Hora Santa

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VIGILIA DE JUEVES SANTO

La Misa vespertina de la Cena del Señor termina con el traslado del Santísimo
Sacramento al "monumento" o urna de la reserva. La liturgia indica que, después
de un tiempo conveniente, se cierre la iglesia: Esta adoración (pública) pasada la
media noche, se hace sin solemnidad.
El consejo o el jefe de turno pida oportunamente al párroco o rector de la iglesia
el permiso para que el turno correspondiente pueda continuar a iglesia cerrada,
la adoración oculta y silenciosa que acompaña al Señor en su misterio de
Getsemaní.
Los adoradores de esa noche deberán estar presentes y participar desde el
principio en la Misa vespertina de la Cena del Señor. Con la anuencia del director
serán ellos los que acompañen al Señor en la procesión con que se traslada al
Santísimo Sacramento hasta el lugar de la sagrada reserva. Nunca como en este
Triduo Pascual los adoradores participarán más íntimamente en la liturgia ni
estarán más inmediatamente al servicio de su director espiritual.
ORDEN DE LA VIGILIA ABIERTA
Todos los adoradores que hayan de velar esa noche en determinada iglesia,
entran procesionalmente en silencio, se colocan en el sitio reservado para ellos,
y en silencio de rodillas adoran al Señor unos minutos. A una señal del jefe de
noche se ponen de pie y cantan con la música del Pange lingua la siguiente
estrofa del mismo.
De pie.
En la noche de la Última Cena, sentado a la mesa con sus hermanos, después
de observar plenamente la ley sobre la comida legal, se da con sus propias
manos como alimento para los doce.
Monición: Estamos reunidos en comunidad de fe y de oración. Hemos venido
aquí, porque deseamos estar con nuestro Señor en el Monte de los Olivos y
agradecerle todos los misterios que él instituyó en el primer Jueves Santo de la
historia: la Eucaristía, el sacerdocio y el amor fraterno. Podemos estar seguros
de que al Señor le agrada profundamente nuestra actitud y premiará el sacrificio
que supone pasar por encima de nuestro cansancio y, quizá, de nuestro sueño,
para acompañarle en esta hora sublime. De la mano de nuestra Madre, la Virgen
Santísima, y bien unidos al Papa, a nuestros obispos y a todos los cristianos del
mundo entero, dispongámonos a participar con fruto en esta vigilia.
Vamos a unirnos en estos momentos a toda la Iglesia, en la Liturgia de las Horas
del Jueves Santo.

1
Vísperas
V. Dios mío, ven en mi auxilio.
R. Señor, date prisa en socorrerme. Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo.
Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén.
HIMNO
A dos coros:
En la Cena del Cordero
y habiendo ya cenado,
acabada la figura,
comenzó lo figurado.

Por mostrar Dios a los suyos


cómo está de amor llagado,
Ritual de la Adoración Nocturna Mexicana
todas las mercedes juntas en una las ha cifrado.

Pan y vino material


en sus manos ha tomado
y, en lugar de pan y vino,
Cuerpo y Sangre les ha dado.
Si un bocado nos dio muerte,
la vida se da en bocado;
si el pecado dio el veneno,
el remedio Dios lo ha dado.

Haga fiesta el cielo y tierra


y alégrese lo criado,
pues Dios, no cabiendo en ello,
en mi alma se ha encerrado. Amén.

SALMODIA
Jefe del primer coro:
Antífona 1
El primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra ha hecho
de nosotros un reino para Dios, su Padre.
Salmo 71
2
PODER REAL DEL MESÍAS
Abriendo sus cofres le ofrecieron re-galos: oro, incienso y mirra (Mt 2, 11).
A dos coros:
Dios mío, confía tu juicio al rey,
tú justicia al hijo de reyes,
para que rija a tu pueblo con justicia,
a tus humildes con rectitud.

Que los montes traigan paz,


y los collados justicia;
que él defienda a los humildes del pueblo,
socorra a los hijos del pobre
y quebrante al explotador.

Que dure tanto como el sol,


como la luna, de edad en edad;
que baje como lluvia sobre el césped,
como llovizna que empapa la tierra.

Que en sus días florezca la justicia


y la paz hasta que falte la luna.

Que domine de mar a mar,


del Gran Río al confín de la tierra.

