Dubet Caja Negra
Dubet Caja Negra
Dubet Caja Negra
Danilo Martuccelli
En la escuela
Sociología de la experiencia escolar
Editorial Losada
Cubierta:
Toda la edición del libro
Ilustración:
Vitrales de la Capilla de la
Colonia Güell
Antonio Gaudí
ISBN: 950-03-8380-2
Queda hecho el depósito que marca la ley 11723
Impreso en España.
Printed in Spain.
Introducción
Aunque la subjetividad de los actores sociales sea el objeto central de este estudio, no
es concebible aislarla del conjunto de mecanismos objetivos que la producen. Si cada uno
construye por sí mismo su experiencia social, esto no impide que no la construya con
materiales “objetivos” que no le pertenecen. Los alumnos no definen ni las relaciones de las
culturas familiares y de la cultura escolar, ni las utilidades sociales objetivas vinculadas a sus
estudios, ni los conocimientos escolares y los métodos pedagógicos. Pero son ellos los que
deben combinar estos diversos elementos, y toda investigación necesariamente va del actor
al sistema, del trabajo de los sujetos a las dimensiones objetivas de su experiencia.
La formación de los actores y de los sujetos se presenta como una sucesión de etapas.
En principio, los alumnos de la escuela elemental o primaria están dominados por un
principio de integración, de interiorización de las expectativas de los adultos. Después, en el
colegio, entran en la afirmación de una subjetividad que introduce una cierta tensión con la
escuela. Finalmente, en el liceo, acceden a una racionalidad definida por las utilidades
escolares, y una posibilidad de “vocación” construida por el interés propio ante ciertas
disciplinas. Pero no todos los alumnos franquean estas etapas de la misma manera. Unos
elaboran poco a poco una experiencia que dominan, mientras que otros no lo logran, se
sienten desposeídos, indiferentes, a veces destruidos en su recorrido. Así, el sistema escolar
no puede ser solamente definido por sus gradaciones y sus jerarquías de éxitos y fracasos; es
también el marco y el organizador de las experiencias de los alumnos, “fabrica” diversos
tipos de actores y de sujetos que serán llamados a ocupar diversas posiciones sociales. La
escuela no es solamente “inigualitaria”, produce también diferencias subjetivas considera-
bles, asegura a unos y debilita a otros. Unos se forman en la escuela, otros a pesar o en
contra de ella.
Este libro quisiera ser a la vez científico y “comprometido”. Querría decir lo que es la
experiencia de los actores de la escuela y describir sus mecanismos más finos. Pero no se
pueden consagrar tantos esfuerzos, haber reunido tantos alumnos y maestros, conocer tanto
las alegrías como los sufrimientos sin prohibirse todo juicio al respecto. Nos despegaremos
de las .reglas de la neutralidad científica en un postfacio sobre la situación de la escuela en
Francia, y adelantando también algunos principios de acción posibles. Los sociólogos no
deben ser solamente críticos no involucrados o expertos; ¿de qué serviría su trabajo si no se
esforzaran por sacar de él algunas orientaciones prácticas, algunos principios de acción?
Para que la sociología de la educación sea útil, debemos romper con tres imágenes
aplastantes. La primera es aquella de la crisis continua de un sistema que no viviría sino la
larga decadencia de una escuela republicana, tan idealizada que se aleja de nosotros y que
ignoramos a menudo lo que fue. La segunda imagen es la de una escuela-máquina,
totalmente determinada por leyes intangibles y que llama sólo a la crítica radical, la denuncia,
y a una ruptura tanto más cómoda cuanto improbable. La tercera de estas imágenes está
dirigida por la obsesión de la “utilidad escolar”, que no concibe la educación sino bajo el
ángulo de su adaptación a la economía, como si la escuela debiera crear empleos. En
concreto, cada una de estas representaciones, las que fundan lo esencial de los ensayos, de
los panfletos de vuelta a clases, instruye un proceso desde el punto de vista de una propia
norma: la de la integración social, la de la justicia y la de la eficacia. No se puede pensar en
una reforma de la escuela sino rechazando esas opciones imposibles y aceptando vivir en el
mundo desgarrado de la “guerra de los dioses”. La reforma es así un signo de coraje.
La primera parte de este libro está compuesta por un capítulo consagrado a las
mutaciones del sistema escolar y muestra cómo la educación ya no puede ser pensada como
una práctica institucional. La segunda parte se refiere a la escuela primaria o elemental, los
alumnos, los maestros y los padres. La tercera parte está consagrada al colegio. Está
compuesta por cuatro capítulos: uno sobre la experiencia colegial, los dos siguientes sobre
esta experiencia en contextos sociales contrastados, el tercero sobre la experiencia de los
profesores de colegio. El liceo es el objeto de la tercera parte: los dos capítulos que la
componen describen diversas modalidades de la experiencia liceísta. 5 La última parte del
libro contiene un capítulo relativo a la sociología de la educación y al lugar de nuestro
trabajo en ese conjunto teórico. En función de sus intereses, el lector puede elegir el entrar
en el libro de varias maneras. Pero como la educación es un proceso, sólo podemos invitarlo
a recorrer todas las etapas de este trabajo.
Las mutaciones de la escuela
No se puede estudiar la experiencia escolar sin alejarse de la imagen de la escuela
concebida como una institución naturalmente integrada, vinculando armoniosamente las
actividades de sus miembros alrededor de algunos principios o valores elementales, o bien
alrededor de una “función” única jerarquizando roles y conductas. Fue a menudo de esta
manera como se representó la escuela republicana. De hecho, esta imagen jamás fue
considerada como una descripción de la realidad del sistema escolar, sino concebida como
una norma deseable, como un ideal. La mayoría de los individuos involucrados -y son
numerosos: padres, alumnos y docentes-, no dejan de afirmar los principios de una buena
escuela y de evocar la nostalgia de la “edad de oro” de una institución a la vez eficaz, justa,
preocupada por los alumnos y capaz de asentar el reconocimiento social de los docentes,
porque defendía un conocimiento liberador. Es la escuela republicana, fijando esta imagen
hasta la víspera de los años sesenta, la que cristaliza con mayor frecuencia esta
representación ideal, latente en las declaraciones programáticas, las manifestaciones de
docentes, los panfletos y los ensayos de reapertura... Cada ministro pretende ser su heredero
y defensor. Si la escuela está hoy rodeada de un aura de nostalgia, si es simultáneamente
defendida y criticada, es sin duda porque ya no puede ser verdaderamente una institución en
la medida en que debe llenar simultáneamente “funciones” de naturaleza distinta, donde debe
perseguir objetivos diversos que ya no se acuerdan armoniosamente en sus principios más
esenciales, como parecía suceder “antes”.
Todo sistema escolar debe llenar tres “funciones” esenciales y puede ser definido
según la manera en que las jerarquiza y las articula. Aquí la palabra función es ampliamente
metafórica; designa menos una necesidad del sistema social en su conjunto que el conjunto
de problemas que todo sistema escolar debería regular y con relación a los cuales no puede
evitar definirse. Si no fuera por sus connotaciones “funcionalistas”, justamente, la palabra
función es perfectamente aceptable y útil para describir las presiones impuestas a toda acción
organizada.
Nos queda por ver cómo se han articulado y cómo se combinan hoy estas diversas
“funciones”, es decir, cómo engendran un modo de regulación de las relaciones escolares,
especialmente de las relaciones pedagógicas. Aquí, la escuela republicana será menos
descrita en términos históricos que tratada como un “tipo ideal”, un diseño analítico
formado por el ajuste de un proyecto educativo, de un modo de distribución y de una forma
escolar, engendrando una institución en la cual las conductas de los diversos actores están
fuertemente reguladas.
Escuelas separadas
El liceo, junto a la escuela elemental popular y republicana, está dominado por las
humanidades clásicas. El malthusianismo de los liceos, hasta la segunda guerra mundial, fija
un reclutamiento de herederos, de alumnos socialmente predispuestos a las retóricas
escolares, a los ejercicios de admiración y de comentario de los grandes textos que dominan
las disciplinas pedagógicas y serán, hasta mediados de este Siglo, el centro de la dignidad
escolar, armonizando con otras culturas, pero sin ceder a ellas.24 Los pocos becarios, 8%,
que acceden al liceo, han demostrado su capacidad de adherirse a este tipo de educación y
siguen siendo los salidos de una pequeña burguesía de servidores del Estado, más que del
“pueblo”. Pero el precio de los estudios permanece alto a causa del internado, y la tasa de
pérdida entre la clase de sexto y el bachillerato es importante. 25 Si los profesores tienen
ganancias modestas, comparten en cambio la gran cultura escolar sin notárseles sin embargo
como intelectuales, posición reservada a los escritores en ese período. Como en la escuela
primaria, existe una relativa armonía entre el cuerpo docente y el público de los alumnos en
términos de cultura y de reclutamiento social, en términos de acuerdo preestablecido sobre
la naturaleza del juego escolar. Este acuerdo es tanto más sólido cuanto que la separación de
sexos deja poco espacio a la vida juvenil, y el profesor del liceo permanece bajo la mirada de
la pequeña ciudad y de los padres 26 El liceo valora la gran cultura y la “gratuidad” del
conocimiento que deben guiar al aprendizaje. Así el heredero es invitado a consagrarse a la
belleza de los textos y de los ejercicios, a pasar de la repetición a la admiración, y de la
admiración a la crítica sólo en nombre de las alegrías del espíritu. El estudiante de letras
descrito por P. Bourdieu y J.-C. Passeron realiza el ideal de autonomía, hecho de adhesión y
de distancia a la cultura escolar, donde la liberación de la forma escolar participa del ideal
escolar. 27 Esta “gratuidad” del vínculo con la gran cultura de la cual muchos tienen hoy
nostalgia, descansa evidentemente sobre una cierta “mala fe” en la medida en que la
gratuidad cultural es socialmente “rentable” en razón de la débil asistencia escolar y la
cantidad limitada de diplomas. Para unos, el bachillerato sanciona una pertenencia; para
otros, asegura una movilidad; a todos les otorga una dignidad cultural y un porvenir social.
