostumbrada posición que se les concedía en esa época en el
Oriente. La hija de dios extraño indica una mujer idólatra. En las Escrituras se considera al
adorador como hijo de un padre (Jeremías 2:27). Tan ofensivo y abominable es este pecado
a los ojos de Dios que El amenaza con destruir completamente al transgresor con toda su
familia.
El que vela y el que responde no tienen relación con los levitas que mantenían
vigilancia en el templo de noche, y se llamaban y respondían unos a otros a ciertas horas,
sino que se trata de una expresión proverbial que afirma que nadie escapará. Lo que se
quiere recalcar es la universalidad del juicio. Cualquiera que presentara una ofrenda, no
podría liberarse con esa obra de su culpa de haber maltratado a su esposa. ¡Cuán santos
considera Dios que son los lazos matrimoniales!
La maldad del divorcio
El matrimonio de israelitas con mujeres idólatras entrañaba otro aspecto más. Había un
segundo aspecto, un segundo pecado. Esos matrimonios implicaban el divorciarse de sus
esposas judías. Entonces las mujeres abandonadas acudían al altar de Jehová y lo cubrían
con sus lágrimas. Así, cuando los ex maridos venían con sus ofrendas, Jehová no los recibía
con benevolencia. Puesto que tenía en cuenta las lágrimas de sus acongojadas esposas, no
aceptaba sus ofrendas.
En ninguna otra parte del Antiguo Testamento se nos dice tanto respecto a la maldad
del divorcio. No es necesario que recalquemos su aplicabilidad en nuestros días. Se trata de
un pecado que clama poderosamente a Dios. Pero los contemporáneos del profeta se
preguntaban por qué Dios rechazaba sus sacrificios. La respuesta es que Dios presenciaba
los matrimonios contraídos legalmente, en los que se le pedía que fuera testigo del pacto.
Sus esposas israelitas eran las compañeras y mujeres de su juventud, las que habían
escogido en su juventud para compartir tanto las alegrías como las tristezas de la vida.
El versículo 15 es un fuerte argumento contra el divorcio; pero, al mismo tiempo, se lo
considera también como el más difícil de todos los pasajes del libro de Malaquías. Siempre
ha sido un problema para los intérpretes, tanto judíos como cristianos. Sin ánimo
dogmático, vamos a repasar las opiniones más importantes y a indicar nuestra preferencia.
Para comenzar, podemos decir con toda seguridad que la primera porción de este
versículo es tan difícil como sencilla es la final. El profeta está haciendo una advertencia
contra el continuo trato desleal a sus esposas, al divorciarse de ellas para casarse con
mujeres paganas. Se ha propuesto una lectura alternativa para la primera porción del
versículo: “Y ninguno que tuviera un residuo de espíritu ha hecho eso.” Esto quiere decir
que nadie que tuviera algo del Espíritu de Dios en él habría contraído ese tipo de
matrimonio con una mujer extranjera, divorciándose de su esposa judía. Si se adopta esta
traducción, no se adapta bien al resto del pasaje. El Tárgum y la mayoría de los rabinos
entienden que el “ninguno” se refiere a Abraham, que pudiera citarse como un caso en que
se tomó otra esposa además de la primera. Entonces, en los días del profeta, los judíos
estarían defendiendo lo que hacían, señalando el ejemplo de Abraham que tomó por mujer
a Agar cuando tenía ya a Sara por esposa. Además, en esa opinión se sostiene también que
Abraham seguía teniendo el Espíritu de Dios, ya que su propósito no era el placer egoísta
sino obtener la simiente que Dios le había prometido. Así pues, la situación de Abraham y
la de los contemporáneos de Malaquías no eran análogas. Nos parece que ésta es una
exposición demasiado forzada.
