Teorías Sobre El Amor en La Cultura Árabe Medieval
Teorías Sobre El Amor en La Cultura Árabe Medieval
Teorías Sobre El Amor en La Cultura Árabe Medieval
Aunque parezca extraño, hasta hace muy poco sólo disponíamos para el Ars Amatoria de
Ovidio de los comentarios de Paul Brandt (Leipzig, 1902 = Hildesheim, 1963) y de los ita-
lianos E. Pianezzola, G. Baldo y L. Cristante (Milán, 1991). También estaba a nuestra dispo-
sición el conciso, pero excelente comentario de A. S. Hollis para el libro I (Oxford, 1977).
Ahora, ha llegado a nuestras manos un extenso comentario al libro II que será un libro de
obligada referencia para los estudiosos de Ovidio y de la poesía augustea. También acaba de
publicarse el comentario del libro III a cargo de R. K. Gibson (Ovid. Ars amatoria book 3,
Cambridge: Cambridge University Press 2003, pp. 446) de la Universidad de Manchester, ya
iniciado en su tesis doctoral. Por cierto, los españoles dedicados a la filología clásica (los que
se dedican al humanismo latino es otro cantar) andamos perdidos en esta fundamental faena
de filólogo: el comentario filológico de los textos clásicos.
El volumen se inicia con una completa bibliografía (pp. 13-29), en la que falta, como es
usual allende nuestras fronteras, referencias bibliográficas españolas (¡ni siquiera una!). Al
menos, podría haber sido de no poca utilidad para el mismo Janka la monografía de E. Mon-
tero, El latín erótico (Sevilla, 1991), indispensable para el conocimiento del léxico amatorio
latino. Añádase también otros libros, como por ejemplo: R. K. Gibson, A commentary on
Ovid's Ars Amatoria III, 499-812, Cambridge, Ph. D, 1993; A. Ramírez de Verger y F. Socas,
La obra amatoria de Ovidio. II: El arte de amar, Madrid: Alma Mater, 1995; F. Navarro
Antolín, Lygdamus. Corpus Tibullianum III.1-6: Lygdami elegiarum liber. Edition and
Commentary, Leiden, 1996; J. L. Arcaz, G. Laguna Mariscal y A. Ramírez de Verger, eds.,
La obra amatoria de Ovidio. Aspectos textuales interpretación literaria y pervivencia, Ma-
drid, 1996; J. Wildberger, Ovids Schule der “elegischen” Liebe. Erotodidaxe und Psychago-
gie in der Ars amatoria, Frankfurt am Main: Peter Lang, 1998. Para estar al último grito,
puede consultarse la página web: www.phil.uni-erlangen.de/~p2latein/ovid/ oveleg_r.html.
La introducción es brevísima (pp. 31-37), el comentario se extiende a lo largo de casi 500
páginas para 746 versos (pp. 39-512) al estilo del monumental comentario de F. Bömer de las
Metamorfosis. El libro se cierra con una lista de los pasajes textuales tratados (pp. 513-514).
Sin embargo, en un volumen tan claramente editado me resulta insoportable la ausencia de
los obligados Indices nominum, locorum et rerum.
He aquí algunas notas de lectura (citaré por los versos) a un comentario muy completo en
mitología, lengua, realia, estilo, crítica textual y, sobre todo, en lugares paralelos, tanto lati-
nos como griegos:
2 Sobre los retia amoris, cf. P. Murgatroyd, «Amatory hunting, fishing and
fowling», Latomus 43, 1984, pp. 362-368.
3 Leo donet (T, recc., Heinsius) mejor que donat (RYLP3).
9-10 Sobre la navigatio amoris, léase también a G. Laguna, «El texto de Ovidio,
Amores II 10, 9 y el tópico del nauigium amoris», Emerita 57, 1989, pp.
309-315.
358 RESEÑA DE LIBROS EM LXXI 2, 2003
54 En lugar de quem licet hay que leer qua licet; cf. Epist. V 56, XVI 237;
Am. I 4, 62 y III 8, 51; Epist. IV 9, V 56. No hay, pues, necesidad de acu-
dir a la interpretación de una oración de relativo proléptica.
84 Prefiero, como Heinsius, leer ducem y no patrem (tal vez una glosa); cf.
met. VIII 208 (me duce carpe viam) y 224 (deseruitque ducem).
115-118 Habría que aludir al tópico literario “el tiempo huye” (tempus fugit); cf.
Am. I 8.49-50; II 9.41-42; Ars III 59-82; Fast. V 353; Tib. I 1.69-74; 4.27-
32; 8.47-48; Prop. I 19.25-26, II 15.23-24; Hor., Carm. I 11.7-8 (cf. co-
mentario de Nisbet-Hubbard, Horace: Odes I, pp. 141-142); Sen., Phaidr.
446. Léase también a W. H. Race, Classical genres and English Poetry,
Londres, 1988, pp. 118-141 («The Argument of Carpe-diem Poems»).
159 Clara alusión a los irritamenta Veneris o “excitaciones en el amor”; cf.
Am. III 7, 12, 55-56; Iuv. VI 194-197; Apul. Met. V 6; léase también el
comentario (muy útil, pero muy desconocido) de G. Némethy, P. Ovidii
Nasonis Amores, Budapest, 1907, p. 245.
278 El tema de la amada codiciosa (puella auara) es propio de la diatriba y
aparece frecuentemente en la comedia; cf. Plaut. Truc. 51-77; N. Zagagi,
Tradition and Originality in Plautus, Göttingen, 1980, pp. 118-131. La
crítica a la codicia de la amada es frecuente en los elegíacos latinos: Am. I
8, 55-70 y 87-94, 3.8; Ars II 273-286; Tib. I 4.57-58; 5.47-48; 9; II 3.35-
60; 4.13-20; Prop. I 8, II 16, 23, III 13, IV 5. Léase también a F. Navarro
Antolín, «Amada codiciosa y edad de oro en los elegíacos latinos», Habis
22, 1991, pp. 207-221.
308 Ahora (cf. Emerita 61, 1993, p. 326) me inclino por leer et quaedam gau-
dia uoce nota (nota se lee únicamente en el ‘Bernensis Bibl. Munic. 505,
saec. XIII’); cf. A. Ramírez de Verger, ed., Ovidius, Carmina amatoria,
Múnich y Leipzig, 2003, pp. 203-4.
313 Hay que puntuar con Heinsius si latet ars, prodest para recoger apropia-
damente el principio retórico de la dissimulatio artis; cf. Met. 10,252: ars
adeo latet arte sua.
447-454 Fórmula conocida del makarismós o alabanza del hombre afortunado en
algo. El tópico literario se remonta a Hom. Od. V 306-307; cf. Verg. Aen.
I 94-96; léase el comentario de F. Navarro Antolín, Lygdamus, Leiden,
1996, pp. 234-236.
477 F. Socas (Arte de amar, Madrid, Alma Mater, 1995, p. 63) acertó, a mi
juicio, interpretando Voluptas como la personificación del placer sexual.
501-502 Sobre la puella sapiens, cf. met. X 622 con nota de Bömer ad loc.; léase
también a A. Ramírez de Verger, «La puella sapiens en Ovidio, Amores II
4, 45-46», Emerita, 69, 2001, pp. 1-5.
616 No me parece inútil la conjetura bentleyana de nempe, de más sentido, en
lugar de saepe, de comprensión difícil junto a auertit vultus puella suos.
La han aceptado Ehwald, Brandt, Kenney y Goold, mientras que la han
EM LXXI 2, 2003 RESEÑA DE LIBROS 359
El trabajo que el profesor Laguna presenta en esta publicación tiene su origen en una
Tesis de Licenciatura defendida en la Universidad de Sevilla hace algunos años, pero que no
ha perdido originalidad ni frescura.
Es bien sabido entre los estudiosos de Catulo que el poema 67 ha resultado desde siempre
de difícil interpretación, hasta el punto de que algunos de los concienzudos críticos que
últimamente abordaron su examen (Forsyth 1986, Murgatroyd 1989 y Thomson 1997), o
bien renunciaron al entendimiento global de la composición o bien se dejaron llevar por
errores fácilmente detectables; esta es la razón por la que debemos saludar con
agradecimiento el esfuerzo del autor que, tras un detenido trabajo, ha podido aportar los
frutos de su propia investigación, resultados que en este caso quieren ser definitivos.
Los contenidos del trabajo se distribuyen de la manera siguiente: introducción (pp.13-20),
texto revisado y traducción ( pp.21-26), estudio literario y filológico del poema (pp. 27- 116),
y conclusiones (pp. 117-120). A estos apartados se añaden una bibliografía bastante
actualizada y unos índices de cosas notables, de autores modernos y de pasajes citados, que
resultan de gran utilidad.
El poema es un diálogo, entre un interlocutor anónimo y la puerta de una casa, por el que
a ésta se le piden explicaciones acerca de su deslealtad para con el actual propietario. La
puerta se defiende de la acusación aludiendo a una oscura historia de incesto y adulterio,
según la cual la culpa debe recaer sobre la dueña de la casa, que se ha entregado a toda clase
de escándalos.
