Perversion y Estetica - Pedro Alzuru

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La perversión se define clásicamente como desviación del

instinto sexual. Su estudio sistemático se ha propuesto una


clasificación descriptiva, una nomenclatura de las
perversiones. Encontramos que la perversión concierne al
objeto sexual: la pareja sexual elegida puede ser un individuo
del mismo sexo, muy joven o muy viejo y hasta un cadáver. El
objeto sexual puede igualmente ser un animal, la ropa,
zapatos y objetos del otro sexo, el perverso puede también
ponerse estas vestimentas. La práctica sexual misma puede
pervertirse: mostrar los órganos genitales, buscar el
sufrimiento de la pareja, erotizar el propio sufrimiento, la
participación de un tercero o de varios en el acto sexual, la
multiplicación de estos actos, la mezcla de la orina y las heces
en estos actos, etc. Sin olvidar que estas prácticas
frecuentemente se asocian unas con otras.

Esta enumeración constituye en sí misma una interpretación


implícita de la perversión, pues supone un orden natural del
instinto sexual que sería definible en comparación con las
prácticas de los animales o a través de investigaciones
estadísticas. Toda desviación estaría entonces ligada a un
substrato orgánico, a una degeneración constitucional que
conviene distinguir de los otros estigmas morfológicos o
morales y que probablemente se origina por transmisión o
debido a una predisposición hereditaria.

Esta psiquiatrización de la perversión está viciada en su


método, son médicos y abogados los que han hecho esta
clasificación con el objeto de responder a los problemas
médico-legales resultantes de los actos delictivos y criminales
cometidos por los perversos.

La aparente objetividad de tales estudios está marcada por la


presión judicial y social que pesa sobre el observador, toda
descripción, por otro lado, contribuye a definir al perverso
como distinto al observador (el médico, el juez, la gente
honesta), es decir alienarlo, patologizarlo, satanizarlo. Pero no
solamente la referencia a un instinto sano, propio de la
mayoría de la gente, permanece indemostrable, sino que
además es una observación común que toda vida sexual
calificada de normal implica prácticas tomadas en mayor o
menor grado de fantasmas y actos perversos. Una sexualidad
que pretenda coincidir exclusivamente con el fin de la
reproducción no puede ser sino producto de fuertes
inhibiciones que llevan a desconocer lo que la pulsión sexual
implica de ciego y desbordante. Desde esta perspectiva, la
abstinencia y el celibato son perversiones.

Los escritos de los perversos


El estudio de las perversiones se aborda con mayor provecho
a través de la lectura de las obras escritas por los mismos
perversos y por aquellos que han sabido reconocer en ellos al
prójimo: Sade, Masoch, Jean Genet, Georges Bataille, Gilles
Deleuze, etc.

Esta bibliografía es por supuesto una bibliografía censurada,


pues lo que no desconoce esta literatura es que el lector,
tanto como el autor, de una obra que trata de las diferentes
formas del erotismo y, en consecuencia, de la perversión, no
puede permanacer indiferente, "objetivo", frente a tal sujeto.
El es interesado, seducido u horrorizado, "pervertido". Y
aquellos que se erijen en censores de las obras que llaman
pornográficas, condenando a los perversos, practican en
realidad una venganza sádica contra aquello que no los deja
insensibles. Las razones invocadas por estas personas e
instituciones no son sino una doble moral para mantener su
buena conciencia. De hecho, cuando en las últimas décadas
se han aplicado en algunos paises medidas de liberalización
en este sentido (publicaciones, prácticas eróticas, films, etc.)
no ha ocurrido ninguna catástrofe, al contrario, han
disminuido los crímenes sexuales así como el interés mórbido
del público por aquello que estaba prohibido.

 
Por esto es notable hoy cuando hablamos de perversión en el
mundo occidental, una tendencia a la desalienación de los
perversos, paralela a la creciente conciencia de que no hay
individuo normal insensible a la atracción de la perversión.
Igualmente no podemos ver como menor la deuda que
tenemos con los perversos autores de gran parte de los textos
y poemas que hablan de amor (Sócrates, Safo,
Shakespeare...) así como de obras artísticas y filosóficas que
son parte del patrimonio humano. Sin dejar de señalar todo lo
que de perverso hay en la cultura popular, el bolero por
ejemplo.

