Cuento - EL SABOR DE LOS SECRETOS

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EL SABOR DE LOS SECRETOS

Autora: Sandra Leal L. (Colombia)


Del libro TÚ Y TUS MÁQUINAS
La venganza es un triste sentimiento que,
de no consumirse,
se convierte en rencor.
El rencor es un ácido que se vierte de a pocos,
su naturaleza manda,
corroe, detiene lo bueno.

El espacio no transmite el sonido, todos lo saben, por eso nadie escuchó nada;
sin embargo, los trabajadores del ala décima de la “III Estación Naval y de Comercio”,
a cargo de la Federación de Comunidades Inteligentes pudieron ver, estupefactos, cómo
aquella pequeña bodega flotante, aislada a propósito debido a lo peligroso de su
contenido, estallaba con fuerza emitiendo una burbuja de fuego rojo y amarillo que se
desperdigó por su línea ecuatorial hasta consumirse sobre sí misma en medio de la
inhospitalidad del espacio, que por no tener oxígeno suficiente para mantener vivas las
llamas, apabulló con rapidez aquella fuerza flamígera; permitiendo a los sorprendidos
seres que la observaban ver la silueta recortada de una nave de tamaño medio en plena
huida.
La causante del desastre esquivaba las embarcaciones de carga y transporte, que
segundo a segundo emergían de la estación, o llegaban, o bien la circundaban en espera
de un turno para descargar en el interior sus costosos y, en ocasiones, invaluables
contenidos. Los asistentes a ese raro evento no pudieron menos que admirar la pericia
del piloto, que con tanta intrepidez hacía lo que hacía sin recibir u ocasionar daño.

Entre tanto, en la enorme cabina desde donde se supervisaba toda la parte


mecánica de esa gigantesca mole espacial, una de las tantas estaciones que poseía la
federación alrededor de la galaxia, un operador se dio cuenta del estallido por el
insistente parpadeo que uno de los sensores exteriores emitía. El operario tan pronto
reparó en ello, se comunicó con la sala de mecánica y ordenó que uno de los
trabajadores tomara una cápsula espacial automaniobrable y fuera a ver qué podía hacer
para recuperar la bodega siniestrada, pues la intensidad y espacio entre parpadeos le
decían que una pequeña bodega del ala décima había estallado, saber cuál o qué tenía
dentro no era su deber, así que no indagó más.
Si hubiese sido habitante de un sistema menos tranquilo y más paranoico habría
sospechado algo, de inmediato habría temido un acto terrorista y actuando en
consecuencia. Hubiera enviado a un escuadrón de soldados equipado cada uno con una
nave individual, veloz, altamente maniobrable y equipada con instrumentos fabricados
especialmente para capturar o aniquilar al enemigo; pero no, era uno de esos raros
habitantes del sistema Tellard donde todo ocurre como debe ocurrir, un sistema donde
sus habitantes no guardan malas ni dobles intenciones en sus actos, por eso cuando algo
estalla en Tellard es simplemente porque algo falló, con esta idea en mente envió un
mecánico a hacerse cargo de la situación, un técnico y nada más; cuando dicho
trabajador y los testigos dijeron lo que realmente había pasado, los perpetradores del
hecho se escabullían en uno de los dos sistemas aledaños a la estación.
Molestos por el retraso, los agentes federados se vieron en la obligación de optar
entre cuatro planetas habitados y analizar los antecedentes de casi cincuenta mil
millones de habitantes, para poder dar con los delincuentes. Cualquier otro grupo de
trabajo se habría sentido descorazonado ante semejante perspectiva, menos ellos, porque
tenían tras de sí el respaldo de toda la federación y una absoluta confianza en sus
habilidades detectivescas.

