Manual Regional de Buenas Practicas Penitenciarias PDF
Manual Regional de Buenas Practicas Penitenciarias PDF
Manual Regional de Buenas Practicas Penitenciarias PDF
de buenas prácticas
penitenciarias
AIDEF
Asociación Interamericana de Defensorías Públicas
Documento de Trabajo nº 37
Serie: Guías y Manuales
Área: Justicia
Edita:
Programa EUROsociAL
C/ Beatriz de Bobadilla, 18
28040 Madrid (España)
tel: +34 91 591 46 00
www.eurosicial-ii.eu
Con la colaboración:
Fundación Abogacía Española
Expertise France
Agradecimientos
Socios Operativos
Prólogo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 13
Capítulo IX. Otras prestaciones que debe brindar el servicio penitenciario. . . . . . . . . .213
1. Privatización o externalización de los servicios . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 213
2. Sanidad . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 216
3. Educación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .221
4. Alimentación . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 227
5. Higiene . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .229
6. Ropa . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 231
7. Cultura y deportes . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 233
8. La asistencia postpenitenciaria . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .234
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Capítulo I. Concepto y ámbito del derecho
penitenciario
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II) Pero las dificultades de una labor definitoria no atañen solo a la complejidad
del ámbito de lo penitenciario, sino también a que bajo el concepto Derecho
penitenciario es preciso incluir un considerable número de normas no jurídicas
que van más allá del simple desarrollo de un cuerpo legal (ej. circulares, instruc-
ciones, norma de régimen interior). Por sí solo el derecho penitenciario no po-
dría pretender regular todos los aspectos de la vida de la prisión –trabajo, edu-
cación, sanidad e higiene, alimentación, etc.–, que se comporta como una
microsociedad, en donde además, al tratarse de una sociedad fuertemente in-
tervenida, en la que se invierte en gran medida la relación entre lo prohibido y
lo permitido –aquello que no está permitido, se encuentra prohibido–, es ne-
cesario partir de un modelo de vida normativizado.
III) Siguiendo la tradición más reciente nos inclinamos por incluir dentro del De-
recho penitenciario, exclusivamente, las cuestiones relacionadas con la ejecu-
ción de las penas y medidas privativas de libertad y de la detención. No obs-
tante, desde una perspectiva dinámica, también surgen dudas respecto del
alcance de lo que llamamos la fase de ejecución de las penas en general. En
concreto se plantea dónde termina la competencia jurisdiccional de juzgar y
dónde comienza la ejecución propiamente dicha. Aunque todas las penas per-
miten diferenciar entre su ejecución y su cumplimiento es, sin embargo, en la
pena privativa de libertad donde ese matiz es más intenso y también más ne-
cesario tener en cuenta.
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1. Argentina, Chile y Perú son algunos ejemplos de ello. Si bien en Argentina la figura existe, en el orden federal y en
algunas provincias aún controlan la ejecución los tribunales de juicio. En Chile y Perú no se ha optado aún por la
creación de jueces especializados para supervisar la ejecución de la pena.
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Hoy resulta incuestionable que el derecho penitenciario forma parte del con-
junto del orden jurídico y, además, se trata de una rama del derecho público
en la medida que abarca parte de las relaciones del Estado con los ciudadanos.
Pero más allá de esto no hay un acuerdo pacífico sobre la rama del ordena-
miento público en la que se inserta. Durante la ejecución se produce un fenó-
meno de injerencias de otras actividades públicas que aparecen y desaparecen
en relación con determinados aspectos penitenciarios (por ej. educación, tra-
bajo, sanidad) y que reclaman de una regulación normativa diversa y dispersa.
Pero las dificultades surgen también de la propia contextura híbrida del dere-
cho penitenciario en donde es fácil encontrar normas sustantivas que recono-
cen derechos subjetivos de los internos, normas adjetivas con las condiciones
y presupuestos de legitimidad frente a la jurisdicción penitenciaria y, final-
mente, normas administrativas. Claudicar a favor de una solución ecléctica in-
vocando su naturaleza híbrida no es sino una prueba más de las altas dosis de
autonomía que reclama la actividad penitenciaria.
1) Tesis administrativistas
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Esto, sin embargo, no debe sugerir una mengua en la vigencia plena de las ga-
rantías derivadas del derecho penal material y procesal que se mantienen vi-
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Del mismo modo, en “Baena vs. Panamá” (2 de febrero de 2001), se señaló que
si bien el artículo 8 de la Convención Americana se titula “Garantías Judiciales”,
su aplicación no se limita a los recursos judiciales en sentido estricto, sino “al
conjunto de requisitos que deben observarse en las instancias judiciales a efec-
tos de que las personas estén en condiciones de defender adecuadamente sus
derechos ante cualquier tipo de acto del Estado que pueda afectarlos. Es decir,
cualquier actuación u omisión de los órganos estatales dentro de un proceso,
sea administrativo sancionatorio o jurisdiccional, debe respetar el debido pro-
ceso legal”. Y agrega: “La justicia, realizada a través del debido proceso legal,
como verdadero valor jurídicamente protegido, se debe garantizar en todo pro-
ceso disciplinario, y los Estados no pueden sustraerse de esta obligación argu-
mentando que no se aplican las debidas garantías del art. 8 de la Convención
Americana en el caso de sanciones disciplinarias y no penales. Permitirle a los
Estados dicha interpretación equivaldría a dejar a su libre voluntad la aplicación
o no del derecho de toda persona a un debido proceso.”
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El interés de esta visión del sistema penal no va más allá de sus ventajas para
una comprensión lógica del mismo. Por lo demás, presenta graves objeciones:
una de las cuales es que se trata de una exposición incompleta, ya que el sis-
tema penal se sustentaría también en el poder policial, que es la primera ins-
tancia selectiva de la criminalidad. También un nuevo espacio de control pos-
tpenitenciario se afianza a pasos agigantados en nuestros sistemas penales.
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Aún es más extraño que los procesos de decisiones judiciales sean influidos por
los conocimientos empíricos. Este fenómeno de exclusivismo científico entre
ramas del saber que tienen un mismo objeto de investigación favorece una vi-
sión aislada, fragmentada y unidimensional de la prisión. La idea de la gesam-
testrafrechtswissenschaft de v. Liszt únicamente llegó a prosperar bajo la he-
gemonía del derecho penal positivo. Cuando las ciencias de la conducta logran
liberarse e iniciar un análisis crítico de las instituciones penales se originó una
fisura que aún no ha encontrado solución.
4.1. Introducción
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El sistema penitenciario refleja del mismo modo que el sistema penal una ten-
sión dialéctica permanente entre el garantismo y la defensa social o, expresado
en términos más actuales, entre las exigencias preventivas, entre las necesida-
des de los individuos, que sufren la pena, y las de la colectividad, expresadas
estas últimas en la realidad del castigo. Es la tensión que se dibuja en cualquier
texto legal penitenciario cuando –de una u otra forma– señalan a la par como
fines de las instituciones penitenciarias la reinserción y la custodia. La búsqueda
de un punto de equilibrio entre ambos extremos es una exigencia del Estado
de Derecho que no puede ignorar, por una parte, la sanción como un fenómeno
socio-jurídico ineludible y, por otra, la condición de persona del condenado,
que no puede ser sometida a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o
degradantes (Artículo 5. DUDH). Los sistemas penitenciarios de corte autoritario
se han caracterizado tradicionalmente por acentuar los aspectos subjetivos de
la ejecución en favor de los fines defensistas. Criterios como los de peligrosidad,
reincidencia, habitualidad criminal o moralidad han servido dentro de ellos para
fijarlas condiciones regimentales más autoritarias. Por el contrario, el derecho
liberal propugnó un sistema de ejecución penal sometido a las garantías del
Estado de Derecho.
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Brasil El texto legal prin- Existe el juez de Ejecución de Pe- La vigilancia externa de los presi-
cipal es la Ley de nas. dios es efectuada por la Policía Mi-
Ejecución Penal litar que depende del Poder Ejecu-
7210/84. tivo. El contacto dentro de los
presidios es efectuado por agentes
penitenciarios (civiles) también de-
pendientes del Poder Ejecutivo.
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Colombia Los textos legales Existen los Jueces de Ejecución de En Colombia las prisiones están a
que actualmente Penas y Medidas de Seguridad cargo del INPEC (Instituto Nacional
regulan la ejecu- (JEPMS). Penitenciario y Carcelario), en con-
ción de la pena pri- tacto diario con los internos se en-
vativa de la liber- cuentran los Funcionarios Públicos
tad en Colombia del Instituto, los cuales se dividen
son la Ley 1709 de en Funcionarios administrativos y
enero 20 de 2014; del Cuerpo de Custodia y Vigilancia
Ley 65 de 1993 y vinculadas por carrera administra-
Ley 906 de 2004. tiva. El INPEC depende del Ministe-
rio de Justicia y del Derecho.
Costa Rica No existe ley peni- Existen cinco Juzgados de Ejecu- Las prisiones en Costa Rica son vigi-
tenciaria. Se regula ción de la Pena o Jueces de Vigilan- ladas por la Policía Penitenciaria, ór-
mediante Regla- cia. gano adscrito al Ministerio de Justi-
mentos. cia y Paz. Conforme con la Ley
General de Policía se designa expre-
samente a la Policía Penitenciaria
como una de las fuerzas de policía
encargadas de la vigilancia y con-
servación de la seguridad pública,
siendo su competencia exclusiva la
vigilancia y control de los Centros
Penitenciarios del País. Además de
la Policía Penitenciaria, están en
contacto diario con los usuarios pri-
vados y privadas de libertad los
Equipos de Atención Técnica (orien-
tadores, trabajadores sociales; psi-
cólogos; educadores).
Ecuador No existe ley peni- Sí, existe en la formalidad legal la Funcionarios del Ministerio de Jus-
tenciaria. Las cues- figura de Juez de Garantías Peni- ticia, Derechos Humanos y Cultos.
tiones más rele- tenciarias. El organismo técnico
vantes se regulan oficial (Consejo de la Judicatura)
en el Código Inte- amplió las funciones del Juez Pe-
gral Penal. nal, para que asuma las funciones
del Juez de Garantías Penitencia-
rias.
El Salvador Existe una Ley Pe- Existen diez Jueces de Vigilancia La vigilancia la asume el personal
nitenciaria y un Penitenciaria en materia de adul- del Ministerio de Gobernación.
Reglamento Gene- tos y cinco Jueces de Ejecución de
ral de La Ley Peni- Medidas al Menor, en materia de
tenciaria. menores.
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Guatemala Hay Ley y Reglamento Existen dos juzgados de ejecu- Personal de la Dirección Gene-
penitenciarios. ción. Uno en la Capital con seis ral del Sistema Penitenciario
jueces y jurisdicción sobre dependiente del Ministerio de
quince Departamentos y otro en Gobernación.
Quezaltenango con diez jueces.
Honduras Existe una Ley del Sis- Existe el Juez de Ejecución de la Las prisiones dependen de la
tema Penitenciario y su Pena. Secretaría de Estado en los Des-
Reglamento. pachos de Derechos Humanos,
Justicia, Gobernación y Descen-
tralización; Secretaria del Poder
Ejecutivo.
México A nivel Federal existe una A nivel Federal existen tres juz- A nivel Federal la responsabili-
Ley que Establece las gados de Distrito en Ejecución dad del sistema recae en la Au-
Normas Mínimas Sobre de Penas. toridad Administrativa denomi-
Readaptación Social de nada Órgano Administrativo
Sentenciados. Está en Desconcentrado Prevención
discusión la Normativi- Readaptación Social, depen-
dad en Ejecución Penal diente de la Secretaría de Go-
que regirá en el país. bernación.
Nicaragua Existe una Ley del Régi- Existen los Jueces de Ejecución La autoridad máxima para
men Penitenciario y Eje- de Penas y Vigilancia Penitencia- coordinar, dirigir y administrar
cución de la Pena y su Re- ria. el Sistema Penitenciario es el
glamento. Ministerio de Gobernación y en
el art. 48 de la Ley se señala que
la seguridad interior se garanti-
zará con un personal interno.
Paraguay Código de Ejecución pe- Existe Juez de Ejecución Penal Los centros penitenciarios es-
nal y Ley Penitenciaria. en distintos puntos del país. tán a cargo del Ministerio de
Justicia, a través de la Dirección
General de Establecimientos
Penitenciarios.
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República Ley Sobre régimen Peni- Existe el Juez de Ejecución de la Los establecimientos penales
Dominicana tenciario. Pena. dominicanos dependen de la
Dirección General de Prisiones,
que depende de la Procuradu-
ría General de la República. La
seguridad de los recintos peni-
tenciarios, conforme lo previsto
en el artículo 95 de la Ley 224-
84, estará bajo la vigilancia y
control de personal especiali-
zado e idóneo, capaz de cum-
plir la misión social impuesta
por dicha ley. Los centros del
Modelo tradicional están a
cargo tanto de miembros del
Ejército Nacional como de la
Policía Nacional. En cambio, los
Centros de Corrección y Reha-
bilitación están a cargo de los
Agentes de Vigilancia y Trata-
miento Penitenciario, quienes
egresan de la Escuela Nacional.
Penitenciaria.
Uruguay Existe Ley Penitenciaria. El mismo Juez de proceso es Depende del Ministerio del In-
Decreto-Ley 14.470 y Ley quien ejerce la vigilancia de la terior, el cual creó el Instituto
17.897 (Ley de Libertad ejecución de la pena. Solo en la Nacional de Rehabilitación que
Provisional y Anticipada). Capital, se crearon en junio de ha ido incorporando a su com-
2014 dos cargos de “Jueces de petencia todos los centros de
Ejecución” (Ley 19.226). reclusión del país.
El INR ha instrumentado la in-
corporación de “operadores ci-
viles” a los centros de reclusión,
quienes están en trato directo
con la población reclusa, para el
apoyo y la orientación en los
beneficios que se les brindan,
tales como acceso a la educa-
ción, trabajo, cursos de forma-
ción en oficios etc., para poder
transitar hasta lograr que no
existan funcionarios policiales
dentro de los establecimientos
y que solo se dediquen a la cus-
todia de los mismos. El número
de estos operadores es muy re-
ducido en comparación con la
cantidad de funcionarios poli-
ciales que trabajan en la interna
del sistema penitenciario.
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Venezuela Existe la Ley de Régimen Existe el Juez de Ejecución. La Vigilancia exterior de la pri-
Penitenciario. sión se encuentra encomen-
dada a un organismo militar
(Guardia Nacional Bolivariana),
el cual se abstiene de toda in-
tervención en régimen y vigi-
lancia interior, salvo en los casos
donde expresamente es reque-
rido por el director de la prisión,
según lo establecido en el artí-
culo 8 de la Ley de Régimen Pe-
nitenciario. Todo lo relacionado
en materia de prisiones se en-
cuentra bajo la dirección del Mi-
nisterio del Poder Popular para
el Servicio Penitenciario.
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Así pues, del reconocimiento de unas relaciones diversas solo se deriva que al-
gunos de los derechos constitucionales (v. gr. la libertad ambulatoria) adquieran
una configuración distinta cuando se está cumpliendo una pena de prisión.
Configuración que se encuentra amparada tanto por las normas penales y pe-
nitenciarias, como procesales.
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El art. 6 del Código de Ejecución Penal de Paraguay prevé que: Ningún preve-
nido o condenado podrá sufrir limitación o menoscabo de su libertad y otros
derechos que no sea consecuencia directa e inevitable de la naturaleza de la
pena o la medida impuesta, de su regulación legal expresa y de la decisión ju-
dicial que la imponga, dentro del marco constitucional y legal. Sin embargo, al
establecer el sistema de avances y retrocesos del régimen progresivo admite
en el art. 51 que: En la medida que lo permita la mayor o menor especialidad
del establecimiento penitenciario, el período de tratamiento podrá ser fraccio-
nado en fases que importen para el interno una paulatina atenuación de las
restricciones inherentes a la pena. Estas fases podrán incluir el cambio de sec-
ción o grupo dentro del establecimiento o su traslado a otro. Estas fases no es-
tán previstas en la ley.
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El art. 1 del Código de Ejecución Penal de Perú también se inclina por no men-
cionar a los reglamentos: El interno goza de los mismos derechos que el ciuda-
dano en libertad sin más limitaciones que las impuestas por la ley y la sentencia
respectiva.
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que da una respuesta satisfactoria frente a las peculiaridades de esta rama del
derecho. Son irretroactivas con idéntico rigor que las normas penales aquellas
que determinan una modificación en la intensidad de la privación de libertad
–elemento sustantivo de la pena de prisión, tales como los permisos, condicio-
nes regimentales, beneficios, etc.– y solo serán retroactivas en la medida que
favorezcan al interno. Más alejadas de la naturaleza penitenciaria se encuentran
las normas de contenido técnico, las que regulan el procedimiento disciplinario
o las que se refieren a los aspectos organizativos de la Administración peniten-
ciaria. Unas y otras, en cambio, están sometidas al principio de eficacia en coor-
dinación con los principios constitucionales.
Por supuesto que debe entenderse que una nueva norma es más favorable
cuando permite más libertad, aunque con ello se incrementase el riesgo de la
recaída en el delito y, a la inversa, serán irretroactivas aquellas normas que fa-
voreciendo potencialmente la resocialización entraña más o mayor tiempo de
privación de libertad.
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Por otra parte, la resocialización como principio rector del sistema penal tiene
un alcance mayor e incide aunque de forma desigual a todas las fases del
mismo. Tanto el legislador como las diversas instancias de la Administración de
justicia se comprometen con el objetivo de favorecer la reinserción pacífica y
libre del condenado en la sociedad jurídica y, en los casos en que ello sea in-
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compatible con la pena impuesta, buscar medios a través de los cuales se pue-
dan neutralizar los efectos negativos de las penas. En este sentido, vemos la in-
cidencia de estas metas cuando, por ejemplo, el legislador dispone de penas
alternativas para que el órgano judicial determine aquella que pueda favorecer
la reinserción o, al menos, no perturbar las relaciones del condenado con su
medio social. También hay una influencia de este principio en los diseños eje-
cutivos de algunas penas, como la prisión, la privación del derecho a conducir
vehículos de motor o del derecho a tenencia de armas, etc.
El discurso penitenciario suele invocar con énfasis los fines resocializadores den-
tro de su esquema de decisiones y objetivos. Las soluciones a las que se arriba
son de lo más diversas y es usual que se recurra a su utilización con el fin de
restringir derechos de las personas privadas de libertad.
Es por ello que aparece como prácticamente ineludible que todo estudio o ac-
tuación directamente vinculado con la ejecución de la pena privativa de la li-
bertad en América Latina, deba contener una definición precisa acerca de qué
se entiende por reinserción social. La vaguedad del término ha transformado
al principio en una suerte de carta plurivalente cuya utilización permite solu-
ciones muchas veces contrapuestas. Como se trata de un precepto contenido
en tratados internacionales de Derechos Humanos, se impone darle contenido
específico pues sobre la base de ese postulado se estructurará todo el razona-
miento y análisis de la ejecución penal en la región. La conceptualización y de-
finición del principio de resocialización no resulta una discusión de exclusivo
orden criminológico sino, antes bien, de innegables consecuencias jurídico-
dogmáticas.
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Hoy existe un compromiso regional asumido por los estados de diseñar su sis-
tema de ejecución de penas en miras a favorecer “la reinserción social de los
condenados” (artículo 5.6 de la Convención Americana sobre Derechos Huma-
nos).
Si bien sabemos que el ideal resocializador no es más que eso, un ideal, por lo
tanto inalcanzable desde el punto de vista práctico, no puede negarse que este
sigue siendo, por imperio convencional, el objetivo de la ejecución penal en la
región. Frente a semejante jerarquía normativa, se impone reelaborar el con-
cepto, adecuándolo a un marco de interpretación acorde con los límites del de-
recho penal en un Estado de derecho.
De ello se deduce que toda medida de ejecución de penas debe estar dirigida
a hacer efectiva la obligación, inherente al Estado, de garantizar que las penas
privativas de la libertad posean el menor efecto desocializador y deteriorante
posible, a partir del despliegue de recursos materiales y humanos dirigidos a
mitigar los efectos del encarcelamiento y ofrecer asistencia al condenado en el
medio libre, durante un período previo a su liberación definitiva.
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Tal cual está formulada la vigencia del principio, trae consigo necesariamente
la implementación de un programa de tratamiento penitenciario optativo, per-
sonalizado, con interacción con el afuera. Esto conlleva, por un lado, la posibi-
lidad cierta de reincorporación al medio libre, así como también la continuidad
a modo de asistencia a través de programas de seguimiento post-penitenciario.
Por lo tanto, si los estados se encuentran obligados a garantizar a todas las per-
sonas privadas de su libertad la posibilidad de un reintegro al medio libre antes
del agotamiento de su condena, se descarta que deba existir también la posi-
bilidad de que esta se diera por cumplida en algún momento. Ninguna inter-
pretación que pueda hacerse del principio de reinserción social, ni siquiera la
más restringida imaginable, puede avalar que una persona permanezca de por
vida en prisión. La prisión materialmente perpetua, en la medida que arrastra
a la persona a la muerte civil, sin posibilidad de liberación y agotamiento, debe
ser considerada, entonces, contraría a la disposición del art. 5.6 de la Conven-
ción Americana sobre Derechos Humanos.
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6. Corte Suprema de Justicia de la Nación Argentina, Fallo "Gramajo", sentencia del 5/09/2006.
7. Corte Suprema de Justicia de la Nación Argentina, Fallo "Gimenez Ibañez", sentencia del 4/07/2006.
8. Tribunal Constitucional del Perú, Exp. 010-2002-AI/TC, sentencia del 10/7/2012, párr. 182-183.
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9. Tribunal Constitucional del Perú, Exp. 010-2002-AI/TC, sentencia del 10/7/2012, párr. 188.
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El régimen del establecimiento debe tratar de reducir las diferencias que pue-
dan existir entre la vida en prisión y la vida libre en cuanto estas contribuyan a
debilitar el sentido de responsabilidad del recluso o el respeto a la dignidad de
su persona. También se refieren a él las NPE: “La vida en la prisión se adaptará
en la medida de lo posible a los aspectos positivos de la vida en el exterior de
la prisión” (N 5. NPE).
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Capítulo II. Derechos y deberes de los privados
de libertad
En gran medida las leyes fundamentales son textos legales de constante refe-
rencia para determinar el alcance de los derechos reservados a los condenados
y los límites y condiciones en las que se ejecuta la pena de prisión en un Estado
democrático de Derecho.
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Sin embargo, el razonamiento de la Corte no terminó allí sino que también ad-
mitió la posibilidad de remisiones reglamentarias precisando y limitando el
modo que estas podrían válidamente efectuarse: “Lo anterior no se contradice
forzosamente con la posibilidad de delegaciones legislativas en esta materia,
siempre que tales delegaciones estén autorizadas por la propia Constitución,
que se ejerzan dentro de los límites impuestos por ella y por la ley delegante, y
que el ejercicio de la potestad delegada esté sujeto a controles eficaces, de ma-
nera que no desvirtúe, ni pueda utilizarse para desvirtuar, el carácter funda-
mental de los derechos y libertades protegidos por la Convención.”
Pero los derechos cuyo ejercicio se limita no pueden estar negados de forma
absoluta, en ningún caso, se puede afectar el núcleo de los mismos y se verá
afectada su esencia cuando resulte incompatible con el orden democrático. Así,
por ejemplo, la pérdida de libertad ambulatoria no permite ejecutar la pena de
modo que el sujeto permaneciese todo el tiempo internado en una celda. La
legislación tiene que asegurar que el condenado pueda disfrutar de espacios
de libertad restringida –patios y otras zonas comunes– durante la ejecución de
la pena.
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Por último, tampoco los privados de libertad, a pesar de su diversa sujeción con
los poderes públicos pueden perder derechos inalienables como son la vida o
la salud, la libertad ideológica y religiosa, ni ser sometidos a tratos inhumanos
y degradantes. La relación de derechos inalienables ha quedado expresamente
reconocida.
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• El Estado es pues libre para regular el ámbito interno del poder de la Admi-
nistración. Las relaciones que establece en el ejercicio de su soberanía son de
carácter externo, cuando regulan relaciones generales con los ciudadanos, e
interno, cuando se refieren a las relaciones especiales con determinados grupos
de personas que por lo general guarda con el Estado un específico deber de
lealtad (círculo interno del Estado). Esto explica que la sanción disciplinaria sea
más una respuesta a una conducta infiel que a una infracción, especialmente
cuando las relaciones de sujeción se entienden fundadas en la soberanía del
Estado. A diferencia del ilícito penal el administrativo se agota con la lesión al
principio de lealtad, es decir, con la frustración de unas expectativas sin nece-
sidad de que este llegue a concretarse en la infracción normativa. La siguiente
cita de Mayer ilustra hasta qué punto el administrativista alemán entendía la
responsabilidad disciplinaria como una responsabilidad de autor. La oportuni-
dad de la pena, señala Mayer, así como su forma son aspectos que entran en la
apreciación del interés del servicio. Por lo tanto, el poder disciplinario no lleva
ante los ojos una venda por cuyas estrechas aperturas solo se ve una parte de
la realidad, aquella que constituye la materia del delito, sino que tiene en cuenta
también los antecedentes meritorios y las perspectivas de enmienda que el cul-
pable puede ofrecer, el daño inferido por el castigo al nombre del funcionario,
el mal ejemplo, que, por otro lado, podría causar su impunidad en los funcio-
narios, en fin, todo lo que la prudencia política puede hallar digno de conside-
ración.
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En efecto, la propia idea del status parece estar en contradicción con las tesis
que defiende que no hay diferencias entre los condenados y las personas libres,
que permita elaborar una micro constitución penitenciaria; los privados de li-
bertad son sujetos de pleno derecho, en tanto esa condición no se haga inso-
portable con el ejercicio de ciertos derechos, como son la libertad ambulatoria
y otros directamente asociados a ella como el derecho a elegir residencia, de-
recho a la educación de los hijos, etc.
Por otra parte, los catálogos cerrados de derechos y deberes no solo no ofrecen
seguridad jurídica, ni mayor respeto a la legalidad, sino que, en ocasiones, en-
torpecen la protección de esos derechos, cuando por ejemplo el legislador dejó
de mencionar algunos de ellos o cuando los referidos catálogos no están ac-
tualizados, planteándose entonces serias dudas sobre si los nuevos derechos,
no catalogados, lo son en efecto o, por el contrario, son concesiones de la ad-
ministración penitenciaria o de la justicia, como se plantea con frecuencia con
las salidas al exterior de los privados de libertad. Además aquellas legislaciones
que han optado por elaborar catálogos, más o menos cerrados, de los derechos
y deberes de los privados de libertad, no llevan a sus lógicas consecuencias esa
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Bien sea con catalogo o sin él, los operadores penitenciarios tienen ante sí la
misión de identificar y definir cuáles son los derechos de los recluidos, sus lími-
tes y sus mecanismos de protección.
