La Lluvia Roja
La Lluvia Roja
La Lluvia Roja
«La lluvia roja es un buen presagio» pensó observando a través de la ventana rectangular los
gruesos goterones de lluvia que caían sobre sus claveles lunares. La reina Agnus era una mujer
mayor que disfrutaba con deleite de las cosas cotidianas, en una época había sido lo
suficientemente bella para provocar las más sangrientas batallas entre los reinos rivales de sus
pretendientes, sin embargo, ahora era una pequeña anciana que gobernaba apaciblemente su
reino, en la Isla Drarön.
La pequeña isla de mil trescientos habitantes era una de las más prósperas que había en la nación
pues se hallaba en el centro del mar de fuego, donde numerosos volcanes entraban en erupción
constantemente, razón por la cual la fecundidad de sus tierras era mayor que en el sistema de islas
vecinas que se dedicaban al turismo, pero no producían materia prima.
La reina no tenia en ese momento la mente puesta en ese tipo de fertilidad, pronto cumpliría mil
lunas y debía escoger a su sucesor. Tarea que le resultaba agobiante, ya que por naturaleza era
desconfiada: De pequeña se había prometido no tener hijos para no dejar en malas manos aquella
hermosa isla… aunque tal decisión era contraproducente.
La lista legal de sucesión era amplia, entre ellos destacaba un joven capitán que por sus maneras
poco ortodoxas de dirigir sus tropas había llamado la atención del concejo, quienes sedientos de
sangre pretendían ampliar los dominios del pequeño reino.
Como era el heredero directo, Agnus había sopesado las consecuencias de nombrarlo gobernante,
pero tras varios días de cavilación ininterrumpidas prefirió evitar pensar en ello, el Capitán Cecil
tan solo sería un monigote, puesto que su interés estaba más en las armas que en la evolución
pacifica, no podían permitirse el lujo de exterminarse entre ellos cuando las guerras anteriores
había reducido a la población del planeta considerablemente.
Las campanillas de la puerta principal anunciaron la llegada de una de sus citas del día e hizo un
gesto al guardia, que hasta entonces se había camuflado con la decoración, para que abriera la
puerta mientras ella se acomodaba el velo dorado que cubría su rostro sagrado.
Dalila, hija tercera de Cecil, entró ataviada con su traje de guerrera y después de una breve
reverencia se disculpó por la ausencia de su padre, quien no sabía nada de la vista.
—La pedí en su nombre, Sabia Reina, pues de esa manera usted la concedería sin demora—
Explicó Dalila a manera de disculpa, sin atreverse a mirar el velo de la reina.
—¿Y a razón de que tanta urgencia? — preguntó Agnus complacida ante la visión de aquella niña
de ojos anaranjados que se sonrojó antes de responder:
—Ayer antes del cuarto atardecer de la zona oeste, desobedeciendo las ordenes de mi compañía,
me aproximé a la feria universal— Los dos círculos naranjas escudriñaron ahora la reacción
cubierta de la reina, ante esa confesión, pero no percibió ni el más mínimo parpadeo.
—Continua.
—Como sabrá, en la feria se encuentran personas de muchos otros planetas de éste y otros
sistemas solares que ofrecen al público conferencias sobre sus avances, descubrimientos,
curiosidades, historias y pensamientos. Yo fui por las historias que me encantan porque hablan de
seres y costumbres diferentes a la nuestra y que nos ven a nosotros como seres extraordinarios…o
al menos de la misma manera en que nosotros les vemos a ellos. Pero es la segunda vez que me
escapó para escuchar los relatos y confundí las carpas de Historia con las de Pensamiento e
ideología, no me di cuenta hasta después de un cuarto de hora, porque el orador empezó
hablando sobre nuestros antepasados y cómo vivían en armonía. Decía que antes de que los
Trianos llegaran con sus deidades, comercio y repartición de bienes, nosotros, es decir los
Marcianos de sangre pura vivíamos sin pobreza y realizábamos grandes avances para nuestra
evolución espiritual y material, pero su sistema corrompió el nuestro con la llamada moral y los
pecados que enfurecían a los tres dioses. Cuando nosotros adoptamos su doctrina, ellos tomaron
el poder y aunque formalmente no estén en la monarquía, dirigen la vida de quienes no tienen la
economía suficiente para vivir, por eso, solo ellos han progresado.
La anciana escuchó en silencio el relato de la chiquilla que parecía más curiosa que apenada por
haber estado en una feria donde tenía prohibido aventurarse pues aparte de expositores, se
hallaban ahí seres de todas las castas dispuestos a robarte hasta la melanina del cabello.
— ¿Cómo era el conferenciante? — Preguntó poco después sin saber que decirle a Dalila quien no
se esperaba la pregunta y cavilo unos segundos su respuesta.
—Como todos nosotros, quizá un poco más bajo, y su cabello no tenía la misma fosforescencia
verde de la nuestra, pero su piel tenía la misma palidez violeta y vestía como un estudiante.
Aunque sus manos delataban su condición de obrero. El punto es, Majestad, que su soliloquio me
pareció interesante y no solo a mí, sino a otros muchos jóvenes que, aunque no hemos pasado las
penurias que soportan otros, no estamos de acuerdo que comerciantes extranjeros se apropien de
lo que pertenece a los que han visto formarse nuestra nación, Marte es grande y pienso que ellos
deberían regresar a su país, y vivir de sus tierras con su esfuerzo, en lugar de comerciar el nuestro.
La reina suspiró cansinamente, se retiró el velo del rostro y observó a Dalila directo a los ojos.
Reconocía en ella, un espíritu que alguna vez había guiado a Agnus a cometer algunas
imprudencias que desentonaban con el protocolo establecido. Sin embargo, sonrió acercándose a
la joven que retrocedió un paso, sorprendida por el inusual gesto.
—Mi querida Dalila, tus pensamientos son atrevidos y peligrosos— Explicó Agnus deteniendo el
gesto amigable— Pero es importante que conserves el interés de aprender, la curiosidad y sobre
todo el fuego de las convicciones. No olvides que nuestra isla, tan solo es una pequeñísima
proporción de tierra en nuestro basto planeta. Todos nosotros hacemos funcionar el eje que rige
nuestra sociedad. Todo por el bien común. Por nuestra unidad.