Que en su presencia se inclinen sus rivales;


que sus enemigos muerdan el polvo;
que los reyes de Tarsis y de las islas le paguen tributo.

Que los reyes de Saba y de Arabia le ofrezcan sus dones;


que se postren ante él todos los reyes, y
que todos los pueblos le sirvan.

Se dice Gloria al Padre.


Todos: El primogénito de entre los muertos, el príncipe de los reyes de la tierra
ha hecho de nosotros un reino para Dios, su Padre.
Jefe del primer coro:

3
Antífona 2
El Señor librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector.
II
A dos coros:
Él librará al pobre que clamaba,
al afligido que no tenía protector;
él se apiadará del pobre y del indigente.
y salvará la vida de los pobres;
él rescatará sus vidas de la violencia,
su sangre será preciosa a sus ojos.

Que viva y que le traigan el oro de Saba;


él intercederá por el pobre
y lo bendecirá.

Que haya trigo abundante en los campos,


y ondee en lo alto de los montes,
den fruto como el Líbano,
y broten las espigas como hierba del campo.

Que su nombre sea eterno,


y su fama dure como el sol;
que él sea la bendición de todos los pueblos,
y lo proclamen dichoso todas las razas de la tierra.

Bendito sea el Señor, Dios de Israel,


el único que hace maravillas;
bendito por siempre su nombre glorioso,
4
que su gloria llene la tierra.
¡Amén, amén!
Se dice Gloria al Padre.
Todos: El Señor librará al pobre que clamaba, al afligido que no tenía protector.
Jefe del primer coro:
Antífona 3
Los santos vencieron en virtud de la sangre del Cordero y por la palabra del
testimonio que dieron.
Cántico Apoc 11, 17-18; 12, 10b-12a
EL JUICIO DE Dios
A dos coros:
Gracias te damos, Señor Dios omnipotente,
el que eres y el que eras,
porque has asumido el gran poder
y comenzaste a reinar.

Se encolerizaron las naciones, llegó tu cólera,


y el tiempo de que sean juzgados los muertos,
y de dar el galardón a tus siervos los profetas,
y a los santos y a los que temen tu nombre,
y a los pequeños y a los grandes,
y de arruinar a los que arruinaron la tierra.

Ahora se estableció la salud y el poderío,


y el reinado de nuestro Dios,
y la potestad de su Cristo;
porque fue precipitado
el acusador de nuestros hermanos,
el que los acusaba ante nuestro Dios día y noche.

Ellos lo vencieron en virtud de la sangre del Cordero


y por la palabra del testimonio que dieron,
y no amaron tanto su vida que temieran la muerte.

Por eso, estén alegres, cielos,


y los que moran en sus tiendas.
5
Se dice Gloria al Padre.
Todos: Los santos vencieron en virtud de la sangre del Cordero y por la palabra
del testimonio que dieron.
LECTURA BREVE Heb 13, 12-15
De la misma manera, para santificar al pueblo con su sangre, Jesús murió fuera
de la puerta de la ciudad. Salgamos, pues, del campamento, al encuentro de
Jesús y suframos las injurias que él sufrió, porque nosotros no tenemos aquí
nuestra patria definitiva, sino que vamos en busca de la patria futura. Ofrezcamos
continuamente a Dios, por medio de Jesucristo, el sacrificio de alabanza, es decir,
el homenaje de los labios que bendicen su nombre.
RESPONSORIO
En lugar del responsorio breve todos dicen la siguiente antífona:
Cristo, por nosotros, se sometió incluso a la muerte.

CÁNTICO EVANGÉLICO
Jefe del primer coro:
Cuando estaban cenando, Jesús tomó pan, rezó la bendición, lo partió y lo dio a
sus discípulos.
Cántico de María Le 1, 46-55
ALEGRÍA DEL ALMA EN EL SEÑOR
Recitado a dos coros o conjuntamente por todos:
Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi
Salvador; porque ha mirado la humillación de su esclava.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho
obras grandes por mí; su nombre es santo y su misericordia llega a sus fieles de
generación en generación.
El hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, derriba del
trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de
bienes y a los ricos los despide vacíos.

