Cada Charro Un Hermano
Cada Charro Un Hermano
Cada Charro Un Hermano
S E C R E TA R Í A D E C U LT U R A
G O B I E R N O D E L E S TA D O D E J A L I S C O
2004
La Secretaría de Cultura del Estado de Jalisco agradece a Editorial Ágata, El In-
formador y la Dirección de Culturas Populares e Indígenas del Conaculta por su
apoyo para la realización de la colección Las Culturas Populares de Jalisco. Asi-
mismo extiende un especial agradecimiento al Ciesas Occidente y a Ricardo Zer-
meño Barba, Oscar Mario Ruizesparza Herrera y a la familia Zermeño de la Torre,
por su valiosa participación en este volumen.
Por el texto:
D.R. © Cristina Palomar Verea
Por la edición:
D.R. © Secretaría de Cultura
Gobierno del Estado de Jalisco
Cabañas 8, Plaza Tapatía
44100 Guadalajara, Jalisco, México
ISBN 970-624-349-6
PRÓLOGO 11
AGRADECIMIENTOS 13
INTRODUCCIÓN 17
EL ESPECTÁCULO CHARRO 35
E L D ÍA DEL C HARRO 36
Las fiestas patrias 41
L A CHARREADA 47
L OS TRAJES CHARROS 69
BIBLIOGRAFÍA 247
LAS CULTURAS POPULARES DE JALISCO
Con más gusto que buenas maneras literarias, respondo con estas líneas al
encargo de la Secretaría de Cultura del Gobierno del Estado de Jalisco, hecho
a través de Ignacio Bonilla Arroyo, para escribir el prólogo de este interesante
libro.
Lo primero que debo decir en virtud de ser honesto, es que cuando tuve
en mis manos el texto completo ya listo para su edición, experimenté una
gran sorpresa por su contenido. La razón se debe a que tuve la cortesía de
parte de la Dra. Cristina Palomar Verea, de ser entrevistado a fin de exteriori-
zar mis puntos de vista sobre el tema. Durante aquella charla, jamás calculé ni
la profundidad ni los alcances contenidos en su investigación.
Conversando con ella me formé la mejor de las impresiones, sentí estar
frente a una gran profesional, imaginándome que el resultado aportaría un
trabajo de carácter histórico de la charrería. Sin embargo, al darme cuenta de
mi desorientada percepción, la sensación de sorpresa se transformó en gran
interés, significativamente igual al que experimenta quien descubre algo dis-
tinto, algo nuevo y, además, inteligente.
Indentifico yo que uno de los grandes problemas que nos propone el
existencialismo es el preguntarnos ¿quiénes somos?, ¿de dónde venimos?, ¿ha-
cia dónde vamos?, ¿qué queremos?, además de plantearnos otras tantas pre-
guntas más o menos complicadas, y en ocasiones sin respuesta para quienes
ignoramos si somos realmente lo que somos.
Cristina Palomar identifica, estudia, revisa, analiza, investiga y, finalmen-
te, define al charro y la charrería desde ópticas tan diversas como objetivas, al
mismo tiempo que diagnostica describiendo su percepción de todo lo que en-
[11]
12 P RÓLOGO
[13]
…todas las genealogías aparecen —y aparecen inevitablemente— en el momento
histórico en que el nacionalismo dejó de ser percibido como una ruptura con el
pasado, y fue moldeado a partir de otros nacionalismos y repensado como
expresión de una profunda continuidad con el pasado. Estas concepciones han
demostrado ser extraordinariamente sugerentes a lo largo de periodos de tiempo
notablemente largos; mucho más largos que la propaganda y los lemas políticos
ordinarios. La razón de ello, me parece, es que cuando el nacionalismo emerge,
hacia finales del siglo XVIII, no representa una «nueva ideología», sino un
profundo cambio en el marco de referencia, más aún, de conciencia. Y como toda
transformación profunda en la conciencia, inevitablemente dio lugar, con el
tiempo, a sus propias amnesias y remembranzas particulares.
La imagen que representa la mexicanidad es la figura del charro, ese varón que
usa un traje propio para montar a caballo, un sombrero de ala ancha y que lleva
una soga, además de una pistola. Esta imagen ha dado la vuelta al mundo y es
reconocida en todas partes como propia de México, a pesar de la pluralidad
cultural y étnica de la nación. Sin embargo, el charro es, sobre todo, el repre-
sentante de los pobladores de la región occidente de México, específicamente
del estado de Jalisco, al igual que el jarocho representa al estado de Veracruz y
la tehuana a la región del Istmo. Es decir, se trata de un estereotipo particular
que representa a un amplio y variado territorio, para producir una imaginaria
homogeneidad sobre la enorme diversidad real; la idea es producir justamente
esa imagen que hoy se repite, de que «Jalisco es México».
El hecho de que esta específica imagen haya sido propulsada a los esce-
narios nacionales e internacionales como representante de «lo mexicano»,
responde a distintos motivos y entraña diversos sentidos que ya han sido ex-
plorados antes (Carreño, 2000 y Pérez, 1994), pero que retomaremos en este
trabajo para comprender qué tienen que ver tanto con la conformación de la
nación mexicana como con el proceso de la construcción del Estado moder-
no mexicano después de la Revolución, al igual que con la producción de los
discursos nacionalistas y de la identidad mexicana. Una mirada antropológica
al interior del vigoroso y complejo mundo charro del estado de Jalisco deja
ver, como en un laboratorio, los elementos que han acrisolado uno de los dis-
cursos sobre el nacionalismo mexicano, y que, al mismo tiempo, brinda diver-
sas pistas para entender las crisis de las identidades de nuestros tiempos y los
procesos intensos de transformación de un mundo globalizado.
[17]
18 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
1
«Manifiesto que exhorta a la adopción del sistema federal» de la Diputación
Provincial, Selección de documentos e introducción de José Ma. Murià, Méxi-
co, INAH, 1973. Col. Científica núm. 4, p. 34.36, citada en: José María Murià, Cán-
dido Galván y Angélica Peregrina (comps.), Jalisco en la conciencia nacional,
Tomo I. Ed. Gobierno del Estado de Jalisco e Instituto de Investigaciones Dr.
José María Luis Mora, México, 1987, pp. 290-291.
I NTRODUCCIÓN 19
«de la Mayor España», con el que Nuño Beltrán de Guzmán pretendía competir con
aquel de la Nueva España, que había creado con su genio Hernán Cortés. Don Nuño, uno
de los villanos más logrados entre los conquistadores del siglo XVI, tras sus excesos en la
Audiencia de México, se dio, impulsado por la ambición y por la envidia, a la tarea de
descubrir y conquistar un reino occidental y norteño en el continente vacío, que se ex-
tendía desde las fronteras de las culturas colimota y tarasca hasta, teóricamente, el bor-
de de lo que sería el Canadá, y pretendía, además, que éste tuviera ciudades de oro y
tribus de amazonas. A pesar de que el reino de la Nueva Galicia (como terminó llamán-
dose, más modestamente que «la Mayor España») no llegó a superar a la metrópoli
fundada por Cortés, sí fue un «reino» extenso, aunque nada opulento. Para gobernarlo
hubo que inventar una capital que vendría a llamarse Guadalajara, en homenaje a la
castellana y mediocre ciudad natal de don Nuño. El terrible conquistador, por cierto, no
la vio nacer, porque ya le causaba conflictos la justicia del rey en España. Pero Guadala-
jara se quedó en medio de un valle del occidente… [y] se distinguió desde el principio
por tres cosas: ser pobretona, institucional, pero, eso sí, muy criolla (García, 2002: 8).
[El charro, el gaucho y el llanero] Estos tres tipos de hombres criollos, de a caballo,
atrevidos, románticos y soñadores que habitan desde las montañas cordobesas hasta el
bajo Panamá, desde el estuario del Plata hasta la Patagonia, y las inmensas pampas de
la Argentina, y las regiones del extremo sur del Brasil, las antiguas provincias de Apure,
Barcelona, Caracas y Guayana en Venezuela y del Suchiate hasta el Bravo, atravesando
por entero las escabrosidades de la Sierra en México, son como hijos de una misma
madre. Desconocidos los unos de los otros, los atrae la sangre criolla que han derrama-
do por la libertad de sus pueblos. Solitarios habitantes del desierto de la América Aus-
tral, o de las fértiles llanuras cubiertas de ganado de la provincia de Córdoba, los gau-
chos tienen el mismo sentir de sus hermanos los llaneros y los charros... Con variantes
casi imperceptibles, el gaucho, el llanero y el charro presentan las mismas característi-
cas, tienen las mismas virtudes y los mismos vicios. Hechos al peligro, lo desafían in-
conscientemente; sus faenas fortalecen su cuerpo a la par que sus sentidos se afinan; su
valor constantemente ejercitado contra las bestias, la intemperie y el hombre, se desa-
rrolla en grado que pudiéramos llamar de heroico (Cuéllar, 1928: 261-266).
Charros, vaqueros, caporales, rodeos, jaripeos, corridas de toros, jarabe tapatío, can-
ciones, corridos, zapateado, folklore ranchero, machismo en el carácter, bebidas fuer-
tes, gallardía en el montar, pasión en el amor, rudeza campesina, valentía ante el ries-
go, juegos de gallos, relucientes estribos, bellas monturas, grandes espuelas, anchos
sombreros… Este es el mundo, en suma, que nace alrededor del «hombre a caballo».
Unas normas de conducta y unos patrones de comportamiento que, si alcanzaron gran
difusión por todo el territorio mexicano, arraigaron en mucho mayor grado en Guada-
lajara, su patria de origen, merced al amplio desarrollo de la actividad ganadera a lo
largo de toda su historia y desde los primeros momentos de la colonización del territo-
rio (Serrera, 1991: 180-183).
2
Ver las discusiones de los mismos charros en torno a este punto: «Charros pro-
fesionales vs amateurs, se agranda la distancia», en Lienzo Charro. Orgullo …➢
24 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
3
Esta necesidad es lo que explica la abundancia de literatura que insistente-
mente recrea a la charrería en la historia.
4
Ya anteriormente Roger Bartra se ha referido a la construcción imaginaria de
ese paraíso perdido en La jaula de la melancolía. Identidad y metamorfosis
del mexicano, Ed. Grijalbo, México, 1987.
I NTRODUCCIÓN 27
de ciertos hábitos y valores. Sin embargo, debe decirse que en las nuevas gene-
raciones este vínculo se ha ido difuminando a la misma velocidad en que va
cobrando importancia el espíritu deportivo, abriendo brechas a veces irrecon-
ciliables entre los distintos deportes ecuestres.
En Jalisco se cuenta con una historia propia que, sin embargo, también
está atravesada por este eje tradición-deporte. Hay sectores abierta y
reivindicativamente tradicionales compuestos por diversas asociaciones, casi
todas emanadas de la original —y también presumida por algunos como la
primera en todo el país— Charros de Jalisco formada en 1919 (Charros de
Jalisco, La Tapatía de Charros, La Alteña de Charros, Carlos Sánchez Llaguno,
Mario Orendáin), y con otros grupos más específicamente deportivos (Ran-
cho Santa María, Tres Potrillos, Santa Anita, Arboledas de Cocula, Charros de
Zapopan). Sin embargo, hay algunas asociaciones que parecen sintetizar am-
bos aspectos, habiendo asumido, en algunos casos, la herencia familiar con
toda la carga de tradición que conlleva, y al mismo tiempo, desplegando un
vigoroso ánimo deportivo y una gran disciplina frente a las normas que lo
reglamentan e instituyen.
Otra distinción entre los charros, no desligada sin embargo de la prime-
ra, es la de los charros-que-charrean-por-amor-a-la-charrería y aquellos-que-lo-
hacen-por-dinero, que se resume en una controvertida oposición entre charro
amateur y el charro profesional. Esta oposición es controvertida porque su
existencia no se acepta explícitamente, ya que se insiste en que entre los cha-
rros no hay categorías o divisiones. Sin embargo, es claro que existen algunos
charros que han hecho de la charrería su forma de vida, son contratados para
charrear en un equipo determinado y cobran un salario por hacerlo, mientras
que otros practican la charrería en tiempos fuera de sus actividades laborales
principales, lo hacen en asociaciones y solamente por amor al arte o por espí-
ritu deportivo. Dar valor mercantil (que también se mezcla con la lógica del
triunfo deportivo) a lo que, desde la perspectiva de los charros tradicionales,
debe tener solamente valores abstractos (fraternidad, amistad, patriotismo,
amor al caballo, respeto a las tradiciones, etcétera), es traicionar el «verdade-
ro espíritu charro» y atentar contra su esencia, desde el punto de vista de los
charros más tradicionales. Sin embargo, esto ilustra un ángulo de las transfor-
maciones de la charrería y de la forma que está tomando en la actualidad: una
30 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
5
Este es el concepto de «comunidad» que utiliza Max Weber y que define en
Economía y Sociedad, FCE, México, 1997, pp. 33-34.
I NTRODUCCIÓN 31
[35]
36 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
E L D ÍA DEL C HARRO
En 1931, el entonces presidente de México, Pascual Ortiz Rubio, instituyó el
14 de septiembre como el Día del Charro. A partir de entonces, en todos los
lienzos del país se hacen festejos con prácticas o torneos amistosos, comidas
y fiestas para celebrarlo. A pesar de esto y de los esfuerzos de los directivos
de la charrería organizada por sostener actividades en esa fecha —tales como
la guardia de honor ante los monumentos a los Niños Héroes, la Independen-
cia y la revolución, así como las cabalgatas por las principales calles de la
capital de la República—, poco a poco esta celebración ha ido perdiendo fuer-
za, hasta el punto de que en muchas partes la fecha pasa desapercibida. No así
en Jalisco, en donde esa fecha tiene especial significado, ya que ese día se
celebra también la fundación de la asociación Charros de Jalisco. La coinci-
dencia de ambas celebraciones es interpretada en Jalisco como un reconoci-
miento de que —a pesar de las disputas— Charros de Jalisco tiene el impor-
tante lugar de haber sido la primera asociación de charros que hubo en Méxi-
co, al igual que se reconoce a Jalisco como la cuna de origen de la charrería.
Por eso, en Jalisco esta fecha es importante y nadie en el mundo charro la
pasa por alto.
En honor a dicha asociación —fundada en 1920— el 14 de septiembre
se festeja en Guadalajara, primero, con una solemne misa en el Santuario de
Nuestra Señora de Guadalupe y luego con un desfile que recorre la avenida
16 de Septiembre, y da la vuelta a la catedral y al Palacio de Gobierno. La
misa es oficiada por el cardenal, a quien le ofrecen una serie de objetos cha-
rros a manera de obsequios. Los charros y charras asisten con sus trajes de
gala o media gala, las escaramuzas llevan sus vestidos de adelitas, y un miem-
bro de la comunidad charra, desde el altar, coordina los distintos momentos
de la misa. No siempre, pero frecuentemente, la misa es cantada con música
de mariachi.
Afuera del santuario se va juntando la gente, alrededor de los remolques
y los caballos que han llevado hasta ahí. Cuando la misa termina, se procede a
la formación de los contingentes charros que desfilarán por las principales
calles del centro de Guadalajara. La gente va con mucho gusto a ver pasar el
desfile, que es muy vistoso porque los charros sacan sus mejores caballos y
sus mejores trajes para la ocasión. Para comenzar el desfile se espera la pre-
E L ESPECTÁCULO CHARRO 37
sencia del gobernador del estado, a quien los charros saludan solemnemente
en su paso frente al balcón del palacio. Se lucen ahí las laboriosas faldas de
chinas poblanas bordadas de lentejuelas que se conservan todavía en algunas
de las viejas familias charras. Algunas mujeres todavía las bordan para sus
hijas y se convierten en reliquias familiares. También se lucen las mejores
botonaduras de plata de los trajes de los charros, los mejores sombreros ador-
nados y los más laboriosos ornamentos de gamuza. El fervor guadalupano de
los charros se mezcla con los sentimientos patrióticos y con el orgullo de per-
tenecer a una tradición de larga estirpe.
En el desfile se despliega toda una gramática que deja leer el orden rigu-
roso que rige el mundo charro: adelante del desfile va el abanderado —que,
desde hace años, es «El Gallito» Zermeño, de los míticos Bigotones de Cha-
rros de Jalisco— y otro charro lleva el estandarte de la Virgen de Guadalupe.
Atrás de éstos se forman todas las asociaciones de charros del estado, cada
uno con su estandarte propio. Los primeros son los Charros de Jalisco, y en
estricto orden de antigüedad, van formadas las demás asociaciones, comen-
zando por las dos hijas primogénitas de la primera: la Tapatía de Charros y la
Alteña de Charros, y después de ellas, en un colorido y elocuente cuerpo tex-
tual, se pueden ver a prácticamente el total de las 116 asociaciones charras
formales que existen actualmente en Jalisco.
Años atrás, en el cuerpo del desfile cabalgaba, como contingente espe-
cial, la familia Barba, que incluía a los descendientes de Andrés Z. Barba, sus
hombres, sus mujeres y sus niños, rompiendo el esquema de las asociaciones,
ya que en este grupo podían desfilar quienes pertenecieran a la familia aunque
fueran miembros de distintas asociaciones. Ese día se era más parte de un
grupo sanguíneo que de una asociación basada en otros criterios, actuando la
importancia de la familia por encima de cualquier otro vínculo. Este era un
elemento único y que tenía un papel importante, ya que hablaba de la estruc-
tura de parentesco que ha sostenido la charrería en Jalisco desde siempre, y
que parecía representar las raíces y «los orígenes» de la charrería.
También se encuentran en el desfile los principales elementos simbóli-
cos de los charros: el estandarte de la Virgen de Guadalupe y la Bandera Na-
cional, los caballos, la pistola y las mujeres, ya que el desfile también incluye
tanto a la reina charra y a algunas distinguidas integrantes del Comité de Da-
38 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
mas de los charros, como a los equipos de escaramuzas, con sus valientes y
lucidoras muchachas ataviadas de fiesta y haciendo gala de su dominio de los
caballos. Por ahí se puede ver a alguna que lleva en su regazo a un niño peque-
ño vestido de charro, a pesar de ir, como todas ellas, montadas a mujeriegas
en la reglamentaria albarda Lepe, arreo charro específicamente femenino.
También se pueden ver algunas chinas poblanas con sus faldas bordadas con
lentejuelas y sus blusas generalmente verdes, rojas y blancas, que hacen jue-
gos con los moños de sus trenzas y que son cada vez más escasas.
El festejo del Día del Charro en Guadalajara es importante para la co-
munidad charra. No solamente se trata de realizar un acto público para
ratificar su presencia en la cultura local, sino que también se trata de un
acto que persigue sostener la legitimidad de una práctica culturalmente im-
portante con una lógica propia, que revela el mundo social de los participan-
tes y de la comunidad, formando así un texto simbólico que habla de los
ideales y los objetivos de los charros, y que juega un papel fundamental en la
consolidación del sentimiento de unidad de esta comunidad. El desfile, en
tanto puesta en escena, hace explícitas las leyes que rigen el mundo charro
y muestra también las sanciones que se aplican y los tabúes que rigen las
representaciones comunitarias tanto de los valores tradicionales, de las po-
siciones políticas y religiosas, como las étnicas y las de género. Otro plano
fundamental del desfile es el que permite apreciar las expresiones estéticas
y técnicas de las ideas y los valores fundamentales que componen y refuer-
zan las fronteras simbólicas comunitarias de los charros, constituyéndose
así en un acto que refrenda y legitima dichos valores y a quienes están in-
cluidos, que condensa y materializa las autoimágenes comunitarias, es de-
cir, la identidad charra, en un acto público y abierto que supone la presencia
de otros que, desde fuera, miran, reciben y participan en esta rica puesta en
escena. Las implicaciones subjetivas del desfile pueden apreciarse en las
siguientes palabras de una joven charra:
Ese día es motivo de que desde un mes antes sea un corredero por todos lados, que
por el vestido de fulanita, fulanito no tiene botas, ya las chaparreras del niño no le
quedan, o sea, para ajuarear de pies a cabeza desde papás, niños y niñas y todo para
participar en el desfile. Y luego, hay varias fiestas. La fiesta más tradicional es la que
E L ESPECTÁCULO CHARRO 39
hacen allí en Charros de Jalisco porque ellos celebran su aniversario ahí. Lo que pasa
es que muchos de los charros fuimos parte de Charros de Jalisco y eso, cada año, se
reconoce y se festeja. (Entrevista con Sara Piña, 28/X/1999).
Hace un par de años, durante un desfile del Día del Charro, ocurrió un
hecho insólito: un policía detuvo a uno de los charros y le pidió su permiso
para portar armas. Como obviamente no lo traía, se le confiscó el arma, lo
cual fue un escándalo en la comunidad charra y motivo de diversas protestas.
Este detalle es el remate de una larga discusión en torno al uso de la pistola
como parte inseparable del traje charro, que ha llegado a ser, inclusive, tema
de largas discusiones en la Cámara de Diputados del Estado de Jalisco, en
tiempos del gobernador, Romero de Velasco, y protagonizadas por Jesús Gon-
zález Gortázar, miembro de la Tapatía de Charros. Pero también es la conse-
cuencia de esa brecha que innegablemente se abre cada vez más entre el mun-
do charro y el resto de la sociedad: un policía que no sabe que la pistola (casi
siempre descargada) forma parte del traje charro, con el acto totalmente legal
de solicitar el permiso de portar armas, nos muestra una distancia enorme
entre los significados culturales de dos mundos distintos, o del desgaste de
las tradiciones que dejan de tener sentido en la sociedad actual. A propósito,
un charro de La Tapatía, cuenta lo siguiente:
En una ocasión, en un desfile charro —que son de las cosas que disfruto, porque me
siento muy orgulloso de ir a caballo con mi traje charro en un desfile ante la ciudada-
nía y me siento muy orgulloso de ser charro—; me llena de satisfacción y de orgullo;
pero le decía, en un desfile paso al lado de un niño que estaba con su mamá y yo era el
que iba encabezando el desfile; y el primero al que ve el niño es a mí y dice, «mira
mamá, un mariachi». ¿Se da cuenta de eso? O sea, hace tanta falta que nuestra socie-
dad, nuestra gente conozca las raíces de donde venimos, porque para nosotros, los
que las seguimos promulgando, es a veces, no decepcionante, pero sí difícil poder
llevar esa carga a cuestas, porque no tenemos soporte gubernamental, no hay soporte
económico, no tenemos tampoco soporte social; lo mantenemos nosotros, llevamos
sobre nuestros hombros, nos echamos a cuestas esta carga de poder mantener la tra-
dición, y yo creo que la tradición la debemos de mantener todos los mexicanos, no
solamente un sector, un segmento minoritario que por su afición mantiene esa tradi-
40 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
ción, sino todos los mexicanos… El charro trae la mexicanidad dentro de él. Y sin
recibir, como deporte, apoyo ni subsidio gubernamentales, nosotros seguimos gene-
rando nuevas generaciones de charros. Y esto yo creo que es labor de todos los mexi-
canos. Es que, como deporte nacional, debería estar tan cerca de la gente; se ha aleja-
do porque la gente no entiende de calificaciones, puntuaciones y cómo la contienda
charra se da, dónde está la competencia. La gente lo que busca es un espectáculo y, a
pesar de que nosotros somos en parte un espectáculo y un deporte, somos también
una tradición. Entonces, todo esto ha sido difícil mandarlo hacia la sociedad. (Entre-
vista con Alejandro Palacio, 10/VI/2002)
Otro dato que tiene relación con esto es el que aporta la larga espera que
sufrieron los charros para poder iniciar el desfile por la demora del goberna-
dor del estado, Francisco Ramírez Acuña, cuya presencia en el balcón del
Palacio de Gobierno es fundamental para, por un lado, recibir los honores de
los charros, y por otro, legitimar su existencia como comunidad importante
en el estado de Jalisco. Después de aproximadamente media hora, por fin
apareció el gobernador y comenzó el desfile.
Los festejos del Día del Charro incluyen también un programa deporti-
vo con un campeonato charro en el lienzo de Charros de Jalisco, en el que
participan diversas asociaciones tanto del estado como de otras partes, así
como pialaderos, coleaderos, competencias de escaramuzas invitadas (ya que
Charros de Jalisco nunca ha tenido equipos de escaramuzas) y otras activida-
des como reconocimientos a distintos personajes charros. Estos festejos du-
ran varios días, al final de los cuales se entregan trofeos a los equipos ganado-
res y se hace una festiva ceremonia de clausura. Algunas compañías de cerve-
za o tequila suelen patrocinar estas actividades.
to—, son fiestas que invaden todos los ámbitos de la vida social: hay distintos
festejos para los que se desempolvan los guardados trajes regionales y nacio-
nales (o por lo menos los sombreros charros); en todos lados se luce y ofrece
la gastronomía mexicana, la música de mariachi, los adornos profusos con los
colores de la bandera mexicana en las puertas y ventanas de las casas, en
coches, tiendas y restoranes. Si bien ahora venimos a enterarnos de que la
versión oficial de la Independencia de México muestra serias deformaciones
de lo que se llama la verdad histórica (Nexos, núm. 297, IX/2002), las celebra-
ciones septembrinas siguen siendo el tiempo cíclico anual en el que se regene-
ran los mitos, los héroes y los relatos más necesarios para sostener esas emo-
ciones nacionalistas indispensables para seguir creyendo en la unidad nacio-
nal y en la existencia de una identidad mexicana que dé la necesaria cohesión
social.
En este panorama de la construcción del nacionalismo mexicano, la
presencia del charro es infaltable. En tanto figuras representativas de lo me-
xicano en el mundo entero, el charro y la charrería toda, son exaltados y fes-
tejados de manera sobresaliente en las celebraciones patrias, no solamente
en Jalisco, sino en todo México. No obstante, es en Jalisco en donde estas
celebraciones son todavía más llamativas y, sobre todo, más significativas. Al
festejar el Día del Charro en honor de Charros de Jalisco, se acredita a esta
asociación como la más antigua, pero también como la que marca la pauta de
la charrería nacional. Se le concede así el título de célula originaria de un
organismo que, actualmente, tiene representación en todos los estados de la
república, además de en todos los estados sureños de nuestro país vecino del
lado norte. Por otra parte, se realiza la operación simbólica de seguir insis-
tiendo en que si bien se trata ahora de una cuestión nacional, la charrería es
sobre todo y ante todo, una expresión jalisciense.
De cualquier manera, no se puede dejar el festejo de una figura nacional
en manos de una sola asociación, por más que ésta sea la primera. Así que hay
otros festejos que tienen también a la charrería como centro, pero con una
visión que desborda los límites de un solo grupo. De esta manera, tenemos
que desde hace algunos años se celebra también en septiembre el Encuentro
Internacional del Mariachi y la Charrería, que incluye un campeonato nacio-
nal de charrería, que suele ser muy vistoso por la participación en vivo de
42 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
1
En edición reciente resaltó el mariachi croata, pero también se notaron los
mariachis provenientes de Tucson, Arizona o de San José, California. Otro más
venía de Japón.
E L ESPECTÁCULO CHARRO 43
que se efectúa cada año con los doce mejores equipos charros en todo el país.
En este año tuvo lugar en Toluca, Estado de México. Es significativo el dato
de que seis de los doce equipos participantes son del estado de Jalisco. Tam-
bién en septiembre tiene lugar el Torneo Patrio, tanto con competencia cha-
rra como con coleadero y pialadero, organizada por la decana Asociación Na-
cional de Charros en la Ciudad de México, en la que compiten también doce
equipos.
El conjunto de todas estas actividades —que no son todas, por cier-
to— conforma el escenario en el que se pone en escena, como decíamos
atrás, a ese personaje único y complejo que es el charro, como protagonista
principal de las fiestas charras y como representante inequívoco del nacio-
nalismo mexicano. De ninguna manera podríamos centrar la atención sola-
mente en la fiesta charra o charreada —que es el espectáculo más conocido
y común—, para entender los diversos elementos que componen la comple-
jidad del significado cultural del charro. Hay que verlos desfilar por las prin-
cipales calles de las ciudades, hay que verlos representando al país en el
extranjero, hay que verlos participando en actos protocolarios del gobierno
nacional o estatal, hay que escuchar sus diferencias, sus debates internos,
los distintos sentidos que para fracciones internas tiene la mexicanidad, y
hasta la misma charrería.
Además de las celebraciones septembrinas, la comunidad charra nacio-
nal festeja también el 20 de noviembre, que conmemora el inicio de la Revolu-
ción Mexicana, y suele participar en los desfiles militares que se realizan ese
día. Un charro nos relata:
que fuimos portando lo que era todo el sistema nacional del deporte, cada charro
llevaba el estandarte de cada una de las federaciones deportivas, cada una de las
instituciones que promueven el deporte nacional, como el Instituto Politécnico Na-
cional, la Universidad Autónoma Nacional, el Instituto Mexicano del Seguro Social,
la Comisión Nacional del Deporte, la Secretaría de Educación Pública, la Confede-
ración Deportiva Mexicana, el Comité Olímpico Mexicano. Y portábamos también
los estandartes de todos los estados, de todos los escudos de las entidades federati-
vas y, por supuesto, la bandera nacional; pero además, una retrospectiva de las ban-
deras nacionales que ha tenido México y cada una escoltada por sus respectivos
grupos. Y en este desfile, además de esas 500 personas que participamos en el desfi-
le, participamos 36 mil en total que estuvieron haciendo evolución y exhibiciones en
lo que es la plancha de la Plaza de la Constitución, pero no eran gentes que iban
circulando del desfile. De tal manera que eso significó un privilegio para la charrería
porque representamos a la república, representamos al país a través de las entida-
des, representamos a todo el deporte nacional. Pues fue una cosa totalmente signifi-
cativa. (Entrevista con Jorge Rivera, presidente de la Federación Mexicana de Cha-
rros, A.C., 25/VI/2002)
2
Esta advocación de la Virgen ostenta este título debido, por una parte, a que
fue patrona del Ejército Trigarante, pero también por su participación en la
pacificación de insurrecciones indígenas en el siglo XVI. Véase Alfaro, Alfonso,
«El júbilo de la expectación», en Artes de México número 60, edición especial,
año 2002, México, pp. 36-47.
