Abc de La Pedagogía Cap I

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¿De qué hablamos cuando hablamos de educación?

Párrafos del texto:

Gvirtz, Silvina. La educación ayer, hoy y mañana: el ABC de la pedagogía.- 1°


edic. Buenos Aires: Aique Grupo Editor, 2007. Cap. 1

La educación: un fenómeno de toda la humanidad

Todos nos educamos; a todos nos enseñaron cosas, dentro de la escuela y fuera
de ella. Hay educación cuando una madre enseña a su hijo a hablar, cuando el
maestro enseña a escribir y cuando un amigo indica qué ropa usar en una determinada
ocasión. Desde esta perspectiva, todos sabemos de educación, porque todos vivimos la
educación.

Si se reuniera a un grupo de personas de diferentes edades y se les preguntara,


rápidamente, qué entienden por educación, es probable que asocien este concepto con
los de escuela y enseñanza. En muchos casos, hablarían también de buena y mala
educación. En otros, podrían llegar a responder, también, que ella tiene que ver con el
desarrollo de las potencialidades humanas o de la personalidad.

Tal sería la variedad de las respuestas —y todas ellas verdaderas, por lo menos,
en cierta medida— que se generaría la sensación de que el concepto educación significa
algo más abarcador que cada una de esas respuestas en particular. En este primer
capítulo, nos proponemos, entonces, presentar algunos aspectos básicos para
comprender el fenómeno educativo, y revisar algunas definiciones y cuestiones que se
han escrito sobre el tema.

¿Por qué educamos? La necesidad social de la educación

Seguramente, alguna vez, a lo largo de nuestras vidas como estudiantes, en especial,


frente a algún examen, nos apareció este pensamiento: "Si tal filósofo, científico o
artista no hubiera existido, yo no estaría estudiando esto", o frases como la siguiente:
"Si Platón no hubiera nacido, yo estaría haciendo otra cosa".

Estos pensamientos nos inquietan porque, a veces, nos es difícil entender por qué
estudiamos algo determinado; a veces, realmente, parece no tener ningún sentido. Pero
todo eso que hacemos o estudiamos posee un origen, una genealogía: es el producto de
múltiples procesos, por lo general, desconocidos por nosotros. Si tal o cual filósofo,
científico o artista no hubieran existido, no estaríamos estudiando su obra. Esto es
cierto; sin embargo, careceríamos de algunos descubrimientos o ideas que hacen nuestra
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¿De qué hablamos cuando hablamos de educación?

vida más confortable o interesante. Y además, probablemente, estaríamos estudiando


otra cosa o educándonos de otra manera.

La educación es un fenómeno necesario e inherente a toda sociedad humana para la


supervivencia de todo orden social. Sin educación, cada individuo, cada familia o cada
grupo social tendría que reconstruir por sí solo el patrimonio de toda la humanidad:
volver a descubrir el fuego, inventar signos para la escritura, reconstruir la fórmula para
elaborar el papel, reconquistar los saberes para edificar una casa o para curar ciertas
enfermedades. Hacer esto, en lo que dura una sola vida, es materialmente imposible.

Si bien, por razones éticas, no se realizan experimentos sobre los efectos de la carencia
de educación en un individuo, a lo largo de la historia, entre los siglos XIV y XIX, se
conocieron más de cincuenta casos de niños que vivían completamente aislados de la
sociedad, niños abandonados en selvas que lograron sobrevivir a las inclemencias de la
naturaleza, llamados niños lobos. A partir de ellos, fue posible observar algunas
consecuencias de la falta de educación.

Por ejemplo, en 1799, en los bosques del sur de Francia, a orillas del río Aude, se
encontró a un niño de 11 ó 12 años completamente desnudo, que buscaba raíces para
alimentarse. Tres cazadores lo atraparon en el momento en que se trepaba a un árbol
para escapar de sus captores. Este niño fue llevado a un hogar, al cuidado de una viuda.
Se escapó, fue recapturado y conducido a París, a la Escuela Central del Departamento
de l'Aveyron para ser estudiado; por eso, se lo conoce como el salvaje de Aveyron. Los
primeros informes indicaban que este niño se encontraba en un estado muy inferior al de
algunos de los animales domésticos de la época. El médico francés, Jean Marc Gaspard
Itard, realizó el siguiente diagnóstico:

Sus ojos sin fijeza, sin expresión, erraban vagamente de un objeto a otro sin detenerse
nunca en ninguno, tan poco instruidos por otra parte, y tan poco ejercitados en el tacto,
que no distinguían un objeto en relieve de un cuerpo dibujado; el órgano del oído,
insensible a los ruidos más fuertes como a la música más conmovedora; el de la voz,
reducido a un estado completo de mudez y dejando solamente escapar un sonido gutural
y uniforme; el olfato, tan poco cultivado, que recibía con la misma indiferencia el aroma
de los perfumes y la exhalación fétida de los desechos que llenaban su cama; por último,
el órgano del tacto, restringido a las funciones mecánicas de la aprehensión de los
cuerpos (Merani, 1972: 94)'.

En un principio, quienes lo investigaban creyeron que este niño, abandonado en el


bosque por sus padres, era sordomudo y sufría de idiocia. Durante un tiempo, fue
tratado como a un incurable. No obstante, Itard reconoció que el problema de este niño
era de educación, en la medida en que había sido privado, desde su infancia, de
cualquier contacto con los individuos de su especie. A partir de este nuevo diagnóstico,
Itard comenzó a trabajar con el niño y llegó a una serie de conclusiones. Aquí
transcribimos dos de ellas:
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¿De qué hablamos cuando hablamos de educación?

• (...) el hombre es inferior a un gran número de animales en el puro estado de la


naturaleza, estado de nulidad y de barbarie que, sin fundamentos, se ha revestido con los
colores más seductores; estado en el cual el individuo, privado de las facultades
características de su especie, arrastra miserablemente, sin inteligencia, como sin
afecciones, una vida precaria y reducida a las solas funciones de la animalidad.

• (...) esta superioridad moral, que se dice es natural del hombre, sólo es el
resultado de la civilización que lo eleva por encima de los demás animales con un gran
y poderoso móvil. Este móvil es la sensibilidad predominante de su especie (Merani,
1972: 139).

Las reflexiones de Itard muestran que el ser humano no posee una genética que lo
diferencie del resto del mundo animal. De hecho, el ser humano, alejado de la influencia
de sus congéneres, vive muy cercanamente al mundo animal. Los niños lobos no sabían
hablar, apenas emitían algún sonido, pues el lenguaje, es decir, el reconocimiento verbal
de los objetos culturales, es una construcción histórico-social. El lenguaje es histórico,
porque se hace, se mejora, se perfecciona y cambia a lo largo del tiempo, y a través de
generaciones y generaciones de seres humanos que se suceden. Es social, porque sólo se
construye en el contacto con otras personas.