Es así que, en la región, los Estados partes han asumido como obligación inter-
nacional básica “que estos se comprometen a respetar los derechos y libertades
reconocidos en ella y a garantizar su libre y pleno ejercicio a toda persona que
esté sujeta a su jurisdicción” (Convención Americana sobre Derechos Humanos,
art 1.1). Es obvio que la situación de privación de libertad genera una posición
de especial vulnerabilidad que, sin dudas, implica un compromiso mayor en la
obligación general que le cabe a los Estados respecto de todas las personas su-
jetas a su administración.
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Sobre esta base se apoyan las teorías de relación especial de sujeción a las que
nos referíamos en el punto anterior, y que han sido la herramienta principal
para autorizar todo tipo de restricciones de derechos, el ablandamiento del
principio de legalidad, y un debilitamiento del control judicial de la ejecución.
Pero junto con todos estos efectos no queridos, la relación Estado-privado de
libertad también genera una posición de garante de aquel respecto de todos
los derechos que no se encuentran afectados por la privación de libertad. La
CorteIDH, a partir del caso Neira Alegría, ha establecido que toda persona pri-
vada de libertad tiene derecho a vivir en condiciones de detención compatibles
con su dignidad personal y el Estado debe garantizarle el derecho a la vida y a
la integridad personal. En consecuencia, el Estado, como responsable de los es-
tablecimientos de detención, es el garante de estos derechos de los detenidos
(CorteIDH, Caso Neira Alegría y otros Vs. Perú. Sentencia del 19 de enero de
1995. Serie C No. 20, párr. 60).
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“El Estado, al privar de libertad a una persona, se coloca en una especial posición
de garante de su vida e integridad física. Al momento de detener a un individuo,
el Estado lo introduce en una "institución total", como es la prisión, en la cual
los diversos aspectos de su vida se someten a una regulación fija, y se produce
un alejamiento de su entorno natural y social, un control absoluto, una pérdida
de intimidad, una limitación del espacio vital y, sobre todo, una radical dismi-
nución de las posibilidades de autoprotección. Todo ello hace que el acto de
reclusión implique un compromiso específico y material de proteger la digni-
dad humana del recluso mientras esté bajo su custodia, lo que incluye su pro-
tección frente a las posibles circunstancias que puedan poner en peligro su
vida, salud e integridad personal, entre otros derechos”; (CIDH, Informe Especial
sobre la Situación de los Derechos Humanos en la Cárcel de Challapalca, párr.
113; CIDH, Informe No. 41/99, Caso 11.491, Fondo, Menores Detenidos, Hondu-
ras, 10 de marzo de 1999, párr. 135).
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––Derecho a la propiedad.
––Derecho a la intimidad.
––Derecho a la propia imagen.
––Derecho a la inviolabilidad del domicilio.
––Derecho al trabajo.
––Derecho a participar en asuntos públicos.
––Derecho a comunicarse y expresarse libremente.
––Derecho al secreto de las comunicaciones.
––Derecho a la educación y al trabajo.
• Derechos inalienables:
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I. La relevancia del derecho a la vida y la salud corren parejas con los riesgos de
que ambos se vean agredidos a lo largo de la ejecución de la pena. La salud pe-
nitenciaria sigue siendo sensiblemente más frágil que la de la sociedad libre y
la escasa atención que se le presta y las dificultades de prevenir graves enfer-
medades en un espacio tan sanitaria e higiénicamente erosionado como un
centro penitenciario, todavía aumentan los riesgos de que los internos sufran
algún episodio más o menos grave contra su vida o su salud.
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Nos interesa subrayar que la violencia penitenciaria es ilegal y que nace al am-
paro de los campos obscuros de legalidad, de las deficiencias de control legal
y de la falta de consolidación de vías de acceso a la justicia con todas las garan-
tías por parte de los internos. En este sentido, la CIDH ha sido contundente en
cuanto a que el deber del Estado de proteger la vida e integridad personal de
toda persona privada de libertad incluye la obligación positiva de tomar todas
las medidas preventivas para proteger a los reclusos de los ataques o atentados
que puedan provenir de los propios agentes del Estado o terceros, incluso de
otros reclusos. (CIDH, Informe No. 41/99, Caso 11.491, Fondo, Menores Deteni-
dos, Honduras, 10 de marzo de 1999, párrs. 136 y 140). Asimismo, sostuvo la
CIDH que, siendo la prisión un lugar donde el Estado tiene control total sobre
la vida de los reclusos, este tiene la obligación de protegerlos contra actos de
violencia provenientes de cualquier fuente (CIDH, Informe No. 67/06, Caso
12.476, Fondo, Oscar Elías Biscet y otros, Cuba, 21 de octubre de 2006, párr. 149).
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Este cambio de criterio puede tener una particular relevancia en el mundo car-
celario ya que en prisión aparecen una gran cantidad de factores estresantes
que favorecen las conductas suicidas (duración de la condena, condiciones pe-
nitenciarias, síndrome de abstinencia, atención psiquiátrica, etc.). Los datos em-
píricos corroboran que el número de suicidios en la cárcel es sensiblemente su-
perior al que se produce en la sociedad libre. Recientemente la justicia belga
(Caso Van der Bleeken) ha dado la razón a un condenado a cadena perpetua,
quien alegaba simplemente angustia psicológica insoportable debido a su
comportamiento agresivo incorregible, del que derivaron los delitos de asesi-
nato y de violación por los que se le condenó. Sin embargo, una auténtica ava-
lancha de demandas solicitando ayuda a morir por personas condenadas a ca-
denas perpetuas ha forzado al Ministerio de Justicia belga a dejar sin cumplir
el acuerdo alcanzado por el condenado y la justicia.
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sibles, sino que son obligadas en virtud de esa posición de garante que asume
la Administración penitenciaria. Revisiones rutinarias de seguridad, conversa-
ciones en períodos críticos con personal cualificado, supervisión de visitas con
familiares o amigos para identificar conflictos o problemas que emergen du-
rante la visita, intensificación de las medidas de vigilancia, medidas de interac-
ción social positiva, como asistencia psicológica, celda compartida, comunida-
des terapéuticas, etc. Si media el consentimiento del interno estas medidas
pueden intensificarse, aun cuando entrañen condiciones de internamiento más
severas. Los límites impuestos por el derecho de la persona a decidir sobre su
propia vida en absoluto puede entenderse como abandono de quienes, debido
a razones personales muy frecuentemente relacionadas con las condiciones
penitenciarias a las que se ve sometido, deciden quitarse la vida. La Adminis-
tración, por el contrario, debe prestar una asistencia y ofertar recursos materia-
les y personales de disuasión.
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IV. Huelga de hambre. Junto con el motín las huelgas de hambre son los medios
de reivindicación más violentos que se practican en los establecimientos peni-
tenciarios.
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10. La legislación de la región no encuentra ejemplos de respeto de este principio. El art. 151 de la Ley 24.660 (Ar-
gentina) prevé: "Si el interno se negare a ingerir alimentos, se intensificarán los cuidados y controles médicos. Se in-
formará de inmediato al juez de ejecución o juez competente solicitando, en el mismo acto, su autorización para
proceder a la alimentación forzada, cuando, a criterio médico, existiere grave riesgo para la salud del interno". Con
redacción prácticamente similar el artículo 182 del Código de Ejecución Penal Paraguayo dispone: "Si el interno se
negare a ingerir alimentos, se intensificarán los cuidados y controles médicos. Se informará de inmediato al Juez de
Ejecución, solicitando en el mismo acto su autorización para proceder a la alimentación forzada cuando, a criterio
médico, existiere grave riesgo para la salud del interno. El Juez de Ejecución decidirá sobre esta medida, previa en-
trevista con el interno".
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El derecho a ser tratado dignamente, es decir, a ser tratado como persona con
sus cualidades inherentes de autonomía, diversidad, humanidad y racionalidad,
introduce en el mundo penitenciario un cambio de enorme calado que afecta
a todas las relaciones imaginables que se establecen con el interno, desde el
derecho a usar el propio nombre al derecho a disponer de un espacio en el que
poder desenvolver su individualidad o el derecho a que los registros y cacheos
a los que se le sometan estén presididos por la excepcionalidad y otros muchos
aspectos; o la prohibición de ser utilizado para pruebas científicas. De manera
que podemos convenir que más que un derecho, garantizar la dignidad de los
condenados constituye el sustento de todos los valores del hombre e inspira
al Estado en su relación con las personas.
Es así que el fundamento del desarrollo y tutela de los derechos humanos a ni-
vel internacional no es otro que el reconocimiento de la dignidad inherente a
toda persona cualquiera sea su condición personal o situación jurídica. De allí
que los límites con los que se encuentra el Estado se relacionan de manera di-
recta con esta noción fundamental y la protección de los derechos humanos
presupone la existencia de ciertos atributos inviolables de la persona que no
pueden ser ignorados ni afectados por ejercicio del poder público. En esta línea
de pensamiento se inserta el derecho de las personas privadas de libertad a re-
cibir un trato humano. En el ámbito del Sistema Interamericano este principio
está consagrado en el artículo XXV de la Declaración Americana, que dispone
que todo individuo que haya sido privado de su libertad […] tiene derecho a
un tratamiento humano durante la privación de su libertad. Además, el trato
humano debido a las personas privadas de libertad es un presupuesto esencial
del artículo 5.1 y 2, de la Convención Americana que tutela el derecho a la in-
tegridad personal de toda persona sujeta a la jurisdicción de un Estado parte.
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Los excesos con los que se emplean las medidas de registro corporal deben de
encontrar un freno en el derecho a la intimidad en un doble sentido. Por una
parte, porque los mismos han de aplicarse con un riguroso cumplimiento de la
excepcionalidad y, por otra parte, porque todos los registros corporales deben
llevarse a cabo de modo que se respete en todo momento la intimidad corporal
del sujeto afectado. No es admisible que el mismo se haga en presencia de ter-
ceras personas o que se haga por personas de distinto sexo o con desnudo in-
tegral del cacheado.
Los registros en las celdas o de los armarios en los que el interno guarda sus
enseres no han merecido nunca la menor consideración desde el respeto a la
intimidad; no obstante, la jurisprudencia comienza paulatinamente a reflexio-
nar sobre estos extremos.
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tivos y estos han ido siendo sustituidos por los individuales, más tarde, estos
se limitaban a tener unas rejas y en la actualidad tienen puertas opacas con mi-
rillas que permanecen normalmente cerradas. Esa evolución es una prueba irre-
futable de que no estamos ante un domicilio en un sentido estricto pero ter-
minaremos dándole analógicamente la misma protección. Téngase en cuenta
que hay una jurisprudencia coincidente en otorgar la condición de domicilio a
los efectos de su protección a espacios mucho más cuestionables que una
celda, como puede ser la habitación de un hotel, el habitáculo de un coche o
el departamento del vagón del tren y el camarote del barco.
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No plantea ninguna duda que dicho deber cede cuando hay una situación de
emergencia. Sin embargo, el quebrantamiento puede ser debido a que las con-
diciones de internamiento no cumplen con la legislación vigente en aspectos
esenciales y se pone en peligro la integridad o salud del interno. El deber de
permanecer privado de libertad entra en franca contradicción con el instinto
natural del hombre a la libertad, de forma que en determinadas circunstancias
en las que el interno sufre un trastorno de su personalidad por una prolongada
estadía en la prisión, debe considerarse la exculpación de la fuga.
Todo deber se corresponde con una sanción para quien lo infringe. Quien con
su fuga quebranta el deber de permanencia será objeto de una sanción cuya
gravedad va a depender de las circunstancias de la fuga. El quebrantamiento
plantea un problema de duplicidad sancionatoria que será analizado en el ca-
pítulo dedicado a las cuestiones disciplinarias.
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Capítulo III. Relación espacial y temporal de la pena
de prisión
1. Introducción
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2. El establecimiento penitenciario
2.1. Definición
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2.3. Módulos
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Entre las características más destacadas de los módulos podemos señalar las
siguientes:
• Los módulos permiten que los internos se puedan mover en su interior con
bastante libertad y establecer una relación más estrecha entre ellos, en com-
paración con las galerías ya que todo el sistema de seguridad se establece en
sus contornos, evitándose de esta manera una sucesión de espacios con sepa-
raciones rígidas.
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• Las prisiones diseñadas a partir del módulo y no de las galerías resultan mucho
más seguras porque la impermeabilidad de los módulos logra que, un eventual
conflicto en uno de ellos, pueda ser absolutamente aislado sin riesgo para el
resto del establecimiento. Desde una perspectiva de seguridad el módulo logra
la máxima fragmentación tanto de las personas como del espacio y de esta ma-
nera se economizan los recursos operativos de seguridad que, en caso de crisis
intervendrán en un espacio muy reducido.
• El módulo como una forma natural de luchar contra las mafias carcelarias se
ve respaldado en esa función cuando se organiza interiormente a partir de la
autorresponsabilidad y la participación de todos.
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La prisión del siglo XIX estaba concebida como un elemento de la trama urbana,
como las estaciones, los hospitales o los colegios, y estaba situada general-
mente en los alrededores de las ciudades. Su aspecto exterior, austero y tene-
broso, permitía a la población distinguirlo del resto de los edificios. Fue, sobre
todo después de la Guerra Mundial cuando, por las razones antes indicadas,
comenzó a extenderse un modelo penitenciario diseminado, que ocupaba
grandes extensiones de terrenos. Edificios que sobresalen en el entorno con
destacados elementos de seguridad y que obstaculizan los contactos con el ex-
terior tanto de sus habitantes, como de quienes trabajan en él. En este sentido
no es exagerado afirmar que la política penitenciaria que se ha seguido tozu-
damente a favor de la opción rural está en contradicción con los principios que
reclaman evitar el desarraigo de los internos.
Estas cuestiones tienen particular relevancia en la región, sobre todo en los paí-
ses que poseen una extensión geográfica importante y una distribución de los
establecimientos carcelarios distante de los grandes centros urbanos. En oca-
siones, la lejanía de las prisiones transforma en sumamente dificultosa la visita
de los familiares y allegados del privado de libertad, sea por su difícil acceso o
por lo oneroso del traslado. Muchas veces esta circunstancia imposibilita el con-
tacto con afectación directa en el derecho a mantener relaciones familiares. En
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Por otra parte, en algunos países de la región esta práctica suele utilizarse como
castigo encubierto por lo resulta imperativo prestar mucha atención a los fun-
damentos y circunstancias en las que se producen estos movimientos. El aloja-
miento en lugares distantes también suele afectar el contacto de la persona
privada de libertad con sus defensores, y demás organismos de asistencia y
control, a la par de dificultar el acceso a la justicia por la lejanía de las sedes ju-
diciales en las que se tramitan los procesos. Los PBP prevén en forma expresa
que al momento de la determinación del alojamiento de un interno se debe
tomar en cuenta "la necesidad de las personas de estar privadas de libertad en
lugares próximos o cercanos a su familia, a su comunidad, al defensor o repre-
sentante legal, y al tribunal de justicia u otro órgano del Estado que conozca
su caso" (Principio IX.4, Resolución 1/08 de la CIDH (PBP).
Sobre esto la CIDH ha observado que los estados deben adoptar todas aquellas
medidas conducentes a asegurar que las personas privadas de libertad no sean
recluidas en establecimientos ubicados a distancias extremadamente distantes
de su comunidad, sus familiares y representantes legales. Asimismo, ha esta-
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blecido que deben examinar los casos individuales de los presos y facilitar en
la medida de lo posible su traslado a un centro de privación de libertad cercano
al lugar donde reside su familia. Finalmente, respecto de la invocación de razo-
nes vinculadas con el fenómeno de la sobrepoblación de los establecimientos,
ha dicho que es fundamental que los Estados superen aquellas deficiencias es-
tructurales que ocasionan la concentración de reclusos exclusivamente en de-
terminadas áreas geográficas, y procuren la construcción de centros de priva-
ción de libertad en aquellas jurisdicciones cuya actividad judicial lo demande.
De forma tal que se mantenga una distribución geográfica racional de la po-
blación penitenciaria. (CIDH, Informe sobre los derechos Humanos de las per-
sonas privadas de libertad en las Américas, 2011, p. 226).
II. En cuanto al tema de la capacidad que debe tener una prisión, no encontra-
mos referencias concretas en la normativa internacional. Por otra parte, tan im-
portante como la capacidad ideal de un establecimiento son los recursos de
que dispone, las condiciones de vida en su interior y la movilidad. Las nuevas
prisiones plantean un grave problema de disponibilidad de espacio, de manera
que aun cuando consumen grandes extensiones el interno se mueve en un es-
pacio relativamente estrecho. También influyen las condiciones de las zonas
comunes. El patio de las prisiones, que es un espacio de encuentro y esparci-
miento, en la mayoría de las cárceles es un lugar desagradable e inhóspito,
donde se encuentra una muchedumbre de presos hacinados en un espacio
muy pequeño y sucio, sin apenas equipamientos.
Con todo se puede dar por válido que las prisiones de grandes dimensiones
están deshumanizadas, se organizan con criterios de grandes centros indus-
triales en los que la mercancía cuyo cuidado se gestiona son personas privadas
de libertad. Los cargos de responsabilidad no tienen apenas contacto directo
con la población y no conocen sus problemas cotidianos, hay una fisura más
que pronunciada entre el interior y el exterior.
Los riesgos para la seguridad se incrementan y las medidas de este tipo se so-
bredimensionan frente a cualquier otra aspiración. También apostar por esta-
blecimientos de pequeñas dimensiones asegura una oferta mayor de regiona-
lización y se evita la desubicación. Pocas legislaciones encontramos que –como
en el caso de la española– se pronuncien con detalle sobre el tema de la capa-
cidad, señalando que los “establecimientos penitenciarios no deberán acoger
más de trescientos cincuenta internos por unidad” (artículo 12.2). En su mo-
mento se justificó esta cantidad diciendo que responde a una demanda de las
instituciones internacionales a favor de que los países inviertan en centros de
pequeñas dimensiones, porque con ello se alcanzan mayores ventajas de cara
a la resocialización del interno. Pero la cuidada redacción que se ha dado a la
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Uno de los problemas que viven las prisiones de todo el mundo es el del haci-
namiento. Las causas inmediatas son: la falta de espacio y de recursos y la falta
de una cultura jurídica entre los operadores de la justicia penal, que se tome
en serio la urgente necesidad de poner en marcha las alternativas a la pena de
prisión, las cuales, en términos generales, cumplen suficientemente con las exi-
gencias de prevención general para resolver los conflictos planteados por los
delitos de gravedad media y baja, que constituyen más del 50% y que son los
causantes de esa sobrepoblación.
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Una de las causas más evidentes del exceso de personas alojadas en estableci-
mientos carcelarios es la ausencia de un diagrama serio de política criminal, co-
herente y acorde con las herramientas disponibles para sustentarlo. Los países
suelen optar por la utilización del derecho penal como principal método de so-
lución de conflictos y –sobre la base de este modelo– la utilización de la prisión
como pilar del sistema punitivo. A ello se suma el uso indiscriminado de una
medida de excepción como la prisión cautelar. La sobrepoblación generada por
el exceso de detenciones preventivas conlleva, además, la inobservancia de
otro mandato, como es la diferenciación en el trato a condenados y procesados.
El art. 5.4 de la Convención Americana sobre Derechos Humanos establece: “Los
procesados deben estar separados de los condenados, salvo circunstancias ex-
cepcionales, y serán sometidos a un tratamiento adecuado a su condición de
personas no condenadas”.
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Existen sin embargo, en la región, algunas excepciones que pueden ser consi-
deradas como buena práctica normativa sobre la problemática. Son los casos
de las disposiciones contenidas en las legislaciones de Paraguay, Bolivia y Hon-
duras. La ley Paraguaya establece la prohibición de alojamiento por sobre la ca-
11. Un ejemplo claro es el art. 59 de la Ley de Ejecución Argentina: "El número de internos de cada establecimiento
deberá estar preestablecido y no se lo excederá a fin de asegurar un adecuado alojamiento".
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pacidad del centro y faculta al Director para rechazar el ingreso excedente, ade-
más del deber de comunicar al Juez de Ejecución cuando la capacidad se en-
cuentre al límite.12
12. Artículo 79 del Código de Ejecución Penal de Paraguay: "Capacidad de Establecimiento. El número de internos
en cada establecimiento no podrá superar su capacidad máxima certificada, a fin de asegurar la adecuada custodia
y tratamiento del interno. El Director del establecimiento estará facultado para rechazar el ingreso excedente de in-
ternos. Cuando un establecimiento se encuentre al límite de su capacidad de alojamiento, el director del mismo de-
berá comunicar el hecho al Juez de Ejecución".
13. Artículo 83 de la ley de Ejecución Penal y Supervisión de Bolivia: "La capacidad máxima de albergue de cada es-
tablecimiento penitenciario, estará preestablecida por Resolución Ministerial. El número de internos en cada esta-
blecimiento, no podrá superar su capacidad máxima, a fin de asegurar la adecuada custodia y tratamiento del in-
terno. El director del establecimiento, estará facultado para rechazar el ingreso excedente de internos."
14. Artículo 66 de la Ley del Sistema Penitenciario Nacional de Honduras: "El número de personas internas en cada
establecimiento debe estar preestablecido en relación con su capacidad real y no excederse a fin de asegurar una
adecuada convivencia. En el caso de que el número de personas internas en un Establecimiento Penitenciario alcance
el máximo permitido, el (la) Director(a) Nacional, con autorización del Consejo Directivo, debe proceder a distribuir
la población penitenciaria en otros establecimientos, notificando en su caso a los respectivos Jueces de Ejecución.
Cuando se lleve a cabo la distribución poblacional por agotamiento de la capacidad máxima de un Establecimiento
Penitenciario, se debe velar porque las personas internas de mayor antigüedad accedan a la Etapa de Preliberación
o libertad condicional, si es posible, dentro del marco de la Ley. En todo caso, el traslado de personas internas se
debe realizar a los Establecimientos Penitenciarios más cercanos al lugar de residencia de sus familiares".
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Por su parte, los PBP han tomado conciencia no solo de la gravedad del haci-
namiento, sino también de la frecuencia con la que se da y la actitud de pasivi-
dad de las autoridades en estas situaciones dando por valido que se trata de
un mal crónico e inevitable de los sistemas penitenciarios modernos. Acerta-
damente la norma internacional establece con contundencia no solo la grave-
dad sino el compromiso de resolverla que tienen las autoridades (“La autoridad
competente definirá la cantidad de plazas disponibles de cada lugar de priva-
ción de libertad conforme a los estándares vigentes en materia habitacional.
Dicha información, así como la tasa de ocupación real de cada establecimiento
o centro deberá ser pública, accesible y regularmente actualizada. La ley esta-
blecerá los procedimientos a través de los cuales las personas privadas de li-
bertad, sus abogados, o las organizaciones no gubernamentales podrán im-
pugnar los datos acerca del número de plazas de un establecimiento, o su tasa
de ocupación, individual o colectivamente. En los procedimientos de impug-
nación deberá permitirse el trabajo de expertos independientes. La ocupación
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También la posición del TEDH se ha endurecido frente a este tema. La línea ju-
risprudencial que venía sosteniendo era que a pesar de ser un problema que
debía ser atendido por las autoridades, como quiera que la sobrepoblación no
fuera deliberada no podía conceptuarse como trato inhumano y degradante.
Las cosas han cambiado a partir de caso Dougoz contra Grecia en el año 2007,
donde, en un ejercicio de mayor coherencia, se señaló que la circunstancia de
que fuera o no deliberado no modificaba en nada que los daños que sufren los
internos en un centro hacinado vulnera el artículo 3 del Convenio Europeo de
Derechos Humanos que prohíbe los tratos degradantes.
3. La celda
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II. Escasa atención ha merecido la protección del espacio celular frente a intro-
misiones de terceras personas. No se ha tenido en cuenta que en su interior se
desarrollan actividad que pertenecen a la esfera íntima de las personas y que
las similitudes con la morada están fuera de dudas. Una vez más la fuerza ex-
pansiva de lo regimental deja sin protección derechos fundamentales del in-
terno que no necesariamente están enervados por la pérdida de libertad. Los
registros de celdas deben estar sometidos a unas garantías excepcionales, que
sería recomendable se recogieran en la ley. Motivación, excepcionalidad, pre-
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En aquellos sistemas en los que se cuenta con jurisdicción penitenciaria los per-
misos para registrar –salvo en situaciones de urgencia– son asumibles. Por otra
parte, ya algunas normas como las NPE extienden a los registros de las celdas
determinadas garantías previstas por la ley para los registros del domicilio (“El
detenido estará presente cuando se registren sus efectos personales, a menos
que las técnicas del registro o el daño potencial al personal lo impida”. Norma.
54.8). Los PBP no contienen una disposición similar pero establecen que "las
inspecciones o registros practicados al interior de las unidades e instalaciones
de los lugares de privación de libertad, deberán realizarse por autoridad com-
petente, conforme a un debido procedimiento y con respeto a los derechos de
las personas privadas de libertad" (Principio XXI). Creemos que en esta previsión
genérica deben considerarse incluidos los principios enunciados.
Si tomamos en consideración que los internos pasan gran parte del día en sus
celdas, es lógico que a este espacio se le haya prestado especial atención. Las
NPE señalan que “El alojamiento destinado a los detenidos, y en particular los
dormitorios, respetarán la dignidad humana y, en la medida de lo posible, su
intimidad, y responderán a los requisitos mínimos requeridos en materia de sa-
lud e higiene, teniendo en cuenta las condiciones climáticas, y especialmente
la superficie de suelo, el volumen de aire, la iluminación, la calefacción y la ven-
tilación” (N. 18.1). En términos similares las RMTR (”Los locales destinados a los
reclusos y especialmente a aquellos que se destinan al alojamiento de los re-
clusos durante la noche, deberán satisfacer las exigencias de la higiene, habida
cuenta del clima, particularmente en lo que concierne al volumen de aire, su-
perficie mínima, alumbrado, calefacción y ventilación”, R.10). Y, en el ámbito re-
gional, los PBP: "Las personas privadas de libertad deberán disponer de espacio
suficiente, exposición diaria a la luz natural, ventilación y calefacción apropia-
das, según las condiciones climáticas del lugar de privación de libertad. Se les
proporcionará una cama individual, ropa de cama apropiada, y las demás con-
diciones indispensables para el descanso nocturno. Las instalaciones deberán
tomar en cuenta las necesidades especiales de las personas enfermas, las por-
tadoras de discapacidad, los niños y niñas, las mujeres embarazadas o madres
lactantes, y los adultos mayores, entre otras" (Principio XII).
Estas exigencias se concretan en una habitación con luz natural, por tanto con
ventana que no puede ser tapiada, con un mobiliario mínimo de una cama, un
armario y con servicios sanitarios en su interior. Las dimensiones de las celdas
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4.1. Ingreso
Uno de esos momentos claves es, sin duda, el ingreso, en especial cuando se
trata de personas que nunca con anterioridad habían sufrido la privación de la
libertad. Estos han sido descritos por la ciencia penitenciaria como angustiosos
y, en especial, cuando el sujeto arrastra algún tipo de abstinencia psicotrópica
que le genera situaciones de ansiedad o cuando entra como preso preventivo
y vive la angustia de una incertidumbre generalizada sobre su propia suerte.
