Infierno - Chicos

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8.

Postrimerías - el infierno
“Dos frailes descalzos, a las seis de la mañana, en pleno invierno y nevando copiosamente, salían
de una iglesia de París. Habían pasado la noche en adoración ante el Santísimo sacramento.
Descalzos, en pleno invierno, nevando... Y he aquí que, en aquel mismo momento, de un cabaret
situado en la acera de enfrente, salían dos muchachos pervertidos, que habían pasado allí una noche
de crápula y de lujuria.

Salían medio muertos de sueño, enfundados en sus magníficos abrigos, y al cruzarse con los dos frailes
descalzos que salían de la iglesia, encarándose uno de los muchachos con uno de ellos, le dijo en son
de burla: “Hermanito, ¡menudo chasco te vas a llevar si resulta que no hay cielo!” Y el fraile que tenía
una gran agilidad mental, le contestó al punto: “Pero ¡qué terrible chasco te vas a llevar tú si resulta que
hay infierno!”[1]

Debemos decir que en cuanto al tema del infierno, en la Iglesia, hemos pasado de un extremo a otro:
de hablar excesivamente de él hasta pensar en un Dios terrible y vengativo (edad media), hasta
negarlo, pensando en un Dios alcahueta e indiferente ante la injusticia (modernidad). En ambos casos
se deforma la imagen de Dios. Él es infinitamente misericordioso a la vez que es infinitamente justo.
Por ello, en esta lección, trataremos de profundizar un poco en el tema para entenderlo como es en
realidad. Es una realidad de la que hay que hablar porque ya nadie habla. Si existe el riesgo, si existe
la posibilidad de ir a un estado como este, no hablar de él sería una irresponsabilidad tremenda.
¿cómo ocultar un tema tan importante como la eternidad de una persona?. La idea del infierno choca
ante un mundo que proclama la misericordia de Dios entendida de un modo bastante reducido,
entendiendo a la misericordia como si Dios está en el cielo permitiendo que hagamos lo que se nos
dé la gana, que hagamos lo que queramos y que al final el nos va a salvar porque nos ama mucho.
Claro que nos ama mucho, pero nos dio libertad, y la libertad conlleva a asumir las consecuencias de
nuestros actos, entonces uno mismo decide si se quiere salvar o si se quiere condenar.

Definición

Muchas personas, incluso muchos católicos niegan la existencia del infierno. Y es que si esto fuera
cierto, la biblia nos estaría mintiendo: en ella unas 70 veces se menciona el infierno, en el nuevo
testamento 25; JEsús habló más de 15 veces sobre el infierno.

El infierno es un estado de “autoexclusión”, no un defecto de la misericordia de Dios: «Morir en


pecado mortal sin estar arrepentido ni acoger el amor misericordioso de Dios, significa permanecer
separados de Él para siempre por nuestra propia y libre elección. Este estado de autoexclusión
definitiva de la comunión con Dios y con los bienaventurados es lo que se designa con la palabra
“infierno”» (Catecismo, 1033).
Decimos que se autoexcluye porque la persona libremente lo elige. SOn las personas que mueren
en pecado mortal y no se arrepienten las que terminan condenando.

El infierno es la suma de todos los males sin mezcla de bien alguno, pues significa la pérdida y
privación total de Dios, y por tanto, de todo lo bueno, bello y verdadero.

Se podria decir que el infierno es la mayor prueba de que tenemos libertad.

Existencia del infierno

“Las imágenes con las que la sagrada Escritura nos presenta el infierno deben interpretarse
correctamente. Expresan la completa frustración y vaciedad de una vida sin Dios. El infierno, más

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que un lugar, indica la situación en que llega a encontrarse quien libre y definitivamente se aleja de
Dios, manantial de vida y alegría”[2].

