La Locura de Nabucodonosor
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Hacía exactamente doce meses atrás había tenido un sueño muy extraño: “Yo
Nabucodonosor estaba tranquilo en mi casa, y floreciente en mi palacio. Vi un sueño que
me espantó, y tendido en cama, las imaginaciones y visiones de mi cabeza me
turbaron” (Dn 4:4-5).
Quizá trató de encontrar a un “psicoanalista” de aquella época, pero ninguno de ellos
pudo interpretar el sueño del monarca. Al final, apareció Daniel, a quien Nabucodonosor
llamaba Beltsasar, que le dio la interpretación.
― Alteza, ¿en qué puedo servirlo?
― Beltsasar ― responde el monarca ―, jefe de los sabios, como entiendo que en ti hay
espíritu de los dioses santos y que ningún misterio está escondido de ti, dime las visiones
del sueño que he tenido y su interpretación.
― Majestad ― responde Daniel ―, escucho.
El rey, visiblemente emocionado, esboza una sonrisa al haber encontrado a alguien que le
preste atención.
― Yo miraba, y he aquí un árbol en medio de la tierra, cuya altura era grande. Este árbol
crecía y se hacía fuerte; su altura llegaba hasta el cielo, y era visible hasta los confines de
toda la tierra. Su follaje era hermoso y su fruto abundante.
El rey se agita. Cada palabra que pronuncia crece en ímpetu y emoción. De pronto, el
monarca se detiene. Sus ojos quedan como petrificados. Hay un silencio absoluto en la
vasta sala del palacio. Daniel lo mira con toda tranquilidad y le hace una seña para que
prosiga. Parecería que en todo esto no hay nada nuevo para Daniel. Por ahora, todo ha
sido lindo y positivo. El árbol crecía, era frondoso, lleno de belleza y daba un fruto
agradable.
― Pero de pronto ― continuó el emperador ― aparece ese ser extraño. He aquí un
vigilante, uno santo descendía del cielo.
El paisaje cambia bruscamente. Aparecen negros nubarrones y relámpagos. El rostro de
Nabucodonosor empalidece. Su voz se hace temblorosa.
― ¿Qué dijo el “vigilante santo”? ― pregunta Daniel con calma.
― Beltsasar ― responde el emperador ―, el vigilante no hablaba con una voz común. Su
voz saturó los cielos. Hablaba como para que todo el mundo se enterara.
El rey hace una nueva pausa y continúa. Su voz ahora es grave. Habla muy lentamente.
― El vigilante dijo: “¡Derribar el árbol y cortad sus ramas, sacudid su follaje, desparramad
su fruto!”.
El rey se da cuenta de que lo que dijo el vigilante es muy serio. Las palabras sugieren
conflicto y daño. “Derribad, cortad, sacudir, desparramad”.
― Pero eso no es todo lo que dijo: “Dejad el tronco de sus raíces en la tierra, con atadura
de hierro y de bronce, entre el pasto del campo. Que él sea mojado con el rocío del cielo y
que con los animales tenga su parte entre la hierba de la tierra”.
El rey ahora hace una larga pausa. Su mirada muestra angustia y terror. Parece alguien
que está aterrorizado porque se ha encontrado inesperadamente con una fiera en un
bosque.
En el sueño, el vigilante prosiguió diciendo:
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― “Sea cambiado su corazón de hombre, séale dado un corazón de animal, y pasen
sobre él siete tiempos”. Daniel, ¿qué significa “séale dado un corazón de animal”? ―
exclama el monarca ―. ¡Quiero saber qué quiere decir eso de “sea cambiado su corazón
de hombre”!
El emperador está impaciente. Daniel hace una pausa. Una profunda tristeza cubre su
rostro. “Sus pensamientos lo turbaron” (Dn 4:19).
Después de trabajar tantos años con ese soberano, siente estima y respeto por él. Por
supuesto, Daniel conoce las muchas impiedades del soberano. Transcurre un largo
tiempo en profundo mutismo. Durante ese tiempo, Daniel está recibiendo la revelación de
Dios. El sabe que en esa cultura, cuando alguien profetiza la caída del rey, es condenado
a muerte. Finalmente, Daniel se pone de pie y comienza a hablar. Lo hace con autoridad.
