La Presentación de Las Ofrendas
La Presentación de Las Ofrendas
La Presentación de Las Ofrendas
Muchos han creído que era exagerada esta insistencia en el pecado. ¿Es necesario decirlo
tantas veces? Pero ellos suelen ser los mismos que ya no creen en la Presencia real de Jesús
en la Eucaristía.
Leandro Bonnin – 26/02/16 5:48 PM
Los siguientes consejos y reflexiones pertenecen al libro 7 canastas, publicado en
2015 por Editorial Logos (Argentina)
1. La Procesión más larga del mundo
Concluida la oración de los fieles, comienza lo que se llama «Liturgia Eucarística».
Esta, a su vez, se divide en tres partes:
- Presentación de las ofrendas
- Plegaria Eucarística
- Rito de la Comunión.
Sobre todo en los domingos, esta nueva parte de la Misa comienza con una
procesión, que es un verdadero rito. Algunos fieles, elegidos al azar, o designados
cuidadosamente de acuerdo a algún motivo especial, llevan al altar el copón o la
patena con las hostias y las vinajeras con el vino y el agua. Esta procesión suele
iniciarse en la puerta del Templo, atravesando el pasillo central.
Con mentalidad pragmática, quizá alguna vez te has preguntado: ¿para qué es
esa procesión? Sería mucho más sencillo que eso esté preparado en el altar o en
la mesita de los monaguillos (credencia).
Y podría responderte: «sí, es más fácil, pero menos expresivo».
(…) La clave la dan unas palabras que el sacerdote dice un poco después: «Oren
hermanos para que este sacrificio mío y de ustedes...», «El Señor reciba de tus
manos este sacrificio...»
En la Eucaristía se entrelazan, indisolublemente, la acción de Dios y la acción del
hombre. La obra de Cristo y la obra de la Iglesia, su Esposa.
Esos fieles –niños o ancianos, matrimonio, personas desconocidas entre sí–, que
caminan solemne o tímidamente hacia el altar por el pasillo central, simbolizan el
misterio de la Iglesia que, sobre el altar, quiere ofrecerse al Padre.
Atención: no sólo quiere ofrecer pan y vino. Quiere ofrecerse Ella misma. Con toda
su vida, con sus gozos y sufrimientos.
De tal manera que la procesión de ofrendas no «arranca» en el fondo de la Iglesia,
ni desde la mesita donde estaban los dones.
La procesión de ofrendas arranca en la cama del enfermo que fuiste a visitar y por
el cual quieres rezar hoy; comienza en el taller del mecánico y en el escritorio del
docente, que entregan allí su cansancio; tiene su inicio en la mesa familiar, en el
insuficiente pero valiosísimo tiempo de diálogo compartido.
Confluyen en el Templo, hacia el altar, decenas, centenares de procesiones de
ofrendas, desde las entrañas de la vida misma, hacia el centro de la Historia y
Corazón del mundo. (…)
Las personas corren agitadas, día a día, por las calles de nuestras ciudades, sin
hallar reposo y muchas veces sin encontrar sentido a lo que hacen. Muchos van
oprimidos por un enorme peso superior a sus fuerzas.
¡Qué pena que no descubran que todos sus pasos, sus carreras alocadas, el
vértigo de sus horas, tienen vocación de Eucaristía! Allí, sobre el Altar, todo puede
alcanzar su punto máximo, el cenit de su esencia. ¿Sabremos testimoniar este
misterio?
(…)
2. El Pan y El Vino
Jesús no eligió casualmente la materia de la Misa. No tomó simplemente lo que
había a mano, y dijo: «Aquí me quedo».
Pan y vino tienen tan hondos significados, que se han escrito libros enteros para
intentar desentrañarlos. Permíteme dejarte sólo unas ideas sueltas.
El Pan es el signo de lo cotidiano. Es el alimento que está en toda mesa. El pan
partido y compartido simboliza la fraternidad, al igual que la copa. (…)
El Pan tiene, en el Antiguo Testamento y para Jesús, un gran parentesco con la
Palabra: «No sólo de pan vive el hombre, sino de toda Palabra que sale de la boca
de Dios».
Uno de los más grandes milagros del Señor fue, justamente, la multiplicación de
los panes. Demostró así que Él podía hacer –con su poder infinito– lo que quisiera
con el pan. Inmediatamente, Jesús comienza a hablar de otro Pan bajado del
Cielo. «El que lo coma, vivirá eternamente». Y dando aún un paso más, dice: «El
Pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo». Ante esas palabras, los
judíos dudaron y se escandalizaron. Sólo sería posible que Jesús se hiciera Pan
si, como grano de trigo, experimentara la muerte y la sepultura, para luego dar
fruto en la Resurrección.
El Vino, a diferencia del pan, no es en el mundo antiguo algo cotidiano, sino que
es símbolo de la fiesta. Se utilizaba en ocasiones especiales, y era símbolo de
alegría desbordante.
(…)
El primer milagro de Jesús fue un signo clarísimo de que esos tiempos habían
llegado: 600 litros de agua transformados en el vino de la mejor calidad. También
relacionado con el vino, retoma Jesús en la Última Cena la imagen de la vid,
aplicada antes al Pueblo de Israel. Ahora, la Vid será Él mismo, y sus discípulos
los sarmientos. Esa vid, plantada por el Padre, sería exprimida en el monte
Calvario, derramando su Sangre para purificar a la humanidad.
Todo eso y mucho más está contenido en ese pequeño disco blanco de pan sin
sal ni levadura, y en esos centímetros cúbicos de vino, puestos en la vinajera y en
el cáliz.
Pero hay otro aspecto importante: el trigo no llega a ser pan y la vid no puede dar
vino sin el trabajo y la cooperación del hombre. Por eso en esas especies tan
pequeñitas van el esfuerzo de los que han cultivado la tierra y de todas las manos
que han cooperado en esa transformación. En definitiva, en ese pan y vino va toda
la actividad humana.
Los significados del Pan y del Vino se retoman y elevan en este sacramento.
La Eucaristía es, como el Pan, nuestro alimento cotidiano, la comida indispensable
para seguir caminando, el Maná verdadero que nos hace falta para no desfallecer.
Es el alimento de los pobres, de los que tenemos sólo en Dios nuestra confianza.
Pero la Eucaristía es también el Vino de la Fiesta. Es anticipo e irrupción de la
Eternidad en el tiempo. Es inauguración de las Bodas entre Cristo y su Iglesia,
aquí en pobres signos.
(…)
Trigo molido, unido a otros trigos molidos; uvas exprimidas, mezcladas con el
zumo de otras; son un símbolo del misterio de la Iglesia.
No dejes de contemplar allí, y de contemplarte a ti mismo.