La Verdadera Historia de La Separacion de 1903: Olmedo Beluche
La Verdadera Historia de La Separacion de 1903: Olmedo Beluche
La Verdadera Historia de La Separacion de 1903: Olmedo Beluche
SEPARACION DE 1903
Reflexiones en torno al Centenario
Olmedo Beluche
PANAMA
2003
1
972.87
B414 Beluche, Olmedo
La verdadera historia de la separación de 1903. Reflexiones en torno al Centenario/
Olmedo Beluche. – Panamá: Imprenta ARTICSA, 2003.
150p.; 21 cm.
ISBN 9962-02-358-0
1. PANAMA – HISTORIA 2. PANAMA – HISTORIA – SEPARACION DE COLOMBIA,
1903 3. INTERVENCION NORTEAMERICANA
A mis padres:
2
Tita, quien me legó su tenacidad, y
Olmedo, que me enseñó el camino
del marxismo y su ética.
3
INDICE
4
LA VERDADERA HISTORIA DE LA SEPARACION DE 1903
Hemos querido contribuir a la conmemoración del Centenario de la República con una reflexión
crítica de los acontecimientos que nos separaron de Colombia. El enfoque que damos a nuestro
análisis seguramente será chocante para muchos, pues rompe con la visión usual de este
fragmento de la historia panameña. Pedimos al lector paciencia y poner mucho cuidado con las
citas bibliográficas que sustentan nuestras afirmaciones.
Probablemente el título de este ensayo sonará pretensioso, pero de ninguna manera es nuestra
intención presentarnos como supremos detentadores de la verdad histórica. Pero no evadimos la
polémica, ya que del debate serio es que nace el conocimiento. Ningún aporte científico está
exento de polémica, al menos en sus inicios, y esto es mucho más cierto en la Ciencia Social, de
la cual consideramos a la Historia parte sustancial.
Quien crea que de la historia panameña está todo dicho se equivoca. A nuestro juicio, hay
muchos e importantes aportes que recién han aparecido a la luz pública en los últimos diez años,
los cuales no han sido incorporados a la enseñanza de la Historia formalmente, ni mucho menos
aceptados por la “historia oficial” que se cuenta en nuestras escuelas y universidades.
Aún queda mucho por esclarecer y redescubrir de nuestro pasado, sobre el cual se han
vertido cientos de páginas interesadas en difuminar los hechos o cubrirlos con un velo, como reza
el Himno Nacional, para que la cruda realidad no aflore proque ello no conviene a los
detentadores del poder político y económico.
Este ensayo es un pequeño aporte para la gran labor que espera a nuestros jóvenes
historiadores, entendiendo por esta profesión a todos los interesados en la indagación del pasado
y no sólo a los detentadores de un título universitario.
Casi todos los datos factuales que aportamos provienen de fuentes secundarias, públicas y
bastante accesibles. No hemos concurrido a ningún lugar secreto de donde traer la “antorcha” de
la verdad. Los hechos están ahí, a la mano de cualquiera. Y, sin embargo, se los ignora por
conveniencia o por la simple confusión derivada de la repetición mecánica.
Hemos creído nuestro deber ponerlos sobre la mesa porque, como dice la trillada frase,
todo pueblo que no aprende de su pasado, se ve obligado a repetir sus errores. Si hay un país en
que esto es completamente cierto, ese es Panamá. Avanzar por la verdadera senda de la
independencia nacional, de la soberanía por la que tantos dieron sus vidas, no es posible si no
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conocemos a los verdaderos enemigos externos, que han venido a someternos, y a los internos
que, como Judas, nos venden por pocas monedas.
Esos enemigos están ahí, socavando todavía, y cada día, los fundamentos de nuestra
nación. Son los nietos de aquellos que nos desgajaron de Colombia, para construir un Canal al
servicio de intereses foráneos, sometiéndonos en nuestra propia tierra como ciudadanos de
segunda. Quien no lo crea, que abra los ojos y vea.
Complementamos este ensayo sobre la separación de Colombia con un anexo que hemos
titulado “Reflexiones en torno al Centenario”. En él hemos juntado algunos de los artículos que
hemos publicado en los últimos cinco años sobre el tema. Estos artículos, junto con el libro
Estado, Nación y Clases Sociales en Panamá, constituyen la materia prima de la que emanó
este trabajo.
1 Gasteazoro,Carlos Manuel. “Estudio preliminar al Compendio de Historia de Panamá”. En: Compendio de Historia de
Panamá. Sosa, Juna B. y Arce, Enrique. EUPAN. Panamá, 1971.
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panameña” a lo largo del siglo XIX. Gasteazoro ubica aquí a Diógenes De La Rosa, Rodrigo
Miró y Rafael Moscote. Nosotros añadiríamos los trabajos de Ricaurte Soler.
En este breve ensayo, que no pretende ser una historia acabada, sino una reflexión en
búsqueda de una perspectiva objetiva del problema, partimos del criterio marxista de que la
burguesía suele enmascarar su interés particular como si se tratara del interés de toda la nación.
Por tanto, no nos satisface la versión ingenua de nuestra historia que presenta la actuación de los
“próceres” del 3 de Noviembre como el reflejo de los anhelos de la “nación panameña”.
Es necesario desentrañar las actuaciones contrapuestas de los diversos sectores políticos y
sociales, panameños y colombianos, así como el peso específico de los factores externos en los
acontecimientos, ya sean los intereses imperialistas norteamericanos o franceses.
Cuando así procedemos, notamos inmediatamente que la supuesta unanimidad panameña
en la separación es un mito; que, al menos parte de la actuación de los gobernantes colombianos
es comprensible; que más que un apoyo colateral a la autoproclamada “independencia”, las
fuerzas militares estadounidenses jugaron un papel activo y definitivo. Inclusive nos lleva a
cuestionarnos si, a inicios del siglo XX, existía una nación panameña en ciernes diferenciada de
la colombiana.
Analizados los hechos desde esta perspectiva metodológica, como intentaremos
demostrar, no sólo cae por los suelos la “leyenda dorada”, sino que también la llamada versión
“ecléctica” queda cuestionada, saliendo a flote que la mayor parte de lo que en Panamá ha sido
deshechado como “leyenda negra” no es más que una cruda y vergonzosa realidad. Pero vayamos
a los hechos.
Al público que desee tener una visión más objetiva que la usual les recomendamos: El
cruce entre dos mares, de D. McCullough; Cádiz a Catay, de Miles Duval, ambas escritas
desde una perspectiva norteamericana, pero muy ricas en información; la muy completa obra
Panamá y su separación de Colombia, de Eduardo Lemaitre; y la más reciente de Ovidio Díaz
E., How Wall Street created a nation.
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Repitamos lo ya sabido, desde la conquista y colonización española en América, el Istmo
de Panamá fue paso obligado para la expansión del comercio hacia las costas del Pacífico.
Después de entrar en decadencia esta zona de tránsito, producto de los ataques de piratas ingleses
y de la apertura comercial del río La Plata, en el siglo XVIII, Panamá no perdió del todo su papel,
pues las mercancías españolas fueron suplantadas por el contrabando inglés, proveniente de
Jamaica, el cual pasó a ocupar un primer lugar incluso antes de la independencia de España.
La importancia estratégica del Istmo de Panamá fue codiciada por las potencias europeas,
en especial Inglaterra, desde la misma constitución de la Gran Colombia. Francia, Inglaterra y
Estados Unidos tuvieron consulados muy activos aqui. El peligro de una anexión por la fuerza
del Istmo por parte de alguna de esas potencias fue una realidad tangible, confirmada por la
ocupación inglesa de Belice y la costa caribeña de Nicaragua, así como por el desmembramiento
de parte del territorio mexicano en favor de Estados Unidos con el Tratado Guadalupe Hidalgo.
