Carnaval Final - MZT
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Carnaval Final - MZT
La Fiesta Popular
Las modificaciones que ha sufrido a lo largo de la historia no han alterado el carácter original de
esta fiesta popular. Sólo cambió el escenario de su realización, por razones de espacio, al crecer
el número de habitantes del puerto. Ahora el escenario principal de la fiesta lo constituyen el
Paseo de Olas Altas y el Claussen, justo al pie del mar. La avenida costera, en esos tramos, se
cierra al paso de vehículos para construir en su interior un paréntesis a la vida cotidiana, una
temporada de excepción en el que algunas reglas sociales se vuelven laxas, en el que situaciones
que normalmente son mal vistas se toleran, en un ambiente de seguridad que da como resultado
fiestas en sana paz.
Todas las noches comprendidas entre el viernes y el martes de carnaval, Olas Altas y el Paseo
Claussen — los mejores paisajes de Mazatlán, las tarjetas postales favoritas — se convierten en
un gigantesco centro de reunión y baile junto al Océano Pacífico. Si el sonido de las olas
reventando no se escucha en esas noches es por los decibeles de la música y el bullicio.
Kilómetro y medio de avenida cerrada a la circulación de vehículos, calles y bocacalles
interrumpidas con vallas. Cerca de 60 mil personas ingresan al paseo en la mejor de sus noches.
Una enorme fiesta se abre a las elecciones particulares. A todo lo largo del paseo se encuentran
distribuidos numerosos templetes sobre los cuales diversos grupos musicales ejecutan sus
canciones y los "disco móviles" reproducen sus cd´s.
La Primera Reina
En 1900 hace aparición estelar la figura de la Reina en la persona de Wilfrida Farmer, limitada
al papel de consorte de un rey absolutamente desquiciado –Teodoro Maldonado o Teodorico--,
que se obstinaba en emitir decretos y consignas poco racionales. En lo sucesivo, una pareja de
paternales monarcas –elegidos a voluntad del comité organizador- adornarían y pondrían
“sabor al caldo” carnavalero.
Wilfrida Farmer nació en Garland, Maine, el año de 1882. Su padre el Sr. Federico Farmer se
estableció en Mazatlán desde 1885, llegando a poseer un taller especializado en la compostura,
reparación y pintura de toda clase de carruajes. Winnie, como le decían de cariño, llegó muy
pequeña a Mazatlán y aquí vivió durante más de veinte años, pues fue hasta 1917 cuando
regresó a su país de origen. Seguramente sus estudios los realizó en esta ciudad, pues hablaba
perfectamente el español, según cuentan. Aquí se casó y tuvo una hija. Winnie tenía diecisiete
años cuando su padre le permitió figurar como consorte del rey del carnaval. Desde joven
Winnie es descrita en las crónicas como muy servicial y afectuosa.
De su participación en los festejos carnavaleros de 1900 la que fuera reconocida como primera
soberana recordaba con nostalgia que le confeccionaron “dos trajes: el de recepción y el de
montar”. La modista encargada de ambos fue la señora Delfina Perla. Por eso, en las fotos que
ilustran esta sala luce los dos vestidos. En los retratos de salón y en la foto del baile en el Casino
aparece con el traje que, a decir de la prensa, era “del estilo de Catalina de Médici”. Esa misma
vestimenta portó durante el paseo de recepción de los reyes y en el desfile oficial de carros
adornados y comparsas del domingo de carnaval. En la foto a pie del caballo porta el de montar
“de brocado terciopelo púrpura, con galones blancos”.
El doble atuendo real obedeció a que Winnie, en su calidad de reina, quiso participar a caballo
en “el paseo de jinetes, comparsas, bicicletas, carros aéreos, automóviles y otros móviles” que el
Comité de Carnaval programó para celebrarse el martes de carnaval a partir de las tres de la
tarde. En 1956, Winnie rememoró al respecto: “salí montada a caballo, escoltada por varios
jóvenes entre ellos Bailey y Guillermo Haas”. Lo inusitado de este hecho propició que la foto
junto a su corcel se divulgara profusamente. Con esa fotografía nació la leyenda de la reina que
desfiló a caballo. Con esa imagen se consiguió resaltar el carácter decidido de la joven pionera
que se arriesgó a ser la primera mujer en presidir la fiesta, así fuera representando el rol de la
consorte del personaje entonces protagonista del carnaval, su majestad el Rey.
Todavía a los 64 años de edad, en 1956, regresó a Mazatlán para desfilar de nuevo como reina.
Los cronistas la describieron entonces como “una dama serena que conserva una lozanía
admirable y en su trato se advierte la alegría contagiosa de una existencia tranquila. Afable,
rechonchita, su cabellera plateada sirve de marco a un rostro en que asoman sus ojos
aceitunados”.
Galería de Reinas
El estilo de la participación de la mujer en carnaval cambió cuando, a principios del siglo XX,
se estableció un concurso popular para elegir a la Reina mediante cupones recortables,
publicados en el diario El Correo de la Tarde, que debían ser depositados en ánforas colocadas
en puntos estratégicos de la ciudad. El curso de los carnavales adquirió con ese sistema una
característica más, la competencia anual por los reinados que, desde el principio llamó
poderosamente la atención de la comunidad mazatleca. Todas las clases sociales, sin distingos,
se veían involucradas en la contienda, las pasiones se desataban. Todos los sectores sociales se
involucraban con gran entusiasmo al carnaval, apoyando a una u otra candidata. Nadie era ajeno
al vértigo de las campañas, ni siquiera los soldados de la guarnición local o los estudiantes de la
escuela náutica. Los Comités se integran por personajes de prestigio, abogados, generales,
políticos, artistas, funcionarios públicos, empresarios; y, eran respaldados por clubes deportivos
y sociales de la ciudad.
La competencia popular para designar a la soberana trajo consecuencias negativas para el futuro
del “rey”, quien a partir de entonces fue seleccionado a capricho por la reina, ganando en
galanura lo que perdió en humor y espontaneidad. Para evitar que se abandonara el tono fársico,
el comité organizador dispondría en lo sucesivo a un “canciller” que se encargaría de dar lectura
a los discursos satíricos, los cuales desaparecerían definitivamente del ceremonial monárquico a
mediados del siglo XX. La imagen del rey no pasó de considerarse accesoria y en la temporada
de 1929 se abolió su participación bajo el argumento de que generaba demasiados gastos. Desde
entonces las mujeres mazatlecas tuvieron para sí el reinado absoluto de la máxima fiesta.
En 1942 y 1943 volvió la gallarda imagen del rey a acompañar a la soberana, pero su reino
resultó efímero y culminó definitivamente llevándose consigo una historia de amor: al concluir
el carnaval los monarcas de 1943 decidieron formar no ya un Real matrimonio sino un
matrimonio en la vida real.
En las primeras décadas del siglo XX, hubo varias ocasiones en las que algunas candidatas y
hasta reinas electas se manifestaron renuentes a participar en la fiesta, para evitar “crisis” por
ausencia de soberanas, el comité organizador del carnaval de 1925 decidió que la designación
de las aspirantes al trono se hiciera por medio de un registro oficial, señalando como
condiciones que cada aspirante tuviera un comité de apoyo y adquiriera el compromiso formal
de aceptar la corona en caso de resultar triunfante. Para entonces el sistema de elección se había
transformado. Iniciaron las campañas de los llamados votos económicos en donde cada sufragio
tenía el valor de un centavo. Los votos eran puestos a la venta en distintos establecimientos
comerciales y centros sociales del puerto. Los comités de apoyo se erigieron en partidos que se
disputan en caballerosa lid –y a veces no tanto– los favores de los sectores económicos y como
nunca, la atención del grueso de la población estuvo puesta en las campañas.
Ya sea por votación popular directa o designación del propio comité, por medio de votos
publicados en periódicos o por obra de la extraña y apasionante modalidad del “corcholatazo”,
por gracia del azar, los votos económicos o del concurso de belleza, personalidad y cultura, el
carnaval de Mazatlán siempre ha tenido soberanas; cuya elección, en algunos años, ha
fomentado el libre esparcimiento de “mitotes” para destacar o desprestigiar, ha desatado la
temporal enemistad de las vecinas; de ese modo se propicia la “guerra conmovedora” con la
cual se crea el ambiente previo, necesario para que el ánimo de fiesta no empiece desde cero la
noche del primer baile en Olas Altas.
Fuente de Consulta:
Enrique Vega Ayala Cronista Oficial de Mazatlán
Página oficial del Instituto Municipal de Cultura Turismo y Artes de Mazatlán.
www.carnavalmazatlan.net
Juegos de Harina
Desde que el puerto de Mazatlán empezó a formarse, el carnaval fue adoptado como costumbre
anual y la forma de su celebración se adaptó al carácter social de los mazatlecos. A decir de don
Héctor R. Olea, el primer “convite, mascarada y comparsa celebrada… en el puerto de Mazatlán
(se llevó a cabo) el 12 de febrero de 1827”. Fue paradójicamente, un acto de protesta de “la
tropa para exigir el pago de sus haberes”, según quedó asentado en el informe que, al respecto,
envió el comandante del escuadrón de Mazatlán al jefe de la oficina de hacienda.
El carnaval obtuvo aquí carta de naturalización bajo la modalidad “los juegos de harina”. En las
actas del ayuntamiento se les menciona con familiaridad y aparece “la calle de Carnaval” como
referencia para la ubicación de lotes y trazos de obras de urbanización, desde los primeros
libros. Consta en ellos que en varias ocasiones se decretó la prohibición para prohibir “los
juegos”, pero, también, hay pruebas documentales de la presión popular que lograba diera
marcha atrás y se autorizara el festejo.
Los juegos de harina se celebraban en sitios públicos o “tertulias” privadas.
En las fiestas de los disfraces salían a relucir los “agasajos”, cascarones lo mismo de oropel
picado, que de harina y sustancias colorantes. Al parecer ni las amenazas de epidemias detenían
la realización de dichos juegos, mucho menos las prohibiciones de la autoridad. Cuando por
orden del ayuntamiento no podían efectuarse en los centros sociales o en las calles, los festejos
se organizaban en las casas. Las fiestas de antifaces, eran una parte importante de las
carnestolendas mazatlecas, pero lo central siempre han sido las modalidades masivas de
divertimento. De dos de estas maneras colectivas antiguas de la celebración hay testimonios.
Cuando la población era un pequeño caserío se desarrollaron las “burradas”, como remate de los
festejos públicos y privados donde los porteños entonces “se ponían como panaderos”. Las
crónicas relatan que los martes de carnaval, un tropel integrado por entre cuarenta y cincuenta
individuos, enmascarados y vestidos con ridiculez, unos a pie, otros montados en burros a pelo,
recorrían el pueblo, hacían chistes a costillas de los vecinos y realizaban las “más estupendas y
ruidosas payasadas”.
Posteriormente en medida que Mazatlán se urbaniza, especialmente hacia las últimas décadas
del siglo pasado, el tropel de las “burradas” fue sustituido.
El populacho, para divertirse, forma dos bandos carnavaleros bien identificados: los del abasto y
los del “muey”. La ciudad se dividía en sendos territorios. En tanto entraban en calor, los
contendientes el abasto controlaban media ciudad – de la calle del faro (21 de marzo) a la de los
tiradores (Zaragoza)-; los “muey” por su lado realizaban los ritos etílicos previos en los barrios
que se encontraban entre la calle del faro y la zona del muelle en la playa sur. Los carruajes de
sitios, acondicionados con gruesas lonas, eran utilizados por los bandos para incursionar
disfrazados, en el campo enemigo. Desde las aceras, los carruajes, balcones y azoteas llovían los
cascarones. Los cascarones de huevo, acumulados con mucha antelación y preparados en la
víspera, rellenos de harina, añil, tizne, arena o polvo de colores eran los proyectiles favoritos de
“los máscaras”. Las batallas eran el centro de diversión; pero no lo era menos ensuciar a los
parroquianos que se les atravesaban o tratar de echarle a perder a otros las galas y disfraces que
estrenaban para asistir a las rumbosas fiestas de máscaras organizadas en los salones de baile y
en algunos domicilios particulares en esas fechas.
Los juegos duraban varios días, a veces semanas; los cronistas mencionan ya celebraciones
desde el siglo pasado celebraciones de la octava del carnaval. Entre el domingo y el martes,
designado por el calendario, se jugaba al carnaval “con una inaudita bravura, con ferocidad”.
Por la tarde del último día, durante mucho tiempo se efectuaron las “burradas”, en la forma
descrita; para finales del siglo, lo que prevalecía eran los gritos de “arriba el muey” y de “arriba
el abasto” anunciando el encuentro de los bandos. Entonces, al compás de las bandas de música
tenía lugar “el papaqui”.
El Dr. Luis Zúñiga recogió testimonios según los cuales “el papaqui” era el acto culminante de
aquellos carnavales mazatlecos. El Ing. Sánchez Hidalgo narra que el martes, alrededor de las
tres de la tarde, acompañados de música y cohetes, enarbolando banderas de colores brillantes,
los bandos recorrían sus dominios hasta encontrarse sobre la calle del carnaval. En la esquina de
ésta y la del vigía (Ángel Flores) se levantaban previamente sendas vallas de “palo prieto”, para
mantener separados a los contendientes. Una vez ahí, los “poetas” de cada sector se
encaramaban en las vallas y alternativamente se dedicaban a satirizarse unos a otros, tomando
temas obligados la vida y los milagros de cada cual. Mientras los demás se trenzaban
alegremente en un duelo de proyectiles, el torneo “poético” iba de la sátira a las alusiones
personales y al insulto. Los ánimos se caldeaban en algunas ocasiones, la calle que separaba los
bandos servía entonces de arena.
Algunas crónicas señalan que aquel festín solía terminar en pleitos a mano limpia o garrotazos
al aflorar las pasiones, en pleno éxtasis de la borrachera; se habla de sangrientas batallas
campanales entre los participantes; sin embargo; no hay la certeza de que los heridos a que se
alude fueran producto de los pleitos o resultado de la intervención de la gendarmería montada,
gracias a la que, dicen, todo volvía a la normalidad, dándose por terminado el carnaval.
Eran aquellos, tres días de desenfreno en los que todo se valía. Las autoridades dejaban-
literalmente-, de serlo en ese lapso. Las familias bien ser mantenían ajenas al desarrollo del
festejo popular y sólo eran molestadas si acertaban encontrarse en el camino de la turba.
Aquellos desdichados niños bien u hombres de empresa que se veían en semejante
predicamento salían de él con las ropas convertidas en verdaderos arcoíris, a decir de las
crónicas. Tal vez nunca hubo parte blanco al finalizar el carnaval, pero a pesar de los heridos,
año tras año, puntualmente, la ciudad se aprestaba a celebrarlo.
Confetti y Subsidio
Vivimos en la era de las multitudes, la de la cultura de las masas .El carnaval es una de las
formas multitudinarias más antiguas, quizás en su género la más vivida, la más contundente
respuesta masiva frente a la opresión individual cotidiana. “Ya tenemos el carnaval encima –
escribió un editorialista del periódico La Voz de Mazatlán en 1884-. La más ruidosa y
febricitante de las diversiones mundanas... Volverse loco o energúmeno por dos o tres días será
cosa muy divertida, siquiera porque interrumpe la monotonía de la existencia y se pone a
muchas gentes en su verdadero carácter”. En sentido estricto el carnaval es bullicio, multitud,
música, embriaguez, transgresión de las formas sociales del decoro y la urbanidad. Carnaval
implica desaparición virtual de la autoridad. Por eso “en carnaval todo se vale”, aseguran. La
multitud baila, se emborracha, se desenfrena.
Este “relajo” no requiere promociones ni organizadores, no se rige por reglas estrictas ni
obedece a planeación alguna, es por naturaleza espontáneo y a los hipócritas les escandaliza, les
asusta.
En nuestro puerto, como queda dicho, han tratado de evitar, de sepultar, de esconder -al menos-,
este aspecto central del carnaval. Primero lo prohibieron, pero no les resultó. Luego han
ensayado infinidad de mecanismos para tratar de adecentarlo sin lograrlo, pues la jerga año tras
año se arma a lo grande. En ese intento, la esencia licenciosa ha sido rodeada de oropeles. En
1898 una “Junta Patriótica”, encabezada por el Dr. Martiniano Carvajal, organizó una
“procesión de carruajes y bicicletas adornadas” para erradicar la inmoral harina e imponer el
casto y recatado confetti. Así, como procesión -casi religiosa-, nació la tradición del desfile de
alegorías y comparsas, en oposición a la indecente turba de los “máscaras” harineros del “muey
y el abasto”.
Integraron la “Junta Patriótica” los señores Dr. Martiniano Carvajal, Adolfo O´Ryan, Francisco
Mortero, Dr. José María Dávila, Dr. Genaro Noris, Pablo Hidalgo, Adolfo Farber, Luis J. Sierra,
Joaquín Escobar y Enrique Coppel. Ellos se encargaron de tratar a los vecinos originalmente en
las celebraciones de harina y papaquis, los conminaron a que modificaran la forma de realizar
los festejos populares de carnestolendas, para que todas las clases del puerto pudieran participar
en ellos; y les notificaron que con apoyo del cabildo, en adelante, en lugar de tropeles callejeros
“del abasto y del muey”, se realizaría un desfile de carruajes adornados y se efectuaría un
concurso de coches, bicicletas y disfraces; también se les comunicó que los combates a
cascaronazos de harina se sustituirían por batallas de confetti y serpentina. El éxito de la misión
de la “Junta” fue relativo.
En 1899 uno de los carros alegóricos triunfadores en el desfile se llamó “El entierro de la
harina” celebrando su erradicación; pero todavía en 1906 el ayuntamiento se comprometió a
petición del Comité de Carnaval, a evitar los desmanes provocados por los “juegos de harina”
que algunos mazatlecos solían practicar entonces.
El martes de carnaval de 1898, a las tres de la tarde, tuvo lugar el primer “desfile alegórico” de
esta historia. El recorrido se inició desde la calle Camichin (hoy Dr. Carvajal), por la calle
Constitución y culminó en la Plazuela Machado. En el kiosko se instaló la mesa directiva de la
Junta Patriótica, que dictaminó y entregó los premios.
El programa del desfile estuvo integrado de la siguiente manera: 1.-Descubierta de Caballería;
2.-Cinco Alabarderos, los picadores taurinos, con su jefe; 3.-Una banda de música de viento; 4.-
El rey del Carnaval, Gerardo de la Vega y su corte de seis carruajes; 5.-Escolta de doce
bicicletas del Club de Mazatlán; 6.-Cuerpo bullicioso de máscaras; 7.-Carros y bicicletas
adornados; 8.-Cuerpo de máscaras; 9.-Doce coraceros a caballo; 10.-Dos orquestas; 11.-
Carruajes adornados; 12.-Caballería.
El patriotismo de la junta de notables no logró sustituir la orgía con el oropel. A final de cuentas
se añadió una faceta más al carnaval mazatleco. De ahí en adelante, la farsa de las cortes
imperiales se hizo presente. Los de bien se sumaron a su modo y con su manera a la fiesta, o
mejor, se crearon su espacio de diversión y regocijo dentro de ella. Para beneplácito popular, la
celebración se convirtió en institución, se volvió asunto de interés público. La autoridad y los
petimetres que antes se opusieron “al desorden carnavalero”, lo hicieron suyo. El ayuntamiento
no sólo no lo prohibió más, empezó a financiarlo desde 1899, cuando apoyó su realización con
una partida de cien pesos. Los señorones se organizaron desfiles para lucirse como reyes. Las
incursiones populares en ellos, por medio de las llamadas comparsas chuscas, evitaron que las
procesiones cayeran en la solemnidad y, con el tiempo, obligaron a transformar el título y perfil
del “rey del carnaval” al coronarlo “rey feo”. El pueblo terminó por aceptar los caminos, qué
más le daba dejar la harina y usar confetti si al fin se le permitía sin tapujos armar el jolgorio
por las calles.
El carnaval entra, entonces, en una nueva etapa, la de su legitimación, la de su
institucionalización como fiesta de todos: autoridades y gobernados, empresarios y obreros,
extranjeros y nacionales. Se le anexa el desfile de alegorías y comparsas.
Se inicia la participación de los pudientes, quienes a manera particular o en representación de
las distintas colonias de extranjeros avecinados en el puerto, intervienen en su organización y
del Ayuntamiento que se encarga de su financiamiento.
Carnavales Modernos
En 1898 comienza la que puede denominarse “época de oro” de los carnavales, que llega hasta
la década de los cuarenta. El desarrollo económico de Mazatlán se detiene. La revolución y
después, la falta de instalaciones portuarias adecuadas a los requerimientos de las nuevas
embarcaciones provocan que la ciudad prácticamente detenga su crecimiento. Los carnavales de
Mazatlán en la primera mitad de este siglo son fiestas en la familia. La inclusión decisiva de la
autoridad en los festejos hace posible que, por determinación oficial, se impida la realización
del carnaval en varias ocasiones: por epidemias en 1903 y 1912, por falta de recursos
económicos en 1906, 1907 y 1915 y por acuerdo del Gobierno del Estado en 1916.
En todos los demás años, hasta el carnaval trágico de 1944, cuando se decreta una última
suspensión, la plazuela Machado es el centro de la apoteosis. Las elecciones de las reinas
establecidas desde 1911, desatan polémicas e involucran a buena parte de la población. Desde
diciembre o enero se forman los comités de las dos o más candidatas. Cada uno realiza
actividades para allegarse fondos y el apoyo popular, para con ellos tratar de hacer su candidata
la reina del carnaval. Las coronaciones y los bailes en los teatros Mazatlán o Rubio, en los
salones del Casino o del Círculo, atraen a grandes concurrencias.
Los festejos se inician con el entierro sabatino del “mal humor”, como recreación anticipada del
“sábado de gloria”, con judas, testamento, letanías y cohetes. El quemado siempre es alguien de
carne y hueso, miembro de la comunidad, culpable de todo lo que le ocurrió al pueblo el año
precedente. En las décadas de los veinte y treinta existió un grupo de mazatlecos que se
denominaron “los bolcheviques”. Entusiastas carnavaleros, miembros de este grupo se
encargaron por años de organizar los festejos para enterrar al “mal humor”. Ellos elegían al
personaje que representaría: generalmente era seleccionado entre los propios porteños que,
durante el año previo había cometido un acto bochornoso o desleable. “Los bolcheviques” se
encargaban de construir -a imagen y semejanza del personaje odioso- al monigote que tronarían.
El sábado correspondiente, los bolcheviques vestidos con negros disfraces, portando grandes
hachones y cargando al monigote en andas, iban de esquina a esquina cantando las letanías
elaboradas al alimón en las que se narraban los milagros, errores y pecados del personaje a
quien se sacrificaría para “que se abrieran las llaves al gusto y comenzara la juerga”.
Durante mucho tiempo el entierro del “mar humor” se celebró al término de una procesión por
las principales calles, en la Plazuela República. El entusiasmo, las ambarinas, y el relajo
motivaron, más de una ocasión, que el monigote tronara antes de llegar a ese sitio. La tradición
se alteró y el cortejo del “mal humor” se alargó hasta el Paseo de Olas Altas cuando inventan
“el combate naval”. Las guerras de mar, como también le decían originalmente a esta
celebración de juegos pirotécnicos, tiene claras reminiscencias patrióticas de la defensa del
puerto ante el ataque de La Cordeliere. La mayor hazaña mazatleca no podía quedar al margen
en el mayor festejo porteño, aunque sólo fuese en forma de parodia.
El desfile de alegorías se moderniza. Las bicicletas, los carruajes y carretelas adornadas quedan
atrás poco a poco. Los vehículos motorizados ocupan el lugar de los de tracción animal o
humana. A los autos adornados siguieron las camionetas ocultas por complicados armazones
que servirían de base para la realización de las primeras obras de belleza. Los que pueden
anunciarse cooperan con el desfile patrocinando el arreglo de las alegorías. Familias y barrios
se organizan para competir por los premios a los mejores carros decorados.
Durante tres días deambulan por las calles “los papaquis” que se perdieron en el tiempo, en su
lugar quedó una música, de origen desconocido, que simboliza la fiesta. Sólo una estrofa quedó
para la posteridad de aquellos que originalmente cantaban los bandos, al parecer en
rememoración de aquella jornada de protesta carnavalera de 1827.
CRONICAS ORIGINALES
Codetur y El Sol del Pacifico, en un esfuerzo conjunto, ofrecen a sus lectores una edición
especial de las Crónicas Originales que nos remontan a los orígenes de los carnavales de
Mazatlán. Se publican aquí facsímiles de las planas de los periódicos El Correo de la Tarde y El
Correo de la Mañana de los años de 1898 a 1905, donde aparecen reseñadas las fiestas
carnestolendas.
De esta manera contribuimos al rescate y difusión de nuestra historia. El Carnaval, nuestra fiesta
máxima, representa una parte fundamental de nuestra cultura local. A dos años de cumplir su
primer siglo de existencia, es sin duda, importante dar a conocer a las nuevas generaciones de
mazatlecos la historia de esta tradición, para que se le valore y se le preserve.
El contenido mismo del material aquí reproducido es en sí mismo valioso, pues nos ofrece un
panorama adecuado para saber cómo era el Mazatlán de aquel fin del siglo, además de lo que al
Carnaval se refiere. Cabe destacar que la investigación para localizar estas notas periodísticas
fue realizada por el equipo del Archivo Histórico Municipal, integrado por Iván Hernández Ruiz
y Agustín Lucero, coordinados por Enrique Vega Ayala. Quienes, debido a lo limitado del
acervo de la Hemeroteca del Archivo Municipal de Mazatlán, recurrieron al Archivo General de
la Nación y a la Hemeroteca Nacional (UNAM), para poderlas presentar a los lectores.
Problemas de orden técnico impidieron que pudiéramos tener la copia de la crónica de 1901;
pero, se incluye la transcripción de la misma. La ausencia de la de 1903 es producto de la
suspensión que sufrió la fiesta en esa ocasión debido a las secuelas de la peste bubónica que
padeció el puerto por esas fechas.
1898
El Carnaval
Los incrédulos que todavía ayer en la mañana hacían entender con una sonrisa equívoca, que a
pesar de preparativos y decretos y gestiones, la vieja costumbre de la harina saltarìna a última
hora el valladar que se le había opuesto y desbordaría sobre la ciudad su sucia polvareda y sus
estridentes alaridos, deben sentir a esta hora velado su espíritu por la nubecilla gris de la
decepción. Por esta vez se equivocaron de medio a medio!
Entre las maritornes y la gente de trueno la esperanza era tan grande, que más que esperanza
parecía una convicción. Se decía que una comisión nombrada por el soberano se acercaría al
Gobernador del Estado y que era indudable que un inmediato permiso sería la consecuencia de
este paso; que el soberano no podía conformarse con VER; que era forzoso, necesario,
indispensable, que al ejemplo de otros años emprendiera desaforadas carreras por las calles
tremolando sus banderas de guerra, con las botellas de mezcla en la cintura, el saco de harina
colgada en el brazo izquierdo y la diestra lista para hacer disparos de bala fría contra los
enemigos bandos, y que de no permitirse estos pasatiempos inocentes y honestos, sabe Dios lo
que sucedería. Versiones tan alarmantes circulaban a sotto voce, arrojadas al escándalo público
por embusteros labios, y hasta hijo de vecino hubo que gastó su tiempo, tal vez por travesura, en
confeccionar e ir a pegar a las esquinas unos pasquines en que a semejanza de las misteriosas
asociaciones político-anarquistas se amenazó a la Prefectura con horrorosa pelotera si para las
doce no hacía saber que los vecinos de Mazatlán, la Atenas del Pacifico, como la llamó no sé
quién, podía entregarse a los desenfrenados excesos de antes.
Todo fue gasta pólvora en salvas. El público, atraído por la novedad de las fiestas, apenas si
daba oídas a los embutes de los descontentos, los pasquines fueron calificados de estúpidos y
sucedió lo que tenía que suceder: que la muerte del juego de la harina no arrancó ostensibles
protestas y que todos salieron tan contentos del ensayo que en el 99 vamos a ver un carnaval
que meterá mucho ruido, si la pálida no asoma su descarnada figura por nuestro camino y nos
rapta, como ella acostumbraba.
La Junta de Carnaval ha vencido en toda la línea, y justo es que en nuestras felicitaciones
hagamos constar aquí los nombres de los caballeros que la formaron para que el liderato que en
los venideros tiempos, se desvele haciendo historia de Mazatlán, sepa a qué atenerse y no haya a
equivocar los bártulos, atribuyendo a quien no deba la gloria de haber dado el golpe de gracia, el
descabello, que diría un torero a una costumbre salvaje.
Hèlos aquí:
Presidente, Coronel Joaquín Maass; Vice-Presidente, Francisco Montero; Secretario; Adolfo O.
Ryan; Tesorero, Enrique Coppel, Vocales, Dr. Genaro Noris, Luis J. Sierra, Joaquín Escobar,
Rodolfo Fárber; Dr. Martiniano Carvajal, Dr. José María Dávila y Pablo Hidalgo.
El lunes se pasó en preparativos y nada digno de mencionarse ocurrió; como no sea la aparición
de algunas máscaras: las que llevaban tras de sí, a manera de cauda, una multitud de chiquillos
curiosos y retozadores que armaban alboroto.