Es posible afirmar, entonces, que la educación es un fenómeno necesario y que


posibilita tanto el crecimiento individual, como la reproducción social y cultural.

Si bien la educación no es el único proceso que permite la supervivencia en los seres


humanos2, es uno de los más importantes. Lo que caracteriza a la especie humana se
basa en su aprendizaje social, y no en la transmisión genética, la que sí ocupa un lugar
destacado en el mundo animal.

¿Para qué educamos? La educación entre la producción y la reproducción social

Ahora bien, la educación sola tampoco alcanza. Una sociedad y sus miembros, para su
supervivencia, necesitan de tres tipos de reproducción:

1. La reproducción biológica. Una sociedad crece cuando la cantidad de naci-


mientos es mayor que el número de muertes, y decrece cuando se produce el
fenómeno inverso. Con una muy baja cantidad de nacimientos, una sociedad
tiende a desaparecer.
2. La reproducción económica. Para subsistir en el tiempo, una sociedad necesita
producir, al menos, lo que consumen sus miembros en alimentación, vestimenta
y vivienda.
3. La reproducción del orden social o cultural. Esta depende de la cantidad de pro-
ducción y de la forma de distribución de los saberes adquiridos. La educación
es el fenómeno por el cual se transmiten aquellos saberes considerados social-
mente valiosos a los nuevos miembros de esa sociedad que aún no los han
obtenido.
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¿De qué hablamos cuando hablamos de educación?

Cuando las prácticas educacionales tienden a conservar un orden social establecido


(conocido como statu quó), estamos ante fenómenos educativos que favorecen la
reproducción. En la familia, se puede encontrar esta situación cuando sus prácticas
educacionales incentivan que el hijo estudie o trabaje en la misma profesión que el
padre, o incluso, que ambos trabajen juntos, que escuchen la misma música, que vivan
en el mismo barrio, que tengan una vestimenta similar y conductas sociales parecidas.

Sin embargo, la enseñanza y el aprendizaje social en sus distintas formas no son


meramente reproductivos. A diferencia de lo que acontece con la conducta y con el
aprendizaje instintivo de los animales, no hay en el hombre posibilidad de una
reproducción pura, total o completa. En primer lugar, porque las condiciones de vida
cambian constantemente y exigen nuevas habilidades de adaptación: vivir en diversos
climas, en variadas regiones geográficas, en desiguales ambientes sociales e históricos.
Para ello, las personas se adaptan y actúan de distintas maneras, generan conductas
específicas para cada caso. En segundo lugar, la comunicación social es, en esencia,
inestable. Los mensajes que se envían de una generación a otra, de miembros de un
grupo social a otro, de un individuo a otro están sometidos a la distorsión y a la
interferencia comunicativa. Es imposible que un hijo repita todo lo que hace su padre,
aun cuando mantenga la profesión o carrera de este último. Ciertas formas de conducta
serán diferentes, porque habrán variado algunas condiciones histórico-sociales (por
ejemplo, ciertas leyes). Además, existen distorsiones en la comunicación, que
transforman los mensajes del progenitor a su hijo. Esas distorsiones son involuntarias en
ciertos aspectos, y voluntarias en otros. Por una parte, se produce una distorsión
inherente a la transmisión de un sujeto a otro: un mensaje, a medida que pasa de boca en
boca, cambia su significado. Por otra parte, hay una distorsión voluntaria, que depende
del consenso que suscite el mensaje. Puede ocurrir que quien lo envía le haga cambios,
porque, por ejemplo, no está de acuerdo con el mensaje original. También puede
suceder que quien lo reciba lo altere por otras tantas razones. La generación de nuevas
conductas y de nuevos saberes tiene varios orígenes: la imposibilidad de una
reproducción total por la propia naturaleza del aprendizaje social; los deseos de
introducir innovaciones; las variaciones en las condiciones sociales, históricas,
geográficas, etc., que favorecen la producción de nuevas prácticas.

Cuando las prácticas educacionales tienden a transformar el orden establecido y a crear


un nuevo orden, estamos ante prácticas educativas productivas. En una familia, las
prácticas educativas son de este modo cuando favorecen, voluntariamente o no, que los
hijos actúen de una manera autónoma, sin repetir las conductas de los padres.

Una relación conflictiva: educación y poder

Hemos visto que la educación es un fenómeno socialmente significativo que posibilitan


la producción y la reproducción social. Pero este fenómeno, además, implica un
problema de poder. Aunque muchas veces pase inadvertido, siempre que se habla de
educación, se habla de poder.
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¿De qué hablamos cuando hablamos de educación?

Este último no será aquí entendido como algo necesariamente negativo, al que acceden
unos pocos que tienen el control de todo. El poder, desde nuestra concepción, no se
ejerce sólo en las esferas gubernamentales. Estamos hablando de un poder más
cotidiano, que circula en el día a día de las instituciones y que constituye una parte muy
destacada de los hechos educativos. Poder es la capacidad de incidir en la conducta del
otro para modelarla.

Desde esta perspectiva, la educación no sólo se relaciona con el poder, sino que ella es
poder, en la medida en que incide y, en muchos casos, determina el hacer de un otro
alguien social e individual. Educar es incidir en los pensamientos y en las conductas, de
distintos modos. Es posible educar privilegiando la violencia o haciendo prevalecer el
consenso, de modos más democráticos o, en cambio, mediante formas más autoritarias.
Pero, en la educación, el poder siempre se ejerce. Por cierto, cuando se realiza este
ejercicio democráticamente, entonces, es deseable.

Durante mucho tiempo, la palabra poder fue un tabú. Tenía una connotación negativa de
la que todos querían escapar. En la escuela, poder era casi una mala palabra, porque,
además, estaba asociado a la capacidad de manipular a un otro, de ejercer sobre este la
violencia física o la amenaza. Poder era un término asociado a la policía, al ejército o a
los políticos. Desde esta concepción, los profesores, que trabajaban para modificar
conductas en sus alumnos, no asumían estar ejerciendo el poder. Que Juan no molestara
en el aula o que Pedro se lavara los dientes no eran consideradas formas de ejercicio del
poder.

