DIFUNTOS
DIFUNTOS
DIFUNTOS
Esta oferta es un regalo gratuito de Dios dirigido a todos, sin distinción alguna. La aceptación
de este regalo es la respuesta que cada uno, desde su propia libertad, tiene que dar. ¡Que el
Espíritu de Jesús resucitado nos ayude a acertar en la respuesta!
4.- TEXTOS:- Apocalipsis 21,1-7 ; Mateo 11, 25-28.
"Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviará". Son palabras que
Jesús nos dirige hoy a través del evangelio que acabamos de escuchar. Y lo hace
precisamente en un momento en que estamos apenados y desconsolados por la muerte de
N.La pérdida de un ser querido nos muestra el peso y la dureza de la condición humana
abocada por cualquier motivo a la muerte. Pero entonces cabe preguntarse: ¿qué sentido
tiene el esfuerzo, la vida y el amor si ineludiblemente todo desemboca en la muerte?
Entonces llegaríamos a este momento definitivo con una lámpara apagándose, que apenas
serviría de nada. Habríamos perdido la vida muy lamentablemente. Y ante nuestro Padre del
cielo, y ante los demás, y ante nosotros mismos, deberíamos reconocer que habíamos
defraudado las esperanzas que Dios había puesto en nosotros, y que los demás habían
puesto en nosotros.
(Sintámonos llamados a confiar, a orar, a caminar hacia adelante)
Por tanto, sintámonos hoy llamados, ante todo, a confiar. A contar en el amor del Padre que
nos quiere a cada uno de nosotros, y que de modo especial quiere a este hermano nuestro
que ahora vamos a enterrar. Él le dio la fe, él lo acompañó en el camino de este mundo, él
quiere recibirle para siempre en el gozo de su Reino.
Sintámonos llamados, también, a orar. A manifestar ante Dios nuestro deseo y nuestra
esperanza de que este hermano nuestro, liberado de toda culpa, pueda entrar en la luz
gozosa de Dios, en la casa del Padre.
esta participación en el dolor, este deseo de ayuda, de compañía, que significa nuestra
presencia hoy aquí, es algo plenamente compartido por Jesucristo. Y por eso los cristianos
creemos que también ahora, que también aquí, está presente Jesús conmovido, Jesús
compadecido, Jesús que quiere acompañar y ayudar a todos aquellos a quienes más ha
afectado la muerte de N.
Y todos podemos pensar que nuestra presencia aquí, nuestra compañía- y quizás ayuda- a
quienes eran más próximos al difunto, hacen presente y palpable el amor de Dios, la
compasión de Jesucristo.
las palabras que hemos leído nos abren a una promesa de esperanza. Quizá más difícil,
menos palpable, pero no por ello creemos aquellos que nos fiamos de la palabra de
Jesucristo menos real. Es la gran esperanza de la resurrección. Es la gran esperanza de que la
muerte no significa el fin. Es la convicción -por más difícil que resulte aceptarlo- de que Dios
quiere para todos los hombres una vida para siempre, una vida sin fin.
Este fue el gran mensaje de Jesucristo. Que Dios, nuestro Padre, nos ama y por eso ya ahora
podemos vivir -durante nuestro camino en la tierra- en comunión con su amor. Que lo más
importante no es pensar en ello sino vivirlo; es decir, vivir como hijos de Dios, participando
de su bondad, de su amor, cada día. Y que quienes así viven -aunque como todos tengan sus
pecados, sus defectos- no morirán para siempre, resucitarán como Jesús resucitó después de
su muerte.
Para vivir para siempre en la comunión de plenitud de vida con Dios, en aquella gran fiesta
eterna que el Padre nos ha preparado para todos. Este es el mensaje de Jesús, el Mesías de¡
Reino de Dios, el Hijo de Dios. Esto es lo que los cristianos intentamos vivir. Esta es la
esperanza que da fuerza hoy a nuestra oración.
Con toda confianza, con una gran esperanza que venza en lo posible el peso de¡ dolor,
roguemos al Padre para que acoja en la vida eterna al difunto N. N. Y para que a nosotros
nos dé el saber vivir ahora y siempre tal como quisiéramos haber vivido en la hora de
nuestra muerte. Oremos, hermanos, unidos con Jesucristo sabiendo que -como hemos
escuchado en el evangelio- "todo lo que pidamos a Dios, Dios nos lo concederá".
Y que la paz del Señor esté con todos vosotros.
10.- TEXTOS: Juan 3,1-2-, Lucas 12,35-40-MAAAYO 7, 2PM.
Cuando nos enfrentamos a la muerte, cuando nos toca de cerca en la persona de un familiar
o amigo, muchas veces parece que nos hallamos ante una puerta cerrada, que nos
encontramos con un muro que no podemos traspasar. Y ello hace que nos preguntemos qué
sentido tiene la vida, para qué estamos en este mundo.
Pero las lecturas que hemos proclamado en esta celebración iban en una dirección
completamente opuesta. No hablaban de falta de sentido en la vida, de callejón sin salida,
sino de esperanza y de visión de futuro. Dios nos llama hijos suyos y en realidad lo somos,
nos lo decía san Juan, y como tales estamos llamados a crecer continuamente, estamos
llamados a ser semejantes a él, a Dios.
El día de nuestro bautismo nacimos como hijos de Dios, y en nuestra existencia debemos
ir aprendiendo a reconocer en Dios al Padre que nos ama, el Padre que quiere nuestro bien,
el Padre que quiere darnos la vida para siempre y toda suerte de bienes, el Padre que abre
nuestra existencia hacia un futuro de vida en plenitud. Esta fue
la misión principal de nuestro hermano que nos dejó y ésta debe ser también nuestra misión
a lo largo de nuestra vida: crecer continua- mente como hijos de Dios hasta el momento en
que él nos llame a verlo tal cual es.
Esto, en nuestra vida diaria, significa que no podemos dormirnos jamás pensando que lo
tenemos todo hecho, ni debemos creer que no podemos ya avanzar en nuestra madurez
humana y cristiana. Nuestro hermano ha llegado ya ante Dios. Todos nosotros caminamos
hacia él, y lo hacemos teniendo en cuenta la palabra de Jesús: conocemos la hora de la
salida, pero el momento de la llegada nos resulta totalmente desconocido, nada sabemos de
él. El momento de presentarnos ante el Padre puede llegarnos después de una larga y
fecunda vida o puede venirnos también de improviso, como el ladrón que se nos mete en
casa sin llamar a la puerta y cuando menos lo esperaríamos.
Estas palabras de Jesús no son para meternos miedo. Al contrario, quieren movernos a
vivir más intensamente nuestra vida presente, la vida de cada día. Recordémoslo de nuevo:
somos ya hijos de Dios. Por tanto, vivamos plenamente nuestra vida presente, siguiendo el
estilo de Jesús, el primero de los hijos de Dios y nuestro hermano. Hagamos de nuestra vida
un servicio a los demás, sepamos llevar paz, gozo, comprensión a nuestras relaciones
humanas, sepamos estar atentos a las necesidades de nuestros hermanos y a todo lo que la
palabra de Dios pide de nosotros: ésta debe ser nuestra actitud vigilante, en esto debe
consistir nuestra espera del Señor.
¿Cómo podríamos sentarnos a la mesa con el Padre, si en esta vida no hemos cultivado la
amistad y la relación personal con Él? ¿Cómo podría Él servirnos personalmente a la mesa, si
antes nosotros no hemos querido servirle en cada uno de los hermanos? ¿Cómo íbamos a
pedirle que compartiera su felicidad con nosotros, si ahora no nos esforzamos por compartir
las penas y las alegrías con todos los hombres?
(El don de Dios supera nuestras aspiraciones)
El amor que Dios nos tiene supera con creces todos nuestros cálculos. ¡Cómo iban a pensar
los criados que esperaban de noche a su Señor que los haría sentar a la mesa y los serviría!
Tampoco nosotros podemos imaginar cuál va a ser nuestra condición cuando seamos hijos
de Dios en plenitud. Ni cuál es la condición de nuestro hermano, después de que el Padre lo
ha llamado a contemplarle cara a cara.
Todo lo que está fuera de este marco de felicidad aparente, la publicidad lo quiere ocultar. Y
lo primero que quiere ocultar es la muerte. El mundo de hoy quiere ocultar la muerte,
envolverla en el silencio y renunciar a preparar al hombre a morir.
Me diréis que esto es difícil de entender. Y yo os diré que es tan difícil como creer que la
historia de Jesús no se acabó con la muerte. Aquel domingo, al romper el alba, las mujeres
que iban a velar el cuerpo de Jesús encontraron el sepulcro vacío; atónitas descubrieron la
respuesta al mismo: "¿porqué buscáis entre los muertos al que vive?"
000000000 Repetir hoy que Jesús es "el que vive" es proclamar la Buena Noticia de la vida
para siempre y poner el fundamento de nuestra esperanza cristiana. Afirmar que Jesús es "el
que vive" es afirmar que nuestro querido N. ya está viviendo su vida nueva. Vida que no
comienza cuando se muere, sino cuando un hombre o una mujer se pone a caminar por la
senda de Jesús, por el camino de¡ bien.
Que esta Eucaristía sea una afirmación de que Jesús vive, un compromiso a seguir su camino,
una oración por nuestro N., para que la muerte sea para él un mejor nacimiento.
15.- TEXTOS. Lucas 24,13-35
(Se nos hace de noche)
"Quédate con nosotros porque atardece y el día va de caída" También nosotros,
muchas veces en la vida, podemos hacer nuestra la oración de los discípulos,
aunque sea con palabras diferentes. Porque, al igual que ellos, con frecuencia se
nos hace de noche. Se nos hace de noche por muchos motivos. A nivel personal e
íntimo, a nivel familiar, profesional o social.
Que nuestra presencia hoy, aquí, también nos permita encontrar este
Jesús que está a nuestro lado compartiendo la tristeza por la muerte de
nuestro hermano. Nuestros ojos no lo ven, pero nuestra fe hace que lo
sintamos presente entre nosotros. Despertemos, por tanto, nuestra fe.
Acojamos a Jesús como amigo. Y sintamos como Jesús en estos
momentos, tal como hizo con Marta y María ante el sepulcro de Lázaro
comparta nuestra pena y nuestras lágrimas. Que su compañía y
comprensión nos dé consuelo. Y démosle gracias por este gesto que
tiene hacia todos nosotros.
En segundo lugar, las palabras que hemos leído nos abren a una
promesa de esperanza. Quizá más difícil, menos palpable, pero no por
ello creemos aquellos que nos fiamos de la palabra de Jesucristo menos
real. Es la gran esperanza de la resurrección. Es la gran esperanza de
que la muerte no significa el fin. Es la convicción -por más difícil que
resulte aceptarlo- de que Dios quiere para todos los hombres una vida
para siempre, una vida sin fin.
Este fue el gran mensaje de Jesucristo. Que Dios, nuestro Padre, nos
ama y por eso ya ahora podemos vivir -durante nuestro camino en la
tierra- en comunión con su amor. Que lo más importante no es pensar
en ello sino vivirlo; es decir, vivir como hijos de Dios, participando de su
bondad, de su amor, cada día. Y que quienes así viven -aunque como
todos tengan sus pecados, sus defectos- no morirán para siempre,
resucitarán como Jesús resucitó después de su muerte. Para vivir para
siempre en la comunión de plenitud de vida con Dios, en aquella gran
fiesta eterna que el Padre nos ha preparado para todos.
Con toda confianza, con una gran esperanza que venza en lo posible el
peso de¡ dolor, roguemos al Padre para que acoja en la vida eterna al
difunto N. N. Y para que a nosotros nos dé el saber vivir ahora y
siempre tal como quisiéramos haber vivido en la hora de nuestra
muerte. Oremos, hermanos, unidos con Jesucristo sabiendo que -como
hemos escuchado en el evangelio- "todo lo que pidamos a Dios, Dios
nos lo concederá".
GRANÉ
22.- TEXTOS: Romanos 8, 1 4-17; Juan 11,21-27
Jesús, tan identificado con María, Marta y Lázaro, tantos amigos que son su familia, nos muestra la
verdadera raíz de esa familia: "Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: Padre, te doy gracias porque me has
escuchado". Sí, hoy también con Jesús podemos rezar así; mejor aún, podemos sentir esta familia que con
Dios no deja lugar a la muerte, la familia en la que cabemos todos, también aquel que hoy nos hace llorar.
No podría ser de otra manera. Hay tanto de Dios en nosotros que hoy, ayudados por Jesús, también
podemos decir: "Padre, te damos gracias", y así poder abrazar la vida. Una vida en la que ahora, en nuestro
familiar o amigo, se ha desvanecido la sombra de la muerte.
21.- TEXTOS: Job 19, 23-27; Juan 1 1, 17-27
Es inútil querer consolar con palabras a una persona que sufre profundamente en su corazón
-y ésta es la situación en la que estáis muchos de vosotros ante la muerte de N.-. Lo mismo
se puede decir de los intentos de confortar con la explicación de bonitas teorías a una
persona que no acaba de encontrar el sentido de la vida ni de la muerte o que ha perdido a
alguien muy querido. Lo mejor que podemos hacer es solidarizarnos con ella en silencio
fraternal.
Job, el personaje de la primera lectura, era también un hombre con una situación anímica
similar a lo que explicábamos. Había perdido todos sus bienes, fruto de¡ esfuerzo y de¡ duro
trabajo de muchos años. Había perdido la salud, su vida se encontraba pendiente de un hilo
y no veía el sentido de la vida. Estaba sumergido en la angustia y se preguntaba: ¿Por qué,
Señor llevo esta vida tan desgraciada? Y sus amigos, satisfechos con sus creencias religiosas,
lo hundían aún más con sus sermones. Esos amigos tendrían que haberse compadecido de
él, amarlo en silencio, y ahorrarse las palabras.
Pero Job es un gran creyente, un hombre de fe, que vive su fe, como todos los creyentes, en
la oscuridad. Sin embargo, ahora, a causa de la miseria, esa oscuridad le parece más densa.
Pero, sin embargo, cree con todas sus fueras.
Se obstina en esperar que Dios, a pesar de que Dios todavía no ha intervenido para librarle
de su desgracia. Hasta que un día hace un acto de fe y esperanza que ni tan siquiera él puede
justificar ni explicar pero que se convierte en una certeza absoluta. Job cree rotundamente
que "está vivo su Redentor y que al final se alzará sobre el polvo". Job sabe que Dios tendrá
la última palabra sobre el hombre y hará justicia y podrá más que el mal que ahora lo hunde.
(Con Jesucristo, una nueva esperanza)
Job vivió algunos siglos antes de Jesús por lo que su esperanza es todavía muy primitiva.
Esto se explica porque la fe en la resurrección se fue desarrollando poco a poco en el
judaísmo y porque creer en la resurrección encuentra su justificación en Jesucristo a quien
Dios levantó victorioso de¡ sepulcro.
Les pasaba algo parecido a lo que nos pasa hoy a nosotros, en la muerte de
nuestro hermano N. Hace unos dias, en el velatorio, se iban acercando los
familiares y amigos, todos con las mismas preguntas, todos con la misma
sorpresa, todos compartiendo sentimientos de condolencia y tratando de aliviar
la pena de los más allegados, todos sin saber más qué decir.
En la primera carta, san Pablo trata de explicar a los cristianos de Corinto cómo
si queremos vivir, libres del miedo a la muerte, tenemos que reconocer la
necesidad de despojarnos de este cuerpo mortal y corruptible y revestirnos de
otro incorruptible e inmortal. Entonces comprenderemos cómo se cumple la
Escritura, que dice: «la muerte ha sido vencida, se acabó con la prepotencia de la
muerte. ¿En qué ha quedado su victoria?». Y se está refiriendo a la nueva
situación creada, tras la muerte de Jesús en la cruz, con su gloriosa resurrección.
Es lo que hizo Jesús con los de Emaús, demostrando con toda la Escritura que
era necesario que el Hijo del hombre muriese para así entrar en la gloria. Es lo
mismo que desea que entendamos nosotros, que creamos. Los de Emaús no lo
entendieron enseguida, pero acabaron por convencerse al partir el pan. Entonces
reconocieron a Jesús, creyeron en sus palabras, se llenó de esperanza y gozo su
corazón. Y les faltó tiempo para volver sobre sus pasos. Regresar a Jerusalén y
contárselo a los otros.
El resultado fue que los discípulos de Jesús creyeron y dedicaron su vida a
divulgarlo por todo el mundo, para que la gente crea y recobre el ánimo y la
esperanza a pesar de todo. Y este todo es la muerte, la nuestra y la de nuestro
hermano, al que hemos traído aquí con nosotros, para que, el que tantas veces
quiso sentarse a la mesa del Señor, esté también hoy, con nosotros, a su mesa
compartiendo su pan y su palabra, pero disfrutando ya en el cielo de la vida
eterna, que es promesa y esperanza para nosotros, que aún quedamos
peregrinos en este mundo.
Nuestra acción de gracias al Padre es también por tantos años de vida de N.,
por sus desvelos por los suyos, por sus atenciones para con muchos, por sus
esfuerzos para el bien de todos, por todo cuanto de bueno y hermoso ha ido
tejiendo durante su vida y sigue inmarcesible en nuestro recuerdo. Que el Señor
se lo tenga en cuenta y se lo recompense para que desde el cielo siga
dispensándonos su favor y nos alcance la gracia del Señor.
Luis Betés
¿Entierro religioso? En el ambiente
en que hoy nos movemos prácticamente
todos, la religión es una realidad
«marginal» en cuanto al tiempo que le
dedicamos y el lugar que ocupa en la
lista de nuestras preocupaciones.
Es consecuencia lógica de nuestra
consideración sobre ella: ¿Por qué dedicar
tiempo a algo considerado infantil,
mítico, legendario o folclórico?
Estos ritos algunos piensan que
pueden conservarse como recuerdo de
otros tiempos que ya van pasando,
nostalgias de épocas pasadas, ceremonial
bello para algunos momentos importantes
de la vida y la muerte de las
personas.
Aunque también pueden desaparecer,
a algunos les parece positiva su
desaparición, por ser un freno al progreso
y una dificultad para la libertad
por las imposiciones morales que conlleva
la religión, o por la sumisión infantil
a Dios y a la autoridad que lo representa.
Hay una parte importante de nuestra
sociedad que tiene una comprensión
de la religión en general y de la
cristiana en particular, totalmente falsa.
Pero así es como están las cosas en
nuestro tiempo y con ello hay que
contar.
Pensar que pueda ser una bella fábula
para niños o una cosa surgida en
el folclore responde a experiencias que
muchas personas han tenido en su vida
de relación con la religión en su
etapa de niños nunca más evolucionada
ni madurada, o en su relación con
determinadas manifestaciones festivas
o luctuosas, como la que tristemente
nos congrega hoy.
NUESTRA CELEBRACIÓN
ES UNA AFIRMACIÓN DE ESPERANZA
No practicante
Ambiente indiferente Lecturas
Sabiduría 1,13-14
Salmo 15
Mateo 11,25-30
HOMILÍA
Como quien achaca a la religión todos
los males de la historia como consecuencia
de algunos acontecimientos
históricos o de la oposición al progreso
y avance del mundo porque así se
aseguraría la asistencia sumisa de los
pobres y los ignorantes del mundo.
La religión y la vida. Pero la religión
es un hecho cultural importante y es,
sobre todo, un hecho «vital», es decir,
una realidad de la vida, capaz de dar
sentido a la vida humana y dar respuesta
a los problemas más angustiosos
y graves del ser humano, los relativos
a su ser y su destino, su nacer y
morir, su esperar o, por el contrario,
conformarse.
Es cierto que vivimos asediados por
muchos problemas que exigen solución
inmediata: el pan de cada día, el
trabajo, la salud, la familia, la casa, el futuro,
los proyectos, la seguridad y estabilidad
de los seres queridos, la sociedad
en la que estamos con sus
requerimientos de tipo fiscal, laboral,
político, legal; las compras necesarias y
algunos extras para disfrutar y para
pregonar nuestra buena marcha.
Hay algunos otros en los que generalmente
no se piensa, o muy poco,
pero que algunas circunstancias dramáticas
de la vida nos los ponen delante
y aparecen en forma de interrogante
angustioso, de esperanza posible
o de desconcierto. ¿Todo termina con
la muerte o hay algo después?
A estos problemas e interrogantes,
que el ser humano entiende como los
más profundos y esenciales cuando llega
a su madurez reflexiva, es a los que
la religión da respuesta. No desde la
rutina profesional o la conveniencia
mercantil, sino desde la más sincera y
convencida convicción.
Tampoco desde una demostración
racional o una experimentación empírica
o una comunicación telefónica
con el más allá. Sí desde una fe, que es
una confianza radical en Alguien.
La necesidad de nuevos horizontes.
Si en otras épocas hemos tenido
algunos puntos firmes sobre los que
apoyar la vida y, además, eran puntos
común y socialmente aceptados que
aportaban solidez a los interrogantes
vitales, hoy, después de mucho tiempo
machaconamente insistiendo en la demolición
de aquellas viejas seguridades,
la sociedad se ha vuelto escéptica
y cada ser humano se encuentra solo
para afrontar los problemas de sentido
y del propio destino, a la vez que totalmente
desarmado y sumido en la
incertidumbre.
Si se dirige a la ciencia, no encuentra
respuesta porque sus problemas son
131
situaciones especiales
de tipo metafísico y espiritual, a donde
la ciencia no llega. Se ha acostumbrado
tanto a la razón como única vía
de respuesta que, cuando se encuentra
con las cuestiones más vitales y personales,
está suspendido en la oscuridad
de la desorientación espiritual y de los
puntos de referencia ética.
Quiere ser libre, adulto y maduro
pero se encuentra cortado ante la libertad
de pensar y decidir sobre su futuro
sometiéndose al dictado conformista
de no reconocer algo más allá de
lo materialmente evidente, lo que le
impregna un desánimo, una frustración
y la pérdida de la esperanza que le
socavan interiormente provocándole
un vacío profundo y una sensación general
de desencanto y decaimiento
que manifiesta un descontento profundo
y una queja implícita.
Sin embargo, los otros problemas
concretos del día a día y los muchos
ruidos y entretenimientos de esta sociedad
del ocio y del consumo, dificultan
la reflexión y hacen imposible el reencuentro
de cada uno consigo mismo.
Raramente hoy uno consigue salirse
del círculo que lo rodea y del ritmo
frenético que le imponen las mil cuestiones
pendientes para concederse una
pauta de silencio, reflexión y ponerse
ante sí mismo, interrogarse sobre el
sentido de la propia vida, decidir con
profundidad. Todos tendemos a vivir
fuera de sí. Todos tendemos a llevar
una vida que no es vida, decimos, pero
no la cambiamos.
Hay un modelo de vida consumista
que nos lleva a producir más para consumir
más y a consumir más para producir
más, en un círculo que no acaba
y una espiral que se acelera estimulando
hasta el infinito la ansiedad de los
bienes materiales y apagando las exigencias
de otros bienes, también necesarios.
Por eso, en momentos difíciles y
duros como éste, que a todos nos llegan,
es indispensable hacer un espacio
a las voces interiores que, desde el
núcleo más profundo de nosotros mismos,
se hacen oír con sus planteamientos,
interrogantes, dudas y aspiraciones.
¿Por qué no aspirar a una vida que
no se acabe? ¿No es una obra de arte,
lo más genuinamente humano, una
expresión de perennidad, permanencia
y trascendencia en la belleza de un
material transformado? ¿No puede el
ser humano, imagen de Dios, obra genial
de toda la realidad, pensar en una
transformación definitiva que le haga
realidad lo que aquí ha sido un comienzo
inacabado pero ya presentido?
Nuestro acto, en medio de una sociedad
que no cree ni espera, es una
132
situaciones especiales
133
situaciones especiales
afirmación de esperanza porque creemos
en que los muertos no pasan a la
destrucción definitiva sino a la realización
plena de sus aspiraciones. Su vida
no fue inútil y sus gestos, sus compromisos,
sus esfuerzos no quedan en
el saco roto de una historia cualquiera
sino en la seriedad de toda historia
personal, en la cuenta de una vida
única e irrepetible, que se entrega totalmente
a un ideal o se pierde en la
superficialidad de una vida divertida y
ociosa.
Dios, que no es nuestra proyección,
sí que es la posibilidad de nuestra realización.
Por eso este acto lo convertimos
en palabra de oración dirigida a
Él para que acoja a este hermano
nuestro a quien nosotros ya no podemos
hacer nada y, puesto su destino en
sus manos, lo atienda y lo acepte en su
realidad que es nuestra meta.
La Virgen María nos muestra, con su vida en la tierra y su Asunción al Cielo, el camino que
hemos de recorrer todos nosotros total identificación de nuestra voluntad con la Voluntad
de Dios en esta vida y luego el paso a la otra Vida, al Cielo que Dios Padre nos tiene
preparado desde toda la eternidad. Allí estaremos en cuerpo y alma gloriosos, como está
María, porque seremos resucitados, tal como Cristo resucitó y tal como El lo tiene prometido
a todo el que cumpla la Voluntad del Padre (cfr. Juan 5,29 y 6,40).
¿Cómo es la muerte? La muerte no es el fin de la vida, sino el comienzo de la
Verdadera Vida. Para los que mueren en Dios, la muerte es un paso a un sitio/estado mejor
... mucho mejor que aquí. No hay que pensar en la muerte con temor. La muerte no es
tropezarnos con un paredón donde se acabó todo. Es más bien el paso a través de esa pared
para vislumbrar, ver y vivir algo inimaginable. Santa Teresa de Jesús decía que esta vida
terrena es como pasar una mala noche en una mala posada.
Para San Juan Crisóstomo, "la muerte es el viaje a la eternidad". Para él, la muerte es
como la llegada al sitio de destino de un viajero. También hablaba de la muerte como el
cambio de una mala posada, un mal cuarto de hotel (esta vida terrena) a una bellísima
mansión. "Mansión" es la palabra que usa el Señor para describirnos nuestro sitio en el
Cielo. "En la Casa de mi Padre hay muchas mansiones, y voy allá a prepararles un lugar ...
Volveré y los llevaré junto a mí, para que donde yo estoy, estén también ustedes" (Jn. 14, 2-
Es en la Liturgia de Difuntos de la Iglesia donde tal vez encontramos mejor y más
claramente expresada la visión realista de la muerte. Así reza el Sacerdote Celebrante en el
Prefacio de la Misa de Difuntos: La vida de los que en Tí creemos, Señor, no termina, se
transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el
Cielo.
Por eso la muerte no tiene que ser vista como algo desagradable. ¡Es el
encuentro definitivo con Dios! Los Santos (santo es todo aquél que hace la Voluntad de Dios,
aunque no sea reconocido oficialmente) esperaban la muerte con alegría y la deseaban no
como una forma de huir de esta vida, que sería un pecado en vez de una virtud- sino como el
momento en que por fin se encontrarían con Dios. "Muero porque no muero" (Sta. Teresa
de Jesús).
"Qué dulce es morir si nuestra vida ha sido buena" (San Agustín). San Agustín fue
un gran pecador hasta su conversión ya bien adulto. El problema no es la muerte en sí
misma, sino la forma como vivamos esta vida. Por eso no importa el tipo de muerte o el
momento de la muerte, sino el estado del alma en el momento de la muerte.
¿Qué sucede después de la muerte?
¿Qué es el Juicio Particular?
Nuestro destino para toda la eternidad queda definido en el instante mismo de
nuestra muerte. En ese momento nuestra alma, que es inmortal, se separa de nuestro
cuerpo e inmediatamente es juzgada por Dios. Nuestra hermana ha obrado conforme a la
Voluntad de Dios en la tierra , el señor la tenga en su gloria.
sitio/estado en que le corresponde ubicarse para la eternidad, según sus buenas y malas
obras.
Es así como en el momento mismo de la muerte el alma recibe la sentencia de su destino
para toda la eternidad. Al decir, entonces, que alguien ha muerto, podría también afirmarse
que ese alguien también ha sido juzgado por Dios (cfr. Antonio Royo Marín, Teología de la
Salvación).
Por ello ante la pregunta de si conviene esperar el momento de la muerte para
prepararnos para la vida eterna, la respuesta parece muy simple: No, no es conveniente,
pues no sabemos ni el día, ni la hora, ni el lugar, ni las condiciones de nuestra muerte. Y es
mucho, es demasiado, lo que nos estamos jugando en ese instante: nada menos que nuestro
destino para siempre, para una vida que nunca tendrá fin.
¿Hay Vida después de la vida?
Sí hay Vida después de la vida. Y la muerte no es el fin de la vida, sino el comienzo de la
Verdadera Vida. El Papa Juan Pablo II nos recordaba en una de sus Catequesis sobre la vida y
la muerte las palabras de Jesús: "Yo soy la Resurrección y la Vida" (Jn. 11, 25). Y nos decía
que "en El, gracias al misterio de su muerte y resurrección, se cumple la promesa divina del
don de la Vida Eterna, que implica la victoria total sobre la muerte. 'Llega la hora en que
todos los que estén en los sepulcros oirán la voz del Hijo de Dios y saldrán los que hayan
hecho el bien para una resurrección de vida, pero los que obraron mal resucitarán para la
condenación' (Jn. 5, 28-29). 'Porque ésta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al
Hijo y crea en El, tenga Vida Eterna y que Yo le resucite el último día'" Jn. 6, 40).
Y nos decía el Papa Juan Pablo II que no debemos pensar que la vida más allá
de la muerte comienza sólo con la resurrección final, pues ésta se halla precedida por la
condición especial en que se encuentra, desde el momento de la muerte física, cada ser
humano. Se trata de una fase intermedia, en la que a la descomposición del cuerpo
corresponde "la supervivencia y la subsistencia, después de la muerte, de un elemento
espiritual, que está dotado de conciencia y de voluntad, de manera que subsiste el mismo
'yo' humano, aunque mientras tanto le falte el complemento de su cuerpo" (JP II, 28-10-98).
¿Qué es el Cielo?
Es un estado y un lugar de felicidad completa y eterna donde van las almas que han obrado
conforme a la Voluntad de Dios en la tierra y que mueren en estado de gracia y amistad con
Dios y perfectamente purificadas.
¿Qué es el Purgatorio?
Es un estado y un lugar de purificación donde van las almas que han obrado bien, pero que
aún deben ser purificadas de las consecuencias de sus pecados antes de entrar a la visión de
Dios en el Cielo.
¿Qué es el Infierno?
Es un estado y un lugar de castigo eterno donde van las almas que se han rebelado contra
Dios y mueren en esa actitud.
¿A dónde quieres ir tú?
Nuestra vida no acaba con la muerte
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.. Salvador Bernal
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Dejo el tema previsto para hoy, porque desde el viernes se agolpan en mi
memoria recuerdos –motivos de agradecimiento personal- tras la muerte de
Alejandro Cantero. Le conocí cuando era director del Colegio Mayor Miraflores
de Zaragoza, y acudía yo desde Pamplona para rendir exámenes en la Facultad
de Derecho de esa universidad: el Estudio General de Navarra no se había
convertido aún en universidad, ni tenía capacidad jurídica de reconocer los
estudios realizados en sus aulas. Unos años después, circunstancias de la vida
hicieron que le sustituyera en esa tarea universitaria, cuando Alejandro marchó
de Zaragoza a Bilbao, para hacerse cargo de la dirección del colegio Gaztelueta.
Más tarde, la providencia me haría el regalo de convivir con él durante la friolera
de dieciséis años, sin perder luego el contacto, pues los dos seguíamos en Madrid
y, aparte de otros motivos, nos veíamos con relativa frecuencia con otros amigos
comunes: antiguos residentes de Miraflores que residían también en la capital de
España.
Amigo del alma, suele repetirse casi como estereotipo. En el caso de Alejandro,
la realidad antropológica –valga la cursilada- es profunda. Hace honor a tantas
expresiones con las que, durante su estancia en la tierra, Jesucristo habló y vivió
la amistad. Hasta el punto de llamar amigos a sus apóstoles, según relata san
Juan en uno de los extensos capítulos finales de su Evangelio: “Os he llamado
amigos, porque todo lo que oí de mi Padre os lo he dado a conocer” (Juan,
15,15).
Ese amor de benevolencia, por usar una idea clásica, refleja la plenitud de la
condición y de la vida humanas. Así se afirma en tantos documentos del
Magisterio, que he tenido ocasión de consultar recientemente, cuando
preparaba artículos y charlas sobre matrimonio y familia. Esa realidad es
consecuencia del hecho decisivo: Dios creó al hombre a su imagen y semejanza:
“llamándolo a la existencia por amor, lo ha llamado al mismo tiempo al amor”,
escribía Juan Pablo II en Familiaris Consortio 11; y añadía: “El amor es por tanto
la vocación fundamental e innata de todo ser humano”.
En su Magisterio, Juan Pablo II se refirió constantemente al Concilio Vaticano II,
para profundizar en la verdad de la persona humana. Muchas veces citó el pasaje
de Gaudium et Spes, 24: “no puede encontrar su propia plenitud si no es en la
entrega sincera de sí mismo a los demás”. Desde ahí se abre camino para una
plena y radical comprensión y solución de tantos problemas debatidos en
nuestro tiempo. Para ganar la vida, hay que entregarla, como bien describió
Jesús: “no hay amor más grande que el que entrega la vida por sus amigos”.
Estos días, ante la dura realidad del amigo fallecido, el creyente se consuela con
la convicción de que seguirá siéndolo, y más, desde el Cielo. También, con el
recuerdo de hechos bien concretos –algunos quizá excepcionales‑ de su afecto y
de sus patentes servicios. Más allá de su capacidad de aplicar sus dotes
personales a grandes causas apostólicas, como –en la última etapa de su vida‑ la
fundación Centro académico romano: traía con ilusión folletos y videos a
nuestras reuniones de amistad, bien persuadido de la necesidad de contribuir
generosamente a la formación de sacerdotes del mundo entero, indispensables
para la dilatación del reino de Dios en la tierra.
Alejandro fue amigo del alma. Se entregó a Dios muy joven, en el Colegio Mayor
La Estila de Santiago, donde estudiaba Medicina. La providencia dispondría que
en ese Colegio fuesen velados sus restos mortales. Se cerraba así un ciclo de
amistad creciente con Dios y con los hombres, reflejo de la universalidad propia
del Opus Dei. Sin duda, se le puede aplicar con justicia lo que san Josemaría
Escrivá de Balaguer escribió en Forja 565: “En un cristiano, en un hijo de Dios,
amistad y caridad forman una sola cosa: luz divina que da calor”.
¿Cuál había sido su delito? ¿Qué había hecho aquel hombre para merecer este
final? Sencillamente había sido un hombre libre en su hablar y actuar; se había
mostrado celoso de las cosas de Dios y había defendido la dignidad de todos los
hombres y mujeres, fuese cual fuese su condición; había dicho que Dios era su
Padre y que la paternidad divina se extiende sobre toda la humanidad y que, por
eso, todos los hombres somos iguales y hermanos.
Él, por el bautismo, fue incorporado a Cristo y hecho miembro de la gran familia
de los hijos de Dios, y desde el día de su bautizo comenzó a vivir la vida eterna,
aquella vida que la muerte no puede destruir: por eso nuestro hermano N, podía
decir, como decía el apóstol Pablo, y corno también podemos decir nosotros:
"Nosotros somos ciudadanos del cielo, de donde aguardamos un Salvador. el
Señor Jesucristo. Él transformará nuestro cuerpo humilde, según el modelo de su
cuerpo glorioso'.
Por eso, con confianza, rezamos a Dios por nuestro hermano N. Que habiendo
acabado su estancia en este mundo, Dios lo reconozca como hijo suyo; que le
perdone el pecado que le pudo manchar; que acepte el bien que hizo mientras
vivió entre nosotros; que valore las circunstancias diversas que tuvo que vivir;
que recuerde todo lo que amó y que lo haga participar en la herencia que desde
toda la eternidad le tenía reservada.
Junto a la cruz, hemos escuchado en la lectura de¡ evangelio,
estaba su madre, y, a su lado, el discípulo que tanto quería. María, la madre de
Jesús, aparece poco en los evangelios: sólo la encontramos en momentos muy
significativos: en el momento de la muerte, ella no podía faltar. La encontramos
cerca de la cruz, serena, firme, compartiendo el sufrimiento y el dolor del hijo. Y
a su lado, el discípulo que Jesús quería. En este momento, María se convierte en
Madre de los discípulos de su Hijo, de los seguidores de Cristo de todos los
tiempos: "Mujer, ahí tienes a tu hijo' "Ahí tienes a tu madre".
Es como madre que queremos amar a María, y la queremos imitar sobre todo en
la fortaleza ante el sufrimiento, en la actitud de escucha atenta y acogedora de la
Palabra de Dios, en la solicitud ante las necesidades, en la sencillez y en la
disponibilidad hacia el plan de Dios. Si la imitamos, nos parecernos más a su Hijo;
si la escuchamos, oiremos que nos dice: "Haced lo que él os dice", si se lo
pedimos, experimentaremos su protección y el efecto de su oración.
Porque puedo sentir que he sido el hombre perdido que viniste a buscar; el
enfermo a quien sólo Tú podías sanar. ¿Me reconoces así? Soy un pobre ser que
reclama tu amor, sólo tu amor. Y veo que mis manos están sucias y que voy
vestido de mugre; pero creo ser ese hijo tuyo para quien reservas un traje de
fiesta, un anillo y, sobre todo, esa ternura infinita que emana de ti, para poder
sentir el abrazo del encuentro y entrar en tu casa, y celebrar una fiesta que
nunca ha de terminar”. Cuando uno muere y llega al cielo dicen que se suele
llevar tres sorpresas.
Hoy, estamos aquí con todos ustedess y oramos con ustedess por X . Cada uno
de ustedes conserva y atesora recuerdos íntimos y cotidianos de X. Llorán a uno
que es parte de susangre y de su carne. Hoy, todos debemos orar, esperar y
aprender esta lección silenciosa. Sí, todos estamos destinados a morir. La
muerte es el último deber que todos tenemos que cumplir y tenemos que
hacerlo bien.
Este viaje último lo hacemos sin billete de vuelta. No lo necesitamos. En el
aeropuerto del cielo, alguien está esperando a X. Viaje para el que no se necesita
ni pasaporte, ni maleta. El que nos espera nos conoce bien. Lo único que
necesitamos es dirigir nuestros ojos en el único que salva, en el que puede dar
sentido a nuestro vivir y a nuestro morir: Jesucristo.
Jesucristo pasó por la experiencia de vivir y morir para mostrarnos que el amor
es más fuerte que la muerte, que hay un nuevo comienzo, que la última palabra
es pronunciada por Dios, un Dios que es amor y que es nuestra victoria. San
Pedro dijo muchas veces: “Ustedes dieron muerte al autor de la vida. Pero Dios
lo resucitó de los muertos y nosotros somos sus testigos”.
Hoy, nos toca a nosotros ser los testigos y proclamar que así como Cristo vive,
también vive nuestro hermano X. ¿Crees esto, Marta? ¿Creen esto ustedes los
cristianos? La primera parte del evangelio es creer y la segunda es vivirlo. Creer
en Jesucristo que es la resurrección y la vida. Vivir como Jesús que nos amó y
murió por nosotros. Hermanos, por la manera cómo X vivió está vivo con Dios.
Por la manera como nosotros vivamos, guardaremos vivo en nosotros el
recuerdo de X.
¿Qué sentido pueden tener estos encuentros que celebramos los creyentes y
donde nos congregamos hombres y mujeres de sensibilidad religiosa muy
diferente, convocados todos por la muerte de un ser querido? ¿Qué puede ser
esta Eucaristía? 1. Una despedida y un recuerdo. Ciertamente, este encuentro es
una despedida. No una despedida cualquiera, sino la última. Porque ya no
podremos tener junto a nosotros a N/.... Sus hermanos y hermanas, sus
familiares y amigos sentiréis como nadie su vacío. Ya no podréis esperar su
regreso pues no volverá junto a vosotros. N/... se nos ha muerto. Y cuando un
ser querido se nos muere, algo nuestro muere dentro de nosotros, una parte de
nuestra vida.
Y sin duda, las gentes entre las que N/.... convivió, esos hombres y mujeres a los
que entregó su vida, agradecen hoy su servicio, su trabajo, su carácter dinámico,
su desgaste y su entrega. Yo también quiero agradecerle aquí, en nombre de su
vida .Es bueno, cuando termina una vida, reunirnos para recoger y expresar
nuestro agradecimiento y, si somos creyentes, elevar nuestra acción de gracias a
Dios porque un día quiso crear a N/..., nuestra acción de gracias por lo que ha
sido su vida, su trabajo 3. Una despedida esperanzada. Este celebración es, sobre
todo, un encuentro de fe, una oración confiada y esperanzada a Dios. Queridos
amigos, la vida debería ser diferente. Más hermosa, más feliz, más gozosa, más
larga, más vida... En el fondo, todos llevamos en lo más hondo de nuestro ser el
anhelo de una vida dichosa, feliz, eterna... ¿Por qué hay que morir?
Queridos amigos, los cristianos creemos que la vida de cada hombre y cada
mujer, la vida de todos y cada uno de nosotros es un misterio infinitamente
valioso, que no se pierde para siempre en la muerte. La Vida es mucho más que
esta vida. La vida de N/... es mucho más que esos ..... años de alegrías y penas,
de luchas y trabajos, que han transcurrido entre su nacimiento y su muerte.
Hemos escuchado las palabras de Jesús. "No se turbe vuestro corazón. Creéis en
Dios. Creed también en mí.
Monición inicial
Queridos amigos: Antes de morir, me pidió (N...) que este funeral no fuera triste.
Que fuese una Eucaristía de acción de gracias a ese Dios que un día creó la vida
de Josefina y hoy la ha llevado ya a la plenitud. Vamos a pedir a Dios perdón por
nuestros pecados. Que El nos conceda el perdón y nos conceda esa vida que
anhela nuestro corazón.
Homilía
Queridos amigos: El sábado pasado recibí un aviso inesperado, (N...) quería que
celebrara yo su funeral. Yo me había encontrado con el/la en alguna ocasión
estos últimos años en que vivía luchando con su enfermedad. Habían sido unos
encuentros breves pero profundos en los que (N...) me hablaba de lo que el/la
vivía por dentro al ver que la vida se le escapaba.
Por eso quise verle/a antes de morir. También esta vez fue un encuentro breve,
muy breve, pero que difícilmente podré olvidar. (N...) apenas podía respirar. Se
ahogaba. Pero pudimos hablar de lo más importante que se puede hablar en
esos momentos: de la muerte, de la otra vida, de Dios.
Cuando me quedé a solas con el/la, le agarré del brazo y le pregunté: (n...), ¿qué
sientes? Rápidamente me contestó: "...., que se me va la vida". Los que habéis
conocido a (N...) sabéis cómo amaba la vida, cómo ha luchado siempre por vivir,
cómo ha sabido mantener viva la ilusión y la esperanza a lo largo de estos años.
Ahora lo que sentía no era sufrimiento, angustia... Sencillamente, "se le iba la
vida".
Yo le pregunté: ¿Es duro? "Muy duro", me dijo. Y, entonces, inesperadamente,
abrió los ojos y se sonrió. Me sorprendió tanto que le pregunté por qué sonreía.
Entonces, rápidamente, me contestó: "Tú ya sabes que muero con la esperanza
de encontrar la verdadera vida. Esto se termina. Pronto empezaré algo nuevo".
Luego hablamos de lo pronto que pasa la vida. De lo importante que es creer en
Dios. Al final me dijo: "Quiero que hables de la esperanza. Quiero que sea un
funeral alegre. Que deis gracias a Dios por tantas cosas. . "
Queridos amigos, yo he hablado estos años muchas veces sobre la esperanza.
También hoy podemos hablar. Hablar es fácil. Demasiado fácil. Lo importante es
vivir desde dentro con esa esperanza que a (N...) le hacía sonreír ante la muerte.
Por eso creo que no soy yo el que tiene que hablar sobre la esperanza. Es mejor
que nos hable a todos (N...) con su ejemplo.
Yo no sé si los creyentes sabemos hoy valorar, cuidar y agradecer la fe que hay
en nosotros. A veces parece que la fe se nos está quedando por ahí, olvidada en
algún rincón de nuestra alma como algo poco importante, de lo que no merece la
pena preocuparse mucho.
Ante la muerte de este/a creyente que ha sido (N...), yo os quiero decir a todos
que es suerte hoy ser creyente. Es una suerte sentir por dentro la esperanza.
Cuando hoy un hombre, una mujer, dice que ha perdido la fe, dice muy bien: "Ha
perdido "Ha salido perdiendo".
Cuando una persona pierde la fe, se empobrece por dentro, pierde una luz,
pierde esperanza, pierde un resorte, una fuerza para vivir. Se queda más
empobrecido para enfrentarse a la vida y a la muerte.
Queridos amigos, si en este momento sentimos que nuestra fe es pequeña y
débil, que ya apenas acertamos a creer, que no nos sale poner nuestra esperanza
en Dios, este puede ser el momento de ser sinceros y empezar sencillamente
pidiendo fe a ese Dios al que, tal vez, sentimos hoy tan lejano. Un hombre, una
mujer que desea sinceramente creer ya es, ante Dios, un creyente.
Siguiendo el deseo de (N...), vamos a celebrar una Eucaristía gozosa, de acción de
gracias. Vamos a dar gracias a Dios porque no estamos solos. Hay un Padre que
nos comprende y nos ama como no nos comprende ni nos ama nadie. Un Dios
que ha comprendido los deseos de vivir que sentía (N...). Un Dios que quiere a
(N...) para siempre como ninguno de nosotros la hemos podido querer.
Vamos a dar gracias a Dios porque nuestra vida no es un pequeño paréntesis
entre dos vacíos. La Vida es mucho más que esta vida. Un día encontraremos,
por fin, todo lo que anhelamos desde el fondo de nuestro ser.
Todo lo bueno, lo hermoso, lo gozoso que aquí no podemos lograr. Todo lo que
aquí ha quedado a medias, lo que no ha podido ser, todo eso alcanzará un día su
realización plena. Por fin, sabremos lo que es vivir sin miedo disfrutar de una
felicidad total, amar y ser amados plenamente. Por fin, descubriremos que era
esa Vida la que andábamos buscando ya desde esta tierra.
Vamos a pedir a Dios por (N...). Que Dios llene su corazón de alegría eterna y la
sorprenda con una felicidad que ni ella ni nosotros podemos hoy sospechar.
Inicio
HOMILÍAS FUNERAL
1ª homilía: Lecturas: #1 Cor. 15,20-23; #Lucas 24, 13-16.28-35
2º homilía: Lecturas: #Rom. 6; #Juan 14, 1-6
____________________________________________________________
Lecturas: 1 Cor. 15,20-23; Lucas 24, 13-16.28-35
Cuando nos reunimos para orar y ofrecer la Eucaristía por un ser querido que ha
muerto no resulta fácil hablar. Por una parte, corremos el riesgo de repetirnos
ante una situación que varias veces a la semana nos convoca…, la muerte; y por
otra parte, uno piensa que sería más oportuno dejarnos envolver por el silencio,
evocar tantos recuerdos como de pronto se agolpan en la memoria y orar…
Pero también es un momento muy oportuno para confesar nuestra fe en la
resurrección . Confesarla con esperanza y hasta con gozo interior . Confesarla sin
otro fin que el de agradecer a Dios el don de la fe que, a través de nuestros
padres y de la comunidad cristiana , El nos trasmitió. Esa fe que a Ana María le
ha ayudado tanto a vivir, a luchar con esfuerzo y tesón contra el mal que le venía
aquejando estos años y a aceptar con serenidad una muerte que le ha llegado
antes de lo razonablemente previsible.
Sin duda que el consuelo de la presencia continuada y afectuosa de vosotros, su
esposo e hijos, que la habéis acompañado con cariño siempre y, muy en especial,
en la crisis de estos dos últimos años le habrá hecho mucho más llevadero este
tramo final de su vida terrena , sobre todo cuando el mismo día de Reyes de este
año disfrutaba con el gozo de conocer a su primer nieto.
MORIR
Siempre he pensado que el pensamiento de la muerte no debe convertirse en
una especie de idea obsesionante. Es muy importante vivir y disfrutar del don de
la existencia...
Vivir con ilusión y gozar de las muchas cosas bellas que Dios ha creado para
nosotros es una forma de creer en El, es un modo de agradecer al Creador el don
de la vida. La experiencia de la amistad, del amor, de la familia, de la relación
humana, de la solidaridad, de la entrega generosa…, la vivencia de los más
nobles valores humanos y éticos, el empeño por hacer una convivencia mejor
entre todos y para todos…son vistos desde la fe cristiana, como reflejos del
rostro mismo de Dios…, como expresiones, en frágil versión humana, de la
infinita plenitud de Dios que, de múltiples formas, ha dejado impresa su huella
en nosotros al llamarnos a la vida y al hacernos a su propia imagen.
Ahora bien, para todos llega un momento en que toda esta secuencia se
interrumpe con la muerte. Y la muerte siempre es dura sobre todo cuando, como
en este caso, acaece en una mujer todavía joven y llena de ganas de vivir. La
muerte siempre nos arranca … siempre nos separa de lo que más queremos…. Es
como si algo muy profundo se quebrase dentro de nosotros, como si el dolor
moral que nos produce la marcha del ser querido nos dejase un poco más solos.
RESUCITAR
Ahora bien, junto a estos sentimientos es posible también confesar una vez más
nuestra fe en la resurrección. Nuestra fe en que ...., aunque ha dejado esta vida
terrena, vive para siempre en Dios, porque Dios no nos creó para morir sino para
vivir… Y vive de un modo nuevo al haber sido transformada y resucitada por
Cristo y con Cristo. En ella se han hecho ya realidad aquellas palabras de Jesús “el
que crea en mí aunque haya muerto vivirá”…
Al traspasar el umbral de la muerte habrá descubierto a Cristo tal como es de
verdad… Como los discípulos de Emaús, ......... también habrá reconocido al
Señor en ese momento inefable del encuentro definitivo con El , en “el partir el
pan “ de la plena y eterna comunión con El. Hasta el sábado lo conocía por la fe,
y los sacramentos de la fe la confortaron en tantas ocasiones… Ahora lo habrá
descubierto tal como es, sin velos ni obscuridades
Mientras tanto, los que quedáis y fuisteis tan cercanos a ella os quedáis con su
recuerdo. Como escribía bellamente Bonhoefer, aquel gran cristiano de
confesión luterana que padeció y murió en los campos de exterminio nazis
“no hay nada que pueda sustituir la ausencia de una persona querida; ni siquiera
hemos de intentarlo. Hemos de
soportar sencillamente la separación y resistir. Al principio eso parece muy duro,
pero, al mismo tiempo, es un gran consuelo. Porque al quedar el vacío sin llenar
nos sirve de nexo de unión.
No es cierto que Dios es quien llena este vacío. Dios no lo llena sino que,
precisamente, lo mantiene vacío, con lo cual nos ayuda a conservar- aunque con
dolor- nuestra unión con el que se ha ido. Por otra parte, cuanto más hermosos y
ricos son los recuerdos, más fuerte resulta la separación y más permanente se
hace su memoria”.
#Inicio
Lecturas: Rom. 6, 3-9; Juan 14, 1-6
Introducción
La muerte de un ser querido siempre impacta en lo más profundo de nuestro ser
y remueve las fibras más sensibles de nuestra memoria. Toda una larga historia
de relación humana y de convivencia con el desaparecido cobra plena actualidad,
y reviven en el recuerdo detalles, gestos, frases y actitudes que, aunque
remueven la herida de su desaparición, suavizan al mismo tiempo el vacío de su
ausencia.
Sin duda, queridos familiares de ...., esposa e hijos, que esto mismo os está
pasando a vosotros. Lo recordareis siempre como hombre trabajador y serio, y
siempre y especialmente en estos últimos años totalmente entregado al cuidado
de su esposa, con ternura y abnegación ejemplar…
Hoy celebramos cristianamente su muerte y también su larga vida de x años que,
a partir de ahora, queda depositada en manos de un Dios que es nuestro Padre.
Celebrar la muerte
Es posible que más de uno se pregunte con perplejidad si es humano “celebrar la
muerte”. ¿Es que la muerte tiene algo que celebrar?
La muerte en sí misma no. En todo caso la muerte tiene mucho para ser llorada,
para ser lamentada. La muerte siempre significa el fin del tiempo y de esa propia
historia personal que queda enmarcada en él.
Sin embargo y siendo todo esto verdad, lo es también que la muerte de un
cristiano tiene un significado peculiar. Un cristiano, por el bautismo, queda ya
incorporado a la muerte y a la “suerte” de Cristo y, por tanto, a su resurrección.
“Nuestra existencia está unida a Cristo, es decir a una muerte como la suya y a
una resurrección como la suya” (1ª lectura).
La vida de un cristiano, por la gracia bautismal, es una llamada permanente a
morir y a renunciar a todo aquello que tiende a empujarnos al mal, y a ir
liberándonos de las servidumbres que origina en nosotros aquello que san Pablo
llamaba el “hombre viejo”… Y, al mismo tiempo, la vida de un cristiano es ir
recuperando cada día un trozo más de esa libertad interior que es el anticipo de
la vida resucitada…, de modo que, a medida que vamos viviendo más años,
vayamos también alumbrando espacios nuevos de convivencia en los que la
concordia y el
buen entendimiento sean más fuertes que las tensiones, el respeto al otro más
significativo que la exclusión, la alegría y la esperanza más vivas que la
desconfianza, y el deseo de vivir más intenso que las actitudes destructivas. Esta
dinámica de atenuar en nosotros los síntomas de negatividad y de muerte, y de
acrecentar los signos de positividad y de vida es la más viva expresión de lo que
es la auténtica vida cristiana: morir a nuestras tendencias negativas e ir
resucitando a los gérmenes de eternidad que el bautismo sembró en nosotros.
Esto es lo que nuestro hermano ...., tal vez sin darse del toco cuenta, ha ido
haciendo a lo largo de sus x años de vida . ¿No os parece que una existencia así
merece ser celebrada en el momento en que, terminado su tiempo, se introduce
en el misterio eterno de Dios?
¿Que nuestro hermano habrá tenido también sus deficiencias? Evidentemente,
toda existencia humana está, al mismo tiempo, marcada por la debilidad, pero
Dios “conoce de qué barro estamos hechos” como dice san Pablo.