La policía montada recorrió la población para prevenir cualquier desorden, ayudándole en esta
vigilancia buen número de abastecedores, los que da la mejor voluntad se prestaron a ello al ser
solicitados por la Prefectura.
Los preparativos continuaron ayer por la mañana, quedando todo listo para el desfile de
carruajes, bicicletas, etc., a las doce.
La Calle Constitución
Fieles a sus promesas, las empresas de Luz Eléctrica adornaron con mangle los postes que hay
en ella. La fachada de la casa habitación del Sr. Montero estaba engalanada con musgo, rosas y
verdura. Presentando un atractivo golpe de vista. Los fotógrafos americanos también adornaron
sus oficinas más al Este se veían varias casas con vistosas banderitas.
La familia Felton festonó con rosas y verdura la ventana de la suya.
En la Plaza, resaltaba por la profusión de sus adornos, consistentes en festones de verdura y
rosa, lazos, caretas, etc., el Casino y el Club Unión. Este último lució en su balcón grandes
cuadros con figuras grotescas, propias del día.
El Kiosko había florecido de la noche a la mañana, al grado de no conocerse, y sobre el techo
tenía arcos de lamparillas incandescentes de colores. Adornados de musgo, flores de papel y
banderas formaron el traje de carnaval de la plaza, y en verdad que le caía de perlas, no oímos
un deseñoso “pero”… entre las personas que lo juzgaron.
El Desfile
A las tres de la tarde la multitud llenaba la Plaza y se extendía murmuradora, alegre, a lo largo
de la calle Constitución hasta el Astillero, donde una comisión de miembros de la junta de
Carnaval organizaba la procesión, donde a cada carruaje, a cada grupo, asignaba el lugar que le
correspondía.
Las azoteas se veían llenas de familias que ajenas a los rigores del sol, de cuyos rayos se
resguardaban bajo la sede de las sombrillas, esperaban ansiosas.
A las cuatro se notó en la multitud como un estremecimiento y todas las miradas se volvieron
hacía la calle Constitución, pero cuyo extremo. Este avanzaba lentamente a los sones de la
música, entre gritos y los aplausos, la pintoresca legión, precedida por una descubierta de
rurales del Estado y agentes de la montada, a la que seguían inmediatamente la vanguardia de
lanceros cuyos cascos relucían al sol como si fuesen de plata bruñida. Caminaban en dos filas,
sobre briosos caballos, llevando en alto sus flamantes banderas. Tras la guardia apareció el Rey
del Carnaval o sea Gerardo de la Vega, con un espléndido traje a la Luis XIV, rodeado por tres
elegantes pajes (Amadeo Bianhis, Isidro Blanco y Juan Millán), y dos representantes de la
Locura, enmascarados.
Seguían al Rey los jóvenes Carlos Bolken, TeodoroTrickhoffer y Federico Unger como
elegantes heraldos del primer carruaje del concurso, que estaban primorosamente engalanados.
Bajo arcos de flores y sobre blancas ondas vaporosas, lucían en él, Flora Sowerbutts su faz de
nieve y su opulenta cabellera de oro, Emilia su hermosura arrogante, Lotti su angelical actitud
de virgen nostálgica cuya frente tersa y nacarada como el pétalo de una rosa, parece un nido de
ensueños, y la señora de Phillipi, su gracia espiritual. En el pescante iban las niñas María
Alcalde y Carmen Hidalgo y a horcajadas sobre los caballos que tiraban del precioso ramillete
humano, los señores Jorge Claussen y Emilio Phillipi, trajeados de blanco.
El carruaje de la señora de Felton, originalísimo, era todo verde adornado con flores amarillas,
que nos dijeron de crisantemos y margaritas. Vimos en él a las señoras de Felton y de Wallace,
acompañadas de los señores Felton y Wallace.
El carruaje de la familia Dávila aparecido enseguida, adornado con exquisito gusto. En él iba la
apreciable señora de Dávila con elegantísimo traje, y sus hijos transformados en marinos.
Muchos elogios mereció este carruaje, lo mismo que el del señor Luis J. Sierra, que figuraba
una vistosa y artística canastilla de conchas, sobre la que iba D. Luis disfrazado de polichinela,
llevando las riendas del manso pollino que tiraba de la canastilla y que avergonzado del disfraz
de sabio que tuviera a bien darle agachaba las orejas, escondiéndolas y miraba tristemente a la
muchedumbre.
Entre el carruaje de la familia Dávila y la concha, iba sobre una blanca paloma que abría las alas
como si quisiera llevarse su lindísima carga al cielo, Luz Cañedo y Clementina Alcalde; y
después los señores Rafael Cañedo y Carlos Volquardsen, en un carruaje adornado con
llamativas flores artificiales.
El carruaje del Sr. Dr. Carvajal, que era tirado por una cebra y que fue adornado con sumo
gusto, iban como un grupo angélico las niñas Sierra.
Las bicicletitas aparecieron después llamando la atención una ¿litera? Formada por dos
tandems, en la que deslumbraban con juvenil esplendor Flavia Núñez y Margarita Álvarez.
Cecilio Ocón y Guillermo Wichelaus, en lujoso traje apropiado, conducían la litera.
Entre las bicicletas, llamaron la atención la del señor Ignacio A. Galván por la riqueza y buen
gusto de sus adornos, y la del joven Montelongo, por su originalidad.
La última representaba un dragón y sobre ella cabalgaba Montelongo disfrazado de chino, con
una coleta larguísima y el típico bigote de los hijos del Celeste Imperio, cuando se lo dejan
crecer.
Vimos además otras, pero no pudimos averiguar el nombre de sus propietarios.
Seguía a las bicicletitas una legión de máscaras y la orquesta de Enrique Navarro, en lucido
carro yendo los filarmónicos disfrazados de Pierrots.
El desfile continuó en el orden siguiente:
Carruaje de la familia Ortega, adornado con el arte y esmero. En él vimos a los niños Ortega,
disfrazado uno de ellos de locura y otro de Ciwon.
El huevo Juanelo.- Un enorme cascarón pintado por cuya parte sacaba la cabeza Castelló y
Coppel con gorros de baby. Castelló repartía dulces entre el cortejo de chiquillos que le seguía,
divirtiéndose no poco a los espectadores con la manera de distribuirlos. Amarraba los dulces al
extremo de un hilo sujeto por la parte opuesta de una vara, la que sacudía sobre las cabezas de
los muchachos, previniéndoles que sólo con la boca podían atrapar los dulces. Era de ver el
puñado de golosos, saltando, con la boca abierta, a caza de la presa codiciada!
Carruajes de las manolas.- Fue uno de los más admirados. Era una bonita combinación de
grandes abanicos llenos de rosas, que se destacaban sobre las blandas albas del carro. En el
pescante, Evodio de la Peña, vistiendo riquísimo traje de terciopelo, llevaba las riendas y a su
lado, con un traje verde, de manola, atraía las miradas Virginia Muro. En los asientos, trajeadas
también de manolas, preciosas como un regocijado cantar de la tierra de María Santísima, iban
Angelina Valadés, María Ferreira, Romana y Miguelina de la Peña, Emilia Ferreira y Leonor
Hidalgo. Cualquiera de ellas arrancarían a los labios de los tenorios de Andalucía el Olé!
Símbolo de ingenua admiración o encendiéndoles la vena poética, provocaría el quiebro de
entusiastas:
Las mulas que tiraban del carruaje estaban bien enjaezadas, y tras él marchaba el paso de su
trotón, el joven Haas, transformando en retoño de Cùchares, o mejor dicho, de Evodio, quien
según nos dijeron representaba a aquél gran matador.
Gran grupo de bicicletas y máscaras.
Estudiantina La Lira.- Era un bonito carro adornado con follaje y flores, que ostentaba en uno
de los extremos una lira tan grande como artística. En él, como blanco dominó, iban las
señoritas y los jóvenes que formaron la Estudiantina de que hablamos hace días.
Bajo los antifaces pudimos reconocer a las Sritas. Cota y entre los jóvenes a Enrique Mora, que
era el que llevaba la batuta. Tocó la Estudiantina muy bonitas piezas y cantó algunas coplas de
actualidad, las que no pudieron ser oídas por la generalidad a causa del ruido que producía la
muchedumbre.
Carruajes de los señores Dr. Genaro Noris y Gustavo Eimbeck. Era una hermosísima concha
que se me antojaba hecha de espumas y rosas. Noris y Eimbeck, convertidos en moluscos, iban
abajo de ella, disparando a diestra y siniestra ramos de flores y serpentinas.
Carricoche cuba.- Fue el más sencillo. Sobre un piso de verde lozano follaje se elevaban dos
grandes plátanos, de los que pendía balaceándose rítmicamente una hamaca. Una criolla
representada por la niña Alejandra Ramírez pasaba en ella la siesta, con los ojos medio velados,
mientras a su lado hacían guardia media docena o más negritos vestidos a la usanza de aquella
tierra calurosa y feraz.
Bonita alegría, ¿Verdad? los matachines.- ¿Quién no ha visto a los matachines danzando a
estilo de los aborígenes?
Cuerpo de abastecedores, sin disfraz Grupo de máscaras.
Gran sección de caballería venida expresamente a las fiestas, de La Noria, El Chilillo, Villa
Unión, Siqueros y otros lugares. Otra sección de jinetes.
Bicicletas y máscaras.
Gran carro adornado con flores y follaje, de la orquesta de Eligio Mora.
Carro alegórico El Ferrocarril al Venadillo.- Provocó la hilaridad general. Fue quizá el que
mayor suma de intención tuvo. A la cabeza, llevando las riendas de seis asnos que arrastraban la
locomotora, iban, disfrazados; los señores Manuel Galvarriato y Emilio Aguerrebere, cubierta la
cabeza con grandes sombreros que llevaban estos letreros: Empresario-Casacajal.
Los pasajeros iban también disfrazados
El Sr. Federico Fármer; lo mismo que sus hermosas hijas, presentaron bicicletas muy bien
adornadas. Otra bicicleta, también bonita, fue la del señor Manuel Lamadrid.
Carruaje de la Agencia de Arrieros, adornado con macetones y alas; sin duda para significar que
los arrieros vuelan.
Martin Partida, vestido de rojo, ocupaba todo el carruaje.
Al paso de la procesión por la Plaza, se aplaudió frenéticamente y se arrojaron multitud de
serpentinas, que en rápidas espirales iban a liarse en los adornos de los carruajes, en las lanzas
de los jinetes, en los alambres, hasta que caía un extremo en manos de las granujas que hicieron
de ese modo buena cosecha de ellas.
Se procedió luego a calificar los carros y demás que se presentaron al concurso; dando la
calificación el resultado siguiente:
Los Premios
Concurso de Carruajes
El primer premio, medalla de oro, fue sorteado entre las señoras W.W. Felton, Emilia de
Phillipi, Gertrudis G. de Dávila, y Srita. Luz Cañedo, tocando al de la señora Felton.
El segundo premio medalla de plata, fue sorteado entre los señores Leopoldo Ortega, Lic.
Rafael Cañedo, Enrique L. Coppel y Dr. Genaro Noris; favoreciendo la suerte al Dr. Ortega.
Carros Alegóricos
El primer premio, medalla de oro, se adjudicó al de la familia Peña.
El segundo premio medalla de plata, al ferrocarril el Venadillo, obteniendo mención honorifica
la Estudiantina de Señoritas y el carricoche de Cuba.
Disfraces
El primer premio se sorteó entre los señores Luis J. Sierra y José C. Castelló, tocando al Sr.
Sierra.
También se le concedió premio al joven A. Díaz de León.
Bicicleta
El primer premio, medalla de oro, lo obtuvo la Srita. Flavia
Núñez.-
El segundo premio medalla de plata, el Sr. Ignacio A. Galván
Mención honorifica el joven Antonio Montelongo.
El Jurado Calificador lo formaron las señoras de Montero, de Lavín y de Peláez, y los señores
Lic. Alberto Yriarte, José H. Rico y Guillermo Haas, estando además presentes los señores Gral.
Francisco Cañedo, Coronel Joaquín Maass y otros caballeros cuyos nombres se han escapado a
nuestra memoria.
Notas Negras
Sólo hubo una que yo sepa, de las que fue víctima el Sr. Castelló, quien al pasear en el Huevo
Juanelo frente a la “Bola de Oro” recibió una pedrada en la espalda, a consecuencia de la cual
está en cama.
El que lo agredió es un individuo del pueblo que tenia viejos resentimientos contra el señor
Castelló y aprovechó la ocasión como buen cobarde, para vengarse.
El soberano, en general, se mantuvo en orden, la policía cumplió con diligencia y acierto su
tarea de vigilar a las masas y no fue necesario que hiciera uso de sus macanas.
Nos felicitamos de muestra de cordura que el pueblo mazatleco ha dado y terminamos estas
líneas pergeñadas a vuela de pluma, encomiendo la conducta de los señores Abraham Conde,
Modesto Aramburo y Jesús de la Mora, quienes a la sola indicación del Sr. Prefecto del Distrito
vinieron con gran número de auxiliares a ayudar a la policía.
Hasta el 99
1899
El Adorno
El sábado temprano comenzaron los preparativos del Casino y del Club empezaron a salir
lienzos, lazos, guirlandas, flores artificiales, cuadros alegóricos, etc., y una cuadrilla de
trabajadores ágiles y elásticos que parecían escapados de una compañía de acróbatas se
desparramó por las azoteas, por los balcones, clavando aquí, amarrando allá, extendiendo acullá.
Cataño y un cabañero alemán dirigían desde la plaza la maniobra, explicando la distribución de
los adornos, cuidando de los efectos.
A veces asomaba en los balcones del Casino, caladas las gafas y encasquetada la cachucha, la
cabeza de Paulino García que regañaba a los mozos por su poca diligencia. Los transeúntes se
detenían aglomerándose en las aceras y dirigiendo insistentes miradas ora al casino, ora al Club.
Los críticos:
--Eso no debe ir ahí... no me gusta eso., si yo fuera el encargado.
Los agarrados:
-Qué barbaridad!... Gastar tanto dinero en pitos y flautas.
Los entusiastas:
-Archiespléndido!
A las tres de la tarde la ornamentación iba muy adelantada. Los balcones del Casino habían sido
cubiertos en toda su extensión de un lienzo rojo, sobre el cual se destacaba la lista verde de una
guirnalda de verdura salpicada de rosas en cuyas grandes ondulaciones se habían dejado espacio
para colocar unos vistosos cuadros carnavalescos, pintados expresamente para la fiesta por
Cataño. Arriba, sobre la cornisa de las ventanas en grandes letras rojas pintadas cada una en el
centro de un triángulo amarillo, leíase el nombre: Casino de Mazatlán.
Grandes estandartes blancos, rosas, azules, ondeaban en las azoteas, plegándose y
desplegándose al soplo del viento y semejando a veces vivas llamaradas de color; mientras, al
pie de las astas, enormes mariposas prisioneras abrían sus alas diáfanas y tremulantes. En la
esquina, sobre la parte más alta, quedó colocada una gran estrella y sobre ella un estandarte más
grande que los otros, un estandarte rojo y amarillo. Lazos de musgo, de verdura, cruzando sus
ondas simétricas; flores escarlatas, blancas, rosas, completaban la decoración. El conjunto,
aunque deslucido por el fondo verdoso del edificio, era muy agradable y encontró, en la
generalidad, justos y calurosos elogios.
En el Club dominaban el color blanco y el rojo: el balcón fue forrado de rojo y blanco y de rojo
y blanco eran seis grandes palios que bajando de la azotea se abrían hasta rematar en dos
alabardas doradas, que sujetas por el mango a la balaustrada, avanzaban hacia la calle sus
afiladas puntas. Rosas blancas prendidas en los lienzos en espléndida profusión causaban un
bonito efecto. Parecía que el cielo había llovido sobre sus primaverales floraciones.
La comparación se impone aquí, pero las comparaciones son malas y no seré yo quien las haga.
¡Ya las ha hecho el público!.
Además del Casino y del Club, fueron adornadas para la fiesta la cantina de Tarditti, la Puerta
del Sol, la Panadería de los Sres. Morfín, la Botica Económica, la imprenta de Retes y Cía., la
Casa Rea, la Agencia de las máquinas Singer y otras.
La Empresa de Luz Eléctrica y Teléfonos colocó sobre sus oficinas (antiguo local de la
Prefectura) una máscara llena de lamparillas eléctricas.
Gómez Rubio más práctico, además del adorno de su botica, formó un tendido en la azotea con
una lona vieja y aunque como ornamentación no merezca esto ni la mitad de un aplauso, como
recurso para no coger una insolación es de primera. ¡Vaya un aplauso al espíritu eminentemente
práctico de Gómez Rubio!
Los preparativos de iluminación fueron también muchos. En el Casino se instalaron trescientas
luces y en el Club otras tantas. Merece también nota especial por su iluminación "El Progreso".
En cuanto a los cuadros, mejor dicho los círculos carnavalescos pintados por Cataño, aunque
obra de brocha gorda, llamaron la atención, por la feliz expresión de algunas figuras y entiendo
que van a ser conservados para otra ocasión. Se encuentra entre ellos una "gallina" que no hay
más que pedir.
La Recepción del Rey
El sol picaba la piel con sus púas de plata; pero, el buen humor y la curiosidad
pueden más que el sol, y a las once, la hora señalada para la recepción del Rey del Carnaval,
una muchedumbre compacta inundaba la Plaza de Machado, cubría las aceras y hormigueaba a
lo largo de la calle Constitución hasta la Fábrica de Hilados, donde el activo Secretario del
Comité y su ayudante Joaquín Escobar sudaban la gota gorda, ultimando todo para la entrada de
Su Majestad.
La seda de las sombrillas con que se guarecían del calor que manaba del cielo
las familias que ocupaban los balcones del Casino, del Club y la azoteas de las casas vecinas,
espejeaba.
El flujo y reflujo de la gente se acentuaba a cada momento. Mientras para distraer la
impaciencia de la dilatada espera, los matachines danzaban en un lugar arreglado en el costado
Este de la Plaza, dando al aire ensordecedor ruido con sus panderos y sus sonajas.
Poco antes de las once los miembros del Comité se instalaron en el Kiosko, donde estaban ya en
una mesa y sobre dos grandes cojines las llaves de la ciudad y un gigantesco diploma a varias
tintas, suscrito por el Conde de la Becerra de la Guerra a nombre de la nobleza; Chistavin en
representación de los cultivadores de Papa; por El Tavito como apoderado general del pueblo
soberano y por Venturita en nombre del comercio al menudeo. En la parte superior del margen
del diploma se leía en grandes letras:
¡Tito I por la gracia de Zenón!
¡Había que verlo!
Además de esto estaba listo un voluminoso bouquet de lechugas, rábanos y zanahorias cuyo
aspecto llamaba la atención de los señores del Comité.
Transcurrieron algunos minutos y Zenón, caballero de un rocinante más mal alimentado que el
de Don Quijote y con un enorme sombrero de paja, apareció a carrera tendida anunciando que el
Rey se acercaba.
Se tocó diana.
Unos pequeñuelos enmascarados tomaron entonces los cojines y seguidos de los miembros del
Comité se encaminaron al costado oriental de la Plaza para aguardar al Rey, quien no tardó en
presentarse acompañado de su brillante séquito en medio de las ovaciones de la multitud.
La real comitiva marchaba en el orden siguiente:
Descubierta de jinetes enmascarados.
Coro de muertes con relucientes guadañas de hoja de lata, representando el
puente del Infiernillo, el ferrocarril al Venadillo, las obras del puerto, la moribunda Junta de
Mejoras Materiales, etc.
"Pueblo Amado”
La satisfacción inmensa que en estos momentos de júbilo sienten mis pies, la veo reflejada en
los lisos y arrugados semblantes de los aquí presentes, que atropelladamente han venido a
saludarme al llegar a éste mi querido puerto de los contratos.
Ya sé que aquí todo el mundo es arrancado y que si nadie pide es porque nadie da.
Afortunadamente vuestro Rey es rico, ferozmente rico, y trae pesos en cantidad tan
fenomenalmente grande, que la Junta de Mejoras Materiales podrá con ello empedrar
las limpias calles de esta turbia perla de los préstamos al ocho con dos.
Mi reino será chaparro, pero fecundo en acontecimientos de imperecedera memoria. Vengo
también dado de propósitos para hacer la felicidad de ustedes, que el proyectado parque al
norte de la población, y al olvidado ferrocarril a Palos Prietos, digo al Venadillo, será un
hecho dentro de las veinticuatro horas contadas a partir de la primera digestión que haga en
mi suntuoso Palacio de los Estatutos no leídos.
Mandaré darle una mano de gato al mercado nuevo para que ustedes no murmuren, y puedan
gritar voz en cuello que esa obra de romanos, representa la insignificante bicoca de 180
centavos, que ha costado. Ordené a mi ejército de ratas y ratones que se encargue de hacer la
famosa y deseada cloaca, para que el suspirado desagüe sea una bella realidad.
Además de lo dicho, pueblo batidor, traigo otros muchos y grandes proyectos en las puntas de
los pies que pienso ir desarrollando a paso de tortuga, para que podáis palpar lo inmenso de
mi poder y os quedéis abriendo las tapas, estupefactados de mi inagotable prodigiosidad.
Todos ustedes quedan invitados a comer en sus respectivos domicilios, y espero de la fuerza
estomacal de cada uno, que devorarán con canino apetito los suculentos platillos que mi
robusto cocinero ha preparado en obsequio de mis queridísimos vasallos.
Por lo pronto ordeno y mando que a las tres de la tarde de hoy de principio el fandango
carnavalesco, quedando autorizado todo hijo de vecino para que pateé, grite, chille, vocifere y
ande patas arriba, con el fin de que el mitote salga lucido y deseo de mi real persona.”
La elocuencia del Rey fue de todo el agrado del pueblo soberano, pues tuvo varios intermedios
forzosos cubiertos por estrepitosas salvas de aplausos, y cuando habló al final del menudo, vi
caras visiblemente conmovidas.
Terminada con esto, la ceremonia de la recepción, subieron al Rey y sus ministros el cochero y
el lacayo a los salones del Casino donde se le hizo cordial recibimiento.
El Rey distribuyó hojas impresas en las que manifestaba en verso su voluntad. Decía el
entusiasta Rey en sus hojas:
Proclamas:
A los entusiastas jóvenes
que tienen instintos báquicos
y el indigesto chirumen
cálido, cálido, cálido.
A los vejetes escuálidos
que dan consejos espléndidos
y ejemplos Por Santa Mónica!
pésimos, pésimos, pésimos.
A los beatos, a los místicos
de inclinaciones despóticas
que hacen cada hora terríficas
cóleras, cóleras, cóleras.
A los que pasan la férvida
vida en trapiches eróticos
y llegan al fin a célibes
crónicos, crónicos, crónicos.
A los dependientes hábiles
que atraen al marchante vivido
tocándole el inarmónico
piano, piano, piano.
A todos los que el metálico
gastan en trapos magníficos
aunque les diga el estómago
límpido, límpido, límpido.
A los judíos murciélagos
que apatuscando a los cándidos
les exprimen todo el líquido
gástrico, gástrico, gástrico.
Á los funcionarios rígidos
a los doctos farmacéuticos
que hacen de migas
céntimos, céntimos, céntimos.
A los galenos mortíferosa
los infantes, a las vírgenes
los asnos y los científicos
dígoles, dígoles, dígoles.
Que ya llegó el espléndido
el pávido el mirífico
momento de los júbilos
en la localidad.
Al diablo las pragmáticas
Al diablo los escrúpulos
Que impiden cobre pábulo
la gran locuacidad
los hombres de humor ácido
que sufren como Tántalo
escondan en su lóbrego
rincón, la murria atroz
y mézclense a las garrulos
enjambres de las máscaras
se curan lo feroz.
Los chuecos enderézense
los de bigote mísero
desdeñen en el tricófero
y cómprense uno real;
los narigones córtense
el prominente apéndice
los chatos pónganse
una nariz fenomenal.
Habrá un baile impertérrito
donde los chicos lánguidos
en brazos de Terpsícore
olvidarán el mal
y espetarán los cócoras
bromazos estrambóticos
sin respetar maléficos
al mismo policial.
Yo soy un rey magnánimo
y quiero que mis súbditos
celebren mi benéfica
visita señorial
con estruendosa jácara
con esplendor caótico
que deje en los espíritus
un rastro archi-inmortal.
Que ruede pues la bola
que el mísero y el sátrapa
unidos y dispersos
se ría cada cual
y gocen a sus anchas
el breve, del efímero
reinado improrrogable
de EL REY DEL CARNAVAL.
El Concurso
El aspecto de la plaza era el mismo que el día de la recepción del Rey. Una multitud inmensa
llenando la Plaza. Las azoteas y los balcones coronados por familias. Enmascarados aquí,
enmascarados allá, enmascarados en todas partes. Las serpentinos cruzándose en el viento como
radiosos iris. Todo en medio de la desmayada claridad de la tarde.
A la hora fijada se instalaron en el kiosko la Sra. Da. Carmen A. de Valdés y las Sritas.
Alejandra Douglas y Romana de la Peña, nombrada para presidir el concurso. Vestían
elegantísimos trajes.
Banda de enmascarados.
Vanguardia de coraceros formada por los abasteros Elías Barrera, Miguel Guardado, Ignacio G.
Osuna y Luciano Gómez Llanos.
Ministros. EL CONCURSO.
Carroza de oro del Rey.
Fotógrafo, pajes y capitán ayudante.
Orquesta zoológica.
Carruaje de los embajadores.
Cocinero de Su Majestad.
Carro fúnebre "El Entierro de la Harina”.
Carruajes particulares.
Orquestas de Eligio Mora y Enrique Navarro, ambas enmascaradas.
Carro "La Apoteosis de Zenón"
Más carruajes.
"El Entierro de la Harina" estuvo muy bien presentado: Era un verdadero carro fúnebre, todo
blanco, en cuyo centro iban en una caja mortuoria, también blanca, varios sacos de harina.
Sobre esos sacos descansaban cruzadas las banderas de guerra de los extintos partidos "El
Muelle" y "El Abasto" que tantos contusos enviaban antes a las boticas, y al pie de la caja los
diseñados cascarones con que antes nos reventábamos los ojos el martes de carnaval. El cochero
lucía un traje blanco con galones dorados.
Más caricaturesco que éste era el carro" La Apoteosis de Zenón”. En él iban don Manuel
Galvarriato disfrazado de Zenón. La misma cubeta, la misma levita, la misma postura.
Alrededor del monumento, nueve enmascarados. en actitud de estatuas, representaban a la
Sociedad Artesanos Unidos, a la Cía. Lancasteriana, al Casino de Mazatlán, a la Junta de
Mejoras Materiales, a la Junta Patriótica, a la Casa de Asilo, a Mazatlán, a la Junta de Carnaval
y a El Correo de la Tarde, llevando cada uno de ellos un estandarte. Arriba del monumento y del
centro de una granada una mano oculta arrojaba puñados de papeles de colores con versos
dedicados a Zenón. (Este original carro era de La Torre de Babel).
La orquesta zoológica fue de los más chuscos que se puede imaginar y despertó hilarida general.
En el carruaje de los embajadores vi a los Sres. José C. Castelló, Carlos Cabezut, Enrique
Coppel y Evodio de la Peña, de rigurosa etiqueta.
Martín Partida, el cocinero del Rey, traía unas antiparras descomunales con un vidrio verde y
otro colorado.
1900
El Carnaval
Domingo
Un entusiasmo inusitado agitaba no sólo a los habitantes de Mazatlán, sino a todos los de los
pueblos cercanos que acudieron en numerosos grupos a presenciar las espléndidas fiestas del
Carnaval superiores en mucho a las que se verificaron en años anteriores, bajo los transitorios
reinados de Sus Dispersas Majestades, Gerardo y Tito primeros.
Durante la última semana los vehículos venían henchidos de pasajeros. Distinguidas familias de
El Rosario, de Concordia, de San Ignacio, de Pánuco, de La Noria, y de otras poblaciones
vinieron a aumentar con su presencia, el entusiasmo general, distinguiéndose por su alegría
algunos pasajeros del sexo feo que desde que abandonaron el terruño, anticipaban brindis al
Rey, con cognac de Navolato, para preservarse de los romadizos que se atrapan cuando se viaja
en las ex heladas noches de febrero.
La tarde del sábado, dos Comisiones del Casino de Mazatlán y Club de La Unión, dieron
principio al ornato exterior e interior de los respectivos edificios, apurando el magín como si se
tratara de una verdadera competencia de alta estética.
¿Quién obtuvo la palma del triunfo?. No podemos decirlo a punto fijo.
El casino estaba adornado con cortinajes rojos y hermosos festones de verduras y flores,
artísticamente enlazados. Sobre los cornisamentos de las ventanas, se leían en grandes letras
rojas sobre fondo guarda esta inscripción: “Casino de Mazatlán”. En el coronamiento del
edificio veíanse grotescas figuras haciendo gestos demoniacos.
Banderitas multicolores, serpentinas, máscaras y guirnaldas, en armónico conjunto,
completaban el ornato del edificio que podemos calificar de excelente.
