Afrontamiento Del Estres
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Afrontamiento Del Estres
FACULTAD DE SALUD
DEPARTAMENTO DE ENFERMERÍA
MODELIZACIÓN DE ROLES EN ENFERMERÍA
Tomado de http://docencia.udea.edu.co/enfermeria/psicologiadesarrollo/paginas/afron_los_recursos.htm
¿Qué es el estrés?
Cuando en su libro Stress Without Distress ( Estrés sin distrés ), Hans Selye (1974) se preguntaba “¿qué es estrés
?”, contestaba así: “Todo el mundo lo ha experimentado, todo el mundo habla de él, pero pocas personas se han
tomado la molestia de tratar de establecer qué es el estrés realmente… En las reuniones sociales escuchamos
discusiones sobre el estrés de los ejecutivos, el producido por el desempleo, por los problemas familiares, por la
polución, o por la muerte de un familiar… Pero la palabra “estrés” como “éxito”, “frasco”, o “felicidad”, significa
cosas diferentes para personas diferentes, de forma que definirlo es muy difícil.
El hombre de negocios que está bajo una constante presión de sus clientes y empleados, el controlador de trafico
aéreo que sabe que un momento de distracción por su parte puede significar la muerte de centenares de personas,
el atleta que desea ganar una carrera y el marido que ve impotente como su mujer muere lenta y dolorosamente de
cáncer, todos ellos sufren estrés. Los problemas con los que se enfrentan son totalmente diferentes, pero la
investigación médica ha mostrado que en muchos aspectos el cuerpo responde de una forma estereotipada, con
idénticos cambios bioquímicos, esencialmente producidos para afrontar cualquier tipo de aumento de las demandas
que se planteen a la máquina humana”.
Lo que Selye hace en este párrafo es subrayar lo que el pensaba que era fundamental, lo que se ha llamado
“respuesta de estrés”, entendiendo el estrés como respuesta. Sin embargo, no es la única acepción posible.
El concepto de estrés fue tomado de las ciencias físicas. En las investigaciones sobre las propiedades elásticas de
los materiales sólidos, “estrés” significaba la presión externa o fuerza aplicada a un objeto, mientras que “tensión”
significaba la distorsión interna o cambio en el tamaño o forma del objeto. Esta relación entre “estrés” y “tensión”
pueda expresarse cuantitativamente (por ejemplo, en Kg por Cm2) midiendo la fuerza que actúa sobre un área
unida del material. Esta relación, que depende de la estructura molecular del material, define la elasticidad y
resistencia del mismo ante las fuerzas que actúan sobre él.
A comienzos del siglo XX, el médico británico William Osler equiparo “estrés” y “tensión” con “trabajo duro y
preocupación”, y apuntó que podía existir una relación entre esas condiciones somato psicológicas y el desarrollo
de las enfermedades coronarias. Al considerar equivalente el estrés con el trabajo duro y la tensión con la
preocupación, Osler estaba aplicando las definiciones usadas en la física a los problemas del comportamiento
humano. Esta preocupación inicial por el estrés se centró fundamentalmente en la respuesta biológica del
organismo humano frente a los acontecimientos vitales que le plantean demandas excesivas. En el primer tercio de
nuestro siglo, Walter Cannon (1929; 1932) proporcionó una descripción básica de cómo el cuerpo reacciona ante
las emergencias, ante un peligro. El organismo responde preparándose para atacar a la amenaza o para huir de
ella, por eso se ha denominado a esa reacción “respuesta de lucha o huida”. Cuando esta respuesta se da, el
sistema nervioso simpático estimula las glándulas adrenales del sistema endocrino para que excreten epinefrina,
que activa el organismo. Según Cannon esta activación podría tener consecuencias positivas y negativas: es una
respuesta adaptativa porque prepara al organismo para que responda rápidamente al peligro, pero el estado de alta
activación puede ser perjudicial si se prolonga. Se entendía, pues, el estrés como una reacción de alarma que
perturbaba el equilibrio interno del organismo, conceptualizado como “sobrecarga”. Esa ruptura del equilibrio
interno (homeostasis) se suponía causalmente relacionada con la enfermedad. Ese concepto de estrés fue
recogido y desarrollado por Hans Selye. Para Selye (1956; 1976; 1985), el estrés es una “respuesta general del
organismo ante cualquier estímulo estresor o situación estresante”. Lo entiende como una respuesta especifica en
sus manifestaciones, pero inespecífica en su causa, puesto que cualquier estímulo podía provocarla. Al investigar
qué ocurre cuando la situación de estrés se prolonga, Selye descubrió que la respuesta de “lucha o Huida” es sólo
1
. Tomado de: Rodríguez Marín, Jesús. Psicología social de la salud. Madrid: Síntesis S.A. 1995.
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la primera de una secuencia de reacciones fisiológicas (alarma, resistencia y claudicación), que denomino
Síndrome General de Adaptación (SGA).
El primer estadio en el SGA es la reacción de alarma, que corresponde a la respuesta de “lucha o Huida”. Su
función es movilizar los recursos del organismo activándolo a través del sistema Simpático-adrenal concretándose
en “aumento de la TA, la frecuencia cardíaca, la glucógenolisis y la lipólisis, la disminución en la secreción de
insulina y el aumento en la secreción de ACTH, de hormona de crecimiento, de hormona tiroidea y de esteroides
adrenocorticales” (Valdés y Flores, 1985). Pero el organismo no puede mantener esta activación intensa durante
mucho tiempo. Si el estrés sigue siendo intenso o inevitable y ese nivel inicial de activación se mantiene, el
organismo puede morir. Si la situación estresante se mantiene, pero no es tan grave como para causar la muerte,
entonces la reacción fisiológica entra en una fase de resistencia (segundo estadio). Durante esta fase el organismo
intenta adaptarse al estresor. La activación fisiológica disminuye algo, manteniéndose por encima de lo normal.
