Evaluar No Es Calificar Sanchez Gil Perez Torregosa
Evaluar No Es Calificar Sanchez Gil Perez Torregosa
Evaluar No Es Calificar Sanchez Gil Perez Torregosa
LA EVALUACIÓN Y LA CALIFICACIÓN
EN UNA ENSEÑANZA CONSTRUCTIVISTA DE LAS CIENCIAS
Evaluar es visto habitualmente, tanto por profesores como por estudiantes, prácticamente
como sinónimo de calificar. Así lo han puesto de relieve los estudios sobre las concepciones
docentes espontáneas (Gil et al 1991; Alonso, Gil y Mtnez-Torregrosa 1992a y 1995a) o los
análisis de la práctica evaluativa (Hodson 1986; Colombo, Pesa y Salinas 1986; Alonso, Gil y
Mtnez-Torregrosa 1991 y 1992b; Lorbasch et al 1992; Alonso 1994). Dichos estudios muestran
que, para la mayor parte del profesorado, la función esencial de la evaluación es medir la
capacidad y el aprovechamiento de los estudiantes, asignándoles una puntuación que sirva de
base objetiva para las promociones y selecciones.
Esta visión se apoya en otras concepciones íntimamente relacionadas, como el
convencimiento de que resulta fácil evaluar las materias científicas con objetividad y precisión
(debido a la naturaleza misma de los conocimientos evaluados) o que el fracaso de un
porcentaje significativo de estudiantes es inevitable en materias de alto nivel cognitivo, como
son las ciencias, "que no están al alcance de todo el mundo".
Estas concepciones son asumidas acríticamente, incluso por aquellos profesores que han
realizado innovaciones en otros aspectos del proceso de enseñanza/aprendizaje de las ciencias.
Todo parece indicar, en efecto, que la evaluación constituye uno de los dominios en los que las
ideas y comportamientos docentes "de sentido común" se muestran más persistentes y
constituyen un serio obstáculo, en la medida en que son aceptadas sin cuestionamiento como "lo
natural".
Es preciso señalar, sin embargo, que basta favorecer una reflexión colectiva con un mínimo
de profundidad, para que los profesores y profesoras realicen análisis y elaboren propuestas
coincidentes, en buena medida, con los resultados de la investigación educativa y, más
concretamente, con las tesis del modelo constructivista emergente.
Resulta así relativamente fácil que el profesorado cuestione la idea de evaluación como
juicio "objetivo y preciso" de la actividad de los estudiantes. Basta, en efecto, plantear una
reflexión crítica acerca de las posibles concepciones sobre la evaluación que los docentes
podemos estar asumiendo como algo "natural", obvio,, para que se contemplen, a título de
hipótesis, los mismos comportamientos y actitudes analizados por la investigación: desde la
posible influencia de las expectativas del profesor a la reducción de la evaluación a la simple
calificación de los estudiantes (Gil et al 1991; Alonso, Gil y Mtnez-Torregrosa 1992a).
Estas intuiciones, fruto del distanciamiento crítico que supone adoptar una actitud
investigadora, pueden ser reforzadas con la realización efectiva de pequeñas investigaciones y
con el análisis de los resultados obtenidos por una ya abundante investigación educativa en este
campo. Se pueden dar a conocer, a este respecto, los estudios de docimología que han mostrado
notables diferencias en las puntuaciones dadas por distintos profesores a un mismo ejercicio de
Física o Matemáticas; y también que las notas dadas por un mismo profesor a los mismos
ejercicios en momentos diferentes (p.e., tras un intervalo de tres meses) pueden sufrir grandes
oscilaciones (Hoyat 1962).
Mayor importancia tiene aún el análisis de la enorme influencia de las expectativas del
profesorado: podemos recordar a este respecto la investigación realizada por Spears (1984) en la
que mostró que un mismo ejercicio de Física era valorado con notas significativamente más
bajas cuando era atribuido a una alumna que cuando se suponía obra de un alumno. Por nuestra
parte (Alonso, Gil y Mtnez-Torregrosa 1992a), hemos mostrado que los ejercicios atribuidos a
estudiantes "brillantes" reciben calificaciones notablemente más altas que los mismos ejercicios
cuando se atribuyen a estudiantes "mediocres".