Por eso, al celebrar hoy la existencia de nuestro hermano culminada con la
muerte, en realidad celebramos a Cristo que habrá ido acogiendo, a lo largo de
su vida, todos y cada uno de sus esfuerzos por liberarse del Mal y los habrá ido
uniendo a su propia cruz, y, al mismo tiempo, habrá ido incorporando a su
resurrección todos los destellos de nueva existencia que alumbró ejercitó ......
mientras vivió en este mundo.
Por todo esto celebramos su muerte cristiana. Por todo esto creemos que si ha
muerto con Cristo también vivirá con El.
#Inicio Exclusivamente para uso privado.
PALABRA DEL SEÑOR
SUGERENCIAS PARA LA HOMILIA
LC. 23, 33. 39-43
Estadísticas realizadas en diversos países de Europa muestran que sólo un
cuarenta por ciento de las personas creen hoy en la vida eterna y que, además,
para muchas de ellas esta fe ya no tiene fuerza o significado alguno en su vida
diaria.
Pero lo más sorprendente en estas estadísticas es algo que también entre
nosotros he podido comprobar en más de una ocasión. No son pocos los que
dicen creer realmente en Dios y, al mismo tiempo, piensan que no hay nada más
allá de la muerte.
Y, sin embargo, creen en la vida eterna no es una arbitrariedad de algunos
cristianos, sino la consecuencia de la fe en un Dos al que sólo le preocupa la
felicidad total del ser humano. Un Dios que, desde lo más profundo de su ser de
Dios, busca el bien final de toda la creación.
Antes que nada, hemos de recordar que la muerte es el acontecimiento más
trágico y brutal que nos espera a todos. Inútil querer olvidarlo. La muerte está
ahí, cada día más cercana. Una muerte absurda y oscura que nos impide ver en
qué terminarán nuestros deseos, luchas y aspiraciones. ¿Ahí se acaba todo?
¿Comienza precisamente ahí la verdadera vida?
Nadie tiene datos científicos para decir nada con seguridad. El ateo "cree" que
no hay nada después de la muerte, pero no tiene pruebas científicas para
demostrarlo. El creyente "cree" que nos espera una vida eterna, pero tampoco
tiene prueba científica alguna. Ante el misterio de la muerte, todos somos seres
radicalmente ignorantes e impotentes.
La esperanza de los cristianos brota de la confianza total en el Dios de Jesucristo.
Todo el mensaje y el contenido de la vida de Jesús, muerto violentamente por los
hombres pero resucitado por Dios para la vida eterna, les lleva a esta convicción:
"La muerte no tiene la última palabra. Hay un Dios empeñado en que los
hombres conozcan la felicidad total por encima de todo, incluso por encima de la
muerte. Podemos confiar en él".
Ante la muerte, el creyente se siente indefenso y vulnerable como cualquier otro
hombre; como se sintió, por otra parte, el mismo Jesús. Pero hay algo que, desde
el fondo de su ser, le invita a fiarse de Dios más allá de la muerte y a pronunciar
las mismas palabras de Jesús: "Padre, en tus manos dejo mi vida". Este el núcleo
esencial de la fe cristiana: dejarse amar por Dios hasta la vida eterna; abrirse
confiadamente al misterio de la muerte, esperándolo todo del amor creador de
Dios.
Esta es precisamente la oración del malhechor que crucifican junto a Jesús. En el
momento de morir, aquel hombre no encuentra nada mejor que confiarse
enteramente a Dios y a Cristo: "Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu
Reino". Y escucha esa promesa que tanto consuela al creyente: "Te lo aseguro:
hoy estarás conmigo en el paraíso".
Como creemos le ha escuchado ya a ---------
Hoy en esta Eucaristía unimos la muerte de -------- a la muerte y resurrección de
Cristo para que nuestro/a hermano/a esté gozando de la vida eterna en el
paraíso.
HOMILÍAS FUNERAL
1ª homilía: Lecturas: #1 Cor. 15,20-23; #Lucas 24, 13-16.28-35
2º homilía: Lecturas: #Rom. 6; #Juan 14, 1-6
____________________________________________________________
Lecturas: 1 Cor. 15,20-23; Lucas 24, 13-16.28-35
Cuando nos reunimos para orar y ofrecer la Eucaristía por un ser querido que ha
muerto no resulta fácil hablar. Por una parte, corremos el riesgo de repetirnos
ante una situación que varias veces a la semana nos convoca…, la muerte; y por
otra parte, uno piensa que sería más oportuno dejarnos envolver por el silencio,
evocar tantos recuerdos como de pronto se agolpan en la memoria y orar…
Pero también es un momento muy oportuno para confesar nuestra fe en la
resurrección . Confesarla con esperanza y hasta con gozo interior . Confesarla sin
otro fin que el de agradecer a Dios el don de la fe que, a través de nuestros
padres y de la comunidad cristiana , El nos trasmitió. Esa fe que a Ana María le
ha ayudado tanto a vivir, a luchar con esfuerzo y tesón contra el mal que le venía
aquejando estos años y a aceptar con
serenidad una muerte que le ha llegado antes de lo razonablemente previsible.
Sin duda que el consuelo de la presencia continuada y afectuosa de vosotros, su
esposo e hijos, que la habéis acompañado con cariño siempre y, muy en especial,
en la crisis de estos dos últimos años le habrá hecho mucho más llevadero este
tramo final de su vida terrena , sobre todo cuando el mismo día de Reyes de este
año disfrutaba con el gozo de conocer a su primer nieto.
MORIR
Siempre he pensado que el pensamiento de la muerte no debe convertirse en
una especie de idea obsesionante. Es muy importante vivir y disfrutar del don de
la existencia...
Vivir con ilusión y gozar de las muchas cosas bellas que Dios ha creado para
nosotros es una forma de creer en El, es un modo de agradecer al Creador el don
de la vida. La experiencia de la amistad, del amor, de la familia, de la relación
humana, de la solidaridad, de la entrega generosa…, la vivencia de los más
nobles valores humanos y éticos, el empeño por hacer una convivencia mejor
entre todos y para todos…son vistos desde la fe cristiana, como reflejos del
rostro mismo de Dios…, como expresiones, en frágil versión humana, de la
infinita plenitud de Dios que, de múltiples formas, ha dejado impresa su huella
en nosotros al llamarnos a la vida y al hacernos a su propia imagen.
Ahora bien, para todos llega un momento en que toda esta secuencia se
interrumpe con la muerte. Y la muerte siempre es dura sobre todo
cuando, como en este caso, acaece en una mujer todavía joven y llena de ganas
de vivir. La muerte siempre nos arranca … siempre nos separa de lo que más
queremos…. Es como si algo muy profundo se quebrase dentro de nosotros,
como si el dolor moral que nos produce la marcha del ser querido nos dejase un
poco más solos.
RESUCITAR
Ahora bien, junto a estos sentimientos es posible también confesar una vez más
nuestra fe en la resurrección. Nuestra fe en que ...., aunque ha dejado esta vida
terrena, vive para siempre en Dios, porque Dios no nos creó para morir sino para
vivir… Y vive de un modo nuevo al haber sido transformada y resucitada por
Cristo y con Cristo. En ella se han hecho ya realidad aquellas palabras de Jesús “el
que crea en mí aunque haya muerto vivirá”…
Al traspasar el umbral de la muerte habrá descubierto a Cristo tal como es de
verdad… Como los discípulos de Emaús, ......... también habrá reconocido al
Señor en ese momento inefable del encuentro definitivo con El , en “el partir el
pan “ de la plena y eterna comunión con El. Hasta el sábado lo conocía por la fe,
y los sacramentos de la fe la confortaron en tantas ocasiones… Ahora lo habrá
descubierto tal como es, sin velos ni obscuridades
Mientras tanto, los que quedáis y fuisteis tan cercanos a ella os quedáis con su
recuerdo. Como escribía bellamente Bonhoefer, aquel gran cristiano de
confesión luterana que padeció y murió en los campos de exterminio nazis
“no hay nada que pueda sustituir la ausencia de una persona querida; ni siquiera
hemos de intentarlo. Hemos de soportar sencillamente la separación y resistir. Al
principio eso parece muy duro, pero, al mismo tiempo, es un gran consuelo.
Porque al quedar el vacío sin llenar nos sirve de nexo de unión.
No es cierto que Dios es quien llena este vacío. Dios no lo llena sino que,
precisamente, lo mantiene vacío, con lo cual nos ayuda a conservar- aunque con
dolor- nuestra unión con el que se ha ido. Por otra parte, cuanto más hermosos y
ricos son los recuerdos, más fuerte resulta la separación y más permanente se
hace su memoria”.
#Inicio
Lecturas: Rom. 6, 3-9; Juan 14, 1-6
Introducción
La muerte de un ser querido siempre impacta en lo más profundo de nuestro ser
y remueve las fibras más sensibles de nuestra memoria. Toda una larga historia
de relación humana y de convivencia con el desaparecido cobra plena actualidad,
y reviven en el recuerdo detalles, gestos, frases y actitudes que, aunque
remueven la herida de su desaparición, suavizan al mismo tiempo el vacío de su
ausencia.
Sin duda, queridos familiares de ...., esposa e hijos, que esto mismo os está
pasando a vosotros. Lo recordareis siempre como hombre trabajador y serio, y
siempre y especialmente en estos últimos años
totalmente entregado al cuidado de su esposa, con ternura y abnegación
ejemplar…
Hoy celebramos cristianamente su muerte y también su larga vida de x años que,
a partir de ahora, queda depositada en manos de un Dios que es nuestro Padre.
Celebrar la muerte
Es posible que más de uno se pregunte con perplejidad si es humano “celebrar la
muerte”. ¿Es que la muerte tiene algo que celebrar?
La muerte en sí misma no. En todo caso la muerte tiene mucho para ser llorada,
para ser lamentada. La muerte siempre significa el fin del tiempo y de esa propia
historia personal que queda enmarcada en él.
Sin embargo y siendo todo esto verdad, lo es también que la muerte de un
cristiano tiene un significado peculiar. Un cristiano, por el bautismo, queda ya
incorporado a la muerte y a la “suerte” de Cristo y, por tanto, a su resurrección.
“Nuestra existencia está unida a Cristo, es decir a una muerte como la suya y a
una resurrección como la suya” (1ª lectura).
La vida de un cristiano, por la gracia bautismal, es una llamada permanente a
morir y a renunciar a todo aquello que tiende a empujarnos al mal, y a ir
liberándonos de las servidumbres que origina en nosotros aquello que san Pablo
llamaba el “hombre viejo”… Y, al mismo tiempo, la vida de un cristiano es ir
recuperando cada día un trozo más de esa libertad interior que es el anticipo de
la vida resucitada…, de modo que, a medida que vamos viviendo más años,
vayamos también alumbrando espacios nuevos de convivencia en los que la
concordia y el buen
entendimiento sean más fuertes que las tensiones, el respeto al otro más
significativo que la exclusión, la alegría y la esperanza más vivas que la
desconfianza, y el deseo de vivir más intenso que las actitudes destructivas. Esta
dinámica de atenuar en nosotros los síntomas de negatividad y de muerte, y de
acrecentar los signos de positividad y de vida es la más viva expresión de lo que
es la auténtica vida cristiana: morir a nuestras tendencias negativas e ir
resucitando a los gérmenes de eternidad que el bautismo sembró en nosotros.
Esto es lo que nuestro hermano ...., tal vez sin darse del toco cuenta, ha ido
haciendo a lo largo de sus x años de vida . ¿No os parece que una existencia así
merece ser celebrada en el momento en que, terminado su tiempo, se introduce
en el misterio eterno de Dios?
¿Que nuestro hermano habrá tenido también sus deficiencias? Evidentemente,
toda existencia humana está, al mismo tiempo, marcada por la debilidad, pero
Dios “conoce de qué barro estamos hechos” como dice san Pablo.
Por eso, al celebrar hoy la existencia de nuestro hermano culminada con la
muerte, en realidad celebramos a Cristo que habrá ido acogiendo, a lo largo de
su vida, todos y cada uno de sus esfuerzos por liberarse del Mal y los habrá ido
uniendo a su propia cruz, y, al mismo tiempo, habrá ido incorporando a su
resurrección todos los destellos de nueva existencia que alumbró ejercitó ......
mientras vivió en este mundo.
Por todo esto celebramos su muerte cristiana. Por todo esto creemos que si ha
muerto con Cristo también vivirá con El.
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Exclusivamente para uso privado.
LECTURA DE LA PRIMERA CARTA DE SAN PABLO A LOSTESALONICENSES 4,13-
14.17SALMO RESPONSORIAL 129R. SEÑOR, ESCUCHA MI ORACIÓN MATEO 25,1-
13
No nos reúne aquí la muerte sino la vida: La vida de ………, que hoy llega a su fin
terreno (que hoy cumple una etapa). La vida de jesucristo, que continúa vivo y
presente. La vida eterna que todos esperamos. por ello, la actitud cristiana ante
la muerte, hay, no puede ser de desesperacion, de panico o de miedo. No somos
unos ilusos cuando, reunidos en esta circunstancia, ciertamente triste a nivel
humano, nos invaden sentimientos de esperansa, de certesa y casi de alegría.
es por ello que esta liturgia es una celebracion. La celebracion de una despedida,
sin duda, donde se me$clan al mismo tiempo los sentimientos de triste$a y
alegría.
como en toda despedida. Los hom&res de hoy no sa&emos qu hacer con la
muerte. veces, lo único que se nos ocurre es ignorarla y no ha&lar de ella.
*lvidar cuanto antes ese triste suceso, cumplir los tr#mites religiosos o civiles
necesarios y volver de nuevo a nuestra vida cotidiana.+ como les decía no
sa&emos ni la hora ni el inicio, san pa&lo en su carta nos dice que no estemos
triste como los que no tienen esperan$a, y que es no tener esperan$a- %s
pensar que todo ha terminado que despues de la muerte no hay nada y no es así
san !a&lo nos reafirma que si creemos que esús muri" y resucit", pues lo mismo
suceder# con nosotros, y nuestra meta or prue&a es jesús sino vana sería
nuestra /e, y de&emos tam&i n de pensar algo que muchas veces nos
olvidamos como lo dir# un cantante ‘ Nadie es eterno en el mundo…, Todo lo
acaban los añ os, dime que te llevas tu’, yo medita&a y decía
es cierto, pero tam&i no es cierto, si n0, vamos ha resucitar con esús el nos lo
prometi" y san !a&lo nos lo recuerda eso
en el evangelio mateo con est# par#&ola nos ense1a que esta es la realidad,esta
es la condici"n humana : llega un día en que la vida termina y loshom&res nos
hallamos ante la hora de la verdad. el se ha presentado ante dios, ante el !adre,
llevando en sus manos, como las doncellas del evangelio, la l#mpara encendida
de su &uena voluntad, la l#mpara encendida del &ien que se haya esfor$ado en
reali$ar en este mundo. + nuestra confian$a, la confian$a de los cristianos, es
sta: que dios va a tomar esta lu$, esta peque1a llama y la va a convertir en la lu$
eterna del go$o, de la vida, de la pa$.pero al mismo tiempo, el hecho de
encontrarnos diciendo adi"s y orando por este hermano nuestro que muri", es
tam&i n una llamada, una invitaci"n para la vida de cada uno de nosotros.
%s una llamada que nos recuerda que tam&i n a nosotros nos llegar# un día
esta hora de la verdad. No sa&emos cuando ser#, no podemos imaginarlo. !ero
sa&emos que llegar# un momento en que nuestra vida de aquí ha&r# terminado,
y entonces deberemos tener las l#mparas encendidas, como aquellas doncellas
prudentes y precavidas que espera&an la llegada del esposo. *ho tal ve$
llegaríamos a este momento definitivo con una l#mpara apag#ndose, que apenas
serviría de nada.
habríamos perdido la vida muy lamenta&lemente. + ante nuestro !adre del cielo,
y ante los dem#s hom&res, y ante nosotros mismos, de&eríamos reconocer que
ha&ríamos defraudado las esperan$as que dios ha&ía puesto en nosotros, y que
los dem#s hom&res que nos conocen, la ha&ían puesto en nosotros. !or tanto,
sint#monos hoy llamados, ante todo, a confiar. confiar en el amor del !adre,
que nos quiere a cada uno de nosotros, y que de modo especial quiere a este
hermano nuestro que ahora vamos a enterrar.
Lucas 24,13-35
A nivel personal, a nivel intimo, a nivel familiar este año se nos ha hecho de noche,
primero con camilo andres y hoy con nuestra siempre querida Helena.
Y ciertamente cuanto bien nos hace encontrar en estos momentos de oscuridad a
todos ustedes que nos quieren dar sus manos, su esperanza, su amor.
Me duele su partida pero en mis oraciones, siempre estuve dándole gracias al Señor
por su larga y generosa vida por todo el bien que ella hizo , por su preocupación por
todos nosotros, por su constante vida de oración, por querer siempre que todos
estuvieramos bien.
Ahora me toco el turno de ser el patriarca de la familia, para Eduardo, alvaro , Nancy
y todos los nietos y nietas, quiero ser la mano que exprese todos los sentimientos,
comprensión y amistad de quienes los acompañamos.
Pero mas que todos nosotros quien mas cercano quiere estar es el Señor Jesus. Por la
fe que profesamos sabemos que el esta muy cercano a nuestras situaciones humanas,
como aquel dia qe e acerco a los discípulos de emaus según o hemos escuchado en el
Evangelio.
En el y por el , sabemos que mas alla de todo dolor y de toda muerte, hay una paz y
una vida en plenitud. Paz y vida que nosotros hoy pedimos llenos de esperanza, para
helena.
Fue buena hija, buena hermana, buena esposa, buena madre y buena abuela yo se
que ahora esta en una fiesta con todos los que la amaron antes :Herminia, Ofelia,
Antonia, Eduardo , máximo , camilo y tantos que partieron antes
Pero permaneciern tan cercanos. Dios nos bendiga a todos.amen.
Febrero 17.
Cuando nos reunimos para orar y ofrecer la Eucaristía por un ser
querido que ha muerto no resulta fácil hablar. Por una parte, corremos
el riesgo de repetirnos ante una situación que varias veces a la semana
nos convoca…, la muerte; y por otra parte, uno piensa que sería más
oportuno dejarnos envolver por el silencio, evocar tantos recuerdos
como de pronto se agolpan en la memoria y orar…
Pero también es un momento muy oportuno para confesar
nuestra fe en la resurrección . Confesarla con esperanza y hasta con
gozo interior . Confesarla sin otro fin que el de agradecer a Dios el don
de la fe que, a través de nuestros padres y de la comunidad cristiana , El
nos trasmitió. Esa fe que a …………………..le ha ayudado tanto a vivir, a
luchar con esfuerzo y tesón contra el mal y la enfermedad y a aceptar
con serenidad una muerte que le ha llegado .
Sin duda que el consuelo de la presencia continuada y
afectuosa de ustedes, su familiares, que la han acompañado con cariño
siempre le habrá hecho mucho más llevadero este tramo final de su
vida terrena . Siempre he pensado que el pensamiento de la
muerte no debe convertirse en una especie de idea obsesionante. Es
muy importante vivir y disfrutar del don de la existencia...
Vivir con ilusión y gozar de las muchas cosas bellas que Dios
ha creado para nosotros es una forma de creer en El, es un modo de
agradecer al Creador el don de la vida. La experiencia de la amistad, del
amor, de la familia, de la relación humana, de la solidaridad, de la
entrega generosa…, la vivencia de los más nobles valores humanos y
éticos, el empeño por hacer una convivencia mejor entre todos y para
todos…son vistos desde la fe cristiana, como reflejos del rostro mismo
de Dios…, como expresiones, en frágil versión humana, de la infinita
plenitud de Dios que, de múltiples formas, ha dejado impresa su huella
en nosotros al llamarnos a la vida y al hacernos a su propia imagen.
Ahora bien, para todos llega un momento en que toda esta secuencia se
interrumpe con la muerte. Y la muerte siempre es dura . La muerte
siempre nos arranca … siempre nos separa de lo que más queremos….
Es como si algo muy profundo se quebrase dentro de nosotros, como si
el dolor moral que nos produce la marcha del ser querido nos dejase un
poco más solos.
Ahora bien, junto a estos sentimientos es posible también
confesar una vez más nuestra fe en la resurrección. Nuestra fe en que
...., aunque ha dejado esta vida terrena, vive para siempre en Dios,
porque Dios no nos creó para morir sino para vivir… Y vive de un modo
nuevo al haber sido transformada y resucitada por Cristo y con Cristo.
En ella se han hecho ya realidad aquellas palabras de Jesús “el que crea
en mí aunque haya muerto vivirá”…
Al traspasar el umbral de la muerte habrá descubierto a Cristo
tal como es de verdad… Como los discípulos de Emaús, ......... también
habrá reconocido al Señor en ese momento inefable del encuentro
definitivo con El , en “el partir el pan “ de la plena y eterna comunión
con El. Ahora lo habrá descubierto tal como es, sin velos ni
obscuridades
Mientras tanto, los que quedan y fueron tan cercanos a ella se
quedán con su recuerdo. Como escribía bellamente Bonhoefer, aquel
gran cristiano de confesión luterana que padeció y murió en los campos
de exterminio nazis “no hay nada que pueda sustituir la ausencia de
una persona querida; ni siquiera hemos de intentarlo. Hemos de
soportar sencillamente la separación y resistir. Al principio eso parece
muy duro, pero, al mismo tiempo, es un gran consuelo. Porque al
quedar el vacío sin llenar nos sirve de nexo de unión.
No es cierto que Dios es quien llena este vacío. Dios no lo llena sino
que, precisamente, lo mantiene vacío, con lo cual nos ayuda a
conservar- aunque con dolor- nuestra unión con el que se ha ido. Por
otra parte, cuanto más hermosos y ricos son los recuerdos, más fuerte
resulta la separación y más permanente se hace su memoria”.
OMINGO 19 FEB 1.
La muerte de un ser querido siempre impacta en lo más profundo de
nuestro ser y remueve las fibras más sensibles de nuestra memoria. Toda
una larga historia de relación humana y de convivencia con el desaparecido
cobra plena actualidad, y reviven en el recuerdo detalles, gestos, frases y
actitudes que, aunque remueven la herida de su desaparición, suavizan al
mismo tiempo el vacío de su ausencia.
Sin duda, queridos familiares de ...., , que esto mismo LES está pasando a
USTEDES. Lo recordarAN siempre como hombre trabajador y serio, y
siempre Hoy celebramos cristianamente su muerte y también su larga vida
de x años que, a partir de ahora, queda depositada en manos de un Dios
que es nuestro Padre. Es posible que más de uno se pregunte con
perplejidad si es humano “celebrar la muerte”. ¿Es que la muerte tiene algo
que celebrar? La muerte en sí misma no. En todo caso la muerte tiene
mucho para ser llorada, para ser lamentada.
Esto es lo que nuestro hermano ...., tal vez sin darse del toco cuenta,
ha ido haciendo a lo largo de sus x años de vida . ¿No os parece que una
existencia así merece ser celebrada en el momento en que, terminado su
tiempo, se introduce en el misterio eterno de Dios? ¿Que nuestro hermano
habrá tenido también sus deficiencias? Evidentemente, toda existencia
humana está, al mismo tiempo, marcada por la debilidad, pero Dios
“conoce de qué barro estamos hechos” como dice san Pablo.
Ha querido compartir todo con nosotros, ha querido saber lo que cuesta ser
persona y ha querido comprobar la dura tensión que se da entre nosotros. É L
SUFRIÓ, PADECIÓ Y MURIÓ AJUSTICIADO EN UNA cRUZ. Pero amó a todos,
incluso a sus verdugos. Su amor ha sido más fuerte que la muerte y por eso ha
Resucitado y vive ahora entre nosotros. Vive para animarnos a nosotros a
seguir su ejemplo de amor y servicio a los demás.
Y esto es, también, lo que nos da fuerzas para aceptar la muerte de un ser
querido. Sabemos que si nos unimos a Jesús, en vida, también Él nos recibirá y
nos asociará a su Resurrección. Sólo así tiene sentido nuestra vida. Sólo así
tienen sentido los sufrimientos y dolores. Sólo así tiene sentido el trabajo en
favor de los demás. Si todo no termina con la muerte, sino que pasamos a vivir
junto a Dios, tiene sentido nuestra vida; tienen sentido nuestros esfuerzos, tiene
sentido el colaborar para que, también en este mundo se viva cada vez mejor.
Familiares y amigos nos hemos reunido en la Iglesia para despedir a nuestro hermano, para
encomendarlo a las manos de Dios. Pero el consuelo de la fe no basta para enjugarnos las
lágrimas y devolvernos la serenidad. Mas bien nos identificamos con las palabras de pena y
de dolor del profeta Jeremías, que hemos escuchado en la primera lectura. El profeta llora y
se lamenta por la desgracia de su pueblo herido de muerte, derrotado, a punto de
emprender el camino del destierro.
Pero en medio de tanta desesperación y miseria, el profeta recurre a su fe, eleva su oración
al Señor y, poco a poco, se va serenando y recobra la esperanza en Dios. Sus palabras
también pueden hoy traer consuelo y paz a nuestros corazones, atribulados por la muerte de
nuestro hermano y amigo: «Es bueno esperar en el Señor, porque el Señor es bueno para los
que confían en él».
Dios sabe de nuestros sufrimientos y conoce nuestros temores ante la muerte. Por eso no ha
querido abandonarnos a nuestro destino y ha tratado de traernos consuelo a través de los
profetas. Pero viendo que todo eso no bastaba, ha querido venir Él mismo en persona, para
compartir nuestros sentimientos, y así lo expresa con sus lágrimas en la muerte del amigo
Lázaro, o compadeciendo la desesperación de la viuda de Naín cuando llevaban a su hijo a
enterrar. Por eso Jesús, en el evangelio que hemos leído en esta ocasión, quiere evitar el
dolor de sus discípulos en su muerte, y les advierte lo que va a pasar «dentro de poco no me
veréis», pero también que eso no es todo, porque después de la muerte resucitará, por eso
«dentro de poco me volveréis a ver» y eso será ya definitivo, sin más traumas ni
limitaciones.
Para los cristianos morir es el paso necesario para podernos encontrar con Dios. Dale, Señor
el descanso eterno….
Marxo1-21016(Se puede acompañar con Tesalonicenses. 4, 12-17; Salmo: 129)
Dios ha creado el universo y al ser humano por amor, y por amor le ofrece compartir su
vida, la vida eterna en la persona de su Hijo Jesús. Y este Dios que se nos ha revelado como
Padre, nos da ahora su Espíritu para que podamos amar a la manera de su Hijo Jesucristo. Y
es el amor, el amor que hayamos dado a lo largo de nuestra vida a los demás, un amor
materializado en hechos concretos de perdón, solidaridad y servicio, es ese amor el puente
que nos permitirá pasar de la muerte a la vida.
Pero nos equivocaríamos si pensásemos que San Juan nos habla sólo de la vida
eterna. Para él todo el que no ama a su hermano, ahora y aquí mismo, está muerto, y en
esto coincide con nuestra experiencia de que el odio y el rencor que anidan en nuestro
corazón acaban matando en nosotros todo bien y felicidad. Si tan importante es para
nuestra vida el amar, amar a la manera de Dios, será bueno que a menudo hagamos examen
de cómo va nuestra vida en esta asignatura tan importante. La Iglesia durante este tiempo
de Cuaresma que estamos viviendo, nos invita a examinar y profundizar en nuestra vida.
Quizás hoy de lo que más andamos necesitados es de la reconciliación.
Y ante este Dios Padre misericordioso ponemos hoy la vida de María. Que le perdone
sus faltas y premie su amor. Que le de la vida que nos ha prometido en Jesús. Y que a
nosotros nos permita un día gozar de ese amor de Dios que nunca se acaba.
Mazo2106
Lecturas: AT Sabiduría 4, 7-15 - III, NT Juan 17, 24-26 - XVIII
Hemos escuchado un trozo del discurso de despedida del Señor. Es la Ultima Cena,
Jesús se está despidiendo de sus discípulos y ante la proximidad de la muerte, abre su
corazón y expresa sus más íntimos deseos. Y su deseo dirigiéndose al Padre lo expresa así:
“que los que me confiaste, Padre, estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la
que me diste, porque me amabas antes de la fundación del mundo”.
Y nosotros, los que aún vivimos en este mundo, nos detenemos unos minutos a pensar,
a reflexionar sobre nuestra vida. Y si sabemos que nuestro destino es encontrarnos con el
Señor, bueno será que comencemos a vivir ya aquí con El, aceptando sus actitudes y sus
criterios, contemplando esa gloria que El nos mostró en su vida entregada en el servicio a los
demás.
Esa Gloria que el mundo no conoce y rechaza, pero que nosotros sabemos es la verdadera
gloria de los hombres. Aquí nuestra Gloria se manifiesta en el servicio callado, humilde y
generoso hacia los demás, en la vida futura esa Gloria se manifestará con todo el esplendor
que Dios tiene.
Que esta despedida de nuestro hermano nos anime a todos a confiar en Dios y a
entragarnos al servicio de los demás.
Difnto. Marzo 22.
Estamos compungidos. Nos pasa como a los discípulos de Emaús aquella tarde del domingo
de resurrección. La muerte de Jesús había acabado con todas sus expectativas: «Nosotros,
confiesan, esperábamos...», pero se han decepcionado;ya no esperan más y huyen hacia
adelante, tratando de olvidar.
Pero no pueden evitar el irse comentando todo lo sucedido. Les pasaba algo parecido a lo
que nos pasa hoy a nosotros, en la muerte de nuestro hermano N. Hace unos momentos, en
el velatorio, se iban acercando los familiares y amigos, todos con las mismas preguntas,
todos con la misma sorpresa, todos compartiendo sentimientos de condolencia y tratando
de aliviar la pena de los más allegados, todos sin saber más qué decir.
A los de Emaús se les acercó Jesús, empezó a hacerles preguntas, tratando de que
reflexionaran sobre lo sucedido, y poco a poco los fue tranquilizando, y recobraron el ánimo
y la palabra. Hoy también Jesús sale a nuestro encuentro en la eucaristía. Mejor dicho,
somos nosotros los que hemos venido a su encuentro, a escuchar su palabra de vida eterna.
¿Qué dice la Escritura, preguntó Jesús a los dos discípulos? Y les fue explicando el sentido de
las Escrituras, como quiere hacer ahora con nosotros. Hemos escuchado su palabra.
En la primera carta, san Pablo trata de explicar a los cristianos de Corinto cómo si queremos
vivir, libres del miedo a la muerte, tenemos que reconocer la necesidad de despojarnos de
este cuerpo mortal y corruptible y revestirnos de otro incorruptible e inmortal. Entonces
comprenderemos cómo se cumple la Escritura, que dice: «la muerte ha sido vencida, se
acabó con la prepotencia de la muerte. ¿En qué ha quedado su victoria?». Y se está
refiriendo a la nueva situación creada, tras la muerte de Jesús en la cruz, con su gloriosa
resurrección.
Es lo que hizo Jesús con los de Emaús, demostrando con toda la Escritura que era necesario
que el Hijodel hombre muriese para así entrar en la gloria. Es lo mismo que desea que
entendamos nosotros, que creamos. Los de Emaús no lo entendieron enseguida, pero
acabaron por convencerse al partir el pan. Entonces reconocieron a Jesús, creyeron en sus
palabras, se llenó de esperanza y gozo su corazón. Y les faltó tiempo para volver sobre sus
pasos. Regresar a Jerusalén y contárselo a los otros.
El resultado fue que los discípulos de Jesús creyeron y dedicaron su vida a divulgarlo por
todo el mundo, para que la gente crea y recobre el ánimo y la esperanza a pesar de todo. Y
este todo es la muerte, la nuestra y la de nuestro hermano, al que hemos traído aquí con
nosotros, para que, el que tantas veces quiso sentarse a la mesa del Señor, esté también
hoy, con nosotros, a su mesa compartiendo su pan y su palabra, pero disfrutando ya en el
cielo de la vida eterna, que es promesa y esperanza para nosotros, que aún quedamos
peregrinos en este mundo.
La eucaristía es viático para el camino. La eucaristía es precisamente el sacramento de
nuestra fe, el memorial de la pasión y muerte y resurrección del Señor, la fuente de nuestra
esperanza, el pan para el camino. Nos hemos reunido, como tantas veces, para celebrar la
muerte y resurrección del Señor, hoy para celebrar también la de nuestro hermano N.
Estamos seguros de que nuestro hermano vive; por eso nuestra celebración, en medio del
dolor de la ausencia, tiene también el consuelo de la esperanza, y es acción de gracias al
Padre por haberlo acogido en sus brazos.
Nuestra oración no sólo quiere recomendarlo a la misericordia y amor del Padre, sino que es
también ya petición de ayuda e intercesión para que desde el cielo, junto a Dios y a los
santos, nos ayuden a los que aún quedamos peregrinos en la tierra, para aliviarnos la pena
presente, y confortarnos con la esperanza.
Nuestra acción de gracias al Padre es también por tantos años de vida de N., por sus
desvelos por los suyos, por sus atenciones para con muchos, por sus esfuerzos para el bien
de todos, por todo cuanto de bueno y hermoso ha ido tejiendo durante su vida y sigue
inmarcesibleen nuestro recuerdo.
Que el Señor se lo tenga en cuenta y se lo recompense para que desde el cielo siga
dispensándonos su favor y nos alcance la gracia del Señor.
POR TODOS LOS DIFUNTOS DE NUESTRAS FAMILIAS, QUE NOS HAN PRECEDIDO
EN LA FE, PARA QUE RECIBAN A NUESTRO HERMANO EN EL REINO DE
LOS CIELOS. ROGUEMOS AL SEÑOR.
Para los cristianos morir es el paso necesario para podernos encontrar con Dios. Dale, Señor
el descanso eterno….
Homilía de difunto. Domin resurrec
El reciente atentado en Bruselas muestra el imperio de la muerte en nuestro mundo. Muerte
consecuencia del odio que engendra violencia y corre el riesgo de provocar una espiral de
odio y violencia, que es lo que quieren los terroristas. En esta situación costará trabajo
creerse que el Señor ha resucitado y con Él todos los seres queridos muertos y a los que
todavía lloramos. Y, sin embargo, este año, más que nunca, es necesario creer que el Señor
ha triunfado sobre las fuerzas del odio y de la muerte.
La resurrección de Jesús es la realización de todas la promesas hechas por Dios a su
pueblo y la anticipación del futuro definitivo de Dios. Es el acto fundacional de la Iglesia,
convocada por el Resucitado. Leemos algunos momentos más significativos de la historia de
la salvación en la que Dios ha actuado a favor de su pueblo. Ya la creación, inicio de esa
historia, es un momento de gracia, porque Dios crea al hombre a su imagen y semejanza
para poder compartir con él su vida divina (Gn 1,1-2,2). Ese amor misericordioso no
abandona al hombre pecador ni deja esclavo a su pueblo en Egipto sino que lo libera de la
esclavitud para llevarlo a su servicio. La resurrección de Jesús inaugura la nueva creación en
la que todo el universo será transformado y adquirirá la plenitud a la que Dios lo tenía
destinado. No sólo el hombre sino la creación entera son redimidas por la resurrec de xto
La resurrección cogió de sorpresa a todos, a empezar por sus discípulos y las
piadosas mujeres que iban a cumplir un deber caridad para con el muerto, embalsamar su
cuerpo, cosa que no habían podido hacer el día de su sepultura por falta de tiempo. El ángel
les reprocha el que sigan pensando en un muerto entre los muertos cuando en realidad el
Señor está vivo (Lc 24,1-12. El ángel les invita a penetrar en el misterio recordando las
palabras de Jesús que habían anticipado el acontecimiento. Según Jesús, su muerte y su
resurrección eran la realización de lo que las Escrituras anunciaban.
Las mujeres recordaron las palabras de Jesús y sin duda se abrieron a la fe pues
se convirtieron en anunciadoras de la resurrección. Pero los apóstoles no las creyeron y
pensaron que deliraban. Pedro, en cambio, fue al sepulcro y lo encontró vacío y se volvió
admirado. Tan sólo el encuentro con el Resucitado hará que la fe de los discípulos vuelva a
revivir y se reúnan de nuevo para ser los testigos de Jesús.
Existe el peligro de que nos pasemos la vida buscando al resucitado entre los
muertos. Quizás a través de la religión popular hemos vivido intensamente en las
procesiones la realidad de la pasión del Señor. Son tantos los sufrimientos del mundo que no
puede uno menos que compadecerse del inocente que entregó la vida para que no muera ya
más ningún inocente. Pero llega la Pascua y no sabemos cómo celebrarla. Tantos siglos de
catolicismo triste han dejando una herencia y una huella demasiado pesada. Pero es aquí
donde nos jugamos el futuro de nuestra fe como fuerza transformadora del mundo.
Frente a las ofertas de felicidad barata que ofrece el mundo, los cristianos
seguimos proclamando que el corazón del hombre tiene una sed de amor infinito y absoluto.
Sólo si nosotros resucitamos en Cristo y llegamos a pertenecer totalmente a Dios, y Él nos
pertenece totalmente a nosotros, nuestro corazón inquieto encontrará finalmente su
descanso. Vivamos intensamente esta eucaristía y sintámonos también nosotros enviados a
anunciar a nuestros hermanos la buena noticia: Jesús está vivo. Venid y lo veréis.
Resurrecion-
Queridos hermanos: en este Domingo radiante de Vida, la Iglesia nos invita a
participar del gozo de la Resurrección del Señor. Se nos invita a participar (no a
mirar desde fuera), a hacer nuestra esta alegría, como cuando se toma parte en
una fiesta... Y esta es la fiesta más grande: es la Pascua: la del Señor y la nuestra.
Pascua: paso de la muerte a la Vida, a la vida gloriosa de los hijos de Dios, Vida
que ya se nos da en Cristo Resucitado, al que ahora celebramos.
Pascua: paso de la oscuridad a la Luz del Señor, del caos de este
mundo al orden de la Nueva Creación que Dios ya introdujo en Jesucristo
Resucitado. Paso de la esclavitud a la libertad; del desierto a la posesión de la
Tierra prometida, al Reino de Dios; del pecado a la amistad con Dios; del hombre
viejo destinado a la muerte al hombre nuevo, hecho para el Cielo. Paso de la
incredulidad y la desesperación, a la alegría serena y profunda de la Fe, la
Esperanza y el Amor.
No puede haber para el hombre alegría más profunda que la que
hoy se proclama: la alegría de la Salvación. Hoy resuena, como el silbido de una
luz vertiginosa, el eco, aún vivo, del anuncio de la Resurrección del Señor. De
boca en boca corre este rumor, que se prueba eficazmente por el testimonio del
Espíritu en los corazones renovados. Cristo ha resucitado y se ha aparecido. Es
verdad. Nosotros somos testigos de ello.
Sin embargo, para entrar en esta Fiesta, la Fiesta Eterna de los
hijos de Dios, es necesario que nos vistamos con el traje de fiesta adecuado. Y
ese traje de fiesta es la FE. Y sin Fe, nos quedamos fuera de esta fiesta. De los
hombres y mujeres que conocieron a Jesús, sólo los que tuvieron fe en Él
encontraron la alegría de la salvación. Para los otros, las cosas no cambiaron. Del
mismo modo ocurre hoy: sólo por la fe, que recibimos en el Bautismo y
compartimos en cada Misa, encontramos la alegría de la salvación... para los
otros, este Domingo es igual a todos... puede que incluso sea hasta un día triste,
vacío, lleno de nostalgia y de un deseo ahogado de encontrarse con Dios. La
Pascua que celebramos inaugura un tiempo de gozo. Jesucristo ha resucitado
como el Primero de muchos, para mostrarnos cual es la vida que nos espera y se
nos ofrece si damos el “paso” de la fe.
Tenemos así el futuro garantizado por Dios mismo, que ha hecho
con nosotros una Alianza Nueva y Eterna, sellada con la Sangre de su Hijo. Así
por la fe celebramos a Jesucristo, el Hombre Nuevo que nos renueva, a nosotros
y a toda la Creación, inaugurando cielos nuevos y tierra nueva; y Jesús, el Señor,
es ya la Cabeza de esta Nueva Creación. Por eso anoche hemos
bendecido el fuego, la luz, el agua, y hemos renovado nuestras promesas
bautismales: porque celebramos la nueva Vida que nos trae el mismo Dios hecho
hombre. La Resurrección aniquila el poder de la muerte y la transforma sólo en
un paso - amargo pero no definitivo - : la muerte se transforma en el último acto
de amor y entrega del hombre a su Señor.
Nosotros no hemos tenido oportunidad de ver a Jesús Resucitado.
Pero Él mismo nos dice que “son felices los que creen sin ver”. Por eso el Señor
no da, en primera instancia, “pruebas” en sentido estricto de la Resurrección,
sino sólo signos: una tumba vacía, y ángeles que lo proclaman vivo... Pero la
Palabra de la Sagrada Escritura que nos anuncia que Cristo murió y resucitó por
nosotros y por nuestra salvación, y la fe de la Iglesia, que parte de los mismos
Apóstoles, que vieron al Señor Resucitado, comieron y bebieron con Él, y
enviados por Él llegan hoy a nosotros en sus sucesores, los Obispos y los
Sacerdotes.
Por eso, nuestra única respuesta quiere ser la Fe... La fe del discípulo amado, que
no vio a Jesús (Evangelio de hoy); vio las vendas caídas y el sepulcro vacío, y
creyó en Jesús, al que más tarde vería...
También hoy nosotros queremos contemplar con fe el
testimonio inalterado de la Iglesia, que desde la Ascensión del Señor cree y
celebra al Resucitado en cada Misa, hasta que Él vuelva. El signo para nosotros
(como para el discípulo amado), es la misma Iglesia, que a pesar de su debilidad
y los defectos de sus miembros, permanece siempre estable a través de los
siglos, para dar testimonio de la Palabra del Señor y llevar a todos los hombres la
Buena Noticia de la Salvación.
Así, al celebrar hoy llenos de alegría al Señor Resucitado, avivemos nuestra fe,
acrecentemos nuestra esperanza, y dejemos que Cristo Resucitado renueve la
fuerza de nuestro Amor.AMÉN!! ALELUYA!!!
1- TEXTOS: Mateo 5,1-12ª La vida humana muchas veces parece que está llena de
contradicciones. De hechos absurdos. La misma muerte es uno de ellos. El hombre
difícilmente la puede parar. Y las respuesta que damos al sentido de nuestra vida por medio
de la fe también parecen absurdas e irreales. Recuerdo, por ejemplo, a san Francisco de Asís
que, haciendo un hermoso canto a Dios creador, dice: "Te alabamos, Señor, por nuestra
hermana la Muerte, compañera de viaje de todo viviente". ¿Se puede alabar a Dios por la
muerte? Es como el evangelio que hemos leído: Bienaventurados los pobres...
Bienaventurados los que lloran... Bienaventurados... Pero esto es el mundo al revés, porque
los hombres creernos que la felicidad "no es el dinero, pero ayuda mucho", y que es feliz el
que no tiene ninguna preocupación. ¿Qué pasa aquí con este mensaje de Jesús que dice que
la felicidad es el mundo al revés?
les quisiera ayudar a creer que, a pesar de lo absurdo de la muerte, es en ella donde el
hombre empieza a hacer camino hacia la felicidad de las bienaventuranzas. Por eso, os
quisiera decir: A PESAR DE LA MUERTE, CANTEMOS A LA VIDA. Sí, cantemos a la vida, porque
hay motivos para hacerlo. Ante la enfermedad de N. ....... agravada estos últimos tiempos,
ustedes, sus familiares, han cantado a la vida: le han dado su tiempo y su dedicación, han
estado a su lado. Cuando la llama parecía apagarse, estaban a su lado en guardia
permanente.
Y es que a nadie nos gusta tener a nuestros familiares enfermos, pero a la larga, y
creo que así lo pueden decir utedes, es para nosotros una experiencia importante, y una
experiencia que nos hace ser pobres. Nos hace dar todo lo que tenemos. Nos hace palpar
qué quiere decir ser persona. Nos hace ver que el hombre no será nunca dueño de la vida.
Porque la vida es de Dios y estamos en sus manos. Esto cuesta aceptarlo. Pero es la clave del
secreto. Es entonces cuando se entiende que se diga: "Te alabamos, Señor, por nuestra
hermana la Muerte", o bien: "Bienaventurados los que lloran, bienaventurados los que
sufren". Utedes lo pueden decir, hoy que despiden a N., porque su enfermedad, para
vosotros, ha sido un canto a la vida. Le han dado todo lo que tenían en sus manos,. Pero Dios
también da fuerzas en este momento. Yo no creo en un Dios mágico, que cura a nuestros
enfermos apenas se lo pedimos. Pero sí creo en Jesucristo, que nos predica a un Dios que no
ha pasado de largo ante el dolor humano, sino que se acerca a él. Y se acerca tanto, con su
Hijo Jesucristo, que él también ha muerto de una manera injusta.
Es por esta razón por lo que la muerte ya no es absurda para el creyente.Y por lo que
ahora, en estos momentos, cantamos a la vida. Gracias, Señor, por todos los beneficios que
has dado en esta vida a nuestro hermano. Dios se sirve del hombre para realizar su tarea en
el mundo. Nosotros no somos más que instrumentos en sus manos. Dios se ha servido de N.
para realizar en este mundo su amor, y merece la pena recordarlo, continuarlo. Esta es la
esperanza. Nada muere, siempre queda lo que nos marca a cada uno de nosotros. La vida es
como una carrera de relevos: nos vamos pasando el testigo del amor de Dios. Nuestro
hermano ha dejado una chispa de ese amor. Recojámosla y llevárnosla con nosotros, hasta
aquel día -así lo creemos- en que en el mundo feliz de las bienaventuranzas nos volveremos
a encontrar y compartiremos la felicidad sin fin.
4.- TEXTOS:- Apocalipsis 21,1-7 ; Mateo 11, 25-28.
Homilía genérica
("Venid a mí, y yo os aliviaré")
"Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviará". Son palabras
que Jesús nos dirige hoy a través del evangelio que acabamos de escuchar. Y lo hace
precisamente en un momento en que estamos apenados y desconsolados por la
muerte de N.
Y esa confianza es la que nos da valor y fuerza para seguir caminando por la
vida, para seguir luchando por un mundo más justo y solidario, para amar
siempre, cueste lo que cueste. Porque la resurrección nos dice que me-rece la
pena el esfuerzo, que todos los gestos de amor y solidaridad son fecun-dos y
transformados por Dios en vida verdadera.
La muerte, una vez más se ha llevado a uno de los nuestros. En estos momentos nuestro corazón y nuestro
pensamiento buscan respuestas, un sentido a la muerte. Sentimos la herida profunda de la ausencia de .... El vacío
que nos deja. Tanto más cuanto más grande era vuestro cariño por él. Por eso seguimos buscando respuestas,
porque no podemos soportar que todo el amor desplegado en vuestra familia, todo el trabajo, los buenos y malos
momentos pasados con ..., acaben aquí.
El hecho de la muerte, con toda su crudeza, nos revela una vez más algo que todos sabemos pero que
tendemos a olvidar, que la vida del hombre es como una sombra que pasa, como hierba del campo que hoy florece
y mañana se marchita, empleando palabras del salmista. El tiempo consume rápidamente nuestra vida. Y nos
seguimos preguntando cuál es el sentido de la existencia, ¿merece la pena amar si todo acaba en la muerte?
¿merece la pena tanto trabajo y sufrimiento? ¿merece la pena también tantas alegrías, si todo dura un instante
fugaz?. Todos los seres humanos nos hemos hecho alguna vez estas preguntas. Son preguntas que tememos
hacernos porque nos desinstalan. Muchos huyen de ellas entregándose a consumir su vida detrás del dinero, del
placer, del poder, del tener cosas que llenen ese vacío que todos llevamos dentro.
Nosotros, aquí, en la Iglesia, desde hace casi dos mil años, creemos haber encontrado una respuesta a esas
preguntas, una respuesta que se nos ha dado gratuitamente y que no nace de nuestros deseos. Una respuesta que no
pretende darnos un fácil consuelo, sino implicarnos en una difícil tarea. Una respuesta a la altura de la dignidad del
ser humano. Esta respuesta está en Cristo Jesús muerto y resucitado, en el Jesús real que vivió en este mundo
haciendo el bien, que lo mataron por decir la verdad, que mantuvo hasta la muerte su adhesión a un Dios Padre
bueno que nos da la vida verdadera. Esa vida que vieron y experimentaron unos testigos que hasta hoy nos han
transmitido como buena noticia. Por eso, aunque con humildad, aún con el corazón dolorido, aún sin comprender
totalmente, nosotros los cristianos, vivimos con confianza, al estilo y a la manera de Jesús, que confió siempre en
su Padre Dios. Por eso también comprendemos que nuestra vida aunque es como una sombra que pasa es una
sombra de Dios. Mejor aún, porque estamos hechos a imagen y semejanza de Dios sabemos que el amor nunca
muere, porque estamos hechos de la misma esencia que constituye a Dios: el amor. Por eso también
comprendemos que si la vida es amor, la vida tiene que morir de amor para dar frutos de amor, como el grano de
trigo, como Jesús. Muere la vida pero no la persona que vive para Dios, con la vida de Dios. Por eso, el mejor
consuelo y esperanza que encontraremos será revivir y rememorar el amor que sentisteis por ..., el amor que
sentimos por nuestros familiares y amigos difuntos, revivirlo y rememorarlo bajo la mirada del Dios Padre que nos
ha revelado Jesús, y dejar que la confianza en Dios, la confianza en todo lo bueno y hermoso que tienen las
personas y el mundo renazca en nuestro corazón.
Que el amor de Dios y el amor de ... os mantenga unidos siempre en el amor, a vosotros familiares que lo
estuvísteis en su vida, en su enfermedad y en su muerte. Que crezcáis en el amor todos los días de vuestra vida, y
que un día nos encontremos juntos, junto al Padre de todos, felices en el cielo y la tierra nuevas que se nos han
prometido.
ariño por él. Por eso seguimos buscando respuestas, porque no podemos soportar que todo
el amor desplegado en vuestra familia, todo el trabajo, los buenos y malos momentos
pasados con ..., acaben aquí.
El hecho de la muerte, con toda su crudeza, nos revela una vez más algo que todos
sabemos pero que tendemos a olvidar, que la vida del hombre es como una sombra que
pasa, como hierba del campo que hoy florece y mañana se marchita, empleando palabras
del salmista. El tiempo consume rápidamente nuestra vida. Y nos seguimos preguntando
cuál es el sentido de la existencia, ¿merece la pena amar si todo acaba en la muerte?
¿merece la pena tanto trabajo y sufrimiento? ¿merece la pena también tantas alegrías, si
todo dura un instante fugaz?. Todos los seres humanos nos hemos hecho alguna vez estas
preguntas. Son preguntas que tememos hacernos porque nos desinstalan. Muchos huyen
de ellas entregándose a consumir su vida detrás del dinero, del placer, del poder, del tener
cosas que llenen ese vacío que todos llevamos dentro.
Nosotros, aquí, en la Iglesia, desde hace casi dos mil años, creemos haber encontrado
una respuesta a esas preguntas, una respuesta que se nos ha dado gratuitamente y que no
nace de nuestros deseos. Una respuesta que no pretende darnos un fácil consuelo, sino
implicarnos en una difícil tarea. Una respuesta a la altura de la dignidad del ser humano.
Esta respuesta está en Cristo Jesús muerto y resucitado, en el Jesús real que vivió en este
mundo haciendo el bien, que lo mataron por decir la verdad, que mantuvo hasta la muerte
su adhesión a un Dios Padre bueno que nos da la vida verdadera. Esa vida que vieron y
experimentaron unos testigos que hasta hoy nos han transmitido como buena noticia. Por
eso, aunque con humildad, aún con el corazón dolorido, aún sin comprender totalmente,
nosotros los cristianos, vivimos con confianza, al estilo y a la manera de Jesús, que confió
siempre en su Padre Dios. Por eso también comprendemos que nuestra vida aunque es
como una sombra que pasa es una sombra de Dios. Mejor aún, porque estamos hechos a
imagen y semejanza de Dios sabemos que el amor nunca muere, porque estamos hechos de
la misma esencia que constituye a Dios: el amor. Por eso también comprendemos que si la
vida es amor, la vida tiene que morir de amor para dar frutos de amor, como el grano de
trigo, como Jesús. Muere la vida pero no la persona que vive para Dios, con la vida de Dios.
Por eso, el mejor consuelo y esperanza que encontraremos será revivir y rememorar el
amor que sentisteis por ..., el amor que sentimos por nuestros familiares y amigos difuntos,
revivirlo y rememorarlo bajo la mirada del Dios Padre que nos ha revelado Jesús, y dejar que
la confianza en Dios, la confianza en todo lo bueno y hermoso que tienen las personas y el
mundo renazca en nuestro corazón.
Que el amor de Dios y el amor de ... os mantenga unidos siempre en el amor, a vosotros
familiares que lo estuvísteis en su vida, en su enfermedad y en su muerte. Que crezcáis en el
amor todos los días de vuestra vida, y que un día nos encontremos juntos, junto al Padre de
todos, felices en el cielo y la tierra nuevas que se nos han prometido.
Abril 13 dfto
La muerte, una vez más se ha llevado a uno de los nuestros. En estos momentos nuestro
corazón y nuestro pensamiento buscan respuestas, un sentido a la muerte. Sentimos la
herida profunda de la ausencia de .... El vacío que nos deja. Tanto más cuanto más
grande era vuestro cariño por él. Por eso seguimos buscando respuestas, porque no
podemos soportar que todo el amor desplegado en vuestra familia, todo el trabajo, los
bueos y malos momentos pasados con ..., acaben aquí.
El hecho de la muerte, con toda su crudeza, nos revela una vez más algo que todos
sabemos pero que tendemos a olvidar, que la vida del hombre es como una sombra que
pasa, como hierba del campo que hoy florece y mañana se marchita, empleando palabras
del salmista. El tiempo consume rápidamente nuestra vida. Y nos seguimos preguntando
cuál es el sentido de la existencia, ¿merece la pena amar si todo acaba en la muerte?
¿merece la pena tanto trabajo y sufrimiento? ¿merece la pena también tantas alegrías, si
todo dura un instante fugaz?. Todos los seres humanos nos hemos hecho alguna vez estas
preguntas. Son preguntas que tememos hacernos porque nos desinstalan. Muchos huyen
de ellas entregándose a consumir su vida detrás del dinero, del placer, del poder, del tener
cosas que llenen ese vacío que todos llevamos dentro.
Nosotros, aquí, en la Iglesia, desde hace casi dos mil años, creemos haber encontrado
una respuesta a esas preguntas, una respuesta que se nos ha dado gratuitamente y que no
nace de nuestros deseos. Una respuesta que no pretende darnos un fácil consuelo, sino
implicarnos en una difícil tarea. Una respuesta a la altura de la dignidad del ser humano.