La respuesta colombiana y panameña a este peligro fueron diversos intentos de
neutralización de Panamá, y el llamado hanseatismo, que buscaba mantener la integridad del
territorio panameño a cambio de garantizarles a dichas potencias el libre tránsito. Para asegurar
esta neutralidad, intentando evitar la ocupación por la fuerza del Istmo, la política exterior de la
Nueva Granada y Colombia tuvo diversas tácticas, pactando (o intentando pactar) unas veces con
una potencia que contuviera a las otras, o con varias a la vez.
A mediados del siglo XIX, el mayor peligro parecía provenir de Inglaterra, por lo cual la
política exterior neogranadina privilegió acuerdos con Estados Unidos, intentando que hiciera de
aliado frente a los europeos. El marco jurídico del acuerdo con los norteamericanos fue el
Tratado Mallarino Bidlack (1846), firmado por la Nueva Granada y Estados Unidos, el cual
se autorizaba el libre tránsito (sin pagar aduanas) de gentes, mercancías y tropas
norteamericanas a cambio de la neutralidad del Istmo, es decir, que no sería anexado por
ninguna potencia.
Esta perspectiva es importante, porque la historia oficial panameña ha deformado los
hechos para presentar el Tratado Mallarino Bidlack como un supuesto intento de Bogotá
por evitar un movimiento independentista de los panameños, cosa que en realidad no
estaba planteada. Lo que sí era probable, y que el tratado quería evitar, era la ocupación
inglesa del Istmo, lo que, de suceder, contaría con el apoyo de los comerciantes panameños que
hacían las veces de agentes de empresas inglesas.
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En su parte medular, el Tratado de 1846 establece: “que los ciudadanos, buques y
mercancías de los Estados Unidos disfrutarán en los puertos de la Nueva Granada, inclusos los de
la parte del territorio granadino generalmente denominado Istmo de Panamá, …, todas las
franquicias, privilegios e inmunidades, en lo relativo a comercio y navegación, de que ahora
gocen y en lo sucesivo gozaren los ciudadanos granadinos, sus buques y mercancías…”. Además
extiende el “derecho de vía o tránsito al través del Istmo de Panamá por cualesquiera medios de
comunicación que ahora existan o en lo sucesivo puedan abririse…”, cuyas mercancías “no
estarán sujetos a derecho alguno de importación”
A cambio, Estados Unidos “garantizan positiva y eficazmente a la Nueva Granada,
por la presente estipulación, la perfecta neutralidad del ya mencionado Istmo, …; y por
consiguiente garantizan de la misma manera los derechos de soberanía y propiedad que la
Nueva Granada tiene y posee sobre dicho territorio”.2
La perspectiva incorrecta de la historia oficial panameña, reescrita luego de 1903, es que
este tratado fue un tratado contra los panameños separatistas. En realidad la Nueva Granada no
necesitaba que Estados Unidos garantizara su soberanía frente a los ciudadanos del Istmo, sino
frente a las pretensiones inglesas, y las propias intenciones norteamericanas de anexar por la
fuerza al Istmo. El objetivo real era buscar un equilibrio de fuerzas entre las potencias en el que
se neutralizaran mutuamente.
Por supuesto que, posteriormente, Estados Unidos acomodó una interpretación del
Tratado de 1846 para justificar diversas intervenciones militares en el Istmo. También se apeló a
éste por parte de los gobiernos en Bogotá cuando, en las diversas guerras civiles, el bando
contrario estuvo a punto de triunfar en Panamá (como en 1885 ó 1902). Pero el peligro
fundamental siempre provino de una fuente externa, y no interna como pretenden algunos
historiadores panameños.
Por ello, el complemento lógico del Tratado de 1846, fue el Tratado Clayton-Bulwer
(1850), por el cual Estados Unidos e Inglaterra se comprometían mutuamente a no
controlar de manera exclusiva un posible canal interoceánico que se construyera en
cualquier parte de Centroamérica. Aunque dicho tratado hace énfasis sobre la ruta del río San
Juan y los lagos de Nicaragua, la más viable de acuerdo a los estudios de entonces.
A mediados del siglo XIX, la expansión hacia el oeste de Estados Unidos revitalizó el
papel transitista del Istmo, llevando esta naciente potencia a construir la obra tecnológica más
2 Tratado Mallarino Bidlack. Revista LOTERIA, II época, No. 99-100. Panamá, febrero-marzo de 1964.
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importante de aquel tiempo, el primer Ferrocarril Transístmico. Desde 1850 la presencia
norteamericana en Panamá se mantuvo constante y, de entonces, datan los primeros conflictos e
intervenciones militares.
Hacia 1869-70, Estados Unidos negoció con Colombia los derechos para construir un
canal. Obra que fue congelada en parte por el equilibrio de fuerzas pactado entre ingleses y
norteamericanos en Centroamérica mediante el Tratado Clayton Bulwer. Equilibrio que sólo se
rompería hacia 1901 en favor de Norteamérica, y que quedó consignado en el Tratado Hay
Pauncefote. El retardo norteamericano para llevar a cabo esta iniciativa tuvo, además, una razón
de orden interno, el debilitamiento momentáneo de Estados Unidos sufrido durante la Guerra de
Secesión.
Estas circunstancias, sumadas a la experiencia del Canal de Suez, fueron las que
permitieron a los franceses tomar la iniciativa de construir un canal por Panamá, proyecto que
fracasaría pocos años después de iniciado (1880-1888) por una combinación de factores:
problemas tecnológicos, como la imposibilidad de un canal a nivel, de salubridad y hasta de
malos manejos financieros, conocidos como el “escándalo de Panamá”.
Panamá durante la segunda mitad del siglo XIX es un lugar en que los intereses
comerciales británicos, norteamericanos y franceses convergían, y en el que los cónsules y
representantes comerciales de dichas potencias, y sus ejércitos, tenían un peso específico,
jugando un papel activo en los acontecimientos locales, que ha quedado expresado incluso en las
guerras civiles colombianas. Como ejemplo, baste mencionar los acontecimientos en Colón en
1885, cuando fuera juzgado y ahorcado el líder liberal Pedro Prestán.
Esta realidad histórica dio forma a una burguesía comercial istmeña, asentada en la
ciudad de Panamá, asociada a esos intereses foráneos, ya fuera como prestadora de
servicios de tránsito o como agente comercial. Una burguesía comercial importadora y
reexportadora, en gran medida extranjera, cuyo interés particular estaba firmemente
ligado a sus socios norteamericanos, ingleses y franceses.
Contrario a lo que suele afirmar la historia oficial panameña, ese carácter
socioeconómico, produjo una burguesía comercial sin un claro “proyecto nacional” que
fuera más allá del control y usufructo de la zona de tránsito. Usufructo en la que aceptaba
un papel de socia menor con el capital extranjero, principalmente norteamericano e inglés,
pero que la llevó a contradiciones periódicas con los gobiernos de Bogotá cuando el excesivo
centralismo burocrático afectaba sus intereses. Esa falta de decisión y claridad en un
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proyecto nacional se debió en parte a que su perspectiva “nacionalista” no estaba en
relación con un mercado interno, imposible dado el raquitismo demográfico del Istmo, sino
relacionada con el negocio reexportador.
Sus perspectivas económicas dependían de sus abastecedores ingleses, asentados en
Jamaica, y sus compradores ubicados en los puertos del Pacífico sudamericano. Cuando más, sus
limitadas miras estaban puestas en los pasajeros en tránsito, sobre todo norteamericanos desde
mediados del XIX, a quienes se hospedaba o alimentaba por un par de días; o servir de
almaceneros y transportistas (muleros, antes de la construcción del ferrocarril). Esta realidad
social, económica, cultural y política dio lugar a una perspectiva y una visión de la vida que muy
bien se ha sintetizado en un concepto: el “transitismo”.
