Abc de La Pedagogía Cap I
Abc de La Pedagogía Cap I
Abc de La Pedagogía Cap I
Todos nos educamos; a todos nos enseñaron cosas, dentro de la escuela y fuera
de ella. Hay educación cuando una madre enseña a su hijo a hablar, cuando el
maestro enseña a escribir y cuando un amigo indica qué ropa usar en una determinada
ocasión. Desde esta perspectiva, todos sabemos de educación, porque todos vivimos la
educación.
Tal sería la variedad de las respuestas —y todas ellas verdaderas, por lo menos,
en cierta medida— que se generaría la sensación de que el concepto educación significa
algo más abarcador que cada una de esas respuestas en particular. En este primer
capítulo, nos proponemos, entonces, presentar algunos aspectos básicos para
comprender el fenómeno educativo, y revisar algunas definiciones y cuestiones que se
han escrito sobre el tema.
Estos pensamientos nos inquietan porque, a veces, nos es difícil entender por qué
estudiamos algo determinado; a veces, realmente, parece no tener ningún sentido. Pero
todo eso que hacemos o estudiamos posee un origen, una genealogía: es el producto de
múltiples procesos, por lo general, desconocidos por nosotros. Si tal o cual filósofo,
científico o artista no hubieran existido, no estaríamos estudiando su obra. Esto es
cierto; sin embargo, careceríamos de algunos descubrimientos o ideas que hacen nuestra
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¿De qué hablamos cuando hablamos de educación?
Si bien, por razones éticas, no se realizan experimentos sobre los efectos de la carencia
de educación en un individuo, a lo largo de la historia, entre los siglos XIV y XIX, se
conocieron más de cincuenta casos de niños que vivían completamente aislados de la
sociedad, niños abandonados en selvas que lograron sobrevivir a las inclemencias de la
naturaleza, llamados niños lobos. A partir de ellos, fue posible observar algunas
consecuencias de la falta de educación.
Por ejemplo, en 1799, en los bosques del sur de Francia, a orillas del río Aude, se
encontró a un niño de 11 ó 12 años completamente desnudo, que buscaba raíces para
alimentarse. Tres cazadores lo atraparon en el momento en que se trepaba a un árbol
para escapar de sus captores. Este niño fue llevado a un hogar, al cuidado de una viuda.
Se escapó, fue recapturado y conducido a París, a la Escuela Central del Departamento
de l'Aveyron para ser estudiado; por eso, se lo conoce como el salvaje de Aveyron. Los
primeros informes indicaban que este niño se encontraba en un estado muy inferior al de
algunos de los animales domésticos de la época. El médico francés, Jean Marc Gaspard
Itard, realizó el siguiente diagnóstico:
Sus ojos sin fijeza, sin expresión, erraban vagamente de un objeto a otro sin detenerse
nunca en ninguno, tan poco instruidos por otra parte, y tan poco ejercitados en el tacto,
que no distinguían un objeto en relieve de un cuerpo dibujado; el órgano del oído,
insensible a los ruidos más fuertes como a la música más conmovedora; el de la voz,
reducido a un estado completo de mudez y dejando solamente escapar un sonido gutural
y uniforme; el olfato, tan poco cultivado, que recibía con la misma indiferencia el aroma
de los perfumes y la exhalación fétida de los desechos que llenaban su cama; por último,
el órgano del tacto, restringido a las funciones mecánicas de la aprehensión de los
cuerpos (Merani, 1972: 94)'.
• (...) esta superioridad moral, que se dice es natural del hombre, sólo es el
resultado de la civilización que lo eleva por encima de los demás animales con un gran
y poderoso móvil. Este móvil es la sensibilidad predominante de su especie (Merani,
1972: 139).