Estas palabras del Papa Juan Pablo II fueron manipuladas por medios de comunicación mal
intencionados, quienes a partir de éstas afirmaron que el Papa había negado la existencia del infierno.
Ante esto, hay que decir que el Papa afirmó que el infierno, en este momento, no es un lugar físico sino
que es un estado del alma -pues aún no se ha dado la resurrección de la carne-, más no lo negó. Que
sea un estado del alma no significa que no exista. Los dolores espirituales, del alma, son más profundos
e intensos que los dolores físicos.Lo podemos comparar con el dolor que siente una madre ante la
muerte de un hijo, no es un dolor local como ante un golpe o una fractura. Una depresión aguda, no se
localiza en ningún órgano del cuerpo, pero es una agonía espiritual y es un dolor y un sufrimiento real.
Los dolores del alma son más intensos y fulminantes, y no porque no los localicemos o palpemos dejan
de ser reales. Y es que las personas que van al infierno no sufren un dolor físico en un lugar físico, sino
que es una agonía interior que es mucho más terrible. Y la persona que se condena ya no tiene
esperanza, porque estará allí hasta la eternidad.

El infierno, es decir, la privación total de Dios, es la angustia, la tristeza, la depresión, la soledad, la


agonía más absoluta. Después de la Resurrección de la carne, el infierno ya no será sólo un estado
sino que será un lugar.

Todo esto no es para atemorizar, sino que es para poder prevenir a todos nosotros. Es como alguien
que va por la ruta y ve un cartel que dice: puente caído a 1 km. Y uno dice, este cartel que me va a
querer engañar a mi, ya me lo creería. Y uno sigue, al poco tiempo ve otro cartel que dice, puente
caido, 500 metros, y uno dice, este letrero cree que me va a atemorizar a mi con esas cosas. Uno
sigue y aparece un cartel que dice, puente caído a 100 metros, y uno continua. Así, caera en el
abismo por insensato.

Es una realidad, es el mismo Señor el que lo dice:


La apuesta de Pascal

Cuando llegamos a la existencia de Dios, hay dos posibilidades: o Dios existe o no existe. En los
términos de nuestra respuesta, también hay dos posibilidades: o creemos en Dios, o no lo hacemos.

Si Dios no existe, y apostamos (por creer) que sí existe, no perdemos nada, puesto que,
presumiblemente, no hay vida después de esta o recompensa eterna o castigo por creer o no creer.

Si Dios existe, como quiera que sea, y nos ofrece gratuitamente el regalo de vida eterna, y nosotros
apostamos (por incredulidad) a que no existe, entonces estamos arriesgando el perderlo todo y vivir
una eternidad separados de Dios.

Si Dios existe, y apostamos a que así es, potencialmente estamos ganando la vida eterna y la
felicidad.

Por lo que dijo Pascal, una persona razonable aún considerando la posibilidad de que Dios existe en
un 50 por ciento, debería apostar a que así es, puesto que esa persona se posicionaría a no perder
nada (si Dios no existe) y ganarlo todo (si Dios existe); mientras que la persona que apuesta a que
Dios no existe se posiciona a no ganar nada (si Dios no existe), o a perderlo todo (si Dios sí existe).

Este mismo argumento lógico aplica para la existencia del infierno: si crees en él y no existe, no
pierdes nada, y viviendo el Evangelio habrás llevado una vida feliz; si crees en él y existe, te

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librarás de ir a él; pero si no crees en él y en realidad existe corres el riesgo de condenarse
eternamente, al llevar una vida libertina y permisiva.

Cuando llegue nuestra última hora contemplaremos al Amor de los amores, encontraremos que solo El
nos puede saciar hasta nuestros más profundo anhelos, sanar hasta nuestras más profundas heridas
y completarnos. Imagina el dolor de las almas que se condenan cuando lo contemplen y descubran que
sólo a ÉL necesitan y que estarán apartados de Él eternamente. EL infierno no es que Dios condene a
alguien, es que esa sola persona se condena.

Verdades de fe sobre el infierno (IV Concilio de Letrán)

En el IV Concilio de Letrán, realizado en el año 1215 se definieron como verdades de fe sobre el


infierno varias características:

Dogma de Fe:

Un dogma es una verdad que debe ser creída y no se puede negar. Jesus murio y resucito para
salvarnos del infierno que merecíamos por nuestro pecado, entonces siendo católicos no podemos
negar la existencia del infierno

• Su existencia (Catecismo, 1035).

Segunda muerte (Ap 20, 13 ss).

“Será el llanto y el rechinar de dientes” (Mt 13, 42; 25, 30. 41).