El orden escolar con sus ritos, sus internados, sus camperas rosadas o grises, sus ejercicios y
sus rutinas no se cuela tan fácilmente en los muros de los antiguos conventos ni se desgarra
tan fácilmente del mundo sino por la seguridad de una fuerte rentabilidad social de las
formaciones.
La escuela obrera no sólo está “abajo”, sino también “al costado” del sistema escolar
28
También ella reposa en el principio de ajuste entre la “oferta” y la “demanda” puesto que
allí obreros enseñan a futuros obreros en un intento de adaptación a las economías locales
que las distingue netamente del conjunto del sistema escolar. Pero esta escuela no es la de la
relegación, porque forma a una parte de los obreros profesionales y a menudo capataces. En
1913, el 20% de las entradas de las familias obreras provienen del trabajo de niños y sólo
una parte limitada de esos niños, la que posee recursos intelectuales y financieros, accede a
la enseñanza profesional .29 La mayor parte de los niños del pueblo, los hijos de campesinos,
los más pobres o aquellos surgidos de la inmigración, entran a la vida activa por las vías del
aprendizaje o del empleo débilmente cualificados. Aún en los umbrales de los años sesenta,
N. de Maupeou Abboud notaba hasta qué punto los jóvenes “camperas azules” de la
enseñanza profesional estaban alejados de los jóvenes colegiales y liceístas por una parte, y
de los jóvenes trabajadores por la otra .30 En una escuela obrera, por sus maestros y por sus
alumnos, se desarrolla una socialización en el trabajo obrero. Los horarios de trabajo son
mucho más pesados que en la enseñanza general, las horas de taller son las más numerosas.
‘% del todo un taller, ni del todo una escuela”, la enseñanza profesional prepara no obstante
para la fábrica.31
Un sistema regulado
Masificación y competencia
Finalidades diversificadas
La organización desestabilizada
El cuadro administrativo global de la educación nacional ha permanecido sólido y
homogéneo, habiendo sabido absorber las olas de la masificación sin reformas
espectaculares. Los diversos cuadros han sido mantenidos en la enseñanza elemental, en el
colegio, en el liceo y en la enseñanza profesional. No es en este nivel donde la organización
escolar ha sido sensiblemente transformada por la masificación, sino en sus redes más
apretadas: las de las formaciones y relaciones pedagógicas mismas.
En la medida en que la masificación ha provocado una fuerte diversificación de redes y
de ofertas, en la medida también en que las finalidades educativas son múltiples y a menudo
poco conciliables, la organización pedagógica se encuentra desestabilizada, provocando un
sentimiento de crisis endémica. La imagen dominante es la de una crisis continua del sistema
educativo, debida al derrumbe de las antiguas formas pedagógicas, a la “caída” de nivel, al
debilitamiento del prestigio de los docentes, a la competencia de la cultura escolar y de
culturas de masa más seductoras y más poderosas, a la llegada de nuevos alumnos
“inadaptados”... La letanía de la crisis es larga y bien instalada en las costumbres y en el
paisaje mediático; todas las reanudaciones de clases ven aparecer libros denunciando la
decadencia de la escuela y, más allá, de la sociedad entera porque, en Francia, la escuela fue
la nación. Este sentimiento de crisis es tan ampliamente compartido que engendra un pensa-
miento restaurador, representado fuertemente tanto en la izquierda como en la derecha, un
pensamiento que llama al retorno hacia los principios simples de un mundo desaparecido. Es
verdad que sólo los ganadores de aquel antiguo mundo acceden a una palabra pública, y que
presentan su aventura personal como la historia común y como un ideal.
Pero si se debe resistir a la imagen obsesiva de una crisis, hay que admitir que la
organización escolar ha cambiado totalmente de modo de regulación, en especial porque las
selecciones centrales no pueden definir las conductas de cada uno de los átomos del sistema.
Así sucede, por ejemplo, con la heterogeneidad de los públicos escolares prolongada en el
curso de los estudios: ¿las clases heterogéneas son más eficaces y/o más justas que las clases
homogéneas? En los hechos, cada establecimiento y a menudo cada maestro está obligado a
responder a esta pregunta y a elaborar sus propias políticas. Esto comprende a la vez la
formación de una capacidad de elección que aparta a un modelo burocrático y centralizado
de decisión política y un hacerse cargo de las disposiciones de los maestros y de las
demandas de los padres que chocan con las antiguas rutinas y las antiguas organizaciones.
Desde hace unos quince años, el establecimiento se ve provisto de un poder de decisión y de
iniciativa nuevos. Mientras un sistema malthusiano asegurando la promoción de los becarios
por las vías clásicas no estaba obligado a asegurar la orientación de los alumnos, la escuela
está hoy obligada a construir procedimientos de orientación teniendo en cuenta a la vez la
oferta educativa, el mercado de empleo y los deseos de los alumnos y sus familias.
Hasta el mundo de los docentes ha cambiado. La feminización se ha acelerado,
provocando un aumento del nivel social de maestros y, durante un largo período, una
diversificación de los modos de acceso a la enseñanza por las “grandes” y las “pequeñas”
puertas.53 En la enseñanza profesional, el viejo acuerdo entre un público de obreros y
profesores que eran ellos mismos antiguos obreros, se ha deshecho. Los alumnos están más
claramente definidos por su fracaso y su orientación C(negativa” que por su origen obrero
únicamente, que aparece como un factor de “sobredeterminación”.54 Los nuevos profesores
de enseñanza profesional tienen una formación superior Y. además, una división sexual de
trabajo se ha instaurado entre la enseñanza general feminizada y la enseñanza en talleres aún
masculina.55 Durante muchísimos años, los colegios vieron cohabitar alumnos heterogéneos
y docentes igualmente heterogéneos en términos de pasado profesional, de formación, de
carrera y de estatuto administrativo. En función de los discípulos, las condiciones de
reclutamiento aparecen extremadamente diversas, pudiendo, en el caso de las matemáticas
por ejemplo, conocer un verdadero déficit.56 La formación de maestros y de profesores
adquiere entonces una nueva importancia, porque el viejo ajuste entre las definiciones
escolares y sociales de los alumnos y las de los profesores ha sido claramente sacudida. La
formación se convierte en objeto de debates y de tensiones latentes, relativas a las
finalidades perseguidas. El nivel científico, la didáctica, la psicología, no son solamente
disciplinas necesarias, sino también maneras de definir un oficio que no puede ser
conseguido solamente como la transmisión de conocimientos, sino también como la cons-
trucción de una relación pedagógica que no da más de sí cuando las relaciones de los
maestros y los alumnos no descansan sobre expectativas compartidas y definiciones de roles
aceptados.57 La unidad de juicio se ha roto. Los profesores, los alumnos, la administración y
los padres forman, dice J.-M. Chapoulie, un cuadro dramático en el cual cada uno se percibe
como hostil a todos. 58 Los equilibrios precarios reemplazan al orden “natural” de la vida
escolar.
Esta desregulación del antiguo sistema, toma formas agudas en los sectores donde la
escuela ya no puede funcionar en su forma clásica. El absentismo de los maestros y de los
alumnos, el desaliento de los primeros y a veces la violencia de los segundos, ponen en
evidencia el agotamiento de una cultura y de una organización escolares, cuya extensión a
todos los niveles se creyó durante largo tiempo sinónimo de justicia, de progreso y de
expansión individual. Ahora bien, fuerza es constatar que esta creencia se agota, que muchos
alumnos resisten a la influencia de una escuela que largo tiempo se pensó como liberadora.
La creación de políticas específicas de discriminación positiva, como la política de ZEP,
indica, pese a la modestia de las iniciativas tomadas, que la universalidad de la forma escolar,
que la igualidad de trato, no están ya necesariamente identificadas con la justicia, y que una
inflexión nueva de la historia escolar está en juego.
La experiencia escolar
La integración. Todo actor social está sometido a una lógica de integración social.
Está definido por una pertenencia, por un rol y por una identidad cultural que hereda, no
sólo en su nacimiento, sino también en el transcurso de las diversas etapas o situaciones de
su existencia. Una parte de la identidad de cada uno de nosotros está definida como la
expresión subjetiva de su integración social, y cada uno de nosotros trabaja para mantenerla
como un elemento esencial de su personalidad, reconstruyendo sin cesar la distancia entre un
“nosotros” que es una gran parte del Mol, y un “otro” asignado a su diferencia. Cuando el
actor se coloca en esta perspectiva de la acción, el mundo es percibido como un orden,
como un conjunto organizado en el cual las normas y las relaciones sociales definen el lugar
de cada uno, la forma y el nivel de su integración. La acción y el actor son aquí los de la
sociología clásica, y la socialización es concebida como la interiorización de ese orden, tanto
en el plano cognoscitivo como en el normativo.
Esta lógica de la acción encierra una gran parte de la socialización y las “funciones”
del sistema escolar al cual el individuo es obligado a integrarse, adoptando un estatus de
alumno o de maestro, adhiriéndose a las formas legítimas de la autoridad, ocupando el lugar
y el rol preexistentes. Ser alumno es comprender e interiorizar las expectativas de la
organización, situarse en el orden de las jerarquías escolares; también es socializarse a través
del juego de los grupos de pertenencia y de los grupos de referencia. Toda experiencia
escolar es definida por esta lógica de la integración, por esta forma del aprendizaje de las
normas propuestas, y ésta es la imagen más habitual de la socialización escolar percibida
como el aprendizaje de roles sucesivos y como la transformación de la personalidad por esas
transformaciones de roles. Esta visión no significa que la escuela sea una organización
homogénea, pues la integración puede reposar sobre tensiones de pertenencias y de normas,
las que distinguen al universo familiar del universo escolar, y oponen a veces el espacio de la
clase al de los grupos infantiles o juveniles. Pero, en todos estos registros, la lógica de
integración manda.