Se equivocan quienes interpretan los acontecimientos y conflictos panameños con Bogotá, a
lo largo del siglo XIX, como el intento de forjar un Estado nacional ístmico frente a una
supuesta “opresión”colombiana. Esta perspectiva no coincide para nada con un análisis
objetivo de los hechos, y más bien es producto de una interpretación histórica redactada en el
siglo XX para proveer una justificación a la intervención norteamericana que segregó al Istmo de
Colombia en 1903.
Más que el intento de construir una “nación panameña”, el móvil de los reclamos de la
burguesía istmeña a la colombiana estuvo en la exigencia de decretar la “libertad de
aduanas” en el Istmo, y en la descentralización de gran parte del proceso burocrático
estatal que afectaba los negocios. Por ello el criterio federalista tuvo un gran peso político
en el Istmo. Pero, insistimos, federalismo no es sinónimo de separatismo, como se ha
querido presentar.
Ese particularismo “transitista” del Istmo produjo la más lúcida teoría federalista de la Colombia
decimonónica en la persona de Justo Arosemena y su libro El Estado federal de Panamá. Pero
bien leída la obra de Arosemena, y contrario a lo que se dice, éste no es un alegato separatista,
sino todo lo contrario. Inclusive, en los momentos críticos en que la burguesía panameña llegó a
acariciar la idea separatista, ésta solo fue una propuesta fugaz, para la que no se sentía con
fuerzas de llevarla a cabo, como se desprende de la polémica entre Gil Colunje y Justo
Arosemena a raíz del fracaso del Convenio de Colón de 1861, publicada por Ricaurte Soler en
19683.
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La mayor parte de lo que la historia panameña llama genéricamente como “intentos
separatistas” a lo largo del siglo XIX, en realidad fueron un choque entre intereses librecambistas
y proteccionistas, similar a lo que se dio en otras regiones de Hispanoamérica, sobre todo en la
primera mitad del decimonono. Conflictos y guerras civiles alimentados también por las
contradicciones políticas y sociales, entre las diversas facciones liberales y conservadoras.
Lo que deseamos dejar establecido en este momento es que los acontecimientos que en 1903
desembocarían en la llamada Separación de Panamá de Colombia, de ninguna manera son un
producto obligado de nuestro siglo XIX, como pretende la corriente principal de los historiadores
panameños. De no mediar los intereses expansionistas del imperialismo norteamericano, no
habría habido tal separación en 1903. Como recientemente ha dicho en un programa televisivo el
historiador Rommel Escarreola: “Si no se hubiera rechazado el Tratado Herrán – Hay por el
Congreso colombiano, no habría habido separación”4.
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control norteamericano de los puertos de Panamá y Colón, y de las aguas del río Chagres,
etc.
Para colmo, los accionistas “franceses” (ya eran norteamericanos hacia 1902, como
prueba el libro de Ovidio Díaz) pretendían vender sus derechos al gobierno norteamericano
(Art. 1) en 40 millones de dólares, lo cual estaba prohibido por el Salgar - Wyse, sin pagar
un céntimo de indemnización a Colombia como establecía dicho tratado.
Estas diferencias explican que la opinión pública colombiana, y gran parte de la
panameña, así como el gobierno del presidente Marroquín y sus negociadores, dudaran de la
conveniencia de un tratado en estas condiciones con Estados Unidos. Ello produjo un gran
debate nacional, y finalmente la renuncia del negociador colombiano José Vicente Concha.
Este hecho llevó a Concha a decir a su gobierno: “A pesar del deseo de aparecer ellos
como la Nación más respetuosa de los derechos de otras fuerzas, estos caballeros juegan un
poquito con su presa antes de devorarla; cuando todo esté dicho y hecho, ellos lo harán de una
manera u otra. Los estallidos de la prensa, que usted conocerá al recibo de ésta, y las más o
menos disimuladas amenazas que aparecerán cada día en los periódicos, procedentes del propio
Mr. Hay o de Mr. Cromwell, quien es una rata (ardilla) y muy activo en fomentar estos y otros
alborotos, no han dado el resultado que ellos esperaban”5
Las amenazas y presiones a los negociadores colombianos fueron tremendas. El señor Martínez
Silva, primer negociador, tuvo que renunciar y abandonó Nueva York en mal estado de salud
física y mental, luego de meses de dura negociación con el gobierno de Teodoro Roosevelt.
Presiones que se repitieron con Vicente Concha que, harto también, acabó por renunciar. La
táctica norteamericana era acompañar las negociaciones con declaraciones públicas y campañas
en los diarios en las que se amenazaba con tomar por la fuerza el Istmo. Concha, que se portó
como un patriota en las negociaciones, llegó a prevenir:
“Por supuesto todo eso sería paja para quien tiene mandíbulas tan poderosas como este
gigante tío, y puede resolverlo todo con una dentellada… el deseo de hacerse aparecer como el
pueblo más respetuoso del derecho, obliga a estos señores a darle un poco de vueltas a la presa
4
RPC – Canal 4. Noticiero del 28 de febrero de 2003.
5
Duval Jr., Miles P. De Cádiz a Catay. Editorial Universitaria. Panamá, 1973. Pág. 224.
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todavía antes de devorarla, aunque … al cabo lo harán en una u otro forma … creo no sólo inútil
sino inconveniente mi presencia aquí…”4
Para decidir el curso a seguir, el Ministerio de Relaciones Exteriores consultó opiniones
de diversos sectores a mediados de 1902 (junio), entre ellos los más representativos de Panamá.
Se hicieron tres preguntas: sobre la conveniencia de autorizar el traspaso de la Compaña Nueva
del Canal a EEUU, qué arreglo debía hacer el gobierno con dicha compañía y cuál con EEUU.
De Panamá salieron dos documentos distintos que expresaban diferencias, el primero
firmado por Pablo Arosemena, Federico Boyd y José D. Obaldía. El segundo por Oscar
Terán y Tomás Arias5.
La primera carta, de Arosemena, Boyd y Obaldía sostiene: “Consideramos no sólo
conveniente sino urgentísimo el que se autorice a la Compañía Nueva del Canal de Panamá para
que le traspase al Gobierno de Estados Unidos la concesión que tiene para construir, por
territorio colombiano (sic), un canal que una el Oceáno Atlántico con el Pacífico”.
El argumento en favor de esto es el temor de que EEUU se decida por la ruta de
Nicaragua. Más adelante insisten: “…que se le permita a la Compañía del Canal, gratuitamente,
ceder su concesión al Gobierno de los Estados Unidos”. “No juzgamos equitativo el que la
República reagrave el desastre con exigencias pecuniarias que tendrán en estos momentos el
carácter de dura imposición: summun just summun juria”.
Respecto a por qué, para 1902, el gobierno norteamericano, pese a sus amenazas, ya había
desestimado la ruta de Nicaragua prefiriendo la de Panamá, y por qué la Compañía Nueva del
Canal pretendía vender sus acciones al gobierno norteamericano, pese a estar expresamente
prohibido en el contrato, remitimos al libro de Ovidio Díaz Espino.
Además de las razones de orden técnico, para entonces ya se había constituido un
cartel (“sindicate”) de empresarios norteamericanos, encabezados por el banquero J. P.
Morgan y su abogado (también accionista de la Compañía del Ferrocarril) William Nelson
Cromwell, que en secreto había comprado por 5 millones de dólares la mayoría de las
acciones de la Compañía Francesa del Canal, y pretendía revenderlas a su gobierno por 40
millones de dólares.