E L ESPECTÁCULO CHARRO 45
zábamos ese día, tenían un corral y ya de ahí nos veníamos a la romería; íbamos y
veníamos a caballo. Y cuando veníamos de regreso se me arrimó don Inés Ramírez —
un señor que me enseñó mucho de charrería, realmente, me enseñó a correr—, y le
digo «¿cómo ve, compadre, es último año que vengo», «¿por qué?» dice, «porque son
más las maldiciones que echo que la veneración que hago a la Virgen. Mejor me quedo
allá en mi casa y me pongo a rezarle un rosario. Y no, pues, ya nunca volví.» (Entrevis-
ta con Pablo Barba, 18/II/2002)
L A CHARREADA
Sin omitir entonces todos estos ángulos que construyen la imagen pública del
charro, hay que hablar ahora de la fiesta charra, como la parte más elaborada,
festiva y vistosa de la charrería. Su formato, no obstante, no ha sido siempre
el mismo ni en el tiempo ni en las distintas regiones del país. Sin embargo,
cada vez más se ha impreso una uniformidad mayor a la charrería, tanto como
consecuencia del proceso de organización e institucionalización del «deporte
nacional» —que ha implicado la creación de estatutos y reglamentos severa-
mente observados—, como por la cada vez más obvia naturaleza deportiva
que ha cobrado la práctica de la charrería, y que ha incorporado una lógica
radicalmente distinta a la que en otros tiempos la regía. Un personaje charro
comenta:
La construcción del primer lienzo charro, sin gradería y como usted se lo quiera ima-
ginar, sucede por la idea de alguien que habiéndose visto obligado a trasladarse a la
ciudad, añoraba las faenas del campo; y bueno, al adaptarle algún tipo de gradería a
este primer lienzo charro, entonces pierde o renuncia a su originalidad la charrería y
se convierte a partir de ese momento en un espectáculo. Y yo digo que el lienzo charro
actual y el primero son un símil de un escenario, un teatro en donde el charro se
convierte en el actor, se viene a recrear lo que fueron las faenas vaquerizas de antaño.
La charrería en el momento actual tiene que ver con el espectáculo y tiene que ver con
el deporte. Pero detrás del espectáculo y detrás del deporte también está esa lucha de
la que he venido hablando por mantener viva una tradición, por aferrarnos a nuestros
valores de la mexicanidad, por aferrarnos a los principios de la identidad nacional y
por seguir respetando esto que sentimos que es nuestra cultura. (Entrevista con Jorge
Rivera, 25/VI/2002)
bras o faenas con el ganado y la soga —que son denominadas suertes—, y que
representan la realización estilizada de las tradicionales actividades
agroganaderas del campo, tales como herrar o curar al ganado.
¿Qué significados encierra esta celebración colorida y compleja?, ¿qué
contenidos condensa?, ¿de qué nos hablan las ricas y variadas piezas que la
componen?, ¿cómo llegó a ser considerada «la fiesta más mexicana»?
Si bien en la actualidad la charreada es vista eminentemente como un
espectáculo deportivo, en una perspectiva más amplia se descubre su carác-
ter de ritual cultural complejo que permite ver la transformación en los signi-
ficados que le dieron origen y que, aunque distintos, siguen recreando y
refuncionalizando sus principios para sostener una práctica actual, moderna
y diferente. La charreada muestra el proceso de transformación de una vieja
celebración convertida en el escenario más espectacular en el que parece
desplegarse un sofisticado parlamento que, al mismo tiempo que incorpora el
lenguaje de la competencia, nos habla de lo mexicano y, particularmente, de
la identidad regional. Efectivamente, la presencia de la gradería como ele-
mento novedoso en el espacio físico de la charreada —anteriormente realiza-
das en el campo en algún corral o llano—, el lienzo,3 marca el cambio de estatus
de una práctica tradicional campirana, a un espectáculo deportivo. Pero tam-
bién forma parte del proceso paralelo y correlativo a las transformaciones
simbólicas de una comunidad cultural: la apertura y apropiación de espacios
físicos que alberguen, en un contexto diferente, a la charrería como forma y
estilo de vida, y al mismo tiempo que le den legitimidad material a la existen-
cia urbana de una práctica transterrada. Estos procesos se daban en un con-
texto histórico que le imprimía un tinte particular a la adquisición de terrenos
por parte de quienes habían sido despojados de sus tierras en el campo, y que
formaban parte de los acuerdos, negociaciones y reacomodos políticos nece-
3
Lienzo es el local donde se realiza la charreada, aunque estrictamente, esta
palabra designa solamente el tramo recto donde corren los jinetes cuando co-
lean, antes de llegar al ruedo entroncando con éste. No obstante, en términos
generales, se usa esta palabra para hablar tanto de dicho tramo como del ruedo,
las caballerizas, las graderías y cualquier otro espacio físico de las instalacio-
nes que contienen el lienzo.
E L ESPECTÁCULO CHARRO 49
sarios para la paz social. Por eso, es interesante la anécdota del nacimiento
del primer lienzo en Jalisco, que remite al acuerdo del gobernador del estado
con don Andrés Z. Barba, de que, a cambio de formalizar la existencia de Cha-
rros de Jalisco como asociación, les cedería, por acuerdo del Congreso del
Estado, un terreno para su construcción. Así nació el primer lienzo charro en
Jalisco, como fruto de un acuerdo, pero también de un disciplinamiento del
espíritu indómito de los charros jaliscienses.
La fiesta charra no ha sido siempre igual, ni en todos lados lo mismo. En
este breve relato de una de las hijas del famoso patriarca de la charrería en
Jalisco, don Andrés Z. Barba, se nos ilustra sobre sus primeros tiempos:
De lo que me acuerdo es del 40 para acá. Ya para entonces la charrería ahí estaba. La
fiesta charra era una cosa muy diferente a lo que es ahora; había fechas particulares
para las más importantes, que se celebraban no como ahora, todos los domingos,
sino que celebraban el 14 de septiembre que era el Día del Charro, o el 12 de octu-
bre, cuando se hacía otra charreada muy importante, y otra era para el 12 de diciem-
bre. Todos los charros nos íbamos a pie, nos juntábamos por ahí en el Jardín de San
José o algún lugar, y de ahí a pie todos los charros íbamos a cantarle las mañanitas
con los mariachis a La Guadalupana en el santuario y a oír la primera misa; y nos
subían a todos al altar. Todos vestidos de charros y de charras y de chinas. Y enton-
ces, todo el altar era charro en la primera misa, con las mañanitas, entrábamos con
las mañanitas cantando. También se hacía una charreada grande el día del santo de
mi papá [don Andrés Z. Barba]. Era fiesta desde que Dios amanecía: desde en la
noche se hacían las ollas de agua, de canela, se dejaban hirviendo toda la noche
porque llegaban en la madrugada con los mariachis. Era muy curioso porque no se
cobraba la entrada a las charreadas. Los charros grandes, como mi papá que era el
charro viejo, el que todo quería dar, en mi casa se mataban venados para que hubie-
ra birria y mi mamá los cocinaba en la casa; para la charreada, él llevaba todo el
ganado, todas las yeguas, todo el tequila —porque tenía fabrica de tequila— y toda
la comida. Y es que era fiesta todo el santo día que había charreada y todo era por él.
Cuando él se fue [a Coahuila], pues ya el grupo de charros… ahí ya no hubo charreada,
se paró todo, ya no estaba él; y entonces empezaron a organizarse de otra manera,
empezaron a nombrar a otros charros presidentes y luego empezaron también a
tener que cobrar la entrada; era una vergüenza que cobraran cinco pesos la entrada,
50 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
tencia, puntos y todo eso. Competencia que antes no había. Nada más que también
en eso, en vez de que todos los charros se divirtieran, se empezó a divertir el equipo,
ya todo giraba sobre los más buenos y los demás ya no tuvieron las mismas oportu-
nidades. Estos fueron cambios importantes en la práctica de la charrería, que tam-
bién hizo cambios más generales. En ese entonces había nada más la gran Asocia-
ción de Charros de Jalisco. Pero entonces nada más; imagínate del gentío que era,
yo no sé, serían 100, 200 gentes, ya nada más se divertían una docena, que era el
equipo. Y todos los demás pelando los ojos; el que disfrutaba era el equipo. Enton-
ces empezaron a salir de esa asociación y formar otras. Ahora hay más de cien aso-
ciaciones en el puro estado de Jalisco… (Entrevista con Blanca Barba, 4/XI/1999).
Luego empezó a haber trofeos, porque antes no había, antes lo más que había eran
bandas que las mismas muchachas, nuestras hermanas, nuestras sobrinas, hermanas
de los demás compañeros, las hacían, las bordaban para premiar a los charros, pues
casi ni puntuación se llevaba al principio; ya cuando empezó a funcionar la (…) se
empezó a hacer el reglamento y era un reglamento muy simple, muy sencillo, y los
jueces que lo juzgaban eran gente muy conocedoras del medio. Ahora se dan muchos
casos en que a los jueces los ponen de mayorales y no todos saben lo que están hacien-
do. Es muy difícil. (Entrevista con Pablo Barba, 18/II/2002)
4
Hay una diferencia entre las charreadas, que son de estricta competencia,…➢
52 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
Los charros son egoístas en sus actividades, tratan de divertirse ellos y les vale gorro
el público. Comparando cuando va uno a un rodeo americano —son odiosas las com-
paraciones y más con los gringos—, éste es de una movilidad tremenda, se descuida
uno para comprar unas palomitas, y ya se pasó un evento. Aquí es lo mismo, lo mismo,
lo mismo. Si son colas, hay 30 coleadores; si son piales, es lo mismo; en las manganas,
en la terna, entre, bueno... Antes, para la terna, paseaban la yegua, le daban sus vueltas
de tanteo y después empezaba el charro a florear su soga, y eso es muy bonito, pero
bueno, pues mientras las enrollan todo el mundo está esperando. Y eso es lo que nun-
ca nadie toma en cuenta, que el público está esperando y las charreadas eran de tres
horas. En Estados Unidos un rodeo es de una hora y cuarto, una hora y media; todo
así, movidito, para quitar las cosas, allá no hay que hasta que se acabe, hasta que acabe
de jinetear, sino que les dan ocho segundos y luego se dejan caer o brincan o los
agarran. Por eso, cuando estuve en La Tapatía me metí mucho en impulsar cambios
para acortar los tiempos, fue cuando hicimos que en las manganas y en la terna se
pusiera un límite de tiempo, quince minutos, en aquel entonces eran quince minutos,
desde que sale el toro hasta que lo tumban, si no lo tumban, cero… Ahora ya es menos,
ya han recortado el tiempo, ya las charreadas se han hecho un poquito más amenas. Y
el salto también es enfadoso porque son 40 jinetes… Son 40 jinetes que todos quieren
saltar. Por eso hay ocasiones en que nomás iban los dolientes, a ver las charreadas, y
ya. Y luego se quejan de que la charrería se ha ido quedando sin público; o sea, claro
que lo que tenían que hacer eran jineteadas y luego llevar artistas y todo eso para
meter más gente. Ahora, últimamente le han dado más realce a lo deportivo fichando
…➢ con las que son más propiamente fiestas. Las primeras son aquellas en las
que todo gira alrededor de la realización de las suertes reglamentarias y que se
apegan a los reglamentos de competencias; y las segundas, aunque pueden incluir
el desempeño de todas o solamente algunas de las suertes, incluyen también esca-
ramuzas, bailables, música y otros elementos, y si bien puede haber competencia,
no es lo central.
5
Este es un constante motivo de queja de los charros, sobre todo de los de
cierta edad que son quienes más se han resistido a que la charrería sea sometida
por los fríos cálculos de la competencia deportiva. Uno de ellos, ironizando
sobre lo larga que se ha hecho la charreada actualmente, señala, refiriéndose a
una de las suertes en particular: «las ternas ya no son ‘ternas’, son ‘eternas’».
E L ESPECTÁCULO CHARRO 53
6
Es interesante observar la utilización de la palabra suerte para hacer referen-
cia a las distintas pruebas que los charros realizan en la charreada. Este mismo
término es utilizado en el mundo taurino para referirse a los lances de la lidia, y
contiene una alusión al destino o a «aquello que ocurre o puede ocurrir para
bien o para mal» (Diccionario Léxico Hispano, W.M. Jackson ediciones, Méxi-
co, 1989), que podría condensar tanto la idea de una especie de «apuesta» por
un destino en cierto sentido (inclusive en un particular momento histórico-po-
lítico del surgimiento de la charrería como deporte), pero también la de estarse
jugando la vida en la realización de una actividad riesgosa, en una especie de
duelo en el que el contrincante es la fuerza del animal y donde lo que se pone en
juego es el honor de vencer.
54 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
de los charros se deja también ver cuando se persignan antes de ejecutar las
suertes.
El principio de una charreada suele ir acompañado de música ranchera,
y comienza con el saludo reglamentario: todos los charros a caballo que parti-
ciparán en la charreada, se acercan por el lienzo hasta el ruedo, y enfrente de
las tribunas realizan su saludo tocando, con la mano derecha abierta, el ala
del sombrero. En este saludo inicial a veces se incluyen también los directivos
de las asociaciones que competirán y la reina de los charros anfitriones. Fre-
cuentemente llevan la bandera nacional con una guardia de honor —en cuyo
caso se hace un saludo a la bandera—, y las asociaciones que compiten llevan
sus estandartes que las identifican. Al terminar los saludos, los charros en sus
caballos van tomando su lugar en el ruedo, mirando hacia el centro y dando la
espalda al público, al tiempo que por los altavoces se dan a conocer los nom-
bres de los equipos que participarán, se anuncia la presencia de las personali-
dades que hayan asistido y algunas otras cosas. Después de esto, se inicia el
desarrollo de las suertes, comenzando con:
— La cala de caballo, en la que la intención es demostrar la gallardía y
obediencia del animal, y el dominio del jinete sobre éste; consiste en la
salida del partidero a galope del charro en su caballo, deteniéndolo lue-
go bruscamente rayando o metiendo las patas a medio ruedo, dentro
de un rectángulo dibujado en la arena, después de lo cual se hace dar
vueltas sobre un eje al caballo en una dirección y en otra; finalmente,
está la ceja, que es hacer caminar hacia atrás al caballo con naturalidad
y en línea recta, hasta los cuarenta metros. Una vez terminado este ejer-
cicio, regresa el jinete al centro a saludar al estilo charro. Al terminar
esta parte, los charros apostados alrededor del ruedo, se dirigen al lien-
zo para dar lugar a las siguiente suertes.
— El coleadero, que consiste en derribar un toro en plena carrera, tomán-
dolo por la cola. Esta suerte, se dice, debe hacerse en tres tiempos, si no
los animales se lastiman y también el charro: primero sale el toro del
partidero a toda carrera y el charro arranca su caballo para ir a la par;
luego pachonea al toro (es decir, lo toca para sentir cómo va el animal y
comprobar su firmeza en la silla); finalmente, tiene que tomar la cola del
toro y levantarla para pasar la pierna con todo y estribo por encima de la
E L ESPECTÁCULO CHARRO 55
cola del toro para que se afiance en el tobillo del charro y luego jalarla
para tumbar al animal, que debe caer antes de llegar al ruedo (si no la
suerte vale menos puntos). También cuenta la manera como cae el toro,
de qué lado y si da la vuelta o no. Hay algunas variaciones de esta suerte
como el tumbar «a la lola», o «a la queretana», aunque la más usual es la
que se describe primero. Se dice que ahora los jóvenes competidores no
observan las tres etapas por ahorrar tiempo para la competencia y eso
le resta elegancia a la suerte y arriesga a los animales.
— El jineteo de novillo demuestra la fuerza del jinete para permanecer so-
bre este animal. Para esta suerte se cierra el ruedo en la parte en que se
une con el lienzo y, de un cajón especial, se saca un novillo que sale
rumbo al ruedo con un jinete montado al que, brincando y reparando,
intentará quitarse de encima hasta que se canse y se amanse. Entonces
el charro se baja por el lado izquierdo, echando un brinco, y al final le
quita el pretal.7 Antes esta suerte se componía de más tiempos, ya que el
toro no salía de un cajón, sino que le abrían la puerta y tres charros lo
esperan en el ruedo para lazarlo, amarrarlo de las patas y tumbarlo para
ponerle el pretal; era entonces que un charro se preparaba y, cuando el
novillo se levantaba, quedaba montado para jinetearlo hasta amansarlo.
Todavía después se hacían piales para lazar las patas del toro y hacerlo
caer.
— Los piales en el lienzo, son pruebas del uso de la cuerda, con la que se
lazan las patas traseras de una yegua bruta para derribarla. Esta suerte
se hace de la siguiente manera: se vuelven a abrir las puertas que cerra-
ron el ruedo al lienzo, y tres charros a caballo se sitúan junto a la barda
del lienzo con su soga preparada. Cuando la yegua sale, los charros le
tiran el lazo intentando lograr que meta las dos patas en la lazada y, si lo
logran, enredan parte de la soga en la cabeza de la silla para detener a la
yegua. Muchos charros se han cortado falanges enteras en esta suerte.
La yegua tiene que ser tirada tres veces de esta manera y la gracia de la
suerte consiste en la distancia a la que la soga es tirada.
7
Cuerda no muy larga atada alrededor del tórax del animal, muy apretada, que
sirve para que el charro se sujete.
56 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
chaleco. Los caballos, yeguas, reses y otros animales son escogidos por
su belleza, obediencia, docilidad y fuerza, entre los cuales hay algunos
realmente notables.
Hay armonía en la manera en que los charros realizan las diferentes suer-
tes, y también en la forma en que logran que los animales obedezcan lo que
ellos les piden en los diferentes momentos de la fiesta, demostrando la destre-
za producida a través de largas prácticas y la íntima relación entre el charro y
su caballo. Además, la seriedad con que cada suerte es ejecutada y la pasión
con que las realizan son fácilmente perceptibles por el público, que evidente-
mente comparte esas emociones.
Los charros realizan sus suertes sin hablarse más que lo indispensable,
demostrando que cada quien sabe muy bien lo que hay que hacer y que actúan
todos con el mismo objetivo. Lo único que se escucha son las exclamaciones
dirigidas a los animales, que son tratados casi siempre con fuerza, pero sin
crueldad alguna. Esta relación entre el charro y los animales aparece como
algo que implica significados complejos que merecen un análisis detenido por
sus contenidos simbólicos.
Además de los concursantes, hay en la charreada otros personajes —sin
excepción, todos varones— que participan en la fiesta ayudando de distintas
maneras: regando el lienzo para evitar que haya demasiado polvo levantado
en el momento de hacer las suertes; ayudando con el manejo de los animales
para llevarlos a los lugares indicados cuando las distintas suertes los requie-
ren; otros marcan en el lienzo los espacios para las suertes mediante el si-
guiente procedimiento: de una manera ingeniosa se miden primero las distan-
cias y luego se marcan las líneas. Con una varilla de metal señalan un semicír-
culo en la tierra, y luego con una lata clavada en un palo a manera de asa y con
agujeros en la base, se va poniendo cal en la marca dejada en la tierra para que
sea visible; también se puede observar un grupo de personas en la parte «pos-
terior» del lienzo, detrás del área de exhibición, que ayuda a desmontar a los
charros y da de beber o cepillan a los animales —los caballerangos—, niños
que hacen suertes con la cuerda o que montan tranquilamente los caballos.
Todo esto lleva a pensar que la fiesta charra, como cualquier puesta en esce-
na, envuelve muchos más elementos que los que se ejecutan en el ruedo, y que
componen una extensa red de actores y actividades que trascienden el texto
E L ESPECTÁCULO CHARRO 59
el charro viejo, yo creo que es un símbolo, primero que nada por su edad; segundo,
porque es de quien heredamos la tradición; y tercero, por lo que precisamente simboli-
zan: el ejemplo de ese hombre bueno, de ese hombre sano que se dedicó al deporte, que
sigue conservando y preservando las costumbres mexicanas, al grado tal que seguimos
usando la misma indumentaria que era la indumentaria que en aquella época se vestía;
nadie en la calle anda vestido actualmente de charro y no anda vestido de charro porque
ya no es la usanza, pero el conservar esas tradiciones para nosotros, el charro viejo es el
símbolo de nuestras tradiciones, el que nos enseñó a vestirnos, el que nos enseñó a
charrear, el que simboliza la continuidad de nuestra herencia, de que nosotros hayamos
podido recibir ese legado. Realmente le digo, es un orgullo ser charro porque somos esa
minoría que está conservando la mexicanidad, a costa de lo que venga y lo vamos a
seguir haciendo, la charrería no va a morir, al contrario, ni la tradición mexicana, ésta la
vamos a seguir llevando para delante. (Entrevista con Alejandro Palacio, 10/VI/2002)
se premian a los ganadores con trofeos que suelen ser estatuillas o figuras
representativas: charros haciendo alguna suerte o floreando la reata, algún
caballo o novillo, u otros.8 En los últimos años se ha comenzado a premiar
también con dinero o con automóviles y remolques, lo cual ha desatado un
fuerte debate entre quienes piensan que ni el dinero ni los bienes materiales
deben intervenir —por lo menos explícitamente ni como motivo último— en
la fiesta charra y los que opinan lo contrario.
La observación de la charreada hace pensar en esta fiesta como un ri-
tual cultural, que puede ser leído como un texto en el que es posible analizar
diversos elementos relativos a las formaciones discursivas referentes al géne-
ro, así como a la identidad regional y al proceso de construcción de los discur-
sos nacionalistas que sitúan en un lugar particular la figura del charro.
Las fiestas charras aparecen como el corolario de una tradición comple-
ja en donde se ponen en juego los distintos componentes que han confluido
para dar vida al mundo charro, un fenómeno compuesto por innumerables
elementos que permiten diversas lecturas, o un cuadro vivo donde se incluyen
riquísimos matices de su historia, sus significados y sus valores. Asimismo, la
fiesta charra se presenta como un ritual en que, cada vez, en que vuelven a
tomarse posiciones, a situarse los diversos elementos en los lugares adecua-
dos, y se reconocen otra vez los espacios y límites: se reestablece el orden del
mundo charro y se refuncionalizan sus principios. Los elementos discursivos
que se ponen en juego en la fiesta charra parecen recrear el juego cultural de
los significados provenientes de diversas fuentes, como los relativos a la iden-
tidad nacional y regional, a las diferencias jerárquicas internas entre los suje-
tos, a la reafirmación de una ética y una estética específicas de la charrería y,
de manera importante, aquellos significados atribuidos a la diferencia sexual,
a cada uno de los sexos y a las relaciones entre ambos. Es un orden en que la
8
Es muy interesante observar que la mayoría de los charros son también colec-
cionistas de objetos varios: espuelas, cuadros sobre charrería, sombreros, es-
culturas de caballos y, sobre todo, de muchas imágenes de sí mismos en distin-
tos momentos significativos de su carrera como charros. Esto parece derivarse
del ánimo de mantener y conservar un mundo en peligro de extinción, a través
de la acumulación de sus emblemas.
64 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
disciplina y el control juegan un papel fundamental: los límites entre los diver-
sos elementos son muy claros y rigurosamente respetados.
La fiesta charra es el escenario más elocuente y repetitivo de la charrería,
en el cual se actúa insistentemente en su universo simbólico, recreándolo y re-
frendándolo. En este sentido, puede constatarse su gran potencial performativo
de los estereotipos nacionalistas y de género, ya que éstos son puestos en esce-
na, dando materialidad a las ideas que pretenden encarnar. El discurso de la
fiesta charra, como tal, comienza y adquiere vida en el lienzo charro, en el marco
conformado por el conjunto de elementos que más arriba hemos mencionado, a
partir de que el maestro de ceremonias da la bienvenida a los asistentes, presen-
ta a los equipos que tomarán parte en la competencia, menciona a los patrocina-
dores de la fiesta y engarza a la fiesta particular dentro del contexto de la tradi-
ción nacional de la charrería, haciendo alusión a su historia, a sus vínculos con
los organismos organizadores de la charrería como deporte nacional y local, y a
la mística que encierra el deporte. De esta manera, el maestro de ceremonias es
la voz de la charreada, mediando entre los concursantes, los jueces y el público,
y dándole un discurso verbal y articulado al espectáculo. Esto es interesante,
sobre todo cuando se observa que los actores de la charreada no hacen uso
público de la palabra. El único gesto con el que se dirigen a los espectadores es
el inicial y final saludo charro, que es un ademán silencioso.9
9
Este elemento debe ponerse en relación con lo frecuentemente expresado en
el proceso de esta investigación, en el sentido de que «los charros no son con-
versadores». El arte de conversar parece dejarse a las mujeres, ya que en el
imaginario social es la acción lo que caracteriza el mundo masculino y la con-
versación (entendida como sustitución de la actividad, y por lo tanto, como una
expresión pasiva) al mundo femenino. Esto estuvo en la base de la dificultad
metodológica para conseguir entrevistas personales con algunos charros y para
obtener alguna tematización sobre su actividad, y es lo que parece estar tam-
bién en la parquedad verbal de los charros en su desempeño en el escenario.
Este elemento interviene también en el tipo de transmisión que se da entre la
fraternidad charra de las habilidades de competencia: se trata de una transmi-
sión por la vía de la práctica deportiva, un enseñar haciendo, en que el cuerpo
es el pizarrón donde se muestran las lecciones a aprender.
E L ESPECTÁCULO CHARRO 65
L OS TRAJES CHARROS
La charreada, tal como hemos visto, puede tomarse como un conjunto com-
plejo de elementos que operan como signos de un discurso general. En éste
el vestuario es uno de los elementos centrales, como definitorio no sola-
mente del género, sino también de una nacionalidad y un estatus. El traje
charro es un vehículo por medio del cual se marcan estas diferencias,
significándolas y reforzándolas, comunicando contenidos de género y cons-
tituyendo en sí mismo un sistema de signos que ayudan a regular la funda-
mental división social de las relaciones de género, y sirve para distinguir a
unos sujetos de otros, acentuando la subordinación de las mujeres, espe-
cialmente en las formas en que limitan el movimiento y marcan el cuerpo de
determinada manera.
El traje charro formal saca a quien lo utiliza de su contexto cotidiano y
lo sitúa como objeto de exhibición, para la contemplación pública. Por otra
parte, el traje charro uniforma de algún modo a los concursantes y sienta un
terreno de cierta equivalencia para los competidores. Es, diríamos, el primer
nivel en que se juegan los primeros signos para el ingreso del charro en la
70 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
10
Esto es cuestionado por otros autores, como José Álvarez del Villar, que con-
sidera que el traje de charro es un producto confeccionado en su totalidad en el
nuevo mundo por razones derivadas de su utilidad. Véase de dicho autor: Hom-
bres y caballos de México, Panorama, México, 1980.
E L ESPECTÁCULO CHARRO 71
11
Reglamento General de Competencias de la Federación Mexicana de Charre-
ría, México, D.F., abril de 1996.
E L ESPECTÁCULO CHARRO 73
El «charro» típico es alto, fibroso y cenceño, y tiene el perfil corvo, como hecho para
cortar el aire a grandes velocidades, de las aves de rapiña, el mirar lejano de los ojos
acostumbrados a escudriñar vastos horizontes, y la color cobriza, que deja en los erran-
tes el polvo negruzco de los caminos. Y a su perfil sobrio responde su traje, bien apre-
tado al cuerpo jarifo, y bordado prodigiosamente de oro o de plata, los dos metales
que con mayor violencia se incendian al beso del sol. Al igual de las guayaberas que
estilan los caballistas andaluces, la chaquetilla es corta, adrede para no rozar los arzo-
nes ni engordar al ginete ni quitarle gallardía; el pantalón, muchos de ellos a rayas
negras o azules sobre fonde ocre, modela escrupulosamente las piernas enjutas de
aquel, en evitación de que si por acaso hubiera de cruzar un bosque, se enrede en la
maleza; un pañuelo, casi siempre de color rojo, llamado «paliacate» le adorna el cue-
llo, y el sombrero «jarano» desmesurado, si quien lo lleva se halla de pie, una vez el
jinete a caballo, define y completa a maravilla su figura (Cuéllar, 1928: 6).
T RAJE DE FAENA : Sombrero: Liso, de fieltro o palma, con chapetas de cuero, hueso o
gamuza. Chaqueta: Lisa de tela o gamuza, sin adornos; con botones y tres mancuernas
en cada manga del mismo material de las chapetas. La camisa de cuello pegado y
volteado. Pantalón y falda: De corte charro, liso, sin adornos de tela o jerga, con tres
mancuernas por lado en la parte superior, haciendo juego con las chapetas del som-
12
Página de la Asociación Nacional de Charros en Internet: http://www.
nacionaldecharros.com/
E L ESPECTÁCULO CHARRO 75
brero y botones de la chaqueta. Botines: Estilo charro, lisos de una pieza, cafés o
bayos. Botas estilo Jalisco (mujeres): Lisas de piel o gamuza, de una pieza, cafés,
bayos o grises. Corbata y faja: De colores serios. Cinturón: De cuero con o sin cartu-
chos y funda de revólver.
A TUENDO DE GALA : Sombrero: Fino de fieltro o pelo, con galón de plata o bordado en
pita, con chapetas de plata. Chaqueta: De gamuza o casimir, con broche y tres man-
cuernas de plata en cada manga. La camisa blanca o de color, de cuello pegado y
volteado. Pantalón: De gamuza o casimir liso o adornado con botonadura completa
de plata, haciendo juego con las chapetas del sombrero y botonadura de la chaqueta.
Botines: Estilo charro, lisos de una pieza, cafés o bayos. Corbata y faja: De colores
serios. Cinturón: De cuero con o sin cartuchos y funda de revólver.
A TUENDO DE GRAN GALA : Sombrero: Fino o de fieltro con galones o finos bordados
en oro o plata, con chapetas lujosas. Chaqueta: De gamuza o casimir, con lujoso
broche, con tres y hasta seis mancuernas del mismo metal en cada manga. La camisa
blanca o de color, de cuello pegado y volteado. Pantalón: De gamuza o casimir
cachiruleado, con lujosa botonadura haciendo juego con las chapetas del sombrero y
botonadura de la chaqueta. Botines: Estilo charro, lisos de una pieza, cafés o bayos.
Corbata y faja: De colores serios. Cinturón: De cuero sin carrillera y funda de revól-
ver.
seis mancuernas en cada manga, haciendo juego con las chapetas del sombrero. La
camisa de vestir blanca, de cuello pegado y volteado. b) El traje bordado en paño
negro con hilos de oro y/o plata, botonadura completa del mismo metal. Botines:
Estilo charro, lisos de una pieza, en charol o ante negros, lisos o bordados en oro y/
o plata. Cinturón: Del mismo material de los botines, sin carrillera y funda de revól-
ver, liso o bordado en oro y/o plata. Revólver: Con cachas de oro, plata o nácar y con
dragona.
A TUENDO DE CHINA POBLANA : Se usa para todo tipo de eventos y desfiles a caballo.
Blusa: Escotada discretamente, con mangas cortas, bordada con seda, chaquira o len-
tejuela de colores sólo en la parte del cuello y mangas. Castor o zagalejo (falda): En
raso, paño o franela, bordado con lentejuelas y chaquira al gusto. Calzado: A pie y a
caballo se usa la zapatilla de seda, con hebilla en color de acuerdo al color de la última
franja del castor (nunca debe usarse con botas de ningún tipo). Rebozo: Debe hacer
juego con el color del castor. Se coloca en la cintura pasando las puntas hacia atrás,
subiéndolas por la espalda formando una cruz; después hacia enfrente sobre los hom-
bros bajando hacia la cintura donde las puntas se meten bajo el mismo en la cintura.
