No Culpes A Mama 155p Compr
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NO CULPES A MAMA. (Don’t Blame Mother)
CÓMO MEJORAR LA RELACIÓN MADRE-HIJA.
Dra. Paula J. Kaplan (1989). Javier Bergara Editor. Buenos Aires, 1990.
ÍNDICE CORTO
1. Comencemos 13
2. Tanto amor, tanta furia 35
3. Echarle la culpa a la madre 63
4. Barreras madre-hija: Los 4 mitos de la Madre Perfecta 101
5. Los mitos de la Madre Mala 141
6. Cómo sentirse segura: la superación de los mitos 185
7. Cómo reparar la relación 209
8. Qué han hecho madres e hijas 245
9. Es sólo una puerta 285
Apéndice: Guías para entrevistas madre-hija 297
ÍNDICE DESARROLLADO:
1. COMENCEMOS 13
¿Ángel-de-la-casa o Bruja Malvada?
La nueva vestimenta del emperador: Penetración de la actitud de culpar a la madre.
Madres y otras extrañas.
Conozcamos las historias.
Cambios.
Comprender, escuchar, aprender.
Los Objetivos de este Libro.
Turno de la Hija, turno de la Madre.
Para mis padres, Theda Ann Karchmer Caplan y Jerome Arnois Caplan,
y mis hijos, Jeremy Benjamin Caplan y Emily Julia Caplan, con todo mi amor.
COMENCEMOS
¿Qué queremos que tengan nuestras hijas, si todavía estamos tratando de determinar
quiénes son nuestras madres y qué significan para nosotros?
— Letty Cottin Pogrebin
[En la historia de madres e hijas] la trama no nos pertenece por completo. Podemos ser
libres para desvelar la historia, pero no hemos sido libres para crear las relaciones sociales en las
cuales se basa.
— Marcia Westkott
ESTAS LEYENDO UN LIBRO llamado No culpes a Mamá. Es posible que, no importa lo
triste, lo perturbada o enfadada que estés con tu madre, prefieras mejorar la relación en lugar de
seguir de ese modo. Este libro es un ofrecimiento para ti, que te muestra qué ha ayudado a otras
madres y a otras hijas a resolver sus dificultades.
Si estás ocupada culpando a tu madre o deseando poder "divorciarte" de ella, te
encuentras atrapada en una prisión psicológica. No puedes liberarte, y por lo tanto no puedes
crecer. Por ejemplo, temes las reuniones familiares: a tu madre podría no gustarle la ropa que
llevas. O podría encantarle tu ropa y decir a todo el mundo, "¡¿No es preciosa mi hija?!" —y tú te
sentirías mortificada por eso.
Este tipo de problema práctico es un síntoma de que la actitud de culpar a tu madre limita
tu libertad. No puedes ser un adulto que disfruta de todas las posibilidades de la vida. Te
restringes a ciertas actividades, intereses y amigos para demostrar cuánto difieres de tu madre.
No puedes juzgar con honestidad quién eres tú, ¡porque podrías descubrir que en algunos
aspectos eres como ella! Desesperada por evitar lo que consideras sus errores, sus reacciones
exageradas, descartas con lo malo, lo bueno: te vuelves dura porque piensas que ella es
sentimental, o te vuelves un felpudo porque ella no fue muy cálida.
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Toda esta reacción contra ella, este impulso desesperado por demostrar que eres
diferente, restringe y daña tus relaciones con las otras personas que amas —tu compañero, tus
hijos, tus otros familiares y tus amigos—. Les ofreces sólo una parte de tu verdadero yo, una
caricatura.
Eichenbaum y Orbach por desgracia no ofrecen ninguna explicación de por qué una
madre puede fracasar en su función de sustentadora, por qué siente que tiene que advertir a su
hija que no espere demasiado de este mundo en general, o de los hombres en particular;
tampoco se preguntan por qué el padre no aporta mucha sustentación a una familia en la cual la
madre "fracasa" en su intento de hacerlo.
En el famoso libro My Mother/My Self, Nancy Friday presentó un punto de vista tan
pesimista respecto a las madres y a la relación madre-hija, que muchas mujeres se encontraron
más desesperadas después de leerlo que antes —y pensaron que eso significaba que pasaba
algo malo con sus madres y con ellas en lugar de con el libro.
Pese a esta centralización continua sobre las limitaciones de las madres, he notado que
rara vez se mencionan los efectos beneficiosos de todas las cosas amorosas que las madres
hacen —acunar a sus bebés, cocinar comidas nutritivas, reparar sentimientos heridos—.
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Con la inspiración de libros como los de Rich, Chesler y Arcana, poco o nada ha cambiado
en la corriente principal de los psicoterapeutas. A partir de mi propia experiencia, he visto que
verbalizar objeciones a la actitud de culpar a la madre no lograba resultados positivos.
Necesitaba documentar de manera sistemática la función de chivo expiatorio que se daba a las
madres que han creado los profesionales de la salud mental. En el Capítulo 3, describiré parte de
la documentación que recogí, aunque no me he sorprendido cuando nuestro estudio reveló que la
actitud de culpar a la madre no había sido abatida, incluso con la presencia del movimiento
feminista.
Documentar el problema y sus efectos en las relaciones madre-hija fue una cosa;
averiguar qué hacer con eso ha sido otra. Rich, Chesler y Arcana habían comenzado a describir
en qué consiste ser madre y ser hija, y Jean Baker Miller —en su clásico Toward a New
Psychology of Women— había descrito con claridad la naturaleza de la subordinación de las
mujeres en general. Pero todavía faltaba una idea a partir de la cual comenzar a reparar las
grietas en la relación madre-hija.
En gran parte, este es todavía un terreno inexplorado. De hecho, casi no se ha realizado
una investigación sistemática sobre las relaciones mujer-mujer de cualquier tipo; simplemente no
ha habido disponibilidad de fondos para este tipo de trabajo. Pese al torrente de libros sobre
amistad entre mujeres y algunos estudios académicos recientes, el interés de casi toda la
investigación psicológica hasta hace poco estuvo centrado en las relaciones hombre-hombre
(competencia, logros en el trabajo, agresión, etc.) o en las relaciones hombre-mujer —en otras
palabras, en cualquier relación que incluyera al menos un hombre.
Saber esto es importante, porque significa que casi todo lo que los eminentes expertos
dicen no proviene de la investigación, sino de especulaciones individuales. Por supuesto, algunas
de estas especulaciones están basadas en la observación clínica sensata y desde un punto de
vista equilibrado, compasivo y realista de las mujeres. Pero es difícil evitar la influencia de los
estereotipos cuando tratamos de observar las realidades de madres e hijas, y los títulos
académicos no nos inmunizan contra estos prejuicios. Es tiempo de abrir un camino a través de
los mitos que conduzca a la verdad. Nos lo debemos a nosotras mismas, a nuestras madres, a
nuestras hijas y a otras mujeres: ser justas con las relaciones madre-hija, declarar que son
dignas de nuestro tiempo, nuestro esfuerzo y nuestro respeto.
Algunas madres son tan difíciles o perniciosas que cambiarlas está más allá del poder de
cualquiera; pero aún en esos casos, la comprensión de los mitos puede fortalecer la propia
autoestima de la hija. Vi que esto le sucedía de una forma gradual a una niña de ocho años, hija
de padres divorciados.
La niña, a la que llamaré Ginger, necesitaba creer —como la mayoría de los niños— que
su madre era perfecta. Lamentablemente, se trataba de una mujer irritable y fría, que tenía una
seria perturbación desde la infancia y además tenía problemas en sus relaciones íntimas. La
madre me dijo:
El año en que mi marido y yo nos separamos, Ginger estaba en primer grado.
Varias veces, me llamó desde la escuela por la mañana y me rogó que la dejara venir a
casa a almorzar. Pero no iba a dejar que me manejara. Por eso sólo necesité conectar mi
contestador automático a primera hora de la mañana.
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Desde que Ginger tuvo seis años, trató de entender por qué su madre no demostraba ser
una persona afectuosa. Ginger concluyó que no debía ser merecedora de amor: "Mamá no
parece amarme, por lo tanto debo ser una niña mala. De hecho, sé que soy mala", me dijo
cuando tenía siete años. Pero durante el año siguiente, cuando pasó más tiempo en las casas de
otros niños y vio cómo sus madres los trataban a ellos y a ella, Ginger comenzó a ver que el
problema era de su madre, no de ella. Hace poco, me dijo:
Ha sido en verdad difícil ver que mi madre es mala conmigo y que incluso me
miente, porque no se supone que las madres hagan eso, ¿sabes? Pero cada vez que ella
es mala, pienso en cuántas veces ha sido así antes. Al menos ahora que sé que ella trata
a todos de esa forma, no me siento ya una niña miserable.
Si Ginger con sus ocho años fue capaz de percibir esto, las hijas adultas pueden hacer lo
mismo.
Algunas hijas pueden estar tan enfadadas con su madre que apenas hablan con ella.
Otras se encontrarán abrumadas o intimidadas por ella. Otras sólo se sentirán lejanas o
apartadas de ella. No todas las madres y las hijas tienen problemas, pero casi todas tienen algún
problema alguna vez. Y aunque las relaciones madre-hija no son peores que las madre-hijo,
padre-hijo o padre-hija, poseen algunos elementos característicos.
Como estas relaciones tienden a ser muy cercanas, combinan el potencial de mucha
alegría con el de mucho sufrimiento. La alegría surge porque la mayoría de las mujeres ha
aprendido a desarrollar su sensibilidad y su capacidad interpersonal, por lo tanto madre e hija
tienen una buena probabilidad de hacer que su relación florezca de un modo maravilloso, una vez
que comprenden cómo hacerlo. Aunque a menudo tienen problemas, madres e hijas encuentran
formas de mostrar que se interesan la una por la otra y que comparten ciertos intereses, valores
e incluso bromas. En general, las mujeres están más dispuestas que los hombres a trabajar en
sus relaciones, por eso cuando madre e hija chocan, es probable que traten de encontrar una
solución para mejorar la relación en lugar de concentrarse en ganar la batalla.
Parte del sufrimiento particular entre madre e hija se genera porque sienten que el enfado
y la alienación no deben ser parte de la relación madre-hija. De acuerdo con nuestros ideales
culturales, una madre debe ser siempre gentil y cariñosa —y también así debe ser su hija—. Pero
precisamente por la capacidad femenina de entender las emociones de otras personas, muchas
madres e hijas pueden tanto herirse como curarse, lastimarse como deslumbrarse más que
cualquier otra persona.
Cambios
Aunque algunas madres e hijas afortunadas pueden hablar con franqueza de sus
problemas, muchas mujeres se acobardan ante la idea de hacer eso, o de tratar de hacer eso
otra vez. Pero los problemas madre-hija pueden ser superados con éxito, y no se necesitan años
de costosa psicoterapia. Es asombroso ver cuán a menudo, tan pronto como la hija comprende la
cultura de culpar a la madre, se aparta rápidamente de esa actitud.
A veces, por supuesto, lleva tiempo. Al finalizar el curso de un semestre que versó sobre
"Madres", las alumnas escribieron cómo sus sentimientos y la relación con sus madres habían
cambiado a lo largo del curso. Los siguientes son los comentarios típicos: en setiembre, una
mujer describía a su madre como "fría", "distante" y "dolorida" y decía que deseaba que "pudieran
haber sido diferentes las cosas entre mi madre y yo, así no hubiera tenido que luchar tan sola en
el pasado"; en diciembre escribía que su perspectiva se había ampliado: "Tengo la esperanza de
que se produzcan más cambios en mí y me gustaría encontrarme con otras mujeres preocupadas
por estos temas. Esto es nuevo para mí y me hace sentir bien."
Otra mujer escribió, "Tengo ahora más respeto por mi madre que cuando comencé este
curso, y me siento más cerca de ella... Soy más tolerante con las cosas de mi madre que me
molestan... No siento más que estoy compitiendo con mi madre —sino que tengo más la
sensación de que estamos en el mismo equipo."
Estos cambios no requirieron que las hijas suprimieran sus sentimientos de enfado o
frustración y pusieran un barniz sonriente. Una vez que la culpa, el enfado y la angustia basados
en los mitos desaparecen, los sentimientos perdurables son más fáciles de aceptar, entender y
solucionar. Esto es verdad en especial cuando madres e hijas sienten que están en el mismo
equipo, resolviendo juntas sus problemas, en lugar de en los lados opuestos de una
infranqueable pared de ladrillos o de una guerra prolongada y total.
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Comprender, escuchar y aprender
No todas las madres son santas, no todas las hijas están equivocadas al pensar que sus
madres cometieron errores. Las madres son humanas; cometen errores y a veces la forma en
que las madres nos educaron no ha sido buena. Pocas madres, sin embargo, son completos
monstruos. Pero nosotros creemos con facilidad que son monstruos si no conocemos otras
formas de pensar respecto de ellas, y es ahí donde ayuda hablar con otras mujeres.
La mayoría de las mujeres quiere hablar de sus madres y, en algunos casos, de su papel
como madres. He descubierto que casi todas las mujeres están llenas de una mezcla de enfado,
culpa, miedo e inseguridad en lo referido a muchos aspectos de su relación con sus madres y/o
con sus hijas.
A través de mis pacientes y alumnas, he aprendido (pie a menudo es más fácil tener una
visión clara del dilema de otro que de nuestra propia angustia. Sin una mirada renovada, las
formas simples y obvias de hablar con el otro o de pensar en cómo interactuar no surgen en
nuestra mente. La hija sigue culpando a su madre y teme su desaprobación y la madre continúa
culpándose y agoniza por la distancia o el conflicto que existe entre ella y su hija. Así, las dos se
sienten culpables. Cada una se atrinchera en su propia agonía y encuentra cada vez más difícil
comprender el punto de vista de la otra y pensar en formas constructivas de estar juntas.
Dos actividades han sido muy útiles en mi trabajo con mujeres. La primera, simplemente
escuchar a otras mujeres describir sentimientos o situaciones dolorosas e irritantes semejantes a
las suyas. La segunda, describir sus propias experiencias como madres. Cada vez que una mujer
confesaba lo enfadada que estaba con su madre, algo que estaba segura que sólo ella había
sentido con tal intensidad, encontró que muchas mujeres que estaban escuchando habían
sentido lo mismo y habían hecho las mismas cosas "horribles" a causa de eso. Una mujer, por
ejemplo, describió un arranque temperamental que tuvo cuando estaba en tercer grado y su
madre trajo bizcochos borrachos comprados en una tienda a una fiesta escolar del Día de Brujas.
Escuchar lo que otra mujer tiene que decir ayuda a las hijas a sentirse menos malas y
menos alteradas. Esto libera la energía que han estado usando para tapar lo que consideraban
su locura o su defecto; se vuelven más libres para encontrar mejores formas de tratar a sus
madres. Si pensamos que nuestros problemas son inusuales, dudamos de poder encontrar
soluciones; una vez que sabemos que otras personas han estado en el mismo bote, podemos
ayudar enseñándonos las unas a las otras.
En mis clases y talleres de grupo, pido a las participantes que escuchen las quejas de
otras mujeres sobre sus madres de un modo distinto. En lugar de alimentarse mutuamente con la
actitud de culpar a la madre, aprenden a reconocer la frustración como hija y luego a preguntarse
si podrían estar malinterpretando o caracterizando de una manera errónea los motivos y la
conducta de la madre. Por ejemplo, cuando una mujer describe a su madre como
sobreprotectora, las participantes preguntan si no podría ser más adecuado describirla como
afectuosa y sustentadora. Las nuevas etiquetas menos agresivas no siempre se ajustan a la
realidad, pero es asombroso ver cuán a menudo sí lo hacen. Cuando las mujeres comprueban la
aptitud de las nuevas etiquetas, se dan cuenta cuán profundamente la cultura ha impregnado en
nosotros la lección. "Cuando algo anda mal, simplemente culpa a mamá."
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Cuando describen sus frustraciones como madres, las mujeres pueden iluminar las
situaciones de sus madres. Por ejemplo, en un grupo de discusión, varias mujeres hablaron de
cuánto disfrutaban de sus carreras, pero se sentían destrozadas cuando dejaban a sus pequeños
en la guardería. Esta conversación inspiró a algunas mujeres del grupo a preguntar a sus propias
madres cómo habían manejado el problema cuando ellas eran niñas.
Otra mujer habló de un modo conmovedor de sus sentimientos cuando la enfermera del
hospital le dijo que su bebé recién nacido tenía ictericia y había que colocarlo bajo luces
especiales que le volverían muy apático. Ella se sintió avergonzada tanto de su miedo por lo que
la ictericia podría significar como por su impotencia para ayudar a su bebé. Al verle bajo las
luces, encontró que la única manera en que podía mantener una cierta apariencia de calma era
tomando docenas de fotografías de él. Creía que sus preocupaciones eran desmesuradas y su
impotencia vergonzosa, y se sentía culpable por su capacidad de inhibirse a través de la
fotografía, Aunque ella sólo estaba haciendo lo mejor para resolver la situación, se sintió al
mismo tiempo patológicamente unida y patológicamente separada. Su historia ayudó a otras
mujeres del grupo a adquirir una nueva perspectiva de lo que les había parecido la conducta
despreocupada de sus madres. En lugar de ver la separación de sus madres como un signo de
que no se interesaban por ellas, comenzaron a considerar qué más podría estar detrás (le esa
aparente falta de preocupación. Comenzaron a pensar en un cuadro más amplio.
Para llevar el registro de cómo piensas y sientes respecto de tu madre, ten papel y lápiz
cerca cuando leas los capítulos siguientes. Anota cualquier cosa que surja en tu mente y que
pueda ayudar en el proceso de desenmascarar cosas que comprendes que no sabes de ella y
quieres averiguar, una palabra o frase que te suena, aunque todavía no estás segura de por qué,
historias que coinciden con tu experiencia e historias que parecen completamente diferentes de
la tuya, preguntas que aparecen en tu mente. Si no encuentras respuestas aquí, es posible que
quieras encontrarlas en otras personas o en otros libros.
Algunas mujeres encontrarán que tan pronto como lean sobre un problema o un tema en
particular, sabrán cómo aplicar la nueva perspectiva a su situación, y Arrojarán el libro en mitad
de un capítulo para llevarla a la práctica. Otras querrán leer todo el libro, pensar en los temas,
hablar con otras personas y hacer más lecturas antes de considerar siquiera pasar a la acción.
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Muchas lectoras estarán en el segundo grupo porque, después de una vida de estar
insertas en una cultura que culpa a la madre, todo un capítulo lleno de antídotos no es más que
un comienzo. Y si abandonaste la esperanza hace años, tienes que trabajar para que tu motor se
ponga de nuevo en marcha.
Aun las hijas cuyas madres han muerto tienen mucho que ganar imaginando, tan
intensamente como sea posible, qué dirían a sus madres si pudieran y qué piensan que ellas
responderían. En esos casos, hablar con las mejores amigas de la madre o con otros miembros
de la familia puede resultar útil, puesto que uno o varios de ellos o más tendrán una perspectiva
diferente sobre ella e información que tú no tienes.
"MI RELACION CON mi madre resuena tanto a nivel emocional, que mis sentimientos
hacia ella se repiten como un eco a lo largo de toda mi vida", me dijo una estudiante graduada de
treinta años y para la mayoría de las hijas adultas esto parece verdad. Nos encontramos
pensando en nuestras madres en mitad de la noche, cuando nos levantamos por la mañana, en
medio de una multitud, mientras discutimos o abrazamos a nuestras hijas...
¿En qué estamos pensando? Estamos deseando la proximidad con nuestra madre;
estamos odiándola por su poder de hacernos sentir infantiles, ridículas o deficientes; estamos
masticando lo que nos dijimos la última Navidad en una discusión espantosa; estamos tratando
por milésima vez de pensar en la manera correcta de hablarle sobre un tema que parece que
nunca podemos tocar juntas con calma.
Todo este esfuerzo revela los profundos conflictos que tenemos con nuestras madres.
Pero también nos muestra cuánto nos preocupamos por esto. Aunque a menudo podemos
pensar que nuestra mejor opción sería mudarnos al otro extremo del planeta, de hecho nuestras
peleas nos indican que necesitamos encontrar formas menos angustiosas de interactuar con
nuestras madres. Bien en el fondo, la mayoría de las hijas no quiere en realidad estar muy lejos
de sus padres; lo que quieren es tener una vida en común más sencilla, más placentera. Elaine,
una mujer de 44 años, sintió esa necesidad. Me dijo que había pasado años resentida contra su
madre, y no se encontraba a gusto por sentir de ese modo:
Mi madre tenía algunas cualidades maravillosas: era cálida, afectuosa, brillante e
ingeniosa. Por lo tanto, yo quería disfrutar de mi tiempo con ella y quería ser una persona
cariñosa cuando estábamos juntas. Pero sus aspectos negativos cobraban tanta
importancia en la visión que tenía de ella y me enfurecían tanto que no podía ser el tipo de
mujer cariñosa que me hubiera gustado ser. Me odiaba cuando estaba con ella —odiaba
mi actitud crítica, mi distanciamiento, mi rabia—. Por lo tanto terminé odiándola y
odiándome.
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Para resolver este dilema y superar nuestro enfado se requiere en primer lugar que
exploremos algunos de nuestros sentimientos más perturbadores, como lo hacemos en este
capítulo; luego, que observemos cómo y por qué quedamos atrapadas en estas rutinas
emocionales (Capítulos 3, 4 y 5) y finalmente, que consideremos cómo hacer cambios
productivos (Capítulos 6 al 9). Hay una forma de salir de este estancamiento. Y encontrar esa
forma es muy importante porque, para aceptarnos a nosotras mismas por completo, necesitamos
aprender a entender más sobre nuestras madres y aceptarlas —si no siempre perdonarlas.
Tal vez no encuentres en este capítulo una descripción de todos los sentimientos
perturbadores que tienes hacia tu madre, pero, a medida que leas acerca de algunos de los
sentimientos negativos más comunes que las hijas tienen por sus madres, probablemente
hallarás alguno que se aplique a ti. Recuerda que, aunque reconocer y explorar estos
sentimientos puede ser doloroso, es un paso esencial para reparar las relaciones madre-hija.
Cuanto más entiendas acerca de tus sentimientos negativos, mejor preparada estarás para
comenzar a hacer cambios positivos.
Vivir con sentimientos tan contradictorios hacia nuestras madres es muy difícil. Nos
sentimos hipócritas cuando simulamos que todo en nuestras madres es bueno, y nos sentimos
perversas cuando nos concentramos sólo en sus faltas. Y sin embargo, los mitos de la Madre
Perfecta-Madre Mala nos empujan de un extremo al otro.
Cierta contradicción está presente en toda relación personal, pero en las relaciones
madre-hija parece a menudo más intensa. Parte de esta intensidad procede de un elemento
propio de la interacción madre-hija: los dos miembros de esta relación son mujeres, y niñas y
mujeres, más que niños y hombres, aprenden a ser expresivas y sensibles a las emociones de
otros. (Como regla general, los hombres tienden a suprimir, ignorar o negar muchos de estos
sentimientos.) Por lo tanto madre e hija viven inmersas en un reino de emociones y son más
conscientes de la variedad de sentimientos de otras personas.
En uno de los raros estudios de investigación sobre relaciones mujer-mujer, las psicólogas
Lorette Woolsey y Laura-Lynne McBain documentaron esta contradicción a través de una serie
de preguntas y observaciones directas. Descubrieron que las relaciones entre mujeres son más
ricas a nivel emocional que aquellas entre hombres, pero que incluyen un potencial de
sentimientos extremadamente positivos y extremadamente negativos.
Las imágenes maternas polarizadas del Ángel y la Bruja, descritas en el Capítulo 1,
alimentan esta contradicción. Los mitos de la Madre Perfecta son una fuente de presión no sólo
para que amemos, sino para que adoremos a nuestras madres. Los mitos de la Madre Mala
transforman nuestra irritación y decepción en furia y en una sensación de traición. Como el
sentimiento que nuestra cultura prohíbe expresar con franqueza a las mujeres es el enfado, tanto
la madre como la hija reprimen estos sentimientos negativos, generando una atmósfera de olla a
presión y, al final, explosiones de ira.
Estos sentimientos contradictorios tan intensos halen a la superficie, en general, el primer
día de clase del curso para graduados que doy sobre las "Madres", cuando planteo el siguiente
ejercicio: les pido a las alumnas que (en forma anónima) 1) escriban las tres primeras cosas que
piensan cuando digo la palabra madre; 2) se tomen un poco de tiempo para desarrollar esas tres
ideas o para escribir cualquier otra cosa que surja en su mente; y 3) completen la oración, "En lo
que se refiere a mi madre, me gustaría que..."
Una mujer escribió que los primeros tres pensamientos sobre su madre fueron "cálida",
"amistosa" y "brillante". Pero después escribió: "La influencia de mi madre ha sido la de una guía
estricta. Siempre sentí como si ella estuviera acechándome, observando cada uno de mis
movimientos." Ella habría deseado que su madre "hubiera tenido más hijos de modo que su
interés no hubiera estado centrado sólo en mí. Entonces quizá podrían haber surgido más de las
buenas cualidades de nuestra relación y se hubieran producido menos disputas mezquinas."
Otra mujer también empezó con imágenes positivas —las tres primeras cosas que
surgieron en su mente fueron "cálida", "buena" y "generosa"—. Pero las siguientes palabras de la
mujer fueron que la había "hecho optimista pero culpable; no le había servido de modelo y se
tenía poca autoestima". Habría deseado que su madre "se hubiera sentido mejor con ella misma;
desearía no haber estado tan influenciada por su inseguridad".
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Una mujer que consideraba a su madre "testaruda", "afectuosa" y "triste" siguió
escribiendo que se sentía muy cerca de ella, pese a sentirse duramente criticada por ella. Y otra
mujer cuyas primeras imágenes maternas fueron "fría", "distante" y "dañina", también dijo que era
"valiente". "inteligente" y "generosa".
Un sano matiz de contradicción en una relación íntima es normal; en general observamos
los aspectos positivos y negativos de la otra persona y respondemos de un modo acorde. Pero la
presión que sienten las mujeres por ser madres perfectas e hijas acogedoras, puede hacerlas
sentirse incómodas con lo que es en realidad una contradicción normal.
Desesperanza y traición
La polarización de imágenes maternas también lleva a otros dos sentimientos comunes en
las hijas adultas: la desesperación por complacer siempre a su madre y la sensación de traición
cuando sus madres no les brindan la suficiente sustentación. Estos sentimientos se originan en
las expectativas de que las madres deben producir hijas perfectas y deben ser ellas mismas
perfectas. Cuando piensas que tu madre es perfecta (o ella piensa que debe ser perfecta), quizá
sientas que nunca podrás satisfacerla, desde la elección de tu ropa hasta tu decisión de tener o
no hijos. De algún modo ella parece hacer todo perfecto —ser perfecta— y tú nunca puedes
equipararte con ella. A la inversa, como se supone que ella debe ser perfecta, es probable que te
sientas traicionada cuando no es capaz de satisfacer tus necesidades, en lugar de verla como un
ser humano normal e imperfecto. En esos momentos, en general sientes decepción o incluso
furia, a lo que luego sigue culpabilidad por estos sentimientos. La madre que está en el polo
receptor de esta desesperación y de esta sensación de traición se siente comprensiblemente
indefensa, pues no puede una persona normal; a los ojos de su hija, sus fuerzas la ponen en un
pedestal y la hacen parecer poseedora de patrones inalcanzables, pero sus limitaciones para
ayudar a su hija son interpretadas como grandes por su propia hija.
Mi amiga Ellen y su madre, Sue, tuvieron una experiencia que generó estos sentimientos.
Cuando Ellen y esposo se separaron, ella tomó a sus tres hijos adolescentes y se mudó de nuevo
a su ciudad natal. Los padres de Ellen habían vivido allí desde antes de que Ellen naciera, y
fueron cariñosos y sustentadores mientras ella aprendía a resolver su situación de madre soltera
y mujer divorciada en una ciudad que mantenía las costumbres de un pueblo. Para fin de año,
Ellen se enamoró de otro hombre. Cuando le pidió que salieran juntos de vacaciones una
semana, EIlen le habló a su madre de la invitación y le dijo que consideraba que sus hijos (de 15,
16 y 17 años) tenían edad suficiente como para quedarse solos. La madre reprendió a Ellen,
diciendo, "Pero es espantoso que viajes con este hombre. Mis amigas se escandalizarán. ¿Cómo
puedes hacerme esto?" Ellen se quedó confundida. Estaba segura de que su madre se sentiría
feliz por ella. Sue agregó, "Como estás decidida a hacer este viaje, creo que no debes dejar los
niños solos. Por favor, haz que se queden conmigo."
Mientras Ellen estuvo fuera, sus niños rompieron en repetidas ocasiones el toque de
queda que sus abuelos habían establecido, lo que hizo que Sue enloqueciera de preocupación.
Finalmente, les dijo que tenían edad suficiente como para cuidarse solos y que ella era
demasiado vieja para soportar sus tonterías. Los envió de nuevo a casa de Ellen durante el resto
de la semana. Cuando Ello volvió, Sue le gritó, "Nunca más me pidas que cuide a esos niños.
¡No puedo soportarlo!" Ellen se sintió traicionada: su madre le había pedido que dejara a los
niños con ella, pero se había vuelto contra Ellen como si ésta se lo hubiera impuesto.
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En esos momentos, perdió la esperanza de restablecer relación afectuosa que había
mantenido con madre cuando era niña.
Muchas hijas reconocen esta trampa como muy familiar, ese sentimiento de haber sido
traicionadas por sus madres pero de querer estar muy cerca de ellas. Se preguntan si una mayor
proximidad es posible y vale la pena o si sólo deben abandonar el intento. Si no quieren
abandonar, se sienten atrapadas —no saben por dónde comenzar; sienten que han probado
todo. Desesperadas, se preguntan: "¿Por qué intentar un nuevo acercamiento cuando parece
haber fracasado de un modo miserable durante años?"
Enfado
La idealización cultural de las madres hace que nuestro enfado hacia ella resulte casi
inevitable; si esperas que alguien sea perfecto, tarde o temprano le criticarás por tener algún
fallo. Una paciente joven tuvo esta reflexión liberadora:
Mamá necesitaba mucho que yo pensara que era una madre perfecta —y yo lo
hice; realmente creí que era como las madres de 'Family Ties' y 'The Cosby Show'.
¡Puedes imaginar lo furiosa que me ponía cada vez que la imagen se resquebrajaba! Si no
hubiera sentido que ella debía ser perfecta, mi furia por su imperfección no habría sido tan
ilimitada.
Por lo tanto el enfado no sólo puede llevar a la culpabilidad sino que la culpabilidad puede
también llevar al enfado. Las mujeres tienen una gran tendencia a sentirse culpables cada vez
que piensan que han lastimado o decepcionado a alguien, pero mucho más cuando se trata de
sus madres. Después de todo, las hijas saben que, fuera de la familia, sus madres no obtienen
pago ni respeto por su trabajo y es posible que obtengan muy poco o nada de eso en casa; como
se supone que las hijas deben ser sensibles y protectoras, sentimos ¿cómo podemos nosotras —
entre toda la gente— despreciar a nuestra madre? Pero la culpabilidad es una carga pesada y
cuando se acumula lo suficiente, las hijas o sólo se enfadan, o se deprimen y se enfadan.
Lamentablemente, este enfado en general se dirige a la madre, en lugar de a las causas sociales
que generaron la culpabilidad de la hija.
La mayoría de nosotras necesitamos la aprobación de nuestras madres; cuando no la
obtenemos o no la obtenemos de una forma sincera, automáticamente respondemos atacándolas
o culpándolas. Pero esta respuesta es destructiva para la relación; también intensifica nuestro
odio por nosotras mismas. No estoy sugiriendo que todo enfado debe ser eliminado; pero atacar
y echar la culpa no son expresiones sanas del enfado o la frustración. Nos sentiremos menos
culpables una vez que entendamos por qué estamos tan enfadadas —tanto los sentimientos que
subyacen al enfado como la naturaleza de la actitud de culpar a la madre que promueve el
enfado.
