COMPENSACIÓN Ralph Waldo Emerson
COMPENSACIÓN Ralph Waldo Emerson
COMPENSACIÓN Ralph Waldo Emerson
Hallo en las obras populares religiosas del día el mismo vulgar criterio que en
las ideas vertidas por muchos literatos cuando incidentalmente tratan este
mismo asunto.
Para mostrarse por breve lapso de tiempo a los ojos de las muchedumbres en
lugar tan ostensible, ha de resignarse a besar el suelo ante los señores
verdaderos que se yerguen detrás de su elevado sitial. ¿Desean los hombres la
grandeza más real y más perdurable del genio? No hallarán en ella la
inmunidad. Aquel que por la fuerza de su mente o de su voluntad llega a ser
grande y a dominar a millares de hombres, tiene la responsabilidad de su
preeminente posición. Cada nueva luz representa un nuevo peligro. ¿Posee la
verdad? Debe dar testimonio de ella y ha de agotar esa simpatía que le
proporciona tan vivas satisfacciones, para ser fiel a las nuevas revelaciones del
alma que no descansa.
Esta ley dicta los códigos de las ciudades y de las naciones. Es vano conspirar
contra ella, obrar a pesar suyo. Las cosas no se prestan a ser mal dirigidas
durante largo tiempo: Res nolunt diu male administrari. Aunque no se advierta
ningún freno para un nuevo peligro, la represión existe, y a la postre se la
verá. Si el gobierno es cruel, la existencia del gobernante no está segura. Si
establecéis impuestos muy crecidos, la renta producirá menos por otro lado. Si
dictáis leyes penales sanguinarias, los jurados no condenarán. Si la ley peca de
demasiado suave, despertará la venganza privada. Si erigís el terror en
sistema, la presión es resistida por un aumento de energía en los ciudadanos y
la vida arderá con más viva llama. Diríase que la vida y la dicha reales del
hombre parecen excluir los extremos de felicidad o de miseria y parecen
susceptibles de establecerse con la mayor indiferencia sobre las circunstancias
más distintas.
Allí está el mal como el bien; si hay la afinidad, coexiste asimismo la repulsión;
donde hay fuerza, existe límite o determinación.
Así, el Universo está vivo. Todas las cosas son morales. El alma, que en
nosotros es un sentimiento, fuera de nosotros es una ley. Adivinamos su
inspiración; más allá, en la historia, vemos su fuerza fatal. “Está en el mundo y
el mundo ha sido creado para ella”. La justicia no sufre ser pospuesta. Una
equidad perfecta mantiene en equilibrio todas las partes de la vida. “Los dados
de Dios están siempre cargados”. El mundo se asemeja a una tabla de
multiplicar, o bien a una ecuación matemática, que, transformada como
queráis, se resuelve siempre en una igualdad. Tomad cualquier cifra; su valor
exacto, ni más ni menos, se repetirá constantemente. Todo secreto se divulga,
todo crimen se castiga; toda virtud recibe su recompensa; todo mal queda
reparado en silencio, pero indefectiblemente. Lo que denominamos retribución
no es sino la necesidad universal que fuerza al todo a comparecer allí donde se
muestra una parte. Si veis humo, allí hay fuego; si veis un miembro, una
mano, sabéis que el cuerpo a que pertenece está detrás. Todo acto tiene su
recompensa en sí, o, mejor dicho, se integra de dos maneras: primero, en la
cosa misma, en la naturaleza real; después, en la circunstancia o naturaleza
aparente. Los hombres llaman a esta circunstancia retribución. La retribución
en la circunstancia es comprendida por la inteligencia; es inseparable de la
cosa; pero, a menudo, se extiende a un largo período de tiempo y no llega por
esto a distinguirse hasta transcurridos muchos años. Las señales
características de un latigazo pueden tardar en presentarse, mas le siguen
porque le acompañan. El crimen y el castigo se desarrollan en el mismo tallo.
El castigo es el fruto insospechado del crimen, que madura, oculto, en la flor
del placer. No se puede separar la causa del efecto; los medios, del fin; la
semilla del fruto; porque el efecto germina en la causa, el fin preexiste en los
medios, el fruto está contenido en la semilla. Mientras que el mundo se afianza
en su integridad y se niega a ser dividido, nosotros procuramos obrar
parcialmente, cortar, acomodar; así, por ejemplo, para dar gusto a los
sentidos, separamos el placer de los sentidos de las necesidades del carácter.
