Anton Chejov - Gusev
Anton Chejov - Gusev
Anton Chejov - Gusev
Antón Chéjov
textos.info
Biblioteca digital abierta
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Texto núm. 4238
Título: Gusev
Autor: Antón Chéjov
Etiquetas: Cuento
Edita textos.info
Maison Carrée
c/ Ramal, 48
07730 Alayor - Menorca
Islas Baleares
España
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I
Las tinieblas se hacen mas espesas. Llega la noche.
El mar parece algo picado. La litera en que está acostado Gusev, ora
sube, ora baja, con lentitud, como un pecho anhelante. Algo ha sonado al
caer al suelo, acaso una taza metálica.
Ahora Pavel Ivanich no se calla, sino que tose y dice con voz irritada:
— ¡Dios mío, que bestia eres! Cuando no se te ocurre contar que un barco
se estrelló contra un pez, dices que el viento ha roto sus cadenas, como si
fuera un ser viviente...
— Son tan ignorantes como tú. Hay que tener la cabeza sobre los
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hombros y no creer todas las tonterías one se cuentan. Hay que
reflexionar y no acogerlo todo sin crítica, a ciegas.
Gusev piensa durante largo rato en los peces como montañas, en las
gruesas cadenas cubiertas de herrumbre. Después empieza a fastidiarse y
se pone a pensar en su aldea, adonde ahora regresa después de cinco
años de servicio en el Extremo Oriente. Su imaginación evoca un vasto
estanque, cubierto de hielo y de nieve. A una de sus orillas hay un horno
de vidrio, construido con ladrillos, y por cuya alta chimenea salen negras
nubes de humo; a la orilla opuesta se desparraman las casas de la aldea.
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estremece todo su ser.
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II
Las tinieblas se van dispersando y la cámara se ilumina. Al principio se ve
el pequeño disco azul de la ventana circular; luego, Gusev empieza a
distinguir a su vecino Pavel Ivanich, el cual duerme sentado (pues tendido
se ahoga). Y tiene el rostro gris, la nariz larga y afilada, una exigua perilla y
los cabellos largos. Sus ojos parecen enormes en su faz terriblemente
enjuta. No es fácil precisar si es un intelectual, un comerciante, o, tal vez,
un clérigo. A juzgar por su rostro y sus largos cabellos, se diría que es un
frailecito de cualquier convento; pero, oyéndole hablar, se ve que no es
fraile. Está gravemente enfermo, no hace más que toser, respira con
dificultad y se halla tan débil, que habla con gran trabajo.
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Gusev no comprende el sentido de las palabras de Pavel Ivanich.
Creyéndole enojado con él, le dice para justificarse:
— Sí.
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— ¡Es natural! Tu oficial dibujaba planos y tú te fastidiabas a quince mil
kilómetros de tu aldea, desperdiciando tus mejores años de la manera más
estúpida. Desperdiciabas tu vida, ¿comprendes?
— ¿Por qué?
— Porque yo les pegué a unos chinos. Soy muy reñidor, Pavel Ivanich. Un
día cuatro chinos entraron en el patio de casa. Creo qué venían a buscar
trabajo. Pues bien, para pasar el rato, me puse a pegarles. A uno de ellos
le abofoteé hasta hacerle sangre... Ni yo mismo sé por qué lo hice. Mi
oficial, que lo vio por una ventana, me dio una buena lección.
— ¡Dios mío, qué estúpido eres! ¡Me das lástima!—dice con voz débil
Pavel Ivanich! —¡Nada comprendes!
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Más valía que me diera agua...
Hace calor. Falta aire en la cámara baja y estrecha. Gusev tiene sed, pero
el agua tibia le da asco. Las sacudidas del barco son cada vez más fuertes.
De pronto, uno de los soldados deja caer sus cartas y mira a los otros
jugadores con una mirada estúpida.
Y se tiende en el suelo.
—¿De qué?
—¿De qué? De que ya no respira. Se acabó. Está muerto. ¡Dios mío, que
gente más bestia!