El momento es solemne. Su voz es clara, pero el tono demuestra la tristeza de su
corazón.
― ¡Oh señor mío, que el sueño sea para tus enemigos, y su interpretación para tus
adversarios! El árbol que viste, eres tú mismo. Es un decreto del Altísimo, que ha caído
sobre mi señor el rey.
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― “Siete tiempos pasarán sobre ti, hasta que reconozcas que el Altísimo es Señor del
reino de los hombres y que lo da a quien quiere”.
Dios está hoy en su trono de la misma manera que lo estuvo hace 2.500 años. El da el
reino a quien quiere. Dios se lo advirtió a Nabucodonosor por ese sueño y le dio doce
meses más de tiempo para arrepentirse. Ahora está temblando. Trata de hablar y no
puede. Está pálido como una hoja de papel. Sabe que el Dios de Daniel puede hacer
cosas maravillosas como lo hizo cuando Sadrac, Mesac y Abed-nego, los tres amigos de
Daniel, fueron arrojados al horno de fuego y nada les pasó.
El profeta de Dios dice sus últimas palabras:
― “Por tanto, oh rey, que te sea grato mi consejo, y rompe con tus pecados mediante la
práctica de la justicia, y con tus iniquidades mediante obras de misericordia para con los
pobres”.
A menudo, los reyes tomaban propiedades de sus súbditos para ellos mismos. Daniel le
aconseja que redima sus pecados con justicia.
― ¿Y qué pasa ― pregunta Nabucodonosor ― si yo hago todo esto?
La respuesta de Daniel es:
― “Tal vez resulte en la prolongación de tu tranquilidad”.
Daniel hace una profunda reverencia y dice:
― Su alteza, si usted me permite, quisiera retirarme.
El emperador hace una señal de afirmación y el varón de Dios se aleja lentamente.
La cara del soberano muestra distintas expresiones simultáneamente. Por un lado, está
enojado con ese Dios de Israel. Por otro lado, tiene miedo porque sabe que el Dios de
Daniel pudo proteger a sus siervos aun en el pozo de los leones. El monarca camina
nerviosamente en una de las salas del palacio. Sabe que tiene que tomar una decisión. La
imagen del vigilante gritando “derribad el árbol” le vuelve una y otra vez como un bumerán
golpeando su cabeza. Por último, decide dejar la decisión para el día siguiente y esa
noche toma más alcohol de lo acostumbrado, pero aun así no puede dormir. Al día
siguiente, lo persiguen los pensamientos y la imagen de su siervo Daniel. Resuelve dejar
su decisión para la siguiente jornada; después para la otra semana y luego para el
próximo mes.
Ha pasado un año entero. El sol va a salir exactamente en el mismo lugar que salió
cuando tuvo esa “pesadilla”. Ya casi se ha olvidado de ese sueño. Sus cortesanos lo
están acompañando como de costumbre. También están algunos embajadores de lejanos
países. Se está paseando por esa terraza amplia del palacio imperial. El rey se detiene y
observa el panorama. Sobre el horizonte, hacia cualquier lugar donde se mire, se ven los
edificios de esa ciudad maravillosa. Desde allí se ven los “jardines colgantes” que han
pasado a la historia como una de las maravillas del mundo.
― ¡Silencio” ― dice uno de los asistentes ―. Su majestad va a tomar la palabra.
De inmediato se hace silencio. Las personas de la comitiva se quedan como petrificadas
porque el emperador va a decir algo. Nabucodonosor se pone en pose para impresionar
más.
― “¿No es esta la gran Babilonia que yo edifiqué como residencia real, con la fuerza de
mi poder, y para la gloria de mi majestad?”
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Destaquemos sus palabras: “la ciudad que YO edifiqué”, “la fuerza de MI poder”, y “la
gloria de MI nombre” (Dn 4:30).
En ese momento cae como herido por un rayo y durante siete años el emperador vive y
actúa como una bestia.
