La Escritura y La Diferencia

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10 estructura, al orientar y organizar la coherencia del sistema,

permite el juego de los elementos en el interior de la forma


LA ESTRUCTURA, EL SIGNO Y EL JUEGO total. Y todavía hoy una estructura privada de todo centro
representa lo impensable mismo.
EN EL DISCURSO DE LAS CIENCIAS Sin embargo el centro cierra también el juego que él mismo
HUMANAS abre y hace posible. En cuanto centro, es el punto donde ya no
es posible la sustitución de los contenidos, de los elementos, de
los términos. En el centro, la permutación o la transformación
de los elementos (que pueden ser, por otra parte, estructuras
comprendidas en una estructura) está prohibida. Por lo menos
ha permanecido siempre prohibida (y empleo esta expresión a
propósito). Así, pues, siempre se ha pensado que el centro, que
por definición es único, constituía dentro de una estructura
Presenta más problema interpre- justo aquello que, rigiendo la estructura, escapa a la estructu-
tar las interpretaciones que inter- ralidad. Justo por eso, para un pensamiento clásico de la estruc-
pretar las cosas.
tura, del centro puede decirse, paradójicamente, que está den-
MONTAIGNE tro de la estructura y fuera de la estructura. Está en el centro de
la totalidad y sin embargo, como el centro no forma parte de
ella, la totalidad tiene su centro en otro lugar. El centro no es el
Quizás se ha producido en la historia del concepto de estruc- centro. El concepto de estructura centrada —aunque represen-
tura algo que se podría llamar un «acontecimiento» si esta ta la coherencia misma, la condición de la episteme como filo-
palabra no llevase consigo una carga de sentido que la exigen- sofía o como ciencia— es contradictoriamente coherente. Y
cia estructural —o estructuralista— tiene precisamente como como siempre, la coherencia en la contradicción expresa la
función reducir o someter a sospecha. Digamos no obstante un fuerza de un deseo. El concepto de estructura centrada es, efec-
«acontecimiento» y tomemos esa palabra con precauciones en- tivamente, el concepto de un juego fundado, constituido a par-
tre comillas. ¿Cuál sería, pues, ese acontecimiento? Tendría la tir de una inmovilidad fundadora y de una certeza tranquiliza-
forma exterior de una ruptura y de un redoblamiento. dora, que por su parte se sustrae al juego. A partir de esa
Sería fácil mostrar que el concepto de estructura e incluso certidumbre se puede dominar la angustia, que surge siempre
la palabra estructura tienen la edad de la episteme, es decir, al de una determinada manera de estar implicado en el juego, de
mismo tiempo de la ciencia y de la filosofía occidentales, y que estar cogido en el juego, de existir como estando desde el prin-
hunden sus raíces en el suelo del lenguaje ordinario, al fondo cipio dentro del juego. A partir, pues, de lo que llamamos
del cual va la episteme a recogerlas para traerlas hacia sí en un centro, y que, como puede estar igualmente dentro que fuera,
desplazamiento metafórico. Sin embargo, hasta el aconteci- recibe indiferentemente los nombres de origen o de fin, de
miento al que quisiera referirme, la estructura, o más bien la arkhé o de telos, las repeticiones, las sustituciones, las transfor-
estructuralidad de la estructura, aunque siempre haya estado maciones, las permutaciones quedan siempre cogidas en una
funcionando, se ha encontrado siempre neutralizada, reducida: historia del sentido —es decir, una historia sin más— cuyo
mediante un gesto consistente en darle un centro, en referirla a origen siempre puede despertarse, o anticipar su fin, en la for-
un punto de presencia, a un origen fijo. Este centro tenía como ma de la presencia. Por esta razón, podría decirse quizás que
función no sólo la de orientar y equilibrar, organizar la estruc- el movimiento de toda arqueología, como el de toda escatolo-
tura —efectivamente, no se puede pensar una estructura desor- gía, es cómplice de esa reducción de la estructuralidad de la
ganizada— sino, sobre todo, la de hacer que el principio de estructura e intenta siempre pensar esta última a partir de una
organización de la estructura limitase lo que podríamos llamar presencia plena y fuera de juego.
el juego de la estructura. Indudablemente el centro de una Si esto es así, toda la historia del concepto de estructura,

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antes de la ruptura de la que hablábamos, debe pensarse como to, a una doctrina o al nombre de un autor. Esta producción
una serie de sustituciones de centro a centro, un encadenamien- forma parte, sin duda, de la totalidad de una época, la nuestra,
to de determinaciones del centro. El centro recibe, sucesivamen- pero ya desde siempre empezó a anunciarse y a trabajar. Si se
te y de una manera regulada, formas o nombres diferentes. La quisiera, sin embargo, a título indicativo, escoger algunos
historia de la metafísica, como la historia de Occidente, sería la «nombres propios» y evocar a los autores de los discursos en
historia de esas metáforas y de esas metonimias. Su forma los que se ha llegado más cerca de la formulación más radical
matriz sería —y se me perdonará aquí que sea tan poco demos- de esa producción, sin duda habría que citar la crítica nietzs-
trativo y tan elíptico, pero es para llegar más rápidamente a mi cheana de la metafísica, de los conceptos de ser y de verdad,
tema principal— la determinación del ser como presencia en que vienen a ser sustituidos por los conceptos de juego, de
todos los sentidos de esa palabra. Se podría mostrar que todos interpretación y de signo (de signo sin verdad presente); la
los nombres del fundamento, del principio o del centro han crítica freudiana de la presencia a sí, es decir, de la conscien-
designado siempre lo invariante de una presencia (eidos, arché, cia, del sujeto, de la identidad consigo, de la proximidad o de
telos, energeia, ousía [esencia, existencia, sustancia, sujeto], alet- la propiedad de sí; y, más radicalmente, la destrucción heideg-
heia, trascendentalidad, consciencia, Dios, hombre, etc.). geriana de la metafísica, de la onto-teología, de la determina-
ción del ser como presencia. Ahora bien, todos estos discursos
El acontecimiento de ruptura, la irrupción a la que aludía
destructores y todos sus análogos están atrapados en una espe-
yo al principio, se habría producido, quizás, en que la estruc-
cie de círculo. Este círculo es completamente peculiar, y descri-
turalidad de la estructura ha tenido que empezar a ser pensa-
be la forma de la relación entre la historia de la metafísica y la
da, es decir, repetida, y por eso decía yo que esta irrupción era
destrucción de la historia de la metafísica: no tiene ningún
repetición, en todos los sentidos de la palabra. Desde ese mo-
sentido prescindir de los conceptos de la metafísica para hacer
mento ha tenido que pensarse la ley que regía de alguna mane-
estremecer a la metafísica; no disponemos de ningún lenguaje
ra el deseo del centro en la constitución de la estructura, y el
—de ninguna sintaxis y de ningún léxico— que sea ajeno a esta
proceso de la significación que disponía sus desplazamientos y
historia; no podemos enunciar ninguna proposición destructiva
sus sustituciones bajo esta ley de la presencia central; pero de
que no haya tenido ya que deslizarse en la forma, en la lógica
una presencia central que no ha sido nunca ella misma, que ya
y los postulados implícitos de aquello mismo que aquélla
desde siempre ha estado deportada fuera de sí en su sustituto.
querría cuestionar. Por tomar un ejemplo entre tantos otros: es
El sustituto no sustituye a nada que de alguna manera le haya
con la ayuda del concepto de signo como se hace estremecer la
pre-existido. A partir de ahí, indudablemente se ha tenido que
metafísica de la presencia. Pero a partir del momento en que lo
empezar a pensar que no había centro, que el centro no podía
que se pretende mostrar así es, como acabo de sugerir, que no
pensarse en la forma de un ente-presente, que el centro no
había significado trascendental o privilegiado, y que el campo
tenía lugar natural, que no era un lugar fijo sino una función,
o el juego de significación no tenía ya, a partir de ahí, límite
una especie de no-lugar en el que se representaban sustitucio-
alguno, habría que —pero es justo eso lo que no se puede
nes de signos hasta el infinito. Este es entonces el momento en
hacer— rechazar incluso el concepto y la palabra signo. Pues la
que el lenguaje invade el campo problemático universal; este
significación «signo» se ha comprendido y determinado siem-
es entonces el momento en que, en ausencia de centro o de
pre, en su sentido, como signo-de, significante que remite a un
origen, todo se convierte en discurso —a condición de entender-
significado, significante diferente de su significado. Si se borra
se acerca de esta palabra—, es decir, un sistema en el que el
la diferencia radical entre significante y significado, es la pala-
significado central, originario o trascendental no está nunca
bra misma «significante» la que habría que abandonar como
absolutamente presente fuera de un sistema de diferencias. La
concepto metafísico. Cuando Lévi-Strauss dice en el prefacio a
ausencia de significado trascendental extiende hasta el infinito
Lo crudo y lo cocido que ha «pretendido trascender la oposición
el campo y el juego de la significación.
de lo sensible y lo inteligible situándose de entrada en el plano
¿Dónde y cómo se produce este descentramiento como pen- de los signos», la necesidad, la fuerza y la legitimidad de su
samiento de la estructuralidad de la estructura? Para designar gesto no pueden hacernos olvidar que el concepto de signo no
esta producción, sería algo ingenuo referirse a un acontecimien-