Las actuales perspectivas teóricas acerca de estas temáticas advierten que el poder se
ejerce no sólo en lugares específicos, sino en el mundo cotidiano, en la vida diaria. La
diversidad en las relaciones de poder permite establecer dos categorías: la de
macropoderes y la de micropoderes. En el nivel macro-, ejercen el poder los políticos,
los grandes empresarios, los medios de comunicación o la gente en una manifestación.
El poder en el nivel micro- es, por ejemplo, el de una madre al establecer un límite a sus
hijos, el de un supervisor frente al directivo, el de un director frente al maestro, el de un
profesor frente a su alumno; pero también, un hijo, un docente o un alumno ejercen el
micropoder.

Para construir una democracia, tanto en la sociedad general como en una institución
escolar, es preciso considerar los problemas del poder. La democracia no se construye
ocultando la realidad de los vínculos, sino poniendo en evidencia que las relaciones
sociales son necesariamente relaciones de poder, que este no implica algo malo y
temible, sino una cuestión con la que convivimos; y respecto de la cual, hay que hablar.
De hecho, hablamos del poder cotidianamente, aunque no lo hagamos de una manera
explícita.

Por ejemplo, en la vida diaria de las instituciones escolares, ¿de qué hablamos cuando
nos referimos a los Consejos de Convivencia o al Reglamento de Convivencia, ¿qué nos
preocupa cuando revisamos el sistema de amonestaciones? Hablamos de poder,
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¿De qué hablamos cuando hablamos de educación?

discutimos acerca de cómo debe ser este en la escuela, consideramos si tiene que ser
democrático, es decir, si tiene que estar repartido entre todos, o si, por el contrario, debe
ejercerlo una minoría de profesores y directivos. Nos preguntamos si los adolescentes
tienen derecho a influir en las decisiones disciplinarias de una institución; es decir, si
hay que darles poder a los jóvenes, si deben tener representantes y cuántos. Discutimos
si el número de estudiantes del Consejo tiene que ser menor o igual al número de
profesores; y todo ello, porque nos importa el poder. Pero también, porque valoramos
unas formas de poder por sobre otras: las democráticas por sobre las autoritarias, las
consensuadas por sobre las impuestas. En las instituciones, siempre habrá conflictos; el
problema es reconocerlos, aceptarlos como una parte constitutiva y encontrar las formas
legitimadas para resolverlos.

Pero ¿y esto?, se podrá preguntar el lector, ¿qué tiene que ver esto con el saber? Esto es
el saber. El saber no es sólo información, pues él incluye el saber actuar de una manera
eficaz; por lo tanto, el saber es también una conducta. Cuando las instituciones
educativas promueven, a partir de su ejercicio, formas de gobierno democráticas, están
poniendo en práctica y enseñando a ejercer el poder de una determinada manera.
Cuando se promueve que los alumnos tengan ciertas conductas y no otras, cuando se
transmiten ciertos saberes y no otros, cuando se selecciona una población para el
aprendizaje de ciertos contenidos, se toman decisiones de poder. La institución escolar
en particular y la educación en general no son ingenuas, no son neutras; aunque ninguna
de ellas decida por sí sola el destino de la humanidad, ejercen poder.

La selección y distribución de algunos conocimientos determinan, en una sociedad,


formas muy específicas del ejercicio del poder. La democracia es una de esas formas
específicas, en las que el poder se construye y se ejerce diariamente. Estas considera-
ciones, que planteamos en este primer capítulo y que desarrollaremos a lo largo del
libro, son esenciales para formar lectores críticos y docentes que sepan que ciertas for-
mas de ejercicio del poder son deseables.

Asumir esta definición del poder implica considerar que los dispositivos institucionales
intervienen en el modelado de las conductas, de las formas en que nos acercamos a
conocer, comprender y actuar en el mundo. Pero dado que estos dispositivos se
sustentan sobre principios acerca del orden, de lo válido y de lo legítimo, y de quién es
el dueño de ese orden, esos principios también contienen oposiciones y contradicciones.
Cuando un individuo atraviesa el proceso de socializarse en el marco de esos
dispositivos, es socializado dentro de un orden, y también un desorden: esa persona
vive inmersa en todas las contradicciones, divisiones y dilemas del poder y, por tanto,
ella es un potencial agente de cambios.

Hacia una definición de educación

Pero entonces, ¿cómo definimos la educación? A partir de las consideraciones hasta


aquí desplegadas, podemos decir que la educación es el conjunto de fenómenos a través
de los cuales una determinada sociedad produce y distribuye saberes, de los que se
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¿De qué hablamos cuando hablamos de educación?

apropian sus miembros, y que permiten la producción y la reproducción de esa


sociedad.

En este sentido, la educación consiste en una práctica social de reproducción de los


estados culturales conseguidos por una sociedad en un momento determinado y, a la
vez, supone un proceso de producción e innovación cultural, tanto desde el plano
individual como desde el social. Si educar supone potenciar el desarrollo de los hombres
y de la cultura, entonces el proceso educativo debe ser pensado en su doble acepción
productiva y reproductiva, aceptando que, en el acto de reproducción, se sientan las
bases de la transformación y la innovación. Esa capacidad de provocar el advenimiento
de nuevas realidades debe gobernar la práctica y reflexión en torno a la educación.

Los saberes que se transmiten de una generación a otra, y también


intrageneracionalmente, no son sólo, ni sobre todo, saberes vinculados con lo que
comúnmente se denomina saber erudito. Los saberes a los que aquí nos referimos
incluyen, como señalamos antes, formas de comportamiento social, hábitos y valores
respecto de lo que está bien y lo que está mal. Educar implica enseñar literatura, arte,
física, pero también, enseñar hábitos y conductas sociales (bañarse a diario, lavarse los
dientes, llegar puntualmente al trabajo o a una cita, saludar de una manera determinada,
dirigirnos de distinto modo según quién sea nuestro interlocutor). Estos saberes, en
apariencia tan obvios, que construyen nuestro día a día, no son innatos; se enseñan y se
aprenden en la familia, en la escuela, con los amigos.

Vale ahora una aclaración. Si bien la educación es un fenómeno universal e inherente a


toda la humanidad, las formas de educar y los saberes que se enseñan varían de una
sociedad a otra y de una época histórica a otra. Por ejemplo: para nuestra sociedad
actual, el baño diario es un hábito que se justifica por preceptos de higiene, para evitar
enfermedades y por razones estéticas. Pero en la Europa del siglo XVI, se suponía que
el baño acarreaba enfermedades y, por tanto, no era considerado una conducta
recomendable, excepto para determinadas situaciones muy particulares. Entonces, la
gente aprendía el hábito de la limpieza en seco, con toallas sin agua. Vemos así que
saberes que hoy se nos presentan como evidentes no lo eran en otras épocas.