El conjunto de los 48 versos catulianos que componen el carmen considerado, ofrecen a
lector, con vistas a su interpretación, dificultades tanto de tipo textual como de carácter
léxico-semántico y literarias.
Entre los problemas de tipo textual, los más difíciles se refieren a los vv. 5, 12 y 27.
Laguna los va resolviendo, respectivamente, en las pp. 15-16, 62-70 y 86-89 de su trabajo,
360 RESEÑA DE LIBROS EM LXXI 2, 2003
republicana («Epilogo romano» [pp. 533-565]), época en la que la literatura helenística era
considerada ya literatura clásica e imitada como tal. Además de la comedia nueva, se destaca
la huella de Calímaco, Herodas, la epigramática, Teócrito, Apolonio y Arato. La monografía
se cierra con una bibliografia muy actualizada (pp. 567-580), donde hay que lamentar la au-
sencia total de estudios en español – algunos muy pertinentes como los de E. Fernández-Ga-
liano, Posidipo de Pela, Madrid, 1987, J. G. Montes Cala, Calímaco. Hécale, Cádiz, 1987 y
T. Molinos Tejada, Los dorismos del Corpus bucolicorum, Amsterdam, 1990 –, y unos índi-
ces de pasajes citados (pp. 583-588) y de nombres antiguos y cosas notables (pp. 589-597).
La renuncia a presentar un manual completo de poesía helenística, rehuyendo convertirse
en mera repetición de conocimientos, es sin duda un acierto. Los autores ofrecen a cambio
una selección personal a través de la cual pueden aportar su visión de la literatura del período
con la confianza de que, en el caso de que ésta sea aceptada, pueda trasladarse a aquellos
autores u obras no tratadas. La selección permite además que el análisis de las obras sea
minucioso. Su estudio destaca por basarse íntegramente en la lectura directa de los textos
–generalmente se presentan en versión original, pero siempre se ofrece traducción al italiano a
pie de página con lo que se amplía la potencial recepción del libro- sin despreciar la
bibliografía secundaria, pero situándola en su justo lugar. No se discuten en esta monografía
diferentes interpretaciones de la poesía helenística, sino que se ofrece una visión personal
relegando a nota las referencias eruditas. Llama especialmente la atención la recurrente
alusión a doctrina de crítica literaria de la Antigüedad como apoyo de las reflexiones que se
plantean y la permanente búsqueda de fuentes o modelos. Los autores no se detienen en
detectarlas, sino que rastrean su relación con la obra y su repercusión en la interpretación del
conjunto. Al estudiar las creaciones literarias, artísticas y culturales de esta época es
imposible abstraerse de sus modelos de época arcaica y clásica. Los poetas helenísticos los
conocían a la perfección, admiraban e imitaban o se distanciaban conscientemente de ellos.
Su producción constituye de hecho la primera manifestación literaria que surge con plena
conciencia de suceder a un pasado glorioso y, por tanto, se desarrolla bajo la sombra de éste.
Sin embargo, los autores de este período, como se demuestra a lo largo de las 600 páginas de
esta monografía, tienen entidad por sí solos y, además, no hay que olvidar que si la literatura
de los siglos V y IV se considera ‘clásica’ es precisamente gracias a ellos. Sin su aportación
muchas de las grandes creaciones de aquella época no habrían ejercido tan profunda
influencia en la cultura griega posterior, en la romana y, en definitiva, en la europea. Es, pues,
un período vital en la historia de la literatura universal que esta monografía, llamada a
convertirse en referencia obligada, contribuye a iluminar.
GUILLERMO GALÁN VIOQUE
Universidad de Huelva
Hace ya cierto tiempo que Stavros Frangoulidis viene ocupándose de elementos teatrales
en las Metamorfosis de Apuleyo: en realidad, varios de los capítulos de este libro son artícu-
los publicados en diferentes revistas – CJ 95, 1999; AJPh 120, 1999; Drama 8, 1999; Scholia
9, 2000 – y que ahora, junto con otras partes originales, se presentan en una serie ordenada
EM LXXI 2, 2003 RESEÑA DE LIBROS 363
que pretende aportar una visión innovadora de la novela. El estudio del texto desde un punto
de vista dramático, tal como hace prever el título, resulta especialmente atractivo, puesto que
el mismo Apuleyo presenta así varios episodios (cf., por ejemplo, el uso de scaena en II 28.7,
IV 20.3, VIII 8.5, VIII 11.1, por no hablar del Festival del dios de la Risa en el libro III o de
la pantomima del Juicio de Paris) y la crítica, naturalmente, no ha dejado de advertirlo: véan-
se, entre las obras más recientes, los comentarios al libro IX de Hijmans et al. 1995, 387 y n.
9, al X de Zimmerman 2000, 119, o al II de van Mal-Maeder, 2001, 375. Así pues, los temas
que propone Frangoulidis, es decir, el análisis de los papeles que asumen varios personajes de
la novela, las interpretaciones que realizan y los cambios continuos que efectúan, constituyen,
en principio, un excelente campo de investigación con un enorme interés.
Pero el libro no se queda en un estudio general de las características teatrales de la novela,
sino que se propone aplicar a episodios concretos del texto las categorías de Greimas (pp. 2-
5) o, más bien, una adaptación de estas (pp. 5, 9); después de dejar constancia de esta
intención y de definir su propio concepto de roles – “distinct features which the narrative
endows the actors/characters with at any given point in the novel’s discourse” (p. 5) – y
performances – “actions undertaken by the actors/characters in order to achieve the object of
their goals/values” (p. 7) –, Frangoulidis acaba la introducción presentando la materia
efectiva sobre la que versa el libro (pp. 11-14) y que se limita a algunos de los cuentos
insertos, no a la trama central de la novela.
El primer capítulo, titulado «Unwittingly Successful Performances: The Triumph of
Magic», trata del cuento de Aristómenes sobre Sócrates (libro I 5-20; pp. 16-35), el que narra
Telifrón sobre su propia mutilación (II 21-30; pp. 35-49) y el festival de la Risa (III 1-11; pp.
49-68); el segundo – «Fatally Successful Performances» – estudia la historia de Plotina que
cuenta Hemo-Tlepólemo (VII 1-13, pp. 70-82) y la narración del trágico final de Cárite (VIII
1-14, pp. 82-103); el tercero, bajo el rótulo de «Unsuccessful Performances», analiza la
historia de la mujer del panadero contada por el burro Lucio (IX 14-31, pp. 105-119) y la de
la madrastra (X 2- 119-127); mientras que el cuarto – «Man and Animal» – se ocupa de la
historia del bandido Trasileón contada por uno de sus camaradas (IV 14-21; pp. 129-147) y el
espectáculo de Corinto (X 16-35; pp. 147-162). El quinto y último capítulo – «Successful
Performances: Lucius’ Spiritual Journey» –, con el que llegamos al libro XI (pp. 163-176) y a
la culminación del libro, es indudablemente el más ambicioso, puesto que con las conclusio-
nes (pp. 175-176) se pretende integrar todas las lecturas anteriores en una unidad de interpre-
tación; precisamente por eso, hubiera resultado quizá conveniente tratarlo con mayor ampli-
tud y detenimiento.
Lo que resulta desconcertante es que en todos estos episodios la adaptación de las
categorías de Greimas se limite a alguna pincelada terminológica (p. 176, p. ej.) y, la mayoría
de las veces, a un pequeño párrafo (pp. 76, 136, 165-166, por ejemplo) en el que se les aplica
a los diversos personajes las conocidas oposiciones sujeto/objeto, destinador/destinatario,
adyuvante/oponente, etc. Apenas se presta más atención a las ideas de Greimas que a ciertos
análisis freudianos que aparecen un par de veces (pp. 47 y 101) y que adolecen de la misma
superficialidad. En general, para la mayor parte de la argumentación que desarrolla Frangou-
lidis, el análisis de Greimas es perfectamente superfluo y no se comprende el sentido de invo-
carlo al principio como la herramienta fundamental del estudio.
Resultan interesantes, si bien no novedosas en parte, otros facetas de su análisis como su
resumen de los paralelos entre las historias de Plotina y Tlepólemo o Cárite y su interpreta-
364 RESEÑA DE LIBROS EM LXXI 2, 2003
ción como contrapunto a las historias de bandidos (p. 71). Pero en otros casos ciertas conclu-
siones hubieran necesitado, como mínimo, una argumentación muchísimo más detallada: tal
como aparece, puede parecer caprichoso y falto de fundamento, por ejemplo, interpretar la
mutilación de Telifrón como una castración (pp. 47, 49) o la consideración de que Lucio sufre
la metamorfosis porque no acepta su integración en la comunidad de Hípata mediante el
festival del dios de la Risa (una idea fundamental en el libro, cf. pp. 65, 164, 170) con la
curiosa idea — y contraria a todo lo anterior—de que «in successfully passing the test, he (sc.