Para el momento en que se inició la pesquisa la nave fugitiva se encontraba a


pocas horas de su meta, los ocupantes, todos de apariencia antropomórfica, se hallaban
reunidos en la sala de controles con el pretexto de poder ver, a través del vidrio
panorámico, esa esfera magnífica que era su destino y que ahora aparecía en la
distancia. Desde ahí podían observar una canica azul celeste combinada con el rojo
escarlata de los continentes, que destellaba majestuosa contra el fondo blancuzco de la
estrella regente y el negro profundo del espacio circundante.
El copiloto, delgado y de cabello oscuro, entró con inusitado animo a la sala, sus
manos ocupadas con los refrescos se fueron liberando a medida que los repartía entre
los tripulantes y el piloto, quien en esos momentos permanecía con la vista fija sobre el
planeta, los demás lucían exultantes de felicidad.
-Cerquita la vimos –gritó un corpulento rubio, mientras abría con sus dientes el
paquete sellado en donde se escondía el precioso y embriagador líquido, ya que sus
manos las tenía ocupadas abrazando el cuerpo de la chica que tenía a su lado -, pero no
pudo salirnos mejor. Ahora somos dueños de la única tonelada de gel teletransportador,
en dos sistemas a la redonda. ¡Cómete esa, Federación! –exclamó formando un gesto
obsceno con sus dedos, hacia el indiferente espacio.
-Es cierto grandulón –dijo la joven de piel de ébano a quien apenas se le
identificaban sus curvas, ocultas arbitrariamente entre su overol de trabajo.
Emocionada, devolvió el abrazo y besó la sonrosada mejilla del teniente-, ahora, si esos
bestias de la federación quieren algo de gel para sus aparatos teletransportadores,
tendrán que tragarse su orgullo, porque si se esperan a que les traigan combustible desde
otra estación los motores de las máquinas ya se habrán pegado. Así de simple. ¡Brindo
por eso! ¡Brindo por nuestro Naran que nos dio esta ventaja!
Todos elevaron sus potes tan sonrientes como si se hubieran ganado el premio
gordo de la lotería, excepto el piloto, quien seguía con su impenetrable mirada fija en el
punto de llegada. Un instante después se atrevió a hablar, sus ojos, tan rojos como en
apariencia eran los continentes de su planeta, parecieron brillar víctimas de una emoción
no identificable.
-No lo alaben –sentenció con voz seca-. El teniente Naran hizo estallar toda una
bodega de gel altamente inflamable, sin que eso estuviera contemplado dentro del plan
original y sin esperar a que estuviéramos lo suficientemente lejos como para que f uera
seguro, tanto para él como para sus compañeros.
-Vamos, jefe –respondió el rubio en un tono más bajo y con aire arrepentido -,
fue algo accidental, además si no se arriesga no se gana.
-En un caso así, si se arriesga se corre el peligro de perder algo más que un
trabajo. Sus actos, como lo son los de casi todo esta tripulación, resultan bastante
erráticos, impredecibles y peligrosos. Cuando estén bajo mi mando deben someterse al
plan y ¡nada más! ¿Entendido?
-Jefe –el copiloto arriesgó una defensa-, sabe que estamos con usted para todas,
pero debe admitir que nuestro aparente desorden en realidad son nuevas estrategias,
muy bien pensadas.
-Vamos, no nos pongamos tan serios –replicó el rubio deseoso de continuar la
celebración-, de todos modos todo salió bien, mejor que bien. ¿ No creen?
-Además –aclaró la joven-, la explosión nos facilitó la huida, pues ningún sensor
pudo identificarnos ni alertar sobre nuestra presencia, ya que estaban saturados con las
vibraciones de la bodega, que se volvía añicos, mientras nosotros escapábamos; y
gracias a eso, los federados no sabrán qué ni a quién buscar cuando empiecen las
investigaciones.
-Amén por eso mi querida Hada –el copiloto elevó su brazo y bebió un sorbo de
aquel líquido bermejo, el cual ya comenzaba a afectar a algunos de ellos-, amén por
eso.

Centenares de pequeñas naves individuales se eyectaron de la estación espacial


en dirección a los dos sistemas y a los cuatro planetas habitados donde debían empezar
la búsqueda. A través del radiófono ya se había alertado a los mandos planetarios para
que pusieran cuidado a cualquier nave que atracara en uno de sus puertos, por grande o
pequeña que esta fuese, se trataría como sospechosa. Luego, cuando las autoridades
federadas llegaron empezó la búsqueda, dirigieron la revisión nave por nave, siguieron
buscando, volvieron a revisar y volvieron a buscar, pero no encontraron indicios del
material desaparecido y mucho menos pistas de los culpables.
Como todo ese despliegue de fuerza resultó en vano decidieron tomarse unos
minutos para meditar el camino a seguir, fue así como dedujeron, muy objetivamente,
que cuatro planetas implicaban muchos puertos por revisar, pues no sólo estaban los
grandes puertos sino los pequeños puertos oficiales, los privados y los ilegales y no sólo
eso, sino que también quedaban algunas grandes extensiones de terreno baldío, en
donde una nave fugitiva se podía ocultar. Por más recursos y personal que se pudiera
destinar para tal misión, la búsqueda llevaría meses antes de lograr algún resultado. Esto
fue lo que dedujeron, en cuánto a qué debían hacer para remediar la situación todavía no
había sido planteado y mientras ellos meditaban, los demás actuaban.

