207.j P.sartre Los Comunistas y La Paz
207.j P.sartre Los Comunistas y La Paz
207.j P.sartre Los Comunistas y La Paz
Jean-Paul Sartre
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LOS COMUNISTAS Y LA PAZ
Libro 207
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Jean-Paul Sartre
Colección
SOCIALISMO y LIBERTAD
Libro 1 LA REVOLUCIÓN ALEMANA
Víctor Serge - Karl Liebknecht - Rosa Luxemburgo
Libro 2 DIALÉCTICA DE LO CONCRETO
Karel Kosik
Libro 3 LAS IZQUIERDAS EN EL PROCESO POLÍTICO ARGENTINO
Silvio Frondizi
Libro 4 INTRODUCCIÓN A LA FILOSOFÍA DE LA PRAXIS
Antonio Gramsci
Libro 5 MAO Tse-tung
José Aricó
Libro 6 VENCEREMOS
Ernesto Guevara
Libro 7 DE LO ABSTRACTO A LO CONCRETO - DIALÉCTICA DE LO IDEAL
Edwald Ilienkov
Libro 8 LA DIALÉCTICA COMO ARMA, MÉTODO, CONCEPCIÓN y ARTE
Iñaki Gil de San Vicente
Libro 9 GUEVARISMO: UN MARXISMO BOLIVARIANO
Néstor Kohan
Libro 10 AMÉRICA NUESTRA. AMÉRICA MADRE
Julio Antonio Mella
Libro 11 FLN. Dos meses con los patriotas de Vietnam del sur
Madeleine Riffaud
Libro 12 MARX y ENGELS. Nueve conferencias en la Academia Socialista
David Riazánov
Libro 13 ANARQUISMO y COMUNISMO
Evgueni Preobrazhenski
Libro 14 REFORMA o REVOLUCIÓN - LA CRISIS DE LA SOCIALDEMOCRACIA
Rosa Luxemburgo
Libro 15 ÉTICA y REVOLUCIÓN
Herbert Marcuse
Libro 16 EDUCACIÓN y LUCHA DE CLASES
Aníbal Ponce
Libro 17 LA MONTAÑA ES ALGO MÁS QUE UNA INMENSA ESTEPA VERDE
Omar Cabezas
Libro 18 LA REVOLUCIÓN EN FRANCIA. Breve historia del movimiento obrero en Francia
1789-1848. Selección de textos de Alberto J. Plá
Libro 19 MARX y ENGELS
Karl Marx y Friedrich Engels. Selección de textos
Libro 20 CLASES y PUEBLOS. Sobre el sujeto revolucionario
Iñaki Gil de San Vicente
Libro 21 LA FILOSOFÍA BURGUESA POSTCLÁSICA
Rubén Zardoya
Libro 22 DIALÉCTICA Y CONCIENCIA DE CLASE
György Lukács
Libro 23 EL MATERIALISMO HISTÓRICO ALEMÁN
Franz Mehring
Libro 24 DIALÉCTICA PARA LA INDEPENDENCIA
Ruy Mauro Marini
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ÍNDICE
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En Francés: Les Temps Modernes, n.º 81, julio de 1952, n.º 84-85, oct.-nov. de 1952,
n.º 101, abril de 1954. Edición en castellano: Situations VI, Ed. Losada. Bs. As. 1964
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La rata viscosa no ha traicionado. Pero el Partido está seguro de que lo habría hecho si
se le hubiera presentado la ocasión. En resumen, es una palabra que designa esa
categoría de individuos –desgraciadamente muy extendida en nuestra sociedad–: el
culpable al que no se le puede reprochar nada.
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SFIO: Section Française de L’Internationale Ouvrière, fue el partido político de los
socialistas franceses, miembro de la IIa Internacional, desde su fundación en 1905.
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V. Lenin, “Mensaje a los obreros alemanes y franceses”.
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Y en marzo de 1923:
“Lo que nos interesa, no es la inevitable victoria final del
socialismo. Lo que nos interesa es la táctica que debemos
seguir, nosotros, el partido comunista de Rusia, nosotros, el
poder de los Soviets de Rusia, para impedir que nos aplasten
los Estados contrarrevolucionarios occidentales”.
En esos dos textos reside todo el problema. Para un comunista
convencido, en efecto, el socialismo debe triunfar necesariamente
porque el capitalismo lleva en sí la muerte. Eso quiere decir que Rusia
no es el único camino que lleva al resultado final. Nacida de los
antagonismos que provocaron la guerra del 14, puede desaparecer: los
antagonismos la sobrevivirán y las naciones capitalistas terminarán por
derrumbarse. En ese sentido tan preciso, la salvaguardia de la URSS,
no es la condición necesaria de la Revolución mundial. Pero esas
consideraciones no son históricas: históricamente la oportunidad del
proletariado, su “ejemplo” y la fuente de “la fuerza de penetración
revolucionaria” es la URSS. Además de eso, es por sí sola un valor
histórico que hay que defender, el primer Estado que sin realizar, sin el
socialismo, “contiene las premisas de él”. Por esas dos razones, el
revolucionario que vive en nuestra época y cuya tarea es preparar la
Revolución con los medios a su alcance y en la situación histórica que
le corresponde, sin perderse en las esperanzas apocalípticas que
terminarán desviándolo de la acción, debe asociar indisolublemente la
causa de la URSS y la del proletariado. He aquí, al menos, lo que
pensaba Lenin y lo que se ve claramente en los dos textos
confrontados. Pero, por otra parte, la URSS aparece como la
oportunidad histórica de la revolución y no como su condición
necesaria (en el sentido matemático); parece, pues, en todos los
casos, que pudiera ser distinta de lo que es, sin que el porvenir de la
Revolución quedase comprometido, que pudiese, por ejemplo, exigir
menos sacrificios a las democracias del Este. Cuanto más peligrosa
sea su situación, más necesaria será para ella la ayuda que pida a los
proletariados europeos; cuanto más duras sean sus exigencias, más
tenderá a pasar a !os ojos de las democracias populares y de los
proletariados, por una simple nación particular. Así, en el caso más
favorable, la identificación de la URSS y de la causa revolucionaria no
será nunca completa y los anticomunistas podrán siempre volver a
enseñar al obrero francés que “saca las castañas del fuego a Moscú”.
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Volveré a hablar de ello en la segunda parte.
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Él es, en efecto, el que será más severamente condenado en el informe de Fajon.
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¿La Paz? Os veo reprimir una sonrisa: un neutralista aún, uno que cree
en los Reyes Magos... Perfecto: vosotros sois realistas. Durante la
guerra del 40, se llamaba realista a los que colaboraban con el ejército
alemán; hoy un realista es el francés que cree que la URSS es el
diablo y se refugia llorando en las faldas de Norteamérica. Luego,
sabéis que los miembros del Politburó son perros rabiosos. ¿Y quién
os lo ha dicho? ¿Qué pruebas tenéis? Elijo al más sutil de los cronistas
del Figaro, Raymond Aron, y leo esto:
“(el neutralista)... se complace en imaginar una Unión Soviética
estrictamente a la defensiva, inquieta por los preparativos norte-
americanos, únicamente deseosa de asegurar su seguridad.
Basta recordar la diplomacia llevada por la Unión Soviética entre
1943 y 1947, cuando los occidentales multiplicaban los esfuerzos
de colaboración, para comprender la ilusión en que se funda la
actitud neutralista”.9
Basta, ya lo habéis leído. He aquí los argumentos que nos dan. Es de
creer que Aron no habla en serio: porque, en fin, aunque considere,
como él me invita, la “diplomacia” soviética, no logro desprenderme de
mis ilusiones. Esa diplomacia no es cortés; es brutal, sin escrúpulos,
respira la desconfianza y el odio. Visiblemente la URSS, mal informada
sin duda, no ha tomado en serio el esfuerzo de colaboración de los
europeos. Toma precauciones siempre que puede y, a veces, a riesgo
de aumentar peligrosamente la tensión internacional. 10 No, yo no daría
a la URSS el premio a la virtud. Pero si fuese invencible en Europa, el
rearme norteamericano –según confiesa el mismo Aron– no se habría
comenzado, y nunca hizo un gesto susceptible de desencadenar la
guerra. Además, el Partido Comunista colaboraba con los partidos
burgueses en las democracias occidentales y su consigna era:
producir. Si acusáis a la URSS de haber saboteado, a partir del 47, la
reconstrucción europea, reconoced, al menos, que antes la estimulaba.
