Educar en Tiempos Revueltos PDF
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y para qué? 1
En estos tiempos tan inciertos, tener claro hacia dónde debe dirigirse la
educación, cuyos efectos ciudadanos maduran a un ritmo lento, resulta
especialmente difícil, pero también de la mayor importancia. Cuando pisamos un
terreno tan inseguro y cambiante, es muy importante saber sostener la mirada en la
meta a la que nos dirigimos, sin desviarnos en exceso. Un riesgo evidente de todo
ello es dejarse guiar por aquella consigna ignaciana según la cual en tiempos de
tribulación no hay que hacer mudanza. O peor, como estamos viendo en nuestro
entorno educativo, pensar que la solución es retornar a tiempos pasados, buscando
certezas aparentes, porque ya se sabe que en educación, con suma frecuencia, se
asume aquello de que cualquier tiempo pasado fue mejor (un discurso por cierto
usual no sólo desde posiciones conservadoras, sino también, por lo que parece,
bastante común entre los intelectuales más o menos progresistas cuando
reflexionan sobre la educación).
Ese regreso al paraíso perdido de la educación supone entre otras cosas, como
estamos viendo, un nuevo énfasis en su función selectiva, en la creencia de que
aumentar los niveles de exigencia traerá consigo necesariamente una mejora de la
educación. No es casual esta vuelta a las reválidas y a los sistemas de control y
evaluación externos. Los sistemas educativos, en sus diversas etapas, se justifican
en una doble función; no sólo sirven para formar sino también para ejercer una
función de selección social. La formación tiene una función de inclusión social (se
trata, como en el caso de los procesos alfabetizadores que guiaron la educación para
todos durante buena parte del siglo XX, de distribuir socialmente un conocimiento
hasta entonces disfrutado por unos pocos, de forma que se convierta en un
patrimonio cultural de todos). En cambio, la selección tiene una función de exclusión
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Este texto ha sido elaborado por Juan Ignacio Pozo, Doctor en Psicología y Catedrático de Psicología del
Aprendizaje en la Universidad Autónoma de Madrid, por encargo de la Dirección de FUHEM, para contribuir
a promover el debate en torno a los distintos aspectos englobados en el Libro Blanco de la Educación en
FUHEM
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social (se trata de decidir quiénes no tienen derecho a seguir aprendiendo o a hacer
uso de determinado conocimiento). Podemos afirmar que en general cuando un
sistema o espacio educativo se legitima en la selección, no necesita justificar sus
metas formativas. Hay notables ejemplos de ello en nuestro sistema educativo (las
oposiciones a ciertos cuerpos de funcionarios, el MIR, la propia PAU, aun llamada
selectividad, por algo será). ¿Alguien atribuye algún valor formativo a preparar esas
pruebas? Y sin embargo, cuando todos los agentes educativos (profesores, alumnos,
gestores, familias) asumen esa lógica selectiva, ese espacio educativo puede llegar a
funcionar muy eficazmente para facilitar el acceso a esas metas selectivas
compartidas (piénsese si no en lo que sucede en 2º de Bachillerato, siendo un curso
muy exigente, es cómodo para muchos docentes).