En el Club de La Unión el adorno fundamental formábanlo elegantes doseles tricolores
combinados con gusto, sujetos en la parte inferior a relucientes bordados de plata. De los
balcones, que fueron recubiertos de un lienzo vivísimo rojo, pendían algunos maniquíes de
chillantes colores y estrambóticas actitudes. También hubo derroche de banderolas, serpentinas,
etc.
La iluminación de ambos edificios soberbia y de primorosos golpe de vista.
La Plaza de Machado hacía pendant con los mencionados edificios por su ornato original y
vistoso, compuesto de bonitos faroles venecianos, banderolas, guirnaldas, serpentinas, flores,
etc.
En el Muelle se improvisó una esbelta arquería de palmas y los corredores de la Aduana estaban
también engalanados.
A la entrada del Muelle y sobre el triple arco que cerraba el paso leíase esta inscripción:
¡VIVAN SUS MAJESTADES TEODORICO Y WILFRIDA PRIMEROS!”
La calle que conduce a la playa del Astillero también fue adornada con arcos de hermoso
frondaje, esbeltos y llamativos; destacándose en el centro de la explanada, sobre una altísima
columna de madera labrada por la naturaleza, la inflada figurilla de un astrónomo o cosa así de
SS.MM.
La Llegada de los Reyes
A las once en punto de la mañana del domingo las salvas de la artillería real, anunciaban al
pueblo mazatleco que Teodorico I y su consorte se aproximaban a la ciudad. El vigía hizo sus
señales, las bandas de música llenaron el aire de notas metálicas y el tènue silbato del acorazado
de 1a. “Rosales” se dejó oír por todos los ámbitos. Las multitudes se arremolinaban en torno de
la tribuna destinada al orador oficial y el madermaen del Muelle crujía bajo el inmenso peso que
soportaba.
SS.MM. tocaron tierra! La admiración y el entusiasmo plegaron sus alas sobre Wilfrida, la
hermosa reina rubia, de ojos adormidos y soñadores, sobre cuyas sienes orladas por el dorado
nimbo de la cabellera, brilla la áurea corona símbolo del poder real.
De todos los labios brotó una frase de aplauso. Los vasallos exclamaron ante aquel prodigio de
hermosura: Ave imperatirx!
Teodorico I, en cuanto a belleza, era el reverso de la Reina. Lo primero que llamaba la atención
de la Reina. Lo primero que llamaba la atención de todos era su nariz fenomenalmente larga, no
sabemos si enrojecida por el sol o por la intemperancia, y sus lacias patillas, que semejaban dos
estropajos.
S.M. Teodorico debe tener cualidades morales e intelectuales en grado superlativo, y una lengua
persuasiva y elocuente, pues sin esto no se explica cómo haya alcanzado la blanca mano de la
sin par Wilfrida.
Cerca de nosotros, el público exclamaba:
¡Qué gusto de la Reina al escoger a su esposo!
Seguían a los soberanos el Ministro de la Guerra (Mr. Kaiser), de gran uniforme, el de las
Desdichas (Carlos Chávez), los astrólogos y numerosos acompañamientos de pajes, alabarderos
y coraceros. La cauda de S.M. Wilfrida era llevada por un negro (Juan Maldonado) parecido al
chamuco.
El orador oficial Francisco A. González, saludó a los reales huéspedes con un ameno y fácil
discurso.
Enseguida la comitiva tomó posesión del Tren Blindado, compuesto de la locomotora número
9,837 de los talleres Luis Rea Iron Works, de un carro blindado completamente cubierto de
cañones de tiro rápido, del Pullman para los reyes y de un carro de segunda clase, si los
comparamos con el anterior, para los demás de la comitiva. En la locomotora, a la que servía de
chimenea un enorme mortero, se leía City of Venadillo. Alguien encontró mucha semejanza
entre la locomotora de este tren y los del ferrocarril de Culiacán a Atlanta, ignorábamos que el
señor Rea fuese el contratista de la Compañía del Ferrocarril Occidental.
En sus respectivos asientos todos los grandes dignatarios de la corona, el tren se puso en
marcha, entre los ensordecedores aplausos de más de tres mil personas que se encontraban en la
explanada del Muelle, y recorrió todo el trayecto de la línea de los tranvías. Al llegar al astillero
SS.MM. se dirigieron a la playa donde se echaron muchas bendiciones sobre la mar y sus
pescaditos, según rezaban los programas.
El Ministro de las Desdichas; que fijó su atención en la insistencia con que estos cronistas
seguían todas las peripecias reales, levantó su malhada diestra haciendo un signo maléfico sobre
nosotros y nuestro secretario particular, Julián Maldonado; que tripulábamos la endeble araña de
un amigo nuestro. Los efectos de la maldición no se hicieron esperar mucho tiempo… Un
choque violentísimo contra un poste desquició al pobre vehículo echando a rodar nuestras
humanidades. Afortunadamente no sufrimos sino el susto… de los vecinos, porque nosotros no
tuvimos ni el tiempo preciso para asustarnos.
S.M. Teodorico I nos ha ofrecido pagar la araña. Veremos si cumple su palabra.
Volvimos a nuestro estado normal después de tomar en el Casino un vaso de la sabrosa soda que
prepara Pereyra. Allí tuvimos el gusto de escuchar el discurso de Teodorico I, que fue oportuno
y lleno de sprit y citas históricas sobre el reinado de su antecesor. S.M. fue fuertemente
aplaudido y probó que si grande tiene la nariz, grande también tiene el chirumen, aunque ya
viejo.
A este acto siguió el de imposición de condecoraciones por la ideal Wilfrida. Allí pudimos
admirar de cerca el hermoso traje de la joven soberana, que era perfectamente apropiado por el
lujo y elegancia.
Fueron condecorados los vasallos Natividad González, Adolfo O’Ryan, Enrique Coppel, Isaac
Madrigal, Daniel O’Ryan, el redactor de El Correo (por poder), Jorge Ulica, Licenciado
Bernardo Vázquez, Laura Muro, Manuel Oropeza, José Antonio Gaxiola, Presidente del Club
Unión, Arturo de Cima y esposa, Pablo Hidalgo, Ricardo Careaga, José C. Castelló, Evodio de
la Peña, Carlos Cabezul y algunos otros caballeros cuyos nombres no recordamos. Con esto
terminó la ceremonia de la recepción de SS. MM.
Gran Mascarada
La Plaza Machado se veía invadida la tarde del domingo por una ola inmensa de gente. Grupo
de máscaras recorrían las calles y plazas. Pudimos contar más de quinientas personas
disfrazadas, distinguiéndose algunos por la originalidad de sus trajes.
Distinguidas familias ocupaban los balcones del Casino y Club Unión, así como las azoteas de
las fincas adyacentes de la plaza y una lluvia continua de confettis y serpentinas descendían de
lo alto de los edificios, formando en el suelo como un blando tapiz de múltiples tintas.
La Serenata
Tuvo todo el lucimiento debido; en vista de la espléndida iluminación que hacía más llamativo
el artístico decorado de la Plaza.
La Banda Real dirigida por el inteligente Maestro Pérez Tejada, ejecutó brillantísimas piezas de
su repertorio.
La concurrencia fue numerosísima y escogida.
Lunes
Grupos de máscaras recorrían la ciudad desde las primeras horas de la mañana. La Plazuela
Machado estaba muy concurrida, así como las calles adyacentes al Club Unión y al Casino.
En la tarde se verificó el Paseo de Niños algunos de los cuales lucieron elegantes trajes.
Recordamos entre otros a las niñas Manuela Castelló vestida con rico traje, representando a
Isabel de Inglaterra, a Carmelita Castelló vestida de Pierrot, a Mercedes González de mariposa,
a Paquita Lavín de Caballero Medieval, a la niña Osonte, que con hermoso y apropiado traje
tripulaba una fantástica nave cuajada de flores, al niño Phillipi correctamente vestido de
Comanche, las niñas Word, Claisse Mendoza, los niños Carvajal y otros muchos que no citamos
por no hacer difusa esta crónica. El paseo de los niños no tuvo el lucimiento que se esperaba
debido a la numerosa aglomeración de espectadores y al poco cuidado de la policía que ocupada
en observar la fiesta, no pudo despejar el sitio destinado para la exhibición y concurso de trajes.
En los balcones del Casino y de los del Club Unión simpáticas agrupaciones de señoritas y
caballeros arrojaban serpentinas y confettis.
La animación fue igual o mayor que la del día anterior. En la noche tuvo lugar el Baile de
Fantasía en los salones del Casino.
Este baile fue, en nuestro concepto, la nota saliente de los festejos del Carnaval. Los corredores
del Casino fueron convertidos en un hermoso salón decorado con guirnaldas de flores, en forma
de artísticos lazos y coronas, espejos, banderas y máscaras.
A las once de la noche ya estaban reunidas todas las personas que vistieron de fantasía.
Haremos una reseña de los trajes:
Rosalva Lavín lucía una espléndida veste de Hijo de Faraón. Era el fragmento de un celaje
escarchado de plata, que ceñía las esculturales formas de su dueña, esa hermosa soberana, en
que el color y la línea han hecho derroche de seducciones.
Celia Retes vestía de aldeana rumana, y su traje primorosamente acabado; daba mayor realce a
su belleza apacible y casta.
Oh tú, Caballero del Misterio soñador encantado que cruzas las serenas ondas del lago en busca
de un ideal sublime, acerca a la playa tu poética navecilla, que plegue sus alas el cisne blanco”
Llega Lohenring y dobla la rodilla ante la mágica beldad de tu prometida, de esa divina Elsa
(Catalina Koerdell), para cuyas sienes se han hecho todas las coronas!
Una gitana cruzaba el salón cautivando corazones y conquistando afectos, María Bustamante,
hermosa niña de mirar serenamente encantador, trasunto real de la fantasía huguiana de
Esmeralda.
Entre los trajes más apropiados debemos citar los de las bellas señoritas Laura Hidalgo, María y
Emilia Ferreira y Virginia Muro, respetando las cuatro estaciones. No podía darse año más
risueño! Primavera gentil y gallarda, que cubrió de frondajes y de flores las almas tristes.
Verano abrasador que reanima y fortalece el fuego de unas hermosas miradas. Otoño en donde
la vida irradia, difundiéndose en arreboles de dicho e invierno creando para despertar muchas
ilusiones y encender muchos castos anhelos!
Romana de la Peña vestía de Cleopatra. Su lujoso traje llamaba la atención de los inteligentes
por su semejanza hasta en los menores detalles, con el modelo que nos pinta la leyenda;
Romanita tenía toda la distinción y la majestad del personaje que representaba.
Aurelia Cardinault era una espiritual marquesita escapada de la Corte del Rey Sol Luis XIV
para venir a evocar en las memorias de la época de los delicados galanteos.
Pastora Escudero vestía de pastora, pero qué pastora más linda! Bajo las alas del blanco
sombrerito que cubría su cabeza semi-ocultando su cabellera oscura, su doble faz resplandecía
iluminada por la radiación de la mirada.
Pastora era una flor que ocultaba su belleza en su modestia para que no lleguen hasta ellas las
miradas de la admiración.
De verano vestía Sofía Escudero, pequeña escultura de ojos negros y negra y ondulante
cabellera.
Las señoritas Sabina Maldonado y Concepción Morales se presentaron de graciosísimos rorros,
llevando su traje con interesante perfección. Los dos brillan en el cielo de la belleza como astros
de primera magnitud.
La Srita. Flora Mc Hatton nos transportó con la imaginación a una época en que borgoñes y
armañacs dirimían en los campos de batalla sus diferencias y en que la fe hizo nacer ese
prodigio llamado de la Historia Juana de Arco. Flora quiso y logró dar a su belleza el aire
varonil a la vez que convencido de la célebre iluminada de Domremy, y no sabremos decir si
con su brillante armadura de hierro o con el sencillo y elegante traje moderno es más hermosa.
De Juana de Arco concurrió también al baile la Srita. Lupe Vega; la gentil beldad de ojos color
de noche y talle esbelto como las palmeras que levantan al cielo su penacho de esmeralda en las
reverberantes arenas de África.
Cuando vimos a Virginia González no pudimos menos de compadecer a los jugadores: Virginia
representaba el juego y si éste enloquece por la codicia, Virginia enloquece por sus encantos.
¡Si la pasión del juego es tan atractiva como su intérprete, se explica que haya tantos devotos
del gastado libro de las cuarenta hojas!
Lupe González vestía un artístico y bonito traje de veleta que cuadraba perfectamente los
atractivos de su dueña. Si hemos de ser francos, diremos que ni por broma nos gusta ver a Lupe
simbolizando la inconstancia. Es tan buena...
El cielo, el cielo azul de las poéticas noches de Primavera, en que los astros se asoman al
mundo semejando pupilas de ángeles curiosos tuvo también su representante en el baile: de
cielo fue Lolita Sotomayor, cuya hermosura es un alba que se levanta y cuya alma es un nevado
cáliz de ensueños.
¡Quiera Dios que nunca pase la torva nube de una borrasca por ese cielo!
¿Quién no ha oído hablar de la proverbial hermosura y donaire de las hijas de la Andalucía
mexicana?
El lunes había dos en el Casino, dos tapatías a cual más lindas, cuyos pies pedían alfombra de
rosas: Graciela Valadés y Josefina Rocha
¡Viva Jalisco!
Margarita Mc Hatton pasaba en los rápidos giros de wals y antojábase una visión celeste
inspiradora de las castas estrofas blancas. Llevaba un vaporoso traje que velaba como una
bruma azul la plenitud de las líneas de su cuerpo de diosa.
Las trágicas leyendas de Shakespeare tuvieron digna remembranza en el suntuoso festival.
Vimos a Desdémona encarnada en Elvira Rivas, cuyo rostro de inmaculada blancura, circuido
por la abundosa y blonda cabellera, hacia más interesante el tipo que representaba. Hortensia
Paredes llevaba el alba traje de Julieta Capuleto y Mariana Cardinault el de la dulce Ofelia.
Rosaura Schober surgió del mundo halagador de la quimera, convertida en hada en risueña
maga auguradora de aventuras. Concha Schober, una espiritual diablesa, hizo caer en tentación
a muchos admiradores que no pudieron menos que rendirle homenaje.
Un girón de nube dejó asomar por entre las blancuras del cúmulus un rayo de sol primaveral que
el besar la pradera hizo brotar hermosas y delicadas flores: María Luisa Reynaud, cuya frente se
ha hecho paro llevar diademas vestía de Flor de Cardón; Elodia Valdés de mirada que acaricia y
arrulla de Crisantema y la inteligente Clotilde Douglas de Girasol.
Indalecia Olalde ostentaba un precioso traje de maja. Hemos visto muchas majas en esos
preciosos libros de costumbres que de cuando en cuando nos envía España; pero ninguna tan
simpática como nuestra paisana.
Si dijéramos a nuestros lectores que los murciélagos son bonitos probablemente nos
contestarían con una carcajada.
¿Los murciélagos bonitos?
Vaya una broma...
Sin embargo, el lunes había uno en el Casino para quien todo era admiración y aplauso. Como
era nada menos que María Zayas!
Chole, su hermana, concurrió con primoroso traje de mariposa.
Vestía de Gitanos, Macrina Osuna, Concha Bustamante y Altagracia Uzeta, cuyas gracias
cautivan.
Risueño grupo formaban las bellas Sritas. Lupe Solazar, elegantemente ataviadas con traje de
Locura turca, Jesús Guerrero y Virginia Mendía vestidas de Aldeanas, la princesa real Violeta
Farmer de Alsaciana, Panchita Roa de Locura, Rosario Gaxiola de princesa, Pachita Gómez
Castaños de Urania. Delfina Malcampo, Carolina Ramírez y María Bermúdez de Florista, Lupe
Maldonado de Pierrot, Josefina Maxemín de Escocesa, Elena Rivas de Tamburini y Elvira
Guevara, de Incroyable.
Se destacaba entre todos la Soberana del Carnaval, S.M. Wilfrida Farmer, con su rico traje de
Catalina de Médicis.
Los jóvenes que concurrieron vestidos con trajes de fantasía son los siguientes: José Luis
Reynaud y Jorge Hidalgo de Incroyables, Eugenio Hidalgo de Payaso, Antonio Levín de
Bandido Calabrés, Benjamín Retes de Mefistófeles, Genaro Noris de Rey Lordhe, Otto Meye de
Fantoche Alemán, J.C. Jensen de Cazador Antiguo, José Antonio Gaxiola de Cortesano de Luis
XIV.
Juvencio Gaxiola, Tío Sam; Aurelio Pereyra, Cortesano Luís XV; Antonio Bustamante,
Cortesano Luis XV; Genaro Fárber, Pierrot, Miguel Ezquerro, Payaso; Antonio Híjar, Príncipe
Charmy; Enrique Rouse, José de Cima, Etiqueta Inglesa; Rafael Ruiz, Etiqueta Inglesa; Ignacio
L. Portillo, Diplomático mexicano; Guillermo Ocón, Diablo; Daniel Schober, Comentador;
Gustavo Patrón, Alférez de lanceros del Rey; Jesús Escovar, Frégoli; Fernando Montaño,
capricho; Cecilio Ocón, Etiqueta; Alfredo Esqerro, Cervantes; Alfredo Gorostiza, Tipo jerezano;
Rafael Ororpeza Payaso: Bernardo González. Payaso; Ignacio Galván, Capricho; Manuel L.
Rodríguez, Pierrot; Federico Unger, Caballero de la edad Media; Enrique Kulhman, Lansquenet;
Enrique Hagens, Lansquenet; T.B. Burmeister, Lansquenet; Alfonso Menéndez, Turco.
Vistieron también de fantasía Lucas Anaya, Antonio Díaz de León y los jóvenes Bermúdez.
Los mejores trajes, de los señalados anteriormente, fueron los que lucieron los jóvenes Genaro
Noris, José Luis Reynaud, Eugenio Hidalgo, Jorge Hidalgo, Aurelio Pereyra, Benjamín Retes,
Antonio Bustamante, José Antonio Gaxiola, Oto Meyer, L. Portillo, Antonio Lavín y alguno
otro que no recordamos de momento.
Imposible sería consignar en esta crónica los nombres de todas las personas que concurrieron a
la fiesta, imposibilidad que se comprenderá fácilmente si se tiene en cuenta que había reunidas
en el local más de quinientas personas.
Por la misma razón no damos nota detallada de las numerosas señoritas y respetabilísimas
damas que asistieron en traje de baile concretándonos a hacer constar que se hallaban allí toda la
buena sociedad mazatleca así como las familias y caballeros de Culiacán, Rosario, San Ignacio,
etc., que vinieron a pasar entre nosotros los días de Carnaval.
Honró también el baile con su presencia el señor Gobernador del Estado, quien permaneció
hasta horas avanzadas de la noche.
Poco después de las doce el conocido fotógrafo Dounel sacó varias negativas, haciendo uso de
la luz de magnesio.
Cuando dijéramos de la animación del buen humor que singularizó este festival único en los
anales de Mazatlán, sería pálido comparado con la sociedad.
Los organizadores pueden sentirse llenos de orgullo.
J.U. y J.C.
Articulo "Ecos del Carnaval”
El Martes
La precipitación con que hicimos la crónica publicada ayer nos hizo incurrir en algunos errores
que vamos a subsanar ahora para descargo de nuestra conciencia de revisteros. Las fiestas del
martes fueron extraordinariamente animadas. En la tarde, conforme se había anunciado, se
verificó el paseo de las señoritas, y jóvenes que concurrieron en traje de fantasía al baile del
Casino, concretándose dicho paseo a las calles que rodean la Plaza de Machado.
En los balcones, en las azoteas había multitud de señoritas y caballeros que al pasar los
carruajes dejaban caer sobre ellos una lluvia de confettis y serpentinas.
La Plaza era un mar de cabezas que se agitaba a veces con movimientos de avance y retroceso.
Ya tarde, cuando el sol decaía lanzando sobre la muchedumbre delirante una larga y triste
mirada agonizante, se instaló en el kiosko el Jurado y procedió a otorgar los premios destinados
por el Comité a los mejores carruajes adornados, a los más vistosos y originales trajes o
disfraces.
1901
Carnaval
Domingo
Recepción de sus altezas
A la hora anunciada en los programas y cuando las calles se encontraban llenas ya de
pequeñines ávidos de ver llegar a sus Altezas Enrique Coppel H. y Adela Abasolo, apareció en
el aire el primer globo de la escuadrilla real.
La muchedumbre lo saludó con aplausos y gritos de júbilo.
Minutos después apareció el segundo globo y tras él otro y otros hasta completar el número
señalado a la novísima cuadrilla. Los más flamantes reporteros no han podido averiguar el punto
preciso en que Sus Altezas pisaron tierra. Dato es este de mucha importancia para las futuras
edades y no dudamos que el matusalénico cronista que tan preferente lugar ocupó en la
procesión del martes, diga al enterarse de la profunda obscuridad que pesa sobre el referido
punto histórico: ¡Hágase la luz! y la luz salte de su libro de pergamino.
Una orquesta, en tanto, tocaba en la Plaza de Machado las más alegres y archientusiastas piezas
de su repertorio, y a sus sones íbanse enflorando, decimos llenando de hermosas señoritas y
gallardas matronas los balcones del Casino, los del club Unión y las azoteas de los edificios
vecinos.
Por las calles y la plaza circulaban multitud de pedestres que esperaban la llegada
de Sus Altezas para tirar en su honor los sombreros al aire. Algunos devoraban pitillo tras
pitillo, para matar el tiempo; otros se divertían con los arrapiezos que se desnucaban
por coger las serpentinas que desde los balcones desenvolvían en el aire sus rápidas espirales;
otros se embebían en el adorno carnavalesco -rosas, caretas, banderas, estandartes, guirnaldas,
lanzas de relucientes puntas- de las fachadas del Casino y el Club, y hacían comparaciones
sobre los arreglos más llamativos y originales de una y otra.
A veces pasaba con su cauda de chiquillos -alborotadores y gritones uno que otro disfrazado;
bromeando, dando pequeños saltos y probablemente sudando la gota turbia, pues el cielo estaba
tranquilo, de un azul purísimo apenas manchado de leves vellones de armiño, y el sol dejaba en
la piel su cálido picor.
Poco después de las once. Sus Altezas hicieron su entrar triunfal por el Parque Zaragoza, en una
carroza ad hoc, entre el estruendo de la música y las aclamaciones del pueblo, que no se cansaba
de admirar a la guapa y graciosa pareja de infantes.
El trayecto del parque al Casino fue de continua ovación, la cual llegó hasta el delirio al
presentarse Sus Altezas a las puertas de su Palacio, donde se hallaban ya reunidas numerosas
familias y caballeros de la mejor sociedad de Mazatlán así como de las familias que de fuera
vinieron a pasar las fiestas entre nosotros. Se hallaban ya reunidos, repetimos para dar la
bienvenida a los regios huéspedes.
Instalados los príncipes en lugar visible, su inseparable Regente, que vestía magnífico traje de
gala pronunció un speach que electrizó al auditorio y le valió la más estrepitosa salva de
aplausos que hayan resonado en el universo mundo, por su sencillez y oportunidad. Fue algo de
crítica, algo de panegírico, algo de prosa, algo de verso y en resumen, una buena pieza
carnavalera.
Terminando el acto de la entrega de las llaves de la ciudad y la corona de oro que ha ceñido las
sienes de tres reyes de gloriosa memoria pasaron los Príncipes y el Regente a los balcones y
recibieron nuevo homenaje del elemento popular. Los concurrentes empezar a retirarse.
El Fenomenal Banquete
A la 1 p.m. se celebró el gran banquete de quince mil cubiertos anunciado. Imposible dar los
nombres de todos los invitados.
Audiciones y Baile
Muy concurrida estuvo la que dio a las 5 la Banda Rosales en la Plaza de Machado, y todavía
más la que dio la Banda del Sr. Pérez Tejeda, de 8 1/2 a 11. El aspecto de la Plaza con sus
adornos, su brillante iluminación y el inmenso número de paseantes que discurrían por ella; era
primoroso: grupo de enmascarados mezclados a la muchedumbre bromeaban a conocidos y
extraños, aguzando todo lo posible el ingenio y ensayando las más estrambóticas morisquetas.
Las escaramuzas de confeti eran reñidas y cubrían el pavimento de finas partículas de papel.
Los bailes en los corredores de la aduana y en el ex-salón de patinar, animadísimos. Era de
esperarse.
La corrida de toros de fuego, en la explanada del muelle, pasó sin novedad. El soberano estuvo
listo a esquivar las embestidas de los infernales cornúpetos, y no hubo ningún quemado.
Lunes
Concurso de Niños en Traje de Fantasía
Cualquiera diría que a la audición que de las 11 a la 1 p.m. dio la Banda Real en la Plaza de
Machado, no concurrió ni una mosca. El cansancio de la noche anterior, el sol... no eran para
suponer otra cosa; pero cuando hay alegría, no valen sol ni cansancio.
Grupos de enmascarados vagaban por la Plazuela, bajo los candentes efluvios solares, bailando,
saltando y lanzando gritos de júbilo.
Las calles estaban también llenas de curiosas.
En la tarde se celebró el concurso de niños en traje de fantasía, acto que estuvo sumamente
lucido y se hizo un inmenso derroche de confeti y serpentinas. La banqueta de la Plaza y las
calles quedaron tapizadas de confetis y los balcones, postes, alambres; llenos de delgadas cintas
de colores que el viento hacia ondular caprichosamente.
La concurrencia, numerosísima.
Martes
Empezó la fiesta este día con una audición de la Banda Real en la Plaza de Machado.
A las tres de la tarde la concurrencia era colosal en el referido paseo y los balcones y azoteas
veíanse coronados de espectadores impacientes, por ver la sensacional procesión cosmopolita, la
cual partió a la hora indicada a los programas, del Astillero. Recorriendo la calle Constitución se
presentó en la Plaza precedida de una descubierta de jinetes.
Rompió la marcha el carruaje de los Príncipes, quienes vestían elegantísimos trajes de seda e
iban sobre abierta concha floreada, resplandeciente, más rica y hermosa que la de Venus, y
seguía la procesión en el orden siguiente:
Carruajes
1er. Premio Carruaje de la Srita. Fanny Cañedo
2do. Premio Carruaje de los niños Coppel
3er. Premio Carruaje Las Palomas Carros
1er. Premio Carro Los Payasos
2do. Premio Carro La Industria Disfraces
1er. Premio El Cronista
2do. Premio Un Apache
3er. Premio Un ebrio que se presentó en su pollino.
1902
Lunes
Amaneció Dios y cada cual, después de cumplir lo ordenado en la pragmática real, esto es,
despabilarse, lavarse la cara y otras menudencias, se dedicó a su trabajo pensando en las
diabluras que haría por la tarde. A las once a.m. bajaron los niños del limbo y se instalaron en el
Kiosko de la plaza donde la pintaron como de costumbre los inocentes. Poco a poco, atraídos
por las notas de la banda, se fue congregando la concurrencia que no fue muy numerosa por lo
intempestivo de la hora.
Desde temprano había barruntos de lluvia; y en la tarde, a la hora del gran desfile, y de la rifa,
algunas nubes guanosas se divertían en arrojar finas gotitas de agua helada que no cayeron en
gracia de S.M. el cual, semejanza de aquel otro; Jerges, que mandó azotar el mar, quiso sacudir
el polvo a la lluvia, cosa que a pesar de su poder omnímodo, no pudo llevar a cabo.
Los Sres. Conde, Till y Marini, tenían concertada una carrera en bicicleta hasta el Venadillo, ida
y vuelta; los tres Championes pedalearon de lo lindo y sudorosos y agitados llegaron, uno tras
de otro, frente al Club Alemán, término de la carrera. El atlético Zacarías Conde fue el vencedor
de este torneo digno de los hijos de Atenas y de Esparta, haciendo el largo trayecto veinte
kilómetros en cincuenta y seis minutos.
Llegó por fin la parte chusca del programa esperada con tanta más impaciencia, cuanto que ya la
lluvia comenzaba a arreciar. La rifa ofrecida hízose con toda formalidad. Los dos primeros
premios tocaron en suerte a personas desconocidas para este humilde cronista y consistían; el
primero, en unos –guarismos hechos de cartón cubiertos de plata que, si no estaban forrados del
despreciable metal, lo parecían cuando menos-. El segundo premio, la máquina de vapor que no
come, ni bebe, ni nada,… era una lujosa cachimba por cuyo tubo, su dueño aspiraba los
aromáticos y azulados vapores del tabaco. El tercer premio, consiste en un retrato instantáneo y
al natural, fue obtenido por Salomé o Chomé, como cariñosamente lo llaman sus honestos
admiradores. Chomé es la opulenta belleza mazatleca que hubiera podido servir de modelo a
Fidias, a Praxiteles, a… don Emilio Parra y a otros más notables todavía como Milo y
Beldevere que sólo son recordados de cuando en cuando por algún poeta del género excelso. ¡El
rey en persona que honra! Pasó una magnífica luna por la faz deslumbrante de la agraciada
quien después del sopor que le produjo aquella aparición celeste, exclamó, alborozada ¡soy yo!
¡Y cayó en brazos de Teodorico!
La lluvia arreciaba por momentos, y algunos combatientes que se hicieron reos del horrendo
delito de cobardía militar, desertaron del campo de honor; pero la heroica guardia, a la que
hubiera sido capaz de pronunciar la palabra Cambronne, resistió bajo los tinglados el espantoso
tiroteo de las nubes enemigas.