Enfado y autoestima
Una causa común de enfado para una hija parecen ser los ataques de su madre a su
autoestima. Esto es lo que le pasó a Elaine —la mujer mencionada al comienzo de este
capítulo— cuyo resentimiento contra su madre le impidió ser el tipo de mujer que ella hubiera
querido ser. Elaine deseaba profundamente la aprobación de su madre, pero sentía que ella la
criticaba siempre. Esto hirió su autoestima y aumentó aún más su necesidad de aprobación. Se
sentía desolada y luego furiosa, cuando la aprobación parecía no llegar.
Casi todas las mujeres tienen problemas de autoestima, así Linda Tschirhart Sanford y
Mary Ellen Donovan lo han descrito en su libro Women and Self-esteem, y la aprobación de
nuestras madres significa mucho para nosotras. Cuando no la obtenemos —o no obtenemos lo
suficiente o creemos que no la obtenemos— nos defendemos diciendo: "¡No he hecho nada
malo! Sólo que es imposible agradarle." Pero nuestra escasa autoestima y la necesidad de
aprobación nos encierran en un enfado, a veces oculto, cuando nuestra madre nos da algo
menos que su aprobación total. Además, esta escasa autoestima nos hace exagerar la menor
crítica que recibamos de otra gente; aunque nuestra madre nos ame o nos admire, no lo
veremos. Escuchemos a Pamela, una mujer de aproximadamente cincuenta y cinco años que se
matriculó en la escuela de leyes después de criar tres hijos:
NO CULPES A MAMA.- 24
Después de graduarme en la escuela de leyes, mi primer trabajo fue en un
importante estudio de abogados que contrataba a muy pocas mujeres. Los socios
principales eran particularmente duros con las mujeres y mi confianza en mí misma —que
nunca ha sido magnífica pero que ha mejorado al irme bien en la escuela de leyes— se
desplomó. Una noche, después que uno de los principales socios me había reprendido por
un pequeño error que cometí, pasé a ver a mamá. Cuando le conté mis problemas, dijo,
"Creo que tenías que esperar ser controlada muy de cerca, pues eres una de las primeras
mujeres que hacen algo."
Me enfurecí. Había buscado su simpatía y pensé que estaba siendo muy dura
conmigo. Salí en forma airada y volví a casa. Cuando traspasé la puerta, el teléfono
estaba sonando y era mamá. No sabía por qué estaba enfadada, porque su comentario
había querido ser compasivo —"Es duro ser una de las primeras mujeres y tener personas
que te vigilen como halcones." Había tenido tanto miedo a que ella no me apoyara que por
error creí que no lo estaba haciendo.
Miedo
Tres de los mayores miedos que tiene una hija en la relación con su madre son: el miedo
a perder su amor, el miedo a su muerte y el miedo a ser como ella o a repetir sus errores.
El miedo a perder el amor materno está relacionado con la incapacidad de agradar a la
madre, con la incapacidad de alcanzar las metas que ésta tiene para su hija. Como me dijo una
secretaria de cincuenta y cinco años llamada Joan, "El miedo es ese sentimiento vacío que
todavía tengo en la boca del estómago cuando desagrado a mi madre. Si no le agrado, ella
puede dejar de quererme."
Las mujeres que sienten que no han satisfecho los patrones maternos o que han
decepcionado a sus madres de algún otro modo —las que no han hecho de alguna forma las hit
ron sus madres— desarrollan un intenso temor a la muerte de su madre. Esto sirve como medida
de lo culpables que se sienten por sus conflictos no resueltos, por su enfado persistente y por la
culpabilidad engendrada por ese enfado. Se me han acercado hijas muy preocupadas, diciendo:
Estoy aterrorizada de pensar en el hecho de que mi madre morirá algún día. No puedo
pensar en eso —cuando intento hacerlo, mi corazón palpita con más fuerza y comienzo a
llorar. Es en parte porque no estamos tan cerca como antes y discutimos mucho. No estoy
segura por qué esto es así o qué hacer al respecto, y mi miedo a que nunca logremos
resolver esto, que todavía estemos peleadas y alejadas cuando muera, es tan abrumador
que no puedo pensar con calma en cómo tratar de solucionar los problemas que hay entre
ella y yo.
NO CULPES A MAMA.- 25
Columnistas como Ann Landers y Abigail Van Buren han publicado con frecuencia cartas
de hijas abrumadas por el remordimiento después de la muerte de sus madres. En su programa
de televisión, Sally Jessy Raphael hace poco entrevistó a adultos cuyas madres habían muerto
hacía veinte años y que (incluyendo a la misma Raphael) tenían todavía dificultad para hablar de
ella, en parte por la culpabilidad que sentían. Este miedo a la muerte de nuestra madre tiene un
poder tal que pocos podemos eliminar a nuestras madres, sacarlas de nuestra mente. Sin
embargo este es el lado positivo del miedo. El miedo es un paralelo emocional del dolor físico.
Del mismo modo que el dolor es la forma en que el cuerpo nos dice que algo anda mal, el miedo
y la aprehensión son señales de que falta hacer un trabajo emocional importante. Si podemos
reconocer este tipo de miedo, podremos comprender que no tenemos que quedarnos sentadas y
temer la muerte de nuestra madre; nuestro miedo puede empujarnos a la búsqueda de formas de
superar las barreras existentes entre nuestras madres y nosotras en esta vida.
Miedo a la repetición
Si no estuviéramos afectadas profundamente por la atmósfera de reproche hacia la
madre, no tendríamos miedo a ser comparadas con ellas; podríamos incluso sentirnos orgullosas.
Culpar a nuestras madres es destructivo para nosotras mismas, porque lo que creemos respecto
a nuestras madres, a menudo lo sospechamos de nosotras mismas. Es difícil encontrar a una
mujer que no pierda el tiempo pensando que actúa como su madre o pensando que es muy
diferente de su madre, o las dos cosas. En todos esos pensamientos su madre es el patrón de
comparación —por lo tanto lo que crea respecto a ella importa mucho—. Aun las mujeres que
dicen adorar a sus madres a menudo temen haber tomado de ellas las malas cualidades. Entre
mis pacientes y mis amigas, es una preocupación común —en algunas, una obsesión—. Este es
un comentario típico:
Todos querían a mi madre porque era tan dulce y tenía un extraordinario sentido
del humor. Es verdad que era muy tierna y generosa y la quería por eso. Pero su sentido
del humor era a veces sorprendentemente obsceno y esto solía avergonzarme. Me gusta
contar chistes, pero nunca conté uno un poco subido de tono, por. que tengo mucho
miedo a parecer tan cruda como ella. Es como si no pudiera encontrar la forma de contar
un chiste verde sin parecerme a ella.
Hasta un grado preocupante, no queremos ser como nuestras madres. ¿Por qué
deberíamos querer ser como ellas, podríamos preguntarnos, puesto que se ignora o menosprecia
mucho de lo que hacen? ¿No es como querer vivir de la caridad pública o querer ser un niño con
problemas de aprendizaje? Pero a los ojos de nuestra madre, nuestro deseo de ser diferentes de
ellas parece un signo más de que nadie valora la forma en que viven su vida.
En sus entrevistas con una gran cantidad de mujeres, Lucy Rose Fischer encontró sólo
una hija que "describió una semejanza positiva con su madre". Las hijas a menudo creen que no
quieren criticar las características individuales, personales de sus madres; pero una simple
prueba muestra que lo que las hijas quieren evitar, en realidad, es cualquier cosa que esté
conectada con la posición desvalorizada y limitada de las mujeres: el peso de su madre no se
ajusta al molde de la mujer delgada; su madre no recibe respeto fuera del hogar; su madre se
siente intimidada por el marido; su madre no tiene conocimientos que sean apreciados en el
mundo público.
Quizás esta madre y esta hija se separaron por el ascenso de la hija, porque un empleo
difícil, bien pagado y de mucho poder no es valorado del mismo modo que un trabajo doméstico y
por el cual no se recibe pago alguno. O quizás esta madre se sintió excluida o era muy
competitiva. Sea lo que fuera que les haya separado, el resultado ha sido que se sintieron
alienadas y tristes porque eran incapaces de compartir sus experiencias.
Para algunas hijas, la tristeza proviene de la pena por la proximidad que perdieron durante
sus años de rebeldía. Una pequeña rebelión adolescente se considera por lo general saludable,
pues permite que el hijo que está en proceso de crecimiento se separe de sus padres. En los
hijos varones, se alienta una cierta rebeldía, en especial cuando se produce en nombre de la
separación de mamá, quien —a menudo pensamos— es sobreprotectora. En las hijas, la rebelión
es más difícil de llevar a cabo, en parte porque no se adecua al papel femenino aceptado y en
parte porque —en la versión idealizada de las imágenes madre-hija— se supone que las hijas
quieren estar muy cerca de sus madres. Por lo tanto, es probable que la rebelión de las hijas sea
más dolorosa, más proclive a ser malinterpretada como una traición hacia las madres que la
rebelión de los hijos. Y por eso, las hijas se sienten más inclinadas a creer que su época de
rebeldía fue en verdad una traición.
Quizás aún más preocupante que la contradicción, el enfado, la culpabilidad, la
desesperación, el miedo y la tristeza es la insensibilidad emocional o la sensación de alienación
que algunas hijas sienten en relación a sus madres. Algunas veces, la insensibilidad y la
alienación se producen cuando otros sentimientos se vuelven demasiado angustiosos. Una sólo
puede soportar por un tiempo tanto enfado, culpa y desesperanza antes de cerrarse
emocionalmente. Una conocida política cuyas visitas a su madre comienzan bien, luego se
convierten en tensas y decepcionantes y terminan generando sentimientos de alienación, ha
dicho que a su madre le gusta la idea de que ella la visite pero no el hecho de hacerlo. Pensaba
que la solución podía ser dejar que su madre se encontrara con ella en el aeropuerto y luego
tomar el siguiente avión de regreso.
Cuando la sensación de insensibilidad o alienación predomina, lo primero que una hija se
debe preguntar a sí misma es si eso está enmascarando otros sentimientos subyacentes. Si la
respuesta es sí, puede comenzar a pensar en cada uno de esos sentimientos, usando el marco
de referencia y los métodos que se sugieren en el resto de este libro. El bloqueo de los
sentimientos puede ser eliminado, aunque este proceso debe ser llevado a cabo con cuidado
para que, por la prisa de querer encauzar estos sentimientos, no resulte tan espantoso o
abrumador; después de todo, la intensidad de esos sentimientos fue en primer lugar tan grande
que tuvieron que ser reprimidos. Como una mujer que asistía a uno de mis talleres explicó unas
semanas después de comenzar:
Me di cuenta de que el sentimiento de apatía que tenía respecto a mi madre, era el
encubrimiento seguro para protegerme de mis poderosos sentimientos de impotencia para
cambiar la miseria de su vida, porque nunca pasó de cuarto grado en la escuela y tiene
miedo de volver a estudiar. Y entonces yo estaba abatida por la tristeza y la furia que
sentía.
NO CULPES A MAMA.- 28
Me sentía triste por ella y me sentía furiosa porque nada de lo que yo pudiera hacer
parecía servir de ayuda. Se sienta en casa todo el día, mirando televisión y encontrándose
inútil, pero está claro que se siente aterrorizada de volver a la escuela y así obtener la
preparación necesaria para conseguir un empleo. Hasta mi oferta de ir con ella no ha
servido para nada.
Fue algo bueno hablar en el taller con otras mujeres en posiciones similares,
porque después de mi explosión inicial de pena y furia, noté que ese antiguo
entumecimiento se asentaba. Descubrí que comenzaba a pensar en maneras de evitar a
mamá. Pero entonces recordé lo que otras hijas habían dicho respecto a sus sentimientos
de impotencia cuando no podían salvar a sus madres y cómo nuestro grupo había
decidido que, aunque no podemos salvarlas, no nos ayuda a nosotras ni a nuestras
madres huir de ellas. Es una lucha por admitir lo impotentes que somos para cambiar a
nuestras madres, pero sólo cuando hemos hecho eso podemos estar cerca de ellas y
ofrecerles lo que les ayudará, que es nuestro amor y apoyo continuo. Mi madre necesita
de mi amor y mi apoyo, aunque no pueda usarlo para hacer lo que yo deseo.
Como las imágenes de la Madre Perfecta existen, las hijas se sienten culpables por no ver
a sus madres como perfectas; pero si no se sienten así, toda una cultura está preparada para
saltar, para animarlas a ver a su madre como un miserable fracaso. No importa lo que una madre
le haya hecho a su hija, es posible que en algún momento hiciera algo bueno, por lo tanto la hija
se siente culpable por considerarla un fracaso.
NO CULPES A MAMA.- 29
Además, no importa lo mala que una madre sea, su hija habitualmente percibe que dentro
o fuera de la familia, hay personas que la identifican con ella. Así que si va a considerar a su
madre como un ser horrible por completo, ¿en qué se convierte ella? Una sociedad que nos
animase a ver a nuestras madres sólo como personas, disminuiría la necesidad de bloquearnos a
nivel emocional.
Amor reprimido
Estamos acostumbradas a creer que la hostilidad reprimida es peligrosa; pero la tragedia
real para las hijas es el amor reprimido. Cuando las actitudes de culpar a la madre oscurecen
nuestra visión de ellas, es muy fácil creer que merecen sólo nuestros desprecio y reproche; pero
encerrar nuestros sentimientos de afecto nos hace sentir inhumanas, artificiales, frías. Nos
sentimos mejor con nosotras mismas cuando somos libres de mostrar amor, afecto y respeto. Por
lo tanto la liberación del amor y del respeto reprimidos hacia nuestras madres nos ofrece un
regalo adicional de amor y respeto hacia nosotras mismas. Es más, como muchos terapeutas
experimentados aceptan, escarbar en nuestro pasado para encontrar la causa de los problemas
actuales tiene sólo un valor limitado. Lo que funciona mucho mejor —y es más pertinente (quizás
el objetivo más importante de la terapia)— es centrarse en lo que podemos hacer ahora y en
cómo podemos superar el reproche a la madre. La historia de Ruth ilustra este proceso. Como la
mayoría de las adolescentes, Ruth tenía serias dudas respecto a sí misma. En principio, se sintió
aliviada al creer que su madre era la que fallaba y no ella:
Creo que antes de culpar a mi madre por no amarme lo suficiente o por
decepcionarme de muchas formas, me culpaba a mí misma por no ser digna de afecto y
ser la causa de su fracaso como madre.
Para Ruth, culpar a la madre fue un paso más allá después de odiarse y culparse a sí
misma. Como adulta, Rut se dio cuenta de que ni ella ni su madre eran tan terribles. Sólo
recientemente, informa, el educar a su propia hija ha hecho que apreciara más a su madre y
ahora está contenta con eso.
Sue y Ellen, la madre y la hija que describí antes, encontraron una forma de superar su
distanciamiento (provocado por el viaje de Ellen con su novio) para liberar algo de su amor
reprimido. Ellen sintió tanta desesperación como enfado porque nada de lo que hacía parecía
satisfacer los patrones de conducta de su madre: su divorcio fue una vergüenza para Sue, pero
también lo fue su nueva relación. Dejar sus hijos adolescentes solos por una semana fue
inadmisible para Sue, también que los dejara con ella. Ellen a su vez se sintió traicionada, como
si su madre no la quisiera lo suficiente —pues si la amara, se habría sentido fascinada ante la
oportunidad de Ellen de viajar con su nuevo compañero.
Ellen podría haber culpado e increpado a su madre por no ser razonable, pero hacer eso
sólo habría significado ignorar su propio deseo de ser más afectuosa con su madre. Sabiamente,
Ellen pensó preguntar a Sue por qué estaba tan disgustada.
Sue le explicó que estaba aterrorizada de que sus amigas desaprobaran el viaje de Ellen
con un hombre con el que no estaba casada y que consideraran que era una señal del fracaso de
Sue como madre. Ya sabía que muchas de sus amigas la consideraban un fracaso porque Ellen
"no había logrado mantener su matrimonio".
NO CULPES A MAMA.- 30
Hablando con ella, Ellen se enteró de que esa era la causa por la que Sue no podía gozar
de los planes de Ellen. Le hubiera gustado ayudar a Ellen pero se sentía avergonzada y
preocupada; cuando los niños se comportaron mal se sintió agobiada e incapaz de hacer frente a
la situación. Más aún, Sue tuvo miedo de que Ellen fuera vulnerable, porque había dejado hacía
poco un matrimonio difícil, tuviera la esperanza de una aventura romántica y se estrellara con una
realidad mucho menos brillante. Sue adoraba al esposo de Ellen y le trataba como a un hijo, por
lo tanto el divorcio implicaba también la pérdida de una relación para Sue. De modo
comprensible, Sue reprimía sus propias esperanzas respecto a este nuevo hombre.
Cuando Sue y Ellen hablaron, Sue logró —al menos por el momento— dejar de sentir que
debía ser la Superabuela. Afirmó que cuidar a los hijos de Ellen, aunque bien intencionado, había
demostrado ser algo que la superaba. Mientras hablaba, se dio cuenta de que su fracaso no era
culpa de Ellen y ésta se dio cuenta de que su madre no era ni perfecta ni completamente
irracional, sino una persona normal. Sue se sintió aliviada al escuchar que su hija no estaba
horrorizada por su incapacidad de manejar a los adolescentes —después de todo, ¿quién podía
comprender la frustración de esa tarea mejor que Ellen? Juntas, Ellen y Sue vieron que las dos
habían sido dominadas por las expectativas irracionales de que si Sue fuera una Buena Madre
habría aprobado de inmediato y con sinceridad todo lo que Ellen hiciera y hubiera logrado
satisfacer las necesidades de Ellen y sus hijos con gracia y comodidad. Lo más importante, su
mutua comprensión acrecentada redujo la barrera entre ellas y la remplazó por un puente.
SUEGRA EN EL BAUL
— Frase vista en cientos de calcomanías para automóviles
Esta mujer ha comenzado a ver el molde de esta actitud en el que su experiencia se había
forjado, y a entender que había arrojado el amor y el humor de su madre a las sombras, mientras
ponía toda la luz en sus puntos débiles. Lo sospeche o no, quizás esté usando el reproche a su
madre para evitar el miedo a su inminente muerte.
Culpar a las madres está fomentado entre la gente normal, por las palabras de los
investigadores y profesionales de la salud mental, a quienes nuestra cultura considera expertos
en conducta humana. Como los consideramos expertos, a menudo olvidamos que sus teorías y
su investigación están influenciadas por la misma tendencia a considerar a las madres chivos
expiatorios que impregna a toda la sociedad.
NO CULPES A MAMA.- 37
La actitud de culpar a la madre entre los expertos.
Si los investigadores lo dicen, debe ser verdad.
En el Capítulo 1, he mencionado la investigación que llevé a cabo sobre la actitud de
culpar a la madre por parte de los profesionales de la salud mental. Mi documentación procedía
de sus propios escritos aparecidos en publicaciones académicas, y los resultados mostraron que
en general se hacen muy pocos o ningún esfuerzo para ocultar esta actitud; aparentemente ellas
sienten que no necesitan esconderla.
Mi alumna Ian Hall-McCorquodale y yo leímos 125 artículos aparecidos en nueve
publicaciones de salud mental distintas durante 1970, 1976 y 1982. Algunos artículos eran
estudios de casos individuales y otros eran informes de proyectos que involucraban a gran
cantidad de personas con problemas emocionales. Clasificamos cada artículo de acuerdo con 63
tipos diferentes de actitudes de reproche a la madre. Estas abarcaban desde "número de
palabras usadas para describir a la madre" y "número de palabras usadas para describir al padre"
hasta la repetición de ejemplos de actitudes de reproche anteriores, sin cuestionar si se aplicaban
o no al caso presente. Encontramos que, sin importar el sexo del autor o su ocupación —
psicoanalista, psiquiatra, psicólogo o asistente social— los profesionales de la salud mental se
complacían de un modo abrumador con la actitud de culpar a la madre. En los 125 artículos se
acusaban a las madres de 72 tipos diferentes de problemas de sus hijos, que implicaban desde
mojar la cama hasta la esquizofrenia, desde la incapacidad de resolver el daltonismo al
comportamiento agresivo, desde problemas de aprendizaje hasta "el transexualismo homicida".
Dos artículos que informaban sobre nuestros descubrimientos fueron publicados en 1985,
y las respuestas fueron muy gratificantes. En una de estas típicas cartas, una mujer nos escribió,
"Mi esposo y yo somos los dos psiquiatras en ejercicio, y yo he estado tratando de convencerle
durante años de que las madres son culpadas por todo. ¡Ahora tengo una prueba documentada!"
Su carta ilustraba un punto importante: la mayoría de los terapeutas, como el marido de esta
mujer, no son siquiera conscientes de cuánto recurren a esta actitud. Las pocas respuestas
negativas que recibimos procedían todas de personas que estaban preocupadas porque la
reducción de esta actitud significaría el aumento de la actitud de culpar al padre, aunque nosotras
nunca abogamos por esto. La alarma sobre la posibilidad de que culpar al padre pudiera
incrementarse de algún modo contrastaba con la complacencia que la mayoría de los terapeutas
sentía al culpar a la madre.
Los prejuicios en la investigación y la teoría no son nuevos. Son anteriores al tiempo en
que nuestras madres nos estaban criando. Una mujer de 65 años, madre de tres hijos, me contó
que ella recordaba haber aprendido en un curso universitario que el desorden emocional grave
llamado autismo infantil era provocado por madres frías que rechazaban a sus niños (lo cual
después fue hallado falso). Decía: "Cada vez que me sentía un poco cansada o distraída cuando
levantaba a uno de mis bebés, ¡estaba segura de que iba a conducirle a un estado autista!"
Un ejemplo paralelo contemporáneo es convertir en responsabilidad de las madres el
proporcionar la ayuda técnica para los niños que tengan discapacidades de aprendizaje. Pasé
años trabajando con este tipo de niños y escribiendo sobre sus problemas. Aunque por definición
las dificultades de aprendizaje no son causadas por problemas de motivación o falta de atención,
a menudo he escuchado que se hacía a las madres responsables del tratamiento las
discapacidades de sus niños. Como me dijo una madre:
NO CULPES A MAMA.- 38
Leí todos los libros sobre cómo enseñar a leer a tu hijo, y traté de usarlos para
enseñar a Jessica. Pero no hemos llegado a ninguna parte. Al final de cada sesión, ella y
yo nos sentíamos frustradas. La maestra dice que debo seguir trabajando con Jessica,
pero no sé que más hacer.
Como las sociólogas Dorothy Smith y Alison Griffit, han descubierto en su investigación,
los sistemas escolares dependen mucho de las madres para llevar a cabo el trabajo que se
supone deben hacer. Esto es verdad no sólo para los niños con problemas, sino también en lo
que respecta a las posibilidades de que los alumnos de jardín de infancia y primer grado entren
en la escuela sabiendo ya sus primera letras porque sus madres se las han enseñado.
Por supuesto, la hija había pasado años culpando a su madre, esto es lo que nos han
enseñado.
Lo que cambió el punto de vista de esta mujer fue su propia experiencia posterior, no su
trabajo con el terapeuta:
Sólo después de convertirme en madre puse sus "manipulaciones" en perspectiva.
Ante todo, me di cuenta de que, sí, ella había sido de algún modo manipuladora, pero
principalmente había sido una madre maravillosa. Y todo lo que mi terapeuta quería que
hiciera era hablar del lado negativo de ella. Tener mis propios hijos y ver lo difícil que es
actuar con esa imagen imposible de la madre perfecta me hizo apreciar lo mucho que ella
había hecho por mí. En lugar de estar atrapada pensando en que ella me obligaba a
enfrentarme a papá, otros recuerdos comenzaron a aparecer: la vez que se ofreció como
voluntaria para conducir durante dos horas para ir a recoger las galletitas que
cuatrocientas niñas exploradoras íbamos a vender —y luego a las 2:30 de la madrugada,
cuando todavía seguíamos empaquetándolas en toda la casa, dijo, "Bueno, ¡la noche es
joven! ¡Y sólo nos faltan empaquetar las de menta!" Tenía un maravilloso sentido del
humor y me apoyaba en todo lo que hacía. Y en el curso de mi terapia eso se me había
ido de la mente.
Madres en la corte
En el sistema judicial, las madres a menudo están completamente indefensas. Phyllis
Chesler ha documentado cómo, desde mucho antes de los tiempos de nuestras madres, los
jueces han estado ordenando la supresión sin garantías de la custodia del niño a madres que
abarcan desde lo aceptable a lo maravilloso. Se les ha negado la custodia de sus hijos a buenas
madres tanto porque tienen trabajos remunerados ("se preocupan más por sus carreras que por
sus hijos") como porque no tienen trabajos remunerados ("no aman a sus niños lo suficiente
como para contribuir a su sostenimiento económico"), tanto porque están viviendo con un hombre
("son promiscuas") como porque no están viviendo con un hombre ("están aisladas o no pueden
suministrar un ambiente estable, saludable y heterosexual a sus hijos").
NO CULPES A MAMA.- 45
Hoy, y aún más en los días en que nuestras madres nos estaban criando, los jueces rara
vez consideran el abuso físico o sexual de los hijos por parte de un hombre, o de su esposa,
contra los niños, como bases legítimas para negarle la custodia. Por lo tanto las madres que son
objeto de abuso o que ven a sus maridos abusar de sus hijos sienten una indefensión
comprensible.
Los terapeutas en general trasladan al juzgado su actitud de culpar a la madre cuando
aparecen como "testigos expertos" en las luchas por la custodia. En estos casos, el sistema de
justicia y el sistema de salud mental suministran una doble perspectiva de reproche materno.
Muchas madres que han pensado que la opinión del psiquiatra les ayudaría a obtener la custodia
de sus hijos, en especial si el padre era violento, irresponsable o emocionalmente perturbado, se
han sentido decepcionadas al darse cuenta que ellas mismas eran encontradas patológicas,
mientras el marido —pese a sus problemas— era elogiado sólo por "preocuparse lo suficiente de
sus hijos" como para luchar por su custodia en la corte.
Usamos el abuso infantil para ilustrar la actitud de los terapeutas; también ilustra la forma
en que los profesionales de la salud mental y el sistema legal se unen para acusar a las madres.
Durante cientos de años, los informes infantiles de abuso sexual fueron ignorados o suprimidos.
Algunas de las razones más poderosas para esto surgieron del hecho de que los hombres
adultos son los culpables habitualmente del abuso sexual infantil. Informes de este tipo de abuso
han sido suprimidos por el rechazo de la gente a creer que hombres adultos puedan hacer este
tipo de cosas, la reticencia a desafiar los derechos y la autoridad paterna en la familia, el fracaso
a considerar importante la necesidad infantil de protección contra el ataque y la traición, la
catalogación del testimonio de las madres como "histérico" comparado con la palabra "confiable"
de los atacantes y una represión general a cualquier cosa relacionada con el sexo.
En los últimos diez años, más o menos, en gran parte por la fuerza del movimiento
feminista, cientos de miles de mujeres adultas que habían sido víctimas de incesto han salido y
contado sus historias —en grupos de terapia, donde iban para tratar de curar sus antiguas
cicatrices emocionales; en reuniones familiares, donde con valor enfrentaron a los hombres
después de saber que estaban ahora abusando de miembros de la nueva generación; en libros y
artículos que escribieron para intentar curarse al mismo tiempo que para permitir que otras
mujeres supieran que no estaban solas; e incluso en la corte, donde fueron a impedir que los que
habían cometido abusos lastimaran a más niños. Durante un tiempo, puesto que estas
supervivientes ahora eran adultas y podían conseguir un poco más de respeto que cuando eran
víctimas, la gente las escuchó y les creyó. No siempre, pero a veces.
Durante los últimos dos años, sin embargo, ha habido un cambio peligroso. Los informes
de las víctimas ahora adultas son considerados como si tuvieran poco o nada que hacer con los
actuales informes de abuso sexual. La falta de respeto por los informes de las madres y los niños
ha resurgido y ahora la moda es decir que las madres enseñan a sus hijos a denunciar
falsamente que los ex maridos han abusado de ellos. ¿Cuál se considera que es el motivo de las
madres? Que son ex esposas malvadas y manipuladoras que quieren vengarse de sus maridos.
Cosas así han sucedido en ocasiones, y cuando han ocurrido, el acusado injustamente ha
recibido mucha publicidad. Ser uno de esos hombres debe ser en verdad horrible. Pero, por
desgracia, se acusa falsamente a personas inocentes en todos los terrenos y no sentimos el
deber de eliminar leyes destinadas a castigar ladrones o asesinos. De hecho, la mayoría de los
informes del abuso sexual de niños es verdad.
NO CULPES A MAMA.- 46
El abuso sexual padre-hija sitúa a la madre en un círculo vicioso: una madre que no
informa del abuso es considerada cómplice, o incluso instigadora consciente o inconsciente del
mismo, y la madre que sí informa es considerada, malvada, mentirosa, histérica o que odia a los
hombres.
Me impresionó, enterarme de que la reacción contra las mujeres está promovida por
abogados. En 1986, un grupo de abogados de familia me pidieron que les hablara sobre cómo,
según la invitación de su jefe, "las mujeres son engañadas por nuestro sistema judicial". Pronto
comprendí con claridad que los abogados (una mujer y casi veinte hombres) no tenían interés en
escuchar una conferencia sobre el maltrato de las mujeres en el sistema judicial. Querían hablar
de las ex mujeres vengativas que construyen informes falsos de abuso sexual para mantener a
sus ex esposos lejos de los niños.
Experimentados y equilibrados terapeutas como el Dr. Peter Jaffe, director de la Family
Court Clinic de London, Ontario, presenta una imagen más precisa. El Dr. Jaffe explica que ha
visto más de quinientos casos que implicaban disputas sobre custodia o visitas, en los últimos
seis años; sólo dos contenían acusaciones falsas de abuso sexual y en los dos las madres
habían creído genuinamente que el abuso se había producido.
Por desgracia, muy poca gente se interesa en los hechos. En un caso reciente, se le
preguntó a un asistente social que había evaluado a una familia si el padre había abusado
sexualmente de su hija de nueve años. El asistente concluyó: "No quedó claro si él había
abusado sexualmente de ella o no, porque esto salió a la luz en el contexto de una disputa por la
custodia, por lo tanto la amargura de la madre hacia su ex maridó fue la motivación." Cuando se
le recordó que no había disputa por la custodia (durante siete años desde el divorcio de los
padres, la madre había tenido siempre la custodia de la niña y esta cuestión no había sido
mencionada, incluso después de denunciado el abuso sexual) se retractó sólo un poco. El tema
principal —el abuso sexual de una niña pequeña— se esfumó porque el asistente social insistía
en culpar a la madre.
El escepticismo respecto a las madres impide que se preste una atención adecuada a los
niños maltratados en los Estados Unidos, aun cuando el marido y la mujer todavía vivan juntos.
El abogado del Departamento de Servicios Sociales de un estado sureño reclama que algunas
madres son en verdad responsables del abuso sexual de sus hijas por parte de sus maridos. ¿Su
evidencia para decir esto? "Una mujer volvió a la universidad para obtener un doctorado y
consiguió un trabajo de tiempo parcial, dejando a su marido y a su hija juntos y solos." Una mujer
me llamó después de verme en un programa de televisión. Hacía poco se había enterado de que
su marido estaba abusando sexualmente de su hija y que ella había ido al centro asistencial de
abuso sexual del hospital local en busca de ayuda. La única recomendación que el equipo de
apoyo le hizo, aun después que les contó que su hija había dicho: "Papá puso su cosa en mi pipí,
y duele mucho", fue que la madre tomara medicación porque pensaban que podía ser maníaco-
depresiva. Punto.
