Scientia Sexualis El Lugar de La Mujer e

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SANDRA CAPONI

SCIENTIA SEXUALIS
EL LUGAR DE LA MUJER EN LA HISTORIA DE LA PSIQUIATRÍA
(pp.19-48)

IN

MARISA MIRANDA
(EDITORA)

LAS LOCAS
MIRADAS INTERDISCIPLINARES SOBRE GÉNERO Y SALUD MENTAL

EDULP
EDITORIAL DE LA UNIVERSIDAD DE LA PLATA

LA PLATA

2019
Miranda, Marisa Adriana
Las locas : miradas interdisciplinarias sobre género y salud mental / Marisa
Adriana Miranda. - la ed . - La Plata: EDULP, 2019.
Libro digital, PDF

Archivo Digital: descarga y online


ISBN 978-987-8348-03-2

1. Género. 2. Salud Mental. I. Título.


CDD 305.42

Las locas
Miradas interdisciplinarias sobre género y salud mental

MARISA A. MIRANDA (Compiladora)

W£5dulp
EDITORIAL DE LA UNIVERSIDAD NACIONAL DE LA PLATA (EDULP)
48 N.° 551-599 4o piso / La Plata B1900AMX / Buenos Aires, Argentina
+ 54 221 644-7150
edulp.editorial@gmail.com
www.editorial.unlp.edu.ar

Edulp integra la Red de Editoriales de las Universidades Nacionales (REUN)

Primera edición, 2019


ISBN 978-987-8348-03-2
Queda hecho el depósito que marca la Ley 11723
© 2019 - Edulp
SCIENTIA SEXUALIS

El lugar de la mujer en la historia


de la psiquiatría

Sandra Caponi
(UFSC, Brasil)

La historiografía feminista nos ha permitido comprender de qué


modo fue construida, a lo largo de los siglos XIXy XX, la idea de que
existiría una modalidad privilegiada y “normal” de “ser mujer”. Así
como nos permitió entender el lugar estratégico que el saber médico
ocupó en esa construcción. Como afirma Rago (2018):

Hoy sabemos que esa definición normativa de “ser mujer”


data del siglo XIX, cuando nacen la ginecología moderna
y otras importantes áreas de la medicina que pasan a ac-
tuar en el proceso de higienización de las ciudades y de
normalización de las conductas (5).

Sin duda, un campo de saber que ayudó a cristalizar esa idea nor-
mativa de “ser mujer” fue el saber psiquiátrico, particularmente el
modo como la psiquiatría biológica fue multiplicando las patologías
o las locuras femeninas a lo largo de su historia.
Aunque las referencias a las locuras de la mujer y su relación con
la sexualidad ya aparecen en el inicio de la psiquiatría moderna en
los trabajos de Pinel y Esquirol, será en las últimas décadas del siglo
XIX, en estrecha relación a los trabajos de teóricos de la degeneración

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posteriores a Benedict Morel (1857), como Valentín Magnan (1893)
o Krafft-Ebing (1894), que la psiquiatría profundiza la asociación en-
tre la figura de la mujer, la locura y la degeneración. En ese marco
se inscriben los trabajos de autores como el psiquiatra alemán Julius
Moebius (1900) y el psiquiatra portugués Miguel Bombarda (1896).
Analizar estos trabajos nos permitirá mostrar el papel articulador
que ha ocupado la sexualidad de la mujer y el control de las llamadas
“perversiones sexuales” en la historia de la psiquiatría, como saber y
como estrategia de gestión biopolítica de las poblaciones.
Propongo detenerme aquí a analizar los argumentos presentados,
a fines del siglo XIX e inicios del siglo XX, por dos psiquiatras, Miguel
Bombarda (1896) y Julius Moebius (1903), ambos defensores de una
supuesta locura que afectaría a cierto tipo de mujer, aquellas que no
responden a los padrones de “normalidad”, particularmente a las mu-
jeres intelectuales y feministas. Estos trabajos recibieron respuestas
y fuertes críticas de mujeres que se negaron a aceptar la imposición
de un modo, considerado científica y psiquiátricamente normal, de
“ser mujer”, representantes de los primeros movimientos feministas.
Analizo aquí los argumentos presentados por dos feministas, María
Lacerda de Moura (1929) y Franca Ongaro Basaglia (1977), represen-
tantes de la primera y segunda ola feminista, en respuesta al discurso
de esos psiquiatras.
María Lacerda de Mora, brasilera y anarcofeminista, en su libro
“La mujer es una degenerada”, construye una contundente respuesta
a la sentencia publicada por Bombarda en su texto “Lecciones sobre
la epilepsia” (1896). En ese libro, el psiquiatra portugués Bombarda,
dedica un capítulo, la lección VII, a presentar argumentos en defen-
sa de la tesis que dará el nombre al libro de Lacerda de Moura. En
ese capítulo se propone presentar datos, pretendidamente científicos,
en favor de la tesis según la cual desde una perspectiva psiquiátrica,
“la mujer es una degenerada”. Cincuenta años más tarde, en 1977,
Franca Ongaro Basaglia, realiza una crítica política semejante, dedi-
cada al texto de Moebius “La inferioridad mental de la mujer”. Franca

20 MARISA A. MIRANDA
fue una activa militante por los derechos de las mujeres y una de las
fundadoras del movimiento de desmanicomialización iniciado en la
ciudad de Gorizia, Italia, a fines de la década de 1970.
Esas dos mujeres, en momentos históricos diferentes, constru-
yeron respuestas sólidas a la asociación, tan presente en el discurso
de la psiquiatría clásica, entre la condición femenina y la enferme-
dad psiquiátrica. Dicho de otro modo, ellas analizaron de qué modo
aparece la asociación entre mujer y locura, hacia fines del siglo XIX
e inicios del siglo XX. Una asociación que, ciertamente, aún no ha
perdido actualidad, y que vemos repetirse día a día por hombres vul-
gares, por científicos y psiquiatras, e inclusive por hombres de esta-
do. La asociación mujer y locura reaparece cada vez que el discurso
psiquiátrico multiplica diagnósticos y terapéuticas que transforman
los sufrimientos de las mujeres, derivados de condiciones sociales
adversas, de abusos y acosos cotidianos, en patologías psiquiátricas
predominantemente femeninas como depresión, ansiedad, bipolari-
dad. Vemos multiplicarse así, diagnósticos y terapéuticas de riego,
que acaban silenciando las causas sociales que, efectivamente, provo-
caron los sufrimientos.
Tanto Bombarda como Moebius, fueron defensores de la Teoría
de la degeneración, fundamento a partir del cual construyen sus tesis
sobre la inferioridad mental de la mujer y su progresiva degeneración
intelectual. Lejos de tratarse del discurso aislado de algunos pocos
psiquiatras, la multiplicación de locuras femeninas y el discurso refe-
rido a la degeneración mental de la mujer, fue un elemento central y
articulador de la psiquiatría moderna iniciada en las últimas décadas
del siglo XIX. Un saber psiquiátrico que tiene como referencia privi-
legiada la articulación entre las patologías mentales y las perversio-
nes o desvíos sexuales clasificadas por Krafft-Ebing en su Psychopa-
thia Sexualis (1894).
Así, el discurso psiquiátrico, directamente vinculado con la Scien-
tia sexualis analizada por Foucault, está indisolublemente vinculado
a la patologización de la mujer, por la mediación de categorías tales