En síntesis, la educación es un fenómeno muy amplio que transmite diferentes saberes y


adopta distintos formatos en cada época y en cada sociedad. La educación es una
práctica social y es una acción. Es una práctica, porque es algo que las personas
efectivamente hacen, no es algo sólo deseado o imaginado. Es una acción que tiene una
direccionalidad y un significado histórico. Y es social, en tanto posee ciertas
características, entre ellas: es un fenómeno necesario para los seres humanos, pues,
como hemos visto en los apartados anteriores, no es posible la vida humana sin
educación. Además, es un fenómeno universal, pues no existe ninguna sociedad o
cultura que no desarrolle prácticas educativas. La educación se encarga de la
transmisión de saberes, en el sentido amplio con que hemos usado el término, e implica
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¿De qué hablamos cuando hablamos de educación?

relaciones de poder. Está generalmente pautada o tiene algún grado de


institucionalización, lo que supone un cierto número de reglas, normas de acción o
modelos de conducta tipificados. La educación es, por último, una práctica histórica, en
la medida en que las formas que la educación adopta varían a lo largo del tiempo.

Desde esta perspectiva, educación no es sinónimo ni de escolarización ni de escuela.


Esta última, tal y como la conocemos hoy en día, es un fenómeno muy reciente. A lo
largo de la historia, existieron otras formas de institucionalizar la educación; todavía
hoy, siguen existiendo maneras no institucionalizadas de educación. Antiguamente, en
algunas sociedades, los niños aprendían todo lo que debían saber, por la imitación y el
ejemplo, mientras acompañaban a sus mayores en las tareas de caza o de recolección de
frutos. No había maestros, ni edificios especiales para la educación. Pero hoy, cuando la
escuela tiene un lugar destacado dentro del campo educativo, no ocupa ni siquiera el
primer lugar entre las agencias educativas. La familia, la televisión, los diarios, los
amigos constituyen también agencias educativas importantes.

Los jóvenes y el saber: los límites de concebir la educación como un fenómeno


entre generaciones

Durante mucho tiempo y aún en la actualidad, hay autores que definen la educación,
exclusivamente, como una acción ejercida por las generaciones adultas sobre las
generaciones jóvenes para que estas últimas incorporen o asimilen el patrimonio
cultural.

Esta concepción fue adoptada por Émile Durkheim en Educación y sociología, su


magistral obra escrita a principios del siglo XX. En ella, define la educación de la
siguiente manera:

La educación es la acción ejercida por las generaciones adultas sobre las que todavía no
están maduras para la vida social. Tiene por objeto suscitar y desarrollar en el niño
cierto número de estados físicos, intelectuales y morales, que exigen de él la sociedad
política en su conjunto y el medio especial al que está particularmente destinado (1958:
70).

Sobre la base de esta definición, el Diccionario de las Ciencias de la Educación,


consigna:

La educación, tácticamente, es en principio un proceso de inculcación/asimilación


cultural, moral y conductual. Básicamente, es el proceso por el cual las generaciones
jóvenes se incorporan o asimilan el patrimonio cultural de los adultos (1984: 475).

De igual modo, Mariano Fernández Enguita, ya a fines del siglo XX, sintetiza la idea de
este modo: "La socialización de la generación joven por la generación adulta es lo que
llamamos educación, lo que no implica necesariamente la presencia de escuelas..."
(1990:20).
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¿De qué hablamos cuando hablamos de educación?

A la luz del comienzo del siglo XXI, nos proponemos revisar cuan necesario es que se
encuentren una generación adulta y una generación joven para que se produzca un acto
educativo. Si bien muchos, tal vez la mayoría, de los procesos educativos se originan a
partir del par adulto-niño o adulto-joven, sería completamente reduccionista considerar
que no existen otros procesos educativos entre pares, es decir, procesos en los que los
jóvenes enseñan a los jóvenes, o en los que los niños enseñan a los niños, o incluso,
procesos educativos en que los adultos enseñan a otros adultos. Podríamos avanzar más
en esta dirección y observar cómo, en la actualidad, se generan procesos educativos en
los que los niños enseñan a los adultos. ¿Será esto posible?

Desde tiempos remotos, el adulto siempre ha ocupado el lugar del saber; y el niño, el de
la ignorancia o el del no-saber. Todavía hoy, esta creencia es compartida por el común
de la gente. Sin embargo, este nuevo siglo nos invita a repensar estas categorías y a
observar procesos educativos actuales en los que los niños son los poseedores del saber;
y los adultos son quienes deben ser enseñados. En el caso de la tecnología de los
electrodomésticos, por ejemplo, suelen ser las generaciones jóvenes las que enseñan a
las generaciones adultas. Pues, aquellas suelen tener mayor dominio de esta tecnología;
mientras que el conocimiento de los adultos, en esta área, suele ser limitado. No es una
situación infrecuente que la abuela llame al nieto o a la nieta para que le programen la
videocasetera. Ni que hablar cuando se trata de la computadora y del acceso a Internet...

Además, es posible observar otro tipo de fenómenos educativos: aquellos que acontecen
intrageneracionalmente. Se trata de saberes que se transmiten entre los miembros de una
misma generación (jóvenes a jóvenes, adultos a adultos). Los códigos culturales de los
adolescentes son un buen ejemplo de esto. Los padres no suelen tener un conocimiento
completo sobre la moda de los adolescentes o sobre su forma de hablar, pero este saber
sí circula de boca en boca entre los jóvenes de una misma generación. Este ejemplo
muestra saberes que se transmiten entre los jóvenes, saberes que varían de generación
en generación y que definen pertenencias.

También, entre los adultos, se producen procesos educativos. Los planes de


alfabetización de adultos llevados a cabo en distintas épocas en nuestro país son una
muestra de que la educación intrageneracional entre los adultos es una realidad que no
puede desconocerse.

Definir la educación como un fenómeno intergeneracional de adultos a niños o a


jóvenes excluye del campo un conjunto de fenómenos no poco significativos. Una
definición semejante le quita riqueza y posibilidades explicativas al término educación
y exigiría encontrar un vocablo adicional para explicar todos los procesos que quedan
fuera de este universo definido de una manera acotada.

Por todo lo expuesto hasta aquí, la definición de educación que nosotros presentamos no
se reduce a quién enseña a quién. Lejos de considerar este aspecto como definitorio de
lo educativo, lo concebimos como un aspecto complementario que varía histórica y
culturalmente.
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¿De qué hablamos cuando hablamos de educación?

