Monólogo de Bruja
Monólogo de Bruja
Monólogo de Bruja
(El personaje es una señora mayor muy fea que tose y balbucea algo que suena a
maldiciones en una celda húmeda y muy sucia. La mujer va tosiendo a lo largo de
todo el monologo.)
María -¡Acusarme! ¡A mí! ¡De brujería, nada menos! (tos violenta) ¡Dí que sí! Me
matarán antes los pulmones que el fuego “purificador” que me llevará de cabeza al
infierno. ¡Malditos magistrados del santo oficio! ¿Qué soy tan fea y arrugada que
parezco una de esas brujas devora niños de las que hablan las leyendas? Pues
mira, sí, ¡pero ya os gustaría a vosotros veros así de bien a mi edad! Los años no
perdonan, lo raro sería que no tuviera esta guisa. ¡Y mucho mejor que estaría si
no tuviera que pudrirme en este cuchitril! Es que claro, se vienen al campo
pensando que se van a encontrar pastorcillas guapas, alegres y risueñas, y se
encuentran conmigo. ¡Esto es la edad y no el diablo, cabritos!
Pero claro, soy una bruja porque no soy buena gente, ¿no? Porque no me
dedico a sonreír como una bobalicona a las imbecilidades que hacen los críos,
¿no? ¡Pues deberían darme las gracias, que una hostia a tiempo arregla a
cualquiera! Luego los críos se convierten en inquisidores y llaman hereje a
cualquiera. Luego hay que soportar que, encima de bruja, me llamen mentirosa.
¡Hipócritas, que sois unos hipócritas! ¡Mentirosa yo! Yo digo la verdad y sólo la
verdad. Si digo que el Arnatz tiene más cuernos que una manada de ciervos, ¡es
que los tiene tan grandes que no debería caber por los huecos de las puertas! Y
yo no voy marujeando como hace el resto, no señor. Yo se lo digo bien alto y
claro: ¡Arnatz! ¡Que tu mujer te la está pegando con el molinero! ¡Que fijo que la
niña ni es tuya! Encima la gente me mira mal. No, mejor llamar a Arnatz cornudo a
sus espaldas, y a su mujer, puta. Pues no, ¡Arnatz es un cornudo y Artizar una
puta! Así, a la cara y sin remordimientos. La verdad duele, ¿eh? Sus jodéis, no
haber hecho lo que no teníais, no vayáis luego de tapadillo y metiéndoos con una
pobre vieja.
Aaah, pero la cosa no acaba ahí, no señor. Resulta que cómo sé hacer un par
de infusiones y un par de cataplasmas, ¡ya preparo brebajes perniciosos cuya
receta me ha dado el mismo demonio! ¡Jesús! (tose de nuevo muy fuerte) ¡Muerte,
llévame pronto, que para lo que me queda aquí….!
Sé de hierbajos, sí, ¿y qué? ¡Señoritingos de ciudad, que sois unos
señoritingos! ¿Qué os habéis creído? ¿que aquí tenemos toda esos cachivaches
de ciudad? Por no tener no tenemos ni sanguijuelas, sólo tenemos nuestros
árboles y todo el suelo plagado de hierbas… ¿qué hay de malo en sacar provecho
de nuestra tierra? Mejor nus muramos todos, ¿no? Luego claro, nadie se atreve a
juguetear con plantas por lo que soy la única que sabe de esto y mala mirada me
echan cuando pido algo a cambio. ¡Que tengo que comer!
¡Sabe de hierbas! ¡Es una bruja! ¿Y vosotros sois la voz de Dios en la tierra?
¡No me hagáis de reír! ¿Es que Nuestro Señor es tonto o qué? Para colmo de
males, su prueba irrefutable de que soy una bruja es un lunar en el escote y dos
gatos. ¡Dos gatos! Mi pobre Bixintxo… ¡ay qué solita me dejaste! Cómo no le salió
a Dios de su Gracia darme niños, pues me quedé con esos gatos… ¡Crueles, que
me acusáis de su muerte! Vale que sería un vago haragán malhablado, pero
nunca le habría hecho algo así. Él me llamaba “vieja bruja” y yo “borrachuzo”, pero
era la manera que teníamos de demostrarnos nuestro amor. Ay, ay, ay….(se retira
una discreta lágrima) ¡que si tan bruja fuera habría menos criajo suelto por el
pueblo, leñe, que ni te dejan dormir ni vivir ni ná… me iba yo a cargar a mi
Bixintxo!