Fondo: Blanco, con encajes en la orilla y en forma de picos, los cuales deberán salir
discretamente por debajo del castor. Accesorios: Collares: De oro, papelillo, cuentas y
oro antiguo. Aretes: Zarcillos o grandes arracadas de oro estilo antiguo. Pulseras: Lla-
mativas pulseras tradicionales. Peinado: Chongo bajo o dos trenzas, una de cada lado,
sujetadas con listones largos haciendo juego con el color del rebozo. Sombrero: Fino,
de fieltro, con galones o finos bordados de oro y/o plata. Chapetas: Lujosas y hacien-
do juego con el bordado del sombrero.
V ESTIDO DE A DELITA ( FAENA ): Tela: Debe de ser de algodón, popelina, manta, etc.,
siempre opacas. Holán: Necesita llevar cuando menos un holán en la parte baja del
vestido o falda. Cuello: Tiene que llevar cuello alto. Mangas: Largas o cortas, pero
siempre con ellas. Banda: Banda completa en la cintura o pegada a los costados hacia
atrás y con moño de mariposa y colas. Moño de la cabeza: De tela, listón y/o encaje,
haciendo juego con el vestido. Crinolina: Indispensable, en materiales como popeli-
na, algodón, cabeza de indio, etcétera, en colores blanco o crudo. Debe usarse almido-
nada. Calzonera: Obligatoria. Del mismo material y color de la crinolina. Rebozo: A
caballo se porta anudado en la cintura del lado izquierdo, a pie, trenzado en hombros
E L ESPECTÁCULO CHARRO 77
o brazos. Botas: A caballo bota estilo «Jalisco», a pie, bota «Porfiriana» o «Adelita» de
botones o agujetas. Sombrero: Pueden ser de fieltro, palma, raíz o vara, con chapetas
de plata, cuero, hueso o gamuza.
[sus padres] inculcaron a sus hijos y posteriormente a sus nietos el respeto por el
atuendo y el verdadero significado del charro: ser un caballero antes que nada… El
charro es el principal baluarte y símbolo de México, es la imagen que nos representa y
nos da identidad en todo el mundo, aunque el fin de las charreadas ha cambiado: antes
no se trataba de obtener logros deportivos sino de fomentar la amistad y la conviven-
cia familiar. Las familias se invitaban unas a otras para pasar un buen rato y atenderse
bien; pero ahora las charreadas se han vuelto profesionales y en ellas participan equi-
pos que constan de pocas personas que ejecutan suertes de forma cada vez más efec-
tiva y vistosa, pero sin el sabor familiar de antes… Portar el traje charro y el nombre
de charro es el compromiso más grande ante la sociedad porque es uno la imagen viva
de México (Mural, 17/IX/1999: 28-32).
La pistola no es, ni para nada, atuendo del charro, es atuendo del charro de las pelícu-
las, atuendo del charro que sale en los desfiles; pero para charrear, estorba de todas,
todas. Es más bien como el símbolo que queda de esa historia, de la historia de que el
charro tenía que andar armado porque andaba en el campo y lo mismo le salía una
80 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
fiera que una gente que le quisiera quitar el caballo o que un enemigo político, es decir,
en la Revolución. Y en las haciendas, tenía que defenderse. Y traían a veces rifles,
también. Así andábamos, de rifle y pistola. Pero en realidad, para charrear, estorba de
todas formas… (Entrevista con Hugo Barragán, 24/I/2002)
Yo no uso pistola. Usé pistola, pero lo que sé es que tiene que ver con los momentos,
con la época. Yo tuve la oportunidad como charro, teniendo 16 años de edad, de asistir
a Palacio Nacional, entrar con mi pistola fajada, cargado con mi pistola en presencia
de la Reina Isabel, en un momento; en presencia del presidente de la república en otro
momento; en presencia del ex sha del Irán, en otro momento; en presencia del Secre-
tario General de las Naciones Unidas. Tuve la insólita posibilidad de entrar a Palacio
Nacional con mi pistola fajada y cargada sin que nadie del Estado Mayor Presidencial
me dijera absolutamente nada, sin que nadie de los miembros del ejército que estaban
ahí me dijeran absolutamente nada. En este momento no me atrevo a ir a un rancho
con la pistola porque, lamentablemente en un momento dado, cada retén hace sus
propias reglas. Una vez que fui detenido en un retén, para una revisión porque viajába-
mos a una competencia sin ir vestidos de charros, pero llevábamos todos nuestros
arreos y nuestros atuendos; estaban haciendo la revisión normal y mientras que ha-
E L ESPECTÁCULO CHARRO 81
cían la revisión yo me puse a platicar con uno de los militares que estaban a cargo, yo
les preguntaba que finalmente dónde estaba el meollo de la reglamentación de las
armas en nuestro caso, para la charrería; entonces, él me decía que sí podíamos usar
el arma vestidos de charros en la competencia, pero que no estaba nada descrito res-
pecto del traslado de las armas. Entonces, «sí te doy permiso, pero no te lo doy».
Permiso de tenerla, pero no de transportarla. Y entonces me di cuenta en ese momen-
to que lo que pasa es que cada responsable hacía una interpretación de la ley. En ese
momento me vino a la mente la idea de que a cada charro debería de otorgársele una
ley para que la trajera consigo y cada vez que saliera y se topara con una revisión, le
pudiese enseñar «mira, dice esto y aparte, aquí están mis documentos de transporta-
ción y de mi licencia para el uso de armas», porque sí está reglamentado en la Ley
General de Armas de Fuego el uso del arma en la charrería, hay un artículo especial
para la charrería. (Entrevista con Jorge Rivera, 25/VI/2002)
ñada para uso femenino —la albarda Lepe13 — en la charrería mexicana, que
las obliga a cabalgar con ambas piernas de un solo lado o a mujeriegas, a
diferencia de los varones que cabalgan siempre a horcajadas. En el regla-
mento para calificar escaramuzas de la Federación Nacional de Charrería en
los años ochenta, se señalaba explícitamente que las escaramuzas debían
montar siempre en albarda y nunca «como hombre», y en posteriores regla-
mentaciones se han agregado algunas especificaciones. Debe decirse que
los constantes cambios en los reglamentos para escaramuzas y su compleji-
dad son dos indicadores del conflicto que despierta, aún en nuestros días, la
participación de las mujeres en la charrería. La mencionada complejidad es
abrumadora en lo que hace referencia al vestuario de las escaramuzas —que
suele ser el de Adelita, aunque hay algunas que lo hacen con traje de charra.
Es frecuente la queja, tanto del público como de las mismas escaramuzas, de
que en las competencias de escaramuzas se invierte más tiempo en la revi-
sión escrupulosa que las juezas realizan del vestuario y los arreos de las com-
petidoras, que en la misma competencia.14 En estas revisiones, por otra par-
te, es fácil que se cuelen juicios muy subjetivos, ya que además de la presen-
cia u omisión de los distintos elementos reglamentados, se juzga estética-
mente el conjunto.
Ya ha sido señalado (Ramírez, 2001: 6 y ss.) que el diseño mismo del
vestuario de las escaramuzas, tiene más que ver con esta dimensión estética
que con un sentido pragmático, ya que es sumamente incómodo para las jine-
tes y hasta peligroso. Por otra parte, el vestuario de las escaramuzas, que las
presenta como rancheras y como adelitas y no como hacendadas catrinas, es
una manera de situar en un estatus inferior a las mujeres frente a los varones
dentro de la charrería, al igual que la obligación de montar a mujeriegas, ya
que este tipo de monta es en sí menospreciada respecto a la de a horcajadas,
al limitar a una pierna el contacto con el caballo. Rincón Gallardo se refiere a
la diferencia de género como una diferencia de posición económica:
13
Se trata de una adaptación de la silla charra para la monta a mujeriegas, que
lleva el nombre de su diseñador, Filemón Lepe.
14
Este comentario fue hecho, entre otras personas, por Ana María La Prieta
Zermeño, en entrevista (29/V/2002).
E L ESPECTÁCULO CHARRO 83
A.C. Ramírez Barreto señala que ese modelo de rancherita tampoco re-
sultó la versión más legitimadora del traje de charra:
El traje de charra fue otra de las aportaciones a la cultura y tradición charra por
nuestro homenajeado [don Filemón Lepe]; atuendo de inmediata aceptación que vino
a sustituir el de China Poblana que era el uso común, impropio para montar, antes
considerado el adecuado como respuesta al del varón charro, más por estar apegado
a una leyenda, que a la comodidad requerida en la práctica charra. Hacia el año 1937
lo diseñó para su hija Rosa María (Rosita Lepe), que siendo la primera reina de los
charros [de la Federación Nacional] lo portó por primera vez en la capital de la repú-
blica. Confeccionado de forma similar al del hombre, pero de falda acampanada, se
bordó con un cordón (soutache), hoy en desuso, adornado con ricas filigranas, mis-
mo que diera la pauta a la variedad de estilos hoy reglamentados. (Prado, citado por
Ramírez, 2001)
El traje de charra vino a sustituir el de china poblana que solían usar las
mujeres en el contexto charro. Comenzó a ser usado durante los años treinta
por las reinas de la Asociación Nacional de Charros. Se trataba de una adapta-
ción escueta del traje que usaban los varones, que en lugar del pantalón in-
cluía una falda larga en línea A, bajo la cual se debe usar, supuestamente, un
pantalón de la misma tela. Pero resultó que el invento del traje de charra es
84 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
Hoy nos adentramos al alma femenina que fue transformando su manera de vestir de
acuerdo a los materiales de su época, la región donde vivían, pero sobre todo al orgullo
de sentirse portadoras de prendas que las identificarían a lo largo de los siglos como la
típica mujer mexicana. Este es el caso de uno de los trajes utilizados dentro de la cha-
rrería conocido como vestido de ranchera o adelita. De esta forma el traje de ranchera
es la mezcla del vestir indígena con sus tejidos, bordados y coloridos característicos
con las telas y diseño llegados del viejo mundo. Ya en tiempo de las haciendas se veía a
las damas de «la casa grande» y a las sirvientas portando faldas a media pierna con
holanes, vuelos y listones, así como blusas de mangas anchas adornadas con encaje y
pudiendo diferenciarse por los materiales y las joyas utilizadas por unas y otras. Es en
la lucha revolucionaria cuando este traje identifica más a las mujeres mexicanas, quie-
nes con esta indumentaria pasaron a la historia, legando a las damas charras la respon-
sabilidad de salvaguardar esta tradición, hasta el día de hoy el traje de ranchera o adelita
es portado, principalmente por los grupos de escaramuzas, estando rigurosamente re-
glamentado para apegarse lo más posible al original. Se confecciona en telas sin brillo
ni transparencias no importando el color (excepto dorado o plateado), tiene cuello
alto, manga amplia al codo o larga, falda a media pierna y banda a la cintura que remata
en un moño atrás, el diseño y los encajes, bolillos, tiras bordadas y listones varían,
como antaño, según la zona y el gusto personal, el pelo va recogido en la nuca, adorna-
do con un moño de la misma tela evitando flores y exageraciones, sólo se utilizan aretes
y un broche al cuello de plata, filigrana o tradicionales, la calzonera debe ser de algo-
dón al igual que las faldillas adornadas con tira bordada y listón. Cuando se va a montar
se usa bota estilo «Jalisco» a media pierna, con tacón bajo y espuela del lado izquierdo,
así como sombrero charro y el rebozo amarrado a la cintura con el nudo del lado de
E L ESPECTÁCULO CHARRO 85
montar (izquierdo), si está a pie se utiliza bota porfiriana de tacón medio con botones y
cintas y el rebozo terciado al pecho o en los brazos. Queda en la imaginación aquella
mujer mestiza que sin saberlo comenzó una tradición que hoy la dama charra perpetúa
al seguir portando con orgullo «el traje de ranchera».15
15
Díaz, Rocío. Servicios Informativos y Diseño: Grupo del Bosque, www.
delbosque.com.mx
LA PRODUCCIÓN IMAGINARIA DEL CHARRO
tender el mundo, una tradición enraizada en sus antiguos orígenes cuyo senti-
do está vivo todavía y es lo que produce una serie de emociones intensas,
entre las cuales destaca la pasión con la que viven la fiesta charra. Desde una
perspectiva histórica (Sánchez, 1993), hemos visto que la charrería está aso-
ciada al desarrollo de la ganadería desde la llegada de los españoles en el siglo
XVI. Se ha producido una abundante narrativa que ubica el origen de esta prác-
tica en la época de la conquista y muestra su desarrollo a través de las diver-
sas etapas de la historia de la formación de la nación mexicana.
Como deporte, la charrería tiene una historia de menos de un siglo
(Chávez, 1993): se inicia con la llegada de los charros a las ciudades como
consecuencia del nuevo orden en la distribución de las tierras, producto de la
Revolución Mexicana, que termina con los grandes latifundios y las hacien-
das, y genera el reparto agrario. Así, en la década de los años veinte, comen-
zaron a construirse en las ciudades los lienzos charros, espacios especiales
para las actividades charras y campiranas, y se inició el proceso de institucio-
nalización de los charros en asociaciones y la elaboración de reglamentos y
estatutos para formalizar sus prácticas. Como en todos los terrenos en los que
se juega una herencia simbólica, encontramos en el terreno de la charrería
varias disputas. Una tiene que ver con cuál es la cuna de origen de la charre-
ría. Algunos hablan de que fue en los llanos del actual estado de Hidalgo don-
de nació esta práctica; otros dicen que fue en las grandes haciendas del actual
Estado de México; otros más, que definitivamente la charrería nació, en la
forma en que se conoce, en Los Altos de Jalisco.
La otra disputa tiene que ver con cuál fue la primera asociación; los cha-
rros del centro de la república señalan que fue la Asociación Nacional, formada
el 4 de junio de 1921, con Ramón Cosío González, Crisóforo B. Peralta y Alfredo
B. Cuéllar. Pero también se dice que la asociación más antigua es la de Guada-
lajara, la de los Charros de Jalisco, que se inició desde 1920 con personalidades
como Silvano Barba, Inés Ramírez y Andrés Z. Barba, aunque no como asocia-
ción formal, sino como agrupación. Estas disputas tienen que ver tanto con los
sentimientos regionalistas de las diferentes asociaciones, como con la dinámi-
ca de las identidades regionales puestas en juego en la figura del charro.
La charrería como deporte es vista como hija de una larga tradición, ya
que las suertes que se ejecutan en la fiesta se consideran expresiones neta-
L A PRODUCCIÓN IMAGINARIA DEL CHARRO 89
nos con estos fines o al incorporar a los directivos de las asociaciones charras
en actos protocolarios o de representación oficial.
Otro elemento que tiene cierto peso en la consolidación de las institu-
ciones charras es la referencia —confusa pero insistente— de que los charros
son la tercera (o cuarta) fuerza de reserva del Ejército Nacional, lo cual nos
revela al charro no solamente como vaquero, sino con otra función cuyos re-
sabios quedan en la pistola que aún forma parte del traje charro aunque —y
esto es significativo—, se lleva descargada. El reglamento de la Federación
indica que el revólver deberá ser portado por el charro, ya que es considerado
un elemento sustancial. También el machete y la navaja forman parte del atuen-
do, aunque sin la fuerza simbólica que tiene el arma de fuego.
Sabemos que en el siglo XIX la importancia de los jinetes en el contexto
bélico fue fundamental (Sánchez, 1993: 82 y ss.); en la lucha por la indepen-
dencia, en la intervención francesa y en otras luchas civiles, ya que los ejérci-
tos estaban formados sobre todo por contingentes de caballería. Entre los
caudillos de la independencia emergidos del ámbito rural están Ignacio Allen-
de, Valerio Trujano, Nicolás Bravo, Pedro Moreno, José Antonio Torres («El
Amo») y Andrés Delgado. De este último se dice que era hábil para lazar y que
la mayoría de su gente eran charros, que componían el Cuerpo de Dragones
de Santiago, muy temido por los realistas. Otra figura importante fue Pedro
Nava; se dice que cuando los ejércitos se encontraron cerca del Fuerte del
Sombrero, en la región de Los Altos de Jalisco, éste último vestía el traje de
charro al igual que su gente, lo que impresionó a los soldados, al igual que su
destreza en el manejo del caballo.
De esta manera vemos que los jinetes no eran solamente vaqueros, sino
que también fueron elementos clave en los episodios bélicos; por otra parte,
tuvieron cierto papel en la seguridad pública en la etapa de crisis político-
social anterior al Porfiriato, cuando proliferó el bandolerismo. Ante esto, el
gobierno reorganizó y profesionalizó el ejército, y la policía montada rural
—dependiente del Ministerio de Gobernación y creada en 1861— cobró fuer-
za. En este lapso se organizaron nueve cuerpos de rurales constituidos por
218 hombres, quienes también daban protección a los hacendados. Su uni-
forme era el traje del jinete del campo, ya que esa era su área de acción,
combatían el bandidaje de los caminos y el abigeato, y vigilaban las ferias
L A PRODUCCIÓN IMAGINARIA DEL CHARRO 91
representa escenas de jinetes que lucen su traje charro. Carlos Nabel, alemán,
fue otro pintor que realizó distintas obras costumbristas; y Johan Moritz
Rugendas, alemán, pintó también a los charros mexicanos. Otros pintores de
charros fueron Manuel J. Serrano, José María Velasco, Juan Cordero, Joaquín
Ramírez y Santiago Rebull. Sin embargo, el más famoso fue Ernesto Icaza
(1866-1935), conocido como «el charro pintor» (Ortiz, 1995), personaje fun-
damental, cuyas obras —ubicadas entre los naïfs o ingenuistas mexicanos—
son atesoradas por familias charras de todo el país, y por coleccionistas del
extranjero. En las pinturas de Icaza son representados los charros en todas
sus actividades campiranas, portando sus trajes y recreando cada detalle de
éstos, de los caballos y arreos, minuciosamente. Icaza hizo también diversas
pinturas murales. Hubo algunos otros pintores (Tomás Ballesteros, F. Alfaro,
José Rincón Gallardo) que participaron en la representación pictórica de los
charros y la charrería, pero probablemente ninguno ha sido tan apreciado
entre los charros como Icaza.
Esta estetización de la figura del charro cobra dimensiones éticas en la
Carta de Pachuca, introductoria a los Estatutos de la Federación de Charros,
de 1933:
ello plantea un ambicioso desafío para la charrería nacional, desafío que es acicate
como el que usamos con nuestro aliado el caballo para vencer todo obstáculo. (Esta-
tutos de la Federación Nacional de Charros, 1933: 3 y 4)
La diferencia entre los charros jaliscienses era que eran amistosos, eran casi una fami-
lia; y hubo detalles que hacían ver que éramos diferentes que los charros de otros
lados… porque, siendo yo presidente de los Charros de Jalisco, la Federación Nacio-
nal dio la orden de que cualquier equipo o asociación, que recibiera en su casa o com-
pitiera con la Asociación Nacional de Charros quedaba fuera de la Federación. Porque
la Nacional de Charros y la Federación nunca se hablaron. Esa ha sido independiente
desde que se fundó. Y ahí ya estaba de presidente en la Nacional Everardo Camacho,
que es de aquí de Tepatitlán, y para el 30 de abril —que son las fiestas en Tepatitlán—
se hace un coleadero y, en esa ocasión, vinieron los de la Nacional invitados por los
Charros de Tepa; y fuimos de aquí de Charros de Jalisco y les ganamos en el coleadero
a los de la Nacional. Y estaba ahí Everardo, amigo de toda la vida de la familia, y me
dijo: «oye, y a Guadalajara ¿cuándo nos invitan?», estaba Ricardo Zermeño, Ricardo
Sánchez, todo el grupo de Charros de Jalisco y le digo «¿cuándo han necesitado invita-
ción para ir a su casa? Guadalajara es la casa de todos los charros y el que llegue ahí es
bien recibido. Es lo único que te digo, es su casa»; «¿Así es que si vamos mañana, nos
reciben, nos haces ahí una charreada?» «Sí», «Ah, pues ahí nos vemos» «Ahí los espe-
ro. Lo único que me pesa es que me van a hacer perder el baile de ahora en la noche,
porque necesito irme más pronto pa’ conseguir yeguas y ganado y todo para que nos
divirtamos mañana». Víctor, Carlos, Ricardo, y todo el grupo me dijeron, «Oye pero
que mira, que la Federación y el presidente…» —Era José Valdovinos, que era compa-
dre de Ricardo, íntimo de Carlos, también—. «La Federación, le digo, en la Federación
está su compadre; ora, si nos corren, favor nos hacen, nos cuesta pertenecer a la Fede-
94 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
ración, no nos dan nada ¿pa’ qué la queremos? Vámonos divirtiendo como antes, aquí
están invitados en su casa, también aquella es su casa». Vinieron, estuvimos ahí, nos
divertimos todos; mi compadre Inés Ramírez había mandado a hacer una comida ahí
en el rancho, llevaron cazuela de sopa de arroz y otra de mollejas y de frijoles; comi-
mos y, ya en la tarde: «Ándenles, vamos a seguir pialando». «No, dice ¿ya quién? Ya
ahorita andamos cansados y hartos, pero si nos invitas pa’ mañana». «Ah, pues nos
vamos a descansar y mañana la repetimos». «La repetimos». Fuimos un rato ahí al
casino, se fueron al hotel y otro día le dimos hasta mediodía; dice: «Ora sí, los caballos
tienen que despacharlos y total». Y aquí se me echaron encima todos: «Sí, vamos vien-
do qué resultado tiene». Esa es la charrería: el charro es un caballero, es un hombre de
a caballo y el hombre de a caballo es un caballero; y el caballero tiene muchas obliga-
ciones: ser atento, ser cumplido, ser respetuoso. (Entrevista con Pablo Barba, 18/II/
2002)
nas de las virtudes que un varón debía poseer, al igual que la compasión, la
lealtad, y la nobleza derivada del amor puro de una mujer. Este ideal de la
caballería, señala Mosse (1996: 18) se produjo en las postrimerías de la socie-
dad feudal, cuando la aristocracia se aferró a un código de honor como sím-
bolo de su autonomía. Al igual que los oficiales militares, los cortesanos y los
sirvientes civiles, la aristocracia entonces cultivó un código de honor ligado
por un lado a la dramatización de sus tareas y, por el otro, al intento de preser-
var el auto respeto y el sentido de casta. El renacimiento romántico del siglo
XIX fortaleció el concepto de caballería que, según algunos personajes de la
época, llegó a ser más importante que las mismas leyes, ya que dibujaba los
contornos de imperativos morales esenciales para la masculinidad moderna y
prefiguraba a la caballería como un ideal a ser alcanzado y no uno ya existen-
te en épocas más violentas. Las llamadas cualidades viriles del honor aristo-
crático eran, finalmente, al igual que el ideal de la caballería, no sólo una soco-
rrida metáfora, sino un significado del atemperamiento de la crueldad de la
masculinidad.
Según Mosse, el ajuste de tales ideas aristocráticas con la sensibilidad
de las clases medias a partir del siglo XVIII, fue un paso importante para la
construcción de la masculinidad moderna. Si las características de valor, san-
gre fría y hasta la compasión permanecieron como ideales, ahora se cambia-
ban, despojándose de mucha de su violencia remanente y cargándose, en cam-
bio, de imperativos morales. El amor platónico idealizado de una dama noble
—que se suponía que espiritualizaba al caballero— devino posteriormente un
lugar común gracias al monopolio ejercido por la institución del matrimonio.
Otro factor central en la construcción moderna de la masculinidad fue
la importancia que la apariencia física llegaría a tener. Es decir, en la moderna
representación masculina ya no solamente importaba el comportamiento, sino
también su apariencia. Tal estética de la masculinidad era crucial para la for-
mación de un estereotipo orientado por las percepciones visuales, y determi-
naría enormemente las actitudes hacia la masculinidad moderna.
El estereotipo masculino consistente y generalizado no emergió sino
hasta el fin del siglo XVIII, y tenía que ver con una aparejada concepción de la
personalidad como algo unitario, que incorporaba los parámetros masculinos
de la apariencia y el comportamiento.
96 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
gencia del mestizo, figura puente entre los criollos y españoles por un lado, y
los indígenas por el otro, que permitía elaborar un personaje nuevo que encar-
naría la mezcla étnica que daría nombre a lo mexicano.1
El charro, entonces, en el imaginario mexicano general es también la
representación de una cultura mestiza, en la que confluyen los elementos del
proceso de mestizaje propio del pueblo mexicano actual consolidado desde el
siglo XIX, y cuyo momento mítico de origen se ubica en el punto en que es
conquistado el derecho a subirse al caballo por parte de los indígenas, digni-
dad reservada a los españoles y criollos en las primeras etapas de la historia
de la ganadería en la Nueva España. El charro, de esta manera, encarna una
mitificada y romántica personalidad ranchera característica de un tipo espe-
cífico de sociedades, con rasgos particulares en la vida y la organización so-
cial (Barragán, 1997).
I NSTITUCIONALIZACIÓN DE LA CHARRERÍA
Si bien el proceso de institucionalización de la charrería se inició en 1921, éste
ha sido complejo y con sus bemoles, que arranca con la llegada a las ciudades,
en las primeras décadas del siglo XX, de los hombres que habían vivido la
charrería desde su primera edad y que la practicaron como forma de vida en
el campo. Al finalizar la Revolución y al normalizarse las actividades en el
país, las mismas autoridades auspiciaban festivales charros, que sólo consis-
tían en exhibiciones o simples emulaciones de lo que habían sido las esplen-
dorosas fiestas que pocos años antes se realizaban en el marco de las grandes
haciendas. Impulsados por la nostalgia y por lo que consideraban el
desvirtuamiento de sus prácticas, los charros tuvieron entonces la idea de
agruparse en una asociación que, aparte de permitirles las prácticas charras,
les diera oportunidad de iniciar «una campaña mexicanista». La primera re-
1
Hay que decir, sin embargo, que hay distintos tipos de rancheros, por ejemplo,
el de Los Altos de Jalisco es más criollo que mestizo, como resultado del discur-
so identitario regional que reivindica la pureza de sangre y el espíritu hispanis-
ta. Los rancheros de la Huasteca Potosina o los de la zona llamada el Jalmich (la
sierra del Tigre, en los linderos entre Michoacán y el sureste jalisciense), sí se
consideran más mestizos.
L A PRODUCCIÓN IMAGINARIA DEL CHARRO 99
2
La mayoría de la información que aquí se presenta sobre los detalles de la
historia de la Asociación Nacional de Charros, proviene de su sitio de internet:
http://www.nacionaldecharros.com/
100 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
Durante esos años, se dio una serie de contradicciones entre los diferentes grupos de
poder y las grandes masas que se sentían insatisfechas con los resultados de la Revo-
lución; la paz del Estado estaba en juego, había conflictos con la Iglesia, y la econo-
mía, que también se vio afectada por la Gran Depresión de 1929, estaba en proceso de
reestructuración. Es en ese marco y en el seno de la llamada «clase media» donde se
desarrolló una serie de organizaciones activas, que bajo la bandera de la «nacionali-
dad» se enfrentaron a los grupos extranjeros establecidos en el país (Idem.).
Recuerdo el último desfile de los cuerpos rurales durante el Centenario. Nuestra vieja
avenida se encontraba inundada por una multitud entusiasta y risueña que esperaba
con ansia el paso de los gallardos cadetes. A lo lejos, rasgando el aire, se escuchaba un
toque de clarín. Los contingentes de marinos que nos visitaban encendían la curiosi-
dad de las muchachas. Seguían nuestros típicos Juanes morenos. Por horas enteras
pasaban las fuerzas de las distintas armas. El interés decaía, el público, tras de largas
horas de resistir el sol, se sentía cansado, cuando entre el murmullo de la multitud, se
escuchaban las primeras notas de la «Marcha Dragona». Envueltos en densa polvare-
da, venían los Cuerpos Rurales; aquellos soldados del campo, de pantalón ajustado,
chaqueta gris, corbata roja y el sombrero ancho. Eran hermanos carnales de los Juanes
que acababan de desfilar ante nosotros, pero el pueblo los saludaba como los verda-
deros soldados de la patria, como lo único genuinamente mexicano en el ejército.
Aquellos charros, con su viejo y barbudo general a la cabeza, despertaban un entusias-
mo contagioso, que corría como reguero de pólvora desde la estatua de Cuauhtémoc
al Palacio Nacional. Era indudable que en el corazón de todos los mexicanos estaba
latente el amor a lo nuestro, el amor a lo que conserva un sello inequívoco de naciona-
lismo (Cuellar, 1928: 228-229).
3
Es interesante que no se menciona la participación de representantes de las
etnias indígenas del país en este desfile.
102 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
las cámaras de comercio e industria, a los charros y chinas poblanas. Sin em-
bargo, se podían también ver carros alegóricos que ponían en escena la toda-
vía confusa mezcla de símbolos potencialmente nacionalistas: «En uno de ellos
aparecía una botella de cerveza gigantesca, que se vertía sobre un vaso derra-
mándose sobre una pirámide cubierta con los colores patrios y dos candorosas
chinas poblanas contemplando la escena» (Ibid.: 183).
A partir de 1930 el Estado mexicano implementó una serie de mecanis-
mos de negociación política frente a distintos actores sociales, tendientes a
producir un consenso nacional que garantizara las condiciones que le permi-
tiera legitimarse y gobernar. Eran los años en los que los esfuerzos del Estado
se concentraban en la reconstrucción de la nación después de la Revolución
de 1910.
El día que se logre fundar una Asociación Regional de Charros en cada una de nues-
tras entidades federativas y cada una cuente siquiera con quinientos charros, tendre-
mos un contingente de más de catorce mil hombres bien montados, bien armados que,
con la cara al sol y el corazón bien puesto, ocupen la vanguardia, como lo hicieron en
1862 los charros del general Ignacio Zaragoza (Cuéllar, 1928: 247).