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como perversión, degeneración o inferioridad mental. Me interesa en-
tender el marco epistemológico que habilitó la construcción de argu-
mentos como los defendidos por Moebius y Bombarda, ambos centra-
dos en la figura de la “mujer normal” y la “mujer desviada”, entre las
cuales se destaca, como desvío patológico mayor, la mujer feminista.
Propongo analizar sus referencias histórico-epistemológicas, obser-
var cuales fueron los autores y las teorías que sirvieron para dotar
de legitimidad científica a esos discursos carentes de cualquier valor
epistemológico, y completamente saturados de prejuicios y desprecio
a las mujeres. Con ese objetivo analizo también las respuestas que dos
mujeres feministas, en dos momentos históricos diferentes, dieron a
estos discursos con pretensión de verdad. Se trata, en fin, de mostrar
que las afirmaciones de Bombarda y Moebius no son excepciones
descartables en el campo de la psiquiatría, sino que, por el contrario,
son constitutivos del nacimiento de la psiquiatría moderna y del lu-
gar que la mujer ha ocupado y ocupa en el campo de la psiquiatría,
desde el siglo XIX, hasta hoy. Tal como afirma Margareth Rago en
relación a María Lacerda de Moura, una afirmación que podemos
hacer extensiva a Franca Ongaro Basaglia (cfr. Rago, 2018):

De manera ácida esta activista libertaria cuestiona las in-


terpretaciones producidas por el discurso científico sobre
el cuerpo femenino y revela su función normalizadora, que
confina a las mujeres a la esfera de la vida privada, esto es,
en un espacio en que son privadas de la cultura, la educa-
ción, los negocios, la experiencia sexual y la propia vida (6).

Analizar textos caricaturales y grotescos como los de Moebius y


Bombarda, nos permite entender el momento de emergencia y la per-
sistencia de diagnósticos psiquiátricos “ubuescos” (Foucault, 1999),
esto es, discursos que al mismo tiempo que son risibles, poseen enor-
me capacidad destructiva. Una mirada crítica a la historia de la psi-
quiatría, realizada desde el feminismo o desde la teoría Queer, per-

22 MARISA A. MIRANDA
mite entender hasta qué punto la historia de la psiquiatría traduce los
prejuicios y las imposiciones morales de cada momento histórico. De
modo que, tanto en el caso de Moebius como en el caso de Bombarda
podemos observar el proceso de construcción de esa figura por la
cual la mujer normal se asocia a la mujer-madre y la mujer desviada,
se asocia a dos figuras que en principio podrían parecer antagónicas
pero que los psiquiatras asocian sin dificultad: la prostituta y la eru-
dita. Tanto para Bombarda como para Moebius, el punto de partida
de sus argumentos será la asociación entre “mujer- normal” y “mu-
jer- madre”. Así, en “Lecciones sobre la epilepsia”, Bombarda inicia su
tesis sobre la degeneración de la mujer, afirmando que “en la mujer la
degeneración es parcial. El organismo entero es una decadencia, solo
el óvulo se salva del gran desastre” (Bombarda, 1896: 130).
Y es exactamente en esa misma dirección que se sitúa Moebius para
construir sus argumentos en favor de la inferioridad mental de la mujer.
Adoptando como punto de partida esta afirmación (Moebius, 1982):

La naturaleza exige a la mujer amor y abnegación mater-


nal. La naturaleza le proporcionó a la mujer los elementos
para cumplir su noble misión, pero no le concedió la ca-
pacidad intelectual del hombre. (18).

Lo que María Lacerda de Moura y Franca Ongaro Basaglia pudie-


ron observar con claridad, cuando construyeron sus respuestas a es-
tos textos, era que lo que estaba gestándose en ese momento era una
nueva categoría psiquiátrica, que como veremos será calurosamente
defendida por Moebius e implícitamente enunciada por Bombarda.
Una patología mental que afectaría solo y exclusivamente a las muje-
res, particularmente a aquellas que deciden no aceptar la maternidad.
Una nueva patología que se refiere a la locura (o degeneración) de las
feministas y eruditas.

23 MARISA A. MIRANDA
Sdentia Sexualis

Del mismo modo que psiquiatras con amplio reconocimiento,


como Magnan (1893; Magnan; Legrain, 1895) o Krafft-Ebing (1894),
Moebius y Bombarda eran fieles representantes de aquello que Fou-
cault denominó “Scientia Sexualis” Esto es la proliferación de discur-
sos médicos y psiquiátricos que, en la segunda mitad del siglo XIX e
inicios del siglo XX, estaban centrados en la sexualidad de las muje-
res, los niños y los perversos.
Frente a la idea corriente de que en ese momento existiría cierto
silencio en torno a la sexualidad, cierta discreción sobre lo que ocu-
rría en las alcobas, donde el sexo seria lo no dicho, lo silenciado, lo
reprimido, Foucault afirma que lo que predomina en la moral bur-
guesa no es el silencio, sino la confesión y la proliferación de discur-
sos sobre el sexo. Todo debe ser dicho y cabe a la ciencia mostrar que
debe ser considerado como sexualidad normal y que debe excluirse
como desvío patológico o enfermizo. Ya no se trata de pecado, ni
simplemente de restringir el sexo a la reproducción. Se trata de algo
más. La psiquiatría de los siglos XIX y XX parecía estar obcecada por
hablar de sexo, el sexo en el matrimonio y fuera de él, las perversio-
nes sexuales, la sexualidad en la infancia, los supuestos peligros de
la masturbación, son tópicos que se repiten incansablemente en los
Anales y Manuales de psiquiatría. Como afirma Foucault (1978):

El solo hecho de que se haya pretendido hablar de sexo,


desde el punto de vista purificado y neutro de una ciencia,
es en sí mismo significativo. Era, en efecto, una ciencia he-
cha de fintas, ante la incapacidad o rechazo a hablar del
sexo mismo, se refirió a sus aberraciones, a sus perversio-
nes, rarezas excepcionales. Era igualmente una ciencia su-
bordinada a los imperativos de una moral cuyas divisiones
reiteró bajo los modos de la norma médica (67).

24 MARISA A. MIRANDA
La lógica de lo normal y lo patológico traduciría entonces, a tér-
minos médicos las prescripciones morales existentes. Pero este saber
médico-psiquiátrico no solo multiplicó discursos sobre el sexo, tam-
bién reivindicaba el lugar de control de los imperativos higiénicos, se
atribuía la capacidad de definir los buenos matrimonios, se presen-
taba como capaz de evitar la herencia mórbida, controlar las taras y
garantizar una población fuerte y saludable. “Lo importante en esta
historia no es que los sabios se taparan los oídos o se equivocaran,
sino que se construyó en torno al sexo, un inmenso aparato destinado
a producir un “juego de verdad” (Foucault, 1978: 68). Legitimando la
construcción de un gran archivo de los placeres sexuales en clave mé-
dico psiquiátrica, un registro destinado a clasificar, pacientemente, la
heterogeneidad sexual.
En esta Sciencia Sexualis la mujer ocupó un lugar privilegiado,
como objeto incansable de observación y análisis, un cuerpo atra-
vesado y constituido por su sexualidad. Desde 1798, cuando Phili-
ppe Pinel inaugura la psiquiatría moderna, las causas de la locura
femenina se asociaban directamente a la vía genital, específicamente
a fenómenos biológicos como la menstruación, embarazo, parto y
menopausia. Cien años más tarde, en 1895, Magnan y Legrain, en
Los degenerados, atribuían lo que consideraban como “inexplicables
cambios de humor” en la mujer a las mismas causas sexuales, iden-
tificando un tipo de degeneración a la que denominaron “locuras
menstruales” (1895: 123).
Pocos años más tarde Moebius repite esta asociación entre los fe-
nómenos biológicos propios del cuerpo femenino con el origen de las
locuras de la mujer. “Así al florecer y marchitarse de la belleza femeni-
na corresponden modificaciones psíquicas paralelas. El espíritu de la
virgen es fogoso y agudo porque su atracción aumenta, participando
activamente en la elección sexual. La vida de la mujer depende de
que la joven encuentre un hombre que le convenga” (Moebius, 1982:
22). A la plenitud sexual le corresponde la máxima agudización po-
sible de las capacidades intelectuales dirigidas a la conquista del sexo