Dado que el profeta está hablando sobre el divorcio, es muy natural ver aquí una
referencia a la institución original del matrimonio por Dios mismo. Compárese el “una
carne” de Génesis 2:24, con el “uno” de este pasaje. En la relación matrimonial, Dios hizo
uno de dos. Se proporcionó una esposa para un hombre aunque Dios seguía poseyendo el
poder creativo del Espíritu para haberle hecho a Adán varias esposas. Pero ¿por qué hizo
Dios una sola mujer para el hombre? Estaba buscando una simiente piadosa; quería tener un
remanente de hijos de Dios.
La poligamia y el divorcio no conducen a criar hijos en el temor de Dios. Y en
definitiva, esas prácticas no contribuían a obtener la simiente piadosa en el linaje del
Mesías prometido. El propósito de Dios de tener una simiente piadosa estaba siendo
contrarrestado y desviado por sus matrimonios mixtos y sus divorcios. En vista de todo
esto, Malaquías les advierte que debían actuar con diligencia para no caer en esas acciones
inicuas.
En resumen, Dios declara de modo inequívoco que odia el divorcio, o sea, el desechar a
la esposa. Este versículo no discrepa de Deuteronomio 24:1, donde se permite el divorcio.
Esto fue aprobado debido a la dureza de su corazón. (Véase Mateo 19:3–8.)
Dios aborrece también al que cubre de iniquidad su vestido. Esto se refiere a la antigua
costumbre de poner una prenda de vestir sobre una mujer para reclamarla por esposa. (En
particular, nótense Rut 3:9; Ezequiel 16:8.) En lugar de extender su vestido para proteger a
su esposa, cubrían sus vestidos de violencia hacia sus esposas. Los vestidos simbolizaban la
confianza y la protección del matrimonio. Se les advierte que se apresuren a remediar este
asunto tan vital.
Dios está cansado
La tercera ofensa de los impíos en Israel era un escepticismo perverso. Por su impiedad
y su incredulidad habían cansado a Jehová; habían agotado su paciencia. Presentaban el
antiguo argumento frente a la providencia divina, a causa de la prosperidad de los inicuos y
el sufrimiento de los justos. Habían sufrido tantas pruebas durante el exilio y después de él,
que estaban dispuestos a creer que Dios se complacía en la causa de los impíos y los
favorecía, a los paganos que disfrutaban de prosperidad, en contra de los piadosos.
Se quejaban de que Dios no juzgaba la impiedad con suficiente severidad. Y si no era
así, ¿dónde estaba el Dios de justicia de quien oían hablar continuamente? Muchos
relacionan este versículo con el capítulo siguiente (y está relacionado conceptualmente),
porque la respuesta a 2:17 se encuentra en 3:1. Dios nunca deja de responder a una
pregunta semejante hecha en un espíritu esceptico. Lo que hizo fue completar el número de
sus iniquidades y revelarles que ya estaban maduros para el juicio.
Maldición en lugar de bendiciones
El corazón del hombre se deleita en las bendiciones y los beneficios que recibe de
manos de Dios, incluso cuando no le da gracias al Señor por ellos. También Israel daba por
sentadas las bendiciones que recibía. No se daba cuenta de que su continuación dependía de
la fe y la obediencia. Como resultado de ello, sus bendiciones fueron reemplazadas con
maldiciones. ¿Y no sucede lo mismo con demasiada frecuencia en la vida de los creyentes?
Se olvidan de que las bendiciones de Dios dependen de nuestro andar en obediencia y de
que demos a conocer a Jesucristo a judíos y gentiles por igual. Dios retendrá esas
bendiciones si andamos según nuestra propia voluntad.
EL MESÍAS Y SU PRECURSOR
Los dos mensajeros de Dios
No hay duda de que los capítulos 3 y 4 de esta profecía se conocen mejor que los
primeros dos. Los dos capítulos finales están llenos de revelaciones proféticas
concernientes a la primera y la segunda venidas del Mesías.