Podemos mostrar pocos signos externos de estrés, pero nuestra capacidad para resistir a nuevos estresares está
debilitada. De acuerdo con Selye, una consecuencia de ello es que el organismo se torna crecientemente
vulnerable a problemas de salud (úlcera, Hipertensión, asma, y enfermedades que siguen al daño del sistema
inmune). Si al activación fisiológica se prolonga debido a la presencia prolongada o repetida del agente estresor,
entonces la reservas de energía del organismo para resistir se van reduciendo hasta llegar a un punto en el que
comienza el tercer estadio, la fase de agotamiento o claudicación. En esta fase, la enfermedad se torna muy
probable, y puede ocurrir la muerte. El modelo de Selye proporciona un teoría general de las reacciones del
organismo ante una gran variedad de estresares, una forma de pensar sobre la interacción entre los factores
ambientales y fisiológicos; y nos proporciona también unmecanismo fisiológico que explica la relación entre le
estrés y la enfermedad. Sin embargo, las investigaciones posteriores han demostrado que su teoría tenía
limitaciones importantes.
En primer lugar, el modelo de Selye no dejaba lugar a la valoración psicológica delos acontecimientos estresores,
cuya importancia ha subrayado la investigación posterior (Mason, 1975). En segundo lugar, su concepción del
estrés como “respuesta inespecífica” no ha sido mantenía por la investigación posterior, que ha puesto de relieve la
necesidad de tomar en cuenta, de nuevo, los procesos psicológicos. Una razón para ello, es que algunos
estresores provocan una respuesta emocional más fuerte que otros. Y las respuestas que incluyen un fuerte
componente emocional se corresponden con estresores que desencadenan una cantidad mayor de cortisol,
epinefrina y norepinefrina (Mason, 1975). Por ello, el organismo no responde a todos los estímulos de una forma
absolutamente inespecífica. La segunda razón es que los procesos de valoración del estímulo parecen jugar un
papel importante en la reacción fisiológica ante el estrés, y, por tanto, en la definición misma de éste. Así,
actualmente las definiciones del estrés coinciden en entenderlo como “una transacción entre la persona y el
ambiente”, o una situación resultante de la interpretación y valoración de los acontecimientos que la persona hace.
Este concepto “transaccional” de estrés es el generalmente aceptado en la actualidad (Cox, 1978; Cox y Mackay,
1981; Lazarus y Folkam, 1986; Stotland, 1987; Trumbull y Appley, 1986). Desde este punto de vista el estrés es la
condición que resulta cuando las transacciones entre una persona y su ambiente la conducen a percibir una
discrepancia (real o no) entre las demandas de la situación y sus recursos biológicos, psicológicos o sociales. En
palabras de Lazarus y Folkman (1986, 43), el estrés psicológico es “una relación particular entre el individuo y el
entorno que es evaluado por éste como amenazante o desbordante de sus recursos y que pone en peligro su
bienestar.” Nos encontramos, pues, con un proceso psicológico complejo con tres componentes principales: una
situación inicial en la que se produce un acontecimiento que es potencialmente perjudicial o peligrosa
(“acontecimiento estresante” o “estresor”); un momento siguiente en el que el acontecimiento es “interpretado”
como peligroso, perjudicial o amenazante; y, finalmente, una activación del organismo, como respuesta ante la
amenaza, que se caracteriza como una “respuesta de ansiedad”. Cuando se produce un acontecimiento
estresante, se altera el equilibrio del organismo (la homeostasis). Esta alteracióncomienza con la percepción del
estresor, que puede ser interno o externo.
La alteración del equilibrio del organismo puede deberse a las características del estresor o su percepción por parte
de la persona. El organismo reacciona a esta alteración con respuestas adaptativas automáticas, o con acciones
adaptativas que son potencialmente concientes y dirigidas a una meta. La secuencia completa de situación-acción,
incluyendo sus consecuencias (positivas o negativas), es denominado episodio estresante por Perrez y Reicherts
(1992). La estructura de los episodios consiste en aspectos de la situación objetiva que son subjetivamente
percibidos, seguidos por respuestas a esta percepción, y por los resultados de esta respuesta.
En el episodio estresante, por tanto, nos encontramos con un acontecimiento o situación que “exige” (demanda) un
esfuerzo por parte del sujeto para poner en marcha sus “recursos de afrontamiento” biológicos, psicológicos y
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sociales. Así cuando hablamos de las “demandas” de una situación nos estamos refiriendo a la cantidad de
recursos que el estresor parece requerir. Cuando el ajuste entre las demandas de la situación y sus recursos no es
adecuado (cuando resulta un “saldo” negativo de recursos), entonces se produce una discrepancia. Esa
discrepancia puede ser real o percibida. Finalmente, la valoración de las discrepancias entre demandas y recursos
se produce en nuestra “transacciones” con el entorno.
A esa valoración se refiere Lazarus (Lazarus y Folkman, 1986) con el nombre de evaluación cognitiva. La
evaluación cognitiva es un proceso mental mediante el cual evaluamos dos factores: si las exigencias de la
situación amenazan nuestro bienestar; y los recursos disponibles para responder a tales demandas. Lazarus y
Folkman (1986) denominan a la evaluación del primer factor la evaluación primaria (aquella mediante la cual la
persona juzga el significado de una transacción especifica con respecto a su bienestar) y a la del segundo factor,
evaluación secundaria (aquella mediante la cual las personas evalúan sus recursos y opciones de afrontamiento
del estresor.) la evaluación secundaria es, pues, la evaluación de los recursos y opciones de afrontamiento.