4
Véase el sitio en internet de la Asociación Nacional de Charros: http://
www.nacionaldecharros.com/
L A PRODUCCIÓN IMAGINARIA DEL CHARRO 105
Unidos. Por eso la importancia de ponerle Federación Mexicana, porque al haber lla-
mado Federación Nacional de Charros, hubiese podido ser la Federación Nacional de
Charros de Colombia, en el supuesto de que se hubieran conformado una o dos o
cinco asociaciones en Colombia, hubiera podido ser la Federación Nacional de Cha-
rros, no te decía de qué país era. Entonces, por eso la importancia de que fuera Fede-
ración Mexicana. Pero por otro lado, al involucrarse como afiliadas las mujeres en la
charrería, tampoco es válido decir Federación Mexicana de Charros porque ¿y las
charras qué? Esto surge porque andaba la disputa de si cambiarle el nombre, no cam-
biarle el nombre, se le estaba dando un marco estatutario actual a la Federación; y
entonces, un periodista aquí de Guadalajara me hizo una entrevista y entre sus pre-
guntas surgió esto, de qué opinaba acerca del nombre; yo planteé mi teoría; eso llegó
a las manos del presidente de la Federación, me habló por teléfono y me dijo «¿Sabes
qué? Me gusta mucho lo que tú estás planteando en esa entrevista y sabes qué, coinci-
do con ella y vamos a buscar que ese sea el nombre de la Federación»: Yo proponía —
no conocía, por ejemplo la Federación Mexicana de Nadadores, la Federación Mexi-
cana de Futbolistas, de basquetbolistas, conocía a la Federación Mexicana de Futbol,
la Federación Mexicana de Natación—, que para ser congruentes también con el Sis-
tema Nacional del Deporte y la Confederación Deportiva Mexicana, que denotaba en
los nombres de las federaciones la disciplina deportiva de la que se trataba y no los
deportistas que la practicaban, entonces que por lo tanto la Federación de Charros,
debería ser Federación Mexicana de Charrería y no de charros. Y bueno, creo que
nada de esto carece de sentido. Y lo que fue repentino fue que, gentes que en su mo-
mento defendieron la postura de aquel liderazgo de la Federación Nacional de Cha-
rros, quieren regresar al antiguo nombre; es la secuela del liderazgo aquel de la Fede-
ración Mexicana. Creo que quienes estamos involucrados en esto debemos de tener la
capacidad de superarlo, tenerlo en otro plano porque si caemos en ese tipo de pasio-
nes personales, identificaciones localistas, ese tipo de cosas, no debemos de pensar ni
en ciudad ni en estado, debemos de pensar en nuestra nación, debemos de pensar en
nuestro movimiento tradicionalista, que el ser tradicionalista no nos hace ciegos a una
realidad actual, moderna y todo eso, simplemente queremos preservar la identidad.
Pero fue muy importante esa restructuración y fue muy bien recibida por los charros
en general, aunque al principio hubo los puristas o los tradicionalistas dentro de los
tradicionalistas que decían que el nombre estaba muy feo, que la Federación estaba
perdiendo liderazgo porque le estaba concediendo a los estados, que los estados se
108 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
iban a independizar. Pero no, todo es cuestión de forma y de orden. (Entrevista con
Jorge Rivera, 25/VI/2002)
5
Secretario de Gobernación, charro del estado de Jalisco originario de Los Al-
tos y figura importante en la política tapatía.
L A PRODUCCIÓN IMAGINARIA DEL CHARRO 109
6
http://www.nacionaldecharros.com/
7
Es muy interesante observar que la geografía política de los charros decimo-
nónica: la frontera nacional se corre bastante más allá del río Bravo. Esto no es
ni un error ni un producto del azar, sino que más bien tiene que ver con aquello
que, para los charros, ha conformado imaginariamente su patria.
«P ATRIA , MUJER Y CABALLO »: J ALISCO Y SUS CHARROS 115
La Federación es una asociación civil igual que todas las asociaciones civiles, un mo-
vimiento de la ciudadanía que inicia con la organización de la primera de las asocia-
ciones de charros, se van proliferando las asociaciones; al haber bastantes, encuen-
tran la necesidad de organizarse y coincidentemente con aquellos tiempos surge tam-
bién la necesidad del gobierno de la república de organizar al deporte en su totalidad
y entonces crea la Confederación Deportiva Mexicana, para ese momento la Federa-
ción Nacional de Charros ya estaba organizada o agrupada y se convierte en parte
116 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
Siendo México un país eminentemente católico, el charro no podía ser de otra mane-
ra, y menos con los antecedentes de vida rural que se tiene. Nosotros comprendemos
que la ciencia es una contraposición de la religión, da explicaciones totalmente dife-
rentes, pero el charro tiene su origen en aquel medio desarrollado antes del desarrollo
de la ciencia en México y por lo tanto eso también tiene que ver con la tradición de
padres a hijos, del arraigo de la religión. Y como el tradicionalismo del espíritu de la
familia charra tiene que ver con ese tipo de cultura, pero si también existe un espíritu
totalmente arraigado en las creencias religiosas, sobre todo en el catolicismo; es más,
se me haría muy difícil pensar en un charro que no fuera católico o en un charro que
tuviese otra religión. Tal vez los haya, pero no los identificamos o cuando menos no
los conozco yo. Y en muchos de nuestros lienzos charros, de nuestras instalaciones
deportivas se cuenta con capillas, incluso hasta con templos y se hace misa antes de
las charreadas, muy frecuentemente, incluso estas misas se hacen en el centro del
ruedo para todo el público aficionado, sobre todo en los eventos más importantes, en
los de mayor organización, en los campeonatos nacionales siempre habrá una misa; o
frecuentemente el charro se casa vestido de charro, asiste al templo vestido de charro
se muere vestido de charro, hace la primera comunión vestido de charro. Yo recuerdo
a un compañero de Jalisco, el único que me tocó ver, lamentablemente ya fallecido, el
señor Crecencio Alejandro Curi, de la Asociación Alteña de Charros, de aquí de Gua-
dalajara, que antes de realizar su faena en la charreada, se hincaba, recargándose en el
ruedo, hacía alguna oración, se persignaba y luego hacía su faena. (Entrevista con
Jorge Rivera, 25/VI/2002)
porte la imagen de su diferencia. Señala esta autora que ese otro funciona a
manera de espejo cuyo cristal, aunque lleno de imperfecciones, permite el
reflejo de una imagen de sí mismo tan engrandecida como se necesite, de
manera que en esa imagen encontramos la mirada que invariablemente regre-
sa sobre sí misma duplicada como efecto del recorrido sobre el otro. Ese es el
juego de miradas que construye las identidades. Dicho de otro modo, al
proyectarse el charro como figura representativa de «lo mexicano» en el es-
cenario internacional, esta imagen es reafirmada por la mirada del mundo que
la confirma y le da coherencia, y que también permite a los otros construirse
como diferentes de dicha figura. Por eso es importante mantener viva esa
dinámica retroalimentadora de las imágenes, y la charrería ha tenido una po-
sición muy activa en ese sentido a través de distintos mecanismos.
El trabajo de difusión en el plano internacional de la figura del charro,
sin embargo, no se realizó sino hasta después de los años cuarenta. Tenorio
Trillo consigna que en las exposiciones universales que se realizaban cíclica-
mente, el pabellón de México, tanto en Río de Janeiro en 1922, como en Sevi-
lla en 1929, lo que exhibía eran los elementos indígenas y no se menciona la
presencia de los charros ni de la charrería en ninguna parte (Tenorio, 1998:
267-320). Esto nos parece un indicio de que esta figura estaba siendo apenas
cocinada, probablemente sobre el fuego lento de las negociaciones y manio-
bras de las distintas fracciones participantes en la elaboración del discurso
nacionalista posrevolucionario al interior de México, y no había alcanzado el
ámbito internacional.
En los años cuarenta, sin embargo, el cine mexicano tuvo su «Época de
Oro», y fue entonces que la imagen del charro llegó a los escenarios interna-
cionales constituyéndose así probablemente en el principal mecanismos para
su difusión y consagración como figura nacional mexicana. Sin embargo, se-
gún los mismos charros, la imagen que construyó y exportó el cine fue una
imagen distorsionadora y trastocada:
hemos arrastrado dos cosas que nos han perjudicado mucho: una, que la gente cree
que todos los charros son ricos, que porque traen caballos, que porque traen trajes
con plata, piensan que son ricos; otra, el cine; el cine sí nos acabó completamente,
que no es nada cierto lo de las famosas películas de Jorge Negrete y toda esa gente.
122 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
Era una cosa totalmente distinta de lo que es la realidad. (Entrevista con Alfonso
Rodríguez, 18/II/2002)
La imagen del charro que se veía en el cine era la del charro grosero, peleonero y bruto
con las mujeres. Además, la imagen que hizo circular el cine nacional era la imagen de
los charros broncos y valientes siempre, lo cual ocasionó que muchos nos anduvieran
buscando pleito. De todos modos, la utilización de la imagen del charro en el cine y
todo eso ocasionó un cambio en la manera en que se percibían a los charros. Cuando
yo estaba chico, conocí a don Jesús Rosas, que era uno de los charros más bien vesti-
dos en todo México, los trajes que tenía eran muy elegantes pero sobrios. Pero el día
que don Jesús vio al primer mariachero vestido de charro, regaló toda la ropa y nunca
volvió a vestirse de charro. Dijo «Yo no soy mariachi». Pues sí, todos salían de charro
y él nunca más se vistió de charro. (Entrevista con Pablo Barba, 18/II/2002)
Creo que en Jalisco es muy importante el papel que jugó el cine mexicano, la música
mexicana. Muy importante y no hay que verla ni con recelo ni mucho menos, lejos de
criticarla hay que agradecerla porque nos permitió proyectarnos, aunque, de alguna
manera por necesidades propias de la comercialización cinematográfica y de la músi-
ca, se tuvo que recurrir a alguna distorsión bien intencionada de la imagen del charro
o de la vida campirana. O tal vez la distorsión de la imagen del charro fue por asocia-
ción de ideas, no necesariamente porque se pretendiera hacer una distorsión, pero yo
creo que lo que Manuel Esperón y Ernesto Cortázar, siendo jaliscienses de Los Altos
L A PRODUCCIÓN IMAGINARIA DEL CHARRO 123
de Jalisco, hablaron de la vida campirana y del charro jalisciense a través de las inter-
pretaciones de Jorge Negrete que cantó «El charro mexicano», «Esos Altos de Jalis-
co», «Ay, Jalisco, no te rajes», «Yo soy mexicano», ese tipo de situaciones donde decía,
por ejemplo esa letra que dice «traigo corbata de seda que en el cuello se me enreda y
al calor de mi zarape yo cobijo una ilusión», está describiendo «soy el charro mexica-
no, noble, valiente y leal, de su pueblo siempre hermano», algo así; creo que habla de
valores muy puros de lo que era nuestra identidad ¿no? Incluso creo que la charrería
les debe un reconocimiento y un homenaje a Manuel Esperón, a Ernesto Cortázar y a
Jorge Negrete, no hay que verlos como ajenos a la charrería. Incluso, se lo debemos a
otras gentes del arte y de la cultura jalisciense que también mucho han hecho por
difundir esta tradición y esta identidad ¿no? (Entrevista con Jorge Rivera, 25/VI/2002)
A partir de los diez años de edad tuve la oportunidad de ser invitado por el entonces
presidente municipal de Guadalajara a participar en los eventos de hermanamiento de
las ciudades de Tucson, Arizona, representando a Guadalajara, y a partir de ese mo-
mento me fui proyectando, tal vez, o relacionando, y he sido convocado a asistir aproxi-
madamente en veinticinco países, a distintos eventos, pero siempre portando el traje
de charro, siempre representando a la charrería. Creo que ha sido muy interesante,
por ejemplo, llevar una partecita de lo que es nuestra identidad nacional a Egipto o a
Grecia o a Bélgica; resulta muy, muy importante, aunque parecería efímero y sin ra-
zón, pero resulta muy importante porque cuando uno está haciendo su participación,
su actuación, uno debe tener conciencia de que esos breves instantes uno se convierte
en la imagen de todo México, y entonces tiene uno que hacerlo con toda confianza,
con toda responsabilidad y tratar de hacer las cosas lo mejor posible, identificando
que la idea que la gente que lo está observando a uno se forme en ese momento va a
ser el estímulo que tenga hacia nuestra patria. Una ocasión especial fue la invitación
que me hicieron a la Feria Europalia, que es un evento que se organiza para los países
que participan en la Comunidad Económica Europea. Evidentemente México no per-
124 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
tenece a ésta; sin embargo, por gestiones gubernamentales, por única vez se le dedicó
ese evento Europalia a nuestro país, en el año de 1993. Entre otros, hubo muestras de
cine mexicano, se trasladó gran parte del acervo del Museo de Antropología e Histo-
ria, infinidad de eventos de carácter político, económico y cultural se desarrollaron en
Bruselas, que es la sede de la Comunidad Económica Europea; y entre toda esta serie
de actividades, se desarrollaron exhibiciones de charrería. Las tuvimos que hacer usan-
do ganado de lidia, usando caballos que se transportaron desde Estados Unidos —por
asunto de cuarentena—, todo ese tipo de situaciones, no logramos posibilitarlo de
otra manera. Llevar caballos y ganado mexicano era más complicado, porque tenía-
mos que trasladarlo a Estados Unidos, luego de Estados Unidos trasladarlos a Euro-
pa. En un estadio donde se construyó un lienzo charro móvil, en el estadio Eiseld, en
Bruselas; bajo techo se construyó un lienzo para 7 mil personas. Tuvimos varias actua-
ciones, todas con un lleno impresionante, los boletos se agotaron, el evento fue en
septiembre y los boletos estaban agotados desde julio. Íbamos un grupo que hacíamos
una exhibición, no era una competencia, pero sí realizamos todas las suertes, e inclu-
so escaramuzas charras, exhibiciones de floreo, se bailaba el Jarabe Tapatío; iba un
cantante que vestía de charro, cantaba la música mexicana. Pero en medio de toda esa
dinámica fuimos invitados a participar en un desfile, en una concentración en la plaza
mayor de Bruselas (que ahí habrán sido todos los acontecimientos que usted se pueda
imaginar porque fue fundada en el siglo XI, entonces estamos hablando de tantos si-
glos de existencia de esa plaza ¿cuántos acontecimientos importantes de la historia
mundial no habrán sucedido ahí? De tal manera que tiene una magia muy especial, el
simple hecho de pararse ahí como que se transporta a otras épocas y empieza uno a
fantasear). Ahí acudieron entre el público asistente, todos los mexicanos que usted se
pueda imaginar que vivieran en Holanda, en Francia, en España, en todos los países
europeos aledaños a Bélgica; pero además, todos los europeos que hayan tenido la
curiosidad o el gusto por asistir. Ahí nos encontramos, coincidentemente —no estaba
preparado—, al grupo folclórico de la Universidad de Guadalajara que iban a tener
una presentación, a los Voladores de Papantla —que lamentablemente no pudieron
presentarse por el riesgo que implicaba, había llovido y el piso del lugar, era un piso de
piedra que con la lluvia se tornaba totalmente resbaloso— se suponía que íbamos a
desfilar montados a caballo, pero no pudimos porque era muy fácil que los caballos se
hubieran caído, se hubieran resbalado aunque hubiéramos caminado, de tal manera
que lo único que pudimos hacer es que me hicieron el favor de invitarme a dar una
L A PRODUCCIÓN IMAGINARIA DEL CHARRO 125
Ser charro es ser mexicano; ser charro es tener mucha conciencia de representar a
México, y ahora resulta que vemos que los demás mexicanos te voltean a ver como
126 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
bicho raro. Aquí hubo una comida que le hicieron a un representante del papa cuando
el gobierno no tenía relación con el Vaticano. Y vino ese señor cuando yo estaba re-
cién casada (en los años cincuenta), hicieron una cena que fue toda la flor y nata de
Jalisco, de Guadalajara, y los charros fueron; no sabes cómo iban vestidos, como prín-
cipes, como Maximiliano, mis cuñados de gala, su traje negro de plata, sus zarapes
blancos, chulísimos. Y, no te voy a decir nombres, pero la hija de un banquero, al
verlos entrar dijo «¿que va a haber variedad, va a haber mariachi?», y a su papá casi le
dio el ataque, porque Carlos Sánchez Llaguno [un charro de Guadalajara] era presi-
dente del banco de comercio, entonces le dijo «discúlpate con los señores, es don
Carlos Sánchez, es don Ricardo Zermeño, es don Antonio». Pero, te digo, entre uno
mismo hay una ignorancia grandísima, creen que el charro es el tirado de borracho,
tirando de balazos. ¿Sabes qué?, ahora con los encuentros internacionales del mariachi,
han enseñado sobre todo a los mariachis a vestir de charros porque, alguien que sabe,
a leguas conoce quién es mariachi, quién es charro. Nada más de verlos. Una anécdota
preciosa es aquella de cuando, hace algunos años, vinieron el rey Juan Carlos y la
reina Sofía de España, que les hicieron una comida en el Hospicio Cabañas. Entonces
entre los invitados estuvo mi hermana Juanis con su esposo, Carlos Sánchez Llaguno.
Todo el mundo iba elegante, pero él iba de charro, se vestía como un príncipe, además
de que él vestía de charro diario, nunca vistió de otro modo. Entonces Carlos estaba
ahí, y ya salió alguna persona —quién sabe quién sería— para decirles que a los reyes
no se les saludaba de mano, que cuando el rey llegara, le iban a presentar a cada
persona y que todos inclinaran la cabeza y era suficiente, no fueran a meter la pata. Y
así fue. Y fue el rey caminando, pues era mucha gente, y fue caminando mesa por
mesa, todos de pie y le decían «Don fulano de tal con su señora», y sin saludar; y así
recorrió a todos los invitados. Y cuando llegó con mi hermana y con Carlos, le dicen:
«don Carlos Sánchez Llaguno, de los Charros de Jalisco», y entonces el rey y la reina
estiraban su mano, y él estaba quieto, y mi hermana, «Carlos, Carlos, te están saludan-
do», y ya estiró su mano también y los dos los saludaron de mano. ¿Tú cenaste alguna
vez con Tito de Yugoslavia? Yo sí, yo sí. Estrenamos el jardín del parque Alcalde. Ese
lo estrenamos con la cena a la señora esposa del generalísimo, de Tito de Yugoslavia.
Y también fue muy bonito porque para despedirse se hizo una valla grandísima de
todos los invitados; él quiso una noche mexicana y donde terminaba fuimos los cha-
rros, los que cerrábamos hasta la puerta, de un lado y de otro, los charros; las esposas
con rebozo y los señores de charros, mi esposo y todos. Y ellos venían también salu-
L A PRODUCCIÓN IMAGINARIA DEL CHARRO 127
dando y saludando, haciendo caravanas para un lado y para otro y donde toparon con
los charros, el señor comenzó a saludar de mano y la señora del otro lado. Pensamos
que no nos íbamos a lavar la mano ya nunca más. Era el gobernador el señor Limón, y
no sé por qué era gobernador sustituto, yo creo que porque se fue, ha de haber sido
don Juan Gil Preciado que se fue al gobierno, a México, y quedó de interino. Así pues,
te digo. Somos los rancheros y por otro lado los que tuvieron el honor de estar presen-
tes en esas ocasiones. El generalísimo, don Francisco Franco, recibió a los charros de
México; fue en una ocasión que fueron invitados a ir a Europa y dicen que sus guardias
—no sé cómo se llaman allá, pero como guardias presidenciales—, se les pararon los
pelos así cuando vieron que entraron todos los invitados con su elegante traje charro
y fajada la pistola; fíjate, es que lo cuidaban, ya ve que eran tiempos en que... Y se hizo
el alboroto y ya él preguntó que qué pasaba y ya le dijeron que venían los de México
todos armados, y que todos estaban armados, porque la pistola era parte de ellos.
(Entrevista con Blanca Barba, 4/XI/1999)
La primera vez que fui invitado a Palacio Nacional por la señora Echeverría (esposa de
Luis Echeverría, presidente de México de 1970 a 1976), fue con la visita de la reina
Isabel de Inglaterra; entonces hicieron una gran cena en el patio central de Palacio
Nacional y yo acudí vestido de charro, con mi pistola fajada y cargada; yo tenía 16
años y actué como en mi casa, como en el lienzo, con cámaras de televisión, la mesa
de honor enfrente, donde estaba el presidente de la república, el secretario de Rela-
ciones Exteriores, la reina Isabel, el príncipe Felipe, su esposo. Terminando yo de
hacer mi exhibición, yo me equivoqué porque tuve el infortunio de que las suelas de
mis zapatos por ser de vaqueta, se tornaron resbalosísimas porque ponían una alfom-
bra de barbitas de pino en todo el patio, entonces para cruzar de donde yo estaba al
centro de donde estaba el escenario se me hicieron muy resbalosas y en un descuido
me resbalé y se me enredó la soga al estar haciendo las suerte. Al término, estaba yo
recogiendo mi soga, se me acerca un guardia del Estado Mayor Presidencial y me dice:
«dice la señora Echeverría que si pasas a la mesa, quiere hablar contigo», conociendo
el carácter fuerte de la señora Echeverría, y yo teniendo 16 años, pensé que me iba a
llamar la atención. Y la verdad es que fui con cierto temor; llego con ella y me da un
beso en la mano y me dice: «te mandé llamar porque el presidente quiere hablar conti-
128 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
go». Paso, saludo al presidente y el presidente me dice que me mandó llamar porque
quería que saludara a la reina Isabel. En ese momento y a mi edad y con un desconoci-
miento del protocolo, de repente no supe qué hacer, pero tomé una decisión y yo sabía
que tenía que existir un protocolo, pero sin embargo decidí que no era mi reina, que si
bien era la reina de Inglaterra, no era la reina de México. Y por lo tanto, decidí sola-
mente darle la mano, quitarme el sombrero y saludarla, igual al príncipe Felipe, espo-
so de la reina. Pasaron los años y luego se viene la crónica mundial de la boda del
príncipe Carlos con Lady Di. Y en la crónica describen que el consuegro de la reina
Isabel, al bajarse del carruaje no podía darle la mano para auxiliarla a bajar del carrua-
je porque solamente la pueden tocar sus consanguíneos directos, es decir, sus hijos y
su esposo. Queda para comentárselo a mis nietos que yo pude saludar a la reina. Pero
luego, hablando de la señora Echeverría, pasan los meses, pasa un año casi y me vuel-
ven a invitar a Palacio Nacional a dar otra exhibición con la presencia del sha de Irán.
Para entonces, sabiendo ya cómo era el manejo del evento, me preparé con suelas de
plástico en mis botines, envolví mi soga para que la temperatura de la humedad y todo
eso no modificara el temple, estuve muy listo para el momento de la exhibición e hice
una gran exhibición. Y entonces, nuevamente llega un guardia del Estado Mayor, me
dice: «dice la señora Echeverría que pases a la mesa de honor»; esa vez ya no sentí
temor, me acomodé la corbata y fui a saludarla, me saludó con mucho cariño, como
siempre, me preguntó por mi mamá y me dijo: «te mandé hablar porque el presidente
quiere hablar contigo». Saludo al presidente y casi me desmayo de la impresión que
me causó al decirme «te felicito, hoy lo hiciste muy bien, no te equivocaste». Un año
después, que un presidente de la república, con todos esos problemas que le ofrece el
cargo, haber tenido la retentiva de darse cuenta que un año antes yo me había equivo-
cado; yo a la mejor ya ni me acordaba y me dice: «te mandé llamar porque te quiero
presentar al sha y quiero que me hagas favor de traer tu soga para que te vea aquí de
cerca, cómo haces las suertes». Y volví a hacer otra exhibición ahí junto a la mesa. El
shá de Irán, en ese momento, a través de un intérprete, me invitó a Irán; lamentable-
mente se atravesó el Ayatola y no se dieron las cosas. Pero son cosas que no le queda
a uno más que entender que esto uno lo debe de hacer con toda la responsabilidad que
implica, con todo lo que represente tal y cuál situación. A ver, cómo es posible que un
presidente diga: «a ver, yo necesito que venga esa persona para enseñárselo a mi invi-
tado de primer nivel que es el sha de Irán». O que hayan tenido la necesidad de invitar-
me cuando vino Kurt Waldheim, que después fue presidente de Austria y en ese mo-
L A PRODUCCIÓN IMAGINARIA DEL CHARRO 129
mento era secretario de las Naciones Unidas. No sé, yo creo que son situaciones que
afortunadamente yo sí he podido aprovechar para promover la charrería. (Entrevista
con Jorge Rivera, 26/VI/2002)
Hemos visto, pues, cómo los caminos por los que se ha producido la
dimensión imaginaria del charro como figura nacional han sido diversos y
largos, pero sobre todo, efectivos. El charro ha dado la vuelta al mundo repre-
sentando a México y es identificado con éste en todas partes.
Sin embargo, ¿de dónde surge ese personaje, ese charro que representa
a México? Se ha señalado ya que los patrones que describen a la sociedad
jalisciense (machismo, charros, y otros) fueron convertidos, por un simplista
proceso lógico de tornar universal lo singular, en paradigmas de la «mexicani-
dad nacional» (Meyer citado por Serrera, 1991: 185); es decir, es claro que el
símbolo nacionalista mexicano es un símbolo de una de sus regiones: de Jalis-
co y su región. Sin embargo, ese proceso lógico al que hacemos referencia
conlleva elementos bastante más complejos de lo aparente, ligados a las nece-
sidades históricas de consolidar la unidad nacional, a las negociaciones cen-
tro-región políticamente necesarias y a otros elementos que intentaremos ex-
plorar más adelante.
El proceso por el cual el charro representa a Jalisco y no a cualquier
otra región del país, está relacionado con la importancia que, en la configura-
ción regional, tuvo ese importante sector de la población dedicado a las acti-
vidades agroganaderas durante largo tiempo y que fue capaz de generar en
torna a éstas una serie de manifestaciones culturales y folclóricas de gran
riqueza. Estas manifestaciones culturales fueron haciéndose extensivas, en el
imaginario nacional, a toda la sociedad occidental de México. A partir de es-
tos datos es que se puede explicar que la charrería, en esta parte de México,
haya tenido en la misma historia de la configuración regional y en la forma-
ción de su imaginario cultural un papel importante, y que tenga aún ahora un
significado especial que a continuación exploraremos.
« P AT R I A , M U J E R Y C A B A L L O » :
JALISCO Y SUS CHARROS
Aquí, precisamente aquí, es donde hay que buscar las más hondas raíces de la perso-
nalidad histórica de Guadalajara y su región, y no en otros elementos más o menos
superficiales aireados por viajeros y folcloristas. Aquí es donde hay que encontrar la
esencia de la filosofía «charra» que tanto define a un sector concreto de la sociedad
rural del territorio. Y es aquí igualmente donde se encuentran los más firmes cimien-
tos de la conciencia regionalista de Jalisco (Serrera, 1991: 184).
[131]
132 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
tidos por generaciones en la misma forma (Peterson, 1982). Sin embargo, en-
tendemos este elemento como algo producido y sostenido por las mismas
comunidades, y no como alguna especie de esencia inmutable solamente trans-
mitida a lo largo del tiempo; en este sentido, podríamos hablar de una tradi-
ción inventada:
A SOCIACIONES Y LIENZOS
En cuanto al particular proceso de institucionalización de la charrería jalis-
ciense, tenemos como anécdota inicial el forzado registro de la «asociación
madre» de todas las posteriores en el estado: Charros de Jalisco. Es O. Chávez
(1993) quien narra que, en 1940, Silvano Barba, siendo gobernador del estado
de Jalisco, donó un terreno para la construcción del lienzo Miguel Aceves
Galindo con una condición: que Charros de Jalisco se constituyera oficial y
formalmente en una asociación —«se federara»—, con lo que rompió el espí-
ritu rebelde de esta agrupación y creó vínculos políticos con los charros, quie-
nes comenzaron a ser un emblema nacional en disputa entre las diferentes
tendencias políticas en el panorama nacional.
Esta versión es detallada por don Pablo Barba, quien relata que en 1939,
siendo gobernador de Jalisco Silvano Barba González, y el presidente de Cha-
rros de Jalisco don Andrés Z. Barba (ambos primos segundos, lo cual explica-
ba una relación cercana con buena comunicación y confianza), se construyó
el primer lienzo charro en Guadalajara, en un terreno que donó el Congreso
del Estado de Jalisco a Charros de Jalisco, donde habían estado anteriormen-
te unas ladrilleras. «El terreno era muy abrupto y hubo que rellenarlo». Don
Pablo recuerda todavía que cargó ladrillos en la cabeza para hacer las bóve-
das, la terraza y las primeras graderías. Fue el año 39: «yo tenía 16 años».
Desde entonces su vida quedó ligada al lienzo charro tan emblemático de la
charrería local, y fue el encargado del lugar hasta el año de 1968, más o menos.
Cuenta don Pablo que Charros de Jalisco fue formalizada como asocia-
ción charra por su padre con el nombre «Charros de Jalisco, asociación civil»
en 1939, a pesar de haberse resistido a la invitación de la Asociación Nacional
de Charros para hacerlo en los años anteriores y haber permanecido solamen-
te como agrupación. Esta resistencia, muy al estilo Jalisco, muestra la posi-
ción de los charros locales, acordes con el regionalismo autonomista y
confrontador del poder central que todavía ahora se siente entre los charros.
«P ATRIA , MUJER Y CABALLO »: J ALISCO Y SUS CHARROS 135
1
Miguel Aceves Galindo nació en 1878 en Cerro Gordo, municipio de Tepati-
tlán, en Los Altos de Jalisco; fue ampliamente reconocido como un charro de
grandes habilidades en todo el país. Cfr. Gallegos Franco, 1996: 73-74.
136 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
Mi papá se fue a Coahuila a atender su rancho «El Caballo». Ese rancho don Manuel
Ávila Camacho se los ofreció a cinco ex hacendados de aquí y, dice la resolución de la
Cámara de Diputados, que autorizan que esos terrenos (eran de unos americanos),
sean un criadero de ganado precioso; un rancho de 66,000 hectáreas, cuarenta kilóme-
tros de norte a sur por veinte de oriente a poniente, todo circulado de alambre, y yo
sin una bicicleta en qué andar tenía que revisarlo todo. Para dar vuelta en caballo a
todo alrededor duraba tres o cuatro días, cambiando dos o tres caballos. Al fin de
cuentas les dieron el terreno en abono de lo que valían, de lo que le expropiaron aquí
en Jalisco. Y esto, la caja de préstamos, la Nacional Financiera, prestó 2’800,000 pesos
de aquellos tiempos, con el aval personal de don Manuel Ávila Camacho por la amis-
tad e intimidad que tenía con mi papá. Todo salió bien, pero se viene la aftosa, cierran
la frontera, el mercado de ese ganado era al otro lado y reventaron. Todo el mundo
empezó a querer correr y mi papá a querer sostener y llegó el momento en que les
compramos a todos, en partes. Se vendió todo lo que había aquí para hacer esa opera-
ción. Yo tenía aquí en Potrerillos 1,500 reses de lidia y 1,500 reses cebú y todas tuvie-
ron que venderse para pagarles y toda la familia quedamos sin centavos, pero con un
rancho muy grande allá en el destierro. Lo pagamos hasta el último centavo, hasta más
allá de los 2’800,000; era a siete años… (Entrevista con Pablo Barba, 18/II/2002)
Entonces que él [don Andrés] se fue, pues ya el grupo de charros… ahí ya no hubo
charreada, se paró todo, ya no estaba él; y entonces empezaron a organizar, empezaron
a nombrar a otros charros presidentes y luego empezaron también a tener que cobrar
la entrada; era una vergüenza que cobraran cinco pesos la entrada, no queríamos casi
ni ir porque el charro nunca había cobrado. Y entonces se empezó a tener que cobrar, y
él venía y seguía al pendiente de todos. (Entrevista con Blanca Braba, 4/XI/1999)
El gobernador pidió autorización al Congreso del Estado para donar ese terreno para
la charrería; el Congreso lo autorizó y nombró a mi papá y al secretario de Gobierno,
licenciado Guzmán, para que firmaran escrituras ante notario; nomás nos exigieron
formar la Asociación de Charros legalmente porque era un grupo de charros y era
Charros de Jalisco pero no estaba registrado oficialmente. Aquí es donde se finca la
«P ATRIA , MUJER Y CABALLO »: J ALISCO Y SUS CHARROS 137
discordia nacional en la que por una parte se afirma que la Asociación Nacional es
más vieja que la de Charros de Jalisco. Era más vieja porque se formalizó antes, pero
Charros de Jalisco se había formado ya antes que ellos. La Asociación Nacional sí es
más antigua que Charros de Jalisco porque se fundó legalmente, me parece que el año
del 22 o el 23; y Charros de Jalisco se hizo formal hasta el año de 39 para que el gobier-
no nos pudiera ceder el terreno. (Entrevista con Pablo Barba, 18/II/2002)
Cuando tiene uno tantita vergüenza, y sabe lo que es el compromiso de ser charro, se
tiene el compromiso de devolver lo que a uno le han dado. En 1955 empecé un grupo
del equipo infantil juvenil de Charros de Jalisco, eran alrededor de 20 o 25 muchachos,
tuve que responderles… De esos muchachos de entonces, ahora son los principales
138 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
charros, tales como Javier Sánchez, Salvador Sánchez, Daniel, Carlos, el hermano,
Miguelito Franco, Roberto Pérez Verdía, el doctor Nacho de la Torre, Rafael, su her-
mano, Pablo, mi hijo, mi hijo mayor, era de los tres más grandes de ahí, Chuyín Aceves,
mi sobrino, ya murió. Creo yo que no los hice charros, sino que los inicié en la charre-
ría; y le digo que no los hice porque muchos de ellos hacen ahora lo que yo nunca hice.