Como en tantos otros pasajes del Antiguo Testamento, encontramos aquí las dos
venidas juntas. El capítulo comienza con las palabras alertadoras: He aquí. El Señor
promete enviar su mensajero. Esta es la respuesta de Dios a su osada y escéptica pregunta
de 2:17.
En los vocablos mi mensajero tenemos un juego de palabras con el nombre del profeta
Malaquías.
Pero ¿quién es este mensajero? Se ha sugerido que, en vista de 4:5, podría ser el profeta
Elías; pero todo ello es demasiado inseguro en este modo de ver. Se ha mencionado
también la posibilidad de que el profeta no tuviera específicamente a nadie en la mente.
Esto es difícil de sostener. La mayoría de quienes han estudiado esta profecía han visto aquí
acertadamente la predicción de la llegada del precursor del Mesías, por la naturaleza de su
ministerio, indicado en el versículo que estamos estudiando. El mensajero es, sin duda
alguna, Juan el Bautista. (Léanse con cuidado Mateo 3:3; 11:10; Marcos 1:2, 3; Lucas 1:76;
3:4; 7:26, 27; Juan 1:23.) Estos versículos muestran inequívocamente que el personaje de
quien se profetiza aquí es Juan el Bautista. Se describe su misión como que preparará el
camino del Señor. Esta predicción se apoya en la profecía de Isaías 40:3–5. Es una
referencia a la costumbre que tenían los reyes orientales de enviar hombres delante de ellos
para quitar toda barrera y todo obstáculo de su camino. En este caso, significaba eliminar la
oposición al Señor, mediante la predicación del arrepentimiento y conversión de los
pecadores a El. Ese era el objetivo del ministerio de Juan.
Los impíos de la nación habían preguntado: “¿Dónde está el Dios de justicia?” La
respuesta es que el Dios al que buscaban vendría de pronto a su templo y el ángel del pacto,
al que decían que deseaban. Cuando el pasaje indica que el Señor vendrá súbitamente a su
templo, no se implica que eso sucedería en los días de Malaquías, sino más bien
inesperadamente, en el tiempo señalado para su venida. Esto se cumplió parcialmente en la
primera venida de Cristo y se realizará del todo en su segunda venida a la tierra.
¿A quién se designa como “el ángel (o mensajero) del pacto”? ¿Es la misma persona
que el mensajero mencionado ya en la primera parte del versículo? Esta expresión aparece
sólo aquí y algunos consideran que no se puede determinar su significado. Pero el caso no
es tan imposible. Un estudio comparativo de las Escrituras del Antiguo Testamento
concernientes a este tema revelará que esa persona es el Angel del pacto de Exodo 23:20–
23; 33:15; Isaías 63:9. El Angel es la autorrevelación de Dios. Es el Señor mismo, el Angel
de Jehová de la historia del Antiguo Testamento, el Cristo preencarnado de las numerosas
teofanías (apariciones de Dios en forma humana) que se mencionan en los libros del
Antiguo Testamento.
Comentaristas judíos tales como Abenezra y Kimchi consideran que ese personaje es el
Señor, y el último incluso refiere tanto “el Señor” como “el Angel del pacto” al Mesías. No
queremos pasar por alto las tres pruebas innegables de la deidad del Mesías que se dan
aquí: 1) Se lo identifica con el Señor: “preparará el camino delante de mí … ha dicho
Jehová de los ejércitos”; 2) se lo señala como el propietario del templo: “a su templo”; y 3)
se lo llama el “Señor” al que buscan.
¿De qué pacto se trata en la frase “el ángel del pacto”? Algunos intérpretes consideran
que se trata del nuevo pacto de Hebreos 9:15. Es más bien el que ya estaba en vigor en el
Antiguo Testamento, como se puede ver en las numerosas manifestaciones de Dios en toda
la dispensación antigua. Es el pacto que ya estaba establecido con Israel. (Véase Exodo
25:8; Levítico 26:9–12; Deuteronomio 4:23.) La mayoría de Israel en la época de
Malaquías y en los días de Cristo estaba buscando y deseando un libertador temporal. Para
ellos, esta promesa parecería irónica; pero el deseo de los piadosos era sincero. Recuérdese
que el evangelio se inició en Israel en la primera venida, y sucederá lo mismo en la
segunda. Israel es el centro en los propósitos de Dios en las dos venidas del Señor
Jesucristo a la tierra.