Su eternidad (Catecismo, 1035).

La gehenna de “fuego que no se apaga” (Mc 9, 43).

En la parábola del Rico Epulón, se precisa que el infierno es el lugar de pena definitiva, sin posibilidad
de retorno o de mitigación del dolor (cf. Lc 16, 19-31).

“Una ruina eterna, alejados de la presencia del Señor y de la gloria de su poder” (2 Tes 1,9).

“Luego dirá a los de la izquierda: “Alejense de mí, malditos, vayan al fuego eterno, que fue preparado
ara el demonio y sus angeles” (Mt 25, 41).

Existen allí dos grandes castigos: pena de daño y de sentido (Mt 25,31-46).

• Pena de sentido

“Se llama así porque el principal sufrimiento que de ella se deriva proviene de cosas materiales o
sensibles. Afecta, ya desde ahora, a las almas de los condenados, y, a partir de la resurrección
universal, afectará también a sus cuerpos.”[3]

Es el padecimiento que sufren espiritualmente, y luego de la resurrección de la carne


corporalmente. La pena de sentido consiste principalmente en el suplicio del fuego (Mc 8,43; Mt
25,41), que atormenta no solamente los cuerpos, sino también las almas de los condenados.
Además de esto, en virtud de la degradación indecible, del estado perpetuo de odio, de los suplicios
horribles de quienes allí se encuentran - es decir, los demonios y los demás condenados-, su
compañía continua, eterna, será por sí misma una tortura espantosa. Los sentidos internos estarán
sujetos a imaginaciones y recuerdos más o menos torturantes, y los externos estarán privados de
todo cuanto les pudiese agradar y proporcionar placer, nada de luz, de armonías, de suaves olores,
de sensaciones suaves, de reposo corporal.

La imitación de Cristo, gran clásico de la literatura cristiana, describe esta pena del infierno de la
siguiente manera: “en lo mismo que más peca el hombre será más gravemente castigado. Allí los
perezosos serán punzados con aguijones ardientes, y los golosos serán atormentados con

3
gravísima hambre y sed. Allí los lujuriosos y amadores de deleites serán rociados con hediondo
azufre, y los envidiosos aullará de dolor como rabiosos perros. No hay vicio que no tenga su propio
tormento. Allí los soberbios estarán llenos de confusión, y los avarientos serán oprimidos con
miserable necesidad. Allí será más grave pasar una hora de pena, que aquí cien años de penitencia
amarga. Allí no hay sosiego ni consolación para los condenados; más aquí cesan algunas veces los
trabajos, y se goza del consuelo de los amigos. Ten ahora cuidado y dolor de tus pecados, para que
en el día del juicio estés seguro con los Bienaventurados.”[4]

Todas las facultades tendrán en el infierno su castigo especial. Si el castigo de los sentidos es el
fuego, y el del entendimiento y la voluntad es la pena de daño, el castigo de la memoria es el
remordimiento, y el de la imaginación es la desesperación.

El remordimiento, como pena de la memoria, le recordara al condenado los muchos medios de


salvación que tuvo en la tierra, el desprecio que hizo de ellos y cómo vino a condenarse sólo por su
culpa, sin poder ahora arrepentirse. La desesperación, como pena de la imaginación, le recordará
constantemente que sus tormentos durarán no por mil años, ni por millones de años, sino por toda la
eternidad. En el plan de Dios no estaba el infierno, sino que todos nos salvaremos. La morada del
que se condena quedara eternamente vacía en el cielo. SIEMPRE hay tiempo para convertirnos en
la tierra, por pecadores que hayamos sido ahora merecemos el cielo porque el murió en la cruz para
reescatarnos. Pero No podemos despreciar ese regalo. EL es un caballero y jamás obligará, sino que
se dispone a esperarnos.

El Señor le ha permitido ver el infierno a grandes místicos a lo largo de lahistoria. La virgen de FÁtima
en sus apariciones les ha permitido ver el infierno a los 3 pastorcitos, quienes decian “si los seres
humanos contemplaran aunque sea 1 segundo, eso les alcanzaría para convertirse para siempre”.