Todos estos resultados cuestionan la supuesta precisión y objetividad de la evaluación en un
doble sentido: por una parte muestran hasta qué punto las valoraciones están sometidas a
amplísimos márgenes de incertidumbre y, por otra, hacen ver que la evaluación constituye un
instrumento que afecta muy decisivamente a aquello que pretende medir; dicho de otro modo,
los profesores no sólo nos equivocamos al calificar (dando, p.e., puntuaciones más bajas en
materias como la Física a ejercicios que creemos hechos por chicas), sino que contribuimos a
que nuestros prejuicios -los prejuicios, en definitiva, de toda la sociedad- se conviertan en
realidad: las chicas acaban teniendo logros inferiores y actitudes más negativas hacia el
aprendizaje de la Física que los chicos; y los alumnos considerados mediocres terminan
efectivamente siéndolo. La evaluación resulta ser, más que la medida objetiva y precisa de
unos logros, la expresión de unas expectativas en gran medida subjetivas pero con una gran
influencia sobre el comportamiento de los estudiantes y de los mismos profesores.
Podemos comprender también que la búsqueda de objetividad tiene otra consecuencia
negativa: con objeto de garantizar dicha objetividad se limita la evaluación a lo más fácilmente
medible, evitando todo lo que pueda dar lugar a respuestas imprecisas. Ello supone, claro está,
dejar de lado aspectos fundamentales del trabajo científico (los planteamientos cualitativos,
necesariamente imprecisos, con que se abordan las situaciones problemáticas, la invención de
hipótesis...) que, al no ser evaluados, dejan de tener importancia para los estudiantes.
Un segundo bloque de preconcepciones subyace, en realidad, tras esa búsqueda de
"objetividad": la idea de que sólo una parte de los alumnos está realmente capacitada para seguir
con éxito estudios científicos; esa es la razón, por ejemplo, de que una determinada prueba sea
considerada tanto mejor diseñada cuanto más se ajustan los resultados a una campana de Gauss
con el 5 en el centro (lo que supone, claro está, que el 50% de los alumnos no alcanza el mínimo
exigido). Y esa es también la razón de que un profesor que apruebe a la mayoría de sus alumnos
-en una materia científica, por supuesto- no sea considerado "serio". Son estas expectativas
negativas las que determinan en gran medida, lejos de toda objetividad, el fracaso de un elevado
porcentaje de estudiantes.
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El análisis crítico de todas estas concepciones abre el camino a un replanteamiento global de
la evaluación, que pasa a ser considerada, como intentaremos mostrar en el siguiente apartado,
un instrumento de intervención y no de simple constatación. Ello resulta coherente, veremos,
con las orientaciones constructivistas que conciben el aprendizaje de las ciencias como una
construcción de conocimientos a través de una investigación dirigida.
Desde la concepción del aprendizaje como una investigación dirigida carece de sentido una
evaluación consistente en el enjuiciamiento "objetivo" y terminal de la labor realizada por cada
alumno. Por el contrario, como formador de "investigadores novatos", el profesor ha de
considerarse corresponsable de los resultados que éstos obtengan: no puede situarse frente a
ellos, sino con ellos; su pregunta no puede ser "quien merece una valoración positiva y quien
no", sino "qué ayudas precisa cada cual para seguir avanzando y alcanzar los logros deseados".
Para ello son necesarios un seguimiento atento y una retroalimentación constante que reoriente e
impulse la tarea. Eso es lo que ocurre en los equipos de investigación que funcionan
correctamente y eso es lo que tiene sentido también, en nuestra opinión, en una situación de
aprendizaje orientada a la construcción de conocimientos, a la investigación. Los estudiantes
han de poder cotejar sus producciones con las de otros equipos y -a través del profesor/ director
de investigaciones- con el resto de la comunidad científica; y han de ver valorado su trabajo y
recibir la ayuda necesaria para seguir avanzando, o para rectificar si necesario.
