Identidad, Diversidad, Ciudadanía. Ticio Escobar
Identidad, Diversidad, Ciudadanía. Ticio Escobar
Identidad, Diversidad, Ciudadanía. Ticio Escobar
Presentación
Orientado a retomar el tema de las identidades en el contexto de nuevas discusiones
que demandan su reformulación, este trabajo consta de dos partes. La primera recapitula
rápidamente ciertos conceptos que entran en juego en el debate sobre este tema. Buscando
tomar como referencia la relación identidad-arte y entrelazando diversos modelos de
identidad, la segunda parte esboza un itinerario histórico del arte moderno del Paraguay.
Texto I
Más allá de la identidad
El giro
1
2
El retorno del pensamiento acerca de la identidad dio frutos por demás diversos.
Pero no demasiado divergentes entre sí: a la larga, todas las posturas sobre el tema
coinciden al menos en torno al cambio del concepto de identidad-sustancia por el de
identidad-constructo, lo que supone el desplazamiento desde una noción sustantiva a una
consideración pragmática del término. El colapso del sujeto cartesiano (el Sujeto, dueño del
lenguaje, centrado) producido a lo largo de la modernidad ha terminado por echar por tierra
el mito del privilegio unitario y racional de la subjetividad y ha preparado el campo para
comprender las identidades a partir de identificaciones y posiciones variables. Las
intersecciones producidas entre disciplinas diferentes resultaron decisivas para la
reformulación del concepto de identidad1. Estos cruces han aportado algunos de los
supuestos básicos del “giro identitario”: el fin de la idea de un centro unificador previo a la
historia y el reconocimiento de múltiples modelos de subjetividad capaces de asumir el
azar, el riesgo y la ambigüedad que plantean las diferentes posiciones y los juegos diversos
de lenguaje.
Por eso, las identidades no sólo aparecen hoy desprovistas de espesor metafísico;
también lo hacen despojadas de su aura épica. Si ya no existen identidades esenciales,
tampoco existen ya identidades motor-de-la-historia o responsables de sus grandes causas.
Este doble menoscabo promueve dispersiones. Ya se sabe que las identidades se afirman
desde emplazamientos particulares y se demarcan mediante el reconocimiento que hace una
persona o un grupo de su inscripción en un “nosotros” que lo sostiene. Pero esta inscripción
imaginaria y aquellas tomas de posición simbólicas tienen lugar en diversos niveles: la
clase social, la región, la ciudad, el barrio, la religión, la familia, el género, la opción
sexual, la raza, la ideología, etc. Entonces, las referencias de la práctica individual o
colectiva, los lugares de la memoria y el proyecto, se sitúan en dimensiones que no pueden
ser clausuradas en torno a una sola cuestión y que constantemente se superponen en varios
estratos vacilantes.
1
Hall encuentra cinco grandes descentramientos del sujeto ocurridos durante la alta modernidad (segunda
mitad del siglo XX): los producidos por el marxismo, el psicoanálisis, Saussure, Foucault y el feminismo.
Stuart Hall, Identidade Cultural. Coleçâo Memo. Fundaçâo Memorial da América Latina, Sâo Paulo, 1997.
2
3
2
Ernesto Laclau, Emancipación y diferencia, Ariel, Buenos Aires, 1996 y Política e ideología en la teoría
marxista, Siglo XXI, México, 1978. Ernesto Laclau y Chantal Mouffe. Hegemonía y estrategia socialista,
Siglo XXI, Madrid, 1987. Chantal Mouffe, El retorno de lo político. Comunidad, ciudadanía, pluralismo,
democracia radical. Paidós. Buenos Aires, 1999.
3
Slavoj Zizek, “Más allá del análisis del discurso” en Benjamín Arditi (coord.), El reverso de la diferencia.
Identidad y Política, Nueva Sociedad, Caracas, 2000, pág. 174. Refiriéndose al análisis de Zizek sobre el
trabajo de Laclau y Mouffe, Valentine dice que aquél ha observado que la teoría del sujeto de éstos “está
escindida por la coexistencia de dos concepciones del sujeto: una negativa, el sujeto como lo piensa el
sicoanálisis lacaniano, y otra positiva, el sujeto como entidad discursiva o posición de sujeto. Su propósito es
demostrar la primacía de la concepción lacaniana, pues sostiene que el sujeto discursivo es un mero
dispositivo ideológico que reprime el hecho traumático de que los individuos no pueden ser nunca quienes
ellos preferirían ser...” Jeremy Valentine, “Antagonismo y subjetividad” en Benjamin Arditi (coord.), op. cit.
pág. 206.
4
Mouffe, op. cit. pág. 109.
5
Ídem. pág. 112.