Esta respuesta está en Cristo Jesús muerto y resucitado, en el Jesús real que vivió en este
mundo haciendo el bien, que lo mataron por decir la verdad, que mantuvo hasta la muerte
su adhesión a un Dios Padre bueno que nos da la vida verdadera. Esa vida que vieron y
experimentaron unos testigos que hasta hoy nos han transmitido como buena noticia. Por
eso, aunque con humildad, aún con el corazón dolorido, aún sin comprender totalmente,
nosotros los cristianos, vivimos con confianza, al estilo y a la manera de Jesús, que confió
siempre en su Padre Dios. Por eso también comprendemos que nuestra vida aunque es
como una sombra que pasa es una sombra de Dios.
Mejor aún, porque estamos hechos a imagen y semejanza de Dios
sabemos que el amor nunca muere, porque estamos hechos de la misma esencia que
constituye a Dios: el amor. Por eso también comprendemos que si la vida es amor, la vida
tiene que morir de amor para dar frutos de amor, como el grano de trigo, como Jesús.
Muere la vida pero no la persona que vive para Dios, con la vida de Dios. Por eso, el
mejor consuelo y esperanza que encontraremos será revivir y rememorar el amor que
sentisteis por ..., el amor que sentimos por nuestros familiares y amigos difuntos, revivirlo
y rememorarlo bajo la mirada del Dios Padre que nos ha revelado Jesús, y dejar que la
confianza en Dios, la confianza en todo lo bueno y hermoso que tienen las personas y el
mundo renazca en nuestro corazón.
Que el amor de Dios y el amor de ... os mantenga unidos siempre en el amor, a
vosotros familiares que lo estuvísteis en su vida, en su enfermedad y en su muerte. Que
crezcáis en el amor todos los días de vuestra vida, y que un día nos encontremos juntos,
junto al Padre de todos, felices en el cielo y la tierra nuevas que se nos han prometido.
HOMILÍA de fjuneral de dos hermanos abril 16,
Querido, presentes en espíritu en medio de nosotros, : ¡Qué días tan
tristes! –¡Qué horas tan densas, tan misteriosas! En este atardecer de
sabado, estamos en esta iglesia de santa ana, recordándolos,
queriéndolos, sintiéndonos muy unidos a ustedes, más con el corazón
que con la mente.A propósito de la desdedida de estos dos hermanos
nuestros quiero contarles el diálogo filosófico teológico de los DOS
GEMELOS. En este momento se lo dedicamos a estos hermanos, en
presencia de sus amigos:
“Dos gemelos fueron concebidos en un seno.
Pasaron las semanas, y los gemelos fueron creciendo. A medida que
iban tomando conciencia, su alegría rebosaba. “Dime, ¿no es increíble
que vivamos? ¿No es maravilloso estar aquí?”. Los gemelos comenzaron
a descubrir su mundo. Cuando encontraron el cordón que les unía a su
madre, y a través del cual les llegaba el alimento, exclamaron llenos de
gozo: “¡Tanto nos ama nuestra madre que comparte su vida con
nosotros!”.
Pasaron las semanas y los meses. De repente, se
dieron cuenta de cuánto habían cambiado. “¿Qué significará esto?”,
preguntó uno. – “Esto significa (respondió el otro) que pronto no
cabremos aquí dentro”…”No podemos quedarnos aquí dentro. Vamos a
nacer”. Pero el primero objetó: “No quiero verme fuera de aquí en
ningún caso. Quiero quedarme aquí para siempre”.
Su hermano le dijo: “Reflexiona: no tenemos otra
salida. Acaso haya otra vida después del nacimiento”… A lo que el
primero respondió con energía: “¿Cómo puede ser eso? Sin el cordón de
la vida no es posible vivir. Además, otros antes de nosotros han
abandonado el seno materno y ninguno de ellos ha vuelto a decirnos
que hay una vida tras el nacimiento. No. Al salir se acaba todo. Esto es
el final”.
“Si la concepción acaba con el nacimiento, ¿qué sentido tiene esta vida
aquí? No tiene ningún sentido. A lo mejor, resulta que ni existe una
madre, como siempre hemos creído”. – ¡Debe existir!, protestaba el
primero, de lo contrario, ya no nos queda nada”. A lo que el otro
preguntó: ¿Has visto alguna vez a nuestra madre? A lo mejor, nos la
hemos imaginado. Nos la hemos forjado para podernos explicar mejor
nuestra vida aquí”.
Así, entre dudas y preguntas, sumidos en profunda
angustia, transcurrieron los últimos días de los dos hermanos en el seno
materno. Por fin, llegó el momento del nacimiento. Cuando los gemelos
dejaron su mundo, abrieron los ojos y lanzaron un grito. Lo que vieron
superó sus más atrevidos sueños”.
La muerte es una puerta que traspasa cada hombre o mujer en solitario. Una vez cerrada la
puerta, el muerto se nos oculta para siempre. No sabemos qué ha sido de él. Ese ser tan
querido y cercano se nos pierde ahora en e1 misterio insondable de Dios. ¿Cómo
relacionarnos con él?
La liturgia cristiana nos revela cuál es la actitud de los creyentes ante la muerte de nuestros
amigos y hermanos.
La Iglesia no se limita a asistir pasivamente al hecho de la muerte ni tan sólo a consolar a los
que quedamos aquí llorando a nuestros seres queridos. Su reacción espontánea es de
solidaridad fraterna hacia el difunto.
La comunidad cristiana rodea al que muere, pide por él y le acompaña con su amor y su
plegaria en ese misterioso encuentro con Dios.
Esta confianza que llena el corazón de los-creyentes de paz y esperanza ante la muerte de
nuestros seres queridos no es un sentimiento arbitrario, sino que nace de nuestra fe en
Jesucristo resucitado: «Recuerda a tu hijo a quien has llamado de este mundo a tu presencia.
Concédele que así como ha compartido ya la muerte de Jesucristo, comparta también con él
la gloria de la resurrección”.
Todo esto puede parecer inaceptable a muchos que se acercarán hoy al cementerio a
depositar unas flores y recordar experiencias vividas aquí con sus seres queridos. Como
decía K Rahner, hay cosas que sólo podemos vivir “si tenemos un corazón sabio y humilde y
nos acostumbramos a ver lo que está sustraído a la mirada del superficial y del impaciente”.
HOMILIA.
Pero la muerte no es problema sólo del individuo humano. La muerte está presente dentro
de toda vida, envolviendo con sus brazos poderosos a todo viviente. Se puede afirmar que
todo lo que vive está ya camino de la muerte.
Los animales que corren, vuelan y se agitan por la tierra entera, la vegetación multicolor que
cubre nuestro planeta, la vida que se puede encerrar en el universo entero, camina hacia la
muerte.
Pero hay que decir todavía algo más. Lo que construyen los vivientes, sus organizaciones, sus
grandes sistemas, sus revoluciones, logros y conquistas están abocados también a morir un
día.
Y sin embargo, desde el fondo de la vida, de toda vida, nace una protesta. Ningún viviente
quiere morir. Y esta protesta se convierte en el hombre en un grito consciente de angustia y
de impotencia que refleja y resume el deseo profundo de toda la creación.
Los cristianos creemos que este anhelo por la vida ha sido escuchado por Dios. Jesucristo
muerto por los hombres, pero resucitado por Dios, es el signo y la garantía de que Dios ha
recogido nuestro grito y quiere encaminarlo todo hacia la plenitud de la vida.
Por eso dentro de esta vida mortal, el creyente es un hombre que afirma la vida y rechaza la
muerte. Defiende y promueve todo lo que conduce a la vida, y condena y lucha contra todo
lo que nos lleva a la destrucción y la muerte.
Dios ha dicho no a la muerte. La actitud cristiana de defensa de la vida en todos los frentes
(aborto, eutanasia, muertes violentas, opresión destructora... ) nace de esa fe en un Dios
«amigo de la vida» que en Jesucristo resucitado nos descubre su voluntad de liberarnos
definitivamente de la muerte.
Familiares de ... y hermanos todos:
Y esa confianza es la que nos da valor y fuerza para seguir caminando por la vida, para
seguir luchando por un mundo más justo y solidario, para amar siempre, cueste lo que
cueste. Porque la resurrección nos dice que me-rece la pena el esfuerzo, que todos los
gestos de amor y solidaridad son fecun-dos y transformados por Dios en vida verdadera.
“En la vida y en la muerte somos del Señor”, nos decía San Pablo. En esta fe nosotros
hoy damos las gracias a Dios por la larga vida de Antonio, por su amor, su trabajo, sus
desvelos, por todo lo que dio a su familia, y pedimos que tenga misericordia con sus
defectos y errores, y que un día podamos encontrarnos todos en la casa del Padre.
Amén.
La respuesta de Dios al interrogante sobre la muerte
"Después de que me arranquen la piel, ya sin carne, veré a Dios, yo mismo lo veré,
y no otro, mis propios ojos lo verán". Así hablaba Job en la primera lectura que hemos
escuchado. Job ha descubierto en medio de su desgracia, en medio de la muerte, la
presencia callada y silenciosa de Dios. Después de la rebelión, Job ha decidido
finalmente poner toda su confianza en Dios, a pesar de que Dios calla, a pesar de que
parece que no hay respuesta a la injusticia del sufrimiento y del dolor, Job acepta y
confía.
Job vivió antes que Jesús, y en cierta medida Job no tuvo la suerte de conocer la
respuesta de Dios a la muerte. Nosotros sí la hemos conocido en Cristo. Nosotros
hemos descubierto en El, algo mejor que la respuesta a la muerte, algo más
importante y más decisivo para nuestra vida: el sentido que tiene el sufrimiento y la
muerte. Nosotros hemos visto en Jesús, que la vida entregada al amor y al servicio de
los demás, tiene futuro, tiene continuidad.
Por eso, ser cristiano no es otra cosa que vivir en una continua acción de gracias a
Dios. Gracias por la vida que nos ha dado, gracias por todos los acontecimientos,
gracias por todas las personas que hicieron el camino de la vida a nuestro lado, gracias
por lo bueno y por lo malo, gracias sobre todo por su Hijo, Jesús, que muriendo por
nosotros nos ha abierto las puertas de la feli-cidad eterna.
Y hoy aquí, ante el cadáver de ..., también le damos gracias a Dios, por su vida, por
su trabajo y por su servicio, también por su sufrimiento que lo ha unido al sufrimiento
de Cristo, y gracias finalmente por su muerte que le ha permitido unirse a la muerte y
a la resurrección de Cristo. Esta es nuestra fe y nuestra confianza que aquí
confesamos y proclamamos.
Dofunjato mayo 8.
Tan importante es festejar el cumpleaños de un ser querido recordando cuando
nació, -alegres de poder compartir su vida-, como festejar cuando uno de ellos
nace a la vida eterna y conoce cara a cara a Dios, -aunque nos entristezca tener
que separarnos momentáneamente de él, pero con la certeza de que llegó a su
destino. Ojalá recordáramos cada día aquello que un padre le dijo a su hijo al
nacer: “Hijo hoy tú lloras mientras todos sonríen, ojalá vivas de tal forma que
cuando mueras todos lloren y tú sonrías”
MORIR ES NACER DE NUEVO En el vientre de una mujer
embarazada se encontraban dos bebés. Uno pregunta al otro: – ¿Tú crees en la
vida después del parto? – Claro que sí. Algo debe existir después del parto. Tal
vez estemos aquí porque necesitamos prepararnos para lo que seremos más
tarde. – ¡Tonterías! No hay vida después del parto. ¿Cómo sería esa vida? – No lo
sé pero seguramente … habrá más luz que aquí. Tal vez caminemos con nuestros
propios pies y nos alimentemos por la boca. – ¡Eso es absurdo! Caminar es
imposible.
¿Y comer por la boca? ¡Eso es ridículo! El cordón umbilical es por
donde nos alimentamos. Yo te digo una cosa: la vida después del parto está
excluida. El cordón umbilical es demasiado corto. – Pues yo creo que debe haber
algo. Y tal vez sea sólo un poco distinto a lo que estamos acostumbrados a tener
aquí. – Pero nadie ha vuelto nunca del más allá, después del parto. El parto es el
final de la vida.
Y a fin de cuentas, la vida no es más que una angustiosa
existencia en la oscuridad que no lleva a nada. – Bueno, yo no sé exactamente
cómo será después del parto, pero seguro que veremos a mamá y ella nos
cuidará. – ¿Mamá? ¿Tú crees en mamá? ¿Y dónde crees tú que está ella? –
¿Dónde? ¡En todo nuestro alrededor! En ella y a través de ella es como vivimos.
Sin ella todo este mundo no existiría. – ¡Pues yo no me lo creo! Nunca he visto a
mamá, por lo tanto, es lógico que no exista. –
Bueno, pero a veces, cuando estamos en silencio, tú puedes oírla
cantando o sentir cómo acaricia nuestro mundo. ¿Sabes? … Yo pienso que hay
una vida real que nos espera y que ahora solamente estamos preparándonos
para ella … -
Difuntos..mayo.
Le doy la razón a un amigo mío que me decía: “Dar la vida por otro tiene que ser
magnífico. De todos modos, yo creo que, llegado el momento, yo estaría dispuesto a
hacerlo. Pero lo difícil para mí es dar la vida en calderilla.” Dar la vida por otro es
ciertamente un gesto estupendo, pero está rodeado de muchas compensaciones. Si
das la vida por otro: terminas siendo un héroe; los periódicos te pondrán en primera
página como alguien extraordinario; y hasta la Iglesia es capaz de beatificarte por ese
gesto supremo de caridad.
Ese dar la vida así de un golpe, es duro, pero no cabe duda de que tiene
sus alicientes. En cambio, eso de “dar la vida en calderilla”, suena poco. No hace ruido
alguno. Todo pasa desapercibido. Ir dando la vida cada día en unos gestos de
amabilidad, no llama la atención. Ir dando la vida cada día en el perdón diario, nadie
lo va tomar en cuenta. Ir dando la vida cada día en la servicialidad, no lo anuncian los
periódicos. Ir dando la vida cada día en una sonrisa sencilla, a nadie sorprende. Ir
dando la vida cada día en no gritar, hablar con voz tranquila, nadie se fija.
Ir dando la vida cada día reconociendo los propios errores y pidiendo
disculpas, nadie se entera. Sin embargo, esta es la manera que todos tenemos de dar
nuestra vida por los demás. No siempre se tiene la oportunidad de que a uno le pidan
la vida de un golpe. Pero siempre tendremos al lado: A quien sonreír. A quien
perdonar. A quien decir una palabra amable. A quien decirle descansa que lo hago yo
por ti. A quien decirle, disculpa, me equivoqué. Es el modo de dar la vida en
“calderilla” es el modo de dar la vida a “poquitos”.
Pareciera menos doloroso, pero posiblemente, duele más que el
darla toda de una vez. Porque es el dolor de todos los días y de muchas veces al día.
Porque es el dolor sin aureola y que, de ordinario, nadie la agradece a uno. Tanto
valorar los grandes milagros, nos hemos olvidado del valor de los milagros pequeños.
Tanto valorar a los grandes gestos, nos olvidamos de dar el debido valor a los
pequeños gestos de cada día.
Personalmente no sé si, llegado el momento, tendría suficiente
valentía para dar mi vida por otro. Lo que sí sé, por experiencia, lo que me cuesta ser
amable siempre, sonreír siempre, comprender a los demás siempre, perdonar
siempre, y ser sincero siempre. Me gustaría que la Iglesia beatificara algún día a
alguien porque sencillamente dio su vida, entregó su vida todos los días “en
calderilla”. Ese día sí me convencería de que también yo puedo ser Beato y, quién
sabe, si algún día también Santo. –
Difuntos-mayo.
Paulo Coelho en su novela Brida comienza haciendo una comparación entre
constructores y jardineros. Y la verdad es que la idea me gustó. El constructor
planifica y ejecuta un plan que, posiblemente, está diseñado por otro. Los
cálculos están hechos por otro. Él se dedica sencillamente a realizar lo que otros
han trazado. Termina su obra y se desentiende de ella.
En cambio, el jardinero comienza por seleccionar las semillas o
las plantas, prepara el terreno, las planta, las riega, les escarba las malas hierbas,
las ve crecer, de cuando en vez también es testigo de los estragos que hacen las
tormentas o incluso ciertas pestes, trata de sanar las heridas de las plantas, y
espera. Luego ve cómo comienzan los primeros brotes, las primeras flores. Las
mira, se recrea en ellas. Piensa como mejorar las semillas y hasta se atreve a
ensayar la modificación de colores.
En la vida suele haber constructores y jardineros. Unos son
constructores. No son dueños de sus propios proyectos de vida, otros proyectan
por él. El sencillamente obedece a quienes deciden lo que tiene que ser y llega
un momento en que cree que ya se ha realizado, cree que ya llegó al final de su
obra y se detiene. Renuncia a crecer. En cambio otros, se sienten jardineros de su
propia vida. Seleccionan bien las semillas que van sembrando en su corazón y en
su mente. Siembran y plantan el jardín de su vida con aquellos valores y aquellas
flores que más le gustan.
Él mismo las va cuidando. Sabe cuando las debe regar y
cómo regarlas. Va creciendo y va siendo testigo gozoso de su propia identidad y
de su propia misión. No obedece a maestros que desde fuera le imponen un
estilo determinado. Él se decide ser lo que él mismo quiere ser. Nunca se siente
terminado. Cada día siente que algo muere en él y algo nuevo va naciendo. Sabe
que su obra de jardinería no terminará hasta su muerte.
Su vida es obra de toda la vida. Su vida es el esfuerzo, la
contemplación de todos los días. Siempre encuentra alguna ramita que cortar y
podar. Siempre es testigo de nuevos brotes, nuevas ilusiones, nuevas
esperanzas. Cada día vive atento a esas pestes de la mente y del corazón que
pueden dañar el jardín de su vida. Es bella la obra de los constructores. Pero más
bella es la obra de los jardineros. ¿Cuánto hay de constructor en mi vida?
¿Cuánto tengo de vocación de jardinero?
Por qué surgen dudas en vuestro interior? abril 19, 2015 juanjaureguicas Dejar un
comentario No siempre es fácil entender el Plan de Dios, sobre todo cuando no
coincide con nuestra manera de ver las cosas. Pero fe es sobre todo confiar, y
luego…confiar, y después… seguir confiando. BORDADOS DE LA VIDA Un niño pequeño
sentado en el suelo, contemplaba cómo su madre trabajaba cosiendo en una mesa
alta. El pequeño miraba y preguntaba qué es lo que estaba haciendo. Ella le
contestaba que estaba bordando. Todos los días le hacía la misma pregunta y ella le
contestaba lo mismo. Observaba su trabajo desde abajo, y le decía: – Mamá, ¿qué es
eso tan raro que estás bordando? Desde donde miraba, todo su bordado era muy
extraño y confuso. Era un amontonado de nudos e hilos de diferentes colores, unos
largos, otros cortos, unos gruesos y otros finos… Ella sonreía, miraba al pequeño y de
manera amable le decía: “Hijo, ve a jugar, en cuanto termine mi trabajo, te llamaré, te
tomaré en mis brazos y dejaré que veas el trabajo desde mi posición”. Durante
muchos días, le siguió preguntando: ¿Por qué usaba algunos hilos de colores oscuros y
otros claros en vez de un solo color? ¿Por qué eran tan desordenados y enmarañados?
¿Por qué estaba todo lleno de nudos y puntos? ¿Por qué tardaba tanto?… Por fin, un
día, ella le llamó, le tomó en sus brazos y le enseñó el bordado. Se sorprendió mucho
al verlo. ¡No se lo podía creer!¡Lo que desde abajo le parecía tan confuso, desde
arriba, era el cuadro de un paisaje maravilloso!. Entonces ella le dijo: – Hijo, desde
abajo mi bordado te parecía confuso y desordenado porque tú no lo podías ver desde
mi posición. Pero, ahora, mirándolo desde arriba ya puedes ver que en lo que estaba
haciendo había un bello diseño. Muchas veces, a lo largo de los años, hemos mirado al
cielo y hemos dicho: “Dios, ¿qué es lo que estás haciendo? ¿qué es lo que pasa con mi
vida? Él parece responder: Estoy bordando vuestra vida, hijos”. Y hemos seguido
preguntando: “Pero si lo vemos todo confuso… todo desordenado. Hay muchos nudos,
situaciones difíciles que no terminan, desgracias que no cesan y las cosas buenas se
pasan demasiado rápido. Algunos hilos son tan oscuros… ¿por qué no haces mejor las
cosas? Y él nos sonríe y nos dice: “Vosotros, ocupaos de vuestro trabajo, relajaros… y
siempre, confiad en mí. Yo haré mi trabajo. Un día, os tendré a todos conmigo y desde
donde yo estoy, entonces contemplaréis el plan de vida que he diseñado para
vosotros”. A veces no entendemos qué está ocurriendo en nuestras vidas. Las cosas
son confusas, no encajan y parece que nada nos sale bien. Lo importante es que
tengamos paciencia, que confiemos y recordemos que estamos mirando el reverso de
la vida. Desde el otro lado, las cosas se ven mucho más bellas y diferentes. - See more
at: http://juanjauregui.es/por-que-surgen-dudas-en-vuestro-interior/#more-1529
Homilía difun to mayo 16. al morir nos encontramos con el Dios de los vivientes. Iniciemos
con el Evangelio de S. Lucas: algunos saduceos que negaban la resurrección de los muertos
preguntaron a Jesús: “Maestro: Moisés ordenó que si alguien tiene un hermano casado, que
muere sin haber tenido hijos, se case con la viuda para dar descendencia al hermano”. Esta
norma tenía objetivos precisos, como no permitir que los bienes del difunto cayeran en
manos de los especuladores, ya que la viuda difícilmente podría conservar para sí lo que
perteneció a su esposo, dada la situación social de entonces, y la avaricia de los que se
abalanzaban sobre la herencia del difunto.
En el c. 20 47, del mismo Evangelio, Jesús acusa a los doctores de la Ley
de “devorar los bienes de las viudas”. En el mismo Evangelio de hoy, los saduceos presentan
el caso jocoso de una mujer que se casó hasta con siete hermanos que fueron muriendo uno
tras otro, hasta que murió la mujer; luego preguntan: “cuando llegue la Resurrección de los
muertos, ¿de cuál de ellos será esposa la mujer?” La respuesta de Jesús está fundada en la
fe: “Dios no es Dios de muertos sino de vivos, porque todos viven por Él”.
Se trata de una resurrección, que no es la simple vivificación de un cadáver;
ser resucitado significa no morir más; esto es, vida indefectible, que germinalmente ya es
poseída por el cristiano, que es por tanto hijo de la resurrección. Nuestro Dios es un Dios
vivo para hombres vivos. El hombre es una realidad histórica; vive en el hoy del tiempo; en
continuidad con el tiempo pasado, de donde toma la posibilidad de comprender todo lo que
para él es riqueza y valor perennes; vive el presente como momento real de su conciencia,
de su libertad y de su espiritualidad; pero se orienta hacia el futuro para recuperar el
significado del pasado y del presente, vive aspirando El futuro, lo que todavía no es, es para
el hombre la dimensión más radical porque condiciona sus elecciones humanas y determina
sus realizaciones.
La muerte será el naufragio de la vida? O qué será el hombre después de la
muerte? Este es el problema fundamental de la existencia: el futuro confirmará su
inconsistencia y vanidad? o recuperará el transitorio naufragio de la vida? Comentemos
algo, para los deterministas que los hay en todas partes y aún en nuestra cristiandad .Si la
vida presente lo es todo, si no hay algo más allá después de la muerte, es claro que materia y
espíritu se perderán definitivamente. Si todo termina con la muerte, si todo tiene un fin que
lo nivela o lo iguala, no hay proyecto que pueda trascender; el progreso humano en todo
orden, personal y comunitario, material y espiritual, cultural o técnico parecería tener un
soplo fatal y definitivo.
Los cristianos somos los testigos de la resurrección. Hoy muchos se fatigan
para creer en el más allá. Esto, por una parte es debido a la crítica marxista que juzga la vida
eterna como una evasión de la responsabilidad de transformar este mundo, y por otra, a la
civilización del bienestar empeñada a proponer una felicidad hedonista en este mundo.
Nosotros los cristianos, diciendo que nuestro Dios es Dios de vivos y no de muertos,
hacemos una afirmación que se refiera al más allá, pero también al presente. Dios de vivos,
ya hoy verdaderamente vivientes, empeñados a fondo en la vida para mejorar la situación
de la humanidad. Vida, que no puede terminar, porque es la misma vida de Dios, vida que
por tanto continúa más allá de la vida física
Pasaje de Emús: Lc.2413-17. 25-35
hoy nuestra hermana …., se ha ido por el camino de la pascua al cielo. dejándonos una
sonrisa en su rostro como indicándonos que el lugar donde está no hay llanto, ni luto, ni
dolor sino alegría y gozo en el Señor. Dios tiene para cada uno sus planes, quizá el hombre
les quiera cambiar con el uso de su libertad, pero bien sabemos que los planes de Dios, como
diría el apóstol Pablo, son sin duda lo mejor.
Hay muertes repentinas, un accidente, un infarto, sin tiempo para despedirse de nadie, ni
dar consejos, ni dejar recomendaciones a última hora, todo se acaba en un abrir y cerrar de
ojos y hay otras muertes, alargadas y lentas, como queriendo y no queriendo despegar al
infinito, en el que el tiempo da oportunidad para rectificar, para poner y dejar las cosas
ordenadas, si, para contemplar la vida y verla desde muchos ángulos y perspectivas
diferentes, cuestionamientos y preguntas, cuyas respuestas quizá, vengan después de la
muerte, sin llegar a entender el mundo del dolor pero asimilando a la hermana enfermedad
como compañera, que nos va enseñando muchas cosas, la paciencia, la humildad, la
constancia, la fortaleza ante la adversidad, la fragilidad ante el tiempo ,
marcando un camino que se hace familiar para purificar mil cosas que quizá no
comprendíamos y dentro de las horas del misterio que tiene la vida y la muerte, como que
vamos despertando a un nuevo amanecer que se ve en el horizonte más allá de nuestros
pensamientos y sentimientos comunes, de los cuales Jesús ya nos habló como en parábolas,
un deshojar la flor hasta quedarnos con el ultimo pétalo en nuestras manos. El reino de los
cielos se parece a las doncellas que esperan la llegada del novio para el banquete de bodas,
para el que hay que estar preparados con las lámparas encendidas, para cuando llegue, salir
a su encuentro” o cuando dice ”En la casa de mis Padre hay muchas moradas y voy a
prepararles un lugar”
Nuestra hermana… pudo esperar para entrar en el banquete con su lámpara encendida,
tiempo para entender que la resurrección de Jesús venció la muerte y el pecado como portal
para la eternidad y ayer viernres entregaba a Dios Padre su tarea cumplida.
En su larga vida tuvo tiempo para aprender muchas cosas y dejar también un ejemplo,
En esta historia del dolor y la muerte, , está su familia sus, hijos , su familia, para Elvira como
hija fiel , has sido con otros miembros de su familia como el cirineo que has ayudado a llevar
la cruz hasta la cima, como le ayudaron a Jesús hasta el calvario
Hoy todos debemos agradecer la fe cristiana que nuestros padres nos dieron y que ha sido la
llave para entrar en esa dimensión del misterio ante el aparente sin sentido de la muerte,
pero paso obligatorio para llegar a la vida.
Como los discípulos de Emús ante la muerte de un ser querido nos sentimos como humanos
tristes e impotentes o fracasados, no comprendemos los caminos de Dios, pero en esta
oscuridad Jesús sale al encuentro de sus amigos hundidos en la desesperanza, y les dirá
“tardos de corazón para creer lo que está escrito” y les fue iluminando con su palabra la
densa oscuridad, como convenía pasar por este momento de la muerte para llegar a la
gloria, de forma que al final del camino, le piden que se quede con ellos, porque ya es de
noche, se quedó y compartió con ellos la mesa y allí le reconocieron que estaba vivo y había
resucitado.
También nosotros necesitamos ese encuentro de Jesús peregrino que nos acompaña,
también necesitamos dejarnos iluminar por su palabra, también necesitamos decirle
quédate con nosotros porque sin ti nuestra vida es de noche, necesitamos comer en su mesa
para reconocer por la fe que estamos llamados a la vida en la resurrección, a sembrar
esperanza y vivir la caridad.
Por eso ustedes lloran sí, pero con esperanza, con fe y con paz en el corazón, porque creen
en su palabra, Dios enjuga nuestras lágrimas, el que sabe del amor a hijos o esposa o marido
podrá comprender mejor el amor de Dios Padre, como una madre ama hasta dar la vida por
sus hijos, Dios nos ama hasta dar su Hijo la vida por nosotros.
En esta Eucaristía el don más grande que tiene nuestra fe católica, Cristo que muere y
resucita, es un valor infinito, incomparable con todo lo humano que podemos ofrecer por
nuestra hermana.
Una madre es también misterio de la vida, a través de las madres Dios realiza los milagros de
su amor, por ello hoy hemos de agradecer a Dios la vida de las madres, y ustedes hijos debén
aprender de la vida de su madre y ofrecer a Dios como ella ya lo hizo, con su amor, su dolor,
su sacrificio generoso su ejemplo, vivamos la misma fe que ella, si ella nos acercó a Dios, no
nos separemos de Él, la muerte no es una separación para siempre sino un hasta luego,
habrá un mañana de encuentro definitivo con Dios en el cielo , mientras vivamos el presente
aguardando de tal manera, que con alegría y esperanza puedas decir tengo una madre
cristiana que me enseño como llegar a Dios y me espera en el cielo, allí está mi casa, porque
allá está mi madre, y ¿qué madre no quiere estar con sus hijos,? pues no le defraudemos.
La Virgen María madre que Jesús nos dio desde la cruz en el dolor antes de morir, nos
acompañe y nos cuide en este trayecto de caminar en la tierra hasta el cielo. R.Cob
Difunto mayo 22 ,El hombre empezó preguntándose por la Creación, después habló del
Sistema Solar, después se preguntó por el origen del hombre, luego habló un poquito del
nacimiento de Jesús . ese Jesús se hizo mayor y murió en la cruz y hoy, cuando nosotros
sufrimos la cruz, tenemos que unir nuestro sufrimiento a la cruz de ese Niño Jesús que se
hizo mayor". Y el señor dijo, entendiéndosele perfectamente: "Entonces, el sufrimiento
tiene sentido". Y la familia dijo: "¡Exacto!". Dice: "Entonces, ya me puedo morir en paz".
Hermanos: morirse, cuesta. Pero vivir cuesta más. Por eso, cuando sufráin, cuando
suframos, tenemos que unir ese sufrimiento, que tiene sentido, a la cruz de Jesús.
cuando bautizas en un pueblo a un niño es muy fácil, con los padrinos, la
vela, la hermosura de la ceremonia del Bautismo. recordar el "sí, creo; sí creo" de cuando
fuimos confirmados o de cuando fuimos padrinos de alguien. En un matrimonio, en una
boda todos los presentes pueden renovar las promesas de su matrimonio; en las
ordenaciones sacerdotales de los compañeros tú vuelves a decir "sí, quiero; sí, prometo; sí,
quiero; sí, quiero con la gracia de Dios".
Pero es difícil en un entierro que no pensemos en la vida de. Está
hermoso. Que pensemos en nuestra muerte, en tus pecados y en los míos y en cómo
tenemos las manos para presentarlas al Señor si hoy nos llamara. no tenemos que ver la
muerte como algo ajeno. Que, a veces, dicen: "¡Uy, toquemos madera! No nombres eso!" Sí,
sí; sí lo nombro. ¿Cómo estoy yo para presentarme delante de Dios? ¿Cuánto tiempo hace
que no confesé? ¡Espero que menos de ciento dos años! ¿Qué tengo que hacer para mejorar
algo en mi vida? ¿Con mi esposa?¿Con mi primo?¿Con mi vecino?¿Con el cura de mi pueblo?
¿Con mis hijos? Igual puedo mejorar algo. "Yo es que no hago pecados". ¡Ya lo sé! Nadie
hace pecados. El mundo va fatal, España va peor pero aquí nadie hace nada malo. Pero
quizás puedes mejorar un poquito, puedo mejorar un poquito, debo mejorar un poquito.
Y por último: la oración sobre las ofrendas y - . Y además de pedir por el eterno descanso de
……., que para eso hemos venido, tenemos que darle gracias a Dios de tantos regalos a lo
largo de su vida; de todas las Navidades que hemos pasado juntos, de todo lo que
aprendimos de ella, de que nos enseñara a rezar. "Jesús, José y María, os doy el corazón y el
alma mía. Jesús,
Hoy le damos gracias a Dios por xxxxxx le damos gracias a Dios por xxxxx. Y hoy le doy
gracias a Dios por vosotros, por sushermanos, por sus esposas y por todos.
"que esta ofrenda glorifique tu nombre y nuestra unión se haga fuerte por la participación
en estos Sacramentos". Estamos en la semana del octavario por la unidad de los cristianos:
hoy pedimos al Señor -y según Madre Maravillas porque los que van al cielo nos ayudan más
desde allí que todo lo que nos quisieron aquí- que nos mantenga unidos. Unidos a la familia,
a la Unión Seglar, a los colegios, al Opus Dei, a los amigos. Hermanos: a todos los bautizados
porque como decía la primera lectura "los que por el Bautismo nos incorporamos a Cristo,
fuimos incorporados a su muerte".
Homilia de un funeral por una mujer anciana
afrontar el momento de la muerte de un ser querido es una de
las cosas más dolorosas que uno tiene que afrontar durante la vida. Genera una desazón
interior y un desasosiego indescriptible ya que se nos priva de volver a estar junto a esa
persona tan querida. Recordemos que también la Santísima Virgen María lloró por el terrible
sufrimiento causado por la cruel crucifixión de su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo. Y también,
volvamos a pasar por nuestro corazón que el Hijo de Dios se hizo hombre y experimentó el
dolor y el sufrimiento que lleva aneja nuestra condición de criaturas.
Sin embargo los cristianos tenemos una certeza que jamás nadie nos la podrá arrebatar: que
resucitaremos. Ahora mismo estamos celebrando el funeral de nuestra hermana Esther y
todos nos unimos en la oración por ella y la echaremos de menos.
Lo que nos sucede a nosotros, las personas, es que nos aferramos mucho al terruño,
llegando incluso a considerar que no hay más que lo que vemos, oímos, palpamos, gustamos
y olemos. Craso error ya que a lo largo de toda la historia de salvación y de manera
constante Dios se nos ha ido manifestando en múltiples ocasiones y de variadas formas,
llegando a manifestar de un modo totalmente culminante y supremo en su único Hijo
Jesucristo. Que Jesucristo, al ser crucificado y muriendo por todos nosotros nos hizo el gran
regalo de la salvación, Él nos compró a precio de su sangre y en el madero de la cruz se
realizó la salvación, brotó el manantial de la salvación.
Y no nos olvidemos que Jesucristo resucitó de entre los muertos,
que durante cuarenta días se estuvo manifestando vivo en numerosas apariciones, que
después ascendió a la diestra de Dios Padre y que nos hace llegar la salvación por medio de
los sacramentos que administra la Iglesia Católica. Llegando incluso a quedarse entre
nosotros en la Eucaristía y poniendo como ‘su tienda de campaña’ entre nosotros de manera
permanente en el Sagrario. Es muy importante no olvidarnos de todo esto.
Lo que nos sucede a las personas es que nos llegamos a asemejar a las
plantas de nuestros jardines que cuando son arrancadas de cuajo siempre las raíces llevan
consigo tierra del lugar donde estaba bien arraigada. Nosotros los cristianos tendríamos que
tener arraigadas nuestras raíces en el cielo, y de un modo más exacto, en el Sagrario, en
Cristo Eucaristía. Hermanos, por eso el asistir a la Eucaristía dominical y la confesión
frecuente es tal importante como el oxígeno en el aire que respiramos constantemente.
Nuestra vida cristiana tiene que estar oxigenada para que cuando Dios nos llame ante su
presencia nos podamos personar ante Él lo mejor y antes posible.
Ayer Dios llamó ante su presencia a nuestra hermana ,,,,,,,,,,,, y ella se
está dirigiendo al Trono de la Gloria. Sin embargo no podrá ser recibida ante la presencia
divina hasta que esté totalmente purificada de culpa y de pecado. Y es aquí donde entramos
nosotros. Todas las oraciones que realicemos por ella serán una importante ayuda para
conseguir el fin: estar gozando de la dulzura del Señor contemplando su rostro. Dale Señor el
descanso eterno… y brille para ella la luz perpetua. Descanse en paz
FUNERAL DE CASTRILLON.
, como dice el libro del Apocalipsis; la buenas obras de Una vez más este misterio
inefable del ser humano, que nos maravilla y asombra cuando nace, que nos aflige y
sobrecoge cuando muere, nos ha convocado a todos en este templo Algunos –sus hijos
como viven las ramas enlazadas al tronco del árbol. Otros, los más, compañeros y
amigos, queremos compartir con ustedes el dolor y la esperanza. Y todos juntos,
creyentes y esperanzados, arropando con nuestra plegaria a esta persona, para que,
en este trance de su llegada al más allá, se encuentre con los brazos acogedores del
Dios de Jesús de Nazaret, ante el cual querríamos vivirnos como hijos e invocarle en
este instante como Padre.
Esta es una convocatoria para el dolor. Aunque la muerte suceda en una edad
avanzada, siempre llega pronto y abre en nuestras carnes una herida con sangre.
Duele y mucho no ver ya esos ojos que se cruzaban con nuestra mirada, no escuchar
ese timbre de voz que acariciaba nuestros oídos, no poder estrechar ya sus manos
entre las nuestras, ver Lo que nosotros queremos decirles es que en esta aflicción no
están solos. Todos los aquí presentes estamos a su lado. Hemos venido aquí como
acudió Jesús de Nazaret a Betania, cuando murió su amigo Lázaro: para estar cerca de
sus hermanas, Marta y María, acompañarlas en su aflicción y confortarlas en su
esperanza. Nuestro pésame no es una fórmula fría, huera y protocolaria; nace de lo
hondo de nuestro espíritu: “algo se muere en el alma cuando un amigo se va.
Para que esta celebración eucarística se realice como la última cena de Jesús, debe
estar llena de acción de gracias. Gratitud dirigida al Altísimo, manantial del que brotan
todos los bienes y valores que han presidido la vida de este hermano nuestro
piensa que unos brazos amorosos nos acogen cuando nacemos, y unas manos de
ternura nos reciben cuando morimos. Lo cual no es negar el lado oscuro de la muerte:
por supuesto que el cuerpo se convertirá en el sepulcro en polvo: “serán ceniza, más
tendrá sentido, polvo serán, mas polvo enamorado”. O como dice Benedicto XVI: “La
oración del cristiano no es el “Dies irae”, el día de la cólera, sino el Maranatha, “Ven,
Señor, no tardes”.
INTRODUCCIÓN
0 bien puede suceder que estando perfectamente sanos, caemos fulminados por un paro
cardíaco o perecemos víctimas de un accidente fatal.
La muerte es el trance definitivo de la vida. Ante ella cobra todo su realismo la debilidad e
impotencia del hombre. Es un momento sin trampa. Cuando alguien ha muerto, queda el
despojo de un difunto: un cadáver.
Esta situación provoca en los familiares y la comunidad cristiana un clima muy complejo. El
cuerpo del muerto genera preguntas, cuestiones insoportables. Nos enfrenta ante el sentido
de la vida y de todo, causa un dolor agudo ante la separación y el aniquilamiento. Todo el
que haya contemplado la dramática inmovilidad de un cadáver no necesita definiciones de
diccionario para constatar que la muerte es algo terrible.
Ese ser querido, del que tantos recuerdos tenemos, que entrelazó su vida con la nuestra, es
ahora un objeto, una cosa que hay que quitar de en medio, porque a la muerte sigue la
descomposición. Hay que enterrarlo. Y después del funeral, al retirarnos de la tumba, vamos
pensando con Becquer: ¡Qué solos y tristes se quedan los muertos!".
¿QUÉ ES LA MUERTE?
La definición dada por un diccionario muy en boga es:"La cesación definitiva de la vida". Y
define la vida como "el resultado del juego de los órganos, que concurre al desarrollo y
conservación del sujeto".
Habrá que reconocer que estas u otras definiciones tanto de la vida como de la muerte, no
expresan toda la belleza de la primera y todo el horror de la segunda.
La muerte es trágica. El hombre, que es un ser viviente, se topa con la muerte, que es la
contradicción de todo lo que un ser humano anhela: proyectos, futuro, esperanzas,
ilusiones, perspectivas y magníficas realidades.
Tenemos el maravilloso instinto de conservación que nos hace defender y luchar por la vida.
Sabemos que la vida es un don formidable y la humanidad ama la vida, propaga la vida,
defiende la vida, prolonga la vida y odia la muerte. En muchos casos luchamos por la vida
aunque ésta sea un verdadero infierno.
Triste espectáculo el ver a nuestros ser querido lleno de tubos por todos lados y rodeado de
sofisticados aparatos en una sala de terapia intensiva. No nos resignamos a dejarlo morir.
LA MUERTE DIGNA.
Se plantea ahora la cuestión del derecho a una "muerte digna". Debemos entender por esto
el derecho que tiene la persona a decidir por sí misma el tratamiento a su enfermedad.
Cuando el cuerpo ya ha cumplido su ciclo normal de vida, no hay obligación de recurrir "a
métodos extraordinarios" para prolongar la vida, según lo define la Iglesia. El enfermo tiene
derecho de pedir que lo dejen morir en paz.
Puede llegar el momento en que no sea justo mantener artificialmente viva a una persona, a
costa de la misma persona. Los sufrimientos de una agonía prolongada por una idea
equivocada de lo que es la vida o lo que es la muerte, no tienen sentido.
Desde que el hombre es hombre, ha tenido la intuición de que la vida, de alguna manera, no
termina con la muerte. Los más antiguos testimonios arqueológicos de la humanidad son
precisamente las tumbas, en las cuales podemos descubrir la idea que las diferentes culturas
tenían del más allá.
Del mismo modo, el hombre siempre ha intentado de mil maneras, entrar en contacto con
los difuntos. Diversas clases de espiritismo, apariciones, fantasmas, ánimas en pena, han
sido un vano y supersticioso intento de trasponer los dinteles de la muerte y saber algo del
más allá.
La realidad es que nuestros esfuerzos por investigar lo que sucede después de la muerte son
por demás frustrantes. Podemos decir que todo queda en especulaciones, algunas
totalmente equivocadas o fraudulentas, que no explican nada ni consuelan a nadie. No
sabemos prácticamente nada.
UNA LUZ EN LAS TINIEBLAS.
Sin embargo nuestro Creador, profundo conocedor de nuestra naturaleza humana, no podía
habernos dejado en completas tinieblas acerca de un asunto tan inquietante e importante
como es la muerte y lo que sucede en el más allá.
En su inmenso amor por la humanidad, nos envió a Su Hijo Unigénito, su Segunda Persona
Divina, como Luz del Mundo.
En Jesucristo Nuestro Señor todas las tinieblas quedan disipadas. Su infinita sabiduría nos
ilumina hasta donde Él quiso que viéramos: "Yo soy la Luz del Mundo. Quien me sigue no
andará en tinieblas".
SOMOS INMORTALES.
Toda la Sagrada Escritura nos enseña, pero especialmente el Nuevo Testamento nos
descubre el sentido de la vida y de la muerte y nos hace atisbar lo que Dios tiene preparado
para nosotros en la eternidad.
Lo primero que debería asombrarnos es que Dios, el eterno por antonomasia haya querido
compartir nuestra naturaleza humana hasta el grado de sufrir El también la muerte.
Jesucristo no vino a suprimir la muerte sino a morir por nosotros. "Se hizo obediente hasta
la muerte y muerte de cruz" (Fil.2:8). El misterio de la Cruz nos enseña hasta qué punto el
pecado es enemigo de la humanidad ya que se ensañó hasta en la humanidad santísima del
Verbo Encarnado.
En aquella ocasión en que los Saduceos, que ni creían en la otra vida, le preguntaron
maliciosamente de quién sería una mujer que había tenido siete maridos cuando ésta
muriera, Jesús les contestó: "En este mundo los hombres y las mujeres se casan, Pero los
que sean juzgados dignos de entrar al otro mundo y de resucitar de entre los muertos, ya no
se casarán. Sepan además que no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles. Y son
hijos de Dios, pues El los ha resucitado" (Lc,20:34-36)
Cuando murió su amigo Lázaro, ante la profesión de fe de Marta, el Señor dijo: "Yo soy la
Resurrección. El que cree en Mí, aunque muera vivirá. El que vive por la fe en M í, no morirá
para siempre" (Jn. l1:25)
Hay que tener en cuenta que cuando Jesucristo habla de la vida, en ocasiones se refiere
explícitamente a la vida del cuerpo, que promete será restituida con la resurrección de la
carne: "No se asombren de esto: llega la hora en que todos los que están en los sepulcros
oirán mi voz. Los que hicieron el bien, resucitarán para la vida; pero los que obraron el mal,
resucitarán para la condenación" (Jn.5:29).
Ejemplo de esto es el sublime discurso del "Pan de Vida "que San Juan nos transcribe en su
capítulo sexto: "yo soy el Pan vivo bajado del Cielo; el que coma de este Pan, vivirá para
siempre" (Jn.6:51). Y más adelante, en el versículo 54 nos hace esta maravillosa promesa: "El
que come mi carne y bebe mi sangre, vive de la vida eterna y yo lo resucitaré en el último
día".
MUERTE Y RESURRECCIÓN.
Así, el cristiano sabe que la muerte no solamente no es el fin, sino que por el contrario es el
principio de la verdadera vida, la vida eterna.
En cierta manera, desde que por los Sacramentos gozamos de la Vida Divina en esta tierra,
estamos viviendo ya la vida eterna. Nuestro cuerpo tendrá que rendir su tributo a la madre
tierra, de la cual salimos, por causa del pecado, pero la Vida Divina de la que ya gozamos, es
por definición eterna como eterno es Dios.
Llevamos en nuestro cuerpo la sentencia de muerte debida al pecado, pero nuestra alma ya
está en la eternidad y al final, hasta este cuerpo de pecado resucitará para la eternidad. San
Pablo (Rom.8:11) lo expresa magníficamente:
"Mas ustedes no son de la carne, sino del Espíritu, pues el Espíritu de Dios habita en ustedes.
El que no tuviera el Espíritu de Cristo, no sería de Cristo. En cambio, si Cristo está en ustedes,
aunque el cuerpo vaya a la muerte a consecuencia del pecado, el espíritu vive por estar en
Gracia de Dios. Y si el Espíritu de aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos está en
ustedes, el que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también vida a sus cuerpos
mortales; lo hará por medio de su Espíritu, que ya habita en ustedes".
El cristiano iluminado por la fe, ve pues la muerte con ojos muy distintos de los del mundo.
Si sabemos lo que nos espera una vez transpuesto el umbral de la muerte, puede ésta llegar
a hacerse deseable.
El mismo San Pablo, enamorado del Señor, se queja "del cuerpo de pecado" pidiendo ser
liberado ya de él. "Para mí la vida es Cristo y la muerte ganancia" (Fip.1:21) "Cuando se
manifieste el que es nuestra vida, Cristo, ustedes también estarán en gloria y vendrán a la
luz con El" (Col.3,4).
EL CIELO
Por desgracia somos tan carnales, tan terrenales, que nos aferramos a esta vida. Después de
todo, es lo único que conocemos, lo único que hemos experimentado.
A partir del uso de la razón, aprendemos a discernir entre las cosas buenas de la vida y las
malas, entre lo bello y lo feo, entre lo placentero y lo desagradable. Y trabajamos
arduamente para obtener de la vida lo mejor para nosotros. Todos los afanes del hombre
están motivados para acomodarnos en la tierra lo mejor que podamos.
No podernos negar que la vida puede ofrecernos cosas preciosas. Gozar de la belleza del
mundo prodigioso, abrir los sentidos al cosmos entero, la inteligencia a los secretos que la
materia encierra, aprender a amar y ser amados, crear obras de arte, terminar bien un
trabajo, ver el fruto de nuestros afanes, tener lo que llamamos "satisfactores" por que
precisamente satisfacen nuestros gustos, conocer otras culturas, leer un buen libro, etc...
No es fácil relativizar todo ello o restarle importancia. Nuestros parientes y amigos, nuestras
posesiones, nuestros proyectos, son todo lo que tenemos y por lo que hemos trabajado toda
la vida. Nos hemos gastado en ello, invirtiendo todas nuestras fuerzas.
Y por ello, ni pensamos en la otra vida. Ni en el Cielo ni el Infierno. Ni el Cielo nos atrae, ni el
Infierno nos asusta. Vivimos inmersos en el tiempo, como si fueramos inmortales. Hablar de
Cielo o de Infierno hasta puede parecer ridículo. ¡Y sin embargo es, una cosa u otra, nuestro
destino ineludible!
No es el objeto de este Folleto hablar del Infierno, que hemos tratado en el Folleto EVC No.
58 sino de abrir los corazones, pero no podemos dejar de recomendar el No.272 "El Cielo",
en que la EVC reproduce una magistral conferencia dictada por el Padre Monsabré.
Podemos decir que todos los goces o todas las penas de esta vida temporal, no tienen tanta
importancia, no son para tanto. San Pablo, que fue arrebatado en éxtasis para tener un
atisbo de los que nos espera, no puede describir con palabras humanas su experiencia: "Ni el
ojo vio, ni el oído oyó, ni vino a la mente del hombre lo que Dios tiene preparado para los
que le aman" (1 Cor.2:9). Y en 11 Cor. 12:4, nos confía que arrebatado al paraíso, donde oyó
palabras que no se pueden decir; son cosas que el hombre no sabría expresar".
Ante lo efímero de los goces o sufrimientos de esta vida, el mismo Apóstol nos recomienda
en la carta a los Colosenses :
3:1-4, "Busquen las cosas de arriba, donde se encuentra Cristo; piensen en las cosas de
arriba, no en las de la tierra"
El CAMINO Y LA META.
Esta manera de pensar puede ser comparada con un viaje: por encantador que sea el paisaje
del camino eso no es lo importante, sino el llegar al lugar de destino. Sería una torpeza
desear que el camino nunca terminara y olvidar que al fin de éste, nos esperan por ejemplo,
unas vacaciones deliciosas a la orilla del mar.
Podría alguien decir que pensar "en las cosas de arriba" como nos aconseja el Apóstol, va en
detrimento del progreso de la humanidad y del desarrollo de todas las posibilidades del ser
humano. Por eso dijo Marx que la religión era el opio de los pueblos. Y no le faltaba razón al
estudiar ciertas religiones, sobre todo orientales, en las que parece que todo el esfuerzo
humano radica en fugarse de la realidad cotidiana.
Vivimos con los pies bien asentados en la tierra, pero con el anhelo de obtener al fin de
nuestros días, la corona de gloria eterna.
ENVEJECER ES MARAVILLOSO
Todas las operaciones de cirugía plástica que sufren, ni preservan la belleza juvenil, ni restan
un sólo día a su avanzada edad. Todos esos intentos vanos por beber en la fuente de la
eterna juventud, no hacen sino evidenciar que hemos perdido el sentido de la vida y de la
muerte.
La edad no solamente nos hace poner en su justa medida las cosas temporales (cosa que los
jóvenes no han aprendido todavía) sino que nos acercan más y más a Dios, nuestro último
fin. Los ancianos llevan ventaja a los muchachos. Ya van llegando a su realización plena, van
llegando a la meta.
El gran San Pablo nos escribe: "Por eso no nos desanimamos. Al contrario, mientras nuestro
exterior se va destruyendo, nuestro hombre interior se va renovando día a día. La prueba
ligera y que pronto pasa, nos prepara para la eternidad una riqueza de gloria tan grande que
no se puede comparar. Nosotros, pues, no nos fijamos en lo que se ve, sino en lo invisible, ya
que las cosas visibles duran un momento y las invisibles son para siempre." (II Cor.4:16-18)
Las canas y arrugas son los signos de este gozoso llamado. Y las enfermedades y achaques
nos dicen lo mismo: la meta está ya cerca. Pronto verás a Dios.
El gran San Ignacio de Antioquía, anciano y camino al martirio, avanza gozoso al encuentro
con Dios y escribe a los romanos: "Mi amor está crucificado y ya no queda en mí el fuego de
los deseos terrenos; únicamente siento en mi interior la voz de una agua viva que me habla y
me dice:' Ven al Padre. No encuentro ya deleite en el alimento material ni en los placeres de
este mundo".
¡Qué maravilla llegar a comprender que la muerte es el inicio de la verdadera vida y que
todo esto no ha sido sino un ensayo, un camino, una invitación!
LA LITURGIA DE LOS DIFUNTOS
La reforma litúrgica implementada a raíz del Concilio Vaticano II, ha puesto empeño en
hacer resaltar los aspectos positivos del trance de la muerte. Lo primero que nos llama la
atención es el abandono de los ornamentos color negro en las Misas de Difuntos, por ser el
negro signo de duelo sin asomo de consuelo ni esperanza.
Sin ignorar el aspecto trágico de la muerte, lo que sería una falacia, el Ritual de Sacramentos
en la introducción a las Exequias acentúa la esperanza del creyente. "A pesar de todo, la
comunidad celebra la muerte con esperanza. El creyente, contra toda evidencia, muere
confiado: "En tus manos encomiendo mi espíritu" (Lc.23:26)
"En la celebración de la muerte, la iglesia festeja "el misterio pascual" con el que el difunto
ha vivido identificado, afirmando así la esperanza de la vida recibida en el Bautismo, de la
comunión plena con Dios y con los hombres honrados y justos y, en consecuencia, la
posesión de la bienaventuranza"
En un equilibrio notable entre las realidades temporales como son el pecado y la muerte, en
la Oración Colecta de la Misa de Difuntos, asegura la acción salvadora de Jesucristo: "Dios,
Padre Todopoderoso, apoyados en nuestra fe, que proclama la muerte y resurrección de tu
Hijo, te pedimos que concedas a nuestro hermano N. que así como ha participado ya de la
muerte de Cristo, llegue también a participar de la alegría de su gloriosa resurrección".
Al mismo tiempo que se ora por el difunto, pidiendo al Señor se digne perdonar sus culpas,
hay un grito de esperanza en la misericordia infinita del Salvador.