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Los PBP establecen que: "Toda persona privada de libertad tendrá derecho a
que se le practique un examen médico o psicológico, imparcial y confidencial,
practicado por personal de salud idóneo inmediatamente después de su in-
greso al establecimiento de reclusión o de internamiento, con el fin de constatar
su estado de salud físico o mental, y la existencia de cualquier herida, daño cor-
poral o mental; asegurar la identificación y tratamiento de cualquier problema
significativo de salud; o para verificar quejas sobre posibles malos tratos o tor-
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Un tratamiento especial merece los ingresados extranjeros. Para ellos están pre-
vistas informaciones concretas sobre los representantes diplomáticos de sus
países, sobre las posibilidades de solicitar el traslado conforme a los convenios
internacionales y sobre las medidas que la legislación nacional tiene específica
para este colectivo.
• Derecho de las madres a tener los hijos menores de edad consigo. Indepen-
dientemente del derecho al ejercicio de la maternidad durante la reclusión, se
les reconoce a las madres el derecho de mantener consigo a sus hijos en los
momentos del ingreso por encima de otras consideraciones y solo con carácter
provisional.
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4.2. Liberación
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recupera el dinero y los bienes que hubieran quedado en custodia, con excep-
ción de las sumas que hayan sido retiradas con autorización, de los bienes que
hayan sido enviados a otras instituciones con autorización o de los que hayan
sido destruidos por medidas de higiene.
En esta línea se pronuncian los PBP al referirse a las medidas alternativas o sus-
titutivas a la privación de libertad: "Los Estados Miembros de la Organización
de los Estados Americanos deberán incorporar, por disposición de la ley, una
serie de medidas alternativas o sustitutivas a la privación de libertad, en cuya
aplicación se deberán tomar en cuenta los estándares internacionales sobre
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4.3. Traslados
La importancia del traslado es tal y los riesgos de que encubra una sanción son
tan frecuentes que en aquellos sistemas que cuentan con jurisdicción peniten-
ciaria es conveniente que la autoridad judicial, al menos, tenga conocimiento
de él y lo apruebe.
Las NPE incluso establecen como garantía que “en la medida de lo posible, los
detenidos serán consultados en relación a su asignación inicial y en relación a
cada traslado ulterior de una prisión a otra” , N. 17.3. También sobre los traslados
se ha pronunciado el CPT indicando que, a pesar de que ciertos traslados pue-
den estar plenamente justificados para tratar de adaptar a un interno a una pri-
sión de mejores condiciones para sus circunstancias, sin embargo, los continuos
traslados de un preso de un establecimiento a otro pueden tener efectos muy
nocivos con respecto a su bienestar físico y psicológico. Además, un preso en
dicha posición tendrá dificultades para mantener los contactos adecuados con
su familia y su abogado. El efecto global de traslados sucesivos en el preso po-
dría derivar, en determinadas circunstancias, en trato inhumano y degradante.
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Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
98
AIDEF
4.4. Conducción
Especial cuidado debe tenerse en aquellos casos en los que son trasladadas
madres que llevan consigo a sus hijos. Salvo estrictas razones de seguridad es-
tos traslados deben hacerse en vehículos que no delaten la condición peniten-
ciaria de la mujer.
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Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
En otro orden, las personas privadas de libertad también son vulnerables frente
a malos tratos de las autoridades durante el transporte propiamente dicho. La
CIDH ha analizado con mucho detenimiento las violaciones que se producen a
raíz de la disposición de traslados de detenidos y mientras son llevados de un
lugar a otro. A este respecto, ha mencionado en su informe de 2011 "que los
deberes especiales del Estado de respetar y garantizar los derechos a la vida e
integridad personal de las personas bajo su custodia, no se limitan al contexto
específico de los centros de privación de libertad, sino que se mantienen en
todo momento mientras estas personas se encuentren en custodia del Estado;
por ejemplo, mientras son transportados hacia los centros de detención, o de
ahí a otros lugares como hospitales, juzgados etc., o cuando son trasladados
de un centro de reclusión a otro. En estos casos permanece la obligación pe-
rentoria del Estado de no someter a estas personas a tratos crueles, inhumanos
o degradantes" (CIDH, Informe sobre los derechos Humanos de las personas
privadas de libertad en las Américas, 2011, p. 187).
5. El régimen penitenciario
5.1. La seguridad
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II. La aplicación de una medida de seguridad por insignificante que ella sea in-
troduce en el ambiente de la prisión un elemento de desequilibrio. Un registro,
un cacheo o la simple vigilancia son para el interno un recordatorio de su con-
dición de sujeto vigilado. Si la vigilancia permanente es insoportable en la so-
ciedad libre, aún lo es más en la prisión ya que viene a restar libertad e intimidad
en un medio en el que, ya de por sí, el ejercicio de esos derechos resulta muy
constreñido. Solo teniendo en cuenta estas consideraciones pueden compren-
derse las actitudes de rebeldía que en ocasiones adopta la población peniten-
ciaria aun a riesgo de ser gravemente sancionada.
Los internos rechazan los controles y se niegan a colaborar con ellos. Esta acti-
tud no siempre guarda relación con planes de fuga o de posesión de artículos
no autorizados. En ocasiones se ha explicado por la insolidaridad que muestran
los internos frente a la actividad penitenciaria, pero, a nuestro juicio, responde
más a una reacción de autodefensa frente a lo que se percibe como agresión a
una resistencia política frente a lo injustamente desproporcionado. Así las cosas,
es preciso que estas medidas se apliquen con carácter excepcional y que se res-
101
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
peten los principios legales que limitan su ejecución. No deben confundirse las
medidas de seguridad del establecimiento con las medidas regimentales –por
ejemplo, horarios–. Coinciden en tanto que ambas confluyen en asegurar el
cumplimiento de la privación de libertad, incluso las medidas de seguridad pro-
tegen, como hemos señalado, a los propios internos de eventuales agresiones
procedentes del resto de la población penitenciaria, con lo que es una garantía
para el ejercicio de sus derechos como persona, pero las medidas de seguridad
tienen un marcado carácter excepcional.
5.1.1. Principios
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Específicamente respecto de las mujeres las Reglas de las Naciones Unidas para
el tratamiento de las reclusas y medidas no privativas de la libertad para las mu-
jeres delincuentes (Reglas de Bangkok) prevén que se adoptarán medidas efec-
tivas para resguardar la dignidad y asegurar el respeto de las reclusas durante
los registros personales, que serán realizados únicamente por personal feme-
nino que haya recibido capacitación adecuada sobre los métodos apropiados
de registro personal y con arreglo a procedimientos establecidos (Regla 19); y
se deberán preparar otros métodos de inspección, por ejemplo de escaneo,
para sustituir los registros sin ropa y los registros corporales invasivos, a fin de
evitar las consecuencias psicológicas dañinas y la posible repercusión física de
esas inspecciones corporales invasivas (Regla 20).
Conforme con las anteriores referencias internacionales, desde luego, si –en ca-
sos de extrema necesidad– hubiera que realizar inspecciones anales o vaginales
debe evitarse siempre el desnudo integral y debe hacerse por personal facul-
tativo y evitando la presencia de terceras personas.
El principio general de que las limitaciones de los derechos de los reclusos solo
pueden venir justificadas por razones contrastadas y durar el tempo estricta-
mente necesario, se viene a excepcionar por algunas legislaciones que contem-
plan que se les aplique un régimen de aislamiento a determinadas personas
que pueden ser objeto de agresiones incontroladas por otros internos. Los fac-
tores de selección pertenecen en ocasiones a las leyendas penitenciarias, si
bien, la experiencia demuestra que tiene un fundamento preventivo. Dentro
de estos internos especialmente protegidos mediante medidas de aislamiento
del resto de la comunidad prisional se encuentran los autores de delitos espe-
cialmente graves contra las personas, o que han merecido una especial aten-
ción mediática, o que ejercieron determinadas profesiones –tales como jueces,
policías o los propios funcionarios de prisiones–. Para evitar que esta medida
pueda ser empelada como una sanción encubierta debe ser solicitada o con-
sentida por el interno y aprobada por una autoridad judicial.
106
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Con mayor precisión, en 2008 los PBP prevén la prohibición absoluta por dis-
posición de la ley de las medidas o sanciones de aislamiento en celdas de cas-
tigo y que estas medidas se adopten respecto de mujeres embarazadas; de las
madres que conviven con sus hijos al interior de los establecimientos de priva-
ción de libertad; y de los niños y niñas privados de libertad (Principio XXII.3).
Según este principio: "El aislamiento solo se permitirá como una medida estric-
tamente limitada en el tiempo y como un último recurso, cuando se demuestre
que sea necesaria para salvaguardar intereses legítimos relativos a la seguridad
interna de los establecimientos, y para proteger derechos fundamentales, como
la vida e integridad de las mismas personas privadas de libertad o del personal
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Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
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Capítulo IV. El control judicial de la ejecución de
la pena
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Ahora bien sería ingenuo pensar que para garantizar la eficacia de estos jueces
en sus funciones de control de legalidad efectivo basta con la modificación del
110
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Por otra parte, será necesario también que la prisión se conciba de una forma
diferente, que se produzca un cambio integral en la forma en la que hasta ahora
hemos venido gestionando el servicio de prisiones. Las ideas positivistas más
rancias siguen apoderadas de esa gestión y no permiten su evolución hacia
planteamientos más laicos.
La cárcel sigue concibiéndose con una disciplina militar que asfixia la posibili-
dad de establecer una relación distinta entre el servicio de prisiones y el interno.
El proceso de socialización exige antes que nada cambiar esa visión extrema-
damente autoritaria reñida con una sociedad democrática y con un Estado so-
cial que debe promocionar a las personas necesitadas para que pueda norma-
lizar su vida en la sociedad libre. Un cambio en el modelo penitenciario pasa
por concebir este órgano judicial como una institución externa al sistema a la
cual puedan acceder las personas privadas de libertad sin necesidad de some-
terse a forma alguna para activar un control y una verificación de la condiciones
de su detención. Este instrumento, debidamente reforzado por la ley, en sus
competencias y con posibilidades de publicitar los resultados de su labor, podrá
contribuir a favorecer la maduración de una conciencia de derechos, no solo
en los propios detenidos sino también en los operadores de la justicia penal.
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Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
para asegurar que la ejecución se hace conforme a lo que establece la ley y los
principios que inspiran el sistema. Dependiendo de la tradición jurídica y el de-
recho interno de cada Estado, la función que desempeña el juez de vigilancia
penitenciaria puede, no obstante, ser asignada a un juez administrativo o in-
cluso a otra autoridad especializada con poderes coactivos, siempre y cuando
esté establecida por ley, y sea independiente e imparcial. En el mismo sentido
se expresa el Conjunto de principios para la protección de todas las personas
sometidas a cualquier forma de detención o prisión (“Toda forma de detención
o prisión debe quedar sujetas a la fiscalización efectiva de un juez u otra auto-
ridad” P. 4). No obstante, la CADH se refiere a la protección judicial, y no de otra
naturaleza, en términos tan amplios que son de aplicación en el escenario pe-
nitenciario (“1. Toda persona tiene derecho a un recurso sencillo y rápido o a
cualquier otro recurso efectivo ante los jueces o tribunales competentes, que
la ampare contra actos que violen sus derechos fundamentales reconocidos
por la Constitución, la ley o la presente Convención, aun cuando tal violación
sea cometida por personas que actúen en ejercicio de sus funciones oficiales”.
Artículo 25).
IV. Como hemos señalado las interrogantes en torno a esta figura se originan
ya en la selección del nomen iuris más adecuado. En un análisis de derecho com-
parado apreciamos dos tendencias: de un lado, los países que se inclinan por
la denominación juez de vigilancia penitenciaria y, de otro, los países que han
preferido llamarle juez de ejecución de penas. En parte, una u otra opción
guarda relación con un tema ya tratado en el primer capítulo, referido al alcance
del Derecho penitenciario. Si el mismo abarca la ejecución de todas las penas,
parece más acertado considerar que se trata de un órgano judicial encargado
de la ejecución de las penas. Por el contrario, si consideramos que lo peniten-
ciario va referido solo a la pena de prisión, la fase de ejecución resultará some-
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Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
Al compartir el carácter judicial con el juez o tribunal que dictó la sentencia los
jueces de vigilancia penitenciaria asumen con todas las garantías la función de
hacer ejecutar lo juzgado, es decir, el cumplimiento y/o ejecución de la con-
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dena. Con carácter general asumen todas las funciones que les corresponderían
a los jueces o tribunales sentenciadores. Esta transferencia de competencias no
se hace a modo de delegación, sino que el juez de vigilancia la asume de forma
autónoma ex novo. Tan solo en algunos sistemas, se encuentra prevista la in-
tervención del tribunal sentenciador para resolver los recursos de segunda ins-
tancia frente a las decisiones de aquellos. No nos encontramos ante un su-
puesto de delegación de competencias ya que de ser así el órgano
delegante –tribunal sentenciador– podría recuperar las competencias delega-
das y esa posibilidad no se contempla.
De esta forma el juez de vigilancia asume todas las competencias desde el mo-
mento en que la sentencia deviene firme hasta que se extingue la responsabi-
lidad penal por cumplimiento de la sentencia. En aquellos supuestos en los que
la condena se prolonga tras la liberación, limitando algunos derechos del con-
denado, debe entenderse que, igualmente, es competencia del juez de vigilan-
cia, porque forma parte de la condena pendiente de ejecutar, a pesar de que la
misma se haya mutado en la dinámica de la ejecución.
Teniendo en cuenta lo anterior resulta más fácil pronunciarse sobre algunos es-
pacios intermedios del procedimiento penal y, más concretamente, sobre la lla-
mada liquidación de condena y sobre el beneficio de la dispensa de la pena. La
primera consiste en una actividad que se realiza después de ser firme la con-
dena. Se cuenta ya con una pena concreta –pena nominal– a la que procede
restar el tiempo de las medidas cautelares, que haya podido sufrir el conde-
nado. A resultas de esa operación nos encontramos con la pena real, que debe
ejecutarse. Para un sector de la doctrina dicha operación es todavía determi-
nación de la pena y, por tanto, corresponde asumirla al tribunal sentenciador.
Sin embargo, no hay determinación de la pena cuando ya contamos con una
pena concreta, lo que se explica porque la individualización de la pena es un
proceso continuo que pasa por distintas fases. La liquidación ya no es determi-
nación de la pena, sino concreción de la pena que corresponde cumplir mate-
rialmente. La pena ha pasado de presentar una magnitud nominal a otra real.
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II. Como es lógico, son las competencias estrictamente penitenciarias las que
ocasionan más problemas. Los responsables de los sistemas penitenciarios in-
sisten en que una cárcel sería ingobernable si un órgano ajeno a la misma tu-
viera que tomar las decisiones más importantes. Pero la presencia de un órgano
judicial en la prisión no es algo que pueda cuestionarse por razones de opera-
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Citaremos tan solo dos cuestiones de las muchas que plantean problemas de
competencia. Por un lado están los traslados. La Administración considera que
un traslado es un instrumento de gestión que en nada afecta a los privados de
libertad, los cuales no pueden disponer sobre el establecimiento en el que quie-
ren cumplir su condena y, en consecuencia, es competencia exclusiva de los ór-
ganos administrativos. Sin embargo, las cosas no son así porque el lugar donde
se cumple no es una cuestión irrelevante, sino que puede formar parte de las
estrategias de desubicación dentro del sistema con el objetivo de cercenar el
ejercicio de muchos derechos –piénsese, por ej. en las visitas familiares– por
otra parte, es frecuente el uso del traslado como medida disciplinaria. Ambas
razones justifican sobradamente el control judicial de los mismos.
En síntesis, cabe entender que todas aquellas decisiones que implican la mo-
dificación sustancial de los aspectos cualitativos de la sanción penal, sin dudas,
deben estar incluidas dentro de las facultades jurisdiccionales del órgano de
ejecución. El avance y retroceso de los internos por los distintos períodos de
atenuación de las condiciones de encierro, la concesión de salidas transitorias,
semilibertad, prisión domiciliaria, libertad condicional; la sustitución de la pena
por trabajos comunitarios, la revisión de sanciones disciplinarias, el contralor
de las condiciones de detención y los traslados de internos de un estableci-
miento a otro, en tanto resultan ser cuestiones que afectan de manera directa
el aspecto cualitativo de la pena, no pueden ser otra cosa que objeto de una
decisión de carácter jurisdiccional.
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Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
III. Pero hay que contar con la posibilidad de que el juez pueda intervenir en
todas aquellas ocasiones que estime que se están poniendo en peligro o lesio-
nando los derechos de los privados de libertad o, simplemente, que se vulnera
la ley en aspectos trascendentales relacionados con la ejecución de la pena. Es
muy cierto que establecer las competencias de un juez en términos tan amplios
es una contradicción con el principio de legalidad que debe regir las compe-
tencias de estos jueces. Pero sus competencias no se limitan a garantizar dere-
chos sino a asegurar el ejercicio efectivo de los mismos. Para alcanzar este co-
metido debe contar con la posibilidad de intervenir en todo aquello que
considere un riesgo para esos derechos –referente a la organización y desarrollo
de los servicios de vigilancia, a la ordenación de la convivencia interior en los
establecimientos, a la organización y actividades de los talleres, escuela, asis-
tencia médica y religiosa, y, en general, a las actividades regimentales, econó-
mico-administrativas y de tratamiento penitenciario–. Es evidente que evitar
una deplorable higiene en la cocina del establecimiento o una situación de ha-
cinamiento no son competencias directas de los jueces de vigilancia, pero en
la medida que esas situaciones comprometen gravemente la salud de los in-
ternos, debe poder intervenir. Es probable que la obligación de realizar visitas
periódicas a los establecimientos penitenciarios, aun cuando no medie ninguna
denuncia, pueda resultar, incluso, inquisitorial, pero no puede prescindirse de
ellas.
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Básicamente se cuenta con dos tipos de recursos que permiten a las personas
privadas de libertad el acceso a la justicia en protección de sus derechos fun-
damentales. Por un lado, el artículo 25.1 de la Convención Americana dispone:
"Toda persona tiene derecho a un recurso sencillo y rápido o a cualquier otro
recurso efectivo ante los jueces o tribunales competentes, que la ampare contra
actos que violen sus derechos fundamentales reconocidos por la Constitución,
la ley o la presente Convención, aun cuando tal violación sea cometida por per-
sonas que actúen en ejercicio de sus funciones oficiales". Por el otro, la posibi-
lidad legal de acudir de forma directa al Juez de Ejecución de Penas a efectos
de que resuelva una de las cuestiones de su competencia específica en el marco
del sistema progresivo previsto legalmente, o el control judicial sobre las deci-
siones administrativas. Esta variante depende de la legislación procesal de cada
país y del mecanismo que se prevé para lograr un pronunciamiento del Juez
de Ejecución. Consiste en la asignación de competencia al poder judicial para
resolver determinados incidentes que suceden durante la etapa de ejecución
en un proceso en el que se respeten las garantías previstas en el proceso penal.
Se trata de una extensión del ámbito de actuación del derecho procesal penal
a la etapa de ejecución de las sentencias.
Respecto de la primera vía, los PBP fijaron los estándares relativos a la naturaleza
y alcances que debe tener, Principio V. […] Toda persona privada de libertad,
por sí o por medio de terceros, tendrá derecho a interponer un recurso sencillo,
rápido y eficaz, ante autoridades competentes, independientes e imparciales,
contra actos u omisiones que violen o amenacen violar sus derechos humanos.
En particular, tendrán derecho a presentar quejas o denuncias por actos de tor-
tura, violencia carcelaria, castigos corporales, tratos o penas crueles, inhumanos
o degradantes, así como por las condiciones de reclusión o internamiento, por
la falta de atención médica o psicológica, y de alimentación adecuadas. En ge-
neral las legislaciones de los distintos países establecen recursos de este tipo
con ciertas diferencias de denominación. En ocasiones el acceso a la justicia se
garantiza a través de la acción de amparo o tutela, o bien directamente por la
vía del hábeas corpus en su modalidad correctiva.
La CIDH ha entendido relevante que el Estado garantice que las personas pri-
vadas de libertad, o terceros que actúen en su representación, tengan acceso
a los órganos jurisdicciones encargados de tutelar sus derechos. Que estos se
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II. Una de las barreras procesales entre el juez y la población penitenciaria está
en la intervención de aquel solo a instancias de parte. Para abordar esta cues-
tión, una vez más, hay que tener en cuenta la idiosincrasia del mundo de las
prisiones. A los internos no les ha ido bien con la justicia penal y confían poco
en ella. Tampoco la institución penitenciaria va a favorecer la comunicación
fluida entre el interno y el juez. En estas circunstancias limitar su actuación a la
denuncia de una de las partes se convierte en un obstáculo procesal que le im-
pide intervenir. Por otra parte, si el juez puede actuar de oficio hay posibilidades
de control judicial de las concesiones de beneficios penitenciarios que afectan
a la materialidad de la ejecución y que, en manos de la Administración, se em-
plean, en ocasiones, con absoluta arbitrariedad. Con respecto a ellas no es pre-
visible que ejerza ninguna acción reivindicativa el beneficiado y no tendrían le-
gitimación activa aquellos que quieren denunciar la arbitrariedad. Así, pues,
solo la actuación de oficio del órgano judicial es eficaz.
En este sentido, ha dicho la CIDH que: “La revisión de la legalidad de una de-
tención implica la constatación no solamente formal, sino sustancial, de que
esa detención es adecuada al sistema jurídico y que no se encuentra en viola-
ción a ningún derecho del detenido. Que esa constatación se lleve a cabo por
un Juez, rodea el procedimiento de determinadas garantías, que no se ven de-
bidamente protegidas si la resolución está en manos de una autoridad admi-
nistrativa”; (CIDH, Informe nro. 66/01, Caso 11.992, Fondo, Dayra María Levoyer
Jiménez, Ecuador, 14 de junio de 2001, párr. 79).
III. La eficacia funcional del juez de vigilancia radica en una correcta combina-
ción y distribución entre competencias y actuaciones sobre la misma. Allá
donde se ponga materialmente en peligro la legalidad de la pena debe posibi-
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A la vista de la distinta naturaleza que tienen las decisiones de este órgano ju-
dicial, la respuesta a la pregunta del alcance de las mismas no puede ser uní-
voca. El juez de vigilancia tiene, en primer lugar, atribuciones para hacer cumplir
la pena impuesta, resolver los recursos referentes a las modificaciones que
pueda experimentar con arreglo a lo prescrito en las Leyes y, como tal, sus re-
soluciones son unas decisiones de primera instancia que pueden ser recurridas
ante un órgano superior.
Pero los jueces realizan un control de legalidad sobre las condiciones de la pri-
vación de libertad. Las normas positivas se refieren a esta competencia con
cláusulas abiertas a través de las cuales se pretende vencer la resistencia inicial
de la Administración penitenciaria a un efectivo control e intervención de aque-
llos en la ejecución de la pena. En su función de control de legalidad los jueces
de vigilancia están amparados para intervenir cuando medie una queja o peti-
ción de un interno. Esta posibilidad lejos de preocupar, es la mínima exigencia
que se deriva del principio de judicialización. En el ejercicio de esta competen-
cia se puede decir que los jueces ejercen una jurisdicción propia y, como tal,
sus resoluciones tienen que estar revestidas de fuerza ejecutiva. Desde luego
no se compadece con el Estado de Derecho una situación en la que una auto-
ridad judicial específicamente creada para ejercer un control de legalidad sobre
una actividad administrativa tan delicada, desde la perspectiva de los derechos
fundamentales, deba verse relegada a hacer propuestas o a esperar que los in-
teresados recurran frente a las situaciones de ilegalidad. Se trata de subordinar
a la Administración penitenciaria a instituciones que la controlen, con amplios
poderes coactivos más allá de la atención a quejas o la supervisión, que puedan
realizar los propios órganos administrativos.
4. La petición y la queja
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Por su parte, los PBP establecen que "Las personas privadas de libertad tendrán
el derecho de petición individual o colectiva, y a obtener respuesta ante las au-
toridades judiciales, administrativas y de otra índole. Este derecho podrá ser
ejercido por terceras personas u organizaciones, de conformidad con la ley. Este
derecho comprende, entre otros, el derecho de presentar peticiones, denuncias
o quejas ante las autoridades competentes, y recibir una pronta respuesta den-
tro de un plazo razonable. También comprende el derecho de solicitar y recibir
oportunamente información sobre su situación procesal y sobre el cómputo
de la pena, en su caso. Las personas privadas de libertad también tendrán de-
recho a presentar denuncias, peticiones o quejas ante las instituciones nacio-
nales de derechos humanos; ante la Comisión Interamericana de Derechos Hu-
manos; y ante las demás instancias internacionales competentes, conforme a
los requisitos establecidos en el derecho interno y el derecho internacional
(Principio VII).
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Argentina - Control judicial permanente y garante del cumplimiento de las normas constitu-
cionales, los tratados internacionales ratificados por la República Argentina y los de-
rechos de los condenados no afectados por la condena o por la ley.
- Resuelve las cuestiones que se susciten cuando se considere vulnerado alguno de
los derechos del condenado.
- Autoriza todo egreso del condenado del ámbito administración penitenciaria.
- Resuelve todas las cuestiones o incidentes que se susciten durante la ejecución.
- Colabora en la reinserción social de los liberados condicionalmente.
- Debe verificar, por lo menos semestralmente, si el tratamiento de los condenados
y la organización de los establecimientos de ejecución se ajusta a las prescripciones
de la ley y los reglamentos. Las observaciones y recomendaciones que resulten de
esas inspecciones serán comunicadas al Ministerio competente.
- Resuelve por vía de apelación sobre la validez de los correctivos disciplinarios im-
puestos por la administración.
Bolivia - Garantiza a través de un permanente control jurisdiccional, la observancia estricta
de los derechos y garantías que consagran el orden constitucional, los Tratados y
Convenios Internacionales y las Leyes, a favor de toda persona privada de libertad.
- Resuelve los incidentes que se produzcan durante la ejecución de la pena y las pe-
ticiones o quejas efectuadas por los internos en forma oral o escrita.
- Otorga y revoca de la libertad condicional y supervisa el cumplimiento de las con-
diciones impuestas.
- Actúa como tribunal de recurso de todas las Resoluciones Administrativas que afec-
ten los intereses del condenado. La decisión del Juez de Ejecución Penal, en grado
de Apelación, no admite recurso ulterior.
Brasil - Aplica la ley posterior que de cualquier forma favorezca al condenado.
- Decide sobre: unificación de penas; avances y retroceso en el régimen; remisión
de pena; suspensión condicional de la pena; liberación condicional; incidentes de
ejecución.
- Autoriza salidas temporarias.
- Determina: la forma de cumplimiento de la pena restrictiva de derechos y fiscaliza
su ejecución; la conversión de la pena restrictiva de derechos y de multa en privativa
de libertad; la conversión de la pena privativa de la libertad en restrictiva de dere-
chos; aplicación de medidas de seguridad y sustitución de pena por medida de se-
guridad; la desinternación o restablecimiento de la situación anterior; cumplimiento
de pena o medida de seguridad en otra región.