Y si en ese sabotaje véis una prueba de sus intenciones belicosas,
entonces, por amor a la lógica, ved en el stajanovismo de Marcel Paul
una prueba de sus intenciones pacíficas.
Me parece, por el contrario, que la actitud presente de la URSS, sus
vacilaciones y el doble sentido de su diplomacia, han sido definidos
perfectamente treinta años antes por un artículo de Lenin:
9
R. Aron: Las dos tentaciones del europeo, “Preuves”, junio de 1952.
10
Pienso especialmente en el asunto del Irán.
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Publicado en Pravda, el 2 de marzo de 1923. Oeuvres completes, II, 1041.
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Las concesiones familiares son distribuidas del modo siguiente: Europeos: 1er. hijo, 173;
29 hijo, 550; etc.; 6º hijo, 2.350 francos. Africanos: 1er. hijo, 93,72; 2º hijo, 137,50; etc.; 6º
hijo, 597 francos. Se indemniza a los franceses por toda clase de accidentes; los negros
sólo son indemnizados cuando el accidente está ocasionado por un explosivo o una
máquina "movida por una fuerza distinta de la de los hombres o la de los animales". Para
comprar un kilo de pan blanco el peón de Dakar tiene que trabajar 1 hora 27 minutos, el
peón parisiense 25 minutos. Para comprar un huevo el negro de Dakar trabaja 29 minutos,
el parisiense 11 minutos.
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William Top: “Valor del trabajo de los asalariados africanos” Le Travail en Afrique Noir.
“Présense Africaine”, n.º 13, p. 252
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Hay que añadir que, si es absurdo, en la economía liberal, el limitar la acción sindical a la
defensa de los intereses profesionales, es completamente imbécil querer mantener esas
limitaciones hoy en día, cuando el Estado ha asumido nuevas funciones económicas y
sociales. ¿Cómo se puede distinguir lo político de lo económico cuando es el Estado con
quien tiene que habérselas el obrero?
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Desgraciadamente, la ilegalidad no podría mantenerse sin que las decisiones se
tomasen en la clandestinidad. Y, de todos modos, en el caso que nos ocupa, la ilegalidad
no se apoyaba en una clandestinidad: por el contrario, se había publicitado, buscado.
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“El desarrollo espontáneo del movimiento obrero termina prontamente subordinándolo a
la ideología burguesa”. Lenin: “¿Qué hacer?” , œuvres, edición de Moscú, 1948, I, p. 206.
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No un medio de alcanzar el humanismo. Ni siquiera una condición necesaria. Sino ese
mismo humanismo, en cuanto se afirme contra la “reificación”.
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O bien:
“Fuerza Obrera no se mueve: estaremos solos.”
O bien:
“¿Venir con historias estando a un mes de vacaciones pagadas?
Eso no es hábil.”
O todavía:
“No puedo porque tengo tres hijos y mi mujer acaba de sufrir un
accidente”, etc.
¿Cuál de estos argumentos se refiere a los intereses de clase? A
través de tantas respuestas tristes se adivina una vuelta a ese
fatalismo que no deja de amenazar a los oprimidos, que las clases
dominantes tratan de desarrollar sin cesar y que los revolucionarios no
han cesado de combatir. Ese desaliento nace de la soledad y la
engendra a su vez: rompiendo ese círculo, la clase obrera se ha
afirmado y el optimismo un poco forzado de los militantes comunistas
revela su voluntad de salvar el cemento del proletariado, la esperanza.
Los que dicen que no irán porque F.O. se niega a ir, ¿cómo podrían
declarar más claramente que la clase obrera está desunida? Y sin
embargo, las organizaciones no comunistas agrupan a lo sumo la
quinta parte de los trabajadores sindicados. En el seno de un
organismo único, ¿qué significa un 20 % de opositores? Casi nada: las
malas cabezas, el desecho; la mayoría se impone y se declara la
unanimidad. Si esos “desechos” se organizan entre ellos, todo cambia;
esa orgullosa unanimidad que se tomaba por la clase obrera, es solo
un sindicato mayoritario; sin embargo, el día anterior se consideraba
infalible; y sus decisiones eran las únicas posibles; en cada instante, el
proletariado no era más que lo que podía y debía ser: “su meta y su
acción histórica le (estaban) trazadas irrevocable y visiblemente en las
circunstancias mismas de su vida”; cada una de las reacciones lo
expresaba enteramente. Ahora las decisiones de la C.G.T. son
accidentes: ¿No se ha probado, pues, que hay otras posibles y, a
veces, mejores? Esta huelga no la ordena el proletariado por la boca
de sus jefes: es una cierta manera de responder al desafío del ministro.
En una palabra, la resolución de los dirigentes sólo les compromete a
ellos; pueden ser buenos jefes, pero eso mismo significa que podrían
ser malos: sin que sea la culpa suya, y sin que hayan cambiado, las
masas tenderán a considerarlos como monarcas esclarecidos que
piensan por ellas. Entiéndase bien, que yo no me refiero, por ahora, “al
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Tomando como ejemplos las miríadas de sistemas solares: los peones gravitando en
torno de un obrero especializado.
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Entre los motivos que invocaba antes de la huelga del 4 de junio, para
justificar su negativa de tomar parte en ella, he dicho que no eran
generales. Eso no es del todo cierto. Se señala, de vez en cuando, una
declaración que puede pasar por una apreciación general: el obrero
reconoce que está harto. ¿Pero de qué? ¿Del Partido Comunista? ¿De
la C.G.T.? ¿De Moscú? No: de la política. Y no es la política del P.C. la
que le asquea, sino toda clase de política. Hoy se oye decir a los
obreros: “Estoy harto de la política”, o bien a mujeres que dicen a sus
maridos: “No deberías ocuparte de política: ¿de qué sirve eso?” ¿De
qué sirve eso, puesto que no se va a cambiar nada? Lo que se censura
no es la actividad política en general; puede ser conveniente en otros
países, en otros tiempos, o para otros hombres; a los obreros
franceses, en 1952, les está prohibida: “La política no se ha hecho para
los pequeños”. Por el momento sólo se hallarán estas reflexiones en la
boca de las mujeres... y de algunos hombres. No importa: es un signo.
En primer lugar, porque la huelga de junio, más que una maniobra,
debía ser una manifestación de solidaridad; la clase obrera debía
reunirse en torno de sus jefes amenazados; el día en que los
trabajadores llamen “política” a todo lo que desborde de los cuadros de
su interés inmediato, será el fin del proletariado. En los momentos que
la clase obrera tiene la conciencia de su fuerza, no se le ocurre la idea
de poner límites a su acción; todo lo contrario, la consigna más
estrecha se hace radical por sí sola, y la acción local rehace el
movimiento de conjunto. Pero cuando uno se limita a defender los
salarios cotidianos, se deja la iniciativa del patronato, se está a la
defensiva, se renuncia a ganar por el miedo a perder, y por no actuar a
la vez en todos los factores de la vida social, se impide quizás la baja
de los salarios nominales pero no la subida de los precios. He aquí
porqué el verdadero, el único límite que el obrero reconoce a sus actos
es el de su eficacia: si hoy se encierra en su interés personal, es
porque se le impide salir de él y si ya no quiere “hacer” política, no es
por obedecer a una concepción teórica del sindicalismo: es sencilla-
mente porque ya no puede hacerla. Es normal que la burguesía triunfe;
pero yo me dirijo una vez más a todos los que se llaman al mismo
tiempo marxistas y anticomunistas, y se regocijan hoy porque la clase
obrera “está a punto de separarse del P.C.”; les recuerdo esa frase de
Marx que han leído, releído y comentado cien veces: “El proletariado
no puede actuar como clase más que constituyéndose en partido
político distinto”, y les pido que saquen las consecuencias de ella: sea
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lo que fuera lo que piense de los “stalinistas”, aun cuando estimen que
las masas se engañan o son engañadas, ¿qué es lo que mantendría
su cohesión, lo que aseguraría la eficacia de su acción, sino el propio
P.C.?