-Bueno, Pastor –reclamó el piloto con voz dura. El copiloto parecía ensimismado
revisando mapas e introduciendo coordenadas en el tablero de mandos-, hacia dónde.
-Tranquilo jefe, dirijámonos al Valle de los Pesares. Confíe en mí, no por nada
estuve todo el mes escaneando este sector.
-Pero qué berraco, insiste en este sitio. Sabe que la nave no se puede dejar a la
intemperie porque se daña con el roce de la arena, y ¿se acuerda que nuestra carga
necesita estar a menos diez grados centígrados? O de otro modo estallará y de nosotros
no quedará nada, ni sombras.
-Lo sé, lo sé, créame lo tengo todo previsto –al decir esto se señaló la cabeza-.
Sobrevolemos el cráter de la Montaña Azul.
Todos, incluido el camarada Naran quien siempre había demostrado una
confianza ciega en su amigo Pastor, copiloto de la nave Siseo del Cosmos, lo miraron
intrigados y hasta un poco asustados. El Valle de los Pesares era un tremendo desierto
en cuyo centro se erguían los restos de una antigua cadena montañosa pasmada en ese
estado ya por largo tiempo, secándose al sol mientras se deshacía con la brutalidad del
viento; aquellas montañas envueltas en medio de innumerables mitos asustaban a todos
los vecinos por lo que muy pocos se atrevían a pisar sus terrenos, salvo deportistas de
alto rendimiento en busca de nuevos retos, o de vez en cuando grupos de comandos en
sesión de entrenamiento y uno que otro fugitivo dispuesto a morir antes que entregarse
y recibir condena. En ese centro de picos desolados se levantaban no menos de cinco
cráteres de antiguos, y por fortuna, extintos volcanes, el más alto coronaba la cima de la
Montaña Azul que no era azul ni era montaña, sino una cumbre elevadísima a la que
hasta ahora nadie había subido por medios físicos y a la que muy pocos se acercaban
debido a lo furioso de los vientos que golpeaban la boca del viejo volcán; quizás le
decían Montaña Azul por las sombras que se cernían sobre ella cada atardecer, las
cuales, debido a lo rugoso del terreno, se extendían en luengas barbas oscuras sobre esa
mole de tierra. Pastor sostuvo sus miradas con aire risueño.
-Frescos –les dijo-, sin miedo y sin riesgos no hay diversión. Ahora présteme los
controles, jefe.
Tomó el control de la nave y se cernió un momento sobre la b oca del cráter,
sosteniendo con fuerza el timón para que la misma no se balanceara en medio de los
agitados vientos. Con pulso firme niveló la pequeña embarcación espacial y descendió
por la chimenea, por largos minutos los temerarios ladrones sólo pudiero n ver la piedra
del escabroso volcán y el oscuro fondo del mismo, decididos a mantenerse en silencio
hasta entender exactamente qué era lo que hacía su arriesgado copiloto; de un momento
a otro y sin que notaran nada diferente, la nave se deslizó sobre su horizontal por el
costado izquierdo, deteniéndose definitivamente en una caverna lateral que formaba
parte del conducto, que al parecer, la naturaleza había labrado durante milenios sólo
para ellos. Todos se volcaron hacia las ventanas extendiendo una mirada atónita a lo que
desde ese momento no sólo sería su escondrijo, sino su cuartel general y en algunos
casos su morada; la nave no sólo encajó perfectamente en toda su altura, sino que a lo
ancho quedaba suficiente espacio como para establecer un campamen to, claro, sino
fuera por los posibles efluvios venenosos que de vez en cuando ascenderían por la
chimenea, por lo demás resultaba magnífico ese lugar.
-Aquí el clima es lo suficientemente fresco y libre de polvo como para que la
nave repose sin molestias y con un mínimo de energía la mantendremos a menos diez
grados.... , reaccionen, les gusta o no.
-Pastor –susurró asombrada la mujer-, eres un, eres un....
-¡Maldito! Qué susto nos diste metiéndote aquí.
Cada uno se descargó en comentarios alabando su elección y admitiendo que era
un buen escondite, incluso el siempre ecuánime piloto se atrevió a asentir con la cabeza
y a esbozar una ligera sonrisa que pronto desapareció de su rostro.
-Ahora podemos teletransportarnos, a casa, darnos un buen baño y después...
-¡Y después nada, Pastor! – exclamó sonriente Naran-. ¿Acaso se les olvida que
tenemos mucho que celebrar?, además entre más esperen nuestros compradores, más
desesperados estarán y así no regatearán el precio cuando ofrezcamos la mercancía.
¡¿Están de acuerdo conmigo muchachos?! ¡Vamos a la ciudad, a divertirnos! Nos lo
merecemos.
-Qué dice a la propuesta capitán –preguntó Hada con los ojos fijos en aquel alto
hombre de cabeza pelada y ojos rojos, cuya diadema extensora de memoria siempre
parecía fluctuar entre la meditación constante y el flujo crepitante de un inventor.
-Digo que vamos a la ciudad –aprobó con voz pausada.
-¡Bien! –exclamó Naran, el resto de la tripulación aplaudió.
-No para eso –aclaró-, aún tenemos una tonelada de gel para colocar en el
mercado.
-Jefe y ¿la diversión? –preguntó Naran desconsolado.
No se quejó, pero tampoco dijo nada, parecía que la vida se les iba en trabajar,
en robar, en vender, en contrabandear, en librarse de los federados y en tratar de encajar
dentro de una galaxia a la que probablemente no pertenecían, pues no estaban seguros
de cuál era su procedencia real, hasta con los flemáticos ojos rojos –como el piloto, los
seres más parecidos físicamente a ellos- contrastaban mal cada vez que se reunían.
No pensó más en eso, se limitó a cumplir con las órdenes y como todos los
demás se colocó su capa gris, que por ser hecha a la medida, la de él era la más grande y
ancha de todas, sólo rivalizaba en tamaño con la del piloto. Se pusieron en f ila y cada
uno anotó el prefijo de su destino particular, donde sabían que podrían ir a of recer la
mercancía dentro de los límites que la seguridad permitía, así fueron desapareciendo,
literalmente, los tripulantes, el piloto y el copiloto del Siseo del Cosmos.
Unos kilómetros más allá y a un planeta de distancia, la gente de la federación se
sentía molesta, muy, muy molesta, no podían decidir qué era peor, si tener
contrabandistas en el sector, o tener operarios tellarianos en una estación naval.
La situación era por demás terrible, se mirara por donde se mirara, pues no tener
ese gel implicaba abandonar el uso de los teletransportadores, y por poco tiempo que
fuese, sus delicados mecanismos se soldarían unos con otros dejándolos inservibles;
fuera de eso, no tener el combustible implicaba tener a un montón de gente moviéndose
por la calle yendo de un lado a otro, tropezándose, rozando sus vestidos e incluso partes
de sus propios cuerpos, congestionando las vías con vehículos de transporte diseñados
para viajes mucho más largos que los que se realizan dentro de una ciudad. Sólo
pensarlo era aterrador. Simplemente aterrador.
Una congestión como la que preveían no se veía desde hacía unos cincuenta
años, época en la que se popularizó el uso de los teletransportadores. Lo único cierto es
que las autoridades actuales no estaban preparadas para enfrentar un desbarajuste de esa
clase; para empezar comenzarían a violarse las regulaciones sobre el espacio personal,
pues en muchos casos una persona tendría que pasar peligrosamente cerca de otra,
también estaba la cuestión de encontrar sitios para guardar los vehículos de transporte,
ya que todo vestigio de parqueadero se había borrado mucho tiempo atrás construyendo
edificios sobre ellos o convirtiéndolos en parques llenos de árboles, sería un cao s, un
total caos.
Días después los federados se encontraron con que se estaba vendiendo gel en el
mercado negro de aquellos cuatro planetas a precios exorbitantemente altos, los
minoristas ilegales formaban una red tan imbricada que no importaba cuan profu ndo
llegaran en ella, siempre había alguien más atrás, adelante o por encima de esa persona.
Tal parecía que el gel había llegado a través de un intermediario, quien a su vez lo tomó
de otro intermediario y este de otro intermediario, eran tantos que no se podía llegar al
eslabón final. Mientras tanto el tiempo corría para los aparatos teletransportadores, en
las escuelas y en las compañías importantes que manejaban a diario la llegada y salida
de millares de empleados o estudiantes, les quedaba poco combustible en gel. Para
poner en funcionamiento un aparato que manejara a diario mil secuencias de
teletransporte, sólo se requerían quince miligramos de gel por mes, pero eran muchas
las personas que lo necesitaban y mucha gente utilizaba más de una vez por día su
artefacto, así no había combustible que alcanzara. Si no hallaban pronto a los culpables
en unos días tendrían que capitular y comprar su propia mercancía al precio, que los
malandros que la robaron y luego distribuyeron entre sus secuaces, quisieran.
No obstante, tanta pesquisa y tantos arrestos aparentemente infructuosos
arrojaron una pista importante: al parecer, sólo al parecer, quienes estaban detrás de
todo esto eran unos seres ajenos a la federación, gente de la que ya se empezaba a
escuchar mucho en los círculos policiales en que ellos se desenvolvían, pues desde unos
años atrás sus fechorías se notaban por encima de los actos delincuenciales normales;
cada vez eran más temerarias e importantes sus empresas, ya no sólo se contentaban con
robar comida exótica para venderla en los mercados de los planetas más exteriores de la
galaxia, ni tampoco eran felices con llevarse algunas piezas de nave para reparar las
suyas o construir naves mejor equipadas e irrastreables para sus camaradas ladrones, no,
estos extraños empezaban a ubicarse en los más altos peldaños de la escala
delincuencial y lo peor era que preferían atacar tesoros o posesiones federales como el
combustible en gel, que sólo era administrado y fabricado por agencias del gobierno, y
lo hacían tan sólo para retarlos.
-O quizás lo hacen para llamar la atención sobre ellos mismos –opinó un joven
oficial en una reunión a la que se le permitió asistir-, pienso que ellos quieren ser
populares y que la comunidad los reconozca-. Los fríos militares lo miraron con cara de
pocos amigos por lo que decidió callar.
-Una actitud bastante rara entre gente que decididamente preferiría refugiarse en
el anonimato –le respondió en tono socarrón el comandante que dirigía la mesa-, debido
a lo peligroso de su profesión, claro está.