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puede por sí mismo superar esa oposición de lo sensible y lo podido nacer como ciencia en el momento en que ha podido
inteligible. Está determinado por esa oposición: de parte a par- efectuarse un descentramiento: en el momento en que la cultu-
te y a través de la totalidad de su historia. El concepto de signo ra europea —y por consiguiente la historia de la metafísica y
sólo ha podido vivir de esa oposición y de su sistema. Pero no de sus conceptos— ha sido dislocada, expulsada de su lugar,
podemos deshacernos del concepto de signo, no podemos renun- teniendo entonces que dejar de considerarse como cultura de
ciar a esta complicidad metafísica sin renunciar al mismo tiem- referencia. Ese momento no es en primer lugar un momento
po al trabajo crítico que dirigimos contra ella, sin correr el del discurso filosófico o científico, es también un momento
riesgo de borrar la diferencia dentro de la identidad consigo político, económico, técnico, etc. Se puede decir con toda segu-
mismo de un significado que reduce en sí su significante o, lo ridad que no hay nada fortuito en el hecho de que la crítica del
que es lo mismo, expulsando a éste simplemente fuera de sí. etnocentrismo, condición de la etnología, sea sistemáticamente
Pues hay dos maneras heterogéneas de borrar la diferencia e históricamente contemporánea de la destrucción de la histo-
entre el significante y el significado: una, la clásica, consiste en ria de la metafísica. Ambas pertenecen a una sola y misma
reducir o en derivar el significante, es decir, finalmente en época.
someter el signo al pensamiento; otra, la que dirigimos aquí Ahora bien, la etnología —como toda ciencia— se produce
contra la anterior, consiste en poner en cuestión el sistema en en el elemento del discurso. Y aquélla es en primer lugar una
el que funcionaba la reducción anterior: y en primer lugar, la ciencia europea, que utiliza, aunque sea a regañadientes, los
oposición de lo sensible y lo inteligible. Pues la paradoja está en conceptos de la tradición. Por consiguiente, lo quiera o no, y
que la reducción metafísica del signo tenía necesidad de la eso no depende de una decisión del etnólogo, éste acoge en su
oposición que ella misma reducía. La oposición forma sistema discurso las premisas del etnocentrismo en el momento mismo
con la reducción. Y lo que decimos aquí sobre el signo puede en que lo denuncia. Esta necesidad es irreductible, no es una
extenderse a todos los conceptos y a todas las frases de la contingencia histórica; habría que meditar sobre todas sus im-
metafísica, en particular al discurso sobre la «estructura». Pero plicaciones. Pero si nadie puede escapar a esa necesidad, si
hay muchas maneras de estar atrapados en este círculo. Son nadie es, pues, responsable de ceder a ella, por poco que sea,
todas más o menos ingenuas, más o menos empíricas, más o eso no quiere decir que todas las maneras de ceder a ella ten-
menos sistemáticas, están más o menos cerca de la formulación gan la misma pertinencia. La cualidad y la fecundidad de un
o incluso la formalización de ese círculo. Son esas diferencias discurso se miden quizás por el rigor crítico con el que se
las que explican la multiplicidad de los discursos destructores piense esa relación con la historia de la metafísica y con los
y el desacuerdo entre quienes los sostienen. Es en los conceptos conceptos heredados. De lo que ahí se trata es de una relación
heredados de la metafísica donde, por ejemplo, han operado crítica con el lenguaje de las ciencias humanas y de una respon-
Nietzsche, Freud y Heidegger. Ahora bien, como estos concep- sabilidad crítica del discurso. Se trata de plantear expresamen-
tos no son elementos, no son átomos, como están cogidos en te y sistemáticamente el problema del estatuto de un discurso
una sintaxis y un sistema, cada préstamo concreto arrastra que toma de una herencia los recursos necesarios para la des-
hacia él toda la metafísica. Es eso lo que permite, entonces, a construcción de esa herencia misma. Problemas de economía y
esos destructores destruirse recíprocamente, por ejemplo, a Hei- de estrategia.
degger, considerar a Nietzsche, con tanta lucidez y rigor como Si ahora consideramos a título de ejemplo los textos de
mala fe y desconocimiento, como el último metafísico, el últi- Claude Lévi-Strauss, no es sólo por el privilegio que actualmen-
mo «platónico». Podría uno dedicarse a ese tipo de ejercicio a te se le atribuye a la etnología entre las ciencias humanas, ni
propósito del propio Heidegger, de Freud o de algunos otros. Y siquiera porque se trate de un pensamiento que pesa fuertemen-
actualmente ningún ejercicio está más difundido. te en la coyuntura teórica contemporánea. Es sobre todo por-
que en el trabajo de Lévi-Strauss se ha declarado una cierta
¿Qué pasa ahora con ese esquema formal, cuando nos vol- elección, y se ha elaborado una cierta doctrina de manera,
vemos hacia lo que se llama las «ciencias humanas»? Una en- precisamente, más o menos explícita, en cuanto a esa crítica del
tre ellas ocupa quizás aquí un lugar privilegiado. Es la etnolo- lenguaje y en cuanto a ese lenguaje crítico en las ciencias hu-
gía. Puede considerarse, efectivamente, que la etnología sólo ha manas.