La estructura perversa
Al estudio de la perversión en sentido diacrónico desarrollado
por Freud a partir de la hipótesis genética que lo conduce a
considerar al niño como un "perverso polimorfo", se agrega
más recientemente la contribución de Lacan y sus alumnos
quienes han retomado la noción de perversión en términos de
estructura, es decir en su dimensión sincrónica, en la
articulación de las diferentes instancias psíquicas. En tal
sentido, el perverso se caracteriza menos por sus prácticas
sexuales (multiples y contingentes, en realidad) que por una
organización psíquica que no se limita a su vida
exclusivamente erótica.

La relación del perverso con la Ley es particularmente


significativa. Lejos de ignorarla producto de una supuesta
debilidad del Super-Yo, el perverso provoca y desafía la Ley.
Así, él se asegura de su presencia y de que siempre se
encuentre alguien que se la recuerde y lo sancione, lo que
denunciará inmediatamente como abusivo. Pero si el perverso
provoca e interroga, más allá del aparato legislativo de la
sociedad, a aquél que es el soporte familiar de la Ley, el
padre , es igualmente alguien preocupado por establecer los
fundamentos mismos de la Ley y se convierte fácilmente en
moralista: Sade es un predicador, y todo perverso se
descubre una vocación de educador o de iniciador. De la
misma forma, la puesta en cuestión de los "valores" lo incita a
rehacer y a reinterpretar la realidad comunmente observada
en una transfiguración poética, artística o mística. Por ello, en
estas actividades encontramos con frecuencia a los
perversos.

En la estructura perversa ocupa un lugar eminente el placer,


buscado, a veces de manera compulsiva, no sólo por sí
mismo, sino sobre todo porque representa para el perverso
una experiencia extrema, próxima a la angustia, que
considera exenta del engaño y que constituye la verdadera
realidad, una realidad más digna.

La perversión tiende así, en acuerdo con esta noción de


estructura perversa, a desbordar el marco estrecho que le
asignaba una nosografía descriptiva y designa un conjunto
estructurado que no se limita a formas negativas y
reprehensibles desde un punto de vista médico-legal, en
particular las actividades estéticas.

Psicoanálisis de las obras


La publicación del primer número de la revista Imago por
Freud, en 1912, con 1a colaboración de Otto Rank y de Hans
Sachs, nos permite situar el proyecto sistemático de un
psicoanális de las obras de arte. En la bibliografía establecida
por Sachs a tal efecto, se distinguen los ámbitos de la
biografía y de la estética.

Al año siguiente, Freud agrega a este balance un programa de


investigación en términos tales que dejan ver su intención de
articular los dos ámbitos. Las primeras impresiones de la
infancia, escribe, así como las circunstancias que fijan el
destino personal del artísta, constituyen en su relación con las
obras, y en tanto que éstas son reacciones a aquellos
eventos, uno de los campos más fascinantes de la
investigación psicoanálitica.

El psicoanálisis de las obras junta entonces la investigación


biográfica a la estética y a los problemas de los que ésta se
ocupa, dejando presentir la razón de esta afinidad. Creación y
placer implican al deseo en su relación con la realidad, a
través de la biografía la investigación intenta restituir las
condiciones individuales de emergencia del deseo; y a través
de la estética, la forma según la cual el deseo se acuerda con
lo real. El arte es así, una realidad, admitida por convención,
en la cual, mediante la ilusión artística, símbolos y
formaciones sustitutivas suscitan efectos reales. Por ello
forma una instancia intermediaria entre la realidad que opone
su negación al deseo, y el mundo imaginario que colma el
deseo, una región donde permanecen vigentes las tendencias
a la omnipotencia de la humanidad primitiva, la soberanía,
que Bataille encuentra en el hecho artístico. La función que
asume en la constitución de la obra de arte la realidad, - no
entendida como realidad efectivamente dada sino como
principio de realidad, principio de despojamiento- es
considerada por el psicoanálisis como el fundamento del
deseo y del orden formal en el cual la supresión de la
represión le permite expresarse.