El hombre ha aplicado siempre su ingenio a resolver este problema; ¿cómo
aislar la dulzura, la fuerza, la belleza de lo sensible, de la dulzura, la fuerza y la
belleza de lo moral? Lo que viene a ser, repetiremos, pretender quitar de la
superficie exterior de las cosas una capa delgadísima, privándola de base; asir
un cabo sin tomar otro cabo. El alma dice: come; el cuerpo sólo querría unir la
carne. El alma dice: domina todas las cosas, para subordinarlas a los fines de
la virtud; el cuerpo querría dominarlas todas para someterlas a sus propios
fines.
El alma se esfuerza en vivir y obrar a través de todas las cosas. Quisiera ser el
hecho único. Todo lo demás, poder, placeres, saber, belleza, le sería dado de
añadidura. El simple particular aspira a ser algo; a alzarse sobre sí mismo; a
traficar y regatear por su bien privado; a ir a caballo por ir a caballo; a vestir
bien por vestirse; a comer por comer y a gobernar por exhibirse. Los hombres
pretenden ser grandes; persiguen los cargos, el poder, la posesión de riquezas,
la gloria. Imaginan que ser grande es entrar en posesión de la naturaleza por
un lado, el bueno, prescindiendo del otro, el doloroso.
Semejante manera de mutilar y tajar está contrarrestada por los hechos. Hasta
hoy, fuerza es confesarlo, ningún proyectista ha conseguido el más liviano
éxito. Las aguas separadas se reúnen detrás de nuestra mano. Así que nos
proponemos desligarlas de una cosa entera, no hay ya placer en las cosas
agradables. No hay beneficio en las cosas provechosas, no hay potencia en las
fuertes. Del mismo modo que no podemos dividir en dos las cosas ni tener el
recreo sensual único de una cosa, tampoco podemos tener lo interior o la luz
sin sombra. “Echad lo natural y volverá al galope”.
Lo mejor en las obras de cada autor es lo impersonal que hay en ellas: lo que
produce inconscientemente; lo que surge de su constitución y no de su
invención, harto activa; lo que no es fácil de encontrar estudiando a un solo
artista, pero que abstraeríais en una reunión de artistas como el espíritu de
todos. No es Fidias lo que yo querría conocer, sino la obra del hombre en aquel
primer período del mundo griego. El nombre y las circunstancias personales de
Fidias, si bien son útiles para la Historia, nos estorban al remontarnos en un
examen más elevado. Debemos tratar de comprender a que tendía el hombre
de determinada época y lo que le impidió llevar a cabo por causa de Fidias, o si
queréis, cómo hubo de modificarlo, bajo la influencia y por la intervención de
Fidias, Dante o Shakespeare, órganos del pensamiento de sus respectivas
épocas.
Aun es más sorprendente la expresión de este hecho en los proverbios de
todas las naciones, que son siempre la literatura de la razón o el enunciado de
una verdad absoluta, sin calificación. Los proverbios, como los libros sagrados
de cada pueblo, son el santuario de las instituciones. Lo que el mundo
perezoso, encadenado a las apariencias, no permitirá decir al realista con sus
propias palabras, se lo tolerará son contradecirle en los proverbios. Y esta ley
de las leyes, que niega el púlpito, el Senado y la Universidad, se predica a
todas horas en todos los mercados, en todos los talleres por multitud de
adagios cuya enseñanza es tan real y universal como las bandadas de pájaros
y moscas.
Todas las cosas son dobles, tiene su anverso y su reverso. Donde las dan las
toman; ojo por ojo, diente por diente; sangre por sangre, medida por medida,
amor por amor. Dad y se os dará. Te pagarán en la misma moneda. ¿Que
queréis? Dice Dios. Pagad y tomadlo. Quien no se aventura no pasa la mar. Te
pagarán por lo que habrás hecho, ni más ni menos. El que no trabaja, no debe
comer. Las maldiciones caen sobre los que las profieren. Si echáis una cadena
al cuello de un esclavo, el otro extremo de ella se enrolla alrededor de vuestro
propio cuello. Los malos consejos confunden al consejero. El diablo es un asno.
No podéis hacer el mal sin padecerlo. “Ningún hombre tuvo jamás una puntita
de orgullo, que no fuese para él causa de menoscabo”, dice Burke. Entre la
gente elegante, el exclusivista no advierte que se excluye a si mismo del goce
al pretender monopolizarlo. En religión, el que cierra la puerta del cielo a los
demás no ve que se la cierra para si mismo. Tratad a los hombres como si
fuesen peones de ajedrez o bolos con que se juega, y sufriréis tanto como
ellos. Si pretendéis ignorar su corazón, perderéis el vuestro. Los sentidos
querrían ver cosas en todas las personas: en las mujeres, en los niños, y en
los pobres. El proverbio vulgar: “Si no lo cobro de su bolsa, lo cobraré de su
piel”, es hondamente filosófico.