El “proletariado constituido en partido político distinto”, ¿qué es, en la
Francia de hoy, más que el conjunto de los trabajadores organizados
por el P.C.? Si la clase obrera se quiere separar del Partido, solo
dispone de un medio: convertirse en polvo.
Para ocultar a las masas esa inquietante verdad, Robinet, muy pronto
seguido por toda la prensa, ha celebrado la victoria del proletariado.
Admirable precaución; comprando Paris-Presse o France-Soir, el 5 de
junio el obrero conoce la opinión de la clase obrera: ha juzgado que la
huelga era contraria a sus intereses de clase y ha desautorizado a sus
dirigentes. Desconcertado, deja el diario y se pregunta si pensaba todo
eso el 4 de junio: sin embargo, recuerda que no ha rechazado
verdaderamente la huelga, ni juzgado la política del P.C., que ha
preferido su interés particular por no saber reconocer y preferir los
intereses de su clase y que ha vuelto a su casa, inseguro, ni muy
orgulloso, ni muy feliz. Ahora bien, he aquí que estas rumias,
multiplicadas, se metamorfosean y se convierten en el veredicto
sagrado del proletariado. Extraña virtud de las estadísticas: la
abstención de los trabajadores picardos y provenzales, le dan el
significado de su pequeña defección solitaria. Creía sencillamente
escaparse; objetivamente, tomaba parte en un plebiscito. Considera
con asombro esta opinión que acaba de conocer y que es, al mismo
tiempo, la suya y la de todos; quizás se interroga ya acerca de la
actitud que debe tomar frente “a un partido desautorizado por a clase
obrera”. Pero no: no lo hará. Comienza a sospechar que le quieren
hacer tomar a los molinos por gigantes, y la masa inorganizada de los
no huelguistas por esa colectividad organizada que debe ser el
proletariado.
Esta vez tocamos el fondo del problema: si la clase puede desautorizar
al Partido, es necesario que pueda rehacer su unidad fuera de él y
contra él. ¿Es posible esto? Según la respuesta que se dé, el P.C. será
o no reemplazable, y su autoridad legítima o usurpada. Los hechos no
han permitido descubrir en el asunto del 4 de junio la presencia de una
realidad colectiva. Pero hay más: no sólo no hemos visto que la clase
se alzaba contra el Partido, sino que se puede mostrar que semejante
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1º No puede soportarse
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L. Goldmann: Las Ciencias Humanas y la Filosofía.
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Lo que hace las cosas más sospechosas aún, es que la sociología de los primitivos no
cae nunca bajo esos reproches. Allí se estudian los verdaderos conjuntos significativos.
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Gravitación, Peso especifico. (N. a esta Ed.)
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La Vérité des travailleurs, octubre de 1952.
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Reproche clásico: al fin de la otra guerra, los minoritarios reprochaban a los mayoritarios
de la C.G.T. haber sacrificado los intereses de la clase obrera a los de la nación. Greffuelhe
escribía: “La burguesía contaba con la obligación de consentir grandes sacrificios al
proletariado... Pero se ha recobrado pronto, triunfa” (febrero de 1920), y Monmousseau, en
abril de 1920: “La clase obrera está ahí, temblorosa... ¡Pero perdón! No salgamos del
corporatismo: La Nación está en peligro...”
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Hablo aquí del historiador marxista y no del historiador burgués, cuyos conceptos
eclécticos se ajustan a la vez a lo contingente y a lo necesario, a la libertad y al
determinismo.
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Tomo la definición del artículo de Frank.
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¡Los hombres malos! Pero ¿por qué son así? En seguida comprendí
que el fascista era la pura expresión de su clase y su instrumento
anónimo; cuando leo a Trotsky o la “Verité” veo también que la
“burocracia” soviética expresa los intereses de ciertas capas sociales y
está condicionada por la misma sociedad de que emana. Y encuentro
esta misma observación en “La Revolución Traicionada”:
“La sociedad soviética actual, no puede prescindir del Estado e
incluso –en una cierta medida– de la burocracia. Y no son los
miserables restos del pasado, sino las poderosas tendencias del
presente las que crean esta situación.”
He aquí lo que me tranquiliza del todo acerca del Politburó: la
personalidad o las voluntades particulares de sus miembros importan
poco; la propia URSS, a través de ellos y por ellos, se da el aparato
que necesita por ahora.42 ¿Pero la burocracia del P.C.F. de dónde
viene? No se apoya en las masas, ya que acusa a la Oficina Política de
“sacrificar sus intereses fundamentales, de hacer violencia a sus
instintos revolucionarios”. Ni sobre la estructura de nuestra sociedad,
puesto que es una sociedad burguesa y el P.C. no juega en ella el
papel de partido de gobierno. Ni en la relación de fuerzas, puesto que,
según vosotros, ¡la relación era favorable a la acción! Y en cuanto al
vasallaje de la URSS, una de dos cosas: o mostraréis que hoy es
necesaria para un partido revolucionario, y entonces todo lo “posible”
desaparece y unís con vuestras propias manos la suerte de los
proletariados a la de las Repúblicas Soviéticas, o diréis, como Bourdet,
que es posible sustraerse a ese dominio: en ese caso, se trata de
errores individuales, la incomprensión de la situación, los defectos de
carácter (conformismo, cobardía, etc.) que explican la inercia del P.C.
El que vosotros reivindicáis ha escrito: “Una revolución no se puede
mandar, sólo es posible dar una expresión política a sus fuerzas
interiores”,43 y admitís, sin embargo, que la clase obrera en pleno
impulso v en una situación revolucionaria, haya podido ser frenada por
la acción individual de sus jefes; en suma, negáis las causas
ocasionales a la burguesía y se las concedéis al proletariado. Por una
sola razón, la culpabilidad es necesariamente ocasional; se ajustaba
42
Germain no pretende –seamos justos– que había que tomar el poder: “Eso habría sido
una aventura”. Dice que la clase obrera tenía la fuerza y el impulso necesarios para
hacerlo. Pero entonces, si hubiera sido su jefe, después de haberla llevado por aquel
camino, ¿en nombre de qué la habría frenado?
43
L. Trotsky. La Revolución Permanente, p. 317.
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El inenarrable Monnerot, tiene una explicación propia: la selección (por la burocracia
rusa, claro está) es la que ha creado en Francia “un tipo de hombre que es a la vez
funcionario prudente, político parlamentario astuto, tribuno benévolo y agitador de masas
profesional”. Naturalmente, será dirigente del P. C. ¿No es eso delicioso?
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El P.C. responde muy justamente que las masas estaban recorridas por potentes
corrientes nacionalistas suscitadas y orientadas por el mita “De Gaulle, jefe de la
Resistencia” y que en primer lugar había que emprender un potente trabajo de
desmixtificación.
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Es cierto: quieren que cambie, pero vosotros subestimáis los estragos que el
anticomunismo ha causado en sus filas.
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Quien, de todos modos, os ha dado el ejemplo y ha reconstruido la Revolución rusa para
mostrar el movimiento espontáneo de las masas como factor esencial de la historia. Pero
su concepción sigue siendo mucho más rica y compleja que la vuestra .