Este negociado, del que participaban altos personeros del gobierno de Teodoro Roosevelt,
fue duramente denunciado por el periodista Joseph Pulitzer, a través de su diario El Mundo
4 Libro Azul: Documentos diplomáticos sobre el Canal y la rebelión del Istmo de Panamá. Imprenta Nacional. Bogotá,
Colombia. 1904. Págs 283-287
5 Ibidem, todas las citas de ambas cartas proceden de las páginas 72 – 81.
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(World), dando origen a un famoso juicio por calumnia. Para responder a la denuncia Pulitzer
recogió importante documentación probatoria a través de sus corresponsales en Panamá, Nueva
York y París. Material que ha sido recogido por Ovidio Díaz en su libro.
Volviendo a la carta de Arosemena, Boyd y Obaldía, sobre la última pregunta responden:
“… deben hacérsele al Gobierno de los Estados Unidos las concesiones más liberales; pero sin
mengua de la soberanía de Colombia (sic) sobre la faja de terreno que se requiera… ese
derecho de soberanía debe mantenerse incólume, dándole en arrendamiento… esa faja, o
concediéndole sobre ella el derecho de uso, en los términos del artículo 4o. del tratado de Enero
de 1870…”.
La carta de Terán y Arias se expresa de modo distinto: empieza por señalar que de
acuerdo a la legislación vigente, Ley 2 de 1886 y Ley 153 de 1887, “en Colombia los gobiernos
extranjeros no tienen representación jurídica para adquirir bienes y raíces”. “La cuestión de la
legalidad es, sin duda, anterior a la de la conveniencia, y ésta no puede admitirse a debate
existiendo aquella. En el supuesto, sin embargo, de que la dificultad legal propuesta sea obviada
por medio de un acto del Gobierno, …, entonces la conveniencia de autorizar el traspaso del
privilegio a los Estados Unidos resulta clara desde el punto de vista de los intereses económicos
del mundo, que Colombia a fuer (sic) de nación civilizada, debe acatar y fomentar…”
Sobre la segunda pregunta, responden Terán y Arias: “…hagamos caso omiso de los
setecientos cincuenta mil francos depositados en el Banco de Londres como caución del
cumplimiento del contrato…; pero no consintamos en otorgar para el traspaso una
autorización incondicional”.
Agregan: “La Compañía del Canal es, en la actualidad, la égida de nuestros derechos.
Mientras ella subsista, nuestra diplomacia podrá hablar, discutir, aceptar lo razonable, rechazar lo
indebido, parapetada detrás de los derechos de la Compañía como trinchera inexpugnable. Una
vez fueran traspasados estos derechos y adquiridos por los Estados Unidos, habríamos perdido el
escudo, y, a pecho descubierto, sin sostén ni apoyo, nuestra debilidad –mal avenida con nuestro
orgullo nacional- tendrá que rendirse a discreción ante las exigencias de los nuevos
concesionarios”.
“Las conveniencias generales de que hemos hablado y las esperanzas puramente
locales en una era de prosperidad y adelanto material que todos abrigamos como
consecuencia de la continuación y apertura efectiva de un canal por nuestro Istmo, no
acreditan suficientemente la necesidad de consentir con pasividad en cuanto sea del agrado
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de los Estados Unidos. Colombia (sic) no debe perder de vista que sus intereses propios y
los de la humanidad en este negocio residen verdaderamente en el establecimiento de un
canal neutral sin más fines que los de la industria y la economía. Si, no obstante, la nación con
quien se halla en vía de contratar llevara al debate miras particulares de engrandecimiento
imperialista, imposible de contrarrestar, sea enhorabuena, siempre que no hagan necesarias
concesiones que debiliten o comprometan nuestra soberanía e integridad …”.
Ambas cartas constituyen documentos invaluables para comprender, cien años después,
las circunstancias reales de la negociación con Estados Unidos, la seriedad de las dudas y
temores que todos abrigaban, tanto en Colombia como en Panamá, así como los matices de las
opiniones, unas más proclives que otras a hacer concesiones, pero todas enfocadas a salvar la
soberanía colombiana.
Sí, soberanía colombiana. Porque lo más llamativo de estas cartas, firmadas por
cuatro personalidades que, año y medio después estarían directamente involucradas en la
“separación”, es la comodidad con que hablan en nombre del Estado, la Nación y la
Soberanía de Colombia. No hay ni una frase, en ninguna de las dos cartas, que aluda un
conflicto de intereses entre el Departamento del Istmo (Panamá) y el Estado colombiano.
Este dato echa por tierra muchas de las afirmaciones que hoy se hacen a la ligera respecto
al movimiento de 1903.
En todo caso, el choque de intereses es entre Colombia y Estados Unidos, y la
Compañía del Canal. Posteriormente, para apurar un tratado que creían que se les iba de
las manos, algunos de estos personajes olvidaron sus propios consejos, avalando el Tratado
Hay - Bunau Varilla.
A fines de 1902, renuncia el negociador colombiano Vicente Concha, harto de luchar con su
contraparte norteamericana. El último período de sus negociaciones estuvo procurando la salida
de las tropas norteamericanas que habían ocupado Panamá en septiembre de 1902, con la excusa
de garantizar el “libre tránsito” del ferrocarril frente a la presencia de las guerrillas liberales
encabezadas por Victoriano Lorenzo y Belisario Porras, que estuvieron a punto de tomar la
ciudad de Panamá.
Durante meses permanecieron las tropas norteamericanas ocupando la ciudad, invocando
el Tratado Mallarino Bidlack. Pero Concha adoptó, contra el criterio de su propio gobierno, la
actitud patriótica de parar las negociaciones del Tratado del Canal mientras no se retirasen dichas
tropas.
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Desde Bogotá el presidente Marroquín y el Canciller Paúl, el 25 de septiembre de 1902, le
escriben a Concha: “Absténgase de tratar asunto de la intervención norteamericana en Panamá.
El Ministro de Relaciones Exteriores lo trata aquí”.
A lo cual Concha responde el 3 de octubre: “Gobernador Panamá comunica nuevo
Almirante americano notifícale no permitirá transportar tropa, elementos guerra Gobierno en
ferrocarril; pídeme reclame contéstele. Usía hámele prohibido intervenir asuntos; por cuarta vez
reitero renuncia. Legación ordénese encargarse Secretario”.6 Y reitera el 25 de ese mes: “…No es
posible adelantar negociación Canal de Panamá, existiendo orden de abstención para discutir
interpretación Tratado de 46, que es parte esencial de ella…”7
La invasión norteamericana a Panamá de 1902 tenía por objeto imponer una
interpretación intervencionista al Tratado de 1846, y crear una situación de hecho que sirviera de
base a lo que debía ser el tratado del Canal, que les permitiera actuar “como si fueran soberanos”
en el Istmo de Panamá. Frente a lo sucedido el gobierno del presidente Marroquín mantuvo una
posición displicente, pero su embajador en Washington y negociador del Tratado, no tuvo la
misma actitud. Concha tuvo la sagacidad de entender las implicaciones del hecho y la valentía de
oponerse.
La interpretación usual en Panamá, es que dicha invasión fue solicitada por el gobierno
conservador colombiano para evitar el triunfo militar en el Istmo, a través del hijo de Marroquín
el cual se lo pidió al embajador norteamericano en Bogotá 8. Suponiendo que esta solicitud sea
cierta, se evidencia por los reclamos de Concha, que las tropas norteamericanas no se limitaron a
controlar a los liberales, y también afectaron e impidieron el paso a las tropas conservadoras.