Así que en estos atribulados tiempos, cuando tenemos que decidir qué enseñar y
cómo enseñarlo, el supuesto regreso a los valores tradicionales de la educación, en
las formas y en los contenidos, es un ejercicio de añoranza inútil. No nos queda sino
avanzar en la senda de la formación, preguntarnos qué personas queremos formar,
para qué sociedad y a través de qué contenidos o conocimientos queremos y
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podemos hacerlo. La educación sigue siendo hoy un sueño ilustrado, un producto de
la utopía de la Ilustración, según la cual el conocimiento nos hace mejores personas
y ciudadanos. Ahora más que nunca hay que seguir creyendo que sólo a través del
conocimiento podemos transformarnos como personas, y que esa distribución social
del conocimiento (en un sentido amplio, no sólo académico o científico, sino social,
cultural, artístico, personal, moral, emocional, etc.) requiere una educación enfocada
esencialmente a cambiar a las personas (a los niños y niñas, a los alumnos, pero
también a los profesores, las familias, etc.) por medio del conocimiento. Un sistema
educativo, a través del establecimiento de los contenidos de las diferentes materias
que estructuran el currículo, tiene como función formativa esencial hacer que los
futuros ciudadanos interioricen, asimilen la cultura en la que viven, en un sentido
amplio, compartiendo las producciones artísticas, científicas, técnicas, etc., propias
de esa cultura, y comprendiendo su sentido histórico, pero también desarrollando las
capacidades necesarias para acceder a esos productos culturales, disfrutar de ellos y,
en lo posible, criticarlos y transformarlos. Por tanto repensar en estos tiempos
revueltos el qué y el para qué de la educación requiere (y estos serán los puntos que
se desarrollen en este documento con el ánimo de impulsar esa reflexión, de
encender un debate):
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su transformación. Debemos definir las competencias básicas hacia las que
deben converger nuestros esfuerzos educativos.
c) Pero según esta argumentación debemos recordar que para formar en esas
competencia, se requieren ciertos contenidos o conocimientos como núcleo
del currículo. Repensar las relaciones entre competencias y contenidos
curriculares será otro de los objetivos de este texto, con una propuesta muy
concreta según la cual si la meta es la formación en competencias, los
contenidos o conocimientos son el medio para llegar a esa meta. Por tanto,
aunque los contenidos ya no sean un fin en sí mismo son una vía
imprescindible para construir las competencias en los alumnos, lo que sin
duda hará más flexible la gestión de esos contenidos pero sin caer en ningún
caso en la trivialización o la irrelevancia de los saberes.
d) Y por último será necesaria una cierta reflexión sobre qué tipo de espacios
educativos se requieren para generar esas competencias a partir de los
conocimientos o contenidos del currículo. Lo que se enseña y cómo se
enseña, lo que se aprende y cómo se aprende, están estrechamente ligados,
por lo que aunque no sea el propósito esencial de este texto, será necesario
repensar también las formas de enseñar y aprender, si queremos realmente
que la adquisición de conocimientos por parte de los alumnos no se conciba
como un fin en sí mismo sino como un medio para promover el cambio
personal y social.
En lo que sigue este texto abordará estos cuatro puntos en forma de preguntas.
Aunque obviamente el texto no sólo plantea esas preguntas sino que también
propone algunas respuestas a las mismas, estas no reflejan sino el punto de vista
del autor y no tienen por objetivo convencer a los lectores, sino suscitar en ellos una
reflexión que les lleve a encontrar sus propias respuestas y, sobre todo, a crear un
espacio de debate en el que puedan construirse respuestas conjuntas.
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Hemos partido de la idea de que la función de la educación para todos es
hacer que los alumnos y futuros ciudadanos sean capaces de participar críticamente
de la cultura y la sociedad de la que forman parte, siendo capaces de transformarlas
a través de la adquisición de los conocimientos que en un sentido amplio
(conocimientos científicos, artísticos, culturales, sociales, personales e
interpersonales, etc.) conforman esa cultura y esa sociedad. Si es así no puede
hacerse una propuesta curricular seria a menos que considere cómo se gestiona y
usa el conocimiento en la sociedad actual. Y sin embargo, nuestro currículo sigue
teniendo un sabor añejo, sigue remitiendo a formas culturales del pasado, lo que no
impide esa añoranza de la educación perdida a la que hacíamos alusión. Muchos son
lo que creen que la crisis educativa se debe a haberse alejado de esos orígenes,
cuando cabe pensar que más bien tenemos un sistema educativo anacrónico, que no
se ha alejado suficientemente de ese pasado. En un artículo que publicamos hace
unos años expresábamos de modo provocador esta idea con la siguiente frase:
"A menudo la escuela enseña contenidos del S. XIX, con profesores del
S.XX , a alumnos del S.XXI" i
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cada vez más de las formas de gestionar y participar del conocimiento en la
sociedad. Es en este sentido en el que podemos afirmar que tenemos una escuela
anacrónica, que responde a otro tiempo y que no ha sido capaz de incorporar no ya
las nuevas tecnologías y sistemas de representación, sino las formas de pensar que
a ellas van asociadas, y a los problemas derivados de su uso. Porque hoy sabemos
que esas tecnologías no son sólo soportes o lenguajes en los que almacenar el
conocimiento, sino formas de pensarlo, concebirlo, participar de él, transformarlo, y
por tanto aprenderlo y enseñarlo.