Una vieja polémica: las posibilidades y los límites de la educación

Pigmalión es una obra de la literatura anglosajona escrita por George Bernard Shaw y
fue llevada al cine con el título de Mi bella dama. Su trama cuenta la historia de Elisa
Doolittle, una muchacha de los barrios bajos, por la que ciertos caballeros hacen una
apuesta. Unos dicen que una buena educación podría cambiarle la tosquedad de sus
modales y de su habla, pues creen que una buena educación podría volverla más culta.
Otros sostienen que esto es una empresa imposible, pues, para ellos, la falta de cultura y
la tosquedad de los modales dependen de la naturaleza propia de la protagonista; y
ninguna educación podría modificar esa condición. Estos hombres creen en las palabras
de aquel refrán: "Lo que natura no da, Salamanca no presta".

Tanto la obra teatral como la película se desarrollan en torno a este problema: la


educación, ¿es una variable que depende fuertemente de las condiciones genéticas o de
la clase?, ¿puede una buena educación, a partir del trabajo y del esfuerzo, convertir al
bárbaro en civilizado, al ignorante en sabio? El texto escrito y el film concluyen que el
hombre no está determinado por su herencia genética ni por su origen social. Una buena
educación puede lograr, en los seres humanos, los cambios más insospechados.
Pigmalión y Mi bella dama constituyen una versión artística de la problemática que se
planteó el doctor Itard respecto del niño salvaje de Aveyron.

Más allá de la anécdota de Elisa Doolittle, la pregunta sobre cómo influye la naturaleza
o el medio social y cultural en los procesos educativos desveló a muchos educadores.
¿Es la educación un proceso que convierte en acto las potencialidades no desarrolladas
de los seres humanos? ¿Existen las vocaciones innatas? La educación, ¿sólo tiene a su
cargo guiar el desarrollo de las potencialidades genéticas o, por el contrario, es el ser
humano un producto de su ambiente? Lo que un hombre llega a ser, ¿está determinado
por su medio social y cultural?

El término educación tiene una doble etimología, que señala dos posibles respuestas
diferentes a estos interrogantes. La primera etimología señala que el verbo en latín
educere significa 'hacer salir, extraer, dar a luz, conducir desde dentro hacia fuera'.
Desde esta perspectiva, la educación implica el proceso educativo de convertir en acto
lo que existe sólo en potencia. Es decir, la educación, a través de mecanismos
específicos, desarrolla las potencialidades humanas para que la persona se desenvuelva
en toda su plenitud. Siguiendo esta definición, una metáfora muy conocida y difundida
propone que los alumnos serían plantas a las que el maestro riega, como un jardinero. El
maestro favorecería así el desarrollo de algo que ya está en germen. Pero lo que no
existe en germen sería imposible de ser desarrollado. Este es el supuesto que sostenían
los caballeros que pensaban que Elisa Doolittle, en Pigmalión, nunca cambiaría, aunque
recibiera mucha educación. La condición tosca de esta muchacha era, para estos
caballeros, parte de la naturaleza innata de Elisa. Esta concepción se corresponde con el
mencionado primer origen etimológico del término educación e implica límites muy
acotados.
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¿De qué hablamos cuando hablamos de educación?

La segunda acepción etimológica vincula el verbo educar con el verbo latino educare,
que significa 'conducir, guiar, alimentar'. Desde esta perspectiva, la educación está
abierta a mayores posibilidades. Con una guía adecuada, las posibilidades del hombre
serían casi ilimitadas. Dentro de esta concepción, se encuentran quienes creían posible
cambiar a Elisa Doolittle. Se encuentran influenciadas por esta concepción, también,
muchas personalidades de la historia de la pedagogía en América Latina, en especial,
aquellos que establecieron los fundamentos para crear los sistemas educativos a fines
del siglo XIX, como es el caso del argentino Domingo Faustino Sarmiento. Estos pensa-
dores consideraban que la educación, más específicamente la escuela, permitiría el
pasaje de los pueblos de América desde la barbarie hasta la civilización. Para ellos, la
escuela era un nuevo templo para redimir a la humanidad; y los maestros, los sacerdotes
que permitirían tal redención. Con una buena educación, todo era posible. Desde esta
perspectiva, el sujeto, al momento de nacer, es como una tabla rasa. Sobre ella, el medio
donde ese sujeto vive y la educación que su medio le brinda van inscribiendo y
determinando su existencia.

¿Cuál de estas dos posturas es la más acertada? ¿Qué se privilegia en la conformación


del ser humano: lo hereditario o lo adquirido? ¿Se trata de desarrollar lo que el hombre
trae en potencia desde su nacimiento, o el hombre es una tabla rasa? ¿Cuál es la
proporción, en la importancia, de lo innato y de lo adquirido: cincuenta y cincuenta,
treinta y setenta, cien y cero?

Aquí creemos que cada una de estas dos posturas resulta un poco radicalizada.

Por un lado, sería necio negar que existen ciertas condiciones materiales, genéticas y
congénitas que le permiten al hombre aprender. Como señala Cordón Childe:

Al igual que en los demás animales, en el equipo del hombre hay, desde luego, una base
corporal, fisiológica, que puede describirse en dos palabras: manos y cerebro. Aliviadas
del peso que significaba cargar con el cuerpo, nuestras extremidades anteriores se han
desarrollado hasta el punto de ser instrumentos delicados, capaces de una asombrosa
variedad de movimientos sutiles y exactos. A fin de dirigirlos y ligarlos con las
impresiones exteriores recibidas por los ojos y otros órganos de los sentidos, hemos
llegado a poseer un sistema nervioso peculiarmente intrincado y un cerebro grande y
complejo. El carácter separable y extracorporal del resto del equipo humano reporta
ventajas evidentes. Es más frondoso y más adaptable que el de otros animales (1981:
20).

Estas condiciones impuestas por el equipo material le ofrecen al hombre ciertas


posibilidades y ciertos límites en el proceso educativo. Sin embargo, no predicen una
única dirección en el crecimiento del ser humano. A partir de esos límites, las personas
no están predeterminadas, sino que pueden construir en muchas direcciones. Las
restricciones que le impone al ser humano su equipo corporal son mínimas en relación
con las posibilidades que se le ofrecen: una gran amplitud en el direccionamiento del
proceso educativo y una libertad que es más amplia que el concepto de potencialidad,
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¿De qué hablamos cuando hablamos de educación?

uno de los más usados por los partidarios de la primera postura analizada en este
apartado.