Las reflexiones de Itard muestran que el ser humano no posee una genética que lo
diferencie del resto del mundo animal. De hecho, el ser humano, alejado de la influencia
de sus congéneres, vive muy cercanamente al mundo animal. Los niños lobos no sabían
hablar, apenas emitían algún sonido, pues el lenguaje, es decir, el reconocimiento verbal
de los objetos culturales, es una construcción histórico-social. El lenguaje es histórico,
porque se hace, se mejora, se perfecciona y cambia a lo largo del tiempo, y a través de
generaciones y generaciones de seres humanos que se suceden. Es social, porque sólo se
construye en el contacto con otras personas.
Ahora bien, la educación sola tampoco alcanza. Una sociedad y sus miembros, para su
supervivencia, necesitan de tres tipos de reproducción:
Este último no será aquí entendido como algo necesariamente negativo, al que acceden
unos pocos que tienen el control de todo. El poder, desde nuestra concepción, no se
ejerce sólo en las esferas gubernamentales. Estamos hablando de un poder más
cotidiano, que circula en el día a día de las instituciones y que constituye una parte muy
destacada de los hechos educativos. Poder es la capacidad de incidir en la conducta del
otro para modelarla.
Desde esta perspectiva, la educación no sólo se relaciona con el poder, sino que ella es
poder, en la medida en que incide y, en muchos casos, determina el hacer de un otro
alguien social e individual. Educar es incidir en los pensamientos y en las conductas, de
distintos modos. Es posible educar privilegiando la violencia o haciendo prevalecer el
consenso, de modos más democráticos o, en cambio, mediante formas más autoritarias.
Pero, en la educación, el poder siempre se ejerce. Por cierto, cuando se realiza este
ejercicio democráticamente, entonces, es deseable.
Durante mucho tiempo, la palabra poder fue un tabú. Tenía una connotación negativa de
la que todos querían escapar. En la escuela, poder era casi una mala palabra, porque,
además, estaba asociado a la capacidad de manipular a un otro, de ejercer sobre este la
violencia física o la amenaza. Poder era un término asociado a la policía, al ejército o a
los políticos. Desde esta concepción, los profesores, que trabajaban para modificar
conductas en sus alumnos, no asumían estar ejerciendo el poder. Que Juan no molestara
en el aula o que Pedro se lavara los dientes no eran consideradas formas de ejercicio del
poder.
Las actuales perspectivas teóricas acerca de estas temáticas advierten que el poder se
ejerce no sólo en lugares específicos, sino en el mundo cotidiano, en la vida diaria. La
diversidad en las relaciones de poder permite establecer dos categorías: la de
macropoderes y la de micropoderes. En el nivel macro-, ejercen el poder los políticos,
los grandes empresarios, los medios de comunicación o la gente en una manifestación.
El poder en el nivel micro- es, por ejemplo, el de una madre al establecer un límite a sus
hijos, el de un supervisor frente al directivo, el de un director frente al maestro, el de un
profesor frente a su alumno; pero también, un hijo, un docente o un alumno ejercen el
micropoder.
Para construir una democracia, tanto en la sociedad general como en una institución
escolar, es preciso considerar los problemas del poder. La democracia no se construye
ocultando la realidad de los vínculos, sino poniendo en evidencia que las relaciones
sociales son necesariamente relaciones de poder, que este no implica algo malo y
temible, sino una cuestión con la que convivimos; y respecto de la cual, hay que hablar.
De hecho, hablamos del poder cotidianamente, aunque no lo hagamos de una manera
explícita.
Por ejemplo, en la vida diaria de las instituciones escolares, ¿de qué hablamos cuando
nos referimos a los Consejos de Convivencia o al Reglamento de Convivencia, ¿qué nos
preocupa cuando revisamos el sistema de amonestaciones? Hablamos de poder,
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¿De qué hablamos cuando hablamos de educación?
discutimos acerca de cómo debe ser este en la escuela, consideramos si tiene que ser
democrático, es decir, si tiene que estar repartido entre todos, o si, por el contrario, debe
ejercerlo una minoría de profesores y directivos. Nos preguntamos si los adolescentes
tienen derecho a influir en las decisiones disciplinarias de una institución; es decir, si
hay que darles poder a los jóvenes, si deben tener representantes y cuántos. Discutimos
si el número de estudiantes del Consejo tiene que ser menor o igual al número de
profesores; y todo ello, porque nos importa el poder. Pero también, porque valoramos
unas formas de poder por sobre otras: las democráticas por sobre las autoritarias, las
consensuadas por sobre las impuestas. En las instituciones, siempre habrá conflictos; el
problema es reconocerlos, aceptarlos como una parte constitutiva y encontrar las formas
legitimadas para resolverlos.
