Apuntes de La Historia
Apuntes de La Historia
Apuntes de La Historia
Para aquella concepción proveniente de la cultura judeo-cristiana en que la historia se encamina hacia un fin
escatológico que se resuelve en salvación o condenación eterna y que sólo el cumplimiento final permitirá, por lo
tanto, la plena comprensión de todos los sucesos históricos, se enmarca el ambiente ideológico que privó durante la
época de la conquista en México.
Roma cayó en poder de los bárbaros sin que el mundo llegara a su fin, y la interpretación agustina de la
historia se mantuvo en pie. El cristianismo se tendió sobre los pueblos de Europa «como la bóveda de un firmamento
impalpable», sin que esto significara que con su aceptación hubieran terminado las rencillas internas, ni mucho
menos que se hubiera puesto fin al juego de las pasiones que, desencadenándose una y otra vez, provocaban
guerras continuas, con todos los sufrimientos que llevan aparejados. Como es evidente, el soporte de todo este
edificio religioso era la palabra del propio Dios pero interpretada por la Iglesia.
Otro problema de la ideología dominante que debe aclararse es el que presentan «los ángeles caídos». En
vano buscaremos en la Biblia el relato del ángel caído, por todos conocido; pues, de su caída o el por qué de su odio
hacia el género humano de éste ángel queda vedado. Acaso, dos textos proféticos se aplican al primer ángel
rebelde; uno de Isaías y otro de Ezequiel. El paso siguiente que darían los teólogos cristianos de los primeros siglos
al enlazar estos pasajes con aquellos del Nuevo Testamento, que ya menciona a Satán, y, tratarlos como una unida,
de tal modo que la «historia» personal del demonio fue perfilándose a partir de aquí. Pero quedaba sin aclarar y en
pie todavía la cuestión de su actitud del ángel caído hacia el hombre. ¿Por qué Satán lo hizo caer en pecado? ¿Por
el puro goce de ver a otra criatura correr su misma suerte? ¿Por desafiar a Dios? Para Teófilo, ministro de Antioquia
(en el año 169 de nuestra era), la explicación es la envidia que le provocó la felicidad de la primera pareja. Por ella,
los hizo pecar a fin de atraer sobre ellos el castigo divino. Sin embargo, a pesar de la expulsión del paraíso, no eran
aún enteramente infelices, contagió su envidia a Caín y éste introdujo la muerte en el mundo: «mas por envidia del
diablo, entró la muerte en el mundo».
Según «una versión popular», Dios acaba por asemejarse a un padre que no quiere ver su
casa vacía, ya que la creación de la humanidad responde justo a ese deseo. Así, las compensaciones
van dándose una tras otra. Cuando unos invitados fallan, invita a otros. Si los ángeles se rebelan, crea a
los hombres; si estos caen en pecado, no sólo les promete un redentor, sino que elige un pueblo especial
en cuyo seno debía nacer el Mesías. Si Israel rechaza a Cristo, el mensaje pasa a los gentiles, con lo
que se justifica que sean ellos los nuevos portadores de la palabra divina. Prevalecen dos cosas, uno: el
odio de Satanás hacia los seres humanos y dos, la idea de compensación, de sustitución de quienes dan
la espalda a Dios por quienes lo aceptan.
Puesto que sólo hay un Dios verdadero, todos los dioses -sean del pueblo que sean- no son más que
manifestaciones del demonio, quien además, llevado por su malicia, imita en lo que puede, tanto algunos aspectos
de la vida del propio Cristo, como los ritos del cristianismo.
Año mil
límites hay cabida para una infinita variedad: son innumerables los modos posibles de
imaginar el milenio y el camino que conducirá a él. Los movimientos y sectas milenaristas
han variado su actitud desde la agresividad más violenta hasta el más manso pacifismo y
desde la más etérea espiritualidad hasta el materialismo más cruel». De hecho, hacia el año
1033, se desplazaron hacia Jerusalén centenares de pobres, llevados quizá por la esperanza
de vivir el final de los tiempos en la ciudad santa...
