Esclavitud PDF
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DE LA
) :oLAvn
Booker T . Washington
Saliendo de la esclavitud...
Prólogo escrito expresamente
para esta edición española,
p o r su a u t o r .
LIBRERÍA CIENTÍFICO-LITERARIA
TOLEDANO LÓPEZ Y 0.a
Elisabets, 4. — 3 A R C E L O N A
1905
n
CSZ& 3>o n o u 78
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Johrj J f . Washington
cuya paciencia, fidelidad y trabajo har\ contribuido
poderosamente a! éxito de la obra de Zusl(egee.
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PRÓLOGO ESPECIAL PARA
N U E S T R A TRADUCCIÓN E S P A -
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BOOKER. T . WASHINGTON.
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PRÓLOGO ESPECIAL PARA
N U E S T R A TRADUCCIÓN E S P A -
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BOOKER. T . WASHINGTON.
tecas populares rivaliza el número de sus deman- esclavitud, y termina en Tuskegee, ante la mesa
das con el de las más apasionantes novelas his- del director de un Instituto Normal é Industrial,
en cuyos terrenos se levantan cuarenta edificios,
tóricas y de aventuras que constituyen, todavía,
cuyo capital asciende á medio millón de dollars,
el pasto favorito de aquel público primitivo, en
cuyos alumnos sobrepujan el millar, y que es
materia de arte y de literatura. Booker Was-
generalmente conocido con el nombre de «Uni-
hington ha sobrepujado, con el éxito de su prosa
versidad de los negros». Booker Washington
honrada y simple, el de Federico Douglass, el
narra simplemente los pasos que ha dado para
negro abolicionista, con Mis años de esclavitud
llegar de la cabaña al Instituto y las observa-
y de libertad, y el de miss Mary Me Lañe, la
ciones que han determinado su plan pedagógico
inspirada, con la sorprendente y caprichosa
para sacar, de hecho, á la raza negra de la
Historia de mi vida.
esclavitud. En su libro hay las dos cosas que
Ni las galas del lenguaje, reducido á las so-
aprecia más el pueblo — y estamos por decir
brias proporciones de un medio de expresión
la humanidad — del siglo x x : hechos y datos.
claro y sincero, ni la emoción patética de mara-
Vigorizando los unos sopla una fuerte corriente
villosas aventuras novelescas, podrían explicar
de voluntad, y , agrupando los otros, para orga-
este éxito de público logrado por nuestro autor.
nizados en doctrina vela, grave y continua,
Nada, á la vez, más alejado de la retórica en
una serena razón. Voluntad y razón ocupan, en
la forma, y de la fantasía en el fondo, que su
nuestro libro, el lugar de arte y literatura. Apre-
obra. Fuerza es, por consiguiente, buscar la surémonos á decir que ambas cosas están aquí
razón de la popularidad lograda por ella lejos en su verdadero lugar. Tratábase de trasladar
de sus méritos artísticos ó literarios.
una vida desde los abismos de la esclavitud y tener razón en todo cuanto dice. T o d o en él
la ignorancia á la plena posesión de la libertad converge á la misma empresa g r a n d e : educarse
en un medio civilizado: la voluntad sirvió para y educar á los suyos. N o hay una vacilación,
llevar á cabo el tránsito. Con la fuerza espansiva no hay un minuto perdido en- todo el libro.
de su generoso movimiento necesitó esta vida L a vida paciente y voluntariosamente cultivada
influir en las demás y arrastrarlas en su evolu- le ha dado el ciento por uno. S u empresa, que
ción : la razón intervino entonces, creando el apasiona y enternece en los comienzos, deja
instrumento necesario para el caso n u e v o : toda en el alma, después de realizada, una conforta-
una educación, toda una pedagogía nueva. L o ble serenidad y una sana confianza en el poder
que apasiona en este libro es la sincera expresión de la naturaleza humana. Creemos que la verdad
de una realidad triunfante. L a tensión del es- y la noble serenidad con que el autor nos cuenta
fuerzo realizado halla su compensación armó- los pasos de su vida son el primer elemento
nica en la completa utilización á que se aplica. del éxito que ha tenido su obra. En seguida
L a s aberraciones de una fantasía indómita ceden contribuye al mismo lo que llama Booker W a s -
el sitio al laborar paciente de una voluntad que hington el carácter de realidad de toda biogra-
sabe adónde va y por dónde v a . El sentimiento fía. N o s gusta saber positivamente, mientras
instintivo de la raza, que pudo ser un lujo leemos, que todos aquellos hechos que nos apa-
pasional y teatral en los comienzos de la cam- sionan, nos conmueven y nos educan, han sido
paña abolicionista, no asoma en Booker W a s - realizados por una persona viva y no imagi-
hington más que como un determinante más naria; han desarrollado su influencia entre un
de su vocación y de su función pedagógicas. círculo de hombres de carne y hueso y están
Cuando su raza va por mal camino, no halaga á nuestro alcance porque otros, antes que nos-
á su raza. Conoce los defectos de los negros otros, los han llevado á cabo. U n a alta ejempla-
más á fondo que sus mismos detractores. Sabe ridad brota del libro. Rebasando de nuestro
entendimiento lubrifica los resortes de nuestra de por acá. O ignoran en absoluto los hechos
voluntad. No satisface un simple deseo de cu- en que dicha cuestión pueda basarse ó, si han
riosidad, sino que atiende y cura nuestra sed viajado, si han leído un poco y se las dan de
moral. E s una biografía que puede hacer hom- liberales y progresivos, creen que dicha cuestión
bres, enriquecida de una pedagogía que fatal- no existe porque, en su opinión, todos los hom-
mente ha de hacer ciudadanos. bres son iguales y porque la Revolución fran-
cesa y a nos ha dicho aquí la última palabra
*
respecto á los derechos del hombre. Hagamos
* * notar, de paso, que ninguna revolución nos
ha hablado todavía de los deberes del hombre.
D o s cuestiones primordiales forman, por decir- Esta segunda actitud no acusa menos ignoran-
lo así, el ambiente propio de los hechos que se cia que la primera. L a s grandes verdades so-
explican en este libro. U n a , hasta cierto punto, ciales atraviesan un período hipotético antes que
restringida; la otra de interés universal: la pri- la práctica las encarne y realice. H a sido nece-
mera es la llamada, en el Norte de América, saria nada menos que la Revolución francesa
la cuestión negra; á la segunda, el propio Boo- para establecer la igualdad de derechos entre
ker W a s h i n g t o n la llama educación profesional. nosotros, hombres de Europa, que tenemos apro-
Creemos que algunas palabras sobre aquel pro- ximadamente la misma edad social y que hemos
blema de razas y sobre esta rama de la peda- marchado formando una falange única por el
camino del progreso, y pretendemos que la difi-
g o g í a prepararán bien al lector para entrar con
cultad no suba de punto en América, donde
el interés más despierto en la lectura de este
nueve millones de negros, ayer en la esclavitud
libro.
y casi en el salvajismo, son repentinamente de-
Cuando se habla de la cuestión negra suelen
clarados ciudadanos americanos y tienen que
encoger los hombros desdeñosamente las gentes
marchar, desde a q u e l punto y hora, de consuno lición se proclamó, viniendo, como una imposi-
con hombres q u e y a llevan diecinueve siglos de ción del Norte triunfante, á trastrocar toda la vi-
civilización. L a s e r e n a palabra de Abraham Lin- da del S u d , donde los esclavos habían entrado á
coln e m a n c i p a n d o á los nueve millones de escla- formar parte de las costumbres, se comprende-
vos afro-americanos merecerá la aprobación de rán un poco las dificultades del problema, que
todos los filósofos; pero se habría atascado en todavía no ha encontrado una solución satisfac-
los labios de c u a l q u i e r otro político menos segu- toria á los cuarenta y dos años de haberse plan-
yes, reivindicar los mismos derechos y , en una Booker Washington, son (únicamente en el
palabra, vivir l a misma vida, dentro de las mis- Sud) unos dieciséis millones de brazos que,
rencia de razas que, por lo menos, las condicio- la carga de la cosa pública ó han de pesar sobre
ella, como un peso muerto, para sepultarla.
naba diferentemente para comportarse en la
Esta era la situación, al comenzar, después de
v i d a ; la h e r e n c i a de odios entre esclavos y pro-
la abolición de la esclavitud, el nuevo estado de
pietarios a c o s t u m b r a d o s á considerarse mutua-
cosas. Por lo que puede rastrearse del propio
mente, no y a c o m o de raza distinta, sino como
libro cuya traducción ofrecemos al público es-
enemigos n a t o s , y las condiciones en que la abo-
pañol, nada más desconsolador que la situa- des apóstoles de la abolición. T o d a s las medi-
ción de espíritu de los negros al comenzar esta das de prudencia parecían excusables por parte
decisiva etapa de su vida. E n t r e tantos millares, del Gobierno en las proximidades de la peli-
se contaban por los dedos los que supieran leer. grosa reivindicación. Cuando la esclavitud, lle-
E l régimen de la esclavitud, al quitarles toda gando á la exageración mayor del régimen odio-
libertad, les había privado de toda iniciativa. so, había hecho de los negros magullados y
L a sumisión al palo había arrancado de sus tundidos, ciegos por la ignorancia, rapaces por
almas todo sentimiento de responsabilidad. Co- la miseria, sanguinarios por el afán de repre-
salia, poco menos que fieras acuciadas, se com-
mo en la esclavitud no vieran más que perpetua
prende que un Gobierno, veedor del peligro,
privación y perpetuo trabajo, no podían ima-
dejara llegar las cosas al extremo antes que in-
ginarse la emancipación m á s que como satis-
tervenir para realizar ese acto tan sencillo, que
facción y holganza perpetuas. L a ignorancia les
las circunstancias hacían heroico, y que consis-
había hecho supersticiosos; la vigilancia de los
tía en declarar que nueve millones de hombres
capataces, hipócritas; la carencia de hogar, sen-
tenían derecho á ser hombres. Por un momento,
suales; la falta de propiedad, v a g a b u n d o s : sin
en los negros días de los furiosos lynchamientos
una cierta riqueza sentimental q u e deben á su
debió cruzar por la conciencia en alarma del S u d ,
naturaleza de meridionales, las represalias de
el confuso propósito de suprimir el problema
aquellos millones de h o m b r e s lanzados repenti-
antes de resolverlo, y hubo predicadores de la
namente á la plenitud de todos l o s derechos de
exterminación, como hubo apóstoles del abolicio-
los ciudadanos hubieran s i d o feroces. L o s blan-
nismo. Afortunadamente, el acto positivo del
cos que los emanciparon habrían recogido la
Gobierno vino á establecer legalmente la igual-
herencia sangrienta de los dominadores. Toda-
dad civil de entrambas razas. Desde aquel mo-
vía late a l g o de este espíritu v e n g a t i v o en las
mento, la cuestión política se convertía en una
páginas de Frederik D o u g l a s s y de los gran-
cuestión humana; lo que habían impedido las la Naturaleza había ensombrecido providente,
leyes, iban á realizarlo los hombres, y las dos para evitarles el sonrojo de la afrenta, aquellos
razas, iguales en el derecho, podían ser herma- ojos que lloraban lágrimas de sangre en los años
nas en la compleja baraúnda de la vida. A l b o - de su humillación, al recibir el bautismo de
reaban los días generosos en que el esfuerzo libertad, curaron como por ensalmo y , fortifi-
personal recibiría u n a justa recompensa. L a raza cados de humanidad, no vieron en sus antiguos
se desvanecía desde el momento en que se le amos más que hombres y, por consiguiente,
permitía el libre g e s t o al individuo. Acababa la hermanos. U n a alegría tan intensa ablandó las
misión de los apóstoles y de los políticos. Era entrañas de la raza, al sentirse reintegrada en
preciso abandonar las grandes ideas generales sus derechos, que la mañana de la abolición fué
para que el principio de la abolición de la raza una mañana de cantos, de plegarias y de lágrimas
viviera, con actos, en cada uno de sus indivi- de satisfacción. N o puede citarse el caso de un
solo esclavo, por grandes que fueran las ofensas
duos. P a r a resumir nuestro pensamiento en dos
recibidas de sus amos, que se aprovechara de
nombres, la misión de Frederik D o u g l a s s se ce-
la libertad para tomar venganza de ellas. Cuando
rraba triunfalmente y comenzaba, dura y labo-
el hombre ha conquistado la libertad, su alma
riosa, la misión de Booker W a s h i n g t o n .
ha acabado de pedir. En adelante, todo trabajo
L o s negros habían recibido su libertad como
recaerá en sí mismo para perfeccionarse cada
un beneficio tan inmenso que les hizo olvidar
día y progresar fácilmente en la libre armonía
todos los horrores de la esclavitud. El bálsamo
de sus relaciones con sus semejantes.
fué tan eficaz que, á su contacto sólo, cicatrizó la
herida. U n i c a m e n t e la libertad tiene poder para Esta necesidad de perfeccionamiento y de
borrar de esta m a n e r a toda la sangrienta huella progreso la sintió la raza negra, desde el 'día
de los despotismos. Aquellas espaldas curvadas que sucedió á la abolición. Cuando la raza no
por el hábito de la faena, aquellas frentes que fué ya una traba para el individuo, éste, sueltas
para siempre las violentas ataduras, rompió á médico para utilizarlo, puede, con el ansia de
andar. N o pongamos á c a r g o de la raza n e g r a cerciorarse de su completa curación, abusar de
únicamente los errores y las faltas de estos p r i - aquel permiso, y comprometerla neciamente. E l
meros pasos aventurados torpemente por el c a - caso es común y basta á convencernos de él
mino de la civilización. D a d a s las mismas cir- la observación diaria. A l g o parecido debió acon-
cunstancias, el hecho se reproduciría en c u a l - tecerle á la raza negra, privada durante largos
quier otro país y por individuos de cualquier años del uso de su libertad y recibiendo repenti-
otra raza. E n aquel brusco tránsito de la escla- namente el derecho de proclamarla y de vivirla.
vitud á la ciudadanía, el más íntimo y poderoso Extremóse tanto, en el principio, el ejercicio de
deseo del negro era adqurir plena conciencia de la divina facultad reconquistada, que los negros
su libertad. N o le bastó q u e le afirmaran q u e estuvieron á punto de perderla nuevamente y
era libre. ¡ T a n t a s veces se había dormido c o n para siempre. D e entonces datan ciertas corta-
la esperanza de serlo y le habían despertado á pisas y medidas atentatorias al derecho recien-
primo día las voces y los latigazos del o d i a d o temente concedido, que, si una prudencia irre-
capataz! El negro quería hacer uso de aquella flexiva y miedosa dictó á los blancos de aquel
libertad que, por lo menos esta vez, iba á ser tiempo como necesarias, y a en la actualidad no
cierta, y una ingenua ambición espoleó su a l m a se aguantan más que en virtud de una verda-
de niño. Quiso improvisarse personaje en p o c o s dera injusticia social. En cuarenta años la raza
días. A n t e s de aprender á leer, el niño se h a c e negra ha entrado en posesión de sí misma y los
gorros y bocamangas con galones. E s h u m a n o . niños de entonces están tocando á su mayor
L a raza negra, que estaba entonces en la infan- edad. E l camino andado y los adelantos hechos,
cia, copió fatalmente la infancia de las otras desde aquella época, son la mayor garantía que
razas. E l enfermo que tras l a r g a s semanas de lle- puede ofrecerse al Gobierno de los Estados Uni-
var en cabestrillo el brazo, recibe permiso del dos para convencerle de que nada se pierde por
exceso de libertad. T e n í a un rebaño de nueve bros la pesada carga de hacer aptos para utilizar
millones de esclavos que se veía obligado á la libertad que se les concedía y realizarla en
alimentar, á v i g i l a r y á guardar costosamente: una vida civilizada, á las negros, sus hermanos.
hoy cuenta nueve millones de ciudadanos más, Este hombre es Booker W a s h i n g t o n . En el año
1901, este hombre había dado á los Estados Uni-
cada uno de cuyos a c t o s es una contribución á la
dos tres mil ciudadanos jóvenes, maestros en
riqueza de la gran R e p ú b l i c a .
un oficio, dotados de la cultura moral suficien-
Para pasar de la irreflexiva ambición de los
te para gobernarse á sí mismos y fundar una
primeros tiempos á l a legalidad y á la seguridad
familia, conocedores de los trabajos de la tie-
de su actual estado civil ha sido necesario que
rra y del poder de la redención que es la coro-
la raza negra o p e r a r a una paciente labor de
na del trabajo, y preparados, la mayoría de ellos,
reforma social en c a d a uno de sus individuos.
para ejercer con frutos el profesorado donde
L o que largos s i g l o s de civilización habían ido
quiera que se instalaran. A u n q u e sólo una cen-
haciendo entre los blancos sus conciudadanos,
tena, de entre cada millar, sigan las huellas
han tenido que i m p r o v i s a r l o los negros en los
del apostólico maestro, y aunque los resultados
cuarenta y tantos a ñ o s que les separan de la
obtenidos por ellos no lleguen más que á la
abolición. Ha sido preciso revivir en intensidad
mitad de los logrados por el primero, es lógico
sumaria, el g l o r i o s o proceso de los tiempos.
esperar que, gracias á la iniciativa de Booker
Por pobres que f u e r a n los resultados obtenidos
W a s h i n g t o n y á vuelta de una veintena de años,
deberíamos considerarlos como maravillosos y,
toda la raza negra se habrá formado á sí misma
poniendo freno á n u e s t r a s impaciencias, ordenar
y y a no existirán entre blancos y hombres de
á nuestras esperanzas que surgieran. color otras diferencias que las que ofrecen todos
U n hombre d e s v a l i d o y menesteroso, sin re- los individuos de todas las razas entre sí. L a
cursos materiales y casi desprovisto de apoyo cuestión de razas estará definitivamente apurada.
oficial en sus c o m i e n z o s , tomó sobre sus hom-
L a razón y la c u l t u r a darán cuenta de todo pre- de una vez que la raza negra habrá acabado su
juicio. El mérito, el valor y la utilidad civil de educación cuando la blanca acabe la- suya. N o
los individuos s e r á n la única norma de su apre- podemos exigirle que la acabe antes. Mientras
cio. L a H u m a n i d a d se regocijará de la definitiva los blancos persistan en sus prejuicios y hablen
armonía que v e r á reinar entre sus hijos. de su raza, oponiéndola á la negra, los negros
N o creeríamos haber dicho sinceramente todo tendrán derecho á persistir en los suyos y opo-
lo que en nuestro interior ha suscitado el estudio nerse á nosotros. N o cabe otra cosa. L a cuestión
de esta cuestión si no estampáramos para con- ha de resolverse al mismo tiempo de ambos la-
densarla una f r a s e que creemos justa. Hemos dos. Todos los peligros de la raza negra habrán
los dos negros hablan de la raza blanca, ofrecen de Booker W a s h i n g t o n respecto á su raza, es
la visión neta que tuvo, desde el principio, de
un contraste curioso con el desdén, la animo-
la misión que le incumbía. Decidido á hacer la
sidad, la ligereza, la burlona falacia y hasta la
educación de su pueblo y bien penetrado de las
injusticia manifiesta y despreocupada de que
necesidades del mismo por la observación pa-
alardean casi todos los autores blancos al tratar
ciente y fervorosa, no dudó un momento de los
la cuestión negra. Esto nos ha hecho pensar más
métodos p e d a g ó g i c o s que debían conducirle á á ellas; la segunda, desinteresada y santa, está
los resultados apetecidos. L a necesidad de lo que toda ella hecha de afán de saber, aparta los ojos
él llama educación profesional se amarró á su de esta vida, se abraza á la filosofía y asume
espíritu con tenacidades de apostolado. T o d o el los ardores de una verdadera religión. L a pri-
Instituto normal é industrial ha nacido y se ha mera conviene á todos los hombres; esta última
desenvuelto al calor de esa idea-madre. Toda es función de almas escogidas. Aquélla, cuya
su obra arranca de ella. T o d a la raza negra finalidad es limitada y concreta, obedece á una
llegará, por ella, á la emancipación de hecho, l e y ; ésta, cuyos f u e g o s arden sin consumir, ca-
al estado de ciudadanía constante. rece de modalidad porque la pasión no tiene ley.
¿ Q u é es, p u e s , la educación profesional? Los E n realidad de verdad, la pedagogía, que en la
profanos en la materia, apenas tienden sus mi- esencia es método, sólo tiene que ver con la pri-
radas por el c a m p o riquísimo de la enseñanza, mera. A q u í tenemos un fin claro que lograr.
ven precisarse, claros y netos, entre el abigarra- A q u í tenemos un sujeto preciso sobre el cual
miento de sistemas, métodos y teorías, dos gran- ejercitarnos. A q u í la ciencia está en su elemento
á los alumnos una enseñanza útil y los alumnos Estado no interviene en nuestra economía gene-
construirán para el Estado toda una nación. ral para servirla y sanearla, es un miembro in-
útil dentro de la nación. Y los miembros inútiles
N o solamente la educación profesional y prác-
deben amputarse del organismo ó son una ame-
deberá adornar su portalada. Aprendamos que
naza constante p a r a su salud y , al fin y á la pos-
la independencia del espíritu nace del trabajo
tre, la causa inevitable de su ruina.
de las manos. Aprendamos que la necesidad no
Es preciso empaparnos íntimamente de esta admite trampas y que hasta ahora el camino más
idea del Estado activo que ha sido la salvación corto para llegar á comer pan es saber amasarlo.
del joven pueblo americano y que lo ha hecho el No hay empleo vil, ni oficio grosero, ni profe-
pueblo por antonomasia del siglo x x . sión plebeya, porque todos ellos son trabajo y
Sin salimos de l a s estrictas leyes de la oferta en todo trabajo hay la misma virtud. Saquemos
y la demanda, c u a n d o el Estado nos pida solda- cuanto bien podamos de las circunstancias tal
dos y cuarteles, pidámosle, á nuestra vez, maes- como se presentan, y depongamos en las aras
tros y escuelas. P i d á m o s l o con voluntad, con del mañana el incienso de las radiantes teorías.
seguridad y con constancia, resistamos serenos A la inteligencia le toca pensar la libertad; á la
ante su negativa y n o contribuyamos á eternizar voluntad amarla; á la mano realizarla. Apren-
la atroz leyenda de esta pobre España en la que damos á atribuir á esta última, en el terreno de
un general y un o b i s p o se disputan el poder, la enseñanza, el glorioso lugar que le corres-
á los dados, sobre l a s espaldas curvadas de un ponde.
pueblo de a n a l f a b e t o s .
Booker W a s h i n g t o n termina el prólogo que,
Consideremos y el libro que hoy ofrecemos á petición nuestra, ha tenido la amabilidad de
á nuestros lectores servirá de punto de partida mandarnos para esta traducción española, con
para estas consideraciones - las buenas, honra- las siguientes palabras: Todo aquello que hace
das y positivas v e n t a j a s que podemos sacar de aprender algo á la mano, dignificando el traba-
la educación p r o f e s i o n a l . Cortemos la espiral á jo, es Educación, en el más alto sentido de la
nuestros humos y pensemos en la construcción palabra.
de nuestras casas a n t e s que en el blasón que Nosotros añadiremos: ((Todo aquel cuyas ma-
nos estén educadas para d o m i n a r y labrar la
materia, poseerá la Tierra.»
H a y en el Génesis un v e r s í c u l o miraculoso y
santo, donde se atribuye al p o d e r de la divina Saliendo d e la esclavitud...
palabra la creación del m u n d o . •
ramente mis ambiciones y me ayudaba en ellas cuanto solución, porque cada f a m i l i a servía aquel día la mesa
podía. E r a completamente ignorante en materia de le- con lo m e j o r que había en l a despensa. Recuerdo que
tras, pero tenía m u c h a ambición por sus hijos y un y o esperaba siempre con una i m p a c i e n c i a y un apetito
g r a n fondo de buen sentido que le permitía hacer frente notables «el día del maestro» en nuestra pobre cabaña.