Pero ¿y esto?, se podrá preguntar el lector, ¿qué tiene que ver esto con el saber? Esto es
el saber. El saber no es sólo información, pues él incluye el saber actuar de una manera
eficaz; por lo tanto, el saber es también una conducta. Cuando las instituciones
educativas promueven, a partir de su ejercicio, formas de gobierno democráticas, están
poniendo en práctica y enseñando a ejercer el poder de una determinada manera.
Cuando se promueve que los alumnos tengan ciertas conductas y no otras, cuando se
transmiten ciertos saberes y no otros, cuando se selecciona una población para el
aprendizaje de ciertos contenidos, se toman decisiones de poder. La institución escolar
en particular y la educación en general no son ingenuas, no son neutras; aunque ninguna
de ellas decida por sí sola el destino de la humanidad, ejercen poder.
Asumir esta definición del poder implica considerar que los dispositivos institucionales
intervienen en el modelado de las conductas, de las formas en que nos acercamos a
conocer, comprender y actuar en el mundo. Pero dado que estos dispositivos se
sustentan sobre principios acerca del orden, de lo válido y de lo legítimo, y de quién es
el dueño de ese orden, esos principios también contienen oposiciones y contradicciones.
Cuando un individuo atraviesa el proceso de socializarse en el marco de esos
dispositivos, es socializado dentro de un orden, y también un desorden: esa persona
vive inmersa en todas las contradicciones, divisiones y dilemas del poder y, por tanto,
ella es un potencial agente de cambios.
Durante mucho tiempo y aún en la actualidad, hay autores que definen la educación,
exclusivamente, como una acción ejercida por las generaciones adultas sobre las
generaciones jóvenes para que estas últimas incorporen o asimilen el patrimonio
cultural.
La educación es la acción ejercida por las generaciones adultas sobre las que todavía no
están maduras para la vida social. Tiene por objeto suscitar y desarrollar en el niño
cierto número de estados físicos, intelectuales y morales, que exigen de él la sociedad
política en su conjunto y el medio especial al que está particularmente destinado (1958:
70).
De igual modo, Mariano Fernández Enguita, ya a fines del siglo XX, sintetiza la idea de
este modo: "La socialización de la generación joven por la generación adulta es lo que
llamamos educación, lo que no implica necesariamente la presencia de escuelas..."
(1990:20).
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¿De qué hablamos cuando hablamos de educación?
A la luz del comienzo del siglo XXI, nos proponemos revisar cuan necesario es que se
encuentren una generación adulta y una generación joven para que se produzca un acto
educativo. Si bien muchos, tal vez la mayoría, de los procesos educativos se originan a
partir del par adulto-niño o adulto-joven, sería completamente reduccionista considerar
que no existen otros procesos educativos entre pares, es decir, procesos en los que los
jóvenes enseñan a los jóvenes, o en los que los niños enseñan a los niños, o incluso,
procesos educativos en que los adultos enseñan a otros adultos. Podríamos avanzar más
en esta dirección y observar cómo, en la actualidad, se generan procesos educativos en
los que los niños enseñan a los adultos. ¿Será esto posible?