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Para seguir ese movimiento en el texto de Lévi-Strauss, Evidentemente sólo hay escándalo en el interior de un siste-
escogemos, como un hilo conductor entre otros, la oposición ma de conceptos que preste crédito a la diferencia entre natu-
naturaleza-cultura. Pese a todas sus renovaciones y sus disfra- raleza y cultura. Al iniciar su obra con el factum de la prohibi-
ces, esa oposición es congénita de la filosofía. Es incluso más ción del incesto, Lévi-Strauss se instala, pues, en el punto en
antigua que Platón. Tiene por lo menos la edad de la sofística. que esa diferencia, que se ha dado siempre por obvia, se encuen-
A partir de la oposición physislnomos, physisltéchne , aquélla ha tra borrada o puesta en cuestión. Pues desde el momento en
sido traída hasta nosotros a través de toda una cadena históri- que la prohibición del incesto no se deja ya pensar dentro de la
ca que opone la «naturaleza» a la ley, a la institución, al arte, oposición naturaleza/cultura, ya no se puede decir que sea un
a la técnica, pero también a la libertad, a lo arbitrario, a la hecho escandaloso, un núcleo de opacidad en el interior de una
historia, a la sociedad, al espíritu, etc. Ahora bien, desde el red de significaciones transparentes; no es un escándalo con
inicio de su investigación y desde su primer libro {Las estructu- que uno se encuentre, o en el que se caiga dentro del campo de
ras elementales del parentesco) Lévi-Strauss ha experimentado los conceptos tradicionales; es lo que escapa a esos conceptos y
al mismo tiempo la necesidad de utilizar esa oposición y la ciertamente los precede y probablemente como su condición de
imposibilidad de prestarle crédito. En Las estructuras... parte posibilidad. Se podría decir quizás que toda la conceptualidad
de este axioma o de esta definición: pertenece a la naturaleza filosófica que forma sistema con la oposición naturaleza/cultu-
lo que es universal y espontáneo, y que no depende de ninguna ra se ha hecho para dejar en lo impensado lo que la hace
cultura particular ni de ninguna norma determinada. Pertene- posible, a saber, el origen de la prohibición del incesto.
ce en cambio a la cultura lo que depende de un sistema de Evoco demasiado rápidamente este ejemplo, que es sólo un
normas que regulan la sociedad y que pueden, en consecuencia, ejemplo entre tantos otros, pero que permite ya poner de ma-
variar de una estructura social a otra. Estas dos definiciones nifiesto que el lenguaje lleva en sí mismo la necesidad de su
son de tipo tradicional. Ahora bien, desde las primeras páginas propia crítica. Ahora bien, esta crítica puede llevarse a cabo de
de Las estructuras, Lévi-Strauss, que ha empezado prestando acuerdo con dos vías y dos «estilos». En el momento en que se
crédito a esos conceptos, se encuentra con lo que llama un hacen sentir los límites de la oposición naturaleza/cultura, se
escándalo, es decir, algo que no tolera ya la oposición naturale- puede querer someter a cuestión sistemática y rigurosamente
za-cultura tal como ha sido recibida, y que parece requerir a la la historia de estos conceptos. Es un primer gesto. Un cuestio-
vez los predicados de la naturaleza y los de la cultura. Este namiento de ese tipo, sistemático e histórico, no sería ni un
escándalo es la prohibición del incesto. La prohibición del inces- gesto filológico ni un gesto filosófico en el sentido clásico de
to es universal; en ese sentido se la podría llamar natural; estas palabras. Inquietarse por los conceptos fundadores de
—pero es también una prohibición, un sistema de normas y de toda la historia de la filosofía, des-constituirlos, no es hacer
proscripciones— y en ese sentido se la podría llamar cultural. profesión de filólogo o de historiador clásico de la filosofía. Es,
«Supongamos, pues, que todo lo que es universal en el hombre sin duda, y a pesar de las apariencias, la manera más audaz de
depende del orden de la naturaleza y se caracteriza por la esbozar un paso fuera de la filosofía. La salida «fuera de la
espontaneidad, que todo lo que está sometido a una norma filosofía» es mucho más difícil de pensar de lo que generalmen-
pertenece a la cultura y presenta los atributos de lo relativo y te imaginan aquellos que creen haberla llevado a cabo desde
lo particular. Nos vemos entonces confrontados con un hecho o hace tiempo con una elegante desenvoltura, y que en general
más bien con un conjunto de hechos que, a la luz de las defini- están hundidos en la metafísica por todo el cuerpo del discurso
ciones anteriores, no distan mucho de aparecer como un escán- que pretenden haber desprendido de ella.
dalo: pues la prohibición del incesto presenta, sin el menor
equívoco, e indisolublemente reunidos, los dos caracteres en La otra elección —y creo que es la que corresponde más al
los que hemos reconocido los atributos contradictorios de dos estilo de Lévi-Strauss— consistiría, para evitar lo que pudiera
órdenes excluyentes: aquella prohibición constituye una regla, tener de esterilizante el primer gesto, dentro del orden del
pero una regla que, caso único entre todas las reglas sociales, descubrimiento empírico, en conservar, denunciando aquí y
posee al mismo tiempo un carácter de universalidad» (p. 9). allá sus límites, todos esos viejos conceptos: como instrumen-
tos que pueden servir todavía. No se les presta ya ningún valor

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de verdad, ni ninguna significación rigurosa, se estaría dispues- lage» e incluso se ha podido decir que el «bricolage» era el
to a abandonarlos ocasionalmente si parecen más cómodos lenguaje crítico mismo, singularmente el de la crítica literaria:
otros instrumentos. Mientras tanto, se explota su eficacia rela- pienso aquí en el texto de G. Genette, Estructurálismo y crítica
tiva y se los utiliza para destruir la antigua máquina a la que literaria, publicado en homenaje a Lévi-Strauss en L'Arc, y don-
aquéllos pertenecen y de la que ellos mismos son piezas. Es así de se dice que el análisis del «bricolage» podía «ser aplicado
como se critica el lenguaje de las ciencias humanas. Lévi- casi palabra por palabra» a la crítica, y más especialmente a
Strauss piensa así poder separar el método de la verdad, los «la crítica literaria» (Recogido en Figures, ed. du Seuil, p. 145).
instrumentos del método y las significaciones objetivas enfoca- Si se llama «bricolage» a la necesidad de tomar prestados
das por medio de éste. Casi se podría decir que esa es la prime- los propios conceptos del texto de una herencia más o menos
ra afirmación de Lévi-Strauss; en todo caso, son las primeras coherente o arruinada, se debe decir que todo discurso es «bri-
palabras de Las estructuras...: «Se empieza a comprender que coleur». El ingeniero, que Lévi-Strauss opone al «bricoleur»,
la distinción entre estado de naturaleza y estado de sociedad tendría, por su parte, que construir la totalidad de su lenguaje,
(hoy preferiríamos decir: estado de naturaleza y estado de cul- sintaxis y léxico. En ese sentido el ingeniero es un mito: un
tura), a falta de una significación histórica aceptable, presenta sujeto que sería el origen absoluto de su propio discurso y que
un valor que justifica plenamente su utilización por parte de la lo construiría «en todas sus piezas» sería el creador del verbo,
sociología moderna, como un instrumento de método». el verbo mismo. La idea de un ingeniero que hubiese roto con
Lévi-Strauss se mantendrá siempre fiel a esa doble inten- todo «bricolage» es, pues, una idea teológica; y como Lévi-
ción: conservar como instrumento aquello cuyo valor de verdad Strauss nos dice en otro lugar que el «bricolage» es mitopoéti-
critica. co, todo permite apostar que el ingeniero es un mito producido
Por una parte, efectivamente, seguirá discutiendo el valor de por el «bricoleur». Desde el momento en que se deja de creer
la oposición naturaleza/cultura. Más de trece años después de en un ingeniero de ese tipo y en un discurso que rompa con la
Las estructuras..., El pensamiento salvaje se hace eco fielmente recepción histórica, desde el momento en que se admite que
del texto que acabo de leer: «La oposición entre naturaleza y todo discurso finito está sujeto a un cierto «bricolage», enton-
cultura, en la que hemos insistido en otro tiempo, nos parece ces, es la idea misma de «bricolage» la que se ve amenazada,
hoy que ofrece sobre todo un valor metodológico». Y este valor se descompone la diferencia dentro de la que aquélla adquiría
metodológico no está afectado por el no-valor ontológico, cabría sentido.
decir si no se desconfiase aquí de esa noción: «No bastaría con Lo cual hace que se ponga de manifiesto el segundo hilo
haber reabsorbido unas humanidades particulares en una hu- que tendría que guiarnos dentro de ló que aquí se está tra-
manidad general; esta primera empresa es el punto de partida mando.
de otras... que incumben a las ciencias exactas y naturales: La actividad del «bricolage», Lévi-Strauss la describe no
reintegrar la cultura en la naturaleza, y finalmente, la vida en sólo como actividad intelectual sino como actividad mitopoéti-
el conjunto de sus condiciones físico-químicas» (p. 327). ca. Se puede leer en El pensamiento salvaje (p. 26): «Del mismo
Por otra parte, siempre en El pensamiento salvaje, presenta modo que el "bricolage" en el orden técnico, la reflexión mítica
Lévi-Strauss bajo el nombre de «bricolage» lo que se podría puede alcanzar, en el orden intelectual, resultados brillantes e
llamar el discurso de este método. El «bricoleur» es aquel que imprevistos. Recíprocamente, se ha advertido con frecuencia el
utiliza «los medios de a bordo», es decir, los instrumentos que carácter mitopoético del "bricolage"».
encuentra a su disposición alrededor suyo, que están ya ahí, Ahora bien, el notable esfuerzo de Lévi-Strauss no está sólo
que no habían sido concebidos especialmente con vistas a la en proponer, especialmente en sus investigaciones más actua-
operación para la que se hace que sirvan, y a la que se los les, una ciencia estructural de los mitos y de la actividad mito-
intenta adaptar por medio de tanteos, no dudando en cambiar- lógica. Su esfuerzo se manifiesta también, y yo diría casi que
los cada vez que parezca necesario hacerlo, o en ensayar con en primer lugar, en el estatuto que le atribuye entonces a su
varios a la vez, incluso si su origen y su forma son heterogéneos, propio discurso sobre los mitos, a lo que llama él sus «mitoló-
etc. Hay, pues, una crítica del lenguaje en la forma del «brico- gicas». Es el momento en que el mito reflexiona sobre sí y se