La noche llegó al fin; los salones del Casino parecían una ascua de oro, y el baile comenzó.
Concluyó en vil y bellaco prosa; el baile del Casino animado, hermosísimo, propio para ser
descrito por el cronista a quien dejo la palabra, no terminó sino hasta las primeras horas del
martes, y en él reinó todo el desbordante entusiasmo de nuestra jeunesse doree.
Martes
Neptuno, celoso de la celebridad que iba adquiriendo S.M. Dymitrix q. M.G., quiso aguarle la
fiesta y al efecto ordenó que un escuadrón de las nubes más negras y feroces que hubiere en sus
dominios, pusiera sitio en toda regla al reino de nuestro gloriosísimo y loquísimo monarca. La
mañana pasó sin más incidente que el tiroteo de las nubes que parecía quererse venir encima y
tomaron un aspecto de espantalocos que no logró inspirar miedo a ninguno de los locos de este
reino.
A las once de la mañana el maestro Viderique acompañado de su liliputiense banda, tomó por
asalto, sin perder un solo pigmeo, la inexpugnable fortaleza de Machado. Para solemnizar el
triunfo tocaron alegres piezas; y a la una, cuando ya el hambre les impedía lanzar al viento una
nota más evacuaron la plaza. Pocos contendientes estuvieron en este formidable asalto debido a
la lluvia que se había encaprichado en fastidiar a tirios y troyanos.
En la tarde se verificó el grandioso concurso de carros tomando parte en este acto, que será la
admiración de los siglos: “La Cárcel Modelo”, donde S.M. encierra a aquellos de sus súbditos
que se hacen reos del feo delito de seriedad.
En dicho carro iban también -Ave María Purísima el verdugo, hombre risueñamente feroz y de
aviesa mirada-. El jurado le otorgó el primer premio. El 2o. fue discernido a “La Gran
Duquesa”, del Sr. Liborio Galardo; y vaya que lo merecía y más. La joven que simbolizaba la
fábrica era realmente hermosa y al verla muchos infanzones quedaron heridos en mitad del
corazón. A la “Enfermería de su S.M.” donde se curan todas las enfermedades debidas a los
malos humores, le tocó el 3er. premio.
La Mención Honorífica fue otorgada al carruaje ocupado por las hermosas niñas, Luisita Ferrer
y Esther Álvarez.
En la tarde, la lluvia hacía por momentos cesar, las hostilidades, pero al fin Neptuno,
convencido de su importancia levantó el sitio y dejó a los beligerantes hacerse trizas. En la
Plaza Machado donde fue lo más reñido de la batalla no se levantó el campo sino hasta muy
entrada la noche.
En la tarde hubo baile en Palacio, en la noche hubo también, y además en Variedades, en el
Salón de Patinar, en la Aduana, en todas partes. La locura, el frenesí, el contento hicieron presa
de todos y hubo risas, carreras, bromas, cantos, zapatetas y diabluras, hasta el amanecer.
Hoy miércoles cerramos el paréntesis y todo en paz, trabajo y recogimiento.
Memento homo….
Zig-zag.
1904
De Hipérboles y Elipsis
Del heraldo seguían cuatro gentiles hombres montados en hipógrifos y llevando en las diestras,
lámparas encendidas cuyos verdosos reflejos hacían palidecer a los que cerca de ellos iban
engrosando la procesión.
Eran los gentiles hombres Luis Cota, Régulo Barreda, Toribio M. Barraza y Félix Osuna.
Luego venían monjes de todas las órdenes existentes, y en medio de ellos una carroza fúnebre
(por cierto que no causaba buena impresión), en la cual, yacente estaba el Mal Humor, bicho
pernicioso que hubiera causado innumerables daños en este reinado de la locura, del contento,
del frenesí, de todo lo que significa olvido de las monótonas tareas cotidianas.
Oí los monjes y lloré; oí las trompetas y mis ojos eran dos ríos de lágrimas. Que ternura, qué
sentimiento en aquellas lúgubres salmodias, y qué destempladas las voces y los pitos!
Las voces graves de los monjes se elevaban al cielo pidiendo misericordia para aquél que iba en
el féretro y para los oyentes a quienes destrozaban las orejas con tan desafortunados gritos de
dolor que salían de los roncos pechos. Las trompetas, por su parte, acompañaban divinamente el
coro monjil y el conjunto resultaba tan homogéneo que era cosa de llorar a moco y baba.
He aquí los salmos que un nuevo Jeremías, nacido exclusivamente para hacerlos, compuso
Decía el programa: “Entre los monjes irá el carro en que será arrastrado el cadáver de Mal
Humor; En sus cuatro ángulos, cuatro monjes encenderán sin interrupción, luces rojas de
bengala”.
Esta parte del programa no se cumplió; ni en los cuatro ángulos del cadáver, ni en los cuatro
ángulos de los monjes se encendieron las cuatro luces, y la fúnebre comitiva estuvo a punto de
armar una pelotera por el engaño atroz de que estaba siendo víctima.
Los monjes eran precedidos y seguidos por bandas de música que ejecutaban marchas tan tristes
que hasta las tamboras lloraban.
Después venían multitud de enmascarados jinetes con antorchas y con estandartes y el pueblo
antes sobornado, ayer todavía vasallo de Pacus I y hoy nuevamente libre.
La comisión así organizada recorrió varias calles y llegó por fin a la Plaza de la República, en
cuyo centro se había formado una pira, en la cual debía quedar reducido a cenizas para no
resucitar más el fatídico Mal Humor. Muchos temen una resurrección; pero hasta ahora no hay
noticia de que el sepulcro haya sido violado.
Llegó el momento fatal; los cantos se hicieron más tristes; las notas de los clarines más
destempladas, el llanto de los monjes alcanzó su máxima intensidad y el cadáver fue sacado de
la carroza, conducido en hombros hasta la pira y allí incinerado.
Tres truenos formidables indicaron a los consternados presentes que el Mal Humor está
reducido a cenizas.
Consumantun es!.
Luego, como ya no hubiese ni la sombra del Mal Humor siguió una serenata.
La Plaza de la República estaba henchida de gente que comentaba el suceso y aunque no había
luz el contento iluminaba aquél lugar. A la media noche la plaza quedó desierta y poco después
sólo se veía una que otra máscara rezagada. La comitiva que había llenado el deber, de
acompañar el cadáver a la pira se disolvió de cumplida su piadosa misión.
Domingo
Amaneció Dios el domingo y aún los blanquísimos reflejos de las luces del alba no acababan de
ahuyentar las sombras de la noche, cuando ya las bandas recorrían el reino de S.M. Pacus I,
anunciando que ese día de gran alboroto y bulla sin fin el rey de los locos, el inconmensurable y
nunca bien alabado Pacus estaba ya en las goteras de la población con su gran séquito de
gentiles hombres y ricas hembras esperando sólo que aclarase el día para hacer su entrada
triunfal.
Como los cortejos reales son difíciles de organizarse porque cada quien debe ir en su lugar que
por su rango le corresponde, no fue posible que S.M. entrara a su reino a las diez, como el
programa rezaba. Un grupo de chinos ciclistas deseosos de que Pocus intervenga en el embrollo
del Extremo Oriente para que ni rusos ni japoneses hagan tajadas del Imperio Celeste, precedían
al Monarca. Iba éste en una carroza tirada por cuatro híbridos solípedos orgullosos de arrastrar
tanta gracia y majestad. Como el monarca es modesto y sencillo en sus gustos dispuso que el
carruaje en que debía hacer su entrada no sólo no fuera el guarnecido de pedrería; pero ni
siquiera de las mejores, sino el menos lujoso para demostrar a su pueblo que no es de aquellos
reyes fastuosos que, como Teodorico I y Dimitrix agrádales la pompa, y son capaces de vaciar
las arcas para deslumbrar que le rinde vasallaje y humildemente se prosterna ante ellos.
Organizada la regia comitiva en la explanada que está frente a la Cervecería del Pacífico, se
puso en movimiento dirigiéndose al Palacio Real. ¡Oh, y cómo fue aclamado el monarca en el
trayecto! Era delirio, frenesí el de las turbas al contemplar por primera vez a su rey muy amado
que, en medio de los dos ministros, los grandes duques Fárber y Castelló, dirigía amables
sonrisas a sus súbditos, les saludaba con amabilidad nunca vista en monarca alguno, y tiraba
besitos volados a sus vasallos, que admiradas y suspensas contemplaban la arrogante figura de
su dueño y señor, y gozábanse en mirar las negras guías del retorcido bigote de su Sacra Real
Majestad.
Por fin, el Monarca llegó al Casino, digo Palacio Real, las bandas de los cuerpos imperiales
batieron marcha, de la fortaleza próxima al Palacio, fortaleza que no sé porqué causa llaman
Club Alemán, dispararon la artillería y una detonación formidable rompió las capas
atmosféricas y los tímpanos de algunos vasallos. Su Majestad, acostumbrado a esos y otros
truenos, permaneció impasible, y con grave ademán y severo continente tomó posesión de su
regio alojamiento, donde sus cortesanas le hacían toda clase de fiestas y agasajos.
Para recibir dignamente al Rey habíanse engalanado el Palacio de tal manera, que los adornos
en nada se diferenciaban de los otros años en idénticas circunstancias. La inventiva anduvo esta
vez muy escasa y S.M. dolióse de ello. El Club Alemán atrajo las miradas de todos por el buen
gusto carnavalesco con que estaba adornado e infundía temor por sus formidables piezas de
artillería, tales que si en poder de los japoneses estuvieron, no necesitaban más que hacer trizas
al oso moscovita. Era el terror de la chiquillería un enorme cañón llamado el “Tira Cacahuates”,
que estuvo proveyendo de este sabroso fruto a la gente menuda.
El edificio del Club Alemán estaba coronado por “bocas de fuego” que asomaban por las
tronelas de una simulada fortaleza. Caprichosamente enlazadas descendían verdes guirnaldas de
las cornisas, y las ventanas tenían a manera de tinglados multicolores que daban un aspecto
pintoresco al Club. Dichos tinglados estaban sostenidos por tridentes o por tajantes hechas de
los balcones abatíase una cortina a grandes cuadros rojos, blancos y amarillos como de cuatro
metros, sobre la cuál caían guirnaldas que hacían pendant con las colocadas en la parte superior.
El mejor adorno era, sin duda alguna, lo mismo que en el Palacio Real, la multitud de bellas
mazatlecas que lucían su esplendorosa hermosura dejando embobados y suspensos a los que
hacía ellas dirigían sus miradas.
He dejado al Rey y voy a atraparlo antes que se me escape. Llegó, como dije, a su regia morada,
y después de haber recibido los homenajes de la corte, dirigióse a la esquina noroeste del
Palacio para arengar a su pueblo. ¿De qué habló Pocus? No sabré decirlo exactamente porque
los aplausos que sus vasallos le tributaban no dejaban siempre llegar a mi oído la potente voz
del regio orador. El drenaje, las calles, la peste, la Naviera, las promesas de los gobernantes...
qué sé yo, fueron tema de su peroración. Para dar pruebas de su magnificencia al concluir su
arenga, brillante, según me cuentan los que tuvieron el inefable placer de oírla, arrojó, a su
pueblo monedas de oro y plata y cheques contra el Real Tesoro. Después se retiró a sus
habitaciones privadas no sin haberse remojado la árida garganta con un bebestible fabricado por
Paulino, el Copero Regio.
Aún teniendo a un rey de huésped, es necesario comer y los súbditos de Pocus, de haber saciado
la vista contemplando la garbosa figura de su adorado gobernante, se fueron a saciar el
estómago que ya comenzaba a dar muestras de enojo.
En la Tarde
Don Jorge Claussen, apellidos al Grande, fue el encargado de organizar el concurso de carros.
Lo improvisado de los festejos hizo que sólo tres carruajes se presentaron a disputar el premio.
Ocupaban el primero, que seguía a la carroza del Rey, las señoritas Josefa Rojas y María
Alcalde. Estaba el vehículo adornado de flores purpurinas y en su arreglo no escaseaba el buen
gusto.
El Club White and Blue, decidióse siempre a adornar un carruaje y en verdad que lo hizo de
maravilla. Era un precioso carro enteramente blanco, blancos los caballos, blancos los arneses,
blancas las flores, blanco todo lo que intervino en el arreglo del vehículo.
Jorge Hidalgo era el automedonte de aquél triunfo de la altura, y a su lado llevaba a Leonor
Hidalgo, bella como los amores, arrogante como una diosa, llevando el estandarte del simpático
club. Ocupaban además el carro las distinguidas y hermosas Lolita Guerrero, Emelia Aguirre,
Emilia Ferreira, Celia Retes, Angelita Haas, Clementina Alcalde y Clotilde Douglas, todas
vestidas de blanco, rientes, adorables. Llevaban gran provisión de serpentinas y al pasar por
donde estaba el enemigo malo erguióse cada beldad cual si fuere una Diana Cazadora y al par
que la gaya cinta de papel arrojaba un rayo de sus ojos fulgurantes.
El tercer carruaje hacía honor al sentimiento estético de quienes lo compusieron. Era blanco,
también con adornos dorados; tiraban de él dos briosos caballos en uno de los cuales iba el
caballero Eugenio Hidalgo en traje de jockey. Una tira de flores blancas se alzaba en la parte
posterior y daba al carro un aspecto magnífico. María y Carmen Hidalgo, Elvira y Elena Rivas,
arrogantes y majestuosas ocupaban este prodigio de buen gusto.
La Plaza Machado y las calles adyacentes estaban pletóricas de fieles vasallos y los carruajes
con dificultad podían circular. Faltó que la policía obligara a los cocheros a caminar alrededor
de la plaza, en un mismo sentido. La chiquillería deseosa de recoger serpentinas, no se cuidaba
de los vehículos y por una mera fortuna no aconteció una desgracia.
El carro de S.M. y los tres que le seguían dio varias vueltas, causando a todos la admiración de
los que los veían, más que por sus adornos que eran de irreprochable gusto por las bellezas que
en ellos iban.
A la hora del paseo de los carros un coro formado por las niñas Concepción Sepúlveda, Rafaela
Monterde, Amada Cruz, Enriqueta Cota, Berta Cruz, Josefa Corrales, Lidia Sánchez, Natalia
Ochoa, María Urgell, Catalina Fitch, Josefina Machado, Inés Fitch, Carmen Careaga, Carmen
Barraza, Enriqueta Urgel subieron al kiosko y cantaron el coro de los “Cocineros”.
Después de las niñas que fueron muy aplaudidas siguió un coro de niños en traje de doctores, no
de los que ahora curan, sino de aquellos tiempos del Rey que rabió formado por Emilio
Urriolagoitia, Rafael Fárber, Enrique Coppel, Ernesto J. Berúmen, Jesús M. Tarriba, Luis
Andrade, Miguel Retes, Javier Maxemin, José Siordia, Antonio López Portillo, Miguel Tarriba,
Agustín Herrera, Ángel Beltrán, Martín Careaga, Joaquín Avendaño, José Z. Campa y Miguel
Osante.
Las copias que entonaron fueron premiadas con aplausos.
¡Qué derroche de confeti, de serpentinas y de buen humor!. El piso de la Plaza Machado debe
haber tenido cinco centímetros de los redondos papelillos y al pisar sentíase la impresión de
quien anda sobre mullida alfombra de fina moqueta.
El crepúsculo apagó su postrera luz y el entusiasmo iba en aumento. Nuestra coqueta placita
(coqueta que fue en un tiempo antes de que envejeciera el kiosko) era incapaz para sostener la
muchedumbre alborozada que se atacaba encarnizadamente lanzando mortífero confetti y
estranguladoras serpentinas. Los disfraces eran incontables y no faltaron algunas bromas
ingeniosas, aunque debe decirse en honor a la verdad que la mayor parte de los enmascarados,
fuera de sus diabluras y saltos, no sabían decir otra cosa que ¿me conoces? Mírame las manos y
otras agudezas como éstas.
A las diez de la noche terminó la serenata y la plaza fue poco a poco quedando desierta.
El ex Salón de Patinar ardía. Nada digo de este baile, porque ya que el Mal Humor fue enterrado
no quiero ser yo quien lo desentierre.
Lunes
Una de las orquestas de su Majestad se situó en el kiosko de la Plaza Machado y empezó a tocar
las más alegres piezas de su repertorio. El sol se había levantado lleno de gusto y sus rayos
calentaban más de lo necesario para este mes invernal; pero los paseantes no se adrementaban
por eso y toda la mañana llenaron el paseo, divirtiéndose con las mascaritas del género chico en
su mayor parte, que atravesaban por el lugar sudando la gota gorda y con el consabido
-Mascarita ¿me conoces?- en los labios.
Los balcones del Casino y del Club Unión se veían también llenos de familias y plazuelas y
balcones y calles adyacentes ofrecían un cuadro de lo más pintoresco y animado.
En la tarde multitud de carruajes recorrieron las calles; los enmascarados aumentaron como por
encanto; los había de todas clases, tamaños y colores, unos mudos, otros con logorrea aguda,
algunos inválidos, otros saltones; y los ojos de los paseantes iban de uno al otro, turbios de
curiosidad.
Cuando la tarde comenzó a palidecer la Plaza Machado volvió a ser el centro de reunión
general.
Una muchedumbre compacta llenaba el paseo y las calles adyacentes; los confettis constelaban
con su polvo de arco iris las apelotonadas cabelleras de las damas, volaban en los soplos del
viento y tapizaban el suelo, las serpentinas desarrollaban sus rápidos espirales y se anudaban a
los alambres de la luz eléctrica a los balcones, a los combatientes, el Tira Cacahuates no cesaba
de ametrallar a los chiquillos, quienes se arrojaban para coger el mayor número de ellos. Sólo la
música que prometió el programa no aparecía para enardecer con sus bélicas notas la sangre de
los que se abatían.
Las estimables señoritas Leonor Hidalgo, Celia Retes, Angelita Haas, Clementina Alcalde y
Lolita Guerrero se presentaron cuando la lucha parecía decaer, en un soberbio carruaje dirigido
por Jorge Hidalgo y reanimaron el juego.
Las cinco iban vestidas de manolas y fueron el blanco de las tiras de los ejércitos apostados en
las alturas. Su Majestad llegó después como Luis XVI cuando bajaba a su fragua; en traje de
obrero, y al apercibirse de que no había música mostró el más vivo disgusto.
Al fin, a eso de las 8, se presentó la orquesta de Jarero y poco después una banda que estuvo
tocando hasta las 10 y media.
El baile popular que se verificó en el cobertizo arreglado frente al mercado Romero Rubio,
vióse como es natural extraordinariamente concurrido.
El Rey de riguroso uniforme estuvo algunos instantes en él, y enseguida se dirigió a la juerga
del Salón de Patinar.
Una y otro terminaron al asomar las luces del alba, y las orquestas incansables siguieron
tocando por las calles.
Hasta entonces se habían expedido en la Prefectura 890 permisos para disfraces.
Martes
Era el último día de locura y había que aprovecharlo. No estaba acordado ningún festejo
especial para en la mañana, de manera que cada cual se divirtió como le pareció conveniente.
Centenares de entusiastas disfrazados de pierrots, de toreros, de rostros, de mendigos, de
diablos, de apaches,… de cuanto hay, recorrían la población ya a pie, a caballo o en carruaje.
Bailaban, brincaban, aullaban, bromeaban a los conocidos y los desconocidos, arrojaban
pródigamente serpentinas y confeti y se divertían y divertían a placer a cuantos los
contemplaban.
Por todas las calles aún por los barrios más apartados, discurrían los enmascarados llevando su
contingente de alegría; pero la Plaza Machado era sobre todo, el lugar de cita. Serían las diez de
la noche cuando una banda tomó por asalto el kiosko. Como la fortaleza está viniéndose abajo
de puro podrida, ninguna dificultad hubo de apoderarse de ella. Notas bélicas y tamborazos por
mayor anunciaron el triunfo de los aguerridos filarmónicos.
Entre músicos, bailes, guasa, gritos y sombrerazos llegó la hora de ir a asaltar las viandas, y la
concurrencia disminuyó en la plaza para volver poco después, considerablemente engrosada,
tanto que era obra de romanos penetrar al recinto donde estaban confundidos los ejércitos
beligerantes empeñados en un combate cuerpo a cuerpo.
Como a las cuatro de la tarde se dio por un momento tregua a las hostilidades para contemplar
los carros que hacían su entrada triunfal. A más de los vehículos ya enumerados, hizo su
aparición la bicicleta náutica “Agustinita” maravillosa invención del primer ministro de S.M.
“Agustinita” es de historia.
Como Andrés Chenier, dijo un día Castelló, tocándose la frente: “algo hay aquí adentro”; y
aquel “algo” fue tomando forma y se convirtió en la bicicleta náutica que ayer nos dejó
absortos.
Artífices de todas clases intervinieron en la construcción de aquella maravilla de los siglos, y ya
concluìda fue botada al agua. Algunos genios maléficos sin duda celosos de la gloria que el
inventor iba a adquirir con su invento portentoso, alteraron las leyes físicas, y la bicicleta se
encaprichó, no sólo a no caminar, pero ni a permanecer en la posición requerida. Después de
esta botadura, viendo el inventor como el genio se estrella contra las malas artes de magos y
encantadores, botó su invento al cuarto de los cachivaches, de donde salió ayer. Si la bicicleta
destinada a caminar por las saladas ondas, se niega a obedecer los músculos que le dan impulso,
no sucede lo mismo en tierra y sobre un carro tirado por bestias. Allí camina con tal seguridad y
tan velozmente como lo permiten las patas de los paquidermos.
Iban de timonel en la proa de “Agustinita” el mismísimo inventor y tripulaba la rara
embarcación graciosos marineritos y marineritas que llevaban remos a manera de símbolos,
porque la bicicleta náutica debe andar por el sólo impulso de sus hélices. No navega, es cierto;
pero si navegara….
Causó muy buena impresión este carro, y todos alabaron al inventor por el buen gusto con que
presentó su creación, y por haberle destinado a lo único que servía después de la travesura cruel
de los malignos y envidiosos encantadores.
En otro carro, una libélula, iba una niñita bella rigiendo el freno de uno de estos graciosos
insectos. A los pies de la pequeña iban los jóvenes Teodoro Maldonado y Francisco Saldaña,
ocupados en vigilar al “timbiriche” para que no fuera a volar con su ligera carga a las altas
regiones desconocidas.
En otro vehículo iban un “charlatán sacamuelas” con sus ayudantes. Deteníanse en cada
esquina, peroraba, mostraba los obsequios que le habían hecho las testas coronadas de América,
Europa, Asia, África y Oceanía, obsequiaba al pueblo con esplendidez arrojándole una infinidad
de baratijas y extraía muelas con unas tenazas de herrero a los que, conocedores de la pericia del
empírico se ponían en sus manos.
Parecía que el charlatán era nuevo en el oficio, porque a veces a sus discursos faltábales algo de
grandilocuencia y no lograba arrebatar al auditorio que, para no dejar de arrebatarse, se
disputaba las chucherías que el merolico con mano pródiga arrojaba.
En una araña caprichosamente adornada montaban los jóvenes Luis Rivas y Juan Ocón. Este
vestido de mujer daba un gatazo que ya.
Otros carros había en los cuales iban pierrots, bailarines y locos atacados de diferentes manías.
Entre los locos pedestres la más generalizada era obligar a que los conocieran. Algunos dieron
espirituales bromas y otros la gran lata del carnaval. Perdónalos Señor.
En el kiosko estaban reunidos los señores Maximino Rivero, Coronel Eustaquio Durán, Jorge
Claussen, Guillermo Hass e Ing. Ricardo Ortiz quienes, perplejos, no sabiendo a quién discernir
el premio acordado para el que engalanara más artísticamente su carruaje, acordaron mandar
troquelar medallas para otorgarlas a todas y todos los que dieron brillo y esplendidez a la fiesta.
Los niños y niñas de que hemos hecho mención volvieron a cantar coplas en el kiosko y
nuevamente fueron aplaudidos. Después S.M. sintiéndose inspirado, declamó con voz vibrante y
los dientes apretados, los siguientes versos que de la boca del rey poeta fueron recogidos por
nuestro taquígrafo:
El Rey Pocus, el príncipe de la poesía. cuando hubo terminado de declamar los versos copiados,
hijos de su gallardo ingenio, fue aclamado por las turbas delirantes de entusiasmo. Paco es el
rey no sólo del carnaval, sino de la oratoria, de la poesía, del canto, de la música. ¡Pocus es un
Dios!
Velozmente transcurrían las horas de la tarde; la sombra extendió su clámide negra sobre la
ciudad; pero no contaba con la Empresa de Luz Eléctrica, que malita y todo dijo las palabras de
Yaveh, y la luz se hizo. La Plaza, el Casino y el Club Alemán, como al conjuro de un mago,
cuajáronse de luces, y siguió la fiesta, la música no se interrumpió, la batalla continuó más
reñida que nunca, y los vendedores de confetti y serpentinas apenas podían atender los pedidos
de los beligerantes.
Improvisada por varios jóvenes de buen humor, se verificó en el Casino una animada tertulia,
para lo que fueron invitadas las más distinguidas familias de Mazatlán.
El salón que se arregló a última hora con la festinación que es de presumirse, no presentaba
ciertamente el aspecto elegante que estamos acostumbrados a ver en los grandes saraos de fin de
año. Pero ¿quién se fijaba en pequeñeces de este género? A las nueve y media de la noche se
habían agotado las sillas y no había ninguna desocupada ni para remedio, y además en el salón
discurrían girando al compás de la orquesta algo más de cien parejas.
Las comisiones de obsequio y los bastoneros se multiplicaban llenando su cometido con
indiscutible agrado. Los que no bailaban, ya sea por aparecer serios o por no tener con quién,
arremetieron contra los refrescos y licores de la cantina con entusiasmo carnavalesco, en tanto
que los papás sonreían serenamente como diciendo: “Gocen de su abril y mayo, que ya llegará
su agosto”.
La reunión se disolvió después de la una de la mañana, hora en que todavía los más aguerridos
pensaban que serían algo menos que las diez.
Con este baile y otros más que hubo en diversas partes dieron fin los festejos con que se rindió
culto a Momo que, según el programa cuyo redactor revela ser fuerte en Mitología, es Dios de la
alegría, de la cortesía y de los placeres que hermosean el trato social.
¡Alabado sea Momo!
Después de tres días de variados incidentes, de alegría, cortesía y todo lo demás, la ciudad ha
vuelto a recobrar su aspecto de siempre”.
Por frente al cuarto escribo, pasa una hermosa que lleva una cruz de ceniza en la frente.
-El Correo de la Tarde
Jueves 18 de febrero 1904; primera plana
Col. “Fiestas de Carnaval”; 4ta. Col.
Notas Complementarias
Durante los tres días de fiesta los hoteles, mesones y casas de huéspedes, se vieron totalmente
llenos y muchos forasteros que llegaron a última hora se vieron en el caso de regresar
inmediatamente por no encontrar aquí alojamiento.
Calcúlese en dos mil el número de las personas que vinieron a pasar el Carnaval en Mazatlán.
Los agentes viajeros parece que se dieron cita aquí, pues los había de innumerables casas
comerciales e industriales de la República.
El martes en la tarde tomaron parte en una comparsa que llamó la atención del público y
contribuyó a aumentar la alegría.
Las fonderas hicieron su agosto.
Las polleras ídem.
Las tortillas, el pan, etc., se agotaron y a las primeras horas de la noche se encontraba con
dificultad algo de dichos comestibles.
La reconcentración de la gente en el mercado contribuyó a evitar las escandaleras que
generalmente se registran cuando los paseantes, se desparraman por diversas calles y al verse
solos y en parajes se sienten alentados para la riña.
Estando todos en el Mercado, la policía pudo ejercer una eficaz vigilancia y los ebrios
levantiscos se mantuvieron quietos.
La idea de dar estos bailes destinados a concentrar en determinados lugares las masas de pueblo,
débese al señor Coronel Eustaquio Durán, quien sabe por experiencia el buen resultado que dan
para que se conserve el orden.
El señor Coronel Durán organizó también la procesión del Mal Humor, la de la entrada del Rey
del Carnaval y el desfile de carruajes que se verificó el martes en la tarde.
El Capitán 1º Don Gustavo Guardiola Aguirre prestó igualmente muy eficaz ayuda en los
referidos actos.
El pequeño negocio de alquilar disfraces, resultó un negocio grande, pues hubo una
extraordinaria demanda de ellos. Los vendedores de serpentinas y confetti, resultaron muy
buenas ganancias y extendemos que vendieron toda la existencia.
A propósito del confetti, notamos que algunos chiquillos recogían el que tapizaba el suelo y
jugaba con él y hasta lo vendían. Esto es extremo sucio y peligroso por las enfermedades que
puede ocasionar. En otras partes se tiene la precaución de prohibir el uso del confetti revuelto;
los paquetes puestos a la venta son de un solo color, de manera que en juego, el que recibe un
puñado de confetti de diferentes colores sabe con toda seguridad que ha sido recogido del suelo,
donde se ve mezclando el que arrojan los otros combatientes.
Las autoridades harían bien en fijarse en esto para otra vez.