¡Y todo por culpa de la afrancesada esa! Que no la dejéis ir a Francia, que los
franceses esos son muy raros y le van a meter ideas raras a la niña en la
cabeza… ¡ni caso, ni caso! ¡Pues hala, a Francia! ¡Y termina en un aquelarre,
nada más ni nada menos! Pero la niñita tuvo suerte, la absolvió no sé qué
cardenal, obispo o la madre que los parió a todos… ¡A saber cómo le convenció!
Que un hombre es un hombre y eso de la castidad no se lo traga nadie.
Bien, no teniendo suficiente con todo este asuntillo, a la niñata esta no se le
ocurre otra cosa que ir diciendo por ahí que había visto a otras del pueblo en la
reunión su aquelarre. ¡Lo suyo si que es lengua viperina y no lo mío! ¿Quién iba a
tener en cuenta lo que decía esta tonta del culo? ¡Pues todo el pueblo! No sé
cómo lo hizo. ¡Menuda la que se armó! De repente empezaron a salir brujos como
setas. Hombres, mujeres, niños… ¡Una locura, y todo por una estúpida bocazas!
¡Y lo decía cómo si fuese tan divertido! Ahora bien, desde fuera… ¡menudo circo
debía parecer! Llovían las acusaciones por todos lados, cada vez más absurdas.
“¡Devuélveme la cosecha que echaste a perder! ¡Por tu culpa mi niño no nació!”
De ser cierto me tendría que haber dado las gracias, por que como saliera igual de
inteligente que la madre… “¡Por tu culpa a mi marido no se le levanta! ¡Sí, es por
culpa de esa bruja!” ¡Habrase visto qué morro! El caso era echar la culpa a una
mujer de lo único que no se nos puede culpar, ¿no? ¡Mala mujer, que tu marido no
da la talla y no la da, no me venga a mi con historias!
¡Ea! Todos tensos como cuerdas esperando a que alguno de los brujos diera un
paso en falso para trincharlos. Eso sí, a mi no me daban nada de miedo, ¡ja! ¡Yo
no había hecho nada! Que me mirasen y me dijesen lo que quisieran. Pena que
hubiera tantos llorones en este pueblo. El cura local estaba que no sabía qué
hacer con estos feligreses que parecían a punto de causar un derramamiento en
el pueblo y, entre unos y otros, quisieron acordar una disculpa pública para
solucionarlo todo. ¡Qué risa! ¿Pero qué disculpa? ¡Ja! Lo que me reía yo
entonces. Aún no me podía creer que la gente se tragara todo este cuento. Por
supuesto, yo me negué desde el principio a disculparme. ¡Si no había echo nada!
Por desgracia la cosa se empezó a poner fea de verdad. Los críos empezaban
a perseguirme tirándome cosas, trataban de agarrar a mis gatos para hacerles
daño. “¡Los demonios de la bruja, los demonios de la bruja!” gritaban. ¡Niños
estúpidos! Y sus padres acosándome todo el rato, no me dejaban en paz. El resto
de supuestos brujos presionándome para que acudiera al acto y pidiera disculpas.
Empezaron a no querer venderme la comida. ¡Malnacidos! Al final no me quedó
otra. ¿Qué iba a hacer una vieja como yo que nadie quería? Sólo pedía que me
dejaran a mis cosas y ni eso.
Pues nada, todos a la iglesia bien arregladitos, confesando ser brujos, pidiendo
perdón, que no lo volveríamos a hacer, bla, bla, bla…. ¡y lo mejor de todo es que
con eso fue suficiente! A casa todos tan amigos. Aunque siguieron las
murmuraciones durante un tiempo, la normalidad volvió. Nada parecía haber
cambiado especialmente, excepto que la mayoría de supuestos brujos trataban de
ser más simpáticos que de costumbre. Aún estaban acojonaos, ¡cobardes!
Menudas nenazas. Esto en mis tiempos no era así, los hombres eran hombres de
verdad y las mujeres no se dejaban llevar tan pronto por habladurías como estas.
Le hubieran vuelto la cara a la niñata a la primera tontería que dijera sobre brujas,
y yo ahora no estaría aquí, encerrada en una cárcel del Santo Oficio… ¡Señor mío!
¿Qué no veis que Vuestros enviados se han equivocado y están majaretas?