Lucius) has earned the right to become an ass». También resulta interesante advertir
elementos que recuerdan a los de una boda romana (p. 92; una idea ya expresada por el
autor), pero resultan sorprendentes afirmaciones como las de que los ojos de Trasilo, al
quedar cegado, son un sustituto de los órganos sexuales femeninos (p. 97) y, después, adquie-
ren el significado simbólico de los testículos (p. 98), la de que este castigo refuerza el com-
portamiento marital admisible en la sociedad o, más adelante, la de que Trasileón encuentra la
muerte por no haber sabido atraerse la simpatía de su audiencia (p. 141). Tampoco parece del
todo convincente la consideración de la historia de la madrastra (X 2-12) como variante del
cuento de Telifrón (pp. 119-127), puesto que hay demasiadas diferencias y las semejanzas no
son muy significativas. Por otro lado, la mención de la muerte de Tlepólemo con respecto a la
de Trasileón (p. 144) es demasiado simple y la idea de que el asno Lucio se salva finalmente
por renunciar al sexo en el espectáculo de Corinto (fundamental en pp. 160-162) está
sencillamente en contra del testimonio del protagonista (X 34.5-35.1).
Otro serio inconveniente es que gran parte del libro, poco voluminoso además, se
consume en la descripción de los diversos episodios de la novela. Tanto por el contenido del
libro en sí como, por ejemplo, por el empleo constante de citas del texto latino sin traducción,
se trata de una obra destinada más bien a un público especializado; por lo tanto, el autor
podría haber supuesto cierto conocimiento del tema en el lector y haber reducido las partes
dedicadas simplemente a narrar los diversos pasajes.
De acuerdo con un criterio irreprochable, la bibliografía es muy selectiva: los estudios so-
bre las Metamorfosis de Apuleyo son numerosísimos y el autor ha estado muy acertado en limi-
tarse a lo más pertinente a su campo de estudio y a obras muy recientes, como los libros de Har-
rison o Zimmerman, por ejemplo, y los estudios de Repath, Slater o Lateiner, todos del 2000.
Al final, se tiene la sensación de que este libro no agota precisamente las posibilidades de
estudiar las Metamorfosis ni desde el punto de vista teatral ni desde el de la teoría de Grei-
mas: indudablemente queda mucho por hacer. Pero el autor ciertamente ha acertado en
muchas ocasiones al descubrir la importancia de los disfraces, los engaños, las transformacio-
nes y los cambios de rol en la trama de la novela, subrayando al mismo tiempo la complejidad
y el sutil entramado de la obra. Desde esta perspectiva el trabajo de Frangoulidis resulta muy
útil, aunque su interpretación final de la obra no sea, por supuesto, indiscutible.
JUAN MARTOS
Universidad de Sevilla
BRASETE, Mª F. (coord.), Máscaras, vozes e gestos: nos caminhos do teatro clássico, Centro
de Línguas e Culturas, Universidade de Aveiro, Coimbra, 2001, 372 pp.
LONG, A. A., Epictetus: A Stoic and Socratic Guide to Life, Oxford, Clarendon Press, 2002.
XIV+310 pp.
debemos olvidar el referente cínico, que Long (nos da la impresión) tiende a marginar un
poco en relación con el más puramente socrático. Creemos que se podría haber puesto más de
manifiesto aquel otro referente, por supuesto con toda la carga idealizadora (reinterpretativa,
de nuevo) que conlleva en Epicteto, analizándose más abiertamente en qué medida puede
haber contribuido también a forjar las peculiaridades de su filosofía. Pensamos, por ejemplo,
en la importancia que da Epicteto a la permanente ejercitación-askêsis (frente al énfasis
tradicional de los estoicos en la figura del sabio ideal-perfecto); o en el paralelo énfasis en la
idea del progreso formativo (donde también se adivina más o menos indirectamente el
referente aristotélico, puesto de relieve por Long en otros puntos). Pensamos también en su
rechazo a establecer distinciones sutiles en la esfera de lo moralmente indiferente (ta
adiaphora), lo que nos recuerda a un discípulo disidente de Zenón, Aristón de Quíos, que ya
los antiguos pusieron por ello en conexión con los cínicos (cf. DL VI 103-105). En cualquier
caso, lo que Long parece haber querido es superar el esquema tradicional de Epicteto como
estoico-cínico, que sin duda no da cumplida cuenta de toda la trascendencia de su obra. Sin
embargo, es evidente también que los cínicos no sólo están en los orígenes de la Estoa sino en
la misma tradición socrática ya invocada a menudo por los propios estoicos cuando se afanan
en apartarse de los que a menudo sienten como sus molestos antecesores perrunos.
Como bien concluye Long en el epílogo en que repasa una vez más la extraordinaria per-
vivencia del mensaje de Epicteto (p. 259-274), condensado en el célebre Manual confec-
cionado por Arriano, el objetivo principal de nuestro filósofo no es la perfección o la sabidu-
ría ideal sino la formación y mejora del modo de pensar de personas corrientes como noso-
tros: Epicteto acepta que no somos infalibles (él mismo a menudo no se considera tal), pero
está profundamente comprometido con la creencia optimista de que estamos dotados de un
modo innato y “divino” para vivir bien (ser felices), incluso en las situaciones desfavorables,
si consideramos que son nuestros pensamientos y deseos, y no nuestras circunstancias, los
responsables de cómo nos conducimos y actuamos en relación con nosotros mismos y con
nuestros allegados (p. 264). Son especialmente interesantes los datos reunidos por Long sobre
la influencia de Epicteto en ámbito anglosajón, sobre todo en Norteamérica. En cambio, no
podemos dejar de echar de menos una mención a España, donde, pese a que la personalidad
de Séneca oscureció algo la influencia de Epicteto, ésta también se dejó sentir, y no en vano
contamos con tres históricas “traducciones” del Manual realizadas por otros tantos discípulos
(entre ellos Quevedo) del célebre flamenco J. Lipsio, padre del neoestoicismo cristiano de los
siglos XVI-XVII.
El libro, de lectura tan amena como provechosa, comporta un glosario de términos
filosóficos (pp. 275-276), un breve repertorio de los filósofos mencionados (pp. 277-279) y
una completa bibliografía (pp. 281-290), a la que, sin embargo, nos permitimos añadir el
extenso artículo que modestamente dedicamos nosotros a Epicteto en Dictionnaire des Philo-
sophes Antiques III (2000), pp. 106-151, cuyo conocimiento habría quizá matizado la afir-
mación de Long en su prefacio (p. VIII) sobre la no existencia de una introducción
actualizada y de conjunto a Epicteto. Por último, el libro completa su enorme utilidad con un
índice de pasajes citados (pp. 291-301) y otro general que reúne nombres de autores antiguos,
modernos, y numerosos conceptos (pp. 303-310).
PEDRO PABLO FUENTES GONZÁLEZ
Universidad de Granada
370 RESEÑA DE LIBROS EM LXXI 2, 2003
aspectos o cosas ya señaladas, reminiscencia del estilo “de tesis”, y en algunas notas podría
hacerse uso de referencias cruzadas (nn. 1404 y 2002; nn. 2312 y 2362, o en las repetidas
referencias a la relación boda-muerte). Pero estos detalles en modo alguno empañan la calidad
y los logros de este concienzudo y esforzado estudio en el que el ejercicio de honestidad inte-
lectual realizado por la autora en busca de wλήθεια se complementa con altas dosis de σοφία.
CHUAQUI, C., Musicología griega, Cuadernos del Centro de Estudios Clásicos 45, Instituto de
Investigaciones Filológicas, Universidad Autónoma Nacional de México, Méjico, 2000.
Constituye el presente volumen una rara auis dentro de la filología clásica en lengua
española por diversos motivos: uno es la escasez de estudios y traducciones sobre teoría
musical griega en nuestro idioma, con las dificultades que ello implica para el nuevo
traductor; otro, son las exigencias que plantea al estudioso la musicología griega: no basta
con ser un filólogo preparado para comprender textos técnicos y a menudo obscuros, sino que
es necesario además poseer conocimientos de teoría musical por lo que respecta a la acústica,
armonía e instrumentos musicales. Y Carmen Chuaqui añade a estas disciplinas una de no
poca complejidad: la etnomusicología.
La obra está dividida en dos partes: la primera, concebida como introducción teórica a la
musicología griega, compuesta a su vez por un capítulo dedicado a la praxis musical y otro a
la teoría. En este último se analiza, además de la teoría griega, los orígenes de las culturas
musicales india, semítica, árabe y cristiana primitiva. En la segunda parte se ofrece la
traducción de tres obras de teoría musical griega (Elementa harmonica y Elementa rhythmica
de Aristóxeno, De musica de Ps.Plutarco).