Todas las infracciones a la equidad y al amor debido al prójimo en las
relaciones sociales pronto reciben su castigo. Este castigo es el temor. Mientras
mis relaciones con los demás son sencillas, no experimento ninguna
contrariedad al hallarme con ellos. Nos encontramos unos con otros como se
juntan las aguas, o como se confunden dos corrientes de aire, con perfecta
fusión e interpretación de naturaleza. Pero así que se aparta uno de la
cordialidad, o se anda con efugios y arterias, tan luego como lo que es bueno
para mí no lo es para mi vecino, siente éste el agravio; me evita tanto como
procuro yo evitarle; sus miradas no buscan las mías; se declara la guerra entre
nosotros; él siente odio y yo temor.
El trabajo está regido por las mismas leyes implacables. El trabajo más barato,
dicen los prudentes, es el más caro. Lo que compramos en una escoba, una
estera, un carretón, un cuchillo, es una aplicación del sentido práctico a una
necesidad común. Vale más pagar este sentido práctico, si se trata de vuestro
jardín, a un hábil jardinero; si de navegar, a un buen marinero; si de la casa, a
cualquiera que sepa cocinar, coser, servir; si de vuestros negocios, a un
hombre que sepa contar.
La unión que existe entre la Naturaleza y la virtud conduce a todas las cosas a
mostrar una cara hostil al vicio. El esplendor de las leyes y la substancia del
Universo persiguen al traidor y le azotan. Este advierte que todo está dispuesto
para el bien y lo verdadero, y que no hay en el ancho mundo un agujero para
ocultar al bribón. Cometed un crimen, y la tierra os parecerá de cristal.
Perpetrad un delito, y semejará que una capa de nieve como la que delata los
bosques las huellas de la perdiz, de la zorra, de la ardilla, del topo, haya
alfombrado el suelo. No podéis recoger la palabra pronunciada, ni borrar la
señal de vuestro paso, ni retirar la escalera sin dejar alguna prueba o indicio.
Siempre transpira alguna circunstancia acusadora. Las leyes, la substancia de
la Naturaleza el agua, la nieve, el viento, la gravitación, tórnanse jueces y
testigos del acto del delincuente.
Del otro lado la ley se cumple con el mismo rigor en las acciones rectas. Amad
y seréis amados. Todo amor es matemáticamente justo, como existe perfecta
igualdad entre los dos términos de una ecuación algebraica. El hombre bueno
posee el bien absoluto, que, como es fuego, lo trueca todo en su propia
naturaleza, de manera que no se le puede irrogar ningún perjuicio, sino que,
como los ejércitos reales enviados contra Napoleón tiraban sus enseñas para
seguirle y de enemigos pasaban a ser amigos, así los desastres de toda índole,
las enfermedades, las ofensas, la pobreza, se convierten en bienhechores
suyos.
“Los vientos soplan y las olas vuelan por la fuerza del animoso, y el poder y la
divinidad, en si mismos, nada son.”
Los buenos son favorecidos hasta por la debilidad y los defectos. Así como a
nadie dejó de serle perjudicial, uno u otro día, cualquier motivo que tuvo para
enorgullecerse, a nadie tampoco dejó alguna vez de serle útil un defecto. El
siervo de la fábula admiraba sus astas y se quejaba de sus pies, pero cuando
se acercó el cazador estos le salvaron, y, después amarrado en la espesura,
aquellas le perdieron. Todo hombre, en el curso de su vida, debe estar
agradecido a sus defectos. Por la misma razón que ningún hombre comprende
realmente una verdad mientras no ha luchado contra ella, así nadie tiene cabal
conocimiento de las cualidades o los defectos humanos, si no ha sufrido por
causa de estos y si no vio el triunfo de aquellas sobre la propia incapacidad.
¿Tiene un temperamento que le haga impropio para el comercio con la
sociedad? Pues se verá obligado a entretenerse solo, a ser independiente y,
como la ostra herida, repara su concha con una perla.
Llegan las muchedumbres como para los individuos horas de juicio en que,
imperando el buen sentido, la verdad queda reconocida y justificados los
mártires.
No podemos encontrar nada tan gracioso, tan dulce, que nos inspire tanto
cariño. Pero en vano nos sentamos y lloramos. La voz del Todopoderoso nos
grita: “¡Adelante; siempre adelante!”. No podemos quedarnos entre las ruinas;
si no queremos apoyarnos en lo nuevo, andaremos con los ojos vueltos, como
esos monstruos que miran hacia atrás.