25 MARISA A. MIRANDA
opuesto. Inversamente, con el climaterio, asistimos a la completa de-
cadencia de la escasa capacidad mental que, de acuerdo a Moebius
(1982), caracteriza a la mujer:

La edad crítica significa la desaparición de la actividad


sexual: ahora bien, el organismo es una unidad y las fun-
ciones están coordinadas. Existe una estrecha relación
entre actividad sexual y actividad cerebral; cuando una
despierta la otra se modifica. Del climaterio, por el cual la
mujer se hace vieja, no podemos esperar más que el debi-
litamiento de las facultades mentales. (23).

Moebius se refiere a las figuras clásicamente asociadas a la mujer:


la mujer normal, esto es la madre, y sus desvíos patológicos, la mujer
histérica, la mujer prostituta y la mujer nerviosa. Es interesante ob-
servar que esas afirmaciones de Moebius se oponen o contradicen la
posición de Bombarda sobre las edades de la mujer. Después de refe-
rirse al natural espíritu de indocilidad de la mujer, que, según afirma,
lleva a crear ambientes caóticos en las alas femeninas de los hospi-
tales psiquiátricos, no solo por la conducta de las “alienadas” sino
también por el “personal de servicio”, mayoritariamente femenino,
asociará esa indocilidad y falta de capacidad reflexiva a la actividad
sexual de la mujer. Para Bombarda (1896):

Una falta de vigor cerebral que pone a la mujer en un nivel


diferente del hombre. Se alguna vez, por energía del espí-
ritu, la mujer consigue levantarse, eso ocurrirá solo des-
pués que su vida sexual haya terminado. Solo entonces la
organización física tiende a aproximarse a la del hombre.
Es por eso que desde hace tiempo pienso que después de
la menopausia la mujer es un hombre (135).

26 MARISA A. MIRANDA
Del mismo modo que podemos observar en cualquier otra
ideología científica, parece que es claramente posible presentar un
argumento y su opuesto dentro de un mismo marco de referencia
explicativa. En este caso, la menopausia y el climaterio, que para am-
bos indica el fin de la actividad sexual, puede dar lugar a opiniones
contradictorias. Mientras para Moebius el climaterio indica la mayor
degradación las capacidades intelectuales de la mujer, para Bombar-
da indicarían el momento donde la capacidad cerebral femenina au-
menta hasta llegar a asemejarse con la capacidad masculina.
Sin embargo, y aunque aquí y allí estos autores adopten perspecti-
vas diferentes, siempre deslegitimando la condición femenina, ambos
toman como punto de partida para sus argumentos dos estrategias
que eran consideradas como válidas, sin mayores cuestionamientos,
por la psiquiatría de las últimas décadas del siglo XIX y primera mi-
tad del siglo XX. Se trata de dos estrategias complementares tendien-
tes a patologizar los comportamientos de la mujer, haciendo referen-
cia a bases biológicas específicamente vinculadas con la sexualidad.
Estas estrategias son: por un lado, las referencias a la cronometría
y a la anatomía cerebral comparada, por otro la aceptación incondi-
cional de la teoría de la degeneración. Esas bases teóricas, que eran
aceptadas y defendidas por el saber psiquiátrico, serán utilizadas para
legitimar “científicamente” los argumentos de la inferioridad mental
de la mujer esgrimidos por Bombarda y Moebius. Del mismo modo,
es sobre esas bases que construirán los argumentos tendientes a defi-
nir una nueva categoría psiquiátrica: la locura de las feministas y de
las eruditas. Es interesante recordar que autores como John Stuart
Mili (1886), treinta años antes, ya habían defendido ideas contrarias
a las de Bombarda o Moebius, que muchos intelectuales, ya habían
apoyado las luchas feministas, defendiendo el combate de las sufra-
gistas y desmitificando argumentos con pretensión de cientificidad
como los que ellos presentaban. Aun cuando autores como Mili y
Bentham defendieran posiciones feministas es muy difícil encontrar
en el campo de la psiquiatría biológica clásica, de fines del siglo XIX e

27 MARISA A. MIRANDA
inicios del siglo XX, psiquiatras que difieran de la posición defendida
por Moebius o Bombarda.

Sobre la inferioridad mental de la mujer:


el tamaño del cerebro

La primera estrategia explicativa que estos autores utilizan es la cro-


nometría y la anatomía cerebral comparada, haciendo referencia explí-
cita a los estudios de Paul Broca e Rudinger. En 1870, Paul Broca había
acumulado datos a partir de autopsias realizadas en cuatro hospitales
de París que lo habían llevado a concluir que el cerebro de las mujeres
era de tamaño menor al de los hombres. Observa que el peso medio del
cerebro de los hombres, superaba en 180 gramos al cerebro de las mu-
jeres. De ese conjunto de datos Broca concluye que la mujer no podía
igualarse en inteligencia al hombre, y que todas las tentativas realizadas
en ese sentido están condenadas a fracasar por una limitación funcio-
nal y anatómica de su cerebro. Para él, la sexualidad femenina repre-
senta una suspensión del desenvolvimiento, lo que hace de la mujer
un desvío mórbido de lo que denomina el “tipo hominal”. Considera
que el “tipo mujer” representa una suspensión evolutiva que repercute
sobre todo el organismo, pero es en su capacidad craneana donde los
desvíos se hacen evidentes (Bombarda, 1896):

La reflexión incide particularmente sobre el cráneo y su


contenido, el menor volumen y peso de la masa encefá-
lica, bastan para imprimir en la mujer un estigma de in-
ferioridad que no se puede contestar. A esa inferioridad
anatómica corresponde evidentemente una inferioridad
funcional. (...) El nivel intelectual femenino es, eviden-
temente, poco elevado. Hoy tenemos la ocasión de hacer
sólidas comparaciones al respecto (131).

28 MARISA A. MIRANDA
Siguiendo estos mismos argumentos, cuatro años más tarde será
Moebius quien recurre a Broca para defender la tesis de la inferiori-
dad mental de la mujer.
He encontrado muchas veces en las mujeres de mediana estatu-
ra una circunferencia craneana de 51 centímetros. Este hecho no se
registra en los hombres físicamente sanos, sino solo en deficientes
mentales e idiotas. Las mujeres antes citadas, son, al contrario, per-
fectamente normales (Moebius, 1982: 7).
La relación de la mujer con la locura, así como la reiterada afir-
mación de su inferioridad mental, no eras asociaciones aisladas. De
hecho, todos los grupos considerados subordinados, sea que se tra-
tara de poblaciones africanas o de ciudadanos pobres, eran clasifica-
dos por saberes como la antropología, la craneología, la psiquiatría
o la criminología como siendo naturalmente inferiores al modelo
ideal representado por los hombres adultos blancos. Tal como afirma
Stephen Jay Gould (1997):

Para apreciar el papel social de Broca y su escuela, hemos


de reconocer que sus afirmaciones acerca del cerebro de
las mujeres no reflejan un prejuicio aislado contra un úni-
co grupo desatendido. Deben ser valoradas en el contexto
de una teoría general que apoya las distinciones sociales
de su época considerándolas biológicamente ordenadas.
Las mujeres, los negros y los pobres sufrían el mismo des-
precio, pero las mujeres recibieron la artillería pesada de
Broca porque tenía fácil acceso a los datos sobre los cere-
bros de mujeres (167).