La propuesta de Carmen Chuaqui surge de la constatación por su parte de dos lagunas
fundamentales en los estudios sobre la música griega antigua: la primera (ya sugerida por
obras musicológicas clásicas como las de Salazar o Bake) se refiere al estudio de la teoría
musical griega en su entorno histórico y cultural desde Egipto y el Próximo Oriente hasta
Mesopotamia y la India, así como de las que pueden haber recibido influencias de ella,
especialmente la árabe. En el prólogo, la autora muestra su rechazo al tipo de estudio
filológico predominante en este campo, demasiado apoyado en la conjetura (p. 11) y
demasiado cerrado a posibles influencias externas en la música griega (p. 13). En nuestra
opinión, la autora exige a los filólogos algo que cae más bien en el ámbito de los
musicólogos. En cualquier caso, la necesidad es un hecho y este cambio de óptica puede
ofrecer resultados interesantes.
En los dos capítulos introductorios, resultan especialmente claros y útiles al filólogo
clásico los apartados dedicados a la composición (pp. 44-49, en las que el "método
comparativo" ofrece datos interesantes), a la notación e interpretación de partituras (p. 49,
aunque su explicación de las causas por las que la notación se ha perdido en los textos
musicales resulta en exceso simplificadora sobre una cuestión tan sujeta a debate; a su
afirmación de que la notación se utilizaba sólo como recurso mnemotécnico en las escuelas
musicales cabría replicar preguntando por qué los fragmentos musicales conservados nos han
EM LXXI 2, 2003 RESEÑA DE LIBROS 373
llegado a menudo en forma epigráfica), la teoría pitagórica (pp. 75-85) y la distinción entre
rítmica y métrica (pp. 95-102). Resulta, por el contrario, demasiado prolija su exposición de
las teorías de Parry acerca de la dicción formular épica (pp. 32-44), sobre todo si se pretende
extraer de ella no sólo un método de composición para la poesía, sino también para la musica;
según Chuaqui (p. 46), lo que las fórmulas son al poema épico, lo son los nomoi a la música,
sugerente paralelismo que queda desvirtuado por la posterior identificación entre nomoi y
tropoi, que más bien corresponden a distintas etapas en la evolución de la música griega (cf.,
p. ej., G. Comotti, La música en la cultura griega y romana, vol. 1 de Historia de la Musica,
ed. Turner Música, Madrid, 1986, pp. 16-27). Cabe, además, reprochar algunos deslices
causados, aparentemente por una lectura poco rigurosa de las fuentes y de sus exegetas
modernos: por ejemplo, en la p. 94, se aplica a toda la teoría musical griega una noción muy
sofisticada que sólo existe a partir de Tolomeo, como es la distinción κατq θέσιν / κατq
δύναµιν en las tonalidades. El que su exposición de la teoría musical tenga carácter
introductorio puede disculpar esta clase de generalizaciones. Sin embargo, no es en absoluto
aceptable una afirmación como la que encontramos en la página 74: "Aristóxeno dividió la
octava en 22 microintervalos", que viola, en su intento de establecer una comparación con la
teoría india, no sólo la letra, sino también el espíritu de la teoría aristoxénica; la gravedad del
error aumenta si pensamos que una de las obras por ella traducida es la de Aristóxeno.
La otra novedad de la obra de Chuaqui consiste precisamente en la traducción a nuestra
lengua, por vez primera, de dos tratados de gran interés en la historia de la teoría musical: los
Elementa harmonica y los Elementa rhythmica de Aristóxeno de Tarento. Junto a éstos se
ofrece otra traducción, igualmente interesante: el pseudoplutarqueo De musica (Carmen
Chuaqui, que anuncia su traducción de esta obra como la primera al español [p. 12], ignora la
realizada por M. García Valdés en Plutarco: obras morales y de costumbres, Madrid, 1987).
Estos tres tratados ocupan la segunda parte del libro.
El propósito que ha guiado a Chuaqui al concebir su obra es, según sus palabras, acercar
la materia "al lector común" y ofrecerle "una idea general pero bien documentada" (p. 11) al
modo de las introducciones a esta materia ya existentes en otras lenguas, añadiendo tres
traducciones; la autora muestra también su esperanza de que "un análisis de los principios
básicos de la música griega y de su entorno cultural permita al estudiante o al experto en
filología clásica comprender y disfrutar mejor las obras literarias originariamente dotadas de
música" (p. 12). Dicho propósito queda patente en las traducciones, en general fieles al
significado (siendo más lograda la del Ps. Plutarco) aunque alejadas del estilo del original. Es
de lamentar, en cualquier caso, el descuido y la carencia de una norma clara a la hora de
transcribir y acentuar los nombres propios y tecnicismos griegos, pues lo que la autora expone
(p. 21) y utiliza no es propiamente un sistema de transcripción, sino de transliteración que no
distingue cantidades en las vocales e ignora los problemas de acentuación, dando lugar a
numerosas incoherencias. La exigencia de un criterio sólido en este sentido se torna mayor en
traducciones que pueden ser la referencia para estudios posteriores sobre el tema en nuestro
idioma. Pero si un rasgo destaca en estas traducciones es la parquedad, cuando no ausencia,
de notas en ellas, que la autora justifica, en el caso del Ps. Plutarco, porque "la argumentación
teórica es tan pobre y mal hilvanada que realmente no vale la pena detenerse a poner notas
explicativas" (p. 131). En la obra de Aristóxeno, la justificación es igualmente peregrina: "no
entorpecer la lectura de un texto de por sí bastante difícil" (p. 179). En ambos casos se remite
a los capítulos introductorios para que el lector solvente las dudas sobre teoría musical que
374 RESEÑA DE LIBROS EM LXXI 2, 2003
puedan surgir, pero éstos resultan insuficientes. No sabemos si la lectura de estas obras podrá
llevar a saborear mejor los poemas de Safo o los coros de Píndaro, pero sin las notas debidas
puede desanimar incluso a quien se acerque a ellas con un interés científico.
La propuesta de Carmen Chuaqui es estimulante, además de necesaria. Posee el valor
innegable de ofrecer unas traducciones inéditas y abrir nuevas perspectivas al estudio de la
teoría y la práctica musical de la Grecia antigua. Y su autora da en ella muestras del
entusiasmo y la amplitud de miras necesarios para progresar en la tarea. Pero habrá de
cuidarse de no caer en la falta de rigor en aras del afán de hacer accesible la materia al lector
menos especializado.
FRANCISCO JAVIER PÉREZ CARTAGENA
BEEKES, R. S. P., The Origin of the Etruscans, Amsterdam, Akademie van Wettenschappen,
2003.
Este librito del prof. Beekes argumenta a favor del origen asiático, lidio, de los etruscos,
tal como dicen autores antiguos como Heródoto y Dionisio de Halicarnaso y como parece
evidente por mil razones, bien explicadas por el autor. Solo los excesos nacionalistas de
Pallottino y su escuela se han negado a aceptarlo, diciendo que los lidios venían de Etruria o
que unos y otros eran una rama común del preindoeuropeo.
El argumento negativo de que el reino lidio de época clásica, con capital en Sardes, no
tenía salida la mar, es refutado con la hipótesis de que en fecha anterior los lidios estarían
asentados en torno a la Propóntide y la cosata del Helesponto. Serían los antiguos meonios
(como los nombra Homero entre otros), en torno a la Propóntide y no en su asiento posterior)
y tendrían relación con la tierra de Masas, cuya raíz Ma (el nombre de la reina madre) sería la
misma de Meonia.
Este no es sino el comienzo de la argumentación, que lleva, en definitiva, a la propuesta
de que los lidios, empujados por la invasion frigia en torno al 1.200 a. C., habrían emigrado
desde esa región lidia hacia Italia en la fecha mencionada. El nombre de pelasgos, a veces
dado a los tirrenos, se refería en principio a todos los pueblos no indoeuropeos, de ahí su
significado ambiguo (tirrenos o no), en ocasiones. El lidio quizá se hablaba en Troya (aunque
el autor evita la equiparación de Truisa con -turs-).
Se añaden múltiples argumentos, resumidos en p. 36: el nombre de tirsenos, conocido en
Asia y equivalente al de tirrenos; huellas de su lengua y población en Lemnos, Plakié y
Skilaké; nombres de sus jefes como Tarchon y Nanas, cf. el dios hetita Tarhun(t); el sufijo -
anos; la evidencia arqueológica de que un pueblo llegó a Italia en torno al 1.200; etc.
No puedo sino decir que me encuentra completamente de acuerdo. Solo encuentro en el
libro una laguna, y grande: el etrusco (y la lengua emparentada de Lemnos) son lenguas
indoeuropeas de tipo minorasiático, ni más ni menos que el lidio, licio y demás, pero no
EM LXXI 2, 2003 RESEÑA DE LIBROS 375
hetita, como creo haber demostrado en una serie de artículos: «Etruscan as an IE Anatolian
(but not Hittite) Language», JIES 17, 1989 (1990), pp. 363-383 y «More on Etruscan as an
IE-Anatolian Language», Historical Linguistics 107, pp. 54-76. También Beekes («The
Origin of the Etruscan», Indogermanica et Italica, Innsbruck 1993). Creo que es el
argumentos decisivo. ¿Por qué Beekes, en este librito, ni siquiera toca esta cuestión?)