- Vela por el correcto cumplimiento de las medidas de seguridad.
- Inspecciona mensualmente los establecimientos penales, adoptando medidas para
su adecuado funcionamiento.
- Interviene total o parcialmente los establecimientos penales que estuviesen fun-
cionando en condiciones inadecuadas o en violación a las previsiones de la ley de
ejecución.
Colombia - Están encargados de la ejecución de la sanción penal impuesta mediante sentencia
ejecutoriada.
- Vigilan el cumplimiento de la sanción penal impuesta en la sentencia ejecutoriada,
en coordinación y bajo la supervisión del Instituto Nacional Penitenciario y Carcelario
(INPEC).
- Resuelven sobre la libertad condicional y su revocatoria.
- Entienden sobre lo relacionado con la rebaja de pena y redención de pena por tra-
bajo, estudio y enseñanza.
- Ejercen la verificación del lugar, condiciones en que se deba cumplir la pena o la
medida de seguridad, control para exigir los correctivos o imponerlos si se desatien-
den, y la forma de cumplir las medidas de seguridad impuestas a los inimputables.
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Capítulo V. El tratamiento penitenciario
1. Tratamiento y resocialización
II. Pocos aspectos del sistema penitenciario han merecido una crítica tan uná-
nime como el tratamiento en el ámbito penitenciario. De forma esquemática
destacan dos corrientes críticas: una norteamericana, más técnica, dirigida a
valorar las consecuencias; y otra europea, más ideológica, que critica los fun-
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Las reiteradas críticas, unas de perfil ideológico y otras por los escasos resulta-
dos positivos de la resocialización, plantearon unas perspectivas puramente
custodiales para la pena privativa de libertad. Un exponente de este resurgi-
miento de la prisión como sanción se demuestra en la doctrina escandinava
del new crime control policy y en la anglosajona de justice modal.
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2. Tipos de tratamiento
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La CIDH ha dicho en este sentido que "la participación de los reclusos en estas
actividades debe ser siempre voluntaria y no coactiva, pues la concepción ac-
tual de la rehabilitación promueve un mayor reconocimiento de que los cam-
bios verdaderos y el desarrollo propio provienen de la elección. Lo que implica
además que el tratamiento penitenciario debe estar encaminado a fomentar
en los reclusos el respeto de sí mismos y desarrollar su sentido de la responsa-
bilidad"; (CIDH, Informe sobre los derechos Humanos de las personas privadas de
libertad en las Américas, 2011, p. 231).
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Así, resulta central determinar cuáles son las actividades a considerar para efec-
tuar esa evaluación y precisar, al mismo tiempo, sobre qué aspectos ese estudio
no puede avanzar. Es claro que el principio de dignidad de la persona prohíbe
toda referencia a cuestiones de carácter subjetivo orientadas a que opere una
rectificación, recuperación, arrepentimiento, o cualquier otro resultado invasivo
del libre desarrollo de la personalidad de los condenados.
15. Las legislaciones de la región recurrentemente evidencian la confusión entre régimen progresivo y tratamiento.
Un ejemplo de ello lo hallamos en el art. 81 del Reglamento de la ley del Régimen Penitenciario de Guatemala: "El
régimen progresivo está conformado por un conjunto de programas y actividades de carácter evaluativo, educativo,
terapéutico, cultural, social, deportivo, de formación, capacitación, trabajo y demás acciones que promuevan la au-
torrealización, autodeterminación y compromiso de las personas reclusas al lograr su rehabilitación total".
En cuanto a la voluntariedad los ejemplos también son diversos. La ley de ejecución de la pena Argentina proclama
que el tratamiento deberá ser programado e individualizado y obligatorio respecto de las normas que rigen la con-
vivencia, la disciplina y el trabajo. Toda otra actividad tendrá carácter voluntario (art. 5). Por su parte el art. 126 de la
Ley de El Salvador prevé que: "Para la aplicación del tratamiento será necesario, en todos los casos, contar con el
consentimiento del interno. De la negativa a aceptarlo no podrá derivarse ninguna consecuencia desfavorable den-
tro del régimen penitenciario. En todo momento se fomentará la participación del interno en el diseño, planificación
y ejecución de su tratamiento. No se inculcarán otros valores que aquellos que libremente acepte o que fueren im-
prescindibles para una adecuada convivencia en libertad y respeto a la Ley". Sin embargo, seguidamente, esa apa-
rente voluntariedad despojada de consecuencias es puesta en serias dudas por el art. 127: "El Consejo Criminológico
Regional evaluará, periódicamente, los avances producidos, decidiendo la continuidad, la modificación o la finali-
zación del tratamiento según lo que corresponda. El Consejo Criminológico Regional cuidará de armonizar el trata-
miento con las actividades del régimen. Los avances o retrocesos en el tratamiento serán considerados para evaluar
la progresión o regresión en las fases del régimen penitenciario". Más contundente y contradictorio es el art. 180 de
la Ley Boliviana: "Se fomentará la participación del condenado en la planificación de su tratamiento; sin embargo,
el condenado podrá rehusarse, sin que ello tenga consecuencias disciplinarias. La ejecución del Programa de Trata-
miento será de cumplimiento obligatorio por el condenado".
138
AIDEF
Por otro lado, solo de esta manera podemos encontrar dentro de la prisión in-
ternos que, renunciando a someterse a un tratamiento o no necesitando de
este o habiéndolo concluido, sigan manteniendo un status que les permita ac-
ceder en igualdad de condiciones todos los beneficios penitenciarios. Esta se-
paración facilita que la actividad de tratamiento tenga un carácter universal y
se ponga a disposición de todos los que se encuentran privados de libertad,
porque es esta circunstancia y no la comisión de un delito la que legitima su
oferta.
Pero quizás los problemas más graves se derivan de que a falta de una oferta
de programas de tratamiento con resultados fiables que sirvan de criterios para
conceder o no beneficios, debido entre otras razones por la falta de recursos y
la masificación, los criterios que se emplean para tomar esa decisión son pura-
mente disciplinarios. De esta manera, se pone en manos de la Administración
un poderoso instrumento de disciplina procedente de institutos que tienen
otros objetivos. La diferencia no solo es importante sino necesaria para el de-
sarrollo racional de ambas instituciones.
139
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
Por medio del peso horizontal del grupo, el cual es regularmente más efectivo
que la autoridad del terapeuta, practicada verticalmente, pueden ser introyec-
tadas con más facilidad las normas sociales que por medio de la terapia indivi-
dual. La organización de esta modalidad terapéutica encuentra serias dificul-
tades en un centro penitenciario ya que la selección de los individuos que
deben de participar en la misma no coincide con las posibilidades regimenta-
les.
Dentro de las terapias grupales –al menos, así concebida en sus orígenes– es
frecuentemente empleada en los establecimientos penitenciarios el psico-
drama (el psicodrama terapéutico; el existencial, el analítico, el hipnodrama, el
sociodrama o interpretación de papeles, el etnodrama, etc.). Definido por su
creador como un método mediante el cual se penetra en la verdad de la psique
a través de ciertas actitudes, permite al individuo en relación con el resto del
grupo poner en escena situaciones características o problemas insuperables
de sus respectivas vidas. La experiencia en la clínica Van der Hoeven en Utrech
demostró la utilidad de este método, solo contraindicado en los casos extremos
140
AIDEF
El problema entonces es averiguar cuáles son los factores que deben ser valo-
rados prioritariamente para considerar si una determinada terapia es o no po-
sitiva. Si nos dejamos llevar por los criterios funcionalistas es lógico que este
tipo de tratamiento aparezca ante nuestros ojos como muy sugestivo por su
bajo costo de aplicación, escasa cualificación del personal, poco tiempo y altos
porcentajes de éxito. Frente al resto de los modelos son razones poderosas para
hacerlas atractivas. Sin embargo, nada nos dicen estos datos sobre qué tipo de
socialización se ha conseguido para el paciente.
Con argumentos aun de más peso deben ser rechazadas las somatoterapias de
base física, química o quirúrgica –lobotomía, castración–, que parecen haber
141
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
142
AIDEF
143
Capítulo VI. Relaciones con el mundo exterior
1. Introducción
Por su parte, las RMTR consideran como conveniente que antes del término de
la ejecución de una pena o medida se adopten los medios necesarios para ase-
gurar al interno un retorno progresivo a la vida en sociedad.
145
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
146
AIDEF
Como ejemplo de las muchas modalidades que permiten estas salidas al exte-
rior podemos mencionar un ejemplo del sistema penitenciario alemán. Se trata
de modelos mixtos, en este caso, concebidos como beneficio penitenciario (en
detalle, véase Capítulo 7). Quizás, la peculiaridad de esta figura a la que nos re-
ferimos es que busca soluciones intermedias para aquellos casos en los que la
salida plena no es posible. Se denomina Besuchsausgang (salidas en lugar de
visitas) y consiste en posibilitar a los internos reunirse con sus visitas fuera del
establecimiento penitenciario por periodos cortos de tiempo de una o varias
horas.
“El Comité de Ministros, en virtud de los términos del artículo 15.b del Estatuto del Con-
sejo de Europa, considerando que el permiso penitenciario es uno de los medios de fa-
cilitar la reintegración social del prisionario;
Vista la experiencia en este campo recomienda a los gobiernos de los Estados miembros:
1. Conceder permisos penitenciarios en la medida de lo posible por motivos médicos,
educativos, ocupacionales, familiares y sociales.
2. Tener en consideración para conceder los permisos:
− la naturaleza y gravedad del delito, la longitud de la condena trascurrida y el período
de prisión provisional completado,
− la personalidad y conducta del prisionario y el riesgo, si existiera, que puede presentar
para la sociedad,
147
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
− la situación familiar y social del prisionero que puede haber cambiado durante la re-
clusión:
− el propósito del permiso, su duración y sus términos y condiciones;
3. Conceder los permisos tan pronto y frecuentemente como sea posible teniendo en
cuenta los factores mencionados anteriormente.
4. Conceder permisos penitenciarios no sólo a prisioneros en régimen abierto sino tam-
bién aquellos en régimen cerrado siempre que no sea incompatible con la seguridad pú-
blica (…)
9. Informar al prisionero, en la medida de lo posible, de las razones de denegación de un
permiso,
10. Proporcionar los medios para que esa denegación pueda ser revisada”.
En otras ocasiones se ha exigido a los países que aseguren, al menos, unas sa-
lidas circunstanciales, como la de permitir que los penados puedan estar pre-
sente en casos de fallecimiento o enfermedad de parientes (regla 44.2 RMTR).
Se trata del contacto con la sociedad libre de mayor alcance ya que el interno
egresa en absoluta libertad durante el periodo de tiempo que dure el permiso.
Le denominamos ordinario porque se distribuye, por lo general, de forma re-
gular a lo largo del tiempo penitenciario. En este sentido, tiende a concebirse
como un elemento objetivo de la ejecución. A veces como medida comple-
mentaria se obliga al interno a personarse en determinadas dependencias ofi-
ciales, o a no acudir a determinados lugares o se le obliga a residir en un sitio
concreto. Para estas últimas obligaciones complementarias se emplean cada
vez con mayor frecuencia los controles telemáticos.
La concesión del permiso, allá donde está contemplado por la legislación, es,
por lo general, potestativa y, por las razones antes apuntadas, se condiciona al
informe preceptivo de un equipo técnico, entendiendo por tal el equipo for-
mado por profesionales especializados en las conductas. La denegación del
mismo debe realizarse mediante decisión motivada para que el interesado
pueda recurrirla si no está conforme con ella.
148
AIDEF
Hay una convención bastante extendida que niega que estos permisos peni-
tenciarios constituyan derechos subjetivos o fundamentales de los privados de
libertad. Sin embargo, a nuestro juicio, la evolución en el derecho comparado
va en sentido inverso, de forma que se tienden a conceder de forma generali-
zada, salvo que, excepcionalmente, concurran razones que hagan recomenda-
ble su denegación. Distintas razones respaldan esta opinión.
En primer lugar, hemos de tener en cuenta que estos permisos son un instru-
mento imprescindibles para hacer compatible en unos términos mínimos la
condición de privado de libertad con los derechos a la familia y al desarrollo in-
tegral de la personalidad, cuyo núcleo esencial, como tal derecho no deber
verse afectado por la condición de interno. Por otra parte, la concesión gene-
ralizada de estos permisos hace que la prisión rebaje considerablemente sus
peores defectos; la prisionalización, las mafias carcelarias, las tensiones se ven
considerablemente relajadas si a la población penitenciaria se le permite seguir
disfrutando de estos contactos mínimos periódicos con el exterior. Las conse-
cuencias prácticas de ser considerado como derecho y no como beneficio son
muy destacadas. De ellas podemos destacar las siguientes:
149
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
ARGENTINA
BOLIVIA
Según el art. 136 de la Ley 2298: "Los actos del condenado que pongan de ma-
nifiesto su buena conducta, espíritu de trabajo, voluntad de aprendizaje, parti-
cipación activa en eventos y sentido de responsabilidad, serán estimulados con
una de las siguientes recompensas: 1. Notas meritorias; 2. Permisos de salida
por veinticuatro horas, independientemente de aquellos permisos como dere-
chos; y, 3. Otras que se establezcan por reglamento. La recompensa prevista en
el numeral 2) solo podrá otorgarse a los condenados que se hallen al menos en
el segundo período del Sistema Progresivo”.
El art. 167 prevé las denominadas "salidas prolongadas": "Los condenados cla-
sificados en el período de prueba, podrán solicitar al Juez su salida prolongada,
por el plazo máximo de quince días, cumpliendo los siguientes requisitos: 1.
No estar condenado por delito que no permita indulto; 2. Haber cumplido por
150
AIDEF
CHILE
En la salidas dominicales (art. 103 REP) los internos condenados, previo informe
favorable del Consejo Técnico del respectivo establecimiento penitenciario y a
partir de los doce meses anteriores al día en que cumplan el tiempo mínimo
para optar a la libertad condicional, podrán solicitar autorización al Alcaide para
salir del establecimiento los días domingos, sin custodia, por un período de
hasta quince horas por cada salida.
La salida de fin de semana (art. 104 REP) puede ser solicitada por los internos
condenados que durante tres meses continuos hayan dado cumplimiento cabal
a la totalidad de las obligaciones que impone el beneficio de salida dominical.
En este caso podrán ser autorizados para salir del establecimiento desde las
dieciocho horas del día viernes hasta las veintidós horas del día domingo como
máximo. Se requiere informe favorable del Consejo Técnico del establecimiento
penitenciario respectivo.
Finalmente la salida controlada al medio libre (art. 105 REP) está prevista para
los internos condenados que cuenten con informe del Consejo Técnico del res-
pectivo establecimiento penitenciario y se encuentren a menos de seis meses
del día en que cumplan el tiempo mínimo para optar a la libertad condicional.
Consisten en la autorización para salir durante la semana por un período no su-
perior a quince horas diarias, con el objeto de concurrir a establecimientos la-
borales, de capacitación laboral o educacional, a instituciones de rehabilitación
social o de orientación personal, con el fin de buscar o desempeñar trabajos. El
permiso se concederá por los días y extensión horaria estrictamente necesarios
151
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
para la satisfacción del objetivo que le sirva de causa. Los internos a quienes se
haya concedido este permiso para salir todos los días de la semana podrán ser
autorizados para gozar de la salida de fin de semana.
EL SALVADOR
GUATEMALA
152
AIDEF
HONDURAS
Prevé el art. 88 de la Ley del Sistema Penitenciario Nacional: “La Dirección del
Establecimiento Penitenciario, previo el informe favorable del personal técnico
y de seguridad y orden del mismo, puede autorizar salidas de personas internas
en el Establecimiento a su cargo en los siguientes casos: 1) Para efectuar dili-
gencias personales en los casos de grave enfermedad o muerte comprobadas
de padres, hijos, hermanos y cónyuge o compañero(a) de hogar; 2) Cuando las
salidas tengan por finalidad la preparación para la vida libre, de conformidad
con el Programa de Tratamiento Progresivo Individual; y, 3) Para actuar en lu-
gares públicos como integrantes de grupos culturales, artísticos o deportivos,
siempre que estos se encuentren establecidos en el Programa de Tratamiento
Progresivo Individual aplicable a las personas internas de que se trate. […]”
NICARAGUA
153
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
PARAGUAY
REPÚBLICA DOMINICANA
Las salidas fuera del establecimiento podrán concederse después que el con-
denado haya cumplido por lo menos un tercio de su pena, bajo la palabra de
honor del recluso, con la compañía de un funcionario de vigilancia no unifor-
mado, o confiado a la custodia de alguna persona que merezca confianza (art.
18). Son finalidades primordiales de los permisos de salida del recluso: el afian-
zamiento de los vínculos familiares y sociales, la búsqueda de trabajo, y el alo-
jamiento y documentación personal, y como etapa de preparación sicológica
para su futura vida en libertad (art. 19).
154
AIDEF
URUGUAY
Las principales críticas que se han esgrimido contra los permisos ordinarios y
extraordinarios radican en el riesgo o peligro tanto de quebrantamiento de
condena, como de posible comisión de un nuevo delito. Sobre este extremo
resulta muy significativa la Decisión del TEDH, Sección 3ª, “Caso Jaurrieta Orti-
gala contra España”, de 22 enero 2013. El demandante, ciudadano español, pre-
sentó su demanda ante el Tribunal cuando estaba cumplimento condena de
cuatro años y un mes impuesta por la Audiencia Nacional y una condena de
quince meses impuesta por el juzgado de lo penal número 4 de San Sebastián
por delitos contra la salud pública y conducta amenazadora. El 19 de enero de
2006, la Junta de prisiones le denegó un permiso penitenciario ordinario. El 7
16. Las legislaciones penitenciarias de la región contemplan, casi sin excepción, este tipo de permisos extraordinarios:
Argentina (Art. 166 de la Ley 24.660); Bolivia (art. 109 de la ley 2298); Chile (art. 100 del Reglamento de Estableci-
mientos Penitenciarios); El Salvador (art. 92 de la Ley Penitenciaria); Honduras (art. 88 de la Ley del Sistema Peni-
tenciario Nacional); Nicaragua (art. 69 de la Ley del Régimen Penitenciario y ejecución de la pena); Paraguay (art.
129 del Código de Ejecución Penal); Perú (art. 43 del Código de Ejecución); República Dominicana (art. 21 Ley 224
sobre Régimen Penitenciario).
155
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
17. Argentina (Art. 158 de la Ley 24.660); Bolivia (Art. 103 de la Ley 2298); Chile (Arts. 49 y 50 del Reglamento de Es-
tablecimientos Penitenciarios); Ecuador (Arts. 713-717 del Código Orgánico Integral Penal); Guatemala (art. 20 de la
Ley del Régimen Penitenciario); Honduras (Art. 83 de la Ley del Sistema Penitenciario Nacional); México (Art. 12 de
la Ley de Readaptación Social); Nicaragua (Art. 70 de la Ley N°743); Paraguay (Art. 130, 2da parte del Código de Eje-
cución Penal); Perú (Art. 37 del Código de Ejecución); República Dominicana (art. 35 Ley No. 224 Sobre Régimen Pe-
nitenciario); Venezuela (art. 58 Ley de Régimen Penitenciario).
156
AIDEF
157
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
Finalmente, es sabido que para las personas encarceladas el contacto con sus
familiares es prioritario desde el aspecto afectivo y emocional. En la región, sin
embargo, debe añadirse también el factor material pues en muchas de las cár-
celes el Estado no cumple con el oportuno y suficiente suministro de los ele-
mentos que necesitan las personas privadas de libertad para satisfacer sus ne-
cesidades básicas. Es así que la visita de familiares o allegados en ocasiones se
transforma en el acercamiento de ayuda material para sobrellevar la estadía en
la cárcel, un factor que debe tenerse particularmente en cuenta al momento
de garantizar la continuidad y frecuencia de este tipo de comunicaciones.
Desde un punto terminológico han sido varias las acepciones que se han utili-
zado, por ejemplo “visita conyugal”, “visita sexual” o “vis a vis”, siendo preferible
adoptar el vocablo “visita íntima”, al ser el más omnicomprensivo de todos los
términos empleados, si tenemos en cuenta que el objetivo de esta medida re-
side en la “intimidad de la visita”. Asimismo, esta terminología es más correcta
al englobar tanto los contactos conyugales, como los extraconyugales.
Entre las causas que despertaron el interés de la doctrina por el tema de la se-
xualidad en las prisiones puede citarse las posibles desviaciones que se podían
derivar a raíz de la privación de libertad. Si los internos, separados por razón de
sexo, obligados a una castidad forzada, solo podían entrar en contacto con in-
ternos del mismo sexo, podrían, finalmente, derivar en agresiones homosexua-
les. En segundo lugar, la abstinencia obligatoria que conlleva la reclusión sin
18. En nuestra región confróntese: Argentina (Art. 167 de la Ley 24.660); Bolivia (Art. 106 de la ley 2298); Chile (Art.
51 del Reglamento de Establecimientos Penitenciarios); Costa Rica (art. 66 del Reglamento Técnico del Sistema Pe-
nitenciario y art. 1° del Reglamento de Visita Íntima); Guatemala (art. 21 de la Ley del Régimen Penitenciario); Hon-
duras (Art. 89 de la Ley del Sistema Penitenciario Nacional); México (Art. 12 de la Ley de Readaptación Social); Nica-
ragua (Art. 72 de la Ley N°743); Paraguay (Art. 131 del Código de Ejecución Penal); Perú (Art. 58 del Código de
Ejecución); República Dominicana (art. 36 Ley No. 224 Sobre Régimen Penitenciario).
158
AIDEF
Teniendo en cuenta que con estas visitas se pretende hacer compatibles la eje-
cución de la pena con la satisfacción de las naturales necesidades sexuales y
afectivas del ser humano, debe establecerse un ambiente idóneo para expresar
las mismas. En aras de poder ejercitar este derecho, la legislación internacional
prescribe que los centros penitenciarios dispongan de locales ad hoc, adecua-
dos para celebrar este tipo de visitas.
A este respecto ha dicho la CIDH que: "Los estados deben garantizar que las vi-
sitas íntimas de pareja de los reclusos y reclusas también se realicen digna-
mente en condiciones mínimas de higiene, seguridad y respeto por parte de
los funcionaros. Esto implica que deben crearse locales destinados a este pro-
pósito y evitar la práctica de que los reclusos y reclusas reciban a sus parejas en
sus propias celdas"; (CIDH, Informe sobre los derechos Humanos de las personas
privadas de libertad en las Américas, 2011, p. 221).
159
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
Como cualquier derecho reconocido a los internos, las leyes penitenciarias ad-
miten la posibilidad de su restricción, en aquellos casos en los que tales con-
tactos con el exterior supongan un peligro para la seguridad de la vida en pri-
sión. Ciertamente, las visitas de esta naturaleza generan riesgos de que puedan
ser empleadas para la introducción en el establecimiento de artículos prohibi-
dos. Para prevenir estos riesgos no solo pueden prohibirse las visitas íntimas o
familiares a ciertos internos o a ciertas personas del exterior, sino que pueden
suspenderse. Como en las demás ocasiones la resolución debe motivarse, para
que el afectado pueda recurrirla, si lo desea, ante la autoridad judicial compe-
tente.
II. En el plano de la legislación internacional, las “visitas íntimas” han sido ex-
presamente reconocidas y respaldadas por relevantes textos internacionales.
Sin embargo, la proyección de criterios morales sobre las visitas íntimas es la-
mentablemente muy frecuente. De forma explícita o no, legisladores y jueces
invocan unos criterios morales restrictivos que no se exigen a las personas en
la sociedad libre.
En la jurisprudencia europea han sido frecuentes las demandas que se han in-
terpuesto alegando la vulneración de artículo 8 del CEDH que garantiza que
“toda persona tiene derecho al respeto de su vida privada y familiar, de su do-
micilio y de su correspondencia” (artículo 8.1). En la Demanda nº 6564/74, de-
cisión de 21 de mayo de 1975, el demandante cumplía una pena privativa de
libertad, y alegaba privación de proseguir con su vida conyugal. A este respecto,
consideró la Comisión que “habida cuenta de la legislación y de la práctica de
los Estados partes en el Convenio en esta materia (…) el sistema que prohíbe a
los detenidos recibir la visita de su mujer en prisión era admisible en virtud de
160
AIDEF
las disposiciones del párrafo segundo del artículo 8, que autoriza la injerencia
de una autoridad pública, siempre que sea necesaria la seguridad pública”.
III. Otro aspecto controvertido que la “visita íntima” plantea como contacto con
el exterior la cuestión relativa a su naturaleza jurídica. Históricamente, esta me-
dida fue considerada una recompensa penitenciaria, conectada con la idea de
expiación y castigo que el delincuente privado de libertad cumplía. Con la evo-
lución del sistema penitenciario, abandonando esa idea de expiación, la “visita
íntima” reviste, más correctamente la naturaleza de derecho del interno, que si
bien es privado de la libertad ambulatoria, conserva, no obstante, su derecho
a la libertad sexual.
IV. Al socaire del estudio de las visitas íntimas y del grupo familiar, se ha susci-
tado una cuestión controvertida relativa a la legitimidad de los registros cor-
porales de los familiares visitantes que acuden al establecimiento penitenciario.
Se plantea un delicado problema de conflicto de intereses entre las necesidades
de seguridad y el derecho a las relaciones con el exterior, si tenemos en cuenta
que estos no están cumpliendo ningún tipo de condena, y gozan plenamente
161
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
De acuerdo con los estándares fijados por la CIDH en los PBP (Principio XXI), el
empleo de registros corporales a las personas privadas de libertad y a sus visi-
tantes no debe aplicarse de forma indiscriminada, sino que debe responder a
criterios de necesidad, razonabilidad y proporcionalidad. Además, deben prac-
ticarse “en condiciones sanitarias adecuadas, por personal calificado del mismo
sexo, y deben ser compatibles con la dignidad humana y con el respeto a los
derechos fundamentales. Para ello, los Estados Miembros deben utilizar medios
alternativos que tomen en consideración procedimientos y equipo tecnológico
u otros métodos apropiados”. En cambio, los registros intrusivos vaginales y
anales son prohibidos en los Principios enunciados. La misma CIDH ha dicho
en su informe de 2011 que "los estados no solo tienen la facultad, sino la obli-
gación de mantener la seguridad y el orden interno en las cárceles, lo que im-
plica el adecuado control del ingreso de efectos ilícitos. Sin embargo, la imple-
mentación de estos esquemas de seguridad debe llevarse a cabo de forma tal
que se respeten los derechos fundamentales de los internos y sus familias. Es
esencial que el personal de custodia directa de los internos y de seguridad ex-
terna de los centros penitenciarios esté capacitado para mantener un balance
entre el cumplimiento de sus funciones de seguridad y el trato digno hacia los
visitantes"(CIDH, Informe sobre los derechos Humanos de las personas privadas
de libertad en las Américas, 2011, p. 223).