Mesías el refinador
Así como en el primer versículo se combinan la primera y la segunda venida de Cristo
— una característica común en las profecías del Antiguo Testamento, como se puede ver en
Isaías 61:1–3—, en el segundo versículo se reúnen elementos de ambas apariciones del
Mesías a su pueblo Israel. El profeta indicó que deseaban la presencia del Señor; pero ahora
pregunta quién de entre ellos podrá soportar el tiempo de su venida. La respuesta esperada,
en vista de los impíos de la nación, es que nadie podrá soportar ese día. Esto era
ciertamente así en los días de Malaquías, podía aplicarse muy bien en los días de la primera
venida de Cristo, cuando El escudriñó todo, y luego decretó la destrucción de Jerusalén y la
dispersión de Israel; y será también cierto cuando El regrese. (Compárese esto con Joel
2:11; Malaquías 4:1; Mateo 3:10–12; Apocalipsis 6:15.) La venida será en juicio para
depurar la escoria, esto es, la iniquidad, de Israel.
El fuego purificador es una vívida imagen del campo de la metalurgia para mostrar que
el Angel del pacto no vendrá simplemente como monarca libertador y terrenal para otorgar
beneficios temporales, sino como escrutador de corazones y vidas. (Para la misma imagen
de depuración véase Zacarías 13:8, 9.) Se vuelve a presentar la idea de la purificación
mediante la figura del jabón de lavadores.
Se ve al Señor sentado como Juez. El refinador se sienta, con el crisol ante él,
observando tanto la intensidad del fuego como el metal que se está purificando de su
escoria. Cuando llegue el juicio, se iniciará verdaderamente en la casa de Dios (1 Pedro
4:17).
Toda la nación será depurada, comenzando con los hijos de Leví (Ezequiel 48:11). Se
especifica a estos últimos, porque sus ofrendas habían sido inaceptables, debido a su
impiedad. Serán purificados de los pecados que se describen en los capítulos 1 y 2. Luego
presentarán a Jehová ofrendas en justicia, como en 2:6 y no como en 1:7–14. Serán
ofrendas de justicia, porque las darán con un corazón que estará en una posición justa ante
el Señor.
La mayoría de los comentaristas católicos romanos consideran que ésta es una profecía
de la ofrenda de la eucaristía, pero en realidad se refiere a las condiciones milenarias,
cuando el Señor haya regresado y establecido su reino de justicia en la tierra.
En los días del Israel purificado y restaurado, sus ofrendas serán verdaderamente
aceptables para Dios, como ofrendas hechas en justicia. Las ofrendas de los días del
milenio (Ezequiel 40–46) conmemorarán el sacrificio del Calvario, como la Cena del Señor
lo conmemora en la actualidad. Muchos creyentes olvidan que, aun cuando mediante la
Cena del señor la iglesia conmemora la muerte de Jesucristo en el Calvario por los
pecadores, Israel no ha tenido hasta ahora tal conmemoración de la obra del Mesías durante
los siglos de su incredulidad.
Los sacrificios milenarios desempeñarán la función de esa conmemoración para la
nación redimida. No se puede argumentar en su contra que los mismos no serían sacrificios
eficaces en el reino milenario, porque aun en los tiempos del Antiguo Testamento los
sacrificios no tenían verdadera eficacia. (Véase Hebreos 10:4.) En la dispensación del
Antiguo Testamento, los sacrificios eran hitos o indicadores. En la era del milenio serán
recordatorios que mirarán atrás al acontecimiento central del Calvario. Los días pasados
mencionados por Malaquías son los tiempos de Moisés o quizá también los de David y los
primeros tiempos del reinado de Salomón. En esas épocas se indicaba que las ofrendas eran
agradables a Jehová.