En la oración sobre las Ofrendas, queda expresado perfectamente este sentimiento: "Te
ofrecemos, Señor, este sacrificio de reconciliación por nuestro hermano N. para que pueda
encontrar como juez misericordioso a tu hijo Jesucristo, a quien por medio de la fe reconoció
siempre como su Salvador".
"La muerte, es por tanto, un momento santo: el del amor perfecto, el de la entrega total, en
el cual, con Cristo y en Cristo, podemos plenamente realizar la inocencia bautismal y volver a
encontrar, más allá de los siglos, la vida del Paraíso" (Romano Guardini)
Con el realismo que caracteriza a la Iglesia Católica, toda la liturgia de Difuntos, ofrece a Dios
sufragios por los muertos, sabiendo que todos, en mayor o menor grado, hemos ofendido a
Dios, pero con la plena confianza en la infinita misericordia divina, que garantiza al final el
goce de la bienaventuranza. Por ello el libro del Apocalipsis nos enseña: "Bienaventurados
los que mueren en el Señor" (Ap.21:4).
Repetimos una y otra vez al orar por los nuestros: "Dale Señor el descanso eterno y brille
para él la Luz Perpetua". Descanso de las luchas y fatigas de esta vida; luz para siempre, sin
sombras de muerte, sin tinieblas de angustias, dudas o ignorancias. La luz total de
contemplar la gloria de Dios en todo su esplendor, en la consumación del amor perfecto y
eterno.
"La Muerte es la compañera del amor, la que abre la puerta y nos permite llegar a Aquel que
amamos".
San Agustín
"La Vida se nos ha dado para buscar a Dios, la muerte para encontrarlo, la eternidad para
poseerlo".
P. Novet
Por la gracia y misericordia del Señor hoy se presenta nuestra hermana ante la
presencia de Dios, diciendo: Aquí está la esclava del Señor, aquí está tu hija. Y
confiamos firmemente que Jesucristo, al darle el abrazo de acogida y bienvenida,
le diga: ¡Bien, sierva buena y fiel, pasa al banquete de tu Señor! . La Iglesia no
quiere elogios fúnebres en los funerales; no, ni es eso lo que hacemos. Pero la
Iglesia sí que quiere escuchar las alabanzas del Señor, y oír el canto de los
cristianos, que es el canto de la Virgen María: Mi alma proclama la grandeza del
Señor, mi espíritu se alegra en Dios, mi salvador, porque ha hecho maravillas en
la humildad de su esclava.
La vida humana, vivida en plenitud, tiene que cerrarse con este
cántico de amor y agradecimiento, que es el canto de la Virgen María, Resuene
en los labios nuestra hermana; y puesto que ella no puede hablar en la tierra,
resuene en los labios de los creyentes, que estamos celebrando el fruto de la
redención, al mismo tiempo que la Eucaristía es siempre intercesión y perdón de
los pecados.
5. ¿Cuáles son las maravillas que Dios ha realizado a lo largo de ciento
tres años en esta hija suya?
Sentía lo mismo que millones de moribundos, deseos de vivir , pero bebiendo la angustia
trágica de la copa de la muerte.
Mamá sintió lo mismo que aquel hombre ,hermano nuestro, Jesús de Nazaret. También El
se aferró a la tierra y en Getsemaní , sudando sangre, besando el suelo, durante tres horas
,desde su agonía le decía al Padre que no quería morir
Más tarde ya en la cruz, ahogándose, casi sin vida, con las pocas fuerzas que le quedaban, no
pudo menos que quejarse y dijo así:
Quizás las últimas palabras de mamá, aquellas que nadie de nosotros pudo comprender,
fueron también de queja ,como las de Jesús.
Jesús, como un humano más , murió, su madre y unos amigos, con sentimientos muy
semejantes a los nuestros, entre el desconcierto y el dolor, le dejaron en un nicho.
Pero a los tres días su tumba estaba vacía. Aquel agonizante había triunfado sobre la
muerte, había resucitado.
Estoy totalmente convencido, desde mi fe, la que heredé de papá y mamá, que éste
también es el destino de ella hoy, y lo será el nuestro, mañana, cuando Dios quiera.
No, mamá no ha muerto para siempre. La tumba no es su último destino, las flores que la
cubren perderán su aroma, se pudrirán, se convertirán en polvo… para ellas pronto llegará
el final total. Pero ése no es el presente, ni el futuro de mamá.
Jesús rompió el túnel de la muerte , hoy está vivo. Una vida que no reserva para El sólo, sino
para los que crean en El ,también.
Mamá, porque creyó en Jesús, vive ya con esa vida del resucitado. Por eso un día, en el
misterio del tiempo, podremos hablarle y decirle lo que quizás quisiéramos decirle ahora y
no sabemos cómo.
Con nuestra fe podemos atravesar ese túnel de la muerte, ir más allá de la tumba…yo sé
que mamá está viva, ya no sufre , ya no está amenazada por los dolores, la falta de vista,
oído…por la agonía. Ya no dice “me ahogo” porque es feliz…y desde ese sitio misterioso, en
este momento nos ama de otro modo y sigue con nosotros.
A lo largo de la vida , mamá nos dio además de la vida misma otras muchas cosas, yo
quisiera compartir con vosotros algo que yo siento nos está dando ahora a todos los que
oramos por ella en esta misa.
Su muerte nos puede enseñar a vivir mejor, sobre todo en dos aspectos:
-No dejar para cuando mueran las personas decir que buena era. Hacer en vida todo lo
más que podamos por los demás, acompañarlos, calmar el dolor del vivir de cada
día…Llenar en el corazón de los que nos rodean ese espacio misterioso, que muchas veces
es vacío y también dura, muy dura soledad.
-No instalarnos en esta tierra como si esta fuera nuestra patria definitiva. Estamos de paso
y un día también nosotros tendremos que atravesar ese túnel, pero precisamente por esa fe
que mama y papa nos transmitieron, sabemos que esa noche de la muerte no es
interminable, es sólo un paso al AMANECER, nuestra RESURRECCION.
Mamá desde su muerte, nos está enseñando a todos a vivir mejor y sobre todo a creer y
fiarnos del Dios, en quien ella confió siempre. “Sagrado Corazón de Jesús, en Vos confío”,
solía repetir muchas veces.
Quiero terminar estas reflexiones reviviendo en nosotros unas palabras de mamá.
Hace cinco años nos reuníamos todos en tono de fiesta para celebrar en una misa primero,
y después en un banquete sus ochenta años. Al final ,con una tarta de cumpleaños
enfrente, rodeada de nuestra alegría y cariño, nos dirigió estas palabras que fueron como
su despedida anticipada:
“Os doy gracias a todos mis hijos y nietos. Digo hijos porque no tengo ni yernos, ni nueras,
tengo hijos y nietos que son dos veces hijos, por este gran día que me dais.
También a mi sobrino, que es como si fuera un hijo y vino para estar este día con nosotros
como un hijo más.
Pido a Dios que estéis siempre unidos como lo habéis hecho hasta ahora, cuando hizo falta
hacerlo.
Quizás ésta sea una despedida para mi, porque el joven puede morir, pero el viejo no
puede vivir. Pero quiero veros desde donde el Señor me tenga , así de unidos, celebrando
de vez en cuando una comida como ésta de hermandad.
Lo escribo, no porque no sepa decirlo, sino porque estoy nerviosa y a lo mejor no me salen
las palabras, pero hablo con el corazón.
VUESTRA MADRE Y ABUELA QUE ESTA SIEMPRE A VUESTRO LADO OS BENDICE Y PIDE POR
VOSOTROS.”
Que mamá nos vea , desde donde el Señor la tenga, siempre unidos y que desde allí , en
estos momentos sintamos que sigue estando a nuestro lado y de nuevo nos bendice.
FINAL de la Misa
En nombre de toda mi familia os doy las gracias a vosotros los nos estáis acompañando en
estos momentos tan duros para nosotros. De un modo en particular, le doy las gracias a mis
hermanos jesuitas que me han concelebrado conmigo esta Misa
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funeral julio 2, La Iglesia ora e intercede ante el Señor por las almas de los que nos
precedieron con el signo de la fe y duermen el sueño de la paz en la esperanza de la
resurrección. La Iglesia reza también por todos los fieles difuntos, desde el principio
del mundo, cuya fe sólo Dios conoce. Encomendamos al Señor a todos los que mueren
víctimas del hambre, de la violencia, de la guerra…Oramos por los difuntos para que,
purificados de toda mancha de pecado y asociados a los ciudadanos del cielo, puedan
gozar de la felicidad eterna en el reino de Dios.
3.- No tenemos ciudad permanente aquí; buscamos otra: la ciudad de
Dios. La esperanza cristiana Lo sabemos todos. No tenemos en este mundo una ciudad
permanente. Buscamos otra ciudad construida por Dios. Somos peregrinos por este
mundo hacia la casa del Padre. La muerte no es el final del camino ni el abismo de
nuestra destrucción total. Recordemos estas enseñanzas del Concilio Vaticano II en la
Constitución pastoral “Gaudium et Spes” (gozo y esperanza). Nos harán mucho bien
pues fortalecerán nuestra fe, esperanza y caridad.
* “La semilla de eternidad que en sí lleva el hombre, por ser irreductible a la
sola materia, se levanta contra la muerte” (GS 18). * La Iglesia, aleccionada por la
revelación divina, afirma que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz
situado más allá de las fronteras de la miseria humana” (GS 18) * “La fe cristiana
enseña que la muerte corporal, que entro en la historia a consecuencia del pecado,
será vencida, cuando el omnipotente y misericordioso Salvador restituya al hombre en
el estado de salvación perdida por el pecado” (GS 18).
* “Dios ha llamado y llama al hombre a adherirse a Él con la total plenitud de su
ser en la perpetua comunión de la incorruptible vida divina. Ha sido cristo el que ha
ganado esta victoria para el hombre, liberándolo de la muerte con su propia muerte”
(GS 18). * “Para todo hombre que reflexione, la fe, apoyada en sólidos argumentos,
responde satisfactoriamente al interrogante angustioso sobre el destino futuro del
hombre, y al mismo tiempo ofrece la posibilidad de una comunión con nuestros
mismos queridos hermanos arrebatados por la muerte, dándonos la esperanza de que
poseen ya en Dios la vida verdadera”
(GS 18)
* “Por Cristo y en Cristo se ilumina el enigma del dolor y de la muerte, que fuera
del Evangelio nos envuelve en absoluta escuridad. Cristo resucitó, con su muerte destruyó la
muerte y nos dio la vida para que, hijos en el Hijo, clamemos en el Espíritu: ¡Abba,Padre!”
(GS 22) * “La esperanza escatológica no merma la importancia de las tareas temporales, sino
que más bien proporciona nuevos motivos de apoyo para su ejercicio” (GS 21).“La vida de
los que en Ti creemos, Señor, no termina, se transforma, y, al deshacerse nuestra morada
terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo” (Prefacio de la misa de Difuntos). Los
que viven y mueren a la sombra de la cruz, despertarán en el regazo del Padre por toda la
eternidad. Terminamos. Unidos en la oración
Textos: 1 Corintios 15,20-24a.25-28; Marcos 15,33-39;
No hay nada que pueda iluminarnos mejor sobre el sentido cristiano de la muerte,
ni nada que nos pueda consolar tanto -y no hemos de avergonzarnos del consuelo
de la fe-, como el relato de los últimos momentos de la vida de nuestro Salvador.
Porque todo lo que podemos decir, en cristiano, acerca de la muerte, lo hemos de
referir a la muerte de Cristo, y todo lo que debemos hacer para vivirla como
cristianos es imitar la muerte de Jesús, no en sus detalles externos sino en su
actitud profunda.
1. Dios, solidario del hombre por amor.
Cristo no nos ha dado explicaciones complicadas sobre el porqué de la muerte, ni
nos ha ofrecido soluciones intelectuales a los enigmas -ciertamente grandes- que
presenta a nuestra inteligencia. Jesús ha dicho muy poco sobre la muerte. Pero ha
hecho mucho. Durante su vida la combatió; con ello -y antes con obras que con
palabras- nos dijo que Dios
no se complace en la muerte sino en la vida y que no nos llama a morir sino a vivir
para siempre. Y no sólo combatió la muerte curando enfermos -la enfermedad es
como una antesala de la muerte- y resucitando muertos, sino que El mismo quiso
morir, como muere todo hombre, y su muerte fue la mejor lección que nos podía
presentar para afrontar también nosotros esta dura e ineludible
realidad.
Creemos en un Dios que por amor se ha hecho solidario del hombre,
con todas las consecuencias, sin excluir el pasar por esta zona trágica en la que
desemboca nuestra vida terrena. Creemos en un Dios que se ha hecho solidario del
hombre hasta compartir la misma muerte. Y no pasó por ella con la inmutabilidad
del Ser absoluto ni, lo que parecería a primera vista más razonable, con la estoica
serenidad del humanismo clásico, sino con el temor y el temblor, con la angustia y
el lamento desesperanzado de un hombre: "Padre, ¿por qué me has
abandonado?"
Esta actitud de Cristo hace a nuestro Dios profunda e íntimamente
fraterno; en El descubrimos nuestra realidad más profunda de hombres: nuestra
debilidad y nuestros temores, nuestro miedo y nuestra angustia. Porque la verdad
más profunda del hombre no es su fortaleza, sino su debilidad; no es su
impasibilidad, sino su temor y su angustia, y todas las limitaciones inherentes a
nuestra condición humana.
2. Silencio y gratitud, ante la muerte de Cristo
Ante la muerte de Cristo, que nos sitúa en nuestra realidad y en nuestra verdad,
no cabe otra actitud que el silencio y la gratitud. Silencio, porque nunca llegaremos
a comprender o a poder expresar el insondable misterio de amor y de humillación
que representó para Cristo el acto de morir. Si morir es trágico y humillante para
nosotros, ¿cómo debió serlo para el que era la Vida misma? Por esto, la palabra
más expresiva de Cristo es paradójicamente su silencio en la cruz: la suprema
expresión del Amor ofrecido a la humanidad.
Y con el silencio, la gratitud, porque a partir de la muerte de Cristo
nuestra muerte adquiere un sentido nuevo, insospechado. La muerte ya no es la
muerte. La muerte es el paso a la vida. Cristo murió para matar la misma muerte,
de manera que la muerte es ya -en El y en nosotros- el primer paso hacia la
resurrección. Cristo resucitado, primicia de la humanidad nueva, representa el
triunfo total de la vida sobre la muerte.
El fragmento de la primera carta de san Pablo a los cristianos de Corinto, que
hemos oído, contiene la "buena noticia" -el Evangelio- que representa el núcleo de
la predicación y de la fe de la Iglesia primitiva:
"Cristo ha resucitado de entre los muertos, como primicia de todos los que han
muerto". Y esto acontece para nosotros y para todos los hombres, porque "si la
muerte vino por un hombre, también por otro hombre -por Cristo- vendrá la
resurrección de los muertos". Cristo ha de reinar -dice también- hasta que todos
sus enemigos le hayan sido sometidos bajo sus pies, "y el último enemigo vencido
será la muerte".
Un cristiano, un hermano nuestro, ha muerto, Cristo, en sus fieles, está
en la agonía de Getsemaní hasta el fin de los tiempos. Todos sabén lo largo que ha
sido el Getsemaní de N……. Sólo el Señor, que escruta los corazones, sabe la
purificación que ha supuesto para él aceptar la muerte, que le ha visitado
justamente cuando estaba en medio del camino de la vida.
Como a Cristo, a él también le visitó la angustia y el miedo, y, como
Cristo, también pidió: "Si es posible, pase de mi este cáliz sin que yo lo beba". Pero,
también con Cristo, procuró decir aquellas supremas palabras: "Pero que no se
haga mi voluntad, sino la tuya", palabras que no implican una cobarde resignación,
sino una gran entereza de espíritu.
Ha muerto en el Señor; sabemos que, con Cristo, también resucitará.
Por eso, en medio de la tristeza nos acompaña la certeza y el gozo profundo de la
fe, y nuestra plegaria también se expresa en canto, que sin esta convicción podría
parecer inadecuado. Prosigamos la celebración de la Eucaristía, anticipación del
banquete del Reino. Confiemos a las manos del Padre el alma de nuestro hermano.
Pidamos al Señor que nos ilumine a todos con la luz de la fe y renovémosla hoy con
las palabras del soldado romano ante la cruz de Cristo: "Realmente, este hombre
era hijo de Dios". En efecto, sólo por medio de la fe en Cristo sabemos que nuestro
futuro definitivo no es la muerte sino la vida eterna.
Homilía de Funeral ( Muerte joven )
¡Qué difícil es hablar y decir algo que pueda consolarnos en momentos así!.
¡Qué difícil es animar, dar consuelo e infundir esperanza, cuando uno mismo
no encuentra respuesta a las preguntas que en este momento todos nos
hacemos!
Estoy seguro de que muchos de vosotros estáis pensando en este momento
el absurdo de la vida, y posiblemente también muchos os habéis rebelado
contra Dios, diciendo que no hay derecho, que es injusto.
Solo tengo una cosa clara: que Dios no es injusto ni culpable; que Dios no ha
deseado esta muerte, ni la ha permitido. El no desea nunca la muerte de
nadie .El sufre como todos nosotros. No ha podido evitar esta muerte, como
tampoco pudo evitar la muerte de su propio Hijo Jesús.
Ahora solo vemos este lado de la vida y pensamos que no hay más vida que
la que vemos desde aquí; pero la fe nos dice que hay otro lado, otra cara de
la vida, que comienza después de la muerte. Es la vida nueva, la vida de
resucitados, la vida eterna junto a Dios, nuestro Padre.
José Comblin
Adital
Publicado por
MOVIMIENTO TEOLOGIA de la LIBERACION
LA INDIGNACIÓN
"Ustedes procuran matarme porque les dije la verdad que oí de Dios... Pero
ustedes hacen las obras de su padre... Ustedes tienen por padre al Diablo, y
quieren realizar los malos deseos de su padre. Desde el comienzo, es
asesino de hombres; no ha permanecido en la verdad porque en él no hay
verdad. Cuando habla, de él brota la mentira, porque es mentiroso y padre
de toda mentira. Yo en cambio, les hablo la verdad y ustedes no me creen"
(Jn 8, 37-44).
Como defensor, Jesús habla con indignación. Jesús está indignado porque
esos falsos pastores engañan al pueblo y lo llevan a la muerte en lugar de la
vida. En esa indignación está el gran amor de Jesús hacia el pueblo.
8. HACER
"No todo aquel que me dice 'Señor, Señor' entrará en el Reino de los Cielos,
sino aquel que practica la voluntad de mi Padre que está en los cielos" (Mt
7,21). La voluntad del Padre, nosotros la conocemos: es amar al prójimo con
hechos y no con palabras. Decir "Señor, Señor" es lo que hacemos sin cesar,
en nuestras oraciones y liturgias. Todo eso tendrá sentido si llevar a un
obrar concreto.
“Aquí están mi madre y mis hermanos, porque aquel que hace la voluntad
de mi Padre que está en los Cielos, ése es mi hermano, hermana y madre"
(Mt 12,49-50). El juicio final es más claro todavía (Cf. Mt 25,31-46). Como
decía san Juan: "No amemos con palabras ni con la lengua, sino con obras y
en la verdad" (1 Jn 3,18).
"Mi Padre trabaja siempre y yo también trabajo" (Jn 5,17). "Las obras que el
Padre me encargó de consumar, esas obras, yo las hago y ellas dan
testimonio de que el Padre me envió" (Jn 5,36). "Mientras sea de día,
tenemos que realizar las obras de aquel que me envió" (Jn 9,4). Esa vez la
obra era la curación del ciego de nacimiento. "Cree en las obras", dice Jesús
(Jn 10,38). Al final de su vida, Jesús dice: "Concluí la obra que me encargaste
realizar" (Jn 17,4). "Quien esté en mí hará las obras que yo hago" (Jn 14,12).
Así, de la misma manera los discípulos deben hacer obras. La elección de esa
palabra está llena de significado. Se trata siempre de hacer. Pues el ser
humano es corporal y su vida vale por las obras que realiza. Las obras se
refieren siempre a lo concreto material, realizado en el mundo material, y
no en el mundo de las ideas o de la imaginación.
Dar sin que haya una implicación personal no llega a ser amor. Es dar por
necesidad, porque no se puede evitar el dar. Si lo que se da fuera algo
superfluo, si no fuera un repartir, tenderá a humillar, salvo en casos de
extrema urgencia. El repartir es abrir al diálogo, es colocar al otro en pie de
igualdad. De la misma manera, participar de la actividad de los pobres es
abrir el camino del diálogo. Es un acto que promueve, prestigia al pobre y le
inspira más confianza en sí mismo.
Como dice muy bien la Hermana Emmanuelle (35) — que trabajó durante 20
años en las favelas del Cairo -, lo más necesario para los pobres es el
respeto. Ellos aspiran a ser tratados como personas. Por eso, la base de todo
hacer que sea amor es tratar a los otros como personas, manifestarles el
respeto debido como a un hijo o a una hija de Dios.
Sin embargo los cristianos tenemos una certeza que jamás nadie nos la
podrá arrebatar: que resucitaremos. Ahora mismo estamos celebrando el
funeral de nuestra hermana Esther y todos nos unimos en la oración por ella
y la echaremos de menos.
Lo que nos sucede a nosotros, las personas, es que nos aferramos mucho al
terruño, llegando incluso a considerar que no hay más que lo que vemos,
oímos, palpamos, gustamos y olemos. Craso error ya que a lo largo de toda
la historia de salvación y de manera constante Dios se nos ha ido
manifestando en múltiples ocasiones y de variadas formas, llegando a
manifestar de un modo totalmente culminante y supremo en su único Hijo
Jesucristo. Que Jesucristo, al ser crucificado y muriendo por todos nosotros
nos hizo el gran regalo de la salvación, Él nos compró a precio de su sangre y
en el madero de la cruz se realizó la salvación, brotó el manantial de la
salvación. Y no nos olvidemos que Jesucristo resucitó de entre los muertos,
que durante cuarenta días se estuvo manifestando vivo en numerosas
apariciones, que después ascendió a la diestra de Dios Padre y que nos hace
llegar la salvación por medio de los sacramentos que administra la Iglesia
Católica. Llegando incluso a quedarse entre nosotros en la Eucaristía y
poniendo como ‘su tienda de campaña’ entre nosotros de manera
permanente en el Sagrario. Es muy importante no olvidarnos de todo esto.
Lo que nos sucede a las personas es que nos llegamos a asemejar a las
plantas de nuestros jardines que cuando son arrancadas de cuajo siempre
las raíces llevan consigo tierra del lugar donde estaba bien arraigada.
Nosotros los cristianos tendríamos que tener arraigadas nuestras raíces en
el cielo, y de un modo más exacto, en el Sagrario, en Cristo Eucaristía.
Hermanos, por eso el asistir a la Eucaristía dominical y la confesión
frecuente es tal importante como el oxígeno en el aire que respiramos
constantemente. Nuestra vida cristiana tiene que estar oxigenada para que
cuando Dios nos llame ante su presencia nos podamos personar ante Él lo
mejor y antes posible.
Ayer Dios llamó ante su presencia a nuestra hermana Esther y ella se está
dirigiendo al Trono de la Gloria. Sin embargo no podrá ser recibida ante la
presencia divina hasta que esté totalmente purificada de culpa y de pecado.
Y es aquí donde entramos nosotros. Todas las oraciones que realicemos por
ella serán una importante ayuda para conseguir el fin: estar gozando de la
dulzura del Señor contemplando su rostro. Dale Señor el descanso eterno…
y brille para ella la luz perpetua. Descanse en paz.
las víctimas accidente aéreo
20:08
Homilía dra mellado. Agost 7.
Hago presentes las condolencias , sentimientos de cercanía, de plegaria y de apoyo en estos
momentos de todas las personas que los acaompañan en esta celebración. Que el Señor les
conceda fortaleza, consuelo y esperanza".
No es fácil decir una palabra que pretenda dar sentido a lo vivido, cuando uno se
ha rendido ya a la tragedia, y sabe que no puede buscar comprender lo que no tiene sentido.
No es posible comprender. Sólo es posible, si uno tiene o le quedan fuerzas, acoger y
aceptar, para musitar una plegaria, para que la vida siga adelante, para seguir ayudando a
los que quedan, y poner el brazo para que se apoyen otros y para que uno experimente que
la propia vida sigue sirviendo para alguien.
Pero cuando no es posible comprender, cuando el dolor es tan crecido que sólo
queda acoger y aceptar para seguir viviendo, entonces la presencia cercana y el silencio son
más elocuentes que el ruido de los discursos. Y en realidad eso estamos tratando de hacer
todos en este momento.
Las palabras más amargas para quejarse a Dios no han aparecido en los
periódicos de boca de agnósticos o ateos. Hace muchos siglos que están escritas en la Biblia.
Brotaron y siguen brotando de corazones creyentes que se han situado ante el Padre Dios
como eran, humanos heridos por la desgracia y la tragedia. Han gritado y han llorado, han
maldecido y se han quejado amargamente. Y al fin han comprendido que Dios estaba con
ellos, gritando también para que los hombres no nos hiciéramos daño unos a otros, y
llorando también en silencio para que sintiéramos su cercanía junto a nosotros.
¿Dónde estaba Dios el viernres? ¿Dónde estaba Dios cuando Cristo muere en
la Cruz en el Gólgota? Siempre junto al que sufre, siempre junto al que experimenta la
soledad y el abandono. Nuestras asambleas cristianas están presididas siempre por una
Cruz, la Cruz de Cristo. ¿Por qué? Si Cristo ha resucitado ¿por qué nos preside su imagen de
crucificado? Porque no debemos olvidar su Amor. Para que la victoria del Resucitado no nos
oculte que el Amor le llevó a estar siempre con nosotros en el peor dolor, y a vivir como
nosotros y con nosotros nuestros peores momentos.
Estamos tan acostumbrados a ver la cruz, a trazarla sobre nosotros mismos al
santiguarnos, que quizás no nos detenemos a contemplarla como lo que es: un instrumento
de bárbaro suplicio, el gran signo de la crueldad humana, el gran signo del horror de todas
nuestras tragedias: ¿qué ha hecho este hombre? pregunta uno de los ladrones que
acompaña a Jesús en el monte de la Calavera. Sí, ¿qué ha hecho esta hermana nuestra? Es la
pregunta que se han hecho muchos estos días: ¿qué ha hecho la víctima de este horror para
tener esa muerte? Jesús es el hombre justo, que no ha hecho nada malo, sino que carga
sobre sí todos los males y todos los pecados.
La cruz es el gran signo del horror, y el gran signo del amor de Dios. Todo está
cumplido, oímos decir a Jesús antes de expirar. ¿Qué has cumplido, Jesús? Has cumplido el
encargo del Padre de manifestarnos su amor con tu amor, su cercanía con tu cercanía. Has
cumplido el encargo de vivir todo lo nuestro, de vivir nuestra debilidad y nuestra alegría; has
cumplido el encargo de vivir el horror de nuestra muerte, y no meramente de una muerte
cualquiera, sino el horror de la muerte del abandonado, condenado, despreciado y
asesinado.
Cristo ha hecho suyo todo lo nuestro. Ha vivido nuestra alegría y nuestra
admiración y nuestra gratitud por todo lo bueno y bello que existe. Ha vivido el calor de la
amistad, el amor de la familia, la alegría de los novios el día de su boda. Ha vivido el dolor de
la muerte del amigo, y ha sentido el dolor de la viuda que pierde también al hijo joven. Y ha
vivido nuestra soledad, y el abandono y hasta la traición de los más cercanos, y la amargura
del desprecio, de la burla; y el dolor profundo y agudo de la condena injusta y de la violencia
despiadada del tormento. Cristo ha hecho suyo todo lo nuestro, para que nosotros podamos
hacer nuestra su paz, su fuerza, su gozo, su Vida.
Ese es precisamente el mensaje, lo que Dios ha hecho y hace con nosotros, lo
que no deja de hacer nunca. Con el silencio o con la Palabra, está junto a nosotros y hace
brotar y fortalece con su gracia nuestra esperanza. Esa es la experiencia de Pablo en medio
de enormes pruebas: Nada, nada, nada, ni la muerte, podrá apartarnos del Amor de Dios
manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro. La manifestación de su amor se ha hecho la
máxima cercanía en la Cruz. Sí, Jesús, has cumplido el encargo. Te has puesto de nuestra
parte, te sentimos de nuestro lado. Tú, Cristo, eres el verdadero pastor que conoce también
el camino que pasa por el valle de la muerte; el que incluso por el camino de la última
soledad, en el que nadie me puede acompañar, va conmigo guiándome para atravesarlo: Él
mismo ha recorrido este camino, ha bajado al reino de la muerte, la ha vencido, y ha vuelto
para acompañarnos ahora y darnos la certeza de que, con Él, se encuentra siempre un paso
abierto.” Saber que existe Aquel que me acompaña incluso en la muerte y que con su « vara
y su cayado me sosiega », de modo que « nada temo » (cf. Sal 22,4), será siempre la nueva «
esperanza » que brota en la vida de los creyentes (SS 6).
También ahora está con nosotros. También ahora habla a su Madre María,
y nos la entrega como Madre, y nos entrega a nosotros a sus cuidados. Hoy somos todos
nosotros el discípulo al pie de la cruz, viviendo la muerte de nuestros seres queridos, y
acompañando a tantas madres y padres que han perdido a sus hijos, y a tantos hermanos
que han perdido a sus hermanos. Necesitamos escuchar la voz de Cristo: ¡Hijos! Ahí tienen a
su Madre. ¡Mujer! Ahí tienes a tus hijos. María sabe de dolor, sabe de silencio, sabe de queja
contenida_ y sabe de amor, de ese amor que quita la soledad porque es consuelo y cercanía;
María sabe de esperanza.
Padre, ponemos en tus manos la vida de nuestro hermana. Sabemos que tú la
hiciste a ella, como a nosotros, frágil y débil. Ten misericordia. Ponemos en tus manos de
Padre la vida de nuestros seres queridos; son las tuyas, las mejores manos; guárdalos tú para
el encuentro final. Por tu Hijo Jesucristo, nuestro Buen Pastor, ten misericordia también de
nosotros. Danos fortaleza para que podamos seguir ayudándonos unos a otros. María,
Madre del Crucificado, Madre del Señor Resucitado, Madre nuestra, ruega a tu Hijo por
nosotros, abre nuestros corazones a la luz de la esperanza.
Msma de gloria
Afrontar el momento de la muerte de un ser querido es una de las cosas más dolorosas que
uno tiene que afrontar durante la vida. Genera una desazón interior y un desasosiego
indescriptible ya que se nos priva de volver a estar junto a esa persona tan querida.
Recordemos que también la Santísima Virgen María lloró por el terrible sufrimiento causado
por la cruel crucifixión de su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo. Y también, volvamos a pasar por
nuestro corazón que el Hijo de Dios se hizo hombre y experimentó el dolor y el sufrimiento
que lleva aneja nuestra condición de criaturas.
Sin embargo los cristianos tenemos una certeza que jamás nadie nos la podrá
arrebatar: que resucitaremos. Ahora mismo estamos celebrando el funeral de nuestra
hermana ………. y todos nos unimos en la oración por ella y la echaremos de menos. Lo que
nos sucede a nosotros, las personas, es que nos aferramos mucho al terruño, llegando
incluso a considerar que no hay más que lo que vemos, oímos, palpamos, gustamos y
olemos. Craso error ya que a lo largo de toda la historia de salvación y de manera constante
Dios se nos ha ido manifestando en múltiples ocasiones y de variadas formas, llegando a
manifestar de un modo totalmente culminante y supremo en su único Hijo Jesucristo.
Que Jesucristo, al ser crucificado y muriendo por todos nosotros nos
hizo el gran regalo de la salvación, Él nos compró a precio de su sangre y en el madero de la
cruz se realizó la salvación, brotó el manantial de la salvación. Y no nos olvidemos que
Jesucristo resucitó de entre los muertos, que durante cuarenta días se estuvo manifestando
vivo en numerosas apariciones, que después ascendió a la diestra de Dios Padre y que nos
hace llegar la salvación por medio de los sacramentos que administra la Iglesia Católica.
Llegando incluso a quedarse entre nosotros en la Eucaristía y poniendo como ‘su tienda de
campaña’ entre nosotros de manera permanente en el Sagrario. Es muy importante no
olvidarnos de todo esto.
Lo que nos sucede a las personas es que nos llegamos a asemejar a las
plantas de nuestros jardines que cuando son arrancadas de cuajo siempre las raíces llevan
consigo tierra del lugar donde estaba bien arraigada. Nosotros los cristianos tendríamos que
tener arraigadas nuestras raíces en el cielo, y de un modo más exacto, en el Sagrario, en
Cristo Eucaristía. Hermanos, por eso el asistir a la Eucaristía dominical y la confesión
frecuente es tal importante como el oxígeno en el aire que respiramos constantemente.
Nuestra vida cristiana tiene que estar oxigenada para que cuando Dios nos llame ante su
presencia nos podamos personar ante Él lo mejor y antes posible.
Ayer Dios llamó ante su presencia a nuestra hermana {{……. Y ella se
está dirigiendo al Trono de la Gloria. Sin embargo no podrá ser recibida ante la presencia
divina hasta que esté totalmente purificada de culpa y de pecado. Y es aquí donde entramos
nosotros. Todas las oraciones que realicemos por ella serán una importante ayuda para
conseguir el fin: estar gozando de la dulzura del Señor contemplando su rostro. Dale Señor el
descanso eterno… y brille para ella la luz perpetua. Descanse en paz.
Agosto 31.
Exequias
En el evangelio según San Juan, Jesús les dice a los discípulos: “Para ir a
donde voy, ustedes saben el camino.” Y Santo Tomás le dice a Jesús: “Señor, no
sabemos dónde vas, ¿cómo vamos a conocer el camino?" Y Jesús le responde:
"Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí."
Con estas palabras Tomas expresa su incertidumbre. Es el mismo reparo
que sentimos a menudo todos los humanos al llegar la muerte. Nos preguntamos
¿Porqué tenemos que morir? ¿Cómo podemos hacer frente a esta tragedia? Es
natural sentir dolor por la muerte de un ser querido. Sin embargo, como
Cristianos, sentimos, a la vez, una esperanza firme de que la muerte es el
comienzo de una separación más a menos larga. Reconocemos que tarde o
temprano nosotros también sentiremos la llegada de la muerte. Sabemos que la
vida humana es demasiado valiosa para que desaparezcamos sin dejar rastro. De
esto estamos muy conscientes cuando se trata de la muerte de alguien a quien
amamos. Nos acordamos de ellos a menudo y cada vez que lo hacemos
perpetuamos su memoria entre nosotros. Siguen viviendo en nuestra memoria.
Pero también hay otro aspecto de la muerte que debemos recordar.
Nosotros, como cristianos, creemos que la muerte no es término sino tránsito:
no es ruptura, sino transformación. Creemos además que, cuando llega la hora
de la muerte, cuando nuestra existencia temporal Llega al limite extremo de sus
posibilidades, en ese limite se encuentra no el vacío de la nada, sino las manos
misericordiosas del Dios vivo, que nos acoge y convierte esa muerte en semilla
de nuestra resurrección.
La muerte es ciertamente la mayor crisis que podemos vivir. Lo sentimos
mucho más porque reconocemos que algún día nosotros también tenemos que
morir. La muerte nos arranca forzosamente todo nuestro ser y todo nuestro
haber. Es además una crisis irremediable a la que no podemos responder. Nos
quita la palabra: es muda y nos hace mudos. Solo nuestra fe en Dios puede
responder a esa incertidumbre nuestra sobre la muerte. Nuestro Padre celestial
siempre es nuestro mejor amigo y aliado. Por eso, en estos momentos tan
tristes, no puede contemplar indiferente lo que le ha ocurrido a su hijo(a) N. A la
hora de morir, Dios esta ahí con el(ella) para acogerlo(a) y dar su respuesta a la
muerte que es la vida y la resurrección.
Exequias sep.16.
En su Segunda Carta a su amigo Timoteo, San Pablo le dice a él y, a
través de los siglos a nosotros también, que: "Estas palabras de esperanza
son muy acertadas. Si hemos muerto con Cristo, con él también viviremos."
Pablo no nos dice que no debemos sentir tristeza cuando un ser querido
muere. Sin embargo nos advierte que nuestra tristeza no debe ser
desesperada. En un plazo más o menos próximo, esta separación dolorosa
terminará y nos reencontraremos.
Como Cristo, el cristiano no muere para quedar muerto, sino para
resucitar: no entrega su vida en balde, se la devuelve a su Creador. En la
muerte los cristianos alcanzamos nuestra plenitud de ser y de sentido que
es la vida verdadera, la vida eterna. Debemos recordar que no hay dos
vidas, esta y la otra. Lo que se suele llamar "la otra vida" no lo es. En
realidad es la continuación de la vida en toda su plenitud. La vida que
comenzó con el bautismo en la fe y que ahora se consuma en la comunión
inmediata con nuestro Padre.
Hermanas y hermanos, estamos reunidos aquí para orar por
nuestro(a) hermano(a) N. La separación que la muerte representa no
significa que N. queda fuera del alcance de nuestro amor. Nuestro amor le
llega en forma de oración, en la medida en que lo necesita. Es toda la Iglesia
la que ahora se une a nosotros en la oración por su hijo(a) N. que en este
momento critico comparece ante Dios. Pero no comparece en solitario.
Nosotros estamos con N., la Iglesia entera esta con él(ella) y
evoca para él(ella) las palabras consoladoras de Nuestro Señor: "No se
turben: ustedes creen en Dios, crean también en mí... volveré y los llevaré
junto a mí, para que, donde yo estoy, estén también ustedes. Para ir a
donde voy, ustedes saben el camino.”
Septiembre 16.Exequias
Este es un día muy doloroso para la familia y los amigos y compañeros de N. El dolor,
la enfermedad y, sobre todo, la muerte nos ponen ante situaciones de la vida que nos hacen
preguntarnos muchas preguntas que llegan al fondo de nosotros mismos. Supongo que es
que todos amamos tanto la vida y somos muy vitalistas, que incluso cuando alguna
enfermedad, algún accidente, pone en peligro la vida las preguntas nos llegan muy dentro. Y
estas preguntas son mucho más serias cuando experimentamos una muerte en la familia o
entre nuestros amigos o conocidos. Dudamos. Y a veces hasta nos preguntamos. ¿Cómo
es posible tanto dolor? ¿Será que Dios se ha olvidado de nosotros? ¿Será que ya no nos
quiere? ¿Será que nos castiga? Y es que la muerte siempre hace que tengamos que
escoger, de decir sí o no, a nuestra fe.
Ahora estamos aquí como creyentes, es decir, desde nuestra fe nos enfrentamos la
realidad de la muerte. Y ¿qué hacemos aquí, como creyentes? Además de recordar a N. – su
vida entre nosotros y su manera de vivir, sobre todo recordamos otro nombre y otra muerte,
el nombre y la muerte de Jesús. Y le damos gracias a Dios porque la muerte de Nuestro
Señor no fue inútil, sino que nos trae para nosotros la salvación. Y junto al nombre y la
muerte de Jesús ponemos hoy el nombre de N. – y también otros nombres y otras muertes
de nuestros seres queridos - y confesamos y creemos que tampoco esas muertes han sido
inútiles o sin sentido. Estas muertes, unidas a la de Jesús, son también principio de salvación
y vida.
Por eso los Cristianos hacemos de esta reunión una celebración; no celebramos el
poder de la muerte, que nos asusta. No celebramos que nuestra vida esta siempre llena de
muerte o amenazada por la muerte. Celebramos otra cosa bien distinta: que nuestra
muerte esta llena de vida al unirse a la muerte de Jesús. En medio del dolor lo que de
verdad celebramos no es la muerte, sino la resurrección. La resurrección de Jesús. Pero no
sólo ella. Celebramos también la resurrección de N, la de aquellos difuntos nuestros que
siempre recordamos en nuestras oraciones, y, claro está, nuestra propia resurrección. Así
que delante de la muerte, recordemos a la resurrección y alegrémonos por ella.
Cuando celebramos la Santa Misa, después de la consagración, decimos: "Anunciamos
tu muerte. Proclamamos tu resurrección. Ven Señor Jesús". Y este es el gran anuncio que
hoy nos da la fe. Cristo mismo nos dice: no se asusten, no tenga miedo. La muerte no es el
final de la vida. Cristo Jesús nos espera a todos para darnos la recompensa que merecemos.
Para los que creemos en el Señor, la vida no se nos quita, se nos cambia. Se nos
cambia por otra mejor y definitiva. Ya no será una vida amenazada por la muerte, ni por el
dolor. Por eso para los creyentes la muerte de un ser querido es, sobre todo, un recuerdo de
nuestra propia de resurrección. Claro está, tenemos muy claro siempre lo doloroso que
puede ser la vida y la aceptamos con valor y sacrificio.
Así que cuando recordamos a N en nuestras oraciones, juntemos su nombre al
nombre de Jesús, recordemos la resurrección que es nuestro destino y así puede ser que
entendamos un poco mejor el sentido de la muerte en nuestra vida. En este día tan triste
para nosotros, confesemos y celebremos la resurrección de Jesús, que es confesar y celebrar
nuestra propia resurrección.
Homilía funeral sra ana Tulia bocanegra,
"No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios. Creed también en mi".
La fe en Dios, la fe en Jesucristo nos congrega hoy aquí para celebrar esta Eucaristía
por la señra ana Tulia . Dios la creó un día para la vida eterna. Que El la acoja ahora en
su seno para siempre.
Queridos familiares de la señora ana Tulia,profesora rosa Tulia, queridos hermanos y
hermanas: Nos hemos reunido aquí esta tarde para celebrar una "Eucaristía ", es
decir, literalmente una "acción de gracias". Pero, gracias ¿por qué? ¿Es que se puede
celebrar algo cuando se nos muere un familiar entrañable, un compañero, un amigo
¿¿Qué sentido pueden tener estos encuentros que celebramos los creyentes y donde
nos congregamos hombres y mujeres de sensibilidad religiosa muy diferente,
convocados todos por la muerte de un ser querido? ¿Qué puede ser esta Eucaristía?
2. Despedida y recuerdo agradecido. Mientras caminamos por la vida, cogidos por las
ocupaciones e inquietudes de cada día, no sabemos muchas veces apreciar lo que
vamos recibiendo de los demás. No sabemos agradecer debidamente su presencia, la
amistad, la compañía, la riqueza que esa persona significa para nosotros. Sin duda, sus
hermanos y familiares, los amigos los amigos que la han tratado más de cerca
recordáran en estos momentos encuentros, experiencias, gestos muy concretos que
agradecen de corazón a nuestra hermana-
Y sin duda, las gentes entre las que nuestra hermana ana Tulia convivió, esos
hombres y mujeres a los que entregó su vida, agradecen hoy su servicio, su trabajo, su
carácter ,su desgaste y su entrega.
La Vida es mucho más que esta vida. La vida de nuestra hermana ana tulia es mucho
más que esos 100 años de alegrías y penas, de luchas y trabajos, que han transcurrido
entre su nacimiento y su muerte.
Hemos escuchado las palabras de Jesús. "No se turbe vuestro corazón. Creéis en Dios.
Creed también en mí.
Todos tenemos un lugar preparado por Cristo resucitado en el corazón de Dios. Todos.
Los que viven confiando en Dios y los que viven olvidados de El. "Creed en Dios". Esta
es la invitación de Jesús. Yo sé que a muchos hombres y mujeres no se les hace fácil
hoy creer en Dios. En esta época hemos cambiado mucho por dentro. Nos hemos
hecho más escépticos, pero también más frágiles y menos consistentes.. No es fácil
creer, pero es difícil no creer.
En el fondo último de la vida, en lo más hondo de la existencia, hay Alguien que nos
entiende y nos acepta a todos como nadie nos puede entender y aceptar. Un Dios
Padre que nos acoge y ama como ninguno de nosotros lo podemos hacer.
Por eso, en esta Eucaristía vamos a invocar a Dios. Vamos a decir, cada uno a su
manera, por dentro, algo como esto: "ana Tulia te seguimos queriendo pero ya no
sabemos cómo encontramos contigo y qué hacer por ti. Te confiamos al amor de Dios.
Ese amor infinito es para ti hoy un lugar más seguro que todo lo que nosotros te
podemos ofrecer". Descansa en Dios.
Miércoles 14 sept. Dif. 1.
Teresa de Lisieux poco antes de morir decía: “No muero, entro en la vida”.
Cuando se está convencido de que “la vida no termina sino que se transforma”, como
dice el prefacio de difuntos, uno no tiene miedo a dejar la vida. Puede incluso
entregarla libremente como Cristo. Darla incluso a favor de sus enemigos (Rm 5,5-11).
Es ese gesto de amor el que nos da la certeza de que nuestra esperanza no nos
engaña. Nuestra esperanza no es sólo para un más allá, sino que nos da ya un anticipo
de la verdadera vida, que es amor. Cuando amamos estamos venciendo a la muerte y
experimentando que la muerte no puede nada contra el que ama.
Incluso el mismo Job que se pasa la vida debatiéndose con Dios, experimentando ya la
muerte en vida, eleva su protesta porque está convencido de que su estado de miseria
no puede ser la última palabra de Dios sobre él. Si así fuera sería un Dios irreconocible.
Por eso desde su postración hace una profesión de fe en la vida con Dios (Job 19,1.23-
27). “Sé que mi redentor está vivo”. Pues mientras hay vida hay esperanza. Si mi
redentor está vivo, no dejará que yo me hunda en la muerte. El redentor es la persona
de la familia que tiene que responder por ella, que tiene que salvarla y liberarla. Cristo
nuestro Redentor ha respondido por todos nosotros. Ha respondido con su vida. Por
eso nosotros podemos vivir con esperanza. Nuestra vida ha sido ya rescatada de la
tumba.
3.- Vale la pena, amigos, creer y fiarnos de las palabras del Señor. Vale la pena sufrir
calumnias y burlas, incomprensiones o sonrisas malévolas cuando sabemos que, después del
sufrimiento y de la prueba, han de quedaR en evidencia aquellos que vivieron sin Dios y, por
el contrario, hemos de disfrutar de una vida eterna con el Señor aquellos que creemos
profundamente en El. Y es que, al final, Dios es quien ríe el último y a pleno pulmón.
Nov 8 de 2016Difunto.DIOS DE VIVOS, LA DERROTA DE LA MUERTE
1.- Al final del tiempo la muerte será vencida. Será el último enemigo de Jesús en desaparecer. La
muerte es solo una circunstancia física. El espíritu no desaparece. Si Cristo fue la voz del Dios y el
rostro visible del Dios invisible, comunicó, asimismo, la permanencia del espíritu de los hombres al
afirmar que Dios lo era de vivos y no de muertos. Sus contemporáneos en el judaísmo no creían en
esa permanencia constante de lo espiritual y con la desaparición del cuerpo todo se acababa.
Algunos creían en la resurrección, pero no así los saduceos que solo contemplaban la relación con
Dios en la vida física.
- El primogénito entre los resucitados fue Jesús y toda la trayectoria de sus seguidores
cambio cuando lo vieron transformado. San Pablo alude a la Resurrección como elemento básico –
sine qua non—de nuestra fe. Hoy, tal vez, muchos de los creyentes de hoy se estén aproximando a
los saduceos bajo la idea de que niegan ese fenómeno transcendente y transcendental para incidir
más en una necesidad de acción social que niega el camino futuro del espíritu. Y esto es grave.
Defendemos la acción social fuerte de los cristianos a favor de los pobres, de los débiles, de los
marginados, pero en ningún caso podemos limitar la acción del cristianismo en su sentido de
portador de eternidad.
Será la oración constante la que nos acerque y nos familiarice con el mundo
espiritual. Insistimos en que son muy atractivas y elogiables esas vidas que se entregan al cuidado
de los demás, pero no pueden olvidar que es Dios quienes les da la fuerza para convertir su
esfuerzo en un camino sin final terrestre y que transcenderá por los siglos de los siglos. A veces
pensar en el mundo futuro produce vértigo. Incluso, nos sentimos cómodos en nuestra vida
terrena. Es como quien se acostumbra a su pequeña celda y desprecia el amplio campo. La celda
tiene su importancia, pero en la línea del horizonte está nuestra meta espiritual. Dios es un Dios de
vivos y reinará, un día, sobre vivos permanentes, perfectos y felices.
- Cuando se es joven, o se tiene buena salud, el fenómeno de la muerte parece algo
muy lejano. Tal vez, la desaparición de un ser querido nos acerca más a la muerte. Más adelante,
cuando los años pasan la mayor posibilidad de que se termine el tiempo de estancia en este mundo,
nos abrirá una mayor cercanía o familiaridad con ese hecho. Dicha familiaridad no tiene que ser
"cordial" e, incluso, tal cercanía puede estar rodeada de espanto. Si, además, se está lejos de
cualquier planteamiento trascendente, la muerte es como un final absoluto de terribles
consecuencias. Pero, si por el contrario, estamos cerca de Dios, comenzaríamos a entender que es
solo un paso hacia otro tipo de vida. Nadie sabe, con exactitud, como es el tránsito. Y por ello, ni
podemos condenar a la inquietud permanente a quienes no tienen fe, ni tampoco nosotros
podemos estar seguros de que los momentos del paso de la vida que conocemos a la otra que no
hemos visto todavía, vayan a ser fáciles.
- El Evangelio sitúa la gran esperanza que nos da Jesús respecto al mundo
futuro. Seremos como ángeles y es una promesa fehaciente que abre todo un camino de esperanza.
Y por ello, parece que nuestro comentario solo puede incidir en la aceptación de la muerte como un
tránsito hacia una vida mejor. A la postre será, como en muchas otras cosas nuestras, Cristo el
camino, la verdad y la vida. Y a partir de la Resurrección de Jesús se produce otra promesa:
moriremos pero resucitaremos. Y cuando se produzca esa nueva situación nuestro cuerpo glorioso
nos hará parecidos a los ángeles. La promesa del Señor está clara. Y ante ella la muerte no nos debe
asustar.
Difunta. Nov 22- Textos: Sabiduría 3,1-9
1. (La vida de los hombres no termina con la muerte) El hecho de la muerte se alza como un
muro lleno de interrogantes y de temor en el centro mismo del camino de la vida. Vamos
avanzando por nuestra existencia y, de repente, nos encontramos encarados con esta
muralla misteriosa que nos impide el paso. Y en su misma base dejamos los restos de
nuestro cuerpo. Los familiares, los amigos piadosamente los recogen y los entierran. ¿Todo
se ha terminado para nosotros? Este es uno de los interrogantes escritos en la muralla de la
muerte y que nos llena de angustia: ¿LA VIDA DE LOS HOMBRES SE TERMINA CON LA
MUERTE?
La Palabra de Dios que hemos leído NOS DICE QUE NO: "La gente
insensata—los que no tienen fe—pensaban que morirían—que todo se terminaba para
ellos—, consideraba su tránsito como una desgracia, su partida de entre nosotros—esto es,
el pasar de una a otra manera de vivir—como una destrucción. Pero ellos están en paz".
Parece como si esta muralla de la muerte fuera impenetrable, que no nos deja pasar al otro
lado, pero nuestra vida, aquello que constituye verdaderamente nuestra personalidad,
"probada como oro en crisol", libre de los obstáculos que nos imponían el tiempo y el
espacio, "resplandecerá como chispa que prende" y atravesará el muro. HEMOS PASADO AL
OTRO LADO. En este momento solemne se cumple lo que hemos oído en la lectura: "Los
que confien en el Señor conocerán la verdad, y los fieles permanecerán con él en el amor".
2. (Los que han muerto están en manos de Dios) Ahora encontramos también respuesta a
otro de los interrogantes de la muerte: ¿DONDE ESTAN NUESTROS DIFUNTOS? ¿QUIEN SE
PREOCUPA AHORA DE ELLOS? Desde la fe podemos decir: "La vida de los justos está en
manos de Dios" No tengamos miedo, ya que NUESTROS DIFUNTOS ESTAN EN BUENAS
MANOS, mucho mejores que las nuestras. Pues mientras vivían y estaban con nosotros, más
de una vez fueron victimas de nuestros defectos, de nuestras limitaciones, de nuestro
egoísmo y de nuestras injusticias. Ahora están en las manos de Dios: manos de padre que
acogen, que comprenden, que aman y por ello siempre están dispuestas a perdonar. Manos
de padre y de madre llenas de amor.
Las manos de Dios nos han dado la vida, se han juntado con las nuestras
y nos han conducido por los caminos de la existencia, nos han educado para la libertad, para
la responsabilidad, para el amor. Por ello nos han salvado, nos han liberado, y han hecho
que llegásemos a ser lo que somos: nosotros. Las manos de Dios se alargan también hacia
nosotros a la hora de la muerte y nos llevan al otro lado de la frontera, allí donde "ningún
tormento nos tocará", a la felicidad inmensa, al lugar del reposo, de la luz y de la paz, a la
inmortalidad. Nuestro hermano ha dado este paso definitivo. Ahora está con Dios.
ACOMPAÑEMOSLE CON NUESTRO RECUERDO Y CON NUESTRA PLEGARIA, unidos a
Jesucristo, nuestro hermano mayor, que ha muerto y ha resucitado y nos ha enseñado el
camino que conduce a nuestra casa, a la casa de Dios, a la casa del Padre y la Madre, a la
casa donde todos nos hemos de reunir para siempre.
Miércoles 23 nov. Difunta. : Romanos 14,7-12
1. (Toda la vida se presenta ante Dios)
A primera vista, parece como si san Pablo dijera que es igual vivir como morir, porque
dice: "SI VIVIMOS, VIVIMOS PARA EL SEÑOR; SI MORIMOS, MORIMOS PARA EL SEÑOR".
Entendida así, esta afirmación no nos acabaría de convencer. Todos los que estamos aquí
amamos la vida. La muerte se nos presenta como una cosa negativa, como el final de
nuestro camino en este mundo, un alejamiento de todo lo que nos rodea, una
imposibilidad de seguir realizando nuestros proyectos de futuro...
Pero situémonos en nuestra perspectiva, seguramente la que debería tener
san Pablo cuando hacia aquellas afirmaciones. Nosotros somos criaturas de Dios. No
podemos estar al margen de esta dependencia. Y a pesar de que muchos de nosotros
muchas veces no lo pensemos, la realidad es que DEPENDEMOS EN TODO DE DIOS y que
nuestra vida es
como un acto de culto a Dios. Por suerte, hay muchas personas que viven esta realidad
de una manera consciente. Cada día, cada hora, cada minuto, ofrecen a Dios todo lo que
hacen. Como el escritor que escribe cada día una hoja y, al llegar la noche la revisa,
corrige aquello que no le gusta y la deja preparada para su publicación Así hacemos
nosotros, acumulando cada día de nuestra vida todo lo bueno que hemos podido hacer.