Con relación a los registros personales y cacheos, que constituyen medidas pre-
vistas en diversas leyes penitenciarias, hay que afirmar, entonces, que consti-
tuyen restricciones de derechos fundamentales, y por tanto, solo pueden au-
162
AIDEF
163
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
Entre las medidas destinadas a mantener el contacto del interno con el mundo
exterior se reconocen los contactos con representantes religiosos, descritos con
el siguiente tenor literal en las RMTR: “Nunca se negará a un recluso el derecho
de comunicarse con el representante autorizado de una religión. Y, a la inversa,
cuando un recluso se oponga a ser visitado por el representante de una religión,
se deberá respetar en absoluto su actitud”; (Regla 41. 3 RM). No es casual que
las Reglas Mínimas hayan prestado una atención expresa a este tipo de comu-
nicación. Los servicios religiosos juegan un papel muy relevante durante el
tiempo penitenciario. La alimentación espiritual asegurada para muchos me-
diante estos servicios es un camino de equilibrio psíquico y emocional que per-
mite mantener viva las constantes sociales del privado de libertad. Sin embargo,
los estudios coinciden en destacar la vulnerabilidad espiritual que presenta la
población penitenciaria debido al trance del cumplimiento de la pena; para
prevenir que determinadas sectas puedan aprovecharen su beneficio esta cir-
cunstancia y el carácter privilegiado de estas comunicaciones, la Administración
debe establecer unos controles, que, quizás, no estarían justificados en la so-
ciedad libre. Al menos, ha de asegurarse que los contactos y el proselitismo se
realizan cumpliendo estrictamente la legalidad. Así mismo solo pueden permi-
tirse estas comunicaciones cuando los representantes pertenecen a una con-
fesión debidamente inscrita en los registros civiles correspondientes.
164
AIDEF
Sin embargo, las nuevas tecnologías aún no han entrado en las prisiones. La
consustancial resistencia del sistema penitenciario ha dado lugar a que en el
derecho comparado apenas encontremos referencias específicas a la realidad
de un mundo cambiante vertiginosamente, debido a la evolución de las tec-
nologías de la comunicación. Una vez más, la norma es la prohibición genera-
lizada a pesar de que la naturaleza de las cosas terminará haciendo cambiar
esta política. La actual prohibición absoluta y la, consiguiente, aplicación de es-
trictas medidas de control en las comunicaciones exteriores tiene los siguientes
graves inconvenientes:
165
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
Por otro lado, la liberación debilita las mafias carcelarias, los tratos discrimina-
torios y la corrupción administrativa. A pesar de no contar con estudios empí-
ricos fiables, no es aventurado suponer que los móviles, que en estos momen-
tos se usan por algunos internos privilegiados, han entrado por vías ilegales o
aprovechando la corrupción. Incluso, el mantenimiento oculto del uso del móvil
es inimaginable sin contar con cierta permisividad institucional.
La liberación no solo no debilita los sistemas de control sino que los pueden
hacer más operativos. Como es lógico, los avances tecnológicos no solo juegan
en el campo de los delincuentes o de los infractores, sino también en el de la
legalidad y el control. Con independencia de poder emplear un paraguas que
invalidan los móviles cuando se entienda necesario, los controles sobre los abu-
sos resultan más eficaces. Los móviles estarían registrados digitalmente, pu-
diéndose conocer todos los datos del uso que la persona haga de ellos. Al re-
gistrarse todos los móviles es probable que algunos internos prefieran usar
terminales ilegales para eludir el control. En efecto, esto es así, es probable que
la liberación no evite el mercado ilegal de móviles, habrá móviles “legales “e “ile-
gales”, pero estos últimos serán menos que ahora y su persecución podrá llevar
sea cabo de modo más selectivo. La gran mayoría de los internos admitirán las
terminales “legales” y se beneficiaran de todo lo que tienen de positivo.
Estas circunstancias requiere de una asimilación por parte del sistema y nos
obliga a buscar soluciones a nuevos problemas, que en estos momentos resul-
tan inimaginables, salvo en el plano de la pura conjetura. No nos parece exa-
166
AIDEF
Como ya hemos visto las normas internacionales permiten iniciar ese cambio.
Nos inclinamos por una liberación progresiva, la cual solo es sostenible traba-
jando con grupos, cualquier otra propuesta no es operativa y está plagada de
riesgos. En estos momentos existen grupos a los que se les puede aplicar la li-
beración sin ningún problema. Nos referimos a quienes ya disfrutan de salidas
al exterior. La arquitectura modular y su estructuración en torno a la idea de la
microprisión inserta en un macrocentro nos parecen propicias para iniciar ex-
periencias sectoriales a nivel de módulos. Una vez valorado el impacto en estos
grupos debe seguir progresándose en la liberación de la digitalización de las
comunicaciones hasta alcanzar su empleo por la mayoría de la población, sus-
tituyéndose la actual política de absoluta prohibición por una en que la regla
sea la permisividad y la excepción la prohibición motivada.
Entre los derechos de los que gozan las personas privadas de libertad, diversos
textos internacionales han hecho expresa referencia a la correspondencia como
medio idóneo para mantener los contactos con el mundo exterior. Singular-
mente, los Principios para la protección de todas las personas sometidas a cual-
quier forma de detención o prisión reconocen que “toda persona detenida o
presa tendrá el derecho a ser visitada, en particular por sus familiares, y de tener
correspondencia con ellos y tendrá oportunidad adecuada de comunicarse con
el mundo exterior, con sujeción a las condiciones y restricciones razonables de-
terminadas por ley o reglamentos dictados conforme a derecho”; (Principio 19).
Igualmente, las RMTR establecen que “los reclusos estarán autorizados para co-
municarse periódicamente, bajo la debida vigilancia, con su familiares y amigos
de buena reputación, tanto por correspondencia como mediante visitas” (Regla
37).
167
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
Entre los textos legales internacionales que han reconocido este derecho cabe
aludir a las RMTR, al disponer que “los reclusos deberán ser informados perió-
dicamente de los acontecimientos más importantes, sea por medio de la lectura
de los diarios, revistas o publicaciones penitenciarias especiales, sea por medio
de emisiones de radio, conferencias o cualquier otro medio similar, autorizado
o fiscalizado por la administración” (Regla 39). En idéntico sentido se ha reco-
nocido por los PBP: “Las personas privadas de libertad tendrán derecho a estar
informadas sobre los acontecimientos del mundo exterior por los medios de
comunicación social, y por cualquier otra forma de comunicación con el exte-
rior, de conformidad con la ley”; (Principio XVIII).
168
AIDEF
169
Capítulo VII. Beneficios penitenciarios que adelantan
el momento de la excarcelación
1. Introducción
2.1. Concepto
171
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
• Una primera aproximación nos permite distinguir entre beneficios que se apli-
can antes de comenzar la ejecución y los que se aplican durante la ejecución o
al concluir esta. Los primeros tienden a denominarse beneficios penales y los
segundos beneficios penitenciarios.
• Duración de la condena. La mayoría de los beneficios tan solo establecen un
cambio en las condiciones del régimen, haciendo variar la intensidad de la pri-
vación de libertad y otros afectan a la condena y el sujeto ve recortada la misma
cuando obtiene el beneficio (ej. redención de penas por el trabajo).
Estos últimos son de dudosa constitucionalidad porque permiten que un ór-
gano administrativo, de quien generalmente depende la concesión o no del
172
AIDEF
2.2. Fundamento
Por otra parte, no podemos ignorar la relevancia que ha adquirido en las últimas
décadas los beneficios como instrumento disciplinario. La crítica a la capacidad
resocializadora dela prisión y la consiguiente crisis de estos fines y la masifica-
ción han permitido que todo el andamiaje resocializador con el que cuenta los
sistemas penitenciarios modernos se ponga ahora, al servicio de lograr una dis-
ciplina en los establecimientos.
173
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
tiva. Los beneficios entendidos como premios para favorecer el buen recluso
guardan más relación con los sistemas retributivos, donde la Administración
penitenciaria los concedía discrecionalmente, dado que el tratamiento peni-
tenciario revestía un exclusivo carácter disciplinario, siendo su principal preten-
sión la expiación y el castigo del interno. Entendido el sistema penitenciario
como un servicio civil del Estado, que afecta a las personas condenadas, no se
compadece con la idea de la discrecionalidad de premios a los mejores ciuda-
danos. Por último, semejantes propuestas, antaño legítimas, resultan actual-
mente contrarias a los Pactos Internacionales protectores de los derechos de
los detenidos y a las principales Declaraciones de Derechos Humanos.
Una segunda línea interpretativa –la única correcta a nuestro juicio– considera
que los llamados “beneficios penitenciarios” constituyen auténticos “derechos
subjetivos”, subordinados a la concurrencia de ciertos requisitos establecidos
en textos y reglamentos penitenciarios. Varios han sido los argumentos esgri-
midos para fundamentar su naturaleza jurídica de derecho subjetivo. En primer
lugar, como cualquier derecho subjetivo, su titular puede recurrir en apelación,
en caso de serle denegado, reclamando frente a terceros su legítimo derecho
a ejercerlos. En segundo lugar, su concesión corresponde a la jurisdicción pe-
nitenciaria, que está obligada a concederla si se cumplen ciertos requisitos es-
tablecidos reglamentariamente. En tercer lugar, en los actuales sistemas peni-
tenciarios es indudable el reconocimiento de derechos inherentes a los
privados de libertad, acordes con la finalidad resocializadora.
174
AIDEF
2. Las normas referidas a la ejecución no son normas penales, por lo que para
su eficacia no se debe tomar como referencia el momento de la comisión de la
infracción, sino el momento de la ejecución, como sucede con las normas pro-
cesales (principio de diferenciación). De forma que en cada momento durante
el tiempo de cumplimiento se vendrá aplicando la norma de ejecución vi-
gente –tempus regit actum–. Obsérvese que desde esta segunda tesis no es pre-
ciso concluir negándoles a los principios de retroactividad/irretroactividad efi-
cacia en el ámbito de las normas de ejecución, sino proponer un cambio en el
acto de referencia.
175
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
Pero no son menos importantes las consideraciones que podemos hacer desde
la óptica de la seguridad jurídica en relación con la irretroactividad, porque no
son los cambios oportunistas y coyunturales de las leyes la mejor forma de re-
forzar la confianza en las garantías que el Estado del Derecho postula para los
ciudadanos. De las exigencias de garantía nace el derecho de los ciudadanos a
saber cuál es la pena que le corresponde a la acción tipificada en la norma penal
como delito o falta, el derecho del ciudadano a conocer con certeza cuál es la
forma en que se van a aplicar las penas, a saber, en definitiva, en que se va a
traducir en la práctica la pena o sanción impuesta.
Parece difícil estar en desacuerdo con ello, siempre que por tal se entienda que
ese derecho no es esencialmente el derecho de cada ciudadano a saber qué le
va a pasar a otro si delinque, sino de todos y cada uno de los ciudadanos a saber,
en concreto, qué le va a pasar a cada uno de ellos si delinque. Y si eso es lo que
busca, de poco sirve saberlo antes de delinquir, si después del delito puede
cambiarse la forma en que se va a aplicar la pena o el modo por el cual final-
mente se va a regir algo tan sustancial al castigo como es el modo de su ejecu-
ción.
Estas reflexiones nos permiten llegar a la errónea conclusión de que solo aque-
llas normas que tienen como misión la motivación de las conductas humanas
tienen que ser irretroactivas y, consiguientemente, excluir a las normas de eje-
cución de penas de esa garantía. Semejante conclusión adolece de dos graves
errores, el primero, desconsiderar la importancia de la irretroactividad desde
una óptica de seguridad jurídica. La segunda, creer que son escindibles en el
marco de la prevención general la tipificación de una conducta y la amenaza
penal y su ejecución.
Por otra parte, la retroactividad, prevista para las normas favorables al reo, ex-
cepciona el principio de legalidad en la medida que se permite la aplicación de
una norma ya derogada –ultraactividad–, posibilidad esta, generalmente, pro-
hibida. A nuestro juicio, ninguno de aquellos principios –asimilación y diferen-
ciación– puede aplicarse, satisfactoriamente, hasta sus últimas consecuencias
sin hacer diferenciación es dentro de las normas de ejecución de penas. Con el
principio de asimilación, por ejemplo, no podríamos aplicar a la población de
un centro unas normas penitenciarias que reformaran, endureciéndolo, el ré-
gimen disciplinario, ya que todos los internos lo estarían por delitos cometidos
con anterioridad a la entrada de las mismas.
176
AIDEF
Hay, pues, que empezar reconociendo que bajo el totum de normas peniten-
ciarias se agrupan un conjunto normativo muy diverso en el que encontramos
unas de carácter técnico, otras organizativas, otras procedimentales, otras que
van referidas a aspectos sustanciales de la pena privativa de libertad, etc. Esto
nos da una idea de la enorme complejidad que tiene el tema, ya que no solo
estamos obligados a diferenciar las normas penales de las normas de ejecución
de penas, sino que dentro de estas últimas parece preciso seguir estableciendo
diferencias. Necesariamente deberemos acotar nuestro análisis a algunas de
estas normas que están dentro del macro concepto de normas de ejecución,
pero que tiene una respuesta matizada al principio de legalidad y de irretroac-
tividad.
Las que hemos denominado normas funcionales se rigen por el acto de ejecu-
ción, de manera que se aplican en el momento en que entran en vigor y con
efecto retroactivo, siempre que fuera posible. Veamos unos ejemplos. Una
nueva disposición que modificara las competencias del director de un centro,
la composición de un órgano penitenciario colegiado, redujera el número de
llamadas que puede hacer el interno u obligara a la Administración a garantizar
una celda para cada uno de ellos, se aplicaría en el momento que su entrada
en vigor; sin embargo, esta última, a pesar de ser más favorable para el interno,
no puede –por su propia naturaleza– aplicarse con efectos retroactivo.
177
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
En cambio, una norma que ampliara las recompensas o el acceso a los benefi-
cios penitenciarios, incluyendo dentro de los actos recompensables nuevas
conductas del interno dentro del establecimiento, se aplicaría también con
efecto retroactivo, al serle favorable.
Por el contrario, las normas sustantivas se rigen por sus propios principios. Den-
tro de ellas –a estos efectos– todavía es conveniente introducir una matización,
según se trate de normas sustantivas de carácter general que no guardan rela-
ción con el delito cometido, sino con la relación jurídica originada por la sen-
tencia condenatoria firme, es decir, con el hecho de la pena impuesta como
consecuencia indiferenciada de la comisión de un delito y norma sustantivas
específicas que modulan la ejecución de la pena en función del delito cometido.
Como ejemplo del primer grupo podemos señalarlas normas que regulan los
permisos de salida, las que se refieren a los requisitos generales de obtención
de los beneficios penitenciarios o al régimen abierto. Por el contrario, del se-
gundo grupo forman parte aquel conjunto de normas en las que el legislador
condiciona la obtención de un cambio sustancial en la ejecución de la pena del
tipo de delito cometido, como agresores sexuales o narcotraficantes. Las pri-
meras toman en cuenta el momento en que se inicia la ejecución de la
pena –entiéndase extensivo a cualquier tipo de pena– para aplicar los criterios
de retroactividad/irretroactividad. Las segundas, en cambio, forman parte ines-
cindible de la potencialidad disuasoria de la norma que describe la conducta
típica y, en consecuencia, aplicará esos criterios tomando en cuenta el mo-
mento de la comisión del delito.
Sin dudas esta propuesta puede entenderse que modifica esencialmente los
contenidos de la legalidad en este ámbito. No obstante, una solución distinta
podría ocasionar problemas de ejecución insalvables en aquellos casos en los
que trascurre un tiempo considerable entre la comisión del delito y la ejecución
material de la pena que haría muy compleja la gobernabilidad de un centro en
el que coincidirían condenados con regímenes jurídicos muy diferentes. Por
otra parte, la referencia debe ser el momento en que se inicia la ejecución por-
que es entonces cuando adquiere vigencia la relación jurídica entre la adminis-
tración de justicia y el condenado, la cual sirve de fundamento a las normas pe-
nitenciarias.
178
AIDEF
caz tiene que cumplirse, de manera que sin su ejecución la pena carecería de
contenido, incluidos los propios contenidos preventivos. Ninguno de los fines
de la pena podría alcanzarse si esta no llegara a ser ejecutada. Por ello, distinguir
entre pena, por un lado, y la “vida de la pena”, por otro, como si aquella pudiera
existir materialmente al margen de su ejecución es contrario a toda lógica jurí-
dica, a toda experiencia y a la propia teoría de la pena. Una visión integradora
de la pena en la que se tenga en consideración tanto su duración como su in-
tensidad constituye una unidad inescindible en un sistema penal orientado a
la prevención.
De esta manera no puede afirmarse que lo que afecta a la pena y dentro de ella
a esa zona esencial que es su cumplimiento material no forma parte del conte-
nido esencial del Derecho Penal. La amenaza penal, que aspira a la motivación
de las conductas delas personas en una sociedad, no es solo de una pena en
abstracto, sino también cuentan las circunstancias de su cumplimiento. La ley
informa a las personas que la comisión de un determinado delito está castigada
con una pena de prisión que por su gravedad podrá ejecutarse en uno u otro
tipo de establecimiento y con posibilidades de acceder a unos u otros benefi-
cios penitenciarios. La forma de cumplimiento contiene en no pocas ocasiones
más carga aflictiva que la duración temporal, no tendría sentido que redujéra-
mos, pues, el concepto de sustantividad a la duración, sin abarcar la forma de
ejecución.
179
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
Existe una corriente de opinión que entiende que las normas relacionadas con
la ejecución de las penas se aplican a todas las penas que se encuentren ejecu-
tándose en el momento de su entrada en vigor, sin considerar el momento de
la comisión del delito (principio de diferenciación). Dos son los argumentos con
los que se pretende avala resta tesis:
• Por una parte, que nos encontraríamos en una suerte de retroactividad débil
o impropia, en cuanto que no afecta a las resoluciones ya dictadas sobre los re-
feridos beneficios aun cuando no se cumplieron los requisitos que ahora se exi-
gen, sino que se refiere a resoluciones que se toman desde la fecha de entrada
en vigor de la ley. Es decir, que aunque sea la ejecución la referencia, se toma
esta de manera fragmentada, que permite escindir en dos el tiempo de ejecu-
ción, antes y después de la reforma.
• Que se trata de una disposición referida a normas de ejecución, incluso a nor-
mas procesales de ejecución y no a normas penales en sentido estricto.
Ninguno de los argumentos es convincente. La irretroactividad débil o impropia
no desmerece el rigor de este principio. Bien al contrario, es una garantía con-
sustancial al mismo, de manera que siempre que se invoca la irretroactividad
se está afirmando que las situaciones jurídicas consolidadas no se modifican,
salvo que no sea para favorecer a la persona. Esto es precisamente lo que su-
cede en relación con la norma penal.
Pero tampoco seduce el segundo de los argumentos porque no está claro que
una norma en la que se aborda la regulación de unos beneficios, no sea ley pe-
nal en el sentido constitucional, sino una norma de naturaleza procesal o peni-
tenciaria o de ejecución y, aun siéndolo, tampoco puede afirmarse con carácter
general que el principio de legalidad y la irretroactividad no afecten a este tipo
de normas.
A nuestro juicio la solución de este problema para las que hemos llamado nor-
mas de ejecución sustantivas no está ni en la diferenciación ni en la asimilación.
Es preciso concebir el cumplimiento de la pena como una unidad jurídica ines-
cindible y continuada.
¿En qué sentido varían los criterios vigentes para la ley penal cuando hablamos
de normas de ejecución sustantivas? En primer lugar, debe partirse de un marco
180
AIDEF
Ahora bien, los criterios de beneficio o perjuicio para el condenado son distin-
tos, se cargan de consideraciones preventivas, se enriquecen de ellas. De ma-
nera que una mayor facilidad de acceso a un beneficio puede resultar inopor-
tuna en un proceso de tratamiento resocializador y hacer recomendable que
se mantenga durante un tiempo la situación anterior. Una decisión de esta na-
turaleza debe de estar precedida por un informe técnico y resuelta por un ór-
gano judicial. Pero no acaban aquí las diferencias.
En el ámbito de la ejecución tiene un mayor peso las consideraciones humani-
tarias, las cuales pueden entrar en conflicto, incluso, con los fines resocializa-
dores.
3. La libertad condicional
181
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
No deja de ser contradictorio que los condenados a la pena más grave puedan
accederá un beneficio que la convierte de hecho en una pena simbólica y, en
cambio, los que lo han sido a penas leves, como la multa o las inhabilitaciones,
o incluso, a penas privativas de libertad, alternativas a la prisión, deberán cum-
plirlas íntegramente.
• En los países en los que la libertad condicional sigue vinculada a los sistemas
progresivos, el condenado debe estar clasificado en la fase precedente para po-
der obtener la libertad. Esta fase inmediatamente anterior comporta el traslado
a un régimen abierto en el que el condenado puede salir al exterior y volver a
pernoctar a la prisión. Este paso intermedio de preparación para la libertad es
muy importante, en especial cuando se trata de condenados a largas penas que
prácticamente han perdido las relaciones con el mundo libre. Para que sea efi-
caz es recomendable que tenga una cierta duración. En esta fase intermedia se
puede hacer un seguimiento de los primeros pasos del condenado en libertad;
por lo tanto no consiste en abrir parcialmente la prisión sino poner en marcha
un programa controlado de experiencias en libertad que aseguren que no haya
excesivos riesgos cuando se obtenga plenamente el beneficio.
182
AIDEF
dena al derecho penal de autor. Sin embargo, el informe del equipo técnico es
un elemento esencial, no solo para programar los primeros momentos en li-
bertad, sino también para tener una mínima seguridad de que el sujeto no vol-
verá a reincidir. El equipo técnico debe asumir más funciones que las de realizar
este informe, también debe ser el encargo de evaluar periódicamente la evo-
lución del sujeto en libertad.
Argentina 2/3 de la pena. Observancia regular No se otorga a conde- Judicial, previo in-
8 meses cuando la de la reglamentación nados reincidentes y forme de la Dirección
pena no supera los 3 carcelaria. por algunos y Consejo Correccio-
años. Pronóstico favorable delitos (art. 14 CP). nal del Estableci-
35 años cuando la de reinserción social. Condenados a quie- miento.
pena es perpetua. nes se haya revocado
anteriormente el be-
neficio.
Bolivia 2/3 de la pena. Haber observado una Se concede por única Judicial, previo in-
buena conducta en el vez. forme de la Dirección
establecimiento peni- del Establecimiento.
tenciario.
No haber sido sancio-
nado por faltas graves
o muy graves en el úl-
timo año.
Brasil 1/3 de la pena para Comprobado com- A los condenados por Autoridad Judicial.
penas de 2 años o portamiento satisfac- crimen doloso come-
más si el condenado torio durante la eje- tido con violencia o
no fuere reincidente cución de la pena, grave amenaza a las
de delito doloso. buen desempeño en personas, la libertad
La mitad de la pena si el trabajo que le fuera condicional quedará
el condenado fuere asignado, y aptitud subordinada a la
reincidente de delito para proveer su pro- constatación de con-
doloso. pia subsistencia me- diciones personales
2/3 de la pena para diante trabajo ho- que hagan presumir
crimines hediondos, nesto. que el liberado no vol-
tortura, tráfico de es- Que haya reparado verá a delinquir.
tupefacientes y dro- en la medida de lo
gas afines, terrorismo, posible el daño cau-
o sea reincidente en sado por el delito.
crímenes de esa natu-
raleza.
183
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
Chile Penas mayores a un Haber observado con- Se establecen exigen- Gendarmería de Chile.
año: La mitad de la ducta intachable en el cias especiales (2/3 de Comisión de Libertad
pena. establecimiento penal la pena) para delitos Condicional.
Presidio perpetuo: 20 en que cumple su especialmente enu- Corte Suprema en
años. condena. merados. pleno, en los casos de
Presidio perpetuo ca- Haber aprendido bien 10 años en las conde- presidio perpetuo ca-
lificado: 40 años. un oficio. nas superiores a 20 lificado.
Haber asistido con re- años.
gularidad y provecho 3 años en Condenas
a la escuela del esta- superiores a 6 años
blecimiento y a las por delitos de hurto o
conferencias educati- estafa.
vas que se dicten, en-
tendiéndose que no
reúne este requisito el
que no sepa leer y es-
cribir.
Colombia 3/5 partes de la pena. Que el adecuado de- Ninguna. Autoridad Judicial.
sempeño y compor-
tamiento durante el
tratamiento peniten-
ciario en el centro de
reclusión permita su-
poner fundadamente
que no existe necesi-
dad de continuar la
ejecución de la pena.
Que demuestre
arraigo familiar y so-
cial. Reparación a la
víctima o asegura-
miento del pago de
indemnización, salvo
que se demuestre in-
solvencia. Haber de-
mostrado vocación
para el trabajo.
Costa Rica Mitad de la pena. Que el Instituto de El solicitante no debe Judicial, previo in-
Criminología informe haber sido conde- forme del Instituto de
sobre la buena con- nado anteriormente Criminología.
ducta, servicios pres- por delito común san-
tados, ocupación y cionado con pena ma-
oficios adquiridos por yor de seis meses.
el condenado que le
permitan una vida re-
gular de trabajo lí-
cito; y acompañe un
estudio de su perso-
nalidad, de su medio
social, así como un
dictamen favorable
sobre la conveniencia
de la medida.
184
AIDEF
El Salvador 2/3 de la pena. Haber observado Que el condenado no Juez de Vigilancia pe-
Mitad de la pena: buena conducta, sea delincuente habi- nitenciaria, previo in-
siempre que exista Aptitud de adapta- tual ni reincidente forme del Consejo Cri-
un pronóstico indivi- ción, según informe por el mismo delito minológico Regional.
dualizado y favorable favorable del Consejo doloso, cuando este
de reinserción social. Criminológico Regio- se hubiere cometido
1/3 de la pena: a con- nal. Que el conde- dentro de los cinco
denados mayores de nado no mantenga años siguientes a la
sesenta años de edad un alto grado de fecha de dictada la
que padezcan enfer- agresividad o peligro- primera condena
medades crónicas sidad. firme.
degenerativas y con Que se hayan satisfe-
daño orgánico se- cho las obligaciones
vero. civiles provenientes
del hecho delictivo y
determinadas por re-
solución judicial, ga-
rantice satisfactoria-
mente el
cumplimiento de las
mismas o demuestre
su imposibilidad de
pagar.
Guatemala Penas superiores a Haber observado No se otorga a quien, Juez de ejecución,
tres años y no mayo- buena conducta du- con anterioridad, ya previo informe de la
res de doce años: La rante su reclusión, ha sido condenado dirección del estable-
mitad de la pena. justificada con he- con sentencia ejecu- cimiento donde el
Penas superiores a chos positivos que toriada por otro delito condenado cumple
doce años: 3/4 de la demuestren que ha doloso. pena.
pena. adquirido hábitos de
trabajo, orden y mo-
ralidad.
Que haya restituido
la cosa y reparado el
daño en los delitos
contra el patrimonio
y, en los demás deli-
tos, que haya satisfe-
cho, en lo posible, la
responsabilidad civil
a criterio de la Corte
Suprema de Justicia.