Otros místicos han visto sacerdotes que se han logrado condenar quienes decian que veian que todo
su cuerpo ardía menos sus manos consagradas que brillaban porque habían consagrado a Cristo, y
maldecían sus manos por “No haber sido capaces de salvarlos”. La pena de sentido es el maldecirse
a sí mismo,no es que las manos lo iban a salvar si que eran ellos mismos los que debían decidir ser
salvados.

• Pena de daño

La pena de daño es la más dolorosa de todas, porque luego de contemplarla Dios, su grandeza, su
amor, su dulzura, uno puede es consciente que nunca más lo volverá a ver. El Magisterio de la Iglesia,
desde sus inicios, y en unanimidad con los Padres de la Iglesia, ha sido claro en enseñar que «la pena
principal del infierno consiste en la separación eterna de Dios en quien únicamente puede tener el
hombre la vida y la felicidad para las que ha sido creado y a las que aspira» (Catecismo, 1035).

Respecto de esta pena del infierno, ha dicho San Agustín: “perecer para el Reino de Dios, expatriarse
de la ciudad de Dios, enajenarse de la vida de Dios, carecer de la inmensa dulzura de Dios... es una
pena tan grande, que no puede haber tormento alguno entre los conocidos que se le pueda
comparar”[5].

“Lo que busque con mi vida en el pecado, finalmente lo encuentro con Dios, pero ya es tarde”.
Coinciden con esta dolorosa descripción las palabras de san Juan Crisóstomo quien afirma que “el
haber perdido bienes tan grandes produce en el condenado tal dolor, aflicción y angustia, que, aunque
no hubiera ningún otro suplicio destinado a los pecadores, él solo podría producir en el alma mayor
dolor y perturbación que todos los demás tormentos del infierno”[6].

Definitivamente, el infierno es lugar de dolor y de tormento eterno pues allí el hombre habrá perdido el
Sumo Bien para que el que fue creado: Dios. Esto significa para el hombre que allí va a parar la
frustración total de su existencia. “Los condenados sufren, pues, como una especie de desgarramiento
del alma misma, atraída en diversos sentidos a la vez por fuerzas opuestas e
4
igualmente poderosas. Es como un descuartizamiento espiritual, tortura mucho más espantosa que la
que experimentaría si su cuerpo fuera despellejado vivo o cortado en pedazos; porque, en la medida
en que las facultades del alma son superiores a las del cuerpo, en esa misma proporción es más
doloroso el desgarramiento profundo por el cual el alma es separada de sí misma al estar separada
de Dios, que debería ser el alma de su alma y la vida de su vida.”[7]

Van a él los que mueren en pecado mortal

«Las almas de los que mueren en estado de pecado mortal descienden a los infiernos
inmediatamente después de la muerte y allí sufren las penas del infierno» (Catecismo, 1035).

No nos podemos dar el lujo de estar 1 segundo en pecado mortal: lo estamos arriesgando todo, no
puede existir tranquilidad en el pecado mortal.

Dios quiere la salvación para todos

Nadie está predestinado a la condenación, Dios quiere que todos los hombres se salven (cf. 1 Tim
2,4), para eso los creó. Dios nunca pensó en dos caminos -la condenación o la salvación-, sólo
pensó en la salvación, no tenía otra opción. El Infierno es simplemente la negación, la no aceptación
de ésta. El Cielo y el Infierno no son equiparables.

«Dios no predestina a nadie a ir al infierno (cf. DS 397; 1567); para que eso suceda es necesaria una
aversión voluntaria a Dios (un pecado mortal), y persistir en él hasta el final. En la liturgia eucarística
y en las plegarias diarias de los fieles, la Iglesia implora la misericordia de Dios, que “quiere que nadie
perezca, sino que todos lleguen a la conversión” (2 Pe 3, 9)» (Catecismo, 1037).

Infierno y esperanza universal

Pero precisamente esto del infierno no excluye, sino que conlleva el que podemos y debemos
esperar que Dios no permita que nadie llegue a esta posibilidad extrema. El infierno es aquello
a lo que el hombre estaría destinado si permaneciera abandonado a sí mismo y, consiguientemente,
no fuera amado y redimido por Dios. Por eso todos podemos esperar -¡no saber!- que la gracia y
el amor de Dios han de impedir que se verifique la posibilidad real del infierno.
Pero bien sabemos que la gracia de Dios es libre y no puede ser forzada por el hombre.