Y al llegar la hora de la muerte, esta página, escrita cada día, se junta a las
otras: son las obras completas. LA MUERTE ES EL OFRECIMIENTO DE TODA LA VIDA,
ENTERA, DE GOLPE. Mientras vivíamos, la ofrecíamos minuto a minuto. A la hora de la
muerte, la ofrecemos toda entera. Desde esta óptica sí que son semejantes la vida y la
muerte. "Si vivimos, vivimos para el Señor; si morimos, morimos para el Señor. En la vida
y en la muerte
somos del Señor".
2. (Oremos por este hermano al Dios que salva) Nuestro hermano ha
llegado al término de su vida mortal. EL SEÑOR HABRA APRECIADO TODO LO BUENO
QUE HA IDO HACIENDO, EL DESIGNIO DE DIOS ES DE SALVACION. "Cristo murió y
resucitó" para indicar que también nosotros los creyentes, pasando por la muerte,
estamos llamados a la vida. Los méritos infinitos de Jesucristo y todo lo positivo que
habremos hecho mientras vivíamos nos darán acceso a la vida eterna. "Todos hemos de
comparecer ante el tribunal de Dios. Cada
uno dará cuenta a Dios de sí mismo".
Hermanos, yo os invito ahora a orar. Hacemos como de abogados
defensores en un juicio. Que nuestra plegaria sea un DECIRLE A DIOS QUE VALORE TODO
LO BUENO y positivo que ha hecho nuestro hermano mientras vivía y que,
misericordioso, no le tenga en cuenta todo lo que quizás por debilidad humana no pudo
controlar. Seguramente él mismo ya debía ir puliendo a tiempo todo aquello con lo que
no estaba de acuerdo. Confiemos reencontrarnos un día en la casa del Padre.
Difunta nov 28 -Textos: 1 Juan 3,14-16 - Mateo 5,1-12a
Hemos escuchado este ANUNCIO DE DICHA, DE FELICIDAD, DE VlDA (y diría que
incluso de triunfo) que pronunció Jesús en el inicio de su predicación. Y PUEDE PARECER
EXTRANO que lo hayamos leído con motivo de una celebración exequial, es decir, en esta
reunión de plegaria por la muerte de... Puede parecer extraño y sin duda lo es si lo miramos
desde un punto de vista puramente humano. Pero aquí nos hemos reunido como
cristianos, como creyentes en Jesucristo, en Aquel que pronunció estas extrañas palabras.
Por eso nos atrevemos a leerlas: porque creemos que su palabra es Palabra de Dios, es
decir, la verdad más profunda, la más real, más allá de la verdad aparente que suele
dominar en nuestro modo de pensar y de sentir de cada dia.
Y LA GRAN VERDAD QUE ANUNCIÓ CON FUERZA JESUS, EL HlJO DE DIOS, ES
ÉSTA: son dichosos, son felices, de ellos es el Reino de Dios, los que han vivido como pobres,
en la sencillez, quizá en el dolor. Los hijos de Dios —ahora y para siempre—, los que verán a
Dios y poseerán su herencia de paz y felicidad, son los que vivieron con hambre y sed de
justicia, los que supieron amar en su vida de cada día, los limpios de corazón, los que
comunicaron paz.
Y quizá en su vida aquí en la tierra todo esto no fue comprendido, no fue valorado
como se merecía. Quizá ni ellos mismos lo comprendieron. Pero si lo vivieron —y eso es lo
que, hermanos, importa al fin y al cabo— DIOS LES ACOGE COMO HIJOS SUYOS. Por eso dice
Jesús —lo acabamos de leer—: "estad alegres y contentos, porque vuestra recompensa
será grande en el cielo". Una alegría y una recompensa que tienen ya plenamente los que
viven en total comunión con Dios en aquel país que llamamos "cielo", pero de lo que —de
algún modo— participamos ya ahora aquellos que compartimos su amor, su bondad, su
camino duro de cada dia. Su alegría y su dolor.
Por eso esta celebración nuestra, hoy, es de COMUNION. Comunión con un
camino que no ha terminado, que se ha transformado en dicha. Comunión con Dios y con
los hermanos que ya no viven entre nosotros. Pero su recuerdo seguirá vivo, ejemplar —
más allá de todo lo que hay de pecado o de deficiencia en cada hombre o mujer—; su
recuerdo podrá ayudarnos.
Hemos leído antes en primer lugar, unas palabras del apóstol Juan que resumen
nuestra fe cristiana. Esta fe que, de algún modo, hoy deberíamos reafirmar y renovar. Nos
decía san Juan que "el que no ama permanece en la muerte". O dicho al revés: el que ama,
vive para siempre. Esta es nuestra fe. Nos decía también: "nosotros hemos pasado de la
muerte a la vida: lo sabemos porque amamos a los hermanos". Esta debe ser—y pidámosio
hoy— la consecuencia de nuestra fe, para que sea fe de verdad, fe de vida. Y terminaba
diciendo: "EN ESTO HEMOS CONOCIDO EL AMOR: en que él —Jesús— dio su vida por
nosotros". Es lo que renovamos cada vez que celebramos la Eucaristía: nuestra fe en el
amor de Dios que nos enseña que "también nosotros debemos dar nuestra vida por los
hermanos". Que así sea.
Nov 30. H5.d.Textos: Mateo 25,1-13 1. (La hora de la verdad)
Aunque tengamos muy sabido que la muerte tiene que llegar también a la gente que
conocemos y amamos, y aunque incluso la enfermedad nos lo anuncie, hoy nos
encontramos aquí tristes y sorprendidos. Tristes porque conocíamos y apreciábamos y
amábamos a este hermano nuestro que se ha ido, y sorprendidos porque, por más que lo
sepamos, siempre nos parece que no puede ser, que no es posible que la vida de este
mundo llegue un momento en que termine.
Pero esta es la realidad, esta es la condición humana: llega un día en que la vida
de este mundo termina, y los hombres nos hallamos ante la hora de la verdad, el momento
definitivo de la existencia. Y hoy estamos aquí para decir adiós a este hermano nuestro que
llego a este momento definitivo, a esta hora de la verdad. El no se encuentra ya entre
nosotros, él está ahora ante Dios esperando que la bondad infinita del Padre le abra las
puertas de la vida eterna, de la esperanza eterna, del gozo eterno.
El se ha presentado ante Dios, ante el Padre, llevando en sus manos, como las
doncellas del evangelio, la lámpara encendida de su buena voluntad, la lámpara encendida
del bien que se haya esforzado en realizar en este mundo. Y nuestra confianza, la confianza
de los cristianos, es ésta: que Dios va a tomar esta luz, esta pequeña llama y la va a
convertir en la luz eterna del gozo, de la vida, de la paz. Por eso nos encontramos aquí Para
decirnos mutuamente que creemos en la bondad infinita de Dios, y para orar todos juntos
por este hermano nuestro, para que verdaderamente Dios lo acoja para siempre en su
Reino.
2. (A nosotros nos llegará también la hora de la verdad) Pero al mismo
tiempo, el hecho de encontrarnos diciendo adiós y orando por este hermano nuestro que
murió, es también una llamada, una invitación para la vida de cada uno de nosotros. Es una
llamada que nos recuerda que también a nosotros nos llegará un día esta hora de la
verdad. No sabemos cuando será, no podemos imaginarlo. Pero sabemos que llegará un
momento en que nuestra vida de aquí habrá terminado, y entonces deberemos tener las
lámparas encendidas, como aquellas doncellas que esperaban la llegada del esposo.
¡Y cómo valdrá la pena que en este momento, cuando lleguemos a este momento, nuestra
vida pueda aparecer como una claridad fuerte, viva, intensa! ¡Cómo valdrá la pena que en
esta hora de la verdad podamos darnos cuenta de que síi, de que hemos vivido la vida
profundamente, seriamente, valiosamente!
¡ Y qué tristeza, qué lástima, si tuviéramos que darnos cuenta de que solamente
nos hemos pasado la vida a base de ir tirando, sin tomarnos en serio nada que valiera la
pena, sin haber contribuido a la felicidad de los demás, sin haber procurado amar de veras!
Entonces llegaríamos a este momento definitivo con una lampara apagándose, que apenas
serviría de nada. Habríamos perdido la vida muy lamentablemente. Y ante nuestro Padre
del cielo, y ante los demás hombres, y ante nosotros mismos, deberíamos reconocer que
habíamos defraudado las esperanzas que Dios había puesto en nosotros, y que los
demás hombres habían puesto en nosotros.
2. (El cristiano ante la muerte) Por el ejemplo de Cristo y por su fuerza, el cristiano es capaz
de vivir su muerte de una manera que transforma totalmente sus aspectos negativos. Estas
son las condiciones indispensables: aceptar voluntariamente la muerte, en señal de
obediencia amorosa al Padre; vivir siempre para los demás, como preludio de una muerte
fecunda; creer que la muerte no representa el fin, sino el inicio de una vida totalmente
liberada de cualquier esclavitud. En definitiva, uno muere tal como ha vivido. SI HACEMOS
DE NUESTRA EXISTENCIA UNA CONTINUA EXPRESION DE AMOR a Dios y a los hombres, si
no vivimos para nosotros mismos, sino para aquel que por nosotros murió y resucitó,
entonces NUESTRA MUERTE, COMO LA DE CRISTO, SERA INSTRUMENTO DE VIDA y de
victoria.
Los cristianos valoramos tanto la muerte de Cristo que la hacemos
OBJETO DE CELEBRACION FESTIVA. Cada eucaristía proclama y reactualiza la muerte
victoriosa del Señor, y por ello también nos resulta significativa para celebrar la muerte de
cada uno de los creyentes en Jesús. Evidentemente, la muerte es objeto de celebración en la
medida en que, vinculada con la muerte de Cristo, se convierte en UN HECHO DE
SALVACION. Que esta celebración eucarística sea al mismo tiempo recuerdo eficaz de la
muerte de Cristo, plegaria piadosa por nuestro hermano difunto, y signo de nuestra
voluntad de vivir y morir por el ejemplo y la fuerza de Jesús.
Xxxx
Homilía para misa exequial, especialmente en tiempo pascual. La
participación para siempre en la Pascua de Jesucristo, de aquellos que en
la tierra participaron ya en ella por la fe y los sacramentos.
1.1 “¡Mi amor!” “¡Mi vida!” son expresiones frecuentes entre los enamorados. Con estas
dulces palabras expresan la alegría irreemplazable de contar con alguien que ha traído
grandes bienes a su historia personal.
1.2 ¿Qué dirá entonces aquel que se ha encontrado con Cristo? ¿No son por ventura
mayores, infinitamente mayores, los bienes que de Él hemos recibido? El perdón, la paz, la
reconciliación, el sentido verdadero de la vida y las promesas más hermosas que puedan
imaginarse para la eternidad. ¿Cómo no decirle a Él con infinita gratitud: “Tú eres mi vida”?
1.3 Y es que además, de Él hemos recibido lo que nadie más podría darnos. A Él nos
debemos por ser creaturas, puesto que por Él y para Él han sido creadas todas las cosas. A Él
nos debemos por ser redimidos, puesto que hemos sido adquiridos a precio de su Sangre. A
Él nos debemos, en fin, por ser templos de su Espíritu, que Él imploró y ereció para nosotros
con su sacrificio en la Cruz
2.1 Dice San Pablo que la muerte es “una ganancia” para él. ¿Cómo puede ser esto? Para
comprenderlo hay que tener presente que en el conjunto de la vida humana, lo que
llamamos “muerte” es la única puerta y posibilidad de acceso a nuestra realidad más
profunda y permanente, que es la eternidad.
2.2 La muerte estará ahí, lo queramos o no. Para quien tiene todos sus tesoros solamente en
esta vida, la muerte implica la pérdida inevitable y completa de todo lo que quiso lograr y
poseer. Una persona en tal condición dirá: “para mí la muerte es la peor de las desgracias.”
Muy distinto es el caso del que conoce la proporción de la victoria de Cristo, la fidelidad de
sus palabras y el alcance de su poder y sus promesas.
2.3 Nos damos cuenta entonces que no es opcional para el cristiano el modo de ver la
muerte. El que niega que la muerte nos acerca a los bienes plenos, estables y verdaderos
está negando la eficacia del amor redentor de Cristo. Lo que sucede es que hay gente
maravillosa, como san Pablo, que se atreve a decir las cosas de un modo tan claro y brillante,
que su claridad nos ilumina a todos.
. El amor es más fuerte que la muerte
1.1 El misterio central de nuestra fe es la Resurrección de Cristo (cf. 1 Cor 15,14). Esto hemos de
tomarlo en serio: el enemigo más grande de nuestros sueños y esperanzas, es decir, la muerte, ha
caído ante uno que es más fuerte: Jesucristo.
1.2 La resurrección del Señor es una obra del amor. Levantado del sepulcro, Cristo manifiesta el
sentido de toda su vida, que no fue otra cosa sino una continua ofrenda de amor. Es que el freno
para amar, lo que nos detiene de amar más y mejor es la muerte. Sentimos que si amamos
demasiado perdemos lo nuestro y nos quedamos sin nada. Pero Cristo ha amado hasta quedarse sin
nada, porque se ha <<vaciado>> de sí mismo en la cruz (cf. Flp 2,7). Cristo ha asumido el riesgo
terrible de ofrecerse a las fauces de la muerte, fiado solamente de la voluntad del Padre. La
resurrección de Cristo es entonces la respuesta de amor del Padre, que así manifiesta el triunfo de
un amor que no se mide, un amor que no se limita porque no se detiene ante la muerte.
2. La comunión de los santos
2.1 Nosotros hemos nacido de ese amor invencible, pues de nosotros fue escrito: <<no nacieron de
sangre, ni de la voluntad de la carne, ni de la voluntad del hombre, sino de Dios>> (Jn 1,13). El que
nos une y nos reúne no es otro que el Espíritu Santo, el Espíritu que resucito a Jesús de entre los
muertos. Este es el misterio que llamamos la <<comunión de los santos>>: somos uno en Él, gracias
al mismo amor que hizo posible el portento de la Encarnación y el milagro sublime de la
Resurrección.
2.2 No cabe pensar entonces que ese amor, que ya venció una vez y para siempre a la muerte,
ahora sea inferior a la muerte. El amor que nos hace <<uno>> en Jesús es el mismo amor que
resucitó a Jesús, y por eso estamos ciertos que la Iglesia que peregrina en esta tierra está
indisolublemente unida a la Iglesia que ha pasado ya por el umbral de la muerte.
2.3 Semejante lenguaje no podía decirse antes de la resurrección del Señor, y por ello, antes de la
predicación de este misterio de misterios, toda invocación de difuntos o toda idea de una
comunicación entre los difuntos y nosotros tenía que ser prohibida como espiritismo, según ordena
severamente el Antiguo Testamento: <<No sea hallado en ti ... quien practique adivinación, ni
hechicería, o sea agorero, o hechicero, o encantador, o médium, o espiritista, ni quien consulte a los
muertos>> (Dt 18,10-11). Esta prohibición era razonable porque el contacto con los difuntos sólo
podía tener un objetivo: el intento de asegurar algunos bienes (suerte, dinero, éxitos...) para esta
vida. Pero nosotros no miramos así a nuestros difuntos, pues es la luz de la victoria del Resucitado
quien nos lleva a considerar el alto destino al que han sido llamados ellos lo mismo que nosotros.
3. Un inmenso acto de amor
3.1 Nuestras oraciones por los fieles difuntos llevan por consiguiente un doble sello: caridad hacia
ellos y certeza de la victoria de Cristo. Les amamos, pero no con un amor nostálgico, prisionero de
la fantasía o el recuerdo, sino con el amor eficacísimo propio de la victoria del Señor.
3.2 Y por eso desde antiguo la Iglesia ha considerado que es acto precioso de misericordia orar por
los difuntos de quienes podemos pensar que necesitan de este sufragio, no para reemplazar la fe, si
no la tuvieron, sino para limpiar con la potencia de nuestro amor, fundado en Cristo, cualquier
imperfección que pueda impedirles gozar de la visión de Dios.
3.3 Y ofrecemos este acto de amor uniéndonos al amor más grande, es decir, al amor de Cristo en la
Eucaristía. Allí precisamente donde se renueva la ofrenda viva de Cristo, allí fundamos nuestro
amor y nuestra esperanza mientras rogamos por nuestros hermanos difuntos.
Difunto dic 27.1. " ¡Dichosos ya los muertos que mueren en el Señor!" Qué poca gente se
atreve a decir: "Dichosos los muertos", porque todos nos agarramos a la vida tan
fuertemente como podemos. Afirmar "dichosos los muertos" podría, incluso, parecer un
insulto al difunto o un agravio a su familia. Pero el añadido "en el Señor" transforma
totalmente esta expresión. Podemos afirmar, pues, sin ningún temor: "Dichoso N. que ha
alcanzado la muerte a partir del estilo de vida característico de los seguidores de Jesús". El
por el Bautismo se unió a Jesucristo y a lo largo de su vida intentó hacer suyas las actitudes
propias del Evangelio. Y, por supuesto, una manera concreta da vivir según el estilo de Jesús
es, y ha sido siempre, la de aquel que se pone al servicio de los demás, entregando en favor
de los demás la propia vida hasta morir. ¡Dichoso N., porque por este camino has alcanzado
la muerte!
2. "Descansan de sus fatigas". Para mucha gente es una forma de consuelo
pronunciar o escuchar expresiones parecidas cuando se llora la muerte de una persona
amada: Acabó ya sus sufrimientos, ahora ya descansa... Afirmaciones que, aunque tienen
parte de verdad, olvidan valorar algo tan importante como es la obra realizada en vida. Por
eso debemos creer en el valor perenne de cuanto se hizo: "porque sus obras los
acompañan". Estas obras pueden ser muchas y muy diversas; vosotros, los familiares y
amigos de N. las conocéis muy bien. Merece la pena que volvamos a recordar las palabras
de Jesús en el Evangelio.
Eran una valoración final de la vida, de las obras de una persona, poniendo sobre ellas el
sello de "vida eterna". ¿Cuándo sucede esto? Cada vez que uno comparte con los demás las
cosas materiales, como la comida, el vestido... o ha dedicado tiempo a acompañar las horas
tristes de los que sufren enfermedad o marginación... La muerte, mirada desde esta
perspectiva, tiene otro sentido: el dolor se transforma en fiesta; las lágrimas en alegría, y la
muerte en vida. Por eso el apóstol san Juan se atrevió a escribir: "sabemos que hemos
pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos".
Ahora, al despedir a N. os invito a recordar el ejemplo de tantos hombres y
mujeres que han seguido fielmente el camino de Jesucristo dando, día tras día, su propia
vida en favor de los demás... ¡Qué alegría y qué paz interior deben sentir aquellos que han
obrado de esta manera! ¡Con qué mirada tan distinta mirarán el paso de la vida a la
etemidad! Recuerdo ahora la experiencia de un hombre (de mediana edad): era obrero y
había dedicado toda su vida a dar testimonio de Jesús entre sus compañeros obreros.
Herido de muerte por una grave enfermedad fue capaz de escribir así: "La muerte ya no me
inquieta. Si llega será voluntad de Dios; mi tránsito de este mundo a otra situación —más
allá del tiempo y del espacio—, no es muy distinto al de aquellos hombres y mujeres que
van al Más Allá ya se trate... del deconocido que muere en la carretera o bien del que hace el
tránsito en su propio lecho. Vivo en las manos omnipotentes, las manos amorosas de Dios. Esto
llena de paz mi corazón y mi espíritu...". Cuánta gente habrá que sin haber escrito nada parecido,
han experimentado otro tanto; han experimentado "gran paz en el corazón y en el espíritu"
porque sabían que "sus obras los acompañaban". Y gracias a estas obras —expresión de una fe
muy firme en Cristo— han merecido oir esta invitación: "Venid, vosotros, benditos de mi Padre;
heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo".
DIFUTNHO DIC 28.
En este momento de profunda oscuridad para SUs vidas la Palabra de Dios quiere salir más que
nunca a SU encuentro para iluminarLos, reconfortarlos y dar sentido a lo que están viviendo.. Me
gustaría ser para uistedes un pequeño alivio, el apoyo del que se siente derrumbado y no sabe
porqué, el que se enfrenta a la cara más dura de la vida. Pido a Dios con fuerza para que los
sostenga, Él que conoció el mayor de los sufrimientos. Y le pido también que aleje de usteds la
tentación de abandonar a Dios en este momento. Es más. La tentación de pensar que Dios los ha
abandonado o se ha desentendido de ustedes. Es justo al contrario. Sé con certeza que Su
presencia, Su Gracia, Su consuelo está ahora más vivo que nunca entre ustedess. ¡Cuánto sufre
nuestro Señor al ver este trago amargo que hande beber! Pero quiere Cristo nuestro Señor que de
esta copa de amargura puedans hacearce mas fuertes, quiere Él que puedan afrontar su paso por
este mundo con la conciencia aún más clara acerca del valor exacto que tiene nuestra vida.
Abran su corazón a la esperanza que Cristo nos ha traído con Su muerte y resurrección. La
pasión de Cristo no fue en vano. El tesoro de Gracia que de nuestra fe en Él se desprende es de
incalculable valor. Nuestra vida no tiene sentido sin Dios y Su promesa de vida eterna. ¡Esta es la
cuestión! ¿Seguimos creyendo y esperando en la vida eterna? No desesperén de la fe que bañada
en sangre por tantos mártires nos ha sido transmitida, según la cual hemos nacido para siempre,
nuestro paso por este mundo no es sino un entrenamiento, una decisión en favor o en contra del
Dios que nos ama y nos ha preparado un hogar eterno, la paz perpetua, la dicha definitiva hacia la
cual deberíamos estar trabajando.
La despedida, pues, del cristiano no consiste en decir un “hasta siempre” sino un
“hasta pronto”. No nos separamos definitivamente de nuestros seres queridos porque Dios es la
vida y en Él estaremos siempre, estamos en Sus Manos, y la única forma de perdernos esta dicha es
persistiendo en el pecado y rechazar libre y conscientemente a Dios y Su amor. ¡Confiad en esta
promesa! ¡Pedidle a Dios la fuerza para que aumente su esperanza en encontrar un día todos
ustedess la unidad que ahora la muerte ha interrumpido bruscamente, de reencontraros con N.! Os
parece un milagro ¿verdad? Y es que lo es, pero un milagro que podemos esperar si el vacío que ha
dejado esta ausencia lo completáin con el único que puede comprenderlos, darles luz y sentido en
lo que estáin viviendo: Jesús, el Señor .sepan que el mayor bien y beneficio que pouedens hacer a
N. es orar por la paz de su alma, que ahora se encuentra cara a cara con el amor y la Misericordia de
Dios. ¡
Qué encuentro tan hermoso, pero también tan temible! ¿De qué podemos temer al
estar en la presencia de Dios? De no haber respondido a tanto amor como Dios nos da. De haber
renunciado a amar, servir a los nuestros. De no haber dado la cara por Jesús, haberlo ignorado
cuando Él es nuestra única Vida después de esta vida. Pero Dios no conoce otra forma de ser que el
amor. Su amor por nosotros no tiene condiciones, es eterno, irrevocable. Somos nosotros, en
cambio, los que podemos persistir en el pecado y la indiferencia y romper este lazo indestructible.
Por eso estamos hoy orando por N. Por estamos ofreciendo la Eucaristía, para que el sacrificio de
Jesús beneficie a N. y le ayude a acercarse al Señor para que pueda estar definitivamente con Él,
como todos nosotros esperamos.
Pido finalmente a María, nuestra Madre querida, que tenga compasión de usteds, que cuide de
ustedezs que los ilumine y los fortalezca para que sigán firmes y valientes en esta escalada hacia el
Cielo, nuestro hogar definitivo. Hagámoslo recordando las Palabras de Jesús: “Yo Soy la
Resurrección y la Vida, el que cree en Mí aunque haya muerto, vivirá; y el que cree en Mí y está
vivo, no morirá para siempre. ¿Creéis esto?” (Jn 11, 25-26).
Lunes 2 enero,.17.. )
El fragmento que hemos escuchado es uno de los tres relatos de resurrección
obrados por Jesús, que nos han transmitido los escritores del Nuevo
Testamento. Los otros dos cuentan la resurrección de la hija de Jairo y la de
Lázaro. Probablemente habría más narraciones de esta clase, ya que,
juntamente con las curaciones de toda clase de enfermedades, constituían las
señales de la inauguración del reino mesiánico. Pero es significativo que los
evangelistas sólo nos hayan conservado el recuerdo de estas resurrecciones, que
se refieren a personas cuya muerte es especialmente absurda y dolorosa: un
muchacho, una niña, un amigo. Parece como si nos quisieran decir que JESUS NO
ACEPTABA FACILMENTE LA MUERTE DE PERSONAS TAN QUERIDAS y que
reaccionaba haciendo una afirmación de su derecho a la vida.
2. (El mensaje de Jesús: Dios siempre da vida)
JESUS AMA LA VIDA: Su mensaje consiste en proclamar que Dios quiere que
todos los hombres vivan, y su obra tiende a conseguir la plenitud de la vida para
todos los que crean en él. Al contrario de lo que muchos se imaginan, el
cristianismo no es ninguna religión basada en el pensamiento de la muerte y de
la caducidad de las cosas terrenales. Es UNA FE QUE VALORA EL ASPECTO
POSITIVO DE LA VIDA, y aspira a realizar todas las potencialidades vitales del
hombre. PERO NO CIERRA LOS OJOS ante la realidad, aparentemente absurda,
de la muerte. Ni la ignora ni se obsesiona. Sencillamente, la contempla desde
una perspectiva de salvación.
No nos ofrece ninguna explicación filosófica o científica de la
muerte, pues ello pertenece a la reflexión autónoma de la razón humana. Pero
le da, eso sí, un "sentido" nuevo que, sin disipar los enigmas, sirve para orientar
nuestra actitud práctica. Y este sentido nuevo recae en la afirmación paradójica
de que Nl LA MISMA MUERTE ES OBSTACULO para el triunfo de la vida. Para el
creyente, la muerte no existe, pues Dios es Dios de vivos y no de muertos.
Ante la muerte de un ser querido, nuestra reacción
espontánea es de protesta y rebelión. No es de extrañar: Dios nos ha hecho para
la vida y no para la muerte. El mismo Jesús reaccionó así y combatió firmemente
el poder de la muerte. Sl PUDIERAMOS, DEVOLVERIAMOS LA VIDA A ESTE
HERMANO NUESTRO. Humanamente, no podemos, pero la fe cristiana nos
asegura que aquello que es imposible a los hombres, no lo es para Dios, amante
de la vida y de los hombres. Reavivemos en estos momentos NUESTRA
ESPERANZA, y hagamos de esta celebración litúrgica de la muerte una
afirmación convencida de nuestra fe incondicional en la vida.
207. La muerte, una llamada a la plenitud de vida, y una llamada a la vigilancia. Textos: 1 Juan 3,1-2
Lucas 12,35-40
Cuando nos enfrentamos con la muerte, cuando nos toca de cerca en la persona de un familiar o amigo,
muchas veces parece que nos hallamos ante una puerta cerrada, que nos encontramos con un muro que
no podemos traspasar. Y ello hace que nos preguntemos qué sentido tiene la vida, para qué estamos en
este mundo.
1. (Llamados a la plenitud de la Vida) Pero las lecturas que hemos proclamado en esta
celebración iban en una dirección completamente opuesta. No hablaban de falta de sentido en la vida, de
callejón sin salida, sino de esperanza y de visión de futuro. Dios nos llama hijos suyos y lo somos en
realidad, nos decía san Juan, y en cuanto tales estamos llamados a crecer continuamente, estamos
llamados a ser semejantes a él, a Dios. El día de nuestro bautismo nacimos como hijos de Dios, y en nuestra
existencia debemos ir aprendiendo a reconocer en Dios al Padre que nos ama, el Padre que quiere nuestro
bien, el Padre que quiere darnos la vida para siempre y toda suerte de bienes, el Padre que abre nuestra
existencia hacia un futuro de vida en plenitud. Esta fue la misión principal de nuestro hermano que nos
dejó y ésta debe ser también nuestra misión a lo largo de nuestra vida: crecer continuamente como hijos de
Dios hasta el momento en que él nos llame a verlo tal cual es.
Esto, en nuestra vida diaria, significa que no podemos dormirnos jamás pensando que lo
tenemos todo hecho, ni debemos creer que no podemos ya avanzar en nuestra madurez humana y
cristiana. Nuestro hermano ha llegado ya ante Dios. Todos nosotros caminamos hacia él, y lo hacemos
teniendo en cuenta la palabra de Jesús: conocemos la hora de la salida, pero el momento de la llegada nos
resulta totalmente desconocido, nada sabemos de él. El momento de presentarnos ante el Padre puede
llegarnos después de una larga y fecunda vida o puede venirnos también de improviso, como el ladrón que
se nos mete en casa sin llamar a la puerta y cuando menos lo esperaríamos.
2. (Caminamos con esperanza) Estas palabras de Jesús no son para meternos miedo.
Al contrario, quieren movernos a vivir más intensamente nuestra vida presente, la vida de cada día.
Recordémoslo de nuevo: somos ya los hijos de Dios. Por tanto, vivamos plenamente nuestra vida presente,
siguiendo el estilo de Jesús, el primero de los hijos de Dios y nuestro hermano. Hagamos de nuestra vida
un servicio a los demás, sepamos llevar paz, gozo, comprensión a nuestras relaciones humanas, sepamos
estar atentos a las necesidades de nuestros hermanos y a todo lo que la palabra de Dios pide de nosotros:
ésta debe ser nuestra vela, en esto debe consistir nuestra espera del Señor.
¿Cómo podríamos sentarnos a la mesa con el Padre, si ahora no hemos cultivado la
amistad y la relación personal con El? ¿Cómo podría El servirnos personalmente a la mesa, si antes nosotros
no hemos querido servirle en cada uno de los hermanos? ¿Cómo íbamos a pedirle
que compartiera su felicidad con nosotros, si ahora no nos esforzamos por compartir las penas y las
alegrías con todos los hombres?
3. (El don de Dios supera nuestras aspiraciones) El amor que Dios nos tiene supera con
creces todos nuestros cálculos. ¡Cómo iban a pensar los criados que esperaban de noche a su Señor que los
haría sentar a la mesa y los iría sirviendo! Tampoco nosotros podemos imaginar cuál va a ser nuestra
condición cuando seamos hijos de Dios en plenitud. Ni cuál es la condición de nuestro hermano, después
de que el Padre lo ha llamado a contemplarle cara a cara. Pero en esta celebración sí queremos orar para
que el Padre le conceda todo su amor, le reconozca totalmente como hijo; para que, libre de cualquier
mancha de egoísmo o de pecado que siempre existen en la vida de los hombres, pueda contemplar a Dios
tal cual es sin ningún temor.
Y al mismo tiempo que esta celebración es una plegaria por nuestro hermano N., que pasó
ya por esta etapa de la vida, debe significar también para nosotros un deseo de crecer continuemente
como hijos de Dios, un hacernos conscientes de que estamos llamados a vivir con el Padre y de que esto no
se improvisa en un momento, sino que debemos comenzar a vivirlo ahora en nuestras relaciones de cada
día, en la vida familiar y en el trabajo. Dichoso nuestro hermano N., porque intentó vivir así. Dichosos
nosotros, si el Señor nos encuentra en esta actitud.
Enero 28.
de vida para siempre, todo el amor y la bondad que un hombre haya
puesto en el mundo, por poco que sea.
Una esperanza que nos hace creer por encima de todo en la fuerza del amor.
Una esperanza que nos hace creer que todo aquello que es amor, bondad y
servicio, por pequeño que sea, no se pierde, no se puede perder, porque Dios no
quiere que se pierda. Porque Dios lo llena de su vida, y de su mismo amor, y lo
hace vivir para siempre.
Jesús nos ha dicho que todo hombre que, de una forma u otra, sabiéndolo o no,
ha procurado poner un poco de amor en el mundo, ha querido amar, ha puesto
bondad y servicio a su alrededor, vivirá por siempre con él. Que todo lo que
este hombre ha hecho, Jesús se lo toma como hecho a él mismo y lo llena de su
vida.
Por eso hoy, hermanos, tenemos esperanza. Porque sabemos que todo el bien
que hizo este hermano nuestro que ahora enterramos, toda atención que tuvo
con otro, por pequeña que fuera, Dios lo convierte en vida por siempre. Porque
Dios ama a los hombres. Porque Dios no quiere que ningún hombre se pierda.
Con esperanza, pues, oremos ahora. Oremos para que Dios llene
verdaderamente de vida a este hijo suyo que acaba de morir. Oramos también
para que olvide y perdone todo lo que de mal, de infidelidad, de falta de amor
pudo cometer. Y que a nosotros nos dé fuerza y Espíritu Santo para vivir cada
día como él quiere.
2017 e.Textos: Romanos 5,5-11 Lucas 23,44-49
1. (La muerte salvadora de Jesucristo)
Si siempre impresiona la lectura del relato de la muerte de Jesús, mucho más
cuando lo escuchamos conmovidos por la muerte de una persona querida.
Instintivamente adivinamos UN ESTRECHO PARALELISMO entre la muerte de Cristo
y la muerte de nuestro hermano, y ello no es fruto sólo de una intuición, sino que
se desprende de una ley esencial de la fe cristiana: la muerte de Cristo está
necesariamente vinculada a la muerte de todos y cada uno de los cristianos.
Primeramente, en el plano de la ejemplaridad, ya que LA MUERTE DE
CRISTO ES EL MODELO SUPREMO DE LA MUERTE CRISTIANA. Sobre todo en dos
aspectos principales: Cristo aceptó voluntariamente su muerte como prueba de
obediencia amorosa a la voluntad del Padre; Cristo murió por los demás, por todos
los hombres, como culminación de una vida totalmente entregada al servicio de los
hombres. En segundo lugar en el plano de la eficacia, pues para nosostros la
muerte de Cristo no es solamente un ejemplo, sino la FUENTE REAL, VIVA, DE
NUESTRA SALVACION.
San Pablo nos lo ha dicho con palabras inequívocas: gracias a
la muerte de Jesús, hemos sido justificados, hemos sido salvados de la ira de Dios,
nos hemos reconciliado con el Padre. La muerte de Cristo es así el instrumento más
eficaz del poder de Dios. por el ejemplo de Cristo y por su fuerza, el cristiano es
capaz de vivir su muerte de una manera que transforma totalmente sus aspectos
negativos. Estas son las condiciones indispensables: aceptar voluntariamente la
muerte, en señal de obediencia amorosa al Padre; vivir siempre para los demás,
como preludio de una muerte fecunda; creer que la muerte no representa el fin,
sino el inicio de una vida totalmente liberada de cualquier esclavitud. En definitiva,
uno muere tal como ha vivido.
SI HACEMOS DE NUESTRA EXISTENCIA UNA CONTINUA EXPRESION DE
AMOR a Dios y a los hombres, si no vivimos para nosotros mismos, sino para aquel
que por nosotros murió y resucitó, entonces NUESTRA MUERTE, COMO LA DE
CRISTO, SERA INSTRUMENTO DE VIDA y de victoria. Los cristianos valoramos tanto
la muerte de Cristo que la hacemos OBJETO DE CELEBRACION FESTIVA. Cada
eucaristía proclama y reactualiza la muerte victoriosa del Señor, y por ello también
nos resulta significativa para celebrar la muerte de cada uno de los creyentes en
Jesús. Evidentemente, la muerte es objeto de celebración en la medida en que,
vinculada con la muerte de Cristo, se convierte en UN HECHO DE
SALVACION. Que esta celebración eucarística sea al mismo tiempo recuerdo eficaz
de la muerte de Cristo, plegaria piadosa por nuestro hermano difunto, y signo de
nuestra voluntad de vivir y morir por el ejemplo y la fuerza de Jesús.
Febreo2 .m12
Lucas 24,13-35 1. (La vida: un camino con Jesús) Hermanos: A menudo decimos que la vida es un
camino. Lo decimos y expresamos particularmente de un amigo, de una persona con la que hemos
convivido, que hemos amado. Decimos que ha terminado su camino, el camino de esta vida. Y es
verdad: la muerte es término de nuestro caminar por este mundo que pasa. Pero los cristianos no
andamos solos este camino: Jesús lo hace con nosotros. El evangelio nos lo acaba de decir. Los
discípulos de Jesús a menudo sin darnos cuenta, caminamos con él. NOS SALE AL ENCUENTRO
CUANDO ESTAMOS MAS ABATIDOS Y DESANIMADOS, cuando no encontramos sentido a la vida,
cuando todo se nos hunde.
Entonces él, por su palabra, nos introduce en la verdad de las cosas, nos descubre y
nos comunica la vida verdadera, recorre con nosotros el camino de las dudas y las incertidumbres,
de la preocupaciones y los desánimos. Jesús, nuestro camino, verdad y vida, nos acompaña, como
acompañó aquella tarde de Pascua a los dos discípulos que iban a Emaús.
2. ("Quédate con nosotros") Creo que hoy los que nos hemos reunido para celebrar la
eucaristía recordando con afecto cristiano a un pariente, a un amigo difunto, lo hemos hecho
PARA ESCUCHAR UNA PALABRA DE LUZ Y DE VIDA, UNA PALABRA QUE SOLAMENTE JESUS nos
puede decir. Sentimos la necesidad de que Jesús nos descubra el sentido de las escrituras, el
sentido de nuestra vida, nos abrase el corazón en esta hora siempre crítica y desconsoladora de la
muerte. De nuestros labios, ahogados de tristeza, nos brota ciertamente la súplica de los dos
discípulos: "Quédate con nosotros que se hace tarde". En la noche siempre oscura de la muerte,
NECESITAMOS LA PRESENCIA DEL AMIGO, del maestro, de aquel que nos toma la mano para
animarnos a seguir caminando. Este sólo puede ser Jesús: el que compartió nuestra muerte, la
venció, y resucitó para darnos vida sin fin.
3. (Realmente el Señor ha resucitado) Los funerales cristianos expresan siempre y lo
han de hacer de forma viva, lo que es EL NUCLEO MISMO DE LA FE CRISTIANA: "Realmente Jesús,
el Señor, ha resucitado". Esta es LA BUENA NOTICIA QUE HEMOS ACEPTADO LOS CREYENTES Y QUE
NOS SALVA, la Buena Noticia que en cualquier ocasión la Iglesia, la comunidad cristiana, ha de
predicar.
Hoy nuestra oración fraterna por nuestro hermano, que ha terminado el camino de esta
vida mortal, se centra en esta aspiración: QUE VIVA Y QUE REINE CON JESUS, es decir, que participe
para siempre en el Reino de Dios de la victoria del Señor sobre el pecado y sobre todo mal: que
Jesús, el Señor, juez de vivos y muertos, le perdone toda infidelidad, ya que él permanece siempre
fiel a pesar de que le seamos infieles; que encuentre en Jesús la vida para siempre, ya que EL
COMPARTIO LA VIDA NUEVA MIENTRAS FUE MIEMBRO DE NUESTRA COMUNIDAD
cristiana.
Hermanos: Jesús está con nosotros, con los que aún quedamos en este mundo. LE
RECONOCEMOS EN LA FRACCION DEL PAN, EN LA EUCARISTIA. A nosotros, los que comemos y
bebemos con él, los que en la intimidad de nuestra fe le decimos hermano y amigo, nos destina a
ser testigos de su resurrección. SOMOS, YA AHORA, TESTIGOS de la resurrección, cuando
rodeamos la mesa del pan de la vida; cuando proclamamos la muerte victoriosa del Señor con la
esperanza de su retorno glorioso. Seámoslo también en todas nuestras actitudes: sí, incluso ante la
muerte. Ya que ésta, aceptada como Jesús, en plena unión con él, es un paso: un paso de la
muerte a la vida. Es nuestra Pascua: nuestro paso de este mundo al Padre, con Jesús, por siempre
jamás.
Febrero 23.Texto: Juan 11,17-27Las palabras que acabamos de escuchar, del evangelio
de san Juan, pueden ser una ayuda para nuestra reflexión cristiana. Permitid
que, brevemente, diga algo sobre ellas. En primer lugar vemos que JESUS HACE
AQUELLO QUE TAMBIEN NOSOTROS HOY HEMOS HECHO. Jesús sabe que su
amigo Lázaro ha muerto y, aunque estaba lejos, acude a Betania, la población
del difunto. Y —como dice la continuación del evangelio que hemos leído— se
conmueve y llora al ver el dolor de Marta y Maria, las hermanas de Lázaro.
Podríamos decir que esta participación en el dolor, este deseo de
ayuda, de compañía, que significa nuestra presencia hoy aquí, es algo
plenamente compartido por Jesucristo. Y por eso los cristianos creemos QUE
TAMBIEN AHORA, QUE TAMBIEN AQUI, ESTA PRESENTE JESUS CONMOVIDO,
Jesús compadecido, Jesús que quiere acampañar y ayudar a todos aquellos a
quienes más ha afectado la muerte de N.N. Y todos podemos pensar que
nuestra presencia aquí, nuestra compañía -y quizás ayuda- a quienes eran más
próximos al difunto, es un hacer presente y palpable el amor de Dios, la
compasión de Jesucristo.
En segundo lugar, las palabras que hemos leído NOS ABREN A
UNA PROMESA DE ESPERANZA. Quizá más difícil, menos palpable, pero no por
ello —creemos aquellos que nos fiamos de la palabra de Jesucristo-- menos real.
Es la gran esperanza de la resurrección. Es la gran esperanza de que la muerte no
significa el fin. Es la convicción —por más difícil que parezca de aceptar— de que
Dios quiere para todos los hombres una vida para siempre, una vida sin fin.
Este fue EL GRAN MENSAJE DE JESUCRISTO. Que Dios, nuestro Padre, nos ama y
por eso ya ahora podemos vivir -durante nuestro camino en la tierra- en
comunión con su amor. Que lo más importante no es pensar en ello sino vivirlo;
es decir, vivir como hijos de Dios, participando de su bondad, de su amor, cada
día.
Y que quienes así viven —aunque como todos tengan sus pecados,
sus defectos— no morirán para siempre, resucitarán como Jesús resucitó después de
su muerte. Para vivir para siempre en la comunión de plenitud de vida con Dios, en
aquella gran fiesta eterna que el Padre nos ha preparado para todos. Con toda
confianza, con una gran esperanza que venza en lo posible el peso del dolor,
ROGUEMOS AL PADRE para que acoja en la vida eterna al difunto N.N. Y para que a
nosotros nos dé el saber vivir ahora y siempre tal como quisiéramos haber vivido en
la hora de nuestra muerte. Oremos, hermanos, unidos con Jesucristo sabiendo que —
como hemos escuchado en el evangelio— "todo lo que pidas a Dios, Dios te lo
concederá". Y la paz del Señor sea con todos vosotros.
Textos: Juan 12,23-28 1. (La imagen del grano de trigo)
Hermanos: La muerte es una realidad que nos supera, que vemos rodeada de
misterio y que, lo queramos o no, nos lleva a pensar en Dios. El es el único que puede
iluminarnos para despejar este misterio, para dar sentido a esta realidad que,
humanamente, no sabemos explicar. Jesucristo, enviado por el Padre para que
conociésemos la Verdad, en el fragmento del evangelio que acabamos de escuchar nos
explica con un ejemplo, sacado de la misma naturaleza, esta realidad que escapa a nuestra
experiencia sensible y a cualquier comprobación científica. Filémonos en el grano de trigo.
Cuando lo siembran y cae al suelo, con la humedad se deshace, se pudre, deja de existir
como tal grano de trigo. Pero filémonos cómo DEL INTERIOR DEL GRANO HA SALIDO UNA
PEQUEÑA RAIZ que sumirá de la tierra su alimento y dará lugar a una nueva planta, una
nueva vida que crecerá y dará fruto abundante.
2. (Nosotros, hechos a imagen de Dios, destinados a una vida eterna) Así pasa
con nosotros. La muerte nos obliga a devolver a la tierra todo aquello que de la tierra
hemos cogido. En esto no somos diferentes de los demás seres vivos que hay en la tierra.
Nuestros componentes materiales vuelven a empezar el ciclo ininterrumpido de la
naturaleza. Pero nosotros SOMOS MAS QUE LOS ANIMALES Y LAS PLANTAS.
Nosotros hemos sido creados "a imagen y semejanza de Dios". Y en Dios no hay materia.
¿Qué es lo que hay en nosotros que nos hace a imagen y semejanza de Dios? Desde luego
que no es la materia. Nuestros componentes materiales nos hacen más a imagen y
semejanza de los otros seres materiales de la creación. Hay en nosotros alguna cosa que es
distinta. Nuestra misma experiencia nos lo indica. Hay en nosotros una INTELIGENCIA que
nos hace entender las cosas, establecer las leyes y sobre todo, a partir de las cosas creadas,
nos permite llegar al conocimiento del Creador y establecer con él una relación.
También observamos en nosotros una CAPACIDAD DE AMAR que supera
el egoísmo instintivo, que nos hace capaces de dar gratuitamente sin esperar nada a
cambio, tal como hace Dios con nosotros, y ello nos lleva a una corriente mutua de amor
entre Dios y nosotros. Esta realidad profunda, ESTE "YO" PERSONAL, QUE NOS HACE A
IMAGEN Y SEMEJANZA DE DIOS, no muere. Está destinada a una vida eterna. La que Dios
nos tiene reservada, precisamente cuando nuestro cuerpo, como un grano de trigo, cae en
tierra y muere. Es entonces cuando nace en nosotros la vida nueva. Es entonces cuando,
revestidos de inmortalidad, nos podemos sentar como hijos, a la mesa del Padre, en la casa
paterna, para contemplarlo cara a cara, tal como él es y saciarnos de su amor para siempre.
3. (Como Jesucristo) Esta nueva vida ES LA QUE INAUGURÓ JESUCRISTO
CON SU MUERTE Y SU RESURRECCION. El pronunciaba las palabras del fragmento del
evangelio que hemos leído cuando estaba a punto de despedirse de sus amigos. Ya
presentía su muerte, pero anunciaba también su resurrección. Esta comparación del grano
de trigo, ilumina la muerte y la resurrección de Cristo, pero ilumina también la nuestra. Si
Cristo, el Hijo de Dios, nuestro hermano mayor, ha hecho este camino, también nosotros
participamos de su Pascua, también nosotros estamos destinados a pasar de este mundo al
Padre. (La eucaristía que vamos a celebrar, nos hará revivir la muerte y la resurrección de
Cristo que es garantía de la nuestra).
Jueves ceniza. Textos: Juan 12,23-28
Hermanos: La muerte es una realidad que nos supera, que vemos rodeada
de misterio y que, lo queramos o no, nos lleva a pensar en Dios. El es el único que puede
iluminarnos para despejar este misterio, para dar sentido a esta realidad que,
humanamente, no sabemos explicar. Jesucristo, enviado por el Padre para que
conociésemos la Verdad, en el fragmento del evangelio que acabamos de escuchar nos
explica con un ejemplo, sacado de la misma naturaleza, esta realidad que escapa a nuestra
experiencia sensible y a cualquier comprobación científica. Fijémonos en el grano de trigo.
Cuando lo siembran y cae al suelo, con la humedad se deshace, se pudre, deja de existir
como tal grano de trigo. Pero fijémonos cómo DEL INTERIOR DEL GRANO HA SALIDO UNA
PEQUEÑA RAIZ que sumirá de la tierra su alimento y dará lugar a una nueva planta, una
nueva vida que crecerá y dará fruto abundante.
Así pasa con nosotros. La muerte nos obliga a devolver a la tierra todo
aquello que de la tierra hemos cogido. En esto no somos diferentes de los demás seres vivos
que hay en la tierra. Nuestros componentes materiales vuelven a empezar el ciclo
ininterrumpido de la naturaleza. Pero nosotros SOMOS MAS QUE LOS ANIMALES Y LAS
PLANTAS. Nosotros hemos sido creados "a imagen y semejanza de Dios". Y en Dios no hay
materia. ¿Qué es lo que hay en nosotros que nos hace a imagen y semejanza de Dios? Desde
luego que no es la materia. Nuestros componentes materiales nos hacen más a imagen y
semejanza de los otros seres materiales de la creación.
Hay en nosotros alguna cosa que es distinta. Nuestra misma experiencia nos
lo indica. Hay en nosotros una INTELIGENCIA que nos hace entender las cosas, establecer las
leyes y sobre todo, a partir de las cosas creadas, nos permite llegar al conocimiento del
Creador y establecer con él una relación. También observamos en nosotros una CAPACIDAD
DE AMAR que supera el egoísmo instintivo, que nos hace capaces de dar gratuitamente sin
esperar nada a cambio, tal como hace Dios con nosotros, y ello nos lleva a una corriente
mutua de amor entre Dios y nosotros.
Esta realidad profunda, ESTE "YO" PERSONAL, QUE NOS HACE A IMAGEN
Y SEMEJANZA DE DIOS, no muere. Está destinada a una vida eterna. La que Dios nos tiene
reservada, precisamente cuando nuestro cuerpo, como un grano de trigo, cae en tierra y
muere. Es entonces cuando nace en nosotros la vida nueva. Es entonces cuando, revestidos
de inmortalidad, nos podemos sentar como hijos, a la mesa del Padre, en la casa paterna,
para contemplarlo cara a cara, tal como él es y saciarnos de su amor para siempre.
3. (Como Jesucristo) Esta nueva vida ES LA QUE INAUGURÓ JESUCRISTO CON SU MUERTE Y
SU RESURRECCION. El pronunciaba las palabras del fragmento del evangelio que hemos
leído cuando estaba a punto de despedirse de sus amigos. Ya presentía su muerte, pero
anunciaba también su resurrección. Esta comparación del grano de trigo, ilumina la muerte
y la resurrección de Cristo, pero ilumina también la nuestra. Si Cristo, el Hijo de Dios,
nuestro hermano mayor, ha hecho este camino, también nosotros participamos de su
Pascua, también nosotros estamos destinados a pasar de este mundo al Padre. (La
eucaristía que vamos a celebrar, nos hará revivir la muerte y la resurrección de Cristo que es
garantía de la nuestra).
Jueves ceniza 2,Textos: Juan 14,1-6. acabamos de escuchar en palabras de Jesús: "En la casa de mi
Padre hay muchas estancias". Nosotros sabemos gracias a Jesús que nuestra vida no se perderá
nunca por parte de Dios. Por parte de Dios —que es el Padre que ama siempre— lo tenemos
ganado. El tiene lugar para todos en su inmenso amor de Padre. El que es la vida y el amor de
siempre y por siempre, quiere que nuestro amor, por pequeño que sea, no se pierda. Por ello Jesús
podía decir a los que sentían como nosotros la tristeza de la muerte y el dolor de perder una
persona amada: "No perdáis la calma: creed en Dios y creed también en mí;".
Si sabemos que por parte de Dios no se perderá, lo que vemos es que LA VIDA Y EL
AMOR SE PUEDE PERDER POR NUESTRA PARTE. Y ello lo sabemos por la experiencia de
sufrimientos innecesarios, de odios y rencores, de injusticias toleradas, de silencios culpables, de
indiferencias y traiciones que los hombres cometemos. Dios no condena a nadie porque Dios es
Amor, y el Amor da vida y recoge amor. Somos nosotros mismos los que, al volvernos de espaldas
al Amor y al hacer el mal, nos alejamos de Dios. La responsabilidad de vivir la vida en el Amor o en
el fracaso está totalmente en nuestras manos.
Jesús nos decía: "Yo soy el camino, la verdad y la vida"; él mismo abre el camino y va
delante para ayudarnos a encontrar la ruta segura que nos lleva a la plenitud de la vida en el Amor
eterno del Padre. Nosotros hemos de reconocer que a menudo, ante tantos caminos como vemos y
nos señalan a nuestro alrededor, estamos igual que Tomás que dijo a Jesús: "Señor, ¿cómo
podemos saber el camino?". Porque caminos que parecen fáciles y llenos de éxito y prosperidad
encontraremos muchos. Hay personas que prosperan y viven bien porque han seguido el camino
de sus intereses sin respetar a los demás, y que para prosperar ellos han pisoteado a quien fuera
necesario; este camino que de momento parece el mejor, a la larga es el gran fracaso, es un camino
que no lleva a ningún sitio, es un camino que rompe la vida y el amor, y cae en el mayor de los
vacíos.
Otros caminos de vida, como el buscar solamente el dinero y el poder, también
dejan a la persona vacía de amor y esperanza en los demás, le cierran en él mismo y le empobrecen
hasta la muerte. JESUS MISMO NOS AYUDA A ENCONTRAR EL CAMINO que da sentido total a
nuestra vida; él es el camino. Jesús no es un predicador, Jesús es el que abre el camino y nos
acompaña en la vida. Jesús es aquel que siguió el camino de "pasar por el mundo haciendo el bien,
dando vida y esperanza a los demás", como dijo Pedro al pueblo después de la muerte de Jesús. Y
porque Jesús siguió este camino, de dar vida, amor y esperanza, vive para siempre en el Amor total
del Padre.
Hoy que nos encontramos ante una muerte, Jesús nos habla de vida y del camino que
lleva a la vida en plenitud. Nosotros ante la muerte en vez de dejar que la muerte nos abrume y
nos supere, NOS PLANTEAMOS EL SENTIDO DE LA VIDA, porque no creemos en la muerte, sino en
la vida y queremos vivir, y vivir para siempre en el Amor del Padre que nos ha dicho que tiene
lugar para todos. Miremos pues, si hemos encontrado el camino que nos llena de vida y de
esperanza; ante la muerte tomemos la vida con más fuerza y voluntad para encontrar el camino
que nos llene de sentido y de esperanza ahora y siempre.
Finalmente, en la tristeza de perder una persona amada, OS INVITO A RECORDAR TODO LO QUE
CADA UNO SEPA DEL AMOR, la amistad, la ayuda, la bondad que el difunto os haya dado, porque si
recordamos que en su vida ha habido amor, sabemos que este amor no se pierde nunca, ni se
puede enterrar, y que todo el amor que vivimos, por pequeño que sea, Dios que es el Amor más
grande lo recoge y los recibe para siempre. Recordemos aquellas palabras de la Escritura: "El que
ama encuentra a Dios, porque Dios es amor".