NO CULPES A MAMA.- 47
Estas historias son difíciles de creer, pero no dejan de ser corrientes. ¿Por qué los
miembros de un equipo cuyo propósito es detener el abuso infantil serán tan insensibles? Una
razón es que, pese a su elevada conciencia del abuso, fueron entrenados en programas
tradicionales que culpaban a las madres; ellos y sus supervisores son a menudo escépticos
respecto de los informes de abuso sexual. Es más, aun los miembros de equipos de abuso no
son inmunes a la presión social que procede de los grupos antimujeres que reclaman que los
niños objeto de abusos sexuales y sus madres fabrican las historias.
Con estos "expertos" construyendo imágenes falsas negativas de las madres, no es de
extrañar que la actitud d culpar a la madre se vuelva una segunda realidad en tan gente. No sólo
es mentira el culpar a la madre; también crea un enfado improductivo y mal dirigido.
Aunque las mujeres negras y otras mujeres de color han superado la situación con la
carga adicional que el racismo pone en los hombros de las madres, todas las madres en nuestra
cultura cuidan de sus hijos en un ambiente en el cual se degrada y se desvaloriza el trabajo
materno. La siguiente historia trata de la lucha de mi madre contra los esfuerzos de un supuesto
experto por denigrar a mi abuela y la relación que tenía con mi madre.
Estos cambios permitieron a Tac pensar por primera vez en si los motivos de su madre no
incluirían alguna otra cosa que aquellas que consideraba dirigidas a insultarla.
Cuando pensó en la vida de su madre —y luego preguntó a Esther al respecto—
comprendió que los ofrecimientos de hacerle las compras no tenían nada que ver con la falta de
confianza en ella. Su madre había sido educada para creer que el valor de una mujer radicaba
principalmente en ayudar a otros. Esther no tenía un trabajo remunerado, sus hijos eran mayores
y excepto cuando cocinaba para su familia y cuidaba de sus nietos, se sentía inútil. Hacer las
compras para su hija era su intento desesperado, dentro del marco familiar, de convencerse de
que la necesitaban y por lo tanto era una persona valorada.
Cuando Tac entendió esto, sin la ayuda de su psiquiatra, experimentó una transformación:
pasó de ser una niña resentida, a la que le faltaba confianza en sí misma, a ser una adulta
compasiva con una relación más igualitaria con su madre. Y esto no sucedió demasiado a
tiempo, pues poco después, los médicos le diagnosticaron cáncer a Esther y en seis meses
murió. Cuando estaba en el hospital, ella y Tac hablaron de lo felices que eran porque Tac
hubiera ignorado el consejo del terapeuta y hubiera comenzado el proceso de comprender a su
madre.
Mi madre me dijo que esta experiencia le mostró cómo entender la separación y diferencia
respecto a nuestra madre puede reducir la necesidad de culparla y de alejarse de ella; puede
también disminuir el alejamiento y aumentar el amor y el respeto por ambos lados. Como Tac ya
no sentía resentimiento hacia su madre, Esther no sintió tampoco que la poca ayuda que ella
podía brindar fuera motivo de burla. Cada una se dio cuenta de que era amada y apreciada por la
otra.
¿Cuántos años de alejamiento entre madre e hija podrían haberse evitado, cuántos
abismos podrían haber sido sorteados si las hijas hubieran sabido preguntar por qué sus madres
hicieron lo que parecía ser entrometido, insensible o negligente?
Cuando aflojamos la atadura de nuestra actitud de culpar a la madre, algo de nuestro
enfado desaparece; nuestra inseguridad y el odio cede cuando nos damos cuenta de que
nuestras relaciones íntimas con nuestras madres no son siempre causa de alarma e incluso
pueden ser causa de satisfacción y orgullo.
NO CULPES A MAMA.- 52
Culpar a la madre está tan extendido que es casi un milagro que las mujeres decidan
convertirse en madres y que las hijas siquiera hablen con sus madres. Si alguien te ofreciera un
trabajo, diciéndote, "Si algo sale mal, incluso dentro de sesenta o setenta años, será culpa tuya",
le dirías que lo olvide. Pero eso es lo que pasa con la maternidad. Millones de madres en todo el
mundo alimentan, bañan, curan y hablan a sus niños todos los días, llenas de ansiedad, culpa y
miedo. Saben que si algo sale mal, serán consideradas totalmente responsables.
En los dos capítulos que siguen, veremos cómo esta actitud generalizada daña las
relaciones madre-hija a través de los 4 mitos de la Madre Perfecta (Capítulo 4) y los 5 mitos de la
Madre Mala (Capítulo 5) que tergiversan nuestra visión de quiénes son en realidad nuestras
madres (y nuestras hijas). Luego, en los últimos capítulos, veremos cómo podemos superar esta
actitud y estos mitos para comenzar a arreglar nuestra relación.
100
Cada cultura tiene moldes a los cuales quiere que cada nueva generación se adapte. En
nuestra cultura, la responsabilidad de ese molde se delega principalmente en las familias, lo que
en la práctica significa que las madres son las que moldean a sus hijos de acuerdo con esos
patrones culturales.
NO CULPES A MAMA.- 54
A la mayoría de nosotros, nuestra madre, más que ninguna otra persona, nos dijo: "Haz
esto". "No hagas aquello. "Cepíllate los dientes. "Recoge tus juguetes." "No hables con extraños."
Como hijas, escuchamos muchos otros adicionales "Haz" y "No hagas" de los cuales
escaparon nuestros hermanos varones: "Cruza las piernas." "Sonríe." "Sé amable." Se enseña a
las niñas a ser naturalmente minuciosas y comedidas, pero cuando una hija no actúa de esta
forma se culpa a su madre por no enseñarle bien. Podríamos preguntar, "¿Por qué algo que
viene por naturaleza tiene que ser enseñado?" Veremos que este patrón se repite cuando
examinemos los mitos en los que se culpa a la madre: flagrantes contradicciones pueden persistir
en una cultura que subordina a las mujeres, manteniéndolas en un plano inferior limitándolas o
degradándolas. En este caso, se restringe el comportamiento de las mujeres con nuestra
diligencia para parecer minuciosas y comedidas, para parecer naturalmente femeninas. Todas las
mujeres resultan degradadas cuando alguien cree que la falta de minuciosidad de una hija o su
falta de comedimiento es culpa de una mujer-su madre.
La sociedad se ha apoyado sobre los hombros de nuestras madres, murmurando: "Si
quieres que nosotros pensemos que eres una buena madre, enseñarás a tu hija a ser dulce y a
cruzar sus piernas." (Para las madres de hoy, es más probable que el mensaje termine con las
palabras, "enseñarás a tu hija a que tenga educación, se desarrolle a sí misma y sea dulce y
cruce sus piernas.")
Muchas hijas jóvenes perciben que el patrón “femenino" que están siguiendo bajo la
dirección de su madre es lo que a menudo hace infelices a las madres, y sienten que están
traicionándolas al obligarlas a seguir patrones que son la fuente de su propia miseria. Claudette
me dijo que odiaba barrer el piso de la cocina y limpiar los baños cuando era niña:
En parte era porque son trabajos miserables, pero también era porque mi madre
estaba constantemente quejándose de lo agotada que estaba de limpiar nuestra casa. Yo
no veía por qué me obligaba a hacer cosas que ella odiaba. No me parecía justo.
Este aterrorizador lado opuesto del mito de que una hija "perfecta" es el indicador de una
buena madre, es que una hija "mala" (o atípica) es el indicador de una "mala" madre. Esta
ecuación social causa a madres e hijas mucha angustia innecesaria. Toda madre quiere ser
considerada buena. Pero no toda madre piensa que su hija tenga la obligación de seguir el
modelo femenino tradicional, no toda hija respeta un papel tan prescrito, en especial si su madre
parece infeliz con ese papel. ¿Debe, entonces, una madre llevar a cabo las exigencias de la
sociedad para asegurarse la reputación de buena madre, o debe actuar según los mejores
intereses de su hija? ¿Cómo puede una madre elegir entre el bienestar de su hija y su propia
necesidad de aprobación? Y ¿cuáles son los principales intereses de su hija —desarrollar todo su
potencial arriesgándose a ser una "inadaptada"?
Cuando las hijas me describen el deseo de complacer a sus madres, su tensión es a
menudo palpable. Algunas no han entendido siquiera por qué hay tantas cosas en juego en lo
relativo al seguimiento de las reglas impuestas por las madres. Pero han percibido que la opinión
que la sociedad tiene de sus madres, como una madre, depende de que la hija se comporte del
modo adecuado. Sin importar cuánto podamos despreciar la estrechez de las vidas de nuestras
madres, ¿quién de nosotras quiere soportar la culpa de ser la señal pública de su fracaso?
NO CULPES A MAMA.- 55
Más aún, desde el momento en que la única madre considerada buena es la madre
perfecta, seguir las reglas nunca parece suficiente. Ninguna hija siente que haya hecho todo lo
que la sociedad —a través de su madre— quiere que haga, pues es imposible ser siempre
sustentadora, abnegada, dulce y frágil, y alcanzar todas las otras características de una buena
hija. No es de extrañar que tantas hijas se sientan incapaces de complacer a sus madres.
Como hijas, asumimos que la necesidad de las madres por crear reglas surge de su
naturaleza individual, crítica y controladora; a menudo no reconocemos que las reglas vienen de
una creencia cultural fundamental y que la madre es sólo la transmisora —o que algunas reglas
proceden del intento de las madres de proteger a su hija de las formas de violencia y de acoso
que son tan comunes. Lo que la hija cree ver es una mujer neurótica, constreñida o incluso cruel
que ha generado una serie de prescripciones para atormentarla.
En mi trabajo con mujeres, me encuentro a menudo que la convicción de la hija de que su
madre la desaprueba intransigentemente es, en realidad, una malinterpretación del papel
materno de guardiana de las reglas sociales. Por desgracia, entonces, en lugar de que hijas y
madres se unan y vean que la fuente de sus problemas es el conjunto de modelos culturales
imposibles de alcanzar y luego traten de cambiar esa cultura, la madre queda atrapada en el
intento de producir un espécimen perfecto de hija (por el bien de ambas) y la hija queda atrapada
en el odio a su madre por ser tan irrazonable. Un enorme abismo se abre entre ellas. Una mujer
de 92 años llamada Hetty me dijo que estaba preocupada por el fracaso de su hija, después de
cuarenta años de matrimonio. Dijo:
Le dije que sabía que su marido tenía un carácter horrible y la atacaba sin ninguna
razón. Pero le dije que mi marido era igual y que una mujer tiene que aprender a pasar por
alto esas cosas. Me sentí mal por hacer eso, porque pasar por alto el carácter de mi
marido nunca me ayudó y sabía que no le haría ningún bien a mi hija tampoco.
Un conjunto particularmente engañoso de reglas, incluye las que dictaminan que las niñas
en la adolescencia deben aprender a tener control emocional. Se supone que somos por
naturaleza muy emocionales (en verdad mucho más que los niños en la adolescencia), pero se
nos enseña con cuidado que nuestras emociones no deben interferir con el bienestar de otras
personas. Cuando alcanzamos la juventud, se supone que debemos ser lo suficientemente
emocionales como para satisfacer las necesidades de amor y de apoyo de hombres y niños sin
"sobrecargarlos" con nuestros sentimientos. Se piensa que las mujeres tienen mucha dificultad
para controlar sus sentimientos —aunque una mujer que es reservada a nivel emocional está en
peligro de ser llamada fría y poco femenina. Por lo tanto, se espera que las mujeres sigan en
contacto con sus sentimientos, con el solo propósito de ayudar a los hombres y a los niños.
Madre e hija a veces se desconciertan ante el entusiasmo y la expresividad de la otra,
porque no estamos muy seguras de si es correcto o no. Si nos sentimos demasiado cómodas
permitiendo que nuestros sentimientos fluyan libres cuando estamos la una con la otra, luego
¿esto no hará que sea más fácil equivocarse y ser "inapropiadamente" o "entrometidamente"
expresivas cuando estamos con nuestros hombres y nuestros hijos? Aún más, algunos hombres
consideran una relación estrecha madre-hija como una amenaza a la alianza de sus esposas con
ellos.
NO CULPES A MAMA.- 56
Mamá, la que impone las reglas: Papá, el que es querido
La hija tiende a resentirse con su madre como la mayoría de las personas se resienten
con los que imponen reglas, pero todavía más porque hay más reglas para las hijas que para los
hijos. También la hija se ofende con su madre por ser tan dura con ella —después de todo, papá
no lo es (la advertencia familiar de la madre, "Espera hasta que papá llegue a casa", rara vez se
convierte en verdadero castigo para la conducta que enfadó a la madre. El abuso físico o sexual
de los padres en general se aleja bastante de este tipo de advertencias de la madre). La mayor
indulgencia de papá es en general un efecto colateral de su menor compromiso en la educación
de los niños. Pero todo lo que la hija sabe es que papá la trata mejor. (Por supuesto que lo hace
—¡cuando no tienes la principal responsabilidad por la conducta de alguien, puedes permitirte ser
más blando con la disciplina!) Una mujer de treinta años me dijo hace poco en una entrevista:
Hasta el año pasado, siempre pensé que mi padre me amaba más que mi madre.
La razón por la cual pensaba esto era que él nunca me castigó cuando era niña. De
hecho, cuando mamá me anunciaba castigos, él siempre la persuadía para que fueran
más suaves.
Pero el año pasado, cuando mis hijos tenían cuatro y seis años, de pronto me di
cuenta de que lo mismo estaba sucediendo ahora en mi familia: mi marido me dice que
soy muy buena con los niños, pero eso es sólo su forma de mantenerse alejado del
pesado trabajo de educarlos. Yo tengo que hacerlo. Yo soy siempre la que impongo
disciplina a los niños, y luego cuando el castigo ha terminado, mi marido entra y se los
lleva a tomar helado. Naturalmente, los niños piensan que él es maravilloso y es a mí a la
que temen. ¡Puedes apostar que aprecio mucho más a mi madre ahora que veo como yo
también prefería a mi padre antes que a ella!
Somos tan vulnerables a lo que nuestras madres piensan de nosotras; cuando parecen
tener reservas respecto a nosotras, nos sentimos desoladas, seamos niñas, adolescentes,
jóvenes, maduras o incluso mujeres mayores. El poder de nuestra madre para hacernos sentir
incapaces a menudo nos enfada —podemos llegar a odiarlas por ello. Una vez, en realidad, ella
tuvo un enorme poder sobre nosotras, pudo encerrarnos en nuestras habitaciones o, retirándonos
su amor, asegurarnos que recibíamos poco amor de todos. Cuando tienes seis años, es más
difícil salir de tu casa para buscar un amigo o un pariente que diga que le gusta tu ropa aunque a
tu madre no. Incluso como adultos no podemos escapar y no ver nunca más o no volver a llamar
a nuestras madres —y la mayoría de nosotras no quiere hacerlo—.
NO CULPES A MAMA.- 57
Lo que la mayoría de nosotras quiere no es desterrar a nuestras madres de nuestras
vidas, sino terminar tanto con su poder de hacernos sentir mal como con nuestra culpa por
nuestro poder de hacerlas sentir fracasadas.
Ahora que somos adultas, podemos ver que nuestras madres no fueron las que hicieron
las reglas y las que se encargaron de ponerlas en práctica, y que muchas de las reglas que
hicieron cumplir fueron reglas que constreñían sus propias vidas también. Una de mis alumnas,
que está llegando a los treinta años y se especializa en aconsejar a madres e hijas, dice que
sabía cuando era niña que su madre se sentía atrapada en su papel de esposa-madre-ama de
casa:
Mi madre había sido forzada a abandonar la escuela después del octavo grado,
pues asistir al noveno hubiera significado ir a estudiar a otra ciudad. Su madre le había
dicho que era mucho más trabajo educar a una hija que a un hijo, y ella fue empujada en
gran medida a un tipo de matrimonio de conveniencia con cl único miembro de su iglesia
que estaba en edad de casarse. Luego comenzaron a venir los niños —ocho— y ¡ay!, se
sintió atrapada.
Cuando mi alumna supo muy dentro de sí que su madre se había sentido atrapada siguió
igual resintiéndose con ella por su rígida educación. Sólo cuando comenzó a pensar en lo
limitadas que era las opciones de su madre, empezó a mirarla desde otro punto de vista:
Tanto mi tío como mi padre solían gritarle porque nos vestía a las niñas con
vaqueros en lugar de vestidos. Ella no pensaba que debíamos usar vestidos, excepto para
ir a la iglesia, por lo tanto esa era una de las reglas de feminidad que a menudo
rompíamos. Pero ella tuvo que hacernos seguir muchas reglas, porque lo único que tenía
era ser una madre y no podía soportar tener a mi padre y a mi tío diciéndole siempre que
era un fracaso.
Las hijas deberían entender que la madre se preocupa porque es juzgada por el éxito de
su hija —que en parte depende de su apariencia o su conducta—. La hija, de un modo
comprensible, se resiente por el hecho de que la aceptación de su madre por parte de la
sociedad dependa demasiado de ella. Desde la niñez hemos percibido el miedo que nuestras
madres tenían a revelar sus errores con equivocación por nuestra parte. Cuando comprendemos
que ese sentimiento se origina en el hecho de que la sociedad no aprueba a las llamadas
"madres deficientes", vemos con claridad que nuestros vestidos no son una señal de su fracaso
sino que ella se siente, lógicamente, atemorizada de que alguien piense así.
Jueces de la otra
Parte del proceso de convertirse en mujer significa que se espere que las hijas, como las
madres, asuman el papel de guardianas de las reglas sociales (en general, hechas por los
hombres). En otras palabras, no sólo las madres son las que realizan la supervisión; las hijas se
apresuran a cumplir con las expectativas de la sociedad y comienzan a supervisar la conducta de
sus madres. De este modo, madre e hija comienzan a temerse mutuamente como a sus jueces
más severos.
NO CULPES A MAMA.- 58
Una hija que sorprende a su madre en el incumplimiento de alguna de las exigencias
sociales, a menudo se siente traicionada ("¿por qué tú no cocinas galletas para nuestras fiestas
escolares?") o superior ("Como tú no sabes coser, ¡yo coso todos los botones y los dobladillos en
esta familia!"); nada de esto hace que valore a su madre.
Más aún, cuando una madre limita la exuberancia, la energía y la agresividad de su hija,
sin quererlo transmite el mensaje, "Este aspecto tuyo no es bueno y por eso no lo acepto, no lo
amo o no lo fomento", de ahí la disminución de la autoestima de la hija. Cuando la madre hace
que la hija se sienta mal respecto a sí misma, genera una ola de resentimiento entre ellas.
El problema es cíclico: muchas madres están muy angustiadas por impedir que sus hijas
rompan ciertas normas Porque recuerdan lo infelices que fueron cuando, siendo niñas, las
castigaron por hacerlo. Ashley, 48 años, me describió en una sesión de terapia el efecto que un
incidente de su niñez tuvo en el trato a su hija:
Cuando tenía doce años, una maestra me encontró trepando a un árbol. Con voz
disgustada, me reconvino. “¿No sabes que los niños pueden mirar por debajo de tu
vestido cuando trepas?” No estaba segura por qué era tan espantoso eso, pero me sentí
muy avergonzada. Me hizo sentir como una prostituta.
Cuando mi hija, Janice, comenzó sexto grado, y empezó a desarrollarse
físicamente, me puse muy tensa. Quise protegerla de insinuaciones sexuales como la que
mi maestra me había hecho a mí. Lo que en realidad me molestaba, sin embargo, era que
la única manera en que parecía capaz de hacerlo era imitando a mi maestra. Para mi
horror, me hallé diciendo a Janice cosas como: "No hables tan fuerte", como si estuviera
cometiendo un crimen importante sólo por hacer algo poco femenino. Pero lo estaba
haciendo para protegerla de la desaprobación de otras personas. La tragedia era que, al
hacerlo, la convertía en el blanco de mi desaprobación, y eso probablemente la hería más
que la dureza de los extraños.
Esta era la herencia de nuestras abuelas y nuestras madres. Los libros que leían cuando
criaban a sus hijas, que ahora tienen veinte y treinta años, ofrecían los mismos consejos. Hace
poco, en 1973, en el apogeo del movimiento feminista, en un libro de consejos populares llamado
Mothers and Daughters, la autora Edith Neisser preguntaba: "¿Cuánta ayuda puede ofrecer una
niña?” y daba una respuesta que Sigourney podría haber escrito más de un siglo antes: "Una
madre señala que el mejor aparato para ahorrar trabajo es una hija entre nueve y doce años..."
Neisser trató de hacer que las tareas de la hija parecieran intelectualmente exigentes:
Las pequeñas amas de casa merecen que se les asigne algunos de los trabajos
creativos, así como también los nimios. La niña de nueve años que sueña con una
variación renovadora, aunque de algún modo extraña, del tradicional flan, está sirviendo a
la causa del bienestar de la familia del mismo modo que la niña que friega las ollas, y tiene
la recompensa que viene de la innovación, también.
Muchos años después me di cuenta de que eso era una forma insana de vivir, que era
natural y saludable para mí desear que su padre hiciera las compras y que no era egoísta ni
deficiente por considerar que la responsabilidad total de la vida cotidiana con niños era tan difícil.
El mito de la madre sustentadora causa otro problema con las hijas: sustentar implica
hacer la vida de otra persona mejor —y el poder de las mujeres para hacer esto es muy limitado.
Nuestras madres pueden hablar y escuchar y ofrecernos su amor y su apoyo emocional, pero no
pueden por sí mismas impedir gran parte del daño producto del trato injusto a las niñas y las
mujeres por parte de las instituciones de nuestra sociedad o por parte de los individuos incluso a
menudo, por las madres de nuestro marido. Por desgracia, en lugar de reconocer la
responsabilidad de la cultura por esas limitaciones (y tratar de cambiarlas), actuamos como si
nuestras madres no tuvieran esas limitaciones, y por eso las culpamos por "sus" limitaciones. Por
nuestra parte, como hijas, no podemos deshacer o reparar las muchas fuentes de dolor que
existen en las vidas de nuestras madres. Por esto, madre e hija a menudo se enfrentan
queriendo hacer algo para curar las heridas de la otra, pero sintiéndose frustradas y
avergonzadas por no poder. Y a veces, expresan su frustración y vergüenza bajo la forma de
enfado.
Recurrir a la hija
El mito de la sustentación inagotable puede también alimentar el resentimiento de la
madre por su hija: del mismo modo que todos esperan sustentación de las niñas y las mujeres en
general, una madre espera esta sustentación y apoyo de su hija. Se supone que una madre
prepara a su hija para ser sustentadora, de acuerdo con el mito. Cree en el mito de que una hija
perfecta es la medida de una buena madre: ¿Qué lugar más tentador para comenzar, que entre-
nando a su hija para cuidar a su madre, su compañera más cercana? Este entrenamiento puede
parecer lo correcto. Una hija que cuida bien a su madre estará bien preparada para adaptarse al
ideal: una mujer que puede sustentar a su marido y a sus hijos. Si comienza a sentir en la
infancia o en la adolescencia temprana que este comportamiento es una obligación, mucho mejor
para la sociedad, pues la niña sentirá que "surge naturalmente". Puede incluso sentirse incómoda
o poco natural si se comporta de otro modo.
Leah, una mujer divorciada de 43 años, madre de dos hijos, me dijo en una entrevista que,
después de trabajar en su empleo de nueve a cinco, buscar a sus hijos de la guardería, preparar
la comida y luego pasar una hora de "tiempo cualitativo" con ellos, estaba al borde del colapso:
Tengo un problema de espalda y el dolor empeora cuando he pasado todo el día de
pie. Por la noche, mi encantadora hija de siete años a veces me pregunta si quiero que me
masajee la espalda. Siempre me siento un poco culpable, porque se supone que yo debo
cuidar de ella, pero me siento feliz de que esté aprendiendo a ser buena con otros, y a ella
le gusta ayudarme.
NO CULPES A MAMA.- 63
Esta es una linda historia, mas cuando le preguntamos a Leah si su hijo de nueve años
alguna vez le frota la espalda, nos contestó que a él le encanta jugar con sus amigos y ella no
cree que tenga el derecho de interrumpir ese tiempo de juego. Pese a los cambios que el
movimiento feminista ha provocado, la diferencia en los niveles de bienestar entre tener la ayuda
de una hija y un hijo sigue siendo muy común.
Algunas madres con bebés buscan sustentación al desear que su hijo se porte bien, no
llore, le deje dormir toda la noche, le sonría y sea mimoso. Algunas madres necesitan este apoyo
porque han tenido vidas solitarias, decepcionantes y privadas de otras cosas; esperan, por fin,
obtener algo de afecto, de paz o de ambas cosas. Para otras madres, el deseo de sustentación
surge de las dificultades habituales que la mayoría de las mujeres en nuestra cultura afronta —la
responsabilidad y el aislamiento de la maternidad, las variadas formas de tratamiento sexista a
las que las mujeres están sometidas, etc. — Cualquiera de estas experiencias puede hacer que
las mujeres sientan necesidades intensas de amor y de apoyo.
Cuando la bebé o la niña no hace lo que se espera, la madre que no tiene o no puede
aceptar apoyo de otras personas puede sentirse fracasada y generar un resentimiento duradero
hacia su hija. La pequeña hija de Maggie tenía cólicos, problemas para dormir y no era mimosa
"del modo que esperas que sea un bebé". La madre de Maggie era una mujer alegre, pero no era
tierna ni significaba un apoyo para su hija; su padre era muy formal, distante y preocupado por
sus negocios. Maggie se considera a sí misma como una niña abandonada, que perdió los
fragmentos de afecto paternal que tuvo cuando sus hermanas mellizas menores nacieron. "Su
nacimiento destruyó mi vida", afirma. Sintiéndose abandonada, siempre le faltó confianza en su
capacidad de dar amor a otros.
Maggie nunca quiso un bebé, y ahora tenía una que no sólo requería mucho de ella sino
que parecía no ofrecer afecto a cambio. Fue desolador que su hija Sara no lograra ser tierna y
cariñosa, afirmó Maggie. Aún ahora, ocho años después, aunque Sara ha mostrado que puede
ser tierna y afectuosa, Maggie la trata con frialdad e irritación.
Perdonar a nuestras madres es particularmente difícil cuando no nos sustentan tanto
como queremos porque se dedican a cuidar a nuestros hermanos, nuestros padres y hermanos,
sus jefes masculinos —cualquier hombre— con prioridad. Como explicaré en el Capítulo 5, la
mayoría de nosotras ha sido entrenada para mirar a los hombres como los primeros necesitados
de nuestro cuidado: "Los hombres son como niños. Está perdido cuando no estoy allí para la
cena. No puede abrir una lata de guisantes. Tiene muchos problemas para hacer frente a sus
sentimientos a menos que la ayude." Todos estos comentarios comunes reflejan la creencia
aprendida por las mujeres de que los hombres necesitan nuestra ayuda más que las mujeres y
las niñas, pues es muy probable que ellos puedan abrir latas de guisantes y puedan hacer frente
a sus sentimientos. Pero culpar a la madre por su sexismo aprendido no es más justo ni más útil
que culparla por no entregarse por completo. Al poner su sexismo en acción está haciendo lo que
le enseñaron que estaba bien.
Una vez que las hijas toman conciencia de expectativas diferentes respecto a la
sustentación que las que tuvieron sus madres y sus padres, el enfado contra las madres a
menudo disminuye. No deberíamos desvalorizar la sustentación de nuestros padres (además
alguno de ellos son profundamente afectuosos y sustentadores), sino más bien mostrar el mismo
aprecio por lo que nuestras madres hacen por nosotras.
NO CULPES A MAMA.- 64
Cuando una madre da sólo el noventa por ciento, podemos percibirlo como ochenta por
ciento o como diez por ciento o como nada, porque no era todo lo que esperábamos; así que
abrimos un abismo entre nuestras madres y nosotras; es más, nos cerramos a todo lo bueno que
nuestras madres tienen para ofrecer.
Debido a este doble criterio para juzgar a los padres y a las madres, a menudo nos
concentramos en lo que nuestras madres han fallado, sin considerar por qué pueden haber
fallado. Todas las familias tienen sus propios desafíos. A veces las madres no llegan a satisfacer
las necesidades de sus hijas porque otros miembros de la familia las necesitan dl también. O
una madre puede ser una madre soltera, inmigrante o una de color tratando de hacer frente a las
consecuencias del racismo; puede ser una madre incapacitada, o beneficiaria del seguro social,
una madre que está enferma físicamente o deprimida o ansiosa, una madre que hace ma-
labarismos con un empleo remunerado y el trabajo de la casa, una madre con un compañero
deprimido, alcohólico o déspota, o una madre con muchos niños o con un niño pequeño, enfermo
o discapacitado. Y todas las madres en ocasiones fallan sólo porque son humanas. Si una madre
no juega con sus niños muy a menudo, debe ser considerada como que no juega con ellos todo
lo a menudo que pudiera, en lugar de un fracaso miserable por no alcanzar un patrón imposible
de satisfacer.
Una vez que la madre lleva al bebé a la casa, el gozo de tener a su hijo está limitado por
el mito de la sustentación inagotable; como el patrón determina que se debe estar naturalmente
feliz y serena, cada vez que una madre se siente fatigada o resentida por todo lo que necesita el
bebé, cree que es un fracaso. Los sentimientos de una madre incluyen el entusiasmo, pero
también pánico, miedo, ira y desesperación. A veces las necesidades del bebé parecen inal-
canzables, los significados de sus llantos son poco claros, o necesita algo justo cuando sus
padres están exhaustos o a punto de dejarle por primera vez. Cuando una mujer tiene estos
sentimientos normales, no se siente como una madre natural.
Cuando el hijo crece, la madre continúa preocupándose, sus sentimientos negativos no
desaparecen y nunca siente que sabe de una manera inmediata y natural qué hacer por su hijo.
Cuando no sabe de un modo intuitivo qué necesita su hijo, la madre se siente menos angustiada,
porque después de todo, es un miembro del otro sexo. Cuando se halla perpleja ante qué hacer
por su hija, se siente peor porque cree que no tiene "excusa".
Roxanne, cuya hija tiene ahora cincuenta años, fue enfermera de cirugía antes de
casarse. Ella recordaba intensamente, como la mayoría ele las madres incluso décadas después,
cómo sintió su maternidad:
¿Tal vez pensabas que la combinación de ser mujer y de haber sido enfermera
durante ocho años antes de que mi hija naciera me convertía en una madre perfecta? ¡No
tuve esa suerte! Cuando lloraba, no sólo sentía pena por ella porque no sabía cómo
ayudarla, sino que me sentía avergonzada porque toda esa comprensión de mi bebé no
surgía de un modo natural. Me sentía avergonzada de contarle a alguien lo poco que
pensaba que estaba haciendo bien con mi hija.
Cuando la niña tenía seis semanas, Roxanne la dejó con una niñera por primera vez y fue
a su club de bridge. Dos miembros de su club tenían bebés un poco mayores, por lo tanto
Roxanne esperaba que ellas pudieran darle algún buen consejo:
Describí los gritos incesantes que mi hija había dado la tarde anterior. Las otras
madres dijeron que sus bebés no hacían eso, y una explicó, "Cuando mi bebé llora, puedo
determinar siempre si tiene hambre o si necesita que le cambie el pañal." Me sentí
mortificada. ¡Me sentí tan incapacitada!
Ni Roxanne, ni su compañera de bridge se dieron cuenta de que para ninguna mujer los
conocimientos necesarios para la crianza de un bebé surgen naturalmente. Las comedias de
televisión muestran que las madres conocen todas las respuestas y consiguen el equilibrio
perfecto entre animar la autonomía de los niños y establecer límites, entre amarlos y dejarlos ir.
Si las madres pueden ser tan sabias, la hija se pregunta, ¿por qué no la mía? ¿Por qué a me-
nudo ella se equivoca? ¿Por qué me vuelve loca? Cuando las hijas crecen, sintiéndose infelices o
confusas o asustadas, a menudo culpan a las madres, que se suponía debían protegerlas del
dolor y enseñarles cómo ser felices.