Por un olvido no dimos ayer los nombres de los pequeños tripulantes de la bicicleta
“Agustinita”, presentada por el Sr. Castelló.
Eran Ramón, Carmen y Manuelita Castelló, hijos del expresado caballero y Refugio y Mercedes
Espinoza.
Todos desempeñaron su cometido admirablemente.
Tertulia
El lunes en la noche se verificó una animada tertulia en la casa del Sr. Gustavo L. Dóriga, se
jugó confetti y se bailó hasta el cansancio.
Entre otras estimables familias concurrieron las de Somellera, de la Peña, Douglas, Reynaud,
Mc. Hatlon, Hidalgo y Ferreira.
La orquesta de Eligio Mora amenizó tan simpática fiesta.
Después de la tempestad, la calma.
Anoche los principales centros de reunión hallábanse desiertos, desiertas y tristes las calles.
Mazatlán parecía una ciudad muerta bajo su simbólica cruz de ceniza.
En un sofá de la Plaza Machado dormía pesadamente un borrachito destapado, un caco había
pasado por ahí y le había quitado el sombrero.
Y punto.
El Comité de Carnaval.
El Sr. Tesorero del Comité de Carnaval suplica a todo aquél que tenga cuentas pendientes con
dicho Comité, los presente a la Comisión respectiva, para que ella lo haga a su vez en la junta
que tendrá lugar el sábado.
En esta junta, la última, se acordará en qué día deben pagarse todas las cuentas pendientes y
entre tanto queda suspendido todo pago.
El Correo de la Tarde
Domingo 21 de febrero 1904; primera plana.
Col. “Notas Semanales”; 1ra. Col.
El Mal Humor ha vuelto. Yo creía que lo habíamos enterrado en la Plaza de la República, le he
vuelto a ver desde las primeras horas de la mañana del Miércoles de Ceniza, colándose por las
puertas, penetrando en los talleres, introduciéndose a las habitaciones y batiendo sus
impalpables alas sobre las frentes de los que durante el reinado de Francisco I, de tan corta
duración, pero tan fecundo en acontecimientos y enseñanzas, no paraban de correr de un lado
para el otro, cantando, gritando, vociferando y ahogándose en esa risa inextinguible, patrimonio
de los dioses, según Homero, quien sí hubiese vivido en estos tiempos y hubiese presenciado el
desfile de aquellos inmortales, trotando sobre aquellos cachazudos y escuálidos pollinos, de
seguro que no compone Odisea.
El miércoles, desde muy temprano, yo, el más malhumorado de todos los ex súbditos del rey
Francisco, estaba en pie, y al dar las cinco en el reloj del Municipio y las seis en el de la Iglesia,
me lancé a la calle en busca de aire para mi frente calenturienta, y de un aperitivo que calmase
ciertas dolorosas contracciones que sentía en el estómago. El campo atravesé donde fue Troya,
es decir, pasé por la plazuela de Machado, en donde algunos hombres y muchachos se ocupaban
de formar montones con los confettis y serpentinas que tapizaban el suelo, y que diez horas
antes revoloteaban en los aires como nube de insectos multicolores, o se lanzaban como saetas a
enredarse en los cuellos de alabastro, sobre las crenchas de oro o ébano de las más hermosas
mujeres que se encuentran registradas en la oficina de Su Majestad caído, Teodorico, en el libro
de nacimientos.
A cada paso tropezaba con personas cuyos semblantes ojerosos y miradas inquietas y asustadas,
bien a las claras revelaban los estragos que habían hecho en ellos las cuatro noches de juerga.
En la esquina de la Colmena, un Pierrot, con la frente apoyada en la pared monologaba en alta
voz, preguntándose cuándo, dónde y cómo se había comido al perrillo lanudo que en aquellos
momentos le estaba aseando los botines.
En una esquina del Mercado detúveme a escuchar la siguiente conversación que tenían dos
individuos gordo, chaparro y viejo el uno; alto, delgado y joven, el otro.
1905
Domingo
Y amaneció Dios el domingo y nobles y plebeyos muchos de esta leal ciudad y no pocos
venidos de lejanas tierras a ver estos nunca vistos festejos, se arremolinaron en la Plaza
Machado, frente al Palacio Real donde SS. MM. tras un pésimo viaje debían encontrar el
apetecido descanso tan luego como terminaran los parabienes, lisonjas, besamanos, solicitudes,
adulaciones, encorvamientos, sonrisas suplicantes, y todo lo demás que se ven obligados a
soportar los reyes.
Ansiosa estaba la concurrencia porque llegaran SS. MM.; muchos daban vueltas al Astillero a
ver si divisaban la randa locomotora que arrastrar debía los carros palacios de Carolas I y su
bella consorte; ansiosas las miradas interrogaban al horizonte; pero ni señas había del tren que
estando anunciado para las once, media hora después no hacía aún su aparición. Por fin sonó la
hora. De todos los roncos pechos se escapó un grito de júbilo; el tren real se divisaba ya y no
tardarían en llegar. Sonaron las músicas berrearon los enmascarados, saltaron los indios,
ladraron los perros, cada par de ojos de los que no eran tuertos, se salieron de las cavidades
orbitarias para tener mayor alcance, y los cortesanos que en el palacio esperaban la llegada de
los reyes dieron principio a ensayar las mejores sonrisas de su vasto repertorio.
La etiqueta de palacio era severa y a ningún sebero de los que suelen colarse a la real mansión le
estaba permitida la entrada. Castellowski y el joyante Heráclito andaban solícitos dirigiendo la
servidumbre de aposentar a las regias personas. Cerca ya la hora en que debían SS. MM. entrar
a la ciudad, tomaron un tren expreso arrastrado por una máquina de una mula de fuerza y se
dirigieron a la próxima estación a dar la bienvenida a Carlejo y su real consorte. Encontrároslos
y después de haberse humillado ante los soberanos, y de haber hecho las zalemas, caravanas y
cortes, mas de rigor que marca el ceremonial, fueron invitados a permanecer en el regio carro y
a acompañar a los reyes a Palacio. Silbó la locomotora, dio unos cuantos bufidos y, escoltada
por arqueros, se puso en marcha.
¡Musa de las grandes catástrofes, da a mi pluma relámpagos y truenos para describir el
tremendo accidente que estuvieron a punto de sufrir sus excelsas majestades! ¡Horror y
abominación! S. M. el rey y su graciosa amistad ser víctimas del más horroroso atentado que las
crónicas del crimen registran en sus sangrientos anales. Una tenebrosa asociación de
conspiradores sobre cuya pista anda ya la policía del reino, dispuso la consumación de un
crimen nefando que, gracias sean dadas a los dioses, no tuvo el sangriento epilogo que se
propusieron los nihilistas de esta península, que a la cuenta son fanáticos de los extintos partidos
del muelle y el abasto. Para no entorpecer la acción de la justicia, como suelen decir los
periódicos cuando están a obscuras en algún asunto como el que nos ocupa, no damos los
importantísimos datos que tenemos en cartera relativos a los autores, instigadores y cómplices
en el atentado contra la preciosa vida de los reyes y contra el bolsillo de Mr. (renglón ilegible).
Hasta el Ayuntamiento para estimularlo en sus empresas le ha prometido una subvención de
sesenta mil metros cuadrados de terreno que el señor de Cima dará al municipio en
compensación de la mejora que el mismo don Arturo hará a esta ciudad, dotándola de vías de
comunicación rápidas y baratas.
Como la invocada musa de las catástrofes no quiere acudir a mi llamamiento, mal de mi grado
me veo precisado a continuar mi relato fiel y verdadero, sin el poderoso auxilie de la persona a
quien llamé y que debe estar en Rusia alentando a los que detallan la muerte del Gran Duque
Sergio o inventan las tremebundas papas que a diario nos pasa el cable, papas que saboreamos
con tanto deleite, como un chino las aletas de tiburón o los nidos de golondrina. Dicho lo
anterior para que no se me culpe de que no salen relámpagos de estas líneas, y si se culpa a la
musa, que no ha impedido tantas digresiones y me han negado su auxilio continuo.
Pues bien, amados míos, súbditos fieles de Carlejo y de su augusta consorte, aconteció que los
nihilistas de estos reinos e islas del mar océano, los cuales nihilistas están en convivencia con
los otros del más allá, pusieron una bomba de tequila, alumbre, ixtle y otras yerbas en la barriga
del cambia-vía con el poco cristiano objeto de que cuando la locomotora hiciera explosión y
monarcas, séquito, servidumbre y bobos de toda clase volaran por los espacios infinitos y
terminaran un reinado que prometía ser ventura. Tal como estaba dispuesto así aconteció. ¿Por
qué se salvaron, pues, los reyes? La fe todo lo puede. En el momento mismo que la locomotora
hacía crac y al partirse por el eje (renglón ilegible) también a su dueño, un clamor inmenso salió
de la multitud. Señor, salva a nuestros reyes protégelos con tu divina gracia. El milagro se hizo
y fue tan patente como los de Lourdes, el Tepeyac y Talpita.
El Rey y la Reina, sin dar la más mínima muestra de pavor, permanecieron majestuosos y
serenos desafiando truenos, choques y bombas. El pueblo vio ilesos a sus monarcas y aplaudió
¡Viva Carlejo y su cara mitad, refugio de pescadores!
Como la locomotora a consecuencia de la bomba del cambia-vía, estaba derrengada y no podía
avanzar más, el rey, los ministros, el Conde de Sotomayor, Castellowski, Heráclito y una
infinidad más de cortesanos, bajaron del regio tren, de gualda y rojo adornado; y se dirigieron a
Palacio lentamente, majestuosamente.
No había acabado de subir las escaleras, cuando ya les llovían solicitudes. Señor, sírvase S. M.
disponer que haya baile. Graciosa majestad, decían ellas, dígnese influir en el ánimo de su real
esposo para que nos conceda dar unos cuantos pasitos a compás. Mire S. M. que otros menos
felices que nosotros, pues que no gozaron con su regia presencia, se divirtieron anoche en
grande.
Bien, dijo el rey, soltando unas de sus aves predilectas que cuida el halconero del extinto
Teodorico, que una orquesta de cien profesores se presenten al punto. Aún no había concluido
de hablar cuando se presentó Enrique Navarro, que vale por cincuenta y cada uno de sus
músicos que vale por diez a cumplir los deseos del monarca de su corte.
Antes de que el baile comenzara, fue preciso llenar los deberes oficiales y a efecto, asomándose
los reyes al balcón del Palacio, el Ministro de la corona leyó el mensaje regio. Pocos lo oyeron
en verdad; pero S. M. que en todo está, había dispuesto de antemano la publicación del
documento, así se enteraron todos de la regia voluntad. Mientras el Ministro leía, el Gran
Duque, feliz esposo de la Gran Duquesa, hacía dadivas al pueblo, la tambora arrojaba a los
cuatro vientos sus más sentidas notas, chillaban los muchachos, alargaban el pescuezo los
chaparros, lamentábanse de los pisotones los que tienen protuberancias en las bases, aplaudían
los inteligentes, lloraban las niñeras porque las arañaban los niños y era la plaza una batahola,
un mar encrespado en el que nadie impunemente podía confiarse.
Cuan los deberes oficiales hubieren sido satisfechos, S. M. masculina tomó su coctail, y luego
los cortesanos a su vez, remojaron la palabra. En enseguida a bailar, a darle vuelo a la falda, que
no todos los domingos son de carnaval, ni es el casino pródigo de fiestas. En la noche se repitió
la bulla y tutti contenti.
Yo me fui al baile del mercado, único lugar donde tiene acceso mi alta persona y allí bailé a
reventar e hice tantas locuras, que Méndez, creyendo que estaba en camino de perderse los dos
o tres sentidos que me quedaban aunque algo averiados, pretendía caritativamente llevarme al
hospital o cuando menos a la cárcel.
Y si hubo más el domingo yo de ello no sé ni una sola palabra.
Apuntes para la Historia de Mazatlán.
El Carnaval
Por el Dr. Luís Zúñiga
Estando ya a un paso del Carnaval, justo es escribir de Carnaval aunque sólo sea copiando lo
que otros han dicho de nuestra fiesta tradicional a la que trata de dar derroteros de éxito Rafael
Coppel, en el año 1955.
Los viejos de Mazatlán nos han dicho que don Adolfo O’Ryan, español por los cuatro puntos
cardinales aunque su apellido suene a irlandés, fue uno de los modificadores de la fiesta, cuando
no el principal revolucionador de lo que eran pedradas para llegar a las fiestas de confetti y
serpentina; sin embargo, -acabamos de leer un folleto, en el que se da el mérito del cambio de
sistemas en la fiesta, al doctor Martiniano Carvajal.- No seremos nosotros los que digamos a
quién le asiste la razón, si a los viejos con quienes hemos hablado repetidas veces y vivieron
aquella época o al autor del artículo que vamos a tomarnos la libertad de reproducir para
conocimientos de nuestros lectores, que es el Académico Prof. Alfredo Ibarra Jr.
La publicación viene en la “Memoria de la Academia de Historia y Geografía” patrocinada por
la Universidad Nacional Autónoma de México y a la letra dice:
El Viejo Mazatlán
“El Carnaval es la fiesta de Mazatlán: Se celebraba de antiguo modo y tosca manera.- Todos los
ahorros del año entre la gente pobre eran para gastarlos en los tres o cuatro días del Carnaval. El
pueblo se dividía en dos grandes bandos: Los trabajadores del Muelle y los Carniceros del
mercado a quienes llamaban “abasteros”.
Desde muchos días antes de las fiestas, la gente principiaba la preparación lavando los
cascarones del huevo y los ponía a secar y a blanquear al sol sobre palos clavados en el suelo.
Aquello parecía un extraño jardín. Luego llenaban los cascarones con harina de trigo, con añil,
negro de humo y no pocas veces polvos de diversos color. Al llegar la fiesta a todo su apogeo,
del pueblo que rodeaba a una banda de música que tocaba el himno del Carnaval: “Los
Papaquis”. Del Muelle salían igualmente otra turba de iguales condiciones, llevaban palos,
piedras y cuchillos.
Al pobre que se encontraban en su camino, más si iba vestido de catrín, le quebraban en la
cabeza los cascarones poniéndolo de mil colores y cuando querían hablar, le arrojaban arena en
la boca, con lo que casi lo ahogaban.- El aspecto que presentaban las víctimas después de un
encuentro con la multitud, era lamentable y risible. Las puertas abiertas eran una invitación a
entrar a las casas y llenar de harina, añil o negro de humo a sus pacíficos habitantes; otras veces
subían por los balcones, abrían como podían las ventanas o asaltaban las casas subiendo como
hormigas para obligar a los moradores a recibir la rosca manifestación de alegría.
Esto hacía que los menos alegres de los habitantes cerraran sus puertas a piedra y lodo. Otras
veces las familias subían a las azoteas para contemplar sin peligro la fiesta del pueblo bajo o
desde esas fortalezas ofendían a los transeúntes con la consabida fiesta de color. Los aspectos
alegres se sucedían con las trifulcas de las que huían hasta los policías.
Cuando los bandos contendientes se divisaban, resonaban los gritos de ¡Viva el Abasto! ¡Viva
el Muey!
Entre risotadas empezaban a arrojarse los huevos rellenos de harina que por estar bien llenos,
pesaban lo suficiente para hacer ver las estrellas en pleno día al que le atinaran con un disparo.
Estas bruscas manifestaciones eran contestadas o repetidas con el mayor entusiasmo y tras de
los cascarones iban las piedras. Ya muy cerca se saludaban alegremente con los garrotes,
haciéndolos rebotar en las cabezas o en las espaldas más cercanas.
Los regocijados abasteros, abastecían de trompicones a los del Muelle y los estibadores, no
menor entusiastas, se sentían felices de cargar con sus garrotazos las espaldas ajenas. -Así se
empeñaban, disfrazados o sin disfraz, las más fieras batallas del “adiós a la carne”, para irse a la
“tiznada” el Miércoles de Ceniza.- Esta vulgaridad quería decir que después del Carnaval,
tenían que ir a la Iglesia para que les fueran perdonados y les pusieran en la frente una cruz
marcada con tapones de corcho quemado.
Algunos asesinos se disfrazaban y mataban impunemente.- Los muertos que quedaban como
saldo, así como los heridos, sumaban un pago muy grande para los tres días de fiesta popular.
Cuando el Dr. Martiniano Carvajal regresó a Mazatlán, procedente de Guadalajara, donde se
había titulado, un día de Carnaval tuvo la mala suerte de toparse con uno de los alegres bandos.-
Lo dejaron como arco iris, y por consiguiente, furioso.- Le juró a la novia, doña Matilde
Zazueta, hoy viuda de Carvajal, acabar con aquella bárbara fiesta.- Desde entonces principió a
convencer al pueblo y a los amigos por medio de la prensa y en las conversaciones, hasta que la
idea se hizo popular y fue aceptada.
El Nuevo Carnaval
El Dr. Martiniano Carvajal, era Regidor en 1898, convenció a los Ediles para que se
constituyeran en Junta Patriótica para evitar dificultades entre ésta y el Ayuntamiento. A su
petición, apoyada por diversos miembros, se logró que el Ayuntamiento, transformado en Junta
Patriótica, se convirtiera en sociedad particular, en directora de las nuevas fiestas.- Se citó a una
junta de los principales vecinos y se aceptó, que en lugar de combates con piedras, se entablaran
combates con flores muy abundantes en el municipio y en lugar de que tomara parte una sola
clase social, gozaran de la fiesta todas las clases juntas.
Se acordó una procesión que iría de las calles del Recreo (Hoy Constitución), para detenerse en
la Plaza Machado y se lanzarían en vez de cascarones con harina, añil o negro humo, puñado de
confetti, rollos de serpentina y los consabidos cascarones con agasajos (pedacitos de oropel).
Habría Concurso de Coches, Bicicletas y Trajes.
Como si fuera poco el trabajo, el Dr. Carvajal se ocupó en hacer un proyecto jocoso que no
solamente circuló en Mazatlán, sino por su interés fue reproducido en otros periódicos del país.
El literato don Manuel Caballero gustó con fruición de aquel proyecto “por su sal ática y su
ironía sutil”.
El entusiasmo había cundido en todos los sectores. Uno de los más ardientes propagandistas,
antes impugnador, era don Adolfo O’Ryan, que publicaba un periódico muy leído, de tamaño
miniatura, cuyo nombre era “Campanone”, y que medía 10 x 12 cms. Para el programa
colaboraron el Coronel Mass, Don Francisco Motero (hijo de Don Francisco Picaluga, el que
vendió a don Vicente Guerrero), don Adolfo O’ Ryan, irlandés, el Dr. José María Dávila, padre
del poeta y político coterráneo del mismo nombre; el Dr. Carvajal, gestor e impulsor de la
transformación, el Dr. Genaro Noris y los señores Farber, Coppel, Hidalgo, Escobar y Sierra.
El coronel Mass invitó al abasto a arriar el pabellón de guerra y enarbolar el de la alegría.- Don
Pablo Hidalgo y el Dr. José María Dávila se entendieron con los del muelle, la Marina, la
Aduana Marítima y la fundición de Sinaloa, don Rodolfo Farber con el Club de Ciclistas y el
Club de “Los Doce Apóstoles”, Don Enrique Coppel y don Adolfo O’Ryan con la Sociedad
Artesanos Unidos, la Sociedad de Artesanos Zapateros y la Sociedad Zaragoza; el ocurrente y
festivo don Luis J. Sierra se entendió con el Nuevo Mundo y luego acompañó al señor Hidalgo
a visitar las Fábricas de Tabacos; el Dr. Carvajal y don Francisco Mortero, con los dueños de
Carruajes públicos y particulares, arreglo de la mascarada y del desfile que llamaban Procesión.-
Don Pablo Hidalgo, don Luís J. Sierra y el Dr. Genaro Noris, se las tuvieron que ver con los
comerciantes. Don Joaquín Escobar, con la Empresa de Luz Eléctrica. El incansable don Pablo
Hidalgo tuvo que pedir la cooperación de las personas de la Fábrica La Bahía.
La lucha había durado, pero el Dr. Carvajal iba viendo el fin. La prensa anunció para el martes
de carnaval, a las tres de la tarde en punto, el desfile recorrería desde las calles “el Camichín”,
(hoy Dr. Martiniano Carvajal), la Constitución hasta el kiosco de la Plaza Machado donde iban
a estar las señoras con sus respectivos chambelanes y la Mesa Directiva.
Se repartirían cuatro primeros premios, cuatro segundos y veinticinco menciones honoríficas.-
Los primeros cuatro premios consistirían en medallas de oro; los cuatro segundos en medallas
de plata y los veinticinco restantes en recuerdos, también de plata, del primer carnaval
organizado, que se efectuó en 1898.- El programa fue así: Descubierta la Caballería; 5
alabarderos con su jefe; una banda de música, el Rey del Carnaval y su corte en seis carruajes;
escolta de doce bicicletas; cuerpo bullicioso de máscaras; Carros Alegóricos; Cuerpo de
Máscaras; 12 coraceros a caballo; orquestas, Carruajes adornados; Caballería .
Ese primer carnaval fue un éxito.- De allí en adelante fue tomando la fiesta caracteres cada vez
más importantes.- Muchos años después, de hecho hubo dos Carnavales: el Carnaval de los
Niños con reina y desfile minúsculo, que tenía lugar en la amplia escuela que ocupaba el
edificio conocido por “La Gran Duquesa”, escuela que dirigió muchos años el ameritado
maestro Rolón.- El otro era el Carnaval de los adultos de que se habla antes.
Fuente de consulta:
Letras de Sinaloa. Culiacán Sinaloa. Mex.
No. 48 enero 15 de 1955.
El Carnaval es fiesta con destellos de locura que produce la euforia colectiva y que nos
transporta a un mundo de oropel que cada año durante unos cuantos días brilla con la alquimìa
de la fantasía como oro puro, el oro de la alegría de vivir.
En la geografía mexicana de fiestas tradicionales, Mazatlán y su Carnaval son sinónimo de
alegría aceptados por la imaginación del turista. Para el mazatleco es sencillamente parte de su
conformación emotiva. El cascabeleo de la risa es contagiante y continuo, por eso aquí en
Mazatlán es de rigor rendir culto a Momo, el dios de la alegría, de la burla y del sarcasmo.
Como ocurre en muchas tradiciones, el Carnaval de Mazatlán, de su nacimiento no tiene fechas
precisas, y como no las necesita tratándose de una fiesta, menos. Se habla de mascaradas y
fandangos a fines del siglo XVII en los que tomaban parte la soldadesca de negros y mulatos
que resguardaban el puerto, y así hay varias versiones de fiestas que se asocian con el Carnaval
cuando el alijo del primer buque de mercancía extranjera en 1823.
Mazatlán, de ser un pueblo de pescadores se convierte en un puerto de importancia y su
población crece, el bullicio y alegría de una población trabajadora encuentran escape en una
forma determinada y se hace costumbre, en las fechas de carnaval, del juego de la harina,
embadurnándose unos a otros, confundiendo lo gracioso con lo grotesco.
En “El Occidental” de febrero 18 de 1874 se comenta que había una epidemia de viruela en la
ciudad y aún así no se suspendió el juego de la harina. Para fines del siglo XIX los escándalos
degeneran aún más, pues ya no eran sólo harina sino que se empleaban proyectiles de
cascarones rellenos de arena, ceniza y anilinas. Se entablaban tremendas batallas campales por
la rivalidad entre los barrios del Muelle y del Abasto, contiendas en que salían a relucir palos y
había muertos.
Había un marcado malestar por los salvajes juegos de harina y eso originó que para el Carnaval
de 1898 la Junta Patriótica se constituyera en Junta del Carnaval y se emprendiera una intensa
campaña de convencimiento entre los mazatlecos para lograr un festejo civilizado a la altura de
Mazatlán como una ciudad importante, culta y cosmopolita. Así fue como se dio inicio al
Carnaval moderno, ya con un programa determinado. Primero en 1898 y luego en 1899 hubo
Rey de Carnaval, siguiendo la costumbre alemana del “prinzkarnewal” de los carnavales del
Rhin. Ya en 1900 aparece la primera reina, una jovencita norteamericana, Winnie Farmer,
acompañada de un rey de respeto que la cuidara. El martes de carnaval la reina se dio el lujo de
encabezar el desfile de alegorías montando brioso corcel negro y luciendo un real traje de
amazona, réplica del que usara la reina Guillermina de Holanda.
El Carnaval mazatleco desde sus principios ya acusaba caracteres de cosmopolitano. Es curioso
pero no extraño que, en los comités de Carnaval de los primeros años figure un irlandés, un
alemán, un español, un italiano al lado de los carnavaleros mexicanos.
Sin duda el corazón de la fiesta fue durante décadas la Plazuela Machado. Allí volcaba la gente
su regocijo, ir a contemplar a la reina, a lucir ropa nueva, a participar en el juego del confeti y
de la serpentina, disfrazarse y “jugar la careta” empleando la voz en falsete con el estribillo de
“¿Me conoces mascarita….?”
Tiempo de gran esplendor carnavalesco fueron los de la época porfiriana en la que
ornamentaciones, gustos y vestuarios de la Bella Época se ajustaban maravillosamente al
fantástico mundo de opereta del Carnaval. Hubo algunas veces contratiempos, como cuando el
llamado reinado de las peste bubónica en 1903, o cuando no hubo fiestas por falta de fondos.
La década siguiente también fue muy brillante, y debe destacarse la formación de “Dinastías
Reales”, como la que originó el matrimonio en la vida real de los reyes del Carnaval de 1913, la
reina Elena I (Elena Coppel) y el rey Tomás (Tomás de Rueda). En esa completísima dinastía ha
habido reinas del Carnaval y reinas de los Juegos Florales por la segunda y tercera generación.
Vinieron los años veinte que fueron definitivamente la apoteosis del Carnaval porteño con sus
extravagantes cambios de moda con las faldas arriba de las rodillas, causando escándalo, las
melenas, el jazz y el desbaratado baile del charlestón. Hasta la forma de los Fordcitos
descubiertos permitían los alegres combates de serpentinas carro a carro. Fabulosos adornos de
las fachadas de clubes, arcos triunfantes, globos aerostáticos, todo formaba un ambiente único y
predisponía el ánimo, por eso el visitante fascinado acababa por compartir tanto gusto
concentrado en aquel “desorden organizado”.
Los Juegos Florales formales se inician en Mazatlán en 1925 y se adaptan como atractivo
cultural en el Carnaval de 1927. A estos eventos concurre lo más grandes de la intelectualidad
mexicana. En 1965 se instituyó la adjudicación del Premio Mazatlán de Literatura.
Los mazatlecos siempre han sabido de memoria la estructura tradicional del Carnaval: Juegos
Florales, Coronaciones, el sábado de Mal Humor y el Combate Naval en Olas Altas. En los
primeros años era de fama el informe de cómo andaban las cosas en el Reino, el cual se leía en
medio de las risotadas de todo el pueblo.
Mario R. Avendaño quien en la década de los años veinte escribe sobre el Carnaval de Mazatlán
lo siguiente “Siempre tuvo el bello puerto de Mazatlán la primacía en la celebración
carnavalesca, no solamente por la alegría desbordante, por el brillo de las fiestas, sino porque en
aquel lugar, el Carnaval es la fiesta de todos y para todos.
Predomina en ésta un sentido universalista y democrático que ha permitido que se conserve a
través de los años como la fiesta máxima del año. “El Carnaval es para los mazatlecos un ritual
inextinguible, permanente, que preparan y aderezan empeñosamente con varios meses de
anticipación”.
En los años treinta y cuarenta cambian las modas, los gustos y las canciones. Las reinas siempre
hermosas, forman parte de la gran historia tradicional carnavalera: “El reinado es efímero pero
consagra”. La Segunda Guerra Mundial tiene reflejos en la economía y por ello la fiesta se
tambalea. En 1944 un golpe para el Carnaval de Mazatlán es el asesinato del gobernador
Rodolfo T. Loaiza que bailaba con la reina. No más mascaritas por muchos años… La fiesta
languidece como si fuera una sombra; pero sobrevive.
El Carnaval de 1956 marca un resurgimiento vigoroso del Carnaval. La reina Winnie, la misma
reina de 1900, quien radicaba en el extranjero, regresa a Mazatlán y como hada madrina con su
simbólica presencia volvió a vivificar la gran tradición mazatleca. Nunca antes se había visto en
Mazatlán tal devoción por un ídolo popular.
En 1975, otro símbolo tradicional, Alejandra Ramírez, la belleza porteña que inspirara el
famoso vals de su nombre, da prestancia y fortaleza al Carnaval. En 1961 se inicia la era de los
desfiles musicales. La campaña de elección de reinas a base de corcholatas como si fueran votos
fue histórica. En 1962 con el tema “Mare, Amore e Fantasía” se instituyen los desfiles
nocturnos. Los de 1963 y 1964 son carnavales para gustos exigentes en cuanto al lujo. El de
1967 “Fantasía de Otros Tiempos” es un carnaval de añoranzas. Si ya desde antes el Carnaval
tenía fama y difusión nacional y era conocido en el extranjero, la televisión viene a capitalizar el
ejemplar impulso y estilo que recibió la fiesta de décadas anteriores y le da proyección a otros
países.