Los mismos prejuicios de género y raza reaparecen en el libro de


Moebius, quien, como era de esperarse, asocia misoginia y racismo
(1982):

29 MARISA A. MIRANDA
En los hombres poco desarrollados en la parte mental (los
negros por ejemplo), se encuentran los mismos datos ana-
tómicos hallados en el lóbulo parietal de la mujer, mientras
que en los hombres bien dotados el desarrollo del lóbulo
parietal les da un aspecto completamente distinto (52).

Por ese motivo Moebius sitúa a las mujeres más próximas de las
bestias, más dependientes, seguras y alegres, características que, a su
entender, contribuyen a que sean tan atractivas. Dirá que: “a seme-
janza de las bestias carecen de opinión propia, son rígidas, conserva-
doras y odian la novedad, excepto cuando lo nuevo aporta una venta-
ja personal o agrada a su amante” (Moebius, 1982: 10).
Se podrá objetar que analizar críticamente estos discursos puede
suponer cierto anacronismo, y que es necesario respetar el tiempo
histórico, sin embargo a lo largo del siglo XIX y XX existieron de-
bates y confrontaciones en relación al valor de los trabajos dedica-
dos a pesar y medir el cerebro para determinar la inteligencia, sea de
una persona, o un grupo humano. Fuera del campo de la psiquiatría
biológica, hacía tiempo que se defendían argumentos contrarias a la
supuesta asociación entre las capacidades mentales y el tamaño del
cerebro (Fauvel, 2013). Específicamente, la supuesta asociación entre
la inteligencia femenina y el tamaño y peso del cerebro ya había sido
cuestionada, desde fuera del campo de la psiquiatría, treinta años an-
tes, por autores como Stuart Mili, cuando afirmaba: “Conozco a un
hombre que pesó muchos cerebros humanos y dijo que el más pesado
que él había visto era el de.... una mujer. Además, la precisa relación
entre el cerebro y los poderes intelectuales es un asunto controvertido
que aún no se entiende bien” (Stuart Mili, 2017: 38).

30 MARISA A. MIRANDA
La teoría de la degeneración y la locura de las feministas

La segunda estrategia explicativa que tanto Bombarda como


Moebius utilizan para defender la locura y la inferioridad mental de
la mujer es el recurso a la Teoría de la degeneración. En 1857, el psi-
quiatra Benedict Morel había definido a las locuras de los degenera-
dos como un desvío mórbido del tipo normal de la humanidad, que
se transmitía hereditariamente de forma agravada, de generación en
generación, si no existiera una acción intercurrente que limite esa
transmisión. Recordemos que, para Foucault “La degeneración es la
pieza teórica mayor que permite la medicalización de lo anormal, El
degenerado es el anormal míticamente- o si prefieren, científicamen-
te, medicalizado” (Foucault, 1999: 298).
La teoría de la degeneración permitió ampliar y flexibilizar diag-
nósticos psiquiátricos, pasando de las pocas categorías psiquiátricas
existentes en la época de Pinel y Esquirol, manía, melancolía, demen-
cia e idiotismo, a un conjunto indefinido de patologías psiquiátricas a
las que siempre se les podría adicionar una nueva anomalía o desvío
de la normalidad, considerado como enfermedad psiquiátrica. Mag-
nan define un inmenso cuadro de patologías psiquiátricas donde cla-
sifica comportamientos considerados socialmente desviados.

Cuadro sinóptico de las degeneraciones mentales.


Los heredo-degenerados

I. Idiotismo, imbecilidad y debilidad mental.


II. (Desequilibrados) Anomalías cerebrales: defecto en el equili-
brio de las facultades morales e intelectuales.
III. Síndromes episódicos hereditarios
(1) Locura de la duda
(2) Temor a tocar: acmofobia

31 MARISA A. MIRANDA
(3) Onomatomanía: 1) busca angustiosa de una palabra; 2) em-
puje irresistible de repetir una palabra; 3) miedo de usar palabras
comprometedoras, etc.
(4) Aritmetomanía
(5) Ecolalia, coprolalia, con falta de coordinación motora (Gilíes
de La Tourette).
(6) Amor exagerado por los animales: locuras de los antivivisec-
cionistas.
(7) Dipsomanía, sitiomanía (alimentos).
(8) Cleptomanía, oniomanía (manía de compra).
(9) Manía de jugar
(10) Piromanía y pirofobia
(11) Empujes homicidas y suicidas.
(12) Aberraciones sexuales: a.) médula espinal (reflejo simple;
centro genito-espinal de Büdge); b) cerebro-espinal posterior (re-
flejo cortical posterior); c) cerebro-espinal anterior (reflejo corti-
cal anterior); d) cerebrales anteriores (erotomanía).
(13) Agorafobia, claustrofobia, topofobia.
(14) Abulia
IV. (a) Manía de raciocinio, locura moral (perseguidos-persegui-
dores).
(b) Delirios múltiples: delirio ambicioso, religioso, de persecu-
ción, hipocondríaco
(c) Delirio sistemático único, fijo, sin tendencias evolutivas. Ideas
obsesivas.
(d) Excitación maníaca, depresión melancólica
(Magnan, 1893: 130).

Como afirma Foucault la teoría de la degeneración permitía que


el número de desvíos pudiese ser indefinidamente ampliado, siem-
pre se podían agregar nuevas conductas que exigirían intervención
psiquiátrica (Foucault, 1999, p. 293). Surgen así síndromes como la
locura de los antiviviseccionistas o la “locura de los vegetarianos’. Un

32 MARISA A. MIRANDA
síndrome que, de acuerdo a Magnan, afecta “a seres extremadamen-
te sensibles, con un cerebro mal equilibrado, los degenerados, que
encuentran en el amor exagerado a los animales, temas de preocupa-
ción” (Magnan, 1893: 269).
Esa estrategia explicativa, muestra ser extremamente útil para
crear nuevas categorías médico-psiquiátricas para diferentes grupos
sociales, multiplicando los comportamientos considerados social-
mente inadecuados como categorías patológicas. Así las “locuras de
los antiviviseccionistas”, era la respuesta encontrada por Magnan a las
pretensiones, consideradas excesivas, de los defensores de un nuevo
modo de entender las relaciones con los animales en las sociedades
modernas. Ese nuevo sentimiento que había motivado la creación de
sociedades protectoras de animales, constituidas fundamentalmente
por mujeres asociadas a grupos feministas.
Del mismo modo, frente al temor social representado por la “in-
subordinación de la mujer, que de manera todavía confusa e inorgáni-
ca, quería convertirse en un sujeto histórico que reivindicaba sus de-
rechos” (Ongaro Basaglia, 1982: 12), tanto Bombarda como Moebius,
proponen agregar una nueva patología a la gran galería de los síndro-
mes de degeneración: el nerviosismo de las intelectuales y feministas.
En ese marco general se define lo que Bombarda, tímidamente, y
Moebius, claramente, consideran como una nueva categoría psiquiá-
trica: la locura das feministas y las eruditas. Ambos parten de una
misma estrategia discursiva, la teoría de la degeneración que servirá,
tanto para defender las tesis de la inferioridad mental de la mujer, o
de su supuesta degeneración, como para crear nueva categoría psi-
quiatra referida a esas mujeres que se obstinaban en no aceptar su
“natural” inferioridad mental. De este modo, la teoría de degenera-
ción operó como un marco o matriz discursiva extremamente útil
para que estos psiquiatras pudieran garantizar, con argumentos con-
siderados “científicos”, la subordinación de la mujer.
Así, Bombarda afirma, de manera directa y radical que “la mujer
es una degenerada” (1896: 128), y será contra ese argumento que La-