Desde tiempos remotos, el adulto siempre ha ocupado el lugar del saber; y el niño, el de
la ignorancia o el del no-saber. Todavía hoy, esta creencia es compartida por el común
de la gente. Sin embargo, este nuevo siglo nos invita a repensar estas categorías y a
observar procesos educativos actuales en los que los niños son los poseedores del saber;
y los adultos son quienes deben ser enseñados. En el caso de la tecnología de los
electrodomésticos, por ejemplo, suelen ser las generaciones jóvenes las que enseñan a
las generaciones adultas. Pues, aquellas suelen tener mayor dominio de esta tecnología;
mientras que el conocimiento de los adultos, en esta área, suele ser limitado. No es una
situación infrecuente que la abuela llame al nieto o a la nieta para que le programen la
videocasetera. Ni que hablar cuando se trata de la computadora y del acceso a Internet...
Además, es posible observar otro tipo de fenómenos educativos: aquellos que acontecen
intrageneracionalmente. Se trata de saberes que se transmiten entre los miembros de una
misma generación (jóvenes a jóvenes, adultos a adultos). Los códigos culturales de los
adolescentes son un buen ejemplo de esto. Los padres no suelen tener un conocimiento
completo sobre la moda de los adolescentes o sobre su forma de hablar, pero este saber
sí circula de boca en boca entre los jóvenes de una misma generación. Este ejemplo
muestra saberes que se transmiten entre los jóvenes, saberes que varían de generación
en generación y que definen pertenencias.
Por todo lo expuesto hasta aquí, la definición de educación que nosotros presentamos no
se reduce a quién enseña a quién. Lejos de considerar este aspecto como definitorio de
lo educativo, lo concebimos como un aspecto complementario que varía histórica y
culturalmente.
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¿De qué hablamos cuando hablamos de educación?
Pigmalión es una obra de la literatura anglosajona escrita por George Bernard Shaw y
fue llevada al cine con el título de Mi bella dama. Su trama cuenta la historia de Elisa
Doolittle, una muchacha de los barrios bajos, por la que ciertos caballeros hacen una
apuesta. Unos dicen que una buena educación podría cambiarle la tosquedad de sus
modales y de su habla, pues creen que una buena educación podría volverla más culta.
Otros sostienen que esto es una empresa imposible, pues, para ellos, la falta de cultura y
la tosquedad de los modales dependen de la naturaleza propia de la protagonista; y
ninguna educación podría modificar esa condición. Estos hombres creen en las palabras
de aquel refrán: "Lo que natura no da, Salamanca no presta".
Más allá de la anécdota de Elisa Doolittle, la pregunta sobre cómo influye la naturaleza
o el medio social y cultural en los procesos educativos desveló a muchos educadores.
¿Es la educación un proceso que convierte en acto las potencialidades no desarrolladas
de los seres humanos? ¿Existen las vocaciones innatas? La educación, ¿sólo tiene a su
cargo guiar el desarrollo de las potencialidades genéticas o, por el contrario, es el ser
humano un producto de su ambiente? Lo que un hombre llega a ser, ¿está determinado
por su medio social y cultural?
El término educación tiene una doble etimología, que señala dos posibles respuestas
diferentes a estos interrogantes. La primera etimología señala que el verbo en latín
educere significa 'hacer salir, extraer, dar a luz, conducir desde dentro hacia fuera'.
Desde esta perspectiva, la educación implica el proceso educativo de convertir en acto
lo que existe sólo en potencia. Es decir, la educación, a través de mecanismos
específicos, desarrolla las potencialidades humanas para que la persona se desenvuelva
en toda su plenitud. Siguiendo esta definición, una metáfora muy conocida y difundida
propone que los alumnos serían plantas a las que el maestro riega, como un jardinero. El
maestro favorecería así el desarrollo de algo que ya está en germen. Pero lo que no
existe en germen sería imposible de ser desarrollado. Este es el supuesto que sostenían
los caballeros que pensaban que Elisa Doolittle, en Pigmalión, nunca cambiaría, aunque
recibiera mucha educación. La condición tosca de esta muchacha era, para estos
caballeros, parte de la naturaleza innata de Elisa. Esta concepción se corresponde con el
mencionado primer origen etimológico del término educación e implica límites muy
acotados.
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¿De qué hablamos cuando hablamos de educación?