6
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de su misericordia —como lo había
prometido a nuestros padres—en favor de Abraham y su descendencia por
siempre.
Se dice Gloria al Padre.
Todos: Cuando estaban cenando, Jesús tomó pan, rezó la bendición, lo partió y
lo dio a sus discípulos.
PRECES
Lector:
Adoremos a nuestro Salvador, que en la Última Cena, la noche misma en que
iba a ser entregado, confió a su Iglesia la celebración perenne del memorial de
su muerte y resurrección; oremos, diciendo:
R. Santifica, Señor, al pueblo que redimiste con tu sangre.
Redentor nuestro, concédenos que por la penitencia nos unamos más
plenamente a tu Pasión, para que consigamos la gloria de la resurrección. R.
Concédenos la protección de tu Madre, consuelo de los afligidos, para poder
nosotros consolar a los que están atribulados, mediante el consuelo con que tú
nos consuelas. R.
Haz que tus fieles participen en tu Pasión mediante los sufrimientos de su vida,
para que se manifiesten a los hombres los frutos de la salvación. R. Tú que te
humillaste, haciéndote obediente hasta la muerte y una muerte de cruz, concede
a tus fieles obediencia y paciencia. R.
Se pueden añadir algunas intenciones libres:
Haz que los difuntos sean transforma-dos a semejanza de tu cuerpo glorioso, y
a nosotros concédenos también que un día participemos de su felicidad. R.
Unidos fraternalmente, acudamos ahora al Padre de todos: Padre nuestro.
Oración
Se hace un breve silencio y después dice la oración.
Dios nuestro, que, para tu mayor gloria y para la salvación del género humano,
has constituido a Jesucristo como Sumo y Eterno Sacerdote, haz que el pueblo
que él conquistó con su sangre reciba plenamente, al participar del memorial de
su Pasión, los tesoros que dimanan de su Muerte y Resurrección. Por nuestro
Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo
y es Dios, por los siglos de los siglos. Amén.

7
CONCLUSIÓN
V.
El Señor nos bendiga, nos guarde de todo mal y nos lleve a la vida eterna.
R. Amén.
Meditación de textos
Para unirnos más íntimamente a Jesús, como adoradoras y adoradores en
espíritu y verdad en su HORA, escuchemos estos textos de la Escritura, y
posterior-mente en unos minutos de silencio oremos y meditemos esta Palabra
de Dios.
PRIMERA LECTURA 1 Cor 11, 23-26
De la primera carta de san Pablo a los corintios
Hermanos: Yo recibí del Señor lo mismo que les he transmitido:
Que el Señor Jesús, la noche en que iba a ser entregado, tomó pan en sus
manos, y pronunciando la acción de gracias, lo partió y dijo: "Esto es mi Cuerpo,
que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía". Lo mismo hizo con el
cáliz, después de cenar, diciendo: "Este cáliz la nueva alianza que se sella con
mi Sangre. Hagan esto en memoria mía siempre que beban de él". Palabra de
Dios.
Evangelio Jn 13, 1 -17
De pie. Lector
Del Evangelio según san Juan
Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de
pasar de este mundo al Padre y habiendo ama-do a los suyos, que estaban en
el mundo, los amó hasta el extremo.
En el transcurso de la cena, cuando ya el diablo había puesto en el corazón de
Judas Iscariote, hijo de Simón, la idea de entregarlo, Jesús, consciente de que el
Padre había puesto en sus manos todas las cosas y sabiendo que había salido
de Dios y a Dios volvía, se levantó de la mesa, se quitó el manto y tomando una
toalla, se la ciñó; luego echó agua en una jofaina y se puso a lavarles los pies a
los discípulos y a secárselos con la toalla que se había ceñido.
Cuando llegó a Simón Pedro, éste le dijo: "Señor, ¿me vas a lavar tú a mí los
pies?" Jesús le replicó: "Lo que estoy haciendo tú no entiendes ahora, pero lo
comprenderá más tarde'. Pedro le dijo: "Tú no me lavarás los pies jamás". Jesús
le contestó: "Si no te lavo, no tendrás parte conmigo". Entonces le dijo Simón
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Pedro: "En ese caso, Señor, no sólo los pies, sino también las manos y la
cabeza". Jesús le dijo: "El que se ha bañado no necesita lavarse más que los
pies, porque todo él está limpio. Y ustedes están limpios, aunque no todos".
Como sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: `No todos están limpios'.
Cuando acabó de lavarles los pies, se puso otra vez el manto, volvió a la mesa y
les dijo: "¿Comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman
Maestro y Señor, y dicen bien, porque lo soy. Pues si yo, que soy el Maestro y el
Señor, les he lavado los pies, también ustedes deben lavarse los pies los unos a
los otros. Les he dado ejemplo, para que lo que yo he hecho con ustedes, también
ustedes lo hagan". Yo les aseguro: el sirviente no es más importante que su amo,
ni el enviado* es mayor que quien lo envía. Si entienden esto y lo ponen en
práctica, serán dichosos. Palabra del Señor.
Del Evangelio según san Juan 17, 1-26
En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos al cielo y dijo: "Padre, ha llegado la hora.
Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo también te glorifique, y por el poder que le
diste sobre toda la humanidad, dé la vida eterna a cuantos le has confiado. La
vida eterna consiste en que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a Jesucristo,
a quien tú has enviado.
Yo te he glorificado sobre la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste.
Ahora, Padre, glorifícame en ti con la gloria que tenía, antes de que el mundo
existiera.
He manifestado tu nombre a los hombres que tú tomaste del mundo y me diste.
Eran tuyos y tú me los diste. Ellos han cumplido tu palabra y ahora conocen que
todo lo que me has dado viene de ti, porque yo les he comunicado las palabras
que tú me diste; ellos las han recibido y ahora reconocen que yo salí de ti y creen
que tú me has enviado.
Te pido por ellos; no te pido por el mundo, sino por éstos, que tú me diste, por-
que son tuyos. Todo lo mío es tuyo y todo lo tuyo es mío. Yo he sido glorificado
en ellos. Ya no estaré más en el mundo, pues voy a ti; pero ellos se quedan en
el mundo.
Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que sean uno,
como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los que me
diste; yo velaba por ellos y ninguno de ellos se perdió, excepto el que tenía que
perderse, para que se cumpliera la Escritura.
Pero ahora voy a ti, y mientras estoy aún en el mundo, digo estas cosas para que
mi gozo llegue a su plenitud en ellos. Yo les he entregado tu palabra y el mundo
los odia, porque no son del mundo, como yo tampoco soy del mundo. No te pido