Subjetivación. El actor social no está solamente definido por sus pertenencias y sus
intereses. También lo está por una distancia de sí mismo y por una capacidad crítica que
hacen de él un “sujeto” en la medida en que se refiere a una definición cultural de esa
capacidad de ser sujeto. Por largo tiempo esta definición del sujeto fue considerada como no
social, “fuera del mundo” en el caso del alma o de la Razón, y si siempre se ha distinguido la
socialización de la educación, es porque la educación debía construir la relación con este
sujeto cultural, no pudiendo ser una simple adaptación al mundo tal cual es. Pero poco
importa la naturaleza de este sujeto, su trascendencia o su inmanencia; lo esencial reside en
que su presencia construye una distancia al orden de las cosas, autorizando una capacidad de
convicción, de crítica y de acción autónoma. Desde este punto de vista, la subjetivación de
los individuos sólo se forma en la experiencia de la distancia entre los diversos Moi sociales
y la imagen de un sujeto ofrecido en la religión, el arte, la ciencia, el trabajo... en pocas
palabras: todas las figuras históricas disponibles.86
Así, junto a la integración y la confrontación de estrategias, la experiencia escolar es
necesariamente definida por una referencia a la cultura, capaz de formar un sujeto autónomo
más allá de la utilidad de los roles: buen cristiano, sujeto de la razón y de la verdad objetiva,
esteta, persona auténtica... Y poco importa lo “arbitrario” de estas definiciones, pues nadie
puede escapar de ellas, incluso la actividad misma de la crítica de sus ilusiones, crítica que
postula al menos como posible un sujeto de la verdad. Tanto se trate de la “elevación del
alma” del niño o de su “florecimiento”, de su “racionalidad” o de su “expresión”, ninguna
escuela puede evitar poner en juego una concepción de la subjetivación concebida como el
núcleo de un dominio de la experiencia. También aquí esta lógica de la acción es
extremadamente práctica, no sólo en los debates sobre la escuela que oponen siempre, bajo
una u otra forma, socialización, educación y utilidad, sino también en la experiencia misma
de los alumnos que declaran sus intereses, sus pasiones, sus entusiasmos, o por el contrario
su fastidio o su disgusto por tal o cual disciplina, afirmando así una doble distancia al
conformismo de la integración y de la utilidad escolar sola. Y se sabe que, para muchos
alumnos, la separación de la vocación” y de la utilidad, es decir del interés por sí y el interés
social, está en el corazón de sus relaciones con el saber. Además en este hiato se forman a la
vez la subjetivación y la alienación escolar, la revelación de una vocación o, por el contrario,
el sentimiento de vacío y ausencia de sentido de los estudios. No se puede oponer
seriamente la sospecha de los intereses o de los hábitos a la lógica de la subjetivación en la
medida en que cada uno conserva, para sí mismo en todo caso, el recuerdo de cursos, de
profesores o de disciplinas que lo han marcado para siempre, que lo han “convertido”.
11
El “sistema” y la “caja negra”
Si la sociología de la experiencia escolar parte de los actores y de su subjetividad, la
construcción de esta experiencia surge de mecanismos objetivos que nos informan sobre el
sistema escolar, su funcionamiento y sus relaciones con su entorno. Por este camino, la
sociología de la experiencia escolar es siempre también una sociología de la escuela. Por
eso, al final de esta investigación, debemos separar las puras interpretaciones de las
experiencias de los actores, para interrogar sobre el lugar de esta perspectiva, en el seno de
la sociología de la educación. El objeto de este último capítulo no es proponer una
descripción precisa de este campo de investigación, sino ordenar un razonamiento que
asocie las mutaciones de la escuela y las de sus análisis. Si la sociología de la educación no
es ciertamente un “reflejo” de los problemas, o una construcción de segundo grado de los
debates escolares, sería sin embargo “antisociológico” no intentar asociar la sociología
misma con la naturaleza de las representaciones, las esperanzas y los problemas que se
plantean en la escuela.
La mayor parte de las presentaciones de la sociología de la educación pone en
evidencia el pasaje de representaciones macrosociológicas y “estructuralistas” de la escuela,
análisis más preocupados por las prácticas de los actores y los procesos internos de la “caja
negra”.1 Estas presentaciones subrayan también la subida de una mayor diversidad de
paradigmas, y describen bien los cambios aparecidos en este campo desde los años setenta.
En realidad podemos distinguir analíticamente tres grandes períodos. El “momento
fundador” de la escuela republicana está ligado a un pensamiento social que se podría
calificar de “paideia funcionalista”, porque se esfuerza en conciliar los imperativos de la
integración social con la formación de un individuo autónomo y dueño de sí por el efecto
mismo de la educación. Este modelo “encantado” ha sido sometido a una serie de críticas
que son todavía el corazón de la sociología de la educación actual, y cuya teoría de la
reproducción puede aparecer como una síntesis en el transcurso de los años setenta.
Después, con el crecimiento de un sentimiento de crisis profunda de la escuela, con la
declinación de los contra-modelos revolucionarios, la sociología de la educación se ha
diversificado y, a menudo, se ha hecho “especialista” de los problemas de la escuela.2
La “paideia funcionalista”
Razón y progreso
Justicia y meritocracia
Pero la escuela, inculcando una cultura universal, es una institución distinta según las
culturas y las épocas, íntimamente solidaria del conjunto de la sociedad y de las
“costumbres”. “En efecto, como la vida escolar no es sino el germen de la vida social, como
ésta no es sino la continuación del florecimiento de aquélla, es imposible que los principales
procedimientos de una función no se encuentren en la otra.” 8 Ahora bien, el punto es
importante: esta imbricación nunca es pensada como una práctica de dominación. La
paideia funcionalista ha sido concebida por encima de las exigencias profesionales y
desigualdades sociales. Por eso, en este modelo, se supone que la escuela selecciona a los
más capaces y a los más productivos. El carácter objetivo de los saberes escolares basta para
establecer esta certeza. Asegurando al partir la igualdad de oportunidades, la escuela permite
la realización de las cualidades propias de los individuos, en función de sus propios talentos.
Presenta los conocimientos de manera ordenada y sistemática y abre el horizonte social de
los individuos: así repara, especialmente para los más despojados, la cerrazón de su
experiencia social y cultural; los pone en contacto con otras realidades. Por ese lado, la
escuela participa de la creencia moderna en el desarrollo de los talentos, viniendo entonces
los resultados escolares a instituirse como única fuente legítima del éxito y de los privilegios.
Ciertamente, la creencia en la meritocracia jamás se confundió total y solamente con la
acción de la escuela, pero cuanto más suponían las calificaciones profesionales una
formación previa, más la idea de una meritocracia podía apoderarse de los espíritus. A su
manera, la escuela participaba activamente en la gran representación de los tiempos
modernos: la del pasaje de una sociedad de estatus transmitido a una sociedad de estatus
adquirido. Esta convicción ha tomado formas muy diferentes según los contextos nacionales
y los grados de movilidad social, pero en todas partes la escuela debía permitir triunfar a los
más capaces. En la paideia funcionalista, la excepción no confirma la regla: demuestra el
valor del sistema.
Individuos autónomos
En el transcurso de los años sesenta, con las primeras olas de masificación escolar, se
forma una fuerte confianza en el rol del saber y la formación en la sociedad postindustrial. 12
La esperanza de asegurar la movilidad social de los individuos iba a la par con la inquietud
por desarrollar las competencias culturales y técnicas de los actores. La educación se
entrevé, en adelante, como una “inversión productiva”, el “capital humano”: cuanto más
moderna es una sociedad, más necesita movilizar todos los talentos de que dispone en todas
sus capas sociales, asegurando, de esta forma, una fuerte movilidad social. La creencia en
esta representación no descansaba solamente en una ilusión ideológica: los individuos tenían
buenas razones para adherirse, porque la primera ola de masificación, la de los años sesenta,
ha extendido la base del antiguo sistema escolar sin cambiar las formas y la rentabilidad de
los diplomas, continuando la exclusión de los niños del sector popular. Pero no olvidemos
que también ha sido el teatro de un acrecentamiento real de la igualdad de oportunidades. 13
Esta armonía es destruida por la puesta en evidencia de la función desigualitaria de la
escuela. En el transcurso de los años sesenta, diferentes encuestas son emprendidas en
ciertos países industrializados; la más célebre es el informe Coleman, publicado en los
Estados Unidos en 1966 ‘ al que hay que agregar las encuestas llevadas a cabo por el INED,
el OME y las diversas encuestas británicas.14 Estos estudios cuestionan la idea según la cual
una expansión de los sistemas de enseñanza, lleva inmediatamente a una democratización del
acceso a la educación. Pero, más importante aún desde un punto de vista sociológico, se
revela que existe, junto al desigual acceso a la educación, desigualdades de éxito en la
escuela, entre alumnos pertenecientes a diferentes medios sociales.15 Distintas variables son
entonces pasadas por el cedazo del análisis: la influencia del medio geográfico, del medio
social, de los modelos familiares y de la manera en que son inculcadas las normas culturales,
los sistemas de creencias diferenciales de las familias, los códigos lingüísticos... Poco a poco,
todos los postulados de base de la paideia funcionalistas son, uno a uno, sacudidos de
manera directa o indirecta. Si el detonador es la desigualdad de oportunidades ante y en la
escuela, ésta entraña en su crítica el conjunto de la paideia funcionalista y de la confianza en
la educación. 16
El esclavizamiento
El tercer postulado refutado es el de la confianza en el rol liberador de una escuela
capaz de promover un sujeto autónomo. Habrá diferentes variantes de esta problemática,
algunas ampliamente inspiradas en trabajos de M. Foucault, otras surgidas del estudio de las
interacciones escolares y de las resistencias que engendran.