Marzo 13 . Textos: Juan 14,1-6
1. (Nuestra vida, por parte de Dios, no se perderá nunca) Lo acabamos de escuchar en
palabras de Jesús: "En la casa de mi Padre hay muchas estancias". Nosotros sabemos gracias a Jesús
que nuestra vida no se perderá nunca por parte de Dios. Por parte de Dios —que es el Padre que ama
siempre— lo tenemos ganado. El tiene lugar para todos en su inmenso amor de Padre. El que es la vida
y el amor de siempre y por siempre, quiere que nuestro amor, por pequeño que sea, no se pierda. Por
ello Jesús podía decir a los que sentían como nosotros la tristeza de la muerte y el dolor de perder una
persona amada: "No perdáis la calma: creed en Dios y creed también en mí;".
Si sabemos que por parte de Dios no se perderá, lo que vemos es que LA VIDA Y EL AMOR SE PUEDE
PERDER POR NUESTRA PARTE. Y ello lo sabemos por la experiencia de sufrimientos innecesarios, de
odios y rencores, de injusticias toleradas, de silencios culpables, de indiferencias
y traiciones que los hombres cometemos. Dios no condena a nadie porque Dios es Amor, y el Amor da
vida y recoge amor. Somos nosotros mismos los que, al volvernos de espaldas al Amor y al hacer el
mal, nos alejamos de Dios. La responsabilidad de vivir la vida en el Amor o en el fracaso está
totalmente en nuestras manos.
2. (Seguir el camino de Jesús, no los caminos fáciles que hacen perder la vida) Jesús nos
decía: "Yo soy el camino, la verdad y la vida"; él mismo abre el camino y va delante para ayudarnos a
encontrar la ruta segura que nos lleva a la plenitud de la vida en el Amor eterno del Padre. Nosotros
hemos de reconocer que a menudo, ante tantos caminos como vemos y nos señalan a nuestro
alrededor, estamos igual que Tomás que dijo a Jesús: "Señor, ¿cómo podemos saber el camino?".
Porque caminos que parecen fáciles y llenos de éxito y prosperidad encontraremos muchos. Hay
personas que prosperan y viven bien porque han seguido el camino de sus intereses sin respetar a los
demás, y que para prosperar ellos han pisoteado a quien fuera necesario; este camino que de
momento parece el mejor, a la larga es el gran fracaso, es un camino que no lleva a ningún sitio, es un
camino que rompe la vida y el amor, y cae en el mayor de los vacíos.
Otros caminos de vida, como el buscar solamente el dinero y el poder, también dejan a la
persona vacía de amor y esperanza en los demás, le cierran en él mismo y le empobrecen hasta la
muerte. JESUS MISMO NOS AYUDA A ENCONTRAR EL CAMINO que da sentido total a nuestra vida; él
es el camino. Jesús no es un predicador, Jesús es el que abre el camino y nos acompaña en la vida.
Jesús es aquel que siguió el camino de "pasar por el mundo haciendo el bien, dando vida y esperanza a
los demás", como dijo Pedro al pueblo después de la muerte de Jesús. Y porque Jesús siguió este
camino, de dar vida, amor y esperanza, vive para siempre en el Amor total del Padre.
3 (Creemos en la Vida) Hoy que nos encontramos ante una muerte, Jesús nos habla de vida y del
camino que lleva a la vida en plenitud. Nosotros ante la muerte en vez de dejar que la muerte nos
abrume y nos supere, NOS PLANTEAMOS EL SENTIDO DE LA VIDA, porque no creemos en la muerte,
sino en la vida y queremos vivir, y vivir para siempre en el Amor del Padre que nos ha dicho que tiene
lugar para todos. Miremos pues, si hemos encontrado el camino que nos llena de vida y de esperanza;
ante la muerte tomemos la vida con más fuerza y voluntad para encontrar el camino que nos llene de
sentido y de esperanza ahora y siempre.
Finalmente, en la tristeza de perder una persona amada, OS INVITO A RECORDAR TODO LO
QUE CADA UNO SEPA DEL AMOR, la amistad, la ayuda, la bondad que el difunto os haya dado, porque
si recordamos que en su vida ha habido amor, sabemos que este amor no se pierde nunca, ni se puede
enterrar, y que todo el amor que vivimos, por pequeño que sea, Dios que es el Amor más grande lo
recoge y los recibe para siempre. Recordemos aquellas palabras de la Escritura: "El que ama encuentra
a Dios, porque Dios es amor".
Marzo 13 -2.Textos: Job 19,1.23-27a o bien Isaías 25,6a.7-9 Salmo 102 ó 104 Juan 14,1-6.
No nos reune aquí la muerte sino la vida: La vida del amigo N., que hoy llega a su fin terreno (que hoy
cumple una etapa). La vida de Jesucristo, que continúa vivo y presente. La vida eterna que todos
esperamos. Por ello, la actitud cristiana ante la muerte, hay que decirlo de entrada, no puede ser de
desesperación, de pánico o de miedo. No somos unos ilusos cuando, reunidos en esta circunstancia,
ciertamente triste a nivel humano, nos invaden sentimientos de esperanza, de certeza y casi de alegría.
Es por ello que esta liturgia es una celebración. La celebración de una despedida, sin duda, donde se
mezclan al mismo tiempo los sentimientos de tristeza y alegría. Como en toda despedida.
1. (El hecho) (En el primer punto hay que hacer referencia a la situación concreta: ni todas las muertes
son iguales, ni todas las vidas tienen la misma resonancia llegada esta hora. Algunas afectan más que
otras a la asamblea reunida. Por ello no todas las homilías pueden decir lo mismo...)
2. (La fe en Jesucristo resucitado) Los cristianos celebramos la vida, no la muerte. (Un Dios de vivos, no
de muertos). Pero la muerte siempre nos oprime y entristece lo mismo que a los demás hombres. No
somos insensibles ni estoicos. No le encontramos sentido y nos rebelamos. Pero no es una rebelión
desesperada. Impulsados por la fe en Jesucristo, miramos el futuro esperanzados, confiados e, incluso,
deseosos (o alegres). Creemos que el futuro del hombre está en Dios; que no es una incógnita.
La fe en Jesucristo vivo se caracteriza por la certeza que tenemos de una victoria sobre la muerte. Es lo
que experimentaron los apóstoles la mañana del domingo de Pascua: Jesús, el Señor, que ha muerto y
ha sido sepultado, ivive! ¡Está vivo! No sólo ha pasado por la muerte como los demás hombres, sino
que la ha vencido. Y la fe de los discípulos en Jesucristo resucitado es la esperanza cierta de la propia
resurrección.
3. (La vida eterna) "No perdáis la calma: creed en Dios y creed también en mí. En la casa de mi Padre
hay muchas estancias..." La raíz de nuestra esperanza está en la bondad de Dios y en la victoria de
Jesucristo. "... Yo sé que está vivo mi Vengador, y que al final se alzará sobre el polvo". "El Señor Dios
enjugará las lágrimas de todos los rostros". La liturgia nos anima a hablar de un "convite" y de una
"fiesta" que Dios nos tiene preparada.
La vida no se acaba, se cambia por aquello que es definitivo. Cuando hemos perdido la confianza en
todas las seguridades humanas, en las riquezas, los razonamientos y las ideologías terrenas —que es lo
que nos pasa ante el hecho implacable de la muerte— cuando probamos la amargura de que las
cualidades personales, el dinero (el poder), la misma ciencia, son impotentes, entonces es cuando
estamos abiertos a la esperanza de una victoria definitiva sobre la muerte.
¡Tantas cosas que queríamos hacer en la vida y no hemos podido, tantas ganas de vivir y nos morimos!
Al final de este camino de decepción y de impotencia humana, nos espera Dios con su vida, la vida
eterna. Esta nace precisamente allí donde mueren las esperanzas humanas. A eso, desde pequeños, lo
llamamos el cielo. Pero lo vemos lejos, cuando está cerca; lo vemos difícil, cuando es Jesús mismo
quien nos prepara el lugar y vuelve a buscarnos para que vivamos con él; cuando es Dios Padre que
desde siempre nos espera para acogernos y perdonarnos (abrazarnos). Es la vida eterna que dará
cumplimiento a todas nuestras ansias de ser felices y completará, sobradamente, todos nuestros
proyectos inacabados.
4. (Eucaristía) Vamos a celebrar la cena con la que Jesús se despidió de sus amigos: la Eucaristía.
Nosotros creemos en la eficacia del sacrificio de Jesucristo. Celebrar el memorial del Señor, no es
simplemente recordar al Maestro y tomar ejemplo, sino que es recibir también la energía y la fuerza
que nos viene de su victoria sobre la muerte. Por la Eucaristía participamos de su vida y recibimos ya
aquí una señal (una garantía) de nuestra resurrección. Por ello sabemos que nuestro hermano vivirá y
nosotros también viviremos. La plegaria de esta celebración acompaña a nuestro amigo hacia la vida
eterna. Con la esperanza puesta en Jesucristo resucitado, al despedirnos, no decimos "un adiós para
siempre", sino sólo un "hasta luego".
Abril 01.
Querámoslo o no, el temor a la muerte arruina nuestra alegría de vivir. Y es que en el interior de toda
felicidad humana, se oculta una especie de “insatisfacción subterránea” que todo ser humano lúcido
puede percibir, ya que no es posible, en último término, escamotear la fugacidad del momento feliz y
desterrar la amenaza de la muerte. Todos vivimos cercados por la muerte esa “omnipotente
aguafiestas” que nos estropea la seguridad de nuestro vivir diario. Por muchos que sean los logros de la
humanidad, la vida sigue dominada por la muerte y sigue, por eso mismo, amenazada por lo irreal, por
el vacío y por la nada.
En nuestra sociedad nadie sabe cómo tratar a la muerte. Pensamos que es mejor olvidarla.
No hablar de ella. Porque es arriesgado tratar de penetrar en su enigma. Preferimos hablar de las
consecuencias que una muerte trae consigo para los que seguimos viviendo. No nos atrevemos a
plantearnos de frente la pregunta más “lógica” y elemental: la muerte ¿es o no es el final de todo?
Porque si es el final de todo, la muerte reviste el carácter de una poderosa y terrible mutilación de
nuestra existencia. Pero si no es el fin, entonces nuestra muerte y, por tanto, también nuestra vida,
adquiere una dimensión extraordinariamente nueva, de infinitos horizontes.
La confrontación serena con esa muerte que tarde o temprano todos tendremos que
afrontar, nos coloca delante del todo o de la nada, del sentido o del sinsentido último de nuestra
existencia: Dios o el vacío infinito. En el fondo, a pesar de este estremecimiento, también el hombre del
sigo XXI sigue planteándose la eterna cuestión que el ser humano desde que es humano lleva en su
corazón: “¿Qué hay después de la muerte? ¿Qué va a ser de todos y de cada uno de nosotros?” Todos
los vivientes mueren, pero sólo el hombre sabe que debe morir. Ahí está su grandeza y también su
problema. Porque “el problema no es que el hombre en abstracto tenga que morir, sino que yo me voy
a morir, que tú te vas a morir”. Esa es la cuestión.
Cuando los cristianos hablamos de “resurrección” no pretendemos saberlo todo
ni comprenderlo todo. No nos dedicamos tampoco a especular con nuestra imaginación. Porque
sabemos muy bien que “el más allá” escapa a los esfuerzos que puede hacer la mente humana. La
actitud básica de quien cree en la resurrección de Cristo es una actitud de confianza en un Dios Padre
que nos mira con amor. No estamos solos ante la muerte. Hay un Dios que no defraudará los anhelos y
esperanzas que habitan al ser humano.
En el interior mismo de la muerte nos espera el amor infinito de Dios Padre. A
lo largo de la historia, los seres humanos han formulado de muchas maneras su anhelo de vida más allá
de la muerte. Nosotros los creyentes encontramos en Cristo resucitado el camino más humano, realista
y esperanzado para adentrarnos en el misterio de la muerte. Lo expresa san Pablo cuando dice que:
“No ponemos nuestra confianza en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos.” Y es que
no se puede encontrar el sentido de la vida si no está incluido en él, el sentido de la muerte. Y en Cristo
Resucitado los creyentes encontramos ambos sentidos.
Acabamos de escuchar en el Evangelio que Jesús es “la resurrección y la vida”. Poco a poco,
los creyentes vamos descubriendo en las palabras de Jesús no sólo una promesa que abre nuestra
existencia a una esperanza de vida eterna; al mismo tiempo los creyentes vamos comprobando que ya
desde ahora Jesucristo es alguien que resucita lo que en nosotros estaba muerto, y nos despierta a una
vida nueva. La fe en la resurrección, cuando crece de verdad en nuestros corazones es origen de aire
fresco que ensancha los corazones, y es siempre fuente de libertad.
La fe en la resurrección puede y debe darnos a los creyentes la capacidad para vivir sin
reservas, y luchar de manera incondicional por un hombre nuevo y liberado. Porque “el que cree que
Jesucristo en la resurrección y la vida, aunque muera, vivirá”. Hoy la pregunta nos la formula el mismo
Jesús cuando nos dice: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá…
¿Crees tú esto?”. ¿Qué respondes? ¿Nos lo planteamos en un momento de silencio?
Abrail 22.Afrontar el momento de la muerte de un ser querido es una de las cosas más
dolorosas que uno tiene que afrontar durante la vida. Genera una desazón interior y un
desasosiego indescriptible ya que se nos priva de volver a estar junto a esa persona tan
querida. Recordemos que también la Santísima Virgen María lloró por el terrible sufrimiento
causado por la cruel crucifixión de su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo. Y también, volvamos a
pasar por nuestro corazón que el Hijo de Dios se hizo hombre y experimentó el dolor y el
sufrimiento que lleva aneja nuestra condición de criaturas.
Sin embargo los cristianos tenemos una certeza que jamás nadie nos la podrá
arrebatar: que resucitaremos. Ahora mismo estamos celebrando el funeral de nuestra
hermana ……………. y todos nos unimos en la oración por ella y la echaremos de menos. Lo
que nos sucede a nosotros, las personas, es que nos aferramos mucho al terruño, llegando
incluso a considerar que no hay más que lo que vemos, oímos, palpamos, gustamos y
olemos. Craso error ya que a lo largo de toda la historia de salvación y de manera constante
Dios se nos ha ido manifestando en múltiples ocasiones y de variadas formas, llegando a
manifestar de un modo totalmente culminante y supremo en su único Hijo Jesucristo.
Que Jesucristo, al ser crucificado y muriendo por todos nosotros nos hizo el
gran regalo de la salvación, Él nos compró a precio de su sangre y en el madero de la cruz se
realizó la salvación, brotó el manantial de la salvación. Y no nos olvidemos que Jesucristo
resucitó de entre los muertos, que durante cuarenta días se estuvo manifestando vivo en
numerosas apariciones, que después ascendió a la diestra de Dios Padre y que nos hace
llegar la salvación por medio de los sacramentos que administra la Iglesia Católica. Llegando
incluso a quedarse entre nosotros en la Eucaristía y poniendo como ‘su tienda de campaña’
entre nosotros de manera permanente en el Sagrario. Es muy importante no olvidarnos de
todo esto.
Lo que nos sucede a las personas es que nos llegamos a asemejar a las plantas
de nuestros jardines que cuando son arrancadas de cuajo siempre las raíces llevan consigo
tierra del lugar donde estaba bien arraigada. Nosotros los cristianos tendríamos que tener
arraigadas nuestras raíces en el cielo, y de un modo más exacto, en el Sagrario, en Cristo
Eucaristía. Hermanos, por eso el asistir a la Eucaristía dominical y la confesión frecuente es
tal importante como el oxígeno en el aire que respiramos constantemente. Nuestra vida
cristiana tiene que estar oxigenada para que cuando Dios nos llame ante su presencia nos
podamos personar ante Él lo mejor y antes posible.
Ayer Dios llamó ante su presencia a nuestra hermana ……………….. y ella se
está dirigiendo al Trono de la Gloria. Sin embargo no podrá ser recibida ante la presencia
divina hasta que esté totalmente purificada de culpa y de pecado. Y es aquí donde entramos
nosotros. Todas las oraciones que realicemos por ella serán una importante ayuda para
conseguir el fin: estar gozando de la dulzura del Señor contemplando su rostro. Dale Señor el
descanso eterno… y brille para ella la luz perpetua. Descanse en paz
TEXTOS:- 1 Corintios 15,1-11 ; Mateo 11,25-30.
Nos hemos reunido para celebrar nuestra fe en el amor de Dios manifestado al mundo
por medio de Jesucristo, en la fuerza del Espíritu, y para acompañar con la oración el
tránsito de nuestro amigo ……………..
Aunque esta muerte sea la culminación de una larga vida y ………….. haya podido
conocer a los hijos de sus hijos, a nosotros se nos plantean una serie de interrogantes
sobre el sentido de la vida, sobre el sentido del dolor y sobre el sentido de¡ amor (en
este momento de su muerte nos preguntamos: ¿qué queda de todo lo que ……………..
amó a lo largo de su vida?).
Las reacciones naturales ante estas preguntas fundamentales de la vida son: el
escepticismo, la perplejidad, o el reconocimiento de la pobreza humana.
* El escepticismo es la reacción de aquellos que sólo ven a través de los
ojos físicos, se quedan en la constatación de la derrota del cuerpo humano y piensan
que más allá de la muerte nos espera "tierra por encima y tierra por debajo". * La
perplejidad es la reacción de los que se sublevan contra la percepción racional de la
vida humana como una experiencia apasionan- te pero inútil, y que no saben o bien
no pueden dar un paso más allá.
* La constatación de la pobreza es el descubrimiento y la aceptación de la grandeza y
de los límites de la existencia humana, pero que, al mismo tiempo, ponemos la mano
como un pobre que pide la ayuda de quien nos puede socorrer, comprender; nos
puede sacar de la oscuridad y nos puede dar el sentido de lo que ocurre.
El texto de la primera carta a los Corintios nos anuncia la narración
de la resurrección de Cristo, como promesa de nuestra resurrección. Se trata de una
noticia que ilumina con realismo la oscuridad de la muerte. En efecto, a la luz del texto
vemos que Jesucristo no ha venido a eliminar el dolor. Tampoco ha venido a
explicarlo. Jesucristo ha venido a llenarlo con su presencia.
A la luz de la resurrección de Cristo tanto el escepticismo corno la
perplejidad quedan desafiados por la luz y el amor. A la luz de la resurrección de
Cristo, nuestra pobreza halla una respuesta de ternura y de amor. A la luz de la
resurrección de Cristo, en medio del dolor, se nos ofrece una propuesta de renovación
existencial. A la luz de la resurrección de Cristo sabemos que el amor es más fuerte
que la muerte.
'De esta manera la encarnación de Cristo nos ayuda a descubrir que
nuestros cuerpos envejecen, pero que la vida no tiene edad. *La muerte de Cristo nos
ayuda también a descubrir que el amor no se entierra y que el dolor de la vida es una
dificultad que puede convertirse en una gran oportunidad y una escuela para crecer
hacia la madurez del amor.
La resurrección de Cristo nos capacita para vivir de una manera
nueva, ya que también nuestro amor es más fuerte que la muerte. La vida humana
tiene sentido. Cristo se ha hecho como nosotros, ha muerto y ha resucitado, a fin de
que nosotros por medio de él y con la fuerza de su Espíritu podamos caminar hacia
Dios que es amor. Este es el sentido de la vida. Lo cual es una realidad para todas las
mujeres y los hombres de la tierra que buscamos y amamos como podemos y como
sabemos. No obstante hemos de ir más allá de la mirada exclusivamente física, de la
razón y de las emociones, para abrirnos a la mirada intuitiva del niño que todos
llevamos dentro, como un don muy apreciado desde la creación de Dios.
El evangelio nos ha recordado que todos somos capaces de despertar
a ese niño interior y de dejarle para que, ahora y aquí, mirando hacia adentro, nos
permita iniciar de nuevo la aventura de la vida, el coraje de creer, la experiencia
paciente de esperar y la opción gozosa de amar. Por eso celebramos la muerte de N.
con amor y con paz. Su cuerpo ha ido envejeciendo hasta apagarse, su vida intelectual
ha ido tomando conciencia en la medida de lo posible. Mientras su cuerpo se apagaba
y la inteligencia llegaba a su cima, sólo el amor es más fuerte que la muerte. En
definitiva estamos, pues, celebrando esa victoria de la fe y de la vida sobre la muerte.
Él ya goza de la libertad, del gozo, de la paz y del amor, como don de
Dios. Este es el verdadero significado de la resurrección, ya que ésta es una nueva
creación, obra de la ternura de Dios, que nosotros recibimos como gracia y, por tanto,
por la fe. Es entonces cuando podemos ir entendiendo que "su yugo es llevadero y su
carga ligera", como se nos ha dicho en el evangelio.
• Merece la pena vivir con el realismo trascendente.
• Merece la pena contemplar el misterio profundo de la vida humana. • Merece la
pena ayudarnos los unos a los otros a seguir este camino comunitariamente. * Merece
la pena creer, esperar y amar.
Cuando dentro de unos minutos consagremos el pan y el vino,
haciendo el memoria¡ de la última cena de Cristo, de su muerte y resurrección,
proclamaremos que así como el pan y el vino ya no serán materia sino la presencia
real de Jesucristo, Dios y hombre, un día Dios estará todo en todos. A pesar de que la
vida es muy compleja, la fe nos permite intuir una vez más que merece la pena. Y así,
casi sin darnos cuenta, en esta celebración eucarística habremos proclamado que la
vida tiene sentido no sólo para ………….. en su muerte, sino también para todos los
hombres y mujeres de la tierra en nuestras tareas de cada día que continuaremos
haciendo.
Esta oferta es un regalo gratuito de Dios dirigido a todos, sin distinción
alguna. La aceptación de este regalo es la respuesta que cada uno, desde su propia
libertad, tiene que dar. ¡Que el Espíritu de Jesús resucitado nos ayude a acertar en la
respuesta!
DIIFUNTOS.Mayo 01-17 Textos: Romanos 8,14-23 Mateo 11,25-30
Dios Padre nos acaba de hablar como nos habla siempre que nos reunimos en su casa, el templo.
Sólo que hoy nosotros, sus hijos, ESTAMOS DE LUTO: se nos ha muerto un hermano, N., que en el
cielo esté. Es como si nos hubiéramos muerto un poco de nosotros mismos, tal es la pena que
pasamos. Le conocíamos, le amábamos, nos amaba...
Podemos afirmar que en estos momentos nos une el dolor, miembros como somos de la
misma familia humana, solidarios los unos de los otros, enfrentados con el común destino fatal, la
muerte. A veces la alegría también suele unirnos, pero no tan intensamente; nos vuelve eufóricos,
orgullosos, egoístas. El dolor, en cambio, nos hace humildes, impotentes, compasivos.
Ya que nos une un mismo dolor, yo ols invito, amigos, a sentirnos hermanados por una misma
esperanza. No por una esperanza cualquiera, ilusoria, evasiva, grotesca, sino POR LA ESPERANZA
QUE SE FUNDA EN LA PALABRA DE DIOS QUE HEMOS ESCUCHADO. Los cristianos, ya lo sabemos,
sufrimos y morimos como todos los demás hombres (iy el Padre no nos ahorra nada!), pero somos
capaces de morir y sufrir de manera distinta, no ya sólo con dignidad, sino con esperanza. Como
Jesús. Con Jesús.
2. ("Pienso, decia san Pablo, que los trabajos de ahora no pesan lo que la gloria que un día
se nos descubrirá". Y eso que sufrimientos, en este mundo, hay muchos, incalculables: a los
naturales, inherentes a la imperfeccón de las cosas, hay que sumar los que vamos añadiendo los
hombres con nuestro pecado. Pues bien, toda ESTA ENORME CANTIDAD DE SUFRIMIENTOS, toda
esta triste herencia humana que nos vamos pasando de generación en generación, NO SE PUEDE
COMPARAR CON EL CIELO QUE NOS ESPERA, la otra herencia de alegría que nos corresponde como
hijos de Dios.
"La creación entera está gimiendo toda ella con dolores de parto". Pensemos, por
ejemplo, en los pobres y en los enfermos, en los hambrientos y en los emigrantes, en los jóvenes y
en los ancianos, en los presos y en los que no tienen trabajo, en los labradores y en los obreros de
las fábricas, en todos aquellos que experimentan de una u otra manera la existencia del mal y del
pecado. Pensemos también en la lucha que mantienen los hombres de buena voluntad (iy todos
tendríamos que serlo!), en favor de la verdad, de la justicia, de la paz.
Pensemos, también, en los esfuerzos de renovación que hace la Iglesia, impulsada
por el Espíritu, para mantenerse fiel al evangelio y a los signos de los tiempos. Ya que, ASÍ COMO
LOS DOLORES DE LA MADRE SON REDENTORES PORQUE DAN A LUZ AL HIJO, ASI TAMBIEN LO
SERAN NUESTROS SUFRIMIENTOS Y NUESTRA MISMA MUERTE, si sabemos
asumirlos, de cara a nuestra definitiva salvación en Dios. Aquello que expresó Maragall en aquel
verso maravilloso: "Séame la muerte un mayor nacimiento".
Es, hermanos, LA CONSECUENCIA NATURAL DE NUESTRA FE: "Si somos hijos, también herederos,
herederos de Dios y coherederos con Cristo con tal que suframos con él para tener parte en su
gloria". Ahora, después del bautismo, ya somos hijos, pero sólo lo somos en tanto que nos anima
el Espíritu de Dios, o sea, de manera imperfecta, inmadura, sometida al pecado, como si aún
estuviéramos dentro del vientre de la madre. Vendrá un día en que seremos "plenamente hijos,
cuando nuestro cuerpo sea redimido", A SEMEJANZA DE JESUS, NUESTRO HERMANO MAYOR, el
cual, después de haber muerto, fue resucitado a gloria de Dios Padre. Este es el fundamento más
profundo de nestra esperanza. Esta creemos que es la fuerza, la única fuerza, que mantiene a la
humanidad y que la ayuda a avanzar, a pesar de todo, hacia su plenitud de vida y comunión de
amor con Dios.
Mayo……………… (Un misterio que pide fe y confianza)
Historias! —pensará alguien. Ah, no, hermanos, no lo creáis. Los sabios y
entendidos de este mundo, aquellos que sólo confían en la ciencia, en el dinero
y en el poder, esto, ni lo entienden ni lo quieren entender. Ya se quejaba Jesús;
SOLO ES DADO DE ENTENDERLO A
LOS SENCILLOS Y HUMILDES DE CORAZON. A nosotros, si somos capaces de
fiarnos del Padre.
No hagáis caso de aquellos que prometen paraísos terrenales como
si Dios no existiera y el hombre no tuviera un destino trascendente. Ahora, eso
si, y éste es nuestro compromiso: en un mundo tan materializado y tan falto de
horizontes, nosotros los creyentes debemos ser signos de fe y de esperanza con
nuestra manera de vivir y de morir, con nuestra manera de amar.
¿Por qué Dios, si es tan bueno y poderoso, permite que suframos y muramos?
¿Cualquier padre de la tierra no evitaría semejantes desgracias a sus hijos, si
pudiera hacerlo? Es una tentación que a menudo nos asalta y un reproche que
nos hacen quienes no tienen fe.
Mirad, hermanos; nos encontramos ante un misterio, pero un misterio de amor,
como el misterio de la existencia. No hay ningún absurdo. El Padre no está sordo
a nuestras súplicas. Su silencio es más aparente que real.
Nos ha dado una vez para siempre su respuesta, UNA
RESPUESTA MAS CONTUNDENTE QUE TODAS LAS PALABRAS: JESUS, SU PROPIO
HIJO, CLAVADO EN CRUZ. Sólo nos hace falta confiar en él como Jesús confiaba.
No tengamos miedo: somos hijos, no esclavos. Abandonémonos a él con el gesto
espontáneo y seguro del niño pequeño que se lanza a los brazos de su padre.
Después de habernos hablado, el Padre nos invita a la mesa: a celebrar su amor
y reponer nuestras fuerzas con el Cuerpo y la Sangre de su Hijo. No nos deja
solos, abandonados. SUFRE CON NOSOTROS.
Mientras acoge con una mano a nuestro hermano difunto, N., y le corona de
gloria al lado de Jesús, de la Virgen Maria y de los otros santos, con la otra mano
limpia nuestras lágrimas y nos guarda de caer en el abismo. Sí, estamos
cansados y agobiados. Descarguémonos un poco. Aquí y sólo aquí
encontraremos el reposo y la paz. Amen.
CONMEMORACIÓN DE LOS FIELESDIFUNTOS
Difunto junio12. Cuando uno muere se acaba la vida, no se acaba una relación”.alguiem, al
final de su viaje preguntaba a Dios.: “Señor, cuando llame yo a la puerta de tu casa, cansado
de luchar, abatido y desnudo, ¿me reconocerás? Padre mío, si un día voy donde Tú estás sin
poderte llevarte otra cosa que mis infidelidades, mis amargos desengaños, mis batallas
inútiles, todo el mal que hice a los demás…¿sabrás quién soy? Señor, hoy sé que no soy
quien yo hubiera querido ser. Ni siquiera sé si me asemejo en algo a lo que esperabas de mí.
No soy un santo…¿me aceptarás así?
Porque puedo sentir que he sido el hombre perdido que viniste a buscar; el
enfermo a quien sólo Tú podías sanar. ¿Me reconoces así? Soy un pobre ser que reclama tu
amor, sólo tu amor. Y veo que mis manos están sucias y que voy vestido de mugre; pero creo
ser ese hijo tuyo para quien reservas un traje de fiesta, un anillo y, sobre todo, esa ternura
infinita que emana de ti, para poder sentir el abrazo del encuentro y entrar en tu casa, y
celebrar una fiesta que nunca ha de terminar”.
Cuando uno muere y llega al cielo dicen que se suele llevar tres sorpresas. La
primera es mirar a su alrededor y ver un montón de gente, borrachos, prostitutas, ladrones,
etc… que nunca hubiera pensado encontrar allí. La segunda es no ver a los que siempre
pensó que estarían allí, su párroco, las beatas de la misa de nueve, los endomingados, los
consumidores de novenas, los cumplidores de la letra y de las leyes…
La tercera sorpresa será exclamar: Yo lo he conseguido. No sé cómo, pero aquí
estoy. La comunidad cristiana se reúne domingo tras domingo para proclamar a Jesucristo
como el centro de su vida. Y se reúne en otras ocasiones para celebrar los acontecimientos
importantes que atañen a la comunidad. Hoy, hermanos, estamos aquí para orar y celebrar
no la muerte sino la vida eterna, con tristeza sí, pero también con alegría.
Hoy, estamos aquí con todos vosotros y oramos con istedes por X . Cada uno
de ustedes conserva y atesora recuerdos íntimos y cotidianos de X. Llorán a uno que es parte
de su sangre y de su carne. Hoy, todos debemos orar, esperar y aprender esta lección
silenciosa. Sí, todos estamos destinados a morir. La muerte es el último deber que todos
tenemos que cumplir y tenemos que hacerlo bien. Este viaje último lo hacemos sin billete
de vuelta. No lo necesitamos. En el aeropuerto del cielo, alguien está esperando a X. Viaje
para el que no se necesita ni pasaporte, ni maleta. El que nos espera nos conoce bien. Lo
único que necesitamos es dirigir nuestros ojos en el único que salva, en el que puede dar
sentido a nuestro vivir y a nuestro morir: Jesucristo.
Jesucristo pasó por la experiencia de vivir y morir para mostrarnos que el
amor es más fuerte que la muerte, que hay un nuevo comienzo, que la última palabra es
pronunciada por Dios, un Dios que es amor y que es nuestra victoria. San Pedro dijo muchas
veces: “Ustedes dieron muerte al autor de la vida. Pero Dios lo resucitó de los muertos y
nosotros somos sus testigos”.Hoy, nos toca a nosotros ser los testigos y proclamar que así
como Cristo vive, también vive nuestro hermano X. ¿Crees esto, Marta? ¿Creen esto ustedes
los cristianos? La primera parte del evangelio es creer y la segunda es vivirlo. Creer en
Jesucristo que es la resurrección y la vida. Vivir como Jesús que nos amó y murió por
nosotros. Hermanos, por la manera cómo X vivió está vivo con Dios. Por la manera como
nosotros vivamos, guardaremos vivo en nosotros el recuerdo de X.
Piloto a la torre de control. Piloto a la torre de control. Estoy a 600 kilómetros de tierra…a
200 metros sobre el agua…me estoy quedando sin combustible…por favor instrucciones.
Torre de control a piloto…aquí torre de control…repita conmigo: “Padre nuestro que estás
en el cielo…”
Esta es nuestra torre de control dando instrucciones a tantos pilotos en peligro. Les invito a
repetir conmigo: La vida es eterna. El amor de Dios no se agota nunca. La muerte es sólo un
horizonte y hay vida más allá de este horizonte.
Y uno piensa si Jesús aludía a su propia resurrección y a la indiferencia con que también la
recibimos. Él ha resucitado y muchas personas, incluso que se dicen creyentes, siguen
viviendo al margen de la voluntad de Dios, cuando se rigen en algunos aspectos de su
conducta por la lógica del individualismo y los criterios del egoísmo. Jesús resucitó a Lázaro,
su amigo, tres días después de muerto, y en vez de ser motivo de conversión, ese portento
desencadenó la decisión de matarlo, según nos cuenta el evangelista san Juan.
En esta parábola, Jesús censura la indiferencia ante el sufrimiento, la carencia,
la necesidad del prójimo. Es una interpelación personal, para que de tanto ver gente
indigente no nos volvamos insensibles. Pero sabemos que con solo limosnas no vamos a
resolver el problema de la pobreza generalizada. Es importante auxiliar la pobre concreto,
pero es también importante plantearnos el problema político de cómo hacemos para que los
pobres dejen de serlo. Hay que leer este cuento en clave de política nacional.
Somos un país con una multitud que yace a las puertas de la abundancia de
algunos. Y lo malo no que haya quien tenga bienes y riqueza, sino que sean pocos y no
todos los que la tienen. En el estado actual del mundo, la riqueza ya no depende
únicamente de tener tierra. La riqueza está también en la industria, en el conocimiento, en
la oportunidad para la creatividad productiva y sobre todo en la capacidad de incluir. Lo
censurable es que no somos capaces de poner en práctica políticas económicas incluyentes,
para que la abundancia sea mayor y los excluidos dejen de serlo. Las estadísticas de
nuestras exclusiones son conocidas. Pero la resistencia a hacer las cosas de otro modo para
que la inclusión se produzca se mantiene firme e inamovible. A veces hay resistencias
ideológicas hasta en los mismos pobres para que esto sea posible.
Dios no quiere la pobreza y la indigencia de nadie. Dios quiere el
bienestar de todos. Quizá esta parábola nos motive como ciudadanos a exigir a los políticos
a actuar de otro modo en la gestión de la economía. Se equivocan quienes creen que la
pobreza se acabará cuando se acaben también los ricos. La pobreza se acabará, o por lo
menos disminuirá, cuando haya más inclusión, más oportunidad, más inversión, más
seguridad legal y fiscal, menos privilegios y menos trabas burocráticas, de modo que los que
ahora son pobres también lleguen a generar y poseer los bienes necesarios para la vida. A
quien le preocupan los pobres debe interesarse por saber cómo funciona la economía, para
impulsar políticas incluyentes.
Homilia de un funeral por una mujer anciana
Afrontar el momento de la muerte de un ser querido es una de las cosas más
dolorosas que uno tiene que afrontar durante la vida. Genera una desazón interior y un
desasosiego indescriptible ya que se nos priva de volver a estar junto a esa persona tan
querida. Recordemos que también la Santísima Virgen María lloró por el terrible sufrimiento
causado por la cruel crucifixión de su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo. Y también, volvamos a
pasar por nuestro corazón que el Hijo de Dios se hizo hombre y experimentó el dolor y el
sufrimiento que lleva aneja nuestra condición de criaturas.
Sin embargo los cristianos tenemos una certeza que jamás nadie nos la podrá
arrebatar: que resucitaremos. Ahora mismo estamos celebrando el funeral de nuestra
hermana Esther y todos nos unimos en la oración por ella y la echaremos de menos.
Lo que nos sucede a nosotros, las personas, es que nos aferramos mucho al
terruño, llegando incluso a considerar que no hay más que lo que vemos, oímos, palpamos,
gustamos y olemos. Craso error ya que a lo largo de toda la historia de salvación y de
manera constante Dios se nos ha ido manifestando en múltiples ocasiones y de variadas
formas, llegando a manifestar de un modo totalmente culminante y supremo en su único
Hijo Jesucristo. Que Jesucristo, al ser crucificado y muriendo por todos nosotros nos hizo el
gran regalo de la salvación, Él nos compró a precio de su sangre y en el madero de la cruz se
realizó la salvación, brotó el manantial de la salvación.
Y no nos olvidemos que Jesucristo resucitó de entre los muertos, que
durante cuarenta días se estuvo manifestando vivo en numerosas apariciones, que después
ascendió a la diestra de Dios Padre y que nos hace llegar la salvación por medio de los
sacramentos que administra la Iglesia Católica. Llegando incluso a quedarse entre nosotros
en la Eucaristía y poniendo como ‘su tienda de campaña’ entre nosotros de manera
permanente en el Sagrario. Es muy importante no olvidarnos de todo esto.
Lo que nos sucede a las personas es que nos llegamos a asemejar a las plantas
de nuestros jardines que cuando son arrancadas de cuajo siempre las raíces llevan consigo
tierra del lugar donde estaba bien arraigada. Nosotros los cristianos tendríamos que tener
arraigadas nuestras raíces en el cielo, y de un modo más exacto, en el Sagrario, en Cristo
Eucaristía. Hermanos, por eso el asistir a la Eucaristía dominical y la confesión frecuente es
tal importante como el oxígeno en el aire que respiramos constantemente. Nuestra vida
cristiana tiene que estar oxigenada para que cuando Dios nos llame ante su presencia nos
podamos personar ante Él lo mejor y antes posible.
Ayer Dios llamó ante su presencia a nuestra hermana Esther y ella se está
dirigiendo al Trono de la Gloria. Sin embargo no podrá ser recibida ante la presencia divina
hasta que esté totalmente purificada de culpa y de pecado. Y es aquí donde entramos
nosotros. Todas las oraciones que realicemos por ella serán una importante ayuda para
conseguir el fin: estar gozando de la dulzura del Señor contemplando su rostro. Dale Señor el
descanso eterno… y brille para ella la luz perpetua. Descanse en paz.
Difunta MVALIDA- AGOSTO 12. En un momento en el que vivimos tenemos que decir que la
confianza en la vida eterna de los que han abandonado este mundo se basa en la fe de Cristo
muerto y resucitado. En este gran misterio encuentra el creyente la fuente del consuelo verdadero
y busca el rostro de dios para Desahogar su alma en el. Cuenta la historia que una abuela estaba
escribiendo con un lapiz, se le acerca su nieto y le pregunta que está haciendo. La abuela le dice
Estoy escribiendo sobre tí , ahora bien, más importante que lo QUE escribo con el lápiz es el lapiz
que estoy usando, me gustaría que tú fueras como el lápiz , que fueras como el cuando crezcas y
madures. Depende, prosiguió la abuela. de como mires las cosas. Hay cinco cualidades CON LAS
QUE SI puedes conservarlas , te harán una persona en paz con todo el mundo.
Primera cualidad: puedes hacer muchas cosas, pero no debes olvidar nunca que
existe una mano que guia tus pasos. A esa mano la llamamos Dios y Este debe conducirte siempre
en la direccion de su Voluntad. Segunda cualidad: de vez en cuando necesito dejar de escribir y usar
el sacapuntas. Con eso el lapiz sufre un poco, pero al final está mas afilado y así escribe mejor. Has
de saber soportar algunos dolores porque te harán una persona mejor. tercera
cualidad: El lapiz siempre permite que usemos una goma para borrar los errores. Debes entender
que corregir una cosa que hemos hecho no es necesariamente malo, sino algo importante para
mantenernos en el camino de la justicia. Cuarta cualidad: lo que realmente importa en el lápiz no es
la madera, ni la forma exterior, sino el grafito que lleva dentro. Por tanto cuida siempre lo que
ocurre dentro de tí. Quinta Por último , la quinta cualidad del lápiz , siempre deja una marca. Del
mismo modo has de saber que todo lo que hagas en la vida dejará huellas y procura ser consciente
de todas sus acciones.
Hoy celebramos la huella que ha dejado ……….. en suss vidas, Cada uno de ustedess han
sentido su huella.. Pero hoy estamos aqui para recordar su vida, recordar las impresiones que dejo
en cada uno de nosotros . Ahora recordamos esta palabra pronunciada en las lecturas: no
queremos que ignoréis la suerte de los difuntos para que no os aflijais como lo hacen los hombres
sin esperanza. Los que han muerto , Dios, por medio de Jesús los llevará con El. Consolaos con estas
palabras .
Hoy, al final de la tarde, como los discípulos de Emaus sentimos que nuestro corazón
ardía al escuchar las palabras del Señor en nuestra vida.Estamos aqui para acompañar a su familia,
que han visto como poco a poco se iba debilitando su “madera,” su fisico se deterioraba, y cómo
eran testigos de la poda que el señor iba haciendo en ella y cómo ella mismo se iba dejando afilar
por ese sacapuntas que representa la enfermedad, el dolor , el sufrimiento. Estamos con vstedes ,
queridos amigos, y familiares porque pensamos que el Señor no nos deja hoy como siempre y no
pasa de largo , sino que se queda con nosotros, participando de nuestra mesa, comiendo nuestro
mismo pan, ofreciendonos su mismo cuerpo y dejandonos beber su misma sangre para que como
los díscípulos de Emaus experimentemos que Cristo vive, que está en medio de nosotros, que está
resucitado y que ……….. va camino de sus manos. Ahora verá a Dios cara a cara , como el hombre en
el paraiso. Que como la goma, Dios mismo haya borrado todo aquello que le impide ser ella mismo
delante de su creador. Que haya borrado para siempre los sinsabores, las desesperanzas, los
desalientos y frustraciones por las que haya podido transitar en este mundo. Que ahora goce de la
Vida eterna que DIOS ha querido darle a Ella y a nosotros . Descanse en la Paz del Señor.
Continuamos la celebración pidiendo al buen pastor, que nos conduce, que nos lleva a fuentes
tranquilas y repone nuestras fuerzas que haya acogido ya en su seno a quien en este mundo e ha ,
amado cuidado y respetado.
difunto
En un momento en el que vivimos tenemos que decir que la confianza en la vida eterna de
los que han abandonado este mundo se basa en la fe de Cristo muerto y resucitado. En este
gran misterio encuentra el creyente la fuente del consuelo verdadero y busca el rostro de
dios para Desahogar su alma en el.
Cuenta la historia que una abuela estaba escribiendo con un lapiz, se le acerca su nieto y le
pregunta que está haciendo. La abuela le dice
Estoy escribiendo sobre tí , ahora bien, más importante que lo escribo con el lápiz es el lapiz
que estoy usando, me gustaría que tú fueras como el lápiz , que fueras como el cuando
crezcas y madures.
Depende, prosiguió la abuela. de como mires las cosas. Hay cinco cualidades en el que
puedes si consigues conservarlas , te harán una persona en paz con todo el mundo.
Primera cualidad: puedes hacer muchas cosas, pero no debes olvidar nunca que existe una
mano que guia tus pasos. A esa mano la llamamos Dios y Este debe conducirte siempr en la
direccion de su Voluntad.
Segunda cualidad: de vez en cuando necesito dejar de escribir y usar el sacapuntas. Con eso
el lapiz sufre un poco, pero al final está mas afilado y así escribe mejor. Has de saber
soportar algunos dolores porque te harán una persona mejor.
tercera cualidad: El lapiz siempre permite que usemos una goma para borrar los errores.
Debes entender que corregir una cosa que hemos hecho no es necesariamente malo, sino
algo importante para mantenernos en el camino de la justicia.
Quinta Por último , la quinta cualidad del lápiz siempre deja una marca. Del mismo modo
has de saber que todo lo que hagas en la vida dejará huellas y procura ser consciente de
todas sus acciones.
Hoy celebramos la huella que ha dejado Leopoldo en vuestras vidas, Cada uno de vosotros
ha sentido su huella. De un modo especial su esposa y sus hijos. Posiblemente ha dejado
huella en varios de vosotros la forma de dejar este mundo a una edad cuando todavía
quedaba tanto por hacer. Pero hoy estamos aqui para recordar su vida, recordar las
impresiones que dejo en cada uno de nosotros .
Ahora recordamos esta palabra pronunciada en las lecturas: no queremos que ignoréis la
suerte de los difuntos para que no os aflijais como lo hacen los hombres sin esperanza. Los
que han muerto , Dios, por medio de Jesús los llevará con El. Consolaos con estas palabras .
Hoy, al final de la tarde, como los discípulos de Emaus sentimos que nuestro corazón ardía al
escuchar las palabras del Señor en nuestra vida.
Como el lápiz , Leopoldo tenía un gran corazón. Fue un hombre serio, trabajador incansable,
responsable, comprometido con su trabajo ejerciendo la profesión de Ingeniero en Obras
Publicas. visitó muchas zonas del mundo por razón de su cargo y muchas ciudades dentro de
España.
La huella que dejó en los suyos y hoy damos gracias a Dios por ello fue su ejemplo personal:
Era más un hombre de enseñar con el ejemplo de su vida, que con grandes discursos. Fue un
hombre a juzgar por quienes lo conocieron de una dulce sonrisa, y una mirada penetrante.
Mirada tengo que decir que me impresionó cuando lo visité en su lecho de dolor y cuando le
ofrecí los consuelos de la oración y la esperanza cristiana. Tengo que decir que su mirada era
penetrante y demostraba ser un hombre sensible ante los demás.
Estamos aqui para acompañar a su familia, esposa e hijos que han visto como poco a poco se
iba debilitando su “madera,” su fisico se deterioraba, y cómo eran testigos de la poda que el
señor iba haciendo en el y cómo el mismo se iba dejando afilar por ese sacapuntas que
representa la enfermedad, el dolor , el sufrimiento. Estamos con vosotros , queridos amigos,
y familiares de Leopoldo porque pensamos que el Señor no nos deja hoy como siempre y no
pasa de largo , sino que se queda con nosotros, participando de nuestra mesa, comiendo
nuestro mismo pan, ofreciendonos su mismo cuerpo y dejandonos beber su misma sangre
para que como los díscípulos de Emaus experimentemos que Cristo vive, que está en medio
de nosotros, que está resucitado y que Leopoldo va camino de sus manos. Ahora verá a Dios
cara a cara , como el hombre en el paraiso. Que como la goma, Dios mismo haya borrado
todo aquello que le impide ser el mismo delante de su creador. Que haya borrado para
siempre los sinsabores, las desesperanzas, los desalientos y frustraciones por las que haya
podido transitar en este mundo. Que ahora goce de la Vida eterna que DIOS ha querido
darle a El y a nosotros . Descanse en la Paz del Señor.
Continuamos la celebración pidiendo al buen pastor, que nos conduce, que nos lleva a
fuentes tranquilas y repone nuestras fuerzas que haya acogido ya en su seno a aquel que en
este mundo hemos conocido, amado y respetado.
Difuntos 19 agsto
LUZ EN LAS TINIEBLAS.
nuestro Creador, profundo conocedor de nuestra naturaleza humana, no podía
habernos dejado en completas tinieblas acerca de un asunto tan inquietante e
importante como es la muerte y lo que sucede en el más allá. En su inmenso
amor por la humanidad, nos envió a Su Hijo Unigénito, su Segunda Persona
Divina, como Luz del Mundo. En Jesucristo Nuestro Señor todas las tinieblas
quedan disipadas. Su infinita sabiduría nos ilumina hasta donde Él quiso que
viéramos: "Yo soy la Luz del Mundo. Quien me sigue no andará en tinieblas".
Toda la Sagrada Escritura nos enseña, pero especialmente el Nuevo
Testamento nos descubre el sentido de la vida y de la muerte y nos hace atisbar
lo que Dios tiene preparado para nosotros en la eternidad. Lo primero que
debería asombrarnos es que Dios, el eterno por antonomasia haya querido
compartir nuestra naturaleza humana hasta el grado de sufrir El también la
muerte. Jesucristo no vino a suprimir la muerte sino a morir por nosotros. "Se
hizo obediente hasta la muerte y muerte de cruz" (Fil.2:8). El misterio de la Cruz
nos enseña hasta qué punto el pecado es enemigo de la humanidad ya que se
ensañó hasta en la humanidad santísima del Verbo Encarnado.
En su vida pública, el Señor Jesús se refirió de muchas maneras
al momento de la muerte y su tremenda importancia. En aquella ocasión en que
los Saduceos, que ni creían en la otra vida, le preguntaron maliciosamente de
quién sería una mujer que había tenido siete maridos cuando ésta muriera, Jesús
les contestó: "En este mundo los hombres y las mujeres se casan, Pero los que
sean juzgados dignos de entrar al otro mundo y de resucitar de entre los
muertos, ya no se casarán. Sepan además que no pueden morir, porque son
semejantes a los ángeles. Y son hijos de Dios, pues El los ha resucitado"
(Lc,20:34-36)
Cuando murió su amigo Lázaro, ante la profesión de fe de Marta,
el Señor dijo: "Yo soy la Resurrección. El que cree en Mí, aunque muera vivirá. El
que vive por la fe en M í, no morirá para siempre" (Jn. l1:25) Hay que tener en
cuenta que cuando Jesucristo habla de la vida, en ocasiones se refiere
explícitamente a la vida del cuerpo, que promete será restituida con la
resurrección de la carne: "No se asombren de esto: llega la hora en que todos los
que están en los sepulcros oirán mi voz. Los que hicieron el bien, resucitarán
para la vida; pero los que obraron el mal, resucitarán para la condenación"
(Jn.5:29).
En otras ocasiones, en cambio, se está refiriendo a la Vida de la
Gracia o sea a la participación de su propia Vida Divina que nos comunica por
amor. Ejemplo de esto es el sublime discurso del "Pan de Vida "que San Juan nos
transcribe en su capítulo sexto: "yo soy el Pan vivo bajado del Cielo; el que coma
de este Pan, vivirá para siempre" (Jn.6:51). Y más adelante, en el versículo 54 nos
hace esta maravillosa promesa: "El que come mi carne y bebe mi sangre, vive de
la vida eterna y yo lo resucitaré en el último día".
Así, el cristiano sabe que la muerte no solamente no es el fin, sino
que por el contrario es el principio de la verdadera vida, la vida eterna. En cierta
manera, desde que por los Sacramentos gozamos de la Vida Divina en esta tierra,
estamos viviendo ya la vida eterna. Nuestro cuerpo tendrá que rendir su tributo
a la madre tierra, de la cual salimos, por causa del pecado, pero la Vida Divina de
la que ya gozamos, es por definición eterna como eterno es Dios. Llevamos en
nuestro cuerpo la sentencia de muerte debida al pecado, pero nuestra alma ya
está en la eternidad y al final, hasta este cuerpo de pecado resucitará para la
eternidad. San Pablo (Rom.8:11) lo expresa magníficamente:
"Mas ustedes no son de la carne, sino del Espíritu, pues el Espíritu
de Dios habita en ustedes. El que no tuviera el Espíritu de Cristo, no sería de
Cristo. En cambio, si Cristo está en ustedes, aunque el cuerpo vaya a la muerte a
consecuencia del pecado, el espíritu vive por estar en Gracia de Dios. Y si el
Espíritu de aquel que resucitó a Cristo de entre los muertos está en ustedes, el
que resucitó a Jesús de entre los muertos dará también vida a sus cuerpos
mortales; lo hará por medio de su Espíritu, que ya habita en ustedes".
El cristiano iluminado por la fe, ve pues la muerte con ojos muy distintos de los
del mundo. Si sabemos lo que nos espera una vez transpuesto el umbral de la
muerte, puede ésta llegar a hacerse deseable. El mismo San Pablo, enamorado
del Señor, se queja "del cuerpo de pecado" pidiendo ser liberado ya de él. "Para
mí la vida es Cristo y la muerte ganancia" (Fip.1:21) "Cuando se manifieste el que
es nuestra vida, Cristo, ustedes también estarán en gloria y vendrán a la luz con
El" (Col.3,4).
Así nos explica el Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica, la resurrección, es decir, el misterio de
nuestra futura inmortalidad.
En la muerte, que es la separación del alma y el cuerpo, el cuerpo humano cae en la corrupción,
mientras que su alma va al encuentro con Dios, en espera de reunirse con su cuerpo glorificado.
Dios en su omnipotencia dará definitivamente a nuestros cuerpos la vida incorruptible,
uniéndolos a nuestras almas. Esto, en virtud de la Resurrección de Jesús (N.C.#997).
Es de hacer notar que hay una diferencia entre "resurrección" y "revivificación". ¿Cuál es esa
diferencia? Pensemos, por ejemplo en la llamada "resurrección" de Lázaro (Jn. 11, 1-44) o en la
del hijo de la viuda de Naím (Lc. 7, 12-1-15). ¿Fueron éstas "resurrecciones" en el sentido que
nos explica el Catecismo? ¿Las almas de estos dos se unieron a cuerpos glorificados, como el del
Señor en su resurreción? Ciertamente cuerpo y alma fueron unificados nuevamente y volvieron
a la vida, pero volvieron a esta misma vida, no a la vida en gloria en el Cielo. Tanto es así que
Marta, la hermana de Lázaro, le responde a Jesús: "Yo sé que mi hermano resucitará en la
resurrección de los muertos, en el último día". Pero el Señor al hablar de "resucitar" a Lázaro se
refería a volverlo, como de hecho lo hizo, a esta misma vida terrena. También fue así para el
hijo único de la viuda del pueblo de Naím.
Cristo resucitó con su propio cuerpo: "Mirad mis manos y mis pies; soy Yo mismo" (Lc.24,39);
pero El no volvió a una vida terrenal. Del mismo modo, en El todos resucitarán con su propio
cuerpo, el que tienen ahora, pero este cuerpo será "transfigurado en cuerpo de gloria"
(Flp.3,21), "en cuerpo espiritual" (1 Cor.15,44) (N.C.#999).
La resurrección tendrá lugar en un instante. "Yo quiero enseñarles este misterio: aunque no
todos muramos, todos tendremos que ser transformados, en un instante, cuando toque la
trompeta (Ustedes han oído de la Trompeta que anuncia el Fin). Entonces, en un abrir y cerrar
de ojos, los muertos se levantarán, y serán incorruptibles" (1a. Cor. 15, 51-52).