3
4
Identidades en jaque
Pero, a pesar de la flexibilidad que le otorga tanto descentramiento, no resulta tan
fácil sortear los tropiezos que trae aparejados la figura de la identidad. Ni resulta simple
desprender el término de sus venerables fundamentos, abrirlo a confrontaciones, soltarlo en
lances de lenguaje. Aunque cada vez más comprendida como concepto relacional y, por lo
tanto, dependiente de contextos y contingencias y sujeta a operaciones articulatorias
distintas, la idea de identidad tiende una y otra vez a volverse, autosuficiente, sobre sí y
hacer de sus contornos el límite de toda verdad y de sus demandas la medida absoluta de
toda práctica social. Este reduccionismo de lo particular deja la identidad fuera del juego de
las diferencias, del horizonte compartido por otros sectores con los que disputa o negocia
posiciones y concierta estrategias6.
6
Según Arditi, los “excesos endogámicos de la política de la identidad” conducen a un esquema particularista
cuyo esencialismo termina siendo “tan ilegítimo como el de la totalidad”. A partir del mismo, “todo, o casi
todo lo que no es enunciado desde un grupo particular, puede ser visto como un agravio para sus integrantes”.
Arditi, Benjamin (ed.). El reverso de la diferencia. Identidad y política, Nueva Sociedad, Caracas, 2000, pág.
9.
4
5
Las críticas de Jameson y Zizek deben ser aplicadas con cuidado a realidades de
regiones periféricas, a las que el concepto de “multiculturalismo” sólo conviene de manera
parcial y forzada. Es cierto que, en tales regiones, el estudio de la diferencia se encuentra
muy a menudo marcado por este concepto y es evidente que las prácticas identitarias
dependen cada vez más de la “universalidad” de un orden global basado en el mercado.
Pero las identidades corren una suerte diferente en los países de América Latina, cuyos
Estados nacionales ni siquiera lograron cumplir con eficiencia un rol mediador y cuya
diversidad debe ser asumida como un factor determinante para el análisis de sus culturas y
la ejecución de cualquier proyecto democrático. Aunque estas características comunes a los
países latinoamericanos no puedan ser concebidas en términos ontológicos, resulta evidente
7
Jameson, Fredric, “Sobre los Estudios Culturales”, en Fredric Jameson y Slavoj Zizek, Estudios culturales.
Reflexiones sobre el multiculturalismo, Paidós, 1998.
8
Slavok Zizek, “Multiculturalismo”, en op. cit., págs. 165 y 166.
9
Ibídem, pág. 164.
5
6
que ellas marcan contornos de alcance pragmático; quizá ese “aire de familia” al que,
retóricamente, se refiere Wittgenstein para nombrar formas no sustanciales de unidad.
Por otra parte, en América Latina resultan fundamentales tanto el momento de las
identidades como el de su articulación de cara a la cosa pública: en general, las historias de
sus países transcurren signadas por un agudo déficit de institucionalidad que involucra el
plano del Estado al igual que el de la sociedad; por eso, el fortalecimiento del tejido social
resulta tan necesario como la reforma del Estado. El hecho de que casi todos los otros
países de la región sean multiculturales y pluriétnicos acentúa la importancia del tema de la
diversidad y lo sustrae (debería hacerlo, al menos) de su tratamiento “multiculturalista”.
6
7
las figuras de suelo y frontera: las demandas de pueblos indígenas basadas en el derecho a
las tierras tradicionales; la descentralización estatal, la aplicación de políticas culturales a
nivel nacional y regional, la gestión sociocultural ligada a municipios y otras entidades
locales y las reivindicaciones que involucran temas ambientales, no pueden alegremente ser
“desterritorializadas”.
El tema de las identidades nacionales será tratado bajo este título presentando como
ejemplo el caso del Paraguay. Comencemos retomando la oposición entre formaciones
identitarias primarias (familiares, étnicas, etarias, de género, de clase, de estilo de vida, etc.)
e identidades secundarias (nacionales). Las primeras suponen una carga mucho más espesa
de vivencia existencial que las segundas, cuyos contornos se encuentran definidos por
ficciones jurídicas antes que por sedimentación de experiencia colectiva. Hoy, la
identificación con el relato nacional pocas veces adquiere aplicación más concreta que la
proveída por los emblemas patrióticos y la memoria oficial. Se despierta ante grandes
sucesos, como las guerras, que comprometen los destinos territoriales y la autonomía
política, o ante situaciones que involucran la autoestima, la seguridad o la economía general
en cuanto son administradas éstas por el Estado Nacional. También se percibe con nitidez,
aunque fugazmente, la silueta esquiva de la identidad nacional en circunstancias de
encuentros deportivos internacionales, competencias mundiales de fútbol, especialmente,
que condensan la emotividad colectiva en torno al sentido de pertenencia a un país
contendiente. Pero es difícil sentir el peso de imaginarios propiamente nacionales, es decir
crecidos desde procesos de construcción histórica compartidos por toda la población.