¿Cómo crea este mito una barrera entre madres e hijas? En el nivel mis simple, una hija
es capaz de resentirse porque su madre no puede hacer todo bien, porque no siempre sabe de
un modo instintivo lo que ella quiere, y porque no siempre es la madre perfecta. Después de todo,
cómo la hija va a saber que su madre no es peor que otras, si la mayoría de las madres tratan
esforzadamente de ocultar sus debilidades. Y por su parte, una madre se resiente porque su hija
tiene necesidades que no puede satisfacer, porque esto muestra que no es por naturaleza una
madre maravillosa.
Precisamente como se supone que la sabiduría maternal viene de un modo natural, pocas
madres dicen a sus hijos lo difícil que puede resultar. Esto me ha preocupado durante muchos
años —desde que tuve hijos— y me he tomado la molestia de decir a mis hijos que no siempre
sé qué está bien y que no siempre sé qué hacer por ellos. Aún así, se sorprenden cada vez que
digo, "Bueno, en verdad me he hecho un lío. Tomé la decisión incorrecta en esto." En una cultura
en la que se subestima la maternidad, es poco probable que otra persona excepto la madre
enseñe a los hijos cuánto esfuerzo e incertidumbre implica su tarea. Por eso tanto las hijas como
los hijos crecen pensando que ser madre es algo supuestamente fácil. No vemos su lucha, sus
imperfecciones y sus incertidumbres humanas; sólo vemos a una mujer que no se ajusta al
modelo de madre abnegada, serena y sabia. Y a menudo, tomamos a mal que ella haya
fracasado.
Como hijas adultas, cuando nuestras madres no tienen todas las respuestas, cuando no
pueden hacer las cosas "mejor", sentimos vergüenza porque son incapaces o creemos que
sabían qué hacer pero nos decepcionaron por no hacerlo por nosotros. Una hija llamada Cyndi
describió su experiencia:
Cuando mis hijos tenían tres y cuatro años, mi ex jefe me ofreció devolverme mi
antiguo trabajo. Me emocionó —pero como era un trabajo de tiempo completo, iba a
significar llevar a mis hijos en una guardería. Le pregunté a mi madre lo que pensaba, y
quería con desesperación que ella me indicara cuál era la decisión correcta. Ella dijo,
"Serás más feliz si trabajas, y eso sería bueno para los niños. Pero puedes perder muchos
momentos importantes con ellos si estás fuera de casa ocho horas cada día."
Sólo me presentó los pros y los contras pero no me dijo qué hacer. Yo estaba
furiosa con ella. Pero luego me di cuenta de que no estaba enfadada con mi esposo
NO CULPES A MAMA.- 67
porque se había negado a tomar la decisión por mí. Como ella era mi madre esperaba que
ella supiera qué era lo correcto.
El mensaje de que "las mujeres no se enfadan" ayuda a afianzar la idea de que nosotras,
las mujeres, sustentaremos a otros: mostrar enfado no sirve de apoyo. Y como con las otras
reglas sociales, la madre es la que enseña a la hija a reprimir el enfado. Algunas veces lo hace
como una orden explícita: "No te enfades. Las niñas buenas no se enfadan." A veces transmiten
su mensaje a través del elogio —diciendo a una hija que es maravillosa porque se queda en casa
en lugar de ir a una fiesta, sin quejarse, para cuidar a su hermano menor. Nietzsche escribió que
"Un elogio es más impertinente que un reproche", y que ciertamente podemos aplicar a la
relación madre-hija: aunque el elogio de la madre pueda hacer sentir bien a su hija, la irrita al
mismo tiempo porque lo obtuvo aceptando límites a su libertad.
Si bien una hija puede sentirse una verdadera mujer por no enfadarse y por concentrarse
en las necesidades de otras personas, es probable que se resienta porque su madre le quite la
capacidad de defenderse y protegerse a través del enfado cuando es necesario. El conflicto entre
mantener su integridad expresando un enfado justificado y protector y conservar la aprobación de
su madre divide a la hija.
Precisamente porque el enfado ha sido tan prohibido en las mujeres, a menudo se vuelve
el centro doloroso de las relaciones madre-hija. Discutir con tu madre por ropas o cortes de
cabello es una parte difícil pero esperada de tus interacciones con ella; la relación se vuelve muy
dolorosa cuando se carga de un intenso enfado que no se supone que exista en absoluto. Por lo
tanto madre e hija comienzan a sentir el dolor por la presencia de sentimientos hostiles entre
ellas; luego tienen que enfrentarse al problema secundario de conocer que estos sentimientos
están prohibidos.
A la madre le preocupa que una hija que no aprende a reprimir su enfado se convierta en
signo de que la madre es un fracaso y de que la hija no haga las cosas bien en el mundo. Una
madre que ha pasado muchos años reprimiendo su propio enfado se sentirá muy intranquila al
ver que su hija lucha por controlar sentimientos similares; la expresión de enfado de la hija induce
a la madre a expresar su propio enfado.
NO CULPES A MAMA.- 68
Por desgracia, deseamos alejarnos de quien logra obtener nuestros sentimientos
prohibidos; tememos que saquen fuera lo peor de nosotros. Una madre de mediana edad
llamada Judith dijo en una de mis clases:
Durante el primer año después que mi hija se separó de su marido, no pude
soportar estar cerca de ella, porque estaba muy cargada de hostilidad. Creía que ella tenía
el derecho de estar furiosa con él, porque le había sido infiel varias veces, pero no sentía
estar cerca de ella. Una razón era que me volvía más irritable con mi marido cada vez que
veía a mi hija. Simplemente me enfadaba mucho por algunas de las cosas que los
hombres hacen a las mujeres, y eso hacía más difícil para mí ignorar la falta de afecto de
mi marido hacia mí.
Cuando, como resulta inevitable en toda relación, el enfado surge entre madre e hija,
ambas tratan de entender por qué no están cumpliendo con el ideal. Cada una puede culparse a
sí misma o puede culpar a la otra. Ninguna de las dos es una alternativa atractiva y ambas están
mal encaminadas, pues el problema quizá no viene de dentro de ellas; es arrojado sobre ellas por
la sociedad. Cuando sentimos que tenemos que reprimir cualquier sentimiento por otra persona,
el tiempo que pasamos juntos es tirante. Pero la tensión en sí misma es inconsecuente con la
visión popular de la pareja ideal madre-hija. La hija de una típica pareja madre-hija asistió a una
de mis conferencias públicas y describió esta experiencia:
La primera vez que vine a casa de visita desde la universidad —para Navidad—
tanto mamá como yo esperábamos que las cosas se desarrollaran sin tropiezos.
Habíamos peleado como el perro y el gato durante mi último año de escuela secundaria,
pero las dos le echábamos la culpa a nuestra tristeza porque iba a irme de casa. Ahora
que vivía en otro estado, las dos supusimos que nuestra etapa combativa había termi-
nado.
¡Para nada! Nos peleamos de un modo horrible en esa primera visita, y nos
turnamos para culparnos de todo lo que pasó y para sentirnos culpables nosotras mismas.
Fue tan malo que no intenté ir de visita a mi casa hasta finales de agosto, cuando mi
trabajo de verano terminó. ¡Ella no me pidió que la visitara antes!
Cuando aprendemos a reprimir una emoción, sentimos con intensidad que si alguna vez lo
expresamos, algún desastre nos caerá encima. En el caso del enfado de las mujeres, no sólo
tememos ser consideradas poco femeninas si expresamos ese sentimiento sino que creemos
que nuestro enfado es destructivo: después de todo, si nuestras madres no pueden aceptar
nuestro enfado, entonces ¡qué peligroso debe ser!
Antes en este capítulo, mencioné que madre e hija temen que expresar afecto hacia la
otra haga más difícil reprimir esos sentimientos en presencia de hombres, y que ellos puedan
considerarlas como "excesivamente emocionales" o que puedan sentirse celosos ante nuestra
proximidad. El enfado madre-hija pone en peligro nuestras relaciones con los hombres en, al
menos, dos formas:
1. Muchas veces un hombre no puede soportar ver a una mujer enfadada, incluso
si no es él el motivo de su enfado, porque esto choca con su ideal de feminidad.
NO CULPES A MAMA.- 69
2. Una vez que la madre y la hija se enfadan, esa energía puede volverse en contra
de los hombres que las tratan mal; por eso, para muchos hombres, la presencia de una
mujer que esté enfadada por cualquier razón les recuerda lo precaria que su posición
sería si ese enfado se dirigiera a ellos.
Las mujeres sienten la molestia que su enfado genera en la mayoría de los hombres (esa
es una razón por la cual las mujeres sonríen tanto, incluso cuando no están contentas), por eso
las mujeres que quieren tener relaciones íntimas con hombres pueden expresar temor por el en-
fado que sienten por sus madres. Dana, 31 años, pensaba de ese modo, y en su caso para nada
atípico, veía dos peligros: que su marido se sintiera incómodo por su enfado contra su madre y
que su marido y su madre se unieran contra ella.
Cuando mi esposo y yo nos comprometimos, odiaba que nos viera a mi madre y a
mí juntas, pero me llevó un tiempo entender por qué. Finalmente comprendí que, cuando
él estaba a mi lado, ella tenía tantas ganas de que nos casáramos que se unía a él,
aceptaba todo lo que él decía, me hacía servirle cuando estábamos a la mesa y hacía una
representación mayor de lo habitual para servir a mi padre en todas las formas posibles.
Yo me sentía furiosa con ella por ser tan servil, y sólo hace poco he comenzado a
perdonarla, porque ahora entiendo que sólo estaba haciendo lo que le habían enseñado
que una buena mujer debía hacer.
Pero parte de mi enfado con mamá se debía a que yo no quería servir a mi marido
de pies y manos, y cuando nos comprometimos él estaba justamente esperando que yo
hiciera eso. Y ahí estaba mamá, haciendo lo que George quería que yo hiciera, pero de lo
que yo estaba tratando de escapar. Era bastante complicado, porque yo quería que tanto
mamá como George me amaran, pero pienso que sentía que estaban de algún modo
unidos el uno al otro contra mí. Y cuando los tres estábamos en la misma habitación, me
irritaba con mamá y luego George me decía que no debía enfadarme tanto con ella. Por
supuesto, él decía esto en parte porque, de un modo gracioso, ella y él estaban del mismo
lado. Si hubiera sido capaz de descifrar por qué estaba tan enfadada, habría desvanecido
sus esperanzas de tener una esposa obediente.
Para mantener una perspectiva apropiada, debemos comprender que la hostilidad entre
madres e hijas a menudo se exagera. De hecho, la investigación más reciente ha mostrado que
en la adolescencia temprana la mayor disminución en la hostilidad padre-hijo, en general, se
produce en la relación madre-hija, e incluso antes de esa disminución, la mayoría de estas
relaciones son descritas como "menos positivas" en lugar de francamente negativas. La inves-
tigación también muestra que las hijas adolescentes tienden a confiar "mucho" en sus madres y
poco o nada en sus padres. La hostilidad madre-hija a menudo se exagera porque hasta un poco
de lo que está prohibido tiene una gran importancia.
NO CULPES A MAMA.- 70
¿Adónde vamos desde aquí?
Reconocer los mitos referidos a madres e hijas, y las muchas formas que asumen en
nuestra cultura cotidiana, es esencial para mejorar nuestras relaciones. Para la mayoría de las
mujeres, entender que nuestras madres fueron vehículos involuntarios que transportaron mitos
culturales a nuestros corazones y mentes es mucho mejor y más poderoso que creer que
nuestras madres de un modo consciente, voluntario, como individuos no afectados por las
presiones sociales, decidieron imponernos los mitos. ¿Qué madre enseñaría por su voluntad a su
hija estos métodos de autodestrucción? Y ¿qué mujer querría tener que responder ante su hija
por haber hecho eso? Sin embargo, muchas madres han sido transmisoras de mitos. El hecho de
que transmitan estos mitos demuestra el poder de la presión social en una cultura que mantiene
a las madres bajo su yugo. (Aun cuando las madres sólo transmiten una parte de los mitos, a
menudo son acusadas de transmitirlos por completo.)
Ver cómo funciona este proceso nos hace más fácil convertirnos en aliadas, rechazar el
ser empujadas la una contra la otra. Cuando vemos que el precio de la aceptación de la sociedad
es nuestra disposición para volvernos en contra y culpar a nuestras madres, es poco probable
que decidamos pagarlo.
La larga historia y el poder de los mitos los hacen difícil de superar. Sin embargo, madres
e hijas se sienten animadas a hacer el esfuerzo cuando comienzan a ver la diferencia que se
produce en la relación. Una pareja madre-hija, Lydia y Shelley, que aprendieron cómo el mito del
sustento inagotable creaba una barrera entre ellas, me escribieron en forma conjunta una carta
en la que decían:
NO CULPES A MAMA.- 71
Cada una de nosotras había sentido que la otra esperaba demasiado, pero no nos
habíamos dado cuenta de que nosotras mismas también habíamos cometido ese error.
Ahora cuando cualquiera de nosotras siente que la otra la ha decepcionado, nos
detenemos a preguntarnos a nosotras mismas —y luego a la otra—: "¿Estaba esperando
otra vez tu aprobación total?" Y, en general, es verdad.
Sólo formular la pregunta resuelve la mayoría de los problemas, porque cuando lo
pones de ese modo te das cuenta de lo poco realistas que son las expectativas. Además,
ambas somos adultas ahora y en realidad no necesitamos la aprobación total de nadie.
Pero, de algún modo, ser capaz de decir, "Quería tu apoyo al cien por cien", mejora las
cosas. Por un lado, la otra persona puede decirte que en verdad te apoya de un modo
sincero, aunque estés muy insegura para darte cuenta. O puede decirle qué prejuicios
tiene respecto de tu amante o tu vestido o tu trabajo y puedes sacar todo fuera. Conocer
las preocupaciones de la otra persona es siempre mejor que sólo sentir que ella no te está
dando todo.
Otro ejemplo de una madre y una hija a las que el examen de un mito ayudó a eliminar
una barrera es el de Stephanie, de 37 años, y su madre, Ruth. Stephanie me contó una
conversación en la cual las dos hablaron de su miedo al enfado:
Cuando le dije a mi madre que estaba por terminar con mi carrera como ama de
casa todo el día y que iba a trabajar como investigadora de mercado, se volvió muy fría
conmigo. De hecho, parecía estar furiosa. Por lo tanto, durante los primeros seis meses de
trabajo, nunca hablé con ella al respecto. Finalmente, me preguntó cómo andaban las
cosas en el trabajo, pero yo tenía tanto miedo a su enfado que me quedé muda. Entonces
se enfadó porque no le respondía. Todo lo que logré decir en ese momento fue: "¡Pienso
que en realidad no quieres escuchar!"
Se quedó atónita. "¿De dónde has sacado esa idea?", me preguntó. Le dije que
había pasado los últimos seis meses pensando que ella estaba enfadada conmigo por
haber conseguido un empleo y por no estar en casa cuando los niños volvían de la
escuela. Entonces, pareció muy aliviada y me explicó que lo que yo había interpretado
como enfado conmigo, en realidad era enfado por el tiempo que ella había perdido en
buscar empleo cuando mi hermano mellizo y yo entramos en la escuela secundaria. Papá
no quería que ella trabajara, por eso esperó hasta que entramos en la universidad y
cuando por fin comenzó a trabajar pasó los momentos más felices de su vida. Siempre se
había sentido amargada por los cuatro años que había pasado sentada en mi casa,
mientras mi hermano y yo estábamos en la escuela y en actividades extraescolares, papá
estaba en el trabajo, y ella sin hacer nada excepto obras de caridad de las que no
disfrutaba y sintiéndose inútil.
Cuando Stephanie y Ruth hablaron, se dieron cuenta de que Stephanie había sentido que
el enfado de su madre hacia ella era completamente desolador. Ruth no había tenido ni idea de
que Stephanie pensaba que estaba enfadada con ella (cuando en realidad estaba enfadada con
su propia historia), ni de que a Stephanie le importaba mucho que estuviera enfadada. Hablar de
la inaceptabilidad del enfado de las mujeres en general y del miedo particular de Stephanie al
enfado de su madre, eliminó el poder del mito.
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Lo que madres e hijas en estos dos ejemplos fueron capaces de hacer fue legitimar la
humanidad básica de las mujeres. Lo hacemos creyendo —y ayudando a otras personas a ver—
que nadie puede ser una madre perfecta, que incluso los hijos de madres maravillosas pueden
salir mal, que nadie puede ser una fuente inagotable de sustento y que madres e hijas pueden
tener toda una gama de sentimientos, incluyendo el enfado. El movimiento feminista ha ayudado
a realizar parte de esta educación, por un lado mostrando a las mujeres la injusticia y la
imposibilidad de vivir de acuerdo con los estereotipos femeninos tradicionales y por otro
mostrándonos que tenemos legítimas razones para estar deprimidas y enfadadas. Pues, aunque
muchas de nosotras nos sentimos ahora menos avergonzadas y ponemos menos excusas
cuando estamos enfadadas o tenemos algún otro tipo de imperfección, reduciendo el tabú contra
el enfado de las mujeres y reduciendo los requisitos de perfección en las mujeres en general, no
hemos necesariamente suprimido nuestros puntos de vista respecto de las madres o debilitado el
tabú contra el enfado hacia o de nuestras madres. La visión idealizada del amor perfecto y puro
que se supone debemos tener por nuestras madres, más el precepto de honrarlas, se combinan
con la apreciación genuina de lo que han hecho por nosotras, y todo eso hace que nos sintamos
terriblemente culpables cuando nos enfadamos con ellas. A la inversa, la visión idealizada de
cómo se supone que las madres deben actuar -más el precepto que establece que deben ser
siempre perfectas, amorosas y gentiles-hace que se sientan muy culpables respecto a lo que
consideran como su "fracaso".
Contrastar las expectativas relacionadas con la madre t y las relacionadas con el padre
puede ayudar a las hijas que quieren tener una perspectiva más realista. La mayoría de las hijas
reconoce que esperaban más sustento y apoyo, mejores consejos, y menos enfado de sus
madres que de sus padres. Nuestras relaciones madre-hija pueden mejorarse cuando ambas
reconozcamos la injusticia de esta disparidad y modifiquemos nuestras expectativas de acuerdo
con eso. (El doble criterio en las expectativas se discute en el Capítulo 5.)
Como si los mitos de la Madre Perfecta no causaran suficientes problemas a madres e
hijas, están también los mitos de la Madre Mala, que son el tema del siguiente capítulo y que
también necesitan ser comprendidos para eliminar las barreras entre madres e hijas.
MIENTRAS LOS MITOS de la Madre Perfecta establecen patrones que no todas las
mujeres pueden satisfacer, los mitos de la Madre Mala hacen que el comportamiento ordinario de
las madres parezca peor de lo que es en realidad. Con la ayuda de los mitos de la Madre Mala,
exageramos las faltas reales de nuestras madres y transformamos sus características normales o
no-demasiado-malas en monstruosidades.
No hay dudas de que hay otros, pero los cinco mitos de la Madre Mala más importantes
son:
• Mito Cinco: Las madres son inferiores a los padres.
• Mito Seis: Las madres necesitan el consejo de los expertos para criar niños saludables.
• Mito Siete: Las madres son pozos sin fondo de necesidades.
• Mito Ocho: La proximidad madre-hija no es saludable
• Mito Nueve: Las madres son peligrosas cuando tienen poder.
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Mito Cinco: Las madres son inferiores a los padres
El mito de que las madres son inferiores a los padres es quizás el más extendido de todos
los mitos referidos a las madres. En el Capítulo 4, vimos cómo, porque tenemos expectativas
más elevadas respecto a las madres que a los padres, somos proclives a criticar a nuestras
madres por no ser perfectas pero apreciamos a nuestros padres por sólo intentarlo. El mito de la
inferioridad de las madres toma muchas otras formas también. Por ejemplo, aunque el trabajo
tradicional de la madre —criar a los niños, limpiar la casa, cocinar y supervisar la dinámica de la
familia— no recibe paga y no es apreciado, el principal trabajo tradicionalmente del padre es
ganar el pan, que por definición es un trabajo remunerado. (Como mencioné antes, el respeto y la
honra de su familia que se supone compensan a la madre por su falta de remuneración rara vez
se manifiestan.)
El mito de la inferioridad de la madre lleva a las mujeres a ser el blanco de la conducta
violenta de sus esposos o sus hijos mayores con mucha más frecuencia que los hombres de los
ataques de sus esposas o hijos. Más aún, se presume que las mujeres víctimas se han "infligido
la violencia a ellas mismas", mientras que los hombres-víctimas se consideran blancos
inmerecidos, dignos de nuestra simpatía.
Las ironías implicadas en el mito de que las madres necesitan el consejo de expertos para
criar niños son muchas. Ante todo, como vimos en el Capítulo 4, la mayoría de los profesionales
honestos reconocen con libertad que la conducta humana es compleja y que en general no
pueden explicar por qué un niño de un hogar con problemas puede salir bien, pero un niño que
parece tenerlo todo puede convertirse en un criminal.
En segundo lugar, coexistiendo con y contradiciendo al mito de que sólo los expertos
conocen las respuestas, está el mito de que las madres saben por naturaleza cómo criar niños
(Capítulo 4). La verdad es que ni los expertos ni las madres saben tanto como desean; en gran
medida, todos nosotros lo hacemos a la fuerza y tratamos de aprender de la experiencia lo más
rápido posible. Pero la proliferación de los llamados expertos en educación infantil fomenta el
mito de la Madre Mala, porque hace sentir inseguras a las madres (esto es, a la mayoría de las
madres), les hace creer que sólo los expertos saben lo que es correcto.
Irónicamente, muchos auténticos errores que las madres cometen están basados en los
malos consejos dados por "expertos" o en sus intentos mal encaminados de seguir ese consejo.
Sin embargo no escasean los expertos deseosos de condenar cualquier cosa que hagan las
madres y estas a menudo se sienten muy deficientes. Contaminadas por expectativas demasiado
elevadas y/o tratando de seguir el consejo del "experto", las madres han desarrollado una
ansiedad y una culpabilidad exageradas. Los niños resultan perjudicados por la ansiedad y la
culpabilidad de sus padres —ese es uno de los pocos principios en los cuales los profesionales
de la salud están de acuerdo. Las madres se vuelven ansiosas en relación con sus hijos: en lugar
de confiar en sus instintos y percepciones, se preocupan constantemente en si están haciendo lo
correcto o no. Pero las madres no pueden con legitimidad ser consideradas las únicas
responsables por este daño, pues ellas no establecen los patrones inalcanzables. Ronni es una
madre de 31 años que me contó esta historia:
NO CULPES A MAMA.- 80
Cuando mis hijos tenían tres y cinco años, su padre y yo nos separamos, y él no
fue muy bueno en lo referido a visitas o llamadas regulares. Mi pediatra dijo que debía
explicar a los niños que "papá realmente os quiere mucho, aunque no llame", para que
ellos no se sintieran rechazados por él. Pero mi psiquiatra me dijo: "Tu ex marido es muy
egocéntrico, y realmente no ama a nadie excepto a sí mismo. No le digas a los niños que
papá les quiere mucho, porque eso es enseñarles que amar no requiere ninguna muestra
de preocupación por los que uno ama." Me sentí muy confundida porque los dos tenían
razón. Por lo tanto estaba nerviosa todo el tiempo. No sabía cómo hacer frente a la situa-
ción y los niños estaban pasándolo mal por mi ansiedad. La de cinco años decidió que
tenía que cuidarme a mí y seguía preguntándome qué podía hacer para animarme. El de
tres años se convirtió en un verdadero problema de conducta, porque detectaba mi
ansiedad, creo.
La creencia de que sólo los expertos saben la forma correcta de educar niños perjudica
las relaciones madre-hija porque alimenta la creencia de la hija en la incapacidad de su madre.
(Hace lo mismo con los hijos: este mito se aplica tanto a las relaciones madre-hija como a las
madre-hijo). El temor de las mujeres a no ser por naturaleza madres perfectas les impide
compartir con sus hijas sus incertidumbres y su confusión, como vimos antes. De esto resulta que
muchas hijas observan las imperfecciones de sus madres y vean en ella a una mujer que no tuvo
éxito al seguir el consejo de los expertos, en lugar de entender su confusión, su lucha y sus
buenas intenciones. Algunas hijas adultas, a las que no les fue tan bien en la escuela como ahora
piensan que les podría haber ido, me han dicho que consideran a sus madres responsables por
no "hacerme observar las reglas". "Debería haber manifestado un amor más duro", dijo una.
Otras han dicho que sus madres deberían haber seguido el consejo de los expertos y haber
puesto la responsabilidad del trabajo escolar sobre los hombros de los adolescentes. Muchas
mujeres aprendieron a valorar a sus madres más, una vez que ellas mismas tuvieron hijos, a
través de su propia experiencia comprendieron no sólo lo difícil, sino lo imposible que es saber lo
que está bien.
El dolor de las madres que perciben que no están alcanzando buenos resultados en la
educación de sus hijos aumenta al no compartir sobre sus "fracasos" con otras personas. A
cuenta de esto, rara vez las madres han tenido la oportunidad de saber que todas están en el
mismo carro, aterradas ante la posibilidad del fracaso pero bastante convencidas de que eso es
lo que tenían que hacer.
Las hijas no deberían esperar hasta dar a luz para comenzar a entender la frustración de
sus madres frente al mito de que sólo los expertos saben qué hacer. Darse cuenta de lo
poderoso que es el mito, de lo confuso que el consejo del experto puede ser y de lo esforzado del
trabajo de nuestras madres, que tratan de atravesar esa ciénaga, puede acercarnos mucho a la
comprensión y el aprecio.
NO CULPES A MAMA.- 81
Mito Siete: Las madres (y las hijas) son pozos sin fondo de necesidades
"¿Qué quiere ella de mí?"
—Numerosos hombres,
respecto de sus esposas,
a través de los años.
Muchas historias e imágenes promueven el mito de que las mujeres tienen necesidades
emocionales inalcanzables y realizan incesantes demandas a otras personas. Las madres, el
mito nos haría creer, extraen de todo el que está a su alrededor el amor, la autonomía y el
respeto. Conocemos los cuentos de la mujer bruja, hechicera, Circe, Escila y Caribdis, y
Cleopatra; el temor de verse haciendo frente a demandas inalcanzables ya lo encontramos en la
Biblia, como en el caso del Eclesiástico: "Y encuentro aún más amargo que la muerte a la mujer,
cuyo corazón seduce y atrapa." Más cerca de nuestros días, Freud escribió que las hijas sienten
una intensa hostilidad hacia sus madres por no satisfacer (como nadie puede) sus necesidades
"insaciables" e "inmoderadas".
Muchos de los problemas en las relaciones humanas se achacan por rutina a la
supuestamente inalcanzable necesidad de afecto de las mujeres. De hecho, las mujeres culpan a
su propia "necesidad" por causar problemas. Rosalie dice esto al referirse a la relación con su
marido:
Sam siempre quiere que sea compasiva y que le sirva de apoyo cuando él está
deprimido, pero cuando yo necesito un poco de compasión y de apoyo, levanta sus manos
y dice: "¿Qué quieres de mí? ¡Nunca nada es suficiente para ti! ¡Nadie puede satisfacer
tus deseos!"
Como los hombres crecen inmersos en el mito de la necesidad de las mujeres y también
se entrenan para ser inexpresivos, a muchos de ellos les preocupa no ser capaces de responder
con amabilidad a la protección que les brinda una mujer (o pueden sentir que no es masculino
hacer eso). Les preocupa, también, porque si no pueden responder de un modo adecuado, ella
los rechace o los abandone. En lugar de reconocer el miedo a su propia incapacidad, muchos
hombres declaran que las necesidades de las mujeres son inalcanzables, perpetuando así el
mito.
Un marido que teme perder a su esposa por su incapacidad emocional a menudo hará
frente a esta situación reclamando interminables demostraciones de lealtad, compromiso y
seguridad por parte de su esposa. Sin embargo la mujer que responde dándole al hombre todo lo
que tiene, es vulnerable a las críticas. Se la cataloga de mujer/madre absorbente, asfixiante, que
abruma a los hombres y a los niños con amor y sustentación mucho más de la que necesitan; la
"seductora" que usa su afecto y su sexualidad para controlar y manejar a hombres y niños. Y
como las niñas y las mujeres absorben las actitudes de los hombres, en parte como una forma de
complacerlos, se ven a sí mismas como lo hacen ellos. Esto refuerza la creencia de que sus
propias necesidades (y las de las otras niñas y mujeres) son exageradas.
NO CULPES A MAMA.- 82
Las necesidades femeninas pueden parecer exageradas por otras razones. En general,
las mujeres son educadas para ser más expresivas que los hombres; nosotras mostramos lo que
queremos así como lo que tenemos para dar. Las necesidades masculinas tienden a ser mejor
enmascaradas —y a menudo son percibidas por una mujer (madre, esposa, hija, novia) aún
antes de que el hombre sepa que las tiene. Marnie, una mujer recién casada, me dijo:
Apenas atraviesa la puerta después del trabajo, mi esposo Bart espera que yo sepa
si él necesita hablar o estar solo. Pero cuando le digo que me siento triste porque no se
interesa por cómo me siento yo después de un día en la oficina, dice: "¡.Cómo se supone
que sepa cómo te sientes si no me lo dices?" Más cuando le digo que he tenido un día
difícil me dice que yo no debería atormentarle "mostrando mis emociones por todas
partes."
Las mujeres han sido alentadas a parecer inútiles, necesitadas y dependientes, para
resultar atractivas y poco amenazantes a los hombres. Esto funciona para muchos hombres —
hasta que la necesidad de las mujeres comienza a ponerlos furiosos. Como escribió Suzette en
una carta:
A Allen le encanta sentirse fuerte y protector cuando estallo en lágrimas. Pero
siento que él se permite treinta segundos de compasión y luego espera que deje de llorar.
Si no lo hago, me regaña y se enfurece porque soy un "bebé grande".
Todo momento en que una hija da su protección no la está recibiendo, y esto puede
llevarla a sentir que sus propias necesidades son inalcanzables. Entonces se convierte en madre
de sí misma y luego se supone que debe dar a su bebé la protección que siente que nunca tuvo.
Es como pedirle a una mujer hambrienta que sirva un festín. La hija considera a su madre
responsable por su fracaso.
Además, la presencia de un bebé niña de un modo consciente o inconsciente le trae a la
mente los recuerdos de sus sentimientos infantiles, de modo que su soledad resurge en el mismo
momento en que está tratando de asumir la responsabilidad de su recién nacida. Con esta
combinación de sentimientos puede resultar difícil relajarse y amar a un bebé. Si no se protege lo
suficiente a ese bebé, el ciclo se perpetúa. Una mujer tras otra crecen sintiendo que nunca van a
ser amadas.
Si madre e hija entienden por qué las necesidades de cada una parecen ilimitadas, no se
alejarán por este temor. Pero cuando madres e hijas creen en el mito de la necesidad ilimitada de
las mujeres, se crea una barrera entre ellas; cada una se siente aterrorizada ante la posibilidad
de ser absorbida y utilizada por la otra; y es probable que malinterprete alguna necesidad de la
otra como una necesidad sin límites. Diane y Marie, una madre y una hija que entrevisté,
describieron la forma en que esta dinámica aparecía en sus relaciones:
Diane: Cuando Marie tenía quince años y su primer novio real rompió con ella,
pensé que nunca iba a dejar de llorar. Al principio, la abracé y le di palmaditas en la
espalda, pero después de una hora ella todavía seguía llorando. Me sentí tan inútil. No
sabía qué hacer. Parecía necesitar mucho más de lo que yo le podía dar. Pero ella
siempre había sido así, me necesitaba mucho y yo nunca sentí que cumpliera con mi
deber. A veces, corría a mi habitación y cerraba la puerca. No podía soportar verla cuando
estaba muy necesitada.