La segunda acepción etimológica vincula el verbo educar con el verbo latino educare,
que significa 'conducir, guiar, alimentar'. Desde esta perspectiva, la educación está
abierta a mayores posibilidades. Con una guía adecuada, las posibilidades del hombre
serían casi ilimitadas. Dentro de esta concepción, se encuentran quienes creían posible
cambiar a Elisa Doolittle. Se encuentran influenciadas por esta concepción, también,
muchas personalidades de la historia de la pedagogía en América Latina, en especial,
aquellos que establecieron los fundamentos para crear los sistemas educativos a fines
del siglo XIX, como es el caso del argentino Domingo Faustino Sarmiento. Estos pensa-
dores consideraban que la educación, más específicamente la escuela, permitiría el
pasaje de los pueblos de América desde la barbarie hasta la civilización. Para ellos, la
escuela era un nuevo templo para redimir a la humanidad; y los maestros, los sacerdotes
que permitirían tal redención. Con una buena educación, todo era posible. Desde esta
perspectiva, el sujeto, al momento de nacer, es como una tabla rasa. Sobre ella, el medio
donde ese sujeto vive y la educación que su medio le brinda van inscribiendo y
determinando su existencia.
Aquí creemos que cada una de estas dos posturas resulta un poco radicalizada.
Por un lado, sería necio negar que existen ciertas condiciones materiales, genéticas y
congénitas que le permiten al hombre aprender. Como señala Cordón Childe:
Al igual que en los demás animales, en el equipo del hombre hay, desde luego, una base
corporal, fisiológica, que puede describirse en dos palabras: manos y cerebro. Aliviadas
del peso que significaba cargar con el cuerpo, nuestras extremidades anteriores se han
desarrollado hasta el punto de ser instrumentos delicados, capaces de una asombrosa
variedad de movimientos sutiles y exactos. A fin de dirigirlos y ligarlos con las
impresiones exteriores recibidas por los ojos y otros órganos de los sentidos, hemos
llegado a poseer un sistema nervioso peculiarmente intrincado y un cerebro grande y
complejo. El carácter separable y extracorporal del resto del equipo humano reporta
ventajas evidentes. Es más frondoso y más adaptable que el de otros animales (1981:
20).
uno de los más usados por los partidarios de la primera postura analizada en este
apartado.
Ahora bien, por otro lado, el hombre, además de su equipo corporal de condiciones
materiales, genéticas y congénitas, cuenta con un equipo extracorporal. Son
herramientas, socialmente construidas, que le permiten adaptarse a una gran diversidad
de ambientes. Ellas pueden ser materiales (como las armas para cazar, los platos o
demás utensilios de cocina) o simbólicas (como el lenguaje).
—Te exigirán aprender muchas cosas -explicó con paciencia Franchiel— que no
podrías comprender si te las enseño en paonés. —Yo te entiendo —murmuró Berán.
Frente a esta distinción, los pedagogos han señalado dos tipos de educación. La
educación en un sentido amplio entiende que todo fenómeno social siempre es
educativo y forma parte de la socialización. La educación en un sentido estricto
considera que un fenómeno es educativo sólo cuando la socialización es intencional y
consciente.
No hay período en la vida social; no hay, por decirlo así, ningún momento en el día en
que las generaciones jóvenes no estén en contacto con sus mayores, y en que, por
consiguiente, no reciban este influjo educador. Porque este influjo no se hace sentir
solamente en los instantes, muy cortos, en que los padres o los maestros comunican
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¿De qué hablamos cuando hablamos de educación?
son difíciles de revertir. Se trata de la socialización que los niños reciben de su familia o
de las personas que los cuidan.