Charles Péguy, el famoso poeta francés, rompió durante muchos años con la fe cristiana porque no
hallaba solución al problema del infierno para los demás. Le parecia egoista “ponerse a salvo en la
otra orilla” en la Iglesia, como él decía, y abandonar a los demás, a los que están fuera, a su
“incierto destino”; El se había resignado -así lo pensaba él- a que hubiera hombres que marchan
derechos a la perdición eterna, la Iglesia era para él egoísta, o mejor, “burguesa” y “capitalista”, en el
verdadero sentido de la palabra. Sólo a partir de 1908, con su célebre obra El misterio de la caridad
de Juana de Arco, encuentra Péguy un nuevo camino. Allí aparecen frases como éstas: “¡Debemos
salvarnos todos juntos! ¡Juntos ir a Dios! ¡Juntos presentarnos delante de él! No podemos ir a él
losmunos sin los otros. Todos unidos debemos retornar a la casa de nuestro Padre. Es menester
pensar también un poco en los demás, trabajar el uno por el otro. ¿Qué pensaría él de nosotros si
acudiésemos a su presencia sin los otros, si regresáramos sin los otros?”.

Los creyentes deben mantenerse íntimamente unidos entre sí, existir, orar, sacrificarse y esperar los
unos por los otros

La esperanza es esencialmente esperanza por los demás; esperar significa no excluir a nadie de la
solidaridad de la salvación que se espera de Dios. Esta esperanza, que vence la angustia y la
desesperación que nacen ante la idea de que un solo hombre pueda perderse, tiene su fundamento
en el propio Dios, en el corazón de Jesús. “Todos los sentimientos que debemos tener hacia Dios,
ya antes los tuvo Dios hacia nosotros”. Lleno de ansia y de preocupación por esa sola de las cien
ovejas que se ha extraviado, “Jesús experimentó la angustia en el amor. Y, puesto que la esperanza
divina hace que tiemble hasta el amor”, por eso “Dios esperó en nosotros. Él comenzó... Dios puso
su esperanza, su pobre esperanza, en cada uno de nosotros, hasta en el más miserable
pecador... Esta esperanza, que Dios alimenta por cada uno de nosotros sin excepción, debemos
nosotros seguir viviéndola y manifestándola en la “comunidad de los que esperan”, que no excluye a
nadie de la posibilidad de esperar la salvación.
6
Y precisamente en esta solidaridad de la esperanza están todos realmente unidos en el camino de la
salvación definitiva. De la solución que propone Péguy se desprende que acerca del infierno y de la
importancia de esta realidad, como posibilidad real de nuestra vida, tan sólo es posible y legitimo
hablar si, al mismo tiempo, se habla de la solidaridad en la esperanza. Si esperamos por cada uno de
nosotros y no excluimos a nadie de esta esperanza, si estamos dispuestos a compartir en el
intercambio de amor con todos, aun con nuestros peores enemigos, la vida de la realización en Dios,
¿acaso Dios podría estar menos dispuesto a ello? ¿Acaso Dios va a dejarse superar -si podemos
decirlo de esta humana manera- por nuestra solidaridad y nuestra esperanza común, en las que el
uno se apoya en el otro? ¿Cómo podríamos hacer ver que también él tiene esta esperanza en todos
y la pone en nuestro corazón? Por eso, el que todos se salven depende en cierto modo de nuestra
solidaridad en la esperanza en todos. De hecho, en esta esperanza nos apoyamos mutuamente:
yo me apoyo en el otro, no me dejo salvar sin los otros (cfr. Rom 9, 3: “desearía ser yo mismo
anatema, separado de Cristo, por mis hermanos...”). La esperanza que tenemos por los demás es
de este modo, en cierto sentido, “signo” y “medio” para que nadie se pierda realmente. Esta esperanza
universal se funda, en definitiva, en Jesucristo, en su oración de intercesión por todos nosotros junto
al Padre. Él nos ha dado esta oración para que unamos en ella nuestras voces. La oración de la
esperanza es una “ofensiva” indefectiblemente victoriosa, dirigida al corazón del Padre. Péguy dio a
esta idea una de las más plenas expresiones poéticas y lingüísticas: del mismo modo que un viejo y
gran navío de combate, con su afilado espolón, avanza al asalto del gran rey, así también la oración
del Hijo asciende hacia el Padre. Y detrás de él, dispuesta en triángulo, avanza también la inmensa
flota de pesados y ligeros navíos: toda la humanidad, con sus oraciones. Y entonces el Hijo exclama:
“¡Padre nuestro, que estás en los cielos!”, y Dios responde:

“ cuando un hombre ha comenzado de este modo, cuando me ha dicho esas pocas palabras, cuando
ha comenzado haciéndose preceder de esas pocas palabras, puede después seguir, puede decirme
lo que quiera. Ya lo veis: me encuentro desarmado. Y mi hijo lo sabia perfectamente.. Y todos estos
pecadores y todos estos santos marchan juntos detrás de mi hijo, y detrás de las manos entrecruzadas
de mi hijo. Y también ellos tienen las manos entrecruzadas, como si fuesen mi hijo. O mejor, mis hijos.
O mejor, como si cada uno fuera un hijo como mi hijo... ¿Cómo queréis ahora que los juzgue, después
de lo ocurrido? Realmente, mi hijo ha sabido arreglárselas muy bien para atar el brazo de mi justicia
y liberar el brazo de mi misericordia.”

En esta imagen poética, se expresa exactamente lo que significa el fundamento de la esperanza en


Jesucristo y la solidaridad recíproca de la esperanza: la esperanza es el vínculo con que nos
aferramos todos a Cristo y, al mismo tiempo, nos mantiene unidos a unos con otros (“apretados
como un haz que no soy capaz de romper”), al punto de aglutinarnos mutuamente en la comunión con
Dios.

La solidaridad de la esperanza, que no excluye a nadie de la salvación, depende también, por


lo tanto, de nuestro honrado y activo compromiso por los demás, en el que nos amamos mutuamente
y nos apoyamos los unos en los otros incluso ante Dios.

Fatima y el infierno

El 13 de julio de 1917 la Virgen de Fátima mostró a los tres pastorcitos Lucía, Francisco y Jacinta, en
la Cova da Iria (Portugal), una visión del infierno que muestra las trágicas consecuencias que trae la
falta de arrepentimiento y lo que espera en el mundo invisible a quienes no se convierten. Esta visión,
proveyó a los pequeños un secreto en tres partes. Nuestra Señora les dio a los niños una manera de
ayudar a otros para que no se condenen: “Hagan sacrificios por los pecadores, y digan seguido,
especialmente cuando hagan un sacrificio: Oh Jesús, esto es por amor a Ti, por la

7
conversión de los pecadores, y en reparación por las ofensas cometidas contra el Inmaculado
Corazón de María”.

Una visión aterradora

El padre de la pastorcita Jacinta, Ti Marto, presenció lo ocurrido en Cova da Iria aquel día. Recordó
que “Lucía jadeó de repente horrorizada, que su rostro estaba blanco como la muerte y que todos los
que estaban allí la oyeron gritar de terror frente a la Virgen Madre, a quien llamaba por su nombre.
Los niños miraban a su Señora aterrorizada, sin palabras, e incapaces de pedir socorro por la escena
que habían presenciado”.

Más tarde, a petición del Obispo de Leiria, Lucía describió la visión: “Mientras Nuestra Señora decía
estas palabras abrió sus manos una vez más, como lo había hecho en los dos meses anteriores. Los
rayos de luz parecían penetrar la tierra, y vimos como si fuera un mar de fuego. Sumergidos en este
fuego estaban demonios y almas en forma humana, como tizones transparentes en llamas, todos
negros o color bronce quemado, flotando en el fuego, ahora levantadas en el aire por las llamas que
salían de ellos mismos junto a grandes nubes de humo, se caían por todos lados como chispas entre
enormes fuegos, sin peso o equilibrio, entre chillidos y gemidos de dolor y desesperación, que nos
horrorizaron y nos hicieron temblar de miedo (debe haber sido esta visión la que hizo que yo gritara,
como dice la gente que hice). Los demonios podían distinguirse por su similitud aterradora y
repugnante a miedosos animales desconocidos, negros y transparentes como carbones en llamas.
Horrorizados y como pidiendo auxilio, miramos hacia Nuestra Señora, quien nos dijo, tan
amablemente y tan tristemente: ‘Ustedes han visto el infierno, donde van las almas de los pobres
pecadores. Es para salvarlos que Dios quiere establecer en el mundo una devoción a mi
Inmaculado Corazón. Si ustedes hacen lo que yo les diga, muchas almas se salvarán, y habrá
paz’”.