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En primer lugar, aunque a veces suele decirse que vivimos ya en la sociedad del
conocimiento, lo cierto es que vivimos más bien en la sociedad de la información. No
sólo debemos diferenciar información y conocimiento sino entender también que
una de las metas esenciales de la educación es ayudar a los alumnos a convertir la
información que les llega por múltiples vías, la mayor parte de ella fuera de la
escuela, en verdadero conocimiento. En la sociedad de la información actual, la
escuela ya no es la fuente primera, y a veces ni siquiera la principal, de acceso a la
información para los alumnos en muchos dominios. Son muy pocas ya las "primicias"
informativas que se reservan para la escuela. Los alumnos, como todos nosotros,
son bombardeados por distintas fuentes, que llegan incluso a producir una
saturación informativa. Ni siquiera deben buscar la información, es ésta la que, en
formatos casi siempre más ágiles y atractivos que los escolares, les busca a ellos.
Los teóricos de la información (un concepto esencial para dar sentido a las tres
grandes revoluciones científicas de la segunda mitad del Siglo XX, la genética, la
cibernética y la cognitiva) definen la información como “todo aquello que reduce la
incertidumbre de un sistema”. Cuando hay un exceso de información, y más cuando
esa información es contradictoria, deslavazada, fragmentaria y a veces incluso
deformada, como sucede en la red, deja de reducir incertidumbre, se convierte en
“ruido” que nos genera más ansiedad, y lejos de facilitar la crítica o la reflexión, nos
paraliza, nos lleva a buscar falsas y cómodas certezas. Lo que hoy en día necesitan
los alumnos de la educación no es tanto más información, que pueden sin duda
necesitarla en muchos casos, como sobre todo las competencias para buscarla,
seleccionarla, organizarla e interpretarla, para darle sentido. La escuela ya no puede
proporcionar toda la información relevante, porque esta es mucho más móvil y
flexible que la propia escuela, lo que sí puede es formar a los alumnos para poder
acceder y dar sentido a la información, proporcionándoles capacidades de
aprendizaje que les permitan una asimilación crítica de la información. Formar a
ciudadanos para una sociedad abierta y democrática, y más aún formarles para abrir
y democratizar la sociedad, requiere dotarles de capacidades de aprendizaje, de
formas de pensamiento que les permitan usar de forma estratégica la información
que reciben, en la mayor parte de los casos cuidadosamente cocinada para cumplir
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las propias metas de quien la transmite, de forma que puedan convertir esa
información en verdadero conocimiento.
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hacer es formar a los futuros ciudadanos para que sean aprendices más flexibles,
eficaces y autónomos, dotándoles de competencias de aprendizaje adecuadas,
haciendo de ellos personas capaces de afrontar nuevas e imprevisibles demandas de
aprendizaje. Entre las metas esenciales de la educación, si queremos atender a las
exigencias de esta nueva sociedad del aprendizaje, estaría por tanto fomentar en los
alumnos el desarrollo de competencias de aprendizaje. Aprender a aprender sigue
siendo un lema vigente y urgente, aunque como luego intentaremos mostrar se trata
de capacidades o competencias que sólo pueden adquirirse a través de áreas
específicas de conocimiento, por lo que la contraposición entre enseñar contenidos o
competencias de aprendizaje es un falso dilema, cuando no una simplificación
interesada con el fin de mantener el statu quo de los contenidos vigentes en el
currículo.