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critica a sí mismo. Y ese momento, ese período crítico interesa
«Efectivamente, el estudio de los mitos plantea un proble-
evidentemente a todos los lenguajes que se distribuyen el cam- ma metodológico por la circunstancia de no poder conformarse
po de las ciencias humanas. ¿Qué dice Lévi-Strauss de sus al principio cartesiano de dividir la dificultad en tantas partes
«mitológicas»? Aquí es donde vuelve a encontrarse la virtud cuantas se requiera para resolverla. No existe, en el análisis
mitopoética del «bricolage». En efecto, lo que se muestra más mítico, un verdadero término, no existe unidad secreta alguna
seductor en esta búsqueda crítica de un nuevo estatuto del que se pueda aprehender al cabo del trabajo de descomposición.
discurso es el abandono declarado de toda referencia a un cen- Los temas se desdoblan hasta el infinito. Cuando cree uno que
tro, a un sujeto, a una referencia privilegiada, a un origen o a los ha desenredado unos de otros y que los mantiene separados,
una arquía absoluta. Se podría seguir el tema de ese descentra- es sólo para constatar que vuelven a soldarse, en respuesta a
miento a través de toda la Obertura de su último libro sobre Lo solicitaciones de afinidades imprevistas. Por consiguiente, la
crudo y lo cocido. Me limito a señalar ahí algunos puntos. unidad del mito es sólo tendencial y proyectiva, no refleja nun-
1. En primer lugar, Lévi-Strauss reconoce que el mito bo- ca un estado o un momento del mito. Fenómeno imaginario
roro que utiliza aquí como «mito de referencia» no merece ese implicado por el esfuerzo de interpretación, su papel es el de
nombre ni ese tratamiento, que esa es una apelación engañosa dar una forma sintética al mito, e impedir que se disuelva en
y una práctica abusiva. Ese mito no merece, al igual que nin- la confusión de los contrarios. Se podría decir, pues, que la
gún otro, su privilegio referencial: «De hecho, el mito bororo, ciencia de los mitos es una anaclástica, tomando este antiguo
que de ahora en adelante será designado con el nombre de término en el sentido amplio autorizado por la etimología, y
"mito de referencia", no es, como vamos a intentar mostrar, que admite en su definición el estudio de los rayos reflejados
nada más que una transformación, impulsada con más o me- junto con el de los rayos rotos. Pero, a diferencia de la reflexión
nos fuerza, de otros mitos que provienen o de la misma socie- filosófica, que pretende remontarse hasta su fuente, las reflexio-
dad o de sociedades próximas o alejadas. En consecuencia, nes de las que se trata aquí conciernen a rayos privados de
hubiera sido legítimo escoger como punto de partida cualquier cualquier foco que no sea virtual... Al querer imitar el movi-
otro representante del grupo. El interés del mito de referencia miento espontáneo del pensamiento mítico, nuestra empresa,
no depende, desde este punto de vista, de su carácter típico, también ella demasiado breve y demasiado larga, ha debido
sino más bien de su posición irregular en el seno de un grupo» plegarse a sus exigencias y respetar su ritmo. Así, este libro
(página 10). sobre los mitos es, a su manera, un mito.» Afirmación que se
repite un poco más adelante (p. 20): «Como los mitos mismos,
2. No hay unidad o fuente absoluta del mito. El foco o la por su parte, descansan en códigos de segundo orden (dado que
fuente son siempre sombras o virtualidades inaprehensibles, los códigos de primer orden son aquellos en los que consiste el
inactualizables y, en primer término, inexistentes. Todo empie- lenguaje), este libro ofrecería entonces el esbozo de un código
za con la estructura, la configuración o la relación. El discurso de tercer orden, destinado a asegurar la traducibilidad recípro-
sobre esa estructura a-céntrica que es el mito no puede tener a ca de varios mitos. Por ese motivo no sería equivocado consi-
su vez él mismo ni sujeto ni centro absolutos. Para no dejar derarlo un mito: de alguna manera, el mito de la mitología».
escapar la forma y el movimiento del mito, tiene que evitar esa Es por medio de esa ausencia de todo centro real y fijo del
violencia que consistiría en centrar un lenguaje que describe discurso mítico o mitológico como se justificaría el modelo
una estructura a-céntrica. Así pues, hay que renunciar aquí al musical que ha escogido Lévi-Strauss para la composición de
discurso científico o filosófico, a la episteme, que tiene como su libro. La ausencia de centro es aquí la ausencia de sujeto y
exigencia absoluta, que es la exigencia absoluta de remontarse la ausencia de autor: «El mito y la obra musical aparecen así
a la fuente, al centro, al fundamento, al principio, etc. En con- como directores de orquesta cuyos oyentes son los silenciosos
traposición al discurso epistémico, el discurso estructural sobre ejecutantes. Si se pregunta dónde se encuentra el foco real de
los mitos, el discurso mito-lógico debe ser él mismo mitomorfo. la obra, habrá que responder que su determinación es imposi-
Debe tener la forma de aquello de lo que habla. Es eso lo que ble. La música y la mitología confrontan al hombre con objetos
dice Lévi-Strauss en Lo crudo y lo cocido, del que quisiera virtuales, de los que tan sólo su sombra es actual... los mitos no
ahora leer una extensa y hermosa página: tienen autores...» (p. 25).