Pero este no es el final de la narración. Tiempo después, el emperador se arrepiente y en
ese mismo momento le “fue devuelta la razón”. Esta es la gracia de Dios. El relato bíblico
nos dice que este emperador hizo poner por escrito su experiencia con estas palabras:
“Pero al cabo de los días, yo, Nabucodonosor, alcé mis ojos al cielo, y me fue devuelta la
razón” (Dn 4:36). El tuvo que levantar los ojos al cielo de la misma manera que el hijo
pródigo tuvo que volver a la casa de su padre (Lc 15). Luego agrega: “Entonces bendije al
Altísimo; alabé y glorifiqué al que vive para siempre. Porque su señorío es eterno, y su
reino de generación en generación” (Dn 4:34). Nabucodonosor reconocer que sólo Dios
es el Altísimo. Y agrega en su escrito: “Todos los habitantes de la tierra son considerados
como nada” (Dn 4:35). Se da cuenta de que aun él mismo, el emperador del imperio más
grande de ese momento, es absolutamente insignificante. Finalmente, declara: “Ahora yo,
Nabucodonosor, alabo, exalto y glorifico al Rey de los cielos, porque todas sus obras son
verdad y sus caminos son justicia. El puede humillar a los que andan con soberbia” (Dn
4:37).
El emperador ha aprendido que “antes de la quiebra está el orgullo; y antes de la caída, la
altivez de espíritu” (Pr 16:18).
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• Estaba aislado. Dejó de pertenecer a la sociedad en el sentido productivo. Lo
mismo sucede hoy con los que se han hecho adictos a las drogas. En forma
progresiva, se van separando de la sociedad.
• Estaba mal nutrido. Comía hierba como los bueyes. El pasto, que es un buen
alimento para los animales, no lo es para el hombre. Sin duda, tuvo una carencia de
proteínas y otras sustancias importantes. Actualmente, muchos se “alimentan” de
las hierbas de este mundo por medio del cine y la televisión, que están saturados de
crimen, iniquidad y violencia.
• Pasaba las noches en un lugar inadecuado, a la intemperie. Dios instituyó la familia
en la que sus integrantes descansan juntos durante la noche. Actualmente, muchas
personas pasan hasta altas horas “mojándose con el rocío” de sitios que no son de
provecho.
• Estaba descuidado en su presencia personal. Dice el texto bíblico que “su pelo
creció como plumas de águilas” (Dn 4:33). Nabucodonosor no había nacido buey ni
había nacido águila. Su aspecto era deplorable. Además, estaba descuidado en su
aseo personal. Esas manos delicadas que tenía cuando era un niño se habían
transformado en algo grotesco, fiero y desagradable. Esas manos creadas para
servir a Dios se asemejan a las garras de un ave de rapiña. El hombre ha sido
creado a imagen y semejanza de Dios (Gn 1:26), y aun su aspecto también habla
acerca de la naturaleza de su Creador.
Todos le tenemos miedo al cáncer o a las enfermedades cardíacas. Pero las
enfermedades psiquiátricas son muy temidas. En esta narración, vemos que el emperador
tuvo la responsabilidad de arrepentirse. ¿Puede arrepentirse un hombre que ha llegado al
punto de estar convencido de que es un animal? Nabucodonosor lo hizo. La gracia de
Dios se manifiesta al darle otra oportunidad.
Por cierto, muchas personas sufren trastornos mentales severos a causa de procesos que
aún no conocemos. Sin embargo, muchos de ellos surgen a causa de una vida
desordenada y fuera de los propósitos de Dios.
Nuestro Dios tiene un plan muy diferente para nosotros. Por eso, leemos una y otra vez
“el temor del Señor es el principio del conocimiento” (Pr 1:7), y que “nosotros tenemos la
mente de Cristo” (1 Co 2:16). Y es por esa mentalidad que Jesucristo puede compartir
con el creyente profundas verdades espirituales.
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• ¿Qué conductas o actividades inapropiadas le producen estados de alteración
mental?
• ¿Qué situaciones específicas le produjeron alivio mental?
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