Responde a la pregunta ¿Qué puedo hacer? Y es crítica cuando hay una evaluación primaria de daño, pérdida,
amenaza o desafío. En la apreciación secundaria se evalúan los recursos de afrontamiento (que incluyen recursos
físicos, sociales, psicológicos y materiales) con respecto a las demandas de la situación. Los dos procesos están
relacionados. En algunas ocasiones la evaluación secundaria de nuestros recursos limitados o nuestra debilidad
puede conducir a una evaluación primaria de una situación como amenazante. Así pues, estos procesos no
necesariamente ocurren en el orden que su denominación sugiere. Entre ambas formas de evaluación se
determina el significado de cada “transacción”. En el caso de la apreciación primaria los autores citados distinguen
La “amenaza” se refiere a aquellos daños o pérdidas que no han ocurrido todavía pero que se prevén, de forma
más o menos inminente. Finalmente, el “desafió” se refiere a un juicio del encuentro o de la transacción, como
potencialmente superable si se movilizan las fuerzas necesarias para ello. Las evaluaciones primarias de
daño/pérdida, amenaza y desafió no son necesariamente mutuamente excluyentes. La pérdida de un miembro, por
ejemplo, implica danos actuales y amenazas potenciales, tales como tener que ir a recuperación y rehabilitación,
cambio de trabajo, etc. De la misma manera, las apreciaciones de amenaza y desafió no son tampoco mutuamente
excluyentes. Un ascenso en el empleo, por ejemplo, es probable que sea juzgado como productor de ganancias en
conocimientos y destrezas, responsabilidad, y recompensas económicas; pero, al tiempo, implica el riesgo de no
ejecutar las funciones del nuevo puesto lo suficientemente bien. El ascenso se puede interpretar, pues, como un
desafió y como una amenaza. Las evaluaciones de daño/pérdida y amenaza se caracterizan por su asociación con
emociones negativas, tales como el miedo, la ira o el resentimiento, mientras que la evaluación de un
acontecimiento como desafiante se caracteriza por emociones placenteras, tales como la excitación, la
impaciencia, el ansia o la ilusión.
Fuentes de estrés
Hay una variedad de fuentes de las que puede prevenir el estrés que pueden ser clasificadas según al sistema al
que pertenezcan (Sarafino, 1990): la persona, la familia, la comunidad y la sociedad.
Otra de las fuentes más importantes personales de estrés es la enfermedad. Me referiré a ella específicamente en
otro capítulo.
La diversidad de contextos sociales a los que pertenecemos son así mismo productores de estrés en muchas
ocasiones. El contexto laboral es, probablemente, el de mayor relevancia entre los adultos, mientras que el escolar
lo suele ser para los niños y jóvenes. Con respecto a los estresares laborales José
M. Peiro (1992) ha distinguido “estresores del ambiente físico” (ruido, vibración, iluminación, temperatura, higiene,
Toxicidad, condiciones climatológicas, y disponibilidad y disposición del espacio físico para el trabajo); “demandas
estresantes del trabajo” (trabajo por turnos y trabajo nocturno, sobrecarga de trabajo, exposición a riesgos y
peligros); “contenidos del trabajo” (oportunidad para el control, oportunidad para el uso de habilidades, variedad de
las tareas, feedback de la propia tarea, identidad de la tarea y complejidad del trabajo); “estrés por desempeño de
roles”; estrés por relaciones interpersonales y grupales”; “estrés relacionado con el desarrollo de la carrera”;
“estresares deliberados de las nuevas tecnologías”, y, finalmente, “estresares derivados de la estructura y del clima
organizacionales”. Naturalmente, la pérdida del empleo, así como la jubilación, son muy frecuentemente fuentes de
estrés.
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Nivelación de estresores
Además de los diferentes tipos de fuentes de estrés posibles, podemos distinguir tres niveles diferentes de
estresores:
1- Acontecimientos vitales importantes, como, por ejemplo, un ataque al corazón, o la muerte del
esposo/a. Tales acontecimientos ocurren a menudo de forma súbita, requiere reajustes importantes en el
estilo de vida, y representan típicamente un período inicial de choque seguidos de un período de reajustes
gradual.
2- Tensiones vitales persistentes, como por ejemplo, dificultades en las relaciones ocupacionales, sociales
o interpersonales que persisten, y que no se resuelven ni rápida ni fácilmente. Aquí se puede incluir la
insatisfacción con las relaciones matrimoniales, con el tipo de empleo, o con las condiciones de trabajo.
Este tipo de tensión puede ser de alguna manera autoinducida (por ejemplo, uno puede haber elegido un
mal empleo), o puede ser parte de un entorno socioeconómico en el que el individuo es una víctima (por
ejemplo, una persona pudo haberse visto forzada a aceptar un mal empleo a causa de la discriminación
sexual o racial.
3- Estrés producido por problemas cotidianos que se presentan, se resuelven y son reemplazados por
otros. Podemos pensar en problemas cotidianos que sin causar un nivel alto de tensión, son muy
persistentes, y acaban por producir un efecto estresante alto.
La dimensión del “locus” (tanto casual, como de control) están muy relacionados con la autoestima y las emociones
(Weiner, 1986).
Por ejemplo, las atribuciones internas del fracaso se asocian a emociones relacionadas con la auto estima (como la
vergüenza), mientras que las atribuciones externas se asocian a emociones no relacionadas con la autoestima
(como la ira). Por su parte, la teoría reformulada de la indefensión aprendida asocia al afecto depresivo a la
percepción de incontrolabilidad y no a la dimensión de “locus casual” (Abramson, Seligman y Teasdale, 1978). No
basta que una persona este sometida a acontecimientos negativos incontrolables para que se produzca la
“indefensión aprendida”. Debe producirse también una atribución interna de la causalidad de tales acontecimientos.
La segunda dimensión, la “estabilidad”, permite distinguir entre causas inestables e inestables. Las personas que
experimentan acontecimientos negativos incontrolables valoran si la situación es producto de una causa estable o
temporal (inestable). Cuando más estable la perciban tanto mas probable será que genere indefensión. La tercera
dimensión distingue entre causas “globales” y “especificas”. Podemos pensar, por ejemplo, que no somos capaces
de aprobar un examen de química porque tenemos una “voluntad muy débil”, o porque “la química se nos da mal”.