Sin duda, una divisa identitaria emblemática está constituida en el Paraguay por el
guaraní, lengua hablada por más del 80% de la población. El guaraní no sólo identifica
fuertemente a los paraguayos, ante los otros y entre sí, sino que exhibe las señales de una
historia que arranca desde antes de la historia. Desde ellas, repercute sobre la sensibilidad y
la expresividad colectivas, moldea el talante de diversas configuraciones culturales y, por lo
tanto, levanta un horizonte común sobre el que se recortan figuras y discursos diferentes.
De manera notablemente uniforme, el propio idioma español empleado en el Paraguay se
encuentra marcado por la sintaxis, la inflexión y el universo semántico enfocado por el
guaraní, hecho éste que caracteriza el hablar paraguayo y también funciona como un
distintivo identitario a nivel nacional. Por otra parte, la lengua guaraní permite modular
diversas inflexiones, registrar diferencias y administrar sutilezas referidas todas ellas a la
identidad. La oposición entre el ponombre personal de primera persona plural oré (que
deja fuera al interlocutor) y el ñandé (que lo incorpora) regula con flexibilidad el juego de
inclusiones y exclusiones que moviliza la confrontación de diferentes nosotros, cuyas
esclusas se abren o no según la variación de las posiciones enunciativas. Este dúctil
dispositivo ha sido reconocido y conceptualizado por varios estudiosos del tema de la
identidad10.
10
Benjamín Arditi, Line Bareiro, Ticio Escobar, José Nicolás Morínigo, José Carlos Rodríguez, entre otros.
7
8
Otro fondo sobre el que se proyecta la cuestión de las identidades nacionales tiene
que ver con ciertos movimientos compensatorios (o, aun, reactivos) de reafirmación de las
identidades nacionales que producen la globalización y los procesos de integración regional
(en el caso del Paraguay, el Mercosur). Tanto las intenciones unificadoras de éstos como la
expansión avasallante de las corporaciones transnacionales constituyen amenazas para las
identidades territoriales y obligan a replantear el sentido de lo nacional, cargado por la
crítica posmoderna de connotaciones meramente reaccionarias. Pero una vez liberado de
fundamentos esenciales, el concepto de identidad nacional puede servir para acotar ámbitos
de identificación colectiva con prácticas culturales cuyo desarrollo depende en parte de
políticas estatales. Desde este concepto puede demandarse al Estado que cumpla sus
obligaciones en el plano de la promoción cultural cuidando que esta instancia no signifique
una nueva operación de clausura de lo identitario nacional sobre sí.
11
Aunque utilice el guaraní como lengua principal, el Chaco paraguayo o Región Occidental, que cubre la
mayor parte del territorio nacional, tiene características peculiares que lo distinguen profundamente de la
Región Oriental. Configura un hábitat específico, es escenario de historias particulares, en gran parte zafadas
de la narrativa mestiza guaraní, y territorio de grupos indígenas cazadores-recolectores (no guaraníes) y de
pobladores inmigrantes diferentes a los orientales.
12
He desarrollado este tema en El mito del arte y el mito del pueblo, RP edic. y Museo del Barro, 1986, págs.
72 y sgtes.
8
9
La oposición
La primera cuestión que levanta el uso del concepto surge del hecho de las
posiciones distintas a través de las cuales se lo trata. Enunciada desde el discurso del centro
(el llamado “Primer Mundo”), la periferia ( o “el Tercer Mundo”) ocupa el lugar del otro.
Éste significa la inevitable espalda oscura del Yo occidental: el reverso de la identidad
original. Ambos términos son considerados como momentos definitivos: no pueden ser
conciliados porque la asimetría que los enfrenta está formulada en clave de disyunción
ontológica. Y si ocurriera una inversión simple en el contexto de ese esquema, “¿quién
sería entonces el otro?”, pregunta Coronil 13. Es decir, el otro no representa la diferencia
que debe ser asumida sino la discrepancia que debe ser enmendada; no actúa como un Yo
ajeno que interpela equitativamente al Yo enunciador: se mueve como el revés subalterno y
necesario de éste. Su contracara fatal.
13
Coronil, Fernando, “Más allá del occidentalismo: hacia categorías geohistóricas no imperiales”, en Casa de
las Américas, La Habana, enero-marzo de 1999, pág. 26.