El objeto del trabajo terapéutico no es para Freud la


superación del afecto comprometido en vías erroneas,
consiste -al contrario- en descubrir las represiones y a
resolverlas gracias a actividades de juicio que puedan
conducir a la asunción o al rechazo de aquello que había sido
reprimido. Es profundizando con la pulsión de muerte, el
principio de despojamiento subjetivo, que Freud formulará sus
primeras anticipaciones estéticas. La función de la pulsión de
muerte será buscar en el aquí-ahora de la vida, la estabilidad
comprometida por su advenimiento. Si el reposo de la muerte
es el polo inaccesible para el sujeto vivo el juego de las
formas es su anticipación.
 

La actividad estética trata de comunicar, como en la tragedia,


impresiones que pueden ser dolorosas pero que son a la vez
fuente de placer. No obstante la dominación del principio del
placer, el lado doloroso y desagradable de los eventos
encuentra vías y medios sufícientes para imponerse en el
recuerdo y convertirse en objeto de elaboración artística.

Estos casos y situaciones, que pueden tener como resultado


un incremento del placer, le permiten a Freud plantear una
estética dirigida por el punto de vista de la economía
psíquica.

Este sumergirse en la realidad permite al artísta la


elaboración de un lenguaje común, de un destino común. La
muerte freudiana, el aquí-ahora de la vida, es la inscripción
donde se cristaliza el sujeto: la obra es su soporte. Ese lugar
de la creación y del goce artístico se sitúa en una repetición
imposible, en el punto de ruptura donde la inherencia abolida
se fija en un motivo de comunicación universal. La obra es
empatía en una falta en la que se revela y se interpreta el
vacio en el cual se sostiene el fantasma. El objetivo del
psicoanálisis de las obras es devolver a la historia del sujeto
ese "negativo" inconsciente donde el juego del destino cubre
el juego de la infancia, el cual es desarrollado por el artísta
para dirigir al prójimo el eco en la realidad de un deseo
compartido.

Se trata, en el análisis de la obra, de esclarecer la oposición


entre la serie "real" de los eventos biográficos y la
significación que el análisis propondría a nuestra
interpretación. Freud nos responde con el concepto de
construcción; el psicoanálisis - dice - no es un arte de
interpretación, la interpretación se remite a un contenido
extraido de un elemento particular del material biográfico.

 
Se trata, al contrario de una construcción, cuando un
fragmento de la historia olvidada es comunicado al análisis.
Los eventos que se trata de reconstruir no son accidentes
episódicos de un trayecto lineal; son los momentos de una
historia donde el sujeto se constituye según los avatares de
su relación con el Otro.

Para Freud, por ejemplo, la marca que selló el destino de


Leonardo da Vinci, fue el deseo perverso que su madre tuvo
por él. Pero no se trata de restituir la huella de una influencia
sino el deseo proveniente del Otro, al cual una vida recibe la
orden de acoplarse; comprender cómo esta presencia
perpetuada en el corazón del sujeto, del deseo que lo clavó en
la existencia, se convierte en foco de creación.

Matriz significante de la obra


En esta perspectiva, una obra de arte no puede ser
comprendida como una psiconeurosis superada, al contrario,
es la psiconeurosis la que debe ser comprendida como una
obra de arte no lograda. La búsqueda estética es anterior, la
psiconeurosis es una escoria. Esta aparente inversión tiene
que ver con la misma estructura de la neurosis.

Ésta, en su relación con la obra, no plantea, en principio, un


problema diferente de la vida pues, si la función del
significado en la génesis de la neurosis hace concebible lo que
en cualquier otra hipótesis estaría excluido, la promoción del
deseo que la obsesiona a nivel de una comunicación cultural,
el proceso neurótico actúa con el fin de reprimirla. La
represión bloquea la sublimación, pero la supresión de la
represión y la apertura del sujeto a la sublimación por las
virtudes de la relación analítica no dejan de mostrar que su
ámbito común procede de una matriz significante de la cual
ellas definen respectivamente las diferentes potencias. Este
principio fue formulado teóricamente por Freud como de
sexualización o cambio de fin de la pulsión y
metodológicamente como construcción, a la cual compete
restituir las mutaciones de la alteridad cuya espiral esboza el
ciclo de un destino.