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Es, pues, aquí donde el «bricolage» etnográfico asume deli- hacia la Obertura en Lo crudo y lo cocido, donde aparece real-
beradamente su función mitopoética. Pero al mismo tiempo, mente que si ese postulado es doble es porque se trata aquí de
aquél hace aparecer como mitológico, es decir, como una ilu- un lenguaje sobre el lenguaje. «Las críticas que nos reprocha-
sión histórica, la exigencia filosófica o epistemológica del sen no haber procedido a un inventario exhaustivo de los mitos
centro. sudamericanos antes de analizarlos, cometerían un grave con-
Sin embargo, aunque se admita la necesidad del gesto de tra-sentido acerca de la naturaleza y el papel de estos documen-
Lévi-Strauss, sus riesgos no pueden ignorarse. Si la mito-lógica tos. El conjunto de los mitos de una población pertenece al
es mito-mórfica, ¿vienen a resultar lo mismo todos los discur- orden del discurso. A menos que la población se extinga física-
sos sobre los mitos? ¿Habrá que abandonar toda exigencia epis- mente o moralmente, este conjunto no es nunca un conjunto
temológica que permita distinguir entre diversas calidades de cerrado. Valdría lo mismo, pues, reprocharle a un lingüista que
discursos acerca del mito? Cuestión clásica, pero inevitable. A escriba la gramática de una lengua sin haber registrado la
eso no se puede responder —y creo que Lévi-Strauss no respon- totalidad de los actos de habla que se han pronunciado desde
de a eso— hasta que no se haya planteado expresamente el que existe esa lengua, y sin conocer los intercambios verbales
problema de las relaciones entre el filosofema o el teorema por que tendrán lugar durante el tiempo en que aquélla exista. La
una parte, y el mitema o el mito-poema por otra. Lo cual no es experiencia prueba que un número irrisorio de frases... le per-
un asunto menor. Si no se plantea expresamente ese problema, mite al lingüista elaborar una gramática de la lengua que estu-
nos condenamos a transformar la pretendida transgresión de la dia. E incluso una gramática parcial, o un esbozo de gramáti-
filosofía en una falta desapercibida en el interior del campo ca, representan adquisiciones preciosas si se trata de lenguas
filosófico. El empirismo sería el género del que estas faltas desconocidas. La sintaxis, para manifestarse, no espera a que
continuarían siendo las especies. Los conceptos trans-filosóficos haya podido inventariarse una serie teóricamente ilimitada de
se transformarían en ingenuidades filosóficas. Podría mostrar- acontecimientos, puesto que aquélla consiste en el cuerpo de
se este riesgo en muchos ejemplos, en los conceptos de signo, reglas que presiden el engendramiento de esos acontecimientos.
de historia, de verdad, etc. Lo que quiero subrayar es sólo que Ahora bien, es realmente de una sintaxis de la mitología suda-
el paso más allá de la filosofía no consiste en pasar la página mericana de lo que hemos pretendido hacer el esbozo. Si nue-
de la filosofía (lo cual equivale en casi todos los casos a filoso- vos textos llegan a enriquecer el discurso mítico, esa será la
far mal), sino en continuar leyendo de una cierta manera a los ocasión para controlar o modificar la manera como se han
filósofos. El riesgo del que hablo lo asume siempre Lévi-Strauss, formulado ciertas leyes gramaticales, para renunciar a algunas
y es ese el precio mismo de su esfuerzo. He dicho que el empi- de ellas, y para descubrir otras nuevas. Pero en ningún caso se
rismo era la forma matricial de todas las faltas que amenazan nos podrá oponer la exigencia de un discurso mítico total. Pues
a un discurso que sigue pretendiéndose científico, particular- se acaba de ver que esa exigencia no tiene sentido» (pp. 15 y
mente en Lévi-Strauss. Ahora bien, si se quisiese plantear a 16). A la totalización se la define, pues, tan pronto como inútil,
fondo el problema del empirismo y del «bricolage», se abocaría tan pronto como imposible.
sin duda muy rápidamente a proposiciones absolutamente con- Eso depende, sin duda, de que hay dos maneras de pensar
tradictorias en cuanto al estatuto del discurso en la etnología el límite de la totalización. Y, una vez más, yo diría que esas
estructural. Por una parte, el estructuralismo se ofrece, justifi- dos determinaciones coexisten de manera no-expresa en el dis-
cadamente, como la crítica misma del empirismo. Pero al mis- curso de Lévi-Strauss. La totalización puede juzgarse imposi-
mo tiempo no hay libro o estudio de Lévi-Strauss que no se ble en el sentido clásico: se evoca entonces el esfuerzo empírico
proponga como un ensayo empírico que otras informaciones de un sujeto o de un discurso finito que se sofoca en vano en
podrán en cualquier caso llegar a completar o a refutar. Los pos.de una riqueza infinita que no podrá dominar jamás. Hay
esquemas estructurales se proponen siempre como hipótesis demasiadas cosas, y más de lo que puede decirse. Pero se puede
que proceden de una cantidad finita de información y a las que determinar de otra manera la no-totalización: no ya bajo el
se somete a la prueba de la experiencia. Numerosos textos concepto de finitud como asignación a la empiricidad sino bajo
podrían demostrar este doble postulado. Volvámonos de nuevo el concepto de juego. Si la totalización ya no tiene entonces

395 396
sentido, no es porque la infinitud de un campo no pueda cubrir- nociones del mismo tipo, la expresión consciente de una fun-
se por medio de una mirada o de un discurso finitos, sino ción semántica, cuyo papel es permitir el ejercicio del pensa-
porque la naturaleza del campo —a saber, el lenguaje, y un miento simbólico a pesar de la contradicción propia de éste.
lenguaje finito— excluye la totalización: este campo es, en efec- Así se explican las antinomias aparentemente insoluoles, liga-
to, el de un juego, es decir, de sustituciones infinitas en la das a esa noción... Fuerza y acción, cualidad y estado, sustan-
clausura de un conjunto finito. Ese campo tan sólo permite tivo y adjetivo y verbo a la vez; abstracta y concreta, omnipre-
tales sustituciones infinitas porque es finito, es decir, porque en sente y localizada. Y efectivamente, el mana es todo eso a la
lugar de ser un campo inagotable, como en la hipótesis clásica, vez; pero precisamente, ¿no será, justo porque no es nada de
en lugar de ser demasiado grande, le falta algo, a saber, un todo eso, una simple forma o, más exactamente, símbolo en
centro que detenga y funde el juego de las sustituciones. Se estado puro, capaz, en consecuencia, de cargarse de cualquier
podría decir, sirviéndose rigurosamente de esa palabra cuya contenido simbólico? En ese sistema de símbolos que constitu-
significación escandalosa se borra siempre en francés, que ese ye toda cosmología, aquél sería simplemente un valor simbólico
movimiento del juego, permitido por la falta, por la ausencia cero, es decir, un signo que marca la necesidad de un contenido
de centro o de origen, es el movimiento de la suplementariedad. simbólico suplementario [el subrayado es nuestro] sobre aquel
No se puede determinar el centro y agotar la totalización pues- que soporta ya el significado, pero que puede ser un valor
to que el signo que reemplaza al centro, que lo suple, que ocupa cualquiera con la condición de que siga formando parte de la
su lugar en su ausencia, ese signo se añade, viene por añadidu- reserva disponible y que no sea, como dicen los fonólogos, un
ra, como suplemento. El movimiento de la significación añade término de grupo». (Nota: «Los lingüistas han llegado ya a
algo, es lo que hace que haya siempre «más», pero esa adición formular hipótesis de ese tipo. Así: "Un fonema cero se opone
es flotante porque viene a ejercer una función vicaria, a suplir a todos los demás fonemas del francés en que no comporta
una falta por el lado del significado. Aunque Lévi-Strauss no se ningún carácter diferencial y ningún valor fonético constante.
sirve de la palabra suplementario subrayando como yo hago Pero en cambio el fonema cero tiene como función propia opo-
aquí las dos direcciones de sentido que en ella se conjuntan de nerse a la ausencia de fonema" (Jakobson y Lotz). Casi podría
forma extraña, no es casual que se sirva por dos veces de esa decirse de modo semejante, y esquematizando la concepción
palabra en su Introducción a la obra de Mauss, en el momento que se ha propuesto aquí, que la función de las nociones de tipo
en que habla de la «sobreabundancia de significante con res- mana es oponerse a la ausencia de significación sin comportar
pecto a los significados sobre los que aquélla puede establecer- por sí misma ninguna significación particular».)
se»: «En su esfuerzo por comprender el mundo, el hombre La sobreabundancia del significante, su carácter suplemen-
dispone, pues, siempre, de un exceso de significación (que re- tario, depende, pues, de una finitud, es decir, de una falta que
parte entre las cosas según leyes del pensamiento simbólico debe ser suplida.
que corresponde estudiar a los etnólogos y a los lingüistas).
Se comprende entonces por qué el concepto de juego es
Esta distribución de una ración suplementaria —si cabe expre-
importante en Lévi-Strauss. Las referencias a todo tipo de jue-
sarse así— es absolutamente necesaria para que, en conjunto,
go, especialmente en la ruleta, son muy frecuentes, en particu-
el significante disponible y el significado señalado se manten-
lar en sus Conversaciones, Raza e historia, El pensamiento salva-
gan entre ellos en la relación de complementariedad que es la
je. Pero esa referencia al juego se encuentra siempre condicio-
condición misma del pensamiento simbólico». (Sin duda podría
nada por una tensión.
mostrarse que esta ración suplementaria de significación es el
origen de la ratio misma.) La palabra reaparece un poco más Tensión con la historia, en primer lugar. Problema clásico,
adelante, después de que Lévi-Strauss haya hablado de «ese y en torno al cual se han ejercitado las objeciones. Indicaré sólo
significante flotante que es la servidumbre de todo pensamien- lo que me parece que es la formalidad del problema: al reducir
to finito»: «En otros términos, e inspirándonos en el precepto la historia, Lévi-Strauss ha hecho justicia con un concepto que
de Mauss de que todos los fenómenos sociales pueden asimilar- ha sido siempre cómplice de una metafísica teleológica y esca-
se al lenguaje, vemos en el mana, el wákan, el oranda, y otras tológica, es decir, paradójicamente, de esa filosofía de la pre-
sencia a la que se ha creído poder oponer la historia. La temá-