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III
El mar está tranquilo; y Pavel Ivanich, de buen humor. No se enfada ya por
cualquier cosa, la expresión de su rostro es alegre, irónica, burlona, y
parece querer decir: «Escuchad, voy a contaros una cosa muy divertida,
vais a desternillaros de risa.»
—¿A quién?
—A los señores de la administración del barco. Mira, aquí no hay más que
primera y tercera clase. En tercera sólo se admite a los mujiks. Si vas de
americana y tienes alguna semejanza, aunque sea muy remota, con un
señor o con un burgués, estás obligado a viajar en primera. ¡Y eso cuesta
quinientos rublos, muchacho! La administración, ya ves, no puede permitir
que un hombre que no es un mujik, viaje en compañía de los mujiks,
fundándose en que se viaja muy mal. Pero, ¿y si yo no puedo pagar los
quinientos rublos para tener el gusto de viajar en primera, entre los
señores? Yo no he hecho negocios sucios, no he robado al Estado, no me
he dedicado al contrabando, ¿cómo quieren ustedes que sea rico? Pero,
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naturalmente, a esos señores no les importa eso. Cuesta lo que cueste,
hay que pagar un billete de primera. Y yo me he valido de una
estratagema; me he vestido de mujik, y, haciéndome el zafio y el borracho,
me he presentado en la administración. «Excelencia—he dicho—hágame
el favor de un billete de tercera, y que Dios le bendiga.»
—Mi padre era un valiente pope. Decía siempre la verdad a los poderosos
de la tierra, y, con ese motivo, padeció mucho. Yo también digo siempre la
verdad...
—Sí, digo siempre la verdad, por desagradable que sea. No temo a nadie
ni a nada. En esto, vosotros y yo nos diferenciamos enormemente.
Vosotros estáis ciegos, no veis nada, y aunque lo veáis, no lo
comprendéis. Creéis que el viento está sujeto con cadenas, y otras
tonterías semejantes. Os aseguran que sois canallas a quienes se les
debe pegar, y lo creéis también. Besáis la mano que os hiere. Se os priva
de todo, se os roba, y, no sólo no protestáis, sino que lo permitís y saludáis
humildemente a los ladrones, con tal que vayan bien vestidos y parezcan
señores... ¡Sí, sois parias, gente digna, de comsión! ¡Yo no soy así! Lo
comprendo todo, lo veo todo, como un halcón o un águila, que se eleva a
una gran altura y ve desde allí toda la tierra. Soy la protesta personificada.
Veo una injusticia y protesto; veo un canalla o un hipócrita, y protesto, y
soy invencible. Ninguna inquisición española puede imponerme silencio. Si
me cortaran la lengua, protestaría con un gesto; si me encerraran en un
calabozo, gritaría tanto que me oirían fuera, o me suicidaría por hambre y
añadiría un nuevo crimen a los innumerables de los verdugos. Si, amigo
mió, soy así. Todos mis amigos me dicen: «¡Eres un hombre insoportable,
Pavel Ivanich!» Y yo estoy orgulloso de esta reputación. Sólo he sido tres
años empleado del Estado en el Extremo Oriente, y se acordarán allí de mí
durante un siglo: todo el mundo me aborrece. Los amigos me escriben que
no me conviene volver a Jarkov, pues conocen mi carácter belicoso. Pero,
no obstante, vuelvo; ¡tanto peor si no les gusta!... ¿Comprendes ahora? Mi
vida es la lucha constante. ¡Y esto se llama vivir!
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canarios y gritan:
— ¡Canta, canta!
Una lancha de vapor surca no lejos del buque el agua tranquila. Luego
aparece otra lanchita donde un chino gordo come arroz, sirviéndose de
unos palillos. El agua parece indolente y dormida. Las gaviotas vuelan
sobre ella.
«Sería muy divertido darle unos sopapos a ese animal de cara amarilla.»
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IV
Pasan dos días más. Pavel Ivanich, en vez de estar sentado, permanece
tendido siempre. Tiene cerrados los ojos, y más afilada, aún, la nariz.
— Sí. Estoy en mejor situación que vosotros. Porque, mira, mis pulmones
están muy fuertes... No importa que tosa, proviene del estómago. Puedo
soportar el infierno, no ya el Mar Rojo... Además, sé analizar cuanto pasa
en mí y darme cuenta exacta de ello, mientras que vosotros no
comprendéis nada... Os compadezco de todo corazón.