Esta discusión se prolonga con el análisis que hace Freud del


Moisés de Miguel Angel. Un análisis en el que apenas se toca
la vida del artista. Todo parece excluir aquí la "biografía".
Parece ser suficiente "interpretar" la obra, y para ello
"identificar a través de los rasgos desdeñados o invisibles,
para la observación apresurada, las cosas secretas u ocultas".
Pero esto es tomar un momento del análisis por su desarrollo
completo.

Falta pasar de la interpretación a la construcción, ir de un


evento individual a un significado universalizable. A esto
responde Freud con la pulsión de muerte: el lenguaje
particular de una vida es una aproximación a la muerte
común y es una vocación de la belleza captar sus estertores.
Por otro lado, si ha podido constituirse una teoría
psicoanalítica de la cultura, es porque mediante la pulsión de
muerte se elaboró una concepción psicoanalítica específica
del orden simbólico.

El Moisés es producto de una crisis más violenta que


atravesó Freud, su ruptura con Jung. La capa más profunda
del análisis del Moisés, remite al psicoanálisis del mismo
Freud: habría que saber en razón de qué él ha podido, el
hombre de ciencia, tomar la medida, más allá de toda
medida, del guardian de la Ley, y revelar así después de
Freud, pero en el ámbito del psicoanálisis, la esencia de lo
sublime.
La ascesis analítica
¿Cómo concebir que una disciplina que se ha dado por fin
confrontar al sujeto efectivamente comprometido en la cura
con la cuestión de su propia verdad pueda trasladar su
ejercicio sobre las producciones de la literatura y del arte?.
Puede ser que entre la praxis psicoanalítica y la elaboración
de las obras del espíritu, la teoría esté habilitada a tener una
función mediadora. Pero la teoría psicoanalítica no sistematiza
la experiencia en la cual se funda (el inconsciente, el deseo, el
fantasma, los procesos primarios de condensación y
desplazamiento, la sublimación), no sistematiza la experiencia
de la transferencia, sus efectos y su resolución, no ilumina al
analista en su conducción de la cura: en el mismo sentido que
la teoría física sistematiza la experiencia de los procesos
naturales y las técnicas. El inconsciente, perdería toda
significación específica de constituirse en un objeto de
construcción conceptualizable. El psicoanálisis se convertiría,
como en efecto ciertos dogmatismos lo han entendido, en una
práctica edificante.

Así como no podemos posesionarnos de un "conocimiento"


del psicoanálisis para construir las peripecias de un análisis,
ningún sistema de conceptos, traspuesto del psicoanálisis, y
precisamente por ello, puede pretender la determinación
objetiva de las obras. Se entenderá entonces por
psicoanálisis, la ascesis, gracias a la cual el sujeto prepara en
su propio inconsciente un lugar de recepción del inconsciente
del autor. Si esta práctica vale como teoría es como teoría de
una carencia de representación, teoría de una ascesis del
saber cuyo extremo se ubica en el abismo del Ello, y del cual
pretendemos articular su itinerario en el ámbito específico de
las artes.

Lo que aportan el descubrimiento del narcicismo y la


conceptualización de la pulsión de muerte no será el acceso
del psicoanálisis de las obras a nuevos ámbitos, sino la
fundación estética de lo que era hasta ese momento una
psicología psicoanalítica del arte. No es que sea posible
disociarlos: el proceso metodológico de la construcción no
muestra sólo la historia en su génesis,la historicidad del
sujeto en el psiquismo; él logra sobre todo, en esta
historicidad, el fundamento de su expresión retroactiva y del
goce de las formas. Pero es de la transferencia que él recibe
su estatus. Sorteando los malentendidos, se ha llegado a
entender que la fuente de la cual emanan estos conceptos
prohibe todo uso dogmático.