Marie: Yo sentía lo mismo respecto a ella. Una noche cuando tenía
aproximadamente siete años, vi a mamá apoyada en papá y llorando. Estaba diciendo:
“Soy una persona miserable, infeliz.” No sé por qué estaba tan deprimida, y ella no me
había pedido ayuda. Pero siempre estaba comentando la gran ayuda que yo significaba
para ella, lo afectuosa y sensible que era y sentía que debía haber sido capaz de hacerla
feliz.
NO CULPES A MAMA.- 85
Tanto Diane como Marie cayeron en la trampa común de creer que tenemos que hacer
algo cuando alguien cercano a nosotras está deprimido. A menudo, sin embargo, lo mejor es sólo
estar presente y escuchar, o esperar de un modo comprensivo y cariñoso. Nos sentimos inútiles
si creemos que debemos ser capaces de desvanecer su dolor. Marie tenía una carga añadida:
nadie, tampoco su madre, le había enseñado que no se supone que los niños sean capaces de
resolver los problemas de los adultos.
Por desgracia, nadie le aseguró a esta madre que su reacción era una respuesta humana
normal ante la separación de un ser querido, no un signo de "demasiada" proximidad.
De manera similar, la madre cuyo niño llora el primer día de escuela, recuerda su propia
tristeza y cree que está repitiendo los errores de su madre: "Si mi madre sólo me hubiera hecho
más independiente", piensa, "sabría cómo hacerlo con mi hijo." Por eso culpa a su madre y se
culpa a sí misma.
Pero este pensamiento es destructivo porque gran parte del comportamiento de las
madres y los niños está dentro de la gama de lo normal, aunque no lo creamos. La tristeza por la
separación el primer día de clase o en un campamento es en general signo de una relación
madre-hijo cariñosa y valiosa, la seguridad que procede de sentir que puedes recurrir a tu madre
y un sano temor a lo desconocido. Qué diferentes nos sentiríamos si viviéramos en una sociedad
que, al ver a un niño llorando el primer día de clase, nos alentara a pensar: "¡Qué triste para el
niño y para la madre —pero qué encantador que se preocupen lo suficiente el uno por el otro y
que les resulte difícil separarse! ¿Realmente creemos que la tristeza por la separación madre-hijo
es patológica, mientras que la tristeza por la pérdida de un cónyuge es normal?
Pese a la falta de racionalidad de los términos "muy dependiente", "fusionado" o
"absorbente" como descripciones de la mayoría de las relaciones madre-hija, la creencia de que
madres e hijas no pueden verse a sí mismas separadas una de la otra es penetrante. Muchas
madres e hijas han aceptado esta descripción de sus relaciones como adecuada.
NO CULPES A MAMA.- 87
Nos preocupa que cualquier proximidad entre nosotras pruebe que estamos demasiado
unidas, pero por otro lado, cualquier distanciamiento o interrupción de la proximidad nos parece
poco femenina, porque se supone que las mujeres deben ser afectuosas. En la reciente novela
The Good Mother, el personaje principal se pregunta: "Cómo podría amarla sin dañarla, me
preguntaba. Ni demasiado, ni demasiado poco. ¿Hay un amor así?"
En nuestra cultura, se anima a los niños a distanciarse cada vez más de sus madres;
crecer, para los niños, significa dejar el mundo representado por la madre y la cultura femenina.
Un hombre que sigue cerca de su madre es probable que no sea considerado un hombre real.
Una mujer que sigue cerca de su madre puede ser considerada "demasiado" dependiente, pero
al menos no se la acusa de ser poco femenina por esa razón. Por eso las hijas reciben el
mensaje de que "dependen demasiado" de sus madres y de que se supone que deben quedarse
cerca de ellas, pero quedarse cerca es catalogado de "dependencia". Madre e hija no pueden
superar esto. No hay lugar para que nuestro comportamiento sea considerado sano.
El mito se arraiga, entonces, en que —a diferencia de los hijos que, finalmente, se
separan de sus madres y entran en el mundo "real"— las hijas nunca alcanzan esa separación.
Los expertos dan por sentado que esta dependencia no es sana. Creen que la hija disfruta tanto
de su dependencia que no puede crecer, y la madre quiere mantener a su hija cerca para
satisfacer sus enormes necesidades. Este enfoque afecta de un modo directo a las mujeres que
son pacientes de terapeutas que fomentan estas actitudes, pero pocas mujeres escapan a los
efectos del mito, pues conocen el concepto a través de amigas que están en terapia o lo recogen
en los masivos medios de comunicación.
¿Es verdad que las madres y las hijas no pueden separarse la una de la otra? En general,
no. En alguna ocasión, muy rara, alguien puede ser incapaz de reconocer que otra persona es un
ente separado: esto es en verdad un problema serio y una grave perturbación psicológica. No es
típico de la mayoría de las relaciones madre-hija.
Cuando los profesionales —o nosotras mismas— hablamos de "la incapacidad de la
madre de ver a su hija como un ser separado de ella", llamando a esto de modos diversos “fusión
madre-hija", "confusión", "enredo", "absorción" o "simbiosis", en general nos estamos refiriendo a
la represión de las propias necesidades de la madre de darse a otras personas. Pero para poder
hacer esto, una mujer tiene que saber que es una persona independiente; de otro modo, supone
de un modo equivocado que las necesidades de la otra persona son idénticas a las suyas. Por
eso, de hecho, para que tenga éxito la sustentación exige una separación psicológica sustancial
del yo y del otro. A veces se llama "madurez". La represión de los sentimientos de la madre
puede causar problemas, pero no necesariamente disminuye su sensibilidad a las necesidades
de sus hijos cuando difieren de las suyas.
El enfado y el daño emocional que sintió entonces, ahora ha comenzado a ceder. Ahora
comprende que su madre no la quería menos, sino que había estado tratando de hacer lo
correcto al distanciarse físicamente.
En algunos casos, otra persona puede imponer los límites. Algunos padres pueden
entrometerse porque están celosos de la proximidad física de sus esposas y sus hijas. Sin
importar lo mucho que la madre se retraiga, la hija en general cree que su madre prefiere la
distancia. Sin entender las prohibiciones sociales respecto de la homosexualidad, la hija sólo
sabe que su madre la ha rechazado. Los niños responden al rechazo buscando dentro de sí
mismos la razón. Se preguntan: "¿Qué hice para que me quiera menos?" Como no nos gusta
estar cerca de personas que nos hacen sentir no queridas (aunque podamos seguir intentando
obtener su afecto), nos separamos de nuestras madres.
En contraste, se anima a madres e hijos a mantener una cierta tensión sensual/sexual
entre ellos, porque nuestra sociedad tiene una orientación heterosexual. Más aún, como los
hombres tienden a mirar a las mujeres como seres inferiores, muchas mujeres desean tener una
relación cercana con un hombre en la cual puedan detentar algún tipo de poder sustitutivo. La
relación madre-hijo posibilita esto. A raíz de su necesidad de ser necesitarla por él, puede in-
tensificar su sustentación y alardear de que su hijo "nunca levanta un dedo" para ayudar en la
casa. Según la escritora francesa Colette, su madre, Sido, dijo esto respecto a su hija y a su hijo:
"Sí, sí, por supuesto tú me amas, pero eres una niña, una criatura femenina de mi propia especie,
mi rival. Pero en el corazón de él, nunca he tenido rival."
El mito de que la proximidad madre-hija no es sana es tremendamente destructivo, porque
patologiza lo que quizás es la mayor fuente de fuerza para las mujeres —la capacidad de
establecer relaciones afectuosas, de apoyo mutuo.
Tememos al poder de nuestras madres en parte porque recordamos el gran poder que
tenían sobre nosotras cuando éramos niñas. Ese miedo puede también ser alimentado por
nuestras imágenes de las madres como portadoras de vida y nuestra asociación del poder de dar
vida con el poder de quitarla. Cuando las madres decían que nosotros, los niños, habíamos
hecho algo malo, nos sentíamos bastante indefensos: no podíamos discutir con ella, no
podíamos convencernos de que la madre sólo estaba invocando un conjunto específico de reglas
morales con las que otros pueden estar en desacuerdo. Sus palabras eran ley. Cuando éramos
niños, tenía mucha información que nosotros no sabíamos pero que deseábamos conocer.
Después de todo, mamá nos enseñó gran parte del mundo exterior cuando éramos muy niños. Y
casi todo lo que ella nos dijo era verdad ("Este es un peno"), era importante ("No cruces la calle
cuando la luz está en rojo"), o era interesante ("No hay dos copos de nieve que sean
exactamente iguales"). Hasta cierto punto, todavía tiene el poder del conocimiento, porque ella ha
vivido ciertas experiencias que nosotras no —el nido vacío, un matrimonio de cuarenta años,
envejecer, etc.
NO CULPES A MAMA.- 91
Las hijas adultas a menudo reaccionan contra sus madres como si todavía fueran
indefensas: "¡Me hace sentir como si fuera de nuevo una adolescente cuando la visito!" Debemos
acordarnos en los Momentos cruciales que no somos tan indefensas como niñas —podemos
alimentarnos y vestirnos solas, podemos buscar en otras partes amor, apoyo y aprobación, si en
la actualidad no proceden de mamá.
Una forma de alcanzar una perspectiva realista sobre el poder de nuestra madre es
entender que no siempre somos la causa de su enfado y su tensión. En la medida en que
creemos que somos la principal fuente de su enfado o tensión, ella mantiene el poder de
hacernos sentir que nosotras somos profundamente malas. De un modo similar los niños
suponen que merecen cualquier mal trato que obtengan. Algunos años atrás, cuando estaba
esperando el resultado de una entrevista de trabajo, sentí que estaba gritando a Jeremy y Emily
lodo el tiempo. Traté con desesperación de contrarrestar los efectos de mi enfado diciendo: "Oh,
niños, no sois vosotros. Sólo estoy preocupada por este trabajo." Cuando nuestra madre nos
grita, nos resulta difícil creer que en realidad los gritos no están destinado a nosotros en
particular, ni son un signo de nuestras faltas; es todavía más difícil cuando somos niños.
En los momentos en que una madre parece asumir un poder indebido sobre su hija, a
menudo desaparece la verdadera razón. Puede ser una furia mal dirigida provocada por ol
marido; muchas mujeres reprimen este tipo de enfado para parecer femeninas o para evitar la
violencia masculina o porque no están seguras de que su enfado sea justificado ("¿Tengo
derecho a estar enfadada porque él nunca lleva a los niños al médico?"). A veces una madre
libera en su hija la frustración que siente por los miles de límites de su propia vida de mujer, pero
pocas madres son conscientes de esto hasta que se lo sugieren. En muchos de mis talleres de
trabajo, pregunto a las madres cómo se sienten al enseñar a sus hijas la conducta "femenina";
me cuentan historias que combinan ambivalencia y dolor. "Cada vez que le digo que no deje que
los hombres sepan cuánto gana, me siento confundida. No quiero que asuste a los hombres,
pero no parece correcto que tenga que esconder sus logros. Yo misma nunca he tenido un
empleo —mi marido no me dejaba— y siempre me sentí avergonzada por no ganar dinero." Lo
que puede haber parecido a la hija un poder indebido de la madre era en realidad la transmisión
de las expectativas sociales.
Aunque pueda parecer extraño, a menudo las madres temen también al poder de sus
hijas. Como una mujer de 41 años, madre de una hija adolescente, me dijo hace poco: "Sé que
ella se da cuenta de todo con respecto a mí, de todas mis faltas. Nadie conoce mejor que Bonnie
cuáles son mis puntos débiles y nadie puede ser más cruel que ella al señalármelos." Nuestra
cultura pone a las mujeres y a las niñas en el papel de guardianas de las reglas sociales (como
expliqué en el Capítulo 4); esto dota a madres y a hijas del peligroso poder de señalar
desviaciones y avergonzar al que las comete. Madres e hijas temen el poder de la otra porque
cada generación posee conocimientos que la otra no. Una hija puede hacer que su madre se
sienta tonta por lo que no sabe —¡¿No has escuchado lo último?!" A su vez, la madre posee un
conocimiento y una sabiduría que su hija todavía no ha adquirido, intensificando el resentimiento
de la hija por el poder de la madre. El conocimiento confiere cierto poder a unas y a otras.
NO CULPES A MAMA.- 92
Cuando mi hija Emily tenía nueve años y mi hijo Jeremy once, tuve una experiencia que
me demostró lo poco que conocía mi poder de hacerlos sentir bien (aunque me preocupaba
constantemente por mi poder de hacerlos sentir mal). Llevaba a Emily y a Jeremy a sus lecciones
semanales de tenis. Como no sabía nada de ese deporte, le pregunté al profesor cómo iban; él
respondió que lo hacían bien pero que el progreso de Emily estaba limitado por su edad y su
tamaño. "No se preocupe", dijo, "cuando crezca va a poder hacer más y será menos frustrante
para ella."
Al recibir esta información, mi admiración por Emily aumentó. Cuando la vi intentar algo
que, ahora comprendía, era muy difícil para ella, me sentí muy orgullosa de lo buena deportista
que era. Cuando hubo una pausa en la clase, le dije: "Emily, tu profesor me ha dicho que lo que
estás haciendo es muy difícil para una niña de nueve años. Realmente te admiro, porque lo
sigues intentando, aunque es más difícil para ti que para los otros niños." No estaba segura de
que hubiera escuchado lo que le dije. Muchos días después, Emily se acercó y me preguntó:
"¿Realmente me admiras porque me esfuerzo en el tenis?" y me miró encantada cuando le
confirmé que así era.
Este incidente me hizo consciente del poder para hacer bien que tenemos sobre nuestros
hijos. Mi comentario había quedado registrado dentro de ella durante mucho tiempo. Le había
importado a ella. Nosotras, las madres, a menudo nos sorprendimos por nuestro poder de afectar
a nuestros niños de un modo positivo, en parte porque nuestro buen trabajo materno es a
menudo ignorado —hasta nos olvidamos de hacerlo.
Como la mayoría de las madres, había creído que el poder de las mujeres era peligroso;
aun después del incidente con Emily, no pude relajarme y disfrutar del efecto beneficioso que
había tenido en ella. Reconocer mi poder me asustó mucho, puesto que, como la mayoría de las
madres, sentí que en casi todo mi trabajo maternal estaba tocando de oído, y era afortunada de
no hacer un lío completo a Emily y Jeremy. Por eso me pareció muy probable que mi poder
tuviera algunas consecuencias perjudiciales.
Se supone que una mujer debe dar sustentación (Mito Dos), vivir de acuerdo con el papel
de donante y protectora de vida. Pero cualquiera que tiene mucho que dar puede inspirar miedo
en aquellos que sustenta; si tiene el poder de hacerlos sentir seguros, entonces puede también
hacerles mover el piso debajo de ellos. Si retira la protección, su sentido de seguridad puede
entrar en colapso.
Como reconocemos que el poder de nuestras madres puede ser menos peligroso y más
alentador del crecimiento de lo que habíamos creído, podemos volvernos mejores aliadas. Más
aún, cambiar nuestra evaluación del poder de la madre puede mejorar nuestros sentimientos
sobre nuestro propio poder. Lilian, 25 años, me dijo después de un taller sobre madres e hijas,
Ahora que he tenido la oportunidad de concentrarme en algunos momentos
específicos en los que mi madre con ingenio usó su poder para protegernos de nuestro
padre despótico, parece que me siento mejor respecto de mi propio uso del poder. No me
asusta tanto pensar en mí misma como una mujer poderosa.
NO CULPES A MAMA.- 93
Temer el poder de las mujeres más que el de los hombres es injustificado, en especial
porque la frecuencia de actos violentos que los hombres cometen contra las mujeres, combinada
con el mayor poder político y económico de los hombres, ciertamente justifica cierto miedo a su
poder. Suponemos que el poder de las madres es malo, pero es menos probable que
supongamos eso del poder de nuestros padres —a menos, quizá, que él abuse física o
sexualmente (aunque, como hemos señalado antes, incluso las hijas de esos padres a menudo
logran perdonar a sus padres y acusar en cambio a sus madres).
Cuanta más confianza tenemos en nosotras mismas, más amadas y apoyadas por otras
personas nos sentimos, tememos menos el poder de cualquiera y podemos ser más fuertes para
exigirles que usen su poder para bien. Por lo tanto, a medida que mejoramos nuestras relaciones
con nuestras madres, nuestro miedo a su poder y al de cualquier otra persona es probable que
disminuya.
Pensar con cuidado en los mitos nos permite reinterpretar la conducta de nuestra madre
(o de nuestra hija) bajo un punto de vista mejor y más realista. Por ejemplo, cuando pensamos
que nuestras madres no nos dejan crecer, están tratando de unirse demasiado a nosotras o de
mantenernos dependientes (Mito Ocho), estamos tentadas a culparlas. Si en cambio
comprendemos que lo que ellas han intentado ha sido mantener una relación cercana con
nosotras, entonces nos damos cuenta de nuestro potencial para ser aliadas, entendiendo que
hemos sido formadas para catalogar nuestras interacciones de un modo negativo y para
denigrarnos a nosotras mismas y a la otra. Como aliadas en lugar de adversarias, podemos
hacer frente mejor a tus aspectos frustrantes o inhibitorios de la relación, usando las capacidades
de comunicación y comprensión que muchas mujeres han desarrollado.
De algún modo, los mitos de la "madre mala" hacen aún más difícil que los mitos de la
"madre perfecta" que veamos la humanidad de nuestras madres. Pero una vez que tenemos la
sospecha de la extensión y el poder de los mitos de la "madre mala", podemos comenzar a ver lo
absurdos que son. Volver al principio de este capítulo y leer lo referido a estos cinco mitos en voz
alta, de corrido, es un buen comienzo; eso solo puede mostrarle con claridad que pocos seres
humanos son tan horribles.
Luego, piensa en un mito cada vez, mientras recapacitas que la mayoría de las madres
son sólo humanas. En lo que respecta al mito de la superioridad masculina, no puede ser verdad
que la mayoría de las madres sea muy inferior a los padres. En lo que respecto al mito de que
sólo los expertos saben cómo educar niños, ¿no ha hecho tu madre algunas cosas buenas,
quizás incluso contra el consejo de los profesionales?
NO CULPES A MAMA.- 94
En lo que respecto al mito de que madres e lijas son pozos sin fondo de necesidades
emocionales, ¿no puedes recordar situaciones en que hemos injustamente igualado a nuestras
madres y nuestras propias necesidades humanas normales con una necesidad ilimitada?
Cuando pensamos en momentos en que nos hemos sentido unidas a nuestras madres,
¿algunas de ellas no han logrado hacernos desarrollar en lugar de atarnos más fuerte a las cintas
de un delantal? y ¿no hay ocasiones en que los aspectos afectuosos y constructivos del poder de
la madre (o de la hija) han sido más claros que los destructivos?
No estoy sugiriendo que remplacemos un enfoque pesimista, pero realista, de las
relaciones madre-hija por uno ciegamente optimista. Estoy sugiriendo que miremos lo que
funciona para destruir las barreras madre-hija de modo que todas se sientan mejor respecto a
ellas mismas. Los mensajes referidos a culpar a la mujer y odiar a la mujer son tentadores.
Tientan a las mujeres con la promesa de que si nos disociamos de nuestras madres, seremos
consideradas diferentes y mejores que ellas. Ahora nos hemos familiarizado de un modo
deprimente con este enfoque que divide a las mujeres y las enfrenta. Es peligroso. Promueve
tanto la actitud de culpar a la madre como la de odiarse a sí misma, en contraste dramático con
las importantes consecuencias de pensar en las mujeres de un modo positivo.
No podemos siempre distinguir por completo cuando madre e hija han hecho algo malo o
equivocado y cuando el mito nos ha hecho pensar eso. La clave es preguntarnos siempre si uno
o más mitos pueden estar distorsionando nuestra visión, pues esa empresa de formular
preguntas al menos nos aproximará a la verdad. Como tener una pobre opinión de la otra es tan
destructivo para la relación madre-hija y para la autoestima de ambas, deberíamos en general
equivocarnos dándole a la otra el beneficio de la duda.
Hemos sido formadas para pensar en las relaciones madre-hijas en términos de mitos.
Ahora, al haber repasado algunos de los más importantes, tienes las bases de un nuevo
vocabulario, un repertorio de interpretaciones menos orientadas a culpar a la madre al juzgar su
comportamiento (o el de tu hija). Quizá no siempre decidas usar tu nuevo vocabulario, pero ahora
sabes que tienes otra opción.
NO CULPES A MAMA.- 96
6.- CÓMO SENTIRSE SEGURA: LA SUPERACIÓN DE LOS MITOS
AHORA QUE HAS leído y reflexionado sobre los efectos que la actitud de culpar a la
madre y los mitos han tenido en tu relación con ella, ya puedes sentirte menos enfadada o an-
gustiada al respecto. Pero quizá no sientas todavía ese alivio, porque la comprensión intelectual
no es suficiente para transformar sentimientos negativos intensos construidos durante décadas
juntas. Superar los efectos de años de conflicto, alienación, miedo o culpa puede resultar muy
difícil, por eso puedes sentir todavía que la mejor solución es vivir a tres mil millas de distancia de
tu madre. Comprender ideas es una cosa, ponerlas en práctica es otra.
Como Karen, una joven estudiante, me dijo:
He aprendido mucho sobre cómo automáticamente acuso a mamá y siempre que
pienso en ella, siento más compasión y menos enfado de lo que solía sentir. Pero cuando
la veo, todavía me saca de mis casillas. Todavía me irrito de forma instantánea cuando
dice ciertas cosas o me mira de cierto modo.
Si, desde el comienzo de la lectura de este libro, has tratado de comportarte de un modo
diferente con tu madre o incluso de pensar en ella en un modo diferente, sin éxito hasta ahora, no
desesperes. Este capítulo y los dos siguientes te ayudarán a comenzar a hacer que tu
comprensión de la actitud de culpar a la madre y de los mitos, funcionen para ti.
En primer lugar consideraremos las posibilidades: cómo tu vida puede enriquecerse con la
construcción de puentes entre tu madre y tú, y lo que pierdes si no lo haces. Luego, aprenderás
distintas formas de sentirte segura al replantearte tus relaciones madre-hija y posiblemente
esforzándote en el trato directo con tu madre. Luego, consideraremos algunos pasos generales
que cada una puede dar para superar las barreras madre-hija: estos incluyen la seguridad de que
tanto la hija como la madre se sientan apoyadas y capacitadas cuando comiencen a trabajar
juntas, humanizando la imagen que la hija tiene de la madre y fomentando una alianza con ella.
Y, por último, elegiremos y definiremos problemas particulares que necesitan solución y
mencionaremos posibles formas de lograr esa solución.
A medida que leas los capítulos que restan, recuerda que puedes seguir la mayoría de los
pasos sola, con algún tipo de acompañante, con un grupo o directamente con tu madre, si ella
vive. Quizá necesites modificar algunos de los pasos para que se adapten a tu situación y para
que se ajusten a tu estilo o a tus necesidades. Por lo tanto, sugiero que leas este capítulo y los
dos siguientes, señalando qué pasos consideras los más importantes o más fáciles de seguir y
decidiendo qué orden le parece mejor. Recuerda, también, que muchas técnicas te ayudan a
alcanzar más de una meta -por ejemplo, entrevistar a tu madre puede dar apoyo a una o a
ambas, puede humanizar la imagen que tienes de ella y puede ayudarte a forjar una alianza que
funcione.
Nadie puede decir que sea fácil; pero si sigues escrupulosamente algunos de los pasos
que te sugiero, y que otras mujeres han encontrado útiles, hay muchas posibilidades de que
pronto comiences a hacer algunos progresos.
Mi hijo Jeremy inventó este proverbio: "En una escalera hay sólo un peldaño real. El resto
está sólo para ayudarte en el camino." El único peldaño que quieres escalar es el de la mejora de
la relación con tu madre, pero no puedes esperar subirlo de una sola vez.
NO CULPES A MAMA.- 97
De un modo similar, si hablas directamente con tu madre sobre los problemas que existen
entre vosotras, ninguna de las dos debe esperar saber siempre cómo responder de inmediato, en
el momento. Recuerda el valor del silencio y del tiempo: permite que las dos tengáis períodos de
silencio, durante los cuales consideréis lo que habéis escuchado, cómo os sentís y qué queréis
hacer al respecto. Muchos problemas innecesarios proceden de sentir que tenemos que
apresurarnos a responder a las críticas o a una petición de otra persona. Hijas y madres
necesitan pedir tiempo para estar en silencio, para esperar, para pensar y para sentir cosas antes
de responder. Pedir silencio o tiempo es una forma de mostrar respeto por el otro, una forma de
decir: "Mejorar nuestra relación me importa lo suficiente como para que quiera brindarle tiempo y
energía." Como vivimos en una cultura que valoriza las respuestas rápidas y la conversación
mordaz, a menudo no pensamos en pedir tiempo, pero aprender a hacerlo puede resultar
inestimable para la solución de problemas de relación.
Para algunas hijas, leer y pensar puede parecer una preparación suficiente para hablar
con sus madres directamente. Pero muchas hijas necesitan hablar primero con otras mujeres, en
parte para saber lo que quieren preguntar o decir a sus madres, en parte para aprender que sus
sentimientos no son únicos o raros, y en parte para reflexionar. La reflexión puede incluir
escuchar cómo otras mujeres sienten respecto a sus madres, cómo esos sentimientos han
cambiado y qué produjo el cambio, y cómo otras mujeres sienten el ser madres.
Fundamentalmente, la mayoría de nosotras quiere estar menos enfadada, quiere sentirse
más unida y relajada. La vida es más fácil cuando una relación es así. Pero perdemos de vista
esta meta porque con facilidad quedamos atrapadas culpando o alejándonos al mismo tiempo.
La mayoría de las hijas te dirán, cuando están frustradas: "No conoces a MI madre. Es
muy manipuladora, dominante, dependiente, fría, crítica, ele." La mayoría de las hijas también te
dirán que han intentado durante décadas tener "grandes conversaciones" con ella, en vano. Si
pides que te describan estas "grandes conversaciones", en general te contarán que dijeron a
mamá que "dejara de molestarme", "dejara de decirme cómo vivir mi vida", "dejara de criticarme
tanto", etc. Rara vez una hija (o una madre) se acerca y dice: "Quiero hacer las paces, reducir la
distancia entre nosotras. Quiero que estemos más unidas... bajo ciertas condiciones, sí, pero más
unidas y más relajadas, ese es mi principal deseo." Decir esto, reconocer esto, es absolutamente
crucial porque te sitúa a ti y a tu madre en el mismo equipo.
¿Por qué saber que están del mismo lado es tan importante? Porque nos ponemos a la
defensiva o nos volvemos paranoicas si creemos que la otra persona quiere lastimarnos o
protegerse sin importarle el coste para nosotros. Cuando una hija se compromete a mejorar su
relación con su madre, es probable que su madre perciba este compromiso aun antes de que su
hija le hable al respecto. Si la madre y la hija quieren mejorar su relación, su visión compartida de
un futuro mejor puede hacerlas progresar mucho. El camino hacia una relación mejor no siempre
es permanente y sin tropiezos. Habrá peleas e interrupciones. Reconocer tu compromiso y tu
meta te ayudará a superar estos momentos difíciles y evitará que abandones y pierdas el avance
que has hecho.
No importa cuánta perspicacia hayas adquirido, no importa cuánta energía sientas para
mejorar tu relación madre-hija, una parte de ti quizá se sienta aún asustada. Y para otra parte de
ti, el miedo, la aprehensión y el deseo de ignorarlo todo son aún de capital importancia.
NO CULPES A MAMA.- 98
Consideración de las posibilidades
Si una parte de ti quiere evitar pensar o trabajar en la relación con tu madre, considera
estos puntos importantes:
• Tienes mucho que perder si abandonas.
• Tienes mucho que ganar si no abandonas.
Si abandonas el intento, perderás los fragmentos —grandes o pequeños— de buenos
momentos que tú y tu madre podáis haber tenido. Puedes también perder la oportunidad de
entender y aceptar tus partes buenas que se asemejen a tu madre. Recuéstate en una habitación
con calma r imagina las consecuencias de abandonar. Trata de imaginarlas lo más intensamente
que puedas. Imagina la próxima fiesta o la próxima reunión familiar-repara en el nudo que ce
forma en tu estómago cuando recuerdas el enfado, la tristeza o la alienación que sientes en su
presencia. Recuerda la exasperación que has sentido cuando pensaste que no podías hacer
nada para disminuir estos sentimientos. Pregúntate si quieres sentirte tan mal y tan impotente de
nuevo.
Quizá quieras considerar la pregunta más importante: cómo te sentirás cuando tu madre
muera. En ese momento, la mayoría de las hijas que han abandonado sienten una culpa terrible y
muchas se sienten frustradas y enfadadas por no haber tenido más oportunidades para mejorar
esta relación. Esta oportunidad perdida es muy poderosa, porque después que una persona
muere, nuestros recuerdos de ella más cálidos y más positivos son los únicos que tienden a
volver. Una mujer de cerca de 65 años describió este proceso:
Mi madre murió después de una enfermedad de tres años que gradualmente la
consumió y cambió toda su personalidad. Ella pasó de ser una persona cálida y llena de
energía a ser punzante, irritable y pasiva. Durante esos tres años estuve absorbida
adaptándome a esos cambios. Pero cuando murió, recuerdos maravillosos de la madre
que conocí durante 55 años volvieron a mí.
El mensaje más importante que he escuchado de mujeres cuyas madres han muerto es
que la intención de resolver sus problemas es esencial. Como dijo Kenna:
Cuando mi madre me dijo que sólo tenía seis meses de vida, decidimos hacer buen
uso del tiempo. Nuestra relación siempre había sido tormentosa y nunca estuvimos de
acuerda en muchos temas morales y políticos. Pero durante los últimos meses de su vida,
nuestro amor y respeto por la otra quedaron claros y fortalecidos, aunque no pudimos
superar todos los problemas. Cuando murió, lo que más me importó fue saber que
habíamos hecho nuestro mayor esfuerzo para resolver esos problemas. Realmente lo
habíamos intentado.
AI intentar reparar tu relación con tu madre —o revisar tu visión de ella— podrás retener
mejor sus aspectos cálidos, divertidos o cariñosos y te sentirás mejor contigo misma.
La muerte inminente no es siempre suficiente para que madre e hijas reduzcan las
barreras entre ellas. Algunas madres frías o rígidas agudizan estas cualidades cuando se acerca
la muerte, pero una hija que ha tratado con todas sus fuerzas de derribar las barreras, es
probable que tenga recuerdos mejorados de su madre y al hacerlo aumente su comprensión de
sí misma.
NO CULPES A MAMA.- 99
En una escala menos dramática, hace quince años más o menos mí madre y yo
estábamos muy reticentes la una con la otra, lo que nos condujo a una distancia emocional
innecesaria. Cuando nació mi primer hijo, mis padres, que vivían a mil millas de distancia,
vinieron a visitarme unas pocas semanas después del nacimiento. Años después, le dije a mi
madre que me había sentido herida porque no se había ofrecido a venir de inmediato cuando
Jeremy nació. Me explicó que había temido que, si se ofrecía a venir de inmediato, yo pensara
que era entrometida y sobreprotectora o que no tenía confianza en mi capacidad como nadie, por
eso había decidido esperar hasta que se lo pidiera. Yo no le había pedido que viniera de
inmediato, porque tenía miedo a parecer demasiado necesitada y porque pensaba que la
habilidad para cuidar un bebé surgía de un modo natural, por eso no debía necesitar a nadie en
absoluto.
Si los mitos sobre la necesidad de las mujeres, el poder de las mujeres, y la naturalidad de
los cuidados maternales no se hubieran puesto en nuestro camino, y si no hubiéramos guardado
silencio respecto al incidente durante tantos años, nos habríamos entendido mucho mejor.