II
La tonelada de gel para teletransportador duró escasos dos meses, antes de
venderse en su totalidad a los asustados ciudadanos, quienes encontraban terriblemente
trágico tener que usar sus preciosas naves espaciales para desplazarse por la metrópoli,
o ¡sus pies, para desplazarse por las calles de la ciudad! Sólo pensarlo era inaudito, lo
mismo pasaba con las autoridades planetarias, puesto que aquí y allá se veían personas
enfundadas en capas oscuras, a quienes no se podían con fundir con individuos
corrientes a pesar de su esfuerzo por pasar desapercibidos; los agentes del gobierno se
reconocían por su actitud arrogante y sus malos modales cuando compraban altas
cantidades del combustible para llevar a sus propias agencias, ocasionalmente
provocaban una risita debido a que ni siquiera ellos, pese a las prohibiciones de comprar
en el mercado negro, aceptaban la idea de usar sus pies para transportarse por la
formidable ciudad que cubría el planeta.
Muchas personas se hicieron ricas o simplemente lograron una economía
doméstica boyante con esa situación, ya fuera vendiendo gel o comerciando con la
información acerca de dónde lo podían comprar.
Algo similar pasaba con los miembros de la tripulación del Siseo del Cosmos,
quienes habían reunido lo suficiente como para lograr unos meses de tranquilidad para
los miembros de su colectividad, tan exclusiva, que sólo ellos podían pertenecer a la
misma y sus hijos, el único extraño al que aceptaban como miembro honorario y como
protector, era al piloto ojos rojos, amigo entrañable de Pastor, líder de la comunidad y el
único que conocía el lugar exacto del emplazamiento de la aldea.
Las comodidades de la ciudad como los teletransportadores, el aire
acondicionado y la comida exótica que nunca llegaba a los mundos exteriores, tampoco
llegaban a aquella aldea de gente pobre, sin patria y sin trabajo, que se escondía en los
kilómetros de cavernas que se ensartaban por debajo del Valle de los Pesares.
Aquellas grutas constituían un destino turístico para los paseantes que preferían
la aventura en lugar de los sofisticados balnearios de otros planetas, con bosques y
ambientes mejor dotados que el de ahí, pero eran tan pocos los visitantes y tan extensas
las cavernas que los cincuenta y tantos miembros de la comunidad habían logrado pasar
desapercibidos hasta el momento.
Las cuarteadas paredes de sus galerías servían como nichos para las figuras que
ellos mismos fabricaban con destreza artística, tan sólo utilizando el barro que en
ocasiones formaba el desierto; la luz la compraban a los comerciantes de la ciudad,
quienes nunca sabían a quién se la vendían; el calor se los daba la ropa que ellos
mismos tejían o que en momentos de tranquilidad económica como la actual podían
comprar en los mercados normales a través de sus intermediarios, sólo tenían un aparato
teletransportador que se utilizaba poco, para ir a la ciudad cuando era absolutamente
necesario o los miembros del Siseo del Cosmos cuando se presentaba un trabajo, nada
más; así y todo, sin importar sus limitaciones, habían logrado construir un bello lugar
para vivir, sereno y cálido.
Las diversiones eran pocas, pero cuando las había las aprovechaban al máximo,
les gustaba sobre todo organizar fiestas en las que se hacía mucho ruido con sus
improvisados instrumentos musicales y amenizarlas con sus melifluas canciones que
hablaban de antiguos mundos llenos de árboles.
En los días del corto invierno, mientras los padres trataban de recolectar las
pocas frutillas que ese mágico desierto a veces solía ofrecer, las madres se sentaban en
torno a la hoguera, repartían caramelos y empezaban a contar historias; su f avorita era
aquella que hablaba de un mundo donde los desiertos eran pequeños y los circundaban
bosques fértiles en los que se trabajaba para vivir, pero los niños preferían historias más
cercanas a su realidad, como la de esa gran ciudad que se levanta orgullosa y valiente
allá a lo lejos, donde el desierto ya no es desierto sino una larga línea de piedra y metal
que se eleva hasta tocar el cielo. Entonces los padres les decían: a lo lejos y a todo
alrededor del desierto sólo hay ciudad, son miles de personas (decían miles porque los
niños sólo sabían contar hasta mil y en sus pequeñas cabecitas no figuraba una cantidad
de gente tan grande como decir diecisiete mil millones), viviendo en casas cuadradas
hechas de roca y latón puestas una encima de la otra, donde se tiene todo lo que se
quiere, siempre, en todo momento, sólo hay que pedirlo y se los darán. Por lo tanto, la
pregunta lógica que seguía a este relato era: por qué nosotros no vivimos en la ciudad, si
no somos menos que ellos y si la ciudad es tan buena como dicen, por qué no estamos
allá. A lo que las mamás debían responder con pena: porque somos ajenos a la gran
metrópoli, porque aquellas personas no pertenecen a nuestra cultura, más libre y menos
sesgada por los reglamentos, si admitieran a alguno de ustedes en ese lugar les aseguro
que en un mes se devolverían para acá.
Pero las madres callaban la verdadera respuesta y los niños alcanzaban a captar
ese silencio misterioso de sus madres y por eso, cuando se reunían con sus amiguitos,
todos decían que los caramelos saben a secreto.
Pero la tranquilidad que se compra con dinero dura poco y ya comenzaban a
escasear todos los beneficios que había traído consigo, así que los miembros del Siseo
del Cosmos se reunieron de nuevo a planear inéditas estrategias para hacerle la vida
difícil a los federados y al mismo tiempo, conseguir algo de alimento y vestido para las
mujeres hombres y niños que tenían bajo su cuidado.
La discusión se centró de inmediato en un rumor que era imposible no atender.
En los bajos fondos de los cuatro mundos se hablaba de una nave que pronto llegaría a
la recién estrenada Estación Naval de la Federación, inaugurada re cientemente y la
primera dedicada exclusivamente a los asuntos militares –que en realidad eran pocos- y
de estado en los que trabajaban conjuntamente los más altos miembros de la federación.
Se murmuraba que en ese lugar se escondían las respuestas a los e nigmas más