Para los autores inspirados por Foucault, la escuela es uno de los lugares clave de la
torsión del proyecto de las Luces. Algunos ven en la escuela la culminación del estatuto
moderno del niño, a saber: la constitución de un espacio organizacional específico, cerrado,
disciplinado, con el despliegue de tecnologías y de saberes propios, 34 siendo el proceso
simétrico al descrito por el mismo Foucault a propósito de la locura. Es sin duda en los tra-
bajos de G. Vincent donde se encuentra la versión sociológica más convincente de esta
inspiración, aunque el autor busque sus referencias intelectuales más allá de la herencia
foucaltiana únicamente. La “fórma” escolar no es propiedad exclusiva de un grupo social y
no se acantona en los límites de una institución. Pero a través de esta noción el autor apunta
a demostrar el lazo consustancial que une a la escuela, como lugar de socialización y
transmisión de conocimientos, a formas específicas del ejercicio del poder. 35 El dispositivo
de control escolar no es ni neutro ni único, porque los principios educativos difieren según
las clases -el máximo de represión y el mínimo de saber caracterizan la educación de los
pobres-, y porque la escuela ha destruido los modos alternativos de educación. La
separación entre el trabajo manual y el trabajo intelectual engendra progresivamente la rup-
tura entre la formación y el aprendizaje. El resultado es, no obstante, siempre el mismo: la
normalización creciente de todos los individuos.36 La escuela, como muchas otras
organizaciones, es el lugar de una reglamentación estricta, de la división de las prácticas, del
aprendizaje de la docilidad y la obediencia, de la sumisión a la separación de saberes, de la
multiplicación de ejercicios, premios, exámenes. Pero sobre todo la escuela aparece como un
“nuevo espacio de tratamiento moral en el seno de antagonismos de clase que oponen la
burguesía al proletariado”.37 La escuela arranca de su medio al niño del pueblo, y niega toda
posibilidad legítima de una formación polivalente, yendo al encuentro de la división de
trabajo necesaria para el desarrollo del capitalismo. La continuidad entre el control político y
el control escolar responde a las necesidades de la producción de mercancía, a la vez que le
hace falta una mano de obra dócil. El rol de la forma escolar está claro en el caso de los
tratamientos de niños populares o “anormales”.38 Esta posición, sin duda muy radical,
transforma el sentido mismo de la noción de socialización. Allí donde la paideía funcionalista
se esforzaba en pensar la socialización como la interiorización de una disciplina necesaria
para el ejercicio de la autonomía, esta sociología muestra que no es sino un adiestramiento
de las almas, una esclavización de los individuos. Como la prisión, el asilo, el hospital o el
cuartel, la escuela es un aparato de control.
Los trabajos de inspiración interaccionista terminan por poner definitivamente en
cuestión el ideal del modelo clásico, según el cual la escuela está al servicio del desarrollo
personal. Ponen al día los conflictos anidados en las interacciones en el seno de la clase, el
juego cruzado de los estereotipos, el hecho de que la socialización no es sólo la asimilación
de un rol social personificado por el docente, ese modelo de “virtud” investido por la
autoridad “sagrada” de la sociedad según Durkheim. Pero subrayan también la manera de la
cual los alumnos construyen la interacción, a través de disputas y provocaciones. 39 En el
fondo, estos estudios denuncian la idea de una socialización por simple identificación, la
ilusión según la cual los niños son “hipnotizados” por el docente, la idea de que el actor es
un “idiota cultural”. pasivo, una materia maleable.40 Al contrario, el individuo tiene recursos,
la socialización se juega en interacciones múltiples y no dominables, que se hacen y
deshacen, y en las cuales el actor organiza su individualidad. Poco importa además que la
socialización no sea sino una fachada o al contrario, un momento de tregua en medio de
interacciones públicas. La idea de base es siempre la misma: el individuo es más el resultado
de una transacción que el de una inculcación pasiva. Es P. Willis quien ha dado la visión más
acabada de este proceso.41 En un estudio que entrecruza con talento la etnometodología y el
marxismo, P. Willis señala las diferentes modalidades de rechazo del orden escolar:
resistencia a la preeminencia de las tareas intelectuales, desestimación a veces radical de la
ideología escolar... El alumno desarrolla toda una serie de estrategias de oposición o de
retiro. La socialización ya no es solamente la inculcación de modelos culturales. Puede
suceder lo contrario: a veces, a través del rechazo a la escuela se realiza la socialización del
niño en el marco de los valores de su grupo de pertenencia. La extracción social del niño de
su medio, a fin de hacerlo entrar en el mundo de la razón escolar, se revela a menudo como
un fracaso. La inversión del presupuesto implícito del modelo clásico es total: los alumnos
de medios populares, pese a los esfuerzos desplegados por la escuela, no aceptan jamás los
valores. A partir del conocimiento de su futuro posible el alumno se aparta de la escuela,
reproduciendo así su futuro de clase. La resistencia permite entonces al niño obrero salvar su
“alma” condenando su “cuerpo”.
El contra-modelo
La cultura legitimada
La reproducción
La caja negra
La declinación de la crítica
Escuela y equidad
La formación de los actores sociales es doble. Por una parte, es una socialización en la
cual los individuos interiorizan normas y modelos. Por otra parte, es una subjetivación que
conduce a los individuos a establecer una distancia con su socialización. Por largo tiempo se
pensó que estos dos procesos se engendraban naturalmente, porque las instituciones de la
socialización -y por lo tanto la escuela-, proponían modelos suficientemente fuertes como
para que la socialización construyera “personajes sociales”, individuos cuya subjetividad y
posición social aparecieran como las dos caras del mismo conjunto. En semejante marco,
para saber lo que fabricaba la escuela, bastaba con definir sus modelos culturales y la
distancia de los alumnos a esta norma, distancia ligada a sus orígenes sociales.
Esta concepción de la escuela ya no nos parece aceptable. Con la excepción notable de
los escolares de la primaria, la imagen de una norma escolar que se “derrama” en la
personalidad de los alumnos es sacudida por diversos elementos. El primero de ellos es la
instalación de un vínculo estratégico con los estudios en una escuela que funciona “como”
un mercado. El segundo es el desajuste creciente entre las expectativas de los alumnos y de
los profesores; desajuste ligado a la masificación y a la autonomización de la vida juvenil. El
tercero es la relativa incertidumbre del modelo cultural de la escuela misma, que llama a
figuras del individuo ampliamente contradictorias.
También, en un conjunto de este tipo, debemos considerar como crisis de un orden
ideal que la socialización y la subjetivación de los individuos no se realizan ya solamente en
la transmisión de roles, sino mediante la manera en que administran las lógicas de acción
cada vez más complejas y diversificadas. Esto es lo que hace que los actores sean a la vez
socializados y singulares, que sean fabricados por la escuela que define la naturaleza de sus
pruebas, y que se conviertan en sujetos porque deben construir ellos mismos su experiencia.
Son las diversas modalidades de estas experiencias, las que hemos tratado de seguir entre los
alumnos, sus maestros y sus padres.
POSFACIO
¿Qué nos enseñan los caminos recorridos con los actores de la escuela por el sistema
escolar mismo? ¿Cuál es la naturaleza de los mecanismos sociales que constituyen los puntos
de anclaje de la experiencia de los individuos? Necesitamos ahora "remontarnos” desde la
subjetividad de los actores hacia el propio sistema escolar. Dos principios de estructuración
del sistema pueden organizar este cambio de registro. El primero, diacrónico, concierne a
sus transformaciones a lo largo de las tres grandes etapas que hemos estudiado. El segundo
observa estas transformaciones en función de las diferencias escolares y sociales de los
públicos formados en el curso de las carreras de los alumnos.
Pero no se trata sólo de retomar bajo otro ángulo las conclusiones de este trabajo,
porque el retorno al sistema es también una lectura ética del funcionamiento de la escuela.
En efecto, no es posible deshacerse de un punto de vista “comprometido” en la medida en
que la sociología de la experiencia escolar nos enseña que la escuela no funciona en
beneficio de todos, lo que no es una revelación, lejos de eso, sino también que la naturaleza
misma de la escuela varía muy sensiblemente de un punto al otro del sistema. En concreto:
en el seno de un cuadro administrativo homogéneo, la escuela se diversifica tanto que puede
ser considerada como un cuadro de socialización y de subjetivación para unos, y como un
obstáculo para otros. En este caso, no sólo no tiene mucho sentido (la escuela), sino que
además “destruye” a los individuos. ¿Es necesario entonces encerrarse en una crítica total,
afirmando que la naturaleza profunda del sistema escolar está afectada, y que nada es posible
en la sociedad tal cual es? ¿Hay que quedarse en una posición de experto, limitándose a
describir mecanismos objetivos? Ninguna de estas dos posiciones nos parece aceptable en el
momento en que cada uno sabe que la escuela debe ser sensiblemente transformada, aun si
nadie ignora el peso de los obstáculos opuestos a este cambio. También, y admitiendo el rol
de la subjetividad de las elecciones morales e ideológicas, debemos cambiar de registro de
discurso y de postura intelectual para decir cuáles serían las grandes líneas que deberían
conducir a una mutación del sistema escolar, capaz de tornar al funcionamiento más
aceptable y más armonioso para los alumnos y los docentes.
Desde que se deja la escuela elemental, el aparato escolar ya no puede ser considerado
como una institución. Más precisamente, no funciona sobre el modelo de una institución
sino para la categoría de los alumnos cuya familia moviliza suficientes recursos y
“motivaciones” para asegurar la continuidad de una socialización escolar. Para los otros, el
recorrido escolar es un proceso de desajustes sucesivos que no dejan de ahondarse. La
capacidad educativa del sistema escolar no está en condiciones de hacerse cargo del
adolescente y de la juventud, y la distancia entre la cultura de masas y la cultura escolar
instala a los alumnos en dos mundos sin contactos, sin relaciones. Si la utilidad de los
estudios se Pierde, si es débilmente percibida o si sólo es negativa, porque uno tiene todo
para perder y nada para ganar, la experiencia escolar se vacía y, para decirlo sencillamente,
los alumnos ya no tienen buenas razones para trabajar. Por este motivo el tema de las
motivaciones, de los proyectos, del sentido subjetivo del trabajo se impone tan fuertemente a
los alumnos y a los maestros, que deben construir lo que la naturaleza del sistema no alcanza
a establecer. De manera sin duda excesiva, se podría decir que cuanto más van a la escuela
los individuos y durante más tiempo, menos las situaciones escolares tienen sentido. En
última instancia, no podría quedar de la escuela nada salvo una competencia en la cual sólo
participan los que tienen oportunidades de ganar. Esta situación es tan alarmante que, muy a
menudo, la escuela se encuentra sola frente a las demandas de integración y de socialización
crecientes en los sectores más frágiles de nuestra sociedad.