Finalmente, Lazarus y Folkman (1986) señalan como relevantes las creencias existenciales, como la fe en Dios, en
el destino, o en algún orden natural en el universo. Son creencias generales que capacitan a la persona para darle
un significado a la vida, incluso a las experiencias negativas y para mantener la esperanza. Desde eso punto de
vista, las creencias existenciales y los compromisos parecen similares, pero no lo son. Las creencias hacen
referencia a lo que pensamos que es verdad, tanto si nos gusta como si no, si lo aprobamos como si no; mientras
que los compromisos reflejan valores, es decir, lo que consideramos deseable. Los compromisos tienen una
cualidad motivacional emocional, mientras que las creencias son naturales afectivamente. Lo cual no quiere decir
que no tenga ninguna relación con la emoción o la motivación. De hecho, pueden estar asociadas (como hemos
visto) a emociones, a su vez relacionadas con el compromiso de una persona respecto a una situación o
transacción particular.
Hay, naturalmente otros factores personales que influyen en la experiencia del estrés. Entre los que se incluyen en
el ámbito de la personalidad, y que han recibido mayor atención están, la dureza (“hardiness”) y el denominado
“patrón de conducta tipo A”. La “dureza” aglutina a las siguientes características de la personalidad: sentido de
control personal (semejante al locus de control interno), sentido de implicación con los sucesos, actividades y otras
personas de nuestra vida, y sentido de desafió, es decir, la tendencia de la persona para considerar los cambios
como incentivos u oportunidades para crecer y mejorar, mas que como amenazas a su seguridad. De acuerdo con
Kobasa (1979), las personas sometidas a estrés que tiene un gran sentido de control, compromiso y desafió,
sufrirán menos impactos y permanecerán más sanas que otras con personalidad menos “firme”.
A su vez, el “patrón de conducta Tipo A” integran tres características (Friedman y Rosenman, 1974): orientación de
logros competitivos (las personas con este patrón de conducta tienden a ser muy autocríticos y a esforzarse mucho
por conseguir sus metas, sin acompañar sus esfuerzos con sentimientos de alegría); urgencia temporal (esas
personas parecen estar luchando permanentemente contra el reloj, son muy intolerantes con los retrasos, con las
pausas improductivas, e intentan hacer mas de una cosa a la vez, etc.); y sentimientos de ira y hostilidad (estas
personas experimentan sentimiento de ira y hostilidad que no necesariamente se manifiestan). De acuerdo con los
estudios al respecto, las personas con un patrón de conducta Tipo A responden mas rápidamente y con mas fuerza
a los estresores, interpretándolos frecuentemente como amenazas a su control personal. Además, el propio patrón
comportamental puede incrementar la probabilidad de transacciones estresantes (Byrne y Rosenman, 1986). Los
factores situacionales incluyen las características distintivas objetivas del acontecimiento o situación y las
dimensiones objetivas de la situación. Entre las características distintivas objetivas del estresor hay que distinguir si
se trata de un acontecimiento de pérdida (remoción de una fuente deseada de refuerzo positivo), o castigo
(ocurrencia de una situación aversiva). Entre las dimensiones objetivas de la situación se pueden señalar: la
valencia de la situación (su potencialidad estresante inherente); su controlabilidad (las oportunidades de control
inherentes a la situación); su mutabilidad (la probabilidad de que la situación cambie por si misma); su ambigüedad
(el grado en que la situación carece por sí misma de suficiente información como para que podamos hacernos una
idea clara de ella); su potencial de ocurrencias o recurrencia (la capacidad de ocurrir o volver a ocurrir inherente a
la situación); su momento o cronología respecto al ciclo vital (momento de la vida de una persona en que ocurre el
acontecimiento).
Naturalmente todas estas características pueden ser consideradas también como “dimensiones subjetivas” de las
situaciones, si pensamos que todas ellas han de ser “percibidas” por la persona. En cualquier caso, podemos
añadir además una característica de la situación que es subjetiva, tal como la familiaridad (es decir, la medida de
nuestra experiencia personal con la situación).
En el último extremo, y básicamente, es la percepción de tales características lo que trasforma al acontecimiento en
estresante, al menos en el caso de los organismos humanos. Aunque una situación sea por si misma generalmente
negativa para la mayoría de nosotros, siempre habrá alguien que no la perciba como tal.
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En suma, podemos decir, que probablemente los acontecimientos negativos producirán mas estrés que los
positivos; los acontecimientos incontrolables o impredecibles más que los controlables o predecibles; los ambiguos
más que los claramente definidos; los inmutables más que los que se pueden cambiar. La influencia de las otras
características es más relativa. En cualquier caso, lo importante aquí es que esa percepción-interpretación es
básicamente producto de factores psicosociales. Como es sabido, los factores sociales y culturales tienen un papel
relevante en los procesos de integración y transformación de la información.
Nuestra percepción esta determinada por el ecosistema en que vivimos, y sobre todo el subsistema social al que
pertenecemos.
La respuesta inicial a una situación de estrés es la activación fisiológica. Esta reacción fisiológica puede
considerarse bien descrita por el modelo de Selye, al que ya hemos referido. El estrés implica una sobre activación
biológica promovida por la acción funcional del sistema reticular (Valdés y Flores, 1985). La actividad del sistema
simpático incrementa la presión sanguínea, la tasa cardíaca, el pulso, la conductividad de la piel, y la respiración.
Además las respuestas endocrinas de las glándulas adrenales colaboran en el aumento de esa actividad, al
excretar altos niveles de catecolaminas (espinefrina y norepinefrina) de corticosteroides (sobre todo cortisol). Se
produce además una disminución de la actividad intestinal, una mayor dilatación bronquial, vasoconstricción
cutánea y vaso dilatación muscular. En suma, el organismo se prepara para consumir una energía necesaria para
la confrontación con el estímulo amenazante, para la “lucha o huida” (Valdés y Flores, 1985).