397 398
tica de la historicidad, aunque parece que se ha introducido formaciones fácticas, la historia (por ejemplo en Raza e histo-
bastante tarde en la filosofía, ha sido requerida en ésta siempre ria). Pero, de acuerdo con un gesto que fue también el de Rous-
por medio de la determinación del ser como presencia. Con o seau o de Husserl, debe «apartar todos los hechos» en el mo-
sin etimología, y a pesar del antagonismo clásico que opone mento en que pretende volver a aprehender la especificidad
esas significaciones en todo el pensamiento clásico, se podría esencial de una estructura. Al igual que Rousseau, tiene que
mostrar que el concepto de episteme ha reclamado siempre el pensar siempre el origen de una estructura nueva sobre la base
de istoria, en la medida en que la historia es siempre la unidad del modelo de la catástrofe —trastorno de la naturaleza en la
de un devenir, como tradición de la verdad o desarrollo de la naturaleza, interrupción natural del encadenamiento natural,
ciencia orientado hacia la apropiación de la verdad en la pre- separación de la naturaleza.
sencia y en la presencia a sí, hacia el saber en la consciencia de Tensión del juego con la historia, tensión también del juego
sí. La historia se ha pensado siempre como el movimiento de con la presencia. El juego es el rompimiento de la presencia. La
una reasunción de la historia, como derivación entre dos pre- presencia de un elemento es siempre una referencia significan-
sencias. Pero si bien es legítimo sospechar de ese concepto de te y sustitutiva inscrita en un sistema de diferencias y el movi-
historia, al reducirlo sin plantear expresamente el problema miento de una cadena. El juego es siempre juego de ausencia y
que estoy señalando aquí, se corre el riesgo de recaer en un de presencia, pero si se lo quiere pensar radicalmente, hay que
ahistoricismo de forma clásica, es decir, en un momento deter- pensarlo antes de la alternativa de la presencia y de la ausen-
minado de la historia de la metafísica. Tal me parece que es la cia; hay que pensar el ser como presencia o ausencia a partir
formalidad algebraica del problema. Más concretamente, en el de la posibilidad del juego, y no a la inversa. Pero si bien
trabajo de Lévi-Strauss, hay que reconocer que el respeto de la Lévi-Strauss ha hecho aparecer, mejor que ningún otro, el jue-
estructuralidad, de la originalidad interna de la estructura, go de la repetición y la repetición del juego, no menos se per-
obliga a neutralizar el tiempo y la historia. Por ejemplo, la cibe en él una especie de ética de la presencia, de nostalgia del
aparición de una nueva estructura, de un sistema original, se origen, de la inocencia arcaica y natural, de una pureza de la
produce siempre —y es esa la condición misma de su especifi- presencia y de la presencia a sí en la palabra; ética, nostalgia
cidad estructural— por medio de una ruptura con su pasado, e incluso remordimiento, que a menudo presenta como la mo-
su origen y su causa. Así, no se puede describir la propiedad de tivación del proyecto etnológico cuando se vuelve hacia socie-
la organización estructural a no ser dejando de tener en cuenta, dades arcaicas, es decir, a sus ojos, ejemplares. Esos textos son
en el momento mismo de esa descripción, sus condiciones pa- muy conocidos.
sadas: omitiendo plantear el problema del paso de una estruc-
En cuanto que se enfoca hacia la presencia, perdida o im-
tura a otra, poniendo entre paréntesis la historia. En ese mo-
posible, del origen ausente, esta temática estructuralista de la
mento «estructuralista», los conceptos de azar y de discontinui-
inmediatez rota es, pues, la cara triste, negativa, nostálgica,
dad son indispensables. Y de hecho Lévi-Strauss apela frecuen-
culpable, rousseauniana, del pensamiento del juego, del que la
temente a ellos, como por ejemplo para esa estructura de las
otra cara sería la afirmación nietzscheana, la afirmación gozo-
estructuras que es el lenguaje, del que se dice en la Introduc-
sa del juego del mundo y de la inocencia del devenir, la afirma-
ción a la obra de Mauss que «sólo ha podido nacer todo de una
ción de un mundo de signos sin falta, sin verdad, sin origen,
vez»: «Cualesquiera que hayan sido el momento y las circuns-
que se ofrece a una interpretación activa. Esta afirmación deter-
tancias de su aparición en la escala de la vida animal, el len-
mina entonces el no-centro de otra manera que como pérdida del
guaje sólo ha podido nacer todo de una vez. Las cosas no han
centro. Y juega sin seguridad. Pues hay un juego seguro: el que
podido ponerse a significar progresivamente. A continuación
se limita a la sustitución de piezas dadas y existentes, presentes.
de una transformación cuyo estudio no depende de las ciencias
En el azar absoluto, la afirmación se entrega también a la
sociales, sino de la biología y de la psicología, se ha efectuado
indeterminación genética, a la aventura seminal de la huella.
un paso desde un estado en que nada tenía un sentido a otro en
que todo lo poseía». Lo cual no le impide a Lévi-Strauss reco- Hay, pues, dos interpretaciones de la interpretación, de la
nocer la lentitud, la maduración, la labor continua de las trans- estructura, del signo y del juego. Una pretende descifrar, sueña
con descifrar una verdad o un origen que se sustraigan al juego

399 400
y al orden del signo, y que vive como un exilio la necesidad de
la interpretación. La otra, que no está ya vuelta hacia el origen,
11
afirma el juego e intenta pasar más allá del hombre y del ELIPSIS
humanismo, dado que el nombre del hombre es el nombre de
ese ser que, a través de la historia de la metafísica o de la
onto-teología, es decir, del conjunto de su historia, ha soñado
con la presencia plena, el fundamento tranquilizador, el origen
y el final del juego. Esta segunda interpretación de la interpre-
tación, cuyo camino nos ha señalado Nietzsche, no busca en la
etnografía, como pretendía Lévi-Strauss, de quien cito aquí
una vez más la Introducción a la obra de Mauss, «la inspiración
de un nuevo humanismo».
Se podría advertir en más de un signo, actualmente, que
esas dos interpretaciones de la interpretación —que son abso-
lutamente inconciliables incluso si las vivimos simultáneamen-
te y las conciliamos en una oscura economía— se reparten el
campo de lo que se llama, de manera tan problemática, las a Gabriel Bounoure
ciencias humanas.
Por mi parte, y aunque esas dos interpretaciones deben
acusar su diferencia y agudizar su irreductibilidad, no creo que Hemos discernido, aquí y allá, la escritura: una partición
actualmente haya que escoger. En primer lugar porque con sin simetría dibujaba, por un lado, la clausura del libro, por
todo esto nos situamos en una región —digamos todavía, pro- otro, la abertura del texto. Por un lado la enciclopedia teológi-
visionalmente, de la historicidad— donde la categoría de «elec- ca y, según su modelo, el libro del hombre. Por el otro, un
ción» parece realmente ligera. Y después, porque hay que in- tejido de huellas que señalizan la desaparición de un Dios ex-
tentar pensar en primer lugar el suelo común, y la diferancia de cedido o de un hombre borrado. La cuestión de la escritura
esta diferencia irreductible. Y porque se produce aquí un tipo sólo podía abrirse a libro cerrado. La gozosa errancia del grap-
de cuestión, digamos todavía histórica, ante la que apenas po- hein llegaba a ser, entonces, sin retorno. La abertura al texto
demos actualmente hacer otra cosa que entrever su concepción, era la aventura, el gasto sin reserva.
su formación, su gestación, su trabajo. Y digo estas palabras con Y sin embargo, ¿acaso no sabíamos que la clausura del
la mirada puesta, por cierto, en las operaciones del parto; pero libro no era un límite entre otros? ¿Que es sólo en el libro,
también en aquellos que, en una sociedad de la que no me volviendo a él sin cesar, tomando de él todos nuestros recursos,
excluyo, desvían sus ojos ante lo todavía innombrable, que se como nos haría falta designar, indefinidamente, la escritura de
anuncia, y que sólo puede hacerlo, como resulta necesario cada ultra-libro?
vez que tiene lugar un nacimiento, bajo la especie de la no-es- Se da lugar entonces a que se piense el Retorno al libro.1
pecie, bajo la forma informe, muda, infante y terrorífica de la Bajo ese título, Edmond Jabés nos dice en primer lugar qué es
monstruosidad. «abandonar el libro». Si la clausura no es el fin, por más que
protestemos o desconstruyamos,
«Dios sucede a Dios y el Libro al Libro».