¡Todos se han vuelto locos con la historia esta de la brujería…! ¿No será esa la
verdadera treta del Diablo?
Porque claro, qué final más feliz, ¿no? Una disculpa y a casita, aunque todo
hubiera sido un mal entendido desde el principio. Pues no. Al lumbreras del
párroco no se le ocurrió otra cosa que dar el aviso al Santo Oficio sobre este tema
de brujas. Cagüen to… ¡con la iglesia hemos topado! Vino un tipejo de la capital y
empezó a hacer campaña contra brujos y brujas, arengando y aterrorizando,
haciendo especial hincapié en lo que les pasaría a aquellos que no acusaran a las
brujas. ¡Y vaya que si la gente se asustó! ¡Rápido nos vendieron! Y de la misma
manera que antes brotaron brujos, lo siguieron haciendo ahora, pero
acompañados de los más infames delitos que se le puedan pasar a uno por la
cabeza. ¡Que si habíamos matado a no se cuantos críos! ¿Pero qué son las
mujeres del pueblo, humanas o conejas? ¡Que si en los aquelarres yacíamos con
el demonio y le besábamos el trasero! Puaj, me dan arcadas de sólo pensarlo.
Además, yaciendo todos juntos y con todos, mujeres y mujeres, hombres y
hombres… ¿quién fue el enfermo al que se le ocurrió todo esto? Ay, Señor, ese sí
que estaba poseído por el demonio (se santigua) ay, ay, ay…
Nos llevaron a estas mugrientas celdas, nos encerraron y nos incomunicaron.
De vez en cuando nos sacaban y nos interrogaban. ¡Menudos interrogatorios! No
querían la verdad, querían que dijera que era bruja sin importar qué. Sabía que la
Inquisición tenía cacharros de tortura, pero no me salía de las narices. ¡Qué no!
¿Me oís? ¡Qué no! ¡Que ya soy muy vieja para mentir de esa manera! ¡Qué no y
qué no! ¡Que estoy a un paso de la tumba y no voy a perderme el paraíso por un
grupo de zopencos! (tiene un acceso de tos muy violenta) ¡Lo oís! ¡A un paso!
Pasaban los días y nos tenían en condiciones horribles, casi sin comer y sin
siquiera echarnos un agua de vez en cuando, completamente a solas, sin siquiera
oír el más leve murmullo de viento. Luego se extrañarán de que hable sola. Un
día, o una noche, yo qué sé, empezaron a llegar más presos, en tal cantidad que
ya no fueron capaces de mantenernos aislados. Como podían intercambiaban
datos para decirles lo que querían oír, seguros de que así los soltarían. ¡Panda de
ingenuos! Si es que lo que no sepan las canas…
¡Y para rematarlo, garrulos, una enfermedad se empezó a cobrar las vidas de
vuestras preciados brujos y brujas! ¡Os quedasteis sin el gusto de hacerlas vuelta
y vuelta, y ojala me lleve a mi pronto!
Es impresionante la cantidad de personas que hay aquí hacinadas, y no son
todas del pueblo. Si es que no podrían serlo ni queriendo, y oigo como algunos
dicen que han tenido que empezar a retener a la gente en otros lugares… ¿pero
qué pasa? ¿España entera se habrá vuelto loca? ¿Habrá llegado la locura de las
brujas hasta Andalucía o qué? ¡Señor, llévame pronto de este mundo de locos!
Vaya, vaya, mira tú por donde, escucho pasos. Vienen a mi celda. ¿Se habrán
decidido ya a torturarme para sacarme la mentira? Me da igual, les voy a mirar tan
mal que se van a morir del susto al pensar que la bruja les ha maldecido. Uy. Uy,
uy, uy lo que me están diciendo… ¡Mal nacidos, desgraciados! ¿Qué me vais a
quemar? ¡Si no tenéis ni pruebas de lo que soy o dejo de ser! ¿Pues sabéis una
cosa? ¡Más sus vale vivir mucho, porque yo arderé un día pero vosotros vais a
acabar en el Infierno de cabeza para toda la eternidad! ¡Verás tú qué risa cuando
os mire desde el Cielo abrazada a mi Bixintxo! ¡Vosotros sois los pecadores,
cabritos, así quedéis bien retostaditos en el Infierno todos, que a mi el Señor no
me puede reprochar lo que os va a echar en cara a vosotros, asesinos!
(Un acceso de tos terrible la hace doblarse sobre sí misma y caerse en el
escenario)