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Recordad, por ejemplo, la huelga de mayo de 1947 en la Régie Renault; los responsables
del sindicato metalúrgico cegetista se hicieron abuchear por los obreros cuya acción
reivindicadora querían frenar. En seguida el P.C. aprendió la lección.
49
Además, ¿qué significan esos ejemplos aislados? ¿Se ha establecido que la prosperidad
de los países “avanzados” no se funda en la miseria de los otros? ¿Esos paraísos son la
imagen de lo que vamos a ser, o los beneficiarios de la desigualdad presente? Queréis
hacerme reconocer tácitamente la primera hipótesis, pero no la probáis; por otra parte, aun
siendo verdadera, no habría lugar para regocijarse de ella: si los sindicatos norte-
americanos tuvieran conciencia de sus deberes políticos, tratarían de frenar la carrera a la
guerra, en lugar de enviar a los franceses espías y propagandistas. Si la historia debe dar
un día al gobierno norteamericano ese título de “criminal de guerra”, que él se contentaba
hasta ahora con conceder a los otros y que parece querer reivindicar para sí, es de temer
que los obreros norteamericanos, mixtificados por sus sindicatos “avanzados”, no sean sus
cómplices involuntarios, como el proletariado alemán –burlado o aplastado– lo fue del
emperador en 1914, y de los nazis en 1939.
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¿Pero qué prueba eso? ¿Que hay que lamentar el no ser sueco?
Vuelvo a mi país, que no tiene fama de ser uno de los más
“adelantados” entre las democracias burguesas. El patronato francés
es el hazmerreír del mundo: si llevásemos vuestro argumento hasta el
fin, veríamos que tiene la lucha de clases que merece.
En Francia, pues, y hoy en día, ya que hay que precisar, las
condiciones que se le dan, prohíben al obrero el uso de los derechos
formales que se le conceden. Lo sabéis, ya que habéis hecho de
suerte que no pueda servirse de ellos en el cuadro de nuestras
instituciones; ¿por qué indignaros cuando renuncia a esos espejismos
para militar? Vosotros, que os escandalizáis cuando os informan que
una elección sindical se ha hecho levantando la mano, habéis falseado
la ley para reducir al silencio a más de una tercera parte del cuerpo
electoral. Acusáis al P.C. de defender y de atacar alternativamente las
libertades democráticas según su interés del momento, ¿pero qué otra
cosa hacéis? Cuando se trata de criticar a los comunistas reclamáis
para el obrero las libertades enteras; se las quitáis, cuando él os critica.
Ése no es el fondo de la cuestión: si bien se mira, nuestras libertades
han sido concebidas por burgueses para burgueses, y el obrero no
sabría disfrutar de ellas a menos de convertirse en burgués. Sólo
tienen sentido en un régimen de propiedad individual y son precauciones
que toma el poseedor de bienes contra la arbitrariedad del grupo. Eso
supone, pues, que el grupo existe ya. En realidad, la burguesía nos
divierte desde hace doscientos años con una robinsonada que llama
“atomismo social”; pero es para mixtificar a las clases pobres: porque
forma por sí sola una colectividad fuertemente integrada que las
explota. ¿Naceríamos libres y solitarios? ¿Formaríamos la comunidad
uniéndonos mediante el contrato? ¿Daríamos nuestra libertad para que
nos la devuelvan centuplicada sin renunciar completamente a nuestra
soledad natal? Mirémosnos mejor: ¿solitarios? ¿Cuándo se suspira por
la soledad más que estando en compañía? ¿Libres? Sí: libres de
ejercer ciertas actividades muy concretas que tienen su origen, en
general, en nuestro poder económico o en nuestras funciones sociales.
¿Pero puedo recordaros –un cumplido vale otro– que la humanidad entera vive en estado
de subalimentación? Si fuera –por azar- necesario que el obrero de las Indias o de Europa
se muera de hambre para que el industrial norteamericano pueda mantener sus altos
sueldos, la verdad de nuestra situación presente, no sería la de las fábricas Ford o Kayser,
sino el hambre que devasta el mundo. Y, en ese caso, la verdad de la praxis no es el
reformismo prudente de obreros bien alimentados pero “embrutecidos” por un trabajo
agotador y por una propaganda incesante: sería la actividad revolucionaria.
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Después, integrado en la clase, reivindicara esas mismas libertades para llevar su acción
de clase. Pero es el momento mismo en que la burguesía las quiere suprimir. Y por otra
parte, si las reivindica, es para el militante en que se lia convertido, para el miembro del
partido obrero, no para el hombre aislado que ha sido.
52
Cantarada: de Cántaro, a) lo que puede contener; b) Obsequio de un cántaro de vino que
los hombres jóvenes de un pueblo exigían al forastero para dejarle hablar por primera vez
a través de la reja con una joven.
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juicio la causa que sirve o que muera por ella, pero no las dos cosas a
la vez. Una acción de alguna importancia exige una dirección unificada;
y él, justamente, tiene necesidad de creer que hay una verdad; como
no puede establecerla solo, tendrá que fiarse profundamente de sus
dirigentes de clase, para aceptar el tenerla de ellos. En resumen, a la
primera ocasión enviará al diablo esas libertades que lo estrangulan:
no es que quiera el poder y la autonomía de la clase obrera: pero esa
autonomía, ese poder lo pone en la comunidad; sólo piensa ejercerlo a
título de proletario.
Sin embargo, ¿qué puede? Nada: ni siquiera concebir esta comunidad
combatiente donde tendrá su lugar. Aplastado por las fuerzas
burguesas, abrumado por el sentimiento de su impotencia, reventado,
¿dónde hallará el germen de esa espontaneidad, que le pedíais hace
un momento? La acción puede tomarlo, transformarlo, cambiar su
universo, ¿pero de dónde va a nacer la acción? Para él no se trata de
pasar progresivamente del menos al mas, uno se hace revolucionario
mediante una revolución interna; sólo se convertirá en otro hombre
mediante una especie de conversión. Y esta brusca aparición de otro
universo y de otro Yo, sujeto de la historia, no puede presentirla
mientras esté aplastado bajo su roca: ¿cómo va la pasividad a
imaginar la actividad? Ser burgués no es difícil, basta con apuntar bien
al útero natal; en seguida, uno se deja llevar. Por el contrario, nada
menos fácil que ser proletario; sólo se afirma mediante una acción
ingrata y penosa, superando la fatiga, el hambre, muriendo para
renacer. Para que la acción sea posible en todo momento, es preciso
que la praxis exista en el seno de las masas como una llamada, un
ejemplo y también, sencillamente, como una especie de figuración de
lo que se puede hacer. En suma, es preciso una organización que sea
la encarnación pura y simple de la praxis. Pues bien, diréis, ¿por qué
no el sindicato? Diré el porqué en la tercera parte de este ensayo.
Pero, por el momento, sindicato o no, lo que importa es que, por la
necesidad misma de la situación, el organismo que concibe, ejecuta,
reúne y distribuye las tareas –ya sea sindicato revolucionario, partido, o
ambas cosas–, sólo puede concebirse como una autoridad. Lejos de
ser el delicioso producto de la espontaneidad obrera, se impone a cada
individuo como un imperativo. Se trata de un Orden que hace reinar el
orden y que da las órdenes. La “generosidad”, el entusiasmo vendrán
después, si vienen: pero, en primer lugar, el Partido representa, para
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cada uno, la moral más austera; se trata de ascender a una vida nueva
despojándose de su personalidad presente; fatigado, se le manda que
se fatigue aún más: impotente, que se lance cabeza abajo contra una
muralla de roca. Mientras está aún en el exterior, la praxis, es decir, el
acceso a la clase, se presenta a él bajo la forma de un deber. Pero si
hubiera que legitimar la existencia de un órgano imperioso y siempre
demasiado exigente, me fundaría más bien en su necesidad que en su
origen; si fuese espontáneo, su autoridad no sería establecida por eso;
¿qué prueba que los primeros impulsos son los mejores? Mientras que
el Partido, de donde viene, obtiene su legitimidad de que responde, en
primer lugar, a una necesidad. Sin él no hay unidad, no hay acción, no
hay clase. Naturalmente, la gran mayoría de los obreros no entra en
eso: ¿se puede militar después de diez horas de trabajo en la fábrica?