9
10
Considerada según este esquema dualista, la identidad es atributo fijo del centro; la
otreidad, cualidad propia de la periferia. Ambas se encuentran trabadas entre sí en un
enfrentamiento esencial y especular que congela las diferencias. Tomemos como ejemplo el
caso del arte: la porfía de aquel esquema hace que, aunque proclame el centro el derecho a
la diferencia multicultural, el arte latinoamericano sea valorado en cuanto expresivo de su
alteridad más radical: lo exótico, original y kitsch, lo alegremente entremezclado con la
tradición indígena y popular, etc. Del macondismo y el fridakahlismo al nuevo estereotipo
del híbrido latinoamericano que usa pinturas corporales bajo camisas de Versace
(falsificadas, claro) y levanta instalaciones con residuos de ritos enigmáticos y fragmentos
de su miseria ancestral, transita una amplia gama de nuevos exotismos, ansiosos del gesto
más pintoresco y la más típica seña para cosificar al otro enunciándolo desde afuera.
Muchas veces los propios artistas latinoamericanos entran en ese juego: o bien desarrollan
una obra crítica concebida como pura inversión de las propuestas centrales (operación que
reproduce, en negativo, la asimetría) o bien especulan con la demanda mediática de
identidad y ponen en escena los clisés de su alteridad: actúan de diferentes según los
guiones del mainstream.
Transterritorios
Estrategias
Ahora bien, aunque ya no resulte adecuado fijar las diferencias identitarias en clave
de oposiciones lógico-formales (primera cuestión) ni en registro de territorio (segunda), es
obvio que la tensión centro-periferia sigue intacta. Es más, ha vuelto a crisparse de modo
imprevisto apenas comenzado este siglo. Las nuevas políticas de seguridad, promovidas
por los E.E.U.U. alteran unilateralmente grandes principios del orden mundial, de espaldas
a tratados, códigos y convenciones que aseguraban valores básicos de igualdad a mucho
10
11
14
Me refiero, por ejemplo, al tratamiento humillante que reciben los habitantes de países periféricos en los
aeropuertos norteamericanos: fichados como criminales y sometidos a interrogatorios e inspecciones
intimidantes. Estas discriminaciones exasperan los contornos de las identidades: los inflaman.
15
García Canclini afirma que la “globalización selectiva” restringe a las elites el derecho a la ciudadanía y
acelera las contradicciones entre los países periféricos y las metrópolis “donde se excluye a desocupados y
migrantes de los derechos humanos básicos: trabajo, salud, educación, vivienda. (Néstor García Canclini.
Consumidores y ciudadanos. Conflictos multiculturales de la globalización. Grijalbo, México, 1995, pág.
26). Por otra parte, “la concentración en Estados Unidos, Europa y Japón de la investigación científica y de
las innovaciones en información y entretenimiento, acentúa la distancia entre el Primer Mundo y la
producción raquítica y desactualizada de las naciones periféricas”. (Aut. cit. La globalización imaginada.
Paidós. Buenos Aires, 2000, pág. 24). Estas desigualdades exacerban las diferencias identitarias basadas en
posiciones centrales o subalternas: “solidarizan a las elites de cada país con un circuito internacional y a los
sectores populares con otro” (Aut. cit. Consumidores y ciudadanos... pág. 51).
16
En esta dirección, afirma Laclau que “... la identidad de las fuerzas opresivas tiene que estar de algún modo
inscrita en la identidad que busca la emancipación ..: ser oprimido es parte de mi identidad como sujeto que
lucha por su emancipación...” Ernesto Laclau, Emancipación y diferencia. Ariel, Buenos Aires, 1996, pág. 38.
11
12
No se trata pues de impugnar o aceptar lo que viene del Norte porque venga de allí,
sino porque conviene o no a un proyecto propio. Sobre este supuesto, la negociación se
vuelve instrumento cotidiano de las identidades en la difícil arena global: permite (exige)
crear sistemas de alianzas provisionales, apropiarse de imágenes o discursos ajenos,
desconocerlos, tergiversar su sentido o reinscribirlo en otro lugar, renovar las tácticas de la
presión y los argumentos de la protesta, replegarse para buscar un flanco mejor de
acometida.
Identidad regional
17
Jelin se refiere a esta cuestión sosteniendo que “los cambios en las formaciones identitarias (los
cruzamientos entre identidades de género, de clase o de función social, por un lado, y las identidades
nacionales, por otro) producen una combinación de cambios en los marcos interpretativos (en la esfera
nacional, regional o global) y en las oportunidades políticas que se abren (o se cierran) en el proceso
Mercosur”. Elizabeth Jelin. “Novas identidades e integraçâo cultural. Cidadania, movimentos sociais e
Mercosul” en José Álvaro Moisés y otros. Cultura e democracia, Volumen 3, Ediçôes Fundo Nacional de
Cultura, Río de Janeiro, 2002, pág. 49 (Traducción del autor).