Al respecto es clave una larga carta de Concha dirigida a su gobierno, fechada el 27 de
octubre de 1902, la cual reproducimos en extenso porque arroja luz sobre la situación, y explica
por qué sería rechazado el Tratado Herrán – Hay por el Senado de Colombia:
“Cuando por primera vez usaron los Estados Unidos el derecho de tránsito por el Istmo
que les garantiza el Tratado vigente, fue con el fin simplemente de llevar tropas al Oregón y
California, y lo ejecutaron desembarcándolas y haciéndolas pasar a través del Istmo, sin dar aviso
previo alguno a las autoridades granadinas, por lo cual el Secretario de Relaciones Exteriores
hizo que se reclamase en Washington por la Legación, y en conferencia celebrada en
17
Septiembre de 1858 entre el Ministro granadino, General Herrán, y el Secretario de Estado,
General Casey, se acordó que en lo sucesivo cuando hubiesen de pasar fuerzas americanas
por el territorio del Istmo, lo harían desarmadas y como grupos de simples individuos
particulares… Este acuerdo tuvo punto de cumplimiento durante la guerra de secesión
americana… Hoy es tan diversa la interpretación que se da al Tratado de 1846, que las
tropas americanas desembarcan en Panamá para desarmar las del soberano del territorio.
Cualquier comentario más extenso sobre este punto, sería redundante.
“En el volumen de la colección del Foreign Relation of the United States, correspondiente
al año 1885 (páginas 239 á 251), se encuentra la correspondencia cruzada entre la Legación de
Colombia en Wáshington y el Departamento de Estado, y allí puede verse claramente que cuando
en aquel año los Estados Unidos enviaron fuerzas a Panamá,…, nunca pretendió el Gobierno de
los Estados Unidos ejecutar allí actos de autoridad o jurisdicción, y antes bien, cuando el el
Comandante del crucero Galena, Capitan Kane, aprehendió a dos de los incendiarios de Colón, y
dijo en telegrama que se hizo público, que no los entregaría a las autoridades de Panamá, porque
los dejarían escapar, bastó ligera queja del Ministro de Colombia, Sr. Becerra, para que el
Secretario de Estado, Sr. Bayard, en nota de 6 de Abril del mismo año, diése las explicaciones
satisfactorias del caso, y determinase que los presos fuesen entregados a las autoridades del país.
“Ahora, nadie –con mediano asomo de razón- podría asimilar el acto aislado del Capitán
Kane en una situación de total anarquía –en la cual era difícil no sólo para un extranjero sino para
los nacionales mismos distinguir al depositario de la autoridad legítima- con los actos repetidos
(en 1902, nota O.B.), primero del Capitán Mc Lean, y luego del Almirante Casey, en
circunstancias muy diferentes, cuando no se había interrumpido el tránsito, cuando las
autoridades colombianas tenían medios y fuerzas para cumplir sus deberes, y cuando los Jefes
americanos no sólo han desconocido las prerrogativas de aqéllas, sino que las han humillado,
dictándoles órdenes,…, desarmando sus soldados y autorizando a la Compañía del Ferrocarril
para violar un contrato civil perfecto por el cual está comprometida ella a transportar las tropas,
empleados y municiones del Gobierno” 9.
Es decir, en 1902 el intervencionismo norteamericano en Panamá da un salto, dejando de
lado las formas diplomáticas establecidas en el Tratado de 1846, y empiezan a actuar como si
ellos tuvieran jurisdicción y soberanía. La diferencia de las situaciones previas con la actuación
norteamericana a inicios de siglo XX, ilustra el salto cualitativo de la política imperialista. La
18
intención del gobierno de Roosevelt era que esta nueva práctica quedara legitimada en el Tratado
del Canal que se negociaba, y a la vez sirviera de amenaza expresa sobre lo que estaban en
capacidad de hacer (y posteriormente harían), como bien explica Concha: “… es claro que si la
interpretación práctica del Tratado es esa serie de actos, la interpretación es nueva…”, y afecta el
Memorádum de abril de 1902, de la Cancillería colombiana establecido como base para las
negociaciones del nuevo Tratado.
Concha advierte que la nueva interpretación impuesta por Estados Unidos afecta los
principios básicos del referido Memorándum en sus artículos XVII, XXIII y IV. El primero
garantiza a Colombia el libre tránsito por el canal y el ferrocarril, incluidas tropas y
pertrechos militares; el segundo, establece derecho primario al uso de la fuerza recae sobre
Colombia, y sólo lo autoriza a Estados Unidos en circunstancias excepcionales en que
Colombia no pueda ejercerlo, consentimiento previo y por tiempo limitado.
Y cita completo el importantísimo artículo IV, que desaparcería en el Tratado Hay -
Bunau Varilla: “Los derechos concedidos a los Estados Unidos por los términos de esta
Convención no afectarán la soberanía de la república de Colombia sobre el territorio dentro de
cuyos límites habrán de ejercerse tales derechos y privilegios. El Gobierno de los Estados Unidos
reconoce en un todo esta soberanía, y rechaza toda pretensión de menoscabarla de una manera
cualquiera, ó de aumentar su territorio a expensas de Colombia o de cualquiera de las Repúblicas
de Centro ó Sur América; y desea por el contrario robustecer el poder de las Repúblicas de este
Continente y promover, desarrollar y conservar su prosperidad e independencia”10.
Finalmente, Concha declara que “mi promesa de defender y cumplir la Constitución y
las leyes de Colombia, no puede acordarse con la suscripción de un Tratado que violaría la
soberanía nacional, fuente de esas mismas leyes”; y ante la duda de que el gobierno de
Marroquín actuara guiado bajo ese principio, reitera la renuncia al cargo de negociador y
embajador en Washington.
Paralelamente, el 26 de octubre ha dirigido una carta a John Hay señalándole que, si bien
ha recibido instrucciones de su gobierno para culminar el Tratado, los actos de las tropas
norteamericanas en Panamá establecen una nueva interpretación del Tratado del 46, lo que le
imposibilita llevar a cabo su misión. Hay le responde el 28 de octubre: “No me doy cuenta de que
por parte de los Oficiales de la Marina de los Estados Unidos se haya ejecutado en el
Departamento de Panamá acto alguno al cual su Gobierno pudiera con justicia hacer objeción…”.
10 Loc. Cit.
19
Como el gobierno de Marroquín le insistiése en firmar el tratado como fuera, incluso
cediendo en cuanto al artículos XXIII, el cual se había convertido en un punto de principios para
Concha, éste se retira, quedando las negociaciones en manos del secretario de la embajada,
Tomás Herrán. Inmediatemente, surge otro elemento de discordia: el monto de la anualidad y
el pago de los derechos por parte de Estados Unidos.
El Departamento de Estado propone dos opciones: 1. El pago de 7 millones de
dólares iniciales y una anualidad, luego de 14 años iniciales, de 100 mil; 2. El pago de 10
millones y una anualidad fija de 10 mil dólares. Por supuesto, la propuesta era abusiva,
como señala el propio Herrán, ya que sólo el Ferrocarril significaba una anualidad de 250
mil dólares. El monto completo de los ingresos anuales del Estado colombiano en el Istmo,
incluídos ferrocarril y puertos terminales, alcanzaba los 500 mil dólares.
El gobierno colombiano aspiraba a obtener de Estados Unidos 10 millones de dólares
al contado y una anualidad de 600 mil. Además, el gobierno de Marroquín esperaba
recuperrar de la indemnización de la Compañía francesa del Canal, por incumplimiento de
la obra, recibiendo parte de los 40 millones que Estados Unidos pagaría a esta empresa por
sus propiedades. Esta discordia va a ser otro elemento fundamental en el rechazo del Tratado
Herrán Hay en el Senado colombiano.
Herrán advierte a su gobierno, a mediados de diciembre de 1902: “El Sr. Shelby M.