La evaluación se convierte así en un instrumento de aprendizaje, es decir, en una evaluación
formativa, substituyendo a los juicios terminales sobre los logros y capacidades de los
estudiantes. Pero, aunque ello representa un indudable progreso, éste resulta insuficiente si no se
contempla también como un instrumento de mejora de la enseñanza. En efecto, las disfunciones
en el proceso de enseñanza/ aprendizaje no pueden atribuirse exclusivamente a dificultades de
los estudiantes y resultará difícil que los alumnos y alumnas no vean en la evaluación un
ejercicio de poder externo (y, por tanto, difícilmente aceptable) si sólo se cuestiona su actividad.
Si realmente se pretende hacer de la evaluación un instrumento de seguimiento y mejora del
proceso, es preciso no olvidar que se trata de una actividad colectiva, de un proceso de
enseñanza/ aprendizaje en el que el papel del profesor y el funcionamiento del centro
constituyen factores determinantes. La evaluación ha de permitir, pues, incidir en los
comportamientos y actitudes del profesorado. Ello supone que los estudiantes tengan ocasión de
discutir aspectos como el ritmo que el profesor imprime al trabajo o la manera de dirigirse a
ellos. Y es preciso evaluar también el propio currículo, con vistas a ajustarlo a lo que puede ser
trabajado con interés y provecho por los alumnos y alumnas. De esta forma los estudiantes
aceptarán mucho mejor la necesidad de la evaluación que aparecerá realmente como un
instrumento de mejora de la actividad colectiva.
Las funciones de la evaluación pueden resumirse, pues, en:
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* Incidir en el aprendizaje (favorecerlo)
* Incidir en la enseñanza (contribuir a su mejora)
* Incidir en el currículo (ajustarlo a lo que puede ser trabajado con interés y provecho por los y
las estudiantes).
4. ACTIVIDADES DE EVALUACION
Vistas las características fundamentales que una evaluación habría de poseer para convertirse
en un instrumento eficaz de aprendizaje, conviene ahora detenerse en considerar las formas
concretas de realizar dicha evaluación.
Cabe decir, en primer lugar, que una orientación constructivista del aprendizaje permite que
cada actividad realizada en clase por los alumnos constituya una ocasión para el seguimiento
de su trabajo, la detección de las dificultades que se presentan, los progresos realizados, etc, etc.
Es ésta una forma de evaluación extraordinariamente eficaz para incidir "sobre la marcha" en el
proceso de aprendizaje, que se produce además en un contexto de trabajo colectivo, sin la
distorsión de la ansiedad que produce una prueba individual. Ello no elimina, sin embargo, la
necesidad de actividades de evaluación individuales que permitan constatar el resultado de la
acción educativa en cada uno de los estudiantes y obtener información para reorientar
convenientemente su aprendizaje. A tal efecto consideramos muy conveniente la realización de
alguna pequeña prueba en la mayoría de las clases sobre algún aspecto clave de lo que se ha
venido trabajando. Ello permite:
-impulsar al trabajo diario y comunicar seguridad en el propio esfuerzo;
-dar información al profesor y a los alumnos sobre los conocimientos que se poseen, sobre
las deficiencias que se hayan producido -haciendo posible la incidencia inmediata sobre las
mismas- y sobre los progresos realizados, contribuyendo así a crear expectativas positivas;
-reunir un número elevado de resultados de cada alumno reduciendo sensiblemente la
aleatoriedad de una valoración única.
Conviene discutir inmediatamente las posibles respuestas a la actividad planteada, lo que
permitirá conocer si la clase está o no preparada para seguir adelante con posibilidades de éxito.
Se favorece así la participación de los alumnos en la valoración de sus propios ejercicios y en su
su autorregulación (Alonso, Gil y Mtnez-Torregrosa 1995b). Se puede aprovechar también esta
discusión -si se realiza al comienzo de una clase- como introducción al trabajo del dia,
centrando la atención de los estudiantes de una forma particularmente efectiva.