Confesar nuestras preocupaciones en su momento nos habría permitido basar nuestras
decisiones en consideraciones reales, en lugar de en miedos acerca de cómo nuestra conducta
podía ser malinterpretada o qué podía “probar” de nosotras.
Si no abandonas, puedes ganar un aumento del afecto y la satisfacción que proviene del
intento de mejorar relaciones y de la elevación de la autoestima, que surge al encontrar
cualidades en nuestras madres que podemos amar y respetar. Como, muy a menudo, nos
consideramos parecidas a nuestras madres, si encontramos más cosas que respetar en ella
aumentaremos el respeto por nosotras mismas. Y recuerda, además, que cuando mejoramos
nuestras relaciones con nuestras madres nos sentimos personas competentes que pueden tener
un cierto efecto sobre el mundo; si podemos hacer cambios reales, no importa lo provisionales o
pequeños, en esa relación, entonces nos sentimos más capacitadas para aceptar otros desafíos.
Mejoramos en la medida en que nos llevamos bien con otras mujeres, incluyendo nuestras hijas.
Si estás poco dispuesta a trabajar en tu relación, pregúntate qué imagen de las relaciones madre-
hija estás presentando a tu hija. Y piensa si querrías que ella abandonara el intento si se sintiera
mal contigo.
Recostada en una habitación con calma, imagina los resultados positivos que pueden
venir de intentarlo de nuevo. Por ejemplo, recuerda los detalles vividos, el momento más
encantador que hayas pasado con tu madre —dónde estabais, las imágenes, los sonidos, los
olores. Si una vez fuiste feliz, entonces quizá puedas serlo otra vez. Molly, 20 años, probó este
ejercicio en un momento en que ella y su madre habían estado "discutiendo a gritos porque mi
hermano se casaba con alguien que no compartía nuestra fe":
Mamá pensaba que lo que mi hermano estaba haciendo era algo terrible; yo no
pensaba que fuera tan malo. Durante meses, ese tema ensombreció toda nuestra
relación. Siempre que me acordaba de mamá, todo lo que sentía era frustración y enfado
porque, por su actitud, la familia se estaba separando. Cuando me recosté e imaginé
nuestro mejor momento juntas, recordé una vez que planificamos una reunión familiar
cuando tenía doce años. Compramos juntas los decorados, cocinamos, e hicimos un
collage de fotografías familiares. Mientras lo hacíamos, me sentí más protegida, feliz y
unida a ella. Compartimos muchas cosas. Ese recuerdo me trajo a la memoria que mamá
era mucho más que "la-mujer-que-está-causando-angustia-en-la-familia."
NO CULPES A MAMA.- 100
Algunas hijas tienen menos recuerdos buenos para elegir. Si eres una de ellas, recordar o
averiguar cosas de tu madre que no sean sus peores aspectos puede ser útil. Una alumna a la
que llamaré Nora describió su difícil paso hacia el respeto si misma a través de la comprensión
de su madre. Escribió en un papel: "He estado considerando a mi madre como 'loca' y eso me
aterroriza. ¿Yo también estaré loca?" Nora también se culpaba por el abuso físico que había
sufrido de manos de su madre, así como también riel abuso sexual infligido por un niño vecino
cuando tenía cuatro años. Los esfuerzos de Nota por conocer más de la vida de su madre y de lo
que le había conducido a maltratarla tuvo sus frutos.
Al explorar con cuidado sus recuerdos y escuchar las historias de otras madres que
abusaban, comprendió que la suya se sintió abrumada por tener muchos hijos, por la frustración
de sus ambiciones educativas (fue forzada a dejar la escuela después de sexto grado), por su
miseria en un matrimonio arreglado con un marido que le pegaba y por su Horror, su confusión y
su sensación de impotencia cuando descubrió que Nora había sido objeto de abuso sexual.
La comprensión de Nora no le condujo a justificar lo que su madre había hecho, pero
clarificó la imagen de su madre como la de una mujer que, bajo enormes presiones, se enfrentó a
la situación de un modo que hirió a Nora sin proponérselo. Más importante, Nora se dio cuenta de
que ni el abuso físico, ni el abuso sexual habían sido su falta, y que no había merecido ninguno
de los dos.
Cuando vemos que alguien que ha atravesado las situaciones extremas que Nora sufrió
puede sentirse mejor al explorar la experiencia de su madre, sentimos que hay esperanza para
las que no hemos sufrido de un modo tan penoso a manos de nuestras madres.
Recordar los buenos momentos que tuvimos o conocer más respecto a nuestra madre
debería ayudar a recordar lo que tenemos que ganar —o recuperar— cuando nos disponemos a
reparar nuestra relación madre-hija. Es la zanahoria alcanzable en la punta del palo.
Sentirse a salvo
Una vez que hayas considerado lo que tienes que ganar al replantearte la visión que
tienes de tu madre, o al acercarte a ella de nuevo, y lo que tienes que perder por no intentarlo,
debes averiguar qué hará que tu acercamiento sea lo más seguro posible. Después de todo, no
importa lo fuertes u optimistas que nos sintamos respecto a la tarea que tenemos por delante, a
menudo las mujeres tratamos de ignorar nuestra aprehensión, en especial la referida a nuestras
madres. La negación, sin embargo, no destruye nuestras dudas y temores, y estos son más
fáciles de superar una vez que los hemos afrontado.
Puedes aumentar tu sensación de seguridad de tres formas:
1) Humaniza la imagen que tienes de tu madre.
Redúcela de ángel perfecto o bruja malvada, o ambas, a simplemente humana. Tratar con
una persona real siempre asusta menos que tratar con un personaje de mayor dimensión.
Muchas técnicas pueden ayudarte a humanizar a tu madre: no todas pueden serte útiles; te
sentirás más cómoda haciendo unas que otras; y quizá no necesites hacerlas todas. Lee la
sección "Cómo humanizar la imagen Piensas tienes de tu madre", en el Capítulo 7, y elige lo que
sea más cómodo y eficaz para ti.
NO CULPES A MAMA.- 101
2) Si te resistes ante la perspectiva de intentar de nuevo, trata de entender por qué.
¿Estás tan enfadada que tienes temor de perder control y hacer algo terrible si tratas de
hablar con tu madre? Si es así, relee la parte sobre el enfado en el Capítulo 2, y trata de
averiguar qué sentimientos subyacen a tu enfado. Quizá te sientas más cómoda hablando con
ella de esos sentimientos subyacentes —y es probable que sea más productivo, también. Quizá
necesites expresar tu enfado Primero en un lugar seguro con una persona que no te critique ni
tenga el prejuicio de culpar a la madre, de modo que tu primer intento de entendimiento no se vea
ensombrecido por un enfado abrumador.
Quizá estés bloqueada por el miedo a una nueva decepción. Te has acercado a ella
muchas veces y nada ha funcionado. Si es así, relee varias veces el comienzo de este capítulo.
Pregúntate si has intentado con honestidad colocarte en el mismo equipo de tu madre, antes de
sacar a la luz los problemas que existen entre vosotras. (Este tema es el tratado con más detalle
en el siguiente apartado de este capítulo)
Quizá te sientas también intimidada por tu madre como para acercarte a ella de nuevo. Si
es así, prueba la técnica utilizada con gran éxito por el Dr. Albert Ellis. Este psicólogo sugiere que
te preguntes: "¿Qué es lo peor que podría suceder"?, seguido por el comentario: "Si eso pasa en
realidad, podría ser doloroso, podría ser humillante, podría ser deprimente —PERO— ¡NO ES EL
FIN DEL MUNDO!" Nuestras relaciones madre-hija nos importan tanto que a menudo no nos
detenemos a pensar que, aunque nos acerquemos a ellas de nuevo y fracasemos por completo,
es probable que sobrevivamos.
Una vez que has identificado tus peores miedos, puedes seguir los pasos necesarios para
minimizar sus efectos negativos. ¿Tienes miedo a quedar destrozada si realizas nuevos
esfuerzos para llevarte bien con tu madre y no tienes éxito? ¿Tienes miedo de que ella te
rechace o simplemente que no te ame más que ahora? ¿Tienes miedo de romper a llorar o
explotar de enfado frente a ella o que te haga sentir culpable o avergonzada? La mayoría de las
hijas tiene estos miedos comunes. ¿.Qué puedes hacer?
Puedes intentar superarlos o comprenderlos, quizás encuentres que releer el Capítulo 2 y
leer el Capítulo 8 referido a sentimientos específicos te ayude. Puedes imaginar de antemano
cómo te sentirás si no pasa nada bueno cuando hablas con tu madre o intentas tratarla de un
modo diferente. Esto reduce el factor sorpresa que nos hace sentir tan vulnerables. Puedes
recordar que no eres una niña, por lo tanto no necesitas su aprobación o su amor de un modo tan
desesperado como antes. Puedes quererlos pero no necesitarlos tanto. Si te rechaza, ahora que
eres adulta, no tienes que ir a tu habitación y enfadarte, sintiendo que no te ama; puedes llamar a
una amiga, releer antiguas cartas de amor, ir al cine, hacer un millón de cosas que los adultos
podemos hacer para acordarnos que básicamente somos dignos de amor y de aceptación.
¿Tu miedo más grande es a llorar cuando trates de hablar con tu madre? Si es así,
recuerda —muchas veces, si es necesario— que puedes sentirte tonta o vulnerable, pero: NO ES
EL FIN DEL MUNDO. ¿Tienes miedo a que ella te haga sentir aún más culpable y avergonzada?
Pregúntate si puedes sentirte más culpable de lo que ya te sientes. ¿Tienes miedo a tener otra
pelea con ella? Pregúntate: "¿Qué significa una pelea más?" Lo peor, será otra pelea, lo mejor,
con tu nuevo enfoque, puede ser una cierta mejoría. Recuerda, [e acercarás a ella mejor
preparada que antes, tanto para comprender el origen de tus propios sentimientos como para
entender e interpretar lo que ella hace de un modo menos combativo, degradante o
autodenigrante.
NO CULPES A MAMA.- 102
Tal vez estés bloqueada porque tu madre ha sido tan imposible de tratar durante tanto
tiempo que no puedes imaginar un cambio. Tratar con ella quizá parezca imposible porque
parece perfecta, u horrible, o alguna de las dos cosas; ella parece sobrehumanamente perfecta o
inhumanamente maligna. Tu próximo paso, entonces, deberá ser buscar maneras de verla como
un ser humano, de averiguar de qué modo mamá es realmente una persona (ver Capítulo 7,
sección "Cómo humanizar la imagen que tienes de tu madre.")
Y si, después de todos tus esfuerzos, tu relación no ha cambiado, al menos no irás por la
vida atormentándote con el pensamiento de que podrías haber hecho un cambio si hubieras
hablado con ella cuando aplicabas tus nuevas ideas sobre la actitud de culpar a la madre y los
mitos.
Ahora tienes un marco de referencia para pensar en muchos de los problemas específicos
que existen entre tú y tu madre; ahora entiendes la actitud de culparla y los mitos que la
sostienen. Al considerar lo que está en juego, cómo sentirse a salvo y cómo ambas podéis
sentiros apoyadas y capacitadas, estás preparada para poner en práctica ese marco de
referencia.
NO CULPES A MAMA.- 108
7.- CÓMO ARREGLAR LA RELACIÓN
QUIZÁS ESTES PROYECTANDO hablar directamente con tu madre sobre las barreras
que existen entre las dos y quizá no quieras todavía —o quizá nunca— tener este tipo de
conversación con ella; quizá desearías haber podido, pero ella ha rechazado hacerlo o ya no
vive. Quizá te encuentres en algún punto entre estos dos extremos. Te sientas como te sientas
ahora, dispuesta a trabajar en problemas particulares de la relación madre-hija, deberías leer con
cuidado este capítulo y estar segura de llevar a cabo los tres pasos esenciales que se describirán
aquí. Debes:
1. Humanizar la imagen que tienes de tu madre, porque si discutes tus problemas con ella
o si sólo tratas de pensar de un modo diferente en ellos, necesitas ver la mujer real detrás de los
mitos referidos a la madre;
2. Forjar una alianza con tu madre, de hecho o en tu mente;
3. Elegir y definir un problema para comenzar.
Humanizar la imagen que tienes de tu madre incluye tomar conciencia de todo el espectro
de sus características y su comportamiento. Algunas hijas piensan en sus madres en términos
idealizados, otras en términos de culpabilidad o menosprecio y otras en un poco de los dos.
Tendemos a asustarnos o enfadarnos menos con la gente corriente que con la que consideramos
más importante para nosotras, sea de un modo positivo o negativo.
Este apartado incluye una variedad de técnicas que permiten modificar la imagen que
tienes de tu madre para eliminar sus proporciones míticas. Después que las hayas leído, prueba
las que encuentres más adecuadas. También puedes pensar en otras. La mayoría de las hijas
comienza con las técnicas generales de "Desmitologización de mamá." Si piensas en tu madre
con imágenes idealizadas, tal vez quieras concentrarte en las técnicas de "Consideración de las
luchas de tu madre". (Los problemas de la vida real con los que ella se ha enfrentado.) Si piensas
en tu madre en formas que la culpan o la denigran, las técnicas más importantes para ti serán
probablemente las que sirvan a la "Consideración de los peores aspectos de tu madre"; al
intentar entender su modo de ser, quizá los encuentres menos horribles de lo que pensaste. Para
terminar el trabajo de humanización con una nota optimista, todas las hijas deberían trabajar en
el "Descubrimiento de cualidades a respetar en mamá."
NO CULPES A MAMA.- 109
Desmitologización de mamá
Al rebajar o realzar la figura de la madre a proporciones humanas, tenemos que descartar
el material mítico que esconde su verdadero ser. Podrías comenzar haciendo frente de un modo
directo la forma en que (quizá sin intención) usas los mitos para clasificar y catalogar su
comportamiento; al hacer esto, puedes querer utilizar la técnica psicológica de la exageración con
el propósito de aclarar las cosas. Haz una lista con la mayor cantidad posible de cosas que tu
madre haga y luego clasifica cada aspecto de su conducta como digno de un ángel o digno de
una bruja —volviendo a los capítulos 4 y 5 cuando sea necesario. Encontrarás que parte de su
conducta no pertenece en realidad a ninguna de las dos categorías; tratar de ubicar de manera
forzada todo lo que hace en una categoría o en la otra te ayudará a ver muchos de sus aspectos
como simplemente humanos.
Una mujer se quejaba al comienzo de un taller sobre madres e hijas de que no podía
soportar visitar el apartamento de su madre "porque ella siempre insiste en que coma una gran
cantidad de comida". Le señalé que había omitido esta queja en su lista "Angel o Bruja". Replicó:
"Comencé a anotarla, pero luego pensé que, en realidad no es la conducta de un ángel ni
tampoco la de una bruja, ¿no es cierto?" Le dije que, si sólo hubiera escuchado su tono de voz y
visto el gesto de total exasperación en su rostro cuando describía las súplicas de su madre para
que comiera, habría estado segura de que su madre la había atormentado con el tema de la
comida. Por esa razón, la presioné para que incluyera el conflicto de la comida de la columna
"bruja" de su lista. Durante el período de discusión de la lista, otra mujer en su pequeño grupo la
escuchó decir:
He comprendido, como resultado de tener que poner todos los aspectos de la
conducta de mi madre en esa lista, que algunas de las cosas que ella hace en realidad no
son tan terribles como para justificar mi reacción. Por lo tanto si quiere alimentarme, y yo
no puedo decir de un modo liso y llano: "No, gracias", en lugar de resentirme con ella por
empujarme a comer, creo que necesito también considerar por qué me siento tan culpable
y enfadada por todo el tema.
En la medida en que asumamos a nuestra madre como más o menos que humana, no
podemos esperar que nosotras seamos sólo humanas o que podamos ser sólo eso. Si mamá
puede ser perfecta, o creemos que debe serlo, entonces no pidamos menos de nosotras mismas.
Y si pensamos que su destructividad tiene proporciones sobrehumanas, nuestro miedo más
profundo será que la nuestra sea igual. Las polaridades ángel-bruja nos impiden formular a
nuestras madres todo tipo de preguntas que haríamos con facilidad a cualquiera en una fiesta.
Quizá ya sepas algo más de lo que piensas respecto a tu madre y puedes usar este
conocimiento para humanizar su imagen. Basada en lo que sabes, haz una búsqueda sistemática
de los elementos en común. Pregúntate cuáles son las cosas que compartes con ella: valores,
miedos, actitudes políticas, tipos de amigos, creencias religiosas, comidas favoritas, fuentes de
placer y de frustración, peculiaridades, gestos, rasgos físicos, sentido de estilo, etc. Quizá quieras
hacer una lista de las formas en que las dos os parecéis. Tal vez tengas expectativas muy
elevadas y opiniones muy bajas de ti misma, pero a nivel de presentimiento sabes que eres "sólo
una persona", por eso buscar cosas en común debería ayudarte a humanizar la imagen que
tienes de tu madre.
NO CULPES A MAMA.- 110
Ver a la madre como una persona es a menudo fascinante y emocionante. Al temer de un
modo menos intenso que ella nos encuentre inadecuadas o exasperantes, podemos disfrutar con
interés de su conocimiento, como lo haríamos con cualquier otra persona. Trata de recordar lo
que sabes de su niñez, puesto que los niños nos parecen muy humanos, y es menos probable
que los adoremos o los condenemos como a los adultos. Recuerdo que mi madre me dijo hace
unos años que cuando era niña, había deseado tener un perrito porque quería abrazarlo.
Siempre había sabido que mi madre odiaba a los gatos, y había supuesto que esto se extendía a
todos los animales. Cuando me contó su deseo infantil, de pronto tuve una visión fugaz de ella
como una niña pequeña cariñosa y melancólica —ni una madre perfecta e idealizada ni una
madre con el poder de crear todos los males del mundo.
También me contó otra historia de su niñez, una que mostraba un aspecto bastante
distinto. En primer grado compartía un casillero con una niña que siempre llegaba a la escuela
antes que ella. La otra niña dejaba siempre su almuerzo, que contenía un gran pepinillo en
vinagre, en su casillero y cuando mi madre lo abría, un olor penetrante salía de dentro. Durante
meses todas las mañanas mi madre se comió el pepinillo de la niña. Para una criatura que era en
todos los otros aspectos muy bien educada, ¡esta era una travesura insólita! Ahora tenía otra
imagen vívida de la humanidad de mi madre, que no incluía ni la idealización ni la culpa.
Historias así demuestran que, a menudo, conocemos más de lo que pensamos sobre
nuestras madres, una vez que interpretamos correctamente años llenos de signos, pistas y
malentendidos.
Puedes elegir entre cierto número de técnicas específicas para explorar los peores
aspectos de tu madre. Podrías preguntarle de formo directa por qué te trato como lo hizo durante
un incidente doloroso en particular, cómo se sintió y qué pensó en ese momento. Esta puede ser
una tarea demasiado intimidatoria en esta etapa, pero a veces estos datos ilustrativos no se han
revelado sólo porque nadie lo ha preguntado. O, como Simone escribe (o imagina) una historia
sobre la vida de tu madre. Incluye todo lo que puedas pensar sobre ella, pero en especial trata de
de hacer de ella un personaje digno de simpatía; esto puede ser duro si no te llevas bien con ella
en este momento, pero encontrarás que el esfuerzo vale la pena. Una mujer llamada Phoebe dijo
después de un taller sobre madres e hija:
Cuando comencé a escribir sobre mi madre, todo lo que pude pensar eran cosas
que hacía para irritarme. Pero como la tarea era tratar de hacer de ella un personaje por el
que sintiéramos simpatía, indagué en mis recuerdos —y lo primero bueno que surgió fue
el olor de su sopa de pollo—. Eso me devolvió a todo un fluir de buenos sentimientos,
incluyendo la suavidad de su mejilla cuando yo tenía cuatro años y estaba ron fiebre.
Si sólo intentar hacer de ella un personaje por el cual sintamos simpatía no funciona para
ti, prueba esto: piensa en lo peor que tu madre te haya hecho alguna vez. (Quizá desees referirte
a las notas que hiciste al comienzo del libro.) Luego, imagina que fuiste tú quien lo hizo. Ahora,
escribe un cuento en el que expliques por qué el personaje se comporto como lo hizo. O, si
prefieres, redacta una explicación de dos líneas sobre los motivos del personaje. O encuentra
otra mujer que haya hecho a sus hijas cosas similares y entrevístalas para averiguar lo que les
indujo a ese comportamiento. Mi alumna Nora comenzó a entender qué había llevado a su madre
a golpearla sólo después de hablar con otras madres que cometieron abusos de este tipo.
Como la mayoría de los niños haría, Stacey tomó las palabras de su madre como algo
corriente. En cuanto llegó a los cuarenta, aguijoneada por el descubrimiento de los psiquiatras de
que su madre en verdad tenía un desequilibrio que estaba más allá de su control, Stacey apreció
el sacrificio que su madre hizo por ella. Stacey creció en una ciudad muy pequeña donde su
madre vive todavía, enfrentándose a diario con las consecuencias de que Stacey le haya contado
a sus amigos los problemas de su madre. La gente de la ciudad todavía piensa que enfermedad
mental es sinónimo de locura, y la madre ele Stacey ha sufrido mucho debido a las
malinterprctaciones ignorantes que se han esparcido por la ciudad. Stacey me dijo:
No sólo deseo que la gente deje de murmurar de una forma tan perversa sobre mi
madre, sino que en realidad deseo que se detengan y piensen en lo que ella hizo. Ella
sabía muy bien que, cuando me dio permiso para contarlo, las palabras se extenderían
bastante rápido, y la gente distorsionaría la realidad. Y eso es lo que han hecho en formas
increíblemente grotescas. En lugar de que la gente murmurara sobre mamá a sus
espaldas, merecería que le dieran una medalla por su heroísmo.
Tu madre, como la que citamos arriba, puede haber hecho cosas tan dolorosas que su
imagen no pueda ser muy humanizada. En el espectro de las madres, estas son las que más nos
tientan a seguirlas culpando. Pero aunque seas lo suficientemente desafortunada como para
tener una madre así, tus esfuerzos para humanizar su imagen todavía son importantes. ¿Por
qué? Porque, como escribí en el Capítulo 2, culparla te quita un poco de presión de encima. —
"¡Ella el problema no yo!", pero en la medida en que la consideres tu madre y tu Madre Mala,
estás vinculada patológicamente a ella. Te sentirás aterrorizada de ser como ella, de creer que lo
eres. En la medida en que tu visión de ella sea "Mi madre, la madre", tu identidad estará ligada a
ella de un modo estrecho. Aunque humanizar su imagen no le haga más amable o más
aceptable, trata de entender cómo llegó a ser como es. Luego verás que las fuerzas que te
formaron, incluyendo tus propias características individuales, son diferentes de las que la
formaron a ella. Puedes descubrir que ella fue formada, por ejemplo, por el mito de la supe-
rioridad masculina; entonces, aunque ese mismo mitote haya afectarlo mucho, puedes estar
segura de que ella nunca escapó de su influencia, considerando que a los 25, o a los 45, o a los
65 años, tú ya sabes que el mito es falso.
Al tratar de determinar si tu madre es un ser con el cual es imposible trabajar, tenemos
primero que intentar verla no como alguien que de pronto existió en su forma acabada,
monolítica, en el minuto en que nacimos, sino como alguien controlada por su cultura.
Irónicamente, muchas mujeres que perdonan a Sigmund Freud por las cosas terribles que dijo
sobre las mujeres, pues lo consideran un producto de su tiempo y su cultura, no pueden hacer lo
mismo con sus madres.
Algunas mujeres pueden tener una madre a la que consideran, después de una cuidadosa
reflexión, como totalmente imperdonable; hay, por supuesto, algunas madres bastante perversas
y algunas incluso psicóticas. Si nada de lo que hemos discutido parece ayudar, entonces debe
ser así. Pero antes de abandonar, consideremos el ejemplo de una madre muy destructiva.
Cuando leas la historia ponte en la posición de la joven hija, porque si tu madre fue en verdad
terrible, quizá dudas de tu propio valor, como hizo esta niña. Esta es una continuación de la
historia de Resa y su hija, Rosemary, que describí en el Capítulo 5. Rosemary ha sido llevada a
una clínica para tratar su depresión.
Cuando Rosemary tenía ocho años, la relación de su madre divorciada con un
hombre llamado Mike estaba en crisis. Resa involucró a Rose,nary en esto, obligándole a
rogarle a Mike a que se quedara con ellas.
Durante una pelea entre Resa y Mike, Rosemary se acurrucó en un rincón en la
otra habitación, hambrienta, temblando de frío y de miedo, tratando de no oír sus gritos.
Recuerda que su madre entró en la habitación después de un tiempo y dijo: "No puedo
hacer nada con él. ¡Inténtalo tú!"
NO CULPES A MAMA.- 118
¿Qué harías con Resa? Si volvemos a la descripción de sus padres y sus abuelos en el
Capitulo 5, recordamos que la madre y Ia abuela de Resa fueron personas bastante distantes y
frías —alegres, como mucho—. Su padre y su abuelo fueron más agradables y gentiles pero se
involucraron poco con la familia. Debido a los mitos de la superioridad masculina y de la
sustentación inagotable, la madre y la abuela de Resa parecen responsables por sus dificultades,
aunque su padre y su abuelo quizá contribuyeron también a su carácter egoísta y egocéntrico. Y
gracias al mito de la superioridad masculina, Resa cree que debe tener un hombre —por eso, le
dijo a su marido que se fuera para poder ser "independiente" sólo después de haberse arrojado
con desesperación a su relación con Mike.
Quizá quieras culpar a Resa por lo que está haciendo con Rosemary. O quizá quieras
absolverla de culpa porque crees que sus padres y abuelos están en falta. La perspectiva que
tomes dependerá en parte de lo que pienses del libre albedrío. Algunas dirán que Resa es un
víctima inocente de las circunstancias, formada de manera inevitable por su pasado, impotente
para cambiar. Otras dirán que, como adulta que decide tener un hijo, no importa lo que le hayan
hecho, tiene que asumir la responsabilidad de no herirle.
Cualquiera que sea tu punto de vista, sin embargo, el trato de Resa a Rosemary surge con
claridad de sus propias necesidades, no de la incapacidad de su hija; no es el error de su hija. Si
tu madre parece un ser horrible, imposible de redimir, trata de pensar en ti misma como
Rosemary y comprende que puedes haber odiado o culpado a tu madre en un esfuerzo por
probar que no mereciste lo que ella te hizo. Si puedes entender esto, entonces aunque no llegues
a amar o perdonar a tu madre, te sentirás mucho mejor contigo misma, y no basarás tu
autoestima en el fundamento tembloroso de la destrucción de otra persona. Si sólo consigues
aumentar tu autoestima, ya es mucho.
Humanizar la imagen que tienes de tu madre puede comenzar con cambios primarios en
tu manera de pensar —como, por ejemplo, darte cuenta en el momento da que estás usando las
imágenes míticas y recordarte que tu madre no es ni un Ángel ni una Bruja—, aunque puede
continuar con cambios en tu manera de sentir. Es probable que forjar una alianza con tu madre,
en la realidad exterior o dentro de ti misma, sea un proceso más emocional. El proceso de
humanización cambia el equilibrio de poder entre las dos: ella parece más una igual, ni mucho
más admirable ni mucho más despreciable que tú. Forjar una alianza implica algún tipo de
equilibrio de poder pero está más relacionado con emociones, con sentimientos de proximidad y
de cosas compartidas entre las dos.
Gina nunca consideró necesario hablar de esto con su madre. La percepción que obtuvo
al hablar con su amiga acerca de los mitos marcaron toda la diferencia. La siguiente vez que ella
tuvo una semana ocupada en el trabajo y no llamó por teléfono a su madre, escapó de su antigua
rutina. Cuando su madre la llamó, en lugar de decirle el usual: "Ay, Mamá, ¿por qué tienes un
ataque cuando pasa una semana sin que te llame?", probó decir: "¡Hola Mamá! Me acordé de ti
toda la semana pero me volvieron loca en el trabajo y no me sentía capaz de mantener una
conversación humana."
Nada de lo que Gina dijo a su madre era mentira. No simuló estar emocionada por la
llamada de su madre, ni se embarcó en una conversación prolongada con ella. Lo que hizo fue
evitar las quejas o las acusaciones y esto produjo dos resultados importantes:
1. Algo sucedió entre ellas además de quejas, acusaciones y exigencias -cuando creas
ese espacio, a veces surge el afecto y la unión; y
2. Gina adoptó una nueva actitud hacia su madre, que dejó abierta la posibilidad de que
los motivos de su madre pudieran ser mejores de lo que Gina había supuesto.
Por el relato de su tía, la hija entendió que su madre había estado tratando de ser una
buena madre. Este conocimiento fue útil para ella, aunque sus intentos de hablar del problema
nunca tuvieron éxito.
Si tu madre siente que la relación tomó un giro dramático cuando llegaste a la
adolescencia, necesitaréis explorar juntas qué fue lo que provocó el conflicto. ¿Estabas
expresando aumentos normales en tu agresividad debido a cambios hormonales que no habías
aprendido a superar? ¿Tenía miedo de que te convirtieras en un ser sexual —se sentía incapaz
de enseñarte cómo protegerte de la vulnerabilidad que acompaña a la sexualidad? ¿Temía que
te volvieras agresiva a nivel sexual y que sus amigas escucharan cosas de ti y pensaran que ella
era una madre terrible? Una vez que formulas estas preguntas puedes ver con facilidad cómo tu
problema tal vez se agravó por su contaminación con mitos tales como "La medida de una buena
madre es una hija 'perfecta'."
Quizás identifiques tu matrimonio como el momento en que tu relación madre-hija cambió
de repente. Tanto Roberta como su madre, Marsha, estuvieron de acuerdo en que el matrimonio
de Roberta con Stephen había sido el comienzo de una dolorosa serie de conflictos entre ellas.
Marsha dijo:
El matrimonio de Roberta me convirtió en suegra. Y cuando Stephen me
degradaba, Roberta a veces se unía a él. Cuando le decía en privado que eso hería mis
.sentimientos, Roberta decía que yo le había enseñado que una mujer siempre debe estar
al lado de su marido. Y ella tenía razón: le había enseñado eso. ¿Por qué ella debía estar
a mi lado? ¿Quién obtuvo alguna vez respeto por estar al lado de su madre?
Marsha había visto que su hija adquiría categoría por colocarse del lado de un hombre en
lugar del de su madre, pero todavía no había comprendido que ese era el resultado de la
creencia de su hija y de ella en el mito de que los hombres son superiores. Marsha se dio cuenta
de eso después, cuando ella y su hija hablaron sobre cómo los mitos las habían afectado, y
mucho de su dolor se alivió.
NO CULPES A MAMA.- 126
Hasta entonces, sólo había sabido que su hija a menudo se burlaba de ella y que de algún
modo ella misma había colaborado para que eso sucediera —pero pensaba que su propia
estupidez y el disgusto de su hija eran las raíces del problema.
Por su parte, Roberta se sentía frustrada y enfadada: "Tengo que ser fiel a mi marido, pero
tengo una obligación para con mi madre —y me interesan los dos." Mirando la lista de mitos,
Roberta y Marsha de inmediato reconocieron que el mito de la superioridad masculina había
cumplido un papel importante en el desarrollo de la tensión entre ellas.
El divorcio de una hija es a menudo un momento de transformación para madres e hijas.
Puede modificar la relación en am has direcciones. La modifica para mal cuando una hija, que se
siente vulnerable y cree en el mito de la .sustentación inagotable, cae en la trampa de esperar
que su madre se ponga al cien por ciento a su lado y se siente traicionada cuando consigue
menos. O el giro negativo puede provenir del lado de la madre. Muchas madres que no tienen un
matrimonio feliz se sienten amenazadas por el divorcio de la hija, porque les muestra que ellas,
también, tiene una posibilidad de elección: no tienen que soportar su infelicidad. Esta opción las
atrae y las atemoriza y esta confusión las enfada. Quizá resientan que su hija les provoque
enfado (no femenino) y les haga pensar en la terrible idea de vivir sin el apoyo de un hombre.