Honduras Penas superiores a Haber observado No se otorga a quien, Juez de Ejecución.
tres años y no mayo- buena conducta du- con anterioridad, ya
res de doce años: La rante su permanencia ha sido condenado
mitad de la pena. en el establecimiento con sentencia ejecu-
Penas superiores a penal y contraído há- toriada por otro delito
doce años: 3/4 de la bitos de trabajo, or- doloso.
pena. den y moralidad, que
patenticen su arre-
pentimiento y propó-
sito de enmienda.
185
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
Nicaragua Penas de prisión ma- Que su personalidad, En algunos delitos es- Autoridad Judicial.
yores a 5 años: 2/3 de su buena conducta en pecíficos se exige 3/4
la pena. el respectivo estable- partes de la pena.
Penas de presidio ma- cimiento carcelario, y No se admite en deli-
yores a 9 años: 3/4 de sus antecedentes de tos sexuales cometi-
la pena. todo orden, permitan dos contra niños niñas
En los delitos graves y al juez presumir fun- y adolescentes.
menos graves: dos dadamente que ha Al delincuente que
terceras partes de pri- dejado de ser peli- haya sido condenado
sión efectiva. groso para la sociedad por más de dos deli-
y que no volverá a de- tos o al reincidente
linquir. por primera vez no se
le otorga hasta haber
cumplido las cuatro
quintas partes de la
pena.
Después de la se-
gunda reincidencia,
el delincuente que-
dará privado del dere-
cho de solicitar la li-
bertad condicional.
186
AIDEF
187
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
Venezuela 3/4 partes de la pena Que no haya come- No se le otorga a quie- Autoridad judicial.
impuesta. tido algún delito o nes se le hubiere revo-
falta, dentro o fuera cado alguna medida
del establecimiento, alternativa al cumpli-
durante el cumpli- miento de la pena
miento de la pena. otorgada anterior-
Que el interno o in- mente.
terna haya sido clasifi-
cado o clasificada pre-
viamente en el grado
de mínima seguridad
por la junta de clasifi-
cación designada por
el Ministerio con com-
petencia en materia
Penitenciaria. Pronós-
tico de conducta favo-
rable del penado o
penada, emitido de
acuerdo a la evalua-
ción realizada por un
equipo evaluador.
Que no haya partici-
pado en hechos de
violencia que alteren
la paz del recinto o el
régimen penitencia-
rio. Que haya culmi-
nado, curse estudios o
trabaje efectivamente
en los programas edu-
cativos y/o laborales.
188
AIDEF
189
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
En ambos casos se trata de buscar una solución humanitaria que evite muertes
de personas en condiciones sanitarias y asistenciales muy deficientes, de ma-
nera que, como último fundamento podemos invocar el trato digno que me-
recen los seres humanos en cualquier condición. La siguiente reflexión del Tri-
bunal Constitucional español la encontramos en otros muchos países al
argumentar sobre estas medidas excarcelatorias excepcionales: “La puesta en
libertad condicional de quienes padezcan una enfermedad muy grave y ade-
más incurable tiene su fundamento en el riesgo cierto que para su vida y su in-
tegridad física, su salud en suma, pueda suponerla permanencia en el recinto
carcelario. Por consiguiente, no exige la existencia de un peligro inminente o
inmediato ni tampoco significa que cualquier dolencia irreversible provoque
el paso al tercer grado penitenciario, si no se dieren las otras circunstancias an-
tes indicadas(…) entre ellas, como aquí ocurre, la menor peligrosidad de los así
libertos por su primera capacidad disminuida. En definitiva, no pietatis causa
sino por criterios enraizados en la justicia como resultado de conjugar los valo-
res constitucionales implicados en esta situación límite, insoluble de otra guisa”
(STC 48/1996, 25 marzo).
190
AIDEF
Tanto en un caso, como en otro, es decir, en los enfermos y los ancianos, la ex-
carcelación no puede interpretarse como abandono. Los servicios civiles del
Estado deben tener previsto la atención postpenitenciaria de estas personas.
Las cuales, muy probablemente, se va a encontrar absolutamente abandona-
das.
A este respecto, las Reglas Mínimas de las Naciones Unidas sobre las medidas no
privativas de libertad (Reglas de Tokyo) disponen que “(1) Las disposiciones per-
tinentes de las presentes Reglas se aplicarán a todas las personas sometidas a
acusación, juicio o cumplimiento de una sentencia, en todas las fases de la ad-
ministración de la justicia penal. (2) A fin de asegurar con mayor flexibilidad,
compatible con el tipo y la gravedad del delito, la personalidad y los antece-
dentes del delincuente y la protección de la sociedad y evitar la aplicación in-
necesaria dela pena de prisión, el sistema de justicia penal establecerá una am-
plia serie de medidas no privativas de la libertad, desde la fase anterior al juicio
hasta la fase posterior a la sentencia. El número y el tipo de las medidas no pri-
vativas de la libertad disponibles deben estar determinadas de manera tal que
sea posible fijar de manera coherente las penas” (artículo 2).
En el mismo sentido, las referidas Reglas Mínimas de las Naciones Unidas sobre
las medidas no privativas de libertad decretan que: “(1) Se pondrá a disposición
de la autoridad competente una amplia serie de medidas sustitutivas posterio-
191
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
192
Capítulo VIII. Trabajo penitenciario
1. Introducción
La Segunda Guerra Mundial marcó un hito crucial en las políticas penales in-
ternacionales, estableciendo un orden global universal imbuido por los dere-
chos humanos, cuya principal consecuencia fue por un lado, el reconocimiento
de la dignidad humana de los internos y, de otro, la prohibición de la tortura y
de los tratos y penas crueles, inhumanos y degradantes para las personas pri-
vadas de libertad. Explícitamente tales pretensiones han sido recogidas en las
principales leyes internacionales, tales como la Declaración Universal de Dere-
193
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
En este sentido, el artículo 7 (PIDCP) dispone que: “Nadie será sometido a tor-
turas ni a penas o tratos crueles, inhumanos o degradantes” (véanse, también,
el artículo 5 DUDH; artículos 1 y 2.1 CTCID; artículos 1 y 2 CIPST, principio 6).
Las personas privadas de libertad siguen siendo personas, pese a su reclusión
en un centro penitenciario, debiendo observarse por parte de los Estados la
obligación de tratar a “toda persona privada de libertad (…) humanamente y
con el respeto debido a la dignidad inherente al ser humano” (art. 10 1 PIDCP).
Esta evolución del sistema penitenciario cristalizó a mediados del siglo XIX en
Estados Unidos, contraponiéndose dos sistemas de prisiones, orientados en
fundamentos antagónicos. Los sistemas penitenciarios propuestos desde Es-
tados Unidos no pretendían acabar con el trabajo penitenciario, ni siquiera con
su carácter de “trabajo forzado”, tan solo superaron la etapa del trabajo salvaje
e introdujeron unos criterios de ordenación y racionalización del mismo. En pri-
mer término, el llamado Modelo de Pennsylvania, conforme al cual el método
adecuado para lograr la reforma de los internos consistía en su encarcelamiento
en solitario, recurriendo además a la religión, como forma de “expiación moral”.
En segundo lugar, se desarrolló el denominado Sistema de Auburn, acorde al
cual la corrección de los internos se alcanzaría mediante la realización de un
trabajo productivo.
Es conveniente recordar que entre los siglos XVI y XVIII las prisiones habían sido
diseñadas como centros de trabajo, siendo la ocupación laboral el elemento
194
AIDEF
Ahora bien, una de las cuestiones más controvertidas que el trabajo peniten-
ciario va a suscitar, a partir de entonces, radica en la propia terminología o de-
finición de lo que se entienda por “trabajo”, no existiendo una definición uní-
voca del mismo. Partiendo de la definición acuñada por Friedmann, se entiende
por trabajo aquel “conjunto de acciones que el hombre ejerce, con un fin prác-
tico, con la ayuda de su cerebro, de sus manos, de instrumentos o de máquinas,
sobre la materia, acciones que, a su vez, reaccionan sobre el hombre, o modifi-
can”. Y en una aproximación al concepto de trabajo penitenciario, podemos
concluir afirmando que aquel consiste en la actividad laboral que los internos
realizan en un centro penitenciario, por iniciativa pública o privada, pero bajo
el control de la Administración penitenciaria, en condiciones iguales o equiva-
lente de derechosa los que tienen los trabajos en la sociedad libre.
195
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
No negamos las bondades del trabajo para alcanzar la reinserción futura ya que
el trabajo es no solo fuente de ingresos económicos, sino de relaciones sociales,
perola condicionar el trabajo a esos objetivos con carácter exclusivo y
negar –como hacen muchas legislaciones penitenciarias– que el mismo pueda
tener unos objetivos económicos y de enriquecimiento del empresario que lo
proporciona, le hace perder competividad y el sector privado pierde interés por
el mismo.
En segundo término, otra de las causas que dificultan un óptimo desarrollo del
trabajo penitenciario radica en su gestión pública por parte de la Administra-
ción, que añade diversas trabas burocráticas y de control al sector empresarial.
Las RMTR aluden a la gestión pública del trabajo penitenciario, al disponer que
“Las industrias y granjas penitenciarias deberán preferentemente ser dirigidas
por la Administración y no por contratistas privados” (Regla 73.1) Esta dificultad
llevó a algunos sistemas penitenciarios a recurrir a contratistas privados para
gestionar el trabajo carcelario, originándose otros inconvenientes, tales como
los posibles abusos de los trabajadores-internos por parte del empresario. En
este sentido, la Organización Internacional del Trabajo en su Convención sobre
el Trabajo Forzado ha proclamado el carácter público de la gestión del trabajo
penitenciario, que debe ser supervisado y controlado por una autoridad pú-
blica, prohibiendo destinar al interno a asociaciones privadas, al menos que
exista una supervisión y un control estatal. De este modo, “los reclusos que se
196
AIDEF
El régimen del establecimiento debe tratar de reducir las diferencias que pue-
dan existir entre la vida en prisión y la vida libre en cuanto estas contribuyen a
debilitar el sentido de responsabilidad del interno o el respeto a la dignidad de
su persona (principio general de normalización). Por ello, es conveniente que,
antes del término de la ejecución de una pena o medida, se adopten los medios
necesarios para asegurar al interno un retorno progresivo a la vida en sociedad
(véase Regla 60.1. RMTR). La organización y los métodos de trabajo penitencia-
rio deberán asemejarse lo más posible a los que se aplican a un trabajo similar
fuera del establecimiento, a fin de preparar a los internos para las condiciones
normales del trabajo libre (Regla 72.1 RMTR). Es este objetivo se denomina co-
múnmente principio laboralización. La laboralización del trabajo en prisiones
debe interpretarse como un subprincipio derivado del principio general de nor-
197
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
198
AIDEF
crisis de la que solo podrá salirse liberándolo de ese lastre positivista; por esa
razón, somos partidarios de un trabajo en prisión competitivo con el trabajo
en el exterior, lo que conllevaría su sometimiento al régimen jurídico de los tra-
bajadores en la sociedad libre y constituir, por tanto, una relación laboral de ca-
rácter especial o diversa, pero nunca degradada.
Es una opinión generalmente aceptada el valor del trabajo como elemento im-
portante pertinente de formación y rehabilitación de los detenidos y como me-
dio valioso de gestión operacional de los establecimientos penitenciarios, de
ahí la necesidad de incrementar la función del trabajo en los regímenes peni-
tenciarios. A este respecto, la Resolución (75) 25 del Comité de Ministros del
Consejo de Europa relativa al trabajo penitenciario recomienda a los gobiernos
de los Estados miembros que:
a) Carácter no aflictivo.
19. Con regulaciones sutilmente diferentes la mayoría de las legislaciones penitenciarias de la región receptan los
principios que enumeraremos seguidamente: Para un ejemplo de ello, confróntese entre otras: Art. 107 de la Ley
24.660 (argentina); art. 139 del Código de Ejecución Penal (Paraguay); art. 105 de la Ley Penitenciaria (El Salvador)
art. 75 de la Ley del Sistema Penitenciario Nacional (Honduras).
199
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
En este sentido, las RMTR disponen que “El trabajo penitenciario no deberá te-
ner carácter aflictivo” (artículo 8.3 letras a), b) y c) iPIDCP; artículo 23.1, 23.2 y
23.3 DUDH; artículo 6.2 y 6.3 letra a) CADH; PBP XIV inc.1.
Por su parte, la CEDH exceptúa de tal definición “(a) cualquier trabajo requerido
normalmente de una persona sometida a la detención en las condiciones pre-
vistas en el artículo 5 del presente Convenio o durante su puesta en libertad
condicional; (b) cualquier servicio de carácter militar o, en su caso, de objetores
de conciencia en los países, en que la obligación de conciencia es reconocida
como legítima, otro servicio en el lugar del servicio militar obligatorio; (c) cual-
quier servicio requerido en el caso de crisis o de calamidades que amenazan la
vida o el bienestar de la comunidad; (d) cualquier trabajo o servicio que forman
parte de las obligaciones cívicas normales”.
Pese a los intentos por diferenciar conceptualmente lo que sean “trabajos for-
zosos“ de otras actividades laborales obligatorias totalmente acordes con los
derechos de los internos, en frecuentes ocasiones se han planteado diversas
demandas ante la Comisión, teniendo ésta que fallar en el sentido de su admi-
sibilidad o no. Así, por ejemplo, la Decisión de 5 de julio de 1979, procedente
de la Demanda nº 7906, D.R. nº 17, pp. 59 y ss., donde el demandante alegaba
haber sido sometido a un estado de servidumbre. En esta Decisión la Comisión
interpretó correctamente el término de “servidumbre” para diferenciarlo del de
200
AIDEF
201
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
sujetos plenos de derechos, entre los que cabe incluir el derecho al trabajo (Prin-
cipios Básicos para el Tratamiento de los Reclusos, Principio 5. “Con excepción
de las limitaciones que sean evidentemente necesarias por el hecho del encar-
celamiento, todos los reclusos seguirán gozando de los derechos humanos y
las libertades fundamentales […])”.
Entre los PBP, se declara que “toda persona privada de libertad que esté sujeta
a la jurisdicción de cualquiera de los Estados Miembros de la Organización de
los Estados Americanos será tratada humanamente, con irrestricto respeto a su
dignidad inherente, a sus derechos y garantías fundamentales, y con estricto
apego a los instrumentos internacionales sobre derechos humanos” (Principio
1).
La concreta prohibición de los trabajos forzosos enlaza con este carácter de res-
peto a la dignidad del interno, como ha expresado el PIDCP cuyo artículo 7 dis-
pone que “nadie será sometido a torturas ni a penas o tratos crueles, inhumanos
o degradantes” (véanse, en este sentido, artículo 93 letra h) CPP; Artículo 5
DUDH; Artículo 5.2 CADH; artículo 1 y 2.1 CTCID; Artículos 1 y 2 CIPST; Principio
6). Asimismo, el artículo 10 del citado PIDCP establece que “toda persona pri-
vada de libertad será tratada humanamente y con el respeto debido a la digni-
dad inherente al ser humano”.
d) Suficiente y productivo.
Las RMTR han perfilado los rasgos que debe revestir el trabajo penitenciario,
añadiendo a los anteriores requisitos que sea “suficiente para ocuparlos durante
la duración normal de una jornada de trabajo” (Regla71.1 RM). Esta declaración
es perfectamente compatible con la finalidad que debe cumplir el tratamiento
penitenciario, encaminado a preparar al interno para su vida en el exterior. Ade-
202
AIDEF
e) Formativo y resocializador.
Los datos estadísticos reflejan el bajo nivel de cualificación profesional que pre-
senta la población penitenciaria y la estrecha relación que se produce entre de-
sempleo y delincuencia. La falta de cualificación profesional es una de las causas
más frecuentes del desempleo. A este respecto, y en la medida de lo posible, el
trabajo penitenciario deberá contribuir por su naturaleza a mantener o aumen-
tar la capacidad del recluso para ganarse honradamente su vida después de su
liberación. En aras de cumplir esta pretensión, se dará formación profesional
en algún oficio útil a los reclusos que estén en condiciones de aprovecha-
miento, y particularmente, a los jóvenes (Regla 71.4 y 5 RM).
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Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
g) Remunerado.
20. Art. 121 de la Ley 24.660 (Argentina): Art. 82 de la Ley del Sistema Penitenciario Nacional (Honduras); Art. 17 de
la Ley de Régimen Penitenciario (Venezuela); Art. 66 del Código de Ejecución (Perú).
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AIDEF
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Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
siones y, por otra parte, como un compromiso de las autoridades de cada centro
de no obstaculizar el acceso al trabajo de los internos en la medida de lo posi-
ble. Aunque tampoco con esta interpretación “descafeinada” que reduce el de-
recho a trabajar a un compromiso programático de política penitenciaria se han
logrado mayores avances. A pesar de la claridad de los textos, incluso de los
textos legales nacionales, y de los beneficios que aporta, la mayoría de los paí-
ses tienen sumido en un abandono los esfuerzos por alcanzar la plena ocupa-
ción de los condenados.
Finalmente, las RMTR, para una buena práctica penitenciaria, reconocen que a
los trabajadores penitenciarios se les debe asegurar el derecho a la seguridad
e higiene. Conforme con ello, la Regla 74 RM dispone que: “En los estableci-
mientos penitenciarios se tomarán las mismas precauciones prescritas para pro-
206
AIDEF
207
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
De todas ellas, son las que se exigen como servicios auxiliares comunes del es-
tablecimiento las que plantean más conflictos y dudas. Los internos están obli-
gados, de forma no retributiva, a ocuparse de la limpieza y el mantenimiento
de las dependencias en donde desarrollan sus actividades personales (celdas,
servicios de aseo o pasillos). Más dudoso es la inclusión dentro de este concepto
de la limpieza de las zonas comunes (patios, comedores, zona de comunicacio-
nes y visitas o instalaciones deportivas o sanitarias). Ahora bien, resulta un
abuso considerar que también la limpieza de los exteriores y las oficinas o des-
pachos del establecimiento forman parte de las prestaciones personales obli-
gatorias. El mantenimiento de estas últimas cuando es asumido por la propia
población penitenciaria debe ser considerado a todos los efectos como ocupa-
ción laboral.
208
AIDEF
normal exigible por dicho trabajo teniendo en cuenta el rendimiento del in-
terno (Regla 73.1). Finalmente, los internos gozarán de las mismas reglas de se-
guridad e higiene que en el trabajo desarrollado fuera de los establecimientos
penitenciarios por los trabajadores libres.
Con relación a las horas así fijadas, deberán dejar un día de descanso por se-
mana y tiempo suficiente para la instrucción y otras actividades previstas para
el tratamiento y readaptación del interno (Regla 75.2 RMTR).
La selección de los internos que van a ocupar un puesto de trabajo dentro del
establecimiento apenas ha merecido la atención a la legislación penitenciaria,
a pesar de constituir uno de los aspectos más trascendentales dentro de la pri-
sión. La posibilidad de trabajar constituye un auténtico privilegio. No solo por
la eventualidad de poder obtener una retribución económica y por la posibili-
dad de acceder a algunos beneficios penitenciarios asociados a buen compor-
tamiento laboral, sino también, porque los estudios demuestran que los inter-
nos trabajadores están menos prisionalizados que los desempleados. El trabajo
permite estar insertos en una problemática similar a la que se tiene en la socie-
dad libre y evita la prolongada estadía en los patios.
Así que la adjudicación presenta dos cuestiones distintas. Una primera, de me-
nor importancia, que garantiza siempre la voluntad del interno para acceder a
un puesto de trabajo. El doble carácter de derecho-deber que reviste el trabajo
penitenciario posibilita que dentro de los límites compatibles, con una selec-
ción profesional basada tanto en la racionalidad como en las exigencias de la
administración y la disciplina penitenciaria, los internos gozarán de la posibili-
dad de elegir la clase de trabajo que deseen realizar (Regla 71.6 RMTR).
209
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
blema que debe ser abordado con atención. Aunque algunas legislaciones se
pronuncian al respecto, en la mayoría de los casos no hay criterios de distribu-
ción de los puestos de trabajo. Lo que supone un privilegio, que puede ser em-
pleado arbitrariamente por la Administración.
El vacío legal es, pues, un riesgo que debe evitarse. No vemos inconveniente
en que la ocupación laboral pueda constituir una recompensa, siempre que
responda a la regulación legal; sin embargo, no compartimos la opinión de
quienes hacen valer la condición de penado frente a la de preventivo en el mo-
mento de distribuir el trabajo. El trabajo penitenciario es una riqueza promo-
cionada, por mandato legal, que se encuentra comprometida a diseñar las po-
líticas penitenciarias con este objetivo. Ese compromiso debe favorecer por
igual a todos aquellos que sufren privación de libertad, con independencia de
su condición procesal.
En primer lugar, entre las causas generales, cabe señalar: el mutuo acuerdo de
las partes; la incapacidad temporal del trabajador; la maternidad y la fuerza ma-
yor temporal. Entre las causas particulares, inherentes al derecho penitenciario,
pueden citarse el cumplimiento de sanciones disciplinarias; razones de trata-
miento y los traslados de internos.
210
AIDEF
21. Art. 117 de la ley 24.660 (Argentina); Art. 139.5 del Código de Ejecución Penal (Paraguay); art. 105 de la Ley Pe-
nitenciaria (El Salvador); art. 75.6 de la Ley del Sistema Penitenciario Nacional y 170 de su Reglamento (Honduras);
art. 16 de la Ley de Régimen Penitenciario (Venezuela); art. 66 del Código de Ejecución (Perú).
211
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
22. Un ejemplo bastante claro de esta tensión lo constituye el art. 4 del Estatuto Laboral y de Formación para el Tra-
bajo Penitenciario de Chile: "Las relaciones entre internos y terceros ajenos a Gendarmería de Chile, que se encuen-
tren regidas por la legislación laboral común, suponen la vigencia plena de todas las disposiciones que componen
dicha normativa; sin embargo, el ejercicio de los derechos colectivos como el derecho a huelga, a sindicalizarse, a
negociar colectivamente, u otros que las normas del trabajo contemplen, estará limitado por el respeto al régimen
penitenciario a que se encuentran sometidos los trabajadores internos, el que no podrá ser alterado en modo alguno
en razón de estos derechos".
212
Capítulo IX. Otras prestaciones que debe brindar el
servicio penitenciario
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Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
les falte razón a quienes destacan que una empresa privada de seguridad de-
sarrollaría mejor las funciones de vigilancia y custodia.
214
AIDEF
Más allá del debate referido sobre la privatización, hoy parece difícil de mante-
ner una política radical a favor de lo público. Pero esto no es un problema de
privatización, sino de externalización de algunos servicios penitenciarios. El fe-
nómeno de la externalización no solo es necesario, sino conveniente para ga-
rantizar ciertos servicios, para hacerlos más eficaces, mejores y más competiti-
vos. La externalización no se plantea solo entre lo público y el sector
empresarial, también las administraciones penitenciarias se ven obligadas para
garantizar la calidad de un servicio a externalizarlo y ponerlo bajo la gestión de
la otra Administración pública distinta –central, municipal, provincial, etc.– En
la actualidad casi todos los países tienen externalizados determinados servicios
de la Administración penitenciaria, tales como la sanidad, la alimentación, los
proveedores de mercancías, los talleres, etc.
215
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
tencia de salud prestada a las personas bajo su jurisdicción, como deber espe-
cial de protección a la vida y a la integridad personal, independientemente de
si la entidad que presta tales servicios es de carácter público o privado"; (Cor-
teIDH, “Caso Ximenes Lopes Vs. Brasil”. Sentencia de 4 de julio de 2006, párrs.
87 y 89).
Más aún, la CIDH ha considerado que con respecto a las personas privadas de
libertad, en sentido amplio, los deberes del Estado de regulación y fiscalización
de la asistencia de salud prestada por agentes privados es aún mayor, precisa-
mente en función de la posición especial de garante en la que se coloca el Es-
tado frente a las personas sujetas a su custodia (CIDH, Informe sobre los dere-
chos Humanos de las personas privadas de libertad en las Américas, 2011, p.
202).
2. Sanidad
216
AIDEF
131; “Caso García Asto y Ramírez Rojas Vs. Perú”. Sentencia de 25 de noviembre
de 2005, párr. 226, y “Caso Montero Aranguren y otros (Retén de Catia) Vs. Ve-
nezuela”, párr. 102).
En el ámbito regional, los PBP prevén que: "Las personas privadas de libertad
tendrán derecho a la salud, entendida como el disfrute del más alto nivel posi-
ble de bienestar físico, mental y social, que incluye, entre otros, la atención mé-
dica, psiquiátrica y odontológica adecuada; la disponibilidad permanente de
personal médico idóneo e imparcial; el acceso a tratamiento y medicamentos
apropiados y gratuitos; la implementación de programas de educación y pro-
moción en salud, inmunización, prevención y tratamiento de enfermedades in-
fecciosas, endémicas y de otra índole; y las medidas especiales para satisfacer
las necesidades particulares de salud de las personas privadas de libertad per-
tenecientes a grupos vulnerables o de alto riesgo, tales como: las personas adul-
tas mayores, las mujeres, los niños y las niñas, las personas con discapacidad,
las personas portadoras del VIH-SIDA, tuberculosis, y las personas con enfer-
medades en fase terminal. El tratamiento deberá basarse en principios científi-
cos y aplicar las mejores prácticas"; (Principio X).
23. Algunas legislaciones de los países de la región prevén en forma expresa esta posibilidad. Confróntese, entre
otras: Argentina (Art. 148 de la Ley 24.660); Bolivia (Art. 96 de la Ley 2298); El Salvador (Art. 119 de la Ley Penitenciaria);
Guatemala (art. 14 de la Ley del Régimen Penitenciario); Honduras (Art. 45 de la Ley del Sistema Penitenciario Na-
cional); Paraguay (Art. 179 del Código de Ejecución Penal); Perú (Art. 80 del Código de Ejecución).
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Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
nal, en el mismo sentido se orientan los PBP: "Se dispondrá en los lugares de
privación de libertad de personal calificado y suficiente (…) para atender las
necesidades médicas" (Principio XX). Distinto son las funciones de vigilancia en
casos especiales, como postoperatorios, que realizan los propios internos.
Con mucha más razón, en aquellos supuestos en los que la ley penal contempla
la suspensión de la ejecución de la pena o la excarcelación adelantada para evi-
tar que el penado pase sus últimos momentos de vida en prisión, la Adminis-
tración sigue obligada a prestar una asistencia sanitaria.
Los centros no pueden ofertar más instalaciones que aquellas que garantizan
los primeros tratamientos o tratamientos paliativos o postraumáticos. El costo
de la tecnología sanitaria es excesivamente elevado como para asegurar unas
instalaciones adecuadas para una población reclusa de un establecimiento.
Contar con establecimientos hospitalarios penitenciarios tampoco resuelve los
problemas de seguridad, ya que, en definitiva, obligaría a un traslado perma-
nente de enfermos/internos.
218
AIDEF
debido a que tienen que introducir medidas de seguridad, que pueden ser ina-
decuadas para el resto de los enfermos internados.