Predicción del juicio
A continuación el profeta se dirige a sus contemporáneos y los amenaza con el juicio de
Dios. Los que hacen obras malas deben ser aún juzgados. Esta es todavía la respuesta de
Dios a su insolente reto de 2:17. Los primeros que recibirán el castigo de Dios serán los
hechiceros. (Obsérvese Exodo 22:18.) La hechicería prevalecía en Israel en los días
posteriores al cautiverio. Era un pecado al que probablemente los hombres fueron llevados
por sus esposas extranjeras idólatras, y que prosiguió hasta los tiempos del Nuevo
Testamento (Hechos 8:9).
Los adúlteros experimentarán también la vara del desagrado de Dios. Este término se
aplica probablemente a los que estaban viviendo con esposas extranjeras, después de
divorciarse de sus esposas hebreas, los de 2:16.
El juicio se dirigirá también contra los que juran en falso, o sea, los que practicaban el
falso testimonio. El perjurio se condena en Exodo 20:16; Levítico 19:12; Deuteronomio
19:16–20; Jeremías 29:23; Proverbios 19:5. Los que defraudan en su salario a un sirviente
contratado se clasifican con los anteriores.
Finalmente se sentencia a los opresores de las viudas, de los huérfanos y de los
extranjeros, que son objetos especiales del amor y cuidado de Dios.
Se señala el origen de todas sus transgresiones: todas se derivan de su falta de temor de
Dios. Pero como Jehová es un Dios inmutable e invariable, que tiene propósitos de
misericordia para con ellos, los cuales debe cumplir, llevará a cabo cumplidamente sus
propósitos de gracia a pesar de la línea de conducta descarriada de ellos. El Señor declara
que, aunque debe castigarlos, no los destruirá del todo, porque El es inmutable en sus
promesas del pacto.
A la nación se la llama “hijos de Jacob” con relación al pacto de Jehová con el
patriarca. En resumen, Israel debe su existencia, a pesar de sus pecados, al inmutable
propósito del Señor de otorgarle abundante misericordia y gracia. La esperanza de todas las
naciones, así como también la nuestra, se basan en el carácter inmutable e indefectible de
nuestro Dios cumplidor de pactos.
El robo a Dios
Pero así como Dios es inmutable en su bondad, ellos no han cambiado de su inicuo
proceder. Desde hacía ya mucho tiempo, desde la época de sus padres, se habían desviado
de los mandamientos del Señor. Esto no es nada nuevo en su caso, es algo en que han
tenido mucha mala experiencia. Dios los llama para que vuelvan a El arrepentidos y El se
volvería a ellos con bendiciones. (Véase Zacarías 1:3.) A pesar de lo largo del tiempo
transcurrido en su alejamiento del Señor, El está dispuesto a recibirlos si se vuelven a El
con verdadero arrepentimiento.
En su fariseísmo, la mayoría impía de la nación, satisfecha en sus caminos torcidos y
descuidados, no veía la necesidad de volverse verdaderamente a Dios, y pregunta en qué
habían de enmendar su vida. La respuesta es muy clara. ¿Era posible que el hombre
insignificante le robara al Dios infinito? Con todo, le estaban robando. Le habían robado en
los diezmos y en las ofrendas. Con toda probabilidad, habían reducido sus diezmos y
ofrendas debido a las condiciones adversas, lo que se denomina aquí robo a Dios.
(Deuteronomio 14:22–29; 26:12–15.)