profundos de toda la galaxia, las que todos quisieran conocer; lo interesante de esta nave
era que llegaba enmarcada dentro del más absoluto secreto, se decía que albergaba en su
interior las muestras de un nuevo elemento altamente destructivo, sin ser volátil, además
de los restos de una civilización perdida. Si tal cosa era cierta, esos restos valdrían más
que el raro elemento, pues los antropólogos y coleccionistas de toda la galaxia conocida
se pelearían por tenerlos.
Lo malo era que sólo poseían vagos informes del día de su llegada y de su
procedencia, hasta ahora sólo sabían de cierto que era una nave de carga tipo TL -423
con micropropulsores de fusión, extremadamente rápida, no muy grande aunque más
grande que la de ellos, pero sí muy maniobrable. Suponían que estaba pintada
convenientemente de negro para hacer más fácil su camuflaje en el espacio, en caso de
necesitar invisibilidad ante cualquier nave con la que se toparan, una táctica común
entre los organismos de seguridad federados. Otro punto en contra era que ese rumor
estaba tan esparcido que no serían los únicos en querer esa mercancía, pero estaban
seguros de que serían pocos sus oponentes, ya que no eran muchos los colegas que se
arriesgarían a enfrentarse a las fuerzas del gobierno, pues era de todos sabido que si los
atrapaban las penas eran mucho más severas que cuando robaban un transporte
comercial cualquiera.
Con un poco de gel de contrabando y unas cuantas monedas de más, la
tripulación del Siseo del Cosmos logró librar de sus reatos de conciencia a un soldado
federado, quien sólo pudo facilitarles un dato, conocía un pequeño pero muy valioso
detalle, les dijo cuándo y a qué horas llegaría la nave y el sector por el que se
aproximaría.
-En realidad no lo hago por el dinero, ¿saben? Sólo quiero vengarme del coronel
porque en una reunión me convirtió en la burla de los demás oficiales –al decirlo estaba
solo, los contrabandistas se habían marchado a continuar con sus planes.
Ahora, analizarían todos los posibles caminos que podría tomar aquella nave
para llegar a la estación ese día sin ser vista por nadie más y atraparla con su rayo
tractor en el lugar que menos lo esperase. Así dejarían indefensos a sus ocupantes, pues
el rayo inutilizaría las armas. El asunto era que el rayo só lo podía funcionar en un
momento que sus defensas fueran desactivadas y en esos escasos segundos debían
dirigirlo justo al centro de gravedad de la nave, encenderlo y “ta -tá”, tendrían la
embarcación su merced.
Pastor se refregó los ojos cansado, llevaban días en ese sector con los motores en
silencio permitiendo transitar tan sólo la energía suficiente para mantener el aire en
circulación, la calefacción al mínimo y el procesador de comidas. La idea era que
cuando la federación fuera a escanear el sector de asteroides, las dos o tres veces que
pasaran antes de que la nave se acercara los contara a ellos como un pequeño asteroide
orbitando uno gigante, si se movían la federación notaría la diferencia en el paisaje y la
nave cambiaría de ruta. Naran llegó por detrás acercándole una bebida caliente a su
amigo, atisbó el horizonte, todo se veía normal, oscuro, con una que otra mole de metal
moviéndose ante sus ojos.
-Ve a descansar, yo te avisaré cualquier cambio.
Pastor movió los hombres tratando de desentumecerse, se desprendió del asiento
y agradecido bebió de la taza mientras Naran se instalaba en el asiento del piloto. Atrás
de ellos se podía ver al gigante ojos rojos, dormitaba sobre un tapiz que él mismo había
arrastrado hasta la sala de mandos, tan interesado estaba en presenciar el momento de la
captura o en hacerla él mismo si fuera posible, que no quiso dormir en su camarote. Se
habían estado turnado entre todos para quien quiera que le tocase, estuviera listo y
despejado en el instante preciso en que la nave pasara, así cuando atravesara el pasillo
entre los asteroides iría rápido y sólo tendrían una oportunidad para atraparla.
-Oye Pastor, te confieso que aún no me como lo de los escombros espaciales.
-Basura espacial.
-Lo que sea. Cómo estar seguros de que será aquí donde la tirarán.
-Ya lo explicó ojos rojos, este es el último lugar seguro para tirar sus deshechos
y como esa estación es más bien pequeña, deben estar lo más ligeros posible para hacer
un buen aterrizaje.
-Por un lado parece lógico, así cuando abran la bodega para tirar su basura
deberán desactivar sus defensas y es cuando atacamos. Pero, te digo Pastor, dejar a la
deriva una buena cantidad de escombros espaciales no hará más ligera esa nave, es lo
suficientemente grande como para que la carga pese más que cualquier cosa que
desechen, además corremos el riesgo de que nosotros mismos choquemos con los
escombros que salgan de ahí.
-Todo es posible Naran, pero por el momento es el único y el mejor plan que
tenemos. Confía en el piloto, él sabe de esto.
No dijo nada más y la figura delgada y barbada del copiloto se perdió al
traspasar la puerta que daba paso al resto de la embarcación espacial. De verdad todo
era posible -pensó por última vez Pastor-, pero había que arriesgarse, el botín que e sa
nave prometía era jugoso y ya le tenían destino en el mercado de coleccionistas.
No sabía cuanto tiempo llevaba en ese estado de sueño: paseaba con su esposa
por el desierto que ese día estaba especialmente bello, cubierto por caminos de f lores
que se abrían al paso de ambos, cuando la alarma sonó obligándolo a interrumpir su
paseo y a saltar del camarote tan rápido como sus entumecidos músculos se lo
permitieron. Corrió hacia la sala de mandos. En el camino se encontró con Hada quien
no cesaba de clamar: lo tenemos, lo tenemos.
Allí estaba Naran, pletórico de dicha y el piloto, a quien le brillaba el rostro con
una disimulada sonrisa pero que ya se había puesto manos a la obra, tan pronto se
recuperó de su excitación dejando que Naran se vanagloriara por el trabajo mientras él
comenzaba a manipular algunos de los comandos más necesarios para llevar a cabo la
tarea que le correspondía al Siseo del Cosmos como asaltante. Acopló la nave a la
titánica TL-423 –titánica en comparación al Siseo- y a través del enlace de mandos