Tomemos como referencia «la iluminación mística» por la que Joaquín de Fiori le fue revelado cierto
conocimiento capaz de poderle inspirar propiamente el conocimiento de la historia. Al respecto Fiori expresa su
asombro: «al despertarme al amanecer, empecé a estudiar le Apocalipsis de San Juan». Y continua: «de pronto mis
ojos quedaron deslumbrados por la luz del conocimiento y se me reveló la plenitud de este libro y la concordia entre
el Antiguo y el Nuevo Testamento». Esta súbita revelación pudo haber sido el resultado de largos esfuerzos
por lograr la compresión del texto y encontrar el último sentido de la historia. Aunque, según dice, fue
repentinamente cuando comprendió la íntima relación, tanto histórica como mística, de todos los
símbolos y las figuras del texto bíblico y vio que componen la imagen completa del curso histórico en
tanto curso salvífico. Joaquín siempre habla como profeta: su interpretación no es, para
él, resultado de su estudio, sino de la comunicación directa de la sabiduría divina. Es
de hacer notar de que la «bienaventuranza»1 sólo se alcanzará tras el día del juicio, pero no en este mundo; a
diferencia, la interpretación de Joaquín de Fiori va ha cambiar, dado que -dicho en forma escueta- la meta última de
la historia, la bienaventuranza, deja de ser una meta extrahistórica para convertirse en intrahistórica. La plenitud
habrá de alcanzarse en este mundo. La tercera época de espíritu santo está todavía por llegar. (Las dos
primeras obedecen al esquema tradicional y que corresponde al advenimiento de Cristo. La primera, la
dispensación del Padre; que obró en el misterio por medio de los patriarcas y los hijos de los profetas. En esta época
reinaron el esfuerzo y el trabajo, puesto que los judíos fueron esclavos bajo la Ley. A ella corresponde tanto el
Antiguo Testamento como un orden de casados. Su más importante característica es la posesión de la scientia. La
segunda, la dispensación del Hijo, significa ya una libertad comparativa en relación con los preceptos del
judaísmo, tal y como se ve claramente en el Nuevo Testamento, domina la erudición y la disciplina; la iglesia
jerárquica, es decir, la comunidad u orden de sacerdotes es el medio del que el Hijo se sirve para su acción, se ha
alcanzado una sapientia ex parte).
Así la época del espíritu santo logrará la completa libertad espiritual. Ya San Pablo predijo su
cumplimiento, la plenitudo intellectus. «Al presente nuestro conocimiento es imperfecto y lo
mismo la profecía, cuando llegue el fin desaparecerá todo eso que es imperfecto». Esta época
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Se refiere a las Bienaventuranzas en el Nuevo Testamento, que son las promesas de felicidad hechas en el Sermón de
la Montaña por Jesucristo a quienes acepten sus enseñanzas y vivan según las virtudes de humildad, mansedumbre y
paciencia. En Mateo 5,3-11 se registran nueve promesas (ocho si no se distingue el versículo 11 del 10). Una versión
más breve, que contiene cuatro promesas, aparece en Lucas 6,20-22. Las nueve bienaventuranzas en Mateo son:
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Aunque Joaquín de Fiori, para algunos es un antecedente de la filosofía hegeliana; para otros, en cambio,
siguen viendo en él a un profeta milenarista, cuyas ideas han causado innumerables trastornos desde el siglo XIII.
Tanto el fascismo como el marxismo hunden sus raíces en el pensamiento joaquinita, a través de los numerosos
movimientos anarquistas y milenaristas surgidos en el Sacro Imperio y aún el nazismo puede verse como un último
brote maligno del joaquinismo. Para Joaquín de Fiori, la historia sigue siendo historia de la salvación; pero
su planteamiento innovador es mucho más radical de lo que el propio abad pudo suponer...
Si todo está ya dispuesto por Dios desde el principio de los tiempos… ¿Acaso no será posible
encontrar en lo vivido o en lo escrito, un indicio, una huella, que permita entrever el cumplimiento del
designo divino en la historia? «Dios no hace ni dice palabra sin que primero la revele a sus siervos
profetas...» Siempre y cuando quede clara la intervención divina en la historia. Esta intervención está
destinada también a establecer la misteriosa unión entre el mundo real y el sobrenatural. Dios deshace
una y otra vez la historia que el pecado de los ángeles o de los hombres amenaza con desviar de su
curso. «Así, los hombres ocuparon el lugar de que los ángeles rebeldes dejaron vacío y, tras haber sido
engañados por el demonio, cayeron a su vez.
Así, la misericordia divina eligió a Abraham, a quien prometió que su descendencia se multiplicaría como las
«estrellas del cielo». Y además veló por su pueblo. Pero también castigó sus infidelidades; lo instruyó por medio de
los profetas; puso cuidado en que quedase siempre, a pesar de cualquier traición, un resto fiel y, al llegar a la
plenitud de los tiempos, envió a su propio Hijo. Pero ante el brutal rechazo de que fue objeto, fue natural que las
promesas pasasen a otro pueblo y que Dios se hiciese de un «pueblo nuevo». Carta de Bernabé, IV, 6. Los padres
apostólicos griegos. «Dios puede entonces elegir sea un pueblo o un individuo como instrumento suyo,
pues toda la historia ha sido ya prevista, ha sido querida y preparada por Dios.» Al llegar aquí, se
entra al espinoso y debatido tema del juego o acomodo entre los designios divinos y
el libre albedrío humano que fue una de las cuestiones que dividieron a católicos y
protestantes. Si Dios sabe ya quiénes se salvarán y quiénes se condenarán ¿qué
papel tiene la libertad humana? ¿Limita la presencia divina la acción de los
hombres? Si Dios elige a alguien para el bien ¿puede elegir o destinar a otro para la
maldad, puesto que nada sucede, ni siquiera el mal, sin la voluntad de Dios? Las
preguntas en torno al tema, lo mismo que las repuestas, pueden multiplicarse casi infinitamente, como
sucedió, en efecto, durante los siglos XVI y XVII. Un punto de vista sencillo como respuesta: «es que
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Apuntes de la historia .