En Israel las ofrendas eran las primicias, no menos de un sesentavo del grano, del vino
y del aceite (Deuteronomio 18:4). Había varias clases de diezmos: 1) la décima parte de lo
que quedaba después de tomar las primicias, cantidad que iba a los levitas para su
sostenimiento (Levítico 27:30–33); 2) el diezmo que pagaban los levitas a los sacerdotes
(Números 18:26–28); 3) el segundo diezmo que pagaba la congregación para las
necesidades de los levitas y de sus propias familias en el tabernáculo (Deuteronomio
12:18); y 4) otro diezmo cada tres años para los pobres (Deuteronomio 14:28, 29). Esos
diezmos no los estaban dando apropiadamente en los días de Nehemías y de Malaquías
(Nehemías 13:10), por lo que se acusa con razón al pueblo de estarle robando a Dios. Al
tratar de robarle a Jehová se estaban robando a sí mismos, porque tenían malas cosechas y
hambrunas, como juicios que correspondían a su pecado. Así eran malditos con maldición,
porque seguían defraudando a Dios (se emplea el participio). Y el mal lo estaba
perpetrando toda la nación.
El camino a las bendiciones
Sin embargo, no todo estaba perdido. El profeta señala el camino para obtener el favor
de Jehová. Se enuncia aquí un importante principio espiritual que es aplicable en todas las
épocas: Dios derrama sus bendiciones sobre los corazones totalmente entregados a El. Si
queremos que el Señor abra sus tesoros para nosotros, debemos abrir primeramente los
nuestros. Se le aconseja a la nación que lleve todos sus diezmos al alfolí, para que haya
alimento en la casa de Dios.
El alfolí eran las cámaras del templo a donde se llevaban los diezmos. (Véase Nehemías
10:38 y 13:12.) Al obedecer esta exhortación experimentarían en la práctica que el Señor
abriría las ventanas de los cielos y derramaría sobre ellos bendiciones hasta que no hubiera
suficiente espacio para contenerlas.
Dios quiere que lo prueben en la práctica como en 2 Crónicas 31:10. El les mandaría
lluvias abundantes. La abundancia de bendiciones se compara a las lluvias. No se retendría
ninguna bendición. Evidentemente, como se indica en el versículo 11, la tierra había estado
sufriendo una sequía. Ahora habría una gran abundancia, sin espacio suficiente para
recibirla.
Dios les promete que todas las cosas perjudiciales, las langostas o cualquier plaga
similar, serán retenidas por causa de ellos. Cuando la lluvia regara los campos, las plagas
no destruirían la cosecha. Se denomina el devorador especialmente a las langostas, debido a
su voracidad insaciable. En su andar en obediencia y como resultado de las bendiciones
derramadas por Dios sobre ellos, todas las naciones los llamarían benditos. Tanto Dios
como los hombres se deleitarían en la nación de Israel. Entonces se cumplirían las palabras
de Deuteronomio 33:29, Isaías 62:4 y Zacarías 8:13.
“Regresen a mí”
Este es el llamamiento patético de Jehová a Israel en todo el Antiguo Testamento. Para
convertir en realidad las bendiciones de Dios en su vida nacional, sólo necesitan volver a
Jehová por medio del Salvador, el Señor Jesucristo. ¡Repitamos constantemente el
llamamiento a Israel para que se vuelva al Señor!
Palabras violentas contra Dios
El mismo tipo de escepticismo manifestado por los sacerdotes impíos en 2:17 se indica
aquí que ha contaminado al resto de la nación. Sus palabras habían sido obstinadas e
intolerables para Jehová. Pero la insensibilidad de su corazón presumido y voluntariamente
ignorante les hizo preguntar qué era lo que habían hablado contra Jehová.