Este dogma central de nuestra fe cristiana no sólo nos lo recuerda el Catecismo de la Iglesia
Católica, del cual hemos tomado las anteriores citas textuales, sino que la esperanza de nuestra
resurrección y futura inmortalidad se encuentra en textos bíblicos tanto del Antiguo como del
Nuevo Testamento.
En el Libro 2 de los Macabeos vemos como siete hermanos, que estaban siendo torturados y
muertos delante de su madre, se sentían consolados y fortalecidos en la seguridad de su futura
resurrección. Respondían así al rey que los asesinaba en medio de horribles suplicios: "Más vale
morir a manos de los hombres y aguardar las promesas de Dios que nos resucitará ... nos dará
una vida eterna; tú, en cambio, no tendrás parte en la resurrección para la vida" (2 Macabeos 7,
1-42).
Más aún, Jesucristo mismo nos ha dejado la doctrina de nuestra futura resurrección en
términos muy claros: "No se asombren de esto: llegará la hora en que todos los que están en los
sepulcros oirán Mi Voz. Los que hicieron bien saldrán y resucitarán para la vida; pero los que
obraron mal, resucitarán para la condenación" (Jn. 5, 28-29).
Esta diferenciación en los resucitados la había anunciado ya el Profeta Daniel: “Muchos de los
que duermen en el polvo despertarán: unos para la vida eterna, otros para el eterno castigo”
(Dn. 12, 2).
2 ¿Quiénes resucitarán?
Todos los hombres que han muerto (N.C. #998). Unos para la condenación y otros para la
salvación.
1. Nuestros cuerpos resucitados serán nuestros mismos cuerpos pero en un nuevo estado.
¿Qué sucede con los cuerpos que han tenido mutilaciones o que han sido destruidos por un
incendio o un accidente de aviación?
Si Dios pudo crear todo de la nada, ¡cómo no va a ser posible para Dios reunir elementos
dispersos de nuestra naturaleza humana! Si Dios es Todopoderoso (dogma de fe) y nos ha
prometido resucitar, lo hará. ¿Cómo lo hace? No sabemos cómo, pero lo hace.
Sobre la reposición de los miembros faltantes del cuerpo humano hay una tradición al respecto
desde el Antiguo Testamento. Los hermanos Macabeos que fueron torturados, entre otras
cosas, mediante mutilaciones exclamaban durante su tortura: "Estos miembros que ahora nos
quitan los tenemos del Cielo ... y esperamos recibirlos nuevamente de Dios" (2 Mac. 4,11). Job,
que también fue martirizado en su cuerpo, conocía y creía en el misterio de la resurrección.
Había perdido la piel y exclamaba: "Seré nuevamente revestido con mi piel y en mi propia carne
veré a Dios (Job 19, 26).
Para tener una idea de cómo serán nuestros cuerpos resucitados, veamos, entonces, cómo es el
cuerpo glorioso de Jesucristo. Era ¡tan bello! el cuerpo glorioso de Jesucristo que no lo
reconocían los Apóstoles ... tampoco lo reconoció María Magdalena. Y cuando el Señor se
transfigura ante Pedro, Santiago y Juan en el Monte Tabor, mostrándoles todo el fulgor de Su
Gloria era ¡tan bello lo que veían! ¡tan agradable lo que sentían! que Pedro le propuso al Señor
hacerse tres tiendas para quedarse a vivir allí mismo. Así es un cuerpo glorioso.
Conocemos de otro cuerpo glorioso: el de la Madre de Dios, que fue subida al Cielo en cuerpo y
alma. Los videntes que dicen haber visto a la Santísima Virgen -y la ven en cuerpo glorioso,
como es Ella después de haber sido elevada al Cielo- se quedan extasiados y no pueden
describir, ni lo que sienten, ni la belleza y la maravilla que ven. Así es un cuerpo glorioso.
Si comparáramos nuestros cuerpos resucitados con nuestros cuerpos actuales, los futuros
tendrán cualidades propias de los cuerpos espirituales, como por ejemplo, la capacidad de
transportarse instantáneamente de un sitio a otro y de penetrar cualquier sustancia material.
Más importante aún, ya no se corromperán, ni se enfermarán, ni se envejecerán, ni se dañarán,
ni sufrirán nunca más. Pero, por encima de todo esto, brillarán con gloria, como el de Jesucristo
el Señor y el de su Santísima Madre.
San Pablo tuvo que ocuparse de este tema al escribirle a los Corintios: "Algunos dirán: ¿cómo
resucitan los muertos?, ¿con qué tipo de cuerpo salen? ... Al enterrarse es un cuerpo que se
pudre; al resucitar será tal que no puede morir. Al enterrarse es cosa despreciable; al resucitar
será glorioso. Lo enterraron inerte, pero resucitará lleno de vigor. Se entierra un cuerpo
terrenal, y resucitará espiritual ... Adán por ser terrenal es modelo de los cuerpos terrenales;
Cristo que viene del Cielo, es modelo de los celestiales. Y así como nos parecemos ahora al
hombre terrenal, al resucitar llevaremos la semejanza del hombre celestial ... cuando nuestro
ser mortal se revista de inmortalidad y nuestro ser corruptible se revista de incorruptibilidad"
(1a.Cor 15, 35-58).
3 Re-encarnación o inmortalidad
Ante la promesa del Señor de nuestra futura inmortalidad al ser resucitados con El, y ante la
maravilla de lo que serán nuestros cuerpos resucitados ¿cómo a los hombres y mujeres de hoy,
puede ocurrírsenos que re-encarnar en otro cuerpo terrenal, decadente y que volverá a morir
puede ser más atrayente que resucitar en cuerpos gloriosos con Cristo Jesús?.
Pero la re-encarnación se nos está introduciendo de manera muy profusa a través de todos los
medios de comunicación social. Sin embargo, la re-encarnación es un mito, un error, una
herejía, un embuste; como diría San Pablo: "una patraña".
Debemos los cristianos descartarla de las creencias que solemos tomar de fuentes no cristianas,
y que vienen a contaminar nuestra Fe. Porque cuando comenzamos creyendo que es posible,
deseable, conveniente o agradable re-encarnar, ya estamos negando la resurrección. Y nuestra
esperanza está en resucitar con Cristo, como El nos lo ha prometido ... no en re-encarnar.
La re-encarnación niega muchas cosas, parece muy atractiva esta falsa creencia, este mito. Sin
embargo, si en realidad lo pensamos bien ... ¿cómo va a ser atractivo volver a nacer en un
cuerpo igual al que ahora tenemos, decadente y mortal, que se daña y que se enferma, que se
envejece y que sufre ... pero que además tampoco es el mío?.
Aun partiendo de una premisa falsa, suponiendo que la re-encarnación fuera posible, si no
fuera un mito, una patraña, ¿cómo podemos los hombres, pero sobre todo los cristianos que
tenemos la seguridad y la promesa del Señor de nuestra futura resurrección, pensar que es más
atractivo re-encarnar, por ejemplo, en un artista de cine, o en un millonario, o en una reina ...
que resucitar en cuerpos gloriosos?.
Tenemos que tener claro los cristianos que la re-encarnación está negada en la Biblia. En el
Antiguo Testamento: "Una sola es la entrada a la vida y una la salida" (Sabiduría 7, 6). San Pablo
en su Carta a los Hebreos dice: "Los hombres mueren una sola vez y después viene para ellos el
juicio: los que hicieron bien saldrán y resucitarán para la vida, pero los que obraron mal
resucitarán para la condenación" (Hebreos 9,27).
Pero, además, ¿no nos damos cuenta de lo que recitamos en el Credo todos los domingos? Creo
en la resurrección de la carne y en la vida eterna. (Credo de los Apóstoles). Espero la
resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro. (Credo de Nicea).
Cuando haya tenido fin "el único curso de nuestra vida terrena" (LG 48), ya no volveremos a
otras vidas terrenas. "Está establecido que los hombres mueren una sola vez" (Hb. 9,27). No hay
"re-encarnación" después de la muerte. Así lo dice textualmente el Catecismo de la Iglesia
Católica (#1013).
SEPTIEMBRAE 7.
¿Llegaremos a ser inmortales? La visión realista de la muerte se expresa clarísimamente en la
Liturgia de Difuntos de la Iglesia: La vida de los que en Tí creemos, Señor, no termina, se
transforma; y al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el
Cielo. Por la muerte el alma se separa del cuerpo, pero en la resurrección Dios devolverá la vida
incorruptible a nuestro cuerpo transformado, reuniéndolo con nuestra alma. Así como Cristo ha
resucitado y vive para siempre, todos nosotros resucitaremos el último día. (Nuevo Catecismo
#1016).
Nuestra vida no termina con la muerte, pues hay otra Vida después de esta
vida. La muerte es sólo el paso a la otra Vida, que no termina, sino que es eterna. La muerte,
entonces, no es el fin de la vida, sino el comienzo de la Verdadera Vida. Por eso la muerte no
tiene que ser vista como algo desagradable, pues es nuestro encuentro definitivo con Dios.
Nuestra meta, entonces, es llegar al Cielo, ese lugar/estado que "ni el ojo vio, ni el oído
escuchó, ni el corazón humano puede imaginar Dios tiene preparado para aquéllos que le
aman" (1 Cor 2,9). Así es el Cielo: indescriptible, inimaginable, insondable, inexplicable para el
ser humano, pues somos limitados para comprender lo ilimitado de Dios. Y el Cielo es
básicamente la presencia de Dios.
Al morir, nuestra alma se separa del cuerpo. El alma pasa a la Vida Eterna: o al
Purgatorio para posteriormente pasar al Cielo, o al Cielo directamente, o al Infierno. Y el cuerpo,
que es material, queda en la tierra, bien descomponiéndose o bien hecho cenizas si ha sido
cremado. Sin embargo, la Resurrección de Jesucristo y la Asunción de la Virgen María al Cielo,
nos recuerdan la promesa del Señor de nuestra resurrección: resucitaremos como El. Y ¿qué
significa resucitar? Resurrección es la re-unión de nuestra alma con nuestro cuerpo glorificado.
Resurrección significa que Dios dará a nuestros cuerpos una vida distinta a la que vivimos ahora,
pues serán cuerpos incorruptibles, al unirlos a nuestras almas. (cfr. Catecismo #997).
Nuestros cuerpos resucitados serán nuestros mismos cuerpos, pero en un nuevo
estado: inmortales, sin defecto, ya no se corromperán, ni se enfermarán, ni se envejecerán, ni
se dañarán, ni sufrirán nunca más. Serán cuerpos gloriosos. Y llegaremos a ser inmortales.
¿Cuándo será nuestra resurrección? Esta pregunta la responde así el Catecismo de la Iglesia
Católica: Sin duda en el “último día” (Jn.6, 54 y 11,25); “al fin del mundo” (LG 48).
En efecto, la resurrección de los muertos está íntimamente ligada a la Parusía o Segunda Venida
de Cristo: “Cuando se dé la señal por la voz del Arcángel, el propio Señor bajará del Cielo, al son
de la trompeta divina. Los que murieron en Cristo resucitarán en primer lugar” (1Ts. 4,16)
(#1001). Y continúa San Pablo: “Después nosotros, los vivos, los que todavía estemos, nos
reuniremos con ellos llevados en las nubes al encuentro del Señor, allá arriba. Y para siempre
estaremos en el Señor” (1Ts. 4, 17).
San Pablo nos habla de los que han muerto y han sido salvados. También nos habla de los
que estén vivos para el momento de la Segunda Venida de Cristo. Pero es San Juan quien
completa lo que sucederá con los que no han muerto en Cristo: “No se asombren de esto: llega
la hora en que todos los que están en los sepulcros oirán mi voz. Los que hicieron el bien saldrán
y resucitarán para la vida; pero los que obraron el mal resucitarán para la condenación” (Jn. 5,
28-29). Es decir, todos resucitaremos: salvados y condenados. Unos para una resurrección de
gloria y de felicidad eternas. Otros para una resurrección de condenación e infelicidad eternas.
SEPTIEMBARE 13 ERMESTO GUZMAN.Cuándo será La Venida Final de Cristo?
El Papa Juan Pablo II habló sobre La Venida final de Cristo (título
Osservatore Romano) en su catequesis semanal desde la Plaza de San Pedro el día
Miércoles 22-4-98. Y en esta Catequesis nos hablaba también sobre el “cuándo”: “El
camino hacia el jubileo nos remite a la primera venida histórica de Cristo, pero nos
invita también a mirar hacia adelante en espera de su Segunda Venida al Final de los
Tiempos. Esta perspectiva escatológica, que indica la orientación fundamental de la
existencia cristiana hacia las realidades últimas, es una llamada continua a la
esperanza ... La historia camina hacia su meta, pero Cristo no señaló ninguna fecha
concreta”.
Nos decía el Papa Juan Pablo II que los discípulos, interesados en
saber la fecha del fin del mundo, tienen la tentación de pensar en una fecha cercana. Y
Jesús les da a entender que deben suceder primero muchos acontecimientos y
cataclismos, y serán solamente “el comienzo de los dolores” (Mc. 13, 8). Y Juan Pablo
II recordaba, entonces las palabras de San Pablo: Toda la creación “gime y sufre
dolores de parto”, esperando con ansiedad la revelación de los hijos de Dios” (Rom. 8,
19-22).
Es claro, entonces, que respecto del tiempo, nadie conoce el
momento. Nos dice Jesucristo que “ni siquiera los Angeles del Cielo,sólo el Padre”
(Mt.24, 36). Adicionalmente, Cristo resucitado advirtió a sus Apóstoles que no les
correspondía a ellos conocer los tiempos ni los momentos que el Padre ha fijado en
virtud de su poder soberano (cfr. Hech. 1, 7).
“Sin embargo, la misma Sagrada Escritura nos proporciona ciertos
signos o señales por donde puede conjeturarse de algún modo la mayor o menor
proximidad del desenlace final. No se nos prohíbe examinar estas señales, pero es
preciso tener en cuenta que son muy vagas e inconcretas y se prestan a grandes
confusiones ... prueba de esto la ofrece el hecho de que la humanidad ha creído verlas
ya en diferentes épocas de la historia que hacían presentir la proximidad de la
catástrofe final”. (Antonio Royo Marín, Teología de la Salvación).
Y es el mismo Jesucristo quien nos ha dado algunos síntomas que
anuncian su Venida. En el relato sobre el fin de los tiempos que hacen los Evangelistas,
el Señor nos da la parábola de la higuera: “Cuando se presenten los primeros signos,
enderécense y levanten sus cabezas, pues habrá llegado el día de su liberación. Jesús
les propuso esta comparación: `Fíjense en la higuera y en los demás árboles. Cuando
ustedes ven los primeros brotes, saben que está cerca el verano. Así también, cuando
vengan las señales que les dije, piensen que está cerca el Reino de Dios'” (Mt. 24, 32-
35; Mc. 13, 28-31; Lc. 21, 28-33)
Sept 29.
El Concilio Vaticano II (1960-1965 al tocar las realidades últimas. Nos dice: "La Iglesia ...
no alcanzará su consumada plenitud sino en la gloria celeste, cuando llegue el tiempo
de la restauración de todas las cosas (cr. Hech. 3, 21) y cuando, junto con el género
humano, también la creación entera ... será perfectamente renovada en Cristo (cf. Ef.
1, 10; Col. 1, 20; 2 Pe. 3, 10-13) ... Y como no sabemos ni el día ni la hora, es necesario,
según la amonestación del Señor que velemos constantemente, para que, terminado
el único plazo de nuestra vida terrena (cf. Heb. 9, 27), merezcamos entrar con El a las
bodas y ser contados entre los elegidos (cf. Mt. 25, 31-46), y no se nos mande, como a
siervos malos y perezosos (cf. Mt. 25, 26), ir al fuego eterno (cf. Mt. 25, 41) a las
tinieblas exteriores, donde habrá llanto y rechinar de dientes (Mt. 22, 13 y 25, 30).
Pues antes de reinar con Cristo glorioso, todos debemos comparecer ante el Tribunal
de Cristo para dar cuenta cada uno de las obras buenas o malas que haya hecho en su
vida mortal (2 Cor. 5, 10); y al fin del mundo saldrán los que obraron el bien para la
resurrección de vida; los que obraron mal para la resurrección de condenación (Jn. 5,
29; cf. t. 25, 46)".
"El hombre de la civilización actual se ha hecho poco sensible a las 'cosas últimas' ... La
escatología se ha convertido, en cierto modo, en algo extraño al hombre
contemporáneo. el hombre en una cierta medida está perdido, los hombres y mujeres
de hoy parecemos andar por esta vida sin rumbo y sin medida del tiempo, ya que no
sabemos hacia dónde vamos al final de esta vida en la tierra y, además, no sabemos
medir el tiempo de aquí con reloj de eternidad.
En efecto, la vida en la tierra es sólo una preparación para la otra Vida, la que nos
espera después. Y esa preparación es muy corta, cortísima, si la comparamos con la
medida de la eternidad, la cual es infinita. Y como preparación que es esta vida, debe
servirnos justamente para eso: para prepararnos. Y estar preparados significa, como
decía San Francisco de Sales: vivir cada día como si fuera el último día de nuestra vida
en la tierra. Pensar que en cualquier momento de cualquier día, puede sobrevenirnos
el final: el momento de presentarnos ante Dios a dar cuenta de los pensamientos,
palabras, obras y omisiones que tuvimos durante nuestra vida aquí en la tierra.
HOMILIA:
Ante una muerte como la de nuestro hermano jhon jaime..., que a todos nos
conmociona, sabemos que no hay palabras que puedan explicar esta
circunstancia, todos sentimos que tampoco hay palabras que puedan consolar a
su familia y amigos. Parece que lo mejor que podemos hacer es guardar silencio,
porque en el silencio se aguanta mejor el dolor, porque ninguna palabra puede
abarcar el sufrimiento de perder a un esposo, a un hijo o a un hermano en estas
circunstancias.
Sin embargo para que ese silencio no se convierta en desesperación,
para que ese silencio se pueda llenar de un poco de luz que pueda dar un poco
de sentido a la muerte de ..., necesitamos escuchar una palabra, una palabra que
solo merece ser dicha porque la dijo Jesús de Nazaret. Viniendo de El, tiene por
lo menos para nosotros la credibilidad del que ha experimentado el mismo dolor
y el mismo abandono que ... y su familia. Sólo porque Jesucristo también pasó
por la muerte, podemos hoy aquí, dejar que sus palabras iluminen nuestro
silencio.
Y las palabras de Jesús, fueron siempre de confianza en un Dios que no
nos abandona en la muerte sino que nos da la vida eterna. El mismo
experimentó todo el sinsentido y el abandono de Dios en la Cruz, pero eso no le
impidió confiar, confiar y confiar en que el amor, tiene la última palabra, confiar
y confiar en que la bondad y la
misericordia de Dios son más fuertes que la muerte.
Sus discípulos, Pedro, Juan, Mateo, María Magdalena, nos cuentan
que después de muerto vieron vivo a su Maestro. Y por contarnos eso y
mantenerlo fueron perseguidos y martirizados. Su testimonio es garantía para
nosotros de que lo que vieron era verdad. Su testimonio nos confirma ese grito
que desde nuestro interior surge siempre: la vida es amar y tener misericordia, el
amor no acaba nunca, Dios es amor.
Y ahora pedimos que el Espíritu de Jesús, el Espíritu del Dios vivo,
ilumine nuestro silencio y nuestro dolor, para que los que aún vivimos en este
mundo, vivamos siempre preparados para encontrarnos con el Señor, porque no
sabemos ni el día ni la hora. Que el Padre de la Misericordia acoja a ... y salve
todo el amor y la bondad que tuvo en vida.
Que sea así para nuestro hermano (nuestra hermana) N. y para todos
los difuntos.
Octubre 24.
a pesar de lo claro que ha sido el último Concilio con respecto de las
cosas últimas, el Papa Juan Pablo no dudaba en afirmar lo siguiente: "El
hombre de la civilización actual se ha hecho poco sensible a las 'cosas
últimas' ... La escatología se ha convertido, en cierto modo, en algo
extraño al hombre contemporáneo". hay que responder honestamente
que sí: el hombre en una cierta medida está perdido,
¿Estamos perdidos?
3 La amistad ayuda a caminar. Los que más sienten el peso de esta muerte se encuentran
hoy acompañados por un grupo de amigos. Con su palabra, con su silencio, porque en estos
casos cuesta expresar con palabras lo que se siente interiormente, con su presencia, en
resumidas cuentas, intentan confortaros en estos momentos. La vida tiene que seguir, y,
cuando el dolor hiere, es bueno sentirse especialmente acompañado.
4. Jesucristo, un punto de referencia
Los que entre nosotros creemos en Jesucristo tenemos en El una puerta abierta a la
esperanza. Si por una parte Jesús compartió con nosotros esta vida con sus sufrimientos,
contradicciones y limitaciones, por otra, le creemos vencedor de la muerte y de toda
oscuridad.
A Jesús podemos acercarnos en los momentos duros y pesados para encontrar en El su
palabra portadora de consuelo: si nos encontrámos cansados y agobiados, vengan ami nos
dice el mimso Jesus. Al contemplar los despojos fríos y sin vida de nuestro hermana,
podemos acercarnos a Jesús, el Señor de la Vida, para que nos mantenga en la esperanza de
que volveremos a reunirnos todos con Dios, el Padre. Aferrados a Jesús nos atrevemos a
decir que este cuerpo frío y sin vida no es la última palabra. Sólo nuestra fe en Jesús nos
hace capaces de hablar de Vida cuando más envueltos nos encontramos por la muerte.
Mantengámonos constantes en la amistad y en la ayuda mutua. Que nuestro gesto
amistoso y solidario no sea sólo de un día. Y que el Señor nos haga el don de vivir con
esperanza.
"El criado del hombre de Dios se levantó de madrugada y vio que la ciudad estaba sitiada
por toda aquella tropa. Y dijo a Eliseo: -¡Ay, señor! ¿Qué hacemos? Él respondió: -No temas,
pues, los que están con nosotros son más que ellos. Eliseo oró así: -Señor, ábrele los ojos
para que vea. El Señor abrió los ojos al criado y vio la montaña llena de caballos y carros de
fuego, que rodeaban a Eliseo (2Re 6, 15-17)."
Esta puede ser nuestra oración: “¡Señor, ábreme los ojos para que pueda
percibir que mis seres queridos que han muerto, no me han abandonado del todo; que tome
conciencia de que su presencia me envuelve como una nube! ¡Señor, ábreme los ojos para
que vea!”. Otra forma de estar en comunión con ellos, es a través de la oración de
intercesión, como se puede ver en el segundo libro de los Macabeos (2Mac 12, 38-46):
"Rogaron al Señor que aquel pecado les fuera totalmente perdonado. (…)
Judas hizo una colecta entre los soldados y reunió dos mil dracmas de plata, que envió a
Jerusalén para que ofrecieran un sacrificio por el pecado. Actuó recta y noblemente,
pensando en la resurrección. Pues si él no hubiera creído que los muertos habían de
resucitar, habría sido ridículo y superfluo rezar por ellos. Pero, creyendo firmemente que a
los que mueren piadosamente les está reservada una gran recompensa, pensamiento santo
y piadoso, ofreció el sacrificio expiatorio para que los muertos fueran absueltos de sus
pecados (2Mac 12, 42-46)."
Para nosotros, el sacrificio por excelencia es el sacrificio eucarístico, es decir, la
Santa Misa; y lo ofrecemos constantemente para que nuestros seres queridos sean
“absueltos de sus pecados” (2Mac 12, 46).
3. "La muerte física es transitoria: ¡Resucitaremos!" La muerte física es
dolorosa. Nuestro Señor lloró ante la muerte física de su amigo Lázaro (Jn 11, 35-36), a quien
amaba entrañablemente (Jn 11, 36). Pero ante el drama que supone la muerte de un ser
querido, Jesús se nos presenta como la resurrección y la vida (Jn 11, 1-44):
"Yo soy la resurrección y la vida. El que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y
todo el que esté vivo y crea en mí, jamás morirá. ¿Crees esto? (Jn 11, 25-26)." Por
eso no hay lugar para una tristeza sin esperanza: "No queremos, hermanos, que
permanezcan ignorantes acerca de los que ya han muerto, para que no se entristezcan como
los que no tienen esperanza. Nosotros creemos que Jesús murió y resucitó, y que, por tanto,
Dios llevará consigo a los que han muerto unidos a Jesús (1Tes 4, 13-14)."
De ahí la importancia que los católicos damos a la Eucaristía, donde escuchamos la Palabra
de Dios y nos alimentamos del Cuerpo y la Sangre de Cristo, pues esto nos permite estar
unidos íntimamente a Jesús y nos posibilita nuestra futura resurrección:
"El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el
último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi
carne y bebe mi sangre vive en mí y yo en él. Como el Padre que me envió posee la vida y yo
vivo por él, así también, el que me coma vivirá por mí (Jn 6, 54-57)."
4. "Nos volveremos a reunir con nuestros seres queridos"
es una esperanza que brota de la Sagrada Escritura y un anhelo que se
encuentra en nuestros corazones. La experiencia de los siete hermanos y su madre,
martirizados durante la insurrección macabea (2Mac 7), da cauce a este deseo y suscita una
esperanza confiada:
"Tanto insistió el rey, que la madre accedió a convencer a su hijo. Se inclinó
hacia él, y burlándose del cruel tirano, dijo al niño en su lengua materna: -Hijo mío, ten
piedad de mí, que te he llevado en mi seno nueve meses, te he amamantado tres años, te he
alimentado y educado hasta ahora. Te pido, hijo mío, que mires al cielo y a la tierra y lo que
hay en ella: que sepas que Dios hizo todo esto de la nada y del mismo modo fue creado el
ser humano. No temas a este verdugo; muéstrate digno de tus hermanos y acepta la muerte,
para que yo te recobre con ellos en el día de la misericordia (2Mac 7, 26-29)."
Como puede verse, esta valiente madre tiene la firme esperanza de recobrar a sus
hijos en el día de la misericordia
Estas respuestas esperanzadoras que nos da la Palabra de Dios, deben
proporcionarnos consuelo y fortaleza en los momentos de duelo por el fallecimiento de un
ser querido y serenidad y confianza ante la perspectiva de nuestro propio fallecimiento.
Estas posturas equivocadas sobre la muerte son simplemente una evasión de la realidad, tal
vez por temor a lo que es la muerte. Y ese temor es ocasionado por la falta de conocimiento
de lo que es la muerte y de lo que nos espera en la otra vida.
Tenemos que tener claro que la muerte no es un final, sino un paso a una vida mejor,
mucho mejor que la que tenemos aquí. Como dice el Prefacio que se lee en las Misas de
Difuntos: “la vida de los que en Tí creemos, Señor, no termina, se transforma; y al
deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el Cielo”.
San Pablo que pudo vislumbrar el Cielo, no lo pudo describir, pues no tuvo palabras para
lograr una descripción adecuada, y se limitó a escribir esto: “oí palabras que no se pueden
decir: cosas que el hombre no sabría expresar ... ni el ojo vio, ni el oído escuchó, ni el
corazón humano puede imaginar lo que tiene Dios preparado para aquéllos que le aman” (2
Cor. 12, 2-4 y 1 Cor. 2, 9).
Pero notemos las condiciones para llegar a disfrutar de estas indescriptibles maravillas
eternas: “la vida de los que en Tí creemos, Señor”, nos dice el Prefacio ... “lo que Dios tiene
preparado para aquéllos que le aman”, nos dice San Pablo.
Llegar a la Vida Eterna exige ciertos comportamientos durante esta vida no-eterna: Fe en
Dios, que nos lleva a creer en El, a confiar en El y a esperar estas cosas maravillosas. Y amor
a Dios, proveniente de esa Fe, que nos lleva a entregarnos a El y a cumplir en esta tierra su
Voluntad. Sólo así: creyendo en Dios (Fe), confiando en El y esperando en lo que nos ha
prometido (Esperanza) y haciendo en esta vida su Voluntad y no la nuestra (Caridad-Amor)
“tendremos una mansión eterna en el Cielo”. Tendremos una felicidad plena que nunca
terminará, pues será eterna... para siempre, siempre, siempre. Estas respuestas
esperanzadoras que nos da la Palabra de Dios, deben proporcionarnos consuelo y fortaleza
en los momentos de duelo por el fallecimiento de un ser querido y serenidad y confianza
ante la perspectiva de nuestro propio fallecimiento.
Nov 22¿Cómo y cuándo será nuestra resurrección?
Tengo la impresión de que casi todo lo que el cristianismo dice acerca del cielo y
de la felicidad final en la "otra vida", resulta para muchos contemporáneos,
creyentes o no, algo demasiado lejano y abstracto, un lenguaje extraño que
apenas tiene relevancia alguna para la vida de cada día. Porque en el fondo,
creemos en "el futuro" con cierta convicción cuando podemos experimentar que
ese futuro se inicia ya desde ahora y comienza a despuntar, de alguna manera,
en el momento presente.
En concreto, la gente creemos más fácilmente en el cielo si realmente podemos
experimentar, aunque sea de manera fragmentaria que "el cielo comienza en la
tierra". Lo que ocurre es que, los cristianos hemos despreciado demasiado los
gozos de la tierra, los placeres de la vida y la belleza del mundo, sin descubrir
dentro de esa vida frágil y caduca el germen de lo que será el cielo.
Miren, cuando amamos a una persona, amamos algo más que una persona,
estamos amando la vida y la felicidad para la que hemos nacido, esa persona
amada y yo mismo. Cuando hacemos justicia a un oprimido, hacemos algo más
que un gesto de equidad, estamos haciendo crecer desde ahora el mundo
reconciliado y justo que estamos llamados a disfrutar todos.
Ante la muerte, por más injusta e incomprensible que sea tenemos mucho para
decir. Claro, nuestro pensamiento no podrá jamás ser dirigido a explicar los
porqué de esta situación, no lograremos nunca «explicar» por qué muere un
justo, por qué muere un joven o un niño. Tampoco lograremos «explicar» por
qué hay cataclismos devastadores, o tantas situaciones de infortunio que nos
descolocan y nos pueden llevar hasta el desaliento y la duda.
No lograremos explicaciones que nos dejen tranquilos, que nos hagan ver
razones que antes no veíamos, que nos permitan decir «¡Ah! ¡Era por eso!
¡Ahora comprendo por qué sucedió esto!». En ese sentido tenía razón aquella
persona cuando decía que no teníamos mucho que decir (explicar) ante esta
dolorosa situación de muerte prematura. Ya de por sí, la muerte la vivimos
como unacontradicción, pues el Señor nos creó para la vida y no para la muerte.
Esta misma contradicción puede ser el inicio de la búsqueda que nos
proponemos en esta tarde (este día).
Antes de entrar en esta búsqueda de la fe, quiero decirque hay también algunas
respuestas que se dan en estos casos que quieren «explicar», como decía, y que
aunque nombren a Dios, se alejan mucho del Dios de Jesucristo. Por ejemplo,
decir que Dios elige a las mejores rosas de su jardín como explicación de la
desaparición de entre nosotros de este (esta) joven, es mostrar a un dios egoísta,
que quiere estas «rosas» para él y nos quita lo que nos dio...¡
mejor sería que dejara la rosa en el jardín para que todos (¡Él también!)
gozáramos con su presencia y su aroma! No, el Dios de Jesús no es un egoísta y
arbitrario que te da algo por un momento y luego te lo quita para su propio
beneplácito. Dios se goza de su creación y la contempla con nosotros. Dios
también sufre con nosotros cuando su creación es vejada, maltratada, abusada.
Esta es una primer respuesta ante el dolor. NO SÉ POR QUÉ PASÓ ESTO, pero sí
sé que Dios sufre con nosotros. Tenemos que asegurar que Dios no fue el que
mandó la muerte a la tierra, y que la muerte es lo más contrario al plan de Dios
para nosotros. Nuestro Dios, que es omnipotente, muestra justamente esa
omnipotencia en el amor infinito que nos tiene, en el perdón, en la oportunidad
nueva. Nuestro Dios no esviolento sino compasivo, es fiel a lo que nos promete y
su promesa se cumplirá. Esa es nuestra esperanza y eso es lo que tenemos que
renovar en este día de dolor.
Miremos un poco el evangelio que hemos proclamado[1]. Jesús viene con sus
discípulos a la ciudad de Naím y se encuentra, en la puerta de la ciudad, con una
procesión de funeral que salía de la ciudad: iban a enterrar a un joven, «hijo...
FUNERAl de j asesinado.
Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo
que pidas a Dios, Dios te lo concederá" (Jn 11, 21).
I. Queridos hermanos, en estas palabras de la hermana de Lázaro, narradas
en el capítulo 11 del Evangelio según S. Juan, se expresan los dos sentimientos que nos
embargan en estos momentos: dolor por la separación de un ser querido y, a la vez,
esperanza firme de que se trata efectivamente de una separación, pero no de una
pérdida. La vida humana, y de esto somos muy conscientes, es demasiado valiosa para
desaparecer sin rastro. Desde lo profundo de nuestra alma brota un silencioso grito
que pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué de este modo? Un grito que repite las palabras de
Marta: Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermanoI.
Nos encontramos ante el problema del mal y de la muerte en el
mundo, Por qué Dios permite el mal. El misterio del mal, y de esto estamos
convencidos, es fruto del abuso de nuestra libertad. Cuando nos dejamos llevar por el
egoísmo, por nuestros vanos intereses, por la tentación, caemos en el abismo del
pecado. Rechazamos a Dios por un deseo desordenado de las criaturas. No podemos
dudar de la omnipotencia y la bondad divinas. Sí, Dios es bueno. ¿Y podemos seguir
afirmándolo después de lo que hemos vivido? Sí, Dios es bueno. No lo dudemos. Dios
es bueno y sabe más.
Aquello que nos resulta incomprensiblemente doloroso, Dios lo
conoce y sabe sacar abundantes bienes de los males. Recordemos las palabras del
apóstol S. Pablo a los romanos: “Todo redunda en bien para los que aman al Señor”
(Rom 8,28). Santo Tomás Moro, viendo cercano el trance de la muerte, decía a su hija
Margarita en una de sus cartas: “No quiero, mi querida Margarita, desconfiar de la
bondad de Dios, por más débil y frágil que me sienta.” Más adelante, continúa: “De lo
que estoy cierto, mi querida Margarita, es de que Dios no me abandonará sin culpa
mía. Por esto, me pongo totalmente en manos de Dios con absoluta esperanza y
confianza.” Y finaliza esta hermosa carta: “Ten, pues, buen ánimo, hija mía, y no te
preocupes por mí, sea lo que sea que me pase en este mundo. Nada puede pasarme
que Dios no quiera. Y todo lo que él quiere, por muy malo que nos parezca, es en
realidad lo mejor”.
III. Respecto a la muerte, los cristianos creemos que la muerte no es
término, sino tránsito; no es ruptura, sino transformación. Creemos además que,
cuando nuestra existencia temporal llega al límite de sus posibilidades, en ese límite
se encuentra no con el vacío de la nada, sino con las manos del Dios vivo, que acoge
esa realidad entregada y convierte esa muerte en semilla de resurrección.
La muerte es ciertamente la crisis radical del hombre, una crisis
irrefutable, a la que el hombre no puede responder. Nos quedamos mudos ante este
misterio. Sólo Dios puede responder a esa interpelación, que también le toca a él; si
realmente es el Dios fiel y veraz, el Padre misericordioso, el amigo y aliado del
hombre, no puede contemplar indiferente lo que le ha ocurrido a su hijo. Dios está ahí
para responder por él. ¿Y cuál es la respuesta de Dios ante el misterio de la muerte?
Su respuesta es el cumplimiento de la promesa de vida y de resurrección.
Pablo decía a sus fieles de Tesalónica, en un trance parecido al que ahora
estamos viviendo: "No os aflijáis como los hombres sin esperanza" (1 Tes 4, 13). Al
Apóstol no prohíbe a sus cristianos la tristeza, pero les advierte que la suya no tiene
por qué ser una tristeza desesperada. A la separación sucederá el reencuentro, en un
plazo más o menos próximo, pero en todo caso seguro. El cristiano, como Cristo, no
muere para quedar muerto, sino para resucitar; no entrega la vida a fondo perdido; la
devuelve a su Creador y en él alcanza esa vida verdadera, esa vida eterna. Porque,
notémoslo bien, no hay dos vidas, ésta y la otra; lo que se suele designar como "la
otra vida" no es, en realidad, sino ésta plenificada, la que había comenzado con el
bautismo y la fe ("quien cree posee la vida eterna", cf. Jn 5. 24) y que ahora se
consuma en la comunión inmediata con el ser mismo de Dios.
Con el adiós al difunto, “se canta por su partida de esta vida y por su
separación, pero también porque existe una comunión y una reunión. En efecto, una
vez muertos no estamos en absoluto separados unos de otros, pues todos recorremos
el mismo camino y nos volveremos a encontrar en un mismo lugar. No nos
separaremos jamás, porque vivimos para Cristo y ahora estamos unidos a Cristo,
yendo hacia él... estaremos todos juntos en Cristo” (S. Simeón de Tesalónica, De
ordine sep).
IV. Por otra parte, estamos reunidos aquí también para rezar por
nuestros hermanos. La separación que la muerte representa no significa que el difunto
queda fuera del alcance de nuestro amor. Nuestro amor les llega en forma de oración.
Y es toda la Iglesia la que ahora se une a nosotros, avalando, con su intercesión. Por
eso, toda la comunidad parroquial reunida en torno al altar del Señor, expresa su
comunión eficaz con nuestros hermanos difuntos, y con sus familiares, sobre quienes
imploramos el consuelo divino.
Dice el Catecismo en su número 2677: "Ruega por nosotros, pecadores,
ahora y en la hora de nuestra muerte". Pidiendo a María que ruegue por nosotros, nos
reconocemos pecadores y nos dirigimos a la "Madre de la Misericordia", a la Virgen
Santísima. Nos ponemos en sus manos "ahora", en el hoy de nuestras vidas. Y nuestra
confianza se ensancha para entregarle desde ahora, "la hora de nuestra muerte". Que
esté presente en esa hora, como estuvo en la muerte en Cruz de su Hijo y que en la
hora de nuestro tránsito nos acoja como madre nuestra (cf Jn 19, 27) para conducirnos
a su Hijo Jesús, al Paraíso.
Lucsa 20 , 27-38
Ante el hecho de la muerte la pregunta crucial no es: ¿qué ocurre después de la muerte?,
sino: ¿quiénes somos? El soñador se identifica con el mundo que aparece en sus sueños;
mundo que se deshace al despertar, cuando se diluye la identidad onírica. Pero no pierde
nada valioso; aquello era sólo un sueño, ahora emerge a una identidad mayor. De manera
similar, lo que llamamos "nuestra vida" es un sueño que nos tomamos como real y, como le
ocurre al soñador, únicamente podremos percatarnos de ello cuando "despertemos".
Porque, del mismo modo que el soñador es incapaz de pensar la vigilia, la mente tampoco
puede ir más allá de la mente.
Por eso, tiene razón también el "maestro" que encarna Nick Nolte en la película
"El guerrero pacífico" cuando le dice al muchacho: "La muerte es algo más radical que la
pubertad; pero no es algo por lo que debas preocuparte".
"Los sueños de los moribundos no se refieren a un final, sino a un paso".En cualquier
caso, la sabiduría de Jesús radica en la frase con que culmina el relato: "Para Dios todos
están vivos". "Dios" –la Realidad inefable, que trasciende absolutamente nuestra mente- es
la palabra que apunta a la Vida misma que constituye y sostiene a todo lo que es. Dios,
Realidad, Vida... son expresiones equivalentes. Y en tanto en cuanto nos reconocemos como
la Vida que es, cesa la ignorancia y desaparecen nuestros miedos. Era sólo el "yo separado"
el que se sentía atemorizado. Si tomas distancia de él y vienes al presente, ¿dónde queda el
miedo?
Al venir al presente, que no es un "lapso" de tiempo entre el pasado y el futuro –
no es el "presente pensado"-, sino justamente el no-tiempo, la atemporalidad o eternidad,
sólo hay Vida, que se despliega y manifiesta en el tiempo en infinidad de formas. Esa misma
Vida es lo que realmente somos. Pero, mientras estamos identificados con nuestro yo
particular, lo desconocemos: tomamos como "real" lo que no es sino una "expresión"
particular y transitoria. De un modo similar a como el soñador toma como real el mundo de
sus sueños.
"Despertar" significa salir de los límites del yo –de la mente- para acceder a la
Realidad que es y somos, que desborda las estrechas fronteras del pensamiento, y se revela
plena de Vida. Por otro lado, que el yo se pregunte por el más allá de la muerte no tiene más
sentido que si quien duerme se preguntara por el mundo de la vigilia. Lo que cabe hacer es
salir de nuestra identificación con la mente, aprender a venir al momento presente y
empezar a percibir la realidad desde él.
En este campo, que trasciende lo mental, es muy importante el realismo del que
hacía gala aquel maestro de la siguiente anécdota. Cuando uno de sus discípulos le preguntó
qué pasaba después de la muerte, él respondió: «No lo sé». «Pero, ¿cómo? –volvió a
preguntar el discípulo-, ¿no se supone que es usted un maestro espiritual?». «Sí –contestó el
maestro-; pero no soy un maestro espiritual muerto».En cualquier caso, lo que importa no
son las "ideas" sobre el más allá de la muerte; a la postre, son únicamente eso: ideas. Lo
realmente importante es ir abriéndonos a experimentar la Presencia que trasciende
cualquier barrera temporal y, por ende, la misma muerte. El ego muere; la Presencia
permanece.
Abril 21. EL RETO DE LA RESURRECCIÓN
En una cultura decididamente orientada hacia el dominio de la naturaleza, el progreso
técnico y el bienestar, la muerte viene a ser «el pequeño fallo del sistema». Algo
desagradable y molesto que conviene socialmente ignorar. Todo sucede como si la
muerte se estuviera convirtiendo para el hombre contemporáneo en un moderno
«tabú» que, en cierto sentido, sustituye a otros que van cayendo.
Es significativo observar cómo nuestra sociedad se preocupa cada vez más
de iniciar al niño en todo lo referente al sexo y al origen de la vida, y cómo se le oculta
con cuidado la realidad última de la muerte. Quizás esa vida que nace de manera tan
maravillosa, ¿no terminará trágicamente en la muerte?
Lo cierto es que la muerte rompe todos nuestros proyectos individuales y
pone en cuestión el sentido último de todos nuestros esfuerzos colectivos. Y el
hombre contemporáneo lo sabe, por mucho que intente olvidarlo. Todos sabemos
que, incluso en lo más íntimo de cualquier felicidad, podemos saborear siempre la
amargura de su limitación, pues no logramos desterrar la amenaza de fugacidad,
ruptura y destrucción que crea en nosotros la muerte.
El problema de la muerte no se resuelve escamoteándolo ligeramente. La
muerte es el acontecimiento cierto, inevitable e irreversible que nos espera a todos.
Por eso, sólo en la muerte se puede descubrir si hay verdaderamente alguna
esperanza definitiva para este anhelo de felicidad, de vida y liberación gozosa que
habita nuestro ser. Es aquí donde el mensaje pascual de la resurrección de Jesús se
convierte en un reto para todo hombre que se plantea en toda su profundidad el
sentido último de su existencia.
Sentimos que algo radical, total e incondicional se nos pide y se nos
promete. La vida es mucho más que esta vida. La última palabra no es para la
brutalidad de los hechos que ahora nos oprimen y reprimen. La realidad es más
compleja, rica y profunda de lo que nos quiere hacer creer el realismo. Las fronteras
de lo posible no están determinadas por los límites del presente. Ahora se está
gestando la vida definitiva que nos espera. En medio de esta historia dolorosa y
apasionante de los hombres se abre un camino hacia la liberación y la resurrección.
Nos espera un Padre capaz de resucitar lo muerto. Nuestro futuro
es una fraternidad feliz y liberada. Por qué no detenerse hoy ante las palabras del
Resucitado en el Apocalipsis «He abierto ante ti una puerta que nadie puede cerrar»?
DIFUNTA. MAYO 10-18 En un momento en el que vivimos tenemos que decir que la
confianza en la vida eterna de los que han abandonado este mundo se basa en la fe de Cristo
muerto y resucitado. En este gran misterio encuentra el creyente la fuente del consuelo verdadero
y busca el rostro de dios para Desahogar su alma en el.
Cuenta la historia que un abuel estaba escribiendo con un lapiz, se le acerca su nieto y le pregunta
que está haciendo. el abuelo le dice .estoy escribiendo sobre tí , ahora bien, más importante que
lo escribo con el lápiz es el lapiz que estoy usando, me gustaría que tú fueras como el lápiz , que
fueras como el cuando crezcas y madures. Depende, prosiguió el abuelo. de como mires las cosas.
Hay cinco cualidades en el que puedes si consigues conservarlas , te harán una persona en paz con
todo el mundo.
Primera cualidad: puedes hacer muchas cosas, pero no debes olvidar nunca que existe
una mano que guia tus pasos. A esa mano la llamamos Dios y Este debe conducirte siempr en la
direccion de su Voluntad. Segunda cualidad: de vez en cuando necesito dejar de escribir y usar el
sacapuntas. Con eso el lapiz sufre un poco, pero al final está mas afilado y así escribe mejor. Has de
saber soportar algunos dolores porque te harán una persona mejor.
tercera cualidad: El lapiz siempre permite que usemos una goma para borrar los
errores. Debes entender que corregir una cosa que hemos hecho no es necesariamente malo, sino
algo importante para mantenernos en el camino de la justicia. Cuarta cualidad: lo que realmente
importa en el lápiz no es la madera, ni la forma exterior, sino el grafito que lleva dentro. Por tanto
cuida siempre lo que ocurre dentro de tí. Quinta Por último , la quinta cualidad del lápiz siempre
deja una marca. Del mismo modo has de saber que todo lo que hagas en la vida dejará huellas y
procura ser consciente de todas sus acciones.
Hoy celebramos la huella que ha dejado ---------- en sus vidas, Cada uno de ustedes ha
sentido su huella.. hoy estamos aqui para recordar su vida, recordar las impresiones que dejo en
cada uno de nosotros .
Ahora recordamos esta palabra pronunciada en las lecturas: no queremos que ignoréis la
suerte de los difuntos para que no os aflijais como lo hacen los hombres sin esperanza. Los que han
muerto , Dios, por medio de Jesús los llevará con El. Consuelense con estas palabras . Como el lápiz
-------------- tenía un gran corazón. seguramente Fue un, trabajadora incansable, responsable,
comprometido con su trabajo y en su hogar.
Estamos aqui para acompañar a su familia,. Estamos con ustedes , queridos amigos, y
familiares de ---------------- porque pensamos que el Señor no nos deja hoy como siempre y no pasa
de largo , sino que se queda con nosotros, participando de nuestra mesa, comiendo nuestro mismo
pan, ofreciendonos su mismo cuerpo y dejandonos beber su misma sangre para que como los
díscípulos de Emaus experimentemos que Cristo vive, que está en medio de nosotros, que está
resucitado y que ---------------- va camino de sus manos. Ahora verá a Dios cara a cara , como el
hombre en el paraiso. Que como la goma, Dios mismo haya borrado todo aquello que le impide ser
el mismo delante de su creador. Que haya borrado para siempre los sinsabores, las desesperanzas,
los desalientos y frustraciones por las que haya podido transitar en este mundo. Que ahora goce de
la Vida eterna que DIOS ha querido darle a El y a nosotros . Descanse en la Paz del Señor.
Continuamos la celebración pidiendo al buen pastor, que nos conduce, que nos lleva a fuentes
tranquilas y repone nuestras fuerzas que haya acogido ya en su seno a aquel que en este mundo
hemos conocido, amado y respetado.
Por todo esto celebramos su muerte cristiana. Por todo esto creemos que si ha muerto con Cristo
también vivirá con El.
Octubre 12 rosario perilla
afrontar el momento de la muerte de un ser querido es una de las cosas más dolorosas que
uno tiene que afrontar durante la vida. Genera una desazón interior y un desasosiego
indescriptible ya que se nos priva de volver a estar junto a esa persona tan querida.
Recordemos que también la Santísima Virgen María lloró por el terrible sufrimiento causado
por la cruel crucifixión de su Hijo, Nuestro Señor Jesucristo. Y también, volvamos a pasar por
nuestro corazón que el Hijo de Dios se hizo hombre y experimentó el dolor y el sufrimiento
que lleva aneja nuestra condición de criaturas.
Sin embargo los cristianos tenemos una certeza que jamás nadie nos la podrá
arrebatar: que resucitaremos. Ahora mismo estamos celebrando el funeral de nuestra
hermana ropsario y todos nos unimos en la oración por ella . Lo que nos sucede a
nosotros, las personas, es que nos aferramos mucho al terruño, llegando incluso a
considerar que no hay más que lo que vemos, oímos, palpamos, gustamos y olemos. Craso
error ya que a lo largo de toda la historia de salvación y de manera constante Dios se nos ha
ido manifestando en múltiples ocasiones y de variadas formas, llegando a manifestar de un
modo totalmente culminante y supremo en su único Hijo Jesucristo.
que Jesucristo, al ser crucificado y muriendo por todos nosotros nos hizo el
gran regalo de la salvación, Él nos compró a precio de su sangre y en el madero de la cruz se
realizó la salvación, brotó el manantial de la salvación. Y no nos olvidemos que Jesucristo
resucitó de entre los muertos, que durante cuarenta días se estuvo manifestando vivo en
numerosas apariciones, que después ascendió a la diestra de Dios Padre y que nos hace
llegar la salvación por medio de los sacramentos que administra la Iglesia Católica. Llegando
incluso a quedarse entre nosotros en la Eucaristía y poniendo como ‘su tienda de campaña’
entre nosotros de manera permanente en el Sagrario. Es muy importante no olvidarnos de
todo esto.
Lo que nos sucede a las personas es que nos llegamos a asemejar a las plantas
de nuestros jardines que cuando son arrancadas de cuajo siempre las raíces llevan consigo
tierra del lugar donde estaba bien arraigada. Nosotros los cristianos tendríamos que tener
arraigadas nuestras raíces en el cielo, y de un modo más exacto, en el Sagrario, en Cristo
Eucaristía. Hermanos, por eso el asistir a la Eucaristía dominical y la confesión frecuente es
tal importante como el oxígeno en el aire que respiramos constantemente. Nuestra vida
cristiana tiene que estar oxigenada para que cuando Dios nos llame ante su presencia nos
podamos personar ante Él lo mejor y antes posible.
Ayer Dios llamó ante su presencia a nuestra hermana Esther y ella se está
dirigiendo al Trono de la Gloria. Sin embargo no podrá ser recibida ante la presencia divina
hasta que esté totalmente purificada de culpa y de pecado. Y es aquí donde entramos
nosotros. Todas las oraciones que realicemos por ella serán una importante ayuda para
conseguir el fin: estar gozando de la dulzura del Señor contemplando su rostro. Dale Señor el
descanso eterno… y brille para ella la luz perpetua. Descanse en paz.
Ocvt 30. Difunto.Ante la muerte de Cristo, que nos sitúa en nuestra realidad y en nuestra
verdad, no cabe otra actitud que el silencio y la gratitud. Silencio, porque nunca
llegaremos a comprender o a poder expresar el insondable misterio de amor y de
humillación que representó para Cristo el acto de morir. Si morir es trágico y
humillante para nosotros, ¿cómo debió serlo para el que era la Vida misma? Por esto,
la palabra más expresiva de Cristo es paradójicamente su silencio en la cruz: la
suprema expresión del Amor ofrecido a la humanidad.
Y con el silencio, la gratitud, porque a partir de la muerte de Cristo nuestra
muerte adquiere un sentido nuevo, insospechado. La muerte ya no es la muerte. La
muerte es el paso a la vida. Cristo murió para matar la misma muerte, de manera que
la muerte es ya -en El y en nosotros- el primer paso hacia la resurrección. Cristo
resucitado, primicia de la humanidad nueva, representa el triunfo total de la vida
sobre la muerte.
El fragmento de la primera carta de san Pablo a los cristianos de Corinto,
que hemos oído, contiene la "buena noticia" -el Evangelio- que representa el núcleo
de la predicación y de la fe de la Iglesia primitiva: "Cristo ha resucitado de entre los
muertos, como primicia de todos los que han muerto". Y esto acontece para nosotros
y para todos los hombres, porque "si la muerte vino por un hombre, también por otro
hombre -por Cristo- vendrá la resurrección de los muertos". Cristo ha de reinar -dice
también- hasta que todos sus enemigos le hayan sido sometidos bajo sus pies, "y el
último enemigo vencido será la muerte".
Un cristiano, un hermano nuestro, ha muerto. Cristo, en sus fieles, está en
la agonía de Getsemaní hasta el fin de los tiempos. Sólo el Señor, que escruta los
corazones, sabe la purificación que ha supuesto para nuestro hermano él aceptar la
muerte, que le ha visitado justamente cuando estaba en medio del camino de la vida.
Como a Cristo, a él también le visitó la angustia y el miedo, y, como Cristo, también
pidió: "Si es posible, pase de mi este cáliz sin que yo lo beba". Pero, también con
Cristo, procuró decir aquellas supremas palabras: "Pero que no se haga mi voluntad,
sino la tuya", palabras que no implican una cobarde resignación, sino una gran
entereza de espíritu.
Ha muerto en el Señor; sabemos que, con Cristo, también resucitará. Por eso, en
medio de la tristeza nos acompaña la certeza y el gozo profundo de la fe, y nuestra
plegaria también se expresa en canto, que sin esta convicción podría parecer
inadecuado. Prosigamos la celebración de la Eucaristía, anticipación del banquete del
Reino. Confiemos a las manos del Padre el alma de nuestro hermano. Pidamos al
Señor que nos ilumine a todos con la luz de la fe y renovémosla hoy con las palabras
del soldado romano ante la cruz de Cristo: "Realmente, este hombre era hijo de Dios".
En efecto, sólo por medio de la fe en Cristo sabemos que nuestro futuro definitivo no
es la muerte, sino la Vida.
Nov 17-pcarmen.
Cuando la muerte aparece a nuestro alrededor y arrebata a uno de los nuestros, se produce un profundo
desgarro, un vacío inmenso y una tremenda soledad. La muerte, nuestro peor enemigo, nos arrebata lo que
más queremos y aquello por lo que más luchamos: la vida. Cuando ella llega, no sólo causa estas cosas; es
que encima se presenta como jactanciosa y victoriosa, como diciéndonos: “¿Ven? Yo les puedo a todos.
Tarde o temprano caéran en mis garras”.