A pesar de contar con los servicios sanitarios civiles, las prisiones deben de ofre-
cer una asistencia médica adecuada a las necesidades de la población peniten-
ciaria, que garantice un servicio asistencial equivalente al que se ofrece en la
sociedad libre. En la medida que sea viable y siempre que no represente un
trato discriminatorio por estar internado, la sanidad penitenciaria debe procurar
ofrecer el mayor número de servicios posible. Una cobertura sanitaria diferen-
ciada por esta circunstancia constituye un grave acto de discriminación que
puede ser considerado, en los casos más graves, como trato inhumano.
Los servicios médicos de la prisión tienen que cubrir las labores de diagnóstico
y tratamiento básicos de enfermedades físicas o mentales. La asistencia peni-
tenciaria tiene que atender a una población muy heterogénea que, en ocasio-
nes, requiere de tratamientos específicos para ciertas patologías crónicas en
prisión.
En una cárcel los servicios médicos cumplen un papel preventivo que tras-
ciende de lo convencional. Los médicos deben inspeccionar los establecimien-
tos para denunciar todas las deficiencias que puedan originar perjuicios para
219
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
Por otra parte, las circunstancias de aislamiento geográfico de los centros y las
dificultades de acceder al interior requieren de una presencia continuada de la
asistencia médica. No basta con cubrir las horas laborales porque la población
penitenciaria soporta un riesgo continuado que exige una asistencia igual-
mente ininterrumpida, de manera que cada establecimiento tienen que contar,
al menos, con un médico permanente de medicina general y un sistema pro-
220
AIDEF
tocolizado de excarcelación para los casos de urgencias (“Se adoptarán las me-
didas necesarias para asegurar que en todo momentos pueda intervenir un mé-
dico diplomado sin demora en caso de urgencias” Regla 41. NPE).
II. La actividad médica está protegida por el secreto profesional, lo que plantea
algunos problemas en el escenario de una prisión. Salvo que el interno presente
una patología que sea contagiosa para terceras personas, en cuyo caso proce-
derá el aislamiento preventivo del mismo, el historial médico solo puede ser
conocido por el personal sanitario, el cual responderá también de la custodia
de los expedientes.
3. Educación
La población penitenciaria, no tanto por haber cometido delitos sino por per-
tenecer a los estratos más depauperados de la estructura social, presenta fre-
cuentemente graves carencias educativas, incluso de alfabetización. Este fenó-
meno suele presentarse con mayor frecuencia en la población penitenciaria
femenina.
221
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
Por su parte, en la región los PBP prevén que las personas privadas de libertad
tendrán derecho a la educación, que deber ser accesible, sin discriminación al-
guna, y tomar en cuenta la diversidad cultural y sus necesidades especiales. La
enseñanza primaria o básica debe ser gratuita para las personas privadas de li-
bertad, en particular, para los niños y niñas, y para los adultos que no hubieren
recibido o terminado el ciclo completo de instrucción primaria. Los Estados de-
ben promover en los lugares de privación de libertad, de manera progresiva y
222
AIDEF
223
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
24. Hay dos disposiciones interesantes en las legislaciones de nuestra región que intentan reducir la distancia entre
el docente y el interno. Las leyes de El Salvador y Guatemala prevén la posibilidad de que, en determinadas circuns-
tancias, los propios internos actúen como docentes o auxiliares. Art. 115 de la Ley Penitenciaria (El Salvador): "Con
el dictamen favorable del Consejo Criminológico respectivo, los internos que hubieren aprobado en forma satisfac-
toria la enseñanza básica y los que tuvieren una profesión o grado técnico que les permita contribuir con el régimen
educacional dentro del centro, podrán participar como docentes o auxiliares". Art. 25 de la Ley del Régimen Peni-
tenciario (Guatemala) "Las personas reclusas que hubieren aprobado en tal forma los diferentes niveles de educación
y que fueren profesionales o técnicos que les permita contribuir con el régimen educacional del centro, podrán par-
ticipar como docentes o auxiliares, en forma remunerada, para cuyo efecto el Ministerio de Educación, las universi-
dades y otras instituciones podrán realizar las contrataciones y/o pagos respectivos".
224
AIDEF
• En tercer lugar, asegurar que aquellos internos que los deseen puedan conti-
nuar sus estudios universitarios o iniciar una enseñanza reglada no obligatoria.
En relación a estos estudios superiores, la Administración penitenciaria no
asume la gratuidad de los mismos, pero se compromete a facilitar las gestiones
administrativas –preinscripción, matriculación, solicitud de becas, asistencia a
exámenes, comunicaciones especiales con los profesores, notificaciones, etc–.
225
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
• Penas cortas y penas largas. Las primeras deben prever la posibilidad de con-
tinuidad tras la liberación del programa iniciado dentro del establecimiento. La
segunda requiere una mayor atención a la incentivación ya que los penados a
largas penas suelen ser presos de la apatía y desinterés generalizado.
Nos encontramos con distintos modelos para estimular a los internos a partici-
par en su formación. El más convencional es convertirla en obligatoria. Así, el
art. 26 de la DUDH, señala que “la instrucción elemental será obligatoria”. Aun-
que la mayoría de las legislaciones nacionales así lo hacen, sobre todo cuando
se trata de enseñanza básica, sin embargo, muy pocas dan el paso de sancionar
disciplinariamente el incumplimiento.25
De manera que la obligación se dibuja más como una directriz de política pe-
nitenciaria o como un compromiso generalizado para todos –tanto para los in-
ternos como para la Administración– de fomentar esa actividad.
25. Es el caso de Paraguay. Artículo 162 del Código de Ejecución Penal: "La negativa injustificada del interno analfa-
beto y del que no haya completado su Educación Escolar Básica a concurrir a las escuelas o servicios educativos,
será considerada como una infracción a las normas de conducta, y servirá para calificar la misma y el concepto del
interno, a los efectos del goce de los beneficios reglamentarios".
226
AIDEF
Otra fórmula empleada para el fomento de esta actividad, que nos parece legí-
tima y positiva, es asegurar que la participación de un interno en un programa
educativo no sea un obstáculo para concurrir en el mercado laboral peniten-
ciario. Para ello la actividad educativa tendrá a todos los efectos la consideración
de actividad laboral.
4. Alimentación
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Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
tura hegemónica sobre otra minoritaria. Esta imposición, en contra de las con-
vicciones de la persona, constituye un atentado contra el derecho a la libertad.
La alimentación que se ofrece ha de ser respetuosa con las creencias, las cultu-
ras y las convicciones religiosas o filosóficas del interno. Así lo mencionan ex-
presamente los PBP (La alimentación debe tomar en consideración las cuestio-
nes culturales y religiosas. Principio XI). La cada vez mayor presencia de distintas
culturas conviviendo en un mismo centro penitenciario ha convertido el reco-
nocimiento a la diversidad dietética por razones étnicas y culturales en un pro-
blema complejo. Deben tomarse todas las medidas posibles para asegurar el
respeto a la identidad cultural, ahora bien, como ocurre con el resto de los de-
rechos, a veces el escenario penitenciario no permite respetar esa diversidad.
En primer lugar, debe tenerse en cuenta que la Administración solo está obli-
gada a respetar las dietas específicas por motivos religiosos cuando la confesión
de que se trate tiene incorporado como rito esencial sin alternativas posible
una determinada dieta.
228
AIDEF
5. Higiene
Ahora bien, la higiene es un valor diverso en cada cultura e, incluso, en cada es-
tamento socio-económico, pero la prisión no permite distintos niveles de hi-
giene lo que provoca una estandarización e imposición para ciertas personas.
Es por esto que la higiene es empleada, con frecuencia, en las instituciones to-
tales como un instrumento disciplinario. La uniformidad, por si misma, no es
más higiénica, salvo que entendamos la higiene en un sentido militar. Única-
mente las Reglas Mínimas para el Tratamiento de los Reclusos pone el acento
en el aspecto personal como elemento higiénico y señala que “se facilitará a los
reclusos medios para el cuidado del cabello y de la barba, a fin de que se pre-
senten de un modo correcto y conserven el respeto de sí mismos; los hombres
deberán poder afeitarse con regularidad” (art. 16). Solo aquellas condiciones
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Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
que tienen una razonable proporción con los fines de salubridad y confort pue-
den ser disciplinariamente exigidas. Al interno no se le rapará en ningún caso,
ni como forma de identificación, ni como sanción.
La limpieza de las celdas forma parte de las actividades que sus propios mora-
dores deben de asumir, otra cosa distinta es la limpieza de las zonas comunes,
que debe ser tratada como trabajo penitenciario (vid. Capítulo 8). No se trata
de ahorrar recursos sino de respetar la intimidad y favorecer la autorresponsa-
bilidad en la ordenación delos espacios más personales.
Las instalaciones del baño deben ser idóneas y estar sometidas a controles sa-
nitarios regulares. Las condiciones de limpieza de estos espacios invitan a los
internos a hacer uso de ellos y les ayuda a mantener su dignidad. Se debe de
hacer un esfuerzo organizativo para permitir a los internos acceder a estos ser-
230
AIDEF
6. Ropa
Las prendas de vestir sirven para recubrir el cuerpo humano, pero constituyen
signos de identidad y nos comunican con los demás. Para los internos cuya au-
toestima, debido, entre otras razones al encarcelamiento, es muy baja, poder
disfrutar de unas prendas dignas les puede significar una ayuda. Hay una pací-
fica convención en que las prendas no deben tener ningún signo que identifi-
que a sus portadores con la condición de privados de libertad: Ni números, ni
tablillas con el nombre ni otros signos que puedan llevar una carga estigmati-
zante, pueden permitirse. La prisión es una sociedad civil que en absoluto jus-
tifica tratamientos de uniformidad. Ucrania fue denunciada ante el Tribunal Eu-
ropea de DDHH porque obligaba a los condenados a cadena perpetua a llevar
un mono de color naranja con las palabras “condenados a cadena perpetua”. Es
más, las investigaciones coinciden en destacar la importancia de preservar el
principio de diversidad, lo cual comienza por los aspectos de apariencia exterior
de las personas. Cuanto mayor sea la identificación uniformada con el grupo,
mayores serán los índices de prisionalización y las barreras que obstaculizan la
231
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
Cuando las condiciones de la ropa que trae el ingresado sean contrarias a las
exigencias de la higiene la Administración penitenciaria en el ejercicio del deber
por velar por la dignidad y la salud de los privados de libertad les proveerá de
prendas de vestir. Esta obligación es universal y se atenderá a ella con indepen-
dencia de la condición del interno. Incluso, eventualmente, se entregará pren-
das de vestir a los hijos que ingresan con sus madres al establecimiento. Una
vez que la ropa es entregada al interno por la Administración del centro, esta
pasará a formar parte de sus enseres personales y merecerá la misma protección
jurídica que se conceda a estos. También se genera el deber del interno de man-
tener las prendas recibidas en buen estado. Para esto se les debe proveer de
medios para la limpieza y reparación de las ropas.
232
AIDEF
La sustitución de la ropa que la persona trae por una nueva suministrada por
la administración no puede ser impuesta, ni la resistencia objeto de sanción.
Salvo que la ropa esté en un estado deterioro que pueda constituir un riesgo
para la sanidad y la higiene general, debe primar siempre la voluntad del in-
terno, a quien se le ofrecerá para que decida si quiere o no sustituir su vesti-
menta.
Son frecuentes las quejas de los internos sobre la limpieza de la ropa. El deber
de suministrar la ropa, que incluye también la de la cama, se extiende al man-
tenimiento de la misma en condiciones de uso. En algunas ocasiones las de-
mandas de los internos por la imposibilidad de lavar la ropa ha llegado a la
CEDH, la cual se ha pronunciado considerando que la misma constituye un trato
degradante en contra de lo establecido por los tratados derechos humanos
(CEDH en el caso Hurtado vrs. Suiza de 8 de julio de 1993).
7. Cultura y deportes
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Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
Los PBP prevén al respecto que: "Las personas privadas de libertad tendrán de-
recho a participar en actividades culturales, deportivas, sociales, y a tener opor-
tunidades de esparcimiento sano y constructivo. Los Estados Miembros alen-
tarán la participación de la familia, de la comunidad y de las organizaciones no
gubernamentales, en dichas actividades, a fin de promover la reforma, la re-
adaptación social y la rehabilitación de las personas privadas de libertad" (Prin-
cipio XIII).
Entre los daños más pronunciados de los que produce la prisión a los recluidos
está la perdida de la autonomía y la creatividad. Las instituciones totales disci-
plinan al individuo hasta hacerles perder la conciencia de la individualidad. La
expresión artística, por el contrario, es una forma de contrarrestar esos daños
porque la persona encuentra un espacio para expresarse con toda libertad. Es
conveniente que los internos tengan acceso a los espacios de esparcimiento y
cultura y que puedan participar activamente en teatros, cine, radios, danzas,
medios de comunicación internos o charlas.
8. La asistencia postpenitenciaria
234
AIDEF
Por lo común los sistemas penitenciarios incluyen tres tipos de ayuda postpe-
nitenciaria. La ayuda personal que asegura que el egresado va a contar con me-
dios económicos para volver a su lugar de origen y para cubrir sus necesidades
durante un tiempo que suele ser de unos meses, salvo que tenga recursos o
encuentre un trabajo. Para determinar la cantidad que se abona se toma en
cuenta los salarios mínimos interprofesionales. En segundo lugar, la ayuda para
encontrar una vivienda y, por último, la ayuda laboral.
235
Capítulo X. Régimen disciplinario
1. Introducción
Más prisión sobre la prisión no hace sino reproducir un modelo puro de retri-
bución y castigo, abandonando otras alternativas experimentales más cohe-
rentes con los propios postulados del sistema.
237
Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
Argentina - Amonestación.
- Exclusión de las actividades recreativas o deportivas hasta diez (10) días.
- Exclusión de la actividad común hasta quince (15) días.
- Suspensión o restricción total o parcial de derechos reglamentarios de hasta quince
(15) días de duración.
- Permanencia en su alojamiento individual o en celdas cuyas condiciones no agra-
ven ilegítimamente la detención, hasta quince (15) días ininterrumpidos.
- Permanencia en su alojamiento individual o en celdas cuyas condiciones no agra-
ven ilegítimamente la detención, hasta siete (7) fines de semana sucesivos o alter-
nados.
- Traslado a otra sección del establecimiento de régimen más riguroso.
- Traslado a otro establecimiento.
Brasil - Advertencia verbal.
- Reprensión.
- Suspensión o restricción de derechos.
- Aislamiento en la propia celda o en un local adecuado en los establecimientos que
posean alojamiento colectivo.
- Inclusión en régimen disciplinario diferenciado.
Chile - Amonestación verbal.
- Aislamiento que no puede superar los 10 días.
Costa Rica - Amonestación verbal o una amonestación por escrito.
- Reubicación de ámbito de convivencia.
- Suspensión temporal de incentivos.
- Reubicación de nivel.
Ecuador - Restricción del tiempo de la visita familiar.
- Restricción de las comunicaciones externas.
- Restricción de llamadas telefónicas.
- Sometimiento al régimen de máxima seguridad.
El Salvador - Internamiento en celda individual hasta por un máximo de treinta días.
- Internamiento en celda individual hasta por cuatro fines de semana.
- Suspensión de visitas hasta por seis meses.
- Privación o limitación de actividades de esparcimiento, hasta por ocho días como
máximo.
- Limitación a una llamada telefónica o a remitir una carta mensual, que no excederá
de tres meses.
- Amonestación escrita.
Honduras - Amonestación privada.
- Privación de actos recreativos.
- Ejecución de servicios extraordinarios de higiene.
- Prohibición temporal de visita conyugal, familiar o de amigos.
- Suspensión temporal de responsabilidad como auxiliar de confianza.
- Suspensión parcial o total de beneficios, incentivos y premios reglamentariamente
obtenidos.
- Suspensión temporal de salidas autorizadas por Ley.
- Retroceso al periodo fase de tratamiento inmediato anterior.
- Traslado al régimen de máxima seguridad del mismo establecimiento.
- Traslado a otro establecimiento penitenciario, con régimen de seguridad mixto.
- Traslado al establecimiento en el que solo se cuenta con régimen de máxima se-
guridad.
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2. Principios generales
A pesar de que el escenario de las cárceles genera por sí solo tensiones y vio-
lencia estructurales entre quienes lo sufren, se han experimentado otras vías
alternativas que fomentan la autorresponsabilidad y que coadyuvan en el logro
de esos objetivos. Algunas de las propuestas de la Sociología moderna son
transferibles al mundo de las prisiones y es posible lograr que se garantice la
convivencia ordenada sobre la base de unas relaciones fluidas y dinámicas entre
los internos y el personal penitenciario, que permita una eficaz intervención
preventiva.
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traer a este ámbito algunos principios democráticos y jurídicos del proceso. Así,
por ejemplo, el principio acusatorio o el de publicidad son muy importantes.
No pueden aplicarse pesquisas inquisitoriales, ni sanciones colectivas, ni puede
burlarse el derecho que toda persona tiene de estar informado del expediente
disciplinario abierto contra él. Por otro lado, la jurisprudencia constitucional
comparada ha establecido que son de aplicación a la potestad sancionadora
de la Administración penitenciaria los principios de reserva de ley, tipicidad,
non bis in idem, irretroactividad de normas desfavorables, derecho a la defensa,
presunción de inocencia, tutela judicial efectiva.
II. Nadie discute la naturaleza jurídica de sanción administrativa que tienen los
castigos que pueden imponerse a través del régimen disciplinario, regulado
para las prisiones. Administrativo es, tanto el órgano que las impone como lo
son las normas que lo regulan. No obstante, existen razones que apuntan a que
nos encontramos ante un régimen disciplinario de la Administración de carácter
específico. Las circunstancias que lo convierten en específico son, al menos, las
siguientes:
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De ese modo, en principio solo una ley formal puede legítimamente aplicar res-
tricciones al goce y ejercicio de los derechos y libertades reconocidas en la Con-
vención. La admisión de remisiones reglamentarias, según la Corte solo podrían
válidamente efectuarse "siempre que tales delegaciones estén autorizadas por
la propia Constitución, que se ejerzan dentro de los límites impuestos por ella
y por la ley delegante, y que el ejercicio de la potestad delegada esté sujeto a
controles eficaces, de manera que no desvirtúe, ni pueda utilizarse para desvir-
tuar, el carácter fundamental de los derechos y libertades protegidos por la
Convención". En síntesis, la previsión de las conductas que constituirán infrac-
ción disciplinaria, así como también el catálogo de infracciones y el procedi-
miento para su imposición debe ser prevista en una ley formal. Solo podrá ser
admitida una delegación en aquellos sistemas en los que el propio orden cons-
titucional así lo admita y solo sobre la base de las limitaciones por él impuestas.
En caso de que se produzca una remisión a una norma jurídica de rango inferior,
como puede ser un reglamento, este debe respetar en su totalidad la función
de desarrollo de la ley, circunscribirse al mandato legal, sin entrar en contradic-
ción con él, ni contemplar restricciones de los derechos que no estén ampara-
das por la ley. Para dar satisfacción al principio de legalidad, a tenor de la N. 57.
2 de las NPE, la ley debe, al menos, recoger los siguientes, aspectos del régimen
disciplinario:
– Los actos u omisiones de los detenidos que constituyan una infracción disci-
plinaria.
– Los procedimientos a seguir en materia disciplinaria.
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No obstante, los redactores de los Principios para la Protección de todas las Per-
sonas Sometidas a cualquier Forma de Detención se muestran menos exigentes
en relación al principio de legalidad, tanto porque equipara el reglamento a la
ley, como porque no hace mención al procedimiento (“Los tipos de conducta
de la persona detenida o presa que constituyan infracciones disciplinarias du-
rante la detención o la prisión, la descripción y duración de las sanciones disci-
plinarias que puedan aplicarse y las autoridades competentes para aplicar di-
chas sanciones se determinarán por ley o por reglamentos dictados conforme
a derecho y debidamente publicados”, P. 30).
En el ámbito regional, los PBP solo mencionan a las leyes como fuente de re-
gulación del sistema disciplinario en la prisión: "Las sanciones disciplinarias que
se adopten en los lugares de privación de libertad, así como los procedimientos
disciplinarios, deberán estar sujetas a control judicial y estar previamente esta-
blecidas en las leyes, y no podrán contravenir las normas del derecho interna-
cional de los derechos humanos" (Principio XXII.1). La CIDH ha refirmado este
estándar en su informe de 2011 mencionando que es la ley la que debe deter-
minar: (a) los actos u omisiones de las personas privadas de libertad que cons-
tituyan infracciones disciplinarias; (b) los procedimientos a seguir en tales casos;
(c) las sanciones disciplinarias específicas que puedan ser aplicadas y su dura-
ción; (d) la autoridad competente para imponerlas; y (e) los procedimientos
para presentar recursos contra dichas sanciones y la autoridad competente para
decidirlos. (CIDH, Informe sobre los derechos Humanos de las personas privadas
de libertad en las Américas, 2011, p. 147). Del mismo modo, la Comisión ha di-
cho en oportunidad de tratar una petición relacionada con la vigencia de ga-
rantías en los procesos disciplinarios y su previsión legal que "de comprobarse
la ausencia de una legislación que establezca la aplicación de dichas garantías
en los procedimientos relacionados con la ejecución de la pena, podría carac-
terizarse violación al artículo 2 de la Convención Americana" (CIDH, Informe
nro. 69/08, Petición 681-00. Admisibilidad. Guillermo Patricio Lynn, Argentina.16
de octubre de 2008).26
26. Un repaso del estado de situación en los países de la región nos permite visualizar lo siguiente: Argentina: prevé
en su ley de Ejecución las faltas graves pero delega en la reglamentación la tipificación de las medias y las leves (art.
85 de la ley 24.660). Bolivia: tanto las infracciones leves, como las medias y graves se encuentran tipificadas en la
Ley 2298 de Ejecución de la pena. Chile: El régimen disciplinario se encuentra previsto en el Reglamento de Esta-
blecimientos Penitenciarios, lo que implica que tanto las infracciones como las sanciones no se encuentran previstas
en una ley formal. Costa Rica: Las faltas se encuentran tipificadas en el Reglamento de Derechos y Deberes de los
Privados y las Privadas de Libertad. El art. 32 las clasifica en leves, graves y muy graves. Ecuador: Prevé tanto las in-
fracciones como las sanciones en su Código Orgánico Integral Penal (arts. 721 a 725). El Salvador: Las faltas no se
encuentran tipificadas en la ley. Guatemala: Prevé todas las conductas e infracciones en su ley formal (Art. 77 de la
Ley del Régimen Penitenciario – “Principio de legalidad. Las personas reclusas únicamente serán sancionadas disci-
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plinariamente en los casos en que cometan acciones tipificadas previamente como faltas por esta ley, debidamente
probadas”. Honduras: Las faltas se encuentran tipificadas en la reglamentación. México: Las infracciones las determina
el reglamento de cada centro penitenciario (Art. 13 de la Ley sobre normas mínimas de Readaptación Social – “En
el reglamento interior del reclusorio se harán constar, clara y terminantemente, las infracciones y las correcciones
disciplinarias, así como los hechos meritorios y las medidas de estímulo"). Nicaragua: Efectúa una delegación re-
glamentaria del catálogo de infracciones (Art. 104 de la Ley del Régimen Penitenciario y ejecución de la pena – “Los
privados de libertad deben ser corregidos disciplinariamente de acuerdo a los casos que se determinen reglamen-
tariamente). Paraguay: Prevé expresamente en ley formal las infracciones (Art. 92 del Código de Ejecución – “Las in-
fracciones disciplinarias se clasifican en leves, graves y especialmente graves”). Perú: También prevé las infracciones
en su Código de Ejecución Penal. República Dominicana: Remite a la reglamentación la previsión de las infracciones
pero enumera el catálogo de sanciones (arts. 45 y 46 de la Ley No. 224 Sobre Régimen Penitenciario). Venezuela:
Efectúa una remisión reglamentaria a través del art. 45 de la ley de Régimen Penitenciario "El reglamento determinará
las faltas disciplinarias y su correspondencia con las sanciones establecidas en esta Ley, así como también la autori-
dad que pueda imponerlas y el procedimiento a seguir en cada caso". Uruguay: El Decreto-Ley N° 14.470 deriva la
disposición de conductas sancionables a la reglamentación. Según el art. 50 del Decreto-Ley N° 14.470, las sanciones
aplicables en caso de infracciones son las siguientes, en orden creciente de gravedad: a) Amonestación; b) Pérdida
total o parcial del uso de beneficios reglamentarios adquiridos; c) Internación en celda propia con pérdida de co-
modidad, desde uno a noventa días; d) Traslado a otra sección del establecimiento con tratamiento más riguroso;
e) Internación en celda de aislamiento; f ) Traslado a establecimiento de mayor seguridad. Las causales y el procedi-
miento de la aplicación y cumplimiento de las Sanciones esta previsto en dos Resoluciones del Ministerio del Interior:
Reglamento de Disciplina y Convivencia para las personas privadas de libertad. Resolución B4063. 14/3/07 y Nuevo
Reglamento de Disciplina y Convivencia para PPL. Resolución B0134/2008.
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permita ejercitar una facultad disciplinaria”; (R. 28. RMTR). Como en tantas oca-
siones en temas penitenciarios la prohibición arranca de unos presuntos riesgos
de abusos de esas competencias y de fomento de las mafias carcelarias. Sin em-
bargo, las experiencias apuntan a resultados positivos cuando se permite una
integración regulada de los internos en la resolución de cuestiones esenciales
de la gestión de un establecimiento penitenciario. Por otro lado, semejante dis-
posición limita las posibilidades de desarrollar dentro de la prisión algunos prin-
cipios como los de autorresponsabilidad y democratización, con los que el in-
terno se hace responsable del diseño regimental y permite una práctica
democrática durante el tiempo penitenciario.
Quizás estas reflexiones dieron lugar a que las Reglas Mínimas señalaran más
adelante que “sin embargo, esta regla no será un obstáculo para el buen fun-
cionamiento de los sistemas a base de autogobierno. Estos sistemas implican
en efecto que se confíen, bajo fiscalización, a reclusos agrupados para su trata-
miento, ciertas actividades o responsabilidades de orden social, educativo o
deportivo”; (R. 28).
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inmediata para neutralizar cualquier acto que pueda ser un peligro para la con-
vivencia ordenada, también contempla la aplicación de medidas cautelares y,
por último, la gran mayoría de los beneficios penitenciarios tienen como pre-
supuesto la buena conducta que deja de concurrir en quienes cometen faltas
o delitos durante su estancia en la prisión. Téngase en cuenta que dentro del
concepto de mala conducta se incluyen tanto los comportamientos que dan
origen a una sanción disciplinaria, como, con más razón, a responsabilidad pe-
nal.
5. Las sanciones
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En todo caso, las normas internacionales insisten en que “las penas corporales,
encierro en celda oscura, así como toda sanción cruel, inhumana o degradante
quedarán completamente prohibidas como sanciones disciplinarias.” (R. 31. Re-
glas Mínimas para el Tratamiento de los Reclusos). El Comité para la Prevención
de la Tortura (Informe 1992) ha sido más contundente considerando que la san-
ción de aislamiento en determinadas ocasiones puede ser calificada como trato
inhumano y degradante. También están prohibidas aquellas sanciones que con-
sistan en infligir un daño al cuerpo del sancionado o una restricción de la ali-
mentación (“Dicha alimentación será brindada en horarios regulares, y su sus-
pensión o limitación, como medida disciplinaria, deberá ser prohibida por la
ley”. P. XI).