12
13
Identidades globales
18
Véase, Gerardo Caetano y Jorge Balbis, “Mercosul, identidades sociais e sociedade civil: sindicatos,
empresarios, cooperativas e ONGs” en José Álvaro Moisés y otros, op. cit. pág. 57.
13
14
Hay otro tipo de identidades mundiales que se afirma fuera de esta escena trágica.
Al lado de las identidades de consumidores conformadas por públicos, audiencias y
clientelas y diferenciadas en targets, es decir, formateadas massmediáticamente, se perfilan
nuevos modelos de ciudadanía global21. Por ejemplo, la invasión de Irak generó, como
nunca lo había hecho antes un acontecimiento histórico, un “nosotros” mundial
antibelicista. Esta identidad duró lo que la guerra, o un poco más, pero sirvió para fijar
posiciones que permiten entrever la posibilidad de una esfera pública transnacional donde
se negocien posiciones sobre el fondo de acuerdos éticos básicos y en pos de los grandes
19
El discurso globalizador, dice García Canclini, “recubre fusiones que suceden entre pocas naciones. Lo que
se anuncia como globalización genera interrelaciones regionales, alianzas de empresarios, circuitos
comunicacionales y de consumidores de países europeos, América del Norte o la zona asiática”. Y más
adelante: “Este conjunto de cambios tecnológicos y mercantiles (la globalización) sólo adopta formas globales
cuando se establecen mercados planetarios de las comunicaciones y del dinero, tras agotarse la división
bipolar del mundo”.Néstor García Canclini, La globalización imaginada, Paidós, México, 1999, págs. 32 y
45.
20
Stuart Hall encuentra que la globalización produce dos tendencias contradictorias en el ámbito de lo
identitario: el descentramiento, el dislocamiento y el hibridismo de las identidades, por un lado y, “ por otro, y
exactamente al mismo tiempo, el resurgimiento de los nacionalismos y el retorno de formas fijas de identidad
y otros particularismos culturales y étnicos, como una respuesta defensiva ante la globalización”. Op. cit.,
pág. 60.
21
Las identidades generadas en torno al consumo no son precisamente incompatibles con la construcción de
ciudadanía; considérese al respecto la figura de consumo activo o apropiativo desarrollada por Néstor García
Canclini en Consumidores y ciudadanos. Conflictos multiculturales de la globalización, Grijalbo, México,
1995, y en La globalización imaginada, op. cit.
14
15
intereses colectivos desdeñados por la razón mercantil (como la protección del medio
ambiente y el respeto de los derechos humanos). Así, diversas formaciones sociales
independientes, provistas de grados diferentes de estabilidad y consistencia institucional,
entretejen mundialmente redes participativas de solidaridad y debate y crean comunidades
interactivas online, foros de discusión estratégica, movimientos de presión ante gobiernos u
organismos internacionales, asociaciones inter-ciudades o fundaciones transnacionales de
apoyo al desarrollo sociocultural, etc.; figuras todas ellas, entre otras, que anudan líneas
tangenciales de acción ciudadana y permiten imaginar nuevas tramas de lo público global.
22
José Luis Brea, El Tercer Umbral, Estatuto de las prácticas artísticas en la era del capitalismo cultural,
Cendeac, Murcia, 2004, págs. 20-23.
23
Op. cit. pág. 30.
24
Op. cit. pág. 31.
25
Paolo Virno, “Virtuosity and Revolution: The Political Theory of Exodus” en Radical Thought in Italy. A
Potential Politics, Paolo Virno y Michael Hardt, edits., Minneapolis-London, University of Minnesota Press,
1996.
26
Toni Negri y Michael Hardt, Imperio, Paidos, Barcelona, 2002.
15
16
27
En Flavia Costa, “Entre la diferencia y el éxodo; una entrevista con Paolo Virno” en Suplemento Cultural
del Diario Clarín, Buenos Aires, 19, enero, 2002.
28
Nicolás Casullo, “Sobre Paolo Virno: ¿Qué es lo que políticamente nos está sucediendo en la Argentina?”,
en Revista de Crítica Cultural, Nº 24, Santiago de Chile, Junio 2002.
16
17
Articulaciones
La integración social, fundamental para nuestras sociedades frágiles y dispersas, es
resultado de una tarea de construcción política, que concierne tanto a la sociedad civil,
principio de iniciativa social, como al Estado, responsable del rumbo colectivo. En esta
faena las identidades tienen una injerencia decisiva: encapsuladas, devienen factores
socialmente disolventes; enmarcadas en una empresa solidaria, resultan proveedoras de las
muchas imágenes, deseos y sombras que dan espesor y arraigo a la institucionalidad
democrática. Regresemos, pues, al ámbito de las identidades sectoriales y al desafío
fundamental que se plantea a éstas: la necesidad de que las mismas trasciendan sus
intereses particulares y sean inscriptas en la esfera pública: que se vinculen a proyectos
éticos orientados al interés colectivo.