Y como nuestros ojos materiales sólo ven esta realidad, la muerte quiere provocarnos no sólo la
muerte física y material, sino lo que es más grave: la muerte existencial, la muerte de la esperanza. Por eso
nos provoca una duda impresionante: ¿será verdad que al final sólo existen el vacío y la nada, la destrucción
y el aniquilamiento? De estas experiencias y dudas no se libra nadie: ni el creyente ni el no creyente.
Al creyente, que ante la muerte se encuentra con todo lo que estoy diciendo al igual que el no
creyente, es en este preciso momento cuando se le pone en la tesitura de hacer el más radical acto de fe.
Cuando está viendo la negación de la vida, cuando aparecen el poder de la muerte y las angustias y las
preguntas que ella causa, es entonces cuando hace, por la fe, una afirmación impresionante: “Muerte, eres
una embustera. Tú no tienes la última palabra. Hay Alguien que es más fuerte que tú y ya te ha vencido y te
está venciendo permanentemente: nuestro Dios, que no es un Dios de muertos sino de vivos; nuestro Dios,
que no quiere la muerte sino la vida. Es Él quien tiene la última palabra y, así como resucitó a Jesús, también
nos resucitará a todos y a cada uno de nosotros, liberándonos de tus garras destructoras y aniquiladoras”.
Dios, que nos llamó a la vida, que nos mantiene en la vida y cuando la muerte aparece queriendo
quitárnosla, es el único que no se retira, hace lo que siempre hace Dios: DAR VIDA. También cuando llega la
muerte, Dios, que está ahí, hace lo suyo: dar vida superando la misma muerte y transformándola para
darnos ya la vida en plenitud, en la que ni dolor ni precariedad, ni vejez ni enfermedad ni muerte, nada
pueda arrebatarnos la vida definitiva y total que Dios, al fin, nos regala. Por eso el creyente habla de la
muerte como paso: un tránsito hacia la plenitud.
Ésta es nuestra fe. De esta experiencia hemos hablado mucho… Por eso el , que ya ha hecho el paso
definitivo a la contemplación de lo que siempre ha buscado, me imagino lo que le habrá dicho a su Dios, que
es nuestro Dios, al experimentarlo ya cara a cara. Todo creyente le dira a Dios:
“He buscado tu rostro, Señor, incansablemente a largo de mi vida. Como a través de un espejo, te he
contemplado, pero ahora te veo en todo tu esplendor: ¡qué grandes son, Señor, tu amor y tu infinita
misericordia! Gracias, Dios mío, por permitirme contemplar tu rostro. Yo, desde mi pobreza y pequeñez, he
querido ser fiel a lo que Jesús nos enseñó. Por eso descubrí lo que ahora veo con claridad: Que Tú eres un
Dios de vida y quieres la vida de todos. Por eso intenté a lo largo de mi vida comprometerme en dar vida y
luchar contra todo lo que quitaba la vida y la dignidad a tus hijas e hijos.
También ahora veo, Señor, que lo que descubrí es bien cierto: que eres un Dios de la comunión.
Por eso me empeñé en ser una persona de reconciliación y paz. Por eso trabajé incansablemente por hacer
de la Iglesia signo y sacramento de comunión en medio de la humanidad. A pesar de mis pecados y
flaquezas quise, Señor, reflejar tu rostro. Acógeme ahora en tu amor y tu misericordia”.Yo creo firmemente
que nuestro hermano habrá oído de labios de su Señor: “Ven, mi siervo fiel, a participar del gozo de tu
Señor. Ven a recibir el abrazo de comunión en el amor de la Trinidad divina, en el que todo se funde en la
unidad amorosa”.
ésta es nuestra esperanza, que nos hace superar el desgarro de la separación y la tremenda soledad
de su vacío. Por eso le encomendamos al Señor y descansamos también nosotros en sus benditas manos. Y
ya para acabar, queridos amigos y amigas, me gustaría hacer una llamada.seamos también testigos del Dios
vivo que quiere la vida de todas sus criaturas y que quiere que todas sus hijas e hijos vivan reconciliados y
en auténtica hermandad universal.
Que nuestro hermano, desde Dios, en el cual también nosotros vivimos y existimos y al que nos
unimos de un modo especial ahora que celebramos la Eucaristía, interceda por nosotros para que el Señor
nos envíe su Espíritu y así podamos seguir firmes, en el compromiso por la construcción del Reino en
nuestro mundo. Amén.
Difunto enro 8. Pag.
El hombre actual ha quedado, en gran medida, atrofiado para descubrir a Dios.
No es que sea ateo. Es que se ha hecho «incapaz de Dios». Cuando un hombre o
una mujer sólo busca o conoce el amor bajo formas degeneradas y cuando su
vida está movida exclusivamente por intereses egoístas de beneficio o ganancia,
algo se seca en su corazón.
Cuántos viven hoy un estilo de vida que les abruma y empobrece.
Envejecidos prematuramente, endurecidos por dentro, sin capacidad de abrirse a
Dios por ningún resquicio de su existencia, caminan por la vida sin la compañía
interior de nadie.
El gran teólogo A. Delp, ejecutado por los nazis, veía en este
«endurecimiento interior» el mayor peligro para el hombre moderno. «Entonces
deja el hombre de alzar hacia las estrellas las manos de su ser. La incapacidad del
hombre actual para adorar, amar, venerar, tiene su causa en su desmedida
ambición y en el endurecimiento de la existencia».
Esta incapacidad para adorar a Dios se ha apoderado también de muchos
creyentes que sólo buscan un «Dios útil». Sólo les interesa un Dios que sirva para
sus proyectos privados o sus programas socio-políticos. Dios queda así
convertido en un «artículo de consumo» del que podemos disponer según
nuestras conveniencias e intereses. Pero Dios es otra cosa. Dios es Amor infinito,
encarnado en nuestra propia existencia. Y ante ese Dios, lo primero es
adoración, júbilo, acción de gracias.
Cuando se olvida esto, el cristianismo corre peligro de convertirse en
un esfuerzo gigantesco de humanización y la Iglesia en una institución siempre
tensa, siempre agobiada, siempre con la conciencia de no lograr el éxito moral
por el que lucha y se esfuerza.
Pero la fe cristiana, antes que nada, es descubrimiento de la Bondad
de Dios, experiencia agradecida de que sólo Dios salva. El gesto de los Magos
ante el Niño de Belén expresa la actitud primera de todo creyente ante Dios.
Dios existe. Está ahí, en el fondo de nuestra vida. Somos acogidos
por Él. No sabemos a dónde nos quiere conducir a través de la muerte. Pero
podemos vivir con confianza ante el misterio. Ante un Dios del que sólo sabemos
que es Amor, no cabe sino el gozo, la adoración y la acción de gracias. Por eso,
«cuando un cristiano piensa que ya ni siquiera es capaz de orar, debería tener al
menos alegría» (L.Boros).
22 enero dif.
¿Cuál es el sentido de las exequias cristianas? La Iglesia celebra en ellas el
misterio pascual para que quienes fueron incorporados a Cristo, muerto y
resucitado por el bautismo, pasen con Él a la vida, sean purificados y recibidos en
el cielo, y aguarden el triunfo definitivo de Cristo y la resurrección de los muertos
(S.C. 82). Esto explica que la esperanza de la resurrección sea un tema central en
las exequias. A ella se refieren constantemente las lecturas, las antífonas y las
oraciones.
La Iglesia, consciente de esta esperanza cristiana, intercede por los
difuntos para que el Señor perdone sus pecados, los libre de la condenación
eterna, los purifique totalmente, los haga partícipes de la eterna
bienaventuranza y los resucite gloriosamente al final de los tiempos. La eficacia
de este intercesión se funda en los méritos de Jesucristo, no en los sufragios
mismos. En estas exequias ve también la Iglesia la veneración del cuerpo del
difunto.
El cristianismo no considera el cuerpo como la cárcel del alma, –
platonismo– ni tampoco lo ve intrínsecamente malo –como proclamó el
maniqueísmo– y menos aún admite el materialismo ateo para quien sólo existe
lo material, a lo que considera indefectiblemente perecedero y despreciable. La
Iglesia defiende la unidad cuerpo-alma, y por lo mismo, ambos elementos son
objeto de salvación; uno y otro serán glorificados o condenados.
Las exequias son una magnífica ocasión para que la comunidad
cristiana reflexione y ahonde en el significado profundo de la vida y de la
muerte; y para que los pastores de almas realicen una eficaz acción
evangelizadora, potenciada por las disposiciones positivas de los familiares, la
participación en la misa exequial de muchos cristianos alejados y la presencia
amistosa de personas indiferentes, incrédulas e incluso ateas.
* El agua bendita que el sacerdote derrama sobre el cadáver alude al bautismo, y
la incensación, a la resurrección. Son, pues, gestos pascuales.
* El color litúrgico de las exequias de adultos es el morado; el de los niños, el
blanco.
todos los cristianos son igualmente hijos de Dios y de la Iglesia y poseen la
misma dignidad bautismal.
: Al Dios del amor y de la vida, en quien creemos, en quien confiamos, pidámosle
que nuestro hermano ….gocen de la plenitud de la vida con Jesús resucitado.
OREMOS:
Homilía para la celebración de las exequias I: Mt 5, 1-12ª enero 22,pcarmen
Han venido ustedes a acompañar a ………………. a su última morada. La familia les agradece.
Es un gesto de amistad, de estima, de respeto. Permitanme ver en ello también un gesto de
fe. su presencia en nuestro Templo Parroquial en torno al féretro de N para mí el signo de la
presencia de Dios cerca de cada uno de nosotros en nuestra muerte.
No han querido dejarl@ sol@ en su partida. Esta reacción sencilla es para mí, repito,
expresión de la fe; nosotros creemos que en la muerte no marchamos hacia lo terriblemente
desconocido. Alguien está ahí para acogemos al final del camino de nuestra vida. Aunque el
azar, la casualidad, tenga un lugar importante en el mundo y en nuestras existencias,
nosotros no creemos que el azar sea la explicación última de la realidad. "Dios es Amor". Y el
amor ha sido, es y será la explicación suprema de la vida. Al principio está Dios; un Dios
Padre, que da la vida. Al final está también Dios; un Dios que acoge, un Dios que nos recibe
en Él. Dios nos ha creado por amor y nos salva en Cristo también por amor. "Él nos amó
primero y entregó a su Hijo por nosotros para que tengamos vida y la tengamos abundante".
(La vida de …………. estuvo marcada por el amor de su familia especialmente por la
asistencia y cuidado que Maritza le proporciono ,nuestra hermana era Una buena persona,
con sus defectos, fruto de la condición humana (que yo desconozco), pero con un gran
corazón que puso de manifiesto también a lo largo de toda su existencia.)
Necesitamos personas que nos animen a tener menos miedo al dolor, al
sufrimiento. Porque …………. tuvo un buen Maestro y supo tomar la Cruz y seguir al Señor. Y
necesitamos personas que, como ella), nos hagan cercanas la paz y la alegría de la fe, de su
creencia en el buen Dios que dio su vida por nosotros. "Ánimo, soy yo, no tengáis miedo", le
dijo también a Pedro cuando le invitó a seguirle caminando sobre las aguas".
"¿ustedes también quieren marcharse?”... "¿Y adónde vamos a ir? Sólo tú
tienes palabras de vida eterna". "Hombres de poca fe ¿Por qué dudán?". No nos agobia
incluso el que en algunos momentos no hayamos sido del todo fieles a nuestra vocación de
cristianos. Recordemos juntos aquellas preguntas de Jesús, después de la Resurrección, al
Apóstol Pedro: ¿Pedro, me amas más que éstos?... "Señor, Tú sabes que te quiero". Al final,
somos juzgados por el amor.
Acercarse a las Bienaventuranzas produce siempre alguna inquietud
porque parece imposible compartir, de obra, la claridad de Cristo al pronunciarlas con toda
rotundidad. Por eso, resulta esperanzador escuchar al mismo tiempo que existe una
multitud incontable de santos anónimos que, a pesar de ser como nosotros, débiles e
inseguros, han logrado su túnica blanca del gozo de la presencia de Dios para siempre.
Las personas pobres de espíritu, que viven sencillamente y no corren angustiadas
tras la riqueza, el poder y la gloria ni ponen el placer y el bienestar como metas supremas de
la vida. Las personas sufridas, no violentas, que tienen criterios cristianos y los mantienen,
pero no los imponen a gritos ni con las armas porque saben que todos los seres humanos
hemos nacido del mismo Padre Dios.
Las personas limpias de corazón y de mirada limpia que como no tienen doblez en sus vidas,
no creen que exista en la del prójimo. Que no se mueven por la envidia u orgullo. Y son fieles
a su propia conciencia.
Las personas misericordiosas, dispuestas siempre a la comprensión, a la tolerancia, al
perdón, al juicio misericordioso.
Las personas que han llorado sin que las lágrimas hayan dejado rencores en su vida.
Las personas que tienen hambre y sed de justicia y que, por eso, no les gusta su mundo pero,
como es el suyo, no lo odian sino que lo aman e intentan cambiarlo. Y trabajan
voluntariamente por el bien de los demás.
¡Qué bien recoge el espíritu de las bienaventuranzas la hermosa oración de San Francisco de
Asís!:
Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.
Donde haya odio, que yo ponga amor.
Donde haya ofensa, que yo ponga perdón.
Donde haya discordia, que yo ponga unión.
Donde haya error, que yo ponga verdad
Donde haya duda, que yo ponga fe.
Donde haya desesperanza, que yo ponga esperanza.
Donde haya tiniebla, que yo ponga luz.
Donde haya tristeza, que yo ponga alegría
Haz que yo no busque tanto
El ser consolado como el consolar,
El ser comprendido como el comprender,
El ser amado como el amar.
Porque dando es como se recibe.
Olvidándose de si mismo
Es como se encuentra a sí mismo.
Perdonando es como se obtiene perdón.
Muriendo es como se resucita para la vida eterna.
Junto al dolor, elevamos nuestra acción de gracias por N Celebramos la
victoria definitiva del amor, de la vida y de la misericordia de Dios. Porque la santidad se
construye casi siempre sobre muchas cicatrices que se han tenido que curar, sobre ruinas,
pequeñas o grandes, que ha habido que reparar.
Por eso no nos desanimamos: "Nuestro auxilio es el nombre del Señor".
Que el señor Escuche, nuestra oración y escuche también todo aquello que nuestro corazón
no sabe decir. Que el Pronuncie sobre todos sus hij@s su palabra bendita, que redime y que
libera. Haz señor que te recordemos sin cesar el nombre de todos los suyos, como lo hace tu
Hijo Jesucristo, que vive y reina por los siglos de los siglos. Amén.
Homilía para la celebración de las exequias V: Lc 7, 11-17 (Se puede acompañar con Sabiduría 2, 1-
5.21-23; Sal 24 )
Siempre los momentos de la muerte son profundamente tristes y
tremendamente dolorosos. Son indiferentes los años que podamos tener, siempre
queremos vivir y nos aferramos a la vida como el tesoro mayor del que podemos disponer.
Sin embargo, la muerte nos dice el sentido de la vida de las personas. Ya seamos ricos o
pobres, felices o infelices, estemos sanos o enfermos, sea cual sea nuestra condición, con la
muerte experimentamos la fragilidad de nuestra existencia, de lo que somos. Poco importa
lo que hayamos hecho o lo que hayamos vivido. Si el final de nuestra vida es la muerte, nada
puede tener mucho sentido. Nuestra vida es un esforzarse para nada. Ante la muerte,
nuestras manos siempre quedan vacías. Como mucho, podemos aspirar a que nuestros hijos
o nuestros familiares gocen de aquello por lo que nosotros hemos luchado tanto. Nuestra
vida, la de todos, está destinada al fracaso.
Se puede vivir así, sabiendo que terminaremos nuestros días enterrados en la
tierra. Muchas personas, de hecho, viven así, sin pensar siquiera lo que será el final. Lo que
vemos es que al final nuestro cuerpo será enterrado en la tierra. Pero todos sabemos que el
hombre, que la persona humana no es así, que en el fondo de nuestros corazones siempre
buscamos el sentido de nuestra vida. Dentro de nosotros encontramos anhelos profundos a
los que quizá no somos capaces de responder, pero están ahí. Toda nuestra vida está
construída sobre la esperanza de un sentido profundo y total. Por eso también, muchas
personas, viven teniendo fe en que nuestra vida no termina en la muerte. Vemos lo que
vemos pero sabemos que nuestra vida tiene que perdurar más allá de la muerte. Es la
confianza en que Dios no abandona a sus hijos.
Jesucristo viene al mundo no para condenarlo, sino para ofrecerle la mayor
esperanza, la mayor noticia jamás dicha y es que el final del camino no es la muerte sino la
vida. Él fue el primero en morir para ser el primero en resucitar, para enseñarnos que Dios,
sobre todo, es Dios de vivos y no de muertos. Ahí es donde está la esperanza cristiana, en
que Dios da sentido a toda nuestra vida, a todas nuestras obras, a todos nuestros desvelos,
anhelos e ilusiones de nuestra vida terrenal, que esperamos una vida más allá de la muerte.
Esa es la esperanza que nos ofrece la fe. Quizá en los momentos de la muerte sintamos vacío
y hasta desesperación pero no podemos perder, como cristianos, la esperanza en Dios, la fe
y la confianza en que Él, a este cuerpo sin vida le va a regalar la vida. Ese es el secreto de
Dios, que Dios nos ha creado "para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser". Por
eso Jesús puede acercarse al ataud del muchacho, que hemos escuchado en el Evangelio, y
decirle "¡Muchacho, a ti te lo digo, levántate!".
Dios está a nuestro lado en los momentos de dolor y sufrimiento para que no
perdamos la esperanza. Tengamos, hoy, una oración especial, sencilla, con nuestras
palabras, por esta familia para que Dios la conforte y la aliente en su sufrimiento, para que,
a pesar del dolor, no pierda la esperanza en que se reunirán con su familiar en el cielo y
pidámosle también por nosotros, para que los sepamos acompañar en estos momentos de
sufrimiento y de vacío y para que sintamos cerca a Dios, para que lo reconozcamos como
"Dios de vivos".
VI: Lc 12, 35-40 (Lectura: Rom. 6, 3-9 / Salmo 102)
“La muerte es encuentro y nuestra vida es su preparación”
El evangelio de Lucas nos acerca a la comprensión cristiana de la muerte. Más
allá de su aparente realidad de final del camino, de término de la vida, de trágico desenlace,
la muerte es un encuentro, o mejor, un re-encuentro con el Dios que, no sólo nos da la vida
temporal y terrena, sino que nos hace partícipes de su propia vida divina: Si somos hijos por
el Bautismo, seremos herederos de su Reino.
Ante tal encuentro gozoso y definitivo, nuestra esperanza en la resurrección
nos anima a desarrollar ya aquí las actitudes y comportamientos propios del que espera con
ilusión recibir a Aquel que viene porque nos ama. La muerte es encuentro, y nuestra vida es
su preparación. Veamos las actitudes que nos propone Jesús en el evangelio de Lucas:
“Tened ceñida la cintura y encendidas las lámparas”. Estad preparados y
dispuestos para acoger al Señor que está viniendo continuamente a animar y fortalecer
nuestra esperanza: Viene en la Eucaristía, en su Palabra y en toda Persona que necesita
nuestra compañía y ayuda. Somos “candiles” que portan la llama de la fe, la presencia del
Señor, en nuestras palabras y obras. Somos instrumentos de la Luz de Cristo. Hemos de estar
en “traje de faena”, utilizando lo que somos y tenemos para construir a nuestro alrededor
un ambiente más humano y fraternal.
“Dichosos ellos si al llegar los encuentra en vela”. La alegría del encuentro
desborda el trabajo de la espera; y la misma espera adelanta el entusiasmo del encuentro.
Vivimos ya un anticipo del gozo eterno. Merece la pena el esfuerzo y sacrificio de vivir
aquella nueva identidad de hijos y hermanos. La lucha por la igualdad y fraternidad, la
entrega y servicio generoso a los demás, la oración confiada, son signos de la presencia del
Señor, que, no sólo vendrá al final, sino que nos acompaña en nuestro caminar y sostiene
con su Espíritu nuestra débil voluntad.
“Estad preparados porque a la hora que menos penséis viene el Hijo de
Dios”. Es una llamada a la constancia, a hacer definitivos nuestros compromisos, a trabajar y
orar con dedicación, a dar importancia a nuestro vivir diario, a nuestra rutina cotidiana.
Porque es en nuestro caminar día a día, en los pequeños detalles, en la normalidad de la
vida, donde hemos de ir descubriendo la presencia del Señor. Él nos sorprende, se presenta
sin avisar, o mejor está siempre a nuestro lado. Por eso hemos de estar atentos, vigilantes,
para descubrir su presencia y preparar nuestro encuentro.
“Si supiera el dueño a que hora viene el ladrón, no le dejaría abrir un boquete” Es
un toque de atención a nuestra dejadez, pereza o comodidad. La relación con Dios, como el
encuentro con los demás, no se improvisa. Las cosas importantes se preparan, las relaciones
necesitan su tiempo. No debemos dejar para mañana lo que podemos hacer hoy. Y si ya
sabemos que somos hijos por el Bautismo, hemos de vivir desde ahora como hermanos.
Homilía para la celebración de las exequias VII: Lc. 23, 33. 39-43
Hermanos: Nos hemos reunido para celebrar cristianamente la muerte de______
Sin duda la muerte es una de las realidades que más nos cuesta entender y
aceptar. Porque, independientemente de las circunstancias, siempre, ante este
gran misterio, nos hacemos las mismas preguntas: ¿por qué existe una realidad
tan dura? ¿es que hemos nacido para esto: para morir? ¿el final del ser humano
es desaparecer para siempre?.
Estas preguntas no son nuevas, no sólo nos las estamos haciendo nosotros, sino
que acompañan al ser humano desde el primer momento de su existencia.
omilía para la celebración de las exequias VII: Lc. 23, 33. 39-43
Por José Luis Bardera, sacerdote en la Parroquia de san Rafael, arcángel, de Alcázar de san
Juan(Ciudad Real)
(Se puede acompañar con Sabiduría, 3, 1-9 y el salmo ‘El Señor es mi luz y mi salvación’).
Hermanos:
Sin duda la muerte es una de las realidades que más nos cuesta entender y aceptar. Porque,
independientemente de las circunstancias, siempre, ante este gran misterio, nos hacemos
las mismas preguntas: ¿por qué existe una realidad tan dura? ¿es que hemos nacido para
esto: para morir? ¿el final del ser humano es desaparecer para siempre?.
Estas preguntas no son nuevas, no sólo nos las estamos haciendo nosotros, sino que
acompañan al ser humano desde el primer momento de su existencia.
Y ante estos interrogantes sólo caben dos posturas, claramente reflejadas en los textos que
acabamos de escuchar: una postura es la de lo que piensan que todo acaba aquí, que no hay
nada más allá; que no hay posibilidad de salvación; y la otra postura es la del buen ladrón:
creer que Jesús es la salvación misma; creer que efectivamente el paraíso, es decir, la
salvación, la vida definitiva Cristo ha empezado a hacerla realidad desde la cruz.
Por eso nosotros debemos dejarnos llenar por la luz que la Palabra de Dios nos ofrece y
convertir nuestra presencia en oración suplicante:
Lo primero que hemos de pedirle es que esas palabras de Jesús al buen ladrón “hoy estarás
conmigo en el paraíso”, ya hayan sido escuchadas por nuestro hermano/a.
Porque eso supondría que nuestro hermano/a, tras una vida de constante búsqueda de Dios,
ya lo ha encontrado y ya lo está gozando eternamente.
Pero también hemos de pedirle algo para todos nosotros: ante la dolorosa realidad de la
muerte, que antes o después nos afectará, como ha llegado a nuestro hermano/a, sepamos
reconocer en el crucificado al Mesías que nos va a hacer participar de la gloria de la
resurrección.
Una resurrección que, si nosotros queremos, puede empezar “hoy”, “ahora mismo”, porque
Cristo lo ha hecho posible.
VIII: Lc 23,44-49; 24,1-6Se puede acompañar con Romanos 8,14-17 y Salmo 102)
¡Cuánta gente buena hay en el mundo! ¡Cuántos santos anónimos! Muchos son los
que viven cada día cercanos al bien, buscando lo que mejor les venga a los demás,
entregándose con naturalidad y sin buscar recompensa. Nos encontramos así con el estilo de
vida al que todos quisiéramos llegar: ser buenos y vivir con esa bondad.
En el fondo nuestras vidas van teniendo sentido cuando nos descubrimos
así: nacidos para ser buenos, para amar profundamente sin esperar nada a cambio. Es
también la invitación que nos hace San Pablo: “los que se dejan llevar por el Espíritu de Dios,
esos son hijos de Dios”. Es decir, cuando seguimos las indicaciones de Dios es más fácil, no
sólo ser buenos, sino que además, es más fácil ser feliz. Si todos pertenecemos al amor que
Dios ha puesto en cada uno, entendemos que nuestra vida está llamada a ser ese mismo
amor.
Los hijos de Dios tenemos ese privilegio. Ya aquí en la tierra podemos empezar a
participar del amor que Dios pone en cada uno de nosotros. Toda vida que se nos regala, es
un don suyo, las personas que pone en nuestro entorno son motivo de agradecimiento. Es
ante la muerte cuando mayor sentido tiene esa expresión: darle gracias a Dios por quien nos
ha amado, por quien nos quiere, por quien hace posible que hoy estemos aquí.
Dios quiere lo mejor para sus hijos y por eso nos invita a ser buenos, a imitar la
bondad de su Hijo Jesús. Su estilo de vida era el de la entrega incondicional, y aunque en su
tiempo no todo el mundo quería reconocerlo así, la historia le ha dado la razón. Él quiso ser
fiel a su Padre Dios, y por eso le resucitó de entre los muertos.
También nosotros que estamos aquí para seguirle, sabemos que es el Hijo de
Dios, y confiando en él vamos a resucitar, nos vamos a incorporar al amor infinito de Dios.
Antes de morir Jesús confió en Dios-Padre, por eso le resucitó. Dios necesita de nuestra
confianza en Él para que podamos participar en la vida eterna. Con esa confianza, desde esa
fe hoy rezamos especialmente por nuestro hermano NN. Sabemos que camina hacia la
presencia de Dios y por eso confiadamente, como familia cristiana le presentamos al Padre.
Esta es la herencia que nos ha dejado Dios, esta es la esperanza que
compartimos. Si somos hijos, si somos hermanos, también somos herederos. Esta esperanza
se hace todavía más fuerte cuando el sufrimiento y el dolor se hace presente entre nosotros,
ya sea desde la muerte, ya sea desde la enfermedad. Nos unimos a Jesucristo que padeció
por nosotros, sufrió por nosotros para que, ahora, todos podamos participar del amor del
Padre.
En la obediencia de Jesús a su Padre Dios, aprendemos también nosotros a ser
como él. Que nuestra fidelidad, que nuestra fe se fortalezca hoy con la esperanza de los hijos
de Dios: vamos a resucitar y con nosotros todos nuestros hermanos a los que veremos en la
vida eterna.
Homilía para la celebración de las exequias IX: Lc 24, 13-35 «Dos discípulos de Jesús iban
andando aquel mismo día, el primero de la semana, a una aldea llamada Emaús, distante
unas dos leguas de Jerusalén; iban comentando todo lo que había sucedido. Mientras
conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus
ojos no eran capaces de reconocerlo.
La Eucaristía es un signo de acogida para todos los que coinciden en nuestro
camino. El Reino de Dios aparece cuando nos sentamos fraternalmente en la misma mesa y
partimos el pan y lo damos a los compañeros del camino. Compañero es el que comparte el
mismo pan (“compañero” = com-panero; del latín cum (con) y pane, pan).
Jesús es el “pan de la vida”: «Yo soy el pan de la vida. El que coma pan de
éste vi-virá para siempre. Además, el pan que voy a dar es mi carne, para que el mundo viva.
Aquí está el pan que ha bajado del cielo; quien coma de este pan vivirá para siempre» (Cfr.
Jn 6, 35-58).
El pan de la vida. Valoramos nuestra vida, nos preocupamos por ella, sufrimos
angus-tias existenciales, nos deprime envejecer. Paralelamente, hay miles de millones de
personas para quienes la vida no vale ni un comino. Qué poco vale la vida, ciertamente.
Es que... “nosotros esperábamos...” “Esperábamos...” Quiere decir que ya han dejado de
esperar.
La desesperanza es su gran herida. Desesperanza no es sinónimo de desesperación,
sino de desencanto, el desencanto que produce el ver frustrada una expectativa personal.
No han descubierto que la promesa de Jesús es triunfar sobre la muerte, no sobre los
adversarios políticos. ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto para entrar en su
gloria? Han estado junto a Jesús mucho tiempo, pero no se han enterado de nada.
Represen-tan a todos los que no saben interpretar el signo de vida de quien
muere en Cristo: “Los que por el bautismo nos incorporamos a Cristo, nos incorporamos a él
a través de su muerte, para que, igual que Cristo fue despertado de entre los muertos, así
también nosotros obtengamos una vida nueva”. «Era necesario que el Mesías padeciera
antes de entrar en su gloria». El triunfo de Jesús sobre la muerte no suprime mágicamente la
marcha fatigosa en busca de la salvación final.
¿Qué esperaban los de Emaús? «La liberación de Israel». ¿Qué es lo que esperábamos
nosotros? ¿Mejor familia? ¿Mejores resultados profesionales? ¿Más salud? ¿Más suerte?...
Emaús es camino de ida y vuelta: “Los que siembran con lágrimas cosechan entre cantares.
Al ir, iban llorando, llevando la semilla; al volver, vuelven cantando, trayendo sus gavillas”
(PS 126,5-6). El pan que Jesús prepara es “para que el mundo viva”, para dar valor a la vida.
Y, al mismo tiempo, para que «quien coma de este pan viva para siempre».
Pero este pan tiene que ser compartido. Sólo cuando es compartido sirve para
descubrir a Cristo; sólo cuando es compartido, sirve para descubrir el sentido de la vida y...
de la muerte.
2. Cristo es la vida de los hombres: Parece, a veces, como si todo se acabara con
la muerte de un ser querido; pero, para los cristianos, es todo lo contrario. La
muerte en Cristo es la plenitud de vida para el creyente. Con la muerte se acaban
los interrogantes, las dudas, las limitaciones y comienza la verdadera vida en
totalidad, que es "Cristo resucitado" en la persona del hermano (de la hermana)
a quien despedimos con dolor humano y explicable.
Difuntos abril Estamos aquí para orar con recogimiento, para ofrecer a N un último
testimonio de amor. El/ella, como todos nosotros, sintió la necesidad de ser amad@ y de
amar, de corresponder al amor, al ansia de vivir, de descubrir el horizonte de alegría y de
paz; su historia ha sido una historia fundamentalmente de amor, de amor a su familia y de
amor y simpatía hacia los demás.Orar, confiada y humildemente, es un modo real de
acompañar a nuestros seres queridos más allá de la muerte. Porque la oración es la que nos
pone en comunión con Dios; un Dios de vivos y no de muertos.
Eso es lo que hizo aquel israelita por sus compañeros: los encomendó a la
misericordia de Dios para que los perdonase y así pudiesen participar un día de la
resurrección gloriosa. Lo hemos escuchado en la primera lectura. Esto es también lo que hizo
Jesús la noche antes de su muerte. Pidió al Padre por todos los hombres para que
pudiésemos estar con Él, más allá de la frontera de la muerte que Él mismo iba a vencer con
su muerte y resurrección. Cuando nosotros ahora rezamos por nuestr@ herman@ difunt@,
estamos actualizado aquella oración de Jesús que hemos escuchado en el evangelio:
queremos que esté para siempre en la gloria de Jesucristo, ya que desde el comienzo de su
vida fue de Jesús, por la fe y el bautismo.
Jesús sólo habla del descanso y del perdón, de la puerta abierta: “Yo soy la
resurrección y la Vida”; “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. “Venid a mí todos los que
estáis cansados y agobiados y yo os aliviaré”. “Yo soy el buen Pastor y conozco a mis ovejas”.
“Venid, benditos de mi Padre, heredad el Reino prometido”. “Nosotros hemos de gloriarnos-
decía San Pablo- en la cruz de nuestro Señor Jesucristo. En él está nuestra salvación, nuestra
gloria para siempre”.
Hace falta escuchar los versos de los místicos para percibir aquellas
hermosas palabras: “Vivo sin vivir en mí y tan alta vida espero, que muero porque no
muero” afirmaba Santa Teresa. ¿Por qué no pensar que Dios Padre sale al encuentro de su
hij@ y le abraza y le coloca el anillo y celebra un banquete en su honor?Al final de nuestro
camino –como también al principio- está Dios. Un Dios que nos acoge, un Dios que nos
recibe en Él. Un Dios Padre que nos ha creado por amor y nos salva, en Cristo su Hijo,
también por amor. “El nos amó primero y entregó a su Hijo por nosotros para que tengamos
vida y la tengamos en abundancia”.
Esta es la fe de los cristianos. Allí donde algunos sólo descubren el final y la
corrupción de la muerte, nosotros descubrimos, con los ojos iluminados del corazón, el inicio
de una Vida nueva, glorificada y resucitada en Cristo Jesús.
Oremos, pues, familiares, amigos, fieles presentes. Es un gesto noble, es un gesto cristiano, es
un acto de fe, de amistad y de amor para con nuestr@ herman@ N a quien despedimos. Encomendémoslo
con confianza a las manos del Padre del cielo, que lo ha amado desde siempre y sigue amándolo en el seno
de su Reino. Es precisamente la fe en Cristo, muerto y resucitado la que da sentido a esta eucaristía que
estamos celebrando. La presencia de Jesús resucitado nos da también la presencia misteriosa de todos los
que están con Él, como pedimos que esté también nuestro herman@: “Que así como ha compartido ya la
muerte de Jesucristo, comparta también con él la gloria de la resurrección”.Que la Virgen María, madre de
los llenos de fe, interceda por nosotros ahora y en la hora de nuestra muerte. Amén.
H-1.
-EL MISTERIO DE LA MUERTE.-
LECTURAS: /1Ts/04/13-14 /1Ts/04/17-18: /Jn/11/17-25
"Señor, si hubieras estado aquí, no habría muerto mi hermano. Pero
aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá" (Jn 11.
21). En estas palabras de la hermana de Lázaro se expresan los dos
sentimientos que nos embargan en estos momentos: dolor por la
separación de un ser querido y, a la vez, esperanza firme de que se trata
efectivamente de una separación, pero no de una pérdida. La vida
humana, y de esto somos muy conscientes cuando se trata de la muerte
de alguien a quien amamos, es demasiado valiosa para desaparecer sin
rastro. Los cristianos creemos que la muerte no es término, sino tránsito;
no es ruptura, sino transformación. Creemos además que, cuando
nuestra existencia temporal llega al límite de sus posibilidades, en ese
límite se encuentra no con el vacío de la nada, sino con las manos del
Dios vivo, que acoge esa realidad entregada y convierte esa muerte en
semilla de resurrección.
La muerte es ciertamente la crisis radical del hombre; alguien ha dicho
irónicamente que ella es la expropiación forzosa de todo el ser y todo el
haber de los humanos. Es además una crisis irrefutable, a la que el
hombre no puede responder; quitándole el ser, la muerte le quita también
la palabra; es muda y hace mudos.
Sólo Dios puede responder a esa interpelación, que también le toca a
él; si realmente es el Dios fiel y veraz, el Padre misericordioso, el amigo y
aliado del hombre, no puede contemplar indiferente lo que le ha ocurrido
a su hijo. Dios está ahí para responder por él; y su respuesta es el
cumplimiento de la promesa de vida y de resurrección.
Pablo decía a sus fieles de Tesalónica, en un trance parecido al que
ahora estamos viviendo: "No os aflijáis como los hombres sin esperanza"
1 T 04. 13). Al Apóstol no prohíbe a sus cristianos la tristeza, pero les
advierte que la suya no tiene por qué ser una tristeza desesperada. A la
separación sucederá el reencuentro, en un plazo más o menos próximo,
pero en todo caso seguro y ya a salvo de toda contingencia. El cristiano,
como Cristo, no muere para quedar muerto, sino para resucitar; no
entrega la vida a fondo perdido; la devuelve a su Creador y en él alcanza
esa plenitud de ser y de sentido que es la vida verdadera y que llamamos
vida eterna. Porque, notémoslo bien, no hay dos vidas, ésta y la otra; lo
que se suele designar como "la otra vida" no es, en realidad, sino ésta
plenificada, la que había comenzado con el bautismo y la fe ("quien cree
posee la vida eterna", cf. Jn 5. 24) y que ahora se consuma en la
comunión inmediata con el ser mismo de Dios.
Por otra parte, estamos reunidos aquí también para rezar por nuestro
hermano-a. La separación que la muerte representa no significa que el
difunto queda fuera del alcance de nuestro amor.
Nuestro amor le llega, en la medida en que lo necesite, en forma de
oración. Y es toda la Iglesia la que ahora se une a nosotros, avalando,
con su intercesión. a este hijo-a suyo-a en el momento crítico de su
comparecencia ante Dios. No comparece en solitario; nosotros estamos
con él-ella, la Iglesia entera está con él-ella y evoca para él-ella las
palabras consoladoras del evangelio: "Muy bien. Eres un empleado fiel y
cumplidor; pasa al banquete de tu Señor" (Mt 25. 11).
Con estos sentimientos de dolor esperanzado, de amor solidario,
participemos en la Eucaristía que ofrecemos ahora en sufragio de
nuestro-a hermano-a; una Eucaristía que es, a la vez, celebración de su
encuentro con Cristo y expresión de nuestra fe en la resurrección.
(_RITUAL-EXEQUIAS.MADRID 1989/Pág. 1456 ss.)
Textos: Hechos 10,34-43 2 Timoteo 2,8-13 Lucas 24,13-351. (La vida: un camino con Jesús)
Hermanos: A menudo decimos que la vida es un camino. Lo decimos y expresamos
particularmente de un amigo, de una persona con la que hemos convivido, que hemos
amado. Decimos que ha terminado su camino, el camino de esta vida. Y es verdad: la
muerte es término de nuestro caminar por este mundo que pasa. Pero los cristianos no
andamos solos este camino: Jesús lo hace con nosotros. El evangelio nos lo acaba de decir.
Los discípulos de Jesús a menudo sin darnos cuenta, caminamos con él. NOS SALE AL
ENCUENTRO CUANDO ESTAMOS MAS ABATIDOS Y DESANIMADOS, cuando no encontramos
sentido a la vida, cuando todo se nos hunde. Entonces él, por su palabra, nos introduce en la
verdad de las cosas, nos descubre y nos comunica la vida verdadera, recorre con nosotros el
camino de las dudas y las incertidumbres, de la preocupaciones y los desánimos. Jesús,
nuestro camino, verdad y vida, nos acompaña, como acompañó aquella tarde de Pascua a
los dos discípulos que iban a Emaús.
2. ("Quédate con nosotros") Creo que hoy los que nos hemos reunido para celebrar la
eucaristía recordando con afecto cristiano a un pariente, a un amigo difunto, lo hemos
hecho PARA ESCUCHAR UNA PALABRA DE LUZ Y DE VIDA, UNA PALABRA QUE SOLAMENTE
JESUS nos puede decir. Sentimos la necesidad de que Jesús nos descubra el sentido de las
escrituras, el sentido de nuestra vida, nos abrase el corazón en esta hora siempre crítica y
desconsoladora de la muerte. De nuestros labios, ahogados de tristeza, nos brota
ciertamente la súplica de los dos discípulos: "Quédate con nosotros que se hace tarde". En la
noche siempre oscura de la muerte, NECESITAMOS LA PRESENCIA DEL AMIGO, del maestro,
de aquel que nos toma la mano para animarnos a seguir caminando. Este sólo puede ser
Jesús: el que compartió nuestra muerte, la venció, y resucitó para darnos vida sin fin.
3. (Realmente el Señor ha resucitado) Los funerales cristianos expresan siempre y lo
han de hacer de forma viva, lo que es EL NUCLEO MISMO DE LA FE CRISTIANA: "Realmente
Jesús, el Señor, ha resucitado". Esta es LA BUENA NOTICIA QUE HEMOS ACEPTADO LOS
CREYENTES Y QUE NOS SALVA, la Buena Noticia que en cualquier ocasión la Iglesia, la
comunidad cristiana, ha de predicar.
Hoy nuestra oración fraterna por nuestro hermano, que ha terminado el camino de esta
vida mortal, se centra en esta aspiración: QUE VIVA Y QUE REINE CON JESUS, es decir, que participe
para siempre en el Reino de Dios de la victoria del Señor sobre el pecado y sobre todo mal: que
Jesús, el Señor, juez de vivos y muertos, le perdone toda infidelidad, ya que él permanece siempre
fiel a pesar de que le seamos infieles; que encuentre en Jesús la vida para siempre, ya que EL
COMPARTIO LA VIDA NUEVA MIENTRAS FUE MIEMBRO DE NUESTRA COMUNIDAD cristiana.
Hermanos: Jesús está con nosotros, con los que aún quedamos en este mundo. LE RECONOCEMOS
EN LA FRACCION DEL PAN, EN LA EUCARISTIA. A nosotros, los que comemos y bebemos con él, los
que en la intimidad de nuestra fe le decimos hermano y amigo, nos destina a ser testigos de su
resurrección. SOMOS, YA AHORA, TESTIGOS de la resurrección, cuando rodeamos la mesa del pan
de la vida; cuando proclamamos la muerte victoriosa del Señor con la esperanza de su retorno
glorioso. Seámoslo también en todas nuestras actitudes: sí, incluso ante la muerte. Ya que ésta,
aceptada como Jesús, en plena unión con él, es un paso: un paso de la muerte a la vida. Es nuestra
Pascua: nuestro paso de este mundo al Padre, con Jesús, por siempre jamás
1- TEXTOS: Mateo 5,1-12ª La vida humana muchas veces parece que está llena de
contradicciones. De hechos absurdos. La misma muerte es uno de ellos.El hombre
difícilmente la puede parar. Y las respuesta que damos al sentido de nuestra vida por medio
de la fe también parecen absurdas e irreales. Recuerdo, por ejemplo, a san Francisco de Asís
que, haciendo un hermoso canto a Dios creador, dice: "Te alabamos, Señor, por nuestra
hermana la Muerte, compañera de viaje de todo viviente". ¿Se puede alabar a Dios por la
muerte? Es como el evangelio que hemos leído: Bienaventurados los pobres...
Bienaventurados los que lloran... Bienaventurados... Pero esto es el mundo al revés, porque
los hombres creernos que la felicidad "no es el dinero, pero ayuda mucho", y que es feliz el
que no tiene ninguna preocupación. ¿Qué pasa aquí con este mensaje de Jesús que dice que
la felicidad es el mundo al revés? Con mis pobres palabras, ante la muerte de este familiar o
amigo vuestro, os quisiera ayudar a creer que, a pesar de lo absurdo de la muerte, es en ella
donde el hombre empieza a hacer camino hacia la felicidad de las bienaventuranzas.
Por eso, os quisiera decir: A PESAR DE LA MUERTE, CANTEMOS A LA VIDA. Sí,
cantemos a la vida, porque hay motivos para hacerlo. Ante la enfermedad de N. ......., sus
familiares, habéis cantado a la vida: le habéis dado vuestro tiempo y vuestra dedicación,
habéis estado a su lado. Cuando la llama parecía apagarse, estabais a su lado en guardia
permanente. Y es que a nadie nos gusta tener a nuestros familiares enfermos, pero a la
larga, y creo que así lo podéis decir vosotros, es para nosotros una experiencia importante, y
una experiencia que nos hace ser pobres. Nos hace dar todo lo que tenemos. Nos hace
palpar qué quiere decir ser persona. Nos hace ver que el hombre no será nunca dueño de la
vida. Porque la vida es de Dios y estamos en sus manos. Esto cuesta aceptarlo. Pero es la
clave del secreto. Es entonces cuando se entiende que se diga: "Te alabamos, Señor, por
nuestra hermana la Muerte", o bien: "Bienaventurados los que lloran, bienaventurados los
que sufren".
Vosotros lo podéis decir, hoy que despedí s a N., porque su enfermedad, para
vosotros, ha sido un canto a la vida. Le habéis dado todo lo que teníais en vuestras manos,.
Pero Dios también da fuerzas en este momento. Yo no creo en un Dios mágico, que cura a
nuestros enfermos apenas se lo pedimos. Pero sí creo en Jesucristo, que nos predica a un
Dios que no ha pasado de largo ante el dolor humano, sino que se acerca a él. Y se acerca
tanto, con su Hijo Jesucristo, que él también ha muerto de una manera injusta.
Es por esta razón por lo que la muerte ya no es absurda para el creyente. Y por lo que
ahora, en estos momentos, cantamos a la vida. Gracias, Señor, por todos los beneficios que
has dado en esta vida a nuestro hermano. Querría acabar también con un CANTO A LA
ESPERANZA. Dios se sirve del hombre para realizar su tarea en el mundo. Nosotros no somos
más que instrumentos en sus manos. Dios se ha servido de N. para realizar en este mundo su
amor, y merece la pena recordarlo, continuarlo. Esta es la esperanza. Nada muere, siempre
queda lo que nos marca a cada uno de nosotros. La vida es como una carrera de relevos: nos
vamos pasando el testigo del amor de Dios. Nuestro hermano ha dejado una chispa de ese
amor. Recojámosla y llevárnosla con nosotros, hasta aquel día -así lo creemos- en que en el
mundo feliz de las bienaventuranzas nos volveremos a encontrar y compartiremos la
felicidad sin fin.
Homilía para la celebración de las exequias XIV: Jn 14, 1-6
El evangelio que acabamos de leer se sitúa en la última Cena de Jesús con sus amigos,
y más en concreto, el día antes de morir. Jesús abre su corazón, tiene una necesidad
inmensa de comunicarse, es como su testamento. Pero también es la hora de la
tensión, de no saber qué postura adoptar. Es un momento de máxima finura y lucidez.
Es un momento en el que uno llega hasta el fondo y comprende como nunca.
Pienso que vosotros, los familiares, estáis viviendo también lo mismo: un
momento cargado de contradicciones, de oscuridad y de una luz inesperada. Durante
estas horas, seguro que ha pasado por vuestra mente todo lo que habéis compartido
con N. Agradecidos a la vida, pero sintiendo que se ha acabado. La muerte y la vida, el
amor con toda su fuerza, pero sintiendo la impotencia de su realización plena. Son
momentos duros y difíciles.
Jesús sabe acompañarnos.
Jesús se nos ofrece como el amigo que está a nuestro lado incondicionalmente. Él sabe
acompañar y escuchar silenciosamente. Aquellos hombres que compartieron con Él la
última Cena, el día antes de morir, nos lo ofrecen como amigo.
Él sabe de corazones que no pueden encajar el dolor o sufrimiento ante la muerte. Por
eso nos conforta con sus palabras: "Que no tiemble vuestro corazón". La muerte no es
el final, hay más vida, mucha más vida, toda una vida en la presencia de Dios.
Jesús hoy nos descubre toda la vida que hemos compartido con los
nuestros. Y no como nostalgia, sino como vida definitiva. Pues todo el amor que
hemos compartido, el perdón y la entrega con la otra persona, el disfrutar y sufrir
juntos,... forma parte de esta casa de todos que es la Casa del Padre.
Jesús nos quiere llevar por el camino de la Casa del Padre.
No resulta fácil. Cuando ha muerto un ser querido, hay demasiadas cosas y
demasiados sentimientos para llegar a sentir a Jesús en nuestra vida. Pero siempre
podemos preguntarle lo de Tomás: "Señor, no sabemos adónde vas, ¿cómo podemos
saber el camino?". Una y otra vez volvemos a estar desconcertados, y es que la
muerte es un desconcierto en las personas.
Y Jesús nos vuelve a decir: "Yo soy el camino, y la verdad, y la vida. Nadie va al Padre,
sino por mí". El camino de la vida sigue abierto, la muerte no lo puede cerrar. Ese
camino está con Jesús, que es la Verdad y la Vida. Es el camino que pasa por el
corazón, porque en él hay un recuerdo muy nuestro: el amor que hemos tenido a N, y
que para él ahora es vida nueva, vida resucitada.
"Que no tiemble vuestro corazón. Cuando vaya y os prepare sitio,
volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy Yo, estéis también vosotros". Hoy
Jesús nos habla directo al corazón porque se presenta como el amigo y Señor de la
Vida.
Que la Virgen María, madre de los llenos de fe, interceda por nosotros ahora y en la hora de nuestra
muerte. Amén.
Julio 27.19
2. (A nosotros nos llegará también la hora de la verdad)
Pero al mismo tiempo, el hecho de encontrarnos diciendo adiós y orando por
este hermano nuestro que murió, es también una llamada,una invitación para la
vida de cada uno de nosotros. Es una llamada que nos recuerda que también a
nosotros nos llegará un día esta hora de la verdad. No sabemos cuando será, no
podemos imaginarlo. Pero sabemos que llegará un momento en que nuestra
vida de aquí habrá terminado, y entonces deberemos tener las lámparas
encendidas, como aquellas doncellas que esperaban la llegada del esposo.
¡Y cómo valdrá la pena que en este momento, cuando lleguemos a
este momento, nuestra vida pueda aparecer como una claridad fuerte, viva,
intensa! ¡Cómo valdrá la pena que en esta hora de la verdad podamos darnos
cuenta de que síi, de que hemos vivido la vida profundamente, seriamente,
valiosamente! ¡Y qué tristeza, qué lástima, si tuviéramos que darnos cuenta de
que solamente nos hemos pasado la vida a base de ir tirando, sin tomarnos en
serio nada que valiera la pena, sin haber contribuido a la felicidad de los demás,
sin haber procurado amar de veras!
Entonces llegaríamos a este momento definitivo con una lampara
apagándose, que apenas serviría de nada. Habríamos perdido la vida muy
lamentablemente. Y ante nuestro Padre del cielo, y ante los demás hombres, y
ante nosotros mismos, deberíamos reconocer que habíamos defraudado las
esperanzas que Dios había puesto en nosotros, y que los demás hombres habían
puesto en nosotros.
3. (Sintámonos llamados a confiar, a orar, a caminar hacia adelante)
Por tanto, sintámonos hoy llamados, ante todo, a confiar. A confiar en el amor
del Padre que nos quiere a cada uno de nosotros, y que de modo especial quiere
a este hermano nuestro que ahora vamos a enterrar. El le dio la fe, él lo
acompañó en el camino de este mundo, él quiere recibirle para siempre en el
gozo de su Reino.
Sintámonos llamados, también, a orar. A manifestar ante Dios
nuestro deseo y nuestra esperanza de que este hermano nuestro, liberado de
toda culpa, pueda entrar en la luz gozosa de Dios, en la casa del Padre. Y
sintámonos llamados finalmente, todos nosotros, a trabajar para que nuestra
vida sea realmente luminosa, llena de la luz del amor, de la apertura, de la
atención a los demás, porque solamente así habrá merecido la pena —ante Dios,
ante los demás hombres, ante nosotros mismos— haber vivido.
Julio …196 1" ¡Dichosos ya los muertos que mueren en el Señor!" Qué poca gente se atreve
a decir: "Dichosos los muertos", porque todos nos agarramos a la vida tan fuertemente
como podemos. Afirmar "dichosos los muertos" podría, incluso, parecer un insulto al difunto
o un agravio a su familia. Pero el añadido "en el Señor" transforma totalmente esta
expresión. Podemos afirmar, pues, sin ningún temor: "Dichoso N. que ha alcanzado la
muerte a partir del estilo de vida característico de los seguidores de Jesús". El/ella por el
Bautismo se unió a Jesucristo y a lo largo de su vida intentó hacer suyas las actitudes propias
del Evangelio. Y, por supuesto, una manera concreta da vivir según el estilo de Jesús es, y ha
sido siempre, la de aquel que se pone al servicio de los demás, entregando en favor de los
demás la propia vida hasta morir. ¡Dichoso N., porque por este camino has alcanzado la
muerte!
2. ("Sus obras los acompañan")"Descansan de sus fatigas". Para mucha gente
es una forma de consuelo pronunciar o escuchar expresiones parecidas cuando se llora la
muerte de una persona amada: Acabó ya sus sufrimientos, ahora ya descansa...
Afirmaciones que, aunque tienen parte de verdad, olvidan valorar algo tan importante como
es la obra realizada en vida. Por eso debemos creer en el valor perenne de cuanto se hizo:
"porq vosotros, los familiares y amigos de N. las conocéis muy bien. Merece la pena que
volvamos a recordar las palabras de Jesús en el Evangelio.
Eran una valoración final de la vida, de las obras de una persona, poniendo
sobre ellas el sello de "vida eterna". ¿Cuándo sucede esto? Cada vez que uno comparte con
los demás las cosas materiales, como la comida, el vestido... o ha dedicado tiempo a
acompañar las horas tristes de los que sufren enfermedad o marginación... La muerte,
mirada desde esta perspectiva, tiene otro sentido: el dolor se transforma en fiesta; las
lágrimas en alegría, y la muerte en vida. Por eso el apóstol san Juan se atrevió a escribir:
"sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos".
3. ("Benditos de mi Padre")Ahora, al despedir a N. os invito a recordar el
ejemplo de tantos hombres y mujeres que han seguido fielmente el camino de Jesucristo
dando, día tras día, su propia vida en favor de los demás... ¡Qué alegría y qué paz interior
deben sentir aquellos que han obrado de esta manera! ¡Con qué mirada tan distinta mirarán
el paso de la vida a la etemidad!
Recuerdo ahora la experiencia de un hombre (de mediana edad): era obrero y había
dedicado toda su vida a dar testimonio de Jesús entre sus compañeros obreros. Herido de
muerte por una grave enfermedad fue capaz de escribir así: "La muerte ya no me inquieta. Si
llega será voluntad de Dios; mi tránsito de este mundo a otra situación —más allá del
tiempo y del espacio—, no es muy distinto al de aquellos hombres y mujeres que van al Más
Allá ya se trate... del deconocido que muere en la carretera o bien del que hace el tránsito
en su propio lecho. Vivo en las manos omnipotentes, las manos amorosas de Dios. Esto llena de paz
mi corazón y mi espíritu...". Cuánta gente habrá que sin haber escrito nada parecido, han experimentado
otro tanto; han experimentado "gran paz en el corazón y en el espíritu" porque sabían que "sus obras los
acompañaban". Y gracias a estas obras —expresión de una fe muy firme en Cristo— han merecido oir esta
invitación: "Venid, vosotros, benditos de mi Padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la
creación del mundo".