Cuando una hija se divorcia, la madre puede alejarse. Sherry tenía 27 años cuando ella y
su esposo decidieron seguir caminos separados. Su madre reaccionó suspendiendo sus
llamadas telefónicas semanales:
Había sabido durante mucho tiempo que la relación entre mis padres era muy
distante a nivel emocional, pero hasta que le dije a mi madre que me había divorciado no
me di cuenta lo mal que estaban las cosas entre ellos. Ella se puso muy punzante y
comenzó a sermonearme que el lugar de la mujer está junto a su marido, sin importar lo
que haya sucedido. Supe que estaba tratando de convencerse a sí misma y yo estaba
triste porque ella no podía darse cuenta de eso. La única manera en que podía
distanciarse de su deseo de abandonar a papá era manteniéndose lejos de mí.
Algunas hijas han encontrado que sólo es útil esperar y nada más, esperar hasta que la
madre se dé cuenta de que la hija no la está empujando a dejar su matrimonio. Otras hijas han
dicho a sus madres de un modo explícito: "Dejé a Pred, porque dejarlo era lo mejor para mí. Pero
eso no significa que debas dejar a papá. Sólo tú puedes tomar esa decisión."
La mayoría de las madres duda en animar a sus hijas a dejar un matrimonio miserable.
Pero cuando el divorcio es un fait accompli (hecho consumado) una madre puede sentirse más
libre para convencerse a sí misma y a su hija de que el matrimonio no es perfecto; no necesita
más tratar de persuadirla de permanecer en el papel convencional de una mujer casada. Una de
mis alumnas describe su experiencia:
... después de seis años de matrimonio, llamé a mi madre un día y le dije que iba a dejar a
mi marido. Le dije que estaba harta soportando a un hombre que no era capaz de
soportarme a mí. Ella entendió lo que estaba diciendo... La separación y el divorcio me
dejaron un sentimiento de vulnerabilidad, pero me dieron libertad [de dejar de simular que
el matrimonio era perfecto], lo mismo que a mi madre. Nuestra relación comenzó a ser
verdaderamente afectuosa y sentí que ella me aceptaba. Comencé a desarrollar una
mayor autoestima y una mayor satisfacción con mi trabajo.
NO CULPES A MAMA.- 127
Cuando trabajes en un problema particular, cada cierto tiempo tendrás que tomar medidas
para mantener la motivación. Ten presente lo que quieres lograr, recordando algún momento en
que tu madre y tú hayáis tenido una buena relación. También ten presente que no tienes que
elegir entre decirle a tu madre cómo te sientes e intentar aumentar la proximidad o reducir la
tensión entre ambas. Las dos cosas no se excluyen mutuamente. Por ejemplo, puedes decirle
que no te gustan sus críticas porque se convierten en un obstáculo para disfrutar del tiempo que
pasáis juntas.
Después de elegir un problema en el que trabajar, de tratar de identificar tus sentimientos
y los de tu madre al respecto, y de conversar sobre lo que cada una considera las causas del
problema, puede servir de ayuda leer cómo otras madres e hijas han trabajado en estos temas
juntas. Una vez más, aunque no estés realizando esto directamente con tu madre, puedes
beneficiarte con el conocimiento de las ideas y percepciones que otras mujeres han hallado
útiles. El capítulo siguiente consiste en historias de madres e hijas y el trabajo que han efectuado.
Este es un buen ejemplo y muy útil para todas nosotras. Yo mismo he intentado esto
muchas veces con mi hija y con mi madre. Hace poco, mi hija estaba deprimida por un problema
que tenía con un trabajo escolar. La llamé desde la cocina a la sala: "Emily, ¿por qué no lo
buscas en la enciclopedia?" Silencio. "Cariño, ¿entiendes lo que tienes que hacer? Puedes llamar
a alguno de los otros niños de la clase y preguntarle." Arranque furioso de Emily. Luego recordé
la experiencia de Nikki con su hija. "Emily", dije, "lamento que te sientas tan fracasada y desearía
poder ayudarte." Se sintió aliviada: su tarea escolar la había puesto mal, ella había exteriorizado
su irritación conmigo y luego se sintió mal por eso. Cuando dejé de tratar de encontrar qué hacer
por ella (Mito Tres) y en cambio sólo traté ele ser cálida y servir de apoyo, se sintió segura
porque su irritación no había dañado nuestra unión más que unos pocos minutos.
El alivio que proviene de arreglar las relaciones dañadas fue experimentado por Janice, y
su madre, Marjoric, cuya relación estaba envuelta en el mito de que la medida de una buena
madre es una hija perfecta. Janice pensaba que su madre estaba tratando de forzarla a seguir
ciertas normas sociales por razones egoístas; el comportamiento agresivo de su madre le había
parecido el cruel intento de adaptarla a un molde aceptable.
Cuando el amante de Janice, Aaron, se mudó a vivir con ella y sus dos hijos adolescentes,
Marjorie se sintió muy mal. Pensó que Janice y Aaron eran egoístas por no esperar lo suficiente
para estar seguros de que su relación era estable, y que los niños resultarían lastimados si Aaron
se iba de la casa. Además, aunque había sido muy comprensiva con las relaciones anteriores de
Janice, Marjorie dijo con franqueza que no quería hacerse muchas ilusiones esta vez. Ella se
había atormentado cuando las anteriores relaciones sentimentales de Janice se rompieron y se
sentía mal ante la perspectiva de escuchar una vez más la angustia de Jani. ce por haber
terminado otra relación. Janice dice:
Mi primera reacción fue sentirme herida. Me sentí rechazada, luego enfadada. Me
pregunté —y le pregunté a mamá con enfado— por qué no podía ser feliz si yo era feliz.
¿Por qué no podía ver que Aaron era maravilloso con los niños y que ellos le adoraban?
Janice quería que Marjorie se sintiera como ella. Ansiaba el apoyo y la aprobación de su
madre y se sintió traicionada cuando eso no ocurrió. Pero en su deseo de apoyo, Janice
mostraba insensibilidad hacia los sentimientos de su madre que eran comprensibles y no estaban
destinados a herir a Janice, como finalmente entendió:
NO CULPES A MAMA.- 129
Cuando me calmé y me puse en la posición de mi madre, entendí que
probablemente yo hubiera sentido lo mismo. Me harto de amigos que repetidas veces
pasan por un período de exaltación al comienzo de sus relaciones, a los que siguen
períodos más largos en que necesitan mi apoyo cuando la relación se vuelve amarga.
Por eso el primer paso que marcó una diferencia fue tratar de ver la situación desde el
punto de vista de Marjorie. Janice entonces puso en práctica esta comprensión: Ilamó a Marjorie
y dijo: "Mama desearía que pudieras alegrarte conmigo, pero entiendo por qué no puedes y
respeto tus sentimientos."
Por un tiempo, Janice pensó que el problema estaba resuelto. Se sentía muy madura por
ser capaz de reconocer los diferentes sentimientos que tenían ella y su madre. Pero luego
comprendió que también se sentía alejada de ella. Después de pasar largas noches temiendo
que su próximo paso pudiera fracasar de un modo miserable, Janice tomó eI teléfono y llamó de
nuevo a su madre:
Le dije que me estaba sintiendo distanciada de ella y que eso no me gustaba, en
especial porque, en general, siempre hemos estado muy unidas. Le dije que todavía era
feliz con Aaron y también lo eran los niños, pero que me sentía incómoda porque ella y
Aaron, dos personas muy importantes en mi vida, estaban totalmente desconectados el
uno del otro. Le dije que no esperaba que ella se subiera al próximo avión y viniera a vivir
con nosotros seis meses para que pudiera llegar a conocer y amar a Aaron. No le pedí a
mamá que cambiara sus sentimientos. Sólo le dije que nuestro distanciamiento me dolía y
que quería estar cerca de ella de nuevo.
Cuatro meses después Marjorie pasó un fin de semana con Janice y Aaron. Aunque nada
es perfecto, y todavía no adora a Aaron —y puede que eso nunca suceda— sabe que Janice
quiere estar cerca de ella. Encontrar una forma de evitar la actitud simplista de culpar a Marjorie
por este distanciamiento y encontrar una forma de mantener sus propias decisiones, aunque no
fueran las que su madre deseaba, liberaron a Janice del resentimiento que había sentido
previamente. Descargó mucha de la energía concentrada en dudar de sí misma (por no
complacer a Marjorie) y en culpar a su madre, y así pudo usada para mantener y fortalecer el
vínculo con su madre.
En lo que respecto a Marjorie, ahora siente metan, presión por aprobar y participar con
sinceridad en todo lo que hace Janice, pero también ha aprendido que la relación de su hija con
un hombre nuevo no significa que Janice deje de preocuparse por la relación de ambas o de
respetar las opiniones de su madre.
Estas historias ilustran la necesidad de tener presen. te que mucha de la angustia en
nuestras relaciones madre-hija proviene de nuestro deseo de tener una mayor unión con ellas.
Contradicción
Hemos observado en detalle el poder que tienen las imágenes polarizadas madre-hija
para hacernos sentir contradictorias respecto a nuestras madres. Cuando una fuerte
contradicción caracteriza a tu relación madre-hija, quizá te resulte útil considerar cómo los dos
conjuntos de mitos alimentan ese sentimiento.
NO CULPES A MAMA.- 130
Por ejemplo, el mito de la "madre perfecta" que brinda una sustentación inagotable hace
que nuestras madres nos parezcan atractivas aun cuando el mito de la "madre mala" que
fomenta el concepto de la inferioridad femenina nos haga desear disociarnos de ellas.
La contradicción a menudo aparece o se vuelve particularmente pronunciada en la
adolescencia, cuando el deseo de no tener nada que ver con la madre se intensifica por la
necesidad de sentirse mayor. Mi editora Janet Goldstein recuerda que su madre le decía, cuando
era adolescente: "No puedo siquiera ponerme en la fila para entrar al cine contigo de un modo
correcto. ¡O estoy demasiado cerca de ti o no estoy lo suficientemente cerca!" Cuando una hija
quiere a .su madre cerca, se siente presionada por la preocupación de que esa proximidad no
sea sana y, cuando están cerca, las dos temen que las "enormes" necesidades de la otra las
abrumen.
Las adolescentes en general quieren estar lejos de sus madres para ocultar sus
sentimientos sexuales agresivos incrementados; pero la confusión que producen estos
sentimientos hace que quieran más que nunca sentirse protegidas y apoyadas. Una madre que
sabe lo que la hija siente es una fuente potencial de bienestar. Pero si el miedo de la hija a la
desaprobación de su madre es demasiado grande, que su madre conozca estos sentimientos
puede también ser una fuente de miedo y vergüenza que suprime tratando de cerrarse a su
madre. La hija puede percibir a su madre como un espejo humano que no se quedará
respetuosamente en las sombras.
Como adultas, a menudo nos quejamos: "Cuando estoy con mi madre, siento que tengo
de nuevo catorce años. " Creemos que nuestras madres nos atraviesan con la mirada, que ven lo
que queremos mantener más oculto. Podemos sentir que nunca han admitido nuestra madurez e
independencia. De un modo ideal, madres e hijas pueden encontrar formas de estar cerca, como
dos seres adultos y afectuosas que interactúan como iguales. La historia de Gina en el Capítulo 7
referida a las llamadas telefónicas es un ejemplo de este tipo de resolución afortunada.
La contradicción puede, sin previo aviso y a menudo, levantar cabeza con una intensidad
sorprendente, después de un período de equilibrio y proximidad general. Cuando tu madre
envejezca, quizá debas comenzar a cuidarla de algún modo, ayudándola, controlando cómo se
siente. Aunque de hecho, sólo estés continuando la relación de interés mutuo que manteníais,
quizá te preocupe participar de una "inversión de papeles": que ahora seas tú la "madre" de tu
madre. Tal vez tu madre y tú queráis estar ce rea, pero te preocupa que esta proximidad no sea
sana. Rosa, asistente a un taller sobre las relaciones madre-hija, lo expuso de este modo:
Después que la artritis de mi madre empeoró, comencé a hacer parte de su trabajo
en la casa —en especial las cosas en las que necesitaba agacharse. Quería ayudarla,
pero me preocupaba que se sintiera incómoda porque yo estaba cuidando de ella en lugar
de lo contrario, y también yo me sentía rara. A veces ese sentimiento me superaba y lo
descargaba con ella, volviéndome muy irritable.
Este sentimiento de extrañeza no fue causado sólo por el cambio de papeles, pues la
extrañeza en sí misma no necesita ser deprimente; sus sentimientos negativos procedían de su
convicción de que una hija adulta y su madre deben ser independientes la una de la otra. Cuando
Rosa exploró sus sentimientos y reconoció su contradicción (evidenciada por sus reacciones que
eran una mezcla de interés y enfado), entendió gradualmente los efectos del mito que establece
que la proximidad madre-hija no es sana.
NO CULPES A MAMA.- 131
Más aún, vio que su sentimiento de que debía ser inagotablemente sustentadora,
combinado con su miedo a dar demasiado, amenazaba con bloquearla a nivel emocional.
Rosa comprobó además que los dos mitos le habían permitido cuidar de su padre sin
sentir la contradicción. Por el mito de la superioridad masculina, se sintió privilegiada de poder
ayudarle y por el mito de la sustentación inagotable, se sintió muy femenina por hacerlo:
Comprendí que nunca me he sentido irritada por tener que cuidar de mi padre desde su
ataque cardíaco. Supongo que la diferencia es que espero demasiado de ella, pero no de
él.
Semanas después del trabajo en el taller, Rosa me llamó para decirme que había hablado
con su madre de lo extraña que se sentía en su papel de protectora y de lo mucho que apreciaba
todo lo que la había cuidado durante años. Al reconocer el poder de los mitos, había resuelto
mucho de su contradicción y pudo liberar su energía para demostrar a su madre aprecio y
respeto.
Al reconocer la contrariedad que sentía respecto a su madre, en lugar de descargar su
enfado con ella, Rosa estableció una nueva fase en la relación. Aunque los cambios involucraron
algunas inversiones de poder y responsabilidad entre ellas, se acercaron para ser iguales a nivel
psicológico. Hicieron esto reconociendo directamente sus reacciones humanas —la contrariedad
y el resentimiento de Rosa, y el malestar y la pena de su madre por la pérdida de su capacidad
física. La madre de Rosa se había sentido menos digna del respeto de su hija que cuando era
capaz de cuidarse a sí misma, pero Rosa redujo el dolor y la soledad que sentían las dos cuando
logré reconocer sus propios sentimientos de un modo respetuoso y digno.
Las mujeres cuyas madres están muy enfermas o perturbadas para tener el tipo de
conversación que Rosa tuvo con su madre me han dicho que el solo hecho de comprender la
forma en que los mitos afectaron sus sentimientos, las ha ayudado a liberarse de algunos de
ellos. Por ejemplo, ¿sentirías lo mismo si este tipo de incidentes se produjeran entre tú y tu padre
o entre un padre y un hijo? Una mujer describió claramente este doble criterio para tratar a las
personas mayores:
Veo el mismo patrón en todas las familias de mis amigos, cuando sus padres envejecen.
Se respeta al padre cuando envejece —aunque haya sido un cruel tirano toda su vida. Sus
manías (tanto las que tuvo durante toda su vida como las nuevas que ha adquirido con la
edad) son consideradas sus peculiaridades. Pero la madre —sin importar lo mucho que se
sacrificó para mantener a la familia unida y cuidar de todos— es llamada bicho y "persona
imposible de tratar" cuando es difícil.
Traición
Las hijas a menudo se sienten traicionadas por sus madres porque el mito de la
superioridad masculina conduce a las madres a subestimar o incluso a denigrar a sus hijas y a sí
mismas. Cuando tenía veinte años, Genna se dio cuenta de esto después de una salida de
compras con su madre:
Durante muchos años, me había encantado ir con mamá a la peluquería o a
comprar ropa. Luego, un día, me sentí tremendamente degradada porque ella hizo un
comentario tajante sobre un hermoso traje que había comprado. Dijo: "En verdad me
harás parecer desaliñada cuando aparezcas con ese traje tan deslumbrante." No podía
creerlo —mi madre tenía celos de mí.
A causa de una variación del tema de la superioridad masculina, las hijas a menudo se
sienten traicionadas, porque las madres piensan que deben criar hijas e hijos convencionales.
Como recordaba Becky, 29 años:
Nunca sentí que mi enfado fuera admisible, que pudiera conducirme a algo bueno.
El enfado de mi hermano sí podía, sin embargo: si yo bramaba y gritaba, me
desacreditaba por eso, pero si él bramaba y gritaba, mis padres retrocedían y le daban Io
que querían. Y en lo que respecta al sexo, el mensaje que recibí de mis padres fue un
simple "¡No!", pero a mi hermano le daban condones y elogios, porque se parecía a papá.
Sabía que a mis padres les preocupaba que me quedara embarazada, pero esa
preocupación parecía interponerse en el camino de sentirme bien con mi sexualidad. Se
volvió una carga para mí.
Muchas mujeres descubren que sus madres pensaban que debían enseñar a sus hijas a
admirar a los hombres más que a las mujeres, aunque les disgustaran algunos aspectos del
papel femenino tradicional y en realidad no quisieron competir con sus hijas por el favor de los
hombres. A veces las madres han encontrado formas de evitar la competencia y escapar de las
tareas femeninas que más odiaban.
Cuando estaba creciendo, escuché que mi madre decía repetidas veces (y para mi
sorpresa, por vergüenza): "¡No puedo coser un botón!" Por lo tanto me convertí en el "sastre" de
la familia, cosiendo botones y haciendo dobladillos de faldas y pantalones. Creía que mi padre
pensaba que yo era mejor que mi madre en ese aspecto. Me sentía avergonzada por ella y a la
vez orgullosa y culpable por haberla superado. Hasta que cumplí cuarenta años no entendí lo que
en realidad había sucedido. Le pregunté a mamá: "¿Recuerdas que solías decir que no podías
coser un botón? Acabo de darme cuenta, cualquiera puede coser un botón, incluyéndote a ti, ¿no
es cierto?"
Seguro, dijo sonriendo, "¡pero no iba a quedar atrapada haciendo eso!" Ella no había
tenido interés en competir conmigo por el título de Reina de la Costura, pero yo había quedado
atrapada en la carrera por la aprobación de los hombres y me sentía complacida por ganar a
mamá en un juego al que ni siquiera estaba jugando.
Algunos terapeutas tradicionales creen que la intensa competencia madre hija para atraer
la atención de los hombres es inevitable y saludable, y que resulta crucial para ayudar a la hija a
escapar de la "maraña" que forma su madre y entrar en el "mundo público y real" representado
por su padre. Este concepto no es verdadero, sin embargo. Es infantil creer que amar más al
padre debe significar amar menos a la madre; esta idea se alimenta del mito de la superioridad
masculina —por eso, ¿por qué alguien querría estar cerca de su madre?
NO CULPES A MAMA.- 134
Como las mujeres están desvalorizadas, se fuerza a los adolescentes de ambos sexos a
probar que son diferentes y están alejados de sus madres; una hija desea demostrar que no se
parece a su madre, pero también se resiente de que su madre (quizá de un modo inconsciente)
sea portadora del mensaje de que las dos son menos valiosas que los hombres.
Tal vez quieras recordar los momentos importantes de tu infancia en que eras
desobediente y te rebelabas contra tu madre. Pregúntate si no podrías haber estado resistiéndote
de algunas de las cosas tradicionalmente femeninas que tu madre sentía que debía enseñarte.
Lori, qua ahora tiene dos niños, se enfurecía cada vez que su madre le daba recetas o consejos
de cocina:
Me sentía como que me estaba diciendo que, sin su ayuda, sería una cocinera
espantosa. Un día, una mujer en el trabajo estaba hablando de lo mucho que odiaba
cocinar y eso me hizo reflexionar: ¡Yo también odio cocinar! Todas esas veces cuando era
niña y mi madre me llamaba a la cocina con una gran sonrisa en el rostro y decía:
"¡Hagamos algunas galletitas juntas!" Creo que ella pensaba que eso era lo que las
madres debían hacer. Nunca quise cocinar, pero no quería herir sus sentimientos. Ahora
sé que siempre odié trabajar en la cocina y me dolía que ella actuara como si fuera algo
muy divertido.
Como muchas hijas, Lori se sintió traicionada por la participación de su madre en el mito
de la superioridad de los hombres; pensaba que la actividad culinaria de su madre era un signo
de sumisión a las expectativas masculinas que suponen que las mujeres deben cocinar. El
reconocimiento de ese mito como una fuente de problemas es el primer paso hacia la superación
de la sensación de que mamá nos ha traicionado.
Desesperanza
En el Capítulo 2, conté la historia de Ellen, que perdió la esperanza de complacer a su
madre, Sue, en lo referido a las vacaciones con su novio. Si la desesperanza es el principal
sentimiento problemático que tienes en tu relación con tu madre, quizá quieras repasar la historia
de lo que Ellen y Sue hicieron para superarla.
Además de la preocupación por no complacer a sus madres, las hijas se desesperan, a
menudo de manea inconsciente, porque ven a sus madres como víctimas y se sienten
impotentes para ayudarlas. En aproximadamente un tercio de las familias norteamericanas, el
padre comete abuso físico contra la madre; en un número mayor de familias, la humilla. En este
caso, el dilema de la hija es aún más doloroso. A los treinta años, Alison recordaba que en su
adolescencia su padre insultaba con frecuencia a su madre:
Me destruía, le odiaba por insultarla y eso me hacía querer estar al lado de ella.
Pero huía de la humillación por asociación. Cuando papá intimidaba a mamá, la odiaba
por no saber hacerse respetar. Para mí, su debilidad significaba que todas nosotras, las
mujeres, teníamos que sufrir nuestra vergüenza en silencio.
En muchos casos, pasan años antes de que las hijas se den cuenta de cómo el mito de la
superioridad masculina y la dinámica de la dominación paterna han operado en su familia y por
qué sus madres se sometieron a sus padres. Puedes comenzar a entender si preguntas a tu
madre qué pensaba que habría sucedido si ella hubiera rechazado el sometimiento.
NO CULPES A MAMA.- 135
Una mujer que hizo a su madre esta pregunta comentó: "Mamá dijo que sabía que tenía
más capacidad para manejar el dinero que papá, pero dejaba que él tomara las decisiones
financieras porque no quería hacerle sentir que no era el hombre de la casa."
Como a menudo los niños se sienten indefensos para ayudar a sus madres, responden a
la persecución materna desarrollando problemas de conducta o volviéndose indiferentes. Muchos
niños, sin embargo, mantienen el sentimiento de que deben proteger y salvar a sus madres. Es
probable que las hijas en particular sientan de este modo debido a su imagen de sustentadoras.
Los sentimientos de indefensión pueden conducir a estos niños a la desesperación, y estos
sentimientos pueden ser acarreados durante toda la vida. A menudo las hijas adultas no
comprenden que ya no se encontrarán indefensas por más tiempo.
Marianne, una activista negra de los derechos civiles, comprendió su profunda angustia
debido a su incapacidad, cuando era niña, de mitigar el sufrimiento de su madre a manos de un
patrón racista:
Mamá y yo siempre habíamos hablado de algunas de las cosas terribles que los
blancos hacían a nuestra gente y esta enseñanza de mamá fue lo que me hizo tan activa
en el movimiento de los derechos civiles. Pero a veces odiaba estar cerca de ella cuando
volvía a casa del trabajo agotada, después de luchar contra los acosos sexuales de su
capataz. No podía soportar conocer su sufrimiento y no poder ayudarla, por eso escondía
mis sentimientos.
A los 36 años, Marianne tuvo una crisis en su vida. Cuanto más personas ayudaba con su
trabajo en el terreno de los derechos civiles, más se desesperaba por haber fracasado con su
madre. Cuando asistió a una mujer negra de edad para ganar un juicio por acoso sexual ante la
Comisión de Derechos humanos local, Marianne se dio cuenta de que el acoso sexual era uno de
los problemas con los que su madre había tenido que lidiar; no pudo evitar ver cómo, durante
años, se había distanciado del dolor de su madre porque se sentía impotente para ayudarla.
Ahora, por fin, tenía el poder y por eso pensaba que ya no necesitaba alejarse del sufrimiento de
su madre.
Un día la llamó y le pidió que le hiciera una visita, durante la cual le explicó lo que había
comprendido. "Mamá no se sorprendió", dijo. "Había sabido siempre por qué me retraía. Pero yo
me sentí mejor al saber lo que había pasado con nosotras y después de eso no tuvo que
mantener tanto mi distancia."
En los momentos difíciles de nuestra vida, podemos desesperar cuando comprobamos
que nuestra madre no nos da lo que queremos y no sabemos por qué. Como las madres a
menudo esconden sus problemas, no podemos m averiguar por qué están distantes en lo
emocional, pero igual podemos intentarlo. En general, esos son los momentos más importantes
para preguntar a la madre directamente qué está pasando en su vida. Una de mis alumnas com-
prendió, poco después de tener un bebé, que su madre no estaba satisfaciendo sus necesidades,
porque tenía otros problemas en su mente. La alumna deseaba lograr la aprobación materna en
lo referido a los cuidados del bebé y se había sentido decepcionada cuando su madre no dijo
nada al respecto. Entendió la razón cuando su madre y su abuela fueron juntas a visitada:
NO CULPES A MAMA.- 136
Parte del motivo de esta visita era asegurar que la abuela tuviera una oportunidad
de ver a su bisnieta. Todo el tiempo estuve esperando que mamá dijera: "Estás haciendo
un buen trabajo con Alexandra", mientras que ella estaba buscando que yo le asegurara
que era paciente y sustentadora con su madre.
Este tipo de comprensión nos enseña que la madre nos "descuida" no porque seamos
malas o porque desaprueben lo que hacemos o porque no se interesen por nosotras, sino porque
es un ser humano que está tratando de actuar en los límites estrechos del papel femenino de la
supersustentadora. Las hijas desesperadas deben comprender que estos límites estrechos y la
falta de poder de las mujeres en la sociedad disminuyen su capacidad de satisfacer las
necesidades de sus hijas y la capacidad de las hijas de proteger a sus madres.
Enfado
El enfado constituye un aspecto importante en muchas relaciones madre-hija, en parte
porque la actitud de culpar a la madre lo alienta, en parte porque el enfado es una reacción
común ante cualquier sentimiento desagradable. Cuando sentimos contradicción, traición,
desesperanza, culpa o tristeza hacia nuestras madres, es probable que nos enfademos con ellas
por "hacernos" sentir de ese modo. Como aprendimos en el Capítulo 2, un paso importante para
entender y superar nuestro enfado es identificar los sentimientos subyacentes que pueden estar
alimentando el fuego. Lo que sigue son algunas de las situaciones más comunes que provocan
enfado en las relaciones madre-hija.
Usando algunas de las técnicas que aparecen en este libro, Amanda por fin se sentó a
conversar con su madre ton el corazón en la mano:
Sabía que básicamente mamá se preocupaba mucho por mí y decirle que me
dejara de molestar no había funcionado, por eso elegí otra estrategia: traté de averiguar
cuál era su punto de vista, le pedí que dejara de hablar de qué podría causarme el exceso
de peso y le pregunté qué significaban para ella mis kilos de más. AI principio, pensó que
no tenía nada que ver con sus sentimientos.
NO CULPES A MAMA.- 137
Pero cuando le pregunté de un modo directo si ella se sentía fracasada por no
haber sido capaz de producir una hija delgada, se puso a llorar y dijo: "No sé qué he
hecho para llevarte a comer tanto. ¿Comes porque eres infeliz o es que nunca te enseñé
adecuadamente a autocontrolarte? Y además, si eres demasiado gorda, nunca
conseguirás marido y nunca tendré nietos."
Una vez que las preocupaciones de la madre salieron al exterior a la luz, las dos mujeres
pudieron hablar sobre lo, injusto que era para las dos ser juzgadas —o juzgarse a sí mismas—
por la forma del cuerpo de Amanda. Se convirtieron en compañeras. Amanda comentó:
Mamá a veces todavía dice que desearía que yo perdiera peso; pero no me odia
por ser una "prueba" de su fracaso como madre y no siento que ella esté tratando de
controlar mis hábitos alimenticios sólo por sus razones egoístas.
He escuchado historias similares de hijas que creen que sus madres las "odian" por
casarse con un hombre de otra religión, por no tener hijos o por elegir mujeres como amantes.
Las hijas en estas situaciones a menudo tratan la desaprobación o la molestia de sus madres
filosofando o atacándolas: "¡Es irracional!" "¡Es homofóbica!" "¡Se preocupa más de lo que su
hermano super-religioso piensa que de lo que yo siento!"
La elección de compañero o la decisión de no tener hijos pueden ser una amenaza para la
madre, pero eliminar las tergiversaciones de los sentimientos de una y otra puede reducir parte
del dolor.
Una mujer que había estado casada durante cinco años con un hombre de otra religión
me dijo que su madre odiaba tanto a ella como a su marido. Yo había hablado con su madre y
sabía que no odiaba a su hija, sino que se consideraba fracasada por no haber educado a una
hija para que se casara dentro de su fe; su madre dijo con franqueza que esta era una cuestión
de sentimientos —de fracaso, de miedo a ser castigada de algún modo, etc.—. Su hija se
enfureció por la hipocresía y la irracionalidad de la madre.
"Tu madre no afirma que su reacción sea lógica", le dije a la hija, "pero lo que es más
importante es que las dos os amáis y queréis reducir la tensión que existe entre ambas. Lo único
que no hacéis es dejar saber a la otra cuánto os preocupáis. Las dos estáis sometidas a un
rencor que ya lleva cinco años, y aunque hasta ahora ha sido una experiencia dolorosísima para
las dos, quizás ahora podáis crear un tipo de relación más tranquila. ¿Por qué no comienzas asu-
miendo que no te odia o no quiere que te sientas culpable, sino que desea llevarse mejor
contigo? Tú sabes que ella cree que tú la odias. Nunca vi una familia que evite tanto mostrar su
interés por el otro."
La otra hija le dijo algo similar y la siguiente vez que madre e hija hablaron por teléfono, la
tensión se redujo. Las dos se sintieron menos rechazadas y más dispuestas a creer que las
intenciones de restablecer la conexión eran sinceras. No han vivido felices desde entonces, pero
el reconocimiento del deseo de aceptarse mutuamente y de reconciliarse ha ayudado a curar
parte de las heridas del pasado.
NO CULPES A MAMA.- 138
La reacción negativa de una madre cuando su hija realiza una elección de vida no
tradicional puede perturbar mucho a una hija hasta el punto de no valorar las buenas intenciones
de su madre. La mayoría de las madres quiere que sus hijas sean felices. y las madres que se
someten a creencias tradicionales, prensan que el camino más rápido hacia la felicidad es el
convencional. Por fortuna, las hijas encuentran formas de mostrar a sus madres que el camino
tradicional no necesariamente trae felicidad y que a veces los no tradicionales sí lo hacen. Cierta
ayuda prestó el libro de Betty Friedan The Feminine Mystique, en el que mujeres tradicionales
describían la insatisfacción que sentían por sus vidas y más ayuda ofrecieron tanto las historias
de mujeres individuales como la investigación sistemática que revelaba, por ejemplo, que el
matrimonio, la educación de los hijos y otras elecciones tradicionales no resultaban buenas para
todas las mujeres.
Cuando la madre ha mantenido sus propias aspiraciones dentro de los estrechos límites
tradicionales fijados para las mujeres, ve como en un espejo la escasez de opciones que se
presentan en el futuro de su hija y puede granjearse su odio por eso. Una hija dijo:
Mamá hizo de todo por papá y por nosotros, pero nunca hizo nada por ella misma.
Yo la adoraba, y eso estrechaba mi visión de lo que yo podía ser, porque estaba tan
consagrada a observarla como una gran madre, que no aprendí de ella mucho de la
riqueza y variedad de las elecciones vitales.