17
18
Me remito al autor citado para un desarrollo de este tema; acá interesa retener y
recalcar la posibilidad de desconstruir el concepto clásico de ciudadanía liberal (derechos
abstractos a la igualdad concretados en el voto) y permitirle abrirse a la diversidad, asumir
la diferencia y, entonces, devenir también ciudadanía social, cultural, racial, étnica, etc.31
La ciudadanía es considerada, así, no como status formal, plenamente constituido de modo
a priori, sino como una construcción histórica y contingente que supone la participación
política de diversas identidades particulares32. Estas se alían entre sí, compiten, luchan,
negocian y dirimen sus conflictos en un terreno delimitado por el horizonte de la res
pública. Mouffe trabaja la intersección de los conceptos de identidad y ciudadanía
reformulando el universalismo de ésta en clave de función articulatoria. Propone
comprender el mismo concepto de ciudadanía como una identidad política, en cuanto se
29
García Canclini propone abrir el concepto de ciudadanía a la diversidad multicultural para
desustancializarlo y liberarlo de una acepción estatizante y del peso de un juridicismo abstracto. De este
modo, tal concepto no hablará sólo “de la estructura formal de una sociedad” sino que podrá abarcar “las
prácticas emergentes no consagradas por el orden jurídico, el papel de las subjetividades en la renovación de
la sociedad”. Néstor García Canclini, Consumidores y ciudadanos... op. cit. págs. 20 y 21.
30
Alejandro Vial. “Introducción. El Paraguay en un mundo global; retos, desafíos y oportunidades” en A.
Vial (coordinador), Cultura política, sociedad civil y participación ciudadana. El caso paraguayo, CIRD,
Asunción, 2003, pág. 36.
31
Para una complejización mejor del concepto de ciudadanía, véase Line Bareiro “Ciudadanía y Derechos
Humanos en Clave Femenina”, artículo no publicado que recoge el debate desarrollado por la autora como
hipertexto para el Seminario del PRIGEPP: Democracia/s, ciudadanía y Estado en América Latina. Análisis
de género de los caminos recorridos desde la década del ´80 y futuros posibles.
32
Este concepto de ciudadanía diversa puede ser confrontado con el de “ciudadanía plena” manejado por Line
Bareiro y Jane C. Riquelme en Nuevas Voceras de la ciudadanía plena, Centro de Documentación y Estudios,
Documento de Trabajo Nº 47, Asunción, 1998, págs. 33 y sgtes.
18
19
crea a partir de la identificación con la res pública. Esa identidad supone la existencia de
diversos intereses particulares que aceptan las reglas de juego de los intereses públicos. “En
este caso, la ciudadanía... es un principio de articulación que afecta las diferentes
posiciones subjetivas de los agentes sociales ...aunque reconociendo una pluralidad de
lealtades específicas...”33. El modelo de articulación que Mouffe ha trabajado con Laclau
sostiene que criticar la idea de ligazones esenciales entre las identidades no significa negar
los constantes esfuerzos para establecer entre ellas vínculos históricos, contingentes y
variables. “Este tipo de vínculo que establece una relación contingente, no predeterminada,
entre varias posiciones es lo que designamos como articulación”34. La articulación cuenta,
así, con un estatuto básicamente discursivo, capaz de enlazar provisionalmente las
diferentes posiciones de sujeto.
Sobre este contexto oscuro se ha avanzado, sin embargo bastante, con relación a los
tiempos aciagos de la dictadura. Desde lo ganado en el plano de las libertades cívicas podrá
alentarse la posibilidad de desarrollar formas participativas y solidarias que amplíen
efectivamente el espacio de la ciudadanía y lo proyecten desde el ámbito electoral a niveles
socioculturales diversos. Y este “esfuerzo prometeico” puede alimentarse de la energía
33
Chantal Mouffe. El retorno de lo político. Comunidad, ciudadanía, pluralismo, democracia radical,
Paidós, Buenos Aires, 1999, pág. 101.
34
Ídem, pág. 112.
35
Carlos Martini, “Transición política y económica. Una mirada política a la Transición” en Alejandro Vial
(coord.), op. cit. pág. 199.
19
20
vital de las identidades y puede crecer con el afán de inscribir la diferencia en un proyecto
que parece zozobrar, pero se mueve.