á cualquier situación crítica y salir de ella con honor. E s t e hecho de toda una raza que quiere asistir á cla-
Si durante mi v i d a he realizado a l g u n a cosa digna de se por l a primera vez, es un f e n ó m e n o de los m á s inte-
atención, l a debo ciertamente á esta cualidad que he resantes que se hayan presentado n u n c a en la historia.
heredado de mi madre. Unicamente las personas que h a y a n convivido con l a
P o r aquel entonces, y mientras y o me esforzaba en población negra, pueden formarse i d e a exacta del ar-
instruirme, llegó á M a l d e n un joven negro que había dor que las gentes de mi raza m a n i f e s t a r o n por instruir-
aprendido á leer. E n cuanto los negros lo supieron, se se. A c a b o de d e c i r l o ; era u n a raza entera sentándose en
procuraron un periódico y al terminar cada jornada de los bancos de l a escuela. Hubo pocos que se creyeran
demasiado jóvenes y ninguno q u e se creyera demasia-
trabajo, aquel joven se veía rodeado de un grupo de
do v i e j o para aprender á leer. E n cuanto se dispuso de
hombres y mujeres ansiosos de escucharle leer las noti-
maestros, no solamente se colmaron las clases de día,
cias del día. ¡ Cómo envidiaba y o á aquel j o v e n ! Me
sino las de noche. L a ambición de todos los ancianos era
parecía el hombre de l a tierra más digno de envidia y
poder leer la Biblia antes de morir y por eso las clases
el que debía estar más contento con su suerte.
nocturnas contaban con f r e c u e n c i a hombres y mujeres
Entonces comenzábase á discutir sobre la convenien- que tenían cincuenta y hasta setenta y cinco años. T a m -
cia de otorgar u n a escuela á los negros. E s t e asunto bién había escuelas dominicales, creadas desde l a procla-
se llevó el interés de todo el m u n d o ; iba á ser l a pri- mación de l a libertad; pero el p r i n c i p a l de los libros que
mera escuela de aquella parte de la V i r g i n i a para niños allí se cursaban era el abecedario. L a s clases diarias,
negros, es decir, un verdadero acontecimiento. L a difi- las nocturnas y las dominicales r e b o s a b a n ; y con fre-
cultad consistía en encontrar un maestro. Se pensó en cuencia tenían que despedirse alumnos por falta de
el joven de Ohío que leía los periódicos, pero su edad sitio.
no le favoreció. Mientras se buscaba un profesor, se tu-
vieron noticias de otro joven negro de Ohio que había Con l a apertura de l a escuela de l a R a n a w h a valley
sido soldado y que estaba instalado en l a villa. Decíase coincidió la decepción más g r a n d e de m i vida. H a c í a
que tenía buena instrucción y al instante se le con- a l g u n o s meses que yo trabajaba en el horno de sal y
trató como maestro e n l a primera escuela negra. Y co- mi padre se había dado cuenta de que podía reportarle
mo, hasta entonces, no había habido escuela libre para a l g ú n d i n e r o ; de modo que, al abrirse l a escuela, de-
los negros en esta región, cada f a m i l i a consintió en claró que no podía prescindir de mí. E s t a decisión pa-
reció que echaba por tierra todas mis ambiciones y mi
p a g a r mensualmente u n a cantidad determinada, á con-
decepción f u é tanto más cruel cuanto que, desde el si-
dición de que el maestro se hospedase cada día, por
tio donde trabajaba, podía ver pasar á los otros mucha-
turno, en u n a casa. N o era para el maestro m a l a la
chos que felices, se d i r i g í a n m a ñ a n a y tarde á la es- na n a d a con ocultarlos. Había en el despacho de la fá-
cuela. A pesar de todo, r e s o l v í instruirme y , con más brica un reloj. E s t e reloj, como es natural, regía la
ardor que nunca, d i m e á e s t u d i a r el alfabeto en el li- j o r n a d a de trabajo de m á s de cien obreros. A mí se me
bro de cubiertas azules. ocurrió que para llegar á tiempo á l a escuela no tenía
M i madre compartió m i s sufrimientos, trató de con- más que adelantar la a g u j a desde las ocho y media has-
solarme, por todos l o s m e d i o s imaginables, y me ayudó ta las nueve y es lo que hice cada m a ñ a n a , hasta que
á encontrar lo que n e c e s i t a b a . F i n a l m e n t e logré hacer el mayordomo de l a fábrica, notando a l g o anormal, ce-
tratos con el maestro q u e consintió en darme lección rró con llave l a c a j a del reloj. P o r mi parte no había
por l a noche, después d e m i j o r n a d a de trabajo. Expe- querido hacer daño á nadie. Sólo deseaba llegar pun-
rimenté u n a tal satisfacción d e haber logrado aquellas tualmente á mi clase.
lecciones que, creo, h a c í a y o m á s por la noche que los E n l a escuela me encontré frente á nuevas dificulta-
otros estudiando todo el día. L o s beneficios que perso- des. E n primer l u g a r , todos los alumnos llevaban som-
nalmente me reportaron a q u e l l a s lecciones, son una de brero ó gorra y yo no tenía una cosa ni otra. P o r lo de-
las razones que me i n d u j e r o n luego á favorecer la crea- más, no recuerdo haber llevado, hasta entonces, cu-
ción de clases n o c t u r n a s e n H a m p t o n y en Tuskegee. bierta l a cabeza, _y aun creo que ni yo ni muchos de mis
Pero, en m i corazón de n i ñ o , seguía acariciando la compañeros, habíamos pensado nunca en esta necesi-
idea de seguir las clases de d í a y no dejaba pasar oca- dad. Pero, como es natural, viendo cubiertos á mis com-
sión sin defender mi causa. T r i u n f é , por fin, y se me pañeros, y o empezaba á estar violento. Siguiendo mi cos-
permitió asistir á l a e s c u e l a diariamente, durante algu- tumbre, comuniqué mis cuitas á mi madre, quien me
nos meses, á condición d e l e v a n t a r m e temprano, por las dijo que carecía de medios para comprarme un sombre-
mañanas, para t r a b a j a r en e l horno hasta las nueve y ro en una tienda, lo que constituía, por entonces, l a gran
de v o l v e r por las tardes, e n saliendo de l a escuela, á novedad entre los individuos de mi raza, jóvenes ó vie-
t r a b a j a r dos horas todavía. jos ; pero que ella encontraría el modo de satisfacer á
mis deseos. Buscó dos trozos de una tela tejida á ma-
L a escuela estaba á cierta distancia de l a fábrica;)' no, los cosió hábilmente y me puso en posesión de mi
como era necesario t r a b a j a r h a s t a las nueve y las cla- primera gorra, de la que estaba yo más orgulloso que
ses comenzaban á las n u e v e precisamente, me hallé en un monarca.
presencia de u n a seria d i f i c u l t a d . C u a n d o yo llegaba á
l a escuela, las clases habían comenzado siempre y mu- Mi madde me dió, aquel día, una lección que no he
chas veces mi sección h a b í a recitado y a sus lecciones. olvidado nunca y de l a que he hecho todos los posibles
P a r a vencer esta dificultad, c e d í á una tentación por la porque se aprovecharan los demás. A l recordar este in-
que me condenarán, sin d u d a , l a m a y o r parte de las cidente, me ha causado siempre u n a completa satisfac-
personas que me l e e n : pero e s un hecho, y debo men- ción el que mi madre tuviera la fuerza de carácter su-
ficiente para no caer en el ridículo de los que quieren
cionarlo. T e n g o una c o n f i a n z a ilimitada en el poder y
aparentar lo que no son. P o r eso no me compró un
en l a influencia de los h e c h o s . Generalmente no se ga-
68 SALIENDO DE LA ESCLAVITUD. BOOKER T . WASHINGTON
sombrero en el almacén, con lo que h a b r í a hecho creer cimiento, desapareció y se olvidó mi a p e l l i d o ; cuando
á mis compañeros ó á los demás que e r a más rica de lo nuevamente tuve conocimiento de él v o l v í á adoptarlo
que era en realidad. Siempre le h e agradecido que n o y desde entonces he firmado «Booker T a l i a f e r r o W a s -
se creara una deuda comprando un objeto cuyo impor- hington.» Creo que no debe haber muchos hombres en
te no habría podido satisfacer. Desde a q u e l entonces he nuestro país que hayan gozado de un p r i v i l e g i o como
sido dueño de toda clase de sombreros y de gorras, pero el mío para darse nombre á sí mismos.
ninguno me ha causado tanta satisfacción como la go- E n más de una ocasión he tratado de i m a g i n a r m e
rra confeccionada, con dos trozos de trapo, por mi que ocupaba l a posición social de un niño ó de un hom-
madre. bre que desciende de noble y honrada prosapia de ante-
Después he podido comprobar, con h o n d a pena, de- pasados, remontándose á lejanos siglos, y de los que ha
heredado no solamente un nombre, sino u n a fortuna y
bo confesarlo, que muchos de los compañeros que co-
una hacienda familiar que son su o r g u l l o ; pero en el
menzaron llevando sombreros flamantes y que se bur-
fondo he creído siempre que si hubiera heredado estas
laban de mi g o r r a hecha á mano, h a n acabado sus
ventajas, junto con l a de pertenecer á u n a raza más po-
días en un penitenciario, mientras que otros se han que-
pular que l a mía, habría cedido fácilmente á l a tenta-
dado sin dinero para adquirir n i n g u n a clase de g o r r a .
ción de contar sobre mis antepasados y sobre el color de
M i segunda dificultad, en l a escuela, n a c í a de l a ne-
mi piel, en l u g a r de hacer por mi desenvolvimiento
cesidad urgente de escogerme un nombre. D e s d e niño personal todo lo que debía hacer. H a c e muchos años
había respondido al nombre de Booker. A n t e s de ir á l a que he decidido, y a que no tengo antepasados, dejar á
escuela no se me había ocurrido n u n c a q u e pudiera ser- mis hijos un recuerdo del que puedan enorgullecerse y
me útil ó necesario poseer un segundo nombre. Cuan- que les anime á remontarse más alto todavía.
do pasaban lista, noté que todos los niños tenían dos
nombres por lo m e n o s ; los había que se permitían el L a sociedad no debería juzgar al negro y sobre todo
l u j o — para mí excesivo — de un tercer nombre. E s t a - al joven negro, con demasiada precipitación y severi-
dad. E l joven negro tiene que luchar con obstáculos, des-
ba m u y perplejo porque sabía que el m a e s t r o iba á pre-
engaños y tentaciones que son incapaces de imaginar
g u n t a r m e mis dos nombres, siendo así que yo no tenía
siquiera los que no ocupan l a misma situación. U n
más que uno. Cuando me llegó el turno, tuve u n a idea
blanco, lleno de juventud, que emprende u n a obra cual-
luminosa que, á mi juicio había de colocarme á l a altu-
quiera, según la opinión de l a gente ha de t r i u n f a r ;
ra de la situación, y al preguntarme el maestro cuales
mientras que si se trata de un joven negro hay un sen-
eran mis nombres, le respondí f r í a m e n t e : Booker W a s -
timiento de sorpresa cuando no fracasa. E n una pala-
hington, como si hubiera llevado este apellido desde bra, el n e g r o entra en l a v i d a con todas las presuncio-
mi n a c i m i e n t o ; luego, b a j o este nombre se me ha co- nes en contra de él.
nocido.
M á s tarde supe que mi madre me había dado el Sin embargo, l a influencia de los antepasados sobre
los individuos y por lo tanto sobre una raza, tiene al-
nombre de Booker T a l i a f e r r o ; poco después de mi na-
g u n a importancia, á condición de no exagerarla dema-
siado. L o s que no se cansan de señalar las debilidades un joven huérfano á quien m á s tarde dimos el nombre
morales del joven negro y comparan el desenvolvimien- de James B . Washington.- D e s d e entonces f o r m a parte
to del blanco con el suyo, no tienen bastante en cuenta de l a f a m i l i a y no l a ha abandonado nunca.
l a influencia de los recuerdos que flotan alrededor de las Y a hacía a l g ú n tiempo que t r a b a j a b a y o en l a fábri-
casas de las antiguas familias. Y a he dicho que yo no c a , cuando me encontraron t r a b a j o en una m i n a de car-
recuerdo quién era mi abuela. T e n g o y he tenido tíos, bón, explotada principalmente p a r a utilidad de l a fábri-
ca. Siempre he aborrecido el t r a b a j a r en u n a mina de
tías y primos, pero me seria difícil decir dónde se en-
carbón. U n a de las razones que me remueven á ello es l a
cuentran. Y mi caso es el de millares de negros. E l
imposibilidad de ir limpio durante el trabajo y l a difi-
solo hecho de que el blanco sepa que si no triunfa en
cultad de l a v a r s e y arreglarse después de u n a jornada
su empeño compromete l a historia de una familia que
de labor. A d e m á s , para llegar desde l a entrada de l a mi-
se remonta á muchas generaciones, es bastante para
n a á los yacimientos del carbón, e r a necesario recorrer
evitar que sucumba á l a tentación. E l hecho de que el
por lo menos un kilómetro de tinieblas profundísimas.
hombre tenga detrás de sí y á su alrededor una familia, N o creo que se encuentre en parte a l g u n a , u n a obscuri-
cuya historia y cuyas relaciones le llenan de orgullo, es dad tan absoluta como en u n a m i n a de carbón. E s t a ,
un estimulante para vencer todos los obstáculos. estaba dividida en g r a n número de «cámaras» ó compar-
E l tiempo que me concedían para ir á l a escuela era timentos y como yo no pude aprender nunca l a distri-
m u y corto y además iba á ella con mucha irregularidad. bución de estas cámaras, me perdí en ella m u c h a s ve-
P e r o ni esto duró mucho. T u v e que abandonarla com- ces. P a r a añadir horror á l a situación, mi l á m p a r a se
pletamente y consagrar todo el tiempo al trabajo de la extinguía y si por azar m e encontraba sin fósforos, me
fábrica. Nuevamente recurrí á las clases nocturnas. Puedo veía obligado á errar en l a noche hasta tropezar con
afirmar que l a mayor parte de mis conocimientos los ad- alguien. E l trabajo no era solamente pesado sino peli-
quirí de noche después de m i jornada de trabajo. A ve- groso. Constantemente estábamos expuestos á volar bajo
ces me era difícil encontrar un maestro á gusto mío. l a violencia de u n a explosión inesperada ó á morir
Y me aconteció, cuando hube encontrado uno, que tuve aplastados por el desprendimiento de un bloque de pi-
l a decepción de comprender que mis conocimientos igua- zarra. Accidentes de este g é n e r o se sucedían sin cesar
laban á los suyos. Con frecuencia tenía que hacer kiló- y me tenían en perpetua zozobra.
metros de camino para ir á dar mis lecciones. Pero por
tristes y descorazonadoras que fueran las pruebas que Muchos niños, de los más jovencitos precisamente, se
veían obligados entonces — y creo que también ahora —
t u v e que soportar en mi juventud, no hubo un solo día
á pasar g r a n parte de su v i d a en las minas de carbón,
en que abandonara l a resolución que me, había formado
sin poder hacer ningún estudio. Y o he podido compro-
de procurarme una educación á cualquier precio.
bar más tarde, con tristeza, que, por r e g l a general, los
P o c o después de nuestra llegada á l a V i r g i n i a del
muchachos que han comenzado su v i d a en u n a mina de
Oeste, mi madre adoptó, á pesar de nuestra pobreza, á
carbón están atrofiados física y mentalmente. N o tie-
nen más deseo que permanecer indefinidamente en las ritos y de su v a l e r profesional. N u n c a he podido evitar
minas de carbón.
un sentimiento de tristeza con respecto á esas personas
E n aquel tiempo y más tarde, adolescente y a , com- porque creo íntimamente que un hombre no se eleva
placíame en representarme á mí mismo los sentimien- por pertenecer á una raza superior, sino por l a virtud
tos y las aspiraciones de un joven blanco al que nada, real que tenga en sí mismo y que. el porvenir de u n a
absolutamente nada detiene en sus ambiciones y en raza tenida como inferior, no le ha de impedir que se
su actividad. E n v i d i a b a al blanco que no encuentra obs- realce al que tiene un valor intrínseco y personal. T o d o
táculos p a r a ser diputado, gobernador, obispo ó presi- ser perseguido, toda raza perseguida encontrarán con-
dente de l a República, ni en su nacimiento, ni en su suelos infinitos en l a g r a n ley h u m a n a universal y eter-
raza. T r a t a b a de i m a g i n a r m e el m o d o como y o obraría na que quiere que el mérito, b a j o cualquier piel que se
en iguales circunstancias. Me veía comenzando en los esconda, sea reconocido y recompensado. Y lo que aca-
más bajos peldaños de l a escala, p a r a llegar á los más bo de decir no es por llamar l a atención sobre m i per-
altos, á l a cima. sona, sino sobre la raza á la que estoy orgulloso de per-
Confieso que al presente y a no envidio al j o v e n blan- tenecer.
co como le envidiaba entonces. H e comprendido que el
éxito no debe medirse por la posición que se ocupa en l a
vida, sino por los obstáculos que han tenido que vencer-
se p a r a llegar hasta ella. Considerados de esta manera,
el origen y la impopularidad de su raza ponen al n e g r o
en condiciones que no v a c i l o en declarar ventajosísimas,
desde el punto de vista práctico. C o n m u y pocas excep-
ciones, el negro se ve obligado á perfeccionarse más y
á comportarse mejor que el blanco, p a r a que se acepte
su trabajo. Pero de esta lucha que debe sostener, ás-
pera y encarnizada, saca una fuerza y u n a confianza en
sí mismo que nunca tendrán los que se encuentran el
camino llano merced á su nacimiento ó á su origen.
E s c o j a el terreno que quiera p a r a dilucidarlo, siem-
pre prefiero ser lo que soy: un miembro de l a raza ne-
g r a ; y no se me ocurre envidiar á los más favorecidos
de las otras razas. H e experimentado siempre una pro-
f u n d a tristeza al oir á los hombres reclamar derechos,
privilegios y distinciones, sin más razón que la de ser
miembros de cierta raza y abstracción hecha de sus mé-
ambición: ir á Hampton. Noche y día me hostigaba el
mismo pensamiento.
Sin embargo, después de este incidente, continué to-
davía algunos meses trabajando en la mina de carbón.
Oí hablar entonces de un sitio vacante en la casa del
general Luis R u f f n e r , propietario del alto horno y de
la mina. L a señora Viola R u f f n e r , esposa del general,
S C A P Í T U L O I I I . — L A LUCHA era una yankee del Vermont. T e n í a fama de gran seve-
P O R L A EDUCACIÓN, M M M ridad con sus doncellas y sobre todo con los muchachos
que tomaba á su servicio. Nadie permanecía en la casa
más que dos ó tres semanas. Todos la dejaban pretex-
tando su excesiva severidad. A pesar de ello, resolví en-
Aconteció que u n d í a mientras trabajaba en la mina sayar aquel empleo, antes que continuar en la mina de
de carbón, sorprendí l a conversación de dos mineros que carbón; mi madre dió los pasos necesarios cerca de la
hablaban de una g r a n e s c u e l a para negros, situada no señora R u f f n e r y el trato se cerró en veinticinco fran-
cos mensuales.
sé en qué sitio de l a V i r g i n i a . Hasta entonces no había
oído hablar de otra c o s a , e n materia de colegios, que de Había oído hablar tanto de la severidad de la seño-
pequeñas escuelas p a r a niños negros, como las que ra Ruffner que casi tenía miedo de verla y temblaba en
había en nuestra v i l l a . su presencia. No me costó gran trabajo comprender lo
E n la obscuridad m e acerqué cuanto pude á los dos que quería. Quería, en primer lugar, que todo resplan-
hombres que h a b l a b a n . L o g r é comprender no sólo que deciera de limpieza en torno de ella y que todo se hicie-
aquella escuela e s t a b a f u n d a d a únicamente para las gen- ra con prontitud y orden; además, y sobre todo, quería
tes de mi raza, s i n o q u e á los estudiantes pobres, pe- una franqueza y una honradez perfectas en el trato. No
ro con méritos, se l e s d a b a n medios de trabajar pan debía descuidarse n a d a ; todas las puertas y todas las
pagarse los estudios, e n t o d o ó en parte, y aprender í empalizadas debían mantenerse en buen estado. Según
mis cálculos estuve en casa de la señora Ruffner die-
la vez un oficio ó u n a i n d u s t r i a .
ciocho meses antes de mi salida para Hampton. De to-
Oyendo contar e s t a s c o s a s me parecía oir lo más her-
das maneras las lecciones que recibí en aquella casa me
moso que había en e l m u n d o y ni el cielo mismo ofre-
aprovecharon tanto como las que después he recibido.
cía á mis ojos m a y o r e s a t r a c t i v o s que la escuela normal Todavía ahora no veo un pedazo de papel en los alre-
y agrícola de H a m p t o n ( V i r g i n i a ) de que hablaban aque- dedores de una casa ó en la calle, sin que me entren
llos hombres. T o m é e n s e g u i d a mi resolución; me pro- deseos de recogerlo en seguida. N o veo un patio sucio,
puse ir á aquella e s c u e l a , aunque no tuviera la menor sin experimentar la necesidad de limpiarlo, una tabla
idea de dónde estaba i n s t a l a d a , ni cómo podría llegar í que falte en una cerca sin ganas de poner otra en su
e l l a ; todo lo que s a b í a e s q u e me inflamaba esta única
l u g a r , u n a casa con l a f a c h a d a sucia sin querer blan-
ayudó todo lo que p u d o ; pero naturalmente f u é muy po-
quearla, un botón que f a l t e en un traje ó una mancha
co porque t r a b a j a b a en l a mina, donde g a n a b a exiguo
de g r a s a sin que me sea necesario llamar la atención
jornal y la mayor parte de su salario lo entregaba para
de alguien.
subvenir á los gastos de l a casa.
Mi miedo á la señora R u f f n e r trocóse pronto en un
L o que m á s me conmovió en lo referente á este via-
sentimiento de confianza y acabé por considerarla como
je mío, f u é el interés con que me miraban algunos vie-
una de mis mejores amigas. C u a n d o ella se dió cuenta
jos negros. Habían pasado l a m a y o r parte de su v i d a en
de que podía descansar en mí, arregló su conducta en
l a esclavitud y no esperaban v e r el día en que uno de
consecuencia. D u r a n t e los dos inviernos que pasé en su
los suyos abandonara su casa p a r a ir á l a escuela. U n o s
casa me permitió ir á l a clase u n a hora diaria, algunos
me daban u n a pieza de plata, otros algunos céntimos,
m e s e s ; pero l a m a y o r parte de mis estudios los hacía
otros un pañuelo.
de noche, sólo, ó en compañía de maestros que yo mis-
mo me pagaba. E n todos los esfuerzos que hice por mi L l e g ó , por fin, el g r a n día y salí para Hampton. N o
educación, l a señora R u f f n e r me animaba con su simpa- tenía más que un grosero saco de mano con algunas
tía. E n su casa monté y o mi primera biblioteca. Me prendas que había podido procurarme. Mi madre, en
procuré una c a j a de madera, hice saltar una de sus ta- aquel momento, estaba bastante enferma y su salud
pas, coloqué estantes, reuní en ellos cuantos libros de parecía c o m p r o m e t i d a ; y o temía n o v o l v e r l a á ver.
todos los géneros caían en mis manos, y llamé á esto Nuestra separación fué tristísima. Sin embargo, m i ma-
«mi biblioteca.» dre estuvo muy animosa hasta el final. P o r aquel tiem-
po 110 había línea ferrea entre las V i r g i n i a s del E s t e y
Apesar de m i éxito en casa de la señora R u f f n e r yo no del Oeste. N o había trenes m á s que en una parte del
abandonaba mi proyecto de ir al instituto de Hampton. camino y el resto del v i a j e se hacía en diligencias.