El libro, muy útil para disipar viejos fantasmas, termina con índice bibliográfico.
F. R. ADRADOS
El libro de Antonio Aguilera se enmarca dentro de los trabajos que la misión de la Real
Academia española realiza en el Monte Testaccio desde hace ya algunos años. Aguilera
estudia la formación e historia del Monte Testaccio a partir de los nuevos datos extraídos por
la excavación española que allí se desarrolla desde 1989. Pero el libro no sólo se limita a
estudiar la formación del Monte si no que también pretende insertarla en su contexto
topográfico, esto es, en la Regio XIII de la Roma clásica, estudiando de paso las vías de
acceso a ésta desde el mar, por lo que el trabajo está dividido en tres capítulos claramente
diferentes entre sí y sin embargo muy relacionados.
En efecto, el primer capítulo, titulado “Ostia y el Tíber”, se introduce con un estudio
exhaustivo de las fuentes existentes para conocer la fundación y localización del primitivo
asentamiento de Ostia, decantándose el autor por la reciente teoría de Coarelli que lo sitúa en
la orilla derecha de la desembocadura del Tíber. En el mismo capítulo Aguilera estudia la
evolución del río como vía de transporte hacia Roma y en particular el autor plantea la exis-
tencia de un camino de sirga desde mediados de la segunda centuria a.C. que cambió de orilla
varias veces en el tiempo según las necesidades del abastecimiento. Así, desde mediados del
siglo II a.C. hasta la fundación de Portus el camino de sirga transcurrió por la orilla izquierda,
mientras que dicha fundación comportó el traslado del camino a la orilla derecha.
En el segundo capítulo, dedicado al Emporio y al complejo portuario fluvial de la llanura
subaventina, Aguilera estudia los orígenes de ese puerto y su evolución a lo largo del tiempo,
dividiendo las construcciones allí existentes en tres grandes bloques cronológicos que
constituirían tres impulsos distintos a la edilicia de la zona. El primer momento edilicio
coincidiría con la fundación misma del puerto subaventino, hecho relacionado con la creación
del portorio de Puteoli del año 194 a.C. y materializado en Roma con la construcción del
Emporio y la Porticus Aemilia tras la segunda guerra púnica. Un segundo momento estaría
constituido por la creación del camino de sirga de la orilla izquierda del Tíber, la
reestructuración del portus Tiberinus en la zona del Foro Boario y la construcción de los
horrea Galbana, todo ello realizado a mediados del siglo II a.C. El tercer momento construc-
tivo estaría constituido por la edificación de los horrea Seiana y los horrea Lolliana, ambos a
finales de la década del 70 a.C. En este tercer momento también habría sido constituido el
vertedero que hoy conocemos como Monte Testaccio, mientras que las primeras descargas del
376 RESEÑA DE LIBROS EM LXXI 2, 2003
mismo no habrían estado constituidas por ánforas de aceite bético si no por ánforas aceiteras
brindisinas. Según Aguilera, la creación de la muralla aureliana sofocó la viabilidad de la
zona, por lo que el fin del monte Testaccio estaría relacionado con dicha construcción.
Este segundo capítulo no sólo abarca la zona del puerto fluvial subaventino si no que se
amplia para proponer una nueva teoría sobre la disposición de los vici de la Regio XIII en
base a los Regionarios, la Base Capitolina (CIL VI 975) y el Itinerario de Einsiedeln. De
forma muy convincente, el autor dispone sobre el plano los vici de dicha región, topónimos
de los que hasta la fecha se desconocía su localización exacta. Es el caso, por ejemplo, de
lugares como el Forum Pistorum, la Porticus Fabaria, el Armilustrium, el Loreto mayor y el
menor, el Platanonis, etc.
En el tercer capítulo se estudian en un primer apartado las noticias históricas que tenemos
del Testaccio hasta nuestros días. Más tarde, Aguilera revisa la cronología de los diversos
sondeos realizados en el siglo XIX por Dressel y Bruzza y rectifica diversas dataciones
propuestas por ellos. Una vez depurados los datos aportados por ambos, los recogidos en su
día por las prospecciones de Rodríguez Almeida y los nuevos datos aportados por la exca-
vación que actualmente sigue la Real Academia en el Testaccio, el autor plantea una hipótesis
evolutiva del Testaccio, desde su creación hasta hoy. Según Aguilera, el Testaccio habría sido
constituido como vertedero hacia el año 74 a.C. y se utilizó hasta que la construcción de la
muralla aureliana interrumpió la viabilidad de la zona. El Monte habría dispuesto de tres
plataformas: la primera construida entre el año 74 a.C. y el 149 d.C.; la segunda, añadida a
occidente de la primera, que funcionó entre los años 161 y 224 d.C. y finalmente, una tercera
plataforma, a oriente de la primera, que se dataría entre los años 224 y 265, siendo éste el año
aproximado de abandono del Monte, clausurado por la construcción de la muralla aureliana.
Por ello, los curatores del vertedero se verían obligados a buscar un nuevo lugar donde
acumular las ánforas aceiteras que obviamente seguirían llegando a Roma. Ese nuevo lugar
debió estar sin duda en la orilla contraria del río, aunque desconozcamos aún su situación
exacta.
El libro destaca también por sus ilustraciones, muy interesantes, así como la planimetría
de la zona, de gran precisión. Los índices son muy útiles y la calidad de la publicación muy
agradable.
J. Mª BLÁZQUEZ MARTÍNEZ
están fechadas por datación consular el 8 de diciembre de 241). Se trata de otros tantos
taurobolia (escrito tauropolivm, salvo el nº 3 que se encuentra perdido y que probablemente
también lo tenía escrito con ‹p›), localizados en el tiempo en dos momentos precisos (en torno
al 175, en época de Marco Aurelio; y en 239 y 241, en tiempos de Gordiano II).
La mayor parte de las inscripciones se encuentra ya publicada en CIL XIII, obra de O.
Hirschfeld (1899 y 1916). Tan sólo se incluyen 4 nuevas inscripciones, que corresponden a
un instrumentum domesticum (nº 42), y 3 pequeños fragmentos (48-50). ¿Qué sentido o qué
novedades presenta, pues, la obra? Desde luego la visión de conjunto, que excede toda buena
recopilación. Pero además, con sus continuas puntualizaciones corrige morfología de soportes
(30, 44, 45), lectura del texto (v. aparato crítico en casi todos los epígrafes), datación de
algunas inscripciones, etc.
El trabajo consta de una muy buena introducción, generosa en contenido, completa, don-
de se aborda gran número de temas concernientes a la historia antigua de la ciudad a partir de
la epigrafía (pp. 15-107). Así, se van estudiando el territorio, la evolución de la ciudad en el
tiempo, las instituciones políticas y administrativas, el culto de Cíbele, la onomástica... pero
también los soportes con sus perfiles, la tradición manuscrita, la escritura, la lengua y la cul-
tura ... Especialmente interesante resulta el capítulo dedicado al taller epigráfico de Lactora,
donde se estudia en primer lugar la dificultad para incluir un texto largo en un campo epigrá-
fico reducido, previamente preparado, lo que provoca en varios epígrafes que las últimas lí-
neas del texto invadan molduras, zócalo, etc. o se escriban en un tamaño notablemente menor.
Los autores – dos especialistas en estudios sobre Hispania desde su vinculación hace ya
muchos años a la Casa de Velázquez –, que tienen sobre sí una larga experiencia en la edición
de inscripciones, y que reúnen en sus personas conocimientos de arqueología, epigrafía,
historia antigua, etc. realizan aquí un trabajo exhaustivo e impecable.
Dentro del corpus es muy destacable la inclusión de fotos de cada pieza junto a la ficha
correspondiente. Y decimos fotos en plural porque de algún altar se reproducen hasta seis (nº
8) y cinco fotos (nº 4, 6), algo que parece necesario e imprescindible cuando se considera que
una inscripción es algo más que el texto latino, y se observan distintas partes del soporte
(focus, iconografía en laterales, texto, detalles del mismo), pero que el deseo de economizar la
edición priva habitualmente al lector de esta visión de conjunto.
Son interesantes los dos carmina del corpus. El nº 30, que corresponde a un hexámetro
dactílico donde corrigen la edición de Bücheler-Lommatzsch (CLE 825, no citada
sorprendentemente ni en la bibliografía ni en el aparato crítico), cuya última palabra parentes
es corregida por sodales a partir de la tradición manuscrita del epígrafe. Un septenario
trocaico con algunas dificultades métricas (CLE 247 c), cuya cita de Bücheler es también
omitida por los autores y de la que se da el interesante artículo de Cumont en la bibliografía.
Las dificultades de introducir este texto en el campo epigráfico hace que no se distinga de
forma gráfica la parte versificada de la prosaica, hecho excepcional puesto que en los carmina
habitualmente la presentación gráfica indicaba de alguna manera al lector que se encontraba
ante un epígrafe que tenía algo que rompía las fórmulas habituales.