El aumento de las calificaciones globales, la capacidad de acoger efectivos crecientes y
nuevos, han mostrado que el sistema escolar no carecía de calidad. Las situaciones de
ruptura y de conflicto no son raras, pero es tan injusto juzgar a la escuela a partir de algunos
colegios y liceos difíciles, como satisfacerse con la formación de algunas elites de calidad. Ni
las clases preparatorias de Louis-le-Grand, ni los colegios de algunas ciudades degradadas
de Seine-Saint-Denis, dan una imagen aceptable del sistema educativo. Pero la
desarticulación de las lógicas del sistema aparece a la vez como un mal más insidioso y
común.
En gran medida, los problemas de la escuela no le pertenecen directamente y parece
evidente que una gran parte de ellos viene del exceso de demandas que le son dirigidas. La
escuela no produce desocupados, pero produce diplomas que estarán cada vez menos
protegidos del desempleo. Por sí solo, este fenómeno vacía a la experiencia de todo
contenido cuando los alumnos crecen, cuando el principio de utilidad debe imponerse.
Entonces, muy pronto, algunos abandonan, hacen como si, formándose en otra parte, ya no
vieran en la escuela nada más que un modo de esperar.
Pero la escuela es meritocrática y, aunque la competencia está a veces falseada, esta
espera escolar se torna pronto en destructora para aquellos que fracasan y no tienen más
posibilidades que identificarse con las categorías de su fracaso. Esta es sin duda una de las
maneras más crueles de entrar en la vida, pues no sólo los alumnos no obtienen nada muy
tangible, sino que pierden la autoestima. Esta prueba es tanto más viva cuanto que el sistema
escolar no se apega a un verdadero proyecto educativo, “moral” se habría dicho antaño,
apuntando a la expresión y la formación de cualidades personales. Todo lo que no es
estrictamente escolar resulta residual, militante, mientras que todos deploran la pérdida de
utilidad de los diplomas y la debilidad educativa de la sociedad de masas.
Ninguno de estos defectos pertenece estrictamente a la escuela, ella no los engendra
directamente pero los cristaliza en su organización misma. ¿Debe sufrirlos como una
fatalidad, 0 puede resistir eficazmente -es decir modificarse ella misma-, más que prolongar
un ciclo informal hecho de clamores a principios “sagrados”, remedios indefinidos y
adaptaciones discontinuas?
Se ve bien que no sólo la escuela reproduce globalmente las desigualdades sociales,
sino que además las acentúa a lo largo de los itinerarios que emparentan el funcionamiento a
aquel de una producción de destilación fraccionada. El conjunto de mecanismos selectivos
produce públicos escolares muy desiguales en términos de recursos y de esperanzas, y
acentúa las separaciones a lo largo de los recorridos. No obstante, estos públicos no son
solamente desiguales, están además enfrentados a experiencias escolares extremadamente
diferentes, y la naturaleza misma de la escuela se transforma en el curso de estas las etapas.
La escuela no se limita a producir sus propios mecanismos de distribución: fabrica, o
contribuye a fabricar, actores y sujetos de naturaleza diferente. El choque de la masificación
y la regularización general del sistema que ella arrastra hacen que, al cabo del recorrido, sólo
ciertos alumnos estén verdaderamente formados en la escuela, mientras que los demás
juegan otras cartas, y algunos aun son aplastados por el recorrido mismo. Todo pasa como si
la escuela no fuera realmente eficaz, desde el colegio, para los niños de las clases medias.
No se trata evidentemente de decir que la escuela no sirve para nada. El nivel escolar
aumenta y Francia ocupa, en este campo, una posición muy honorable comparada con la de
sociedades cercanas. Por el contrario, no es posible decir que este sistema es “funcional”
pues está lejos de ser comandado por “necesidades” económicas demasiado fluctuantes, y
nada exige que la experiencia escolar se vacíe de sentido o ponga tantos alumnos en la
picota de su fracaso. En pocas palabras: “siendo las cosas lo que son”, es decir siendo la
sociedad tal cual es, la escuela no está encerrada en una necesidad absoluta.
La complicidad de las clases medias y de la escuela conduce a una lógica de elecciones
escolares que acentúa considerablemente las desigualdades de recorrido. No se trata
solamente de una desigualdad cultural, sino también de una desigualdad estratégica
fundamental. Para unos, que ostentan a menudo el mayor apego a la unidad de la escuela
pública, la escuela es un mercado en el cual eligen los establecimientos y hasta las mismas
clases, a fin de beneficiarse de ventajas tanto más considerables cuanto que son apuntaladas
por un encuadre pedagógico eficaz. Por el contrario, las leyes “universales” de los pro-
gramas, de los métodos, y de otros esquemas se aplican a los más despojados, que perciben
así las garantías de su integración, mientras que los que verdaderamente las conocen juegan
libremente con ellas. Desde este punto de vista, la igualdad de trato de todos asegura
ventajas considerables a las clases medias “ cultivadas” e “informadas”. Basta con entrar a
cada establecimiento y en cada familia para ver que las desigualdades sociales “dadas” están
recubiertas por mil desigualdades “creadas”: elección sutil de disciplinas, estrategias de
sostenes exteriores, derogaciones diversas, negociaciones sutiles... Al fin de cuentas, dos
colegios formalmente idénticos abrigan establecimientos totalmente diferentes. Unos viven
en una economía colectivista, otros en un “mercado negro” cuya eficacia relativa descansa
sobre el mantenimiento de la primera. La igualdad formal de tratamiento aparece como la
mejor garantía de los privilegios, y coloca a un número considerable de profesores y de
alumnos en situaciones extremadamente difíciles, porque al “mercado negro” de unos
corresponden los “tickets de racionamiento” de otros.
Si se piensa que este sistema es poco reversible, especialmente porque el mercado
organiza cada vez más dominios de la vida, y porque el reparto espacial de los
establecimientos reposa sobre segregaciones sociales masivas, hay que salir del falso
pretexto del que son víctimas los más débiles. Dos tipos de política, ya esbozados desde
hace unos años, podrían “distender” la situación tornando manifiesto lo que para muchos
está escondido. El primero consiste en reforzar sensiblemente la autonomía de los
establecimientos, a fin de que construyan una oferta educativa mejor adaptada a su público.
En última instancia, esta autonomía exige mutaciones profundas en la gestión del personal,
implica reglas de cooptación de los docentes y modos de designación efectivos de los jefes
de establecimientos, pues dificilmente se puede concebir como una gestión centralizada del
personal, descansando sobre los principios del baremo,* (• Baremo: escala convencional de valores
que se utiliza como base para valorar o clasificar los elementos de un conjunto. (N. del E.)) engendraría
establecimientos capaces de movilizar equipos alrededor de proyectos específicos. Se
reprochará, con buenos argumentos, a ese sistema de reforzar las desigualdades. En
concreto: solamente las hace visibles, lo que ya es una ruptura considerable.
El segundo principio apunta a compensar las desigualdades de semejante sistema.
Corresponde a la autoridad central adelantar un principio de equidad y de discriminación
positiva firme. Dicho de otro modo: hay que dar más medios a los que tienen menos, lo que
exige una política resuelta y mucho menos tímida que la de los ZER Sin duda tal sistema no
producirá una verdadera igualdad escolar, pero podría evitar que la escuela agregue
demasiado sus propias desigualdades a las que recibe. Recordemos que el principio de
igualdad consiste aún, en la práctica, en dar más a los que tienen más porque prosiguen
estudios más largos en establecimientos mejor situados y se benefician de condiciones más
favorables. Manteniendo una forma escolar única destinada a públicos diferentes, se acre-
cientan las desventajas de aquellos que no pueden sacar partido. La autonomía de los
establecimientos, asociada a una distribución desigual de los recursos, nos aleja sin duda de
un modelo republicano del cual sabemos que sólo funcionó realmente sobre la base de una
fuerte segregación social, y del que hoy vemos que las clases medias y superiores son las
únicas en obtener beneficios. Tanto la escuela como ciertos sistemas de protección social
tratan mejor a los que ya son bien tratados. Y se ganaría, en términos de justicia, si se
construyeran las intervenciones públicas sobre un principio de compensación.
Resalta en este trabajo que cuanto más “débiles” son los alumnos, menos capacidades
de socialización posee la escuela y más se constituye la vida juvenil al margen de la escuela o
en contra de ella. En los medios menos favorecidos esta tendencia es la más acusada. El
modelo liberal del doble individualismo no plantea problemas a las clases medias, pero se
transforma en anomia en los establecimientos menos favorecidos. Es evidente que la escuela
debe producir una civilidad propia, basada en sistemas de derechos y deberes capaces de
producir una civilidad escolar. Hemos visto, en un establecimiento, que dicha civilidad
estaba en condiciones de reorganizar la experiencia escolar, aunque fuera ilusorio creer que
fuera inmediatamente eficaz en términos de resultados.
La regla más general, la que consiste en tolerar la vida juvenil mientras no afecte
demasiado a la enseñanza, no es compatible sino con el modo de vida de las clases medias,
donde los alumnos tienen el sentido de sus intereses bien asimilado. Son esos intereses los
que aseguran la paz escolar. Ésta deja de ser pertinente desde que la escuela ya no puede
reclamar firmemente la utilidad inmediata de los diplomas y cuando la cultura de los jóvenes
y la de la escuela se separan. En la medida en que los alumnos no pidan demasiado un
desarrollo de su participación en la vida del establecimiento, en la medida también en que los
docentes y las administraciones pueden temer los desórdenes que podrían aparecer, sólo se
trata de limitarse a establecer una paz, sin duda indispensable, pero muy alejada de la
ambición de formar ciudadanos provistos de iniciativa y de espíritu crítico. La escuela
enseña que se puede y se debe participar en los asuntos de la ciudad, pero no en los de la
escuela, enseña que se puede y que se debe desarrollar un espíritu crítico... pero no en la
escuela donde el espíritu de la crítica es, él mismo, una forma escolar canónica. A menudo en
las situaciones más desesperadas, cuando ya nada parece posible, los equipos educativos
forman una ciudadanía escolar. Lo que debería ser la regla, es una manera de resistir a la
descomposición de las situaciones. Allí donde mandan las calificaciones, la cuestión ni
siquiera se plantea.