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Pavel Ivanich entreabre un ojo, mira a Gusev y pregunta:
—¿A quién?
—A Pavel Ivanich.
—Creo que sí; ha sufrido mucho. Además, era del clero... Su padre era
sacerdote y rogará a Dios por su hijo.
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—No, pero se ve. Se conoce muy bien cuando un hombre está para
morirse. Tú no comes, enflaqueces por momentos... das miedo. En fin, es
la tisis. No lo digo para asustarte, sino por tu propio interés. ¿Querrás,
quizá, recibir los Sacramentos? Además, si tienes dinero, habrás de
confiárselo al primer oficial del barco...
Gusev está turbado por este diálogo. Deseos vagos, le atormentan. Bebe
agua, mira por la ventanilla circular; pero nada de eso le calma. Ni aun los
recuerdos de su aldea logran ya tranquilizarle. Le parece que si sigue un
minuto más en la cámara se, ahogará.
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sobre la tumba; mientras que aquí...
El mar es despiadado. Si el barco no fuera tan grande y tan sólido, las olas
le destrozarían sin misericordia, tragándose cruelmente a cuantos van en
él, sin distinguir a los buenos de los malos. El barco mismo parece no
menos cruel, no menos insensible. Semejante a una enorme bestia, corta
con la quilla millones de olas; no teme ni a la noche, ni al viento, ni al
espacio infinito, ni a la soledad; si la superficie del mar se hallase poblada
de hombres, los partiría de igual modo, sin distinguir tampoco a los buenos
de los malos.
—No se ve tierra.
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un chino, yo no arriesgaría la vida.
—Sí. Sobre todo cuando pienso en mi casa. Sin mi, todo se lo llevará el
diablo. Mi hermano es una calamidad, un borracho que le pega a su mujer
y no les tiene respeto a sus padres. Sí; sin mí todo irá mal. Mi familia se
verá, tal vez, obligada a pedir limosna para no perecer de hambre.
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V
Gusev baja a la cámara-hospital y se acuesta. Como antes, vagos deseos
que no puede explicar le inquietan. Siente un gran peso sobre el pecho y
le duele la cabeza; su boca está seca de tal modo, que le cuesta trabajo
mover la lengua. Se queda abstraído y no tarda, agotado por el calor y la
densa atmósfera, en dormirse. Los sueños más fantásticos vuelven a
empezar.
Duerme así dos días seguidos. Hacia la mitad del tercero, dos marineros
bajan y cargan con él.
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Desciende hacia el fondo del mar. ¿Llegará? Según los marineros, la
profundidad del mar en estos parajes es de cuatro kilómetros.
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Antón Chéjov
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del naturalismo, aunque con ciertos toques de simbolismo y escribió unas
cuantas obras, de las cuales son las más conocidas La gaviota (1896), El
tío Vania (1897), Las tres hermanas (1901) y El jardín de los cerezos
(1904). En estas obras idea una nueva técnica dramática que él llamó de
“acción indirecta”, fundada en la insistencia en los detalles de
caracterización e interacción entre los personajes más que el argumento o
la acción directa, de forma que en sus obras muchos acontecimientos
dramáticos importantes tienen lugar fuera de la escena y lo que se deja sin
decir muchas veces es más importante que lo que los personajes dicen y
expresan realmente. Chéjov compaginó su carrera literaria con la
medicina; en una de sus cartas escribió al respecto:
La mala acogida que tuvo su obra La gaviota (en ruso: "?????") en el año
1896 en el estatal (imperial) Teatro Alexandrinski de San Petersburgo casi
lo desilusiona del teatro, pero esta misma obra tuvo un gran éxito dos años
después, en 1898, gracias a la interpretación del Teatro del Arte de Moscú
dirigido por el innovador director teatral Konstantín Stanislavski, quien
repitió el éxito para el autor con Tío Vania ("???? ????"), Las tres
hermanas ("??? ??????") y El jardín de los cerezos ("????ë??? ???").
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