Al cuerpo escrito hay que añadir el conjunto de gráficos (mapas, fotos) e, índices que
completan la edición.
A pesar de que la obra nos parece impecable, a partir de las fotos (de gran calidad, por
otra parte), podríamos hacer alguna observación a la edición de los textos. En el nº 45, ¿existe
378 RESEÑA DE LIBROS EM LXXI 2, 2003
realmente una T al final de la l. 3? Por la foto parece que no. En nº 51, en l. 1 conservada
editan FILE, cuando parece que se debería haber editado FIL . E, puesto que se ve parte del
signo de interpunción, y además el espacio entre la L y la E es muchísimo mayor que entre las
demás letras que pertenecen a la misma palabra, por lo que aun no viéndose el signo de
interpunción, se intuye que ahí debe haber separación de palabras.
JAVIER DEL HOYO
Universidad Autónoma de Madrid
V. VARIA
griega antigua, hasta el total rechazo, y condena subsiguiente, por parte de Tertuliano y
Novaciano, al considerar los juegos atléticos como idolátricos, dado que fueron instaurados
en honor de los dioses paganos.
El segundo capítulo tiene como título “De los juegos a los espectáculos deportivos” (pp.
41-83) y en él se hacen unas sugestivas reflexiones sobre cuestiones tan profundas como la
predisposición natural del hombre hacia el juego y la fiesta (pp. 41-43), con una curiosa
incursión en las fiestas de la cosecha de los antiguos pobladores de las Islas Canarias (p. 43),
una concesión al origen canario de los autores de la monografía que comentamos. El resto del
capítulo se dedica al mundo lúdico medieval (pp. 43-50), la crisis del juego con el impacto de
la modernidad (pp. 51-55), la nueva cultura del espectáculo (pp. 55-59), el reto de la cultura
corporal (pp. 60-61), el mito mecánico (pp. 61-65), cuerpos a motor (pp. 65-69), del robot al
cyborg (pp. 69-72), el cuerpo y lo virtual (pp. 72-78) y la reconfiguración del cuerpo en un
contexto imaginativo (pp. 79-83).
El capítulo tercero (pp. 85-205) ocupa la edición y traducción de los mencionados
escritos de Tertuliano y Novaciano que llevan por título De spectaculis. En el caso del
escritor de Cartago se ofrece una rica introducción referida a su vida y obra, así como al
análisis de su De spectaculis (detallada capítulo a capítulo), treinta en total, y a la
repercusión que tuvo posteriormente en otros autores cristianos como San Cipriano,
Comodiano, Arnobio, Lactancio, San Jerónimo, Salviano, etc. No se hace lo mismo con el
tratadito de Novaciano, cuando, a nuestro entender, por tratarse de un autor mucho menos
conocido, más necesidad habría de alguna referencia a su vida y obra. No obstante, las
traducciones castellanas de ambos están muy bien hechas, con una prosa castellana muy clara
y ajustada al texto latino. En el caso, igualmente, de Tertuliano la traducción se acompaña de
unas doscientas notas a pie de página que explican todo tipo de cuestiones escabrosas que el
texto original pueda presentar: de léxico, de gramática, de estilo, de mitología, de realia, etc.
Para el texto latino se han tenido en cuenta las ediciones de E. Dekkers (para Tertuliano) y G.
F. Diereks (para Novaciano). La obra se termina con una copiosa y exhaustiva bibliografía
(pp. 207-211) y un índice de las fuentes antiguas consultadas (pp. 213-214).
Los textos de Tertuliano y Novaciano son de los más rigurosos en contra de los
espectáculos y juegos que tenían lugar en el teatro, anfiteatro y carreras de circo. Su
intransigente postura a los mismos le llevaron a un enfrentamiento dentro del seno de la
propia Iglesia cristiana. Desde los primeros capítulos de sus obras ambos autores se
esfuerzan en demostrar la incompatibilidad de los espectáculos con la verdadera religión,
sobre la base de una triple argumentación: los juegos son idólatras, los juegos pecan contra la
verdad y los juegos son contrarios a la disciplina contenida en las Escrituras. Por todo ello, la
presente obra se hace imprescindible para ver cómo ha evolucionado en estos siglos la Iglesia
Católica desde los tiempos de Tertuliano hasta el nacimiento del moderno Movimiento
Olímpico y sus relaciones con el Vaticano.
Hay algunos deslices que, sin embargo, no desmerecen en nada el alto nivel valorativo
que concedemos a esta obra. Por ejemplo, en la nota preliminar (p. 9) que la obra consta de
cuatro capítulos, cuando en realidad son tres; citar un trabajo de D. Pedro Laín Entralgo dos
veces en la bibliografía, una por la entrada Laín y otra por Entralgo; poner entre las fuentes
antiguas consultadas el nombre de W. G. Leibniz (en todo caso sería Monadología el título
que debiera figurar en orden alfabético). Frente a estas minucias es, en cambio, mucho lo que
380 RESEÑA DE LIBROS EM LXXI 2, 2003
los autores ofrecen al lector que quiera hacerse una idea del cambio de perspectiva que la
valoración de los juegos deportivos y espectáculos ha tenido desde los primeros años de
nuestra era a la actualidad.
MARCOS MARTÍNEZ
Universidad Complutense de Madrid
Los doce trabajos recogidos en este volumen constituyen una buena muestra de la labor
que se puede hacer actualmente en la moderna investigación en Filología Clásica, disciplina
que requiere, según el autor, un nuevo planteamiento tanto en sus métodos de trabajo como
en los de su enseñanza, y para la cual defiende un nuevo enfoque renovador. Es concebida
más como una disciplina educativa idónea para la formación mental, moral, estética y literaria
de las personas, que como lo que tradicionalmente se ha considerado, una ciencia del texto.
Este enfoque conlleva una concepción global y unitaria de la Filología Clásica que abarque la
Filología Griega y la Filología Latina, y que el autor entiende como el estudio de toda la
Antigüedad clásica, tanto griega como latina, a través, principalmente, de los textos
originales. En ese estudio de los textos es necesario que se haga ver siempre su valor de
referencia con la realidad actual.
Este concepto de la Filología Clásica lo desarrolla el autor en los ensayos que analizamos
y que giran en torno a algunas de las líneas de investigación que ha venido desarrollando, a
saber, literatura erótica griega, lingüística y semántica griega, tradición y pervivencia de la
cultura clásica en la literatura canaria y el periodismo español actual, historia de la Filología
Clásica, mitología e historia de las Islas Canarias, islas poéticas en la literatura grecolatina
antigua y medieval, y didáctica de la Filología Clásica en general y de la Filología Griega en
particular. Como se puede observar, algunos de estos ámbitos han atraído el interés de la
actual investigación española, o han sido tratados parcialmente, pero no la gran mayoría. En
los últimos –me refiero a los estudios semánticos, la historia y mitología de las Islas Canarias,
la literatura erótica y el estudio de las islas poéticas o mitológicas- el profesor Martínez
establece por primera vez un método de trabajo riguroso, válido y serio para su estudio,
llegando en todos ellos a una serie de resultados y conclusiones que constituyen puertas
abiertas para futuras investigaciones.
El libro se inicia con un breve prólogo en el que el autor justifica el título del mismo,
realiza una breve reseña del contenido de cada ensayo e indica finalmente el lugar y fecha de
la publicación original. Le siguen los doce ensayos sin que aparezca al final ningún tipo de
apéndice o relación de términos, nombres o temas tratados. Del primer ensayo («La Filología
Griega en tiempos de crisis: hacia un nuevo planteamiento») señalamos las sugerentes ideas
que plantea el autor con la intención de construir la Filología Clásica del siglo XXI: aplicación
de nuevos métodos didácticos en enseñanza secundaria y Universidad, reforma de los planes
de estudios y sus contenidos, nueva selección de autores (mitógrafos, paradoxógrafos, biógra-
fos, autores de cartas, etc.), modernidad y actualización de la Antigüedad, interdisciplinaridad
enfocada al estudio de la recepción y tradición de las obras clásicas en otras literaturas y que
EM LXXI 2, 2003 RESEÑA DE LIBROS 381
puede llegar a ser la clave de la supervivencia de la disciplina. Relacionado con este ensayo
está «La selección temática de los textos griegos», pues en él desarrolla todo un canon de
autores griegos y temas diversos a estudiar que se alejan sustancialmente de los tradicionales
y que se ha de regir por los siguientes principios: temas interesantes, textos bien
seleccionados y breves con buenos estudios teóricos que apoyen el comentario de los mismos,
y textos relacionados con el entorno vital de los lectores. Sirva como ejemplo su publicación
Textos griegos sobre el amor (1988). La selección propuesta puede ser ideológica o
conceptual, puede realizarse en el ámbito de la mitología y centrarse en la historia de un mito
determinado y su tratamiento literario desde Homero hasta el final de la Antigüedad; si se
hace en el dominio de la filosofía se puede abordar la temática de algunos movimientos
filosóficos, las frases más famosas de algunos filósofos, cuestiones filosóficas de eterna
actualidad. Por último, en el caso de que se haga por autores, el autor propone el estudio de
escritores como Ateneo de Náucratis, Plutarco, Menandro, Eurípides y pasajes concretos de
las obras de Homero, Heródoto y Luciano que pueden suscitar la curiosidad y un vivo interés
por la literatura griega.