Tanto en lo que se refiere a la integración a la vida escolar como a la discriminación
positiva, los principios han sido enunciados y establecidos. Pero se debe constatar su
fragilidad. Descansan a menudo sobre la acción voluntaria de algunos docentes y de un
equipo de dirección. La escuela otorga confianza a las familias que pueden ayudar, o se
vuelve hacia los equipamientos sociales; los docentes, negándose a convertirse en
“animadores”. perciben a menudo las discusiones como agresiones. La formación de una
civilidad escolar implica pues un acercamiento al estatus y al oficio, que procede de la auto -
nomía de los establecimientos a fin de que la protección del oficio por el rigor del estatus
deje de asentar una disociación radical entre los compromisos individuales y la vida
colectiva. Salvo que se considere que la escuela no tiene por objetivo otra cosa que el
aprendizaje de conocimientos, es necesario admitir que no puede ya acoger la totalidad de
una clase de hasta 18 años, como lo hacía con un público minoritario y “selecto”.
Uno de los rasgos esenciales de un sistema escolar de masas es definir la mayoría de
los competidores por su nivel de fracaso, y de impulsar a cada uno a tenerse a sí mismo
como responsable de sus éxitos y de sus fracasos. Se ha visto que muchos alumnos estaban
dominados por esta lógica, y que también muchos de entre ellos veían degradarse su propia
imagen. No es razonable tratar este problema apuntando a su erradicación por la
construcción de un éxito universal, sea por la multiplicación, ampliamente iniciada, de
métodos de subsanación que refuerzan el síndrome de fracaso, sea, en algunos casos, por la
evacuación del fracaso en una especie de simulación generalizada. Comprendámonos bien.
No es cuestión de oponerse a la ayuda de los deberes, de los estudios dirigidos, de las clases
“aliviadas” y de todas las medidas de reparación. Pero, sin duda, no hay que esperar
demasiado de ellas, y es posible preguntarse si no se entra así en un círculo de inflación
escolar que hace indefinidamente más pesadas las tomas a cargo de la empresa misma de la
escuela y entonces, en última instancia, el carácter destructor del fracaso. Sobre todo, si es
razonable creer que estos remedios añadidos disminuirán sensiblemente las separaciones
entre los alumnos y los grupos sociales. Es la lógica misma de la selección por el fracaso lo
que se debe intentar atenuar, aunque parezca utópico creer que podría reducirse a nada.
Sería bueno que la meritocracia destruyera menos a los individuos.
Debería alentarse una de las soluciones esbozada desde hace unos años. Se trata de
multiplicar los criterios de excelencia, de manera de reducir las separaciones entre los gustos
y los intereses. Nada prohibe imaginar un sistema que proponga jerarquías y escalas de
excelencia múltiples. Ahora bien, sabemos que, en la práctica, los criterios de excelencia son
únicos y que los alumnos están condenados a ser juzgados según un solo tipo de
competencia. No es por motivo de un simple hábito de lenguaje que los alumnos y los
maestros continúen designando la enseñanza general como enseñanza “normal”, que se
continúe enviando los mejores alumnos de BEP hacia las primeras de transición,
desembocando en bachilleratos poco valorados, transformando así a menudo a alumnos que
triunfan en alumnos que fracasan. Más allá de hábitos y costumbres, la figura única de la
excelencia, identificada con las secciones científicas, descansa en las oportunidades ofrecidas
como aval en las escuelas, las clases preparatorias, las IUT, las preparatorias universitarias, y
es por lo tanto natural que todo buen alumno apunte a una rama científica. Si se prohibe
actuar de manera obligatoria en aval, las llamadas a la diversificación de las escalas de exce-
lencia quedarán como voces piadosas. Es en los dominios de esta naturaleza donde la
regulación central se impone, mientras que a menudo se tiene el sentimiento de que ella
legisla en los detalles y deja libre curso a los más perversos mecanismos.
Hoy, casi la totalidad de un grupo de cierta edad obtiene el diploma de los colegios, y
más del 60% se presenta al bachillerato. El peso mismo de las cifras hace que estos diplomas
hayan cambiado de naturaleza. No se podría entonces imaginar que la concepción de los
programas haya sido cambiada, y que se pase de la noción de programa ideal y maximal
-muy raramente realizable, además-, a la de programa minimal “garantizado”, ya que muchos
alumnos y profesores son puestos de entrada en situaciones de fracaso y de preparación
acelerada -situaciones obstinadas-, sin dejar unos y otros de deplorar la debilidad de las
bases y de los fundamentos. Puedo testimoniar que son muy raros los alumnos medios de las
clases populares y los profesores capaces de asimilar y de enseñar la totalidad del programa
de historia y geografía de quinto, por ejemplo. Porque esto supone alumnos seguros de sus
logros, totalmente atentos durante la totalidad del tiempo de la clase; esto implica también
no “perder” horas de clase en controles, evaluaciones o clases recuperatorias. En la mayoría
de los casos, el programa se dirige a alumnos que no existen quizá sino en algunos estable-
cimientos de excelencia, y cada uno se acomoda a los programas por su cuenta y riesgo, sin
poder realmente asegurarse de que lo que allí se enseña es realmente asimilado. En pocas
palabras: todo pasa como si los programas estuviesen hechos para una elite, para los futuros
docentes de cátedra de la disciplina, pero ciertamente no para los alumnos tal como son.
La distancia entre la cultura escolar y las culturas sociales es tal, que los alumnos
sienten como si vivieran en dos mundos estancos. Esta situación es normal y, en gran
medida, deseable. Pero hoy, la autonomía acordada a la juventud y el peso mismo de la
cultura de masas hacen que esta distancia aparezca ante muchos como una verdadera
muralla que separa a una cultura escolar percibida como muerta, de una cultura social de
masas percibida como natural y viviente. A menudo, el espectáculo del mundo dado por los
medios de comunicación no es ya concebido por los alumnos como un espectáculo, sino
como la misma realidad del mundo. Permite ver una oleada de informaciones poco
organizadas, llama a una participación emocional que lo opone punto por punto al mundo
escolar. En este campo, el reflejo de la desconfianza de la escuela hacia la cultura de masas,
especialmente ante la televisión, contribuye a acrecentar la extrañeza de las dos culturas. No
se trata de dejar entrar la cultura de masas a las escuelas, ¿pero se deber renunciar a
comprender que esta cultura no es más “natural” que la cultura escolar, que también está
construida y organizada, que no es el simple reflejo de una realidad? ¿De qué podría servir
un “espíritu crítico” que no se aplicara sino a ejercicios y materiales escolares?
Hoy, desde el punto de vista de la experiencia de los alumnos, el colegio es el nivel
más sensible y receptivo del sistema escolar. Acoge a la totalidad de una clase de
determinada edad, siendo definido por una ambigüedad fundamental determinada por su
doble origen: por una parte, prolonga la escuela primaria, debiendo recibir a todos los
alumnos y asentar el aprendizaje de conocimientos considerados fundamentales; por otra
parte, el colegio es heredero del liceo, del cual ha retomado los programas y la forma
pedagógica. De aquí resulta una ambivalencia permanente a menudo vivida como una crisis
endémica. En ciertos casos, el colegio es el primer escalón del liceo; en otros, garantiza el
mínimo escolar; para muchos alumnos todavía es la primera etapa de la relegación. Esto se
manifiesta en fuertes diferencias entre los establecimientos, una gran diversidad de métodos
y de objetivos, debates recurrentes sobre las clases de nivel y los modos de orientación
ocultos, puesto que el colegio es a la vez la escuela de todos y el momento de una selección
decisiva.
Esta doble naturaleza hace que los alumnos, que ya no son niños y sin embargo no
acceden aún a la racionalidad y la autonomía de los liceístas, estén mal integrados en los
establecimientos. Las actividades “socioeducativas”, culturales y deportivas tienen un lugar
marginal y la misma vida adolescente se margina en el momento en que debería ser integrada
en la escuela. Tratando a todos los colegiales como si fueran futuros liceístas surgidos de las
clases medias, se acoge a menudo muy mal a los demás. En la medida en que el colegio es
hoy la escuela de todos, ¿no haría falta definir con más rigor los objetivos, los aprendizajes
juzgados fundamentales, las reglas de vida comunes y la función de la educación? Hoy, toda
la enseñanza del colegio prepara para bachilleratos generales, en términos de programas y de
métodos, pero la mayoría de los alumnos no accede a ellos. ¿Para qué les habrá sido útil el
colegio, sino para definirlos por su fracaso? De hecho, el colegio ocupa hoy el lugar que fue
el de las escuelas primarias superiores y de las grandes secciones que preparaban para el
certificado de estudios. Quizá sería necesario redefinirlo en esta función de educación y de
integración social, listos a “primar”, lo que no implica ninguna “baja de nivel” ni de los
alumnos ni de los profesores.
Es como si la sociedad francesa ya hubiera decidido tratar el desempleo de los jóvenes
mediante el alargamiento de la escolaridad y el reforzamiento de las redes generales.
Evidentemente, nadie ha hecho deliberadamente esta elección, pero las consecuencias de las
decisiones de los treinta últimos años están ahí. La lógica del diferimiento conduce a vaciar
de su sentido a la experiencia escolar de muchos alumnos de ciertos liceos, cuando los
alumnos están allí porque no hay lugar en otra parte. Hemos visto que esta imagen polémica
no siempre es caricaturesca y que encierra a muchos liceístas en representaciones
extremadamente minusvaloradas de sí mismos, y en una especie de abulia; no pudiendo
actuar sobre su historia, se dejan llevar por el oleaje. Pero no se espera impunemente que
nada se produzca, y la experiencia de estos alumnos no es sólo indiferente: es también
negativa. Así, el recorrido escolar se da la vuelta, como bien lo muestra la comparación de
los alumnos que eligen los “trabajitos” y los alumnos que permanecen encerrados en el solo
cuadro escolar.