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que los saques del mundo, sino que los libres del mal. Ellos no son del mundo,
como tampoco yo soy del mundo.
Santifícalos en la verdad. Tu palabra es la verdad. Así como tú me enviaste al
mundo, así los envío yo también al mundo. Yo me santifico a mí mismo por ellos,
para que también ellos sean santificados en la verdad'.
Padre, no sólo te pido por mis discípulos, sino también por los que van a creer
en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y
yo en ti somos uno, a fin de que sean uno en nosotros y el mundo crea que tú me
has enviado.
Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros
somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que su unidad sea perfecta y así el mun-
do conozca que tú me has enviado y que los amas, como me amas a mí. Padre,
quiero que donde yo esté, estén también conmigo los que me has dado, para que
contemplen mi gloria, la que me diste, porque me has amado des-de antes de la
creación del mundo.
Padre justo, el mundo no te ha conocido; pero yo sí te conozco y éstos han
conocido que tú me enviaste. Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré
dando a conocer, para que el amor con que me amas esté en ellos y yo también
en ellos". Palabra del Señor.
Lector:
De la carta a los sacerdotes, del Papa Juan Pablo II, 2000, primera parte
Sacerdocio en el Cenáculo
1. Jesús, "habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta
el extremo" (Jn 13, 1). Releo con gran con-moción, aquí, en Jerusalén, en este
lugar en el que, según la tradición, estuvieron Jesús y los Doce con motivo de la
cena pascual y la institución de la Eucaristía, las palabras con las que el
evangelista Juan introduce la narración de la Última Cena. Hoy, esta visita al
Cenáculo me ofrece la oportunidad de contemplar el Misterio de la Redención en
su con-junto. Fue aquí donde él nos dio el don inconmensurable de la Eucaristía.
Aquí nació también nuestro sacerdocio.
Una carta desde el Cenáculo
2. Precisamente desde este lugar quiero dirigirles la carta, con la que desde hace
más de veinte años me uno a ustedes el Jueves Santo, día de la Eucaristía y
nuestro día por excelencia. Sí, les escribo desde el Cenáculo, recordando lo que
ocurrió aquella noche cargada de misterio. A los ojos del espíritu se me presenta
Jesús, se me presentan los Apóstoles sentados a la mesa con él. Contemplo en
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especial a Pedro: me parece verlo mientras observa ad-mirado, junto con los
otros discípulos, los gestos del Señor, escucha conmovido sus palabras, se abre,
aun con el peso de su fragilidad, al misterio que ahí se anuncia y que poco
después se cumplirá. Son los instantes en los que se fragua la gran batalla entre
el amor que se da sin reservas y el mysterium iniquitatis que se cierra en su
hostilidad. La traición de Judas aparece casi como emblema del pecado 'de la
humanidad. "Era de noche", señala el evangelista Juan (13, 30): la hora de las
tinieblas, hora de separación y de infinita tristeza. Pero en las palabras
dramáticas de Cristo, destellan ya las luces de la aurora: "pero volveré a verlos y
se alegrará su corazón y su alegría nadie se la podrá quitar" (Jn 16, 22).
3. Hemos de seguir meditando, de un modo siempre nuevo, en el misterio de
aquella noche. Tenemos que volver frecuentemente con el espíritu a este
Cenáculo, donde especialmente nosotros, sacerdotes, podemos sentirnos, en Un
cierto sentido, "de casa". De nosotros se podría decir, respecto al Cenáculo, lo
que el salmista dice de los pueblos respecto a Jerusalén: "El Señor escribirá en
el registro de los pueblos: éste ha nacido allí" (Sal 87 [86], 6).
Desde este lugar santo me surge espontáneamente pensar en ustedes en las
diversas partes del mundo, con su rostro concreto, más jóvenes o más
avanzados en años, en sus diferentes estados de ánimo: para tantos, gracias a
Dios, de alegría y entusiasmo; y para otros, de dolor, cansancio y quizá de des-
concierto. En todos quiero venerar la imagen de Cristo que han recibido con la
consagración, el "carácter" que marca indeleblemente a cada uno de ustedes.
Éste es signo del amor de predilección, dirigido a todo sacerdote y con el cual
puede siempre contar, para continuar adelante con alegría o volver a empezar
con renovado entusiasmo, con la perspectiva de una fidelidad cada vez mayor.
Nacidos del amor
4. "Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el amor
extremo". Como es sabido, a diferencia de lob otros evangelios, el de Juan no se
detiene a narrar la institución de la Eucaristía, ya evocada por Jesús en el
discurso de Cafarnaúm (cfr. Jn 6, 26-65), sino que se concentra en el gesto del
lavatorio de los pies.
Esta iniciativa de Jesús, que des-concierta a Pedro, antes que ser un ejemplo
de humildad propuesto para nuestra imitación, es revelación de la radicalidad de
la condescendencia de Dios hacia nosotros. En efecto, en Cristo es Dios que "se
ha despojado a sí mismo", y ha asumido la "forma de siervo" hasta la humillación
extrema de la Cruz (cfr. Flp 2, 7), para abrir a la humanidad el acceso a la
intimidad de la vida divina.