Otro ámbito literario que puede ser sumamente atrayente y sugerente es el de la literatura
erótica. En «Cultura Clásica y literatura erótica griega: cartas de amor» el autor, tras analizar
el concepto de ‘cultura’, propone un acercamiento a la cultura clásica por otro camino como
es el de las cartas de amor de Filóstrato, Alcifrón y Aristéneto, autores de época imperial.
Pensamos que esta nueva temática permite hacer ver que los sentimientos y pasiones
generados por el amor son iguales en todas los periodos históricos de la humanidad. En
algunas de ellas incluso podemos identificarnos con alguno de los personajes y, con ello,
conseguir hacer más próxima a nosotros la cultura griega. Relacionado con la Cultura Clásica
está también «Textos de ayer, temas de hoy: la cultura clásica en el periodismo español
contemporáneo». Es una buena muestra de cuán viva y vigente está la cultura clásica hoy en
día y un buen ejemplo de cómo se puede rastrear la prensa diaria en busca de ideas, citas y
pensamientos de la Antigüedad utilizados por los periodistas para desarrollar sus artículos y
apoyar sus tesis. Este trabajo es novedoso y sumamente enriquecedor por cuanto se aleja de
otras propuestas ceñidas exclusivamente a la búsqueda y estudio de citas latinas en la prensa
escrita. La Cultura Clásica también está presente en «Cultura Grecolatina y literatura canaria:
el mundo clásico en Manuel Verdugo». Con la excusa del poeta modernista-parnasiano
canario Manuel Verdugo, el profesor Martínez expone todo un plan de trabajo para estudiar
la pervivencia de la Antigüedad clásica en la literatura canaria, cuestión abordada de forma
esporádica y no de manera metódica todavía.
El profesor Marcos Martínez es actualmente uno de los mayores especialistas españoles
en la investigación semántica aplicada al griego antiguo. No en vano fue el introductor en Es-
paña, allá por los años setenta del siglo pasado, de la escuela alemana Sprachinhaltsforschung
o «investigación del contenido lingüístico» en la línea de los filólogos Trier-Weisgerber, que
conjugó con la semántica estructural funcional o lexemática de E. Coseriu para estudiar el
concepto “dolor” en Sófocles en su tesis doctoral. Remitimos a su manual Semántica del grie-
go antiguo (1997), para comprobar los frutos que sus investigaciones semánticas han genera-
do, así como a Cien años de investigación semántica: de Michel Bréal a la actualidad, Actas
del Congreso Internacional de La Laguna, Madrid, 2 volúmenes, 2000, editadas por el pro-
fesor Martínez y otros colegas. Hoy en día estas actas son un instrumento imprescindible para
una actualización en los estudios semánticos. En su ensayo «Para una semántica del griego
382 RESEÑA DE LIBROS EM LXXI 2, 2003
antiguo» realiza una puesta al día de los estudios semánticos aplicados al griego antiguo
desde el año 1984, en el que hiciera una actualización científica de los mismos, hasta el
presente y –lo más novedoso- establece todo un programa de investigación semántica del
griego antiguo que se recoge en cinco apartados: semántica de las unidades inferiores a la
palabra o fonosemántica, semántica de la palabra, la semántica de la frase u oración, la
semántica del texto y semántica contrastiva. Trabajos del autor y de alumnos suyos ya han
aportado conclusiones muy esclarecedoras en algunos de los apartados citados. Otro ensayo
semántico es «Las interjecciones de dolor en Sófocles» en el que se analiza uno de los
sectores del léxico más importante del dolor por medio del estudio de las catorce
interjecciones que en los dramas sofocleos expresan dolor moral o físico. Relacionado
también con el estudio del léxico griego está el trabajo «Generalidades sobre el lenguaje
coloquial griego». En él se precisa el concepto de lenguaje coloquial por oposición a otros
términos como lengua popular, lengua escrita, etc. La cultura griega, inicialmente oral, fue
eminentemente coloquial y es a partir del s.V a.C., en las inscripciones y autores cómicos,
cuando empezamos a hallar numerosos ejemplos de coloquialismos. Le seguirán el drama
satírico, la tragedia, Platón y los oradores áticos. De todos ellos el autor analiza los recursos y
mecanismos de que dispone la lengua para expresar este tipo de registro lingüístico.
Una de las líneas de investigación abierta por el profesor Martínez y de la que ya ha dicho
cosas definitivas es la relación entre ‘mito grecolatino’ e ‘historia’ presente en la primera
historia de las Islas Canarias. Y es que desde los comienzos de su historia, el archipiélago
canario ha sufrido un proceso de mitificación debido a su condición de límite del mundo
antiguo conocido, por ser islas, por tener montañas y por tener un buen clima y ser sus
habitantes muy afables. Este proceso de mitificación se sustenta sobre la base de una serie de
textos griegos y latinos y ha sido bautizado por el autor como ‘imaginario clásico canario’. En
«Islas Canarias y mitología» se analiza esos temas míticos que han contribuido a conformar
esa historia mítico-legendaria de Canarias, entre los que destacamos Islas de los
Bienaventurados, Campos Elisios, Islas Afortunadas, Jardín de las Hespérides, San Borondón
y Atlántida. Estos aspectos míticos y otros históricos ya habían sido tratados en sus libros
Canarias en la mitología (1992), Las Islas Canarias de la Antigüedad al Renacimiento.
Nuevos aspectos (1996) y Las Islas Canarias en la Antigüedad clásica. Mito, historia e
imaginario (2002). En relación con esta temática de las islas, el profesor Martínez, un
apasionado del universo de las islas, en «Las islas poéticas en la literatura greco-latina antigua
y medieval», destaca la relación isla-mitología en el mundo grecolatino, estudia su presencia
en las literaturas clásica, románica y celta, en los islarios de los siglos XV y XVI, y propone
una tipología de islas poéticas en el mundo grecolatino. Así, habla de islas escatológicas,
míticas, utópicas, fantástico-imaginarias, flotantes, legendarias, etc.
Por último, el libro contiene otros dos ensayos que se centran en el drama griego: «El
teatro griego», una síntesis muy aprovechable desde el punto de vista didáctico, y en los
métodos de selección literaria que existían en las culturas griega y latina de época antigua y
que han condicionado la transmisión de la literatura clásica: «El arte de la selección literaria
en la Antigüedad: canon, antología-florilegio y centón».
Agradecemos al autor el estricto orden y sistematización en sus exposiciones que permite
al lector una cómoda y ágil lectura, – cosa de agradecer en este tipo de obras –, la cuidadísima
edición del texto del que sólo hemos encontrado seis erratas, la bien documentada bibliografía
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presente en las numerosas y exhaustivas notas, así como los comentarios complementarios
que en ellas hay y que sugieren ideas para trabajos posteriores. P ara resu mir, podemo s
decir que con este libro se ha contribuido a renovar la Filología Clásica española en sus
contenidos y en su investigación, al presentarnos el autor nuevos caminos abiertos en su
estudio y enseñanza para un futuro. Deseamos que estos ensayos despierten el necesario
interés en el seno de los filólogos clásicos, y que su lectura propicie la reflexión y el debate
sobre el futuro de estos estudios.
JOSÉ MARÍA PÉREZ MARTEL
MARTÍNEZ, MARCOS, Las Islas Canarias en la Antigüedad clásica. Mito, historia e imagina-
rio. Santa Cruz de Tenerife, Centro de la Cultura Popular Canaria, 2002.
Ya alguien ha dicho en alguna parte que este país no es pródigo en obras de investiga-
ción. Menos aún en obras que inicien un tema de investigación. El profesor Martínez tiene en
su haber el gran mérito de ser el iniciador de una línea de investigación que necesitaba con
urgencia la Historia de las Islas Canarias que hasta ahora se ha estado escribiendo. La moder-
na historiografía canaria sostiene que la historia propiamente dicha de las Islas comienza justo
en el momento en el que genoveses y mallorquines empiezan a arribar a las costas insulares a
partir del siglo XIV, y se deshecha toda la serie de noticias y referencias que autores griegos y
latinos como Homero, Hesíodo, Platón, Estrabón, Horacio, Pomponio Mela, Plutarco, Solino,
Capela y algunos más, supuestamente dan del Archipiélago. Esas noticias, presentes ya en los
primeros cronistas de los siglos XV y XVI, utilizaban denominaciones y temas procedentes de
la mitología clásica al hablar de nuestras islas, y con el paso del tiempo han ido conformando
una historia mítico-legendaria de la primera historia de las Islas Canarias.