1. Así se titula el tercer volumen del Libro de las cuestiones (1965). El segundo
volumen, El libro de Yukel, apareció en 1964. Cf. supra, «Edmond Jabés y la
cuestión del libro».

401 402
Pero en el movimiento de esta sucesión, la escritura vela, el mismo libro, por la misma línea, según el mismo bucle,
entre Dios y Dios, entre el Libro y el Libro. Y si aquel movi- «Velada de escritura en el intervalo de los límites». Esta salida
miento se produce a partir de esa vela y a partir de la ultra- fuera de lo idéntico en lo mismo se mantiene muy ligera, no
clausura, el retorno al libro no nos encierra en éste. Es un pesa nada por sí misma, piensa y pesa el libro como tal. El
momento de la errancia, repite la época del libro, su totalidad retorno al libro es entonces el abandono del libro, se ha desli-
de suspensión entre dos escrituras, su retirada y lo que se zado entre Dios y Dios, el Libro y el Libro, en el espacio neutro
reserva en ésta. Vuelve hacia de la sucesión, en el suspenso del intervalo. El retorno entonces
«Un libro que es el entredós del riesgo»... no vuelve a tomar posesión. No vuelve a apropiarse del origen.
«... Mi vida, a•partirdel libro, habrá sido, pues, una velada-de Éste no está ya en sí mismo. La escritura, pasión del origen:
escritura en el intervalo de los límites...» eso debe entenderse también por el lado del genitivo subjetivo.
Es el origen mismo lo que está apasionado, pasivo y sobrepa-
La repetición no reedita el libro, describe su origen a partir
sado, por ser escrito. Lo cual quiere decir inscrito. La inscrip-
de una escritura que no le pertenece todavía o que ya no le
ción del origen es, sin duda, su ser-escrito, pero es también su
pertenece, que finge, al repetirlo, dejarse comprender en él.
estar-inscrito en un sistema en el que es sólo un lugar y una
Lejos de dejarse oprimir o envolver en el volumen, esta repeti-
función.
ción es la primera escritura. Escritura de origen, escritura que
vuelve a trazar el origen, acosando los signos de su desapari- Entendiéndolo así, el retorno al libro es por esencia elíptico.
ción, escritura loca de origen: Hay algo invisible que falta en la gramática de esta repetición.
«Escribir es tener la pasión del origen.» Como esa falta es invisible e indeterminable, como redobla y
Pero lo que la afecta de esa manera, se sabe ahora, no es el consagra perfectamente el libro, vuelve a pasar por todos los
origen sino lo que está en su lugar; no es tampoco lo contrario puntos de su circuito, nada se ha movido. Y sin embargo todo
del origen. No es la ausencia en el lugar de la presencia, sino el sentido queda alterado por esa falta. Una vez repetida, la
una huella que reemplaza una presencia que no ha sido presen- misma línea no es ya exactamente la misma, ni el bucle tiene
te jamás, un origen por el que nada ha comenzado. Ahora bien, ya exactamente el mismo centro, el origen ha actuado. Falta
el libro ha vivido de ese engaño; de haber dado lugar a creer algo para que el círculo sea perfecto. Pero en la Elleipsis, por el
que la pasión, al estar originalmente apasionada por algo, al simple redoblamiento del camino, la solicitación de la clausu-
final podía quedar apaciguada mediante el retorno de eso. En- ra, la rotura de la línea, el libro se ha dejado pensar como tal.
gaño del origen, del final, de la línea, del bucle, del volumen, «F Yukel dice:
del centro. El círculo ha sido reconocido. Romped la curva. El camino
Como en el primer Libro de las cuestiones, unos rabinos dobla el camino.
imaginarios se responden en el canto sobre el bucle El libro consagra el libro.»
«La línea es el engaño»
Reb Séab El retorno del libro anunciaría así la forma del eterno retor-
no. El retorno de lo mismo sólo se altera —pero lo hace abso-
« Una de mis grandes angustias, decía Reb Aghim, fue ver —y lutamente— por volver a lo mismo. La pura repetición, aunque
sin que yo pudiese detenerla— mi vida redondeándose hasta for- no cambie ni una cosa ni un signo, contiene una potencia ilimi-
mar un bucle.» tada de perversión y de subversión.
Esta repetición es escritura porque lo que desaparece en
Desde el momento en que el círculo da vueltas, que el volu- ella es la identidad consigo misma del origen, la presencia a sí
men se enrolla sobre sí mismo, que el libro se repite, su identi- de la palabra sedicente viva. Eso es el centro. El engaño del
dad consigo acoge una imperceptible diferencia, que nos per- que ha vivido el primer libro, el libro mítico, el cuidado de
mite salir eficazmente, rigurosamente, es decir, discretamente, toda repetición, es que el centro estuviese al abrigo del juego:
de la clausura. Al redoblar la clausura del libro, se la desdobla. irremplazable, sustraído a la metáfora y a la metonimia, espe-
Escapamos de ella entonces furtivamente, entre dos pasos por cie de pronombre invariable que se pudiese invocar pero no