D u r a n t e el otoño de 1872 me decidí á hacer los esfuer-
L a distancia entre M a l d e n y H a m p t o n es de cerca
zos necesarios p a r a ponerme en camino, aunque, como
de quinientas millas. N o hacía mucho rato que había
he dicho antes, no tuviera la menor idea de l a situación
salido de casa, cuando me convencí con clarísima evi-
topográfica de H a m p t o n , ni de los gastos que aquel via-
dencia de que iba á f a l t a r m e dinero para p a g a r el via-
j e me ocasionaría. N a d i e de cuantos me rodeaban me
je. Jamás olvidaré una de las a m a r g a s experiencias que
aprobó esta idea del v i a j e á Hampton, excepto mi ma-
entonces adquirí. Habíamos v i a j a d o por l a montaña, du-
d r e ; y ella estaba llena de inquietud, temiendo que me
rante g r a n parte de l a tarde, en u n a v i e j a diligencia,
lanzara á u n a empresa loca. D e todos modos consentía
cuando, y a obscurecido, el carromato se detuvo para ha-
en ello contra su voluntad. E l poco dinero ganado por
cer noche, ante una casa de apariencia v u l g a r , de fa-
mí, había servido para m i padrastro y mi familia, de
c h a d a pobre, pero que se intitulaba hotel. Y o era el
modo que me quedaban solamente algunos dollars para
único n e g r o que había entre los pasajeros. E n mi ig-
comprarme las prendas de vestir más necesarias y ha-
norancia i m a g i n a b a que el hotel estaba allí para per-
cer los gastos indispensables. M i hermano Juan me
mitir que los v i a j e r o s de la diligencia descansaran de
sus fatigas. N i por un m o m e n t o se me había ocurrido
que una diferencia en el color de l a piel, significara tentación era tan g r a n d e que me parecía que hubiera
n a d a en este asunto. ofrecido todo lo que esperaba alcanzar en el porvenir,
por una pierna de pollo ó una fuente de patatas. N o
C u a n d o á cada viajero se le había señalado su cuar-
podía tener u n a cosa ni otra: no podía comer absoluta-
to y todos se preparaban p a r a cenar, me acerqué y o tí-
mente nada.
midamente al hombre que estaba en el despacho. E s
T u v e que andar á través de las calles, hasta media
verdad que vo no podía literalmente p a g a r mi habitación
noche. P o r fin sentí tal extenuación que no pude dar
ni mi comida, pero esperaba conmover hasta cierto pun- un paso más. E s t a b a fatigado, estaba hambriento, esta-
to al p r o p i e t a r i o ; porque, en aquella estación, el frío b a todo lo que queráis, menos desanimado. E n el mo-
de las montañas de V i r g i n i a era intensísimo y yo que- mento en que tocaba los últimos límites de la f a t i g a fí-
ría proporcionarme un abrigo p a r a l a noche. Sin preo- sica, llegué á un punto de l a calle en que l a acera era
cuparse siquiera de si podía ó no p a g a r l e , el hombre de una elevación considerable. E s p e r é algunos instan-
de el despacho se negó redundamente á tomar en conside- tes para convencerme de que nadie me veía, me acurru-
ración mi demanda. F u é la primera vez que comprendí qué contra el borde de la acera y pasé l a noche en el
lo que significaba para mí el color de m i piel. Sin em- suelo, con mi saco por almohada. D u r a n t e casi to-
bargo, l o g r é reaccionar del frío dando grandes pasos al- da l a noche pude oir el ruido que hacían los transeún-
rededor del hotel y así transcurrió l a noche. Me emba- tes sobre mi cabeza. A l a m a ñ a n a siguiente me encon-
razaba tanto el ansia de l l e g a r á H a m p t o n que ni si- tré más descansado, pero tenía un hambre voraz por-
quiera tuve tiempo de g u a r d a r l e rencor al hostelero. q u e hacía mucho tiempo que m i comida no era suficien-
L o g r é llegar á l a v i l l a de Richmond en l a V i r g i n i a , te. E n cuanto se hizo de día, pude distinguir lo que
á unas ochenta y dos millas de H a m p t o n , parte á pie, me rodeaba y advertí que á poca distancia había un
parte en ferrocarril y en c a r r u a j e . C u a n d o l l e g u é á Rich- barco del que descargaban piezas de fundición. Acer-
mond harapiento, hambriento y sucio, era m u y entrada quéme al sitio aquel y pedí al capitán permiso para
l a noche. Jamás había estado en una población g r a n d e ayudar en l a descarga con objeto de g a n a r m e algo con
y esto aumentaba mi embarazo. N o tenía un céntimo en que comer. E l capitán, un blanco, que parecía tener
buen corazón, me lo concedió. T r a b a j é el tiempo nece-
el bolsillo, no tenía amigos ni conocimientos en la .vi-
sario para g a n a r m e el importe de un almuerzo que me
lla é ignorando las costumbres, no sabía adonde ir. Me
pareció, por el recuerdo que he g u a r d a d o de él, el me-
dirigí á distintas habitaciones pidiendo que me a l o j a r a n ,
jor almuerzo de mi vida.
pero todos los propietarios m e exigían dinero y era pre-
cisamente lo que á mí me faltaba. N o teniendo n a d a Quedó tan contento el capitán de mi trabajo que me
más que hacer comencé á pasearme por las calles. E n ofreció emplearme todos los días por u n a suma mínima.
mi paseo distinguí espléndidos escaparates con pollos Acepté de buena gana. T r a b a j é en el servicio del bar-
asados y fuentes de patatas fritas que se ofrecían á m i co durante algunos días. A u n cuando no gastaba en
vista con insinuaciones completamente sugestivas. Y l a comer más que lo indispensable, restábame escaso aho-
rro con que atender á las necesidades de mi v i a j e á n i n g ú n obstáculo en mis esfuerzos para realizar en el
Hampton. A fin, pues, de economizar todo lo posible y mundo cuanto bien pudiera.
de llegar á Hampton á tiempo, continué acostándome
L l e g u é al recinto de la institución, y me presenté
todas las noches bajo l a misma acera que me había
á l a directora para que me s e ñ a l a r a mi clase. Había
dado hospitalidad el día de mi llegada á Richmond.
pasado tanto tiempo sin probar alimento convenien-
Muchos años después de estos sucesos, los negros de la
te, sin bañarme y sin cambiar de ropa que, natural-
villa de Richmond, galantemente, organizaron una re-
mente, le hice una impresión m u y poco favorable y
cepción en mi honor á l a que acudieron más de dos mil
en seguida comprendí que se p r e g u n t a b a interiormente
personas. Esta recepción tuvo lugar no lejos del sitio
si debía admitirme como alumno. N o podía q u e j a r m e si
en que había pasado m i primera noche y , debo recono-
me tomaba por un v a g a b u n d o . D u r a n t e a l g ú n tiempo
cerlo, mi pensamiento estaba embargado por el recuer-
se calló, sin tomar resolución, y y o v a g a b a en torno de
do de aquella acera que me había proporcionado mi
ella, tratando de hacerle comprender lo mejor que po-
primer abrigo, m á s que por l a recepción que se me
día que, al fin y al cabo, era d i g n o de interés. E n este
brindaba aun siendo cordialísima y amable.
intervalo presencié l a admisión de otros alumnos y esto
C u a n d o pude reunir lo que me parecía u n a cantidad acababa de mortificarme 2 porque y o sentía en mi fuero
suficiente para lograr m i objeto, di g r a c i a s al capitán interno que podría cumplir c o m o l o s demás, con sólo
del barco por su bondad y me puse nuevamente en ca- que me sujetaran á cualquier prueba.
mino.
P a s a r o n algunas horas y l a directora me d i j o : «La
L l e g u é á H a m p t o n , sin nuevos incidentes, con dos clase que está aquí al lado necesita barrerse, tome usted
francos y cincuenta céntimos en el bolsillo para comen- u n a escoba y bárrala.»
zar m i educación. E s t e l a r g o v i a j e había sido fecundo Instantáneamente comprendí que aquella era l a oca-
en acontecimientos para m í ; pero l a sola vista de la sión de dar l a medida de lo que v a l í a . Jamás orden nin-
g r a n escuela, construida de ladrillos y de tres pisos, g u n a ha sido recibida con tan p r o n t a voluntad. Y o sa-
me recompensó con largueza de todo cuanto había su- bía barrer porque la señora R u f f n e r me lo había ense-
frido para llegar hasta ella. Si los que dieron los fon- ñ a d o á conciencia, cuando estuve en su casa.
dos para construir aquella escuela, conocieran bien la B a r r í la clase tres veces, luego tomé un trapo y lim-
impresión que me produjo á mí y que habrá producido á pié el polvo cuatro veces. T o d a s las maderas, cada
millares de negros, tendrían suficientes ánimos para banco, cada mesa y cada p u p i t r e sufrieron también
v o l v e r á comenzar sus munificencias. E r a , para mí, el cuatro veces l a misma operación. A d e m á s cambié de si-
edificio más hermoso y más g r a n d e que había visto nun- tio cada mueble y limpié bien los rincones y los arma-
ca. Me sentía revivir al contemplarlo. Comprendía que rios. T e n í a conciencia de que, mi porvenir dependía de
u n a nueva existencia se me preparaba y que mi vida l a impresión que causara en l a Directora con l a limpie-
iba á adquirir u n a n u e v a significación. H a b í a llegado á z a de aquel cuarto. U n a vez terminado mi trabajo, l a
la tierra prometida y resolví no dejarme detener por avisé. E r a una yankee aseada y lista. Dirigióse á la
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s a l a ; examinó el suelo y los a r m a r i o s ; luego tomó un de l a m a ñ a n a para preparar el f u e g o y repasar mis
pañuelo, lo pasó sobre las m a d e r a s , á lo l a r g o de las lecciones. Durante toda mi permanencia en H a m p t o n y
paredes, por las mesas y los bancos, y, cuando hubo después de mi salida, miss M a r y F . M a c k i e fué una
terminado su inspección sin encontrar la más m í n i m a de mis mejores y más fieles amigas. Sus consejos y sus
partícula de polvo, me d i j o con una c a l m a g r a n d e : exhortaciones me han sostenido siempre, en los momen-
«Creo que podremos aceptar á usted en este estableci- tos más difíciles.
miento.» Acabo de hablaros de l a impresión que me produjo
F u i uno de los seres m á s f e l i c e s de l a tierra. M i exa- el edificio y el aspecto general del instituto de H a m p -
men había consistido en un ejercicio de barrido y ja- ton ; pero nada os he dicho de la impresión más fuerte
más discípulo de H a r v a r d ó de Y a l e ( i ) sufrió examen y más duradera, hecha en mí por un g r a n d e hombre,
de ingreso que le diera una satisfacción más completa el ser más noble y singular que me haya sido dado
que este á mí. H e tenido que s u f r i r después otros mu- encontrar en esta vida. Me refiero al y a difunto general
chos e x á m e n e s ; pero éste fué el m e j o r de todos. Samuel C. Armstrong.
Os he contado las pruebas que tuve que soportar pa- H e tenido la fortuna de conocer personalmente gen-
ra entrar en Hampton. T a l vez h a y pocos que hayan po- tes de gran carácter en E u r o p a y en A m é r i c a , pero 110
dido hacer experiencias tan d u r a s como y o ; sin embar- vacilo en afirmar que no he encontrado nunca un hom-
g o , en aquellos tiempos había centenares de jóvenes bre que, en mi opinión, i g u a l a r a al general Samuel C.
que no ingresaban en H a m p t o n ó en otros estableci- Armstrong. A p e n a s salido de la esclavitud y de las mi-
mientos análogos sin antes soportar pruebas parecidas nas de carbón cuya influencia degradante sufría toda-
á las mías. Muchachos y m u c h a c h a s estaban decididos vía, era un privilegio raro para mí aquel trato directo
á instruirse, á cualquier precio. con un carácter como el del general. Desde l a primera
Mi prueba de barrido en l a s a l a de clase me allanó vez que le vi me causó la impresión de un hombre per-
el camino, para que pudiera acabar mis estudios en fecto. A su lado experimentaba l a sensación de algo so-
Hampton. Miss Mary F . M a c k i e , l a directora general brehumano. T u v e la dicha de conocerle personalmente
me ofreció una plaza de f á m u l o . Acepté de buena ga- desde el día de m i llegada á Hampton hasta su muerte,
na, porque de este modo p o d r í a t r a b a j a r y p a g a r mi y cuanto más le trataba más se agrandaba á mis ojos.
pensión con mi jornal. E l trabajo era penoso y constan- Habrían podido suprimir de Hampton las construc-
te, pero y o perseveré con buena voluntad. T e n í a que ciones, las clases, los profesores y l a enseñanza, dejan-
cuidarme de un gran número de cuartos y me era pre- do á los discípulos el derecho de mantener relaciones
ciso trabajar de noche, aún l e v a n t á n d o m e á las cuatro con el general A r m s t r o n g ; esto sólo hubiera constituido
para ellos una educación liberal. Y á medida que enve-
jezco veo, con más claridad, que ninguna educación
(1) L a s Universidades de Harvard y Y a l e figuran entre las m á s f a -
mosas de las Universidades a m e r i c a n a s . L a p r i m e r a está en C a m b r i d g e ; derivada de los libros ó de los mejores laboratorios,
la s e g u n d a en N e w h a v e n . — ( N . del T . ) . i g u a l a á la que nace del contacto con los grandes ca-
84 SALIENDO DE LA ESCLAVITUD.
E n todas mis dificultades p a r a formar l a escuela y E l día de la apertura de la escuela se hicieron ins-
durante los diez y n u e v e años subsiguientes, encontré apo- cribir unos treinta alumnos. L o s dos sexos estaban re-
y o constante y recto consejo e n dos hombres, que son presentados por i g u a l . L a mayor parte procedían del
mis mejores amigos en T u s k e g e e . A estos dos hombres, distrito de Macón del que era cabeza T u s k e g e e . Se ha-
bían presentado muchos más alumnos, pero el acuerdo
cuyo concurso n u n c a h e solicitado en balde, cábeles la
era no admitir sino á los que pasaban de quince años y
mayor parte del éxito que h e m o s logrado. Uno, el se-
habían hecho de antemano a l g ú n estudio. Entre los
ñor Jorge W . C a m p b e l l , es b l a n c o y en los tiempos de
que admitimos los había, por consiguiente, que y a ha-
l a esclavitud f u é propietario de negros. Otro, el señor
bían estudiado en las escuelas municipales y contaban
L e w i s A d a m s es n e g r o y ha s i d o esclavo. Ellos fueron
cerca de cuarenta años.
los que escribieron al g e n e r a l A r m s t r o n g pidiéndole un
director para su escuela. A l g u n o s maestros se inscribieron en l a escuela al
E l señor C a m p b e l l , n e g o c i a n t e y banquero, había mismo tiempo que algunos de sus discípulos y , cosa cho-
permanecido hasta entonces, a j e n o á las cuestiones de cante, después de sufrir el examen de ingreso, hubo
enseñanza. E l señor A d a m s , es obrero y había sido su- discípulos que pasaron á una clase superior á l a de sus
cesivamente, en los t i e m p o s de l a esclavitud, zapatero, maestros. Muchos de ellos se vanagloriaban de haber
guarnicionero y h o j a l a t e r o . N o había asistido á la es- estudiado enormes libros de títulos rimbombantes; cuan-
cuela en toda su v i d a , pero h a b í a logrado aprender á to más voluminoso era el libro y más l a r g o el título,
más orgullosos parecían de su ciencia. U n o s habían es-
decían haber estudiado. Igualmente observé que las mu-
tudiado el latín, dos ó tres el griego y creían que este
chachas que no vacilaban para señalar en l a esfera la
estudio los realzaba singularmente á nuestros ojos. situación g e o g r á f i c a del Sahara ó de la c a p i t a l de l a
L a verdad es que, durante el v i a j e de que antes os China, no tenían ni la idea más remota del sitio que
he hablado, uno de los m á s desdichados espectáculos debían ocupar en una mesa los cuchillos, los tenedores,
que se ofreció á mi vista, f u é el de un joven que es- el pan ó la carne.
taba sentado en el único cuarto de u n a cabaña de m a -
N o era cosa fácil hacer comprender á un alumno
dera, muy ocupado en estudiar u n a g r a m á t i c a f r a n - que sabía extraer la raíz cúbica y que conocía l a conta-
cesa, mientras que sus vestidos olían á g r a s a , todo bilidad, que debía haber empezado por estudiar la ta-
cuanto le rodeaba se caía de suciedad y su huerto esta- bla de multiplicar.
ba lleno de m a l a hierba.
E l número de los alumnos aumentó cada semana de
Nuestros primeros alumnos gustaban de aprender-
tal modo, que al terminarse el primer mes, éramos
se de memoria reglas muy complicadas de g r a m á t i c a y cincuenta. Casi todos llegaban con la pretensión de no
de m a t e m á t i c a s ; pero ignoraban totalmente el arte de consagrar más que dos ó tres meses á sus estudios;
aplicar las nociones adquiridas á las necesidades d e l a querían ingresar en u n a de las clases superiores, con
vida real. Ponían gusto en convencerme de que eran objeto de haberlos acabado al terminarse el curso.
muy fuertes en aritmética y en contabilidad c o m e r c i a l ;
Y a habían transcurrido las seis p r i m e r a s semanas,
pero muy pronto pude advertir que ni ellos ni sus veci-
desde la apertura, cuando me llegó una n u e v a colega,'
nos, habían tenido n u n c a cuentas con banco a l g u n o . A l mujer de rara inteligencia, miss O l i v i a A . Davidson^
inscribir los nombres de los estudiantes, v i que todos, que más tarde debía ser mi esposa. Miss D a v i d s o n ha-
sin excepción, intercalaban u n a inicial entre su nombre bía nacido en Ohío y había hecho sus estudios en una
y el nombre f a m i l i a r . P r e g u n t é l a significación de esta escuela municipal de aquel Estado. M u y j o v e n toda-
inicial, por e j e m p l o J. en el nombre Jhon J. Johns, vía, oyó decir que faltaban maestras en el Sud. Diri-
y me respondieron que f o r m a b a parte del título de l a gióse, pues, al E s t a d o del Missisipí, para comenzar allí
persona. su enseñanza. M á s tarde, ejerció su profesión en Mem-
L a mayoría de estos estudiantes deseaba adquirir phis. E n el Missisipí, una de sus discípulas enfermó de
conocimientos á fin de mejorar pronto de posición, viruelas. E l pánico f u é tal que en el l u g a r nadie quiso
dedicándose á l a enseñanza. Pero, aparte de estos deta- encargarse de la enfermita. Miss Davidson cerró en-
lles, puedo afirmar que no he conocido alumnos ni tonces su escuela y se instaló á la cabecera de su ais-
alumnas tan llenos de buena voluntad. S i e m p r e esta- cípula, noche y día, hasta su completa curación. Poco
ban dispuestos á hacer lo que se les aconsejara como tiempo después, recien instalada en su casa, para pasar
bueno. Y o deseaba darles, ante todo, una instrucción las vacaciones, asoló á Memphis l a fiebre a m a r i l l a ; fué
sólida, pero sencilla. B i e n pronto pude comprobar que la epidemia más terrible de que se g u a r d a memoria en
desconocían en absoluto las ciencias e l e v a d a s que me el Sud. E n cuanto ella lo supo, telegrafió al alcalde de
Memphis para ofrecerle sus servicios como enfermera, v e n í a n aquellos alumnos no eran á propósito para que
aunque nunca había tenido aquella enfermedad y se les iniciáramos en los cuidados que debían dar á su
exponía al contagio. cuerpo. C o n escasas excepciones, las casas donde vivían
Opinaba, como yo, que una educación puramente a l o j a d o s , no eran mucho más confortables que las que
d e j a b a n en sus distritos. Nuestro deseo habría sido en-
libresca no era suficiente p a r a u n a escuela de negros.
señarles á bañarse, á cuidar sus dientes y sus vestidos,
Había oído hablar del sistema de educación de Hamp-
á tener y mantener limpios sus cuartos. Queríamos que
ton, y , fué á prepararse para ponerse en condiciones
supiesen comer y lo que debían comer. I g u a l m e n t e que
de hacer obra verdaderamente útil en el Sud. Su clara
riamos que aprendieran un oficio y que, con su traba-
inteligencia le v a l i ó l a protección de l a señora doña
jo, su habilidad y su espíritu de economía, pudieran
María H e m e n w a y , de Boston, á cuya generosa amabi-
bastarse á sí mismos, cuando salieran de nuestra escue-
lidad debió el completar sus estudios durante dos años, la. Deseábamos que su atención se fijara en las cosas
en la escuela normal de F r a m i n g h a m (Massachusetts), de l a vida práctica y no únicamente en los libros.
después de haber recibido sus diplomas en Hampton.
E n el momento de salir para F r a m i n g h a m , alguien in- Nuestros discípulos procedían, en su mayor parte,
siiyió á miss D a v i d s o n que, teniendo l a piel tan blanca, de sitios donde la a g r i c u l t u r a era el principal recurso
podría hacerse pasar por b l a n c a en l a nueva escuela, de los habitantes. E n los E s t a d o s del g o l f o de Méjico
lo que sería para ella una v e n t a j a enorme. Sin vacilar se ha podido observar que un ochenta y cinco por cien-
respondió que, b a j o ningún pretexto, quería engañar á to de negros v i v í a n del c u l t i v o de l a tierra. Siendo
así las cosas, nosotros no queríamos que en nuestros
nadie sobre su identidad.
discípulos se atenuara el gusto por los trabajos de los
P o c o después de su permanencia en F r a m i n g h a m ,
campos y que sus deseos les llevasan á la ciudad para
miss D a v i d s o n llegó á T u s k e g e e , adonde trajo nuevas
v i v i r en ella de su cerebro. C l a r o que nuestra voluntad
ideas sobre los métodos de enseñanza que unidas á su
era darles una instrucción que los preparara, en su ma-
naturaleza escogida y á su desinterés sin i g u a l , nos
yor parte, p a r a l a e n s e ñ a n z a ; pero, al mismo tiempo,
prestaron grandes servicios.
deseábamos volverles á e n v i a r á las plantaciones, para
N a d i e ha contribuido m á s que O l i v i a A. Davidson á inculcar á los negros una n u e v a energía y nuevas ideas
echar los cimientos del instituto de T u s k e g e e y á pre- sobre el cultivo de los campos, así como las nociones
parar su éxito. morales, religiosas é intelectuales que desconocían.
Desde los comienzos, nos pusimos de acuerdo sobre
los métodos que debíamos adoptar para l a escuela. Los T o d a s estas cosas y todas estas necesidades, nos
alumnos hacían grandes progresos en el estudio de los preocuparon hasta el punto de obligarnos á tomar nue-
libros y en su desenvolvimiento i n t e l e c t u a l ; pero á nos- os acuerdos ¿ qué hacer ? N o teníamos más sitio que l a
otros nos parecía evidente que, para dejar en ellos una v i e j a cabaña y l a iglesia abandonada, que los negros de
l a ciudad nos habían cedido generosamente. E l núme-
impresión d u r a d e r a , debíamos darles a l g o más que sim-
ro d e alumnos crecía á diario y , cuanto más les veíamos
ples conocimientos ciéntíficos. L o s medios de que pro-
y cuanto más recorríamos los campos, más nos conven- E n mi perplejidad, me armé de todo m i v a l o r y es-
cíamos de que nuestros esfuerzos eran todavía insuficien- cribí á m i amigo el general J. F . B. M a r s h a l l , tesorero
tes para poner remedio á las verdaderas necesidades del del instituto de H a m p t o n ; en mi carta, le e x p o n í a l a
pueblo cuya regeneración esperábamos de nuestros dis- situación y le suplicaba que me prestara doscientos do-
cípulos, preparándoles á ser sus jefes. H a b l a n d o con llars á expensa y riesgo míos. A l g u n o s días después, re-
los a l u m n o s que nos llegaban de diferentes puntos del cibí respuesta suya, manifestándome que no tenía atri-
Estado, nos convencíamos de que l a m a y o r í a , no tenía buciones para hacer préstamos con el dinero pertene-
otra ambición que instruirse p a r a poder prescindir del ciente á l a c a j a del instituto de H a m p t o n ; pero que,
trabajo de sus manos. gustosamente, me adelantaría, de su bolsillo p a r t i c u l a r ,
Pensaban en esto como cierto n e g r o de l a Alaba- la cantidad pedida.
m a que, en un caluroso mediodía del mes de junio, Confieso que no esperaba procurarme el dinero de
cuando trabajaba en su campo de algodoneros, detúvo- este modo y que, á la vez, me sentí lleno de sorpresa y
se bruscamente y levantó los brazos al cielo, d i c i e n d o : de alegría. Hasta entonces no había poseído m á s de
«¡ Señor D i o s ! mi campo está lleno de hierbas, el traba- cien dollars á l a vez, de modo que l a s u m a pedida al
jo es penoso y el sol quema tanto que creo que este general Marshall me parecía u n a cantidad inmensa y
pobre negro está llamado á predicar el E v a n g e l i o . » l a responsabilidad de tener que devolver tanto dinero,
U n o s tres meses después de l a apertura de l a escue- pesaba sobre mí como una c a r g a enorme.
l a y cuando nuestra obra empezaba á llenarnos de in- Me apresuré á hacer el traslado de l a escuela á
quietud, se puso en venta u n a v i e j a hacienda abandona- nuestra nueva propiedad.
da, á un kilómetro de l a ciudad. L a c a s a — ó la «Casa E n el momento en que tomamos posesión de ella,
grande,» como debieron l l a m a r l a — q u e ocupaban los pro- comprendía, como únicos edificios, u n a c a b a ñ a que había
pietarios en tiempos de l a esclavitud, había sido des- servido de comedor, una cocina, una c u a d r a y un viejo
truida por un incendio. Después de examinar el terre- gallinero. Pocas semanas nos bastaron p a r a hacer ha-
no, comprendí que su emplazamiento convendría per- bitables estas construcciones. L a cuadra f u é restaurada
fectamente á nuestra empresa y garantizaría su efica- y utilizada como salón de c l a s e s ; al cabo de a l g ú n
cia y su permanencia. P e r o ¿ c ó m o adquirirlo? E l pre- tiempo tuvimos que pensar también en l a restauración
cio de quinientos dollars, no era ciertamente muy subi- del gallinero.
do ; pero nosotros no teníamos dinero y además, como
extranjeros, carecíamos de crédito en l a ciudad. E l pro- E r a vecino nuestro un negro anciano, al que algu-
pietario consentía en cedernos el terreno á razón de dos nas veces llamaba para pedirle ayuda en mis trabajas.
cientos cincuenta dollars pagaderos al contado y el res- Recuerdo que el día en que le dije que l a escuela crecía
to en el plazo de un año. N o era mucho por l a adquisi- en extensión, que íbamos á necesitar del gallinero y
ción de un t e r r e n o ; pero era demasiado p a r a los que que le agradecería que, al día siguiente me ayudara á
no tenían absolutamente nada. limpiarlo, me preguntó, en un tono lleno de cómica gra-
v e d a d : «i Cómo, maestro? ¿ v a usted á limpiar el gallL
ñero en -pleno día?» A s í dimos muchas v e l a d a s que produjeron una fuer-
Casi todo el acondicionamiento de los nuevos locales te suma. Igualmente abrimos una suscripción en dinero,
fué ejecutado por los a l u m n o s , terminadas las clases de á l a que contribuyeron blancos y negros. E r a conmove-
l a tarde. E n cuanto nuestros edificios parecieron habi- dor considerar los donativos de los negros ancianos que
habían pasado su vida en la esclavitud. U n o s daban
tables, resolví preparar cierto terreno para hacer de él
cinco céntimos y otros veinticinco. Con frecuencia la dá-
campos de trigo. N o t é q u e m i proyecto no era grato á
diva consistía en una manta, ó en cierta cantidad de
los alumnos. N o acertaban á comprender l a relación que
caña de azúcar. A este propósito, me acuerdo especial-
podía existir entre el c u l t i v o d e l trigo y los estudios.
mente de una n e g r a anciana que vino á verme. E n t r ó
Muchos de ellos habían sido m a e s t r o s y se preguntaban
en mi cuarto, andando trabajosamente y apoyándose en
si el trabajo de l a tierra e r a c o m p a t i b l e con su dignidad
un bastón; iba vestida de harapos, pero sus harapos es-
de pedagogos. P a r a d e s v a n e c e r sus dudas cada día, des
taban limpios: «Señor W a s h i n g t o n — me dijo — Dios
pues de l a clase, tomaba y o mi a z a d a y rompía la mar- sabe que he pasado los mejores días de mi vida en l a
cha hacia el bosque. V i e n d o que y o no tenía miedo ni esclavitud. Dios lo sabe que soy tan ignorante como po-
vergüenza de trabajar, ellos se pusieron á l a faena con bre; pero, añadió, no dejo de comprender lo que usted
más entusiasmo. Y todos c o n t i n u a m o s nuestro trabajo y miss Davidson quieren hacer. Comprendo que quie-
hasta que hubimos roturado u n a veintena de mojadas y ren hacer, para la raza n e g r a , hombres mejores y mu-
sembrado un campo de t r i g o . jeres más perfectas. Y o no tengo d i n e r o ; pero aquí le
Mientras tanto miss D a v i d s o n hacía toda suerte de traigo seis huevos que he separado para usted y que
combinaciones para que p u d i é r a m o s pagar nuestro prés- desearía consagrase á la educación de estos jóvenes y
tamo. Ante todo se propuso i n a u g u r a r grandes fiestas de estas muchachas.»