En segundo lugar, se producen respuestas cognitivas. Entre ellas hay que considerar no solo los resultados de
la evaluación cognitiva de la que hemos hablado, es decir la percepción de características perjudiciales o
amenazantes en el conocimiento de que se trate, si no también respuestas involuntarias como la incapacidad para
concentrarse, trastornos en la ejecución de tareas cognitivas (Cohen, 1980), o la aparición de pensamientos,
intrusivos, repetitivos (Horowitz,
1976). Efectivamente, un nivel alto de estrés trastorna nuestra memoria y nuestra atención en el curso de una tarea
competitiva. Estresores como el ruido crónico pueden, no solo perturbar la atención, sobre todo en niños, sino
llevarlos a déficit cognitivos generalizados en cuanto que tienen dificultades para saber que sonidos deben atender
y a cuales no.
En estas situaciones los niños se adaptan siendo cada vez menos atentos a los sonidos, pero esta estrategia de
adaptación al estrés trastorna su desarrollo de algunas habilidades académicas (Cohen, 1980).
En tercer lugar encontramos una amplia gama de reacciones emocionales ante el estrés. Usamos, de hecho
nuestro estado emocional para evaluar el nivel de estrés que experimentamos. Como ya apunte, el proceso de
evaluación cognitiva esta muy ligado al tipo de emoción que se produce, porque implica una “rotulación” u otra de
activación fisiológica experimentada. La emoción no solo refleja la activación fisiológica, sino otros contenidos de
naturaleza cognitiva y evaluativa, que se vinculan, a su vez, al contexto social y cultura de la persona (Torregrosa,
1982). Las reacciones emocionales ante el estrés incluyen el medio, la ansiedad (angustia), La excitación, la ira, la
depresión y la resignación.
En cuarto lugar, el estrés provoca un amplísimo número de respuestas comportamentales, que dependen
naturalmente del acontecimiento estresor y de su percepción por el sujeto. Todas ellas pueden organizarse en
torno a tres que son básicas en cualquier organismo animal que se enfrenta con una amenaza; aproximación
(lucha), evitación (huida) e inmovilización. El estrés produce, además, cambios en la conducta social de la persona.
Así, cuando la repuesta emocional al estrés es la ira, entonces las conductas sociales negativas aumentan. La ira
tiende a aumentar la agresión durante las experiencias estresantes. Los malos tratos a niños por parte de sus
padres pueden explicarse, en gran medida, por esta relación. La experiencia de un acontecimiento estresante
(como una seria discusión en el ámbito laboral) Puede poner al padre en grave riesgo de perder el control, en la
medida en que esta muy airado, de forma que un nuevo acontecimiento estresante menor (como el correteo
ruidoso del niño por la habitación) puede desencadenar la conducta agresiva de golpearlo (Kolbe et al., 1986).
Tal como apunté al hablar del concepto de estrés, una buena parte de las respuestas al estrés tiene como meta
funcional la recuperación del equilibrio biopsicosocial del organismo. En la medida en que se ejecutan más o
menos concientemente con ese fin se consideran respuestas de afrontamiento, y las trataré a continuación.
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Los recursos de afrontamiento son los elementos y/o capacidades, internos o externos con los que cuenta
la persona para hacer frente a las demandas del acontecimiento o situación potencialmente estresante. De
acuerdo con la clasificación que he mencionado, cabe distinguir:
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1) Físicos/Biológicos, que incluyen todos los elementos del entorno físico de la persona (incluyendo su propio
organismo biológico) que están disponibles para ella. Por ejemplo, ciertos factores relacionados con la salud
biológica más inmediata (mal nutrición, por ejemplo) indudablemente están relacionados con la respuesta
fisiológica a los estresores. Entre los recursos físicos pueden contarse también los “ambientes físicos”. Ejemplos de
recursos físicos son la salud biológica, la energía y la resistencia de la persona, pero también el clima, o la
estructura física de su vivienda o del ambiente en el que se ubica.
2) Psicológicos/psicosociales, que van desde la capacidad intelectual de la persona hasta su sentido de
autoestima, nivel de independencia o autonomía, y sentido del control. Los recursos psicológicos incluyen las
creencias que pueden ser utilizadas para sostener la esperanza, destrezas para la solución de problemas, la
autoestima y la moral.
3) Culturales, que tienen que ver con las creencias de la persona y con los procesos de atribución causal. Tales
creencias, normas, valores, símbolos, vienen dadas por la cultura del individuo. La salud y la enfermedad, por
ejemplo, no solo son condiciones o estados del individuo humano considerado tanto en cuanto a su personalidad
como a sus niveles orgánicos; son también estados valorados y reconocidos institucionalmente en la cultura y en la
estructura social de pertenencia.
4) Sociales, que incluyen la red social del individuo y sus sistemas de apoyo social, de los que se pude obtenerse
información, asistencia tangible y apoyo emocional. Este tipo de variedades relacionadas con el sistema de apoyo
social parecen ser cruciales para la capacidad de afrontamientos del estrés. Incluyen ingresos adecuados,
residencia adecuada, satisfacción con el empleo. Se incluyen aquí también la red de apoyo social disponible para el
sujeto. Precisamente el apoyo social parece uno de los recursos de afrontamiento más importantes con respecto a
la enfermedad en general, y a la enfermedad crónica en particular. El apoyo social puede incluir los recursos
materiales tangibles como dinero, instrumentos y equipo (Folkman et al., 1979; Schaefer, Coyne y Lazarus, 1982).
Lo trataremos especialmente en uno de los capítulos siguientes.
Dentro de los recursos sociales podemos incluir también, los elementos que tienen que ver con los compromisos
(Lazarus), y fundamentalmente consistente en la forma personal de interpretar un papel social (obligaciones de rol
y medida en que el sujeto se considera comprometido). A su vez, la representación de los papeles sociales esta
determinada por el diseño social específico de tales roles. Sin la gama de papeles sociales en el repertorio del
sistema social, la persona carecería de una serie importante de elementos para afrontar acontecimientos
estresantes.