Pese al interés y efectividad de estas pequeñas pruebas, consideramos que los exámenes o
pruebas más extensas siguen siendo necesarios. Es cierto que el examen es visto a menudo
como simple instrumento de calificación de los estudiantes, siendo criticado a justo título por lo
que supone de aleatoriedad, tensión bloqueadora, etc (Gould 1982); sin embargo un examen, o
mejor dicho, una sesión de globalización, es también ocasión de que el alumno se enfrente con
una tarea compleja y ponga en tensión todos sus conocimientos. Por nuestra parte, asumiendo la
crítica al examen como instrumento exclusivo de calificación, queremos referirnos al papel de
las sesiones de globalización como ocasión privilegiada de aprendizaje si se cumplen algunas
condiciones:
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- En primer lugar es necesario que la sesión suponga la culminación de una revisión global
de la materia considerada, incluyendo actividades coherentes con un aprendizaje por
construcción de conocimientos: desde análisis cualitativos de situaciones abiertas al tratamiento
de las relaciones ciencia/ técnica/ sociedad; desde la construcción y fundamentación de hipótesis
-más allá de las evidencias de sentido común- a la interpretación de los resultados de un
experimento, etc, etc.
Es también necesario que las condiciones de realización de estas actividades globalizadoras
sean compatibles con lo que supone una construcción de conocimientos -que conlleva tentati-
vas, rectificaciones, etc- y, en particular, que los estudiantes no se vean constreñidos por
limitaciones de tiempo que sólo son compatibles con la simple regurgitación de conocimientos
memorizados.
- En segundo lugar, es muy conveniente que el producto elaborado por cada estudiante en
estas sesiones sea devuelto comentado lo antes posible y que se discutan, cuestión por cuestión,
las posibles respuestas, las contribuciones positivas y los errores aparecidos, la persistencia de
preconcepciones, etc. Los estudiantes, con su producto delante, se mantienen abiertos y
participativos como nunca durante estas revisiones, que constituyen actividades de autorregu-
lación muy eficaces. Y es también conveniente, tras esta discusión, solicitar de los estudiantes
que rehagan de nuevo la tarea en su casa con todo cuidado y vuelvan a entregarla. Ello
contribuye muy eficazmente a afianzar lo aprendido, como puede constatarse en los dias
siguientes con la realización de pequeños ejercicios sobre los aspectos que hubieran planteado
más dificultades.
No podemos detenernos aquí en una descripción detallada de cada uno de los momentos de
evaluación a que nos acabamos de referir, ni entrar siquiera a tocar otros aspectos de
importancia como, por ejemplo, el tipo de instrumentos destinados a la recogida de información
(Geli 1995). Insistiremos tan sólo, para terminar, en que los alumnos y alumnas han de ver
debidamente valoradas todas sus realizaciones, todos sus productos colectivos o individuales
-desde la construcción de un instrumento a, muy en particular, su cuaderno o dossier de clase- y
no solamente aquellas planteadas como pruebas. Se incrementa así la información disponible
para valorar y orientar adecuadamente el aprendizaje de los estudiantes y se contribuye a que
estos vean reconocidos todos sus esfuerzos con el consiguiente efecto motivador. Se trata, en
definitiva, de lograr una total confluencia entre las situaciones de aprendizaje y de evaluación
(Pozo 1992), explotando el potencial evaluador de las primeras y diseñando las segundas como
verdaderas situaciones de aprendizaje.
El trabajo realizado hasta aquí nos ha permitido romper con la habitual identificación entre
evaluación y calificación de los estudiantes, fundamentando una propuesta de evaluación como
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instrumento de mejora del aprendizaje, de la enseñanza y del propio currículo (aunque aquí nos
hemos centrado en el primer aspecto). La cuestión a plantearse ahora es si la calificación
conserva alguna funcionalidad en la nueva propuesta evaluativa y, en su caso, qué forma de
calificación puede resultar coherente con dicha propuesta.
Digamos, para empezar, que toda evaluación posee connotaciones valorativas, es decir,
calificatorias: tanto al indicar la necesidad de profundizar o rectificar aspectos, como al aceptar
el trabajo realizado sin enmiendas sustanciales, se está expresando implícitamente una
valoración, aunque la función esencial no sea la valoración sino favorecer la mejora del
producto. El o la estudiante puede percibir así lo más o menos cerca que se encuentra de haber
conseguido un producto satisfactorio. La pregunta a formularse, pues, no es si debe haber o no
valoración de la tarea, sino ¿es conveniente traducir las valoraciones que conlleva toda evalua-
ción a calificaciones explícitas y normalizadas?.
Para contestar a esta pregunta comenzaremos considerando el papel de la calificación en la
formación de los investigadores noveles, que es la situación en la que se inspira nuestro modelo
constructivista de aprendizaje de las ciencias.
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