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del Sí de las niñas, sin haberse tomado la molestia de leer la obra, porque si
realmente dijeran lo que piensan sobre ella es dudoso que pudieran aprobar…
Un primer factor tiene que ver con la propia naturaleza epistemológica del
conocimiento. ¿Qué es hoy saber y conocer? Volviendo a la gestión de incertidumbre,
mientras en las escuelas los niños no pueden dudar de lo que dice el maestro o el
libro, en los espacios virtuales de gestión del conocimiento se ven confrontados con
tantas “verdades” diferentes que, si no saben gestionarlas, les conducirán a una
aceptación acrítica o a un cínico nihilismo. Si queremos formales para esos espacios
debemos enseñarles a dudar de la información y a construir su propia visión crítica.
Pero hay un segundo rasgo no menos importante, la dialogicidad de esos espacios
virtuales. Mientras en la escuela el conocimiento suele viajar siempre en la misma
dirección (del maestro o el libro al alumno) en los espacios virtuales el flujo del
conocimiento es siempre multidireccional. Quien entra en una red o en un espacio
virtual no se limita a recibir información o conocimiento sino que también lo
produce, en un intercambio dialógico. Mientras en la escuela el conocimiento tiende
a ser monológico, en la sociedad el conocimiento surge cada vez más del diálogo y
por tanto los alumnos necesitan adquirir las competencias necesarias para dialogar
con una información que, como hemos visto, cada vez es más incierta. Diríamos por
tanto que una de las metas esenciales de la educación hoy debería ser ayudar a los
alumnos a dialogar con esa información incierta para convertirla en verdadero
conocimiento, en lugar de recibir saberes acabados proporcionados por una
autoridad del saber (el maestro, el libro) que existe todavía en la escuela pero se ha
difuminado casi por completo en la mayor parte de los espacios sociales en los que
esos mismos conocimientos se gestionan. Es este el paisaje que rodea a la escuela,
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aunque esta muchas veces no quiere enterarse, para seguir con sus hábitos.
Enseñar hoy no es sólo dar conocimiento sino enseñar a usarlo y elaborarlo. Para
ello, como puede suponerse, se necesitan más competencias que para reproducir
simplemente el saber establecido. ¿Pero cuáles son esas competencias?
2. ¿En qué competencias debemos formar a los alumnos del siglo XXI para ser
mejores personas?
Definir una lista de competencias deseables en cada nivel educativo y área puede
ser una tarea fácil (si se traduce sólo en una lista de deseos, sin vincular ni alterar los
contenidos) o muy compleja (si más allá de eso nos planteamos, como en el próximo
apartado, cómo desarrollar o fomentar esas competencias en diferentes áreas y
etapas a través de los contenidos). Pero aquí no se trata de decidir esas
competencias sino de asumir que la función prioritaria del proyecto educativo sería
que los alumnos adquirieran ciertas competencias con preferencia a otras, que es
necesario jerarquizarlas y que, más allá de las diferentes áreas o etapas, es preciso
tener la enseñanza de ciertas competencias como guía del currículo. ¿Cuáles podrían
ser? Por nuestra parte hace unos años las categorizamos en cuatro grandes grupos
que podrían funcionar (o no) como eje articulador de las competencias en cada una
de las áreas y/o etapas iv:
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intentar mostrar cómo se pueden relacionar estas competencias con áreas
específicas del currículo.
Pues bien, según la propia OCDE, la demanda de los tres primeros tipos de
actividades mencionadas se prevé que decrezca sistemáticamente debido
esencialmente al desarrollo de tecnologías más eficientes, más baratas y menos
conflictivas, que permitirán un control de esas tareas sin necesidad apenas de
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gestión de recursos humanos. ¿Cuáles son las grandes demandas formativas por
tanto? Nuevamente las competencias de gestión del conocimiento (convertir la
información en conocimiento, algo que hacen muy mal los sistemas informáticos)
y también las competencias interpersonales (algo que hacen todavía peor).