La potencialidad presupone una dirección prefijada, pues la única libertad consiste en


convertir en acto lo que está en potencia. Por el contrario, el concepto de condiciones, si
bien restringe un poco el universo de las posibilidades educativas, no implica una
dirección única, sino que ofrece varias direcciones posibles. El uso del concepto de
potencialidad ha llevado, en algunos casos, a generar situaciones discriminatorias que
valoran una única direccionalidad en el ser humano y que niegan la diversidad. Sobre la
base del concepto de potencialidad, se escuchan, en el hablar cotidiano, frases como "el
chico se desvió" o "el chico se corrió del camino recto".

Ahora bien, por otro lado, el hombre, además de su equipo corporal de condiciones
materiales, genéticas y congénitas, cuenta con un equipo extracorporal. Son
herramientas, socialmente construidas, que le permiten adaptarse a una gran diversidad
de ambientes. Ellas pueden ser materiales (como las armas para cazar, los platos o
demás utensilios de cocina) o simbólicas (como el lenguaje).

El lenguaje es una herramienta socialmente construida. En una hermosa novela de Jack


Vanee, titulada ¿os lenguajes de Pao, se ilustra el poder del lenguaje. Allí se cuenta la
historia de Berán, un joven emperador que es desterrado de su planeta llamado Pao. El
emperador se instala en otro planeta, donde es instruido para gobernar. Allí, entre el
muchacho y su instructor Franchiel, se produce el siguiente diálogo:

—¿Por qué no podemos hablar en paonés?

—Te exigirán aprender muchas cosas -explicó con paciencia Franchiel— que no
podrías comprender si te las enseño en paonés. —Yo te entiendo —murmuró Berán.

—Porque estamos hablando de ideas muy generales. Un lenguaje es una herramienta


especial, con unas posibilidades particulares. Es más que un medio de comunicación, es
un método de pensamiento. ¿Me comprendes? (Franchiel obtuvo la respuesta en la
expresión del niño). Imagina el idioma como el contorno de un cauce fluvial. Impide el
flujo de agua en ciertas direcciones, lo canaliza en otras. El idioma controla el
mecanismo de tu mente. Cuando las personas hablan lenguajes distintos, sus mentes
actúan en forma distinta, y las personas actúan de forma distinta (Vanee, 1987: 74).

En efecto, el lenguaje se adquiere en el medio social. Apenas nacidos, el hombre y la


mujer no saben usar su equipo corporal ni extracorporal. Son los otros miembros de la
sociedad quienes les enseñan a emplear esos equipos de acuerdo con la experiencia
acumulada por esa sociedad. La sociedad en la que cada ser humano nace le impone una
serie de condiciones sociales y, asimismo, le ofrece una serie de posibilidades. Estas
condiciones y posibilidades funcionan como el cauce fluvial que el instructor le
describía al joven emperador: permiten el flujo del agua en ciertas direcciones, pero lo
impiden en otras. Sólo a partir del concepto de condiciones, es posible comprender que
el ser humano tiene márgenes de libertad para educarse y para actuar.
13
¿De qué hablamos cuando hablamos de educación?

La intencionalidad y la conciencia en la definición del hecho educativo

Muchas definiciones antiguas y modernas del fenómeno educativo lo han caracterizado


como un fenómeno intencional y consciente. Con estos calificativos, distinguen el
concepto educación de socialización. Según esta división, la educación sería un tipo
particular de socialización que trata de transmitir al individuo ciertos saberes, de una
manera intencional y consciente; la escuela, un centro educativo por excelencia, pues su
intencionalidad es educar y tiene conciencia de este acto; la familia sería,
fundamentalmente, una institución de socialización, sólo en algunos casos, educativa.
Por ejemplo, si un padre se sienta a armar un rompecabezas con sus hijos, no lo hace
con la intención de educar, sino de jugar; al efectuar esta actividad, no educa, sino
socializa, porque este juego tiene efectos en el saber de los pequeños.

Frente a esta distinción, los pedagogos han señalado dos tipos de educación. La
educación en un sentido amplio entiende que todo fenómeno social siempre es
educativo y forma parte de la socialización. La educación en un sentido estricto
considera que un fenómeno es educativo sólo cuando la socialización es intencional y
consciente.

Acerca de la educación en un sentido estricto, haremos dos observaciones. La primera:


una de índole metodológica. Es muy difícil determinar, con cierta precisión, cuándo un
fenómeno es intencional y consciente, y cuándo, no lo es. Como ya dijimos en páginas
anteriores, en las escuelas, además de enseñarse Matemática, Lengua, Física y Química
como lo estipula el curriculum, también se enseñan formas de comportamiento social e
institucional, que no están escritas, que no figuran en ningún curriculum. ¿No son
fenómenos educativos estas enseñanzas?

La segunda: una observación conceptual. Pensemos el caso de un profesor que tiene la


intención de enseñar la geografía mundial a sus alumnos. Para evaluar el aprendizaje,
utiliza métodos muy tradicionales: la calificación mediante una nota numérica es el
regulador central de los premios y los castigos. Los alumnos sólo se preocupan por que
la suma de las notas dé un promedio que les permita aprobar la materia. Esto produce en
ellos una conducta especulativa. Este aprendizaje de la especulación, ¿no forma parte
del fenómeno educativo? ¿No sería necesario revisar estos mecanismos para mejorar las
formas de enseñanza? ¿Se pueden excluir estas cuestiones del fenómeno educativo sólo
porque ellas no poseen intencionalidad o conciencia? ¿No son acaso una pieza
indispensable para comprender la educación? Por lo tanto, ante la disyuntiva de separar
la educación en un sentido amplio de la educación en un sentido estricto, parece
preferible acercar el concepto de educación al de socialización, y utilizar el término
educación directamente en un sentido amplio. Así lo propone Durkheim:

No hay período en la vida social; no hay, por decirlo así, ningún momento en el día en
que las generaciones jóvenes no estén en contacto con sus mayores, y en que, por
consiguiente, no reciban este influjo educador. Porque este influjo no se hace sentir
solamente en los instantes, muy cortos, en que los padres o los maestros comunican
14
¿De qué hablamos cuando hablamos de educación?

conscientemente, y por medio de una enseñanza propiamente dicha, los resultados de su


experiencia a aquellos que vienen detrás de ellos. Hay una educación inconsciente que
no cesa jamás. Con nuestro ejemplo, con las palabras que pronunciamos, con los actos
que realizamos, se moldea de una manera continua el alma de nuestros niños (1991:
100).