Cullom, senador por el estado de Illinois, y Presidente en ese Cuerpo de la Comisión de
Relaciones Extranjeras, sostiene que en el caso de que Colombia no se preste á un arreglo
satisfactorio, podría el Gobierno de los Estados Unidos entenderse directamente con la
Compañía del Canal, prescindiendo de Colombia, y expropiando parte de nuestro
territorio, alegando en justificación de ello utilidad pública universal, y dejando para más
tarde el avalúo de la compensación que corresponde a Colombia”. Y agrega: “El Presidente
Roosevelt es partidario decidido de la vía de Panamá, y en vista de su carácter impetuoso y
vehemente, es de temerse que no le repugne el proyecto del Sr. Cullom”.11
He ahí el origen de la conspiración que culminaría con la “separación” de Panamá de
Colombia, un año después. Si uno compara objetivamente las cartas de Arosemena, Boyd,
Arias y Terán con estas amenazas públicas, puede colegir fácilmente que en el
Departamento de Istmo no existía ningún movimiento de emancipación nacional, sino la
20
aspiración de un tratado que permitiera construir un canal por Panamá, en el cual la clase
dominante afincaba sus esperanzas de bienestar económico.
En este momento, fines de 1902, el desgajamiento del Istmo sólo está planteado por
parte de los intereses imperialistas norteamericanos. Sólo después que se hiciera evidente
que el tratado sería rechazado por el Senado colombiano, a mediados de 1903, ambos
factores acabarían fundiéndose en la conspiración dirigida desde Estados Unidos por
Cromwell, y en Panamá por José A. Arango, ambos ligados a la Compañía del Ferrocarril.
21
Para la Navidad de 1902, Tomás Herrán es consciente del problema que recae sobre sus
hombros, y le confiesa a un amigo: “He sido encargado de la solución de un problema que no
puede ser resuelto de una manera satisfactoria para Colombia, y estoy seguro de que se me
atacará severamente cualquiera que sea el resultado: si acepto o rechazo las mejores condiciones
que hasta el momento he podido obtener, y mucho me temo que nada mejor se podrá hacer” 13.
Tomás Herrán firma el Tratado el 22 de enero de 1903. Las cláusulas IV y XXIII que
preocupaban a Concha permanecen casi inalteradas, aunque las concesiones que Colombia hacía
en otros artículos eran tales que disminuían notablemente el ejercicio de la soberanía colombiana
sobre la franja de 5 kilómetros de ancho a cada lado del canal que se concedía. El reclamo
fundamental del gobierno de Marroquín a Herrán vendrá por el lado del artículo XXV, que
establecía un pago de 10 millones de dólares al momento del canje de notas, y una anualidad fija
de 250 mil. Lo mismo que ya pagaba la Compañía del Ferrocarril.
Cuando finalmente cerró las negociaciones, Herrán sentenció la siguiente reflexión que
retrata su estado de ánimo: “Me siento como después de haber despertado de una pesadilla. Con
gusto reuniré todos los documentos relacionados con este espantoso canal y los pondré fuera de
mi vista”16.
Otro elemento a considerar es que, de enero a marzo de 1903, se desarrolló una lucha tenaz entre
dos bloques políticos y económicos dentro de Estados Unidos, los partidarios del canal por
Nicaragua y los partidarios de la ruta por Panamá. La cabeza visible del primer proyecto fue el
senador John Tyler Morgan, feroz oponente de Roosevelt. En el otro bloque, estaban el mismo
Roosevelt, su Secretario de Estado, John Hay y el senador Hanna. Así que la primera batalla por
la ratificación del Tratado Herrán – Hay se desarrolló en el Senado norteamericano.
J. T. Morgan consideraba el tratado “un documento muy liberal”, y propuso 35 sustituciones y
dos enmiendas, las cuales fueron rechazadas, pero serían incorporadas a lo que posteriormente
fue el Tratado Hay – Bunau Varilla. El 17 de marzo, Roosevelt logró que el Senado ratificara el
tratado aplastantemente (73 a 5), dando vuelta a una correlación de fuerzas que, todavía el 9 de
enero, mediante la llamada Ley Hepburn, aprobada en la Cámara por 308 a 2, parecía favorecer
el proyecto del canal por Nicaragua. Algunos sugieren que la explicación de tan radical cambio
de opinión en el Congreso se debió a la erupción del volcán Momotombo en Nicaragua, que puso
en cuestionamiento la seguridad de la obra por aquel país.
22
La siguiente batalla por el Tratado Herrán – Hay se libraría en el Congreso colombiano, ya que
el tratado recibió una fuerte oposición de la opinión pública desde el primer momento. Según
Duval, dos eran las objeciones colombianas al tratado: el tema económico, principalemente
el resarcimiento que se esperaba obtener de la Compañía Nueva del Canal (parte de los 40
millones), y la violación de la soberanía. Violación de la soberanía que el mismo Roosevelt
admitía14.
Con fecha del 20 de marzo de 1903, Tomás Herrán dirige a su gobierno una detallada carta para
notificar su ratificación por el Senado, y explicar el largo proceso negociador, además de la
actitud de las autoridades estadounidenses sobre el mismo. En su parte final, realiza un vaticinio:
“Si desafortunadamente este tratado fracasara en aprobarse en el Congreso, ocurrirá uno de estos
dos resultados. Ya sea que los Estados Unidos, de acuerdo con la Ley 26 de junio de 1902,
celebrará tratados con Nicaragua y Costa Rica y procederá a construir el canal por Nicaragua (en
cuyo caso, no habría la esperanza de que un canal se terminara por Panamá) o que si los Estados
Unidos no está dispuesto a abandonar la ruta por Panamá, se apoderará del Istmo por la
fuerza y haría sus propias disposiciones para retenerlo…” 15.
Esto último fue lo que ocurrió. Aquí debemos insistir en lo que es el hilo central de nuestra
reflexión: la separación de Panamá de Colombia, el 3 de noviembre de 1903, no tiene como
móvil central la supuesta lucha del pueblo panameño contra la “opresión” colombiana, sino
los intereses imperialistas norteamericanos, con los cuales colaboró la élite empresarial
panameña.
El Tratado Herrán – Hay cayó como una bomba en Colombia, lo que incluye a Panamá. La
opinión pública lo atacó inmediatamente, sumándose a ello tanto los opositores al gobierno de
Marroquín, como importantes personalidades de su partido. Las principales objeciones giraron en
torno a: 1. Autorización a la Compañía francesa para traspasar sus activos al gobierno
norteamericano, lo cual estaba expresamente prohibido por la Constitución y el Convenio Salgar
– Wyse; 2. Pérdida de la soberanía en una porción importante del Istmo, ya que se concedía a
Estados Unidos derechos jurisidiccionales de todo tipo; 3. Monto de las compensaciones
económicas del ya referido artículo XXV.
23
5. La condena del Tratado en Panamá:
Contrario a la falsa creencia de que en Panamá era unánime el deseo de que aprobara el
Tratado como estaba redactado, también en el Istmo surgieron voces opositoras al Tratado
Herrán – Hay. Como prueba documental de lo que decimos aportaremos opiniones vertidas,
entre mayo y agosto de 1903, por algunos ilustres panameños: Rodolfo Aguilera, Carlos A.
Mendoza, Belisario Porras, José D. Obaldía y Juan B. Pérez y Soto.
El historiador colombiano Eduardo Lemaitre cita los periódicos panameños de 1903 (El
Cronista, El Duende, El Istmeño y El Mercurio) en los que se criticaba el Tratado Herrán –
Hay. Por ejemplo, el editorial de El Mercurio del 10 de abril: “Queremos Canal; buscamos luz
y la civilización, pero con independencia y sin menoscabo de la integridad nacional… Si el
Congreso colombiano imprueba el Convenio, o por lo menos lo modifica en benficio de
nuestros intereses y de la integridad territorial sería un Aerópago y merecería bendiciones
por patriota y por sabio”.
Rodolfo Aguilera, en El Duende del 2 de junio de 1903, afirma: “… como sospechamos
que si se emprende la obra del Canal seremos tributarios de los yanquis, es preferible que se
postergue la empresa hasta que se modifique el Convenio oneroso, en el sentido de que los
istmeños, que son los verdaderos dueños del territorio, tengan las mayores ventajas…”.