Sabemos que un profesional con éxito no va a trabajar solo, sino que va tener que
negociar metas y proyectos en el marco de equipos, deberá ser capaz de
colaborar, de apoyarse en otros y apoyarles; también deberá ser socialmente
responsable y sensible al contexto social en el que trabaje. Deberá ser flexible,
capaz de movilizar sus recursos y tomar decisiones para afrontar tareas
cambiantes, diferentes, dado que las tecnologías absorberán buena parte de las
actividades rutinarias. Deberá en fin ser capaz no sólo de seguir aprendiendo de
modo continuado cuando el contexto lo requiera, sino más allá de ello, si quiere
ser competente, deberá fijarse deliberadamente nuevas metas y retos
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La globalización está trayendo paradójicamente consigo una revalorización del
entorno cercano, lo que idealmente debería llevarnos a formar ciudadanos
implicados en su comunidad, donde los valores cívicos – o políticos, en el sentido
clásico- deben compensar la tendencia natural a priorizar los intereses
individuales. La educación deberá promover decididamente valores compartidos,
que nos alejen tanto de la discriminación y la exclusión, como de un relativismo
paralizante.
Pero, como hemos señalado antes, la única vía para trabajar estas
competencias es a través de los contenidos, que dejarían de ser un fin en sí
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mismos para convertirse en un medio. Revisemos las relaciones entre
contenidos y competencias en el proyecto educativo.
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de América, etc.), requieren de los alumnos algo más que dominar esos contenidos,
algo que también debe ser enseñado. En general, cuanto más duraderos y
transferibles sean los resultados de un aprendizaje, más eficaz ha sido su
enseñanza. Y las competencias o capacidades son más duraderas y transferibles
que los contenidos concretos a través de los que se adquieren. Quien ha adquirido
alguna de las competencias que acabo de describir difícilmente la olvida; en cambio
puede olvidar con mucha facilidad, todos lo hacemos, los datos e incluso las
interpretaciones en que se apoyaban.
Tal vez la mejor manera de presentar esta idea sea recurrir a una brillante
metáfora de un eminente metafísico -o metacognitivo- como fue Jorge Luis Borges.
En un texto significativamente titulado “Del rigor en la ciencia” –que podemos situar
junto a otros como la Biblioteca de Babel o el propio Aleph- Borges nos ofrece una
reflexión que nos puede ayudar a entender las relaciones entre contenidos y
competencias en el currículo:
“En aquel Imperio, el Arte de la Cartografía logró tal perfección que el mapa de
una sola provincia ocupaba toda una ciudad, y el mapa del imperio toda una
provincia. Con el tiempo, esos mapas desmesurados no satisficieron y los
Colegios de Cartógrafos levantaron un Mapa del Imperio que tenía el tamaño del
Imperio y coincidía puntualmente con él. Menos adictas al estudio de la
Cartografía, las generaciones siguientes entendieron que ese dilatado mapa era
inútil y no sin impiedad lo entregaron a las inclemencias del sol y de los inviernos.
En los desiertos del Oeste perduran despedazadas las ruinas del mapa,
habitadas por animales y por mendigos; en todo el País no hay otra reliquia de
las disciplinas geográficas” v
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Recordemos que el texto se titula “Del rigor en la ciencia” y que está hablando
de la naturaleza del conocimiento ¿Qué nos está diciendo Borges? Según él, nuestro
conocimiento es como el mapa que elaboramos para movernos por el territorio de la
realidad. El conocimiento nunca puede ser una copia o un reflejo fiel de la realidad,
nunca será por tanto “verdadero” en un sentido absoluto o positivo. Nunca
podremos adquirir un mapa que sea exactamente igual al territorio que intenta
representar. Como veíamos aprender no es adquirir verdades. ¿Cuál es el verdadero
mapa de Madrid? ¿Y del átomo? ¿Y de la Guerra Civil? ¿O del arte barroco? Nuestros
conocimientos son modelos/mapas que intentan reconstruir la estructura de la
“realidad”, pero nunca la reflejan con exactitud. No hay ciencia ni conocimiento
exacto, pero no porque nuestro saber sea aún limitado, sino porque no podrá haberlo
nunca. Pero eso tampoco quiere decir que todos los mapas (de Madrid, del átomo, de
la Guerra Civil…) sean igualmente válidos. No podemos caer en el relativismo. ¿Cuál
es el mejor mapa de Madrid? Depende del viaje que queramos hacer, de cuál sea
nuestra meta. La validez de un mapa/conocimiento depende del grado en que nos
permita alcanzar las metas o destinos que nos proponemos, de que nos ayude a
movernos por el territorio, no del grado en que lo refleje o se parezca a él.