Dios elige y el elegido está en libertad de seguir el llamado o de negarse». El hombre malo no lo es
porque no pueda hacer el bien si no porque no quiere hacerlo. Y si se obstina en la maldad, tal
obstinación no es más que el resultado inevitable de su rechazo inicial. El sentido de la historia ¿puede
afirmarse mediante el estudio de los textos bíblicos? Si la historia tiene una meta que es el regreso de la
humanidad a Dios a través del Evangelio.
En resumen
El concepto cristiano de la historia, según el cual: «el tiempo es ese intervalo que se extiende
desde la creación hasta el juicio final». Dios es el señor de la historia y dirige su curso de acuerdo con
sus designios.
Designios que anteceden a la propia creación del mundo, dado que esta
responde al deseo de Dios de ver ocupados los sitios que la rebelión de los ángeles
había dejado vacíos. Pero el hombre -dotado de razón y de libre albedrío- traicionó
a su vez a Dios y se hizo merecedor de castigo. Sin embargo, la misericordia divina
es tan grande que eligió a un pueblo que no sólo serían guardián de sus
mandamientos y de las promesas mesiánicas, sino que llevaría a los otros pueblos
al conocimiento del Dios único, sería guía y ejemplo para el resto de los hombres. La
larga historia del pueblo judío es, empero, una historia de errores y traiciones que
Dios iba rectificando por medio de los profetas y de ese pequeño remanente que
recibe el nombre de «el resto fiel». Tanto es el amor de Dios hacia sus criaturas que
no sólo vela siempre por ellas, la enseña y corrige, sino que les prometió además
que enviaría a su Ungido –profeta, sacerdote y rey- a través del cual vendría la
redención final, el perdón de todos los pecados, el reencuentro de Dios con el
hombre. De nuevo, el pueblo elegido -pérfido y obstinado- rechazó al enviado, al
Mesías, como antes había rechazado a los profetas; pero Dios en vez de terminar
con el mundo, decidió que sus promesas pasaran a otras gentes. Por ello; el tiempo,
la historia, sigue existiendo, hay un futuro. Aunque, según lo esperaba la primera
generación cristiana, la historia debió haberse consumado con la muerte del Mesías.
Así, esta prolongación del tiempo dará la oportunidad a cada ser humano: hombre o
mujer, judío o gentil, libre o esclavo, de decidir si acepta o no la redención ofrecida
por Dios. El proceso histórico está sujeto a sufrir desviaciones, puesto que los
ángeles que fueron arrojados de la presencia del Señor conspiran de continuo para
hacer caer al hombre y contrariar el designio divino. La sabiduría popular lo ha
resumido en le viejo refrán que afirma que: «Dios dispone y el diablo todo lo
descompone».
Final
Todo está previsto por Dios y anunciado por sus profetas. Las profecías se realizaron y, al leer las
crónicas, se tiene la sensación de que algo quedó en suspenso. Este es el riesgo al que se enfrenta
todo aquel que intenta descifrar el sentido de la historia. Luego, la prueba más contundente de que la
historia sigue un curso providencial es el cumplimiento de las profecías. Dios es el señor de la historia,
pero no es necesario empeñarse en traducir todos los hechos al lenguaje bíblico, ni ver en ellos el
cumplimiento de una profecía.
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Apuntes de la historia .
Post Data
Subyace el prejuicio
Debe tenerse en cuenta que en el campo de lo humano es fácil dejarse llevar por las semejanzas
aparentes, sobre todo, cuando se parte de la convicción de que «uno es el género humano», por lo que
virtudes y defectos han de ser los mismos. Suponemos siempre... En cambio, conocer la
«verdadera naturaleza» significa convocar más que al género a una realidad
humana y no juzgar los hechos de los otros con nuestras propias categorías. Para
«ver» a un hombre «en su esencia, sus posibilidades para el bien y el mal, su pena y
su alegría», es necesario estar unido a él «por cualquier lazo personal: la
admiración, el amor, la confianza, el cuidado»; pero esos lazos, son los mismos que
nos impiden tomar la distancia necesaria para juzgarlo objetivamente. En otras
palabras, no se puede ver al otro tal como en realidad es. La causa es el desconocimiento o la
ignorancia que se establece a partir de una familiaridad de los lazos que a veces nos impiden ver y que
casi siempre nos confunde: «somos el otro y a la vez el mismo; unos y otros portamos un aire de
familia...». ¿Qué ausencia de objetividad hay en esto? Ninguna. Porque si somos el
mismo o el otro; quiere decir, que tenemos un mismo origen, uno y otro. Y entre
ellos, siempre existe una suerte de comunidad con la posibilidad de encontrar una
simultaneidad o familiaridad de ser. ¿Entonces en que radica nuestro prejuicio? -En no querer
«ver».