33 MARISA A. MIRANDA
cerda de Moura construye sus críticas, en 1926. Si nos preguntamos
qué significa esa extraña afirmación para Bombarda, veremos que la
mujer representa un estado fisiológico o cerebral de degradación en
relación a lo que denomina “Tipo hominal”. Afirma que, se trata de
una degeneración parcial, porque si bien dice encontrar estigmas de
degeneración en la mujer, entre los que indica su escasa capacidad
cerebral y su limitada inteligencia, ella no posee una segunda y nece-
saria característica de la degeneración: su la tendencia a la esterilidad
después de algunas generaciones. Esto lo explica porque existiría un
elemento en el organismo femenino que no ha degenerado: el óvulo,
lo que le permite reproducirse.
Bombarda se refiere aquí a lo que considera un grado parcial de
degeneración mental de la mujer media. Sin embargo su preocupa-
ción se dirige prioritariamente a un cierto grupo de mujeres a las que
denomina de “degeneradas más cargadas”, aquellas que naturalmente
tenderían a la esterilidad. Se trata de un grupo no muy numeroso,
representado por esas mujeres que denomina “exaltadas”, aquellas
que participan activamente de Ligas, congresos y Asociaciones feme-
ninas, con “tentativas infructuosas en pro de la independencia de la
mujer y su elevación hasta el hombre” (Bombarda, 1896: 129). Mu-
jeres que quieren ejercer carreras liberales y competir con los hom-
bres olvidando la distinción entre sentimiento, femenino, e deber,
masculino. Mujeres degeneradas que, tal como ocurre con Nora, el
personaje de Casa de muñecas de Ibsen, terminan abandonando sus
compromisos maternales.
El mal no sería tan grande si apenas se tratara de unas decenas
de degeneradas más cargadas, que así esterilizadas, inutilizarían un
instrumento de degeneración de la especie. Pero la propaganda, y las
necesidades de la existencia, arrastran un número cada vez mayor
de mujeres. Un elemento más para la destrucción de la población,
porque aunque la mayor parte se esteriliza, o, lo que es peor, consti-
tuye un elemento para aumentar el incendio da degenerescencia. Los

34 MARISA A. MIRANDA
excesos e las fatigas intelectuales duplican la acción degeneradora del
hombre (Bombarda, 1896: 130).
Así, al afirmar que caracterizar “la mujer es una degenerada”,
Bombarda utiliza una teoría psiquiátrica entonces aceptada por la
comunidad médica para defender la intervención del poder psiquiá-
trico como forma de gestión y control de ese grupo de insubordi-
nadas, consideradas “excesivas” en sus pretensiones intelectuales y
caracterizadas como locas o degeneradas. Todas las mujeres pueden,
para Bombarda, convertirse en degeneradas irreversibles o “comple-
tas”, aún aquellas degeneradas parciales que pueden reproducirse, si
ellas se niegan a aceptar “su estrecha dependencia del hombre”, y si no
reconocen que “poseen un cierto grado de anomalía mental” (Bom-
barda, 1896: 130).
Así que, Bombarda argumente que la mujer (en general) es una
degenerada, sus críticas se dirigen en particular a la mujer erudita,
a la mujer indócil, a la activa militante por las luchas feministas. En
relación a ellas dirá “en el interés de la raza y su pureza, se debe com-
batir plenamente la invasión de las sociedades por estos “modernos
bárbaros” tan queridos por el hombre. Toda tolerancia es un error
que nuestros hijos pagarán” (Bombarda, 1896:130). De lo que se tra-
ta aquí no es de una categoría psiquiátrica, no es de salud mental,
ni de posiciones divergentes en el campo de la psiquiatría. Lo que
Bombarda define como una patología, un desvío, o una locura, es
una cuestión claramente política. Lo que se considera un rasgo de
locura no es otra cosa que el deseo o las manifestaciones de libertad e
insubordinación de las mujeres feministas.
Y es en ese mismo marco discursivo que se inscribe el texto de Moe-
bius, quien, al igual que Bombarda encuentra su referencia en la teoría
de la degeneración y en los trabajos de psiquiatría de Krafft-Ebing.
En el año 1894, el psiquiatra degeneracionista alemán Kra-
fft-Ebing, publica su libro Psychopathia Sexualis (1894), allí define
cuadros mórbidos, comportamientos y estigmas de patologías sexuales
tan variadas como el masoquismo, el sadismo, la histeria, la homo-

35 MARISA A. MIRANDA
sexualidad, el exhibicionismo, la violación de estatuas, entre muchos
otros desvíos de la sexualidad normal. Entre esas locuras o degenera-
ciones sexuales Krafft-Ebing enuncia la categoría de “hermafroditismo
psíquico”, que será retomada pocos años más tarde por Moebius.
Esa categoría será fundamental para dar respuesta a la pregunta
formulada por Moebius, sobre la cual sostiene su argumento: qué es
una mujer normal en relación a la cual deben ser definidos los des-
víos mórbidos?. Dirá que la degeneración no surge solamente con el
fin de la edad reproductiva, esto es con el climaterio y la menopausia.
El desvío de la normalidad puede ocurrir también en la edad repro-
ductiva, desde la prostituta a la mujer erudita, de la mujer nerviosa
a la hermafrodita psíquica. Habla de dos modelos que representan
estos desvíos. El modelo francés representado por las damas de la
corte y de los salones, cuya única preocupación es dar y recibir placer.
Y el modelo inglés, mucho más peligroso, que se asocia al hermafro-
ditismo psíquico: ocurre cuando se pretende “introducir un cerebro
de hombre en un cráneo de mujer”.
Así, la mujer prostituta y la mujer feminista, representan los dos
desvíos mórbidos del estado normal representado por la mujer ma-
dre. Así, para Moebius, “una mujer que no quiere tener hijos o que
teniendo el primero dice: “Uno solo y basta”, demuestra, indudable-
mente, una naturaleza degenerada” (1982: 59). Moebius encuentra
una explicación para esta patología psíquica cuando afirma que exis-
te en la mujer intelectual, feminista o erudita un antagonismo entre
la actividad cerebral y la procreación, dos funciones íntimamente
ligadas, pero que han perdido su equilibrio.
El fantasma de Moebius, lo que parece atormentarlo a punto de
imaginar el fin de la civilización, no es otra cosa que el feminismo, y el
intelectualismo. Esa mujer que se niega a aceptar los datos científicos
referidos al tamaño y volumen de su cerebro y se obstinan en querer
cultivar su intelecto, y en crear grupos y organizaciones para defender
sus derechos. Es por eso que considera que “los verdaderos enemigos
de las mujeres son las feministas que quieren suprimir las diferencias