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que promuevan a su vez nuevos viajes. Aprender a navegar con esos mapas
adquiridos requiere hacer dialogar unos mapas con otros, compararlos,
reconstruirlos, intercambiarlos, etc., para transformarlos, y ser capaz de construir a
partir de ellos un nuevo mapa personal. Es evidente que sin mapa (sin conocimiento)
no se puede navegar (ser competente), pero no por tener el mapa el alumno sabrá
usarlo o navegar con él. Y menos aún será capaz de dialogar con ese mapa o de
dialogar con otros, de trazar un viaje compartido por medio de ese mapa.
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memoria” el mapa de Berlin o Chicago, o del átomo o de la Guerra Civil, si nunca
hemos viajado allí, por si alguna vez vamos. Tenemos que iniciar el viaje, generar
metas de conocimiento, preguntas que responder, para que el estudio de los
mapas/conocimientos tenga sentido.
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aprendan a leer como de que lean para aprender. Para lo que requieren nuevas
competencias más allá de esa alfabetización básica. Veamos algunos ejemplos.
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los que se enfrentan (cualquiera que haya tenido que ayudar a un hijo o hija
adolescente en sus estudios sabe de qué estamos hablando). Leer para ellos no es
un medio para acceder a otro conocimiento, sino un fin en sí mismo, ya que les
permite extraer la información que, debidamente subrayada o marcada, deberán
repetir hasta “memorizarla”. A lo que están menos acostumbrados es a leer con un
propósito, con una meta de aprendizaje (recordemos de nuevo el viaje del
conocimiento que nos proponía Borges). ¿Cómo podemos mejorar la comprensión
lectora? Los autores de este estudio concluyen:
Sabemos hoy en día que esas formas de lectura (crítica, interpretativa, reflexiva)
requieren competencias bien diferentes de la lectura repetitiva o reproductiva, pero
al mismo tiempo desarrollan o promueven también nuevas competencias, incluso
una nueva mentalidad, la de la mente letrada, que se adquiere no sólo leyendo libros
de texto, como bien nos recuerda Jorge Volpi, pensando en la función tan importante
que las neuronas espejo tienen en el desarrollo de las funciones mentales:
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persona, es partir del territorio que le interesa para que sin darse cuenta se acabe
encontrando ante nuevos territorios y. sobre todo, se acabe preguntando por los
mapas/conocimientos que le ayudarán a moverse por ellos.
Pero la educación científica está inmersa en una situación paradójica. Por un lado
puede afirmarse que nunca antes se había hecho un esfuerzo tan grande por
extender o acercar la cultura científica a un número mayor de ciudadanos. Tanto la
prolongación de la educación obligatoria, que supone una extensión también de la
educación científica, que alcanza a más alumnos y durante más tiempo, como la
creciente promoción de los saberes científicos en diversos ámbitos de educación
informal (museos, revistas de divulgación, documentales de televisión, etc.) hacen
que la presencia de la ciencia en los ámbitos de educación formal e informal sea, en
términos cuantitativos, más extensa e intensa que nunca. Pero al mismo tiempo,
paradójicamente se extiende una creciente sensación de crisis o fracaso de esa
educación científica. Así lo avalan los datos de los estudios internacionales (por
ejemplo nuevamente los Informes PISA), o de las investigaciones sobre el
aprendizaje y la enseñanza de las ciencias. Pero más allá de esas investigaciones,
también lo reflejan en general las sensaciones y vivencias de los profesores y las
propias actitudes de los alumnos, que muestran que, desde el punto de vista
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cualitativo al menos, esa educación científica se encuentra posiblemente cada vez
más lejos de sus objetivos. No es exagerado decir que la mayor parte de los alumnos,
y de los ciudadanos, no comprenden la ciencia que estudian y en la que se basa
buena parte de la tecnología que utilizan cada día.