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Los extensos discursos que, en el evangelio de Juan, siguen al gesto del
lavatorio de los pies, y son como su comentario, introducen en el misterio de la
comunión trinitaria, a la que el Padre nos llama insertándonos en Cristo con el
don del Espíritu.
Esta comunión es vivida según la lógica del mandamiento nuevo: "que, como yo
los he amado, así se amen también ustedes los unos a los otros" (Jn 13, 34). No
por casualidad la oración sacerdotal corona esta "mistagogia" mostrando a Cristo
en su unidad con el Padre, dispuesto a volver a él a través del sacrificio de sí
mismo y únicamente deseoso de que sus discípulos participen de su unidad con
el Padre: "como tú, Padre, en mí y yo en ti, que ellos también sean uno en
nosotros" (Jn 17, 21).
5. A partir de ese núcleo de discípulos que escucharon estas palabras, se ha
formado toda la Iglesia, extendiéndose en el tiempo y en el espacio como "un
pueblo congregado por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo" (San
Cipriano, De Orat. Dom., 23).
La unidad profunda de este nuevo pueblo no excluye la presencia, en su interior,
de tareas diversas y complementarias. Así, a los primeros Apóstoles están li-
gados especialmente aquellos que han sido puestos para renovar in persona
Christi el gesto que Jesús realizó en la Última Cena, instituyendo el sacrificio
eucarístico, "fuente y cima de toda la vida cristiana" (Lumen gentium, 11). El
carácter sacramental que los distingue, en virtud del Orden recibido, hace que su
presencia y ministerio sean únicos, necesarios e insustituibles.
Han pasado casi 2000 años desde aquel momento. ¡Cuántos sacerdotes han
repetido aquel gesto! Muchos han sido discípulos ejemplares, santos, mártires.
Su martirio acompaña toda la historia de la Iglesia y marca también el siglo que
acabamos de dejar atrás, caracterizado por diversos regímenes dictatoriales y
hostiles a la Iglesia. Quiero, desde el Cenáculo, dar gracias al Señor por su valen-
tía. Los miramos para aprender a seguir-los tras las huellas del Buen Pastor que
"da su vida por las ovejas" (Jn 10, 11).
Un tesoro en vasijas de barro
6. Es verdad. En la historia del sacerdocio, no menos que en la de todo el pueblo
de Dios, se advierte también la oscura presencia del pecado. Tantas veces la
fragilidad humana de los ministros ha ofuscado en ellos el rostro de Cris-to.
¿Cómo sorprenderse, precisamente aquí, en el Cenáculo?
Aquí, no sólo se consumó la traición de Judas, sino que el mismo Pedro tuvo que
vérselas con su debilidad, recibiendo la amarga profecía de la negación. Al elegir
a hombres como los Doce, Cristo no se hacía ilusiones: en esta debilidad humana
fue donde puso el sello sacra-mental de su presencia. La razón nos la señala
12
Pablo: "llevamos este tesoro en vasijas de barro, para que aparezca que una
fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros" (2 Cor 4, 7).
Por eso, a pesar de todas las fragilidades de sus sacerdotes, el pueblo de Dios
ha seguido creyendo en la fuerza de Cristo, que actúa a través de su ministerio.
¿Cómo no recordar, a este respecto, el testimonio admirable del pobre de Asís?
El que, por humildad, no quiso ser sacerdote, dejó en su testamento la expresión
de su fe en el misterio de Cristo presente en los sacerdotes, declarándose