36 MARISA A. MIRANDA
entre los sexos”, agregando que: “cuando me opongo a ellas no combato
a la mujer. Si ellas hablan de la mujer nueva es porque les falta capaci-
dad crítica para entender lo que hacen (Moebius, 1982: 34).
Moebius retoma aquí la categoría psiquiátrica de Krafft-Ebing de
“hermafroditismo psíquico”, para referirse a la patología psíquica que
sufren esas mujeres que teniendo cuerpo y cráneo de mujer, piensan
y se comportan como hombres (Moebius, 1982:13). Se refiere especí-
ficamente a las mujeres ilustradas y feministas. Aquellas que deciden
estudiar, que quieren ser libres y escapar del deber del matrimonio y
la maternidad. Sostiene que esas “eruditas”, son pésimas madres o es-
tán condenadas a tener hijos débiles y degenerados. Es por ese moti-
vo, que ningún hombre debería desear casarse con una mujer erudita
o cerebral, porque a sus hijos “les faltará robustez y en muchos casos
les faltará la leche materna” (Moebius, 1982: 38). Resume su teoría
afirmando que “una excesiva actividad mental hace de la mujer una
criatura, no solo rara, sino también enferma, de modo que las exal-
tadas locas paren mal y son pésimas madres” (Moebius, 1982: 17).
Moebius habla de la locura que padece la mujer que posee an-
sias de libertad y autodeterminación, dirá que se trata de una forma
de degeneración, una “condición morbosa”, próxima al hermafrodi-
tismo psíquico, a la que denomina “nerviosismo”. Allí se confunden
los instintos naturales, reuniéndose rasgos inherentes a los dos se-
xos, dando lugar a hombres afeminados y mujeres masculinizadas.
Esa forma de degeneración se caracterizaría por el individualismo
o egoísmo femenino, utilizando, del mismo modo que Bombarda, el
ejemplo de Nora de la obra de Ibsen (1879). Según Moebius, ese texto
retrata la vida de una mujer degenerada que fue capaz de abandonar
a sus hijos. Al contrario, la mujer natural o normal, en relación a la
cual Nora aparece como un desvío patológico, no desea la libertad,
su deseo está en sentirse sujeta a la familia y a las responsabilidades
familiares. Esto porque, para Moebius, la debilidad mental de la mu-
jer es una conquista y no un defecto, algo que debe preservarse para
garantizar el buen funcionamiento de la familia y la sociedad.

37 MARISA A. MIRANDA
La deficiencia mental de la mujer no solo existe sino que es, además,
muy necesaria, no es solo un hecho fisiológico, es también una exigen-
cia psicológica. Si queremos una mujer que pueda cumplir sus deberes
maternales, es indispensable que no posea un cerebro masculino. Si las
facultades femeninas alcanzan un desarrollo igual a las facultades de
los hombres, los órganos maternos se atrofiarían, y hallaríamos ante
nosotros un repugnante e inútil andrógino (Moebius, 1982:17).
Pero Moebius no solo despliega preconceptos y críticas en rela-
ción a la mujer intelectual, no solo define síntomas y patologías psi-
quiátricas vinculadas a las locuras de las feministas, él da un paso
más. Siguiendo las estrategias trazadas por los teóricos de la dege-
neración, la definición de diagnósticos y pronósticos debía servir de
base para detallar intervenciones tanto terapéuticas, como preven-
tivas. Del mismo modo, Moebius enuncia una estrategia preventiva
privilegiada, destinada a evitar las locuras que afectan a la mujer ce-
rebral, erudita o feminista: “Ante todo se debe quitar del medio lo que
pueda ser perjudicial a la mujer como madre, es decir, la educación
de las jóvenes” (1982: 39).
A diferencia de Bentham y Adam Smith, Moebius sostiene que
las escuelas superiores para las mujeres y los institutos femeninos,
son inútiles y no representan un progreso, sino un “gran tumor”. Allí
aprenden conocimientos clásicos que son perjudiciales, que provocan
síntomas físicos como “dolores de cabeza y nerviosismo”. Considera
que es “un error querer introducir en esos pobres cerebros, como con
un embudo, datos de historia, geografía, fórmulas químicas, querer
fomentar la verbosidad y la mentira” (Moebius, 1982:40). Las jóvenes
deben recibir instrucción práctica, limitada a estudios elementales, y
a conocimientos útiles referidos a trabajos manuales, organización
de la casa, cuidado de los hijos, uso de utensilios del hogar, todas
informaciones que ella podrá retener con facilidad. En fin, la tarea de
los médicos de acuerdo a Moebius sería una: “proteger a las mujeres
del intelectualismo”.

38 MARISA A. MIRANDA
Estrategias de resistencia:
María Lacerda de Moura y Franca Ongaro Basaglia

Argumentos como los de Moebius y Bombarda, parecían acepta-


bles para la psiquiatría de su tiempo, aun cuando algunas pocas crí-
ticas de sus contemporáneos se hicieran sentir tímidamente. Al con-
trario mujeres como la brasilera María Lacerda de Moura, (1929), y la
italiana Franca Ongaro Basaglia (1977), representantes de la primera
y segunda ola feminista, se ocuparon de desmontar los argumentos,
pretendidamente científicos, que estos psiquiatras presentaban. Entre
otras muchas feministas, ambas cuestionaron las explicaciones refe-
ridas al tamaño del cerebro, ambas se opusieron al anti intelectualis-
mo al que esos psiquiatras condenaban a las mujeres. Supieron mos-
trar de modo contundente, las articulaciones existentes entre el saber
psiquiátrico y el temor político que inspiraban las mujeres feministas,
aquellas que se negaban a aceptar que su sexualidad, o su naturale-
za biológica, las condenaría a relaciones de sumisión y obediencia
a la autoridad patriarcal. De maneras diferentes Lacerda de Moura
y Ongaro Basaglia supieron desmontar las relaciones de poder que
atraviesan al saber psiquiátrico, cuando se refiere a las locuras feme-
ninas. Esas mismas relaciones de poder que, con nuevos argumentos,
nuevos discursos y nuevas estrategias, persisten hasta nuestros días.
Tanto a Lacerda de Moura como a Ongaro Basaglia les interesa
desmontar ese murmullo incansablemente repetido sobre las locu-
ras de las mujeres. Entender el uso político que en los más diversos
ámbitos cotidianos, desde los medios gráficos y televisivos, la familia,
los bares, los clubes, se hace de la asociación entre mujer y locura.
Casi como si la locura fuera un atributo femenino. Pero les interesa,
fundamentalmente, entender como ese discurso se legitimó a punto
tal de llegar a naturalizarse y a transformarse en una evidencia que
puede ser enunciada por el saber psiquiátrico.
Desnaturalizar esa evidencia, supone, como Michel Foucault lo
ha sabido mostrar, realizar un distanciamiento histórico en relación

39 MARISA A. MIRANDA
a nuestro presente, esto es, detenernos a analizar ese momento en el
cual la asociación mujer-locura, comenzó a cristalizarse en el campo
de la psiquiatría.
En sus escritos, estas autoras muestran la funcionalidad que el sa-
ber psiquiátrico y otros discursos con pretensión de cientificidad han
tenido, a lo largo de la historia, para reforzar estigmas, para negar
derechos y para legitimar la exclusión social de grupos considerados
subordinados. Es por ese motivo que Lacerda de Moura insiste en
desarticular, no solo los argumentos que se refieren a la inferioridad
mental de la mujer, sino que también se preocupa por mostrar la de-
bilidad de los argumentos racistas que estipulan diferencias anatómi-
cas y cerebrales entre las diferentes razas.
Como ya fue dicho, recordando a Stephen Jay Gould, el prejuicio
contra la inferioridad mental de las mujeres no era un hecho aislado,
reflejaba la funcionalidad social de los argumentos biológicos discri-
minatorios contra grupos y razas consideradas subordinadas. Esa ar-
ticulación parece ser evidente para Lacerda de Moura, quien además
de defender con datos contundentes la fragilidad de las tesis de Bom-
barda sobre la capacidad intelectual de la mujer, se niega a aceptar
que las diferencias biológicas puedan definir la existencia de razas
más o menos inteligentes. Como Lacerda de Moura afirmaba (2018):

Las teorías de las razas se apoyan en el índice encefálico,


en las diferencias craneológicas, en el color de la piel, la
estatura, o los cabellos, etc, sin bases justificadas, porque
todo eso es falaz. (...) No hay razas, hay pueblos. (30).