Por ejemplo, con la soga, manganear y todo eso, yo lo hacía, pero sencillo; y ahora es
una cosa de muchos adornos. (Entrevista con Pablo Braba, 18/II/2002).
Vemos en estas palabras que los charros mayores tomaban bajo su car-
go la transmisión de la charrería a las nuevas generaciones, construyendo de
esta manera vínculos generacionales muy fuertes, así como lazos de fraterni-
dad, camaradería, respeto y lealtad entre los miembros de Charros de Jalisco,
que fueron fundamentales para dar a esta agrupación una solidez particular.
Hay que decir, sin embargo, que estos lazos con el tiempo se han ido desgas-
tando y —probablemente debido a su crecimiento excesivo—, ha ido desapa-
reciendo el tejido de vínculos personales y estrechos, dando paso a una serie
de conflictos y fracciones internas que también han minado la solidez y la
imagen de la asociación. Estos conflictos, que antagonizan a ramas distintas
de una misma familia, tienen que ver también con las distintas posiciones que
en el transcurso del tiempo se han ido tomando en relación con el manejo del
lienzo, pero también con la manera de comprender y vivir la charrería.
La mayoría de las gentes que están ahí ya no son socios ni accionistas, y muchos de los
que tienen acciones creo que han tenido problemas, por ahí hasta han ido al juzgado;
conmigo vinieron unos señores y les dije: yo no tengo nada que decirles a ustedes,
para cinco o seis acciones que yo tengo, no vale la pena; además ese lienzo lo hicimos
para el fomento de la charrería y mientras no estés trabajando en eso, hagan de cuenta
que yo no oigo. Ahora, a mí que le quieran dar otro uso, pues no me parece. El lienzo se
hizo para la charrería y en eso tiene que usarse. (Entrevista con Pablo Barba, 18/II/
2002)
legitimidad de la propiedad del lienzo. Esto ha ocasionado que los charros que
aún viven de la generación de «Los Bigotones» prefieran dejar la charrería:
Llegó el día en que Tito Sánchez —el papá de Javier—, y yo, diario chocábamos en
todo lo que tenía que ver con el manejo de la asociación; pero no de pleito, sino de
manera de pensar. Y salía yo de presidente y entraba él, y salía él y entraba yo. El
manejo de centavos siempre fue entendido de maneras distinta, desde entonces él
se buscó la forma de arrimarse alguna ayuda para poder subsistir. Era muy diferen-
te en su manera de pensar que yo, era muy liberal, le gustaba mucho amistar y le dio
mucha vida a la asociación, pero a un costo grande y lo pagamos entre todos. Yo no
estaba de acuerdo. Y todo iba bien hasta que un día empezó a haber dificultades con
algunos de mis muchachos. Entonces llegué a la conclusión de que si yo ya había
gozado el deporte durante cuarenta años, ya lo había aprendido, lo había logrado y
ya había hecho un grupo que iba a seguir haciéndolo ¿qué iba a seguir?, y si en lugar
de comprar diversión, estoy comprando pleitos, así es que lo mejor, por cariño a la
asociación y al deporte, es no estorbar, yo ya estoy viejo, en ese tiempo estaba per-
fectamente y ahorita sí estoy viejo. Opté por retirarme. Desde el año del 69 no he
ido más a un lienzo, más que en tres ocasiones: a inaugurar el de Tonalá, de don
Camerino González, que me invitó el ingeniero que lo hizo; otro día que me invitó
Alejandro Arenas a su lienzo que tiene el Triángulo, a entregar un reconocimiento; y
un día fui al Zermeño, una fiesta escolar de mis hijos, entraron e hicieron el equipo
y se metieron a charrear.
Fundamos La Alteña Jesús González Gortázar, yo, Luis Ortiz, Álvaro Aldrete, los
Guzmán, los Ontiveros, los Navarro… en fin, una palomilla, ya no tengo fotos, y tenía
algunas fotos, pero ya no las tengo, no las tengo aquí, las tengo en la casa. Espuela de
Oro, Espuela de Plata de la federación y presidente honorario de los Charros de la
Tapatía y de los de Pegueros; anduve en Pegueros. En fin, anduve mucho tiempo en
eso. Entonces, cuando se pudo formar la asociación, pues, o cuando llegaron los Gon-
zález Gallo aquí (éramos ya amigos porque tenemos primos comunes), entonces pues
éramos muy amigos e íbamos a Huerta Vieja, pero a jinetear y a montar a caballo y todo
eso; y de ahí nació la cosa de formar una asociación, Carlos Sánchez, que en paz des-
canse, Pablo Barba, que todavía vive, nos ayudaron a formarla. «Los Bigotones» nos
ayudaron a formar la asociación y luego, como en todas estas cosas, sobre todo de a
caballo, la gente es egoísta, si no entra en el equipo en una charreada, entonces él se
junta con cuatro y forma otra asociación, por eso hay tantas asociaciones. Son 116 en
el puro estado de Jalisco, y son las registradas, pero hay muchas que son, sobre todo en
los pueblos, hay en todos los pueblos. Te voy a decir, en Lagos de Moreno hay, creo, tres
o cuatro asociaciones; en Arandas hay tres asociaciones de charros. Aunque difícil-
mente se juntaría una bien buena ¿verdad? Pero en fin. Ahora ya no, ahora ya se hizo
profesional todo esto, ya se me quitó la idea también. Por eso te decía que a mí me
nació eso porque mi abuelo fue ranchero y a mí me gustaba mucho el rancho, iba a
Huerta Vieja y andábamos ahí en la charrería. Pero nunca pude ejercerla hasta que fui
mayor de edad, entonces sí ya, dije, yo me voy a hacer charro. (Entrevista con Hugo
Barragán, 24/I/2002)
había más que Charros de Jalisco. Todos muy jovencitos, empezamos a platicar y
creímos que, pues los grandes no nos daban chanza de realizar las suertes, nos tenían
como jinetes, como ayudantes, entonces no nos parecía; empezamos a que vamos a
hacer una asociación, formamos La Tapatía de Charros, que fue la segunda asociación
de aquí del estado, Tapatía de Charros; de aquí en Guadalajara. Es que en los pueblos
ya había: en Lagos de Moreno, ya había, en Tepatitlán, en varias partes ya había asocia-
ciones; pero aquí fue la segunda que se formó. (Entrevista con Alfonso Rodríguez, 11/
VI/2002)
La Alteña nació de nosotros, de una escisión de La Tapatía porque uno de los charros,
Armando Navarro, para ser más exacto, quería ser presidente y juntó por ahí a unos
miembros de la asociación; metió uno, dos nuevos y juntó un grupo, y con los más
jóvenes nuestros iba a ganar la votación. Resulta que los muchachos hablaron con
los viejos de nosotros: «nombre, no les crean, lo que pasa es que así y así y asá»; y era
un poquito, una manera un poquito diferente de ver la charrería de ese grupo. Pues
no ganó, se salieron y formaron La Alteña; luego de La Alteña, Regionales de Occi-
dente (que son charros por accidente, los de occidente). Así es esto de la charrería,
muchos conflictos y, como resultado, asociaciones nuevas. Por ejemplo, los Charros
de Jalisco, se escindieron; los Sánchez Llaguno —los hijos de Carlos—, formaron la
Carlos Sánchez Llaguno; los Aguilera han estado formando dos o tres asociaciones...
La gente de a caballo es conflictiva; si es en el salto hay conflictos, y se forman clubes
y clubes y clubes; si es en la charrería, hay conflictos, y se forman asociaciones por
todos lados. En lo único que no ha habido mucho conflicto es en el polo porque si
hay, entonces el polo se acaba, ahí apenas si ajustan, si se retira uno entonces se
acabó el polo. Luego, todo lo de a caballo siempre, siempre hay lío, es que la gente es
problemática, es que es gente de mucho carácter y de centavos, en lo general. Se
144 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
pelean y muy en serio, pero yo no diría que son violentos; yo el único pleito violento
que he sabido o que me ha tocado vivir es el de Guillermo Becerra y Miguel Navarro,
que por una tontería de la exclusión en un coleadero que organizaba Becerra, que no
había invitado al otro y que estuvo echándose sapos y culebras, que él le pagaba, que
él lo mantenía y no sé cuanta cosa; el caso es que se hicieron de palabras y los dos
eran bravos, Miguel era campeón mexicano de tiro, Guillermo Becerra era cabo; se
dieron de balazos, se mataron los dos ahí en el lienzo Zermeño. (Entrevista con Hugo
Barragán, 24/I/2002)
En donde había exposiciones ganaderas, ahí se hacía algo para charrear, pero de
troncos, de palos, de lo que se podía, nada más, y ahí se charreaba. Pero entonces ya
luego fue cuando se empezó a construir el lienzo para Charros de Jalisco; todas las
tardes nos íbamos la familia ahí, él [don Andrés Z. Barba] trabajaba desde muy tem-
prano y después de comer, al lienzo, a ir viendo como iba creciendo cada piedra, cada
ladrillo. Éramos familias de charros. Familias como los Ramírez. Era una familia grande;
el mayor de ellos era Ramírez Ramírez, un hombre como pocos de sencillo; y él ense-
ñó a muchos de los muchachos a muchas cosas, conocía muchísimo de ganado, y era
parte fundamental de esa familia; y seguían muchos hermanos. Era un poco curioso
porque se juntaban todos a charrear, pero también se juntaban para ir al Teatro Dego-
llado. A los charros les gustaba la ópera y les gustaban, sobre todo, las operetas y la
zarzuela. Siendo rancheros tenían gusto por todas esas cosas; en esos primeros gru-
pos que conocí estaban los Sánchez Llaguno, los Zermeño, Ramírez. De todos esos
muchachos se formó el equipo que luego tuvo mucha fama, y que se componía de los
hijos de los señores —como mi papá—; con ese equipo nació la fama de Charros de
Jalisco. Les llamaron «Los Bigotones», y eran mi hermano Pablo, Ricardo Zermeño,
«El Gallo» Zermeño y luego los Ramírez, todos ellos, había un charro que se llamaba
«Barranca», Salvador Sánchez, «Barranca»; ya no volví a saber de él. Y todos eran las
familias y los acompañábamos todo el tiempo. Así era, pues, al principio la charrería;
ellos pobremente, sencillamente, porque muchos se habían quedado sin nada, pero la
charrería ahí estaba, a como se pudiera. Era muy curioso porque no se cobraba la
entrada, y el charro —como mi papá— que era el viejo, el que todo quería dar, ponía
lo necesario; en mi casa se mataban venados para que hubiera birria y mi mamá los
cocinaba en la casa; para la charreada, él llevaba todo el ganado, todas las yeguas,
todo el tequila porque tenía fabrica de tequila, y toda la comida. Y es que era fiesta
todo el santo día que había charreada y todo era por él. (Entrevista con Blanca Barba,
4/XI/1999)
Fue entonces cuando don Andrés tuvo que irse a Coahuila y que las
charreadas comenzaron a transformarse: se comenzó a cobrar la entrada y a
«P ATRIA , MUJER Y CABALLO »: J ALISCO Y SUS CHARROS 147
Esto, primero fue una tradición, se la iban inculcando a uno desde chico, entonces una
tradición, ¿de qué se originó? De los trabajos que se realizaban en el campo, todas las
suertes vienen del trabajo que se realizaba en el campo, en los ranchos, en las hacien-
das, etcétera, etcétera, de ahí vienen. Después empezaron a competir un rancho contra
otro, una hacienda contra otra, carreras de caballos, sus mejores vaqueros contra los de
la otra; en fin, se fueron haciendo competencias y ahí empezaron a hacer esto. Después
del reparto agrario se concentraron en la ciudad, por lo mismo, ellos iban a los meso-
nes; entonces no había rastro, cada quién mataba su ganado, pero había mesones donde
llegaba el ganado de los ranchos, de los pueblos y se juntaban ahí a comprar, a vender,
a traficar con ganado, y se empezaban a juntar ahí los charros; y habiendo ganado y
habiendo todo, pues de vez en cuando se ponían a pialar, se ponían a jinetear, se ponían
a hacer, fue cuando empezaron a nacer las asociaciones de charros, se empezaron a
hacer. Después nació la Federación, se empezaron a reglamentar las suertes, a ponerles
calificación a las suertes hasta que llegó un momento en que ya todo se normalizó, se
compite a base de puntuación, etcétera, etcétera. Las suertes son las mismas, son diez
suertes y son las mismas, de toda la vida, pero lo que ha cambiado son los reglamentos,
las calificaciones. Ahora es complicadísimo, yo siempre les he dicho a los locutores que
expliquen de qué se está tratando, la gente no sabe. Yo lo sé, ¿por qué? Porque toda mi
vida he estado aquí, pero la gente que está arriba en la gradería, mucha gente que viene
a una charreada a media charreada se va porque no está entendiendo qué es lo que está
pasando; está viendo que es una cosa bonita, en que están jugando los charros con los
animales, pero hasta ahí, pero no sabe ni de qué se trata, no sabe cuál es el fin de esto,
por qué lo están haciendo, cómo lo están haciendo, por qué valen más unas cosas que
otras, etcétera, etcétera. Pero hay veces que los mismos locutores no lo saben explicar,
sino se dedican a narrar lo que está pasando ahí, que eso lo entendemos los que sabe-
mos y los que vamos regularmente, pero no las personas que por primera vez van a una
charreada. Yo he visto, tenemos que hacer dos cosas: una, explicarle a la gente; dos,
tener escuelas de charrería en las asociaciones y, tercero, el tiempo, porque teníamos la
idea de que se divierte el que anda abajo sin importarle la gente de arriba; ahora no, la
gente de arriba es la que está manteniendo nuestro deporte. Entonces, si usted está en
148 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
una charreada y esa charreada dura más de dos horas, se levanta y se va, es más, yo lo
hago, a las dos horas de estar sentado en una grada; si hacemos una charreada en hora
y media, que es un espectáculo muy superior al rodeo, la charreada, mucho muy supe-
rior por la calidad, inclusive pues podría llamarse lo artístico de lo que están haciendo.
Entonces, caray, no estamos ahí una hora y media y verán que siempre tendremos gen-
te. Pero no ha cambiado mucho esto. (Entrevista con Alfonso Rodríguez, 11/VI/2002)
Cuando se empezó a meter la política entre los charros, todo cambió. Por ahí dicen
que «pleito de asociación, lienzo nuevo»; se pelean y entonces se separan y hacen otro
lienzo y otro, y otro, y otro. Ahorita hay treinta lienzos aquí en Guadalajara, trabajando
la mayor parte de ellos todos los domingos. O sea que la cantidad de lienzos habla más
de los pleitos entre los charros que del crecimiento de la charrería. (Entrevista con
Alfonso Rodríguez, 11/VI/2002)
Los charros son conflictivos, si no entra alguno en el equipo en una charreada, enton-
ces él se junta con cuatro y forma otra asociación, por eso hay tantas asociaciones
(entrevista con Hugo Barragán, 24/I/2002).
Se dice que lo que hace a los charros tan conflictivos es la envidia, aun-
que no son considerados como particularmente violentos.
Actualmente, para hacer los lienzos ya no se espera a que haya
donaciones de terreno por parte del gobierno, sino que depende de la capaci-
«P ATRIA , MUJER Y CABALLO »: J ALISCO Y SUS CHARROS 149
Muchos lienzos son propiedad privada, son de alguno de los miembros. Ya casi todas
las asociaciones son propiedad de familias que se dedican a la charrería y que ellos
juntan agremiados para poder hacer la actividad deportiva, pero el liderazgo lo sigue
ejerciendo la familia, la familia que en sus instalaciones hace el lienzo charro. (Entre-
vista con Alejandro Palacio, 10/VI/2002)
el buen charro… tiene como lema «patria, mujer y caballo» en ese preciso ordena-
miento que enumera sus amores. La patria, con su Dios, con sus tradiciones, sus hé-
152 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
roes y su gente. Sus mujeres, descendientes por igual de las damas altivas de Iberia
que aquí sentaron sus reales, y de las princesas moras cuyos ojos soñadores copiaron
las alteñas. Y sus caballos, herederos de la sangre y de la estampa de aquellos corceles
de Arabia que trajeron los conquistadores, y que atravesaron los territorios de Améri-
ca… (Gallegos, 1996: 73-74).
cuidándonos de poner
cada nombre en su lugar.
Sabido que es peculiar
en el charro el patriotismo
sabido es así mismo
que es galante hasta saciar
por qué venirlo a tildar
de árbol que da mal fruto
las neuras de un haragán
cuyo escrúpulo discuto.
Busco el charro y no lo hallo
que cumpliendo sus deberes
con su patria y las mujeres
se olvide de su caballo.
Nuestro emblema mexicano
sostenemos sin desmayo
«Patria, mujer y caballo
y en cada charro un hermano» (Barba, 1989: 54).
Por otra parte, vemos que en Jalisco los charros reconocen tener un
código propio que involucra valores específicos:
Hay un cierto código no escrito que observamos nosotros los charros, no está escrito,
pero sí lo seguimos conservando y lo vamos inculcando a los hijos, a las hijas, etcéte-
ra. Este código [está hecho de] muchas cosas un poquito difíciles de explicar y a la vez
medias sangroncitas, y [otras] cosas muy buenas, como el respeto a los padres, el
respeto a la mujer, el amor definitivamente por el caballo —que son más agradecidos
que las mujeres— y muchas cosas [como] la religión, muy inculcada. Y el nacionalis-
mo, definitivamente. (Entrevista con Alfonso Rodríguez, 11/VI/2002).
Veamos pues, ahora, qué contenido encierra cada uno de estos valores
que con insistencia los charros invocan como parte sustantiva de su manera
de entender el mundo.
Espíritu familiar
Este valor cobija a otros elementos vinculados, tales como la fraternidad, la
importancia de los patriarcas y charros viejos, así como una específica distri-
bución de los papeles de género dentro del ámbito familiar que gira en torno a
una particular manera de significar a las mujeres y una manera específica de
vivir la paternidad. Intentaremos analizar ahora estos elementos. Dice uno de
los charros entrevistados:
Hemos buscado lograr la imagen del charro familiar, del charro amoroso de su esposa y
de sus hijos, del charro unido a la mujer como parte de su principio. Se busca que la
mujer se integre al cien por ciento a las actividades de la asociación, porque si nosotros
dependemos de nuestras familias, la única forma sana de que la charrería crezca es
basada en que la familia participe; si yo tengo al lado de mí lo que a mí me gusta: diver-
tirme, que es la charrería, que es mi afición, si yo tengo a mi lado a mi mujer y a mis
hijos, obviamente voy a estar integrado como persona a mis actividades porque le voy a
dedicar el tiempo suficiente a mi familia y a mi afición; cuando éstos se dividen, el
lienzo charro se convierte en un lugar donde uno vive alejado de la familia o de la mujer
y esto trae como consecuencia que se generan ciertos vicios y ciertas actitudes de parte
del charro, donde hay lugares donde solamente él puede verse con sus amigos. Tene-
«P ATRIA , MUJER Y CABALLO »: J ALISCO Y SUS CHARROS 155
mos establecido, desde hace 30 años aproximadamente, que los miércoles los charros
tienen una comida en nuestra asociación en la que solamente hay hombres; pero sába-
dos y domingos, que tenemos charreada, está toda la familia: niños, hijos mayores y
señoras, abuelitos, nietos; tenemos ahí a las familias. Algunas esposas de los charros se
quejan de que ellos le están metiendo demasiado tiempo a la charrería, porque además
de la parte deportiva tenemos la parte administrativa y operativa, porque la asociación
tiene que llevar trabajo y todo lo hacemos por afición, no cobramos un centavo por ello;
y el tiempo que se le dedica es muy grande, entre lo administrativo, operativo y deporti-
vo. Entonces, las señoras se quejan de que el marido se la vive en el lienzo, porque ahí
tenemos nuestras reuniones y ahí tenemos las actividades de organización y además las
deportivas, obviamente; entonces yo les digo: «señoras, es que esto es tan fácil como
que ustedes son parte de esta casa; hagan de cuenta que esta es su casa y ustedes tienen
que vivir aquí, vengan a su casa y ustedes van a sentirse integradas; que cuando venga el
charro, venga también la familia, no solamente el charro, no solamente el hombre solo,
que venga la familia y eso le va a dar una felicidad al charro, tener a su familia a su lado
le va a dar más tranquilidad». (Entrevista con Alejandro Palacio, 10/VI/2002)
Antes a las señoras no las llevaban los charros a las charreadas, ni a la familia tampo-
co, iban ellos, se emborrachaban y hacían sus cosas. Bueno, esto de darle espíritu
familiar empezó prácticamente a raíz de que nosotros fundamos la Tapatía porque a la
primer charreada, que la hicimos precisamente en el lienzo de Charros de Jalisco,
pues asistió Cristina González Gallo, doña Paz, sus hermanas, todo mundo, fue una
cosa muy chica, entonces nosotros tuvimos que llevar en esos tiempos a las novias, ya
los que estaban casados a las esposas; y ya se le empezó a dar otro cariz a la charrería,
más familiar. (Entrevista con Alfonso Rodríguez, 11/VI/2002)
156 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
El charro viejo es muy respetado, yo creo que es un símbolo, primero que nada por su
edad, segundo, porque es de quien heredamos la tradición, y tercero, por lo que preci-
samente simbolizan: el ejemplo de ese hombre bueno, de ese hombre sano que se
dedicó al deporte, que sigue conservando y preservando las costumbres mexicanas, al
grado tal que seguimos usando la misma indumentaria que era la indumentaria que en
aquella época se vestía; …el charro viejo es el símbolo de nuestras tradiciones, el que
nos enseñó a vestirnos, el que nos enseñó a charrear, el que simboliza la continuidad
de nuestra herencia, de que nosotros hayamos podido recibir ese legado. Realmente
es un orgullo ser charro porque somos esa minoría que está conservando la mexicani-
dad, a costa de lo que venga, y lo vamos a seguir haciendo, la charrería no va a morir,
al contrario; ni la tradición mexicana, la vamos a seguir llevando para delante. (Entre-
vista con Alejandro Palacio, 10/VI/2002)
Siempre se considera al charro mayor, al más grande de la casa como una institución,
como alguien que te va aconsejar qué hacer, qué decir, qué no hacer, qué no decir y si
te puede ayudar en tu competencia, pues mucho mejor. Al padre siempre se le consi-
dera un lugar aparte. Se reconoce mucho la autoridad pues es todo, es tu padre, es el
que te dio la vida y el que te ayudó a todo. (Entrevista con Adán Leyva, 4/V/1999)
en las manos masculinas, y su transmisión por esa vía. Sin embargo, es muy
interesante el juego ambiguo que se expresa en los dichos tales como «En el
lienzo manda el caporal, y en su casa, su mujer». Las bromas y los chistes sobre
el tema de las mujeres que dominan a sus maridos son recurrentes y contienen
significados importantes para el mundo del género en la charrería.
Debe decirse que en el ambiente familiar, el desempeño de los charros
con sus hijos no tiene que ver con el de otros modelos masculinos desapegados
y ausentes: los charros saben que el niño se hará charro si ellos los introducen
en ese universo y si con ellos aprenden a serlo. Es frecuente ver en las fiestas
charras, antes o después de éstas, a los jinetes paseando en la silla a sus hijos
pequeños, y destinan mucho de su tiempo y atención a los hijos. También a las
hijas, cuando éstas ingresan al mundo charro por la vía de las escaramuzas, ya
que el cuidado y arreglo de los animales para sus entrenamientos y competen-
cias, por ejemplo, es también un asunto de varones. La paternidad charra con-
lleva estos presupuestos que hacen referencia a la incuestionable autoridad
masculina, aunque la mayor parte del cuidado, crianza, salud y educación de
los hijos es responsabilidad de las madres.
Por otra parte, la madre es, en el imaginario charro, una idea sublimada
y romántica de la mujer investida por la beatitud de la maternidad y de su
papel de reposo del guerrero, de quien depende la reproducción y el sosteni-
miento del universo cotidiano y simbólico de las familias charras. Toda mujer
es entonces una madre: La madre, estereotipo de género que condensa senti-
mientos, representaciones y prácticas que tienen que ver con la crianza, el
cuidado, el consuelo, y otros atributos que corresponden a ese estereotipo
llevado a niveles de veneración:
Era mucha gente, muchos amigos, y te digo, ahí vivíamos, en el lienzo Ignacio Zermeño.
Los lunes y los viernes en la tarde eran los entrenamientos, en la mañana iba a la
Escuela Normal, y luego nos conseguían una maestra de baile regional y después de
los entrenamientos nos daban clases de baile con los niños charros. Las mamás se
quedaban ahí y tomaban clases de repujado o piteado, o jugaban barajas o algo. Los
papás también estaban y se ponían a jugar dominó o algo. Nomás cuando entrenaban
los grandes no íbamos. Pero los demás días, ahí nos la pasábamos. Y luego, los domin-
gos a las charreadas.
Entonces los niños no ven más. O sea: el domingo amanece su papá vistiéndose de
charro, y báñense y pronto a misa de 8 de la mañana porque hay que ir a bañar caballos
y a arreglar, ensillar y todo porque las charreadas empiezan a las doce en punto, así
esté lloviendo o lo que sea. […] Así es como educas un niño charro. Para que le guste
la charrería, es estando allí. En el caso de mis hijos, ellos no ven más, entonces a ellos
se les inculca. Desde que tienen un año, su soga, cualquier lacito les hace uno por la
soga, están allí, a la hora que acaba la charreada les dan su vueltita en el caballo, los
visten de charro desde enanos, mira ahí está mi hijo, el más chiquito. O sea, desde
así… Y mis hijas también se visten de rancheras. Ahorita te voy a enseñar una cosa
que estoy haciendo…[una falda de china poblana bordada con lentejuelas] Y enton-
ces, o sea, es con la vida misma. O sea, como ellos no ven más, ellos lo viven desde
chiquitos, más que enseñarles son parte de, en el desfile de las charreadas, es un
segundito en lo que los charros presentan el equipo, vienen acá, saludan y vámonos
para afuera, y ya, el niño desfiló, se vistió de charro, todo, o de ranchera, desde que
tiene meses, nomás, para desfilar, y ya la mamá trae su niño, y ya, si se cansa mucho
«P ATRIA , MUJER Y CABALLO »: J ALISCO Y SUS CHARROS 161
porque las botas son cansadas, al ratito los cambias y ya andan como si nada, los
chiquillos corriendo. Y ellos se sienten que participaron porque es lo que pueden ha-
cer. Conforme van creciendo, como ahorita Andrés [hijo de 13 años], todavía no está
en un equipo, estuvo en uno infantil, pero ahorita ya estaría por su edad más bien en
un equipo juvenil. (Entrevista con Sara Piña, X/1999)
Patriotismo y nacionalismo
Todos los mexicanos llevamos dentro de nosotros mismos
oculta el alma de un charro. Todos nos hemos sentido, en
un momento de nuestra vida, atraídos por una fuerza
irresistible que nos ha hecho por momentos poetas,
místicos, guerrilleros o charros. Se necesita no ser
mexicano para no haber sentido, en el curso de nuestra
vida, uno de estos capítulos que son la característica
clásica de nuestra raza.
2
El término ethos combina una idea de «refugio», de recurso defensivo o pasivo,
con la de «arma», o recurso ofensivo o activo, ya que conjunta el concepto de
«uso, costumbre o comportamiento automático» con el concepto de «carácter,
personalidad individual o modo de ser». Ubicado lo mismo en el objeto que en el
sujeto, el comportamiento social estructural al que podemos llamar ethos …➢
162 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
…➢ histórico puede ser visto como todo un principio de construcción del mundo
de la vida. Cfr. Bolívar, Echeverría. «El ethos barroco», en Debate feminista núm.
13, Año 7, México, D.F., abril de 1996, p 71.
«P ATRIA , MUJER Y CABALLO »: J ALISCO Y SUS CHARROS 163
A los indios se les prohibía tener armas y caballos, así como montarlos, se penaba con
la muerte a quien se los vendiera, de acuerdo con las órdenes e instrucciones que el
rey dio a la segunda audiencia, para que los naturales no se hicieran diestros en el
andar a caballo (Ibid., 1968: 17).
3
En este punto coincidimos con Roger Bartra (1987) cuando habla de un «edén
subvertido».