El Istmeño se decía: “… es que el Tratado Herrán – Hay necesita modificiaciones
para nuestra propia seguridad y para nuestra propia honra porque no es el presente el que se
juega sino el futuro, al cual están vinculadas la suerte, las aspiraciones y las esperanzas de una
multitud de istmeños que no hablan inglés, ni tienen inmensas propiedades, aunque tal vez tengan
numerosa prole que también pida y reclame su pan…”.
Por su parte, la posición de Carlos A. Mendoza, uno de los principales dirigentes del
liberalismo popular y abogado de Victoriano Lorenzo, quedó consignada en El Duende: “En
Panamá, por razones muy sabidas, la opinión no se ha hecho sentir sino de modo muy
imperfecto… Las voces que más ruido hacen son las de unos pocos, que, sin apasionadas
expresiones, podrían llamarse los negociantes, aquellos que sólo ven el lado de los intereses
materiales y de los provechos inmediatos… Hasta ahora son ellos casi los únicos que, por
conducto de “La Estrella”, hacen gala de opiniones que, en resumen van contra la soberanía
del país”16.
16 Lemaitre, Eduardo. Panamá y su separación de Colombia. Biblioteca Banco Popular. Bogotá, 1971. Pág. 495.
24
El otro insigne líder liberal panameño, Belisario Porras, dejó claramente establecida su
posición, para mentís de muchos, en un manifiesto escrito desde su exilio centroamericano, y
publicado bajo el título “Reflexiones canaleras o La venta del Istmo”, en el periódico El
Porvenir (15 de mayo de 1903) de Cartagena. Hablando en nombre de “todos los
colombianos”, decía Porras:
“Ciertamente, que todos los colombianos deseamos que se abra el Canal Interoceánico
por nuestro territorio del Istmo, pero ahora que los norteamericanos hacen la proposición de
construirlo y que han celebrado con la República de Colombia el Tratado Herrán – Hay, con este
objeto, así como hay quienes son partidarios de él, a todo trance, y que piden por consiguiente
que este contrato sea aprobado sin modificaciones, también hay quienes pensamos que sólo
podrá aceptarse modificándolo y que si ha de construirse el Canal, sea sin mengua de la
integridad de nuestra soberanía, de la honra de la patria, y de nuestra seguridad
económica”.
Y luego advierte: “Moderen sus cálculos los que imaginan que los norteamericanos
habrán de construir esta obra para nuestro beneficio y recuérdese que éstos no han sido capaces
de respetar sus obligaciones contractuales desde el año 1849… Los que combatimos al Tratado
Herrán – Hay, somos uniformes en nuestras argumentaciones y lógicos con nosotros mismos, no
discrepamos en un solo punto. Los canalistas a toda costa, se distinguen por la falta de
uniformidad y de lógica. No sólo se contradicen unos a otros, sino a sí mismos.”
Porras describe a quienes, pocos meses después, se convertirían en los “próceres” del 3 de
Noviembre, llamándolos “hombres pequeños y temerosos, que no saben defender sus derechos
más elementales”. Les señala que se “dejan arrastrar por móviles menos elevados, menos
resplandecientes, menos fijos, más particulares…”
Más adelante: “…el Tratado Herrán – Hay no limita las ambiciones y propósitos
norteamericanos, sino que abre las puertas por completo a la dominación norteamericana.
Por ello, deducimos en buena lógica que de aprobarse el Tratado Herrán – Hay, ésto
constituiría en pocas palabras una venta del Istmo”.
Todo su artículo es un alegato, que bien podría haber sido escrito contra el Tratado Hay
– Bunau Varilla, mucho más oprobioso que el indigno Tratado Herrán – Hay: “La soberanía
colombiana debe ser mantenida a toda costa, y que la bandera tricolor de Colombia, ondee
sin temores y sin reticencias desde Bocas del Toro hasta Cundinamarca…!”
25
“… Que ninguna bandera extranjera sea plantada en nuestro territorio ni siquiera
con el pretexto de abrir un camino en nuestra tierra para abrazar los mares…!
“La integridad de la patria debe ser mantenida a toda costa y si ha de intentarse
construir el canal Interoceánico, que se asegure y se explique que sólo nuestro ejército, nuestra
policía, nuestros jueces, podrán administrar justicia…!
“… todo el territorio de la patria no puede ser dividido, ni siquiera alquilado, ni
siquiera con el pretexto de abrir un Canal Interoceánico.
“… El Istmo de Panamá –es decir Colombia (sic)- simplemente está ofreciendo la
posibilidad de abrir el Canal Interoceánico, contando con el más valioso capital, que es la
tierra y la posición geográfica, sin cuyo concurso los norteamericanos no podrán abrir
dicho canal, y sino que lo intenten desde Florida a California…!
Con una visión sagaz de lo que pronto sería una triste realidad Porras casi al final añade:
“No somos, sin embargo, de los que creemos que el Istmo de Panamá debe construir el Canal a
toda costa, aún a riesgo de la desmembración de nuestra patria colombiana, si es verdad que
el istmo ha adquirido su propia personalidad a través de toda su historia y que tiene derecho de
exigir,… la autonomía federal, para conservar nuestra independencia interna, no soy, repito, de
los que creen que debemos separarnos de Colombia…, no podemos pensar mezquinamente
en que debemos separarnos de Colombia…”.17
Quiénes eran estos “canalistas a toda costa” a que se refiere Porras? Al respecto es ilustrativa
una carta de Facundo Mutis Durán, quien era gobernador de Panamá, dirigida a José V. Concha,
el 6 de mayo de 1902, en la que recomienda la firma del tratado, aunque cree que “el canal una
vez construido no influirá de modo apreciable en la prosperidad del Istmo..”. Señala que algunos
se oponen “… por considerar tales exigencias depresivas de la dignidad y la soberanía de la
Nación”, entre ellos los liberales. A favor están “la gran mayoría de comerciantes,
propietarios, industriales y hombres de negocio”, a los que él se suma, para que Panamá no
sea tomada por la fuerza.
No hay unanimidad sobre el tema del Tratado, ni en Colombia, ni en Panamá. Estas
contradicciones también afectaron a los tres senadores por Panamá en el Congreso
colombiano: mientras José Agustín Arango, no asistió a los debates porque ya había empezado
la conspiración para la separación; José Domingo de Obaldía, como parte de la comisión
senatorial recomendó, en julio de 1903, su aprobación con “restricciones” y, cuando finalmente
17 Porras, Belisario. La venta del Istmo. Editorial Portobelo. Colección Pequeño Formato. Panamá, julio de 1996, págs. 2– 12.
26
se rechazó el 2 de agosto se retiró de la sala para no votar. Pero el tercer senador panameño, Juan
B. Pérez y Soto no sólo voto en contra del Tratado Herrán - Hay, sino que hizo el más
importante alegato para su rechazo.
En el Congreso colombiano, que se reunió a mediados de junio de 1903, los panameños
José D. Obaldía y Juan B. Pérez y Soto hicieron parte de la comisión senatorial que rindió
informe al pleno sobre el Tratado Herrán – Hay, propuesto por el Ejecutivo para su ratificación.
Ambos tuvieron objeciones, es decir, ninguno de los dos panameños apoyó la aprobación sin
modificaciones del tratado, como exigía Estados Unidos.
En el informe de mayoría, firmado por José D. Obaldía, se señala: “Dése primer debate al
proyecto de ley “por el cual se aprueba con restricciones el Tratado entre la República de
Colombia y los Estados Unidos de América para la construcción de un canal interoceánico entre
los Oceános Atlántico y Pacífico”.