Pero hacen nacer la clase cuando obedecen todas las órdenes de los
dirigentes A cambio de la disciplina que observan, tienen el derecho de
no molestarse por las “charlas”. Dos consideraciones sindicales, dos o
tres partidos obreros: cada cual se debilita por los otros; cuando se
está fuera ¿qué decir? Se permanece fuera. ¿Pretendéis que las
masas no exigen el partido único? Tenéis razón: las masas no exigen
nada, porque sólo son dispersión. El partido es el que exige de las
masas que se reúnan como clase bajo su dirección. Y la consigna
“partido único” no ha sido lanzada por el P.C.F., ni siquiera por Lenin;
sino –fuera incluso del marxismo– por los blanquistas como Vaillant; el
Primer Congreso Nacional de los movimientos socialistas se proponía
como fin, en 1899, realizar “la organización política y económica del
proletariado en partido de clase para la Conquista del Poder”.
Si la clase no es ni la suma de los explotados ni el impulso
bergsoniano que los levanta, ¿de dónde queréis que proceda sino del
trabajo que los hombres realizan sobre sí mismos? La unidad del
proletariado es su relación con las otras clases de la sociedad, en
suma, es su lucha, pero esta lucha, inversamente, sólo tiene sentido
por la unidad: cada obrero, a través de la clase, se defiende contra la
sociedad entera que los aplasta; y recíprocamente la clase se hace
mediante esta lucha. La unidad de la clase obrera es, pues, su relación
histórica e inestable con la colectividad, en tanto que esa relación se
realiza por un acto sintético de unificación que, por necesidad, se
distingue de la masa como la acción pura de la pasión. Cuando no se
trate más que de transformar la oposición y la competencia en
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Digo el ideal. En realidad, hay gérmenes de división en el Partido como en todos lados y
sabido es la lucha potente que realiza contra la acción “fraccionadora”. Volveremos a todo
este análisis.
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I I I . LAS CAUSAS
He mostrado ya que el desaliento de los obreros no podría pasar por
una condenación, incluso implícita, de la política comunista. Queda el
hallar la razón. Este es el fin que me asigno hoy.54
Se puede eludir la cuestión de dos maneras que proceden ambas del
mismo sofisma. El anticomunista “de izquierda” no quiere siquiera oír
hablar de laxitud obrera: nos muestra un proletariado de acero,
hundido hasta la guarda en la carroña burguesa. El anticomunista “de
derecha” nos hace ver la burguesía bajo los rasgos de un gigante joven
que lleva en los brazos un proletariado moribundo. En los dos casos,
se trata de pasar en silencio todo lo que podía semejarse a un
acondicionamiento recíproco, en suma, negar la lucha de clases.
El anticomunista “de izquierda” frecuenta los burgueses franceses;
admite gustoso que sus caracteres nacionales han sido producidos por
las circunstancias. Por el contrario, niega puramente la existencia del
proletariado francés: sólo existe el proletariado en sí, que se manifiesta
simultáneamente en el seno de todas las naciones capitalistas. ¿Cómo
puede estar fatigado ese proletariado? ¿Y qué relación se quiere que
tenga, ese producto empírico del capital en sí, con nuestra burguesía
tan lamentablemente empírica? La una se ha formado poco a poco
bajo la acción de factores accidentales y por eso insignificantes.
(Citemos, entre otros, la Revolución de 1789.) Exclusivamente determi-
nada por las contradicciones del capitalismo, la historia del otro se
limita a reflejar las transformaciones sucesivas de la gran industria.
Nuestra burguesía se enloquece y envalentona, se equivoca y repara
sus errores, lleva bien o mal sus asuntos: el proletariado, no pierde ni
gana nunca las batallas, no comete jamás errores, ni jamás descubre
una verdad particular. Irresistible, incomprensible, ingastable, madura.
Implacablemente. Es el más terrible enemigo del capitalismo en sí. No
se ve el mal que podría hacer a la burguesía francesa: no la encontrará
nunca.
54
¿Se dirá que ese desaliento es pasajero? Convengo gustoso. ¿Se añadirá que las
huelgas de agosto de 1953 anuncian un despertar de la clase obrera? No estoy tan seguro.
Esas huelgas de funcionarios son asombrosas por su amplitud y lo que les ha lado una
importancia extrema, es que han sido la ocasión de un acercamiento básico entre los
huelguistas. Pero no han afectado la gran industria privada –o apenas lo han hecho; y
luego los dirigentes de la C.F.T.C. y F.O. las han torpedeado finalmente para no verse
obligados a realizar la unidad de acción con la C.G.T. Pido que se tenga paciencia y que no
se me acuse de pesimismo ni de detenerme en conclusiones negativas. No tengo la
intención de hacer un acta de comprobación de impotencia; me dedico a probar que sólo
un Frente Popular puede devolver su vigor al movimiento obrero.
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puede pasar por una política interior? ¿Raptar a los jefes malgaches en
avión, para precipitarlos desde el cielo sobre los techos de sus
pueblos, rociar con napalm a los vietnamitas, y saquear el Vietnam,
empalar en botellas a los tunecinos, tirar a quemarropa sobre los
obreros marroquíes, acaso todo eso puede pasar por una política
colonial? Consumir miles de millones en una guerra que se sabe
perdida, que se mantiene porque no se tiene el valor de acabarla, y
que se pasa de un ministerio a otro como la viruela, chalanear la
soberanía francesa, aceptar la dominación de los Estados Unidos
sobre la mitad del mundo y la hegemonía alemana en Europa, ¿acaso
eso puede pasar por una política extranjera? ¿Son hombres de Estado
esos católicos de nervios de muchacha que se desvanecen en la
tribuna, ruedan bajo las mesas de los banquetes y se toman por
Richelieu porque tienen sangre en las manos? ¿Esos socialistas que
hacen disparar sobre los mineros en huelga? ¿Esos grandes patriotas
que especulan con divisas? ¿Esa turba de lacayos, ignorante y
engreída, siempre dispuesta a adular o a descubrirse con tal de que se
lo paguen? Si permanecen en el poder es porque nadie, en Francia, se
preocupa ya de la política: recordad, en 1952, los periódicos cantaban
victoria porque no se habían contado, en las elecciones, más que cinco
millones de abstenciones. Habláis de apatía cuando los obreros
manifiestan su disgusto ante una manifestación: ¿qué diréis, pues,
cuando los electores manifiestan su disgusto ante las urnas? En la
Francia de hoy, la clase obrera es la única que dispone de una doctrina
es la única cuyo “particularismo” está en plena armonía con los
intereses de la nación; la representa un gran partido, que es el único
que ha puesto en su programa la salvaguardia de las instituciones
democráticas, el restablecimiento de la soberanía nacional y la defensa
de la paz, el único que se preocupa del renacimiento económico y del
aumento del poder adquisitivo, el único, en fin, que vive, que está lleno
de vida, cuando los otros están llenos de gusanos: ¿y preguntáis por
qué milagro los obreros siguen la mayor parte de sus consignas? Yo
hago la pregunta inversa y pregunto lo que les impide seguirlas
siempre. La respuesta no es dudosa: si el proletariado da signos de
agotamiento, es que se ha contagiado de la anemia de la nación. Para
luchar contra el mal francés –ese mal que nos debilita y nos roe a
todos– no basta colocarnos al lado de la clase obrera; hay que conocer
la enfermedad por sus causas.