Pero para generalizar la ciencia entre todos los ciudadanos no basta con
presentarla o transmitirla, ya sea en contextos de educación formal o informal, es
preciso diseñar esas situaciones de modo que promuevan en las personas una
nueva mentalidad, una nueva forma de concebir los problemas y fenómenos a los
que se enfrentan. Porque aprender ciencia no es sólo, o tanto, adquirir un
conocimiento nuevo, sino cambiar la forma de concebir el mundo, reorganizar
nuestras intuiciones y creencias primordiales, en su mayor parte inconscientes.
Aprender a pensar el mundo de otra manera, incorporar (en un sentido literal casi) la
prótesis cognitiva de las formas en que los científicos piensan y conocen el mundo,
supone desde este punto de vista una mejora sustancial en la actividad mental de
los alumnos y futuros ciudadanos, que les hace capaces de nuevas formas de pensar
y también de conocer nuevos universos, nuevas “realidades”, a cuya existencia sólo
es posible acceder a través de la ciencia. La educación científica cumpliría así la meta
de ampliar las funciones mentales, las competencias cognitivas, pero también
afectivas y sociales, de los alumnos. El análisis, el pensamiento crítico, la
contrastación de hipótesis, la argumentación, la distinción entre datos e
interpretaciones de esos datos, etc., son todas competencias que pueden enseñarse
de modo privilegiado a través de la educación científica, siempre que esta no se
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entienda como un mero catálogo de saberes establecidos, generalmente abstractos
y descontextualizados, sino una de las formas más eficaces que tenemos en nuestra
cultura de responder a las preguntas que nos inquietan. Muchos profesores de
ciencias perciben que sus alumnos no están interesados por la ciencia, y sin duda es
cierto, pero con toda certeza la mayor parte de los alumnos están interesados por
problemas cuya respuesta, al menos en parte, está en la ciencia. El funcionamiento
de su cuerpo, su herencia genética, el medio ambiente, las tecnologías que usan, los
deportes que practican, son todos territorios –por volver una vez más a la metáfora
de Borges- por los que navegarán mucho mejor si usan buena parte de los mapas
que los científicos han construido para conocerlos mejor. Una vez más se trata de
que el conocimiento científico (el mapa) no sea un fin en sí mismo, sino el medio
para navegar/ser competente en nuevos territorios o problemas.
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culturales, que supone no sólo una escisión rotunda entre conocimiento y emoción,
entre razón y sentido, sino más allá de ello una jerarquía comúnmente asumida por
la que la razón siempre debe prevalecer sobre la emoción, el conocimiento sobre la
sensibilidad, la forma sobre el contenido y en definitiva la mente sobre el cuerpo.
Algo que, desde la psicología, hoy sabemos que no sólo no es eficaz sino que además
es probablemente erróneo.
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estudian…. Pero al salir del aula se colocan sus cascos para escuchar su música
favorita…. En clase son alumnos amusicales y fuera de clase nos aturden con su
música a todo volumen.
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Hay un último ámbito o dominio curricular, entre los muchos a los nos que
podríamos acercar, que puede ilustrar, desde otra perspectiva, la relación entre
contenidos curriculares y competencias. Se trataría del uso y aprendizaje de las TIC
en el aula entendido como un proceso de alfabetización, que también aquí se
despliega en dos niveles. Igual que podemos diferenciar la alfabetización básica de
aprender a leer de la nueva alfabetización que implica leer para aprender, podemos
diferenciar una alfabetización informática (aprender a usar los dispositivos y
tecnologías de la información) de una alfabetización informacional (usar la
información accesible a través de esos dispositivos para aprender, ser capaz, como
decíamos al comienzo, de convertir esa información en verdadero conocimiento).
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información de unos códigos a otros, uno de los requisitos más relevantes para un
buen uso de las TIC. Como se ha mencionado antes, de hecho, los estudiantes tienen
especiales dificultades para leer textos en formatos digitales, ya que lo característico
de ese formato es que los textos nunca viene solos ni son lineales, sino que
requieren integrar diversas unidades de información usualmente presentadas en
códigos diferentes, lo cual requiere procesos de codificación y competencias
especialmente complejas.