Como vimos ya, según este principio "El aislamiento solo se permitirá como una
medida estrictamente limitada en el tiempo y como un último recurso, cuando
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6. Procedimiento
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Una cuestión que ha merecido escasa atención es la asistencia jurídica del ex-
pedientado y el derecho a la defensa. El cumplimiento de este exige asegurarle
la audiencia en el expediente, el uso de los medios de prueba y la contradicción
en la defensa de sus intereses. Solo estará suficientemente asegurada la defensa
cuando el interno puede ser asesorado por un abogado en las mismas condi-
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Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
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que ninguna norma interna puede obviar. En el ámbito regional, toda disposi-
ción que no contemple el derecho de defensa técnica en cualquier tipo de pro-
cedimiento es contraria a los postulados de la Convención Americana de De-
rechos Humanos.
Para finalizar, la Corte ha cerrado de manera contundente esta cuestión sin dejar
ningún margen de duda al respecto: "La justicia, realizada a través del debido
proceso legal, como verdadero valor jurídicamente protegido, se debe garan-
tizar en todo proceso disciplinario, y los Estados no pueden sustraerse de esta
obligación argumentando que no se aplican las debidas garantías del artículo
8 de la Convención Americana en el caso de sanciones disciplinarias y no pe-
nales. Permitirle a los Estados dicha interpretación equivaldría a dejar a su libre
voluntad la aplicación o no del derecho de toda persona a un debido
proceso"(CorteIDH Caso Baena Ricardo y otros Vs. Panamá. Sentencia del 2 de
febrero de 2001, párr. 129).
Por otro lado una asistencia jurídica solo se considera válida si se garantiza la
confidencialidad de la misma. De manera que salvo que medie una autorización
judicial nadie podrá intervenir esas comunicación e, incluso, la administración
debe procurar que las mismas se desarrollen sin injerencias regimentales en
cuanto a horario o lugar de celebración (“Las consultas y otras comunicacio-
27. Argentina (Art. 91 de la Ley 24.660); Bolivia (Art. 123 de la Ley 2298); Chile (Arts. 82 del Reglamento de Estable-
cimientos Penitenciarios); Costa Rica (Art. 40 del Reglamento de Derechos y Deberes de los Privados y las Privadas
de Libertad); Honduras (Art. 58 de la Ley del Sistema Penitenciario Nacional); México (Art. 13 de la Ley sobre normas
mínimas de Readaptación Social); Nicaragua (Art. 109 de la Ley N°743); Paraguay (Art. 110 del Código de Ejecución
Penal); Perú (Art. 34 del Código de Ejecución); República Dominicana (art. 48 Ley No. 224 Sobre Régimen Peniten-
ciario); Venezuela (art. 49 Ley de Régimen Penitenciario).
28. Es el caso de Guatemala (Art. 91 de la Ley del Régimen Penitenciario): “Recibida la denuncia por el Director del
Centro Penitenciario, señalará audiencia dentro del plazo de tres días, en la cual se oirá a la persona supuestamente
infractora y se recibirá la prueba ofrecida. El director resolverá lo procedente dentro de las cuarenta y ocho horas si-
guientes. En el trámite de este procedimiento no será necesaria la defensa técnica”.
29. Ecuador (Arts. 726 del Código Orgánico Integral Penal): "El procedimiento para sancionar será breve, sencillo,
oral, respetará el debido proceso y el derecho a ser escuchado por sí mismo o a través de una defensora o defensor
público o privado". El Salvador (Art. 132 de la Ley Penitenciaria): “la junta disciplinaria, después de recibir información
sobre una o varias faltas disciplinarias cometidas por un interno, procederá a abrir expediente y notificará al interno
el hecho por el que se le pretende sancionar. El interno tendrá amplia posibilidad de defensa, pudiendo solicitar
asistencia jurídica para efectuar su descargo.”
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7. Las recompensas
Este es el sentido de la recompensa. Pero, igual que para evitar los excesos en
el uso de los sistemas disciplinarios, estos deben someterse al principio de se-
guridad jurídica y al control legal y judicial, también las recompensas exigen
establecer sobre ellas ciertas garantías o, de lo contrario, se corre el riesgo de
que erosionen la convivencia. Que se concedan recompensas, no al interno que
mantiene dentro de la prisión una actitud cívica e independiente, pero también
responsable y solidaria, sino a aquel que responde a la idea de interno cómodo,
sumiso, delator y confidente provoca tensiones y violencias carcelarias. No de-
bemos olvidar que instituciones como estas han caracterizado los sistemas pe-
nitenciarios de corte autoritario, en la media que favorecen la subjetivación y
la arbitrariedad.
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Las recompensas pueden entenderse en un sentido más amplio, como todo in-
centivo que valore una actitud resocializadora. Evidentemente, que es plausible
no perder de vista que las recompensas se insertan, como cualquier otra insti-
tución penitenciaria, en ese empeño común de fomentar el proceso de rein-
serción social del interno; sin embargo, conviene no confundir las recompensas
con los elementos que configuran los programas resocializadores, diferencias
que se sintetizan en estos dos aspectos:
Los potenciales destinatarios de una recompensa son todos los que se encuen-
tren privados de libertad en el centro, sin distinción de su condición procesal o
penitenciaria. Es posible que se haga, incluso, merecedor de una recompensa
un interno que se encuentra sancionado. Aunque mayoritariamente encontra-
mos reguladas las recompensas en el derecho comparado, sin embargo, hay
una importante diversidad de ellas. Por lo general, los contenidos de la recom-
pensa giran en torno a los siguientes beneficios: gratificación económica o de
recursos materiales, aumento de los contactos con el exterior o modificaciones
en el cumplimiento de la pena. A veces la recompensa consiste en una mención
positiva que se recoge en el expediente del interno y que es posteriormente
tenida en cuenta para decidir sobre aspectos del régimen que puedan favore-
cerlo.
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Más conveniente son los esfuerzos por concretar con rango de ley las situacio-
nes que pueden dar lugar al uso de estos medios; como hemos visto en el an-
terior documento de PBP son situaciones muy graves para los derechos funda-
mentales o la seguridad (por ej. impedir actos de violencia o evasión, evitar
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Capítulo XI. Los grupos especialmente vulnerables
1. Introducción
I. Una vez más debemos de invocar los fines generales del sistema para explicar
las razones que justifican un especial esfuerzo de la Administración para evitar
las discriminación dentro de las prisiones, discriminación, que en la sociedad
carcelaria adquiere una dimensión más grave porque se expresa en actos vio-
lentos y de explotación sexual o laboral. Si el régimen penitenciario debe con-
sistir en un tratamiento cuya finalidad esencial se orienta a la reforma y readap-
tación social de los penados, favoreciendo su reinserción, será necesario prestar
especial atención a la diversidad del ser humano, garantizando que en la me-
dida de lo posible las condiciones regimentales tengan en cuenta las necesi-
dades básicas de los grupos resultantes. Se ha criticado, en ocasiones, que una
política penitenciaria diversificadora corre el riesgo de disolver el principio de
igualdad objetiva ante la ley, que informa todo el sistema penal; sin embargo,
semejante argumento ignora que este principio exige tratar desigual, aquello
que lo es y, nadie, pone en duda que determinados grupos humanos presentan
especiales dificultades de adaptación a la cárcel que deben ser prioritariamente
atendidas. Debido a sus especiales características necesitarán de un tratamiento
especializado. Bajo este epígrafe vamos a referirnos a estos colectivos con la
terminología de “grupos especialmente vulnerables”, en el que incluimos a mu-
jeres, jóvenes, extranjeros y otros grupos, como las personas con discapacida-
des, los ancianos, los enfermos de SIDA y las minorías sexuales.
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Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
Los PBP quieren evitar esto con una fórmula terminante: "Bajo ninguna circuns-
tancia se discriminará a las personas privadas de libertad por motivos de su
raza, origen étnico, nacionalidad, color, sexo, edad, idioma, religión, opiniones
políticas o de otra índole, origen nacional o social, posición económica, naci-
miento, discapacidad física, mental o sensorial, género, orientación sexual, o
cualquiera otra condición social. En consecuencia, se prohibirá cualquier dis-
tinción, exclusión o restricción que tenga por objeto o por resultado, menos-
cabar o anular el reconocimiento, goce o ejercicio de los derechos internacio-
nalmente reconocidos a las personas privadas de libertad. No serán
consideradas discriminatorias las medidas que se destinen a proteger exclusi-
vamente los derechos de las mujeres, en particular de las mujeres embarazadas
y de las madres lactantes; de los niños y niñas; de las personas adultas mayores;
de las personas enfermas o con infecciones, como el VIH-SIDA; de las personas
con discapacidad física, mental o sensorial; así como de los pueblos indígenas,
afrodescendientes, y de minorías. Estas medidas se aplicarán dentro del marco
de la ley y del derecho internacional de los derechos humanos, y estarán siem-
pre sujetas a revisión de un juez u otra autoridad competente, independiente
e imparcial" (Principio II).
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Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
2. La mujer en prisión
Desde una perspectiva histórica podemos afirmar que las prisiones fueron
construidas pensando solo en la población reclusa masculina, como centros de
trabajo forzado, inimaginables para las condiciones físicas de la mujer. El au-
mento de la población reclusa femenina hizo preciso adaptar aquellos centros
a las necesidades de este colectivo, sin que en todos los supuestos se haya lo-
grado esa loable pretensión, por razones básicamente presupuestarias. En Eu-
ropa, por ejemplo, son escasos los países en los que existen verdaderos esfuer-
zos por crear un sistema penitenciario de género y alternativo y las políticas
penitenciarias más frecuentes se limitan a ubicarlas en espacios o estableci-
mientos separados. No es exagerado, pues, afirmar que el mundo de las prisio-
nes sigue teniendo una asignatura pendiente con el género. Incluso penas pri-
vativas de libertad con diseños más modernos, como el arresto de fin de
semana, están pensadas para el hombre trabajador que de esta forma ve com-
patibilizado el calendario laboral con el punitivo, pero no para la mujer que,
alejada del mercado laboral, puede interesarle, eventualmente, más la compa-
tibilidad con otras cargas.
Una vez más las experiencias obtenidas han puesto de relieve los graves per-
juicios que se originan en quienes son obligados a vivir durante largos periodos
de tiempo sin ningún tipo de contacto con personas del sexo opuesto. La se-
paración artificial provoca una sensación de bloqueo en este tipo de relaciones.
Por el contrario, los establecimientos coeducativos ayudan a normalizar la vida
dentro de la prisión y a que los internos aprendan a controlar sus sentimientos
sobre sí mismos y sobre los demás y encontrar su identidad en un sentido po-
sitivo. No obstante, se trata de una de las separaciones con más raigambre his-
262
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Por otro lado, las condiciones regimentales para la mujer, como consecuencia
de su separación del colectivo de hombres –sensiblemente, más numeroso–,
se ven negativamente afectadas. Los servicios y los recursos generales –edu-
cación, sanidad, cultura, etc.– son más incompletos y también las prestaciones
de la Administración.
En el plano internacional han sido varios los instrumentos jurídicos que han to-
cado este tema, siendo sensibles a las características de este grupo especial-
mente vulnerable que precisará la adopción de medidas ad hoc a sus necesi-
dades. Este desiderátum no ha cristalizado aún en un auténtico modelo
alternativo de género internacional convenido, si bien se han confeccionado
unas recomendaciones mínimas. Concretamente las Reglas Mínimas de las Na-
ciones Unidas en la Regla 8 establece una separación de categorías entre los in-
ternos, al describir que “los reclusos pertenecientes a categorías diversas debe-
rán ser alojados en diferentes establecimientos o en diferentes secciones dentro
de los establecimientos, según su sexo y edad, sus antecedentes, los motivos
de sus detención y el trato que corresponda aplicarles. Es decir que: a) Los hom-
bres y las mujeres deberán ser recluidos, hasta donde fuere posible, en estable-
cimientos diferentes; en un establecimiento en el que se reciban hombres y
mujeres, el conjunto de locales destinados a las mujeres deberá estar comple-
tamente separado (…)”.
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Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
Asimismo, no debe olvidarse que, en ocasiones, las mujeres que han dado a luz
en centros penitenciarios lo han hecho en condiciones higiénicas y sanitarias
infrahumanas, llegando a registrarse casos en los que se les ha atado con gri-
lletes en circunstancias contrarias a la dignidad de la persona, suponiendo un
trato degradante proscrito en la DUDH (artículo 3) y en el PIDCP (artículo 7), de
ahí que se recomienda que “en los establecimientos para mujeres deberán exis-
tir instalaciones especiales para el tratamiento de las reclusas embarazadas, de
las que acaban de dar a luz y de las convalecientes. Hasta donde sea posible”
(Regla 23.1 de Ginebra). En esta línea, el principio 5 (2) Conjunto de Principios
para la protección de todas las personas sometidas a cualquier forma de de-
tención o prisión establece que “las medidas que se apliquen con arreglo a la
ley y que tiendan a proteger exclusivamente los derechos y condición especial
de la mujer, en particular de las mujeres embarazadas y las madres lactantes,
los niños y los jóvenes (…)”.
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Para concluir este apartado, hemos de comentar que, paralelamente a las dis-
posiciones adoptadas en el marco de la Unión Europea, en el ámbito americano
la Declaración de San José, de 9 de marzo de 2010, reconocen la necesidad de
dotar a este colectivo de una especial protección, lo que ya significa un avance
considerable. De igual modo, el principio II de los PBP establece “que no serán
consideradas discriminatorias las medidas que se destinen a proteger exclusi-
vamente los derechos de las mujeres, en particular de las mujeres embarazadas
y de las madres lactantes”.
En primer lugar, con los modelos de cohabitación. Aunque los sistemas peni-
tenciarios siguen dominados por los criterios de separación estricta que llega
incluso a condicionar al personal penitenciario (las Reglas Mínimas Internacio-
nales sobre buena práctica penitenciaria establecen: “Bajo la dirección de un fun-
cionario femenino responsable, guardará todas las llaves de dicha sección del
establecimiento. 2) Ningún funcionario de sexo masculino entrará en la sección
femenina sin ir acompañado de un miembro femenino del personal. 3) La vigi-
lancia de las reclusas será ejercida exclusivamente por funcionarios femeninos”.
R. 53), la Regla 8 a Ginebra y R. 11 1 y 2 Estrasburgo, matizada en 1987 en Eu-
ropa, establece que aun cuando en principio hombres y mujeres deben ser re-
cluidos por separado ello no deberá ser impedimento para la participación con-
junta de los sexos en actividades organizadas en el marco de un determinado
programa de tratamiento. Sin duda, es un avance muy limitado para quienes
estamos convencidos de las bondades de los sistemas de cohabitación, pero,
al menos, rompe una larga tradición de irracional separación que domina el pa-
norama mundial.
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Manual Regional de Buenas Prácticas Penitenciarias
que el régimen del establecimiento penitenciario debe tratar de reducir las di-
ferencias entre la vida en prisión y la vida en libertad, que tienden a debilitar el
sentido de la responsabilidad del detenido o el respeto de la dignidad de su
persona (principio 58). Conforme con ello, la existencia de módulos mixtos con-
tribuirá a restablecer una cierta “normalización” en la relación del encarcelado
con su vida familiar, favoreciendo su posterior reinserción.
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Los PBP contienen también como premisa que los lugares de privación de li-
bertad para mujeres, o las secciones de mujeres en los establecimientos mixtos,
deban estar bajo la dirección de personal femenino. La vigilancia y custodia de
las mujeres privadas de libertad debe ser ejercida exclusivamente por personal
del sexo femenino, sin perjuicio de que funcionarios con otras capacidades o
de otras disciplinas, tales como médicos, profesionales de enseñanza o personal
administrativo, puedan ser del sexo masculino (Principio XX). Sin embargo, res-
pecto de esto último, las Reglas de Bangkok consagran como principio que si
una reclusa pide que la examine o la trate una médica o enfermera, se accederá
a esa petición en la medida de lo posible, excepto en las situaciones que re-
quieran intervención médica urgente. Si pese a lo solicitado por la reclusa, el
reconocimiento es realizado por un médico, deberá estar presente un miembro
del personal penitenciario femenino (Regla 10).
Pero es el problema de los hijos menores en la prisión uno de los más delicados
que se presentan para el sistema penitenciario cuando se intenta hacer com-
patibles los derechos del menor y de la maternidad en el escenario de una cár-
cel. En primer lugar, es preciso realizar una aproximación terminológica, tra-
tando de definir el concepto de “niño” a nivel internacional. De una lectura de
diversas disposiciones internacionales se entiende por niño “todo ser humano
menor de dieciocho años de edad, salvo que en virtud de la ley que le sea apli-
cable, haya alcanzado antes la mayoría de edad” (vid. Artículo 1 Convención so-
bre los Derechos del Niño; regla 11 Reglas de las Naciones Unidas para la pro-
tección de los menores privados de libertad).
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Las Reglas de las Naciones Unidas para el tratamiento de las reclusas y medidas
no privativas de la libertad para las mujeres delincuentes (Reglas de Bangkok)
de manera coincidente prevén que se brindará a las reclusas cuyos hijos se en-
cuentren con ellas el máximo de posibilidades de dedicar su tiempo a ellos (Re-
gla 50). Los niños que vivan con sus madres en la cárcel dispondrán de servicios
permanentes de atención de salud, y su desarrollo será supervisado por espe-
cialistas, en colaboración con los servicios de salud de la comunidad. En la me-
dida de lo posible, el entorno previsto para la crianza de esos niños será el
mismo que el de los niños que no viven en centros penitenciarios (Regla 51).
Es claro que del abanico de posibilidades que se presentan para evitar la des-
trucción del vínculo materno-filial que propone el encarcelamiento de mujeres
madres, la permanencia de los niños en la cárcel es la menos deseable y la que
ha merecido mayores embates. No puede negarse que un niño de hasta cuatro
años que vive en un establecimiento penitenciario, está también preso y recibe,
en esencia, la misma condena que su madre. Incluso intentando obviar el im-
pacto dañino del encierro en sí mismo, el fenómeno de la prisionización y las
características de una institución total como la cárcel sin dudas alcanzarían para
generar consecuencias irreparables en los pequeños. Las distintas formas de
violencia que adopta el encarcelamiento, la falta de privacidad, la conflictiva
relación que la lógica de la cárcel plantea entre el personal y las presas, la ad-
ministración del tiempo y las actividades, las normas de seguridad del estable-
cimiento, las formas de comunicación, los “ruidos de la cárcel” entre muchos
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otros factores, son condicionantes de la forma en que los niños viven su infan-
cia. La alternativa que representa la salida de la cárcel de los niños a cargo de
una persona responsable que posea una vinculación directa familiar o socio-
cultural con el niño y con la madre, en ocasiones no es posible por la inexisten-
cia de un referente de esas características. Esto genera que la única llave para
la salida de los niños de la cárcel sea su institucionalización o bien la forma ma-
tizada de ésta que implica el acogimiento a través de una familia sustituta, de-
cisiones que se adoptan mediante procedimientos en los que la opinión de las
mujeres madres tiene nula incidencia. Estas opciones generan consecuencias
irreparables para los niños.
En todo caso, debe quedar claro que siempre serán prioritarios los derechos
del menor frente a los de la maternidad. Como principio general debe tenerse
en cuenta que un menor no debe estar en la cárcel. La presencia del hijo es
siempre excepcional y, siempre que las circunstancias lo permitan es mejor
egresar a la madre.
Las Reglas de Bangkok prevén en este sentido que las decisiones respecto del
momento en que se debe separar a un hijo de su madre se adoptarán en fun-
ción del caso y teniendo presente el interés superior del niño con arreglo a la
legislación nacional pertinente. Toda decisión de retirar al niño de la prisión
debe adoptarse con delicadeza, únicamente tras comprobarse que se han
adoptado disposiciones alternativas para su cuidado y, en el caso de las reclusas
extranjeras, en consulta con los funcionarios consulares. En caso de que se se-
pare a los niños de sus madres y sean puestos al cuidado de familiares o de
otras personas u otros servicios para su cuidado, se brindará a las reclusas el
máximo posible de posibilidades y servicios para reunirse con sus hijos, cuando
ello redunde en el interés superior de estos y sin afectar el orden público (Regla
52).
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II. En líneas generales dentro del régimen penitenciario, los Convenios Interna-
cionales garantizan una serie de derechos a los internos menores/jóvenes,
aconsejando su separación de los adultos y recomendando evitar la privación
de libertad del niño (detención, encarcelamiento o prisión), siendo aplicables
solo como último recurso por el tiempo más breve posible. Se debe garantizar
que goce de un proceso debido con todas las garantías y que mantenga el con-
tacto con sus familiares, salvo en casos excepcionales.
Por ejemplo, véase el PIDCP que contempla la obligación de establecer una se-
paración de las personas privadas de libertad, en atención a diversos criterios.
Singularmente, el artículo 10, b) dispone que “los menores procesados estarán
separados de los adultos y deberán ser llevados ante los tribunales de justicia
con la mayor celeridad posible para su enjuiciamiento. El artículo 3 establece
que “los menores delincuentes estarán separados de los adultos y serán some-
tidos a un tratamiento adecuado a su edad y condición jurídica”.
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El artículo 37 (1) de la Convención sobre los Derechos del Niño considera que:
“Ningún niño sea privado de su libertad ilegal o arbitrariamente. La detención,
el encarcelamiento o la prisión de un niño se llevará a cabo de conformidad
con la Ley y se utilizará tan solo como medida de último recurso y durante el
período más breve que proceda; Todo niño privado de libertad será tratado con
la humanidad y el respeto que merece la dignidad inherente a la persona hu-
mana y de manera que se tengan en cuenta las necesidades de las personas de
su edad. En particular, todo niño privado de libertad estará separado de los
adultos, a menos que ello se considere contrario al interés superior del niño, y
tendrá derecho a mantener contacto con su familia por medio de correspon-
dencia y de visitas, salvo en circunstancias excepcionales; Todo niño privado de
libertad tendrá derecho a un pronto acceso a la asistencia jurídica y otra asis-
tencia adecuada, así como derecho a impugnar la legalidad de la privación de
su libertad ante un tribunal u otra autoridad competente, independiente e im-
parcial y a una pronta decisión sobre dicha acción”.
En el ámbito regional, los PBP prevén que: "La privación de libertad de niños y
niñas deberá aplicarse como último recurso, por el periodo mínimo necesario,
y deberá limitarse a casos estrictamente excepcionales"; (Principio III.1).
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Por otra parte, hay una corresponsabilidad de la opinión pública que, sin em-
bargo, no se da –o, no se da tan intensamente– frente a la delincuencia adulta.
Los medios de comunicación suelen vincular la delincuencia juvenil a la falta
de una adecuada política social. La extensión de la droga, la falta de empleo o
la crisis de la escolaridad se ven como los factores determinantes de aquel pro-
blema. Estas circunstancias favorecen que la sociedad acepte positivamente
con respecto a los jóvenes delincuentes un mayor empeño en los tratamientos
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Las políticas migratorias suelen ser coincidentes en aplicar el criterio de que los
extranjeros con responsabilidad penal deben ser expulsados. Los matices no
están tanto en la expulsión, sino en el momento que se aplica, pero es inexora-
ble. Así las cosas es conveniente que para esta población penitenciaria extran-
jera se arbitren soluciones más racionales que permitan el cumplimiento en
centros ubicados en el país de origen, que ocasionalmente, pueden estar bajo
la supervisión de organismos internacionales y que promueva actividades de
reinserción social en su propio país, a la vez que aseguren el cumplimiento de
la condena.
Conforme con las RMTR, los internos de nacionalidad extranjera gozarán de fa-
cilidades adecuadas para comunicarse con sus representantes diplomáticos y
consulares. Asimismo, los internos que sean nacionales de Estados que no ten-
gan representación diplomática ni consular en el país, así como los refugiados
y apátridas, gozarán de las mismas facilidades para dirigirse al representante
diplomático del Estado encargado de sus intereses o a cualquier autoridad na-
cional o internacional que tenga la misión de protegerlos (artículo 38.1).
En primer lugar, las RMTR contienen una sección específica referida a los servi-
cios médicos, donde se prescribe la necesidad de que todo establecimiento pe-
nitenciario disponga por lo menos de los servicios de un médico cualificado,
con algunos conocimientos psiquiátricos. Los servicios médicos deberán orga-
nizarse estrechamente vinculados con la administración general del servicio
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De otro lado, las NPE se refieren a los internos con patología psiquiátrica en la
nº 26, estableciendo que, para los internos con patología psiquiátrica no grave
internados en prisión, cada establecimiento penitenciario debe disponer de un
servicio psiquiátrico para el diagnóstico, y, si ha lugar, el tratamiento de los en-
fermos mentales.
La regla n.º 47 determina que una institución o una sección especial (del esta-
blecimiento) debe funcionar bajo control médico y tiene que estar dotada para
la observación y tratamiento de los internos que sufren afecciones o perturba-
ciones mentales que no resulten tan graves como las referidas en la regla 12,
que regula los psiquiátricos penitenciarios. Igualmente, los servicios médicos
en los ambientes penitenciarios deben asegurar el tratamiento psiquiátrico de
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todos los internos que requieran terapia y una atención especial para prevenir
suicidios.
Los PBP prevén al respecto: "Los sistemas de salud de los Estados Miembros de
la Organización de los Estados Americanos deberán incorporar, por disposición
de la ley, una serie de medidas en favor de las personas con discapacidades
mentales, a fin de garantizar la gradual desinstitucionalización de dichas per-
sonas y la organización de servicios alternativos, que permitan alcanzar objeti-
vos compatibles con un sistema de salud y una atención psiquiátrica integral,
continua, preventiva, participativa y comunitaria, y evitar así, la privación inne-
cesaria de la libertad en los establecimientos hospitalarios o de otra índole. La
privación de libertad de una persona en un hospital psiquiátrico u otra institu-
ción similar deberá emplearse como último recurso, y únicamente cuando
exista una seria posibilidad de daño inmediato o inminente para la persona o
terceros. La mera discapacidad no deberá en ningún caso justificar la privación
de libertad" (Principio III.3).
Las particulares condiciones que rodean a este grupo van a requerir de la se-
lección de un personal especializado en los establecimientos penitenciarios
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A los efectos de la clasificación se dispone que "en caso de reos indígenas sen-
tenciados, se considerarán los usos y costumbres, así como las circunstancias
en las que se cometió el delito". En el mismo sentido se previó que "el trata-
miento será individualizado, con aportación de las diversas ciencias y disciplinas
pertinentes para la reincorporación social del sujeto, consideradas sus circuns-
tancias personales, sus usos y costumbres tratándose de internos indígenas, así
como la ubicación de su domicilio, a fin de que puedan compurgar sus penas
en los centros penitenciarios más cercanos a aquel".
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