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Es cierto que engendra su propio limite: la producción máxima no coincide con el
beneficio máximo; la competencia se borra ante los acuerdos. Pero ese malthusianismo,
por dañino que sea, no tiene nada que ver con el nuestro
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También sucede que la gran industria consiente en pagar salarios un poco más
elevados que la pequeña. Para mostrar su buena voluntad a los asalariados y hacer
medir su potencia a los pequeños negociantes.
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Incluso, por lo demás (es decir, colocando el umbral de la rentabilidad de los tractores en
15 hectáreas) se necesitarían aproximadamente 500.000 tractores. Nosotros tenemos
130.000.
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En los Estados Unidos, en los diez años últimos, la productividad de cada trabajador
agrícola ha aumentado en un 5,5 % por año. Si se realizase en Francia, en los veinte años
próximos un aumento anual igualmente grande, la renta de la producción agrícola pasaría
de 2.500 a 3.500 miles de millones pero el número de trabajadores disminuiría en un 30 %.
67
En 1951-1952, 2.800 calorías cuestan en Alemania 55.900 francos, en Francia 96.000
francos.
68
La recaudación bruta de las dos quintas partes de nuestras granjas no pasa de 300.000
francos por año.
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Lo que Jaurés expresaba hacia 1902 en términos que hoy nos parecen
chocantes, revelaba la esperanza común:
“Es imposible que los sindicatos se organicen, se extiendan, se
sistematicen, sin intervenir muy pronto en el funcionamiento de
la sociedad capitalista... Y el día en que los sindicatos obreros,
ya por la inspección, ya por el control, intervengan también en la
constitución del maquinismo, el día en que aconsejen, en que
impongan a los patrones tal máquina, tal aparato técnico,
colaborarán, quieran o no, en la dirección de la máquina
capitalista. Y, sin duda, no me enfada esta colaboración del
proletariado que es el comienzo de la toma de posesión.”
De este modo el porvenir verdadero pero terminado del capitalismo
liberal se prolongaba engañosamente hasta el infinito y el obrero lo
tomaba por su propio porvenir. Esta falsa perspectiva excitaba la
combatividad obrera, mientras disponía, por el espejismo reformista, al
explotado a colaborar con su explotador. Los obreros no habían
olvidado las antiguas ‘San Bartolomés’, pero a medida que el universo
burgués cedía ante su acción, la consigna del sindicalismo revolucio-
nario se convertía en letra muerta; revolucionarios y reformistas sólo se
enfrentaban verbalmente: cuando la Revolución aparece al término de
un progreso continuo ¿qué es lo que la distingue de una sencilla
evolución? El proletariado permanecía hostil a los políticos y a los
programas, pero se inclinaba a salir de su exilio voluntario, a infiltrarse
en el enemigo, a “hacer presencia”. Había comprendido que el hecho
social es, como dice Mauss, un hecho total. Pero la verdad objetiva de
su lucha es que cada día lo integraba más a la sociedad capitalista y
debía suponer, para terminar, la subordinación de las organizaciones
sindicales al Estado.
Durante las depresiones, por el contrario, el proletariado se bate entre
la espada y la pared. ¿Le habrán privado de su valor? Claro que no.
Pero si se mide su combatividad por el número de batallas libradas,
hay que confesar que disminuye; es que la huelga ha perdido su
eficacia: los desempleados constituyen reservas que el patrono no se
priva de utilizar; y luego, si la empresa marcha mal, se tomarán, como
pretexto para cerrarla, los conflictos sociales. Ayer el obrero decía su
opinión sobre todo; hoy, si protesta, se le echa a la calle; feliz si no le
despiden sin haber dicho nada. Ayer formaba parte integrante de la
fábrica, hoy le parece que es tolerado en ella. Claro está que no es él
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Euvres Choisies, edición de Moscú, I, p. 22.
73
Claro está que se trata de la relación social: el vínculo económico sigue siendo la
explotación. En cuanto a esta pura contigüidad, no hay que entenderla como una
relación verdadera y permanente con la patronal, sino como una forma transitoria que
toma la lucha de clases cuando la combatividad obrera tiende a acercarse al cero.
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Sencillamente porque la empresa revolucionaria, igual que la empresa reformista, se
desarrolla dentro de los cuadros temporales del capitalismo.
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Ante el llamamiento del abate Pierre, se han visto aparecer bruscamente restos
asombrosos: colchas, estufas, trajes viejos, etcétera.
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Estaban los de “la Resistance”, sin duda, y debe entenderse que no subestimo la
importancia de sus acciones, también estaba la resistencia pasiva de las masas: todo
eso cuenta. Hoy está el Partido Comunista y los militantes de los sindicatos: está el
enorme peso de las masas y la acción que ejercen a distancia, aun inertes, sobre todos
los medios sociales. Pero la Resistencia nació de nuestra derrota militar; y las organiza-
ciones actuales del proletariado tienen sus caracteres principales del gran reflujo obrero
que comienza con el malthusianismo.
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cuesta caro: en régimen de capitalismo liberal, los padres son los que
tienen que asumir la mayor parte de los gastos. Los campesinos que
acaban de abandonar la tierra y los hijos de los peones no tienen, en
su mayoría, ni los medios ni la voluntad para hacer el aprendizaje. 77
Así, las exigencias de la máquina llegan incluso a prescribir el modo de
reclutamiento: los obreros profesionales son hijos de obreros
profesionales o de artesanos; esta aristocracia cuenta con algunos
advenedizos, pero a ella se llega sobre todo por derecho de
nacimiento. Sin duda, el trabajador selecto es explotado igualmente
que sus camaradas: pero difiere de ellos porque su competencia le
designa para dirigir una máquina, es el productor por excelencia:
principal agente y principal testigo de la transformación del material en
producto manufacturado toma conciencia de si en la elaboración de la
cosa inerte. Para él, el aprendizaje representa mucho más que una
formación técnica: ve en él una iniciación revolucionaria y un rito, de
paso que le abre el acceso de su casta y del mundo obrero.
La unidad del grupo de trabajo, sigue siendo la máquina que lo
asegura, o, más bien, la operación compleja y sintética que el
profesional efectúa por medio de la máquina y con la ayuda de otros
trabajadores. En una empresa de mecánica, a principios de siglo, se
cuenta, por cada cien obreros, una veintena de “mecánicos” que han
hecho sus cuatro años de aprendizaje, y que se consagran al montaje
y al ajuste, unos sesenta taladradores, matriceros, fresadores, obreros
hábiles y competentes pero que están lejos de tener la formación de
los primeros; finalmente, una veintena de peones que viven aparte de
las máquinas y no toman parte en la fabricación. El mecánico dirige al
mismo tiempo su máquina y sus hombres: a los obreros semi-
calificados que le rodean los llama sus “accesorios” y los hace trabajar
para él; los peones también le obedecen: le liberan de los trabajos
inferiores. Esta jerarquía técnica está subrayada por la jerarquía de los
salarios: el profesional gana siete francos y el peón cuatro. En esta
época, se comienza a hablar de “masas” para designar la clase obrera,
y se comete un error: las masas son amorfas y homogéneas, el
proletariado de 1900 está profundamente diferenciado, la jerarquía del
trabajo y de los salarios se encuentra integralmente en el terreno social
77
En Travaux, Georges Navel muestra las dificultades que hallaba aún hacia 1919 el hijo
de un peón para convertirse en profesional. Él y dos hermanos suyos se vieron obligados a
falsificar para ser montador, calderero y ajustador, sin tener que pasar por el período de
aprendizaje.
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O después de un aprendizaje de muy corta duración.
79
La mecanización está ya muy adelantada en la industria textil. Los tejedores son
Operadores Especializados (O.P.). que han cambiado de máquinas.
80
Citado por Collinet: Esprit du Syndicalisme, p. 24
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No hay que decir que aquí no se trata de hacer el proceso de la semi-automatización,
eso sería absurdo, sino de mostrar sus efectos en el cuadro de la producción capitalista.