ó «cenas de pago» ( i ) . F u é , en persona, á llamar á
Desde l a fundación de la escuela de T u s k e g e e , he
la puerta de los blancos y de l o s negros de l a ciudad tenido la fortuna de recibir muchos donativos; ninguno
de T u s k e g e e y se hizo d a r por l o s unos una tortada, me ha conmovido tanto como este.
por los otros un pollo, por éste p a n y por aquél tarti
ñas, todo destinado á v e n d e r s e e n l a velada. E r a una
satisfacción p a r a los n e g r o s d a r cuanto tenían; pero
me apresuro á hacer constar que miss Davidson no se
dirigió á una sola f a m i l i a de b l a n c o s sin recibir una
dádiva para l a fiesta, aparte de o t r a s muchas muestras
de interés que prodigaron á l a escuela en diferentes
ocasiones.
Debo hacer constar, que e n medio de mis angustias M i esposa formaba un solo ser conmigo para todo
y de mis mayores d i f i c u l t a d e s , jamás me dirigí á un cuanto concernía á l a e s c u e l a ; se había consagrado á
blanco ó á un n e g r o de T u s k e g e e sin que al punto nuestra obra en cuerpo y a l m a , pero murió sin sos-
hiciera por mí todo cuanto estaba en su mano. ¡Cuán- pechar toda la importancia que, en lo futuro, había de
tas veces, cuando me l l e g a b a n letras de un centenar de adquirir nuestra naciente institución.
dollars, tuve que d i r i g i r m e á seis personas para que
entre todas, hicieran honor á nuestra firma! Mi prin-
cipal preocupación e r a poner á salvo el crédito de la
Y o alegaba, además, que la mayor parte de nuestros
discípulos que venían de la región de las plantaciones
de algodón, de azúcar ó de arroz, eran pobres, muy po-
bres y no estaban acostumbrados á habitar más que ca-
banas miserables. Claro que habrían preferido insta-
S ¡ C A P Í T U L O X . — U N A TAREA larse desde luego en cómodos edificios; pero me pare-
M Á S DIFÍCIL QUE HACES LA- cía un método preferible hacerles seguir una profesión
D R I L L O S SIN FUEGO, M H. normal y enseñarles, desde luego, á construir sus pro-
pias habitaciones. De antemano podía asegurarse que
íbamos á cometer errores; pero también estos errores
nos serían útiles en lo porvenir. Hace diez y nueve años
Siempre deseé que n o sólo el cultivo de los campos que la escuela normal de Tuskegee existe y este prin-
y los trabajos domésticos, sino también las construccio- cipio mío de hacer construir los edificios por los alum-
nes, fueran en T u s k e g e e , obra de los alumnos. Mi de- nos, ha sido constantemente puesto en práctica. Duran-
seo era hacerles aprender los métodos de trabajo más te este lapso de tiempo se han levantado cuarenta pabe-
perfeccionados, primero, en interés de la escuela y, ade- llones y , exceptuando cuatro, son todos obra de ellos.
más, para despertar en ellos el sentimiento de la utili- Uno de los resultados es que, actualmente, centenares
dad del trabajo y h a c e r l e s comprender su dignidad y su de individuos, esparcidos por el Sud, se han visto en la
belleza. Quería y o que se acostumbraran á no mirar e! necesidad de utilizar las lecciones prácticas que recibie-
trabajo como u n a c a r g a , y que sintieran el amor de! ron á nuestro lado. Tenemos el cuidado de instruirles
trabajo por el trabajo. E n la construcción se utilizabas en todos los grados de este conocimiento, de tal modo,
los procedimientos modernos y aprovechando las fuer- que nuestros discípulos y nuestros maestros son capaces
zas de la naturaleza, c o m o el agua, el vapor y la elec- de construir un edificio en todas las dimensiones; no
tricidad. solamente saben trazar todos sus planos, sino también
Muchas personas combatieron mi idea, sobre todo en ejecutar todos los trabajos é instalar en él todos los
lo que concernía á h a c e r ejecutar los trabajos por los aparatos eléctricos, sin que sea necesario llamar en su
alumnos; pero y o la m a n t u v e tenazmente. Estaba de ayuda á un solo obrero extraño.
acuerdo con l o s que d u d a b a n del éxito de la empresa, De este modo lográbamos también que los discípulos
en que las p r i m e r a s construcciones tal vez no serían tan tuvieran por los edificios, cuidados especialísimos. Más
perfectas como l a s que hubieran ejecutado obreros prác- de una vez he oído á uno de los antiguos decirle á otro
ticos; pero ¿ n o c o m p e n s a b a suficientemente la falta de nuevo que pretendía hacer un desperfecto en el muro ó
comodidad ó de belleza el sentimiento de haber contri- con el lápiz ó con el cortaplumas: «No la maltrates; es
buido á dar á aquellos j ó v e n e s un medio con que bastar- nuestra casa, yo he ayudado á construirla.»
se á sí mismos ? Lo que fué para mí más penoso, en los comienzos.
fué l a fabricación de ladrillos. T u v i m o s que pensar en posesión de algunos millares de ladrillos, se hundió
ello, después de haber organizado el trabajo de l a ha- nuestro horno durante l a noche. E r a el tercer fracaso.
cienda ; teníamos necesidad de ellos para construir y N o tenía ni un dollar, después de aquella tentativa,
no existía fábrica de ladrillos en T u s k e g e e . Y no sola- p a r a renovar los e n s a y o s ; casi todos los maestros opi-
mente los necesitábamos, sino que había demanda ge- naban que debía abandonarse l a fabricación de ladri-
llos. Recordé yo entonces que tenía un r e l o j ; lo tomé
neral de ellos en el mercado.
y me fui á llevarlo á la ciudad de Montgomery, que es-
Y o había compadecido á los hijos de Israel, obliga-
taba cerca, y donde encontré un Montepío. Me entre-
dos á hacer ladrillos, sin f u e g o ; pero á nosotros nos in-
g a r o n , á cambio del r e l o j , quince dolíais que me bas-
cumbía u n a tarea mucho más d i f í c i l ; l a de hacer ladri-
taron p a r a renovar la experiencia. V o l v í á T u s k e g e e y
llos sin dinero y sin experiencia.
con mis quince dollars l e v a n t é los ánimos de mis auxi-
E s t e trabajo era penoso y sucio; por eso me costó liares y volvimos á empezar el cuarto ensayo. E s t a vez
al principio, u n a b r e g a inaudita imponerlo á mis dis- f u i m o s m á s afortunados. C u a n d o expiró el plazo para
cípulos. Aprovecharon principalmente esta ocasión para desempeñar m i reloj, no tenía dinero d i s p o n i b l e ; así es
manifestar el disgusto que les causaba ejecutar á l a vez, que no he vuelto á v e r l o más. Puedo afirmar que no he
el trabajo manual y los estudios. R e a l m e n t e no era muy sentido l a pérdida.
agradable permanecer durante l a r g a s horas en una
balsa con f a n g o hasta l a rodilla y hubo algunos, que, L a fabricación de ladrillos ha llegado á ser una in-
dustria de tal importancia en T u s k e g e e que, el año pa-
disgustados de semejante trabajo, abandonaron la es-
sado, nuestros alumnos fabricaron 1.200.000 ladrillos de
cuela.
p r i m e r a calidad que encuentran compradores en cual-
F u é necesario hacer ensayos en varios terrenos has-
quier mercado. Además, esta industria, ha permitido á
ta encontrar la arcilla necesaria para l a fabricación de
u n a infinidad de jóvenes crearse una profesión que,
los ladrillos. H a s t a entonces yo había considerado esta ahora, ejercen provechosamente en muchas ciudades del
fabricación como u n a cosa f á c i l ; pero pude aprender, Sud.
á costa mía, cuánta habilidad y experiencia se necesita,
L a fabricación de ladrillos me proporcionó ocasión
sobre todo en lo relativo á l a cocción. Después de mu-
de hacer agradables experiencias en mis relaciones con
chos esfuerzos, logramos moldear unos veinticinco mil
las dos razas del Sud. G r a n número de blancos que no
ladrillos: no nos f a l t a b a más que cocerlos, pero l a coc-
sentían por nosotros n i n g u n a simpatía y que no tenían
ción falló, por f a l t a de un horno á propósito. E n seguida
n i n g u n a relación con la escuela, venían á comprar
comenzamos u n a s e g u n d a hornada, que falló también. nuestros ladrillos, porque se habían dado cuenta de que
Los estudiantes se iban desanimando. P e r o muchos maes- eran buenos. Habíamos logrado llenar un verdadero v a -
tros de escuela, que se habían educado en Hampton nos cío en las necesidades del municipio aquel. T o d o s los
ofrecieron sus servicios y g r a c i a s á ellos, pudimos pre- blancos que, hasta entonces, no habían querido creer
parar u n a tercera hornada. L a cocción e x i g í a una se- en la perfectibilidad de l a raza negra, comenzaban á
mana. A fines de l a semana, cuando nos creíamos en
T 53
cambiar de opinión, viendo que, por medio de su traba- al fabricar ladrillos, servicios positivos al municipio. Y
jo, nuestros alumnos contribuían al bienestar y á l a la verdad es que suele andarse con tiento antes de reñir
riqueza general. Nuestro comercio de l a d r i l l o s nos po- con un hombre del que se puede tener necesidad.
nía en relaciones con m u c h a s personas con las cuales A q u e l que, de cualquier modo que sea, l o g r a hacerse
entablamos, á continuación, m á s sólido c o n o c i m i e n t o ; indispensable, acabará por hacer c a r r e r a , tenga como
teníamos intereses c o m u n e s ; nosotros les procurábamos tenga el color de l a piel. S i l l e g a u n hombre á un
lo que ellos necesitaban y por su parte, ellos nos daban municipio bien preparado para d a r lecciones de grie-
lo que á nosotros nos hacía f a l t a . D e este m o d o esta- go, tal vez no encuentre gentes dispuestas á aprender
blecimos relaciones de amistad con los b l a n c o s de l a re- el griego y tal vez nadie comprenda l a utilidad de se-
gión que, bien pronto, se hicieron extensivas á todos los mejante enseñanza; pero seguramente q u e todas las gen-
blancos del Sud. tes, en aquel municipio, tendrán necesidad de ladrillos,
G r a c i a s á su oficio, cada v e z que uno de nuestros de casas y de coches. P o r consiguiente, si el que quería
alumnos ha ido al Sud, ha encontrado el m o d o de ha- iniciarles en el estudio del g r i e g o , p u e d e ante todo sa-
cerse útil al municipio en que v i v í a y el municipio se tisfacer sus necesidades materiales, tal vez las llevará
le ha sentido obligado y en cierto modo, tributario. Así por este camino á pedirle lecciones de g r i e g o , á apre-
han nacido y se han desarrollado relaciones de armo- ciarlas y á aprovecharlas finalmente.
n í a entre ambas razas. E n l a época en que comenzamos á fabricar nuestros
H e observado que hay algo en l a n a t u r a l e z a h u m a n a primeros ladrillos, nos f u é necesario responder categó-
que nos fuerza á reconocer y á recompensar el mérito, ricamente á las enérgicas observaciones de nuestros
cualquiera que sea el color de l a piel b a j o l a cual se es- alumnos que se negaban á ejecutar aquel trabajo ma-
conda. nual que pretendíamos imponerles. C o r r i ó por el Esta-
P e r o el mérito que se demuestra de u n a m a n e r a vi- do, l a voz de que los que quisieran h a c e r sus estudios
sible y concreta, es el que tiene l a virtud m á s poderosa en T u s k e g e e se verían obligados, f u e r a cual fuera su
para disipar, en el acto, los p r e j u i c i o s ; y l a vista de fortuna á aprender un oficio. N o s l l e g a r o n cartas nu-
una casa confortable, construida por un n e g r o , conven- merosas de los padres protestando de q u e se impusiera
cerá más pronto de las capacidades del negro, que una á sus hijos l a obligación de trabajar con sus manos du-
l a r g a discusión encaminada á demostrar que podría ó rante su permanencia en el colegio. Otros venían á pro-
debería construirla. E s t e mismo principio nos ha lleva- testar personalmente y l a mayor parte de los nuevos
do á emprender l a fabricación de coches, carros y ber- discípulos nos traían una carta en l a que sus padres
linas. Actualmente poseemos docenas de v e h í c u l o s y nos manifestaban el deseo de que los d e d i c á r a m o s exclusi-
vamente á estudios intelectuales. C u a n t o s más libros,
servimos de ellos para las necesidades de l a escuela y
cuanto más grandes eran y m á s l a r g o s sus títulos, más
de l a g r a n j a . Son obra de nuestros discípulos y los he-
contentos parecían los padres y los alumnos.
mos fabricado también p a r a l a venta. A l construir nues-
tros coches y al repararlos, prestábamos también, como Estas protestas me inquietaron p o c o ; pero no perdí
ocasión de v i a j a r por todos los rincones del E s t a d o para v e l a suerte de encontrar al hombre más cabal que
hablar al pueblo y para tratar de convencer á los pa- me haya sido dado encontrar en m i vida, el reverendo
dres, de l a necesidad de l a enseñanza profesional. Adoc- Roberto C. B e d f o r d , ' u n blanco de W i s c o n s i n , que por
trinaba, también, de esta necesidad á mis discípulos y á aquel entonces era pastor en u n a pequeña iglesia de
despecho de l a impopularidad del trabajo manual, la M o n t g o m e r y (Alabama.) Hasta entonces no había oído
escuela crecía de tal modo, que á fines del segundo año, hablar de él, ni él, por su parte, me conocía. Aceptó
teníamos cerca de ciento cincuenta alumnos originarios gustosamente el venir á T u s k e g e e p a r a celebrar allí el
del E s t a d o de A l a b a m a y de otros estados vecinos. servicio de acción de gracias. L o s negros no habían
E n 1882, d u r a n t e el verano, miss D a v i d s o n y yo nos asistido nunca á un servicio de este género y lo si-
dirigimos al N o r t e , á fin de reunir los fondos necesarios guieron con especialísimo interés. L a vista del nuevo
para l a terminación del nuevo local. P o r el camino, me pabellón hacía este día memorable para todos.
detuve en N e w - Y o r k , con objeto de pedirle á un perso- E l reverendo Robert C. B e d f o r d entró inmediata-
n a j e influyente de la obra de las misiones, con quien mente á f o r m a r parte de nuestro consejo de administra-
había trabado amistad algunos años antes, una carta ción y durante diez y ocho años, nos ha prestado en ca-
de recomendación. N o solamente m e negó toda reco- l i d a d de miembro de él, importantísimos servicios. Des-
mendación, sino que me aconsejó vivamente que me de el primer momento hizo suyos los intereses y el ho-
v o l v i e r a á casa porque estaba seguro de que fracasa- nor de l a e s c u e l a ; nunca es más f e l i z que cuando puede
rían todas mis tentativas para encontrar dinero y de prestar á nuestra obra a l g ú n servicio, por pequeño que
que apenas si recogería lo necesario para p a g a r m e los sea. E n toda cosa hace abnegación de sí mismo y se
gastos de v i a j e . L e di las g r a c i a s por sus consejos y e n c a r g a de aquello que rechazarían los demás. D e cuan-
continué mi camino. tos hombres he tratado, es el que m á s parece acercarse
D e t ú v e m e primeramente en Northampton (Massa- al espíritu de Cristo.
chussets), donde pasé medio día buscando u n a familia A l g o m á s tarde, hicimos una excelente adquisición,
de negros que quisiera alojarme, convencido como es- en l a persona de un joven, recién salido de Hampton,
taba de que los hoteles me cerrarían sus puertas. Cuan- sin cuyo concurso la escuela no h a b r í a sido lo que es ac-
do me enteré de que no me costaría trabajo ninguno tualmente. Me refiero al señor W a r r e n D o g a n que, des-
hacerme recibir en u n hotel, tuve u n a verdadera sor- de hace diez y siete años es tesorero del instituto y me
presa. reemplaza cada vez que tengo que ausentarme. H a dado
F u i m o s lo bastante afortunados p a r a reunir una can- siempre pruebas de un olvido c o m p l e t o de sí mismo y
tidad suficiente y el «Día de la acción de gracias» del de un tacto exquisito para los negocios, acrecentado de
mismo año, y a pudimos celebrar nuestro primer servi- un juicio tan seguro que l a escuela no se ha resentido
cio religioso en l a capilla del «Porter Hall» aunque el n u n c a de mis ausencias, por mucho que éstas se hayan
edificio no estaba terminado. prolongado. E n todas las dificultades financieras su pa-
ciencia y su fé en el éxito final, son su salvaguardia.
Buscando un predicador para aquel día de fiesta, tu-
A ú n no estaba terminado nuestro primer edificio, absoluto de toda noción respecto al orden con que de-
bían servirlas y de aquí nacían para nosotros constan-
cuando y a pensábamos habitarlo p a r a instalar en él los
tes preocupaciones. N a d a estaba á p u n t o : reinaba un
pensionistas. Pero no p u d i m o s realizar nuestro deseo
desorden absoluto y durante las dos primeras semanas,
hasta mediados del segundo año escolar.
no pasaba comida sin algún incidente desagradable.
N o s llegaban los a l u m n o s de tan lejos y en tal núme-
U n a s veces la carne estaba cruda y otras, abrasada.
ro, que comprendimos c l a r a m e n t e l a inutilidad de nues-
Cuando no habían olvidado l a sal en el pan, olvidaban
tros esfuerzos, hasta que l o g r á r a m o s influir eficazmente el preparar el té. U n a m a ñ a n a , estaba y o en l a puer-
en l a v i d a individual de c a d a uno. ta del refectorio, desde donde podía oir las quejas de
F u e r a de los alumnos y de sus buenos deseos, no los alumnos, aquel día más v i v a s que nunca porque
teníamos n i n g u n a base con q u é abrir un internado. No todo el almuerzo resultó malo. Recuerdo que una de
habíamos pensado en i n s t a l a r u n a cocina, ni un come- las muchachas se marchó de l a mesa para dirigirse al
dor. F o r t u n a que, c a v a n d o l a tierra, podríamos insta- pozo y consolarse, con el agua, del almuerzo que no
lar. en subsuelo, dos piezas q u e sirvieran para el caso. había podido probar. A l llegar al pozo, encontró l a
U n a vez más recurrí á l a b u e n a voluntad de mis dis- cuerda rota y tuvo que prescindir también del agua. N o
cípulos para que llevaran á cabo aquel trabajo de re- sabiendo que y o pudiera oiría, marchóse, diciendo con
moción de tierra. A l cabo d e a l g u n a s semanas teníamos desaliento: « ¡ N i a g u a hay en esta escuela!» N i n g u n a
l o q u e deseábamos; dos l o c a l e s primitivos, pobres y ver- queja me ha conmovido tanto como esta.
daderamente poco c o n f o r t a b l e s á l a vista. E l que hoy
A l g ú n tiempo después de esto, M. B e d f o r d , uno de
los viera creería con d i f i c u l t a d que hicieron entonces
nuestros administradores y un amigo devoto de la ins-
las veces de comedor.
titución, de quien he hablado ya, vino á hacernos una
P e r o no todo se r e d u c í a á poseer una cocina; eran visita. E l cuarto que ocupaba estaba situado encima del
necesarios utensilios y d i n e r o con que comprarlos. Poco comedor y un día le despertó bruscamente u n a v i v a
me importaban las deudas ; teníamos la seguridad de discusión entre dos alumnos que se disputaban una taza
que gozábamos d© crédito p a r a adquirir todo lo necesa- de café. U n o de ellos demostró que durante tres días
rio. Confieso que, por a q u e l entonces, más bien me consecutivos no había podido tomar café y se llevó la
avergonzaba la confianza q u e todos tenían en mí, cuan- victoria.
do y o l a tenía tan escasa. N o era m u y hacedera la coci- A fuerza de perseverancia y de paciencia, logramos
na sin hogar, ni el comer sin platos. A l principio tra- salir de aquel estado de confusión, como acontece siem-
tamos de cocinar á l a a n t i g u a usanza, al aire libre, so- pre con las dificultades, cualquiera que sea su natura-
bre hogueras i m p r o v i s a d a s y en cazos y marmitas de leza y sólo á condición de no abatirse en vista de ellas.
bajo precio. U t i l i z a m o s c o m o mesas los bancos de los C u a n d o recuerdo esta época de nuestra historia, no
carpinteros que t r a b a j a b a n e n l a construcción y nues- me lamento de haberla vivido. Creo que fué para nos-
tra v a j i l l a era tan escasa, q u e m á s vale no citarla. otros un g r a n bien comenzar por obstáculos y dificulta-
Los que tenían á su c a r g o las comidas, carecían en
des. Estoy convencido de lo ventajoso que fué para
nuestros alumnos tener que instalar por sí mismos su
cocina y su refectorio.
No me quejo del local sombrío, mal aireado y hú-
medo que tuvimos que habitar. U n a cómoda instalación
desde el principio, tal vez se nos hubiera subido á la
cabeza en forma de orgullo.No á todo el mundo le es 9 CAPÍTULO XI.—NUESTROS
posible continuar una obra sobre los cimientos echados
ALUMNOS F A B R I C A N SUS CA-
por sí mismo.