Capítulo II
Identidades, arte, modernidades. Un caso
Introducción
Este capítulo aborda la cuestión de la identidad trenzándola con otros temas: el de
la producción artística y el de la modernidad. A partir de este expediente traza un
esquemático itinerario que cruza al sesgo la modernidad artística en el Paraguay y
desemboca en los tiempos actuales36.
El arte
Con la tarea de afirmar el espacio público, figura que cierra el capítulo anterior, el
arte tiene una cuenta antigua. Un compromiso que ha sobrevivido al desprestigio de las
utopías, aunque lo haya hecho en detrimento de sus pretensiones mesiánicas y sus aires
universalistas. Las formas del arte trastornan el tiempo social y hacen entrever otras
dimensiones suyas: permiten reelaborar el peso denso de la memoria, diferir, dilatar o
condensar la vivencia del presente y desplazar o anticipar futuros; instauran un espacio para
el deseo; inventan un nombre, efímero, para lo que no puede ser dicho; imaginan una cifra,
imposible, para el silencio o la falta. Estas formas oscuras, extrañas, cuya trama resulta
indispensable para renovar el sentido colectivo, se nutren de puntos sensibles de la
experiencia social; las identidades son algunos de ellos.
Las identidades son buenas productoras de imágenes: las necesitan para que la grey
se reconozca en ellas. Son expertas, así, en precipitar asociaciones, vincular figuras
disímiles, retener o desviar la percepción de las cosas; en fin, son versadas en oficios
contiguos a los del arte, que para representar lo real debe ingeniárselas mediante artificios
variados. Por eso la producción estética se encuentra señalada por retóricas particulares: es
distinguible un estilo propio de sectores específicos, de localidades y regiones, de
comunidades diversas, parcialidades indígenas y asentamientos rurales. Las identidades
36
Redactado en 1999, este artículo fue parcialmente revisado en el año 2003, básicamente a los efectos de
insertar en él referencias breves a los acontecimientos que impactaron el concepto de identidad luego del año
2001. Sin embargo, puesto que se mantuvo el esquema original del texto, éste traza un panorama rápido de
las artes visuales del Paraguay que alcanza sólo hasta mediados de la década de los noventa.
20
21
Pero los desacoples que obran entre las formas del arte y las realidades que
representan ellas traen otros desencuentros. Apoyado en identidades, conectado a
experiencias directas y memorias locales, el arte parece expresar con mayor facilidad el
momento de la diferencia que el de la unidad; o, por lo menos, el de la cohesión
comunitaria antes que el de la social (en términos hegelianos, el de la identificación
primaria antes que el de la secundaria). Por eso, su desafío mayor de cara a lo público
coincide con el reto que tienen las identidades ante esa misma cuestión: enlazar recuerdos
21
22
Modernidades
El artículo Modernidades paralelas, que integra este mismo texto, encara otros
momentos de la modernidad; ahora serán considerados sólo aquellos que involucran la
cuestión identitaria, entendida ésta como juego de las diferencias que inquieta la
producción del arte o como tema de sus preocupaciones principales.
22
23
Dilemas
De alguna manera, esa dualidad expresaba la doble dependencia que sufría la bisoña
modernidad paraguaya, cuyos referentes identitarios se encontraban condicionados no sólo
por las hegemonías metropolitanas sino por los subcentros regionales. La producción
cultural de Asunción dependía de Buenos Aires y luego, progresivamente, de Sâo Paulo,
ciudades que se repartían la tarea de remendar un conflicto insalvable. Ubicados en puntos
extremos de ese conflicto, ambos polos coqueteaban con la posición contraria, pero resulta
claro que el universalismo constructivista rioplatense apostaba a lo internacional, mientras
que el arte brasilero se inclinaba hacia el lado de la identidad nacional y la naturaleza
propia y demostraba una preocupación mayor por las cuestiones sociales. Desconcertada,
Asunción vacilaba entre ambas posiciones: fue alternadamente formalista y contenidista y,
en forma sucesiva, proclamó tanto su reconocimiento del origen como su ansiedad por
sintonizar el horario mundial.
23
24
La década de los años 60 marcó un punto fuerte de tensión entre las matrices
identificatorias nacionales e internacionales. Ubicados todos en torno a la moderna
preocupación por el sentido histórico de sus obras, unos artistas entendían que la tarea
consistía en expresar los contenidos singulares de la experiencia local, el “pulso telúrico”;
otros, que radicaba ella en promover formas actualizadas y abiertas al cosmopolitismo
vanguardista. La década terminó con la hegemonía cosmopolitista: el ritmo local se apagó
ante los pasos retumbantes de vanguardias internacionales agresivas. Y seductoras: aún los
más comprometidos con las identidades propias asumieron, en algún momento de sus
itinerarios, una posición innovadora, “actualizada”: la otra cara de la identidad proclamada.