«P ATRIA , MUJER Y CABALLO »: J ALISCO Y SUS CHARROS 165
Ser charro es ser mexicano, ser charro es tener mucha conciencia de representar a
México. Nosotros aprendimos a amar a México. La charrería nos enseñó a amar a
México y México era la charrería. Mira, el desfile del 14 de septiembre lleva adelante
la bandera nacional; al empezar una charreada, hasta la fecha, se empieza con los
honores a la bandera; entonces viene la bandera y es el himno nacional, la escolta a
caballo… Muy emotivo; y todos los niños están saludando y cantando el himno nacio-
nal, hasta el más enano. Entonces, cuando yo era la enana, volteaba y veía los ojos de
mi papá, semejante señor, semejante señor en fuerza —no que fuera la divina garza,
era un hombre que atraía a la gente por su carácter—, sino por su alegría, por su
optimismo, por su amor a México y a los charros. Entonces, a ese señor, volteaba a
verlo y tenía los ojos llenos de lágrimas a la hora del himno nacional y de llevar su
bandera; y ya era un viejo y ya lo de los desfiles… por ejemplo, un día se dio por
ofendidísimo porque, él estaba enfermo del corazón, y llegó al desfile y le tenían una
«P ATRIA , MUJER Y CABALLO »: J ALISCO Y SUS CHARROS 167
yegua muy buena pero mansa y subió su silla y todo: «papá, para que usted desfile,
ahora en la yegua, porque mire su garañón, la mera verdad no le vaya a hacer daño»; se
enojó muchísimo… «¡desensilla la yegua!», y ahí va con el caballo baile y baile, su
mejor caballo. Yo pienso que eso lo hizo por sentir ese amor a México. Y ahorita es el
miedo, que la globalización, la fregada; en la globalización dónde quedan los valores
de cada país, ¿tú crees? Recorre el mundo y donde vayas te van a dar un hotdog y una
coca cola… y el gaucho está vestido de texano y el charro de texano y a todos nos
uniforman, dejamos de ser lo que somos. (Entrevista con Blanca Barba, 4/XI/1999)
Que cada charro fuera un buen mexicano, que cada charro asumiera su mexicanidad
con responsabilidad social y que, además en el contexto de las tradiciones, fuera un
acérrimo luchador por la pervivencia de los valores de la mexicanidad; y que además,
tuviésemos la claridad de ser actores como charros y también como individuos, en la
promoción turística, en la promoción económica, en la promoción deportiva —en la
política, incluso— y en la promoción cultural. (Entrevista con Jorge Rivera, 25/VI/2002)
gada de preservar dicha esencia. No es, pues, gratuito que el lema de la Fede-
ración Mexicana de Charrería sea, justamente, «Patria y tradición». Veamos
ahora qué significado tiene la idea de «tradición» entre los charros.
La tradición
No hay nostalgia peor
que añorar lo que nunca jamás sucedió.
Joaquín Sabina
estructura y significado a los grupos humanos» (Sanders, 1997: 88). Agrega esta
misma autora que hay que distinguir la tradición del tradicionalismo: éste últi-
mo término hace referencia a la doctrina política y filosófica de los
contrarrevolucionarios franceses de los siglos XVIII y XIX (sobre todo de De
Maistre y De Bonald), basada sobre la idea de una verdad originaria traicionada
por un «acto de libertad» humano que supone el advenimiento del mal. Esa ver-
dad originaria de la que dicho acto de libertad aparta al ser humano es la tradi-
ción que hay que proteger. De esta manera, la tradición funciona como el crite-
rio de verdad que sostiene «la transmisión de padres a hijos, de generación en
generación, de aquellos conocimientos y normas que Dios entregó al hombre
con el lenguaje» (Ibid., 1997: 89). Aunque el tradicionalismo condensa diversas
tendencias y enfoques filosóficos y políticos, por lo general, coinciden en una
actitud de veneración hacia la tradición por el hecho de serlo (Ibid., 1997: 90).
El historiador inglés E. Hobsbawm, no obstante, ha señalado que exis-
ten algunas «tradiciones» que aparecen o que aseguran ser viejas, pero que en
realidad son bastante recientes y, algunas veces, son inventadas. Utiliza el
término «tradiciones inventadas» para referirse tanto a las «tradiciones» cons-
truidas y formalmente instituidas en la actualidad, como a aquellas que emergen
de una manera menos fácil de identificar, pero que en un periodo relativamen-
te corto han adquirido rápidamente el estatuto de tradiciones (Hobsbawm,
1984). Ambos tipos de tradiciones inventadas podrían generar distintos
tradicionalismos, como ese conjunto de valores e ideas filosóficas y políticas
que participa en la construcción de los límites simbólicos de los grupos huma-
nos, y que se entrevera con otras producciones imaginarias colectivas.
La charrería podría pensarse como una tradición inventada sobre la base
de estos elementos señalados: se trata de una tradición que se instituye, como
tal, a principios del siglo XX, una vez que las prácticas de los trabajadores agro-
ganaderos emigrados a la ciudad son ritualizadas de manera festiva y transfor-
madas en una práctica deportiva moderna que llega a ser el «deporte nacional».
Hemos señalado ya que este proceso ha implicado la producción narrativa de un
origen y un mito que explican y dan sentido a las actividades y los contenidos
simbólicos del mundo charro, construyendo e instituyendo la tradición charra.
Pero, ¿cuál es la base de esa tradición charra que funciona como el cri-
terio de verdad que sostiene la transmisión de padres a hijos, de generación
170 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
las heterodoxias, las mezclas, lo cual habla de que en la charrería «lo auténti-
co» tiene una importancia fundamental. Esto se hace palpable en ciertos deta-
lles: el rigor con el que se revisa y reconoce el traje reglamentario, tanto en los
varones como en las mujeres; el uso irrestricto de materiales «naturales»; de
los colores y formas indicadas y del conocimiento de las situaciones y los
lugares adecuados para portarlos. Es más visible en las exhaustivas revisio-
nes previas a las competencias y en las penalizaciones por usar traje charro y
llevar cachucha, y no el sombrero de palma; o de calzar zapatos deportivos y
no los botines charros; o por utilizar el pelo largo o un arete, con el traje cha-
rro; o por usar sogas de plástico o la corbata simulada.4 Parecería que el man-
dato es: «eres charro si cumples con todos los emblemas charros y alterar su
imagen auténtica pone en riesgo a la misma charrería». Los materiales «natu-
rales» que se exigen, tanto en el traje como en los arreos, hacen referencia al
criterio de «autenticidad» de los valores charros, entendido como «lo tradi-
cional», por oposición a transformaciones distorsionadoras y ficticias de los
materiales sintéticos.
La tradición, en la charrería, es entonces aquello que guarda fidelidad
con ese mundo evocado en la mitología charra: el paraíso campirano perdido
por el drama revolucionario, que hace desaparecer el escenario que dio ori-
gen a las prácticas que luego se tornaron citadinas y que fueron transforma-
das en las suertes de la fiesta charra, fundando retrospectivamente una tradi-
ción que construye el vínculo con el pasado, proyectándolo hacia delante como
permanente fuente de nostalgia y de ideal a sostener en el paso del tiempo. No
se trata de alguna esencia amenazada; se trata de la producción permanente
de un anhelo inalcanzable, y el motivo para un eterno lamento por algo irre-
mediablemente perdido.
Conocer y encarnar la tradición charra es algo que se pone en juego en
la dinámica entre las distintas instituciones oficiales charras. Es la Asocia-
ción Nacional de Charros la que ha ocupado el lugar principal en la conserva-
4
Sin embargo, cada vez es más frecuente ver a los charros en el ruedo llevando
un teléfono celular. Se ha llegado a decir que los charros han cambiado la pisto-
la por el teléfono celular, y esto ha sido motivo de discusiones internas: si se
permite o no llevar celulares con el traje charro.
172 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
Jalisco; y, por otra parte, con la idea de que Jalisco es un «estado conserva-
dor»5 que intenta preservar las tradiciones a toda costa, y como la charrería es
la tradición más auténtica —según la lógica aristotélica—, entonces Jalisco
es el estado charro por excelencia:
5
Esta cuestión es parte del imaginario social sobre el occidente mexicano, y
obviamente se deriva de una filosofía esencialista.
174 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
Hay otros elementos que tienen que ver con la posición tradicionalista
de los charros del estado de Jalisco, y uno de éstos es el relacionado con otra
tradición jalisciense: la autonomía o la resistencia a las determinaciones del
poder central. He aquí cómo se formula este aspecto, por parte de un charro
jalisciense:
Jalisco sabe de su prosapia, esa es la realidad y es muy difícil que gente de escritorio
quiera manejar los destinos de la charrería de Jalisco desde un punto lejano, donde
ni siquiera conoce lo que Jalisco necesita. Es bueno que exista la Unión de Asocia-
ciones del Estado de Jalisco, que es una estructura que los charros respetamos y a la
cual nos adherimos; obviamente sabemos que todos nosotros, como Unión y como
asociaciones, pertenecemos a una Federación [Mexicana de Charrería] a la cual nos
afiliamos voluntariamente, por el bien de la charrería, pero muchas veces sí hay ac-
titudes donde se manejan ciertos intereses en beneficio de que Jalisco no siempre
lleve el papel protagónico. Yo lo entiendo deportivamente, dentro del juego de escri-
torio no lo entiendo porque no debería de existir. Pero no es nuevo esto, ya es de
tiempo atrás, y siempre hay una pugna entre Jalisco y las demás agrupaciones o la
Federación, pero pugna sana, porque Jalisco es muy respetuoso y siempre se ha
adherido a los reglamentos y los estatutos de la Federación. Jalisco ha sido discipli-
nado. Jalisco tendría tela de donde cortar para no ser tan disciplinado y sería un
poco más independiente porque tiene todo para serlo pero, sin embargo, ahorita
fomentarlo, sería destruir a la charrería y eso causaría más daños que el espíritu
independentista de Jalisco. Entonces, Jalisco se supedita en beneficio de la mayoría
a las condiciones que se establezcan por la mayoría, vía la Federación, respetamos
las reglas deportivas, respetamos los estatutos deportivos, respetamos las decisio-
nes de la Federación, pero nunca sin poner sobre la mesa nuestro punto de vista,
«P ATRIA , MUJER Y CABALLO »: J ALISCO Y SUS CHARROS 175
En Jalisco la charrería es una cosa que le viene de herencia, entonces toda la república
está en contra de Jalisco porque nunca nos han podido ganar ni nos van a ganar. Es
pleito de toda la vida, todo mundo contra Jalisco, pero Jalisco les pega y les vuelve a
pegar, y les vuelve a ganar y les vuelve a pegar, y los campeones son de aquí y los
mejores charros son de aquí. La Federación ha buscado mecanismos para amansar a
los de Jalisco, pero no ha podido. Ha recurrido a distintas estrategias para neutralizar
el peso de Jalisco, pero no puede, lo cual ha hecho que se retiren muchas asociaciones
porque no tienen nada [que ver] con la Federación. Yo fui, aquí en Jalisco, 18 años
vocal; durante todo ese tiempo las asociaciones se agrupaban en una vocalía y nom-
braban su presidente, de México primero. Yo logré que se nombraran aquí porque esos
los nombraba el presidente de la Federación, decía: « tú vas a ser el vocal de Jalisco,
¿cuántas asociaciones hay en Jalisco?», 50, por decir algo, «tú vas a ser el vocal». Y yo
las representaba a las 50. Cuando llegué yo, les dije: «oye, no, espérame, no tienes tú
por qué decir quién, que digan los presidentes en una junta, que digan los presidentes
quién quieren que sea». Así duré yo 18 años aquí de vocal. La gente me estimaba mu-
cho, yo peleaba mucho con México, yo me peleé con todos los presidentes habidos y
por haber, hasta que me recibían. Ahora las relaciones con la Federación no son bue-
nas... En las últimas elecciones había dos candidatos que eran jaliscienses y que esta-
ban en pugna para llegar a la presidencia: Rivera, y el otro era un arquitecto Diéguez
—que es de la Chona (se refiere a Encarnación de Díaz, población de los Altos de
Jalisco), pero reside en México—. A raíz de eso se forman dos grupos aquí en Jalisco,
que es lo que nos está haciendo daño, a raíz de esta situación. Se separaron. Y pues ha
habido bastantes problemas, que ojalá y con buena voluntad se pudieran arreglar,
porque lo que interesa es Jalisco, no lo demás, ¿verdad? Es lo que a veces no entien-
den muy bien; deberíamos de pelearnos, pero no es pelearnos con nuestro estado, si
es contra la Federación, contra la Federación vamos a pelear, si la Federación está
bien con nosotros, adelante y si no… Siempre los viejos, nosotros los viejos, por decir-
le, Ricardo Zermeño, Carlos Sánchez, Pablo Barba, «El Gallo» Zermeño, toda esa gen-
te grande siempre fuimos antifederación, que es una característica muy de Jalisco,
176 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
que no permitimos que nos estén diciendo qué vamos a hacer, como si fuéramos ton-
tos ¿verdad? No, no, pues también nosotros lo podemos hacer y tan lo podemos hacer
que lo hemos demostrado, la gran mayoría de presidentes de la Federación han sido
de aquí de Jalisco, desde el primero. En cambio, con la Asociación Nacional las rela-
ciones siempre han sido buenas, y siempre han sido amigos nuestros. (Entrevista con
Alfonso Rodríguez, 11/VI/2002)
La charrería en el estado de Jalisco se distingue de las demás porque tiene una gran
afición, tiene una gran vinculación con el «ser jalisciense», tiene un gran desarrollo en
la práctica, tal vez es el estado que tiene más lienzos charros, es el estado que tiene
más asociaciones de charros. Evidentemente, al ser más los charros que la practican,
tienen también las posibilidades deportivas de, frecuentemente, ser los mejores; va-
rios de sus equipos están ubicados en el primer nivel de competitividad, pero eso no
quiere decir que todos, por el hecho de ser de Jalisco, seamos los mejores charros; eso
sería estarnos colgando del desarrollo deportivo de algunos cuantos. Pero sí, es muy
importante identificar la presencia y el desarrollo y la importancia que tiene la charre-
ría en Jalisco, eso en general, yo soy de Jalisco. Es más, por primera vez, desde el 33 a
ahora, prácticamente en 70 años, 69 años de charrería organizada, es la primera vez
que un presidente representando a una asociación de charros del estado de Jalisco es
presidente de la Federación Mexicana de Charrería. Si bien ha habido gentes nacidas
en Jalisco que han sido presidentes, no representaban a ninguna asociación del estado
de Jalisco. Silvano Barba González fue el primer presidente de la Federación, pero era
de la Asociación Nacional de Charros; don Jorge Delgadillo Guerrero es de Guadalaja-
ra, pero representaba y representa y siempre ha pertenecido a la Asociación de Cha-
rros Regionales de la Villa del Distrito Federal; igual don José Valdovinos, también era
jalisciense, pero igual de la Asociación de Charros Regionales de la Villa. Lo que es una
realidad es que es la primera ocasión —y me parece algo insólito, algo increíble—, y yo
me hago la misma pregunta, ¿por qué nunca un charro representando al estado de
Jalisco se había tomado el atrevimiento de buscar dirigir a nivel nacional la Federa-
ción? La razón por la que yo me lanzo es una rebeldía contra el centralismo, esa es la
verdadera razón, quise romper los esquemas porque las reglas estaban construidas
para que la dirección de la charrería siempre recayera en manos de los habitantes del
«P ATRIA , MUJER Y CABALLO »: J ALISCO Y SUS CHARROS 177
centro. Es tal vez el motivo principal. A Jalisco se le respeta a nivel nacional, eso es
claro, eso es claro. (Entrevista con Jorge Rivera, 25/VI/2002)
Para el campeonato nacional, es decir, para acumular puntos para asistir al campeo-
nato nacional se hace primero el regional. Los estados que componen la región son
Jalisco, Zacatecas y Colima. Entre el 20 y el 25 por ciento, de los equipos que van son
de Jalisco; o sea, en todos los campeonatos nacionales, Jalisco es el estado que lleva
más equipos. Definitivamente sí son especiales los charros del estado de Jalisco: es el
estado que tiene más asociaciones, acumula más puntos y son mejores para todas las
suertes. Es el estado en el que nació la primera agrupación charra —aunque no sea
probablemente la primera de existencia «oficial»—. Además, como es el estado que
tiene más asociaciones charras, tiene también más capacidad económica y es el que
tiene más peso en la toma de las decisiones en el ámbito de la charrería a nivel nacio-
nal, en cuestiones como hacer innovaciones en las suertes, etcétera. Además, Jalisco
exporta gran cantidad de charros para asociaciones de toda la república. También en
el campeonato «La excelencia en la charrería» en el 2002 participan doce equipos de
primer nivel de la charrería nacional, de los cuales seis son de Jalisco. Los otros son
del DF, Hidalgo, Nuevo León, Michoacán y Nayarit. (Entrevista con Cecilio Rameño,
23/V/2002)
En todo México los charros son importantes, no hay un lugar en donde a los charros
no se les considere, no se le dé su respeto y su consideración, su lugar; ahora, de que
quiénes son los favoritos, pues los charros de aquí, de Jalisco. Es siempre el equipo a
vencer, siempre; todos los equipos de Jalisco, en un torneo, son el equipo a vencer,
hablando deportivamente. (Entrevista con Adán Leyva, 4/V/1999)
Quienes votan no son los estados, votan las asociaciones, por lo tanto, dependiendo
del número de asociaciones que tengan es la fuerza que representan dentro de las
decisiones de la Federación. Aunque eso nos ofrece un riesgo, una manipulación, que
yo no comparto y yo sí quisiera poner en la mesa de análisis la necesidad de que sí
fuera equitativa la toma de decisiones. Yo considero que no es válido que se nos mue-
ra la charrería de un estado porque, en un momento dado, es manipulada por la fuerza
de otro estado. Yo creo que la razón que nos mueve a ser charros es el practicar la
charrería, el modo de ser, el estilo de vida, el deporte, la tradición; no nos importa, no
queremos ser políticos, el que quiera ser político que se afilie al partido de su prefe-
rencia… Entonces, necesitamos liderazgos, pero en términos charreriles, porque hay
una organización y hay que ser capaces de visualizar muchas cosas y de trabajar y de
ponerle la voluntad y todo ese tipo de situaciones. Yo fui el presidente en el estado de
Jalisco y nunca estuve pensando en decisiones que beneficiaran exclusivamente a
Jalisco por encima del resto de los estados; como representante de Jalisco yo cumplía
tal vez una doble, triple o cuádruple responsabilidad, de que las decisiones fueran
tomadas para el equilibrio nacional y para fortalecer la charrería, completa, y que en
función del fortalecimiento de toda la charrería se fortaleciera Jalisco. Porque si no
6
Entre los charros se sabe bien que, como dice el dicho, «Jalisco nunca pierde,
y cuando pierde, arrebata».
7
No fue posible lograr que la Federación Mexicana de Charrería facilitara infor-
mación acerca del número exacto de asociaciones charras en los diferentes
estados de la república.
«P ATRIA , MUJER Y CABALLO »: J ALISCO Y SUS CHARROS 179
Es bastante obvio que hay una lucha política al interior del mundo de los
charros, en la que la cuestión del liderazgo simbólico está en disputa. En esta
cuestión, Jalisco ocupa una posición muy especial, debido tanto a su primoge-
nitura como a su peso numérico, pero también debido a que es el único estado
que puede hacer oposición real a las decisiones centralistas de los organismos
charros oficiales. Todos estos elementos juntos hacen un contexto en el que se
refuerza, cada vez más, el peso simbólico de la charrería jalisciense, reforzan-
do al mismo tiempo, tanto el orgullo de sus charros, como el deseo de todas las
demás asociaciones de poder vencerlos. Es posible pensar que se basa la insis-
tencia de Jalisco por mantener una tradición: lo que se quiere preservar es un
sentido intacto de aquello que compone la esencia de su identidad.
Esta insistencia se manifiesta de distintas maneras, algunas explícitas y
otras no, pero todas parecen obedecer a la necesidad de mantener unidas la
tradición charra y la identidad regional en Jalisco. En este sentido es interesan-
te observar lo que sucedió cuando en este estado se pretendió, en los años
setenta, «despistolizar» a los charros. En esa época, el gobernador del estado,
Flavio Romero de Velasco, emprendió una campaña para controlar el uso y el
transporte de armas por la población, campaña que extendieron a la comuni-
dad charra. Esta situación acarreó una fuerte reacción entre los charros, que
tomaron esto como un serio agravio que fue seriamente discutido en las dife-
rentes asociaciones de charros, y que desembocó en que un grupo de ellos pi-
dieran audiencia con el gobernador para solicitar que se reconsiderara la dis-
posición en su caso, dado que la pistola se considera parte inseparable del traje
charro. Un charro de Jalisco lo cuenta de la siguiente manera:
180 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
La pistola es una parte muy importante del traje, pero le digo, cuando el gobierno dice
que ya no, pues ya no. Una vez nos peleamos con el licenciado Flavio Romero, él era
gobernador y él fue el primero que en Jalisco, que mandó una iniciativa al Congreso para
que todo mundo anduviera desarmado, desarmaron a todo mundo; nos enojamos, fui-
mos una comisión con él, llegamos «señor gobernador, cómo es posible, que es parte del
traje y las vamos a traer descargadas»; no, no y no. A como último ya para despedir me
dijo «saben qué, vayan a Tlaquepaque, compren unas de barro, pues son iguales». Sali-
mos muertos de coraje, muy enojados. Lo que pasa es que como el charro es muy inde-
pendiente y cuando le llegan a lo suyo es muy agresivo, y tiene un poquito, a lo mejor no,
pero sí tiene un poquito más de valor que otros, seguro nos tienen algo de miedo. (Entre-
vista con Alfonso Rodríguez, 22/VI/2002)
Uno de los charros que participó en esas discusiones fue Jesús González
Gortázar, que era diputado en ese tiempo y que convirtió en un asunto público
este tema al someterlo a discusión en la misma Cámara de Diputados y tam-
bién en otros ámbitos. González Gortázar era conocido como charro tradicio-
nal y también como político importante en el estado de Jalisco. Relata el presi-
dente de la Federación:
Jesús González Gortázar, como diputado federal, incluso tal vez como senador, defendía
la autenticidad del traje de charro; pero además él, con la formación política que tenía,
también manejaba la filosofía de que los individuos deben tener la mayoría de edad,
reconocerse la mayoría de edad para defenderse; él no estaba poniéndose del lado o
pensando en el delincuente, sino en la gente de bien que finalmente, como la realidad
nos lo presenta, somos víctimas de los maleantes. Él separaba, tal vez —-no quiero caer
en comentarios planteados como verdades sin conocer el texto de sus palabras—, los
principios y valores del charro a diferencia de los que no son charros. Y él identificaba en
el charro a un personaje formado en una familia tradicional, en gente de campo, gente de
trabajo y por lo tanto con valores humanos distintos a lo que en un momento dado la
cultura citadina te puede provocar por la competencia, por la degeneración que puede
haber en términos sociales y personales, por las concentraciones de personas en una
ciudad. Y hablaba de que quitarle la pistola al charro era como mutilar su identidad y por
lo tanto él se planteaba como un promotor de que el charro tuviese el permiso o licencia
para usar pistola andando vestido de charro. (Entrevista con Jorge Rivera, 25/VI/2002)
«P ATRIA , MUJER Y CABALLO »: J ALISCO Y SUS CHARROS 181
El amor al caballo
Siendo toda la América española un continente que rinde
culto a los caballos, milagro es que no hayamos tomado
como símbolo de nuestras banderas la figura de un potro
que, como Pegaso, abriera sus alas para ganar las cimas de
la gloria… El más noble compañero del hombre: el caballo.
A ese compañero que salva las distancias y cruza los
Andes; a ese solio que ocuparan como pontífices el César
en las Galias, Aníbal en los Alpes y el «caballero de la triste
figura» en la Sierra Morena. El caballo de San Jorge y el del
apóstol Santiago
mestizo» (Cuéllar, 1928). De esta manera, el uso del caballo quedó como una
dignidad reservada a españoles y criollos, lo cual construyó una liga entre el
caballo, la etnicidad y el poder.
Hay que decir, sin embargo, que desde su llegada, el caballo tuvo, en el
Nuevo Continente, usos diversos: bélicos, en primer lugar; luego, de transpor-
te; después, de importante apoyo en los trabajos del campo; pero también, un
importante uso lúdico. La charrería es la condensación de varias destrezas
derivadas de estos distintos usos del caballo.
Ya hemos señalado que el auge de las zonas mineras en la Nueva España
durante el siglo XVII, junto con el aceleramiento del proceso de población que
tuvo lugar en esa época, fueron los elementos que condujeron a que en la vida
mexicana se produjera la gran hacienda como la típica unidad mixta de pro-
ducción orientada al abastecimiento de las ciudades nacientes y de los cen-
tros mineros, conformando el contexto donde aparece y cobra importancia el
personaje llamado «el hombre de a caballo», que llegó a definir todo un tipo
de vida hondamente arraigado en la tradición, en la historia y en el folclor del
pueblo mexicano y, de forma específica de la región occidental: el charro,
personaje asociado no solamente a un contexto específico, sino también a un
carácter y una forma de vida.
En la conquista de toda América el caballo tuvo un papel protagónico,
participando en la creación de personajes cuya personalidad estaba íntima-
mente asociada al hecho de ser jinetes. Se ha dicho que el gaucho argentino,
el llanero venezolano y el charro mexicano comparten una serie de rasgos
comunes que se derivan, básicamente, de su vínculo con los caballos.
8
Esta cuestión fue comentada por Guillermo de la Peña en una ponencia sobre
la charrería mexicana en El Colegio de Jalisco el 9 de noviembre de 1999, al
parecer a partir de la biografía de don Carlos Rincón Gallardo y Romero de
Terreros, Marqués de Guadalupe y charro legendario.
«P ATRIA , MUJER Y CABALLO »: J ALISCO Y SUS CHARROS 185
do, a diferencia del resto de las suertes que son realizadas por otros— pone de
entrada el valor principal que está en juego en esta relación: el dominio del
jinete sobre el animal, sobre el que se basa cualquier otra virtud del charro.
Esta suerte tiene como fin mostrar al público, entre otras cosas, la buena rien-
da y la educación del animal, lo que incluye el brío, andadura, galope, carrera
y mansedumbre. Inevitablemente se observa en esto el control que el charro
lucha por obtener y mantener sobre la naturaleza bruta e impulsiva del caba-
llo. Esto también es lo que está presente en el jineteo de yeguas y novillos, en
donde se representa este esfuerzo, casi siempre triunfante, de amansar las
fuerzas rebeldes de lo indómito.
Sin embargo, no hay que simplificar la relación de los charros con los
animales, particularmente la que tienen con lo que se llaman «caballos de es-
tima» que involucran sentimientos hondos hacia éstos y que llegan a consti-
tuir una entidad inseparable del jinete, hasta el punto en que se experimenta
que su desempeño o hasta su sobrevivencia dependen de la obediencia y ca-
pacidad de respuesta del animal.
Se conocen tan bien que si lo monta otra persona ya no jala el caballo igual; el charro
hace las suerte en su caballo, aunque sí puede montar otros caballos. Casi cualquiera;
pero ya ahí el charro sabe bien su caballo cómo es, o sea, si le responde cuando él lo
mande, detalles. Un caballo de colas, ya que practica mucho en su caballo, ya saben
cómo sale el caballo, si es tranquilo, si es nervioso, lo mismo en la cala y todo. Cada
quien conoce su propio caballo, sabe cómo es él. (Entrevista con Salvador González,
9/XI/1999)
Esto supone un nivel de identificación del charro con su caballo que los
vuelve un solo ser imaginario parecido al mitológico centauro, con el que el
hombre siente apropiarse de la fuerza y habilidades de su montura, y con el
que el animal casi adquiere capacidad racional. Dentro del folclor charro hay
muchos corridos y poemas dirigidos a estos caballos antropomorfizados, que
son muy elocuentes al respecto: El caballo prieto azabache, El Alazán, El
cuarto de milla, y otros. El vínculo que se establece con estos caballos ad-
quiere tintes de relaciones entre personas, y los afectos involucrados son muy
profundos.
«P ATRIA , MUJER Y CABALLO »: J ALISCO Y SUS CHARROS 187
Pérez Montfort apunta que este cuadro estereotípico fue impuesto como
resultado de una combinación de factores que la hicieron aparecer como una
«tradición inventada» durante la década de los años veinte: el charro identifi-
caba al occidente mexicano; la china poblana al oriente, y ambos se unían por
el son del Jarabe Tapatío. De esta manera se representaba el proceso de la
necesaria unificación del centro con las regiones en un símbolo mixto y mar-
cado por el género. Este último elemento es muy interesante porque el hecho
de que la pareja del charro en la figura estereotípica sea una china poblana
remite a un registro simbólico que atribuye al oriente connotaciones femeni-
nas (Ueno, 1996: 165-186) en el imaginario esquema que contrapone lo mas-
culino a lo femenino. En este mismo esquema, el charro —y por lo tanto, occi-
dente— vendría a ser el polo masculino de la nación.
La historia de la china poblana es un texto pleno de simbolismos y con
todos los elementos que componen un relato mítico, que ha resumido Alfredo
B. Cuéllar en un poema titulado «La leyenda de la china poblana»:
Si hubiera sido una princesa —china o no— la que creó ese traje, todas las damas
linajudas de aquella época hubieran usado esas prendas, con satisfacción y orgullo;
192 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
pero es el caso que, por el contrario, lo repudiaban… En las litografías antiguas […]
no encontramos una china codeándose con una linajuda dama de crinolina y mantón,
ni tampoco del brazo de un señor de chistera o de algún rico hacendado. La encontra-
mos siempre en el puesto de aguas frescas, de fruta, o como sirvienta. La vemos tam-
bién en los mesones atendiendo al chinaco o al arriero. El traje pues, no puede haber
sido creado por una cortesana o dama de alta alcurnia (Ballesteros, 1972: 122).
Todos sabemos que consumada la conquista, hubo muchas mezclas de razas que, sobre
todo en aquella época, tenían diferenciaciones muy marcadas. Entre esas mezclas tene-
mos a los criollos, mestizos, zambos, saltapatrás, chinos y otros más. Los chinos y chinas
eran hijos de zambo y negra o de negro e india. Los chinos y chinas eran de la clase social
más baja y ellas se ocupaban como sirvientas, lavanderas, o como antes dijimos, aten-
dían los puestos de fruta, aguas frescas (entre éstas había la famosa chiera que siempre
la representan portando el traje motivo de este artículo [el traje femenino]) o eran sir-
vientas de las ventas o mesones y muchas de ellas vendían sus favores a los pasajeros,
compuestos en su mayoría, de arrieros, soldados y rancheros pobres (Ibid.: 123).
el nombre cristiano de Catarina de San Juan y cuya vida fue tan virtuosa que
hasta se le han llegado a atribuir milagros. Sin embargo, esta versión se ha
contradicho afirmando que la mujer vivió casi doscientos años antes de la
creación del vestido y, además, llevaba hábito de monja, según un óleo en el
que ella aparece y que aún se conserva. En esta misma línea, se afirma que el
traje de china poblana es un atuendo que refleja el mestizaje colonial: la maja
andaluza o la lagarterana española, con el colorido y el diseño de las blusas
indígenas y los destellos de chaquira y lentejuela atribuidos al mundo oriental
(Celi, 2002: 36-37). Según esta versión tenemos entonces a una figura
ultrafeminizada: no solamente es una mujer, sino indígena y oriental, ligada
con lo tradicional y premoderno.