403 404
repetir. El centro del primer libro no habría debido poder ser «El centro es el duelo.»
repetido en su propia representación. Desde el momento en que
se presta una vez a una representación como esa —es decir, Al igual que hay una teología negativa, hay una ateología
desde que se lo escribe—, cuando se puede leer un libro en el negativa. Cómplice, sigue expresando la ausencia del centro
libro, un origen en el origen, un centro en el centro, eso es el cuando ya habría que reafirmar el juego. Pero ¿no es el deseo
abismo, el sin-fondo del redoblamiento infinito. Lo otro está en del centro, como función del juego mismo, lo indestructible? Y
lo mismo, en la repetición o el retorno del juego, ¿cómo no iba a apelar a
«El En otro lugar, dentro... nosotros el fantasma del centro? Es aquí donde, entre la escri-
tura como descentramiento y la escritura como afirmación del
El centro es el pozo... juego, la vacilación es infinita. Forma parte del juego, y liga
éste a la muerte. Se produce en un «¿quién sabe?» sin sujeto y
"¿Dónde está el centro? aullaba Reb Madies. El agua repudia- sin saber.
da le permite al halcón perseguir a su presa." «El último obstáculo, el último hito, es, ¿quién sabe?, el
El centro es, quizás, el desplazamiento de la cuestión. centro.
Ningún centro allí donde es imposible el círculo. Entonces, todo llegará a nosotros desde el fondo de la noche,
Ojalá pudiese mi muerte provenir de mí, decía Reb Bekri. de la infancia.»
Yo sería, a la vez, la servidumbre del círculo y la cesura.»
Si el centro es realmente «el desplazamiento de la cuestión»,
Desde que surge un signo, comienza repitiéndose. Sin eso, es porque siempre se le ha dado un sobrenombre al innombra-
no sería signo, no sería lo que es, es decir, esa no-identidad ble pozo sin fondo del que él mismo era el signo; signo del
consigo que remite regularmente a lo mismo. Es decir a otro agujero que el libro ha pretendido colmar. El centro era el
signo que, a su vez, nacerá al dividirse. El grafema, al repetirse nombre de un agujero; y el nombre del hombre, como el de
de esta manera, no tiene, pues, ni lugar ni centro naturales. Dios, expresa la fuerza de lo que se ha erigido para realizar ahí
Pero ¿acaso se los perdió alguna vez? ¿Es su excentricidad un obra en forma de libro. El volumen, el rollo de pergamino,
deseentramiento? ¿No puede afirmarse la irreferencia al centro tenían que introducirse en el agujero peligroso, penetrar furti-
en lugar de llorar la ausencia del centro? ¿Por qué tendría uno vamente en la vivienda amenazadora, mediante un movimien-
que hacer su duelo del centro? ¿No es el centro, la ausencia de to animal, vivo, silencioso, liso, brillante, deslizante, a la ma-
juego y de diferencia, otro nombre de la muerte? ¿La que tran- nera de una serpiente o de un pez. Así es el deseo inquieto del
quiliza, apacigua, pero desde su agujero, también angustia y libro. Igualmente, tenaz y parasitario, amando y aspirando por
pone en juego? mil bocas que dejan mil marcas en nuestra piel, monstruo
El paso por la excentricidad negativa es indudablemente marino, pólipo.
necesario; pero es sólo liminar. «Es ridicula esa posición boca abajo. Reptas. Horadas el muro
«El centro es el umbral. en su base. Esperas escaparte, como una rata. Semejante a la
Reb Ñaman decía: "Dios es el Centro; por eso, algunos espíri- sombra, por la mañana, en el camino.
tus fuertes han proclamado que Él no existía, pues si el centro de ¿Y esa voluntad de permanecer de pie, a pesar de la fatiga y el
una manzana o de una estrella es el corazón del astro o del fruto, hambre?
¿cuál es el verdadero medio del vergel y de la noche?" Un agujero, no era más que un agujero,
la ocasión del libro.
Y Yukel dice: (Tu obra: ¿un agujero-pulpo?
El centro es el fracaso... El pulpo fue colgado del techo y sus tentáculos
¿Dónde está el centro? se pusieron a lanzar destellos.)
—Bajo la ceniza.» v No era más que un agujero
Reb Selah en el muro,
tan estrecho que jamás has

405 406
podido introducirte en él Lo que acaba
para huir. comienza tres veces.
Desconfiad de las moradas. No siempre son hospitalarias.» El libro es tres.
El mundo es tres.
Extraña serenidad la de un retorno así. Desesperada por la Y Dios, para el hombre,
repetición y gozosa sin embargo de afirmar el abismo, de habi- las tres respuestas.»
tar el laberinto poéticamente, de escribir el agujero, «la ocasión
del libro» en el que no puede uno sino hundirse, que hay que Tres: no porque el equívoco, la duplicidad del todo y nada,
guardar destruyéndolo. Afirmación danzante y cruel de una de la presencia ausente, del sol negro, del bucle abierto, del
economía desesperada. La morada es inhospitalaria por sedu- centro sustraído, del retorno elíptico, quedase al final resumido
cir, como el libro, en un laberinto. El laberinto es aquí un en alguna dialéctica, apaciguada en algún término reconcilia-
enigma: se hunde uno en la horizontalidad de una pura super- dor. El «paso» y el «pacto» del que habla Yukel en Medianoche
ficie, que se representa a sí misma de rodeo en rodeo. o la tercera cuestión son otro nombre de la muerte afirmada a
«El libro es el laberinto. Cuando crees que estás saliendo de él, partir de El alba o la primera cuestión y Mediodía o la segunda
te estás hundiendo ahí. No tienes ninguna ocasión de salvarte. Te cuestión.
hace falta destruir el artefacto. No puedes resolverte a eso. Advier- Y Yukel dice:
to el lento pero seguro ascenso de tu angustia. Muro tras muro. «El libro me ha llevado,
¿Quién te espera al final? —Nadie... Tu nombre se ha replegado del alba al crepúsculo,
sobre sí mismo, como la mano sobre el arma blanca.» de la muerte a la muerte,
con tu sombra, Sarah,
Así pues, El libro de las cuestiones culmina en la serenidad en el número, Yukel,
de este tercer volumen. Del modo que tenía que hacerlo, man- al cabo de mis cuestiones,
teniéndose abierto, expresando la no-clausura, a la vez infinita- al pie de las tres cuestiones...»
mente abierta y reflejándose infinitamente sobre sí mismo, «un
ojo en el ojo», comentario que acompaña hasta el infinito el La muerte está al alba porque todo ha comenzado por la
«libro del libro excluido y reclamado», libro encentado sin cesar repetición. Desde el momento en que el centro o el origen han
y recuperado desde un lugar que no está ni dentro del libro ni comenzado repitiéndose, redoblándose, el doble no se añadía
fuera del libro, expresándose como la abertura misma que es simplemente a lo simple. Lo dividía y lo suplía. Inmediatamen-
reflejo sin salida, remitir, retorno y rodeo del laberinto. Este es te había un doble origen más su repetición. Tres es la primera
un camino que encierra en sí las salidas fuera de sí, que com- cifra de la repetición. También la última, pues el abismo de la
prende sus propias salidas, que abre él mismo sus puertas, es representación se mantiene siempre dominado por su ritmo,
decir, que, abriéndolas sobre sí mismo, se cierra pensando su hasta el infinito. El infinito no es, indudablemente, ni uno, ni
propia abertura. nulo, ni innombrable. Es de esencia ternaria. El dos, como el
Esta contradicción se piensa como tal en el tercer libro de segundo Libro de las cuestiones (El libro de Yukel), como Yukel,
las cuestiones. Por eso la triplicidad es su cifra y la clave de su sigue siendo la juntura indispensable e inútil del libro, el me-
serenidad. También de su descomposición: El tercer libro dice, diador sacrificado sin el que la triplicidad no existiría, sin el
«Soy el primer libro en el segundo» que el sentido no sería lo que es, es decir, diferente de sí:
en juego. La juntura es la rotura. Se podría decir del segundo li-
«Y Yukel dice: bro lo que se dice de Yukel en la segunda parte del Retomo al
Tres cuestiones han libro:
seducido al libro «Fue la liana y la nervadura en el libro, antes de ser echado
y tres cuestiones de él.»
lo acabarán. Si nada ha precedido la repetición, si ningún presente ha

407
408
vigilado la huella, si, de una cierta manera, es el «vacío lo que
se ahonda y se marca con señales»,2 en ese caso el tiempo de la
escritura no sigue la línea de los presentes modificados. El
porvenir no es un presente futuro, ayer no es un presente pasa-
do. El más allá de la clausura del libro no cabe ni alcanzarlo
ni reencontrarlo. Está ahí, pero más allá, en la repetición pero
sustrayéndose a ella. Está ahí como la sombra del libro, el
tercero entre las dos manos que sostienen el libro, la diferancia
en el ahora de la escritura, la separación entre el libro y el
libro, esa otra mano...
Abriendo la tercera parte del tercer Libro de las cuestiones,
el canto sobre la separación y el acento: se empieza de esta
manera:
«"Mañana (Demain) es la sombra y la reflexibilidad de nues-
tras manos (de nos mains)."
Reb Dérissa.»

2. Jean Catesson, «Journal non intime et points cardinals» en Mesures, n.° 4,


oct. 1937.

409

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