MAS A N T E S D E ACOSTARSE EN
Y hoy día, cuando nuestros antiguos discípulos vie-
E L L A S . >V< >V< >%*(
nen á Tuskegee, lo que acontece con frecuencia y ven
nuestro hermoso refectorio, espacioso y bien aireado;
los alimentos apetecibles y bien preparados, productos
cultivados por nuestros alumnos, que se sirven sobre A l g ú n tiempo después hizo época en la historia de
mesas cubiertas de manteles y servilletas de una blan- nuestra escuela, la visita del general J. F . B . Marshall,
cura irreprochable; cuando ven que hay jarros con fio- el tesorero del instituto de Hampton, que no había va-
res en las m e s a s ; cuando oyen en el comedor canto de cilado en prestarnos la suma necesaria para adquirir
pájaros; cuando pueden comprobar que l a comida se nuestra hacienda. Pasó entre nosotros una semana com-
sirve con diligencia y orden perfectos, sin que profieran pleta y realizó una inspección minuciosa. Pareció satis-
una sola queja los centenares de alumnos reunidos, es- fecho de los progresos que habíamos realizado y envió
tos discípulos antiguos me aseguran que no se arre- á Hampton informes muy halagüeños. Después recibi-
pienten de nuestros comienzos y que les parece prefe- mos la visita de miss María F . Mackie, la que, en
rible haber llegado á tan hermoso resultado, poco á po- Hampton me había hecho sufrir el examen de «barri-
co, por medio de un progreso lento y gradual. do»; finalmente le tocó el turno al general Armstrong
en persona.
E n la época de aquellas visitas se hallaba considera-
blemente aumentado el número de los maestros en el
instituto de Tuskegee y casi todos eran antiguos dis-
cípulos del de Hampton. Nuestros amigos de la anti-
gua casa y principalmente el general Armstrong fueron
recibidos con entusiasmo. Todos se sorprendieron agra-
dablemente de los rápidos progresos realizados por nues-
tra escuela en tan poco tiempo. Multitud de negros de
algunas millas á la redonda, hicieron un viaje para
ver al g e n e r a l A r m s t r o n g del que tanto habían oído
hablar. L a a c o g i d a fué tan cariñosa por parte de los Cuanto más lo pienso, más comprendo que son
blancos como por parte de los mismos negros. igualmente perjudiciales á los negros y á los blancos
Durante a q u e l l a visita pude formarme una idea ca- las prácticas que éstos últimos se han creído obligados
bal del carácter del general A r m s t r o n g y de sus senti- á adoptar para privar á los negros del derecho de voto.
mientos p a r a con los blancos del Sud. Hasta entonces E l perjuicio causado al negro es únicamente momentá-
y o había creído q u e el g e n e r a l no podría abrigar más n e o ; pero el atentado á la moralidad del blanco es per-
que sentimientos de animosidad contra los blancos del manente. Más de una vez he podido comprobar que
Sud, que habían sido sus adversarios, y que todo su in- cuando un blanco se vende para anular el voto de un
terés lo r e s e r v a b a para l a causa de los negros. negro, acaba por usar de estos bajos procedimientos en
otras circunstancias de l a vida y y a no solamente
N o tardé en convencerme de que estaba muy lejos
contra el negro, sino contra el blanco mismo. E l que
de sospechar l a g r a n d e z a de alma y l a generosidad de
engaña á un negro no tarda mucho en engañar á un
aquel hombre. E n sus visitas y en sus empresas se des-
b l a n c o ; el que pisotea la ley linchando á un negro hará
cubría una solicitud igualmente v i v a por la prosperi-
pronto lo mismo con un blanco. T o d a s estas conside-
dad de ambas razas. N o abrigaba ningún sentimiento
raciones me llevan á desear que l a nación entera inter-
de odio contra l o s blancos del Sud y , en toda ocasión,
v e n g a para ayudarnos en nuestra lucha contra l a igno-
gustaba de m a n i f e s t a r l e s su simpatía. Su ejemplo fué
rancia que todavía pesa sobre el Sud.
para mí u n a enseñanza que me convenció de que las
grandes almas n o hacen más que profesión de amor; También es digno de tomarse en cuenta el hecho de
únicamente las a l m a s mezquinas pueden cultivar el que el sistema educativo del general A r m s t r o n g gane
odio. C o m p r e n d í también que los que socorren al débil cada día terreno en nuestro país. Hoy día casi no hay
se robustecen á sí mismos y que oprimir á los desdicha- estado en el Sud donde no se dé l a enseñanza profesio-
nal á los hombres como á las mujeres v el honor de
dos debilita á l o s opresores.
esta iniciativa recae por entero sobre el general Arms-
L a conducta d e l general Armstrong me inspiró es-
trong.
tas reflexiones h a c e mucho tiempo y , desde entonces,
Apenas inaugurada la modesta instalación para pen-
he procurado siempre g u a r d a r m e de rebajar mi alma
sionistas, se nos presentaron nuevos alumnos. Durante
hasta el punto de odiar á un hombre, cualquiera que
l a r g a s semanas tuvimos que hacer todas las combinacio-
sea el color de su piel. Creo poder afirmar que en mi
nes imaginables para alimentarles sin tener un céntimo
a l m a ha d e s a p a r e c i d o todo sentimiento de animosidad
y para improvisarles, en un rincón, ropa y camas donde
contra el daño q u e los blancos del Sud han hecho á mi
dormir. A l efecto alquilamos, en los alrededores de l a
raza. H o y día experimento la. misma satisfacción pres-
escuela unas cuantas cabañas. E s t a s cabañas estaban
tando un servicio á un blanco que á uno de los míos.
ruinosas y los estudiantes que las ocupaban se morían
Y compadezco p r o f u n d a m e n t e á los que tienen la eos.
de frío en los meses de invierno. N o cobrábamos más
tumbre de f o m e n t a r prejuicios y odios de raza.
que ocho dollars mensuales por l a pensión de los estu-
II
diantes; tampoco habrían podido p a g a r n o s más. En este
precio iban comprendidos, l a c o m i d a , el hospedaje, la IOS suyos. A esta afirmación puedo responder con un he-
luz y l a colada. Descontábamos d e este precio todo tra- cho. Durente mis diez y nueve años de carrera en Tus-
bajo que les p l u g i e r a hacer y q u e resultara de alguna kegee, no he tenido que señalar una sola palabra ni un
acto irrespetuoso en mis discípulos ó en cualquiera de
utilidad para la casa. L o s g a s t o s de estudio ascienden
las personas que están á mi servicio. Por el contrario,
por año, para cada alumno, á u n o s cincuenta dollars.
las numerosas muestras de consideración de que soy ob-
y esta suma, entonces como a h o r a , nos veíamos obliga-
jeto á cada paso me confunden. Jamás me han visto mis
dos á procurárnosla del modo q u e podíamos.
discípulos c a r g a d o con un libro ó con una maleta, sin
U n precio tan mínimo de p e n s i ó n no podía propor-
precipitarse á descargarme. Si llueve, no puedo salir
cionarnos el capital suficiente p a r a organizar un inter- de mi despacho sin que se me acerque algún alumno
nado en buenas condiciones. E l i n v i e r n o de nuestro se- ofreciéndoseme para aguantarme el paraguas.
gundo año escolar fué e x c e s i v a m e n t e riguroso. No te-
E s t o me lleva como de la mano á hacer constar que,
níamos l a necesaria cantidad de m a n t a s que proporcio-
tampoco en mis relaciones con los blancos del Sud he
nar á nuestros alumnos p a r a g a r a n t i r l e s contra el frío.
tenido que soportar una sola afrenta personal. Los blan-
Durante a l g ú n tiempo c a r e c i m o s también de camas y
cos de T u s k e g e e y de los alrededores llegan á conside-
colchones. rar como un privilegio el demostrarme su considera-
Con frecuencia me acontecía n o poder dormir yo mis- ción, lo que, en ocasiones, les cuesta algún sacrificio.
mo pensando en el frío que d e b e r í a n pasar mis discí- N o hace largo tiempo viajaba por T e j a s , entre D a -
pulos. A veces me levantaba, á a l t a s horas de la noche, llas y Houston. Se había esparcido la voz de oue y o
p a r a ir á verles en sus c a b a ñ a s y confortarles con mis iba en el tren y representaciones de los blancos de todas
p a l a b r a s ; los había que, e n v u e l t o s en l a única manta las estaciones, principalmente los funcionarios de cada
que habíamos podido p r o p o r c i o n a r l e s , se mantenían población, venían á saludarme y expresarme su gratitud
arrebujados cerca del f u e g o p a r a calentarse un poco; por la obra que había emprendido en el Sud.
otros no se acostaban en t o d a l a noche. Una mañana, Más tarde, un día en que me dirigía á Atlanta, sin-
después de una noche h o r r i b l e m e n t e fría, ordené que tiéndome en extremo fatigado tomé un Pullma?i-car.
levantaran el dedo los que h u b i e r a n creído morir he- A l subir al tren, vi á dos damas de Boston á quienes
lados. Hubo tres. Todo esto n o arrancaba una queja á conocía perfectamente. Aquellas damas ignoraban en
los alumnos, que estaban c o n v e n c i d o s de que hacíamos absoluto las costumbres del Sud y , con toda inocencia
por ellos cuanto nos era p o s i b l e . T e n í a n bastante con de alma, me obligaron á instalarme al lado de ellas,
hallarse en condiciones de m e j o r a r su situación y no de- lo que hice no sin a l g u n a vacilación. Apenas me hube
jaban de preguntar á los m a e s t r o s lo que podrían hacer colocado allí, una de las damas encargó cena para tres
para aligerar su carga. personas, lo que aumentó todavía mi embarazo. E l com-
E n diferentes ocasiones he o í d o decir, que los negros partimento estaba lleno de blancos del Sud que no apar-
no respetarían la autoridad r e p r e s e n t a d a por uno de taban sus ojos de nosotros. C u a n d o me enteré de que
habían encargado l a cena busqué un pretexto p a r a cam- m a r c h a de la escuela. A p a r t e de esta información por
biar de sitio, pero fué i n ú t i l ; ambas señoras se empe- escrito, les reúno en la capilla p a r a hablar sinceramente
ñaron en que las acompañara. P o r fin me resigné di- con ellos de lo que conviniere á l a escuela. N o hay reu-
ciéndome: «Lo que es esta vez no me escapo del escán- nión de los estudiantes que me sea más g r a t a ni que con
dalo». m a y o r utilidad secunde mis planes. N a d a aprovecha
tanto á un hombre como sentir, á l a vez, l a resDonsa-
P a r a hacer todavía m á s embarazosa l a situación, una
b i l i d a d que pesa sobre sus espaldas y l a confianza que
de las damas recordó que tenía en su saco de v i a j e un
los demás depositan en él.
té excelente que deseaba ofrecernos y, no queriendo con-
fiarlo á los cuidados del cocinero, se dispuso á preparar- C a d a vez que leo el relato de a l g u n a huelga coro,
lo por sí misma. F i n a l m e n t e se acabó aquella comida prendo m e j o r que las disensiones entre patronos y obre-
que me pareció l a m á s l a r g a de mi vida. Con objeto de ros podrían evitarse, si los primeros adquirieran l a cos-
poner término á la penosa situación, manifesté mi deseo tumbre de hacerse más accesibles á sus obreros y de
de trasladarme al compartimento de fumadores y con- consultarles sobre las decisiones que quisieran tomar ó
templar el paisaje. P e r o durante aquel tiempo alguien las convicciones que abrigan, haciéndoles sentir que sus
había pronunciado mi nombre en el v a g ó n y los pasa- intereses son recíprocos. Unicamente de l a confianza,
jeros me reconocieron. N u n c a he tenido u n a sorpresa puede nacer la confianza. Y esto es todavía más cier-
igual á la que me esperaba en el departamento de fu- to, en el caso particular de l a raza negra. E n cuanto
madores. C a s i todos cuantos se encontraban en él, ciu- les hayáis convencido de que os interesáis por ellos, ha-
dadanos de la G e o r g i a en su mayor parte, vinieron á réis de los negros todo cuanto se os antoje.
estrecharme l a mano y á expresarme su reconocimiento Y o me había propuesto hacer construir por los alum-
por lo que estaba haciendo en el Sud. Y no eran adu- nos, no solamente todos los edificios de T u s k e g e e , sino,
laciones interesadas por su parte, porque todos conocían en lo posible todo el moblaje. T o d a v í a admiro hoy
muy bien que n a d a podían esperar de mí. l a paciencia de aquellos alumnos que dormían en el sue-
lo, esperando que les construyeran una cama, ó que se
Desde mis comienzos quise hacer sentir á los alum-
contentaban con una c a m a sin colchones esperando que
nos que T u s k e g e e no era obra m í a ni de los maestros,
les proporcionaran algo parecido á ellos. A l principio
sino suya p r o p i a ; que debía cada uno de ellos interesar-
teníamos pocos alumnos entendidos en carpintería y
se en l a buena marcha de l a casa tanto como cualquie-
las camas fabricadas por ellos resultaban inconsistentes
ra de los profesores ó administradores, y , principal-
y rudimentarias. Con frecuencia me acontecía, al pasar
mente, que debían considerarme como su amigo y con-
m i revista por las mañanas, encontrar que muchos
sejero, más que como su censor. Deseo que me hablen
alumnos habían preferido dormir en el suelo. ¿ C ó m o
con toda franqueza y sin rodeos de los intereses de l a
procurarnos colchones ? E l problema era difícil de re-
escuela. P i d o á mis alumnos que me dirijan, dos ó tres
solver. F i n a l m e n t e logramos salir del apuro comprando
veces al año, una carta, consignando las críticas, que-
tela barata, con la que fabricábamos enormes sacos que
jas y proposiciones que les sugiera l a organización ó l a
llenábamos de hojas secas de pinos, recogidas en los bos- utensilio. Recuerdo que un día, pasando revista con l a
ques vecinos. Debo añadir que l a fabricación de colcho- directora, recorrimos los cuartos de las m e n o r e s ; en-
nes ha progresado desde entonces y que constituye una tre ellos había uno habitado por tres niñas recién lle-
de nuestras industrias favoritas, en l a que iniciamos á gadas. Cuando les pregunté si tenían cepillo p a r a l o s
algunas muchachas, y llegan á fabricarlos con tal per- clientes me respondió u n a de ellas, mostrándomelo: «Sí,
fección que pueden competir con los fabricados en los señor; ayer nos lo compramos juntas.» N o tardaron en
almacenes ordinarios. D u r a n t e a l g ú n tiempo nos fal- comprender que el tenerlo no bastaba. N o carecía de
taron sillas para los cuartos de los alumnos y para el interés para nosotros el ir comprobando los efectos del
comedor. A guisa de sillas nos servíamos de unos tabu- uso del cepillo para los dientes sobre los grados de c u l -
retes compuestos de tres tablones m a l clavados. P o r lo tura de nuestros discípulos. Con muy pocas excepciones
demás, el moblaje de los cuartos de los alumnos, era observé que podían fundarse esperanzas sobre todo
completamente rudimentario en los primeros tiempos, alumno que, por su propia iniciativa, reemplazaba su
y se componía de una c a m a , a l g u n o s taburetes y, á primer ó su segundo cepillo para los dientes cuando se
veces, una mesa, fabricado todo por ellos mismos. N u n - le deterioraba por el uso. E x i g i m o s siempre una lim-
ca hemos abandonado nuestro principio de hacer fabri- pieza absoluta en los cuidados del cuerpo. Nuestros dis-
car los muebles por los a l u m n o s ; por el c o n t r a r i o ; el cípulos, aun antes de que pudiéramos proporcionarles
número de muebles ha ido aumentando y l a labor mate- sala de baños, aprendían á bañarse con l a misma r e g u -
rial se ha perfeccionado tanto que no d e j a n a d a que desear. laridad con que se come. Muchos de estos discípulos
nos llegaban de los distritos rurales y , con f r e c u e n c i a ,
U n a de mis principales c a m p a ñ a s en T u s k e g e e ha
era necesario enseñarles el modo de acostarse en l a ca-
sido el hábito de la limpieza. E n los comienzos de nues-
m a ; es decir, entre las sábanas y no encima de las dos,
tra obra, y ahora como entonces, no me cansaba de re-
cuando f u i m o s lo bastante ricos para proporcionarles
petir á nuestros alumnos que l a pobreza, la estrechez
dos. Como es natural, me era bastante difícil ense-
y l a penuria son perdonables, pero n o la suciedad. Otro
ñarles á acostarse entre dos sábanas 3 cuando no p o d í a
de los puntos sobre los cuales he insistido siempre es
darles más que una. F u é también necesario enseñarles
el uso del cepillo para los dientes. «El e v a n g e l i o del
á servirse de la camisa de dormir.
cepillo para los dientes» como lo l l a m a b a el general
Armstrong, forma parte de nuestra profesión de fe. P a -
L o que costó m á s trabajo fué acostumbrarles á sus-
ra conquistar el derecho de permanecer en T u s k e g e e ,
tituir los botones que se les caían de los trajes, á remen-
es necesario poseer un cepillo p a r a los dientes y servir-
dar los desgarrones y á quitarse las manchas. P e r o
se de él. Con frecuencia hemos visto llegarnos alumnos
hemos acabado por lograr que estos hábitos de orden
sin otro equipaje que un cepillo para los dientes. Habían
arraiguen p r o f u n d a m e n t e ; que se transmitan de pro-
sabido, por antiguos discípulos nuestros, la importancia
moción en promoción y que muchas veces por l a tar-
que le atribuíamos y, para producir buena impresión
de, al salir de la capilla y pasar revista, lo que se h a c e
en nuestro ánimo, se procuraban, por lo menos, ese
á diario, no se note la f a l t a ni de un solo botón.
bamos nuestra obra. Una vez más, miss Davidson inte-
resó á los blancos y á los negros de T u s k e g e e y los al-
rededores en una nueva suscripción. Estos respondieron
á nuestro llamamiento en la medida de sus fuerzas y
nuestros alumnos., como en los comienzos de Porter
Hall, hicieron el trabajo de remoción de tierras para
echar los cimientos. Y a estábamos acabando casi nues-
E? C A P Í T U L O XII.—BUSCAN- tros recursos cuando la generosidad del general Arms-
DO FONDOS. PÍSK >V< trong se nos manifestó de modo que vino á demostrar-
me, una vez más, cuán por encima estaba de la línea
media de los otros hombres. Una angustiosa ansiedad
acababa de apoderarse de nosotros, viendo que iban á
Y a instalado el comedor, pudimos señalar á nuestras faltarnos los fondos para llevar adelante nuestra cons-
alumnas cuartos en el granero de nuestro primer pabe- trucción. E n aquel momento recibí un telegrama del
llón, que llevaba el nombre de Porter Hall. Pero el general Armstrong diciéndome que fuera á buscarle en
número de discípulos de ambos sexos crecía sin cesar. Hampton para acompañarle un mes en un viaje por el
Fácilmente podíamos acomodar á nuestros alumnos, Norte. Acepté sin vacilar su invitación. A mi llegada,
el general me comunicó su proyecto, que era contratar
aunque fuese en cabañas, fuera de la escuela; pero, en
un cuarteto de músicos y v i a j a r un mes por el Norte
modo alguno, podíamos hacer lo mismo con las discí-
dando, en las grandes ciudades meetings en que los dos
pulas. Pronto nos encontramos frente á una nueva di-
debíamos hablar. Se comprenderá mi sorpresa cuando
ficultad. Necesitábamos otro pabellón, más grande que
supe que los fondos recogidos en esta fiestas no debían
el anterior y que nos permitiera hospedar á nuestros
ser para Hampton, sino que iban destinados exclusiva-
discípulos de ambos sexos. Imponíase la construcción
mente á Tuskegee y que todos los gastos corrían á car-
de otro edificio, que poseyera todas las condiciones ne- go del instituto de Hampton.
cesarias en un internado; celdas adecuadas para las
hembras y comedores capaces para todos los alumnos. E l general Armstrong me dió á entender, sin gran
Trazamos el plano del edificio en cuestión y verifica- derroche de palabras, que de este modo quería presen-
mos que para llevar á cabo las obras debíamos em- tarme á los pueblos del Norte y ponerme en condicio-
plear diez mil dollars. Como de ordinario, nos fal- nes de procurarme fondos para el A l a b a m a Hall. Otro
taban fondos; lo que no nos impidió escoger un nom- cualquiera, de espíritu menos levantado y generoso hu-
bre para el nuevo pabellón; esto podíamos hacerlo, biera temido perjudicar á Hampton haciendo afluir el
aunque no estuviéramos seguros de encontrar los fondos dinero á Tuskegee. E n el alma del general Armstrong
necesarios para construirlo. Acordamos solemnemente lia no cabían sentimientos de mezquina competencia. E r a
marle Alabama Hall, en honor al Estado donde realizá- demasiado buencj para ser egoísta. No ignoraba que, por
medio de sus donativos^ las gentes del Norte entendían cuenta. L a primera, cumplir á conciencia con mi de-
contribuir á l a c i v i l i z a c i ó n de los negros en general y ber, haciendo conocer al público y á las personas á
no al sostenimiento de este ó el otro establecimiento las cuales me dirigía, el fondo y el alcance de la obra;
en particular. Y s a b í a , además, que para darle á Hamp- l a segunda no preocuparme del resultado. E s t a últi-
ton toda su f u e r z a e r a necesario transformarlo en un ma confieso que es la más difícil de observar. N o es
centro de utilidad g e n e r a l , cuya influencia bienhechora muy cómodo, en efecto, aparentar que no se tienen in-
repercutiera en todo el Sud. quietudes, cuando se está en vísperas de importantes
E n cuanto á l o s discursos que y o debía pronunciar vencimientos, sin un dollar en c a j a con que hacerles
en el Norte, el g e n e r a l me dió especialmente un conse- frente. Sin embargo, cada año comprendo m á s hasta
jo que no quiero p a s a r por alto. Creo que es el mejor qué punto los cuidados de dinero consumen nuestras
consejo que se p u e d e dar á un orador. ((Que cada una fuerzas y nos privan de nuestros medios intelectua-
les y físicos, que podrían más útilmente emplearse en
de sus palabras — m e decía — exprese una idea.» He
una actividad más beneficiosa. Mis frecuentes relacio-
tratado de recordar siempre este precepto.
nes con hombres eminentes por su posición ó su fortu-
Dimos c o n f e r e n c i a s en N e w - Y o r k , Brooklyn, Boston,
na me han enseñado que aquellos que más bien han rea-
F i l a d e l f i a y otras g r a n d e s ciudades y en todas par-
lizado se distinguen siempre por una absoluta posesión
tes el general a b o g ó c o n m i g o por l a causa de Tuskegee.
de sí mismos, una calma, una paciencia y una urbani-
Nuestros esfuerzos tendían á reunir las sumas necesa-
dad perfectas. E l modelo más completo de esta clase de
rias para l a c o n s t r u c c i ó n del A l a b a m a Hall y á dar á hombres era, en mi concepto, el presidente Mac-Kinley.
conocer al público n u e s t r a institución. L a empresa re- P a r a llevar á cabo una empresa determinada, estimo que
sultó satisfactoria d e s d e ambos puntos de vista. la condición primera es hacer renuncia de si mismo y
Después de a q u e l l a presentación menudearon mis dejarse arrebatar por u n a causa grande. E l éxito y la
v i a j e s al Norte c o n objeto de reunir fondos. Durante los satisfacción que de ella sacamos están en razón directa
últimos quince a ñ o s he tenido que pasar grandes tem- de la abnegación con que realizamos nuestra obra.
poradas lejos de l a escuela, para procurarme los fondos
necesarios á las crecientes necesidades del estableci- Mi época de colectas me enseñó á juzgar severamen-
miento. H e estado e n condiciones de hacer experiencias te á los que se pasan l a vida condenando á los ricos á
que tal vez r e s u l t e n de alguna utilidad para mis lec- causa de sus riquezas y porque no las reparten con ma-
tores. Muchas v e c e s , infinidad de personas interesadas yor esplendidez. E n primer lugar, los que esto dicen,
en hacer colectas p ú b l i c a s por causas filantrópicas, me no suelen sospechar el gran número de personas que se
han preguntado e l método de que usaba para obtener verían condenadas á l a miseria, si los ricos abandona
l a simpatía y las d á d i v a s del público para mi obra de ran de una vez su fortuna, desorganizando y paralizan-
do las grandes empresas en las que están interesados.
Tuskegee.