El anhelo de los mazatlecos siempre ha sido que no se desvirtúe la tradición carnavalera y que
se conserve el elemento básico de la sana alegría.
Fuente de consulta:
Periódico “Periódico Viejo Mazatlán”
Edición Feb. 2004 Págs. 4- 6- 8 y 10
La fiesta de Carnaval tiene en nuestra ciudad orígenes plebeyos, el populacho la sostuvo por
mucho tiempo (desde mediados del siglo XIX). Por voluntad popular se realizaban los
carnavales, hubo unos de harina, donde la gente rellenaba cascarones de huevo con harina,
polvos de añil, ceniza, hollín o con cualquier sustancia en polvo para arrojárselos, provocando
escaramuzas y que durante los días de carnaval la gente no pudiera transitar tranquilamente sin
sufrir algún percance. Los carnavales de harina fueron desapareciendo. Primero porque se
empezó a criticar el despilfarro de harina que se utilizaba más en tirarla que en el pan que se
pudiera elaborar durante aquellos días en las panaderías del puerto. Luego las autoridades
consideraron peligroso el uso del polvo que no fueran solamente harina y que incluían
sustancias picantes y corrosivas, como el uso de algunas variedades de polvos de chile
afectando la piel, cabello y ojos de quienes sufrieran el asalto.
La pluma del profesor Alfredo Ibarra escribió en los años cincuenta que aquellos días también
era un momento “loco” en el que la autoridad gubernamental simplemente desaparecía ante la
incapacidad de frenar los impulsos de la gente y encogiendo los hombros terminaban aceptando
la excusa de que “en el carnaval todo se vale”.
La mayor parte de la gente se encerraba en sus casas, comprando y haciendo acopio de víveres
en prevención de los ataques y desde la segura altura de las azoteas, lo cual viene a
demostrarnos que también el llamado “sexo débil” intervenía de manera activa en el relajo.
Como Mazatlán siempre ha sido un lugar en el que abunda la población que desconoce las
costumbres locales por lo mismo siempre había despistados e inocentes forasteros que al pasear
por las calles sufrían algún percance y recibían tundas, quedando como ejemplo de compasión y
escarnio entre la gente.
Entre los jóvenes se formaban dos bandos que contendían por imponerse a la fuerza, a puños,
garrotazos y pedradas que se originaban en los suburbios de la ciudad, que a finales del siglo
XIX empezaba por los terrenos donde hoy se encuentra la iglesia o catedral y más allá. Por la
calle Zaragoza se ubicaban a manera de ejército invasor un grupo de revoltosos pero en la
medida en que los ánimos se caldeaban se llevaba la lucha hasta el centro y ya no había quien
pudiera estar seguro ante los actos de vandalismo que se generaban. La “fiesta” iniciaba el
domingo por la mañana y los participantes se agrupaban en el bando correspondiente, hubo dos
muy famosos, los del barrio del muelle y los del abasto, los primeros eran rudos cargadores del
muelle y obreros de la Fundición de Sinaloa, mientras que los abasteros eran los no menos rudos
carniceros del mercado, diestros en el manejo de cuchillos y en cargar pesados trozos de carne.
Estos bandos se reunían al amanecer del domingo y empezaban a llamar a sus participantes,
sobra decir que el alcohol se hacía presente y corría por la garganta el rasposo mezcal y los
aguardientes, empezaban los preparativos de las batallas campales.
Los integrantes hacían uso de disfraces para ocultarse y mantener en el anonimato su
personalidad. Esta costumbre de usar disfraz era ya tradicional. Había quien se confeccionaba
uno propio, pero también había quien los confeccionaba, vendía o alquilaba. Generalmente eran
confeccionados de tela burda, manta de algodón, a manera de batas y con máscaras y capuchas.
Los grupos que iban a la batalla campal tenían contratada su banda de música que tocaba el
himno del carnaval, una melodía conocida con el nombre de Papaquis palabra de origen azteca
que significa alegría o regocijo. Esta vieja melodía se mantiene y los desfiles de carnaval
siempre son encabezados por una banda de música regional que tocan Papaquis.
Cuenta el profesor Alfredo Ibarra que al principio el desfile de los bandos que iban a combatir
empezaba con un gran alboroto de gritos y risotadas, lanzando vivas, ¡¡ Viva el abasto!! ¡¡Viva
el muelle!!, pero que al encontrarse de frente al bando contrario se daba inicio la guerra con
una carga cerrada de cascarones rellenos de harina lanzados con tal fuerza y tan cargados de
harina que si te daban en plena cara te hacía ver estrellas en pleno día o te levantaban tremendo
chichón en la cabeza. A los cascaronazos invariablemente le seguían las piedras o botellas, y
cuando más cercanos estaban se daban alegremente con los garrotes por las espaldas. “Los
regocijados abasteros daban de trompicones a los del muelle y los estibadores no menos
entusiastas hacían pedazos las espaldas ajenas con sus pesados garrotes”.
Más que fiestas eran desde una perspectiva antropológica verdaderas muestras de catarsis social
previas al recogimiento y etapa de reflexión que impone entre los cristianos la celebración de la
cuaresma que inicia con el miércoles de ceniza y culmina con la pasión y crucifixión de nuestro
señor Jesucristo.
Siendo católica en su mayoría la población mazatleca usaba los tres días de carnaval para
cometer excesos que en otro momento la moral, costumbres sociales y el bando de policía no lo
permitía.
Por eso el carnaval como fiesta desordenada es de origen popular o campesino, contraviene las
normas y roles que cada uno de los integrantes de la sociedad tiene asignado. El caso es que en
Mazatlán fue difícil que el viejo carnaval, populachero y de relajo fuera sustituido por una fiesta
de carnaval que cada vez se parece menos al de origen.
Fuente de consulta:
Periódico “Viejo Mazatlán “Edición Núm. 65
Febrero 2005 Págs. 10 y 16
Muchas, muchísimas personas ignoran, que el actual Cine Ángela Peralta, (conste que
no es propaganda) antaño se denominó Teatro Rubio y que en sus interiores se llevaron a cabo
los bailes de Carnaval mas desenfrenados y escandalosos, pero al mismo tiempo, los más
alegres y populares de que se tenga noticia.
Para transformar dicho Teatro y acondicionarlo como Sala de Fiestas o en un gigantesco
Cabaret, los empresarios construían sobre las butacas del lunetario, una enorme plataforma de
madera, con la resistencia necesaria para sostener los cientos o, más bien miles de gentes que
con capucha o sin ella, desfilaban, se apretujaban, bailaban, brincaban o simplemente
observaban la despampanante orgía que en ella tenía lugar.
En el fondo del grandioso escenario que entonces existía, se instalaba una gigantesca cantina,
donde veinte o treinta cantineros no se daban abasto para atender a la numerosísima clientela
que atestaba materialmente el local y que se extendía y desparramaba por los pasillos,
camerinos, telones y bambalinas, y “aprovechaba” todos los rincones para desplazarse a su
gusto y satisfacción.
Los palcos que rodeaban el lunetario, servían de cómodos gabinetes amueblados con mesas y
sillas y a ellos acudían desde temprana hora y para “ganar campo” individuos e individuas de
todas las clases sociales a ingerir toda clase de bebidas, desde el proletario mezcal, hasta la
aristocrática champaña.
Las localidades superiores se atiborraban de mirones, que atisbaban estupefactos el fascinante
espectáculo que se desarrollaba en la sala.
Graves y respetables señores que por lo regular nunca se les veía en los saraos y reuniones
porteñas, iban año tras año a ocupar asientos de primerísima fila; haciéndolo en forma sigilosa,
como si hubieran ido a gustar de la fruta prohibida.
Damas que a la legua se notaba su “alta” posición social a pesar de ir enfundadas en el ritual
dominó de seda; la costosa careta de fino alambre; el antifaz de terciopelo y los guantes de
suavísimo ante, se codeaban tranquilamente con la heterogénea muchedumbre que atestaba el
local.
“Pollos de la buena sociedad de aquella época, conocidísimos entre la gente de trueno, semi-
abrazados con damiselas vestidas con chillantes trajes de fantasía, hacían gala de su impudicia y
desenfreno, gastando ostentosamente sus dineros a manos llenas.
Profesionistas de todos los matices, edades y condiciones, médicos, abogados, ingenieros, etc.,
unos porque les gustaba y otros por curiosidad, se entremezclaban en escandaloso contubernio
con marineros, playeros, obreros, cargadores y maricones.
Todas las clases sociales estaban representadas en el maremágnum que se desarrollaba en el
Teatro; desde la princesa altiva, hasta la que pesca en ruin barca, parodiando al poeta.
Infinidad de incidentes chuscos y graciosos, como también peleas a mojicones y golpes
contundentes, en que a veces llegó la sangre al río, tuvieron lugar en el recinto colmado de
mascaritas; entre ellos les contaré uno sólo, porque no cabrían en estas columnas, todos los que
acuden a mi memoria y ese le pasó a un conocidísimo abogado, Q.E.P.D., muy amigo de la
bebida y el libertinaje.
El santo señor ya entrado en años y que pertenecía a la ilustre estirpe de los “alijadores” o sean
aquellos que arrastran las extremidades inferiores, tuvo la malvada ocurrencia de hacer caso a
las insinuaciones amorosas que le hacía uno de mis peloteros de antaño, desgraciadamente ya se
fue a jugar a la pelota en los diamantes siderales; el cual disfrazado de mujer, recorría el Rubio
con sus amigotes, dándole la broma a todo el mundo.
Para refinar su actitud mostraba de cuando en cuando, deportiva y escultural pierna,
amorosamente enfundada en primorosa media de seda color carne y calzaba preciosas chinelas
con altísimo tacón, dando la perfecta impresión de una linda muchacha encapuchada.
Nuestro abogado ni corto ni perezoso, invitó galantemente a su mesa, con aquella cortesanía de
que hacían gala nuestros abuelos y, donde departía con sus amigotes a la “hermosa” damita, la
cual después de hacerse un poco del rogar, aceptó la invitación del vejete e incontinente, las
copas de insolente cristal rebosaron del rubio champán y sabrosos bocadillos circularon
profusamente a costillas de nuestro héroe, cuya “suerte” envidiaban sus ancianos compañeros de
aventura.
Pero cuando el licor empezó a hacer sus efectos y el abogado de marras a pesar de sus setenta y
cinco calendarios, se disponía a gozar de su voluble “conquista” se encontró con que la dama
era un robusto muchachote hecho y derecho, que se había burlado sangrientamente de su
credibilidad libidinosa.
Desgraciadamente el Teatro Rubio pertenecía y pertenece a una persona seria y piadosa, el cual
ha prohibido que en su local se sigan desarrollando las bacanales anuales y, aunque usted no lo
crea, esta prohibición ha sido en mi humilde concepto, una de las causas o factores para que,
desde años pasados, nuestra fiesta legendaria del Carnaval haya venido a menos.
Afortunadamente gentes de buena voluntad están tratando de que el Carnaval recobre su antiguo
esplendor y gracias al Dios Momo y a los patasaladas carnavaleros, parece que lo están
consiguiendo.
Fuente de Consulta:
Archivo Municipal de Mazatlán
Sábado de Carnaval
La Quema del Mal Humor
Por Enrique Vega Ayala
A principios del siglo XX se inició la tradición de abrir los festejos de carnaval con el entierro
sabatino del “Mal Humor”; una especie de recreación anticipada del “sábado de gloria”, con
judas, testamento, letanías y cohetes. La quema del Mal Humor es un ajusticiamiento simbólico
y popular de las penas que afligieron todo el año a los porteños, a los mexicanos o al mundo.
Para el efecto se realiza figura de cartón, que generalmente se construye a imagen y semejanza
de un personaje de carne y hueso a quien se le atribuye el origen de los males que padeció la
población. A la efigie de cartón se le agregan cohetes multicolores y se quema a la manera de
los tradicionales judas.
En el ritual carnavalero, el mal humor, pasa de ser un estado de ánimo y se vuelve idea, se
personifica para poder ser aprehendido; es necesaria su ejecución pues de otro modo no hay
paso franco al instante del éxtasis, al buen humor, condición indispensable para gozar la fiesta.
Su ejecución es, pues, el exorcismo simbólico de las tribulaciones y penas cotidianas con el fin
de que ninguna preocupación impida el goce pleno del carnaval.
Se sabe que la primera ejecución del Mal Humor de los carnavales mazatlecos ocurrió en 1904.
En esa ocasión inaugural, la víctima incinerada fue la Peste Bubónica, epidemia que padeciera
la población entre los años de 1902 y 1903 y que impidiera la celebración del carnaval en ese
último año. De ahí en adelante, la ejecución del Mal Humor, se integró al festejo, agregándose
la noche del sábado al calendario carnavalero.
En las décadas de los veinte y los treinta, existió un grupo de mazatlecos que se denominaron
“los bolcheviques, quienes se encargaron en estos años de organizar los festejos para enterrar al
mal humor. Ellos elegían a la persona que los representaría, construyendo -a imagen y
semejanza del personaje odioso, generalmente un miembro de la comunidad- a un monigote que
tronarían entre pólvora y coraje del pueblo.
El sábado correspondiente, los bolcheviques vestidos con negros disfraces, portando grandes
hachones y cargando el monigote en andas, iban de esquina a esquina cantando letanías
elaboradas al alimón en las que se narraban los milagrìtos, errores y pecados del personaje a
quien se sacrificaría para que se “abrieran las llaves del gusto y comenzara la juerga”.
En los días previos a la fiesta, la prensa daba cuenta de una cacería ficticia a la que era sujeto el
mal humor por parte de la población y la policía. En las ediciones del sábado de carnaval se
informaba de su detención y del juicio sumario al que sería sujeto esa misma noche. La lectura
de un testamento jocoso en donde se daban más pistas acerca de la identidad del ajusticiado
antecedía a la incineración.
Durante mucho tiempo el entierro del “mal humor” se celebró al término de una procesión por
las principales calles hasta la Plazuela República. El entusiasmo, las ambarinas, y la
impaciencia provocaron en más de una ocasión, que el monigote tronara antes de llegar al sitio
destinado para su muerte. Después, el recorrido se alteró y el cortejo del “mal humor” se alargó
hasta el paseo Olas Altas, para hacer coincidir dicho evento con el “Combate Naval”.
Fatídico Mal Humor, 1934
El Combate Naval
Este es uno de los aspectos más pintorescos del carnaval de Mazatlán. El llamado Combate
Naval es un espectáculo pirotécnico que se desarrolla en la bahía de Olas Altas, a lo largo del
paseo costero, inmediatamente después de la quema del Mal Humor.
Barcos surtos en la bahía inician la ofensiva de fuegos artificiales hacia el cielo. Desde las
arenas de Olas Altas, la agresión es respondida con más juegos pirotécnicos de distintas
variedades.
Este evento, desarrollado originalmente sin más pretensiones que la de hacer alarde de
pirotecnia, ha sido asimilado a los festejos como conmemoración festiva de uno de los hechos
históricos más importantes del puerto de Mazatlán: la victoriosa defensa militar que, en marzo
de 1864, se realizara en contra de la corbeta “La Cordeliere”, nave francesa que atacó e intentó
desembarcar en estas playas durante la guerra conocida como “Intervención Francesa”.
El primer “combate naval” se realizó en 1932. Se convocó a la población mediante una serie de
invitaciones en prensa para que asistiera a Olas Altas a disfrutar de este singular espectáculo.
Según los testimonios de la época, por lo menos el primero fue un verdadero simulacro de
batalla en el mar, en el que participó un barco guardacostas y varias embarcaciones mercantes y
camaroneras; incluso, al final del evento, retumbaba una diana sonora interpretada por una
banda militar, con lo que se cerraba el espectáculo. Ya para 1837, esta celebración había
cobrado carta de naturalización carnavalera y la encontramos descrita dentro del programa del
carnaval de ese año, mismo que a la letra dice: “Cuando el fatídico pelele (el mal humor) haya
dado la última moqueada, el Chapo Haas, inventor de las guerras de mar, dará la señal para que
empiece el combate naval que él dirigirá desde tierra para no exponer su preciosa humanidad y
para escuchar las ovaciones…”
Desde 1996, a la vieja tecnología de la pólvora se le sumaron equipos emisores de rayos láser,
luces de robótica y música ambiental sincronizada con los estallidos de pólvora multicolor, lo
que añade mayor espectacularidad al combate.
Fuente de consulta:
Periódico “Viejo Mazatlán”
Edición febrero 2005 Págs. 4 – 6 y 8
Nuestro Mazatlán, es mar, cielo, mujeres hermosas, espíritu amable de sus habitantes y es el
centro turístico más importante de las regiones del norte de Sonora, Sinaloa, Durango y aún de
los Estados centrales, como Zacatecas, San Luis Potosí, Jalisco y otros de los que acuden
anualmente miles de personas, quienes se recrean en sus hermosas playas. El turismo vuelca en
Mazatlán lo que este puerto sabe darle, el más seductor acogimiento y los momentos de una
encantadora diversión.
Esta introducción la hago ya que todos los mazatlecos lo amamos, lo queremos porque aquí
nacimos y convivimos tanto ricos y pobres; por ello es que cuando nos encontramos ausentes lo
añoramos, nos recuerda sus carnavales. A propósito de sus recuerdos, me estoy permitiendo
insertar los Papaquis que hace tiempo escribió la poetista mazatleca, distinguida doña Elena
Vázquez de Somellera, esposa de un amigo nuestro compañero de colegio.
Los Papaquis
¡Música de mi tierra, oh son querido!
¡Cuántos recuerdos dulces nos brinda tu sonido!
Jamás un mazatleco te oye sin alegrarse,
Tu son carnavalesco la pena hace Alejarse,
Y al desgranar tus notas la orquesta, murga o jazz,
Surgen en nuestra mente con tu alegre compás,
Tumultos de confetti, lazos de serpentinas,
Comparsas, desfiles, Pierrots y Colombinas;
Bailes, risas y besos, fugaces coqueteos
de jóvenes y viejos que se tornan en Romeos…
Gritos de mascaritas que en falseta la pasar
Alegran con sus bromas o hacen sonrojar
La aventura se teje, romántica o vulgar,
En los tres días que suena tú canto sin cesar,
Por eso al escucharte palpita el corazón
¡Al recordar las horas fugaces de ilusión!
¡Oh visión bullangera!
¡Oh canto sin igual!
Eres himno eterno de nuestro Carnaval.
Podemos hacer mención de otros mazatlecos que añoramos porque se fueron de este mundo,
como Joaquín Sánchez Hidalgo, Francisco Muro, Enrique Muro, Diego Somellera, hermano de
Emilio, Agustín Choza, José G. Arredondo, Carlos G. Valadez, Alfonso Alvarado, Ramón Irízar
y varios ausentes con residencia en México, Guadalajara, y otros lugares, ya que nuestro espacio
es completamente reducido. Sigamos recordando nuestro “Mazatlán del Pasado”.
Ya hemos dado a conocer a las nuevas generaciones mazatlecas de algunos tipos, casos
sucedidos, así como varias fisonomías de nuestro puerto anteriormente. Viene a mi mente un
tipo distinguido, de personalidad única, por su manera de tratar a todas las personas; pues bien
se trata del caballeroso don Francisco Saldaña, más bien conocido por DON PACO, que era
precisamente el trato que se le daba a este buen amigo.
Don Paco vivía en un cuarto donde posteriormente estuvo una peluquería o sea en la esquina de
las calles Benito Juárez y Ángel Flores, donde se encuentra actualmente el edificio del Banco
Nacional de México.
A Don Paco se le veía en lugares céntricos de la ciudad, como siempre, acompañado de jóvenes,
o personas mayores; era muy popular, siempre muy elegante, que dada su fisonomía con sus
ojos verdes, atraía a cualquier persona e inmediatamente conquistaba amistades.
Diariamente a las cinco de la tarde entraba a la Plazuela de la República, hoy Revolución, por el
ángulo que da frente donde existe el Banco Nacional de México, saludando a todo el mundo,
donde daba vueltas alrededor de la plazuela; enseguida tomaba asiento y conversaba con las
personas que se encontraban sentadas en el sofá que ocupaba don Paco.
Don Paco siempre estaba en los lugares de diversión, en los teatros siempre estaba en la puerta y
no sabemos por qué los porteros oficiales obedecían a don Paquito, porque él no era empresario,
ni empleado, pero tenía sugestión y simpatía, en las Plazas de Toros, en el Círculo comercial
Benito Juárez, Casino, etc., etc.
Pues bien, todos los jóvenes, que siempre andaban sin cinco, llegaban a cualquier espectáculo,
buscaban si estaba don Paco y al darse cuenta de su permanecía; llegaban lo saludaban y
adentro sin pagar boleto alguno. Los porteros se miraban unos a otros, pero no protestaban.
Este era un tipo muy servicial. En el Círculo siempre se le veía cuidando el ambigú o en las
puertas recibiendo las invitaciones y para cualquier servicio que se ofrecía, siempre estaba
presto.
Nadie sabía en qué trabajaba don Paco, ya que siempre se le veía muy bien trajeado, camisolas
almidonadas bien limpias, corbatas, sombrero fino, zapatos y prendas de vestir de un caballero
acomodado. Solamente varias personas sabíamos que don Paco tenía profesión como peluquero,
solamente que prestaba sus servicios a domicilio con personas acomodadas, con gerentes de
casas comerciales e industriales y cada una de ellas tenía señalado día y hora para recibir a don
Paco, así es que tenía trabajo para toda la semana y así tenía tiempo para asistir a todas las
diversiones que les convenían.
Don Paco era originario de Colima. Desde muy joven vino a este puerto y conquistó amistades,
como ya lo indiqué antes. Era un caballero, tenía don de gentes. Cuando murió, todos los que lo
tratamos sentimos su muerte y sus funerales fueron muy concurridos y siempre que se trataba de
una obra en beneficio del puerto se ponía muy contento y decía que él era mazatleco, que no era
de Colima.
Don Chema
Hubo otro tipo, pero éste de apariencia y condición humilde, era conocido por DON CHEMA.
Se dedicaba a vender en mula El Correo de la Tarde porque en aquel entonces, cuando la odiosa
dictadura era el único periódico serio y de respeto fundado en el año de 1885 conocido por el
Decano de la Prensa Nacional o sea de Mazatlán editó un diario de información primero que en
la ciudad de México, y es de suponerse que en toda la República, ya que en México existían
semanarios que a veces salían y otras no, porque eran perseguidos los periodistas de criterio
liberal por los esbirros de Don Porfirio.
A las siete de la noche salía “El Correo de la Tarde” e inmediatamente Don Chema hacía su
recorrido habitual, tomando de sur a norte por la calle Porfirio Díaz, hoy Aquiles Serdán, se
paraba en cada esquina bajo el alumbrado y empezaba a llamar con un cuerno como si hubiera
buscado ganado en el monte. Los vecinos se interesaban en las noticias al oír el cuerno y si
nadie ya acudía, seguía su ruta por todo el puerto que como ustedes deben comprender, nuestro
puerto era pequeño y con menos habitantes ¿Verdad que sí? ¡Muy diferentes nuestros tiempos
idos! Vivimos el presente y lo seguiremos viviendo hasta que Dios se acuerde de los que
todavía seguimos vivitos y coleando y hasta la otra, ¡Si Dios Quiere!
Los mazatlecos de finales del siglo XIX soñaron con hacer del puerto la "Atenas del Pacífico".
Eran aquellos tiempos de la abundancia en el comercio y la industria, las cuales producían toda
la riqueza material en los tiempos de Don Porfirio, misma que sirvió en el impulso de la
actividad culterana debido a su reciprocidad económica.
En este ambiente nacieron los primeros Juegos Florales que se pueden documentar en la historia
local. La celebración del centenario de la fundación de la ciudad en 1906 fue el motivo de su
nacimiento. Sin embargo, con el estallido de la revolución mexicana los sueños de progreso y de
grandeza cultural se esfumaron para renacer quince años después.
La Primera Exposición Regional del Noroeste, efectuada en 1925, fue el primer intento para
impulsar la deteriorada economía mazatleca. En el marco de esta exposición, la sociedad
literaria "Vesper", a propuesta del Dr. Rafael Domínguez y el Ing. Alfredo Álvarez, colaboró
con los organizadores de la feria convocando un concurso poético que dio origen, nuevamente,
a los Juegos Florales; tres años después, en 1928, por primera vez un concurso de esta
naturaleza se integraría al Carnaval, como un preludio cultural al desacato generalizado. En
1934 se organizó un segundo certamen pero no fue sino hasta 1937 cuando empezó la verdadera
consolidación de la gaya fiesta en carnaval.
Desde entonces se determinó que la fecha de su celebración sería el viernes previo a la quema
del Mal Humor.
Con los cambios del comité, los criterios y miembros del jurado han variado; en algunas etapas
han predominado las formas clásicas y en otros casos poemas que rompen con la forma y el
tema han obtenido la flor natural, cuyo certamen literario lleva el nombre de "Clemencia Isaura"
desde 1973.
A su vez, la creación e inserción del Premio Mazatlán de Literatura en los Juegos Florales se
puso de manifiesto desde 1965 con la pujante iniciativa de Antonio Haas, Francisco Álvarez
Fárber y Raúl Rico Mendiola, con el afán de que el puerto de Mazatlán brindara un
reconocimiento a la obra más sobresaliente en el ámbito nacional por su calidad literaria en el
curso del año.
Los recintos por excelencia para estas premiaciones fueron los teatros Rubio, Royal y el cine
Zaragoza. En 1989 volverían al teatro Rubio, precisamente antes de su remodelación final que
conocemos como Teatro Ángela Peralta. Para 1992 y 1993, con una estupenda reacción popular,
el máximo festejo cultural de carnaval se llevó a cabo en el Estadio Teodoro Mariscal.
Como parte del protocolo, una joven reina debía presidir la velada del Gay Saber. En 1928 y
1934 la Reina del Carnaval tuvo la oportunidad de ceñir dos coronas y vestir dos ajuares
distintos en una misma temporada, pero a partir de 1937 -acaso para hacer más competitivo el
concurso de elección de Reina- se estableció que la candidata que ocupara el segundo lugar
sería la Reina de los Juegos Florales.
Entre 1951 y 1960 la Reina del Carnaval volvió a asumir a un tiempo los dos reinados y a partir
de 1961 se separaron de nuevo las coronas, esta vez de manera definitiva.
Fuente de consulta:
Página oficial del instituto municipal de cultura turismo y artes de Mazatlán.
www.carnavalmazatlan.net
Fuente de Consulta:
Periódico “Viejo Mazatlán”
Edición Feb. 2004 Págs. 16 y 18
La Organización del Carnaval se inicia en 1898. Antes “el juego de harina” era un ritual social
prácticamente espontáneo. Aquel año, a través de la Junta Patriótica, presidida por el Dr.
Martiniano Carvajal, las autoridades porteñas emprendieron la tarea de erradicar esa modalidad
francesa de carnestolendas convenciendo a los grupos sociales más diversos de introducir la
forma italiana del confetti y la serpentina en la celebración.
El éxito del primer festejo bajo las nuevas condiciones obligó para 1899, a la creación de un
organismo que desde entonces y hasta 1950 se denominó Comité de Carnaval.
En octubre de 1950 se creó el Patronato Autónomo de Carnaval, por decreto municipal. Luego
de veinticinco años de funcionamiento, más o menos continuo, fue sustituido por un organismo
paramunicipal denominado Comisión de Promoción y Desarrollo Turístico de Mazatlán, mejor
conocido por sus siglas de CODETUR.
Esta casi Dependencia Municipal ha tenido una vida un tanto azarosa. En dos ocasiones ha
desaparecido de la escena: en 1987 cuando renunció el cuerpo directivo en pleno, a unos
cuantos días de iniciarse el festejo, creándose un Consejo Coordinador; dos años después, para
tratar de cubrir el fracaso de la privatización del carnaval, se formó de nueva cuenta un
Patronato. El nuevo aliento de vida duró poco a esa estructura y CODETUR volvió por sus
fueros.
El Feo de la Fiesta
Cuando en el carnaval de 1929 desapareció oficialmente la figura del Rey, seguramente más de
algún ciudadano mazatleco del género masculino se sintió agredido. Sin embargo, algunos de
ellos vieron en este desplazamiento la oportunidad de devolver a la fiesta a aquel divertido
representante de la locura -al estilo de los primeros monarcas de la carnestolenda porteña- de
modo que con frecuencia, en los años subsecuentes, apareció un sujeto estrafalario que bajo el
nada honroso cargo de “Rey Feo” se lucía en los desfiles, bailes de fantasía y en la misma calle,
despilfarrando bromas o recibiendo insultos cariñosos.
El nuevo título era asumido por personalidades ampliamente conocidas en el puerto que recibían
el carácter de monarcas algunas veces de acuerdo con el comité organizador, y otras por obra de
la espontaneidad que crea los ánimos festivos. Hombres con proverbial disposición al
“guateque” y de sobrada simpatía eran proclamados por clubes deportivos y sociales o por la
soberana voluntad del pueblo. Entre los individuos que extraoficialmente ostentaron la corona
en aquella época destacan “El Chato Gurrola” y “El Pácharo”, quienes por separado
escenificaron memorables comparsas anuales y se solidarizaron en la ejecución de infinidad de
gracejadas.