Hay tres rasgos esenciales de las TIC que les convierten en un recurso
didáctico excelente en comparación con el libro tradicional, si sabemos hacer un uso
de esas TIC que sirva para transformar el aula y no sólo para modernizarlo (ya que
más bien sería pos-modernizarlo). Dos de esos rasgos (la dialogicidad y la gestión de
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la incertidumbre) ya han sido mencionados. Hace unas páginas (o pantallas, según el
formato en que esto se lea) reclamábamos una lectura intertextual (relacionar unos
textos con otros, unas informaciones con otras en busca de un nuevo conocimiento).
Aunque esto puede hacerse mediante textos tradicionales, es obvio que resulta
mucho más fácil y potente fomentar ese diálogo a través de las TIC. Igualmente la
pluralidad de informaciones, perspectivas, lenguajes, que proporciona la red la
convierte en un espacio idóneo para adquirir las competencias necesarias para
gestionar la duda y la incertidumbre. Pero hay además un tercer rasgo muy
importante, y es la naturaleza dinámica de la gestión de la información y el
conocimiento en estos espacios. Por más que uno intente “dialogar” con el escritor
de un texto, la relación es inevitablemente unidireccional y el lector no puede
cambiar la información que recibe sino en su propia mente. En cambio las TIC
permiten gestionar el cambio de las representaciones de forma explícita, diluyen la
relación entre emisor y receptor de la información, o mejor dicho convierten esas
relaciones en algo dinámico, cambiante. Si creemos que la función de la educación es
en buena medida dar a los alumnos competencias para transformar la información
que reciben en conocimiento personal, las TIC son una herramienta muy poderosa
para gestionar esos procesos de transformación, a través del intercambio y el
contraste de información, la simulación, la construcción de modelos, etc.
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abiertos en vez de repetir respuestas cerradas o establecidas, y que ayude a
comprender la naturaleza constructiva del conocimiento. Por tanto plantearnos todo
esto requiere repensar no sólo el para qué y el qué, sino también el cómo, repensar
las prácticas de enseñanza y aprendizaje. Y así llegamos a la última pregunta.
4. ¿Cómo se aprenden las competencias? ¿Qué hay que cambiar en las formas
de enseñar?
Relojero Entrenador
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Sherpa Consultor Tutor
Tabla 1 El cambio de los roles o funciones docentes en la nueva cultura del aprendizaje
31
i
MONEREO, C. y POZO, J.I. (2001) ¿En qué siglo vive la escuela?: el reto de la nueva cultura educativa.
Cuadernos de Pedagogía, 298, 50-55.
ii
MORIN, E. (1999) La mente bien ordenada. Barcelona: Seix Barral, 2000, pág. 76 de la trad. cast.
iii
TALIS (OCDE) Estudio Internacional sobre la Enseñanza y el Aprendizaje. Informe español. MEC, 2009
http://www.redes-cepalcala.org/inspector/DOCUMENTOS%20Y%20LIBROS/VARIOS/INFORME%20TALIS.pdf
iv
MONEREO, C. y POZO, J.I. (2007) Competencias para (con)vivir con el siglo XXI. Cuadernos de Pedagogía,
370, 13-18.
v
BORGES, J.L. “Del rigor en la ciencia”, incluido en El hacedor. Buenos Aires: Emece, 1960
vi
SÁNCHEZ, E. y GARCÍA-RODICIO, H. (2006) Relectura del Informe PISA: qué y cómo se evalúa e interpreta
el rendimiento de los alumnos en la lectura. Revista de Educación, num. Extraordinario 2006, 195-226.
vii
VOLPI, J. (2011) Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción. Madrid: Alfaguara, pág. 30.
viii
CARR, N. (2011) ¿Qué está haciendo Internet con nuestras mentes superficiales? Madrid: Taurus
ix
Ver POZO, J.I. (2008) Aprendices y maestros: la psicología cognitiva del aprendizaje. Madrid: Alianza.
32