Las hijas pueden considerar exasperante que sus madres parezcan realizar con facilidad
las tareas que las hijas encuentran difíciles. Rara vez una mujer encuentra que el matrimonio o la
educación de los niños es fácil. Si tu madre trató de ocultarte sus dificultades, sus dilemas o sus
problemas, puede incluso que haya temido reconocerlos ante ella misma. Quizá sientas que ella
navegó sin dificultad por todos estos problemas. Quizás hayas pensado que algo andaba mal
dentro de ti, pues no pudiste atravesar sin tropiezos esas situaciones espinosas.
Cuando "fracasas" de este modo, puedes resentirte de que tu madre te haya protegido de
la realidad, que no te haya preparado para ser esposa y madre, que no te haya mostrado cómo
superar estos problemas. Quizá te sientas incluso más abandonada por tu supuesta madre
perfecta que por otras mujeres, en el momento en que más necesitas recurrir a ella para un
consejo, información y consuelo. Rebeca se sintió de este modo respecto a su madre y terminó
diciéndoselo:
Mamá se conmocionó al conocer el miedo que yo tenía a hablarle de mi
inseguridad respecto a la maternidad, porque la veía como un ejemplo de perfección. Ella
había intentado con mucho esfuerzo no "sobrecargarme" contándome la verdad sobre
algunas de las dificultades de ser madre. Pero una vez que comprendió que su imagen
perfecta me estaba perturbando, surgió la verdadera historia de sus propias luchas. Se
sintió aliviada al contármelo y de un modo muy gradual comencé a dejar de odiarla por ser
perfecta.
Si tu madre se molesta cuando le dices que te sientes frustrada como esposa o como
madre, no supongas que esa molestia refleja su desaprobación. Quizá se sienta avergonzada por
no haber sido capaz de enseñarte cómo avanzar en esos papeles o por no haberte ayudado a
evitar las trampas y limitaciones que ella conoce de un modo muy íntimo.
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Cuando Erica tuvo por fin el valor de expresar lo que sentía, supo que su madre se había
sentido tan insegura como ella con su primer niño.
Somos particularmente vulnerables a sentirnos desprotegidas cuando termina una
relación. Una madre que parece fría o distante puede tener en ese momento muchas razones
diferentes para no preocuparse por nosotras. Si pensaba que tú y tu pareja no erais una buena
combinación, quizá se esté mordiendo la lengua para no decir: "Siempre pensé que no erais el
uno para el otro." O quizá tenga miedo de parecer entrometida, o quizá simplemente no sepa qué
decir o hacer-un sentimiento típico de quien trata de responder a la pérdida de otra persona-. Si
la relación que terminó no era un matrimonio legal, tradicional, heterosexual, puede sentirse fuera
de lugar y muy insegura sobre qué es correcto decir. Conocer estas posibles explicaciones no te
impedirá desear su apoyo, pero te dará algunas ideas para comprender su conducta.
El enfado es una emoción tan poderosa que nos sentimos muy presionadas como para
tranquilizarnos y averiguar que hay por debajo de eso. Y nos enfrentamos ante una gran pérdida
si el objeto de nuestro enfado no puede explicar su comportamiento. Considera la siguiente histo-
ria del enfado de una nuera contra la hostilidad de su suegra, basada en explicaciones erróneas:
NO CULPES A MAMA.- 141
Mi suegra nunca parecía pensar que algo de lo que yo hiciera fuera suficientemente
bueno para su hijo, Harold. Se deshacía en elogios sobre los regalos que "Harold" le
hacía, aunque sabía que yo los había comprado. "Soy tan desafortunada", se quejaba,
"porque las nueras nunca te tratan bien". Esto me dolía, porque yo todos los días me
desvivía por ser afectuosa y atenta con ella. Después de 25 años, me di por vencida.
Luego, una Nochebuena, la familia Ie pidió que hablara de su infancia. El padre de
Ruth era un hombre rico, encantador pero bueno para nada. Los padres de Ruth la
dejaron a ella y a su hijo mayor en Irlanda cuando vinieron a los Estados Unidos a
construir una nueva vida. Ruth pasó la mayor parte de sus primeros cinco años de vida
con su abuela. "¿Tus padres te escribían desde América?", le pregunté a Ruth. "No."Dijo.
"Porque no sabía leer. Y me olvidé cómo era mi padre:"
Según Ruth, "Cuando tenía cinco años más o menos, mi hermano y yo fuimos
embarcados, sin compañía, en un barco que venía a América. Cuando llegamos a Ellis
Island, reconocí a mi madre pero no a mi padre. Cuando corrieron hacia mí, pregunté a mi
madre: '¿Dónde está mi padre?' Mi padre rara vez estaba en casa y era muy distante con
nosotros.
"Mi madre tenía un pretendiente que la adoraba, pero ella no iba a dejar a mi padre
porque tenía miedo de que su pretendiente abusara de mí; eso era lo que su padrastro le
había hecho."
Jody tuvo una serie de largas charlas con su padre y cuando él se dio cuenta de que su
actitud perjudicaba a su esposa, se limitó un poco.
A Jody le ayudó el hecho de que no había iniciado la burla a su madre; tanto ella como su
padre habían sido influenciados por el mito de la inferioridad de las mujeres. Comprender este
proceso no significaba pasar por alto o minimizar cómo ella y su padre habían participado de la
actitud de degradar a su madre, pero liberaba parte de la energía que había estado sujeta a la
culpa que Jody sentía, de modo que pudo usarla de un modo productivo para cambiar el trato
que ella y su padre dispensaban a su madre. Podemos ayudar más a nuestras madres cuando
entendemos las causas de sus problemas y. por lo tanto, vemos qué se necesita hacer.
La hija que se preocupa por la felicidad de su madre se siente culpable al separarse de
ella. Como Ladonna, una estudiante universitaria, explicó:
Había sido la protectora de mi madre durante tanto tiempo que cuando llegó el
momento de ir a la universidad, tuve miedo de que ella no pudiera estar bien sin mí. Ella
no es muy feliz con mi padre, pero piensa que no debe hablar al respecto con nadie fuera
de la familia. Temo que esté sola y me siento culpable por eso.
Quizá podamos animar a nuestras madres a que encuentren confidentes, o quizá lo hagan
por ellas mismas. En todo caso, como descubrieron Jody y Ladonna, sentirse culpable no ayuda
a nadie.
Otra fuente de la culpabilidad que las hijas sienten ha surgido principalmente en los
últimos años. Cuando tenemos una próspera carrera y ellas no, nos sentíamos incómodas.
Cuando Janet llegó a los treinta y fue promocionada a gerente en un banco importante donde
trabajaba, me escribió:
Me siento tan culpable. Mi madre trabaja como secretaria en la misma calle. Ella se
quedó en casa y cuidó de mis cinco hermanos y de mí hasta hace un par de años. Le
habría encantado tener un trabajo mejor pagado y con más responsabilidades, pero nunca
tuvo las opciones que yo he tenido.
Aconsejé a Janet que ella y su madre tuvieran une charla sobre cuál fue el motivo que le
impidió conseguir un trabajo antes. Al cabo de un tiempo, Janet me escribió que a raíz de la
charla supo que su madre había querido empezar antes:
NO CULPES A MAMA.- 143
Pero mi padre decía que todos pensarían que él no era un buen proveedor si la
dejaba tener un empleo. Por eso, para mantenerle feliz, se quedó en casa. Y yo había
estado pensando que la responsabilidad de cuidarnos —nuestra misma existencia— era
culpable de que mi madre no hubiera tenido la oportunidad de hacer lo que quería.
Según Carol, su madre escuchó y se quedó en silencio por un momento, y luego preguntó
con un hilo de voz: "¿Eso significa que ya no estás más enfadada conmigo?" Carol le aseguró
que ya no lo estaba y que el propósito de la llamada era decirle que ya no estaba enfadada, pero
que estaba triste de que su enfado se hubiera interpuesto entre ellas durante tanto tiempo. Se
había superado una barrera y las dos se sentían mejor.
Miedo
Dos de los principales miedos que las hijas adultas tienen en relación con sus madres son
el miedo a disgustarlas (o incluso a perder su amor) y el miedo a parecerse a ellas.
El miedo a disgustar a nuestra madre se intensifica por el mito de que el poder de las
mujeres es peligroso: si las disgustamos, sentimos que una horrible maldición caerá sobre
nosotros. En algunos casos este miedo tiene lugar en la realidad, porque algunas hijas tienen
madres muy críticas y muy exigentes. Pero todas las hijas temen perder el amor de sus madres.
La hija en la novela Dry Your Smile (Seque su Sonrisa) de la escritora feminista Robin Morgan,
dice mientras su madre yace en el lecho de muerte: "Ella tiene poder. Ella tiene el poder de no
amarme." Más que ninguna otra persona, se supone que nuestra madre nos ama —y nos ama
sin importarle nada— por eso nos sentimos aterrorizadas al pensar que quizá no lo hagan. Si no
nos aman ahora, entonces, ¿quién lo hará después que ella muera?
Muy a menudo, una hija se siente mejor al decirle a su madre lo atemorizada que está
ante la perspectiva de no poder alcanzar sus patrones o de decepcionarla de algún modo. Dina,
33 años, explica por qué:
Mi mamá se sorprendió de que me preocupara tanto la opinión que tenía de mí.
Una por una, hice una lista de todas las cosas que pensaba que ella desaprobaba, y
mientras lo hacía, ella reconocía que sus patrones eran en realidad muy elevados. Pero el
sólo escuchar lo larga que era la lista la hizo pensar. Me dijo que creía que había sido
bastante dura conmigo, pero que no había sido su intención. Mientras hablábamos, supe
que había establecido patrones tan altos porque estaba tratando de ser una buena madre,
poniéndome a la altura de lo que se suponía las niñas debían ser. Ella estaba convencida
de que hubiera fallado si yo no fuera muy dulce, paciente, generosa, delgada y no al-
canzara grandes éxitos, sin dejar de ser modesta y poco agresiva.
NO CULPES A MAMA.- 145
El miedo a convertirse en la madre, o a parecerse a ella, ha sido llamado matrofobia por la
poeta Adrienne Rich. Tememos repetir los errores de nuestra madre. Como nadie conoce mejor
que nosotros lo despreciables y avergonzadas que su desaprobación nos hace sentir, tememos
nuestro propio poder de hacer sentir de este modo a los otros. Arlene, que trabajó sola para
superar los mitos maternos, cuando llegó a los cuarenta vio que su miedo a parecerse a su
madre era:
Algo conveniente a mi miedo por terminar viviendo una vida limitada y a no ser muy
valorada, como tantas mujeres de la generación de mi madre. Esta percepción ha hecho
esto mucho más fácil para mí, porque me di cuenta de que no tenía miedo a mi madre;
tenía miedo a ser tratada como ella. Ahora me siento también menos fatalista —que
cuando solía pensar que estaba destinada a terminar como mamá, ahora sé que puedo
vivir mi vida de un modo diferente. No tengo que aceptar los límites "femeninos"
tradicionales o soportar la falta de respeto. No tengo que temer por más tiempo que
cualquier cosa que le haya sucedido a ella me suceda inevitablemente a mí.
Aviva finalmente comprendió que ese miedo estaba exagerado por el mito de la
superioridad masculina; ella contrarrestó esto con su decisión consciente de pensar en términos
de valoración sobre su madre debido a su experiencia y su sabiduría. Esto redujo su miedo
porque si su madre, que estaba envejeciendo, podía obtener su respeto, sentía que,
cuando envejezca quizá las mujeres mayores sean más respetadas. Yo doy un
pequeño paso, esperando que sea un paso gigantesco para todas.
Tristeza
Dos de las causas más poderosas de nuestra tristeza en la relación madre-hija son el
reconocimiento de lo que ellas perdieron en sus vidas y nuestra sensación de distanciamiento.
En su estudio sobre mujeres cuyas madres habían muerto, la doctora en teología Martha
Robbins informó que uno de los descubrimientos más sorprendentes era que las mujeres
lamentaban más las vidas de sus madres que sus muertes. Como una de mis amigas, de treinta
y cinco más o menos, dijo:
NO CULPES A MAMA.- 146
No puedo decirte el dolor que siento cuando veo lo mucho que mi madre está
siendo dominada por mi padre. Ella espera en casa todos los días el momento en que él
atraviesa la puerta después de trabajar. Toda su energía está concentrada en su cena.
¿Qué debería hacer? ¿Le gustará? ¿Se dará cuenta siquiera? Podría enfadarme y decirle
que es una neurótica o una cobarde o una estúpida —y hago todo eso a veces—; pero en
general sólo me siento muy triste por ella.
Por esa tristeza debemos entender nuestras propias limitaciones. Sí, podemos instar a
Mamá a conseguir un empleo, a hacer trabajo como voluntaria, a pensar en ella misma como una
persona valiosa por otras cosas que no sean su magnífica carne asada. Pero como fue educada
en una época bastante diferente a la nuestra, quizá nada de lo que podamos hacer cambiará la
forma en que vive.
Lo que podemos hacer, sin embargo, es tratar de cambiar el modo en que se siente. Mi
amiga reconoció, en su interior, lo aburrida que le parecía la vida de su madre, pero luego intentó
ver su punto de vista. Educada en una sociedad en la cual una buena mujer se sienta y espera
que su hombre vuelva a casa a cenar, la auto-valoración de su madre se ubica en el terreno de
su carne asada. Por eso, mi amiga comenzó a pedir a su madre recetas de cocina. Comentó:
Antes me aburrían conversaciones como esta porque —como la mayoría de la
gente— estaba encerrada en la idea de que cocinar y hacer el trabajo de la casa no eran
tareas importantes o difíciles. Pero ahora, cada vez que comienza a hablar de sus recetas
o de sus bordados, pienso que lo que en realidad está haciendo es tratar de convencerse
y de convencerme que está haciendo algo valioso. Y eso lo hace menos aburrido y más
emocionante, por eso ahora aumenta mi aprecio por lo que ella hace y puedo afirmar que
ella lo siente.
Insensibilidad y alienación
Como describí en el Capítulo 2, cuando sentimientos perturbadores —en especial, pero no
sólo, los que son irremediables— nos abruman, a menudo sólo nos insensibilizamos o nos
apartamos de nuestras madres. La historia de n ti amiga en el apartado anterior (la mujer que
ahora aprecia la cocina de su madre) demuestra cómo nuestro sentido de lo irremediable
respecto a las vidas de nuestras madres pueden distanciarnos de ellas; y también pueden
hacernos sentir que tratar de recuperar una mayor proximidad no tiene sentido. Cuando no
sabemos qué más intentan, y el dolor de una unión rota es demasiado grande, ¿qué podemos
hacer sino sentirnos insensibilizadas? Espero que algunos de los pasos y las técnicas de los
Capítulos 6 y 7 de este capítulo te hayan sugerido formas de abrir nuevas puertas.
NO CULPES A MAMA.- 147
Observemos el ejemplo de una hija que se sentía insensibilizada no tanto por el dolor
como por el exceso de enfado. Jocelyn y su madre, Beth, habían tenido terribles discusiones
desde que Jocelyn entró en la pubertad; en ese momento, aunque un psiquiatra les había dicho
que estaban en competencia por la atención del padre de Jocelyn, no les había dicho cómo tratar
de disfrutar de la relación madre-hija además de concentrarse en el padre. Cuando vi a la madre
y a la hija años después de una conferencia que di sobre madres e hijas, describieron al padre
como un hombre muy frío. Con tan poca ternura y atención por parte de él, madre e hija habían
competido por lo poco que había. Pero ahora que la hija era adulta y podía obtener ternura y
atención fuera de su familia inmediata, la feroz competencia no era tan necesaria.
Cuando Jocelyn se fue de casa, madre e hija habían enmascarado su furia continua bajo
lo que pensaban que era una falta de amor entre ellas. Cuando Jocelyn se mudó, las visitas entre
madre e hija eran tan poco frecuentes que las dos tenían miedo de arruinarlas con explosiones
de enfado. Por eso se contenían, nunca llegaban en realidad a las raíces de su enfado mutuo y
permitían que los esfuerzos para ocultar lo que sentían crearan una barrera entre ellas.
Incentivadas por la conferencia, Jocelyn y Beth trabajaron en su relación y Beth me escribió una
carta en la que decía:
Siempre había pensado que Jocelyn era una persona imposible, y ella pensaba lo
mismo de mí. Cuando comprendimos que habíamos tenido que competir por la mínima
aprobación de la persona de más alta posición en la familia —mi marido— vimos que lo
malo no estaba sólo dentro de nosotras. Las dos habíamos temido que él nos rechazara,
lo que nos hubiera hecho sentir sin valor. El reconocimiento de esas preocupaciones
compartidas ha creado ahora un vínculo entre nosotras. En estos días, cuando estamos
juntas no reprimimos nada. Cuando necesitamos discutir, discutimos. Pero la diferencia es
que ahora sabemos que hay mucho amor entre nosotras. Y es maravilloso no tener que
sentirme nunca más insensibilizada en presencia de mi hija.
Al final de nuestras visitas, cuando llega el momento de separarnos podemos decir
que, en general, es algo duro, que sentimos que hay mucho por hacer y por decir, pero
que nos amamos.
Todas las historias en este capítulo se han referido a diferentes formas en que madres e
hijas han intentado arreglar sus relaciones, con diversos grados de éxito. Naturalmente, madres e
hijas diferirán en las técnicas que utilizan y en el ritmo del trabajo de reparación, pero la mayoría
de las relaciones madre-hija —como las tapicerías bien tejidas— merecen el esfuerzo de
arreglarlas.
NO CULPES A MAMA.- 148
9.- ES SÓLO UNA PUERTA
Piensa en la relación con tu madre desde que te convertiste en adulta. Imagina lo diferente
que la historia podría haber sido:
• si no hubieras sospechado que cada señal de proximidad entre las dos era en realidad
una evidencia de que
1. tus necesidades y las suyas eran demasiado grandes (Mito Seis);
2. tu madre estaba tratando de controlarte (Mito Ocho); y
3. querer la proximidad es algo malo en sí mismo (Mito Siete);
• si no hubieras tenido que preocuparte porque, aun siendo adulta, cualquier paso en falso
que dieras humillara a tu madre (Mito Uno) e invalidara, en su mente, el tipo de vida que ella tuvo
(Mito Cinco);
• si la sociedad no te hubiera dificultado el reconocimiento de tus sentimientos sexuales y
agresivos "no femeninos" (Mito Tres) de modo que no necesitaras culpar a tu madre por dirigir
sus sentimientos con una facilidad y habilidad que tú nunca podrías igualar o por mostrarlos tan
pobremente que no pudiste aprender nada útil al respecto;
• si la sociedad no te juzgara tanto por tu papel de esposa y madre (Mitos Uno y Dos),
provocando que culpes a tu madre por establecer patrones imposibles de alcanzar con su propio
ejemplo de supermamá o por ser un pésimo ejemplo para seguir;
• si no hubieras esperado que ella supiera de manera automática cuáles eran tus
necesidades y las satisficiera (Mitos Dos y Cuatro);
• si no hubieras supuesto que ella podría haber sido —y todavía podría ser— una buena
madre si sólo hubiera escuchado a los expertos en lugar de a sus propios instintos o atendido a
los consejos de su madre (Mito Seis);
• si no te sintieras dividida entre la alianza con tu madre y la alianza con tu padre, entre la
alianza con tu madre y la alianza con tu marido; y nuestra cultura no nos empujara siempre a
elegir al hombre (Mito Cinco);
• si tu madre no hubiera estado tan limitada en sus posibilidades (Mito Cinco) que te
sientas culpable por tu éxito;
• si no tuvieras miedo de que cualquier muestra de fuerza o asertividad por parte de tu
madre fuera un signo de su poder destructivo (Mito Nueve).
NO CULPES A MAMA.- 150
Cada paso es valioso
Cuando comiences a trabajar en tu relación madre-hija y elijas las técnicas y el ritmo que
te parezcan adecuados, recuerda considerar que cada paso que des es valioso en y por sí
mismo. No intentes arreglar todo en "una gran conversación". Muévete despacio, y no intentes
hacer demasiado de golpe, si lo haces, estarás trabajando bajo mucha presión y tus esfuerzos
serán contraproducentes. Y no pienses de antemano en cuántos pasos quedan por dar. Antes
solía despertarme por la mañana y mirar una enorme lista de tareas que tenía que realizar
durante el día y me sentía agotada antes de: salir de la cama. Entonces tuve lo que en ese
momento me pareció una idea sorprendente; no tenía que llevar a cabo todas esas tareas al
mismo tiempo en cada minuto del día. Cuando imaginé al día como una larga línea en lugar de
como un solo punto, comprendí que sólo tenía que hacer una cosa en cada punto, y no se puede
esperar que ningún ser humano haga más de eso. También comprendí que, aunque no terminara
ese día con todo lo que aparecía en la lista, igual habría hecho algunas cosas y eso era valioso.
Asegúrate de no cometer el error de suponer que este es un libro de recetas con pasos
fáciles que funcionan de un modo mágico —y que algo debe andar mal dentro de ti, si no tienes
éxito de inmediato—. Este libro intenta sugerir un modo de comenzar a hacer cambios en tu
relación madre-hija. Cuando empieces a pensar de un modo diferente sobre tu madre y sientas
menos la carga de los mitos que te llevan a culparla, tu actitud mejorará. Es posible que ella
perciba eso y que responda de un modo adecuado.
Por eso debes comprender que cada paso te ayudará a acercarte a tu meta final, pero que
cada paso también trae sus propios beneficios. Por ejemplo, humanizar la imagen que tienes de
tu madre será un alivio, aunque nunca afrontes de un modo directo los problemas que hay entre
vosotras. Una madre que vivió en una serie de hogares adoptivos cuando era niña y crió sola
cuatro hijos puede estar tan amargada o abrumada, que sus hijas no logren discutir con ella
frente a frente los problemas de la relación; pero al menos sus hijas pueden entender cuán poco
realistas eran al culparse por las furias o las depresiones de su madre.
Recuerda, también, que definir una "meta ulterior" para una relación es engañoso; en
cualquier vínculo, las dos personas involucradas están en un continuo proceso de cambio, de
modo que un paso puede no terminar donde pensabas. El filósofo David Friendly ha dicho que
trabajar en una relación es como estar en una plataforma giratoria: comienzas a caminar y
cuando vas a dar un paso, debajo de ti el suelo está apuntando en una dirección diferente.
Recuerda las limitaciones del enfoque que he descrito. En un solo libro no es posible
definir todos los tipos de problemas madre-hija o anticipar todos los resultados si se prueban
estas técnicas. Más aún, el grado y la rapidez de tu éxito al utilizar estas técnicas no dependerán
sólo de ti; dependerán en parte de la historia de la relación con tu madre, cómo tu padre o algún
otro compañero de tu madre es o fue, si tienes o no hermanos —y si es así, cómo son—, cuánto
apoyo puedes obtener de otras personas durante la elaboración de estos temas, la fragilidad o el
poder de tu autoestima y el grado de estabilidad en los otros aspectos de tu vida y de la vida de
tu madre. Es probable que tu raza, religión, clase social, raíces étnicas, orientación sexual, edad
y estado de salud tengan también efectos importantes, (aunque una investigación completa del
funcionamiento de esas importantes fuentes variantes todavía no se ha hecho).
NO CULPES A MAMA.- 151
Por ejemplo, en un simposio en 1988 sobre niños de dos razas, Barbara y Robin Miller
señalaron que en América del Norte los negros más que los blancos consideran la sabiduría
como algo que proviene de la generación anterior y por eso las hijas negras pueden estar más
inclinadas que las blancas a sentir auténtico respeto por sus madres.
Recuerda, además, que si tu madre ha muerto o por alguna otra razón es imposible hablar
con ella, puedes modificar la mayoría de las técnicas que te he sugerido.
A menudo escuchamos que las personas nunca cambian; pero eso no debería llevarnos a
hacer predicciones sobre la posibilidad de cambiar nuestra relación madre-hija. Aunque el
carácter básico de una persona tiende a permanecer igual, algunas personas realizan cambios
significativos si se dan las circunstancias adecuadas. Alcohólicos de toda la vida dejan de beber;
algunas personas realizan giros importantes en sus carreras; otras se vuelven menos suaves y
más enérgicas con el tiempo. La psicóloga Karen Howe informa que casi todas las alumnas que
escribieron la biografía de su madre dijeron: "Me siento como si hubiera conocido a mi madre por
primera vez"; es un cambio importante que puede producir otros aún más significativos.
Es más, en general no necesitamos importantes cambios de carácter en nuestras
relaciones madre-hija, porque los caracteres no son la principal causa de problemas. Por el
contrario, debemos entender la necesidad de superar los mitos y aprender un conjunto diferente
de preguntas y procedimientos para comprender nuestras relaciones.
... No atribuí la depresión de mi madre y sus dudas a la guerra diaria que estaba librando.
En cambio, juzgué sus actos como compromisos y con un miedo persistente luché contra la
indefensión que sentía frente a sus deseos ardientes y sus metas para mi futuro. No estaba
pensando en reconocer su papel de víctima, sino en identificar libremente su persecución hacia
los otros.
Para otra mujer, a la que había entrevistado, el cambio fue lento. Me llamó por teléfono
semanas después para decir:
NO CULPES A MAMA.- 152
Anoche comencé a preguntarme por qué sólo me concentro en los modos en que
mi madre me perturba. Luego recordé que habías dicho lo fácil que es culpar a nuestras
madres y me invadieron recuerdos de cosas buenas, divertidas o emocionantes que mi
madre había hecho por mí. Después tuve una percepción muy valiosa. Recordé que solían
llamar a la madre de mi madre la "mujer de hierro". La madre de mi madre era tan fría con
ella, que creo es un milagro que mi madre fuera capaz de mostrarme algo de afecto.
Sin embargo como dice Adrienne Rich en su poema "prospective Immigrants Alease
Note", no hay garantías de hacia dónde nos conducirá el cambio, pues "La puerta en sí misma/no
hace promesas./ Es sólo una puerta." Aunque es probable que cuando atravieses la puerta que
te saca de la actitud de culpar a la madre, experimentes un resurgimiento de energía, una
liberación de lo que estaba ligado a tu propia actitud. Si te sientes bien con tu madre y si tu rela-
ción con ella mejora, intenta dar un paso más usando parte de esa energía incrementada para
eliminar los mitos. Algunas hablarán con una o dos madres o hijas al mismo tiempo, diciéndoles
lo que han aprendido y aconsejándoles lo que pueden hacer con sus relaciones. Otras
rechazarán escuchar chistes que denigran a las madres y a las mujeres en general, desafiarán
las opiniones de los científicos y otros "expertos" o cuestionarán con constancia los comentarios
casuales basados en presunciones de la capacidad femenina inagotable de dar sustentación, su
necesidad ilimitada o su uso destructivo del poder.
Espero que algunas desafíen de un modo directo y se opongan a las instituciones que
perpetúan los mitos. La consideración de las madres y de todas las mujeres mejorará un poco
con cada paso que des hacia la obtención de un salario igual y la libertad reproductiva para las
mujeres, toda mejora en los centros de atención de niños o de personas enfermas o mayores,
cada golpe que asestes al acoso sexual o la desvalorización de las mujeres mayores y de las
mujeres pobres, cada lucha que emprendas para proteger los derechos de las mujeres
incapacitadas, las mujeres de color, inmigrantes, lesbianas y mujeres bisexuales o mujeres
enfermas del sistema de salud mental.
Un principio
Déjame terminar con la mención de uno de los pequeños pasos que di hace años para
acercarme a mi madre. Un día mi hijo, Jeremy, que entonces tenía 7 años, había te nido
problemas en la escuela. Esa noche, mi madre puso una conferencia telefónica desde su casa y
habló con Jeremy durante un momento. Pocos minutos después, llamó de nuevo porque no
estaba segura si yo conocía el incidente que Jeremy le había contado. Mamá quería alertarme
sobre las necesidades particulares que él podía tener durante la noche. Luego me pidió hablar
con Jeremy de nuevo, sólo para que pudieran tener una conversación placentera y pudiera
recordarle que se preocupaba por él en ese momento.
La gente puede dar vuelta los ojos y hablar de abuelas sobreprotectoras y entrometidas o,
mejor, registrar el hecho de que la abuela había hecho algo maravilloso por su nieto. Yo me puse
en el lugar de Jeremy e imaginé cómo me sentiría si mi abuela se tomara la molestia de llamarme
de nuevo sólo para conversar, en un momento en que me sentía mal por haber tenido un día
horrible.
NO CULPES A MAMA.- 153
Podría decir que mi madre hizo algo maravilloso. O podría decir que mi madre hizo algo
que revelaba una profunda compasión y una auténtica preocupación por otras personas. Llamar
a lo que hizo "naturalmente femenino y sustentador", un aspecto de su trabajo de madre, no sería
hacerle justicia. Pocas personas hacen este tipo de cosas comprensivas y consideradas de todos
modos, y no nos sentimos mejor si, cuando las madres las hacen, apenas tomamos nota porque
es lo que creemos que deben hacer.
Esa noche me sentí llena de orgullo y afecto por mi madre. Aprecié lo mucho que nosotras
las mujeres tenemos que trabajar, aunque nuestra sustentación y compasión ha sido a veces
considerada una ventaja y usada en nuestra contra. Cuidándonos de no dejar que abusen de
nosotras o nos ignoren por cómo somos, podemos sentirnos orgullosas de nuestra ternura y de
nuestra fuerza y orgullosas de las otras mujeres. Le dije a mi madre cómo me sentí y ella pareció
sorprendida pero llena de gratitud, por mi aprecio y mi respeto.
Cuando aprendemos a respetar más a nuestras madres, nos respetamos más a nosotras
mismas y cuando vemos las injusticias que han sufrido, consideramos más nuestra propia
humanidad. Así como vemos el dolor —o el potencial para el dolor— que compartimos, también
vemos las formas en que podemos usar nuestra humanidad y nuestra fuerza común para darnos
un poder mutuo. La poeta Susan Griffin afirma: "Recuerdo mi furia ante las restricciones que me
impusieron cuando era niña. Recuerdo la mirada de inocencia en el rostro de mi hija... y que
cuando comprendí que había dado a luz a una niña, mi corazón se abrió y todo el sufrimiento de
las mujeres me pareció irrazonable."
En el pasado, el dolor de esta apertura y de esta visión condujo a muchas mujeres a
someterse a las reglas tradicionales para la educación y restricción de las hijas; este
sometimiento fue alentado por una sociedad que se negó a reconocer el trato injusto dado a las
mujeres. Pero el apoyo mutuo de madres e hijas y el reconocimiento creciente de esta injusticia
nos brinda apoyo a todas nosotras. Con este apoyo, podemos enfrentarnos a los anhelos de
nuestro pasado y del de nuestras madres y forjar algo mejor para nuestras madres, para nosotras
mismas, para otras mujeres y para las generaciones venideras. Al comenzar, te deseo lo mejor.
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APÉNDICE: GUÍAS PARA ENTREVISTAS MADRE-HIJA
Las Preguntas De La Entrevista
1. ¿Cuándo y dónde naciste?
2. ¿Cómo eran tus padres? (antecedentes étnicos, religiosos, económicos).
3. ¿Qué influencias importantes tuviste cuando eras niña?
4. ¿Cómo era tu relación con tu madre? ¿Y con tu padre?
5. ¿Cómo era/fue tu relación con mi padre?
6. ¿Trabajaste fuera de casa?
7. ¿Cuáles son tus intereses principales?
8. ¿Hay cosas que siempre has querido hacer pero nunca has tenido la oportunidad?
9. Alumna: Agrega dos preguntas propias.
BIBLIOGRAFÍA
Nacida de mujer. Adrienne Rich (1929- ) Noguer Ediciones (Planeta). Barcelona,
02/1978.- 296 p. 13x20 cm
www.rimaweb.com.ar/articulos/2010/nacemos-de-mujer-de-adrienne-rich