Sin duda la escuela no es responsable del desempleo, pero no puede quedar reducida
al rol de organizadora de filas de espera. El “todo-escolar” alcanza ciertos límites y,
recordémoslo, no se trata solamente de gestión estadística de masas de alumnos, sino
también de experiencias escolares que se descomponen poco a poco. Muchos alumnos se
sienten víctimas de un “encarnizamiento pedagógico”. ¿No se puede encarar una relativa
“desescolarización” de formaciones, multiplicar las alternativas, el ir y venir entre la escuela
y la vida activa? El calendario escolar es demasiado rígido, las salidas del sistema y los
retornos son demasiados raros porque son demasiado difíciles, las reglas de equivalencia son
de una rigidez absolutamente burocrática; es casi imposible retornar a la escuela una vez que
se ha salido buscando otro tipo de formación. Hoy, so pretexto de la escolarización larga, se
abandona a menudo a los jóvenes a “tareas” y a condiciones de empleo inaceptables. La
escuela no tiene vocación para cualquier cosa, y menos para amortizar de modo ilusorio los
efectos de una crisis general de empleo. Es la idea misma de educación la que entonces está
amenazada.
Todos aquellos que conocen la escuela en Francia saben hasta qué punto parece
imposible reformarla, saben hasta qué punto intereses muy opuestos se conjugan para
mantener las cosas tal como están, saben también la dificultad de cambiar un sistema tan
complejo, y no ignoran nada del peligro político corrido por aquellos que se arriesgan. Pero
hay también otro obstáculo a las reformas controladas del sistema escolar, el que constituye
a menudo el universo de los argumentos últimos: el apego a una imagen canónica de la
escuela republicana. Todo la amenaza y nada puede ser imaginado que parezca someterse.
Ahora bien, hoy sabemos que el imaginario de esta escuela está muy lejos de lo que fue en la
práctica, y más aún de lo que es hoy. En gran medida, el conservadurismo se ha vuelto
republicano.
Pero hay no obstante una lección por retener de los fundadores de la escuela
republicana: es la capacidad de ubicar a la reflexión sobre la educación en el centro del
debate político, y de construir el modelo educativo como una síntesis entre la nación, la
economía y la representación de un sujeto individual, síntesis cuya unidad está hoy en el
principio mismo de la nostalgia. Después de más de un siglo, esta síntesis se ha deshecho. La
impronta de formación sobre el empleo no tiene vínculos con lo que fue en una escuela que
poco se preocupaba por ello. Nos guste o no, la escuela es un “mercado” ‘ y la escuela
republicana se acomoda muy bien a revistas especializadas en “colocaciones” educativas y
escolares. La imagen de la cultura nacional está hoy recubierta por la cultura de masas y por
la fuerza de las industrias culturales. El sujeto de la educación ya no es solamente un niño o
un joven “burgués” sino un adolescente. Y un adolescente cuya juventud no cesa de pro-
longarse. Ante el estallido de la síntesis republicana, cada uno reacciona de manera diferente.
Se dan algunos derechos a los alumnos, se crean formaciones según las demandas de una
economía fluctuante, se redefine la laicidad paso a paso... El sistema escolar se presenta
como una sucesión de capas geológicas cuyos diversos elementos deben ser mantenidos
juntos, al precio de esfuerzos considerables, por los alumnos y los docentes.
Evidentemente, ningún sistema educativo puede ser “inventado”, no puede
desprenderse totalmente de su pasado. La escuela republicana misma no era una novedad
radical. Pero ya es tiempo de redefinir lo que se espera de la escuela, de concebir programas
y una educación capaces, no solamente de integrar individuos en una sociedad, sino también
de formar sujetos. Si la sociedad francesa no tiene la capacidad de construir un verdadero
debate sobre la educación, la escuela no se formará sobre la coexistencia de un mercado,
público y privado, y una defensa ideológica. Si se quiere invocar a los manes de la escuela
republicana, debe ser para inspirarse en la audacia de aquellos que construyeron una política
de la educación cuando las transformaciones sociales lo exigían, y no para encerrarse en una
nostalgia paralizante.
Notas: Introducción
1. El detalle de esta investigación se expone anexo.
2. A. Touraine, La Voix et le Regard, París, Éd. du Seuil, 1978
3. F. Dubet, Sociologie de 1’expérience, París, Éd. du Seuil, 1994.
4. F. Dubet, Les Lycéens, París, Éd. du Seuil, 199 1.
5. En la medida que este libro prolonga una obra anterior consagrada a los liceístas, aquí no se
exponen largamente los datos del primer estudio. Véase F. Dubet, Les Lycéens, cit.
1. Sobre este tema, entre otros, véanse A. Van Haecht, L’École á I’épreuve de la
sociologie, Bruselas, De Boeck-Éditions Universitaires, 1990; M.Duru-Bellet y
A.Henriot-Van Zanten, Sociológie de l’école, París, A. Colin, 1992. Si esta visión
logra dar cuenta de las grandes tendencias de la evolución de la sociología de la
educación, no olvidemos que numerosos trabajos clásicos o críticos se proponían
también dar cuenta de los mecanismos en función en el seno de la escuela.
2. Este capítulo está consagrado a la sociología francesa, integrando los trabajos
anglosajones que no dejaron de influir en ella.,
3. Véase J. Dewey, Démocratie et Education, París, A. Colin, 1990 (Democracia y
educación, Buenos Aires, Losada, 1960).
4. Para un relato sucinto y encantado de este proceso, véase T. Parsons, Le Systéme
des sociétés modernes, París, Dunod, 1973.
5. Véase E. Weber, La Fin des terroirs, París, Fayard, 1983.
6. E. Durkheim, L’Évolution pédagogique en France, cit.
7. G. Vincent, L’École primaire française, cit.
8. E. Durkheim, Éducation et Sociologie, cit.
9. H. Arendt, “La crise de l’éducation”, en La Crise de la Culture, París, Gallimard,
1972.
10. D. Riesman, La foule solitaire, cit.
11. E. Durkheim, L’Éducation morale, cit.
12. D. Bell, Vers la sociétépost- industrielle, París, R. Laffont, 1976; A. Touraine, La
Société post industrielle, París, Denoél, 1969.
13. Como lo ha mostrado el estudio de A. Prost sobre la academia de Orléans (A.
Prost, ,l’enseignement s’ est- il démocratisé~ cit.).
14. Para una presentación del conjunto de estos trabajos, véase J.-C. Forquin, ‘La
sociologie des inégalités d’éducation: principaux orientations, principaux résultats
depuis l965”, en Sociologie de l’ducation. Dix ans de recherches, París,
L’Harmatan, 1990.
15. J.-C. Forquin, «L’approche sociologique de la réussite et de Féchec scolaire:
inégalités de réussite scolaire et appartenance sociale”, en Sociologie de
l’Éducation. Dix ans de recherches, cit.
16. Para una “síntesis” de estas críticas, véase CRESAS, Le Handicap socio- culturel
en question, París, ESF, 1978.
17. Para una idea de esta concepción de la cultura, véanse las obras de Schutz,
Garfinke1 y,sobre todo, Berger y Luckmann.
18. J.-C. Forquin, École et culture: tepoint de vue des sociologues britanniques,
Bruselas, De Boeck, 1989.
19. B. Bernstein, Langage et Classes sociales, París, Éd. de Minuit, 1975.
20. B. Bernstein, Class, Codes and Control, vol. III, Towards a Theory of
Educational Transmissions, Londres, Rouledge & Kegan Paul, 1977.
21. F. Labov, Le Parler ordinaire, París, Éd. de Minuit, 1978, 2 vols.
22. J.-C. Forquin, École et Culture: le point de rue des sociologues britanniques, cit.
23. Estos trabajos desdeñan sobremanera el hecho de que los saberes escolares son
fundamentalmente una creación suigeneris de la escuela misma. A través del
estudio de la historia de la gramática escolar, A. Chervel muestra que ésta no es una
“vulgarización” de saberes de referencia, sino que tiene una finalidad propia: el
aprendizaje de la ortografia (A. Chervel, Histoire de la grammaire scolaire, París,
Seuil, 1977).
24. L. Althuser, Idéologie et appareils idéologiques d’État: sur la reproduction des
conditions de la production”, La Pensée, junio de 1970.
25. C. Baudelot y R. Establet, L’École capitaliste en France, París, Maspero, 1971.
26. S. Bowles y H.Gintis, Schooling in Capitalist America, Nueva York, Basic Books,
1976.
27. Como lo ha señalado C.-H. Cuin, la institución escolar en Francia está en el
corazón de lo que él llama “un modelo francés del éxito social”; versión exagonal y
equivalente funcional de la ideología de la movilidad social estadounidense. La
escuela tiene entonces el lugar, en la representación social, del principio explicativo
dominante del proceso de distribución social (C.-H. Cuin, Les Sociologues et la
Mobilité sociale, París, PUF, 1993).
28. R. Boudon, E’Inegalité des chances, cit
29. Nos limitaremos aquí al trabajo de R. Boudon, pero conclusiones similares son
establecidas por R. Girod, Mobilité sociale, París-Ginebra, Librería Droz, 1971; C.
Jericks y otros,E’Inegalité, París, PUF, 1979.
30. J.-M. Berthelot, Le Piége scolaire, cit.
31. R. Collins, The Credential Socieg, Nueva York, Academic Press, 1979.
32. Y Burris, «The social and political consequences of overeducation” en American
Sociological Review, vol, 48, núm. 4, agosto 1983; R. Rumberger, Overeducation
in the U.S. Labor Market, Nueva York, Preager, 1981.
33. Esta armonía natural estaba en el corazón del plan Langevin-Wallon.
34. P. Meyer, L’Enfant et la Raison d’Ttat, París, Seud, 1977; J. Varela y F. Álvarez
Uría, Arqueología de la escuela, Madrid, Ediciones de la Piqueta, 199 1.