En los últimos años, con gran precisión, rigor y sistematización, como corresponde a un
profesional de los textos, el autor ha analizado científicamente todos los textos griegos y
latinos que contienen noticias relacionadas tradicionalmente a las Islas Canarias. Después ha
organizado, por primera vez, toda la información mitológica de los textos para posteriormente
separar lo que corresponde propiamente al mito y lo que es histórico en esos textos grecola-
tinos. Esa labor, entre otros aspectos más como el estudio del nombre de las islas – para cuyo
estudio ha acuñado el término ‘nesonimia’–, autores humanistas renacentistas que hablan de
las Canarias -Silvestri, Nebrija y Lucio Marineo Sículo- etc., ya se ha visto plasmada en dos
obras suyas: Canarias en la mitología (1992) y Las Islas Canarias de la Antigüedad al Rena-
cimiento. Nuevos aspectos (1996), además de numerosas colaboraciones en enciclopedias,
diccionarios y artículos de prensa sobre historia y cultura canarias.
Ahora nos presenta un nuevo libro que recoge más trabajos suyos, algunos ya publicados,
con los que pretende, según confiesa en el prólogo, sentar las bases de lo que podría ser el
legado cultural canario de procedencia grecolatina presente en la literatura, mitología, historia
y arte, principalmente, de las Islas Canarias. Con esta necesaria trilogía del profesor Martínez,
se contribuye al estudio de uno de los aspectos culturales canarios que junto con otros más
conformarían esa rama del saber que el autor ha venido llamando ‘Canariología’.
El libro contiene ocho capítulos, un apéndice documental y una bibliografía final sobre el
tema estudiado. En el primer capítulo («El trasfondo mítico de la historia y literatura cana-
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rias») el autor explica la razón por la cual las Islas Canarias han experimentado un proceso de
mitificación, analiza el conjunto de temas míticos vinculados a Canarias – Océano, Campos
Elisios, Islas de los Bienaventurados, Islas Afortunadas, Jardín de las Hespérides, Paraíso, Jar-
dín de las Delicias, Atlántida y San Borondón – que denomina ‘imaginario canario greco-
latino’ y que distingue del ‘imaginario canario aborigen’, conformando ambos una ‘Mitología
canaria’ como parte, a su vez, de una ‘Mitología atlántica’ derivada de una oceanización u
occidentalización de ciertos mitos griegos. Concluye el estudio con un repaso somero de la
presencia de los temas míticos grecolatinos en la historia y literatura canarias, que es analizado
con mayor profundidad, ahora en el ámbito literario exclusivamente, en el siguiente estudio:
«El imaginario mítico-literario de las Islas Canarias». El autor, en la línea de Durand y García
Gual, entiende por imaginario el conjunto de imágenes mentales y visuales posibles, o el reper-
torio de las imágenes o representaciones simbólicas de una cultura o una época. La cultura ca-
naria ha conformado su propio imaginario mitológico de raigambre clásica, y desde sus prime-
ras manifestaciones literarias son numerosas las muestras de su presencia como en los casos de
Cairasco de Figueroa, Antonio de Viana, Domingo J. Manrique, Tomás Morales, Manuel Ver-
dugo, Luis Álvarez Cruz y otros más. El sexto capítulo («Eros en la poesía canaria») estudia la
presencia del dios Eros bajo sus tres denominaciones posibles – Eros, Cupido y Amor – en
once poetas comprendidos entre los siglos XVI y XX. Podemos comprobar en él que las letras
canarias no han sido ajenas desde sus comienzos a una temática eminentemente helénica.
Como una parte más del imaginario atlántico que defiende el profesor Martínez, puede
hablarse de un imaginario macaronésico ceñido a las Islas Azores, Madeira y Canarias, ya que
muestran una unidad cultural en sus mitos, literatura y arte. La cartografía medieval dio buena
cuenta a partir del siglo XX de estos archipiélagos macaronésicos junto a los cuales y por todo
el Atlántico, como fruto de la fantasía e imaginación, se situaron islas no reales creadas
algunas ya desde la misma Antigüedad como Tule o Cerne. Eran islas míticas (Eritía, Hespé-
rides, de los Bienaventurados), escatológicas (isla de Cronos, de Avalón), utópicas (Atlántida,
Elíxoia), legendarias (Casitérides, Purpurarias), etc. Todas conforman un imaginario atlántico
insular, de entre las cuales destaca por su repercusión en la cultura canaria la isla fantasma de
San Brandán o San Borondón. Todas estas apreciaciones se recogen en una serie de artículos
recogidos en el capítulo tercero denominado «El imaginario macaronésico».
En el capítulo cuarto, «Canarias: Historia y Mito», el autor profundiza más sobre la rela-
ción mito-historia en la cultura canaria analizando cuestiones varias como el estudio de los
nombres de las islas, cuestión polémica sobre la que el autor se posiciona en algunos as-
pectos, y lo que para nosotros es una de las cuestiones de más valor en libro como es la
relación de datos verdaderamente históricos de las Islas Canarias en la Antigüedad y
Renacimiento (p.105) de entre los que destacamos: posible conocimiento de las Islas por
parte de los fenicios (siglo V a.C.) y cartagineses (siglos IV y III a.C.), conocimiento de las
Islas por parte de marineros gaditanos que solían pescar por ellas (siglos III y II a.C.),
descripción de real de algunas islas hecha por Plutarco en Vida de Sertorio, mención y parcial
descripción que hacen el romano Estacio Seboso y el rey Juba II, según refiere Plinio en el s.I,
creación de la palabra Canaria al denominar así Juba II a una isla, nacimiento de ‘Islas
Canarias’ en el s.IV por obra de Arnobio, presencia de ánforas y grabados romanos de los
siglos III y IV descubiertos en las islas orientales que evidencian contactos entre ellas y la
civilización romana. El contacto directo de las fuentes originales, los textos, y su análisis
científico, distinguiendo en ellos las noticias reales de las míticas y fantasiosas era lo que
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necesitaba con urgencia la historiografía canaria para aclarar muchos aspectos de la primera
historia de Canarias. El profesor Martínez es el primero que la ha realizado de forma
completa por lo es de justicia que la comunidad científica reconozca esa meritoria labor.
Precisamente estas relaciones entre el estudio del mito y la historia más la arqueología,
lengua, cartografía y literatura canarias, conformarían una parcela del saber denominada
‘Canariología’ para la que el autor sienta las bases de su estudio con la relación de la
bibliografía aparecida entre los años 1994 y 1997 en el capítulo séptimo.
La figura del geógrafo y naturalista alemán Alejandro de Humboldt en relación su visita
en junio de 1799 a las Islas Canarias está ya bien estudiada, pero su relación con el mundo
clásico no del todo. La formación humanística del sabio alemán fue muy completa y en sus
obras relacionadas con las Islas, gracias a los análisis del profesor Martínez, se puede apreciar
cómo ha recibido gran parte de la tradición mítico-literaria que sobre ellas ya se había gesta-
do. Sobresalen cuestiones de geografía mítica relacionadas con el imaginario atlántico insular
antes descrito y sus apreciaciones lingüísticas sobre ‘nesonimia’ o estudio de los nombres de
las islas, bien estudiadas en el capítulo quinto («En torno a Humboldt y las Canarias»). El
último capítulo («Humanidades clásicas») recoge artículos de prensa y una colaboración en
CFC (egi). Todos tratan aspectos relacionados con el mundo clásico como la reforma
educativa y su relación con las lenguas clásicas, reseña de un libro de Mª Rosa Alonso, y no-
tas sobre la vida del recordado profesor Alberto Díaz Tejera, dos ilustres ‘canariólogos’, así
como aspectos culturales varios derivados de la organización de cursos por parte del autor. El
apéndice documental aporta diecisiete extractos de diversos trabajos del autor y de otros
escritores que desarrollan y justifican las tesis del autor expuestas en los capítulos del libro.
De la lectura de este libro se desprende la imagen de un autor dotado de una gran inquie-
tud cultural y curiosidad, la fuente del conocimiento y del saber, que tiene tras de sí innu-
merables lecturas sobre el tema tratado vertidas en las numerosas referencias y citas bibliográ-
ficas de cada ensayo. Además, la amplia actividad cultural que desplegó en su estancia en las
Islas Canarias se ve perfectamente plasmada en la celebración de congresos, conferencias y
colaboraciones en prensa local relacionadas con las Humanidades clásicas y sus líneas de
investigación, y que han quedado recogidas en este libro. Aporta también, como suele hacer
en sus trabajos, campos de trabajo para futuras investigaciones, especialmente en el estudio
de la pervivencia de la cultura grecolatina en la literatura canaria, y el rastreo y análisis de los
mitos clásicos en los historiadores canarios. Es, en suma, una obra que continúa aportando
gran cantidad de estudios y análisis científicos serios, rigurosos y muy necesarios sobre la
presencia de la cultura grecolatina en la historia y cultura de las Islas Canarias, y que, junto a
sus anteriores estudios, están llamados a ser la base sobre la que el autor construirá su
anunciada Historia mitológica del Archipiélago canario, y punto de partida imprescindible
para ulteriores estudios sobre este tema.
JOSÉ MARÍA PÉREZ MARTEL