Luego, después de la visión, María les indicó una oración esencial para ayudar a los pecadores:
“Cuando ustedes recen el Rosario, digan después de cada misterio: Oh Jesús mío, perdona nuestros
pecados, líbranos del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, especialmente a las más
necesitadas de tu infinita Misericordia”.

Si una persona, viera por lo menos un segundo lo que es el infierno, eso le bastaría para arrepentirse
el resto de su vida.

Además de la visión del infierno del 13 de julio de 1917, el mensaje de la Virgen de Fátima indica que
se debe orar el Rosario todos los días, hacer sacrificios y orar por los pecadores, practicar la
devoción de los 5 primeros sábados de mes en honor del Inmaculado Corazón de María, y la
consagración personal también a su Inmaculado Corazón.

Sor Faustina y el infierno


"En Cracovia el 20 de octubre de 1936: Hoy, un Angel me llevó a los precipicios del Infierno. Es un
lugar de grandes torturas. ¡Es impresionante el tamaño y la extensión del sitio!.

He aquí los tipos de torturas que vi:

1. La primera tortura en que consiste el Infierno es la pérdida de Dios. 2. La segunda es el


remordimiento de conciencia perpetuo. 3. La tercera es saber que esa condición nunca va a
cambiar. 4. La cuarta es el fuego que penetrará el alma sin destruirla, un sufrimiento terrible, ya
que
es un fuego puramente espiritual, encendido por la ira de Dios. 5. La quinta tortura es la
permanente oscuridad y un terrible hedor que sofoca, y que, a pesar de la oscuridad, los
demonios y las almas de los condenados se ven y ven toda la malignidad, tanto propia como
de los demás. 6. La sexta tortura es la compañía constante de satanás. 7. La séptima tortura es
la horrible desesperación, el odio a Dios, las palabras horrendas,
las maldiciones y las blasfemias”.

Tormentos para cada tipo de pecado


Estas son las torturas que sufren en general todos los condenados, pero éste no es el fin del
sufrimiento. Hay torturas especiales destinadas a las almas en particular. Son los tormentos de sus
sentidos. Cada alma pasa por sufrimientos terribles e indescriptibles, relacionados con la manera en
que han pecado.

5
Hay cavernas y fosos de tortura en la que cada tipo de agonía es diferente. Yo hubiera muerto con la
simple visión de esas torturas, si no hubiera sido porque la omnipotencia de Dios me sostenía.

Que sepa el pecador que será torturado por toda la eternidad en aquellos sentidos que utilizó para
pecar. Estoy escribiendo esto por mandato de Dios, para que ninguna alma pueda excusarse diciendo
que no existe el Infierno, o que nadie ha estado allí, y que por tanto no puede saberse cómo es.

Yo, la Hermana Faustina, por orden de Dios, he visitado los abismos del Infierno, para poder hablar a
las almas sobre esto y para poder dar testimonio de su existencia. He recibido el mandato de Dios de
dejarlo por escrito. Los demonios están llenos de odio hacia mí, por esto. Lo que he escrito es una
sombra pálida de las cosas que vi. Pero noté una cosa: que la mayoría de las almas que están allí son
de aquéllos que se han negado en creer que existe un infierno.

Cuando regresé, apenas podía recuperarme del miedo. ¡Cuán terriblemente sufren las almas allí! Por
consiguiente, oro aun más fervorosamente por la conversión de los pecadores. Suplico continuamente
por la misericordia de Dios sobre ellos.
PRÁCTICA

Renunciar definitivamente a todo estado de vida que implique Pecado Mortal habitual. Rezar el
rosario diario por 15 días seguidos sin interrumpir.

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