Sobre que están lejos de imaginar la cantidad innume-
E n la m e d i d a e n que el arte de pedir puede redu-
rable de peticiones y demandas que llueven sobre los
cirse á reglas, d i r é que solamente dos he tenido en
ricos. Ricos he conocido que recibían, por lo menos, sentarles los hechos con sencillez y dignidad. Esto da
veinte visitas diarias con objeto de pedirles dinero. A todavía mejores resultados que l a mendicidad.
veces me ha acontecido, en mis v i a j e s p a r a reunir fon-
A u n cuando sea una tarea penosa, desagradable y
dos, encontrarme en las casas de las personas á quienes
á la vez llena de f a t i g a , el ir buscando fondos de puer-
me dirigía, con media docena por lo menos, de deman-
ta en puerta tiene sus compensaciones. E s una manera
dantes llegados con el mismo lin. Y aun esas visitas no
de trabar conocimientos con excelentes, m e j o r diré, con
son n a d a al lado de las solicitudes que les llegan por
las mejores almas que puedan encontrarse. Puede afir-
correo. N o puede sospecharse el n ú m e r o de personas
marse que los hombres m á s útiles y de más provecho
que hacen donativos sin darse á conocer. Y o he tratado
para l a sociedad son aquellos que se interesan en l a s
á algunos, reputados por muy tacaños, y que prodiga-
instituciones que tienen por objeto hacer el mundo
ban, en silencio, cada año centenares de dollars sin
mejor.
que nadie tuviera noticia.
U n día, en Boston, visité á u n a dama riquísima. Me
N o quiero citar otro e j e m p l o que el de aquellas dos introdujeron en su antesala y allí me estuve esperando
damas de N e w - Y o r k , cuyos nombres figuran raramente mientras le pasaban mi tarjeta. E n este intervalo el
en las listas de suscripción y á las que nosotros debemos marido de aquella señora llega á su casa, me encuentra
haber podido construir tres edificios en estos últimos en la antesala y me pregunta bruscamente qué objeto
ocho años. F u e r a de éste, han hecho otros donativos á me llevaba allí. A p e n a s le hube expuesto el fin de m i
la escuela. Y no solamente quieren que se aproveche visita me habló tan grosera y violentamente que, sin es-
T u s k e g e e de sus generosidades sino que están constan- perar siquiera l a contestación de l a dama, salí de aque-
temente en busca de nuevas obras d i g n a s de su simpa- lla casa. Continué m i camino y , un poco más lejos, en-
tía y de su apoyo. contré á u n señor que me recibió con una cordialidad
A u n cuando he disfrutado del p r i v i l e g i o de hacer perfecta. Me firmó un cheque de u n a cantidad conside-
entrar en las cajas de T u s k e g e e a l g u n o s miles de do- rable y, sin darme tiempo á que le expresara mi recono-
llars, he evitado constantemente y con empeño lo que cimiento, me d i j o : «Señor W a s h i n g t o n , y o le agradezco
el mundo llama «mendicidad». M u c h a s veces he di- á usted infinito el haberme proporcionado la ocasión
cho á los que quieren oirme que nunca «he mendigado» de servir tan buena causa. E s un verdadero p r i v i l e g i o
dinero y que no soy un «mendigo». Sé por experiencia el poder contribuir á ella y todavía los ricos le queda-
que el hecho de pedir brutalmente dinero á los ricos no mos deudores á usted del trabajo que desempeña por
es buena manera de provocar su generosidad. P a r t o del nosotros». Puedo afirmar, g r a c i a s á mis experiencias
principio de que las gentes que han tenido l a necesaria personales, que la primera categoría de hombres se hace
aptitud para procurarse dinero deben tener también l a cada vez más escasa V que, en cambio, aumenta l a se-
prudencia necesaria para hacer uso de él. E n mi concep- g u n d a ; es decir que los ricos tienden á considerar á los
to el modo mejor de interesarles en una causa es pre- que llegan á pedirles su d á d i v a para obras nobles,
como verdaderos agentes suvos, que les reemplazan cer-
c a de los menesterosos v no c o m o mendigos importunos. tención de legárselos por testamento, pero estimo más
R a r a s veces he recibido un donativo en Boston sin acertado entregárselos en vida. H e g u a r d a d o un exce-
que m i interlocutor me diera l a s g r a c i a s por haberme lente recuerdo de la visita que me hizo usted, hace dos
d i r i g i d o á él, antes que y o t u v i e r a tiempo de dárselas años».
por su generosidad. P a r e c e que, en esta ciudad, se ten- N i n g u n a generosidad me h a proporcionado alegría
g a como un honor el ser solicitado p a r a hacer un dona- más grande que l a experimentada aquel día. E r a el más
tivo. E n parte a l g u n a he encontrado tan desarrollado importante donativo, que hasta entonces, se había he-
este noble espíritu cristiano: sin embargo, he visto dig- cho á nuestra escuela. L l e g a b a oportunamente porque
nos e j e m p l o s de él f u e r a de Boston. Repito mi conven- hacía mucho tiempo que n a d a habíamos recibido, ca-
cimiento de que el mundo se v a acostumbrando á dar. recíamos de fondos y estábamos en l a mayor miseria.
M u c h a s de mis primeras solicitudes fueron desoídas Creo que no hay situación más penosa ni enervante que
y me aconteció recorrer las calles, en las ciudades y l a del Director de una grande institución, abrumado de
los g r a n d e s caminos en el c a m p o , sin lograr recoger un responsabilidades monetarias, cuando falta el dinero y
solo dollar. T a m b i é n me aconteció, después de l a r g a s cada mes es preciso preguntarse de dónde ha de salir.
semanas de decepción y descorazonamiento, recibir im- Otra dificultad agravaba mis responsabilidades y no
portantes donativos de quien m e n o s lo esperaba y no hacía más que acrecentar mi angustia. Si nuestra em-
obtener n a d a de aquellos á quienes me había dirigido presa hubiera fracasado, dirigiéndola los blancos, úni-
con l a firme convicción de que n o me dejarían marchar camente se habría resentido l a educación de los negros
con las manos vacías. y aun de los negros de aquella r e g i ó n ; pero, dirigién-
M e habían dicho, una vez, q u e un hombre que v i v í a dola nosotros, nuestra obra no podía derrumbarse sin
en el c a m p o , á unas dos millas de Stamford (Connecti- arruinar consigo toda esperanza sobre el porvenir de l a
cut), se interesaría en nuestra obra, si le explicábamos raza negra, condenada, por este solo hecho, como re-
nuestra situación y nuestras necesidades. Me puse en fractaria á toda civilización. P o r este cúmulo de cir-
c a m i n o , p a r a ir en busca suya, un día de tempestad y cunstancias, el recibo de aquel cheque me libraba re-
de f r í o , haciendo las dos millas á pie. Después de a l g ú n pentinamente de una angustia que no me dejaba des-
t r a b a j o pude obtener de él una entrevista. Me escuchó cansar hacía y a algún tiempo.
atentamente, pareció interesarse en lo que le contaba, Desde los comienzos traté de hacerle comprender á
pero n o me dió nada. • mi personal de enseñanza que el éxito de la escuela de-
M e separé de él, persuadido de que había perdido pendía, en g r a n parte, de la limpieza, corrección y buen
tres h o r a s preciosas, aunque sin arrepentirme de haber estado higiénico de la casa. L a primera vez que v i al
dado a q u e l paso que consideraba como una obligación. difunto señor Collis P Huntington, el gran propietario
D o s años m á s tarde recibí u n a carta concebida en de líneas ferreas, me entregó dos dollars para el ins-
estos términos: «Le envío á usted adjunto un cheque tituto. Más tarde, algunos meses antes de morir, recibí
de diez m i l dollars p a r a la obra de T u s k e g e e . T e n í a in- de su parte cincuenta mil dollars que vinieron á aumen-
tar el capital de l a escuela. A p a r t e de esto, cada año,
el señor y l a señora Huntington nos hicieron donativos rector de la iglesia de la T r i n i d a d en Boston, suplicán-
no menos generosos.
dole que nos hiciera el sermón acostumbrado. N o pose-
Se dirá que logramos este donativo gracias á nuestra yendo sala suficientemente capaz para contener á toda l a
buena suerte. N o ; contribuyó principalmente á ello asistencia, construímos una vasta tienda con postes re-
nuestro perseverante trabajo. N a d a de lo que en el mun- cubiertos de ramajes. A p e n a s había comenzado á hablar
do merece l a pena de lograrse lo obtenemos sin esfuer- el reverendo D o n a l d , cuando una lluvia torrencial le
zo. N i por un momento se me ocurrió criticar al señor obligo a detenerse, mientras que procurábamos abrigar-
Huntington cuando no me dió más que dos d o l l a r s ; pero le bajo un paraguas.
estaba profundamente decidido á demostrarle que mere- Cuando v i al Rector de la Trinidad, de pie ante el
cíamos donativos más considerables. auditorio, bajo un viejo p a r a g u a s y esperando el fin de
Durante doce años me esforcé en convencerle de l a la lluvia, comprendí toda l a temeridad de mi invitación.
importancia de nuestra obra y tuve la satisfacción de L a lluvia duró poco y el Doctor D o n a l d pudo termi-
comprobar que seguía atentamente los progresos d e nar su sermón que fué excelente á despecho del mal
l a escuela y que sus dones correspondían á ellos. tiempo. U n a vez libre de su ropa húmeda se vio obli-
N a d i e manifestó jamás un interés mayor que el se- g a d o á confesarme que la necesidad de u n a gran capilla
ñor Huntington por nuestra escuela: no solamente nos se imponía en T u s k e g e e ; al día siguiente recibí de dos
proporcionaba dinero sino que prodigaba sus consejos damas que, á l a sazón viajaban por Italia, una carta
en lo relativo á la dirección del instituto como lo hubie- en la cual se me ofrecía la cantidad necesaria para l a
ra hecho un padre por un hijo. construcción de una capilla.
M á s de una vez me encontré en crueles embarazos al N o hace mucho tiempo que hemos recibido del señor
hacer mis v i a j e s de propaganda por el Norte. N u n c a A n d r é s Carnegie la suma de veinte mil dollars para
he querido relatar lo que sigue por miedo de no ser construir u n a Biblioteca nueva. Nuestra primitiva bi-
creído. E r a una m a ñ a n a , en Providence (Rhode Is- blioteca, con sala de lectura, ocupaba un espacio infini-
land) ; no tenía un céntimo para almorzar. A l atravesar tamente pequeño en el rincón de una cabaña que medía
l a calle para visitar á una dama, de la que esperaba al- cinco pies por doce. Me habían sido necesarios diez años
gunos fondos, v i brillar junto á los rieles del tranvía para interesar al señor C a r n e g i e en nuestra obra.
una pieza nueva de veinticinco cents. Cinco minutos más L a primera vez que le vi no manifestó más que un
tarde, á aquella cantidad se le añadía otra que me había ínteres mediocre por la e s c u e l a ; pero y o también esta-
dado la dama en cuestión y que me permitió salir de ba decidido á demostrarle que éramos dignos de su
apuros. protección.
E n cierta ocasión, tuve el atrevimiento de invitar, Pasados diez años de dura labor, le escribí la si-
para u n a de nuestras sesiones de Apertura ie curso, al guiente carta.
Reverendo E . Winchester D o n a l d , doctor en T e o l o g í a ,
creo que nunca una suma parecida haya podido contri-
«15 Diciembre 1900 buir tan eficazmente á l a regeneración de toda una raza.
U
Demuéstralo nuestro servicio, con sermón; las reu- bhca. E s t a asamblea debía celebrarse en Madison ( W i s -
niones para el rezo; nuestra escuela d o m i n i c a l ; nues- consm.) Acepté la invitación. A decir verdad, aquel
tra «sociedad de acción cristiana» y nuestra (¡unión cris- fué el comienzo de mi carrera de orador.
tiana de jóvenes, además de nuestras diversas organi- L a noche en que hablé ante la Asociación debía de
zaciones de misioneros. haber unas cuatro mil personas en l a sala. Sin habérme-
E n 18S3, míss O l i v i a D a v i d s o n , de quien y a he habla- lo prevenido acudieron gran número de personas de la
do en diferentes ocasiones como de uno de nuestros me- A l a b a m a y algunas de Tuskegee. Estas personas me con-
jores auxiliares del primer momento y á quien l a escue- fesaron francamente que habían asistido á l a reunión
l a debe parte de su fortuna, pasó á ser mi mujer. D u - creyendo oir violentos ataques contra el S u d ; pero que
rante los años de nuestro matrimonio compartió el tiem- les sorprendió agradablemente comprobar que ni una so-
po y sus fuerzas, entre l a f a m i l i a y los cuidados de l a l a palabra agresiva contenía mi discurso. P o r el contra-
escuela. N o solamente continuó trabajando en l a es- rio, hice justicia al Sud por cuantos actos laudables ha-
c u e l a de T u s k e g e e , sino que renovó sus excursiones al bía realizado. U n a señora blanca, que era maestra en
Norte en busca de fondos. E n 1889 murió, después de una escuela de T u s k e g e e , escribió una carta á un perió-
cuatro años de dichosa v i d a de f a m i l i a y ocho de labor dico local en l a que declaraba que estaba sorprendida
tan penosa como gustosa por la escuela. Literalmente y satisfecha viendo como había hecho justicia en mi dis-
se había consumido en el servicio de aquella obra que curso á los blancos de T u s k e g e e por la parte que habían
tomado en l a fundación y en los comienzos de la escue-
había amado tanto y á l a que consagró tan incesantes
la. A q u e l discurso de Madison fué el primero que pro-
esfuerzos. D e su matrimonio l o g r é dos hijos hermosos é
nuncié sobre el problema general de las razas. Los que
inteligentes, B a k e r T a l i a f e r r o y Ernesto Davidson. E l
lo oyeron parecían aprobar mis palabras y l a sinceridad
mayor de ambos, B a k e r , y a ha aprendido el oficio de
con que eran dichas.
ladrillero en T u s k e g e e .
Con frecuencia se me ha preguntado cómo comencé Cuando, por primera vez, llegué á T u s k e g e e , resolví
á hablar en público. E n contestación á esta pregunta fundar allí mi hogar y tomar mi parte de orgullo ó de
debo manifestar que nunca pensé dedicar mucho tiempo humillación en cuanto l a comunidad de las gentes hi-
á la oratoria. Siempre he creído que es más conveniente ciera bueno ó malo, con el mismo título que cualquier
hacer las cosas que hablar de l a necesidad de hacerlas. otro ciudadano de raza blanca. Resolví no decir nun-
ca, en un discurso público, en el Norte, lo que no estu-
P a r e c e que, cuando mi v i a j e con el general Armstrong,
viera dispuesto á repetir en el Sud. Había comprendido
para dar conferencias en el N o r t e , el honorable Tho-
muy pronto que no es manera de convertir á nadie el
más W . Bicknell, presidente de l a Asociación patronal
injuriarle y que generalmente conduce á m á s prontos
de instrucción pública, que asistía á u n a de esas confe-
resultados alabar las buenas acciones que insistir exclu-
rencias, me oyó hablar. A l g u n o s días después me envió
sivamente en los defectos.
una carta, invitándome á pronunciar un discurso en l a
próxima Asamblea de l a Asociación de instrucción pú- A u n q u e practicando por convicción este método, no
he dejado de llamar l a atención en el momento oportuno arrobas por media hectárea. Había llegado á semejante
y en la f o r m a querida, con toda claridad, sobre los de- resultado, gracias á su conocimiento de los abonos quí-
fectos de que el Sud se ha hecho culpable. H e podido micos y á la aplicación de métodos perfeccionados de
notar que hay en el Sud g r a n número de ciudadanos que agricultura. L o s labradores blancos del contorno le res-
aceptan, sin enojo, las críticas sinceras y honradas. P o r petaban y venían á consultarle sobre el cultivo de l a
r e g l a general el sitio adecuado para criticar al Sud patata.
cuando merece que lo critiquen, es el propio Sud y no Y le respetaban y le honraban porque, g r a c i a s á su
Boston. U n ciudadano de Boston que viniere á la A l a - , habilidad y á su inteligencia, había añadido a l g u n a cosa
bama para criticar á su país, creo que no haría tanto á l a riqueza y al bienestar del municipio en que vivía.
bien como el que se quedase en Boston para hacer sus Explicaba, además, en mi discurso, que mi teoría sobre
críticas. la educación del negro no le condenaba para siempre á
E n aquel dicurso de Madison y o afirmaba que l a producir l a m e j o r calidad de p a t a t a s ; pero que si lo-
mejor política á seguir en lo tocante á entrambas razas graba triunfar en este ó parecido terreno, echaría los
era acercarlas por todos los medios honrosos que estuvie- cimientos de una fortuna, g r a c i a s á l a cual sus hijos y
ran á mano y facilitar sus relaciones cordiales en l u g a r sus nietos tendrían el derecho de aspirar á una carrera
de atizar sus divisiones. Sostenía igualmente que los más alta y á un papel de más viso en l a vida.
negros al votar atenderían c a d a vez más á los intereses T a l e s fueron, en resumen, algunas de las opiniones
de su municipio y prescindirían gradualmente de atender que mantuve en el primer discurso que pronuncié sobre
intereses localizados á m i l l e g u a s de ellos. las relaciones de ambas razas. Desde entonces á acá no
E n este discurso decía que el porvenir del negro he encontrado razones que me obliguen á cambiarlas,
dependía de averiguar si por medio de su habilidad, de en lo substancial.
su inteligencia y de su carácter, sabría hacerse tan útil E n mi juventud solía experimentar sentimientos de
á su municipio, que el municipio no pudiera prescindir cólera contra los que denunciaban á los negros y preco-
de sus servicios. Añadía que el hombre que aprendiera nizaban medidas que tendieran á oprimirlos ó á limitar-
á hacer algo mejor que otro, ó á hacer una cosa ordina- les l a libertad del desenvolvimiento integral al que todo
ria de un modo poco corriente, habría resuelto el pro- hombre tiene derecho. A h o r a , cuando oigo á alguien de-
blema de su v i d a independientemente del color de su fender leyes que tiendan á entorpecer el progreso del
piel y , finalmente, que el n e g r o se vería respetado á me- prójimo, no puedo menos de compadecerle. L e compa-
dezco porque á él le han detenido en su desenvolvimien-
dida que se pusiera en condiciones de producir algo ne-
to, porque persigue un empeño vano y porque un día el
cesario al resto de los hombres.
progreso continuo de l a humanidad le hará enrojecer
Citaba el caso de uno de nuestros alumnos que había
avergonzado de su estrechez de miras. T a n t o valdría
obtenido doscientas sesenta arrobas de patatas en me-
tratar de detener la marcha de una locomotora lanzada
dia hectárea de terreno en u n municipio donde l a pro-
á toda máquina arrojándose sobre la v í a , como tratar
ducción corriente era únicamente de cuarenta y nueve
de detener la marcha del m u n d o hacia un m a ñ a n a de Sud. L o que dije pareció que lo recibían con agrado y
inteligencia, de cultura, de habilidad, de libertad, de entusiasmo. Los periódicos de Atlanta comentaron al
simpatía y de bondad f r a t e r n a l . siguiente día mi discurso con benevolencia y se habló
E l discurso que pronuncié en Madison delante de la mucho de él en diferentes partes del país. Comprendí
Asociación Nacional de E d u c a c i ó n constituyó, para mí, que casi había logrado lo que quería: es decir, hacerme
u n a presentación en r e g l a al g r a n público del Norte y oir de las clases directoras del Sud.
desde entonces las ocasiones de hablarle se me presenta- L a s invitaciones para que hablara se hicieron cada
ron á cada momento. vez más numerosas y procedían por igual de las gentes
Sin embargo, deseaba que se me ofreciera una co- de mi raza y de los blancos del Norte. A estos discursos
yuntura para dirigirme á un público del Sud. E n parte consagré todo el tiempo que podía robar á mis trabajos
se me ofreció una, cuando en 1893 se dió en A t l a n t a de Tuskegee. L a mayor parte de los discursos pronun-
(Georgia), el meeting internacional de trabajadores cris- ciados en el Norte iban destinados á recoger fondos pa-
tianos. L a aproveché como u n a útil introducción. Cuan- ra la escuela. L o s que pronunciaba delante de un audi-
do me invitaron á aquel m e e t i n g , yo tenía en Boston torio de negros tendían principalmente á hacerle com-
ocupaciones que parecían h a c e r m e aquel v i a j e impo- prender la importancia de l a educación profesional y
sible. Sin embargo, después de examinar cuidadosamen- técnica como complementaria de la religiosa y literaria.
te mi lista de fechas de conferencias y de visitas por V o y a hablaros, ahora, de uno de los acontecimientos
hacer, vi que podía tomar el tren en Boston y llegar á de m i vida que más interés ha despertado y que ha con-
A t l a n t a unos treinta minutos antes de la hora señalada tribuido más que otro, ninguno á darme una reputación
para mi discurso. Me quedaban, después del discurso, que puede calificarse de nacional. Me refiero al discur-
unos sesenta minutos para t o m a r otro tren en que re- so que pronuncié en l a apertura de la Exposición Inter-
gresar á Boston. Mi invitación para hablar en A t l a n t a nacional de los Estados Productores de A l g o d ó n , en At-
limitaba en cinco minutos l a duración de mi discurso. lanta (Georgia), el 18 de Septiembre de 1895.