35. G. Vincent, L’École primaire française, cit., y más recientemente G. Vincent, B.
Lahire y D. Thin, “Sur l’histoire et la théorie de la forme scolaire”, en G. Vincent
(ed.), l’Éducation prisonniere de la forme scolaire~ Lyon, PUL, 1994.
36. Para un estudio de la formación del régimen discursivo de la clase como campo
específico de disciplina, véase K. Jones y K. Williamson, “The Birth of the
Classroom”, en Ideológy and Conciousness, 1, 1979.
37. J. Varela, y F. Álvarez Uría, Arqueología de la escuela, cit., pág. 50.
38. Véanse sobre este tema P. Pinel, M. Zafiropoulos, “La médicalisation de l’échec
scolaire. De la pédopsychiatrie a la psychanalise infantile”, Actes de la recherche en
sciences sociales, 24, 1978; J. Donzelot, La Police des familles, París, Éd. de
Minuit, 1977.
39. B.R. Snyders, The Hidden Curriculum, Nueva York, Knopf, 1971.
40. En realidad, Durkheim no estuvo completamente de acuerdo con esta concepción.
Al contrario, hasta puso activamente en guardia contra este error, pero
esforzándose por encontrar en el niño los elementos naturales que podrían
favorecer su socialización, volvió hacia una concepción consensual de la
socialización.
41. P. Willis, Learning to Labour. How Working Class Ladsget Working Classlobs,
Famborough, England Saxon House, 1977
42. P. Bordicu y J.-C. Passeron, La Reproduction, cit., p. 25.
43. J.-C. Passeron, “Hegel ou le passager clandestin”, en Le Raisonnement
sociologique, París, Nathan, 1991. Y para el paralelismo del proceso de
constitución del campo religioso y del campo escolar, véase P. Bordieu, «Le marché
des biens symboliques”, en L’Année sociologique, vol. 22, 1973, y “Genése et
structure du champ religieux”, en Revue française de sociologie, XII, 1971.
44. P. Bordieu y J.-C. Passeron, La reproduction, cit., pág. 209.
45. Para una demostración de esta idea en el dominio del consumo cultural, véase R
Bordieu, La Distinction, París, Éd. de Minuit, 1979.
46. J.-C. Passeron se ha separado de una concepción “hegeliana” de la reproducción
social por la escuela según la cual su funcionamiento sería una especie de astucia de
la razón, y ha insistido sobre el carácter fechado e histórico del encuentro entre la
auto-reproducción del sistema escolar y la reproducción de las relaciones de
dominación U.-C. Passeron, “Hegel ou le passager clandestin”, en Le
Raisonnement sociologique, cit.).
47 P. Bordieu y J.-C. Passeron, Les Héritiers, cit.
48. P. Bordieu, J.-C. Passeron y M. de Saint-Martin, Rapport pédagogique et
Comunication, París La Haya, Mouton, 1965.
49. P. Bordicu y M. de Saint-Martin, ‘Les catégories de Pentendement professoral”, en
Actes de la recherche en Sciences sociales, 3, mayo de 1975.
50. Por otra parte, la demostración nunca es tan brillante como cuando se despliega
sobre los estudiantes de las grandes escuelas. Véase P. Bordieu, La Noblese de
1’État, París, Éd. de Minuit, 1989.
5 1. L. Tanguy (ed.), L’Introuvable Relation formation/emploi, cit.
52. A. Finkielkraut, La Défaite de la pensée, París, Gallimard, 1987; D. Schnapper, La
France de l’intégration, París, Gallimard, 1990; F. Kaspard y F. KhosrokhaYar, La
République et le Foulard, París, La Découverte, 1995.
53. J.-C. Milner, De l’école, París, Seuil, 1984; C. Baudelot y R. Establet, Le niveau
monte, París, Seuil, 1989.
54. E. Debarbieux, La Violence dans la classe, cit.
55. G. Langoüet, La Démocratisation de l’enseignement aujourd’hui, cit.
56. M. Duru-Bellat, J.-P. Jarousse y A. Mingat, “Les scolarités de la maternelle au
lycée. Etapes et processus dans la production des inegalités sociales”, en Revue
française de Sociologie, XXXIV, 1, 1993; M. Duru-Bellat y A. Mingat, De
l’orientation en fin de 5’au fonctionement du college, cit.
57. C. Baudelot y R. Establet, Allez les filles, cit.; M. Dum-Bellat,,L’École desfilles,
cit.; R. Establet, L’école est elle rentable? cit.; C. y F. Lelievre, Histoire de la
scolarisation desfilles, París, Nathan, 199 1. 58. Así, por ejemplo, la escolaridad de
los niños inmigrados ha sido objeto de varios estudios que lograron mostrar que a
condición social igual, el éxito escolar de niños de origen inmigrante tiene tendencia
a ser el mismo que el de alumnos franceses del mismo nivel social, y hasta
ligeramente superior (véase L.-A. Vallet y J.-P. Caille, ‘Les carrieres scolaires au
college des éléves étrangers ou issus de I’inmigration”, Éducation et Formation,
núm. 40, 1995). Recientemente, M. Tribalat ha suavizado la afirmación según la
cual las chicas de origen magrebí obtendrían mejores resultados en la escuela que
los muchachos magrebíes; estos últimos triunfan tan bien como los alumnos
franceses del mismo medio social, mientras que las chicas de origen argelino
obtienen peores resultados que las francesas del mismo medio (M. Tribalat, Faire
France, París, La Découverte, 1995).
59. Este proceso es reforzado por la muy fuerte institucionalización académica de la
sociología de la educación en Francia, ya se trate de investigaciones universitarias,
o de estudios comandados o efectuados directamente por organismos de
investigación dependientes del Ministerio de Educación Nacional.
60. Por ejemplo, los factores del éxito específico de los hijos de inmigrados; véase Z.
Zéroulou, “La réussite scolaire des enfants d’inmigrés. L‘apport d’une approche en
termes de mobilisation», Revue française de sociologie, XXIX, 1988.
61. D. Meuret, “L’efficacité de la politique des zones d’éducation prioritaires”, Revue
française de pédagogie, 109, 1994.
62. A. Henriot-Van Zanten, ‘Les ressources du local. Innovation éducative et
changement social dans les zones d’éducation prioritaire?, Revue française de
pedagogie, núm. 83, 1988; M. Wieviorda (ed.), L’École et la Ville, Cadis, 1993;
Migrants-Formation, ‘L’école dans la ville: ouverture ou clóture”, núm. 97, junio
de 1994.
63. Véase D. Glasman, ‘L’École réinventée~ cit.
64. Para una presentación histórica y analítica de esta problemática en Francia, véase
0. Coussin, “I’effet établissements. Construction d’une problemátique”, en Revue
française de sociologie, XXXIV, 3, 1993; y para una presentación global, R
Bressoux, ‘Les recherches sur les effets écoles et les effets-maitres”, en Revue
française de pédagogie, núm. 108, julio-septiembre de 1994. 65. R. Baillon, Les
Consommateurs d’école, cit.; La Bonne École, cit.
66. Entre otros M. Duru-Bellat y A. Mingat, ‘Le déroulement de la scolarité au
college: le contexte fait es différences Revue française de sociologie, XXIX,
4, 1988.
67. A. Grisay, Quels indicateurs d’fficacité pour les établissements scolaires?,Étude
d’un groupe contrasté de colléges “performants”et ‘peu performants”,
Universidad de Lieja, Servicio de pedagogía experimental, 1889.
68. J. L. Derouet, École et justice, cit.
69. D. Paty, Douze colléges en France, París, La Documentation Francaise, 1981.
70. F. Dubet, 0. Cousin y J.-P. Guillemet, “Mobilisation des établissements et
performances scolaires. Le cas des collége?, en Revue française de sociologie,
XXX, 2, 1989, págs. 235-256,
71. A. Mingatm, “Les acquisitions scolaires de l’éléve en C.P.: Les origines des
différences”, Cabiers de l’IREDU, 23, 1984.
72. P. Bressoux, ‘Effets-écoles et effets-classes”, en J,-M. Besse y otros, École
efficace, París, A. Colin, 1995.
73. G.E. Robinson y J.H. Wittebols, Class Size Research, Arlington, VA, Educational
Research Service, 1986.
74. A. Grisay, ‘le fonctionnement des colleges et ses effets sur les éléves de sixiéme et
de cinquiéme”, en Éducation et Formation, núm. 32, noviembre de 1993.
75. E. Plaisance, L’Enfant, la Maternelle, la Societé, cit.
76. Y Isambert-Jamati y M. F, Grospiron, “Types de pratiques pédagogiques en
française au lycée et différenciation sociales des résultats scolaires , en E. Plaisance
(ed.), L’Échec scolaire, París, Éd. del CNRS, 1985; G. Langoüet, Suffit- il
d’innover~ París, PUF, 1985.
77. La investigación se realizó de la siguiente manera: Después de haber seleccionado
al azar el 20% de alumnos de un establecimiento, se afirmó a los docentes -gracias
a diversos tests psicológicos- que esos alumnos efectuarían grandes progresos.
Después de ocho meses, efectivamente, dichos alumnos, elegidos al azar,
manifestaban progresos importantes. Por sus interacciones, estimulación o
inhibición, el docente induciría de hecho los resultados de sus alumnos. Véase
R.-A. Rosenthal y L. Jacobson, Pigmalion dans la classe, París, Casterman, 1975.
78. M. Cherkaoui, ‘L’efficacité du corps professoral”, en Les Paradoxes de la réussite
scolaire, París, PUF, 1979; G. Felouzis, “Le bon prof”, Sociologie du travail, 3,
1994.
79. P. Bressoux, Les Effets de la formation initiale et de l’expériencie professionnelle
des instituteurs, DEP, febrero de 1994.
80. No hay que ver en esta apreciación ninguna forma de desprecio, los conocimientos
adquiridos son considerables y nosotros mismos intentamos contribuir.