Las diferencias entre socialización y educación se vinculan a las diferencias de mirada o


perspectivas teóricas. Por ejemplo, la Sociología de la Educación estudia la educación
sólo como un mecanismo de producción y reproducción social. En cambio, la
Pedagogía, sin dejar de reconocerle un lugar destacado a la Sociología de la Educación,
no se ocupa de la educación sólo como un mecanismo de producción y reproducción
social, sino también, de las formas de distribución del saber, de los procesos específicos
de adquisición del conocimiento en el ámbito social e individual, de las propuestas para
mejorar los procesos educativos, etcétera.

Sin embargo, y precisamente en razón de la amplitud del fenómeno educativo, se


presentará a continuación una serie de conceptos, provenientes de distintos campos
teóricos, que permiten distinguir las diversas concepciones de la educación y reconocer
los variados fenómenos dentro del amplio campo de lo educativo. ¿Es lo mismo educar
dentro de la escuela que en la familia? ¿Se utilizan los mismos métodos? ¿Es sólo el
contenido de lo que se enseña el que establece la diferencia entre un profesor de
basquetbol y un profesor de Literatura? ¿Es lo mismo enseñar a un adulto que a un
niño?

Algunos términos clave para estudiar el fenómeno educativo Socialización


primaria y secundaria

El campo de la Sociología efectuó aportes importantes al campo de lo educativo. Entre


ellos, cabe destacarse aquel realizado por Peter Berger y Thomas Luckman. En 1968,
estos autores distinguieron que el proceso de la socialización tiene dos fases: la
socialización primaria y la secundaria. Pero antes, ¿de qué hablamos cuando hablamos
de socialización

Cuando hablamos de socialización en general, nos referimos a la internalización de las


creencias, representaciones, formas de comprender y actuar en el mundo. Por ello, no
realizan este proceso todas las personas del mismo modo. Aun cuando vivamos en una
misma sociedad y participemos de una cultura común, las particularidades del grupo
familiar, el lugar donde nos desarrollamos, la clase social y el entorno social cercano
definen grupos con significados que varían.

En particular, la socialización primaria se produce en la niñez. En este proceso, el niño


adquiere el lenguaje y ciertos esquemas para comprender y actuar sobre la realidad.
Internaliza el mundo de los otros. Si bien esta socialización varía de una cultura a la
otra, de un grupo social a otro y de una época a otra, siempre tiene un componente
emocional o afectivo muy intenso. Los aprendizajes producidos en esta etapa de la vida
15
¿De qué hablamos cuando hablamos de educación?

son difíciles de revertir. Se trata de la socialización que los niños reciben de su familia o
de las personas que los cuidan.

La socialización secundaria se realiza en las instituciones. No implica un componente


emocional tan intenso como el de la socialización primaria, sino que se trata del
aprendizaje de roles, es decir, de formas de comportamiento y de conocimiento que se
esperan para actuar en determinados lugares sociales, como son el rol del maestro, del
médico o del alumno. Sostienen Berger y Luckman:

La socialización secundaria es la internalización de submundos institucionales o basados


en instituciones. Su alcance y su carácter se determinan, pues, por la complejidad de la
división del trabajo y la distribución social del conocimiento (1983: 174).

La socialización secundaria se centra en el lugar de los individuos en la sociedad y,


también, se relaciona con la división del trabajo. Este tipo de socialización constituye el
proceso por el cual los individuos obtienen un conocimiento especializado, por lo que
requiere la adquisición de un vocabulario y de unas pautas de conducta específicos para
cumplir un determinado papel. A veces, sucede que algunas pautas de conducta
propuestas por las instituciones encargadas de la socialización secundaria colisionan con
las pautas interiorizadas durante la socialización primaria. El conflicto es difícil de
resolver; y Berger y Luckman destacan que las pautas asimiladas en la socialización
primaria son difíciles de revertir, precisamente, por los vínculos afectivos que
intervienen en este tipo de socialización. Los significados que se transmiten y
construyen en la escuela no atienden a estas diferencias: la socialización en la escuela se
produce mediante un determinado conjunto de significados. Muchas veces, quienes en
su socialización primaria son socializados mediante un conjunto de significados
distintos de los que la escuela privilegia viven una gran distancia. Se trata de la distancia
que se produce, como describen Pierre Bourdieu y Jean-Claude Passeron (1977), entre
el habitas* primario y el habitus secundario.

Educación formal y no formal

Una segunda distinción, que trata frecuentemente la literatura sobre los temas
educativos, es aquella que se refiere a las diferencias entre la educación formal y la
educación no formal. El concepto de educación formal se entiende como todos aquellos
procesos educativos que tienen lugar en la institución escolar, sea esta inicial, educación
primaria, secundaria básica, polimodal, terciaria y/o cuaternaria (posgrados). El
concepto de educación no formal es residual, en tanto abarca y se ocupa de todos
aquellos procesos educacionales sistemáticos que no suceden en la escuela5. En este
sentido, la denominación de no formal engloba situaciones muy heterogéneas. Abarca
las acciones de alfabetización que se dan fuera de la institución escolar, como son, por
ejemplo, los planes de alfabetización para llegar a poblaciones que quedaron
marginadas de la escuela. Las acciones de educación no formal se proponen resolver
situaciones que el sistema formal de educación no consigue solucionar, como es
16
¿De qué hablamos cuando hablamos de educación?

erradicar el analfabetismo. Por eso, también, se incluyen dentro de la educación no


formal la educación de adultos y las acciones de capacitación profesional.

Algunos autores prefieren hablar de diferentes grados de formalidad de la educación. Si


esta se dicta en las escuelas, posee un alto grado de formalidad, tanto por su
organización, cuanto por los pasos que se deben cumplir para poder avanzar a lo largo
de la carrera escolar. Con la constitución del sistema educativo moderno, se ha tendido a
privilegiar este tipo de educación por sobre otras formas. Por esta razón, cuando se
habla de educación, en general, todos pensamos en la escuela. Sin embargo, en la
actualidad, cada vez, poseen mayor presencia las propuestas y formas educativas
alternativas a la escuela. A pesar del bajo grado de formalidad, estas opciones
educativas tienen un importante impacto en la población, como el que generan, por
ejemplo, las propuestas de capacitación y actualización en el transcurso de la vida
laboral.