La cuestión es que, como símbolo, la pareja del charro y de la china
parecen condensar los múltiples rasgos del pueblo que el naciente Estado
mexicano pretendía unificar en un discurso hegemónico sobre la identidad
nacional: la unión de etnias, clases sociales, sexos, creencias, regiones y
otros. A pesar de los orígenes legendarios de ambas figuras, en su unión
simbólica se representa la mezcla necesaria de los elementos expresivos de
las desigualdades que se pretenden borrar para lograr el discurso naciona-
lista hegemónico. También representa el encuentro del pasado y la tradi-
ción —la china poblana—, con la nueva figura de la modernidad, que repre-
senta el charro.
Es interesante, sin embargo, que si bien el traje de charro se conserva
como algo prácticamente inalterable —lo cual se entiende en sí mismo como
la prueba de la voluntad de preservar la tradición—, el traje femenino presenta
variaciones que no parecen considerarse de la misma manera: el traje de china,
el de charra y el de ranchera. El primero es el que muestra una confección más
barroca, reuniendo texturas, colores y accesorios particulares y muy caracte-
rísticos. Se supone que no se debe llevar a caballo, incorpora el rebozo y no se
usa con sombrero.1 El segundo, el traje de charra, es el que más semejanza
tiene con el traje masculino; de hecho, es un traje masculino con una falda
1
Evidentemente esto es sistemáticamente contradicho en la práctica, ya que en
los desfiles charros y otros de los espectáculos de la charrería vemos a chinas
poblanas a caballo y con sombrero.
194 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
larga que oculta los pantalones que se llevan debajo «para proteger el pudor
cuando se levanta la falda», ya que este traje es el que se considera adecuado
para montar a caballo. Esta versión femenina del traje charro, además, tiene
adaptaciones para facilitar la postura de lado en la albarda. Finalmente, el traje
de ranchera es más versátil (su uso es tanto para montar como para ocasiones
sociales) y tiene evocaciones más claras de las mujeres del campo.
Aunque se reconocen estos tres trajes femeninos en la charrería, cada
vez más la imagen de la china poblana va perdiendo terreno como figura que
acompaña al charro, y cada vez más se ve, en este lugar, a la charra y, más
frecuentemente aún, a la ranchera. La figura de la china poblana parece ha-
berse ido, poco a poco, desdibujando de la estampa actual de la charrería,
aunque permanecen algunas chinas poblanas en los desfiles charros —al me-
nos en los que se realizan en Guadalajara el 14 de septiembre. Actualmente
tenemos dos diferentes versiones de la pareja del charro: una es la mujer cha-
rra vestida de gala en situaciones elegantes; la otra es la adelita, ranchera o
escaramucera. La actual pareja del Jarabe Tapatío que se baila en las fiestas
charras, va más frecuentemente vestida de ranchera que de china poblana.
Veamos ahora que la charrería, como práctica cultural simbólica signifi-
cativa para la construcción de la identidad nacional, es también, al mismo
tiempo, un espacio para la producción y la actuación de género. Es decir, la
fenomenología que presenta el género en el contexto charro tiene una fun-
ción pedagógica y un valor de evidencia de las elaboraciones culturales en
torno a la diferencia sexual. En la charrería, y particularmente en sus diversas
exhibiciones públicas, se ponen en escena los significados atribuidos a cada
sexo, sus papeles y funciones, de manera que no solamente se actúa una su-
puesta esencia, sino que, al encarnarla, se muestra como la evidencia empíri-
ca de dicha esencia.
El género se presenta entre los charros como un principio ordenador de
las relaciones entre sus miembros basado en el sexo de las personas, y su
producción tiene diferentes dimensiones, como la lingüística, la visual y la
espacial. El orden que se desprende de dicho principio se basa en una rígida
separación de los mundos masculino y femenino, y en una exacta distribución
por sexo de los lugares, espacios, vestuario y actividades específicas para
hombres y mujeres.
L A CHARRERÍA : ESPACIO DE PRODUCCIÓN Y DE ACTUACIÓN DE GÉNERO 195
2
Agradezco enormemente a Eduardo Archetti el señalamiento de esta articula-
ción de los datos en diferentes tipos de relaciones.
196 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
3
El voto femenino fue reconocido en México en 1954, fecha en la que comienza
la emergencia de las primeras escaramuzas charras. En Jalisco se inicia esta
práctica en la década de los setenta, cuando se realizó en México la primera
cumbre mundial de la mujer convocada por la Organización de las Naciones
Unidas.
4
El concepto de «institución total» ha sido definido por E. Goffman (1970) para
referirse a aquellas instituciones cuyas tendencias absorbentes del tiempo y el
interés de sus miembros son tales, que se hace evidente la discontinuidad entre
éstas y el resto de las instituciones, simbolizada por una serie de obstáculos que
se oponen a la interacción social con el exterior y al éxodo de los miembros, y
que suelen adquirir forma material.
198 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
través del cuidado de las tradiciones en las que se insertan las familias cha-
rras. La transmisión de un complejo ethos charro es la médula de esta sociali-
zación cuya base son las mujeres, vistas a través de un estereotipo maternal:
toda mujer es una madre; y la madre es un estereotipo de género que conden-
sa sentimientos, representaciones y prácticas que tienen que ver con la crian-
za, el cuidado, el consuelo, y otros atributos que corresponden a ese estereo-
tipo llevado a niveles de veneración y plasmado en algunas manifestaciones
folclóricas.
El sentimiento que liga entonces al charro con las mujeres es, principal-
mente, el respeto. El charro habla de la mujer siempre respetuosamente y, a
pesar del estereotipo difundido por algunas de las películas del cine mexica-
no y por otros medios (véase D’Egremy, 1975) que dibujan al charro como un
macho (categoría vaga y general que hace referencia a cierto comportamien-
to masculino brusco y violento), la conducta del charro con las mujeres es,
por lo general, caballerosa y protectora. En su imaginario la mujer aparece
casi siempre despojada de toda referencia erótica y más bien se ve como una
figura investida por la beatitud de la maternidad y de su papel de «reposo del
guerrero», de quien depende la reproducción y el sostenimiento del universo
cotidiano y simbólico de las familias charras.
Sin embargo, hemos señalado que las mujeres, además de ser los pilares
que sostienen las familias, también tienen otros papeles en el mundo charro,
si bien que sin abandonar el mundo de «lo doméstico», es decir, el de las nece-
sidades de atención, cuidado, alimentación, ornamentación y acompañamiento.
En este contexto, las mujeres participan formalmente en la charrería median-
te las figuras mencionadas de reinas de la Federación Mexicana de Charrería,
de los Comités de Damas de esta agrupación y de las escaramuzas, actividad
cada vez más extendida, pero que sigue teniendo una valoración ambigua por
parte de los charros. El papel de las Reinas Charras es tanto representativo
como ornamental: ellas aparecen elegantemente vestidas en los desfiles y en
la parte inicial de las charreadas, y su puesto no acarrea capacidad de deci-
sión ni ningún tipo de participación en el mundo de los varones. Su elección
es determinada por su liga con los charros (padre, hermanos, etcétera). Por
otra parte, el Comité de Damas está formado por las esposas de los charros y
sus tareas son protocolarias.
L A CHARRERÍA : ESPACIO DE PRODUCCIÓN Y DE ACTUACIÓN DE GÉNERO 199
Antes [en los años cincuenta] las reinas no eran por bonitas, a veces sí, la gente que
invitaban, pero las más de las veces éramos nomás las hermanas de los charros, o las
hijas de algún charro. Yo recuerdo cuando fueron reinas Carmelita Sánchez y luego
fui yo y «La Güera» Zermeño —hermana del «El Gallo» Zermeño. Eramos las mismas
familias y de ahí iban resultando las reinas. Lo que hacían era encabezar el desfile y
todo, pero sobre todo animar e invitar a todas las amigas a que fueran a las charreadas
vestidas de chinas. Tú las invitabas, les prestabas, bueno, tenías que hacer colección
de ropa porque nadie la tenía, más que uno. Ya todas venían y escogían y acabábamos
con el guardarropa ya todo trespeleque, pero todo mundo se vestía de china y de cha-
rra. Eso era, pero no es como lo que se entiende ahora por una reina, así las de gala;
antes era la reina, sí, pero con un sentido mucho de familia: ahora es Blanca, ahora es
Chero, ahora es Carmelita y así siguió. Ahorita la reina de federación hace muchas
cosas. Ahora organizan eventos y todo para ayudar y promover, ella anda, da cursos...
Y luego, el Comité de Damas somos las esposas de los organizadores, de los anfitrio-
nes, y sirve atender a las mujeres de los charros. Porque a los charros les hacen comi-
das, les echan las yeguas para que pialen; a los charros los atienden los hombres den-
tro del lienzo, pero hay veces que no a todas las señoras les gusta estar metidas en el
lienzo siempre, entonces se les organizan cosas. Nosotras ahora no porque fuimos
puras charras, charras, pero en los congresos casi siempre hay tours a Tlaquepaque o
que las llevan a ver las artesanías o a conocer el centro histórico, a los centros comer-
ciales. Y mientras es la charreada y acá las que somos picadas y estamos casi
aventándonos al ruedo, otras señoras que van, ven su charro y ya mejor se van a cono-
cer la ciudad. Y el Comité de Damas es lo que hace. Es nada más atender, arreglar el
lienzo, los regalos y eso. (Entrevista con Blanca Barba y Sara Piña, 4/XI/1999)
mas, se señala que se integran «con las señoras esposas de los miembros del
Consejo Directivo Nacional» de la Federación de Charros. Este comité es pre-
sidido por la esposa del presidente del consejo directivo nacional en funcio-
nes5 y se le asignan también facultades y deberes igualmente relacionados
con las necesidades «domésticas» de la Federación (Estatutos… 1933: 30-31 y
45), es decir, los trabajos de ornamentación, atención a los invitados, cuidado
de los detalles de las fiestas, y otros.
Las primeras muestras de participación de la mujer en la charrería fue-
ron en la Ciudad de México a principios de la década de los años cuarenta,
cuando la Asociación Nacional de Charros nombra a Rosita Lepe (hija del
reconocido charro Filemón Lepe) como la primera reina de la charrería. Lue-
go siguió Guadalupe Fernández de Castro. Ambas montaban y abrían las co-
lumnas de sus asociaciones en los desfiles. Después de eso, algunas mujeres
comenzaron a mover los caballos cambiando la postura original «a mujeriegas»
por la de «a horcajadas» tan bien o mejor que como lo hacían muchos hom-
bres; incluso llegaron a presentarse en las charreadas calando un caballo. La
primera que hizo esto fue Malena Lucio a finales de la década de los cuarenta;
ella montaba en un club hípico y cambió la monta por el estilo charro tenien-
do como rival en San Ángel a Edith Calcáneo. Sin embargo, los charros siem-
pre mostraron su oposición a que las mujeres compitieran (Bello, 1993). Hay
que decir, no obstante, que la resistencia a la competencia es a que se dé entre
los sexos y a través de las mismas suertes ya que, finalmente terminaron acep-
tándose y formalizándose las competencias de escaramuzas, pero se llevan a
cabo en un mundo totalmente separado de la charreada, y diferente a éste
tanto en su contenido como en su forma.
5
Esto está en consonancia con una implícita y extendida práctica cultural en
México: la de presuponer que la esposa de los funcionarios, por el hecho de
serlo, deben —y pueden— desempeñar cargos públicos (directora del DIF, coor-
dinadora de labores voluntarias, de eventos asistenciales y otros). No nada más
no se les consulta, sino que se sobreentiende que ellas harán esas labores, al
margen de sus intereses, capacidades, etcétera. En cambio, en los casos en que
sea ella quien ocupe el cargo, nunca se obliga a su marido a hacer lo mismo. Es
claro que es el género lo que determina esta práctica.
L A CHARRERÍA : ESPACIO DE PRODUCCIÓN Y DE ACTUACIÓN DE GÉNERO 201
Otra función importante que en la charrería asumen las mujeres, que rara
vez se menciona y que ha sido básica para su sostenimiento, es la función de la
difusión de la cultura charra a través de distintos medios. Mencionaremos como
ejemplos a Pilar Barba, que dirigió todos los años que duró la primera revista
especializada del mundo charro: Charrería. El Deporte Nacional en el estado
de Jalisco. La directora general de otra revista especializada en charrería edita-
da en el Estado de México, Lienzo Charro. Orgullo Mexicano, es Karem Villase-
ñor Trabado (aunque es interesante que tienen por encima de ella a un presiden-
te que es un varón); igualmente, la directora general de la revista editada en
Ciudad Victoria, Tamaulipas y llamada Escaramuza, es la Lic. Aracely Solano
Ortiz. Se invita a Minerva Coutiño como directora del Museo Nacional de Cha-
rrería. En la exposición Art of the Charrería. A Mexican Tradition montada en
el año de 2002 en el Autry Museum of Western Heritage, en la ciudad de Los
Ángeles, California, las curadoras invitadas de la Ciudad de México fueron
Andrea Cabello, Montserrat Mata y Rocío Martínez.
Veamos lo que opina actualmente el presidente de la Federación Mexi-
cana de Charrería sobre la participación de las mujeres:
La función de una reina es nada más representativa, en todos los niveles, incluso en
las monarquías, como la inglesa —que se supone que es la más fuerte—, la reina no
gobierna Inglaterra, la reina solamente representa lo que es la estirpe inglesa, ¿no?
Igual acá, la reina debe cumplir con una función de representación. Ha habido algunos
intentos de que la reina cumpla con algunas funciones más allá de la representación,
pero yo creo que no debería ser el papel adecuado; yo estoy convencido de que la
mujer, sin diferencia de sexo, en la actualidad debe de penetrar en todos los espacios
y debe de, sin perder su feminidad, participar en las competencias como están defini-
dos los roles, hay competencias femeninas, hay competencias masculinas. Pero en la
administración y en la organización debería de jugar un papel más importante. Toda-
vía no se ha planteado que pueda haber una presidenta de la federación, pero yo creo
que eso dependerá solamente de que una mujer se plantee y se atreva a conquistar la
confianza y demuestre tener una idea clara del significado que representa todo esto,
debería de exigir la posibilidad de que hubiera. En este momento veo muy remoto que
suceda, cuando suceda será porque los charros hayamos asimilado que esta mujer, en
ese momento, representa la opción más adecuada, pero que no nos fijemos en que sea
202 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
mujer o hombre, sino en que las ideas y las propuestas que se están manejando sean
las mejores para el desarrollo de la organización. No debemos ver esto en términos de
género, pero sí reconozco que persiste esa diferenciación de género dentro de la cha-
rrería. Además de la reina, existe en la federación un Comité de Damas, igual que
existe en todos los estados, pero equivocadamente se le ha dado un rol estatutario. Y
digo que equivocadamente porque ellas nada más son nuestras esposas, no son afilia-
das a la federación; entonces, me parece, perdone usted la expresión, una estupidez
jurídica que se les den reglas cuando no pertenecen a la institución, sino que solamen-
te tienen funciones nada más de coadyuvancia, de colaboración, de imagen, de estar
ahí, de presencia solamente. (Entrevista con Jorge Rivera, 25/VI/2002)
«La mujer y el caballo más quieren freno que espuelas»; o «el que presta la
mujer para bailar o el caballo para torear, no tiene derecho a reclamar».
Los despliegues de romanticismo charro que, por otro lado, se dirigen a
las mujeres, permiten ver que se dividen en dos categorías: las madres, en la
que caben las esposas, y las muchachas jóvenes casaderas que son vistas como
difíciles, desdeñosas e ingratas:
L AS ESCARAMUZAS CHARRAS
Las escaramuzas6 son grupos de mujeres que participan deportivamente en el
lienzo charro con un espectáculo específico, producto de entrenamientos y
destrezas particulares, y que es rígido y duramente reglamentado, como una
esfera específicamente femenina y estrictamente separada de lo que compo-
ne propiamente el deporte de los charros. Es justamente el análisis de las
escaramuzas lo que nos ha permitido concluir que las identidades de género
en el mundo charro dependen de esta separación tajante de los universos de
cada uno de los sexos, y que es principalmente la estética lo que forma
discursivamente el dominio de restricción de lo femenino. La belleza y el va-
lor ornamental que se asigna a las escaramuzas son los elementos que justifi-
can la presencia de las mujeres, no la habilidad que muestran ni, mucho me-
nos, el espíritu de competencia que es considerado como un valor «masculi-
no». Es decir, el dispositivo creado para la participación de las mujeres en la
charrería, a través de las escaramuzas, opera con un principio de exclusión/
inclusión que compone un dominio cerrado por códigos estéticos que neutra-
lizan la percepción de cualquier otro atributo de las mujeres que pueda con-
tradecir el ideal de género que pretende sostenerse a niveles discursivos.
Las escaramuzas son un conjunto de ejercicios ecuestres que, a manera
de carrusel, realiza al galope un grupo de niñas y muchachas vestidas de
rancheras y montadas al estilo mujeril. El número, similar a un ballet ecuestre,
es muy llamativo por el ritmo, el valor, la precisión y la habilidad que las jinetas
despliegan, y tiene lugar, por lo general, a la mitad de la charreada, interrum-
piendo la competencia e introduciendo un elemento festivo realmente especta-
cular. Es decir, la escaramuza entra al espacio de la charreada no para compe-
tir, sino para adornar y distraer al público del ritmo tedioso que conllevan las
6
Se dice que la palabra «escaramuza» fue sustituida por la expresión «carrusel
charro», por Santiago Ruiz Gómez, que eligió dicha palabra para evocar las pe-
leas entre jinetes que se llevaban a cabo en Italia, y para recordar las tropas que
en 1580 se disponían a entrar en Portugal dirigidas por el Duque de Alba.
L A CHARRERÍA : ESPACIO DE PRODUCCIÓN Y DE ACTUACIÓN DE GÉNERO 205
Ellas no son charras —como ellos—, sino «damas charras»; no son metafóricamente
evocadas como hijas y esposas, aunque muchas lo sean efectivamente. Su presencia
se enuncia indirectamente, con la fórmula ya también tradicional: la Familia Charra
(Ramírez, 2000: 8).
Hay que decir, además, que hay mucha ambivalencia en los juicios que
se hacen sobre las escaramuzas: algunos charros entrevistados dicen que no
son necesarias, que «estorban» en las competencias, que «distraen» de lo que
es lo sustancial de la fiesta charra:
sidera «lo auténtico»: que las mujeres permanezcan, obedientes, dentro de los
límites del territorio femenino que los mismos varones han creado para ellas,
sobre la base de lo que se considera la esencia de cada sexo, y sobre la autori-
dad de quienes tienen privilegios por ser quienes son los auténticos deposita-
rios de la tradición, los varones. Una cosa es que quieran participar como
escaramuzas (eso se toma como la prueba de que los charros son de avanzada
y toleran «la liberación de la mujer», además de que con eso muestran su
apego a la Constitución que reconoce la igualdad de derechos), pero otra muy
distinta es permitir que dicha participación se realice de cualquier manera.
Por eso se producen esos reglamentos tan apretados que obligan a las muje-
res a que, finalmente, no vayan más allá de lo permitido. Y no solamente eso,
también bloquean activamente el desempeño de las mujeres de distintas ma-
neras. Veamos el siguiente ejemplo:
El reglamento nos concede algunos minutos antes de nuestra presentación para reco-
nocer el lienzo; la sede puede darnos de quince minutos a media hora para tal efecto.
En esa ocasión [el Congreso Nacional, en Morelia], los organizadores dijeron: no tene-
mos tiempo para las escaramuzas porque los charros deben correr ganado a las ocho
de la mañana; si ustedes quieren ocupar otra hora lo pueden hacer». Ante esta situa-
ción, hubo escuadras que a las tres de la mañana ya estaban montadas, y eso no está
bien. Hay que ser parejos. Lamentablemente eso pasa en muchos lienzos (Peña en
Lienzo Charro. Orgullo Mexicano, 2002: 25).
Por otra parte, el hecho de que una mujer sea una escaramuza no quiere
decir necesariamente que cuestione o abandone las demás partes de su papel
de género dentro de la charrería, así como su principal función de sostén de la
familia, que los varones no se cansan de resaltar sin escuchar cuál es el plan-
teamiento de las escaramuzas y sin comprender el fondo de la discusión:
Creo que están equivocadas. Han malinterpretado las cosas. Las mujeres son muy
importantes. Uno de los valores fundamentales de la charrería es que integra a la fami-
lia y eso, sin ustedes, no sería posible. Cuántas mamás llevan a sus hijos a las prácticas
y son las primeras en las tribunas para echar porras. ¡Participan más que cualquier
charro… (Villegas en ¡Charras al ruedo!, 2022: 24).
L A CHARRERÍA : ESPACIO DE PRODUCCIÓN Y DE ACTUACIÓN DE GÉNERO 211
Claro, aunque los hijos estén grandes, una siempre escucha: «Mamá, la reata, las
chaparreras»… y ahí vamos cargando todo y todavía el marido nos lanza aquello de:
«¡Vieja!, ¡se te olvidó mi corbata!». Bueno, la mujer y madre charra es caballerango,
entrenador, juez, chofer, valet, porrista… Todo eso demuestra que el papel de la mujer
debe ser más importante. (Rojo en ¡Charras al ruedo!, 2002: 24)
…que, al igual que ellos, sienten la pasión profunda por nuestras tradiciones naciona-
listas, por el amor al caballo y por el culto a nuestro deporte nacido en el campo
mexicano (Bello, 1993).
212 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
Dentro del panorama nacional, son los Charros de Jalisco la única aso-
ciación que nunca, desde su formación en 1919, ha tenido equipos de escara-
muzas, cuestión que narran con cierto orgullo y que sostienen sobre la base
de una supuesta naturaleza conflictiva de las mujeres y de una necesidad de
protegerlas, dada su fragilidad. Dice Gabriel Sánchez, miembro de dicha aso-
ciación:
Bueno, es una tradición [no tener escaramuzas]; tratar con la mujer es muy difícil
ahorita en estos tiempos. Si la asociación tiene un compromiso […] con la escaramuza
y ya ahorita en estos tiempos, la mujer se enoja con el novio o que el papá la castigó y
ya no va, ya el compromiso quién lo va a cumplir. Nos ha tocado que nosotros invita-
mos a una asociación con una escaramuza y a última hora cancelan la escaramuza que
porque hubo problemas dentro las mismas mujeres y todo. Entonces, por esa razón no
hemos tenido, y aparte sí es peligroso; ahí con nosotros montan a caballo muy bien,
les gusta hacer sus movimientos, pero no en plan de competencia; entonces, por tradi-
214 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
ción, inclusive a las mamás no les gusta, pues, como ellas no fueron escaramuzas,
entonces eso te van transmitiendo, entonces… (Entrevista con Gabriel Sánchez Sán-
chez, 2/XI/1999)
La primera escaramuza que vino fue de La Nacional y, cuando la vi, lloré de emoción.
Luego hubo otra escaramuza que formó una muchacha que se había casado con un
216 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
muchacho de Tepa, charro. Cuando la vi por primera vez, ella entraba a las charreadas
calando el caballo. Era una novedad, porque las mujeres no teníamos nada que ver
ahí, ¿verdad? Luego, ya las escaramuzas fueron proliferando. Los charros se molesta-
ban mucho, que cómo estaban ellos en su charreada y entraban todas las viejas y
andaban a vuelta y vuelta para todos lados: «Caramba, tan emocionados que estába-
mos en la charreada.» Pero en ese entonces ellas no tenían orden, donde entraban a
un lienzo a ver quién las sacaba porque andaban nomás para allá y para acá… Imagí-
nate la situación, a media charreada, todos los charros a los cajones y entra la escara-
muza, ay Dios mío. Pero con el tiempo esto fue cambiando, y ahorita una escaramuza
dura ocho minutos, a lo más. Entonces llegan pero si matadas, tienen su programa y
hacen de volada en ocho minutos todo y salen. Y ya ahora es algo aceptado. (Entrevis-
ta con Blanca Barba, 4/XI/1999)
Los charros del estado de Jalisco de mayor edad no ven en las escara-
muzas ningún logro para las mujeres, lo cual parece tener que ver con que
tampoco veían ninguna ventaja en pertenecer a la Federación. De hecho, el
rechazo a la Federación se basa mucho en la transformación que la charrería
sufrió al pasar de ser «una práctica amistosa» a una competencia deportiva, lo
mismo que sucedió con las mujeres en la charrería.
Yo soy de familia de charros de siempre, por mis dos abuelos: Ignacio Zermeño Padilla
y Andrés Z. Barba, que se considera el patriarca de la charrería. Me acuerdo que mi
papá cuando todavía era del equipo de «Los Bigotones» en Jalisco —porque mi papá
fue del equipo de «Los Bigotones» —, yo ya traía desde entonces la inquietud de mon-
tar y empezamos a juntarnos allá en el lienzo y entrenábamos en el estacionamiento
de los coches porque los charros no nos dejaban entrar al lienzo. Discurrían que esta-
ban ellos entrenando. Y buscábamos las horas en que no había entrenamiento e íba-
mos de última hora, y ellos entrenaban y no nos dejaban a nosotras; decían que las
mujeres tenían que estar en su casa. Y todavía hay asociaciones que así lo piensan,
como Charros de Jalisco; ahí lo siguen pensando por eso nunca han hecho una escara-
muza. Decían que las mujeres no tenían por qué estar metidas en esto, que eso era
cosa de hombres y que, aparte, los caballos se les descomponían si los montaban las
hijas; pero en mi familia era al revés, decían que nosotras les trabajábamos los caba-
llos y ellos los tenían trabajados para cuando los ocupaban. Las mujeres no tenían su
propio caballo. De por sí con una familia charra a cada quien tenerle su caballo para
cada cosa, pues es pesado. Digo, hay quien lo hace, pero lo ideal es que tengas un
caballo que te sirva para varias cosas. Entonces, yo ya traía el gusanito desde enton-
ces y cuando tuve la oportunidad acá en el lienzo charro, en el Zermeño, me dijo mi
218 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
papá, «pues ahora sí que, mijita, aquí está el lienzo, haz lo que quieras porque estás en
mi casa». Y fíjate que yo nunca pensé en formar una escaramuza, invitaba amigas y
nos juntábamos a montar a caballo, organizábamos muchas cabalgatas acá para
Zapopan que todavía estaba muy despoblado, y era padrísimo, ¿no? Y de ahí empeza-
mos: «oigan ¿por qué un día no le calamos a hacer los movimientos como escaramu-
za?», y así lo fuimos calando y lo fuimos calando y, cuando menos pensamos, debuta-
mos en el 72, en diciembre del 72. (Entrevista con Ana María Zermeño, 29/V/2002)
Me pidieron que enseñara a unas niñas y empecé en «La Tapatía» con un grupo de
amigas de mi hija, las hijas de Carlos Guzmán, Leonor Cuevas, las hijas de Marcelino
Gómez, las hijas del ingeniero Álvarez Tostado, un grupo grande de niñas que querían
aprender a montar y querían ser escaramuzas. «Primero vamos aprendiendo a montar,
luego hagan todas las payasadas que quieran, yo a escaramuzas no las enseño; yo les
enseño a montar». Tengo yo 35, 40 años montando a caballo, hice equitación inglesa,
salto, polo. Entonces las enseñé a montar, pero sin amarrarse al estribo; luego, por
ejemplo, que en un momento dado las hacía yo que anclaran el otro pie, les dije: «Se
les rompe el estribo, se les zafa el pie, en vez de caerse brincan el pie y se quedan a
horcajadas, que se sienten más seguras que con el otro pie por un lado y sin estribo y
L A CHARRERÍA : ESPACIO DE PRODUCCIÓN Y DE ACTUACIÓN DE GÉNERO 219
hacer galopar largo, galopar corto, sin tener que pegarle al caballo y simplemente con
el impulso, un poquito con la pierna, es decir, a manejar el caballo bien. Montaban de
lado, de lado, pero si en un momento dado, decir a ver, ahora brinquen el pie derecho;
luego trotaban, luego lo volvían a hacer, para que tuvieran elasticidad arriba del caba-
llo y no dependieran del esfuerzo ni del estribo, que dependieran de su equilibrio, que
es una cosa interesante, no que en el salto de un de repente se les zafan a uno los
estribos y tiene uno que seguir; en el polo, lo mismo, si no depende uno del estribo, es
decir, el estribo es una ayuda, pero no es indispensable; el que depende de eso, pues
por cualquier cosa se le zafa y se cae. Y me dio mucho gusto porque en realidad las
muchachas, muy bien todas esas muchachas. Después unas formaron escaramuzas,
hasta mi hija formó una escaramuza, pero se acabó porque se cayó una vez en Tecomán
o en algún lugar equis. Yo me quedé, mi señora corrió por la orilla porque se cayó, se
dio un porrazo y se quedó en el barandal y sabes qué, no más… (Entrevista con Ana
María Zarmeño, 29/V/2002)
Fue a partir de 1993 o 1992 que ya se establecieron las escaramuzas como una parte
competitiva de la charrería, porque antes no competían, antes iban, eran parte nada
más, era la parte bonita de la charreada. Usted se reunía con sus compañeras, sus ami-
gas, hermanas y se iba al congreso acompañando al equipo del papá o de la familia, y ya,
terminando la charreada se daba la escaramuza; ya era la parte bonita de la competen-
cia. Sí, eran muy admiradas, muy aplaudidas y todo, ahorita también… pero entraron a
una…, ya entraron a los conflictos deportivos, que si yo te voy a ganar… Ya hay un juez
especial, una mujer juez que va a calificar desde cómo se visten, ahí si mucho cuidado
con cómo se visten, hasta los aretes deben estar bien, bien especificados, el moño, la
trenza, el sombrero, las botas, la espuela, el vestido, todo, todo, la faldilla y los calzones
también debe de estar, o sea calzones largos, no el interior; entonces, todo debe estar
bajo estricto reglamento, si no lo trae apropiadamente ya son puntos malos que le va
quitando; entonces, ya se vienen otro tipo de conflictos, deportivos, y ya no es la parte
bonita, ya es el estorbo. Muchos charros así lo consideran, no les gusta que haya com-
220 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
Esta situación fue bien recibida por algunos grupos de charros, quienes
manifestaron que,
Las escaramuzas, además de preparar sus rutinas y cabalgaduras, han de tener listos y
completos sus atuendos para una exhibición o, más aún, para competir, pero qué or-
gullo para las damas que montan en alguna escaramuza presentarse como mandan los
cánones, ha sido una labor intensa que no puede tener descanso y a la vez garantía
para todos nosotros saber que nuestras charras llevan a cuestas la tradición vigente
del atuendo auténtico y la monta a mujeriegas (Ibid.).