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Porcentaje de
43 % 36 % 6% 14 % 1%
trabajadores
De una
Duración de su No mas de De uno a De un mes Hasta seis
a dos
formación en Ford un día ocho días a un año años
semanas
Cuadro de Julius Hirsch: Das Amerikanische Wirtschafswunder.
Reproducido por Friedmann: Problémes humains du machinisme industriel.
82
Con frecuencia los locales de la fabricación están situadas a varios kilómetros de los de
la herramienta.
83
Calendas, (kalendae, -arum): eran el primer día de cada mes en el calendario romano,
que debía coincidir en principio con la luna nueva. De esta palabra deriva «calendario».
84
35,5 % frente a 35,9 %
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Con frecuencia los locales de la fabricación están situados a varios kilómetros de los de
las herramienta.
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Congreso confederado de los metalúrgicos, 1927. Citado por Collinet, ibíd., pp. 60-61.
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c) Pluralismo sindical
La calificación profesional exige y desarrolla en el obrero el juicio, la
iniciativa y el sentimiento de las responsabilidades: también es la que
le hace irreemplazable. El empleador –al menos en las pequeña;
empresas, donde la automatización es nula– queda aún lo bastante
cercano a su personal, constituido en su mayoría por trabajadores
calificados. Éstos, por la finura misma de su operación, están en
condiciones de ejercer una acción fina y continua sobre el patronato; el
"contacto" y la tensión se mantienen por el enfrentamiento perpetuo de
la aristoracia obrera y de los industriales. En la escala de la empresa,
esta minoría selecta, en la misma medida en que es difícilmente
reemplazable, puede obtener mucho por la simple amenaza de huelga
y, finalmente, porque esta amenaza está constantemente sobrentendida
por la negociación. El obrero profesional tiene sus triunfos en el juego;
puede discutir, regatear; sólo emplea la violencia como último recurso.
Avanza y retrocede, amenaza y se vuelve conciliador; se adapta a la
actitud patronal, a la situación, a la relación siempre variable de las
fuerzas en presencia; el todo en palabras: que no son en realidad ni
susurros ni actos, sino fichas que se ponen sobre el tapete y que se
pueden retirar. Antes de pasar a la acción, el profesional puede
deshacer su trato todas las veces que quiera; chantaje y amenazas
recíprocas, promesas, ruptura y reanudación de las negociaciones:
estas maniobras abstractas y casi simbólicas, con frecuencia evitan la
prueba de fuerzas, una solución de carácter de transacción interviene
en el momento oportuno. La calificación del sindicato permite al
sindicato conservar su libertad de maniobra.
Hay que añadir que esta minoría selecta es homogénea: sin duda, el
movimiento de centralización ha dado nacimiento a una burocracia.
Pero el militante básico se puede considerar como un dirigente en
potencia, no cede a sus jefes ni en experiencia ni en saber teórico;
ejerce sobre ellos un control efectivo y permanente; a la inversa, la
dirección no se puede equivocar acerca de los sentimientos de la base;
los sindicados hablan, dan su parecer, las corrientes de opinión se
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León Jouhaux, Conferencia en el Instituto Superior Obrero, 1937.
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Por la misma razón, las masas no tienen mas defensa que la acción
masiva: se trata, mediante operaciones de conjunto llevadas a la
escala nacional, de obtener convenios colectivos valederos para las
ramas enteras de la industria. Pero esas operaciones sólo son posibles
si las masas se adhieren con un solo movimiento a una sola consigna.
Ahora bien, ya lo hemos visto, que se las caracteriza injustamente por
una especie de unidad salvaje: son esparcimiento molecular, agregado
mecánico de soledades, puro producto de la automatización de las
tareas. Sin duda la estructura en archipiélago es un límite puramente
ideal de la masificación: en la realidad, las fuerzas desintegra- doras
encuentran numerosos obstáculos. En particular, cuando la tensión
social se afloja, la sola presencia del aparato sindical –ese sistema
nervioso– conserva al proletariado un “tonus residual”, que da que las
masas obreras pueden pasar difícilmente por un ejército alerta; sin
duda la lucha de clases no cesa un instante: ni un solo instante el
obrero deja de sufrir la violencia y de oponerse a ella por su simple
realidad de hombre. Pero la actividad de los individuos no prueba en
modo alguno que las masas sean activas. Ya hemos dicho, que se las
toma injustamente por un sujeto colectivo del cual se podría “hacer la
psicología”. Los comportamientos de la masa no son psicológicos en
absoluto y el peor error sería compararlos con las conductas de las
personas. El hombre de las masas, es cualquiera, tú y yo; y sus
actitudes personales no tienen ninguna importancia; por sí solo, es un
agente consciente pero las fuerzas de dispersión, al enfrentarlo con su
vecino como un alter ego que le refleja su impotencia y duplica su
soledad, neutralizan su actividad y producen un conjunto colectivo que
reacciona como una cosa, como un medio material donde las
excitaciones se propagan mecánicamente. Las masas son el objeto de
la historia: no actúan jamás por si mismas y toda acción de la clase
obrera exige que comiencen por suprimirse como masas para llegar a
las formas elementales de la vida colectiva. No se tiene derecho de
hablar de una “presión” que iban a ejercer en sus empleadores; y su
influencia sólo puede ser negativa: los patronos saben que la
explotación, si pasa de un cierto límite, actúa en sentido contrario a las
fuerzas masificadoras y corre el riesgo de provocar una cristalización
rápida de las masas en proletariado. Pero, en lo que concierne a la
acción cotidiana del militante, la contradicción salta a la vista: su
trabajo se ejerce sobre las masas-objeto para transformarlas en
proletariado-sujeto; se esfuerza, donde esté, de liquidar su estructura
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Los miembros de una colectividad integrada difieren por su función (y por consiguiente
por su situación) en la misma medida en que están unidos por la ley del grupo; diversos en
el seno de la unidad, ¿por qué habían de imitarse? Cooperan.
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Y cuando lo tomase, sus dirigentes deberán al mismo tiempo dedicarse a satisfacerla y a
luchar contra su impaciencia. Nace una nueva dialéctica: se necesita una empresa de larga
duración para realizar lo que la masa exige al instante.
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La expresión es de Friedmann: ¿Dónde va el trabajo humano?.
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Más o menos. Y en todos los grandes movimientos populares se observan conflictos,
latentes o declarados, sobre los jefes improvisados y los responsables sindicales. La
mayoría del tiempo, son los “permanentes” lo que terminan venciendo; tienen más
experiencia. Sin embargo, tienen que poner su competencia al servicio de los verdaderos
intereses obreros.
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Los hechos que siguen mostrarán la importancia de la información y el papel que
puede desempeñar para frenar o acelerar un movimiento supuestamente espontáneo: en
1936, la primera huelga con ocupación de fábrica estalla en el Havre, el 11 de mayo; el
13, en Toulouse, los obreros de las fábricas Latéooère dejan el trabajo y se quedan en la
fábrica. Pero ambas huelgas se desconocen en París; la prensa sindical no dice una
palabra. Sólo en la prensa burguesa, Le Temps, las menciona en algunas líneas y sin
detalles. El 14 de mayo, en Courbevoie, nueva huelga en el taller. Silencio de la prensa.
Por fin el 20 y sobre todo el 24 de mayo, L’Humanité une las tres huelgas y destaca la
novedad y la identidad de los métodos de combate. El mismo día, 600.000 manifes tantes
desfilan ante el Mur des Fédérés, invitados por el Comité de Alianza socialista-comunista
de la C.G.T. Los obreros se enteraron entonces al mismo tiempo de su nueva potencia y de
los nuevos métodos de lucha. Ahora bien, a partir del 26 de mayo, el movimiento
huelguístico se extiende a toda la región parisiense, y a partir del 2 de junio a toda Francia.