obligó a las compuertas de aquella a abrirse para dar paso a su grupo de valientes.
No esperaban resistencia alguna, las naves de carga no llevaban sino los
soldados necesarios para el trabajo y aunque hubiera gente armada no desobedecerían a
quien les había ganado en franca lid demostrando ser más inteligentes que ellos; tales
eran las reglas no escritas que existían entre los comerciantes, piratas espaciales y
agentes de la federación, que todos respetaban.
Naran, Pastor, Hada y sus otros tres compañeros entraron en la TL-423. Cada
uno llevaba una pequeña arma aturdidora y usaban uniformes de combate,
especialmente diseñados para soportar cualquier golpe o elemento químico que algún
mal perdedor les lanzara, pues por muy educadas que fueran las personas no todos
respetaban las reglas del buen combate. Piloto entró después, una vez dejó todo listo
para salir con la rapidez de un meteorito entrando en órbita, en el momento en que lo
más importante del botín fuera llevado a la bodega del Siseo del Cosmos. En los
pasillos no encontró a nadie, ya que su propia gente se había encargado de llevar a un
salón apartado a todos los tripulantes y oficiales de la nave apresada, sólo se llevaron
con ellos al capitán quien era el único que poseía la clave que abriría la bodega.
La bodega estaba oscura, pero lo que se alcanzaba a ver los dejó sin aliento:
cuadros con las más extrañas figuras, realizados con exquisitas técnicas incluso
reconocidas dentro del ámbito artístico de la galaxia, sobre todo les llamó la atención un
cuadro enorme en los que se veían mujeres como partidas en pedazos, un ojo o la mitad
de una cara aparecía alejado de un cuerpo que estaba de espaldas a otro ojo, parecía una
mujer vista por partes mientras se movía de un lado a otro del lienzo; destacaba sobre
todo un cuadro donde se veían una especie de relojes derritiéndose sobre un campo
yermo de extraña tonalidad azul; más atrás la imagen de ellos entrando en la bodega les
fue devuelta por un espejo fabricado en un cristal brillante y enmarcado completamente
en dorado y labrado con tremenda habilidad; telas de diversas texturas y colores, libros,
imágenes estáticas de figuras humanoides alfombraban el piso.
-Se parecen a nosotros –susurró Hada al levantar del piso una de aquellas
imágenes-, no tienen los ojos rojos, ni todos negros, ni tienen la piel gris. Son casi como
nosotros.
-No se parecen. ¡Son como nosotros! –Aclaró Oropel, el más joven del grupo
mientras ayudaba a empacar en las lonas de sus amigos algunas de las cosas que habí an
encontrado-, sólo que con ropa diferente. De dónde vendrá todo esto.
Miraron al capitán de la TL, pero este no dijo nada. Ya había cumplido con el
honor del guerrero derrotado, no haría nada más, nadie lo obligaría a dar información.
-Es nuestro pasado –susurró Naran con voz entrecortada, sosteniendo uno de los
libros que había recogido del suelo, su voz era casi llevada por el dolor-, es nuestro
pasado, el pasado que nos robaron hace mucho tiempo. Esto –dijo extendiendo los
brazos mostrando todo lo que los rodeaba-, es el secreto mejor guardado y más
peligroso de la Federación
-Salgamos de aquí –exclamó de repente piloto, la diadema translúcida y luego
blanca los alarmó-, es una trampa.
-No podemos –atajó Naran-, esto nos pertenece, son evidencias de que hay un
planeta esclavizado.
Pastor, que estaba de acuerdo en huir, vio la determinación dibujada en los ojos
de su amigo y la duda en los de Hada, así que partió por lo sano.
-Recojan lo que puedan y vámonos, cualquier cosa será suficiente para
desbaratar el mito de la justicia sin tacha que imparte la Federación.
Él mismo recogió unos cuantos libros y unas cuantas fotografías del suelo y salió
tan rápido como sus pies se lo permitieron. Hada y piloto hicieron otro tanto, sólo Naran
no los siguió, se quedó ensimismado leyendo el libro que tenía entre las manos porque
él había sido antaño educado en las letras de su nación, él era el único que entendía el
mensaje ahí escrito y decía en uno de sus apartes:
“Si alguna vez acontece que este sagrado poema en que han puesto mano cielo y
tierra, tanto que han consumido mi cuerpo algunos años, vence la crueldad con que se
me aleja del dulce redil en que dormía yo como cordero enemigo de los lobos que le
mueven guerra, volveré con otra voz y con otro nombre, hecho y a poeta y ceñiré el
lauro junto a la fuente en que recibí bautismo;...” 1
-Me tiene que ayudar en algo –se le escuchó murmurar.
Cuando llegaron al Siseo del Cosmos, Oropel los esperaba en la puerta con una
mala noticia.
-¡Nos tienen! – exclamó desesperado mientras sostenía la puerta de abordaje -.
Hay un batallón de naves individuales rodeándonos, están por todos lados, el corredor
entre los asteroides está tapado. No tenemos salida –esperó un momento pero nadie más
apreció-. Y... ¿Naran? Señor, dónde está el teniente Naran.
Todos miraron atrás y esperaron un minuto, dos.
-No vendrá –respondió tajante piloto-, cierre la escotilla.
-¿Lo vamos a dejar?
-El quiso quedarse –respondió Hada ocultando su tristeza.
Piloto corrió a cubrir su puesto, tras él se fue Pastor y Hada, como ingeniera de
máquinas, se fue a mirar que todo funcionara, aunque estaba segura de que el equipo
estaba en perfectas condiciones.
A través del cristal panorámico, piloto y Pastor pudieron ver como el horizonte
ahora estaba plagado de pequeñas naves caza pilotadas por soldados, seguramente los
mejores y los más confiables, pues sólo aquellos que pudieran guardar el secreto de la
existencia de un planeta prohibido podrían estar ahí.
Pastor no necesitó ver al piloto ni preguntarle nada para saber qué iban a hacer,
se conocían de tanto tiempo atrás que hasta se podían leer la mente. Soltó los engranes
que los ataban a la navío de la federación y encendió los motores. Delante de ellos no se
veían más que pequeños cazas, los sensores mostraban que en la parte de atrás habían
más, a la derecha tenían el gran asteroide que los había cubierto todos esos días, a la
izquierda otros tantos, el único escape era por abajo. Descendieron unos metros tal y
como se había hecho antes en el volcán, pero esta vez en lugar de deslizarse hacia un