Mucho tiempo pasó antes de que el comité organizador admitiera la existencia oficial de este
personaje, pero, hambrientos de la fantasía y el oropel de la realeza que en México ya no puede
ser, los organizadores carnavaleros de los sesenta tuvieron la idea de reanudar los reinados de
parejas y convocaron a los mazatlecos para que eligiesen un rey. Fueron los grupos populares
los que abrazaron la idea y lanzaron al reinado a Adolfo Güemes, un locutor de la radiodifusora
“La Rancherita de Mazatlán”, a quien se recuerda como Tín Pifas, pero su participación fue
demasiado discreta, pasó más bien desapercibida. El evidente fracaso de esa primera
experiencia no amilanó a los organizadores, quienes optaron por formalizar la contienda por el
reinado de los feos, que desde 1983 se llama “de la alegría”.
Más tarde, durante los años setenta en que Raúl Velasco transmitió los desfiles por televisión
nacional, “El Mamucas” jugó un papel similar al de los reyes feos ex oficio, porque se le veía
coloquialmente como monarca carnavalero sin corona.
Desde la instauración del “rey de la alegría” la contienda cobra cierta relevancia, pero sólo
momentánea, cuando han competido personajes populares o por lo menos conocidos en el
puerto. La mecánica de la elección normalmente ha estado basada en el procesamiento
preliminar de las propuestas en el comité organizador, para determinar a quiénes se autoriza
para contender por votòs económicos o excepcionalmente por la vía del “corcholatazo”.
En este reinado han desfilado personajes de oficios variados y suertes disímbolas, que lo mismo
son coronados en las plazuelas públicas que en el muy carnavalero paseo de Olas Altas o la
plaza de toros de la localidad. Entre las figuras relevantes destacan la de Kid Turista, El Macho-
Macho, El Pirata, El Pely, El Cafetero Asoleado, entre muchísimos otros. A partir del año 2000
cuando el cantante de banda Julio Preciado consiguió la corona, ésta se ha vuelto un trofeo
codiciado por otros cantantes o aspirantes a serlo (aunque por ahí aparece un personaje que
pretendía ser modelo de pasarela), que consideran importante el sitial para alcanzar promoción a
través de los medios de comunicación y cierto protagonismo popular al aparecer en el desfile.
La prueba de esta curiosa asociación del trono de la alegría y la promoción mediática de
cantantes se dio cuando en 2009, se rompió la tradición de la elección individual y se hizo a un
lado la competencia, para dar paso a una designación oficial de un ente colectivo “La Banda de
El Recodo” para ocupar el trono de la alegría.
Fuente de Consulta:
Página oficial del Instituto Municipal de Cultura Turismo y Artes de Mazatlán.
www.carnavalmazatlan.net
Fuente de consulta:
Página oficial del instituto municipal de cultura turismo y artes de Mazatlán.
www.carnavalmazatlan.net
1925- Margarita Cruz (Reina de los Juegos Florales de la Feria Regional de Noroeste)
1926- No hubo certamen
1927- No hubo certamen
1928- María Alvarado*
1929- No hubo certamen
1930- No hubo certamen
1931- No hubo certamen
1932- No hubo certamen
1933- No hubo certamen
1934- Beatriz Blancarte*
1935- No hubo certamen
1936- No hubo certamen
1937- Ana María Alatorre
1938- Dora Gudelia Aspinwall
1939- Alicia Coppel
1940- Lucila Medrano
1941- Laura Delia Haas
1942- María Luisa Espinoza de los Monteros
1943- Dora Gastélum
1944- Carmina de Rueda
1945- Gloria Pérez Echegaray
1946- Esther Coppel
1947- Rosa María Olmeda
1948- Liliana Martínez
1949- Martha Benítez
1950- María Elvira Patrón
1951- Rosario Barraza *
1952- Dora González Güereña *
1953- Emilia Carreón *
1954- Teresita Olga Osuna *
1955- Teresita Gómez Milán *
1956- Jannette Collard
1957- Lucila Llausás
1958- Anabella González Güereña *
1959- Martha Cecilia Tirado Almada *
1960- Lupita Rosete *
1961- Alma Valadez
1962- Hortencia Freeman
1963- Elba Alicia Tostado
1964- Loreta de Rueda
1965- María Elena Rodríguez
1966- Ruth Avilés
1967- Socorrito Cruz Corona
1968- Patricia Guevara
1969- Juany Aramburo Zataráin
1970- Cristina Reynaud
1971- Rosa María López Arregui
1972- Alma Rosa Chío Cortés
1973- Lupita Elorriaga
1974- Celia Chío Cortés
1975- July McLennan Huerta
1976- Karla Henderson
1977- Lucy Favela
1978- Lorena Xibillé
1979- Sonia del Carmen González Rodríguez
1980- Cielo Rosa Elorriaga
1981- Georgina Reyes Guerra
1982- Irma Guadalupe Ríos Portillo
1983- Celeste Margarita Ojeda Iñiguez
1984- Marisela Tirado Vizcarra
1985- Herlinda Vercellino
1986- Lupita Rosa Zatarain Castro.
1987- Laura Rojo Fárber
1988- Ana Fabiola Osuna Corona
1989- Gladys América López Ibarra
1990- Libia Zulema Farriols López
1991- Lolita Madueños
1992- Delia Alejandra Montaño
1993- Celia Jáuregui Ibarra
1994- Karina Lizette López
1995- Esmeralda Magaña
1996- Karla Arámburo
1997- Paloma Palacios
1998- Alma Angélica Loaiza Ayón
1999- Tania Yurasic Alvarez Mejía
2000- Jazmín Malcampo
2001- Karina Dueñas Loubet
2002- Fabiola Ortega Ramos
2003- Geovana Isaai Bernal Rodríguez
2004- Rosy Beltrán
2005- Armida Benítez Olivas
2006- Karina Xibille
2007- Nallely Navarro
2008- Yolanda Guadalupe Nevarez
2009- Corina Beltrán
2010- Karen Tirado
2011 -Vanessa Gurrola
2012 -Astrid Virginia Tirado Martínez
2013 -Lidia Rojas
2014 -Marcela Valdez
2015-Marcela Soto
2016-Blanca Herrera
2017-Rossina Yáñez
2018-Sofia Briseño
2019-Yamile Zataráin
* Ostentaron el doble título de Reinas del Carnaval
El Carnaval Infantil
Luego del extraordinario viraje que experimentara el modo de celebración del carnaval en
Mazatlán a partir de 1898, otros cambios se suscitaron en él de manera paulatina. A lo largo de
su historia fueron hechas muchas adiciones, las que no satisfacían al público fueron eliminadas
y las que agradaron a la concurrencia perduraron en la fiesta hasta adquirir el carácter de
tradición. Aunque en sus inicios el carnaval no estaba diseñado para un público infantil, fue
evidente el gozo que entre los niños mazatlecos despertaron el ambiente de fiesta, los adultos
disfrazados y los desfiles alegóricos.
Debido a ello, y también por estar de acuerdo a la intención moralizadora de los organizadores
que pretendían hacer una fiesta familiar y para todos los gustos, fue que el lunes 26 de febrero
de 1900 se verificó el primer desfile infantil de carnaval cuyos menudos tripulantes iban
vestidos de fantasía y disfraces variopintos.
En los años que siguieron se repitió con bastante irregularidad esta manifestación infantil, pero
en cambio no transcurrió mucho tiempo antes de que niños mazatlecos fueran solicitados como
cortesanos carnavaleros y figuraran en compañía de adultos a bordo de carros alegóricos y
comparsas del desfile principal.
En la década de los veinte se organiza por primera vez una versión infantil del carnaval
mazatleco, reproduciendo las formas del carnaval adulto pero sin sus excesos: se eligieron
monarcas, se realizaron desfiles, concursos de disfraces de fantasía y bailes.
La modalidad no fructificó y la chiquillería mazatleca tuvo que esperar algunas generaciones
para ejercer de nueva cuenta su derecho a participar en un carnaval exclusivo. Don Blas Rojo
fue el responsable de ello durante los años treinta al organizar una fiesta infantil a la que
denominó “Carnaval Chiquito”, y eligió desarrollarlo durante los días conocidos como la
Octava de Carnaval, días después de haber concluido el carnaval adulto.
Los carnavales chiquitos tenían su sede en la desaparecida Playa Sur, desde donde partían y
arribaban los desfiles y se efectuaban los bailes y ceremonias de rigor.
Si bien los carnavales infantiles tal como los concibió Blas Rojo terminaron por desaparecer, la
participación de los niños nunca pasó desapercibida en la fiesta oficial.
La monarquía infantil se integró oficialmente al calendario de Carnaval en 1968 y su elección se
ha determinado mediante una competencia de votos económicos.
Al igual que en aquella primera manifestación de 1900, actualmente el día señalado para los
festejos infantiles es el lunes previo al martes de carnaval. En esta fecha tiene lugar un baile
para niños con concurso de disfraces y es coronada una reinita ante la cual un artista de moda
brinda su actuación.
Fuente de consulta:
Página oficial del instituto municipal de cultura turismo y artes de Mazatlán.
www.carnavalmazatlan.net
En las etapas iníciales de los Juegos Florales se premiaba poemas de formas clásicas; a partir de
los años setenta del siglo XX se otorga la llamada flor natural a poemarios de formas y
temáticas libres. Han sido ganadores de este certamen poetas originarios de diversos Estados de
la República, entre los que destacan Miguel N. Lira, Elías Nandino, Enriqueta Ochoa, Ernesto
Moreno Machuca, Abigael Bojórquez, Dolores Castro, entre otros. Quien más flores naturales
ha cosechado ha sido el poeta sinaloense, de origen campechano, Carlos Mcgregor Giacinti.
Desde 1973 el certamen poético lleva el nombre de "Clemencia Isaura".
Poetas y Poemas Ganadores
1925- Leopoldo Ramos “A las mujeres mexicanas”
Alejandro Hernández Tyler (2º premio en poesía)
Prof. Everardo Peña (1° premio en cuento)
Dr. Ignacio Millán (2º premio en cuento)
1926- No hubo certamen de Juegos Florales.
1927- No hubo certamen de Juegos Florales.
1928- Manuel Torre Iglesias "El poema de la patria"
Alejandro Hernández Tyler "Torre de Babel" (2º premio)
1929- No hubo certamen de Juegos Florales.
1930- No hubo Certamen de Juegos Florales.
1931- No hubo Certamen de Juegos Florales.
1932- No hubo Certamen de Juegos Florales.
1933- No hubo Certamen de Juegos Florales.
1934- Horacio Zúñiga "Salve Alegría"
1935- No hubo Certamen de Juegos Florales.
1936- No hubo Certámen de Juegos Florales.
1937- Alejandro Hernández Tyler "Alcancía de Romances"
Carlos McGregor G. "Oblación" (segundo premio)
Ramón Rubín “Por las dos leyes”, (Primer premio en prosa)
1938- Horacio Zúñiga "Tríptico de Tierra, del Mar y del Cielo"
Ing. Carlos G. Chavat "Noches de Mazatlán" (Segundo premio)
1939- Manuel Torre Iglesias "Alma de México"
1940- Ing. Carlos G. Chavat "Triptico de la Lluvia, del Viento y del Mar"
Horacio Zúñiga "Suave Lección" (Segundo Premio)
1941- Lic. Miguel N. Lira "Corrido del Marinerito"
Antonio Acevedo Gutiérrez "Canto al Mar Pacífico” (Segundo premio)
1942- Solón Zabre "Canciones para que los niños jueguen a la ronda"
Francisco Valenzuela Corrales "Antonio Rosales" (primer premio en prosa)
1943- Carlos MacGregor Giacinti "Romance de vida y muerte"
Carlos McGregor Giacinti "Canto a la América Joven"
Carlos Osuna Góngora "Canto a mi Tierra" (Primer premio/ segundo tema)
Edmundo Félix Belomonte "Canto a Mazatlán" (Tercer premio/ segundo tema)
1944- Carlos McGregor Giacinti. "Cuatro Romances Marinos"
Rosario A. de Cisneros (1er. lugar segundo tema)
1945- Lic. J. Jesús Reyes Ruiz "Teoría sobre el mar de Mazatlán"
Lic. J. Jesús Reyes Ruiz “Mar” (mención de honor)
1946- Vicente Echeverría del Prado "Los Linderos de la Hora"
Daniel Cadena Z. "Intemporal Sueño" (Primer lugar/ Segundo tema)
1947- Carlos Mc Gregor Giacinti "Balada de un Lucero Perdido"
1948- Lic. Miguel Álvarez Acosta "Sintonía Litoral"
Elías Nandino "Décimas a la Flor" (Segundo Premio)
1949- Roberto Cabral del Hoyo "Madura Soledad"
Alfredo Perea Mena (segundo lugar poesía)
Lic. Gabriel Ferrer (Primer lugar prosa)
Lic. Francisco Gil Leyva (Segundo lugar prosa)
1950- Lic. Miguel Álvarez Acosta "Geovivencia Cardinal"
Joaquín Cacho García "Pájaros del Ocaso" (Segundo premio)
Juan Guilubri "Poemas del Mar" (Tercer premio)
1951- Margarita Paz Paredes "Elegía del Amor que Nunca Muere"
Ernesto Moreno Machuca "Sinfonía Cósmica" (Segundo Premio)
Víctor José Peredo "Diálogo Marino" (Mención Honorífica)
1952- Joaquín Cacho García "El Candelabro de las Siete Luces"
1953- Dr. Arquímides Jiménez Vega "Al Mar"
Ana Josefa Perere Q. "Biografía Tropical de América" (Segundo premio)
Jorge Adalberto Vázquez "Gozo del Dolor y Amor" (Tercer premio)
1954- Ernesto Moreno Machuca "Raíces de la Imagen, de la Flor y del Poeta"
Daniel Cadena Z. "Elegías a un Amor Imposible" (Segundo premio)
Guillermo Martínez Dávila "Oda Antigua a Sinaloa" (Tercer Premio)
1955- Carlos McGregor Giacinti "Décimas de la Gota de Agua"
Rosario Uriarte de Atilano "Ausencia Sin Olvido" (Primer lugar/ SegundoTema)
El tercer tema, para estudiantes universitarios, fue declarado desierto.
1956- Salvador de la Cruz "Salutación al Oceáno".
1957- Ernesto Moreno Machuca, "Biografía del Mar".
1958- Carlos McGregor Giacinti "Epístola Provinciana".
1959- Carlos McGregor Giacinti "Décimas Enamoradas".
1960- Dr. Desiderio Macías "Por las Altas Estrellas" (certamen para poetas no laureados)
Sra. Juana Meléndez de Espinoza "La Flor Más Brillante" (certamen para poetas
laureados)
1961- Carlos Mc Gregor "El Poema de la Pueril Confesión".
1962- Pablo Cabrera "Las Voces del Universo".
1963- Miguel Ángel Menéndez "La Teoría del Naufragio".
Abigael Bohórquez “Oda Marina a Claudia Debusy” (premio accésit)
1964- Abigael Bohorquez "Canciones por Laura".
1965- El premio Mazatlán de Literatura sustituye a certamen de poesía.
1966- El Premio Mazatlán de Literatura sustituye al certamen poético.
1967- Ernesto Moreno Machuca "Declaración Espiritual del Hombre"
1968- Prof. Luis Avelais Pozos "Canciones de Tierra y Paraíso"
1969- El Premio Mazatlán de Literatura sustituye al certamen poético.
1970- El Premio Mazatlán de Literatura sustituye al certamen poético.
1971- El Premio Mazatlán de Literatura sustituye al certamen poético.
1972- El Premio Mazatlán de Literatura sustituye al certamen poético.
1973- Bernardo Elenes Habas "Nocturno Triste".
1974- Héctor Ordóñez Pardo "Y Acontecieron las Palabras".
1975- Raúl Flores Villarreal "Pax de Quatre".
1976- Luis Ríos Urzúa "Vocerío de Soledades".
1977- Luis Alvelais Pozos "El Poema del Retorno".
1978- Fue declarado "desierto" por falta de calidad en los trabajos presentados.
1979- Guillermo Llanos "Esta Ciudad Existe".
1980- Dolores Castro de Peñalosa "¿Qué es lo Vivido?".
1981- Raúl Cáceres Carenzo "Sueña el Mar".
1982- Luis Girarte "Los Signos Rescatados".
1983- Enriqueta Ochoa "Elegía".
1984- El Premio Mazatlán de Literatura sustituye al certamen poético.
1985- Herminio Martínez "Cantos de Tierra Adentro".
1986- Alicia Uzcanga "Recuerdos de Cristal".
1987- Fue declarado desierto por el comité organizador.
1988- Ernesto Moreno Machuca "Donde se Habla de Amor".
1989- Marcela González de Rico "Memorias de Sal".
1990- Luis Girarte "Silencios Personales".
1991- Miguel Hernández Rubio "Caja Vacía de Cerillos".
1992- José de Jesús de Loza Páiz "Confesión del Fugitivo".
1993- Abigael Bohórquez "Eglogas y Canciones del otro Amor”.
1994- Jesús Ramón Ibarra "Barcos para Armar".
1995- Mario Bojorquez "La Mujer Disuelta".
1996- Luis Armenta Malpica "Voluntad de la Luz".
1997- Jesús Ramón Ibarra "Amigo de las Islas".
1998- César Carrizalez "Palabra y espada"
1999- Alejandro Ramírez Arballo "El vértigo de la canción dormida"
2000- Rubén Rivera García “Al fuego de la panga.
2001- León Plascencia Ñol “Las Desapariciones”
2002- Ignacio Ruiz Pérez “Navegaciones”
2003- Geremías Marquines Portillo “Varias especies de animales extraños”
2004- Jorge Ochoa “Totorotos”.
2005- José Javier Reyes Méndez “Cenizas de horas”
2006- Luis Jorge Boone "Discovery Channel y otros poemas"
2007- Álvaro Solís Castillo "Cantalao"
2008- Leonel Rodríguez Santamaría “Dolor de nombre”
2009- Eduardo Saravia “Historia Natural de las Sombras”
2010- Frank Meza “Memoria de marzo”
2011- Christian Jonathan Peña “Poemario Libro de Pesadillas”
2012- Carlos Mijail Lamas "Canción del navegante de sí mismo"
2013- Christopher Amador Cervantes “Poemas a un lector de 2020”
2014- Daniel Lomas "Chantajes del olvido"
Fuente de consulta:
Página oficial del instituto municipal de cultura turismo y artes de Mazatlán.
www.carnavalmazatlan.net
El Viejo Carnaval
El carnaval es la fiesta de Mazatlán. Se celebraba de antiguo modo y tosca manera. Todos los
ahorros del año entre la gente pobre era para gastarlos en los tres o cuatro días de carnaval. El
pueblo se dividía en dos grandes bandos: los trabajadores del muelle y los carniceros del
mercado, a quienes llamaban abasteros.
Desde muchos días antes de las fiestas la gente principiaba la preparación lavando los
cascarones de huevo y los ponía a secar y blanquear al sol sobre palos clavados en el suelo.
Aquello parecía un extraño jardín. Luego llenaban los cascarones con harina de trigo, con añil,
negro de humo y no pocas veces con polvos de diverso color.
Al llegar la fiesta a todo su apogeo, desde el mercado o desde el rastro se iban juntando gran
cantidad de gente del pueblo que rodeaba a una banda de música que tocaba el himno del
carnaval: Los Papaquis. Del muelle salía igualmente otra turba en iguales condiciones, con
dirección al centro de la ciudad. Además de los cascarones, llevaban palos, piedras y cuchillos.
Al pobre que se encontraban en el camino, más si iba vestido de catrín, le quebraban en la
cabeza los cascarones poniéndolo de mil colores y cuando quería hablar, le arrojaban harina a la
boca con lo que casi lo ahogaban. El aspecto que presentaban las víctimas después de un
encuentro con la multitud, era lamentable y risible.
Las puertas abiertas era una invitación a entrar en las casas y llenar de harina, añil o negro de
humo a sus pacíficos habitantes. Otras veces subían por los balcones, abrían como podían las
ventanas o asaltaban las casas subiendo como hormigas a las azoteas para obligar a los
moradores a recibir la tosca manifestación de alegría.
Esto hacía que los menos alegres de los habitantes cerraran sus domicilios a piedra y lodo. Otras
veces las familias subían a las azoteas para contemplar sin peligro la fiesta del pueblo bajo o
desde esas fortalezas ofendían a los transeúntes con la consabida lluvia de polvos de color. Los
aspectos alegres se sucedían con las trifulcas de las que huían hasta los policías.
Cuando los bandos contendientes se divisaban, resonaban los gritos de ¡Viva el Abasto!... ¡Viva
el Muey!... (33).
Entre risotadas comenzaban a arrojarse los huevos llenos de harina, que por estar bien llenos,
pesaban lo suficiente para hacer ver las estrellas en pleno día al que le atinaran con un disparo.
Estas bruscas manifestaciones eran contestadas o repetidas con el mayor entusiasmo y tras de
los cascarones iban las piedras. Ya muy cerca, se saludaban alegremente con los garrotes
haciéndolos rebotar en las cabezas o las espaldas más cercanas.
Los regocijados abasteros abastecían de trompicones a los del muelle y los estibadores, no
menos entusiastas, se sentían felices de cargar con sus garrotazos las espaldas ajenas. Así se
empeñaban, disfrazados o sin disfraz, las más fieras y descomunales batallas del adiós a la
carne, para irse a la tiznada el miércoles de ceniza. Esta vulgaridad quería decir que después del
carnaval, tenían que ir a la iglesia para que les fueran perdonados sus pecados y les pusieran en
la frente una cruz marcada con tapones de corcho quemado.
Algunos asesinos se disfrazaban y mataban impunemente. Los muertos que quedaban como
saldo, así como los heridos, sumaban un pago muy grande por los tres días de fiesta popular.
Cuando el doctor Martiniano Carvajal regresó a Mazatlán, procedente de Guadalajara, donde se
había titulado, un día de carnaval tuvo la mala suerte de toparse con uno de los alegres bandos.
Lo dejaron como arco iris y, por consiguiente, furioso. Le juró a la novia, doña Matilde Zazueta,
hoy viuda de Carvajal, acabar con aquella bárbara fiesta.
Desde entonces principió a convencer al pueblo y a los amigos por medio de la prensa y de las
conversaciones hasta que la idea se hizo popular y fue aceptada.
El Nuevo Carnaval
El doctor Martiniano Carvajal era regidor en 1898; convenció a los ediles para que se
constituyeran en Junta Patriótica para evitar dificultades entre ésta y el Ayuntamiento. A su
petición, apoyada por diversos miembros, se logró que el Ayuntamiento, transformado en Junta
Patriótica, se convirtiera en sociedad particular, en directora de las nuevas fiestas. Se citó a una
junta de los principales vecinos y se aceptó que en lugar de combates con piedras, se entablaran
combates de flores, muy abundantes en el municipio y en lugar de que tomara parte una sola
clase social, gozara de las fiestas todas las clases juntas.
Se acordó una procesión que iría de las calles de El Recreo a la Constitución para detenerse en
la Plaza Machado y se lanzarían en vez de cascarones con harina, añil o negro de humo,
puñados de confetti, rollos de serpentinas y los consabidos cascarones con agasajos (pedacitos
de oropel). Habría concurso de coches, bicicletas y trajes.
Como si fuera poco el trabajo del doctor Carvajal, se ocupó en hacer un proyecto jocoso que no
solamente circuló en Mazatlán, sino por su interés, fue reproducido por otros periódicos del
país. El literato don Manuel Caballero gustó con fruición de aquel proyecto por su sal ática y su
ironía sutil.
El entusiasmo había cundido en todos los sectores. Uno de las más ardientes propagandistas,
antes impugnador, era don Adolfo O’Ryan, que publicaba un periódico muy leído, de tamaño
miniatura, cuyo nombre era “Campanone”, y que medía uno 10x12 centímetros.
Para el programa colaboraban el coronel Máss, don Francisco Montero (hijo de dos Francisco
Picaluga, el que vendió a Vicente Guerrero), don Adolfo O’Ryan, irlandés, el doctor José María
Dávila, padre del poeta y político coterráneo del mismo nombre; el doctor Carvajal, gestor e
impulsor de la transformación, el doctor Genaro Noris y los señores Fárber, Coppel, Hidalgo,
Escobar y Sierra.
El coronel Maas invitó al Abasto a arriar el pabellón de guerra y enarbolar el de la alegría. Don
Pablo Hidalgo y el doctor José María Dávila se entendieron con los del Muelle, La Marina, la
Aduana Marítima y la Fundición de Sinaloa. Don Rodolfo Fárber con el Club de Ciclistas y el
club los Doce Apóstoles. Don Enrique Coppel y don Adolfo O’Ryan, con la sociedad Artesanos
Unidos, la sociedad Artesanos Zapateros y la sociedad Zaragoza. El ocurrente y festivo don
Luis J. Sierra se entendió con el Nuevo Mundo y luego acompañó al señor Hidalgo a visitar las
fábricas de tabacos. El doctor Carvajal y don Francisco Mortero, con los dueños de carruajes
públicos y particulares, arreglo de la mascarada y del desfile que llamaban procesión.
Don Pablo Hidalgo, don Luis J. Sierra y el doctor Genaro Noris, se las tuvieron que ver con los
comerciantes. Don Joaquín Escobar, con la Empresa de Luz Eléctrica. El incansable don Pablo
Hidalgo tuvo que pedir la cooperación de las personas de la fábrica La Bahía.
La lucha había durado, pero el doctor Carvajal iba viendo el fin. La prensa anunció para el
martes de carnaval, a las 3 de la tarde en punto, el desfile que recorrería desde las calles de
Camichín, hoy doctor Martiniano Carvajal, la Constitución hasta el kiosco de la Plaza Machado
donde debían estar las señoras con sus respectivos chambelanes y la Mesa Directiva.
Se repartirían 4 primeros premios, 4 segundos y 25 menciones honoríficas. Los primeros cuatro
premios consistirían en medallas de oro; los cuatro segundos en medallas de plata y los 25
restantes en recuerdos, también de plata, del primer carnaval organizado, que se efectúa en
1898. El programa fue así:
Descubierta de caballería
5 alabarderos con su jefe
1 banda de música
El rey del carnaval y su corte en 6 carruajes
Escolta de 12 bicicletas
Cuerpo bullicioso de máscaras
Cuerpo de máscaras
Carros alegóricos
12 coraceros a caballo
Orquestas
Carruajes adornados
Caballería
Ese primer carnaval fue un éxito, de ahí en adelante fue tomando la fiesta caracteres cada vez
más importantes. Muchos años después, de hecho hubo dos carnavales: el carnaval de los niños,
con reina y desfile minúsculo que tenía lugar en la amplia escuela que ocupaba un edificio
conocido por La Gran Duquesa, escuela que dirigió muchos años el ameritado maestro Rolón.
Por la calle Camichin entrábamos a presenciar el carnaval en miniatura. Una hermosa reina de 6
años paseaba con garbo su señorial porte y los niños lucían con desenvoltura los trajes más
originales.
En el carnaval de los adultos tomaban parte personas venidas al puerto desde lugares muy
lejanos. Algunos millonarios norteamericanos venían en trenes de lujo que ellos mismos
manejaban. Los barcos, los trenes del Sud Pacífico, los camiones y los animales traían al puerto
su cargamento humano. Se congestionaban los hoteles, los edificios escolares, las casas de
huéspedes y las casas particulares. Las camas y los catres o los rincones eran ocupados por
horas para un descanso leve aceptado por todos. Nadie quería perderse de aquella locura
colectiva. Las bandas de música, las orquestas y dos o tres personas que pudieran cantar o
entonar una melodía sin que su conjunto pudiera llamarse banda u orquesta, tocaban donde se
sentían con fuerzas para hacerlo. El primer enmascarado o disfrazado que pasaba invitaba a una
pareja en iguales condiciones a bailar en aceras o en medio de la calle y allí se iban reuniendo
parejas que formalizaban un baile y algunos caían rendidos, pero felices. Muchos de ellos no
habían bebido ni siquiera una limonada. Cuando se ponían nuevamente de pie, volvían a
divertirse queriendo aprovechar los únicos instantes del año en que podía manifestarse la más
loca alegría.
¿Me conoces mascarita?... Con voz en falsete se escuchaba una pregunta a cada paso. Seguían
chistes inocentes que provocaban la risa sana. En los teatros se bailaba de día y de noche, casi
con furia. Los desfiles encabezados por la reina y su corte, así como los carros alegóricos y los
combates de flores, apiñaban multitudes entusiastas y alegres.
La aristocracia del carnaval son los Juegos Florales. Los poetas del terruño y de toda la nación
son convocados a una competencia así como los cuentistas. Los hombres de letras más
destacados en el país, son invitados a tomar parte como Mantenedores en esta fiesta inolvidable
en que se rinde culto a la belleza y a la gracia.
Después del carnaval, las caras humanas parecen de cera por las desveladas. La vida vuelve a su
curso con los comentarios de lo mejor que se vio y gozó en los tres días memorables.
Luego se vuelve por fin al manso equilibrio de la vida cotidiana.
Once Artículos de una Revista de 1975 sin Titulo, pero escritos por reconocidos
Mazatlecos
La época del Carnaval parece haber pasado ya como tantas otras cosas del pasado. El Dios
Momo, que durante tres días es el rey, agrupa a su alrededor a una multitud ebria de placer que
quiere por unas horas olvidar sus preocupaciones.