L A CHARRERÍA : ESPACIO DE PRODUCCIÓN Y DE ACTUACIÓN DE GÉNERO 221
Mi escaramuza, después de treinta años, tiene tres meses apenas que se federó, cosa
que yo nunca había querido. Porque eso no era lo que buscaba en una escaramuza. Yo,
al formar una escaramuza, lo que pensé fue en que la familia pudiera participar, en que
fuéramos las mujeres con gusto a la charreada, no con aquel agobio que van ahora por
la competencia; pues sí íbamos por ver a los charros, porque les íbamos a dar de comer
y eso; pero, digo, qué diferente es que tú participes ¿no? Más si te gusta el caballo y
demás. De hecho, ese fue el motivo por el cual yo quise formar una escaramuza, y apar-
te, vi que a mi papá le llenó de satisfacción y que mi abuelo, bueno, se sentía
orgullosísimo de mí. Pues todo te hace decir «¡ay, qué padre!». Entonces, ese fue el
motivo por el que yo formé la escaramuza. Y las escaramuzas que se federaban, dejaban
de ser lo que yo pensaba, porque has de cuenta que las escaramuzas tenían competen-
cias en un lado, los papás en otro lado, los hermanos en otro lado, se peleaban entre sí
porque ocupaban el caballo, porque ocupaban el remolque, porque...¡todo! Y ya no era
lo que yo buscaba; aparte que la escaramuza siempre era un grupo muy padre de amigas
y convivíamos tanto y compartíamos tanto, éramos muy amigas y ya cuando competías
se perdía aquel encanto porque haz de cuenta que fulanita que se cayó, y en vez de ir a
ver qué te pasó, «¿no estás lastimada?», casi, casi le echaban la viga porque por su culpa
iban a perder. Hay muchas cosas que no me gustaban, muchas. A mí me tocó ver mu-
chachas que se caían del caballo, que se quebraban las clavículas y que lloraban, pero
lloraban más de la mortificación, de la regañada que le iban a poner sus compañeras
que de lo que le dolía; por eso dije ¿qué es esto? Mis niñas están acostumbradas a que,
222 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
¿se cayó fulanita? «oye, mija, ¿qué te pasó, te lastimaste? Da tres pasitos, ¿puedes? Si
puedes subirte, súbele y si no, pues sacamos el compromiso como sea». Me tocó ver
que se apedrearan escaramuzas, que se ponchaban las llantas en las estatales, que se
desgreñaban casi. ¿Qué onda? ¿Voy a entrar yo a eso? Yo no tengo ninguna necesidad de
nada. Muchas escaramuzas lo hacen porque es la forma que tenían de ir a un Congreso
Nacional Charro porque antes iban las escaramuzas que acompañaban a su equipo de
charros; si el equipo no pasaba al congreso, la escaramuza ya no iba. Y ahora con esto,
la escaramuza va por su parte y los charros por su parte, cosa que tampoco yo estaba de
acuerdo porque nosotros íbamos a los congresos charros a apoyar a nuestro equipo, si
nuestro equipo nos decía «oigan, muchachas, traemos un caballo que se pone muy ner-
vioso ¿qué tal si ustedes en vez de entrar a media charreada entran al final?» «Por su-
puesto», si íbamos a apoyar a nuestro equipo, nuestro equipo era el que iba a hacer los
puntos; nosotros íbamos a hacer el lucimiento de la charreada. Y ahora no, ahora la
escaramuza a pelear el lugar en la charreada, como lo pelean los charros. Pero bueno,
las hijas crecieron y ahora a ellas les gustó y ya les dije: «pues ustedes saben que yo
nunca he estado de acuerdo con esto, pero si ustedes lo quieren, qué se va a hacer». Y
ahora tienen tres meses que se federaron, acaban de entrar a la estatal hace tres sema-
nas, quedaron en segundo lugar, cosa que fue increíble porque, pues nunca lo habían
hecho. Nosotras éramos totalmente independientes, hacíamos lo que nos daba nuestra
soberana gana; ahora ya esto te implica muchos cambios, desde el tipo de albardas, o el
moño del pelo, dijeron que hay que cambiarlo que porque en el reglamento dice que no
hay que llevar moño, sino flores o no sé que, lo cambiaron. Yo, la mera verdad, se me
hace un reglamento tan nefasto, lo poco que sé del reglamento porque no me he puesto
a leerlo así, conscientemente, que no, se me hace como que se fijan en muchas cosas
muy secundarias y no en cosas importantes, tales como, por supuesto, que sepas mon-
tar bien, que sepas mover bien el caballo, que domines tu cuerpo arriba del caballo, y no
estarse fijando en saber qué moño te pones, por ejemplo. (Entevista con Ana María
Zermeño, 29/V/2002)
Muchas de las escaramuzas del estado se formaron conmigo y, todavía ahora, a nivel
nacional, me hablan y me piden cosas, como por ejemplo que fuera yo la vocal de las
escaramuzas de Jalisco en la Federación, que porque si yo apoyaba a Jalisco, pues ya
estaban aseguradísimos; pero yo les insistí en que no estoy de acuerdo con eso. Prime-
ramente a mí me pidieron que me federara y me querían nombrar la cabeza aquí del
estado y demás y yo les dije que no. «Es que si tú te federas y tú apoyas, las demás
escaramuzas más fácilmente lo harán» «Si, pero como no estoy de acuerdo, no lo voy
a hacer». La cosa surgió cuando fue el Campeonato Nacional Charro, aquí en Guadala-
jara, que quince días antes de que empezara el campeonato nos citaron para una junta;
fuimos a la junta, con el vocal de la Federación que era un hermano de Gabriel Sán-
chez, Javier, y ahí nos dijo que había «unas cosas nuevas» en cuanto a escaramuzas;
que ahora nos teníamos que federar, que teníamos que pagar una cuota a la Federa-
ción y que teníamos que aprendernos el reglamento; yo le dije: «Ah, okey, Javier, ¿y
esto para cuándo o qué?» «Ya para dentro de quince días». Le dije: «Cálmate, ¿es para
quince días? —digo— las escaramuzas quedamos de participar en el congreso charro
dentro de quince días, ya tenemos nuestras rutinas y nuestras cosas que vamos a ha-
cer ¿cómo a estas alturas nos dices que tenemos que ver un reglamento?». O sea, de
qué se trata, ¿no? «Es un requisito, meramente es un requisito. Nada más hay que
hacerlo para que los de la Federación estén conformes y que no se qué.» «Oye, no,
Javier, esto no es una jugarrera. ¿Y qué?, ¿no nos merecemos una atención de que nos
diga ‘oigan qué les parece esto, va a haber un seminario para explicarles cómo va a ser
el reglamento?» Yo no sé si fue cosa de que lo dejaron a última hora o cosa de la
Federación que lo dejó a última hora; pero a mí se me hizo una cosa muy poco formal,
muy poco seria, y le dije: «Yo creo que nosotros nos merecemos otro trato, digo, como
cualquier persona, esto no está bien hecho y, como mujeres, yo creo que una atención
es lo que debían haber tenido» —cosa que es bien difícil, que te la tengan—. Entonces
yo le dije: «¿Sabes qué?, no» «Pero es que no me puedes hacer eso, yo soy el vocal y
224 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
necesito apoyar, necesito que tú me ayudes» «Discúlpame, Javier, pero no, no estoy de
acuerdo y yo no voy a bailar al son que me toquen». Y no me federé. Y a los quince días
teníamos la presentación y no estamos porque era requisito estar federado. Con el
dolor en el alma, no fuimos. Otras sí fueron, la gran mayoría, pero nosotras no. (En-
trevista con Ana María Zermeño, 29/V/2002)
Esta postura de «La Prieta» acarreó diferentes reacciones, tanto entre
los charros como entre las mismas escaramuzas, que la acusaban de que no
quería renovarse, desarrollarse más, aprenderse los reglamentos y competir:
Mira, a lo mejor fue cómodo de mi parte porque también, digo, federarse implicaba
estar más en la pelea, estar más preparadas, estar más avispada, más al día; y yo con
mi escaramuza lo que yo quería era dar un buen espectáculo al público, pero sin expo-
ner a mis niñas; en ese momento, todos estos años, mis muchachas eran las que están
ahorita, pero estaban chiquitas, yo las estaba cuidando; la gran mayoría son mis sobri-
nas y casi siempre traemos a una chiquita, hay de todas las edades. Ahorita la más
chiquita tiene seis años, apenas la empezamos, en los entrenamientos ella monta acá
solita. Ahí se van fogueando, se van fogueando en lo que alcanzan a las demás. Pero te
digo, yo siempre trato de cuidar a mis niña. Bendito sea Dios, nunca hemos tenido
accidentes, siempre viajamos con la familia, estamos con la familia y ese era nuestro
motivo. Ahora, aquí en el lienzo charro tenemos muchísimas actuaciones, hay muchí-
simos congresos, muchísimas exhibiciones, muchísimas charreadas que nos invitan a
participar y tenemos mucha participación; hay otras escaramuzas que ni lienzo charro
tienen, ni asociación de charros tienen, son independientes. Y acá lo nuestro era fami-
liar, cien por ciento familiar y sigue siendo aunque se hayan federado. Y te decía, que
lo único que yo les pedí ahora —nos quedamos solas— que se federaron es que, Alteñitas
nunca ha dado de qué hablar, más que para bien, nunca para mal; y que quería que no
se diera, que no quería que nadie vestida de escaramuza fuera a hacer algo indebido o
fueran a hablar mal de zutana, ni fuera ni dentro de un lienzo charro. Y principalmen-
te, que no hay que ir a pelear un punto porque nosotras, les digo, somos las que somos,
campeonas o no campeonas, nosotras valemos como personas y como escaramuzas y
lo que ya somos en treinta años. No vamos a ir a pelearnos con una jueza porque nos
vio feo y nos bajó tantos puntos, porque la calificación de las juezas es mucho de
criterio. A mí hasta eso me decían «¿por qué no te federas? Todas las juezas son tus
amigas», muchas veces venían aquí a las competencias estatales y las juezas llegaban
L A CHARRERÍA : ESPACIO DE PRODUCCIÓN Y DE ACTUACIÓN DE GÉNERO 225
aquí a mi casa, aquí dormían y todo, y yo no competía. «Hasta eso tienes a tu favor»,
me decía todo mundo; es que, no voy con esto. Pero te digo, pues ahora a las niñas les
gusta porque si no lo hacen ya no van a un nacional. (Entrevista con Ana María Zermeño,
29/V/2002)
Dos días a la semana a entrenar, durante hora y media o dos horas. Es pesado, pero,
mira, eso te templa muchísimo, o sea, yo siento que es una de las cosas que te ayudan
más a fortalecer tu carácter porque, por ejemplo, a la hora que vas a jalar el caballo, que
estás tú sola allá, contra el viento y que el caballo está nervioso y tú más, y la adrenalina
se la contagias al caballo; pero es un controlar tu persona y controlar el animal, enton-
ces eso te llena de fuerza, te hace formar tu carácter, en pocas palabras. Yo así lo siento.
Creo que ahorita ya no es el tiempo de —digo, sí, todo tiene su momento, como mamá,
como esposa—, de pura dulzura y de ser tierna y de ser cariñosa en su casa y todo
¿Pero en la vida?, en la vida no puede uno estar así, en la vida te comen. Tiene uno que
tener un carácter fuerte, tienes que saber salir adelante, ya no son los tiempos de ser
sumisas. Yo así lo siento. Y eso les enseño a mis hijas. Y te digo, yo siento que montar a
caballo te ayuda mucho a formar tu carácter, mucho. Y esa era otra de las cualidades
que yo le veía a la escaramuza. Primeramente, el unir la familia; segundo, el que te
ayudaba mucho como persona a tomar decisiones. Yo era muy de las de «¿tú qué me
aconsejas, tú cómo le harías?», yo era muy así y con esto, caramba, digo, tiene uno que
saber hasta donde y eso a mí me ha ayudado mucho. Aquí en el Lienzo Zermeño siem-
pre hay muchas exhibiciones para colegios, para orfanatorios, para templos que están
en construcción y también eso les hago ver a las niñas, que es una forma de ellas, con lo
que saben hacer, es cooperar para una obra social. Hay muchas escaramuzas, la gran
mayoría, que ya cobran por actuar o las invitan a competir a algún lado fuera y cobran
todos sus gastos, así. Y nosotras, hasta ahorita, hasta estas fechas, actuamos para even-
tos de beneficencia, pero se los hago ver a ellas para que vean que ellas también, al
226 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
hacer lo que les gusta, pueden cooperar en algo. Entonces te digo, he matado varios
pájaros con la escaramuza, siento que de esta forma también están, te digo, cooperan-
do para obras sociales, les ayuda a ellas en su persona. Y el vivir en un grupo también te
implica muchas responsabilidades porque tienes que pensar, por ejemplo, en que yo
tengo una fiesta hoy, pero las demás van a ir a entrenar y si no voy a entrenar las voy a
perjudicar, o sea, tienes la responsabilidad y la tienes que hacer. Es decir, la responsa-
bilidad de estar en un equipo. (Entrevista con Ana María Zermeño, 29/V/2002)
Las escaramuzas indias, pues fue una tradición bonita, pero era demasiado riesgoso, yo
siempre pensé y dije «jamás dejaría a una de mis hijas hacer eso». Montan a pelo y a mí
me tocó ver a unas en mis tiempos, unas de Lagos y has de cuenta que paraban el
caballo y quedaban colgadas del pescuezo y no, no, no, no, que yo decía, no se me hacía
muy femenino, porque digo la monta de nosotras es muy femenina, es muy bonita. La
escaramuza es femenina porque pues, van sentadas de lado, en albarda y es muy estéti-
ca la forma en que montamos nosotras; digo, como que a pelo y de india siempre se me
hacía así como que pues muy riesgosa y muy aventada, yo las admiraba por aventadas,
pero yo dije, yo jamás en mi vida me animaría ni lo haría. Las primeras que hubo fueron
L A CHARRERÍA : ESPACIO DE PRODUCCIÓN Y DE ACTUACIÓN DE GÉNERO 227
unas de Chihuahua, las Rarámuris, muy bonita escaramuza y era un espectáculo en los
congresos charros porque las metían en la noche y con mechones así prendidos, era
bonito como espectáculo; creo que ya ahorita no podrían competir ellas porque no cum-
plían ningún reglamento ni nada, pero yo creo que como espectáculo es bonito. En
aquel tiempo se nos hacía así como que era locura, ay, estas bárbaras; o sea, ni al caso,
pero yo creo que también eso era, yo decía es que ese grupo cómo se anima. Pero
también al mismo tiempo decíamos es que los charros no deberían permitir estas cosas,
hasta nos indignábamos, pero era envidia, yo creo, hasta en cierta forma, porque, digo,
la verdad eran muy aventadas. Decíamos que eran unas cirqueras, que las lleven al cir-
co, decíamos, yo me acuerdo; ellas también eran de familias charras nada más, pues no
sé de dónde nació eso o de dónde empezaron, pero a mí me tocó ver a las de Lagos
también, híjole, eran buenísimas y luego las invitaban mucho para acá porque eran un
espectáculo. Pero bueno, fueron diferentes épocas y como quiera, pues la escaramuza
va a seguir siendo la escaramuza y va a seguir siendo y ojalá y dure muchos años, por-
que la verdad que ahora que veo a mis hijas montando y que no dejo de ver que es un
peligro, es un riesgo, pero es como todo. Hace tres semanas se me cayó mi hija la más
chiquita, horriblemente, espantosamente, me asusté muchísimo al grado de que llegué
a pensar que a esas edades ya no montes, pero no las voy a meter a una cajita de cristal
para que no les pase nada. (Entrevista con Ana María Zermeño, 29/V/2002)
L A MASCULINIDAD Y LA CHARRERÍA
Faenas, duras faenas reclaman al charro, pues su vida es de constante
trabajo y de esfuerzo poderoso; ha de dominar lo mismo las reses
bravas, que gobernar los aperos de labranza. Y todavía, después de
las obligadas tareas, podrá entregarse a las suertes de la charrería,
buscando esparcimiento, dureza para su cuerpo, fortaleza para su
espíritu. Desea llegar pronto al hogar para disfrutar su merecido
descanso, después de las fatigas diarias, que, al parecer, dan
cansancio doloroso, cuando sólo es el reclamo natural de la quietud
del hogar y el reposo; reclamo que se expande por el cuerpo jugando
a que es cansancio, siendo fuerza; fingiendo que es dolor, cuando es
calma; aparenta ser debilidad, y sólo es fortaleza.
«buenos charros» son asemejados a las mujeres. Una anécdota contada por
Blanca Barba, ilustra este punto:
…el charro que coleaba y que tumbaba redonda [es decir, hacía bien la suerte de la
coleada], se acercaba y las muchachas le ponían su banda [las jóvenes hacían para las
charreadas sus bandas de colores, claro los colores de la patria, rojas, blancas, ver-
des] y cuando no tumbaban, los esperaba una falda amarilla con holanes rojos. Si, al
que no tumbaba, se le dejaban ir, lo agarraban, le ponían su falda, su rebozo y a bailar
un jarabe. Era simpático, imagínate a Pablo mi hermano, con unos bigototes acá, con
rebozo y a bailar zapateado. (Entrevista con Blanca Barba, 4/XI/1999)
Hay, además, una serie de expresiones lingüísticas que tienen este senti-
do de que lo malhecho o hecho sin suficiente vigor, está hecho por una mujer
y no por un hombre, tal como «lazar a la vieja» [aventando la soga al suelo
para que el animal meta las patas y no lazándolo el movimiento] o el mismo
«montar a mujeriegas».
Éste énfasis ideológico y significatorio puede ser complementado por
la acción y la estrategia de lo que los hombres hacen para reproducir el noso-
tros/ellos como hombres o el nuestros/sus sentidos de sí mismos como hom-
bres. Es decir, este modelo de masculinidad no es construido solamente para
distinguir a los hombres de las mujeres, sino también a los charros de los no
charros. En este nivel pueden incluirse elementos externos tales como la im-
portancia de los distintos trajes charros cuidados en cada uno de sus detalles,
los arreos, las posturas, las conductas, lenguaje y actitudes. Varios de los cha-
rros entrevistados señalan que un charro se distingue aunque no esté vestido
de charro, por «su manera de ser».
En el proceso de producción de un ideal específico de masculinidad, la
dimensión visual es central, por lo que una pieza fundamental en dicho proce-
so es la construcción de un específico tipo de cuerpo masculino,7 mediante la
7
Es interesante observar en este punto que no ocurre lo mismo con las mujeres, y
esta diferencia se evidencia en el tipo de trajes. El masculino es ajustado al cuer-
po, permitiendo así notar su conformación, mientras que el de las mujeres es suel-
to y cubre el cuerpo en su mayor parte, evitando que su forma sea evidente.
230 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
Me di cuenta que la corbata que llevaba [otro] era de esas de moño «prefabricado»,
costurados a un elástico y que no se deberían permitir. Aquí, con el debido respeto, me
permito insistir para que la Federación tome cartas en el asunto y de una vez por todas
recuperemos el atuendo como debe de ser, a riesgo de que se desvirtúe de tal manera,
que vaya a suceder lo que en algunos casos se da. Es muy triste observar que hay
charros que pareciera que están vestidos de chinas poblanas y eso no es justo (…) ¿No
se dan cuenta de que el atuendo nacional mexicano es una tradición que ha motivado
incluso la emisión de un decreto presidencial para conservarlo auténtico? ¿No se dan
cuenta de que por definición la tradición no tiene nada que ver con la moda? ¡Vamos a
vestirnos de charros, no de chinas poblanas! (Alberto Ángel «El Cuervo» en Ramírez,
1997: 41).
constructo perfecto donde cada parte tiene su lugar. El cuerpo humano mis-
mo toma así un significado simbólico.
El ideal de masculinidad que invoca el charro como estereotipo nacio-
nalista construido en el contexto del surgimiento del Estado moderno mexi-
cano se relaciona con las necesidades de regeneración subjetiva y nacional, y
es un elemento básico para la definición de la identidad de los habitantes de la
modernidad mexicana. Así, el charro fue el resultado de un proceso de bús-
queda general de símbolos que hicieran lo abstracto concreto en el contexto
de los inquietantes cambios de la era moderna. El charro, como estereotipo
masculino llegó a ser integral en una era centrada en lo visual y marcada por
búsquedas de símbolos para crear un «nuevo hombre». En tanto que el cuerpo
humano tomó su forma simbólica, sus construcciones y su belleza tomaron
cada vez más importancia. La masculinidad moderna se fue definiendo a sí
misma a través de un ideal de belleza masculina que simboliza virtud. De esto
parecen estar muy conscientes los charros más tradicionales.
Recordemos, además, que este símbolo masculino se fue depurando
paulatinamente, y para este proceso de depuración fue central la oposición
simbólica establecida con el elemento femenino que se ubicaba como pareja
del charro: primero la china poblana, y luego la charra y la ranchera. Al mismo
tiempo que en el proceso poco a poco se radicalizan más esas oposiciones
(masculino-moderno-mestizo-poderoso-occidental vs femenino-tradicional-in-
dígena-subordinado-oriental), el charro aparece cada vez más sin pareja,
hasta el punto en que comienza a aparecer él solo en el estereotipo que repre-
senta lo mexicano. ¿Se querrá simbolizar así que, por fin, México alcanzó la
ansiada modernidad y la unidad como nación?
Aunque los hombres siempre han tenido normas que marcan, por ejem-
plo, cómo deben caminar y pararse de una manera propia, la modernidad
trajo nuevas piezas que construyeron la masculinidad de otra manera cuyo
principal rasgo es la importancia de la estructura del cuerpo humano, para la
cual la importancia de los vestuarios y adornos es fundamental, ya que cada
elemento parece hablar de lo que ese hombre es. Y también es fundamental la
disciplina corporal que construye el cuerpo buscado. En la charrería ambos
elementos tienen un lugar definitivo en la construcción del cuerpo del cha-
rro: el atuendo y el deporte, ambos rigurosamente normados. El objetivo es
232 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
obtener una imagen hipermasculina que represente fielmente los ideales del
México moderno.
E. Dunning ha trabajado al deporte como coto masculino, como un lu-
gar donde se juegan la identidad masculina y sus transformaciones (1995: 323
y ss.). Algunas de las ideas que concluye pueden ser útiles para pensar a la
charrería en su vertiente deportiva. Señala este sociólogo que todos los depor-
tes son inherentemente competitivos y tendentes, por tanto, a despertar la
agresión. Agrega que rastrear los orígenes de algunos «deportes de combate»
modernos en una serie de juegos tradicionales populares cuya violencia tras-
luce su arraigo en una sociedad, que era más violenta y por consiguiente más
patriarcal que las actuales; los cambios «civilizadores» ocurridos fueron sin-
tomáticos de un conjunto más amplio de mutaciones que, entre otros efectos,
aumentaron el poder de las mujeres en relación con el de los hombres. Algu-
nos de éstos respondieron a la nueva situación de cambio en la balanza de
poder haciendo de los clubes deportivos cotos exclusivamente masculinos en
los que los varones podían simbólicamente escarnecer, cosificar y vilipendiar
a las mujeres, las cuales en la actualidad representaban una amenaza para su
posición y su autoimagen.
Las acciones y signos que en la charrería se ponen en juego son medios
para probar la hombría y para reasegurar a quienes los realizan en su identi-
dad masculina. La fiesta charra entonces, es la representación de todo un
mundo de valores y normas en que el esquema de género es fundamental y en
que lo femenino es tomado como algo negativo y temible. Como se teme tanto
cualquier vestigio femenino en el interior del territorio masculino y de cada
uno de los varones que lo componen, entonces lo femenino se coloca
imaginariamente en un afuera, creando una distancia y buscando así tener
control sobre ello. En otras palabras, si lo femenino existe solamente en las
mujeres, basta con cerrarles las puertas a cierto tipo de espacios sociales, o
con construirles un dominio cerrado y así fortalecer las fronteras de género,
para que el modelo de masculinidad que se pretende sostener no tenga fisuras
ni grietas por donde pueda colarse la sospecha sobre la integridad de dicho
modelo. De aquí parte la explicación de la rudeza que se encuentra en estos
contextos, que niega el mundo de las emociones por ser atribuido a las muje-
res, así como de la frecuente homofobia discursiva que se encuentra general-
L A CHARRERÍA : ESPACIO DE PRODUCCIÓN Y DE ACTUACIÓN DE GÉNERO 233
mente en este tipo de mundos cerrados para varones, con la que se pretende
conjurar el peligro de infiltración de elementos que puedan volver equívoca la
imagen de masculinidad buscada.
Esta actitud está en la base de la separación radical de los mundos de
los sexos, y el interjuego que se produce entre las categorías de lo masculino
y lo femenino y la valoración de cada una de éstas, determinan las relaciones
entre ambos, cuestión que parece darse también en las relaciones simbólicas
entre los charros y los animales.
La separación radical del mundo asignado a cada sexo tiene que ver con
evitar, a toda costa, la competencia entre hombres y mujeres. ¿Qué pasaría si
una mujer ganara a un varón en una competencia? A la mejor podría entonces
tenerse dudas del tamaño de cada quién, o verlo con toda claridad, que es el
temor que parece externarse en la siguiente cita:
ciado con una ética guerrera como la que menciona N. Elias (Elias en Dunning,
1995: 329), la cual decreta que esquivar o retroceder ante los golpes del contra-
rio es una cobardía, o lo que es lo mismo, una sombra de duda sobre la identi-
dad de género. Así, el ideal masculino de los charros se basa en el valor, la
fuerza, la rudeza, la competencia, la serenidad, la confiabilidad y la fraternidad.
A la mujer charra ideal, entonces, le corresponde el retrato de temerosa, débil,
frágil, incapacitada para la competencia, nerviosa, desconfiable y conflictiva.
Lo interesante es que estos valores de género ingenuamente atribuidos
en el discurso a la pertenencia a uno u otro sexo aparecen en la práctica de
manera móvil y flexible, de manera que las fronteras que los mismos charros
levantan entre lo masculino y lo femenino se tornan confusas, ya que las mu-
jeres que forman las escaramuzas muestran valores «masculinos» para reali-
zar sus suertes; y los varones exhiben inevitablemente valores considerados
como «femeninos», como el cuidado del atuendo. Igualmente, en el ámbito de
lo doméstico, las mujeres pueden asumir valores «masculinos» —como el man-
do, el control, la autoridad, la fuerza— y los hombres, entonces, son situados
necesariamente en una posición «femenina» se sumisión y obediencia.
Hay que decir que, así como ser «feminizado» es algo temido y vivido
como negativo por los hombres, lo inverso no tiene tan grave connotación para
las mujeres, quienes parecen poder mezclar atributos o comportamientos con-
siderados «masculinos» con los considerados apropiados para ellas.
8
Agradezco a Eduardo Archetti haberme hecho notar este detalle.
COMENTARIOS FINALES
1
Este último señalamiento se lo debo —y agradezco— también a Eduardo
Archetti.
C OMENTARIOS FINALES 239
de ser mexicano ¿por qué? Tiene que ver con nuestros orígenes; el charro trae la
mexicanidad dentro de él. Y sin recibir como deporte apoyo ni subsidio gubernamen-
tal, nosotros seguimos generando nuevas generaciones de charros. Y esto yo creo que
debería ser labor de todos los mexicanos. Es que como deporte nacional, para mí,
debería estar muy cerca de la gente; se ha alejado porque la gente no entiende de
calificaciones, de puntuaciones y cómo la contienda charra se da, dónde está la com-
petencia y la gente lo que busca es un espectáculo y, a pesar de que nosotros somos en
parte un espectáculo, somos también un deporte, somos también una tradición. (En-
trevista con Alejandro Palacio, 10/VI/2002)
Esto parece estar en la base de que la asociación decana (la Nacional) ha permaneci-
do un tanto al margen —o mejor dicho, por encima— de la organización federal de la
charrería. Charros que pertenecen a la Federación Mexicana de Charrería [informan]
que es un grupo muy cerrado y elitista, aristocrático, que hace sus [campeonatos]
«nacionales» aparte, y que, por ese mismo carácter, de ahí han salido charros a fundar
asociaciones que sí puedan integrarse a la Federación y participar con el grueso de la
hermandad charra (Ramírez, 2000).
Pero hay otras diferencias que oponen a los charros de distintas mane-
ras, como charros de campo vs charros de ciudad; charros amistosos vs cha-
rros deportivos; charros de abolengo vs charros advenedizos; charros vs es-
caramuzas. Sin embargo, sean cuales sean las diferencias, como grupo cultu-
ral, lo que disputan los charros en los diferentes grupos que componen la co-
munidad es, en el fondo, por la reivindicación del lugar de depositarios y trans-
misores legítimos de una herencia simbólica: la de la esencia de México. Y eso
es lo que, sobre todo está en juego en los charros del estado de Jalisco, para
quienes la diferencia centro-región es la fundamental.
Hemos visto que en la conformación de la región occidental mexicana,
la charrería ha sido un elemento central. El hecho mismo de que en el proceso
de búsqueda de los símbolos que pudieran sintetizar y representar «lo mexi-
cano», es decir, que fungieran como emblemas de una naciente identidad na-
cional, se haya seleccionado a los representantes de Jalisco, habla del impor-
C OMENTARIOS FINALES 245
tante papel que representaba esta región para la consolidación del Estado
mexicano moderno. Los elementos característicos del centro-occidente de Mé-
xico, y específicamente de Jalisco, se impusieron como los rasgos típicos de
identificación nacional sobre los otros elementos que ofrecía el panorama
nacional. El efecto de rebote para la región occidente fue un fortalecimiento
de la identidad regional y de la convicción de sus pobladores de encarnar la
esencia más mexicana. Por supuesto que el mundo charro local se fortaleció
aún más y se consolidó como el paradigma final para distinguir lo verdadera-
mente charro de lo que no lo es.
¿Cuál es el futuro de la charrería, a partir de este panorama que hemos
esbozado aquí? En nuestros días, el futuro de la charrería parece estar marcado
por los mismos signos que han hecho tambalearse las fronteras simbólicas de
todo grupo cultural bajo el embate de las nuevas expresiones y de los nuevos
contextos económicos de nuestros tiempos. El charro vuelve a encontrarse,
casi un siglo después, en una situación de fuerte competencia frente a otras
figuras que quizá pueden representar de mejor manera el mundo actual, cada
vez más globalizado y al mismo tiempo más diversificado. Sin embargo, las
tradiciones y los estereotipos no mueren súbitamente, sino que más bien van
transformándose poco a poco hasta lograr convertirse en aquello que pueda
simbolizar los nuevos significados y, en el proceso, van dando lugar a figuras
«híbridas», a veces bastante alejadas de la imagen «original». De esta manera
podemos leer lo que significan las transformaciones en atuendos, prácticas,
comportamientos, lenguaje y manifestaciones folclóricas. Se trata, finalmente,
de comprender que la cultura es móvil e histórica, y que si la actualidad plantea
nuevas exigencias, también se hacen necesarias nuevas representaciones.
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248 E N CADA CHARRO , UN HERMANO
Diseño editorial: Avelino Sordo Vilchis ~ Composición tipográfica: R AYUELA , DISEÑO EDITORIAL ~
Fotografía: Carlos Palomar Verea [excepto página 86, cortesía del Archivo Fílmico Agrasánchez,
Harlingen, Texas] ~ Cuidado del texto: Felipe Ponce ~ Fotocomposición: E L I NFORMADOR
EN CADA CHARRO, UN HERMANO
Cristina Palomar Verea