En segundo lugar, en la literatura de los años recientes sobre el estrés y afrontamiento hay una perspectiva común
y muy coherente que se basa en dos categorías centrales; ya mencionadas antes, para entender el concepto de
afrontamiento de un acontecimiento estresante: aproximación y evitación.
En su forma más simple, este par de categorías se refiere a dos orientaciones Básicas hacia el acontecimiento
estresante (dos formas de afrontar el estrés): la lucha o la huida. Ambos conceptos se pueden utilizar para
proporcionar una estructura teórica coherente para la comprensión del afrontamiento del estrés, y para enmarcar
una revisión de la literatura sobre el afrontamiento eficaz. Ambas estrategias no se excluyen una a otra, es decir,
las personas no se caracterizan simplemente como aproximadoras o evitadoras, puesto que casi todas usarán
alguna estrategia de cada categoría. Esto es lo que parece más plausible: aunque haya evidencia de que en
algunas situaciones las personas tienen una fuerte preferencia por las respuestas aproximativas o por las
evitativas, es probablemente verdad que, en general, el uso de estrategias evitativas y aproximativas no es
mutuamente excluyente. Pueden ser utilizadas de forma combinada de muchas maneras.
Así pues, encontramos un segundo eje (que se puede dominar “de método”) que permite establecer otras dos
formas generales de afrontamiento: afrontamiento aproximativo y afrontamiento evitativo. El afrontamiento
aproximativo incluye todas aquellas estrategias de confrontación y enfrentamiento del problema que está
generando el distrés, o a las emociones negativas concomitantes. El afrontamiento evitativo incluye todas
aquellas estrategias cognitivas o comporta mentales que permitan escapar de, o evitar, la consideración del
problema o a las emociones negativas concomitantes.
Se podría añadir aquí, de acuerdo con Perrez y Reicherts (1992), un afrontamiento pasivo, cuando se omite toda
acción, y se permanece en situación de duda o espera.
En tercer lugar se puede introducir una tercera dimensión sobre la base de tipo de proceso que se hace intervenir
en la respuesta de afrontamiento, y que permite distinguir dos categorías más de afrontamiento: afrontamiento
comportamental y afrontamiento cognitivo. Las estrategias en la categoría de afrontamiento cognitivo implican
un intento de tratar con los problemas mediante cogniciones. Por ejemplo las personas pueden decirse a si mismas
que no vale la pena preocuparse por el problema, o que se resolverá en poco tiempo (“minimización”); o pueden
centrar su atención en los aspectos positivos de la situación o dirigir su atención hacia otras cosas (distracción);
pueden usar procesos de comparación selectiva para asegurarse a sí mismos que las cosas podrían ser peor o que
en algunos aspectos están mejor que otras personas (comparaciones sociales); o pueden intentar reinterpretar la
situación de forma que se perciba como no problemática (reestructuración). Finalmente, los procesos de auto
control para afrontar el problema pueden incluir el recuerdo de los éxitos previos (realce de la eficacia), el pensar
sobre las consecuencias positivas o negativas de la realización de una conducta no deseada (consideración de
consecuencias) o en algunos casos, simplemente el decirse uno a sí mismo que no haga algo (fuerza de voluntad).
Algunos autores (Will & Shiffman, 1985), distinguen una categoría denominada aceptación o resignación, basada
en la creencia de que no se puede hacer nada (o no se debería hacer nada) respecto del problema que se afronta,
y que en consecuencia simplemente debe aceptarse la situación hasta que vengan tiempos mejores. En mi opinión,
este tipo de estrategia puede clasificarse perfectamente como “cognitivas”.
Las Estrategias que caen dentro de la categoría del afrontamiento comportamental implican el intento de tomar una
decisión y cambiar la situación problemática, llevando a cabo conductas que la persona supone adecuadas para
ello. Por ejemplo, la estrategia denominada “solución de problemas” supone la búsqueda y reunión de información
relevante para el problema, la evaluación de los cursos de acción alternativos, y la decisión por un curso concreto
de acción. La “acción directa” implica hacer intentos de cambiar directamente la situación problemática, o mediante
negocios o compromiso con otras personas. La “retirada” o “escape” supone abandonar físicamente una situación
problemática o evitarla. La “conducta asertiva” consiste en la capacidad para aplicar de forma apropiada conductas
asertivas a situaciones sociales.
La “búsqueda de apoyo social” es un proceso en que los individuos buscan activamente ayuda de otras personas,
bien hablando sus problemas con alguien que tenga confianza (apoyo emocional), bien buscando ayuda
económica, física, etc. Las personas pueden, también realizar conductas alternativas incompatibles con la conducta
problemática (“conductas alternativas”).
Otra estrategia de afrontamiento comportamental, como la “relajación”, incluye varios métodos de obtener
relajación mediante ejercicios de relajación muscular, meditación o métodos de control de estrés. Para finalizar, una
estrategia denominada “búsqueda de “placer” puede definirse como un intento activo de proporcionarse
experiencias positivas mediante el entretenimiento, las actividades sociales o del ocio.
En cuarto lugar, podemos distinguir dos tipos más de respuestas de afrontamiento si atendemos al “momento” en el
que se emiten: anticipatorias restaurativas. Las primeras se ejecutan antes de la ocurrencia del acontecimiento
estresante, y las segundas después de la ocurrencia del acontecimiento estresante. Es decir, las respuestas de
afrontamiento pueden ejecutarse como un comportamiento preventivo de los acontecimientos estresantes que se
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esperan que ocurran (como una manera de manejar tales acontecimientos), o bien como un comportamiento
restaurativo del equilibrio psicosocial una vez que se haya producido la respuesta estrés (la cual, como se ha dicho,
es producto de una apreciación de desequilibrio entre las demandas de la situación y nuestros recursos) ante el
acontecimiento o situación (Will y Shiffman, 1985).