1
DANTE, La Divina Comedia. En este verso este poeta de la civilización anterior manifiesta su deseo de
regresar del exilio, quizás algo que entendió e hizo estremecer a este otro exiliado.
lado para entrar en una caverna, enfilaron directo hacia el laberinto de asteroides
danzantes y se metieron por él, tan rápido como la nave se los permitió.
Todo esto ocurrió en una fracción de segundo, suficiente para hacer que unos
cuantos de los soldados se aventuraran a ir tras ellos; los militares eran sin duda hábiles
en el manejo de sus naves, pero ninguno o muy pocos tenían la pericia de piloto para
maniobrar entre asteroides en movimiento, así como nadie conocía mejor que esos dos a
Siseo del Cosmos y sabían exactamente cómo le gustaba zigzaguear en relampagueantes
movimientos.
Pronto, la embarcación de los piratas había desaparecido de las pantallas de las
naves militares. Obligadas a retroceder admitían con su acto que la estratagema había
fracasado, pues aventurarse más adentro del círculo de asteroides sin saber qué
dirección tomar era demasiado arriesgado. Al llegar al corredor de donde habían partido
se encontraron con la mayor sorpresa de sus carreras, la TL-423 también había
desaparecido.
Aquel día más de un oficial perdió su uniforme. Días después se supo que el
comandante a cargo se había suicidado, no soportando la vergüenza de su destitución ni
la sensación de no ser que le oprimía el pecho desde el día q ue no pudo portar el
uniforme pues toda su personalidad se la daba el traje, todo su destino era dirigido por
él.