E r a cuestión de ver si podía e n c a j a r bastantes cosas en Se ha hablado y se ha discutido tanto sobre este in-
un discurso de cinco minutos p a r a que v a l i e r a l a pena cidente, se me han hecho á propósito de aquel discurso
de emprender aquel viaje. tantas preguntas que espero que mis lectores me perdo-
Sabía que el auditorio estaría compuesto, en su ma- narán si hablo de él con algún detenimiento. E l discur-
yor parte, de la clase más influyente de los blancos de so de cinco minutos de A t l a n t a fué, tal vez, l a ocasión
ambos sexos y que era a q u e l l a una ocasión única para que decidió de mi segundo discurso en el mismo sitio.
hacerles saber lo que tratábamos de hacer en T u s k e g e e E n la primavera de 1895 recibí un telegrama redactado
y hablarles, al mismo tiempo, de las relaciones entre por ciudadanos influyentes de Atlanta y pidiéndome que
ambas razas. Decidí hacer el viaje. Y hablé, durante acompañara á W a s h i n g t o n , á un comité de aquella ciudad
para comparecer ante una comisión del Congreso y so-
cinco minutos, á un público d e dos mil- personas, com-
licitar el apoyo del Gobierno para la futura Exposición.
puesto, en su mayor parte, d e blancos del Norte y del
E l comité se componía de unos veinticinco ciudada-
primera g r a n ocasión que se presentaba, después de l a
nos influyentes de raza blanca de l a Georgia. T o d o s los
g u e r r a civil, para intentar una cosa semejante.
miembros de este comité eran blancos excepto el obispo
Hablé durante unos quince ó veinte minutos y me
Grant, el obispo Gaines y yo. E l alcalde y muchos otros
sorprendió, después de m i alocución, recibir las felici-
dignatarios de l a ciudad ó del E s t a d o hablaron ante la taciones calurosas del comité de l a G e o r g i a y de los
comisión. Les sucedieron en el uso de l a palabra los dos miembros del Congreso que estaban presentes. P o r una-
obispos negros. Mi nombre era el último en l a lista de nimidad el informe de la comisión fué favorable y en
los oradores. Y o no había comparecido nunca ante se- pocos días se votaban los fondos otorgados. E s t e voto
mejante comisión ni había pronunciado jamás un dis- aseguró el éxito de l a Exposición de Atlanta.
curso en l a capital de los E s t a d o s Unidos. E s t a b a m u y Poco después de mi v i a j e á W a s h i n g t o n , los directo-
inseguro de lo que iba á decir y de l a impresión que pro- res de l a Exposición decidieron que convendría, como
duciría. N o recuerdo, en concreto, lo que d i j e ; pero sé homenaje á la raza de color, construir un g r a n pabellón,
que traté de dar á entender, con toda l a seriedad y toda dedicado exclusivamente á mostrar el progreso realiza-
l a simplicidad de que soy capaz, que si el Congreso que- do por los negros desde su liberación. Se decidió ade-
ría hacer algo para suprimir del Sud l a cuestión de m á s que los planos y los trabajos de aquel edificio de-
razas y para establecer una armonía sólida entre ambos bían llevarse á cabo completamente por los negros. Rea-
pueblos, debía cooperar, por todos los medios posibles, lizóse este proyecto: como arquitectura, como belleza,
al progreso material de uno y de otro. y como perfección el pabellón negro igualaba á los me-
D e c l a r é que l a Exposición de A t l a n t a era una ocasión jores de la Exposición.
propicia para que ambas razas manifestaran los progre- F a l t a b a decidir quien debía dirigirlo. L a adminis-
sos realizados desde l a fecha de l a emancipación y al tración había querido encargarme á mí pero tuve que
mismo tiempo una exhortación oportuna para que con- rechazar el c a r g o porque mis ocupaciones en T u s k e g e e ,
tinuaran en su desarrollo progresivo. sobre todo en aquella época, reclamaban toda mi atención
T r a t é de hacer ver que, aunque es cierto que no con- y todas mis fuerzas. A propuesta mía fué nombrado di-
viene privar al negro de su voto por medios fraudulen- rector el señor J. Garland Penn de L y n c h b o u r g (Virgi-
tos, también es cierto que el n e g r o no encontrará nun- nia). Le ayudé cuanto pude y , en resumidas cuentas, l a
l
ca su salvación en una agitación política. P a r a comple- exposición negra resultó lucida y nos hizo honor. L o
tar y autorizar su derecho de voto es necesario que el que más llamó la atención fueron las exposiciones res-
negro se h a g a con buenas cualidades, energía, habili- pectivas de los institutos de Hampton y de Tuskegee.
dad, inteligencia y carácter, sin las cuales el triunfo Y los más agradablemente sorprendidos de este resulta-
de una raza no es más que un fenómeno pasajero. D i j e , do fueron los blancos del Sud.
finalmente, que, otorgando los créditos que le pedía- E l día de l a apertura de l a Exposición se aproxima-
mos, el Congreso haría a l g o de una utilidad duradera ba y los individuos de la junta trataban de ultimar el
y positiva en bien de ambas razas y que esta era la p r o g r a m a de inauguración. A l discutir los números que
debían integrar este programa, creyóse que era justo ins-
cribir entre los oradores un representante de la raza ne-
v e l d e r o \ d e w d 0 V Á R d e C Í r SÍD° 10 A e r a r a
gra, ya que se había concedido á los negros un lugar
tan importante en la Exposición. E r a , al mismo tiempo, verdadero y leal. E n l a invitación que recibí no se ha
una coyuntura propicia para poner de relieve las buenas cía indicación alguna sobre lo que tenía que decir ó te-
relaciones que parecían iniciarse entre ambas razas. m a que callar. E r a esto una gran muestra de confianza
N o faltó quien se opusiera á semejante idea, pero el por parte del comité director, q u e no ignoraba h a s a
comité directivo, compuesto de los hombres más eminen- que punto, una sola palabra pronunciada fuera de lugar
tes y liberales del Sud, la hizo suya y votó la invitación hubiera comprometido el éxito de la Exposición. A l Ss-
de un orador negro para el día de la apertura. Imponía- mo tiempo, yo estaba cruelmente persuadido de que de-
biendo permanecer fiel á la causa de mi pueblo" c l Í a
iiTSl
se enseguida la elección de orador. Después de algunas
discusiones decidióse, por unanimidad, que fuera yo y á " I T 6 1 " ^ f ^ %ereZa « s u l t U ha!
invitarse T n ^ ^ ^ m U c h o s años> v i v i e r a á
los pocos días recibí la invitación oficial. invitarse a un negro á tomar la palabra en circunstan
a a s parecidas Por lo demás quería, en lo s u b ^ t a n c ^ de
Me sería difícil hacer comprender á cualquiera que
no se haya hallado en una situación análoga la respon- S . á l " ? h a C e r , j U S t Í C i a 31 N o r t e > P - hacerla tam!
sabilidad que sentía sobre mí. Y o me acordaba de haber bien a los buenos elementos del Sud
sido esclavo; de haber pasado los primeros años de mi do ^ ? r Í Ó d r 6 0 C l N ° r t e y e n e l habían toma-
vida en las profundidades de la ignorancia y la pobreza, do mr futuro discurso como tema de discusión y. á me-
y pensaba, que tal vez estaba poco preparado para acep- dida que se aproximaba el día, aumentaban las contro-
tar aquella responsabilidad. Algunos años antes, cual-
d e í Sud n o P 1 f 0 Í í r K " r n S Í d e r a b , e " E n t r C l 0 S P--CÜCOS
quier blanco del auditorio habría podido reclamarme del Sud no faltaban los que veían con malos ojos el
como esclavo y , entre mis oyentes, tal vez se encontra- que se concediera la palabra á un negro. Por otra parte
rían algunos de mis antiguos amos.
I S f s o t T p r o p i a s gentes de m i raza iDfinidad de -
E r a , al mismo tiempo, la primera vez — y yo 110 lo sejos sobre lo que tenía que decir. Me preparé para ha-
ignoraba — que se llamaba á un hombre de mi raza para er mi discurso lo mejor que pude, pero á medida que se
hablar desde la misma tribuna en que pronunciaban sus acercaba el 18 de Septiembre sentía decrecer mis áni-
discursos los blancos del Sud, en ocasión de tal impor- mos y cada vez tenía más miedo á un fracaso y á una
tancia. Y se me pedía que hablara delante de un audi- decepción. J
torio compuesto de cuanto encierra el Sud de hombres Había recibido aquella invitación en un momento en
ricos y cultos; es decir: delante de los representan- que los trabajos de la escuela me absorbían más que de
tes de mis antiguos amos. Sabía además que, aparte de ordinario porque el año escolar acababa de empezar.
los blancos del Sud, habría entre mis oyentes buen nú- Una vez compuesto mi discurso, lo releí con mi mujer
mero de blancos del Norte y un contingente respetable según mi costumbre cuando se trata de discursos qué
de individuos de mi raza.
rZZ r?l 16
rado. E R de
R RSeptiembre,
T E S < Y EIIA A P R O B Ó 1 0
la víspera de^ mi salida para
H A W A
A t l a n t a , l a mayor parte de los profesores de T u s k e g e e
lia noche dormí poco. A l otro día repasé cuidadosamen-
manifestaron deseos de conocer lo que había hecho y re-
te mi discurso y, siguiendo una práctica observada ca-
nové ante todos reunidos l a lectura. Aquello me reanimó
da vez que debo hablar en público, me arrodillé para
un poco, porque oídas sus críticas y sus impresiones, me
atraer sobre lo que tenía que decir las bendiciones
pareció que estaban satisfechos. del .benor.
E l 17 de Septiembre salí para A t l a n t a con m i mujer
Igualmente tengo la costumbre de hacerme una pre-
y mis tres hijos. Mis sensaciones creo que debían pare-
paración especial para cada discurso determinado. N u n -
cerse á las de un sentenciado, dirigiéndose al cadalso. c a se dan dos auditorios absolutamente idénticos E n
A l atravesar l a villa de T u s k e g e e encontré á un hombre cada caso concreto me propongo llegar al corazón del
del campo, blanco, v e c i n o nuestro, que me dijo riendo: auditorio, como si personalmente pudiera hablarle apar-
«Washington, hasta a h o r a , ha hablado usted á los blan- te Poco me importa el efecto que podrán causar mis
cos del Norte, á los n e g r o s del Sud ó á nosotros, campe- palabras en un periódico, ó en otro auditorio cualquiera
sinos blancos del S u d ; pero m a ñ a n a tendrá que hablar o en un individuo determinado: el auditorio del momen-
en A t l a n t a , á los b l a n c o s del Norte, á los blancos del to actual absorbe entonces toda mi simpatía, todo mi
Sud y á los negros reunidos. T e m o que se haya metido pensamiento y toda mi voluntad.
usted en un callejón sin salida.» Aquel buen hombre, en
P o r la mañana, m u y temprano, me habían mandado
pocas palabras, había definido m i situación; pero por
una delegación que debía escoltarme en el cortejo al
¡"raneas y acertadas que fueran sus palabras no contri-
dirigirnos al palacio de la Exposición. Formaban parte
buyeron á disipar mis inquietudes.
E n el transcurso de m i v i a j e , hasta A t l a n t a , venían , C o n e ¡ ° a 9 u e I > eminentes ciudadanos negros en sus
coenes y diferentes diputaciones militares de color P u d e
en g r a n número á v e r m e pasar por las estaciones los
notar el empeño con que los comisarios de la Exposi-
blancos y los negros y h a b l a b a n libremente, delante de
ción procuraban que los negros estuvieran bien colocados
mí, de lo que iba á o c u r r i r al otro día. E n A t l a n t a nos
y tratados con atenta urbanidad. E l cortejo empleó unas
esperaba y a una d e l e g a c i ó n . L a s primeras palabras que
tres horas para trasladarse á los terrenos de la Exposi-
hirieron mis oídos al descender del wagón fueron estas,
ción y durante el tránsito el sol nos asaeteaba con sus
de un anciano n e g r o : «He aquí el hombre de mi raza
rayos abrasadores. Cuando, por fin, llegamos al sitio
q u e mañana pronunciará un discurso en l a Exposición.
aestmado, el calor y la sobreexcitación que me agitaban
Iré á oírle...» me hicieron creer, por un momento, que iba á desfalle-
L a ciudad de A t l a n t a estaba literalmente atestada cer sm remedio y empecé á considerar seguro mi fra-
de - e n t e aquellos d í a s ; había forasteros de todos los caso. Al entrar en la sala de fiestas, una rápida ojeada
rincones del país, representantes extranjeros y diputa- me comunico la visión del gran recinto atestado de - e n -
ciones militares y c i v i l e s . L o s periódicos de la tarde pu- te de arriba á abajo, mientras, desde afuera, millares de
blicaban en grandes anuncios los acontecimientos del personas pugnaban todavía por entrar.
siguiente día. T o d o esto acrecentó m i malestar. Aque- L a sala era inmensa y perfectamente adecuada p a r a
alocuciones públicas. M i entrada señalóse por frenéticos
aplausos de los negros y aplausos débiles por parte de
los blancos. Se me había dicho en Atlanta que mientras
unos blancos venían á escucharme por simple y natural
curiosidad, otros acudían con verdadera simpatía, y
otros, finalmente, con la única esperanza de asistir á mi
£P C A P Í T U L O X I V . — E L DIS-
derrota, y con ganas de decir á los que me habían invi-
tado: « ¡ Y a os lo habíamos predicho!» CURSO DE L A EXPOSICIÓN D E
Uno de los miembros del Consejo de Administración ATLANTA, W W W W
de Tuskegee, que es, al mismo tiempo mi amigo perso-
nal, el señor W f f l i a m H . B a l d w i n (J.), era, en aquella
época, director general de los ferro-carriles del Sud y,
casualmeme, se encontraba en Atlanta aquel día. Es- L a Exposición de Atlanta, á la que yo había sido in-
taba tan inquieto por ver cómo me recibirían y el efecto vitado para pronunciar un discurso, como dejo dicho en
que produciría mi discurso que no pudo decidirse á en- el capítulo precedente, abrióse por una corta alocución
trar en la sala y se quedó afuera paseando, hasta que del Gobernador Bullock. Después de otros números inte-
acabó la ceremonia. resantes, entre los cuales recuerdo una plegaria del
obispo Nelson, de la G e o r g i a ; una oda de Alberto H o .
vvell; y discursos del Presidente de la Exposición y de
la señora Joseph Thomson, presidenta del comité de
damas, el Gobernador Bullock me presentó al audito-
rio, en los siguientes términos: «Hoy tenemos entre
nosotros un representante de la actividad y de la ci-
vilización negra.»
Ahora prefiero dejar la palabra al señor J. Creelman, Acababa de sentarse Mme. "Thomson cuando todos los
el conocido corresponsal militar, que asistió á la sesión ojos se clavaron en un negro bronceado, sentado sobre
de Atlanta y dio cuenta de ella al New-York World en el estrado, en primera fila. E r a el profesor Booker T
estos términos, que darán idea del modo como fué reci- Washington, director de la Escuela Normal profesio-
bido mi discurso: nal de Tuskegee, que ocupará desde hoy un lugar pre-
ponderante entre los hombres de su raza. L a orquesta de
Atlanta 18 Septiembre. Gilmore interpretó el Star-Sfangled-Banner y estallaron
Mientras el Presidente Cleveland esperaba en Gray los aplausos. Luego entonó el Dixie y hubo frenéticos
Gables el momento solemne en que hacer brotar la chis- clamores. Acabó con el Yankee Doodle y el entusiasmo
pa eléctrica que debería poner en movimiento todas las tendió á decrecer ( i ) .
máquinas de la Exposición de Atlanta, un Moisés negro, Mientras tanto millares de ojos estaban clavados en
se levantaba ante un auditorio de blancos y pronuncia- el n e g r o : un acontecimiento extraño iba á tener lugar-
ba un discurso que hará época en la historia del Sud: un negro hablaría en nombre de los suyos sin que nadie
al mismo tiempo un cuerpo de tropas negras marchaba, le interrumpiera. A l acercarse el profesor Washington
en un cortejo, con las milicias de la Georgia y de la al borde del estrado, el sol que entraba por las venta-
Luisiana. Desde el discurso inmortal de Henry Grady, nas circundó su frente de fuego. E l negro hizo un mo-
ante la sociedad de la N u e v a Inglaterra en New-York, vimiento por evitar la luz que le cegaba, buscó un sitio
ningún hecho ha demostrado tan elocuentemente el nue- comodo en la tribuna y , por fin, afrontó resueltamente
vo espíritu que hoy día anima al Sud, como la apertura al^sol sin un parpadeo, y empezó á hablar.
de la Exposión de Atlanta.
(1) « S t a r - S p a n g l e t - B a n n e r » es u n o de los h i m n o s nacionales de los
E n el momento en que el profesor Booker T . Was- Estados U n , d o s . - «Dixie» e s el h i m n o regional del S u d . - « Y a n k e e -
hington, director de una escuela profesional nara ne- u o o d l e » es el h i m n o regional del Norte — N . del T .
E r a una silueta i m p o n e n t e : grande, huesudo, mante- ébano y harapiento, agazapado en un rincón de la sala,
níase erguido como u n jefe sioux, l a cabeza noble, la seguía al orador, ardientes los ojos y temblándole el
frente alta, l a nariz r e c t a , las mandíbulas fuertes, l a bo- rostro, hasta el momento en que la suprema salva de
c a firme y v o l u n t a r i o s a , los dientes bellos y blancos y aplausos le arrancó un torrente de l á g r i m a s ; la mayor
los ojos v i v o s : tenía u n aspecto grande y fiero. E l bron- parte de los negros lloraban, probablemente sin darse
ceado cuello era n e r v i o s o y su brazo musculoso se er- cuenta de ello.
g u í a en el aire, m i e n t r a s en l a mano apretaba nerviosa- Después de las últimas palabras del discurso, el Go-
mente un lápiz n e g r o . Sus anchos pies descansaban só- bernador Bullock atravesó rápidamente el estrado y fué
lidamente en el s u e l o ; los talones estaban juntos y las á estrechar las manos del orador. Renovóse la ovación
puntas se echaban a f u e r a , formando ángulo. Su voz era y los dos hombres se encontraron unos instantes frente
c l a r a y sonora: a n u n c i a b a por medio de una corta pausa á frente, dándose l a mano.»
las frases que le interesaba destacar. E n menos de diez
minutos l a m u c h e d u m b r e vióse agitada de un verdadero Después de mi discurso de A t l a n t a , acepté algunas
delirio de e n t u s i a s m o : hubo sombreros por el aire. Has- invitaciones que se me hicieron para hablar en p ú b l i c o ;
ta las bellas damas d e la G e o r g i a se levantaban para principalmente aquellas que me proporcionaban ocasión
aplaudir. de visitar las regiones donde mi palabra podía servir á
Y cuando levantó l a mano, con los dedos separados, l a causa de mi r a z a ; pero siempre á condición de poder
y , hablando á los b l a n c o s del Sud, les dijo, en nombre extenderme libremente sobre l a obra que había empren-
de su r a z a : (¡Podremos, en nuestras relaciones sociales, dido y sobre las necesidades de mi pueblo y sin tenerme
estar, como los dedos, separados unos de o t r o s ; pero jun- que inquietar, como un conferenciante profesional, del
tos como l a mano, p a r a todo lo que es esencial para el éxito monetario.
progreso mutuo» su voz, retumbante fué á estrellarse Desde que hablo en público me pregunto con asombro
como una ola contra l o s muros de l a sala y todo el pú- cómo hay tantas personas que se molesten por venirme
blico, levantado c o m o por ensalmo, aplaudía frenética- á oir. Muchas veces me ha acontecido, al contemplar des-
mente... de l a calle la muchedumbre que invadía una sala de con-
H e oído á los g r a n d e s oradores de muchos países; ferencias donde yo debía hablar, sentirme avergonzado
pero ni el propio Gladstone, habría defendido su causa por hacer perder á tanta gente una hora tan preciosa.
con tanto arte como aquel negro anguloso que se erguía, Hace algunos años tenía que pronunciar un discurso
nimbada l a cabeza p o r el sol, ante aquellos mismos que, ante una sociedad literaria de Madison (Wisconsin).
en otros tiempos, h a b í a n cogido las armas para mante- U n a hora antes de la conferencia cayó una copiosa ne-
ner á su raza en l a esclavitud. Los clamores se hacían vada. Convencido de que no habría nadie en la sala,
cada vez m á s f u e r t e s ; pero l a expresión de su rostro me f u i á ella sin embargo, por c u m p l i r con mi concien-
seguía siendo i m p a s i b l e . cia pero seguro de que no iba á hablar. Encontré la
sala rebosando de auditorio y experimenté *an grande
Mientras tanto u n negrazo enorme, negro como el
asombro que no pude v o l v e r de él en toda la noche.
Hablar únicamente por hablar es, en mi concepto,
C o n frecuencia se me h a preguntado si estoy conmo-
perjudicar á los oyentes y perjudicarse á sí mismo. Y o
v i d o antes de h a b l a r ; h a y quien dice que, estando acos-
creo que no se tiene el derecho de hablar m á s que cuan-
tumbrado á hablar frecuentemente en público, y a no de-
do realmente nos obliga á ello el sentimiento de algo
bo experimentar esa emoción. Confieso que paso siempre
que queremos comunicar á los demás. T o d o el que está
por un momento penoso antes de pronunciar un discur- profundamente convencido de que lo que v a á decir será
s o ; y , á veces, ha sido tan g r a n d e l a tensión nerviosa, útil á un hombre ó á una causa humana, debe hablar,
que he resuelto no v o l v e r á hablar j a m á s en público. y yo creo que, en semejante caso, incluso puede burlar-
E s t a s sensaciones no las experimento únicamente antes se de las reglas de l a retórica. Entonces todos los pre-
de h a b l a r : después de h a b e r pronunciado un discurso ceptos artificiales de l a oratoria son de escasa utilidad.
suelo quedarme con el sentimiento de no haber dicho lo
C l a r o que conviene cuidar las pausas, la manera de
esencial ó lo m e j o r de lo q u e había pensado decir.
respirar y el tono de la voz, pero ninguna de estas cosas
P e r o hay también g r a n d e s compensaciones. Con fre- v a l e tanto como el alma del discurso. Cuando tengo
cuencia esta agitación n e r v i o s a da lugar, algunos minu- que hablar, me gusta olvidarme de las leyes de la g r a -
tos después, á una real satisfacción que me comunica mática y la retórica y me gusta que mis oyentes las
el sentimiento de haber s a b i d o coger á mi auditorio y olviden.
de haber establecido u n a corriente de simpatía entre el
N a d a contribuye á hacerme perder l a cabeza, cuando
público y yo. hablo, como el ver á alguien abandonar su s i t i o . " P a -
D u d o que haya en el m u n d o un goce á la vez físico ra evitarlo, me impongo siempre como un deber el tratar
é intelectual que i g u a l e a l d e l orador que siente al au- de hacer un discurso tan ceñidamente interesante y tan
ditorio completamente á m e r c e d de su palabra. H a y un lleno de hechos v i v o s que nadie pueda pensar en mar-
lazo de simpatía y de u n i ó n , que pone al auditorio en charse. H e podido concluir de mis observaciones que lo
comunicación con el o r a d o r , y que es tan fuerte como que quieren la mayoría de los auditorios son hechos, más
un cordón visible y t a n g i b l e . B a s t a con que haya entre que generalidades y doctrina moral. D a d á los hombres
un auditorio de un m i l l a r d e hombres uno solo cuyas hechos positivos, en forma interesante: ellos sabrán de-
opiniones estén en c o n t r a d i c c i ó n con las mías, ó cuya ducir por sí mismos las conclusiones necesarias.
actitud sea simplemente f r í a , crítica ú hostil para que yo E n cuanto á los auditorios que prefiero pongo por
lo advierta en seguida. C u a n d o he descubierto á mi encima de todos, una reunión de hombres de negocio,
hombre me dirijo l l a n a m e n t e á él y me doy el gusto de inteligentes y despiertos, como se encuentran en las ciu-
reducirle poco á poco. L o q u e , en estos casos me suele dades de N e w - Y o r k , Boston, Chicago y B u f f a l o . Nun-
dar mejores resultados es n a r r a r alguna historieta; aun- ca he visto auditorio más pronto á apoderarse de un mí-
que no suelo contar n u n c a u n a anécdota simplemente por nimo matiz y ni más entusiasta.
el gusto de contarla. E s t e procedimiento es vacío y fri- Durante estos últimos años he hablado ante las prin-
volo y no siempre e n g a ñ a á los que escuchan. cipales sociedades de este género en las grandes pobla-
d o n e s de los E s t a d o s U n i d o s . E l momento oportuno
mente más agradables que un banquete, después del
para hablar á un c e n á c u l o d e comerciantes es después
cual tengo l a perspectiva de pronunciar un discurso.
de u n a buena c o m i d a ; aunque no conozco tortura que
Después de los hombres de negocios, mis preferen-
pueda compararse á l a de u n a comida de catorce pla-
cias van directamente á un auditorio compuesto de hom-
tos, después de l a c u a l t e n g a que hablarse. A cada ins-
bres del Sud de una ú otra raza juntas ó por separado.
tante, mientras d u r a l a c o m i d a , creemos que el discurso
S u entusiasmo y el interés que ponen en vuestras pala-
será un fracaso y u n a decepción. bras son un goce continuo. L o s ((amén» y los «es verdad»
R a r a s veces me a c o n t e c e asistir á una de esas comi- que se escapan á cada momento, de los labios de los ne-
das sin recordar el t i e m p o d e mi infancia, cuando habi- gros, serían un estimulante para el peor de los orado-
taba como esclavo e n m i cabaña de madera, y sin desear res. Viene en seguida en el orden de mis preferencias un
íntimamente volver á e n c o n t r a r m e allí como por ensalmo auditorio de colegiales. H e tenido el privilegio de dar
y gustar, una vez por s e m a n a , l a rica miel que nos traían conferencias en nuestros primeros establecimientos de
de la «Casa grande». N u e s t r o régimen ordinario se com- enseñanza, tales como H a r v a r d , W i l l i a m s , Amherst, la
ponía de pan de maíz y carne de c e r d o ; pero el domingo Universidad de F i s k , la de P e n s y l v a n i a , W e l l e s l e y , la
por l a m a ñ a n a mi m a d r e estaba autorizada á traernos de Michigan, el C o l e g i o de l a Trinidad en la Carolina
un poco de miel ó a l m í b a r de l a ((Casa g r a n d e » ; cuando del Norte y muchos otros.
los tres niños l a v e í a m o s v e n i r , habríamos deseado que A l terminar mis discursos, oía decir, no sin cierta
todos los días fuesen d o m i n g o . Iba yo á buscar mi plato satisfacción, á un g r a n número de personas que venían á
de hojalata y lo presentaba p a r a que me sirvieran en él estrecharme l a mano, que era l a primera vez que llama-
l a golosina a p e t e c i d a ; pero cerraba los ojos, para procu- ban «señor» á un negro.
rarme la sorpresa d e encontrarme una gran cantidad C u a n d o hago un v i a j e que tenga particularmente por
cuando los abriera. U n a vez en posesión de mi fortuna objeto el instituto de T u s k e g e e combino de antemano
inclinaba el plato b l a n d a m e n t e , en todos sentidos á fin una serie de conferencias, en los centros más importan-
de que el espeso l í q u i d o c o l m a r a todo el cuenco: en mi tes de la región que voy á visitar: entonces me dirijo á
candidez infantil c r e í a que así aumentaba mi ración y auditorios de iglesia, á los de escuelas dominicales,
que hacía durar m á s tiempo m i regalo. Estos festines unión cristiana y clubs de ambos sexos. A l g u n a s veces
dejaron tal impresión en m i ánimo que, aun hoy, sería doy, en un mismo día, cuatro conferencias.
difícil convencerme d e que n o hay más miel en un plato Hace tres años, á propuesta del señor M. Morris K .