El papel de la información está bien definido por estos pocos datos: el silencio casi total
difirió en doce días la propagación del movimiento. Desde que los periódicos mencionaron
las tres primeras huelgas, el movimiento se generalizó. Toulouse y el Havre se habían
puesto a las puertas de París.
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LOS COMUNISTAS Y LA PAZ
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Lo cual no prejuzga naturalmente las relaciones personales que pueda tener con los
obreros.
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Número del 1 de junio de 1947, Force Ouvrière estaba aún integrada en la C.G.T., y la
posición de Jouhaux era ambigua: no quería ni aprobar las huelgas ni condenar a los
huelguistas.
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Jean-Paul Sartre
La agitación permanente
Las masas van siempre detrás o delante de sus jefes. Pero
guardémonos de sacar en conclusión su estupidez o la infamia de los
burócratas: caeríamos en el psicologismo. En realidad, esa separación
no es más que la proyección temporal de la distancia espacial que
separa al militante de su objeto: se explica por el carácter conjetural de
la técnica de masas. El militante de base invita a la acción frente a sus
camaradas; les habla y ellos escuchan, pero no es frecuente que
puedan hablar con ellos. Un sindicalista, Guy Thorel, se expresa en
estos términos:
“Recorred las fábricas, id a los talleres, hablad en las oficinas,
asistid a las reuniones de auditorio numeroso o restringido.
Escuchad la voz de los militantes y observad la masa: os
asombrará el constatar que rara vez hay un diálogo entre los
militantes y la masa. Hay un monólogo de los militantes y una
gran pasividad de la masa. Con frecuencia sucede que los
militantes no logran romper esa pasividad. La masa escucha,
pero no dice nada. Y si interrogáis directamente a alguno de la
masa, no obtendréis, en la mayoría de los casos, ninguna
reacción que os ilustre”.95
Eso no es de extrañar: esos hombres están solos en su totalidad.
Separados por la fatiga y la miseria; ¿cuál de ellos iba a tener la
audacia de hablar en nombre de todos? Unidos por la conciencia
común de su aislamiento, ¿cuál se iba a atrever a hablar en nombre
propio? El militante permanece un extraño para ellos: no les refleja
siquiera su potencia y su unidad. Sin embargo, es el que tiene que
hacer las conjeturas acerca de sus disposiciones, del efecto que han
producido sus discursos, de las posibilidades objetivas de la situación.
Admitiendo que su diagnóstico sea exacto, queda el que la transmisión
altere los mensajes transmitidos: las “centrales” reciben los informes de
segunda mano, rara vez tienen el contacto directo” y, cuando al fin la
cumbre reúne todos los informes de que dispone, la síntesis que opera
no es más que una reconstrucción cuya probabilidad, en el mejor de
los casos, no puede ir más allá de una hipótesis científica antes de la
verificación experimental. Naturalmente, habrá una contraprueba: pero,
como es la acción la que hace las veces de experimentación, el error
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Aparecido en Esprit, julio-agosto de 1951, p. 170.
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Jean-Paul Sartre
La extensión
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Entiendo por “sujeto colectivo” el sujeto de la praxis y no sé qué “conciencia colectiva”. El
sujeto es el grupo reunido por la situación, estructurado por su acción misma, diferenciado
por las exigencias objetivas de la praxis y por la división del trabajo, primero improvisado,
luego sistemático, que introduce, organizado por los dirigentes que elige o que descubre y
hallando en su persona, su propia unidad. Lo que se ha llamado el “poder carismático”
prueba lo bastante que la unidad concreta del grupo es proyectiva, es decir, necesaria-
mente exterior a él. La soberanía difusa, se reúne y se condensa en la persona del jefe que
la refleja en seguida en cada uno de sus miembros y cada cual, en la medida misma en
que obedece, se halla con respecto a los otros y a los extraños, depositario de la soberanía
total. Si hay un jefe, cada cual es jefe en nombre del jefe. Así, la “conciencia colectiva” está
necesariamente encarnada; para cada cual es la dimensión colectiva que capta en la
conciencia individual del otro.
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LOS COMUNISTAS Y LA PAZ
cual puede dar su parecer; pero, para que una proposición sea
aceptada, no basta solo que sea práctica: como el peligro de
derrumbamiento subsiste en permanencia en el seno de la unidad, es
preciso que la moción propuesta realice el acuerdo de todos. Si una
opinión no logra reforzar la unidad colectiva, pasa y desaparece sin
dejar huellas, olvidada por los mismos que la han expresado primero.
Se dirá que igual ocurre en las asambleas parlamentarias, ya que la
minoría se inclina ante las decisiones de la mayoría. Pero eso no es
cierto: se inclina pero subsiste yuxtapuesta a la mayoría como su
tentación permanente, y conserva sus pretensiones de convertirse un
día en mayoritaria. En las masas, la mayoría se come a la minoría. O,
mejor, hay minorías en movimiento que se esbozan y desaparecen
desde que se han contado; y la unidad se rehace sin cesar por la
liquidación de los opositores: si se resisten, se llegará hasta hacerles
violencia: a los ojos del grupo, el disidente es un criminal que prefiere
su sentimiento particular a la opinión unánime, un traidor que, antes
que reconocer su error, acepta el riesgo de romper la cohesión obrera.
Nuestro gobierno ha sabido sacar partido de la situación: ha impuesto
la práctica del referéndum y extendido el derecho de voto a los no
sindicados. Se trataba, claro está, de proteger los derechos del
hombre. En realidad, se querían aflojar los lazos colectivos. Esta
superchería, muestra a la luz el abismo que separa una democracia
burguesa de una democracia de masas. Es cierto: votar levantando la
mano es ceder por adelantado a las presiones colectivas; pero el voto
secreto sume de nuevo a las masas en su dispersión original. Cada
cual, al hallar de nuevo su soledad, sólo expresa lo que piensa solo,
por no saber lo que pensaría en grupo; hace un momento, en el mitin o
en el taller, veía formarse su pensamiento, lo oía, lo conocía en los
labios de sus camaradas; ahora su opinión, si es que la tiene, es sólo
la ignorancia de la opinión de los otros. Al pretender salvar la persona,
nuestros ministros la han hecho caer al nivel del individuo. Esas
consultas favorecen la inercia: la decisión de luchar se toma en común,
en caliente; el entusiasmo es contagioso; pero en el aislamiento,
renace la duda; cada cual teme el desfallecimiento de los otros, se
vuelve a ser cualquiera. Un ejemplo entre mil: en noviembre de 1947,
los obreros de las fabricas Citroën deciden hacer la huelga en la
fábrica. La policía interviene y hace evacuar el local. A continuación, los
poderes públicos organizan un referéndum; el fin es manifiesto: se
hace votar a los obreros sobre un semifracaso. La C.G.T. les recomienda
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Jean-Paul Sartre
La radicalización
Las masas no dan nunca un mandato; no votan programas; indican el
fin a alcanzar; el militante es quien tiene que hallar el camino más
corto. Y sus exigencias son tan sencillas, que en principio parecen al
alcance de la mano: el pan, la vivienda, la derogación de una ley
malvada, el fin de una guerra.
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Se podría suponer –pero faltan los detalles y no es más que una conjetura– que se trata
de obreros profesionales: son a la vez “duros” y partidarios de un sufragio que garantice los
derechos individuales.
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O, si se prefiere: objetivamente la satisfacción de esas exigencias es incompatible con el
mantenimiento de una economía depresiva. Pero pueden ser establecidas subjetivamente
sin que los obreros tengan el menor conocimiento del malthusianismo.
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Las huelgas del verano pasado permiten, por el contrario, esperar un acercamiento
impuesto por la base.
100
La Federación del Libro, por 28.000 votos frente a 18.000 decidió, en 1947, seguir en la
C.G.T., a pesar de una larga tradición reformista.
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