dispuesto a recurrir a ellos sin tener en cuenta su pecado, incluso aunque lo
hubiesen perseguido. "Y hago esto —explicaba— porque del Altísimo Hijo de
Dios no veo otra cosa corporalmente, en este mundo, que su Santísimo Cuerpo
y su Santísima Sangre, que sólo ellos consagran y sólo ellos administran a los
otros" (Fuentes franciscanas, n. 113).
7. Desde este lugar en que Cristo pronunció las palabras sagradas de la
institución eucarística los invito, queridos sacerdotes, a redescubrir el "don" y el
"misterio" que hemos recibido. Para en-tenderlo desde su raíz, hemos de
reflexionar sobre el sacerdocio de Cristo.
Éste nos invita a contemplar ' en Cristo la íntima conexión que existe entre su
sacerdocio y el misterio de su persona. El sacerdocio de Cristo no es "accidental",
no es una tarea que él habría podido incluso no asumir, sino que está inscrito en
su identidad de Hijo encarnado, de Hombre-Dios.
Ya todo, en la relación entre la humanidad y Dios, pasa por Cristo: "Nadie va al
Padre sino por mí" (Jn 14, 6). Por eso, Cristo es Sacerdote de un sacerdocio
eterno y universal, del cual el de la primera Alianza era figura y preparación (cfr.
Heb 9, 9). Él lo ejerce en plenitud desde que ha sido exaltado como Sumo
Sacerdote "a la diestra del trono de la Majestad en los cielos" (Heb 8, 1). Desde
entonces ha cambiado el mismo estatuto del sacerdocio en la humanidad: ya no
hay más que un único sacerdocio, el de Cristo, que puede ser diversamente
participado y ejercido.
Sacerdos et Hostia
8. Al mismo tiempo, ha sido llevado a su perfección el sentido del sacrificio, la
acción sacerdotal por excelencia. Cristo en el Gólgota ha hecho de su misma vida
una ofrenda de valor eterno, ofrenda "redentora" que nos ha abierto para siempre
el camino de la comunión con Dios, interrumpida por el pecado.
Ilumina este misterio la Carta a los hebreos, poniendo en labios de Cristo algunos
versos del salmo 40: "Sacrificio y oblación no quisiste; pero me has formado un
cuerpo... ¡He aquí que vengo... a hacer, Dios, tu voluntad!" (Heb 10, 5-7; cfr. Sal
40 [391, 7-9). Según el autor de la carta, estas palabras proféticas fueron
pronunciadas por Cristo en el momento de su venida al mundo. Expresan su
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misterio y su misión. Comienzan a realizarse desde el momento de la
Encarnación, si bien alcanzan su culmen en el sacrificio del Gólgota. Desde
entonces, toda ofrenda del sacerdote no es más que volver a presentar al Padre
la única ofrenda de Cristo, hecha una vez para siempre.
Sacerdos et Hostia. Sacerdote y Víctima. Este aspecto sacrificial marca
profundamente la Eucaristía y es, al mismo tiempo, dimensión constitutiva del
sacerdocio de Cristo y, en consecuencia, de nuestro sacerdocio.
Volvamos a leer, desde esta perspectiva, las palabras que pronunciamos cada
día, y que resonaron por primera vez precisamente aquí, en el Cenáculo: "Tomen
y coman todos de él, porque esto es mi Cuerpo que se entrega por ustedes...
Tomen y beban todos de él, porque este es el cáliz de mi Sangre, Sangre de la
Alianza nueva y eterna, que será derramada por ustedes y por todos los hombres
para el perdón de los pecados".
Son las palabras transmitidas, con redacciones sustancialmente convergentes,
por los evangelistas y por Pablo. Fueron pronunciadas en este lugar al anochecer