Tanto en lo que se refiere a las razas como en lo que se refiere al gé-


nero, las explicaciones biológicas basadas en diferencias efectivamente
existentes, sirvieron para crear una ideología científica, ampliamente
aceptada, según la cual esas variaciones en los cuerpos se transforma-
ron en punto de partida para la construcción de una biopolitica de la
sumisión, legitimada por el discurso de antropólogos, psicólogos y psi-

40 MARISA A. MIRANDA
quiatras. En ese sentido, podemos decir que tanto el texto crítico que
Lacerda de Moura dirige a Bombarda, como el que Ongaro Basaglia
escribe contra Moebius, persiguen un mismo objetivo:

Recoger algunos aspectos de los procesos a través de los


cuales ha sido posible analizar, en términos positivos, la
diversidad natural entre el hombre y la mujer, con el úni-
co fin de confirmar científicamente el poder de uno y la
subordinación de la otra (Ongaro Basaglia, 1982: 9).

Aunque el texto de Lacerda de Moura y el de Ongaro Basaglia


estén separados por más de 50 años de distancia, ambas adoptan una
misma perspectiva política, cuando denuncian las estrategias de po-
der presentes en discursos considerados, en su momento, científicos.
Ambas desmontan los argumentos que el saber psiquiátrico de inicios
del siglo XX esgrimió para garantizar la subordinación política de la
mujer en relación al hombre. Pero lo hacen de maneras diferentes.
Lacerda de Moura realiza un verdadero trabajo de crítica episte-
mológica o de deconstrucción de las tesis de Bombarda. Ella se detie-
ne a desarticular cada argumento, a partir de un minucioso trabajo de
búsqueda de fuentes biológicas y antropológicas, que le permitan de-
fender las tesis opuestas a las sostenidas por Bombarda. Recorre cui-
dadosamente la historia de la ciencia, revisa la bibliografía científica
de la época, muestra las debilidades y fragilidades argumentativas de
Bombarda. De ese modo, y con ese paciente trabajo epistemológico,
Lacerda de Moura deja al desnudo el carácter científico irrelevante y
la fragilidad epistemológica incontestable de la estrategia explicativa
de Bombarda. Ella pone en evidencia que aquello que se presenta
como siendo un estudio científico de un psiquiatra mundialmente
reconocido, no es más que una suma de prejuicios y miedos, cuyo
único objetivo era garantizar la manutención del poder masculino y
la aceptación del rol social subordinado atribuido a las mujeres. Co-
nocer esas estrategias con pretensión de cientificidad se transforma,

41 MARISA A. MIRANDA
para Lacerda de Moura, en una forma de lucha política. Porque “solo
la mujer consiente comprenderá porque motivo se afirma: las liberta-
des no se piden, se conquistan” (2018: 89).
Vemos así que cada uno de los argumentos y tesis defendidos por
Bombarda se desmoronan frente a la existencia de estudios cientí-
ficos que, en ese mismo momento histórico, ya ponían en duda y
cuestionaban la validez de pesar y medir cráneos, la supuesta relación
entre volumen del encéfalo y la inteligencia, o los estudios embrioló-
gicos usados por Bombarda para referirse a la esterilidad y degenera-
ción de las feministas.
Así, en lo que se refiere a la primera estrategia explicativa utili-
zada tanto por Bombarda como por Moebius, aquella que se refie-
re al tamaño del cerebro y su relación con la inteligencia, Lacerda
de Moura contrapone diversos estudios de biólogos y antropólogos,
que contradicen esa relación entre inteligencia y volumen encefálico.
Entre otros se refiere a Roquete Pinto, quien afirmaba que “La dife-
renciación cerebral en los tipos masculino y femenino es un hecho
perfectamente biológico en todos los primates. Pero eso no implica
ninguna superioridad de un sexo sobre el otro” (Lacerda de Moura,
2018:65).
Cincuenta años más tarde, en relación a esta primera estrategia
explicativa, centrada en la cronometría, que Moebius utiliza para de-
fender su tesis de la inferioridad mental de la mujer, Ongaro Basaglia
se pregunta (1892):

De qué sirve medir el cráneo, pesar el cerebro de la mujer


para, una y otra vez compararlos con el hombre? Qué valor
puede tener esa investigación si se pone entre paréntesis
la diversidad originaria, simplemente para poder afirmar
que una es inferior a la otra porque no se le parece?” (10).

A esa pregunta Franca le dará una respuesta claramente política,


cuando sostiene que esas mediciones, lejos de ser neutrales y objeti-

42 MARISA A. MIRANDA
vas como se presentan, perseguían la clara funcionalidad política de
neutralizar y naturalizar las diferencias entre quienes ejercen o deben
ejercer el poder y quien deben someterse a ellos. Dirá que las tesis de
Broca y Moebius, sirvieron para construir un discurso biológico, fi-
siológico, neurològico y psiquiátrico, irrelevante y altamente injurio-
so, interesado en afirmar “científicamente” la locura y la deficiencia
mental de la mujer, con una sola finalidad: excluir a la mujer del juego
social y legitimar su subordinación.
El segundo argumento, que se repite en Bombarda e Moebius es la
teoría da degeneración. Para Bombarda, la mujer, toda mujer, repre-
senta un desvío patológico en relación al hombre, pero es en la mu-
jer feminista donde la degeneración parcial que caracterizaría a toda
mujer capaz de procrear, se transforma en degeneración total. Lacer-
da de Moura discute los argumentos de la embriología de la época,
mostrando la inconsistencia de las afirmaciones de Bombarda según
la cual “solo el óvulo se salva del desastre”. En el año 1929, cuando La-
cerda de Moura escribe estas críticas, la teoría de la degeneración aún
gozaba de prestigio en el campo de la psiquiatría, y es por ese motivo
que muchos de los argumentos por ella presentados se refieren a la
degeneración de los hombres por sífilis o alcohol y su incidencia en la
reproducción, citando los estudios embriológicos de su época.
Pero tanto a Lacerda de Moura, como a Ongaro Basaglia lo que
verdaderamente les interesa es desmontar los argumentos defendidos
por estos psiquiatras que hablan de la locura, degeneración o patolo-
gización de la mujer feminista y erudita.
Así, refiriéndose a la supuesta inferioridad mental de la mujer tan
defendida por la psiquiatría de inicios del siglo XX, Lacerda de Mou-
ra (2018) afirma:

Lo que se dice de la mujer debería decirse de la mayoría


de los hombres, de la masa, de la incapacidad mental de
los vulgares, de los mediocres, de los ignorantes. El hom-
bre heredó la tendencia autoritaria, mientras cultivaba la

43 MARISA A. MIRANDA
sumisión femenina; sigue siendo el señor, el superior, el
protector, y, quiere conservar el servilismo, la inferioridad,
la dependencia de su protegida. Lo que hay es el interés
masculino y el comodismo, la pereza de la mujer y su ig-
norancia y servilismo cultivados calculadamente a través
de milenios (41).