El afrontamiento anticipatorio o preventivo implica conductas de solución de problemas (afrontamiento
comportamental), que ayudarían a prepararse para el acontecimiento demandante, esfuerzos para cambiar la
interpretación o la importancia percibida de una situación (afrontamiento cognitivo), y esfuerzos para evitar la
ocurrencia de acontecimientos estresantes, que puede ser tanto afrontamiento comportamental (por ejemplo, evitar
asistir a una reunión en donde sabemos que nos encontraremos con una persona con la que nuestra relación no es
buena), como afrontamiento cognitivo (por ejemplo, distracción de pensamientos o detención de pensamientos).
El afrontamiento restaurativo implica el uso de estrategias cognitivas y comporta mentales para habérselas con las
dificultades en la medida que los acontecimientos se van presentando. Puede incluir el uso de solución de
problemas de forma directa, o de destrezas sociales para traer eficazmente con situaciones problemáticas, o el uso
de estrategias cognitivas de minimización de reacciones emocionales productivas o el ejercicio de auto control.
Este tipo de afrontamiento (el restaurativo) incluye, pues, una diversidad de estrategias para habérseles con las
secuelas de acontecimientos estresantes. La solución de problemas puede aplicarse a limitar el daño causado por
el acontecimiento, o para tratar de evitar que el estresor se vuelva a producir. Las personas pueden realizar
actividades que distraigan su preocupación acerca del problema. Las re-evaluaciones cognitivas del acontecimiento
pueden utilizarse para restaurar la autoestima, o el nivel de auto eficacia percibida.
Finalmente, en quinto lugar, si nos fijamos en la amplitud o grado de generalidad de las respuestas podríamos
clasificarlas en generales/globales o especificas. Es decir, se pueden ejecutar conductas con una finalidad “global”,
que permitan reducir o manejar categorías de estresores, o se pueden ejecutar conductas que específicamente
pretendan manejar un estresor específico. Por ejemplo, puedo aplicar mis “técnicas de solución de problemas”
recién aprendidas para intentar manejar el estrés que me produce el tener una avería en mi automóvil, durante la
noche en una carretera secundaria, pero también puedo utilizarlas en muchas mas ocasiones en que me enfrento
con una situación problemática. Por el contrario, si he aprendido específicamente a reparar motores de gasolina,
sólo podré ejecutar respuestas de “reparación” en ese momento y ante esa situación estresante específica. Parece
claro, por otro lado, que las categorías señaladas constituyen un repertorio potencial de respuestas de
afrontamiento, de las que cualquiera o todas ellas, pueden ser usadas por un individuo para vérselas con un
problema particular. Deben ser enmarcadas dentro del modo propuesto que considera al afrontamiento como un
proceso dinámico multidimencional y biopsicosocial en el cual los individuos estresados intentan resolver
problemas prácticos, un sentido de autoestima positiva y mantener su estado bioquímico y fisiológico en un
equilibrio óptimo. Dentro de este modelo debemos esperar una considerable variedad en las estrategias de
afrontamiento usadas por los individuos en las diferentas situaciones y frente a distintos tipos de problemas. Ello no
significa que no podamos detectar consistencias o a lo largo del tiempo en la probabilidad del uso de estrategias de
afrontamiento concretas, en algunas personas que tengan un repertorio relativamente amplio de estrategias y que
usen algunas de ellas con más frecuencia.
Como se ha dicho, “el afrontamiento del estrés es un proceso dinámico”, y sus orientaciones básicas pueden variar
en primacía a lo largo del tiempo para un individuo, y pueden estar presentes en cualquier momento particular. En
consecuencia, también un individuo puede tener una preferencia consistente hacia una u otra orientación, o cruce
de categorías, incluso frente a restricciones situacionales que parecen “exigir” otra respuesta. En cualquier caso, se
puede hablar de ciertos factores determinantes de la selección de las respuestas de afrontamiento que la persona
pone en marcha cuando se produce un episodio estresante.
Por lo que se refiere a las respuestas concretas, la selección de una respuesta de afrontamiento en particular pude
depender de varios factores.
Un primer determinante de la conducta de afrontamiento es la gravedad percibida del estresor, de forma que
cuando los estresores son más graves y más directamente relevantes para los objetivos o metas de una persona,
se puede predecir que evocara una mayor variedad de respuestas de afrontamiento.
inmutable evocará estrategias de afrontamiento orientadas hacia la reinterpretación cognitiva de la situación y hacia
la minimización del estado efectivo negativo evocado por el estresor (usando drogas, por ejemplo).
Un tercer factor determinante es la remediabilidad percibida. En la medida en que la persona juzga que la
situación es remediable pondrá en marcha estrategias de afrontamientos como al solución de problemas, búsqueda
de apoyo social, búsqueda de consejo profesional, etc. Si tales destrezas le faltan y evalúa la situación como
irremediable puede acudir a otro tipo de conductas como uso de drogas o la pasividad.
La manera cómo las personas llevamos a cabo estas elecciones es algo que todavía esta por estudiar, pero que
pude estar relacionado con “estilos de afrontamiento”, o con dimensiones de personalidad básica. Es posible
también que las respuestas de afrontamiento varíen con la naturaleza de la situación estresante. Por ejemplo,
situaciones sociales versus situaciones individuales.
Un cuarto factor posible en la determinación de la elección de una respuesta de afrontamiento es
esencialmente una consideración instrumental: la dificultad o costo de la respuesta de afrontamiento.
Algunas respuestas requieren más esfuerzos, o más perseverancia, que otras. Si todo lo demás se mantiene igual,
es de esperar que las personas elijan una respuesta que implique menos esfuerzos a otras que impliquen más
esfuerzos. De forma análoga, algunas respuestas (por ejemplo, escapar de una situación) son socialmente más
visibles que otras, y algunas personas probablemente preferirán cursos de acción que sean menos visibles a otras
que pueden causar desaprobación social (por su “visibilidad”).