del Jueves Santo. Dando a los Apóstoles su Cuerpo como comida y su Sangre
como bebida, él expresó la profunda verdad del gesto que iba a ser realizado
poco después en el Gólgota. En el Pan eucarístico está el mismo Cuerpo nacido
de María y ofrecido en la Cruz:
Salve, verdadero Cuerpo, nacido De María Virgen. Verdaderamente atormentado
e inmolado
En la cruz por el hombre.
9. ¿Cómo no volver siempre de nuevo a este misterio que encierra toda la vida
de la Iglesia? Este sacramento ha alimentado durante dos mil años a
innumerables creyentes. De él ha brotado un río de gracia. ¡Cuántos santos han
encontrado en él no sólo el signo, sino como una anticipación del Paraíso!
Dejémonos llevar por la inspiración contemplativa, rica de poesía y teología, con
la que Santo Tomás de Aquino ha cantado el misterio en las palabras del Pange
lingua. El eco de aquellas palabras me llega aquí hoy, en el Cenáculo, como voz
de tantas comunidades cristianas dispersas por el mundo, de tantos sacerdotes,
personas de vida consagrada y fieles, que cada día se postran en ado-ración
ante el misterio eucarístico:
Todos:
El Verbo hecho carne, por su palabra
Hace de su carne verdadero pan,
Y el vino se convierte en sangre de Cristo;
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y, si nuestros pobres sentidos no lo perciben,
la fe es suficiente para cerciorar de ello al corazón puro.
Preces
Lector:
Nos dirigimos a ti, Cristo del Cenáculo y del Calvario. Nos dirigimos a ti todos
nosotros, obispos y presbíteros, laicos, reunidos en las asambleas sacerdotales
de nuestras Iglesias y asociados en la unidad universal de la Iglesia santa y
apostólica.
El Jueves Santo es el día del na-cimiento de nuestro sacerdocio. En ese día
hemos nacido todos nosotros. Como un hijo nace del seno de la madre, así
hemos nacido nosotros, ¡Cristo!, de tu único y eterno sacerdocio.
Todos:
R. Te damos gracias, ¡Cristo!
Hemos nacido en la gracia y fuerza de la Nueva y Eterna Alianza; del Cuerpo y
Sangre de tu sacrificio redentor; del Cuerpo que es "entregado por nosotros" y
de la Sangre "que es derramada por muchos". R.
Hemos sido llamados como servidores de este pueblo, que va a los eternos
tabernáculos del Dios tres veces Santo "para ofrecer sacrificios espirituales". R.
El sacrificio eucarístico es "fuente y cumbre de toda la vida cristiana" Es un
sacrificio único que abarca todo. Es el bien más grande de la Iglesia. Es su vida.R.
Porque nos has elegido tú mismo, asociándonos de manera especial a tu
sacerdocio y marcándonos con un carácter indeleble que capacita a cada uno de
nosotros para ofrecer tu mismo Sacrificio, como sacrificio de todo el pueblo:
sacrificio de reconciliación, en el cual tú te ofreces incesantemente al Padre y, en
ti, al hombre y al mundo. R.
Porque nos has hecho ministros de la Eucaristía y de tu perdón, partícipes de tu
misión evangelizadora; servidores del pueblo de la nueva alianza. R.
Señor Jesucristo, cuando el día del Jue-ves Santo tuviste que separarte de
aquéllos a quienes habías amado "hasta el fin" tú les prometiste el Espíritu de
verdad, diciéndoles: "Les conviene que yo me vaya. Porque, si no me fuere, el
Abogado no vendrá a ustedes; pero, si me voy, se lo enviaré". R.
Te fuiste mediante la cruz, haciéndote "obediente hasta la muerte" y te
anonadaste, tomando la forma de siervo por el amor con el que nos amaste hasta