Bombarda y Moebius coinciden en afirmar que la mujer feminista


representa un desvío patológico en relación a la mujer normal, aso-
ciada a los valores de la maternidad y la sensibilidad y no a los valores
intelectuales. Ambos defienden la tesis de la locura o degeneración to-
tal de las feministas y eruditas, a las que consideran incapaces de rea-
lizar adecuadamente la función de la maternidad, sea por esterilidad
natural (provocada por la degeneración) o por una elección personal.
Consideran que las feministas privilegiarán el intelecto al afecto y
serán incapaces de cumplir el rol que se espera de la “mujer normal”.
Defensora de nuestro derecho a escoger si deseamos o no tener hijos
y reivindicando el derecho a negarnos a aceptar la imposición de ser
madres, Lacerda de Moura, en 1929, argumentaba (2018):

El hombre es hombre antes de ser padre. Es sabio o gene-


roso, filósofo o u obrero, político o guerrero, independien-
te de las funciones de la paternidad. ¿Y por qué nos dicen
con arrogancia axiomática: la mujer nació para esposa y
madre, para el hogar?
Si el hombre, socialmente hablando, tiene fines a llenar in-
dependiente del sexo, la mujer no menos, por supuesto. La
enfermera, la operaría, la científica, la escritora, la profe-
sora, la médica, la farmacéutica, la diplomática, la filántro-
pa, la directora de hospitales etc. etc., se entregará más y
mejor a los deberes sociales, si no tiene hijos. Así, también
la mujer, socialmente hablando, nació mujer antes de ser
esposa o madre (70).

44 MARISA A. MIRANDA
Para concluir

¿Por qué detenernos aquí a analizar este capítulo grotesco de la


historia de la psiquiatría? Porque considero que las ideas defendidas
por Moebius o Bombarda no son un ejemplo marginal y risible en el
contexto general de la historia de la psiquiatría de la segunda mitad
del siglo XIX e inicios del siglo XX, sino un ejemplo paradigmáti-
co de la Scientia Sexualis analizada por Foucault. Porque se trata de
una construcción discursiva que se propone naturalizar y biologizar
las desigualdades sociales, presentando la subordinación de la mu-
jer como un hecho natural y científicamente establecido. Y es por
ese motivo que Lacerda se detiene a desmontar los argumentos pre-
sentados por Bombarda. No tanto por aquello que ese discurso psi-
quiátrico efectivamente afirma, sino por lo que ellos representan: el
rechazo visceral a la mujer intelectual y feminista, su patologización.
Tal como afirma Lacerda de Moura (2018):

No discuto con un solo hombre, con Bombarda, con Lom-


broso o con Ferri: protesto contra la opinión anti-femi-
nista que sostiene que la mujer nació exclusivamente para
ser madre, para el hogar, para jugar con el hombre, para
divertirlo. El señor. Bombarda fue el pretexto (62).

Aquí Moebius y Bombarda fueron el pretexto para mostrar que


esa preocupación por medir y pesar cerebros, ese interés obsesivo
de la psiquiatría por multiplicar y clasificar las locuras femeninas,
constituyen hechos claramente políticos. De ese modo, la psiquiatría
permitió la difusión de discursos pretendidamente objetivos y social-
mente legitimados para contener las luchas que se multiplicaban en
la segunda mitad del siglo XIX e inicios del siglo XX por la igualdad
salarial, por los derechos de las mujeres, por el acceso a la instrucción
y por la conquista de un lugar en la historia (Perrot, 1984; Rago, 1985,

45 MARISA A. MIRANDA
2017). Bombarda y Moebius escriben en ese preciso momento en que
se hacen sentir las reivindicaciones de la primera ola feminista, el
momento del combate de las sufragistas, de las mujeres socialistas
y anarquistas (Moura, 2018; Rago, 2018) que luchaban por paridad
salarial, el momento en que las mujeres comenzaban a obtener títulos
de abogadas y médicas o se destacaban como escritoras y artistas. Es
contra lo que consideraban como siendo “pretensiones excesivas” de
las mujeres, que hombres como Broca, Magnan, Bombarda o Moe-
bius construyeron sus argumentos. Y si esto pudo ocurrir fue porque,
como afirma Ongaro Basaglia (1982):

Mientras los subordinados aceptan la propia subordina-


ción como fenómeno natural, no es preciso construir teo-
rías científicas como confirmación de la naturalidad de su
condición. Es en el momento en que esta naturalidad ya
no parece tan natural, a tal punto que los inferiores co-
mienzan a ponerla en discusión, cuando se desencadenan
las operaciones defensivas de las cuales, en ese momento
histórico, Moebius era un portavoz (12).

Hoy sabemos muy bien que, aun cuando las afirmaciones de Moe-
bius y Bombarda puedan resultar “lejanas, innaturales y grotescas, si-
guen estando vivas, siendo determinantes y condicionantes de lo que
aún hoy es la relación entre hombres y mujeres, como expresión del
modo como se articula la relación entre quien posee y quien no posee
el poder” (Ongaro Basaglia, 1982: 14). Son los ecos de ese discurso,
en su momento considerado científico, los que resuenan en los casos
de femicidio, cuando una mujer se define como “femenina, pero no
feminista”, cuando hombres vulgares y hombres de estado hablan de
las locuras de una mujer para deslegitimar su discurso y reducir su
capacidad de resistencia. Ya en 1929, Lacerda de Moura se refería a
la violencia que inevitablemente está asoOciada a ese discurso que
proclama la inferioridad mental o la locura de las mujeres, cuando

46 MARISA A. MIRANDA
se refiere a “la esclavitud disfrazada en la que vive la mujer casada,
tantas veces agravada por abusos y malos tratos, que el beso del día
siguiente viene a hacer olvidar”. (2018: 62).
Persiste también en el campo de la psiquiatría cuando se reducen
hechos sociales graves, como la violencia familiar, el asedio moral,
la humillación cotidiana sufrida por muchas mujeres, a diagnósti-
cos psiquiátricos ambiguos como depresión, ansiedad, bipolaridad.
Siguen estando vivas cuando se atribuyen esos diagnósticos a alte-
raciones neuroquímicas, como deficiencia de serotonina, o exceso
de liberación de dopamina, naturalizando y biologizando los hechos
sociales que provocaron el sufrimiento: el asedio moral en el trabajo,
la violencia sexual, la violencia familiar o tantas formas de exclusión
sufridas por mujeres en su cotidiano. Así los desequilibrios neuro-
químicos supuestos, y nunca confirmados, como supuesta causa de
cada uno de esos sufrimientos, poseen hoy la misma funcionalidad
estratégica que los argumentos esgrimidos por Moebius y Bombarda
cuando se referían al tamaño y al peso del cerebro de las mujeres.
En esos casos, esa naturalización servirá para mantener intactas las
desigualdades, las subordinaciones, la violencia o la marginación que
provocaron sufrimiento a esa mujer que psiquiatras, hombres de es-
tado y hombres vulgares prefieren definir como “loca”.

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48 MARISA A. MIRANDA

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