En realidad, habían dicho que era inútil tratar de servir a Dios. Pretendían haber
cumplido la ley de Dios y haber andado afligidos delante de Jehová, todo en balde y sin
resultado. Estaban totalmente equivocados en cuanto al servicio a Dios, porque lo veían con
espíritu mercenario, como si el obtener provecho fuera el propósito primordial y único de
todo ello. Sin embargo, Dios mira al motivo y no al interés propio. Consideraban que el
aspecto exterior sería suficiente, en lugar de una humillación sincera ante el Señor, de modo
que se vestían de saco y de ceniza, pretendiendo estar afligidos por sus pecados. Véase el
significado de la verdadera adoración en Isaías 58:3–8.
No satisfechos con quejarse de su triste destino, llamaban bienaventurados a los
soberbios. Puesto que no habían prosperado en su fría adoración del Señor, sostenían que
los soberbios eran los favorecidos de Dios. Algunos consideran que los soberbios eran los
paganos impíos de fuera de Israel, mientras que otros creen que eran los impíos de Israel
mismo.
Ninguna de esas interpretaciones excluye a la otra, y no hay razón de por qué ambas
opiniones no pudieran ser ciertas. Consideraban que los soberbios de todas partes eran los
favoritos de Jehová. Se fijaban mucho en la prosperidad y florecimiento de los inicuos,
quienes tentaban a Dios con palabras y obras presuntuosas y, sin embargo, escapaban todo
juicio.
El libro de memoria de Dios
Cuando los malvados profieren desconsideradamente sus execrables blasfemias contra
Dios, los piadosos deben ser prevenidos de cómo responder a esas acusaciones contra el
Señor. En medio del fracaso espiritual y de la corrupción que los rodeaba por todas partes,
el remanente piadoso se reúne por sus deseos y necesidades espirituales mutuos, en el
temor del Señor. Cuando estuvieron reunidos, los piadosos conversaron de la verdad y la
piedad, fortaleciéndose unos a otros en su confianza en el Señor.
Mientras los que temían a Jehová hablaban juntos del Señor, El inclinó su oído y
escuchó. Entonces se escribieron esos actos de comunión en un libro de memoria delante de
El. Este es un lenguaje simbólico, porque nada es pasado para Dios, que tenga que
recordarlo, y El no necesita llevar libros. Pero esto es para animar y dar seguridad a los
piadosos. Ya en el Salmo 56:8 se indica que se llevan libros en el cielo.
Se cree que la figura del libro se tomó de la costumbre de los reyes persas de llevar una
crónica de los nombres de quienes servían al rey, mencionando los servicios prestados.
(Véase Ester 6:1, 2.) Pero esto no es necesariamente así, puesto que se menciona un libro
en Daniel 12:1 y en el pasaje de los Salmos ya mencionado. Dios tiene benignamente
delante de sí a los que en verdad lo reverencian y piensan en su santo nombre.
Dios dice que serán su tesoro especial; los llama suyos de un modo peculiar y especial,
su posesión. Serán para Jehová algo que tiene un valor muy especial. El término se aplica a
Israel en Exodo 19:5; Deuteronomio 7:6; 14:2; 26:18. Se los recordará de modo especial en
el día designado por Dios para llevar a cabo sus propósitos, el día de su juicio, cuando El
venga de nuevo. Dios los librará del juicio de los inicuos y los perdonará como un padre
amoroso perdona a su hijo que lo sirve. (Véase Salmo 103:13.) Entonces se manifestará el
tremendo abismo que separa a los justos de los impíos, a quienes sirven al Señor y los que
no lo sirven.
Hay quienes creen que el “os” se refiere a los malos murmuradores de Israel, pero esto
se aplica mejor a los justos. Los piadosos han tenido muchas oportunidades de ver que Dios
no trata a todos por igual, tanto a los justos como a los malos. Eso será mucho más evidente
aún cuando el Señor libere gloriosamente a los piadosos y destruya en forma soberana a los
inicuos.
1
Feinberg, C. L. (1989). Los Profetas Menores (pp. 1–381). Miami, FL: Editorial Vida.
2
Feinberg, C. L. (1989). Los Profetas Menores (p. 381). Miami, FL: Editorial Vida.