La impulsada por el avance de la comunicación masiva, el arrebatado optimismo en la
tecnología, en el desarrollismo, en la nueva sede neoyorkina de las luces ilustradas.
Componendas
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configuraciones particulares pues, aunque las síntesis se pretendan claras, de hecho, los
acuerdos entre lo propio y lo ajeno devienen turbias mezclas, emulsiones confusas,
provisionales. Y pocas veces triunfa el discurso en estas ocasiones nebulosas, aunque
observe el derrotero de la Razón lejana.
Por eso, este momento genera dos formatos contrapuestos de identidad. El primero
de ellos, el modelo sintético de identidad recién enunciado, asegura el aire reflexivo que
estaba precisando esta etapa para reponerse del shock de la modernidad y digerir las
bruscas innovaciones de los años 60. (Además, la acelerada internacionalización de la
economía paraguaya, así como cierto ocasional dinamismo suyo, había impulsado la
consolidación de un mercado de arte y fomentado la apertura de una escena calma). Las
tendencias conceptuales, hegemónicas por entonces, vieron un ambiente propicio en ese
tiempo dispuesto a estabilizar los procesos que lo habían constituido, consolidar sus
recientes conquistas modernas y zanjar los conflictos que podían estorbar su marcha. Por
eso, este modelo de identidad no trabajaba (como lo hace el arte actual) la romántica
crispación de tensiones irremediables: insistía en la conciliación y la coincidencia,
ocurridas en el curso de una evolución predestinada.
Una parte de la producción artística comenzó a asumir una posición crítica ante la
dictadura. Y lo hizo no tanto denunciando los infortunios de ese periodo ingrato cuanto
proponiendo imágenes capaces de movilizar sus representaciones congeladas por el mito
oficial. Pues bien, esa posición antidictatorial actuó como el segundo eje de identidades,
sobrepuesto al que sostenía el enfrentamiento entre lo propio y lo ajeno. Pero si los
términos de este enfrentamiento eran entre sí conciliables, los polos del binomio dictadura-
antidictadura se mantuvieron en tensa oposición: no podían ser concertados mientras durase
el conflicto que rasgaba su propia historia.
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Tránsitos
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Es que aquellos ámbitos han perdido sus fronteras y han visto invadidos sus
exclusivos cotos por la irrupción de cuestiones enteramente extraartísticas. Este hecho
explica la importancia que adquieren los nuevos modelos de identidad para los sectores
artísticos contemporáneos: en parte, éstos se autodefinen en clave identitaria: asumen
pautas específicas de identificación (la crítica de la cultura hegemónica) y ocupan
posiciones en torno a la afirmación de sus particularidades. Juan Acha llamaba “minorías
productoras de cultura” a los grupos que, con un sentido transgresor, retoman el proyecto
del arte erudito (los sucesores de las vanguardias). Estos sectores operan, con dificultad, en
un escenario fuertemente competitivo ocupado por manifestaciones culturales provenientes
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de diverso origen, ya fueren tradicionales (la cultura popular, las Bellas Artes), ya
contemporáneas (las industrias culturales, los medios de comunicación masiva, la
publicidad y el diseño). Con relación a estas últimas, los productores de cultura crítica
erudita conforman verdaderas minorías identitarias y podría resultar ventajoso que sean
tratados como tales: avasallados por regímenes productivistas, estos reductos de la
experimentación y el pensamiento crítico deben ser resguardados en su diferencia
(básicamente por políticas culturales). Y deben serlo no sólo ante el avance arrollador de
las formas rentables prohijadas por la globalización sino ante la permanencia de un
pensamiento oscurantista que impugna, por minoritario, el régimen ilustrado. Tanto como
otras formas de producción simbólica, el arte erudito contemporáneo aporta perspectivas
indispensables para renovar el sentido colectivo; aun restringidas y lastradas por el elitismo
de sus orígenes aristocráticos y liberales, sus haceres son necesarios: constituyen reservas
críticas y principios de experimentación, innovación y ruptura que discuten los contornos
de una sensibilidad satisfecha y repercuten sobre el cuerpo social impidiendo que sus
representaciones coincidan en modelos concertados. Es difícil encontrar fuera de estas
figuras amenazadas fuerzas capaces de replantear los códigos establecidos por la
hegemonía del mercado.
Los retos
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políticas democráticas. Del cumplimiento de este requisito dependerá que la cuestión de las
identidades no desemboque en los nuevos particularismos mesiánicos (y los nacionalismos
fanáticos) que irrumpen hoy como defensas ante la homogeneización global. Y que no sirva
de motivo a las nuevas guerras santas del fanatismo religioso o ideológico o la codicia
desesperada del capital.
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