Una segunda distinción, que trata frecuentemente la literatura sobre los temas
educativos, es aquella que se refiere a las diferencias entre la educación formal y la
educación no formal. El concepto de educación formal se entiende como todos aquellos
procesos educativos que tienen lugar en la institución escolar, sea esta inicial, educación
primaria, secundaria básica, polimodal, terciaria y/o cuaternaria (posgrados). El
concepto de educación no formal es residual, en tanto abarca y se ocupa de todos
aquellos procesos educacionales sistemáticos que no suceden en la escuela5. En este
sentido, la denominación de no formal engloba situaciones muy heterogéneas. Abarca
las acciones de alfabetización que se dan fuera de la institución escolar, como son, por
ejemplo, los planes de alfabetización para llegar a poblaciones que quedaron
marginadas de la escuela. Las acciones de educación no formal se proponen resolver
situaciones que el sistema formal de educación no consigue solucionar, como es
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¿De qué hablamos cuando hablamos de educación?
Educación permanente
La educación permanente es una respuesta social a los continuos nuevos saberes que se
producen y a los profundos cambios que se viven día a día en relación con el mundo del
trabajo. La educación, en estos contextos de cambio continuo, no puede limitarse a unos
pocos años, como acontecía (y lo veremos en el capítulo siguiente) en siglos anteriores.
El médico tiene que estudiar en forma constante para estar actualizado, porque la
medicina recibe tantos avances que el profesional que no se pone al día a través del
estudio personal, de la asistencia a congresos y de la realización de seminarios, en pocos
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¿De qué hablamos cuando hablamos de educación?
años, podría perder los códigos de comunicación con sus colegas. Al docente, le sucede
lo mismo. Los nuevos métodos de enseñanza, las nuevas formas de gestión escolar y el
avance del conocimiento académico lo obligan a una permanente actualización. Así
acontece con todos los trabajos y con todas las profesiones. Pero también sucede fuera
del ámbito laboral. Saber manejar el fax, la computadora y todas las nuevas
herramientas por venir exige de nosotros una actualización continua, una educación
permanente, que aceptamos de buen grado en la medida en que, se supone, nos
simplifica la vida.
Educación y escolarización
Los procesos de escolarización son muy particulares, que se diferencian de los procesos
educativos que acontecen fuera de la escuela. Por ello, aquellos merecen un análisis en
detalle. Rigurosas investigaciones mostraron que, por ejemplo, enseñar a leer y escribir
en la escuela o fuera de ella produce resultados completamente diferentes. Estos
trabajos realizados hace unas décadas examinaron, a través de diversos test, los
aprendizajes de poblaciones alfabetizadas en la escuela y de poblaciones alfabetizadas
informalmente con planes de alfabetización. Los grupos alfabetizados a través de planes
de alfabetización ligaban sus respuestas a su contexto material más inmediato. Los
grupos alfabetizados en la institución escolar, en cambio, daban respuestas menos
ligadas a su contexto material inmediato, eran respuestas de una mayor abstracción6.
Por ello, la escuela no sólo distribuye entre los alumnos los saberes provenientes de las
distintas disciplinas, tales como la Matemática, la Física o la Química. La escuela no
sólo simplifica los saberes complejos para hacerlos entendibles, sino que también
produce saberes diferentes de los encontrados fuera de la institución escolar. Por
ejemplo, la Geografía, que es hoy una disciplina universitaria y un campo de
investigación en pleno desarrollo, surge históricamente como asignatura escolar,
vinculada a las necesidades prácticas, y luego, se constituye en una disciplina
académica, derivada del estímulo y las demandas de la escuela (Goodson y Dowbiggin,
1990). En cierta medida, puede decirse que la institución escolar produjo la Geografía
como una disciplina.
De allí que la escuela no sólo es receptora de la cultura externa, no es una caja negra,
sino que la escuela produce cultura en un juego de doble dirección. "En efecto, forma no
sólo individuos, sino también una cultura, que penetra a su vez en la cultura de la
sociedad, modelándola y modificándola" (Chervel, 1991: 68-69).
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¿De qué hablamos cuando hablamos de educación?
No obstante, queda por responder una pregunta: ¿por qué algunos teóricos hablan de
educación formal; otros, de escolarización; algunos, por el contrario, se refieren a la
socialización en la escuela? ¿Son estos conceptos intercambiables? ¿Da lo mismo
utilizar educación formal que escolarización? La respuesta es no.