La concepción freudiana del psicoanálisis de las obras es una


concepción crítica, en dos niveles: en el sentido que el
inconsciente que es su núcleo estipula la exclusión de sí del
sujeto de la palabra; a nivel de la estética, en la medida en
que esta funda más allá de la individualidad el trabajo de
relación formal. En esta división de sí del sujeto Freud
encontraba la fuente de los "mitos endo-psíquicos" del más
allá o de la mortalidad. Toda producción artística está
marcada por ella, y aqui se encuentra la relación del arte con
la religión. Pero el arte tiene la virtud de hacernos sostenible
lo que expresa, y esta huella en nosotros de un más allá de la
vida, esta presencia del otro, irradia en la obra.

Así, la singularidad de la obra, se preserva de toda reducción


a un esquema que la acoplaría a las funciones generales del
psiquismo. Pero no se sustrae a las exigencias del análisis. Al
contrario, es en la medida en que la experiencia psicoanalítica
deshace esta generalidad para abrirse a la singularidad del
destino subjetivo, que se puede asignar un fundamento al
análisis de las obras. Entre la asunción de este destino en el
desarrollo de la cura y la construcción genética de la obra
según las lineas de sedimentación de una organización
intemporal, hay una afinidad. Toda obra puede traducirse
como el relato de una vida porque toda vida es el
desciframiento de un mensaje. El problema que nos propone
el análisis de la obra es restituir las capas de organización, en
ese destino cristalizado, que ha depositado la contingencia de
la relación con el Otro; y de comprender cómo ésta ha podido,
en su estructura sensible, testimoniar a la vez de esa
exclusión de sí de un sujeto singular, y abrirnos, a los
espectadores, a esta ausencia de nosotros, que compartimos
con el artísta y con el resto de los humanos.

La noción freudiana de ilusión nos da un inicio de solución. Por


las virtudes del arte, la existencia excluida de lo real se
expresa según los valores de una actualización eventual. Así
se manifestará, bajo las formas sensibles propias de cada
arte, la eventualidad de retorno de este indecible del cual el
discurso guarda la huella. El efecto poético marca ese tiempo
donde, en el flujo del lenguaje, el sujeto recoje la huella de su
propia huida. Entre el artísta que se asume en su falta y el
espectador que vive esta falta sin expresarla, el vacío al cual
la obra da forma constituirá el medio de la comunicación
artística. Es de ella que la aproximación psicoanalítica de las
obras se propone la descomposión espectral. La "teoría" no le
dará para ello ningún sistema de conceptos del cual ella sería
una aplicación, propone al analista el marco donde se operará
el orden de su visión, en la dirección de ese foco de exclusión
donde la obra traza el monograma de la carencia del sujeto,
compartida por él.

Arte y transgresión
El punto de vista que se pretende es lo reprimido en cuanto
tal, es lo excluido en tanto que excluido. A la regla de la
abstinencia del analista, la cual conforma la suspención
intencional del ego del analista con la ignorancia de sí del
sujeto, tendremos por equivalente el tipo de acomodación
requerido al análisis de las obras, es decir la perspectiva de la
exclusión en tanto que exclusión. Tal exigencia no puede ser
satisfecha sino con el concurso de una formación estética. El
analista de las obras de arte no obedecería entonces sino a su
propia ley, en la medida en que la estructura del método
psicoanalítico le es inmanente. Esta no tiene otra sanción que
su fecundidad en su propio ámbito, dicho de otra forma su
valor heurístico; así como la intervención psicoanalítica no
tiene otra sanción de validez que la producción del "material"
y el progreso de la cura. Cada una de las obras exige, de
hecho, un método particular, ya que a cada artísta pertenece
una forma particular de transgresión expresiva, es decir, la
producción de una forma original de ilusión.

UNIVERSIDAD DE LOS ANDES

FACULTAD DE HUMANIDADES Y EDUCACIÓN

GRUPO DE INVESTIGACIONES ESTÉTICAS "GIE"

PERVERSIÓN Y ESTÉTICA

Ponencia al II Seminario Nacional de Estética Noviembre de 1998

Pedro Alzuru

11-98

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