Los bailes de Carnaval fueron famosos.
“Un baile de máscaras”, sirvió de pretexto para escribir una magnífica obra con este tema.
Los bailes venecianos se recuerdan todavía por sus lujos y la fastuosidad. La alta sociedad era
invitada a ellos y se lucían los disfraces más originales del mundo. Personajes históricos
cobraban vida y surgían de nuevo para resucitar hechos ya olvidados.
Emilio Pardo Bazán encontró en el tema de una noche de Carnaval el argumento para uno de
sus mejores cuentos.
Niza ha llevado miles de turistas ansiosos de ver sus doradas carrozas y lo misma ocurría antes
en Nueva Orleáns, la ciudad de vieja ascendencia francesa que conserva íntegra sus tradiciones
y ha respetado cuidadosamente sus barrios antiguos, sin quererlos tocar.
La ciudad nueva va surgiendo sin quitarle nada a la otra. Cuando se interna uno por aquellas
calles cuyos edificios son todos de madera pintados de blanco y rodeados de verjas pequeñas,
también de blanca madera, se antoja caminar por una ciudad desconocida.
Todo habla de un pasado que se ha perdido en la noche de los tiempos.
Pero las tiendas, los cafés y las casas de antigüedades mantienen su carácter sin que nadie se
atreva a modificarlos.
En uno de esos cafetines encontré la historia escrita en sus muros. Se llama el Café de las dos
Hermanas, y su origen se remonta a varios siglos, aún existían los piratas que asolaban los
mares.
Nueva Orleáns se llena de viajeros en la época del Carnaval.
Los carnavales en Mérida eran también motivo de orgullo para la ciudad blanca, que por tres
días olvidaban sus otras actividades. El comercio cerraba y cerraban los otros establecimientos.
Los habitantes se dedicaban a divertirse y nada más. Los días de “Bando”, las carrozas lucían a
las muchachas más bonitas de la sociedad que aceptaban desfilar en ellas.
Y se tiraban a la cara serpentinas y juguetes valiosos.
En México el carnaval pasó siempre inadvertido.
En La Habana, el Carnaval fue siempre pretexto para que las alegres comparsas cantaran y
bailaran en las calles y por las noches, en el viejo Teatro de Tacón -ahora es el Teatro Nacional-
se celebraban bailes que comenzaban a la media noche y terminaban con la llegada del alba.
Eran bailes de tapadillo donde las parejas asistían cubiertas con negros dominós que no dejaban
ver las caras.
Mil aventuras nacían en ellos. Pero nadie sabe por qué el Carnaval ha ido perdiendo mucho de
su alegría.
El carnaval está llamado a morir.
Es algo que suena a cosa caduca.
Pero en este mes en que se rinde culto a Momo, quedan algunos que lo recuerdan y tratan de
divertirse vistiéndose con los trajes de personajes que en una época representaron algún pasaje
histórico de interés y que hoy nadie recuerda ya, si no es para ridiculizarlos.
Era todavía muy pequeño cuando mis padres me trajeron a Mazatlán, por primera vez
principiando éste de 1901, como ya he dicho varias veces nací en el Mineral de Rosario, en el
año de 1896 el 6 de enero, día de los Santos Reyes. A principios del siglo se viajaba a caballo o
en mula, burro, era el medio de viajar de la mayor parte de la gente pobre de aquellos tiempos.
Ya existía el sistema también de Diligencias y Guayinas en que sólo la gente acomodada hacía
largos viajes; ni esperanzas del Ferrocarril todavía, ni quien soñara en ese entonces que dentro
de pocos años tendríamos Ferrocarril, 6 años después -en el año de 1907-, aquí en el Estado de
Sinaloa.
Recuerdo que salimos de Rosario el día 2 de Enero de ese año de 1901 por la tarde, y llegamos a
Mazatlán el día 3 por la mañana en la Casa de Diligencias, en donde estaba situado el Hotel
Palacio, que hace pocos años fue demolido para construir Edificios Comerciales que hace la
esquina con la antigua calle del Vigía después Guelatao hoy Ángel Flores, la calle opuesta se
llamó primero Porfirio Díaz, después Barrio Nuevo y ahora Teniente Azueta; pero volvamos al
primer Carnaval que tuve la suerte de presenciar en mi infancia. Recuerdo que nos alojamos en
la calle Morelos al poniente, enseguida del hoy Cine Zaragoza frente a la calle Amado Nervo,
cerca del antiguo Cuartel Colorado o Rosales, llegó el mes de Febrero y como todos los
Carnavales seguía el entusiasmo y bullicio de la gente, principia con la entrada del Año Nuevo,
como sucede en estos Carnavales Modernos, en ese primer Carnaval que se vio partir en el
Parque Zaragoza de la Calle República hoy Guillermo Nelson, siguió el carruaje de la reina
hasta la calle 5 de Mayo y dió vuelta hacia el Sur hasta llegar a la calle Ángel Flores y de ahí
hasta el Malecón de Olas Altas y siguió por la Escuela Josefa Ortiz de Domínguez y la calle
del Oro, hoy Sixto Osuna, recorrió las calles Arsenal hasta los Muelles, la Aduana Marítima,
frente al Teatro Rubio, allí se coronaba a la Reina que elegía la sociedad de aquel tiempo, ya
fuera en el Círculo Comercial Benito Juárez o en el Casino Mazatlán, que era en donde se
reunía la élite de Mazatlán de aquellos tiempos, fue electa Reina en ese año la señorita Adela
Abasolo, damita muy bella y aristócrata muy distinguida, y su Regal, joven apuesto y galante
Enrique Còppel Rivas, una pareja envidiable; en aquellos años no se conocía el automóvil
todavía el carruaje era el vehículo más elegante que se conocía y era en donde desfilaban las
Reinas y Princesas. Las arañas que era lo más típico, las arreglaban vistosas y pintorescos, pues
casi siempre las adornaban simbolizando figuras marinas como sirenas, delfines y ballenas, etc.
Las casas comerciales en aquella época eran Casa Melchor, La Bola de Aro, La Voz del Pueblo,
La Casa Linga, La Casa Echeguren, La Casa Elorza y Lejarza y Cía., Las Fábricas de Francia,
Las Fábricas de Cigarros en esa época era “El Vapo”, don Juan Millán, Las Fábricas de
Calzado, Zapatería La Perla, La Industrial y La Flor de Liz.
Los Juegos Florales de Mazatlán, tuvieron como origen la Primera Exposición del Noroeste de
México, cuando se inauguró la línea completa del Ferrocarril Sud-Pacífico de México. Esa
Exposición fue Comercial, Industrial, Agrícola y Minera, tomando parte en ella los Estados de
Sonora, Nayarit y el entonces Distrito Norte y Sur de la Baja California. La idea de la
exposición fue del Dr. Rafael Domínguez Gómez, quien contó con la muy valiosa cooperación
de ingeniero Alfredo Álvarez. Se formó un comité Pro-Exposición, en el que figuraron los más
importantes comerciantes e industriales de aquella época o sea el año de 1925.
Como la Exposición fue convocada para 30 días y después fue ampliada hasta 45 días, hubo
necesidad de hacer programas para todos los días. Se dedicó cada programa a las industrias,
comercio, artes, minería y ganadería. Como faltaba cubrir la artística, el Dr. Rafael Domínguez
G. recordó que, siendo joven, fue invitado por un distinguido Sacerdote de México para
concurrir a unos Juegos Florales que se efectuaron en el Casino Español. Certamen que lo dejó
deslumbrante por la grandiosidad y riqueza, pues los miembros de esa H. Colonia hicieron lucir
sus damas con valiosísimas joyas. La parte literaria estuvo a cargo de los grandes oradores
sacerdotes Julián Villalain y el Padre Maltrana.
Puso el Dr. Domínguez a la consideración del Comité y al ser aprobado, se pidió a la Sociedad
Vespar, que organizara los Juegos Florales, en los que fungió como Mantenedor el señor José
Mario Tarriba, caballero sinaloense que se había educado en Europa y que lució gran
elocuencia. Como Maestro de Ceremonia se contó con el culto jurisconsulto señor Manuel
Barrantes, y el poeta laureado lo fue Leopoldo Ramos; obtuvieron otros premios el poeta
sinaloense Alejandro Hernández Tyler, y otro de la Baja California. La primera reina de los
Famosos Juegos Florales fue Margarita Cruz; fiesta que se efectuó el 10 de junio de 1925.
Como dato curioso que al poeta no se le dió de premio la Flor de Oro, se le obsequió una Flor
de Tela que después se le cambió por la de Oro. Y las reinas del carnaval lo han sido también la
señorita que finaliza en segundo lugar en los cómputos carnavaleros, es la soberana más nívea
del Reinado de Momo. He aquí las Reinas de los Juegos Florales: Margarita Cruz, María
Alvarado, Malail Espinoza, Beatriz Blancarte, Ana María Alatorre, Tete Coppel, Lilia Ruiz,
Rosa María Olmeda, Nena Patrón, Esther Còppel Còppel, Yeya Aspinwall, Alicia Còppel, Dora
Gastélum, Carmina de Rueda, Alicia Haas, Alicia Benítez, Anita Osuna, Anabella González
Giiereña, Teresa Gómez Milán, Jeanete Collard, Teresa Olga Osuna Riguetti, Lucila Llausàs,
Alma Valadez Valdez, Hortensia Freeman, Elba Alicia Tostado, Loreta de Rueda Alatorre,
María Elena Rodríguez, Ruth Avilés, Socorro Cruz, Juana Arámburo, Patricia Guevara y la
señorita Cristina Reynaud Solís.
MOMO, con su arte mágico, volcó sobre esta ciudad y puerto de Mazatlán una catarata de
placer, bañando a raudales los corazones de pacíficos y entusiastas carnavaleros, que
tradicionalmente se aprestan anualmente a mitigar con una breve pausa de alegría la vida
monótona y rutinaria que la brega del destino nos ha endilgado.- No podemos menos que
ensalzar con elogios conceptos a las dignas personalidades que con su espontaneidad y no poco
esfuerzo contribuyeron para programarnos un modesto Carnaval, para ellos, con su mención
especial, diremos con un pausible comentario: MUCHAS GRACIAS. Antecediendo al dictado
de MOMO, nos llegó la caravana de la poesía, de música y de belleza, efímero pero de
gratísimo recuerdo al reinado de MARÍA ELVIRA I, en su fiesta de GAY SABER, donde el
florido y conceptuoso verbo del Poeta Laureado Miguel Álvarez Acosta, cubre de lozanía y de
radiante mareo esplendoroso su razón de ser, Mujer, Reina y Soberana en aquella noche que
rindiera pleitesía la expresión de la palabra fina y comprensiva con la juventud y gracia de las
dignas damas que cual capullo en flor, arrancados de pencil porteño, dieran el exquisito
rendimiento de una verdadera Noche de Gala.
Toca en suerte hacer su aparición en escena aquella noche, OLGA I, Reina del Carnaval de
1950 en Mazatlán, galantemente invitada por el Patronato de los Juegos Florales, reglamento
desarrollado en el foro del aristocrático Teatro Royal, hoy Cine Diana, OLGUITA, finamente
ataviada con un vaporoso vestido (color endiablado), cosecha las primeras palmas de su era
triunfal, las cuales se prolongaron hasta la coronación S.G.M. en el mismo auditorio alrededor
de las 13 horas del domingo actual, por el Presidente del Comité de Carnaval de esta primera
mitad del siglo XX, Licenciado y General Manuel de la Fuente R., más carnavalero y entusiasta
que muchos hijos de esta Tierra de Venados- Y con testa programa el DECRETO I de OLGA I,
ordenando a sus vasallos divertirse hasta no más poder, la vida antes apacible pero siempre
alegre de los mazatlecos se convirtió en música y alegría, luz y belleza por doquier.
Una prueba palpable de que Mazatlán no puede pasar por alto su fiesta tradicional la hemos
tenido ahora, no obstante la crítica situación que universalmente padecemos los mazatlecos, con
un heròico batallar pugnaron hasta lograr la celebración del Carnaval de 1950, considerada
como el bálsamo espiritual y moral, comercial y material nuestro.- Muchos hay que con su
expresión poco edificante, que con sus contorsiones de lenguas viperinas, menosprecian la labor
digna y desinteresada de los que laboran por la continuidad del Carnaval, podríamos citar con
índice de fuego a aquellos comités y demás de pasadas fiestas, pero para qué individualizar
lastimando susceptibilidades, con considerarlos como cartuchos quemados y relegándolos al
lugar de los Gratos Recuerdos, estamos correspondidos.
El Gran Rasputín, el extraño personaje que durante algún tiempo fue el verdadero amo y señor
de todas las Rusias, preconizaba el pecado como medio para llegar a la purificación. Dueño de
Extraordinarios poderes magnéticos, con numerosos prosélitos lo fueron más de él mismo que
de sus cómodas teorías cuya raíz filosófica parece ser la misma que se nutre en la entraña de las
festividades Carnavaleras. –Porque en efecto, las fiestas populares que se celebran los tres días:
Domingo, Lunes y Martes al Miércoles de Ceniza –Momento Homo Quia Pulvis Est in
Pulverunt Reiveteris—con sus bailes y comparsas, Mascaradas y excesos, llevan en turdiniente
el claro sentido de un adiós a la carne, que eso es lo que quiere decir literalmente CARNAVAL.
—Muchos son los que han querido ver en el Carnaval una supervivencia de antiguas
festividades paganas, como los Saturnales y los Bacanales. El Culto Báquico fue llevado a
Grecia desde el Asia Menor por los Arios, que veían en el juego de soma un licor embriagador y
sagrado. Un bellísimo himno del Ring Voda canta la embriaguez del Rey Inders, el Baco
Asiático, en magníficos versos que tienen ritonelo a la vez religioso y eufórico, soy más grande
que el Cielo, más grande que la tierra que se llama Grande. Estos Embriagados de Sono adorado
para el sacrificio, voy a tomar el holocausto que llevo a los dioses. Estoy embriagado de Soma.
El Soma, la substancia sagrada que para los Griegos sería el juego de la Vid -¿Vida?-. Aldous
Nuxley fruriza, con el mismo nombre en su escalofriante utopía –El mundo Feliz, como
ingrediente básico de las tabletas estimulantes que habrán de consumir la humanidad futura.
El culto a Dyonisos -dulce nombre griego de la misma divinidad que los romanos llamaron
abruptamente Baco- degeneró en Roma hasta llegar a los más viles excesos al no salarse a las
prácticas orficas aún más en su paso al santísimo de la Edad Media, al es igual. Recordaremos la
versión de Paul de Saint en “Las Dos Carátulas” –idénticas rondas desvergonzadas y furiosas
únicamente en vez de las grandes danzas de antaño, bellas a pesar de su frenesí, es saltar, es
saltar extravagante y cínico, en el cual bailarines y bailarinas se agitan espaldas contra espaldas,
sin verse, con un brazo en alto. Idénticos banquetes e idénticas comelonas famélicas, pero el
área vino de la Cicaldes, resultó substituido por brebajes enloquecedores preparados con plantas
herborizadas a la luz de la luna, al pie de los patíbulos. En lugar de los toros y de los siervos que
despedazaban los bacantes, las brujas sangraban a los niños robados y los cocían en la hoguera,
en el caldero de sus sortílegos.—En su admirable estudio, el Hombre y lo Sagrado, Roger
Calloix, cede la tentación de considerar el moderno Carnaval como “Una especie de eco
agónico de las fiestas antiguas del tipo de los Saturnales” y sostiene la teoría de que las fiestas
en general, en su plenitud debe considerarse como paroxismo a la vez purificante y renovador
de la sociedad, porque solamente del caos puede surgir la estabilidad y el orden.—Como quiera
que sea, aunque la civilización moderna ha puesto coto a los antiguos desenfrenos, el hecho es
que en los días de las Carnestolendas, con el colestinesco anonimato de Máscaras y Antifaces,
resultan posibles y permisibles audacias y locuras severamente sancionados por la sociedad en
cualquier otras condiciones. Así el cernacel viene a ser una especie de tácita y colectiva
argumentación filosófica que parte de la sombría advertencia: “Polvo eres y en Polvo te
Convertirás”, para morder golososamente todos los frutos placenteros en acatamientos y
previsión de lo que cantó un poeta cuyo nombre siento no recordar-. Y gocemos por hoy la vida;
¿quien el Sol de mañana verá? Dicen que en Europa los más famosos Carnavales fueron
seguramente los de París y Niza, el de Ciudad Nux se distinguía por sus cabalgatas y sus bailes
sobre todo, los del Barrio Latino, República de estudiantes y artistas, que culminaban
brillantemente en el suntuoso Baile de Máscaras.
El tiempo se marca por días, meses y años, pero en Mazatlán se cuenta por CARNAVALES. Un
Carnaval pasado es un año que pasa sobre nosotros, y ambos dejan escrito en un Libro de los
Recuerdos, una página que siempre leemos con gusto. He aquí las Majestades de Ayer, que
evocan nuestros Recuerdos. LOS VEINTE PRIMEROS AÑOS DE NUESTRO CARNAVAL.
En 1900, Winnie Farmer, nuestra primera Reina, gustaba de montar a caballo. La peste
bubónica dejó su huella de muerte en el Puerto, desapareciendo la risa de las fiestas. Dos años
las fiestas sin fondos se escaseaban y no hubo cita con Pierro y Colombina. En 1912, la viruela
mantuvo encerrados a piedra, cal y lodo, mientras todo pasaba de largo. Y todo nuevamente por
la falta de papel moneda en plena Revolución, dos Carnavales no pasan a esta historia de los
Carnavales de ayer, Oh, los Carnavales de nuestros abuelos, con sus Calesinos y Carretelas.
Winnie Farmer, fue bien reducida por la Reina del Carnaval de 1956, Lupita Rosa Bastidas, y el
Gerente, que en esos años fue el Sr. Ing. Leopoldo Reyes Ruíz, recibe a su Majestad de 1900 al
llegar a Mazatlán, su entrada al Teatro durante los Juegos Florales fue apostiótica, cubierta de
confetti y serpentinas, va acompañada su Majestad de 1900, Winnie, por el Lic. Héctor López
Castro. Allí va 56 años de su Reinado, nuevamente acaparando ovaciones del pueblo mazatleco,
con sus ahora sonrisas de abuelita. El regreso de Winnie fue el toque más sentimental que haya
tenido el Carnaval de Mazatlán. Winnie había muerto ya, pero esa sonrisa que nos dejó en 1956
nunca la olvidaremos, el pueblo aclamaba a su majestad de 1900, y con él, aquel entusiasmo de
ella; paseaba por las calles de la ciudad en carretela, que en ese tiempo el Patronato del
Carnaval de 1968 le arregló su Carroza de Honor, ella, antes de morir, vivía en San Francisco,
California.
En 1903 no tuvimos Carnaval por la terrible peste bubónica; pero un año después, la fiesta se
hizo. Más no se tuvieron los fondos para la campaña de las Reinas, y fue un Carnaval casi
privado. Sin soberana. Sólo se tuvo rey: Francisco A. González. Luego, en 1905, volvió el
puerto a contar con Reinas, siendo ella Cuquita Murguía, toda una belleza de esos tiempos, ella
reinó teniendo como Rey a Carlos Z. Rodríguez: Lupita Maldonado reinó en 1902 y Elvira
Rivas en 1909, en 1910 Lupita Savín, en su dorada carroza, con sus Damas: Beatriz Quevedo
Maxemín, Margarita Labastida y Nelly Mead Zuber, en esta fecha no se iniciaba la Revolución,
reinó en las Fiestas Carnestolendas. En 1913, Elena Còppel Rivas y Tomás de Rueda, con sus
Princesas Adela Abasolo y Teresita Lewels, y sus pajecitos. La Carroza Real desfilaba por las
calles de Mazatlán, en ella van los Reyes, Elena y Tomás, con sus Princesas y sus dos elegantes
cocheros.
Como todos los años, llegó el Carnaval con su cargamento de risas, con un cúmulo de alegrías y
un regocijo inenarrable. Para recibirlo, Mazatlán se ha convertido de y sus habitantes, alegres,
confiados y hospitalarios abren los brazos a los visitantes.
Porque con el Carnaval, han llegado a nuestras playas miles y miles de turistas, que durante los
5 días de jolgorio convivirán con nosotros; rubios, hijos del vecino país del norte; morenos y
cobrizos, hijos de nuestra propia patria, otros que vienen de todos los puntos cardinales de la
República a darse cuenta de nuestra Fiesta y de la nunca desmentida hospitalidad de las gentes
mazatlecas; ya que así son todos los hijos de Sinaloa.
Conjuntos musicales recorren las calles alegrando con sus sones a los carnavaleros; el
movimiento en calles y plazuelas es inusitado y la alegría se dibuja en todos los semblantes. Es
que en cada mazatleco, en cada visitante se encuentra un individuo que goza de la vida en todo
su apogeo.
Porque la alegría porteña es contagiosa y aún los más austeros visitantes le entran al relajo, pues
aquí nadie se fija en nadie y cada quien comete en esos días las locuras que se le antojan.
Los centros de diversión llaman a la clientela, que llega a esos locales como moscas atraídas por
la miel. Las aventuras se suceden sin interrupción y cada quien encuentra lo que busca y a veces
lo que no busca, pero todos hallan.
La juerga principia el Sábado (el Viernes es día del Gay Saber), y no se interrumpe hasta el
martes a las 24 horas. Entonces el juerguista suspende la parranda y muy contento y
“arrepentido” se dirige a cualquier sinagoga para recibir la “ceniza acostumbrada”.
Y como una consecuencia lógica, el Carnaval trae también un fuerte número de “crudos” que
después de “tomar ceniza” se acercan a donde acampan los ostioneros, callos de hacha y demás
mariscos a echarle algo refrescante o mitigante a la “caldera” que se está fundiendo por falta de
combustible.
Así terminaremos la fiesta del jolgorio, del relajo y del barullo, qué tal será la fiesta del
Carnaval de 1975, que llegó con toda pujanza en este lapso que como todos, pasará a la historia
de los grandes Carnavales mazatlecos.
Y deseamos los editores de “PAYASOS”, que todos los mazatlecos en “contubernio” con los
visitantes gocen ampliamente de la fiesta tradicional en nuestro Mazatlán.
Con una gigantesca presencia eufórica que lo abarca todo y lo envuelve todo en un mandato de
alegría, el Carnaval emerge en Mazatlán cada año para vivir una permanente plenitud de cinco
días.
El puerto, preñado de belleza que en procesión de días provincianos emite la oración de la pesca
camaronera y lanza sus redes de atracción hacia el turismo, al ser abrazado estrechamente por el
Carnaval, exhala un grito contenido durante 11 meses y 25 días. Una expresión de alegría que,
lejos de ser súbita, es preparada y esperada con ansia de estridencia y notoriedad.
Brota el desenfreno ceñido por la música impresa con tintas multicolores en el pentagrama de
las serpentinas, salpicado por las breves semifusas del confetti y los cascarones que se quiebran
en los intervalos de las cabezas humanas.
Es un coro a la alegría que ha quedado grabado en registros con tradición desde las postrimerías
del siglo anterior en la historia de este rincón costero sinaloense.
El Carnaval de Mazatlán, en su actual modalidad alterada por el progreso de la moda y las
costumbres, tuvo sus inicios en el año de 1898. Desde entonces, el puerto sólo ha prescindido de
su fiesta en siete ocasiones ligados a episodios de la fausta recordación.
Una fiesta de cultura, los Juegos Florales de Mazatlán, fue adherida como parte integral del
programa carnavalero a partir del año de 1930. Esa velada nació en 1925 con motivo de una
exitosa exposición regional agrícola, ganadera e industrial y cinco años después ingresó con su
mensaje cultural como solemne obertura del Carnaval.
Desde 1930, la fiesta máxima de este puerto abarcó 5 días que se inician el viernes con la velada
de la fiesta del Gay Saber, continúa el sábado con la nocturna quema del Mal Humor y el
combate naval, y siguen los tradicionales domingos, lunes y martes, con desfiles de carros
alegóricos, comparsas y bailes públicos y sobre todo, con un desbordamiento de alegría que
difícilmente puede ser igualado por otros carnavales del país.
De hecho, el Carnaval de Mazatlán dejará sentir su influencia varias semanas antes a través de
la campaña electoral de las candidatas a reinas.
Esas campañas y los cómputos de votación parcial enfocan el interés creciente del mazatleco.
Ese interés llega a su clímax apasionante durante el cómputo final, pues generalmente se
manifiesta predilección por alguna candidata que atrae las simpatías populares y que contiende
con alguna otra apoyada por la burguesía.
La postulada que ocupa el segundo lugar en la votación final, es elegida automáticamente Reina
de los Juegos Florales. Y viene la fiesta.
Solemnidad, cuellos duros, vestidos de noche y piel durante la velada de la Gaya Ciencia, en la
que ocupa lugar predominante la belleza de la soberana, de sus princesas y las embajadores de
otras ciudades de la región y con la frontera norte.
Brilla la poesía en el trabajo premiado que es dado a conocer por el poeta laureado y la palabra
fluye erudita a la voz del mantenedor de la fiesta. Vibra el arte en la intervención de
consagrados exponentes.
Desde esa noche, Mazatlán está de fiesta.
El sábado de Mal Humor, en el Malecón de Olas Altas –uno de los más bellos paseos porteños
—es quemado un monigote de cartón que satiriza a algún personaje odioso y que primero fue
conducido por la multitud en recorrido estruendoso por las principales calles del puerto. Una
vez que el “mal humor” ha sido despedazado por los estallidos de los cohetes adheridos a su
figura de cartón, se inicia el espectacular combate naval que consiste en un despliegue de
destreza pirotécnica.
Todo empezó como un juego. Los estudiantes de la escuela Rosales, que funcionaba como
secundaria y preparatoria, le pidieron que hiciera una carroza en 1956, para participar en el
carnaval, así se manifestaban entonces los estudiantes, y encontró su vocación. Desde entonces,
de hecho, ha sido el constructor oficial de los carros del Carnaval.
No descuidó sus estudios, no. Terminó la carrera de odontología, más se adjudicó el tiempo
necesario para hacer la rosa con engrudo y papel, las estructuras de madera y alambre, los
monumentos imaginativos al hombre y sus obras, a la naturaleza, a la belleza.
El buen gusto y la habilidad artística de Rigoberto Lewis han quedado plasmados desde
entonces en los carros del Carnaval.
Hoy, cuando los hombres que se encargan de coordinar los quehaceres carnavaleros se
renuevan, aunque Lewis continúa con su entrega, NOROESTE quiso conocer algunas, sólo
algunas, opiniones de este personaje sobre la manifestación festiva, popular por siempre.
“Primero que nada, hay que dar gracias a los extranjeros, porque el Carnaval llegó en el lomo de
las olas, llegó por el mar y lo recogió el pueblo, que es su único y exclusivo propietario”.
Eso dijo, mientras sorbía un café en la sala de su domicilio, durante la entrevista, y reconoció
que “algo” han dejado los patrocinadores. Realzó la labor del doctor Luis Zúñiga y de Héctor
Díaz.
De los actuales patrocinadores ya se hablará, mejor dicho, se conocerá su obra, después del
Carnaval 1982.
Reconoce Lewis que en un principio el carnaval era una fiesta totalmente elitista y que fue en la
década de los sesenta cuando “rompió el cascarón y se hizo totalmente popular”. Ahora es
internacional y es la principal atracción turística de Mazatlán, afirma.
¿Qué pasó?
Hasta antes de los sesenta, los desfiles estaban uniformados y fue entonces que se impuso un
nuevo estilo, variado, versátil, donde tuvo que ver mucho el tacto artístico del entrevistado.
Y seguía haciendo reconocimientos, a Nacho Osuna y a Germán Tirado, como constructores de
carros; a Héctor Díaz, de nuevo, por su promoción a la belleza de la mujer sinaloense.
¿En qué se inspira Rigoberto Lewis para construir los carros carnavaleros?
En el tema escogido por los patrocinadores, como en este año, que es el marino. Ya está
haciendo aquellos paisajes evocados por la poesía, los animales que viven en ese otro planeta
llamado océano. Tendrá de dónde inspirarse, si vivimos de cara al mar.
Y ya está con sus trabajadores pegando con engrudo el papel, envolviéndolo con oropel y telas
coloridas, dándole formas, con la tijera y el serrucho, al cartón, al alambre, a la madera.
Uno se pregunta si no sentirá nostalgia porque toda su laboriosidad, su meticulosidad, su arte de
meses, se destruyen en unas cuantas horas después de ser presenciado.
“En un principio sí, contesta, pero luego uno se acostumbra, o mejor, se comprende que la
destrucción es necesaria porque conlleva innovación”.
Ahora es víctima de esta contradicción: hay cambios. Ha dejado de ser el constructor oficial de
la carroza de la reina, sin embargo, continúa en la batalla. Se siente moralmente comprometido
con el pueblo y tiene que ser moral su compromiso.
Entre los trabajadores que tuvo a su cargo ha hecho falta capacitación. Nunca ha tenido un lugar
adecuado para la construcción de los carros, pero ahí está, porque sabe esto:
“Los buenos carnavales son los hechos por el pueblo de Mazatlán, y los mazatlecos responden”.