-Tenemos que hacer algo, Naran está perdido –exclamaba Hada con los ojos
llorosos, nadie pareció dispuesto a responder su perentoria petición . Permanecieron en
silencio hasta que Pastor habló.
-No sé cómo Hada, pero sé, en mi interior, que él está bien.
-Cómo estás tan seguro, por qué no hacemos algo. Si tú no haces algo, yo misma
voy a buscarlo.
-¡Por que es Naran, sólo por eso y se acaba aquí el asunto! Nos limitaremos a
esperar a que él regrese cuando lo crea conveniente –dicho esto se marchó de la gran
sala que se formaba naturalmente en la red de cavernas, donde solían reunirse.

Días más adelante se supo de un grupo de oficiales federados, salidos de no se


sabe dónde, que habían sido abandonados en un pequeño planetoide manejado por una
organización de agricultores, independientes de la federación. La nave, si es que ellos
manejaban alguna nave, nunca se vio, pero casi al mismo tiempo estalló un escándalo
promovido por las organizaciones sociales, quienes tuvieron noticia a través de la
Sociedad de Antropólogos de Sillik, la más importante y fuerte de toda la galaxia, sobre
los restos de una civilización inteligente que supuestamente había sido diezmada por
una fuerza superior. Lo escandaloso de todo, era que lo más probable fuera que esa
cultura hubiese sido atacada por una raza tan inteligente y tan superior en armas como
las que estaban incluidas en la Federación. Lo peor es que muchos rum oraban que se
trataba de un planeta del que se había apoderado por la fuerza una de las razas adheridas
recientemente. Bastó ese rumor para desestabilizar un poco la economía y así la
desconfianza se infiltró en todos los estamentos del gobierno.

Los miembros del Siseo del Cosmos no atendían a la cena que ese día sirvieron
en su honor en el comedor comunal, todos comían postre de frutas, pero aquel dulce
como todo en esa cena les trajo el sabor de un secreto desenterrado, lo que habían
encontrado en aquella nave les despertó un rumor del pasado, un recuerdo casi enterrado
en el olvido. Y por primera vez se pronunció el nombre de su raza en las reuniones
alrededor del fuego, y por primera vez, en muchos años, una mujer relató la historia de
un grupo de niños que vino de muy lejos huyendo de un hogar destruido y encontraron
refugio en un desierto extraño.
-¿Quiénes eran esos niños, madre?
-Se llaman, humanos.
El secreto mejor guardado había sido descubierto y ahora esos niños, ya
crecidos, podían disfrutar del sabor que ese reconocimiento traía a sus recuerdos ya
resecos por la sed de venganza.

Piloto, sólo en su lujosa habitación de la ciudad, meditaba y en su mente sólo


flotaba una frase, que como ocurría en los casos de mayor concentración,
involuntariamente pronunció.
-Tierra.

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