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el fin; de esta manera después de tu resurrección fue dado a la Iglesia el Espíritu
Santo, que vino y se quedó para habitar en ella "para siempre." R.
El Espíritu Santo es el que "con la fuerza del Evangelio rejuvenece la Iglesia, la
renueva incesantemente y la conduce a la unión consumada" contigo. R.
Conscientes cada uno de nosotros de que mediante el Espíritu Santo, que actúa
con la fuerza de tu Cruz y Resurrección, hemos recibido el sacerdocio ministerial
para servir la causa de la salvación humana de tu Iglesia. R.
Te damos gracias por habernos hecho semejantes a ti como ministros de tu
sacerdocio, llamándonos a edificar tu Cuerpo, la Iglesia, no sólo mediante la
administración de los sacramentos, sino también y antes que nada con el anuncio
de tu mensaje de salvación haciéndonos partí-cipes de tu responsabilidad de
Pastor. R.
Te damos gracias por haber tenido confianza en nosotros, a pesar de nuestra
debilidad y fragilidad humana, infundiéndonos en el Bautismo la llamada y la
gracia de una perfección a conquistar día tras día. R.
Respondemos:
R. Que seamos hasta el fin fieles a ti, que nos has amado.
Imploramos que cada uno de nosotros encuentre de nuevo en su corazón y con-
firme continuamente con la propia vida el auténtico significado que su vocación
sacerdotal personal tiene, tanto para sí como para todos los hombres. R.
Para que de modo cada vez más maduro vea con los ojos de la fe la verdadera
dimensión y la belleza del sacerdocio. R.
Para que persevere en la acción de gracias por el don de la vocación como una
gracia no merecida. R.
Para que, dando gracias incesantemente, se corrobore en la fidelidad a este
santo don que, precisamente porque es totalmente gratuito, obliga más. R.
Pedimos saber cumplir siempre nuestros deberes sagrados según la medida del
corazón puro y de la conciencia recta. R.
Que no tengan acceso a nuestras almas aquellas corrientes de ideas que
disminuyen la importancia del sacerdocio ministerial, aquellas opiniones y
tendencias que atacan la naturaleza misma de la santa vocación y del servicio,
al cual tú, Cristo, nos llamas en tu Iglesia. R.
Oración
Se hace un breve silencio y después dice la oración.

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Jefe del primer coro:
Hoy, en el día de la institución de la Eucaristía, te pedimos con la más profunda
humildad y con todo el fervor de que somos capaces que ella sea celebrada en
toda la tierra por los ministros llamados a ello, para que a ninguna comunidad de
discípulos y confesores tuyos falte este santo sacrificio y alimento espiritual.
Amén.
De pie. Cantan toda la primera estrofa del Pange Lingua.
Canta, lengua mía,
el misterio del Cuerpo glorioso
y de la Sangre preciosa
que el Rey de las naciones,
fruto de un vientre fecundo,
derramó como rescate del mundo.
De rodillas.
Oran breves momentos. Y a una señal del jefe de noche se retiran, quedando los
que hayan de velar a primer turno.

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