cuando ocupa todo el cuenco, que cuando sólo llena un Jesup de N e w - Y o r k y del doctor J. L. M. C u r r y , agente
rincón, si puede h a b l a r s e d e rincones en materia de general de l a fundación Jonh F. Slater, los administra-
platos. dores de l a sociedad votaron una suma que debía em-
Mi parte consistía en dos cucharadas de las grandes, plearse en p a g a r los gastos de la señora W a s h i n g t o n y
pero estas dos c u c h a r a d a s d e almíbar me eran infinita- los míos propios, durante un v i a j e de conferencias á los
grandes centros negros, principalmente en los estados
donde la esclavitud había estado e n vigor. Desde hace
tres años consagramos a n u a l m e n t e algunas semanas el mismo corazón del Sud, para negar que l a raza ne-
á esos viajes. P o r l a m a ñ a n a y o m e dirijo á los pasto- gra, á pesar de cuanto quieran decir de ella, está en
res, á los maestros y á los comerciantes : por l a tarde mi buen camino, y se desenvuelve tal vez, con lentitud, pe-
esposa reúne á las mujeres y finalmente por la noche to- ro también con seguridad, desde el punto de vista ma-
mo y o la p a l a b r a en las g r a n d e s reuniones públicas. terial, intelectual y moral. Podría tomarse como ejem-
Casi siempre asisten blancos á e s t a s conferencias. E n plo la existencia de ciertos tipos en la clase b a j a de
Chattanooga (Tennessee), por e j e m p l o , donde logré reu- N e w - Y o r k y j u z g a r por ellos de l a moralidad de la ra-
nir unas tres mil personas, me h a n asegurado que za b l a n c a : pero y a se ve que este no sería un método
había entre mis oyentes ochocientos blancos. Estos via- leal.
jes me han dado más satisfacciones y mejores resulta- A principios del año 1897 recibí una carta rogándome
dos que n i n g u n o de los que h a b í a hecho hasta ahora. que aceptara el pronunciar un discurso dedicatorio del
Gracias á ellos, m i esposa y y o h e m o s podido pene- monumento de Robert Gould Shaw (1), en Boston. Acep-
trar más adentro en los medios n e g r o s y verles de té. N o tengo necesidad de decir quien es Robert Gould
cerca en su v i d a privada, en sus i g l e s i a s , en sus escue- Shaw, ni lo que hizo. E l monumento erigido á su me-
las dominicales, en sus talleres, y en sus prisiones y moria se encuentra en lo alto del jardín público de
hasta en sus antros. Constituyen a s i m i s m o un buen mé- Boston, frente al palacio del gobernador. Se le conside-
todo para apreciar las relaciones q u e existen entre am- ra como una obra maestra de estatuaria; la m e j o r de
bas razas. Y cada vez, después de h a b e r dado estas con- los Estados Unidos.
ferencias, siento crecer mis e s p e r a n z a s en el porvenir de L a s ceremonias que integraban esta fiesta de l a
mi raza. ofrenda del monumento tuvieron l u g a r en la sala de
conciertos de Boston, y la inmensa sala, rebosaba de
Y a sé que muchas veces es f á c i l d e j a r s e ofuscar por
cuanto había en l a ciudad de más escogido y culto.
apariencias y manifestaciones de e n t u s i a s m o momentá- Había en aquel auditorio más representantes del v i e j o
n e o ; pero y a he aprendido á n o detenerme en estas elemento anti-esclavista, que se verán jamás en nuestro
muestras exteriores; me esfuerzo p o r l l e g a r al fondo de país. Presidió l a sesión el honorable Roger W o l c o t t ,
las cosas y recoger informaciones c o n método y sanare por aquel entonces gobernador de Massachussetts y en
fría. Ultimamente he oído afirmar p o r alguien que pre- la tribuna estaban, á su lado, altos funcionarios y cen-
tende conocer las cosas de que h a b l a , que, en toda la tenares de hombres distinguidos. U n suelto sobre aque-
raza negra, considerada en c o n j u n t o , n o hay más allá de lla reunión que publicó el Transcrift de Boston, l a des-
un noventa por ciento de m u j e r e s q u e sean virtuosas. cribirá mejor de lo que yo podría hacerlo:
Jamás se ha dicho mentira más o d i o s a apropósito de una
raza ni aportado un dato más d i f í c i l d e demostrar. (1) R o b e r t G o u l d S h a w , c i u d a d a n o de Boston, que se alistó c o m o
E s necesario no haber estado d u r a n t e veinte años simple soldado en la g u e r r a civil y que fué en 17 de A b r i l de 1869 c o r o -
nel del 54." regimiento de Massachusets, el primer regimiento de n e g r o s
en contacto con la raza negra, c o m o 1 Q he estado yo, en
q u e se f o r m ó en los Estados Unidos.—N". del T .
_ B O O K E R T. WASHINGTON
"
«La nota saliente de ayer tarde en l a hermosa cere-
monia en honor de la fraternidad humana, en la sala coronel Shaw al escultor Saint-Gaudens (i) y á los solda-
de fiestas de Boston, fué el magnífico discurso del di- dos negros del 54o regimiento de Massachussetts á su
rector de la Universidad de T u s k e g e e , Booker W a s - entrada en ,a sala y luego, al aparecer en la tr buna El
higton que en Junio último recibió el último grado de Coronel Henry Lee, del antiguo Estado Mayor d e t ' g o
A . M. CMáster of Arts) de la Universidad de Harvard. bernador André acababa de hacer una alocución lena
Ha sido el primero de su raza al que se le concede tal de noble simplicidad y por medio de la cual abría " a
honor por parte de la más antigua universidad de nues- fiesta, rindiendo homenaje á John. M. Forbes, cuyo si-
tro país, por haber sido «el digno conductor de su pue- tío ocupaba. E l gobernador W a l c o t t pronunció un me-
blo» como dijo el general Wolcott, al presentarle al
público. Fuerte W ^ dÍSCUrS° ^ d ^ d e < ^ r a b a «que el
Fuerte W a g n e r constituía época en l a historia de una
»Cuando el señor Washington se levantó, entre una raza y que marcaba los comienzos de su mayor edad» E l
atmósfera sobrecargada de patriótico entusiasmo y en alca de Quincy había aceptado el monumento, en nombr
la que flotaban banderas militares, el público tuvo la
adivinación instintiva de que se hallaba en presencia de nel Sha 1 °St°n; ñnalmente la hist0ria coro-
nel Shaw y de su regimiento de negros se había repeti-
la justificación viviente del viejo espíritu abolicionista do en términos elocuentes y el cántico «Mis ojos, Señor
de Massachussetts. Aquella personalidad era la encarna-
Booklfí f í g l ° r Í a " a C a b a b a d e entonarse cuando
ción de su v i e j a f e indomable y en su elocuencia, rica
Booker T . Washington se levantó. E l momento no po-
de pensamiento y de fuerza, los antiguos días de lucha,
cha ser más propicio. L a muchedumbre que había per-
y sufrimiento encontraron su recompensa y su corona.
dido aquella calma habitual en los oyentes de concier-
»La decoración, en torno, era de u n a g r a n belleza y tos sinfónicos, vibraba al impulso de una emoción que
de alta significación. Boston, tachado de tan «frío» se no era fácil contener. Y a unas diez veces se h a b í a T
había animado y ardía en el fuego de justicia y de ver- vantado, como un sólo hombre, para aplaudir, lanzar
dad que está en su corazón. Desbordaba la sala de -entes hourrahs y agitar los pañuelos. C u a n d o ' a q u e l ' h o m b r
á quienes nunca se ve en público; familias que de ordi- inteligente, dotado de una voz poderosa y de una piel
nario, en los días de fiesta, se apresuran á ir al camno. completamente negra, comenzó á hablar y á pronunciar
L a ciudad entera, aquel día, festejaba el aniversario de los nombres de Stearns y de Andrew, la emoción fué
la mayoría en la persona de sus mejores ciudadanos, aumentando. Los ojos de todos los oyentes se humede-
hombres y mujeres, cuyos nombres y cuyas vidas repre- cieron cuando el orador, vuelto á los soldados n e g r o T o t
sentan las virtudes amadas de una ciudad. Habían resona-
do en el aire las músicas marciales. L a s oraciones habían d í P F u Z W e m r a d a ' d a V Ó l0S ° j 0 S 6 n eI banderado
del i uerte-W-agner, que sonriendo, levantaba ahora la
sucedido á las oraciones ; aplausos calurosos y prolonga- bandera no abandonada nunca, á pesar de las heridas^ '
dos habían saludado á los amigos y á los oficiales del
(!) Famoso escultor nacido en Dublin en 1848 Unn w x
apreciados en la A m é r i c a boy día.—(N. del T . ) °S ™áS
SALIENDO DE LA ESCLAVITUD...
BOOKER T . WASHINGTON
22 7
Ü Ü i S
marcharme á E u r o p a . Y o h a b í a nacido en la esclavitud
y había crecido en los abismos de l a ignorancia y la
pobreza. E n mi i n f a n c i a h a b í a padecido hambre y frío:
no tenía casa. Y a era casi u n hombre cuando gusté por la
, 0 u a r n s o n había dxspuesto todo lo necesario para el
primera vez el p r i v i l e g i o d e sentarme á una mesa para
comer. E l l u j o y el bienestar me parecían entonces co-
sas únicamente destinadas á l a raza blanca. E n cuanto
á E u r o p a , Londres y P a r í s eran, p a r a mí, paraísos de
s u e ñ o ; y ¡ he aquí que yo i b a á disfrutar del inestimable
p r i v i l e g i o de visitar E u r o p a ! N o podía quitarme estos
pensamientos de l a cabeza. limos para N e w - Y o r k ' \ o o 1 YT Tuskegee, sa.
Me preocupaban, además, dos cosas. T e n í a miedo de barcarnos. N u e l t r a M i a p l ^ dlSpUeSt°S á em "
que al conocerse l a noticia d e nuestro v i a j e , las gentes, sus estudios en South í T P °r eDt0nces hací *
wmmm
ignorantes del m o d o en que podíamos llevarlo á cabo, fué á New Y o " y a^stio á T ^
nos creyeran envanecidos y ganosos de darnos importan-
cia. Con mucha f r e c u e n c i a había oído en mi juventud
Scott, mi secretario m i
«odo'PUDEISJ^rrmr 0
^ ^ ^
y de este
E I señor
»Washington, 23 Diciembre 1899. Veinte años han transcurrido desde que hice en
T u s k e g e e mi primera tentativa en una cabaña ruino-
»Querido señor: T e n g o el gusto de remitirle por este
sa, sin poseer el valor de un dollar en propiedad y no
correo, copia del documento conmemorativo de l a visi-
contando con más de treinta estudiantes. Hoy l a ins-
ta del Presidente á su instituto. E s t a s hojas llevan los
titución posee dos mil trescientas acras de tierra (mil
autógrafos del Presidente y de los miembros del gabi-
ciento cincuenta hectáreas), de las que setecientas son
nete que le acompañaron en su viaje.
anualmente cultivadas por los estudiantes. E n los te-
»Permítame que aproveche esta ocasión para felici-
rrenos de l a institución se levantan, entre grandes y
tarle sinceramente y desde el fondo de mi corazón por el
pequeños, cuarenta edificios. Mientras los estudiantes
g r a n éxito del p r o g r a m a de festejos preparado y eje-
trabajan en los campos ó construyen edificios, hay pro-
cutado bajo sus auspicios durante nuestra permanencia
fesores competentes que les enseñan los m á s recientes
en Tuskegee. C a d a detalle resultó de una manera irre-
métodos agrícolas y todos los oficios que están relacio-
prochable y todos los visitantes que tomaron parte en
nados con l a edificación.
l a fiesta como actores ó como expectadores, experimen-
A l lado de l a enseñanza literaria, científica y religio-
taron l a misma satisfacción absoluta. L a exhibición sin
sa, hay en l a escuela veintiocho clases industriales que
precedente de los alumnos ocupados en sus actividades
funcionan siempre. E n todas estas clases, nuestros
industriales, no sólo fué artística, sino de un relieve
alumnos aprenden oficios gracias á los cuales pueden
inolvidable. E l tributo pagado por el Presidente y por
encontrar una colocación al salir del instituto. E n la
su gabinete á su obra no era exagerado y creo que es
actualidad, el único inconveniente es que nuestros di- un oficio la mitad de su día, para ir adquiriendo la prác-
plomas, son tan solicitados por el público del Sud blan- tica y el amor del trabajo, de suerte que, cuando deje
co y negro, que no podemos servir más que l a mitad de nuestra institución, esté en condiciones de dar ejemplo
las demandas que .se nos hacen. P o r otra parte, no te- con su actividad, á aquellos entre los cuales v i v a .
nemos más que l a mitad de los edificios y del dinero que E l valor de nuestra propiedad es, ahora, de m á s de
se necesita para admitir á todos los negros de ambos trescientos mil dollars (un millón quinientos mil fran-
sexos que solicitan su admisión en l a escuela. cos). Si añadimos á esta suma, nuestro capital, que es
E n lo que llamamos nuestra enseñanza industrial, de unos doscientos quince mil dollars, el valor total de
partimos de tres principios capitales. Ante todo quere- nuestra propiedad, asciende á cerca de medio millón de
mos educar á nuestros alumnos de tal modo, que sean dollars. L o s gastos anuales corrientes, son, en l a ac-
perfectamente adaptables á las actuales condiciones de tualidad, de unos ochenta mil dollars (cuatrocientos mil
vida en el S u d ; es decir que sean capaces de hacer francos.) L a mayor parte de esta suma la recojo cada
precisamente aquello que necesitarán hacer. Queremos, año yendo de puerta en puerta y de casa en casa. N i n -
en segundo l u g a r , que cada alumno, al salir de nues- g u n a hipoteca g r a v a nuestra propiedad, que está á nom-
tra escuela esté en condiciones de ganarse su vida y la bre de un comité de administración anónimo con dere-
de su familia. Y finalmente, queremos que nuestros cho de revisar los actos de l a institución.
alumnos abandonen sus clases con l a convicción arrai- E l número de estudiantes ha crecido desde treinta á
g a d a de que el trabajo tiene su dignidad y su belleza y mi! ciento. Nos llegan de veinte y siete Estados y de
que conviene amarlo, en l u g a r de esquivarlo hipócrita- los territorios de A f r i c a , de Cuba, de Puerto Rico, Ja-
mente. A d e m á s de l a enseñanza agrícola que damos á maica y otros países extranjeros. E n nuestras clases hay
todos nuestros alumnos y de las lecciones de economía ochenta y seis funcionarios y profesores; añadiéndoles
doméstica que reciben todas nuestras alumnas, hemos las familias de los profesores, podemos concluir que en
comenzado á iniciar en l a a g r i c u l t u r a á algunas de es- los terrenos de la escuela vive una población constante
tas últimas. Principalmente les enseñamos la jardine- d e cerca de mil cuatrocientas almas.
ría, la floricultura, la fabricación de l a manteca, la Se me ha preguntado, con frecuencia, cómo podemos
apicultura y el arte relativo al mantenimiento de ani- lograr que una muchedumbre tan numerosa v i v a n re-
males domésticos. unidas con orden, corrección y moralidad. Podemos
Aunque la institución no tenga, en ningún sentido, dar dos respuestas: en primer l u g a r los hombres y las
carácter religioso, poseemos a l g u n a s cátedras, conocidas mujeres que vienen á nuestra escuela buscando una
con el nombre de escuela bíblica de Phelps Hall, en l a educación tienen un buen fondo de seriedad; en segundo
que se preparan algunos estudiantes para el ministerio lugar la actividad constante garantiza el orden.
sacerdotal y para otras formas de acción cristiana, so- L a siguente tabla del empleo de nuestro tiempo lo
bre todo en los distritos rurales. E s digno de observarse demuestra:
que cada uno de estos estudiantes trabaja igualmente en A las cinco de la mañana, toque de campana para
l e v a n t a r s e ; á las 5'50, primera campanada para el al-
Adonde quiera que v a y a n nuestros alumnos, una vez
muerzo ; á las 6, campana para el almuerzo; de las 6'20 á
obtenido su diploma, adviértense desde luego cambios
las 6'50 limpieza de las habitaciones; á las 6'5o c a m p a n a
notables en la adquisición de terrenos, m e j o r a de vi-
para el t r a b a j o ; á las 7*30, estudio de la m a ñ a n a ; á las
viendas, espíritu de economía y nivel de moralidad. Mu-
8'20, c a m p a n a para prepararse á las clases de l a m a ñ a n a ;
nicipios enteros se reorganizan por meclio de esos hom-
á las 8'25, inspección de limpieza y tocado de los a l u m n o s ;
bres y esas mujeres.
á las 8'40, servicio religioso en la c a p i l l a ; á las 8'55, re-
Hace diez años, instituí en T u s k e g e e la primera Con-
creo de cinco minutos para comunicarse las noticias del
ferencia negra. E s una asamblea anual que convoca en
d í a ; á las 9, comienzo de las c l a s e s ; á las 12, fin de las
nuestra escuela unos ochocientos ó novecientos hombres
c l a s e s ; á las J2'i5, c o m i d a ; á la 1, campana para el tra-
y mujeres, pertenecientes á lo más selecto de l a raza y
b a j o ; á l a i'30, comienzo de c l a s e s ; á las 3^0, fin de
que emplean un día entero estudiando las verdaderas
c l a s e s ; á las 5'30, campana p a r a anunciar el fin de los
condiciones industriales, mentales y morales del pueblo
t r a b a j o s ; á las 6, c e n a ; á las 7'io, plegarias de l a n o c h e ;
y haciendo planes de reformas adecuadas. D e esta Con-
á las 7'30, estudio nocturno; á las 8'45, fin del estudio
ferencia negra de T u s k e g e e han salido muchas otras
nocturno; á las 9'2o, primera campanada para acostar-
conferencias locales que se ocupan en la misma tarea.
se ; á las 9^0, campana p a r a acostarse.
Como resultado de estas reuniones, uno de nuestros dele-
Procuramos tener siempre presente que nuestros
gados contó en nuestra última asamblea que en sólo un
alumnos con diploma, darán el tono de lo que v a l g a
municipio, diez f a m i l i a s negras han adquirido casas y
nuestra escuela. Contando los que han concluido sus
las han pagado. A l día siguiente de la Conferencia negra
estudios y los que estaban suficientemente preparados
anual, tiene l u g a r la llamada Conferencia de los traba-
para ejecutar buena labor, cuando los dejaron, podemos
jadores. E s t a la forman profesores que se dedican á la
afirmar con toda seguridad, que hay, actualmente, tres
enseñanza en v a r i a s instituciones del Sud.
mil hombres y mujeres formados en T u s k e g e e para tra-
L a Conferencia negra proporciona á estos profesores
b a j a r en distintas partes del S u d ; unos y otros, con su
una ocasión excelente para estudiar y conocer el espíri-
propio ejemplo, ó con su esfuerzo personal demuestran
tu de las masas.
á l a masa de nuestro pueblo cómo puede mejorar su vi-
Durante el verano de 1900, con el concurso de emi-
da material, intelectual, moral y religiosa. A la vez, po-
nentes ciudadanos de raza n e g r a , tales como el señor
seen un sentido común tan recto y un dominio de sí mis-
T . Thomas F o r t u n e que ha secundado siempre mis es-
mos tan completo, que obligan á creer á los blancos del
fuerzos, organicé l a Liga nacional de comerciantes ne-
Sud en el valor de la educación dada á los negros. Sub-
gros que tuvo su primera reunión en Boston y que
siste, al lado de todo esto, una influencia en ejercicio
agrupó, por la p r i m e r a vez, á un g r a n número de hom-
constante, por medio de los meetings á las madres de
bres de color ocupados en diferentes industrias en las
f a m i l i a y por medio de la obra de plantación, que dirige
diversas provincias de los E s t a d o s Unidos. T r e i n t a Es-
l a señora Washington.
tados se vieron representados en aquella reunión. D e
iS
nuestra primera Asamblea nacional han ido saliendo las
tumbre del lynchaje. Cuando se hallaba en sesión la
ligas locales y las l i g a s de los Estados.
Convención constitucional del E s t a d o de Luisiana, escri-
A pesar de mis ocupaciones como administrador en
bí una «carta abierta» á dicha Asamblea, pidiendo justi-
T u s k e g e e y de las colectas que me veo obligado á rea-
cia para mi raza. Y en todos estos esfuerzos he recibido
lizar para reunir el dinero necesario á la escuela, no
siempre el apoyo caluroso y cordial de los periódicos del
puedo negarme á aceptar, por lo menos, una g r a n parte
Sud y de las otras partes del país.
de las invitaciones que se me hacen para hablar ante au-
ditorios de blancos del Sud, de gentes de mi raza y con A despecho de las señales aparentes y momentáneas
frecuencia en meetings del Norte. E l siguiente recorte que pudieran sugerir l a idea contraria, nunca la situa-
de un periódico de B u f f a l o (Estado de N e w - Y o r k ) de- ción de l a raza negra me ha inspirado más confianza que
mostrará á qué punto llegan mis ocupaciones. E s t a s lí ahora. L a gran ley humana que, á la larga, reconoce y
neas se escribieron con ocasión de un discurso que pro- recompensa el mérito es eterna y universal. E l mundo,
nuncié ante la Asociación nacional de enseñanza en en general, no conoce ni está en condiciones de apreciar
aquella ciudad: la lucha que constantemente se libra en el corazón de
los blancos del Sud y de sus antiguos esclavos para des-
«Booker T . W a s h i n g t o n , el más eminente pedagogo embarazarse de los prejuicios de r a z a ; y y a que ambas
negro del mundo, tuvo estos días una v e l a d a ocupadísi- razas luchan y se esfuerzan de este modo, merecen obte-
ma. L l e g ó á B u f f a l o procedente del Oeste y se hospedó ner la simpatía, el apoyo y la indulgencia universales.
en el Iraquois. A p e n a s había tenido tiempo de cepillarse
cuando tuvo que sentarse á la mesa para cenar. E n se- Mientras escribo las últimas líneas de esta autobio-
g u i d a asistió á una recepción en los salones del Iraquois g r a f í a me encuentro, casualmente, en la villa de Rich-
que duró hasta las ocho. E n este intervalo recibió el sa- mond, en V i r g i n i a , la ciudad que, hace una decena de
ludo de más de cien profesores y p e d a g o g o s de todas las años, era capital de l a Confederación del Sud y donde,
partes dé los Estados Unidos. P o c o después de las ocho, hace veinticinco años, tuve que dormir en el arroyo.
fué conducido en coche al Music Hall y, en hora y me- Hoy soy en Richmond huésped de la población ne-
dia, hizo dos vibrantes discursos sobre la educación de g r a ; vine, invitado por ella para pronunciar un discur-
los negros á un público total de cinco mil almas. E l so, la última noche, ante los ciudadanos de ambas ra-
señor W a s h i n g t o n f u é acaparado luego por una delega- zas, en la A c a d e m i a de música, l a más grande y más
ción de gente de su raza, presidida por el reverendo hermosa sala de la ciudad. E r a la primera vez que hom-
W a l k i u s , que le condujo á una pequeña recepción bres de color recibían autorización para servirse de esta
organizada en su obsequio por los negros.» sala. E l día que precedió al de mi llegada, el consejo
municipal votó una decisión para venir en corporación
T a m p o c o puedo dejar de llamar la atención del Sud á escucharme. L a L e g i s l a t u r a del Estado, compuesta de
y del país en general, por medio de la prensa, acerca de Ja Cámara de diputados y del Senado, decidió también
los asuntos que rozan los intereses de ambas razas. Así asistir en corporación á la conferencia.
lo he hecho, por e j e m p l o , á propósito de l a odiosa eos-
E n presencia de centenares de ciudadanos negros y
de muchos notables de la raza b l a n c a ; en presencia del
Consejo de E s t a d o y de los funcionarios del Estado, pro-
nuncié, pues, mi m e n s a j e : fué un mensaje de esperanza ÍNDICE
y de alegría. Y desde el fondo de mi corazón di las gra-
cias á las dos razas, por aquella acogida que me dispen-
DEDICATORIA.
saban, al regresar al E s t a d o que me vio nacer.
PRÓLOGO ESPECIAL PARA NUESTRA TRADUCCIÓN E S P A S O L A . 9
P R E F A C I O DEL AUTOR -Q
P R E F A C I O DEL TRADUCTOR . . . 13
CAPÍTULO I . E s c l a v o e n t r e los e s c l a v o s . . . . . . . 43
— II. Mi infancia gg
— V I I . Mis c o m i e n z o s en T u s k e g e e 119
FIN.
— VIII. Doy mi clase en una cuadra y en un galli-
n e r o 127
— IX. Días de angustia y noches de insomnio. . 138
sin f u e g o 1 4 g
— X I . N u e s t r o s a l u m n o s f a b r i c a n sus c a m a s an-