Educación sistemática y asistemática

Tanto la educación formal como la no formal implican acciones de educación


sistemática. Se trata, en todos los casos, de una acción planificada, reglada y graduada.
Pero hay otras formas de educación, más azarosas, pero con resultados igualmente
significativos en el aprendizaje, y que no pueden desconocerse. Estas se incluyen en la
llamada educación asistemática. En general, cuando pensamos en la educación,
tendemos a desdeñar estas situaciones formativas, pero son sumamente importantes.
Dentro de la educación asistemática, se encuentran fenómenos como, por ejemplo, los
aprendizajes resultantes de los juegos infantiles, de la televisión, del cine. Estos
fenómenos no se planifican como procesos educativos, pero de ellos, resultan
aprendizajes socialmente significativos. De hecho, como veremos en el próximo
capítulo, transcurrieron muchos años (y siglos) para que la educación se volviera una
práctica social sistematizada, tal como se cristalizó en la escuela que hoy conocemos;
antes de la sistematización de esta práctica, sólo existía la educación asistemática.

Educación permanente

Si bien el concepto de educación permanente no se menciona con mucha frecuencia


entre los pedagogos, es muy tenido en cuenta. Este concepto parece algo tan evidente,
tan esencial que es casi un sujeto tácito de la pedagogía: aun sin nombrarla, la educación
permanente siempre está presente, como un gran sobrentendido.

La educación permanente es una respuesta social a los continuos nuevos saberes que se
producen y a los profundos cambios que se viven día a día en relación con el mundo del
trabajo. La educación, en estos contextos de cambio continuo, no puede limitarse a unos
pocos años, como acontecía (y lo veremos en el capítulo siguiente) en siglos anteriores.
El médico tiene que estudiar en forma constante para estar actualizado, porque la
medicina recibe tantos avances que el profesional que no se pone al día a través del
estudio personal, de la asistencia a congresos y de la realización de seminarios, en pocos
17
¿De qué hablamos cuando hablamos de educación?

años, podría perder los códigos de comunicación con sus colegas. Al docente, le sucede
lo mismo. Los nuevos métodos de enseñanza, las nuevas formas de gestión escolar y el
avance del conocimiento académico lo obligan a una permanente actualización. Así
acontece con todos los trabajos y con todas las profesiones. Pero también sucede fuera
del ámbito laboral. Saber manejar el fax, la computadora y todas las nuevas
herramientas por venir exige de nosotros una actualización continua, una educación
permanente, que aceptamos de buen grado en la medida en que, se supone, nos
simplifica la vida.

Educación y escolarización

Si bien ya nos hemos referido al tema en anteriores apartados, resulta indispensable


distinguir, ahora desde otra perspectiva y empleando otro vocabulario, escolarización
de educación. Por escolarización, entenderemos el conjunto de los fenómenos de
producción, distribución y apropiación de saberes que se lleva a cabo en la institución
escolar.

Los procesos de escolarización son muy particulares, que se diferencian de los procesos
educativos que acontecen fuera de la escuela. Por ello, aquellos merecen un análisis en
detalle. Rigurosas investigaciones mostraron que, por ejemplo, enseñar a leer y escribir
en la escuela o fuera de ella produce resultados completamente diferentes. Estos
trabajos realizados hace unas décadas examinaron, a través de diversos test, los
aprendizajes de poblaciones alfabetizadas en la escuela y de poblaciones alfabetizadas
informalmente con planes de alfabetización. Los grupos alfabetizados a través de planes
de alfabetización ligaban sus respuestas a su contexto material más inmediato. Los
grupos alfabetizados en la institución escolar, en cambio, daban respuestas menos
ligadas a su contexto material inmediato, eran respuestas de una mayor abstracción6.

Por ello, la escuela no sólo distribuye entre los alumnos los saberes provenientes de las
distintas disciplinas, tales como la Matemática, la Física o la Química. La escuela no
sólo simplifica los saberes complejos para hacerlos entendibles, sino que también
produce saberes diferentes de los encontrados fuera de la institución escolar. Por
ejemplo, la Geografía, que es hoy una disciplina universitaria y un campo de
investigación en pleno desarrollo, surge históricamente como asignatura escolar,
vinculada a las necesidades prácticas, y luego, se constituye en una disciplina
académica, derivada del estímulo y las demandas de la escuela (Goodson y Dowbiggin,
1990). En cierta medida, puede decirse que la institución escolar produjo la Geografía
como una disciplina.

De allí que la escuela no sólo es receptora de la cultura externa, no es una caja negra,
sino que la escuela produce cultura en un juego de doble dirección. "En efecto, forma no
sólo individuos, sino también una cultura, que penetra a su vez en la cultura de la
sociedad, modelándola y modificándola" (Chervel, 1991: 68-69).
18
¿De qué hablamos cuando hablamos de educación?

Por estas razones, es preciso distinguir escolarización de educación. Muchos


investigadores de este campo de la Pedagogía estudian sólo los procesos escolares,
investigan las instituciones escolares y se refieren a los procesos de la escolarización,
pero no, a los de la educación en general. Otros investigadores estudian los procesos de
enseñanza y aprendizaje que se originan a partir del contacto de los niños con los juegos
electrónicos o con los medios masivos de comunicación; en estos casos, se dedican a los
procesos educativos no escolares.

No obstante, queda por responder una pregunta: ¿por qué algunos teóricos hablan de
educación formal; otros, de escolarización; algunos, por el contrario, se refieren a la
socialización en la escuela? ¿Son estos conceptos intercambiables? ¿Da lo mismo
utilizar educación formal que escolarización? La respuesta es no.

Especialmente en lo que respecta a algunos términos, hay diferencias en las preo-


cupaciones centrales que tienen los investigadores que emplean uno u otro concepto.
Por ejemplo, el par educación formal/no formal es generalmente utilizado por quienes
estudian cuestiones vinculadas con el ámbito no formal: la alfabetización, la educación
de adultos o la capacitación laboral. Estos estudiosos consideran que estas alternativas
son posibilidades concretas para lograr una educación más justa y democrática, al
menos, para algunos sectores tradicionalmente marginados del sistema educativo
formal. El bajo grado de formalización no debe confundirse con una baja calidad o con
el impacto de la oferta educativa. Se trata de propuestas educativas que se estructuran
atendiendo a particularidades, como pueden ser las de los adultos que trabajan y que
requieren, por tanto, de un tipo de organización que responda a sus necesidades y
disponibilidades y se adecué a ellas.

Algunos historiadores de la educación hablan de escolarización para distinguir la


educación de la Modernidad respecto de la de otros períodos históricos, como el de la
Edad Media o del Renacimiento. También se refieren a la escolarización aquellos
teóricos que estudian los procesos internos de la escuela, vinculados con el curriculum o
con la relación saber-poder. En estos últimos casos, muchas veces, hablan de educación
para referirse, en realidad, a la escolarización, pero aclaran este concepto al comenzar
sus trabajos.

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