1) La eficacia adaptativa puede ser evaluada en los dominios fisiológicos, psicológicos, o social. Pude diferir
en dada uno de ellos. Por ejemplo, en situaciones de estrés, muchas personas prefieren ser activas. Sin embargo,
ser activas puede reducir el distrés psicológicos a costa de incrementar el trastorno fisiológico. ¿Hay que considerar
el mayor riego de enfermedad un resultado más importante que la moral psicológica o el logro en la comunidad? La
respuesta requiere una elección entre valores.
2) Un segundo problema importante es el momento temporal en que se produce la respuesta. Por ejemplo, la
negación puede ser útil para unos padres, cuyo hijo esta muriendo de leucemia, durante el periodo de tiempo
previo a la muerte del niño, pero su uso puede causar un aumento de problemas psicológicos después de la muerte
del niño. Así, los efectos a corto y a largo plazo del proceso de negación pueden ser muy diferentes.
La pauta encontrada en el trabajo de Mullen y Suls (1982) es la siguiente: las estrategias de evitación fueron
eficaces cuando la medida de los resultados fue inmediata o a corto plazo, mientras que las estrategias de
aproximación fueron más eficaces cuando las medidas de resultados fueron a largo plazo (desgraciadamente los
efectos medidos a corto y a largo plazo no lo fueron con los mismos sujetos). Resultados análogos han sido
revisados por Lazarus (1983). La evitación a menudo a una forma válida de afrontamiento durante el periodo inicial,
cuando los recursos emocionales son limitados.
3) Un tercer problema es que la eficacia adaptativa de cualquier estrategia de afrontamiento sólo puede
determinarse tomando en cuenta el contexto.
Una estrategia puede que trabaje bien en un contexto pero no en otro. Por ejemplo, Cohen y Lazarus (1973)
sugieren que la negación puede ser un mecanismo efectivo para los pacientes de cirugía de hernia voluntaria. Pero
puede ser una estrategia maladaptativa, por ejemplo, para los pacientes que se enfrentan a operaciones que ponen
en peligro su vida, tales como las de cirugía extracorpórea, en las que su uso puede aumentar el delirium
postoperatorio.
4) Un cuarto factor a tomar en cuenta es el de la coherencia entre las condiciones objetivas del contexto y
la conducta de afrontamiento que se realiza.
Por ejemplo, el control habilidad de aspectos de la situación estresante. Hay datos que apoyan la hipótesis de que
la evitación es mejor que la aproximación si a la situación es incontrolable, mientras que la aproximación permite
sacar ventajas de las oportunidades para el control, si éstas se presentan. En una revisión de 1983, Lazarus (1983)
concluyó que la eficacia del afrontamiento depende de la controlabilidad de la situación.
Por ejemplo, en enfermedades como el asma, la diabetes y el cáncer, que requieren conductas de vigilancia (auto-
observación, por ejemplo) para un diagnostico o tratamiento apropiados, la aproximación resultaría una estrategia
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eficaz; por el contrario, en otras enfermedades como la parálisis, la aproximación no produce ninguna ventaja,
mientras que la evitación sirve para reducir la ansiedad y la depresión.
Un trabajo de Miller y Mangan (1983) sirve para ilustrar el contenido de la educación entre el estilo de afrontamiento
y ciertas exigencias de las situación estresante. Estos autores compararon pacientes quirúrgicos que prefirieron
evitar información estresante con otros que tendieron a buscarla, usando dos condiciones de tratamiento: mayor y
menor cantidad de información prequirúrgica.
Los sujetos que tendían a buscar información cuya condición de tratamiento fue mayor cantidad de información
prequirúrgica, fueron los que obtuvieron mejor índice de recuperación.
Los sujetos que preferían evitar la información con la misma condición de tratamiento fueron los que obtuvieron un
índice menor de recuperación.
Respecto a la evitación, parece claro que tal estrategia puede servir para reducir el estrés y la ansiedad, y permite
un gradual reconocimiento de la amenaza. Puede servir para reducir el estrés y la ansiedad, y permite un gradual
reconocimiento de la amenaza. Puede proporcionar el tiempo necesario para la asimilación de la información
estresante y para la movilización de esfuerzos para cambiar el entorno o proporcionar protección. El uso parcial o
mínimo de la evitación puede conducir a un aumento de la esperanza y el coraje. A larga distancia, las
consecuencias positivas de la evitación consisten en facilitar la aproximación. Incluso en situaciones incontrolables
donde no hay posibilidad de conducta instrumental, la reducción de estrés y ansiedad proporcionada por la
evitación puede no ser productiva si no permite la asimilación y resolución del trauma. En estos casos, los
beneficios poténciales de las estrategias evitativas dependen del uso simultáneo o alternativo de las estrategias
aproximativas.
Los beneficios potenciales de la aproximación son grandes. En cualquier situación en que haya posibilidad de
aceptar y manejar la naturaleza de una amenaza, la acción apropiada es contingente de las estrategias
aproximativas.
Sin embargo, hay también costos potenciales asociados a la aproximación y a la evitación:
a) A la aproximación se asocia un incremento del estrés. Cuando no hay posibilidad de cambiar la situación o de
asimilar emocionalmente la amenaza, la aproximación puede conducir a una preocupación excesiva, que consume
tiempo y no produce.
b) A la evitación se asocian: (1) la interferencia con la acción apropiada cuando existe la posibilidad de aceptar la
naturaleza de una amenaza; (2) la parálisis emocional; y (3) conductas evitativas disruptivas cuando hay un intento
consistente o inconsistente de mantener las condiciones v amenazantes fuera de la conciencia.
Todo lo cual nos lleva a pensar que un proceso de afrontamiento no es siempre o constructivo o destructivo en sus
consecuencias, sino que sus costos y sus beneficios dependen de la persona, su momento y el contexto de estrés.