Se adjuntaba un proyecto de ley en que se proponían seis modificaciones sustanciales del
tratado, para poder ser aprobado. La primera de las cuales exige la supreción de toda referencia a
la Ley Spooner; la segunda señala la necesidad de un acuerdo previo, y por separado con las
Compañías del canal y del Ferrocarril; la tercera que “debe expresarse con precisión que los
derechos concedidos a los Estados Unidos son a manera de servidumbre, excluyendo toda
idea de traspaso de dominio y estableciendo de manera franca y perentoria la perpetuidad
de la conseción…”.18
La actitud de Obaldía fue en todo momento ambigua. Si bien firma este informe, a
mediados de julio de 1903, cuando se produce el desenlace final, en agosto, se retira de la sala
para no votar. Por ello, los documentos oficiales consignan un rechazo unánime del Tratado por
el Senado colombiano. Según Arrocha Graell19, el 16 de agosto, Obaldía repartió una hoja
volante con sus opiniones, supuestamente contrarias a la decisión de sus colegas del Senado. No
está claro si esa hoja fue repartida en Bogotá o a su regreso en Panamá. En ella alegaba que se
retiró por estar enfermo. En esa hoja atribuye el rechazo a la “oposición doctrinaria” contra el
gobierno de Marroquín.
Que Obaldía votara contra el rechazo del tratado, no riñe con la propuesta de
hacerle modificaciones. Más bien ésta parece ser la opinión del gobierno de Marroquín, al
cual Obaldía apoyaba irrestrictamente, que tampoco se compromete a fondo con el tratado. Pero,
18 Libro Azul. Op. Cit., págs. 86-91.
19 Arrocha Graell, Catalino. Historia de la independencia de Panamá, sus antecedentes y sus causas (1821-1903). Academias
Panameñas de la Historia y de la Lengua. Panamá, 1993. Pág. 214.
27
lo más interesante de la volante es su párrafo final: “Los propietarios probos, los sujetos que
han formado hogares honestos y levantado familias morales, los que han contribuído, con
hechos, al adelanto del Istmo, en sus múltiples fases, los amigos de la paz que agachan el hombro
al trabajo, esos son, con raras excepciones, partidarios ardientes del canal, y siempre estaré
con ellos”20.
Antes de volver a Panamá, fue designado por el presidente Marroquín como
gobernador del Departamento del Istmo. Lo cual demuestra la confianza que el gobierno le
tenía en un momento tan crítico para Colombia. Durante los sucesos del 3 de Noviembre, fue
arrestado. Tampoco está claro si el arresto fue una maniobra, por si fracasaba la conspiración, o
si era visto con desconfianza por algunos de los conspiradores. Era íntimo amigo de Amador
Guerrero, pero Bunau Varilla afirma que éste le preguntó antes de partir de Nueva York si debía
informar a Obaldía del movimiento separatista, a lo que el francés respondió con una negativa.
El mayor alegato vertido en el Senado colombiano contra el tratado Herrán - Hay
provino del panameño Juan B. Pérez y Soto, el cual pidió derecho a hacer el informe de
minoría ante el Senado. Para él no bastaban las enmiendas, había que rechazar todo el convenio.
Su discurso es una elocuente argumentación, que bien merecería ser reeditada para las actuales
generaciones. “El Tratado todo es un solo sarcasmo”, sentencia Pérez y Soto.
Luego de objetar el artículo 1, que autoriza a la Compañía francesa del canal a vender sus
propiedades a Estados Unidos, lo cual vicia de nulidad el acuerdo por inconstitucional e ilegal,
agrega: “… porque en este Tratado es más que enajenación de territorio lo que se concede:
es también abdicación de la soberanía”. Al igual que Porras afirma: “La venta franca de una
porción del patrio suelo en una de nuestras fronteras es, con toda su franca inconstitucionalidad y
lo deshonroso de toda mutilación, menos grave que la abdicación de la soberanía…”.
Agrega: “¿De qué sirve sino de irrisión el reconocimiento de la soberanía, sobre el
papel, cuando en el hecho el Gobierno extraño es el que entra en el mando con todos sus
atributos, el que gozará el dominio real y efectivo sobre aquella parte de nuestro
patrimonio nacional, dominio a perpetuidad y tan completo y absoluto, que venimos en
renunciar a su favor la más augusta de las funciones, la de administrar justicia?”
Uno a uno desgrana los artículos del tratado, sus inconveniencias y nefastas
implicaciones, hasta concluir: “¿Queremos el canal, cómo que no? ¿Qué colombiano hay que
que no lo quiera y qué hombre civilizado no aplaudirá una obra grandiosa, orgullo de la
28
ciencia humana? Pero si el canal no ha de ser de Colombia y para Colombia, en justa
proporcionalidad: ¿en qué va a consistir nuestra satisfacción? ¿Si el canal después de
quedar en dominio ajeno humillante, no va a remediar ni una sola de nuestras dolencias, ni
siquiera a acrecentar nuestras rentas, sino que las va a disminuir, cómo explicar esas ansias
de mutilación?”
Refiriéndose al controversial artículo XXV: “¿Qué son los diez millones de contado
sino el adelanto de los doscientos cincuenta mil en nueve años que no recibiremos lo que
hoy estamos recibiendo sin este Tratado? ¿Y qué son los doscientos cincuenta mil sino la
renta que hoy nos paga el Ferrocarril? ¿Qué nos dan, pues, que no sea nuestro ya? ¿Dónde
está en todo el Tratado el centavo más que recibimos en retribución de los valores reales
que entregamos?”21 Concluye con la larga lista de disposiciones constitucionales y legales
violentadas por el Tratado Herrán – Hay.
La respuesta a esta patriótica posición de Juan B. Pérez y Soto provino del potentado
panameño Ricardo Arias, quien le espetó: “tú no tienes propiedades de mayor cuantía aquí
… yo si poseo extensas propiedades … De allí nuestra manera diferente de ver las cosas”22.
Con lo cual queda demostrado que la línea divisoria de las opiniones respecto al
Tratado, y luego respecto a la apresurada separación de Colombia, era la pertenencia a una
clase social. Por eso, los conspiradores de 1903, salieron de la élite panameña asociada a los
intereses de la Compañía del Ferrocarril. Por ello, no existía ningún movimiento separatista
de raíces genuinamente populares en Panamá, como falsamente ha sostenido la historia
oficial panameña.
Es evidente, por los razonamientos expuestos por estos ilustres panameños de la época,
que cualquier persona con un mínimo de dignidad tenía por obligación moral, legal, lógica y
política que repudiar el Tratado Herrán – Hay. Así lo hicieron la mayoría de los panameños y
colombianos con un mínimo de dignidad nacional. Si hoy, cien años después, nos presentaran un
tratado en estas condiciones, los panameños con un mínimo de responsabilidad patriótica lo
rechazarían.
A estos razonamientos contribuyó la lectura pública en el Congreso de las cartas
amenazantes enviadas por el gobierno norteamericano a través de su embajador en Bogotá, Sr.
29
Beaupré. Por ejemplo, el 28 de abril Beaupré informó que, para su país, cualquier modificación
del tratado sería considerada como una “falta de lealtad”.
El 9 de junio se advierte: “Si Colombia rechazara ahora el tratado o retardara
execesivamente su ratificación, el amistoso entendimiento entre las dos naciones se vería tan
seriamente comprometido, que la acción que pudiera tomar el Congreso el próximo
invierno, la lamentaría cualquier gobierno amigo de Colombia”23. Era la política del “gran
garrote”.
Y, si lo anterior es cierto, ¿cómo es posible que reputados historiadores panameños
aleguen como “justificación” de la separación de 1903, la inconveniencia de que el Senado
colombiano rechazara UNANIMENTE el Tratado Herrán – Hay? Nuevamente cae
refutada la leyenda dorada, y su versión ligera (“light”) o “ecléctica” (como la llama
Gasteazoro); primero, porque es evidente que no había la falsa unión de los panameños
apoyando el Tratado; segundo, porque toda persona digna ayer u hoy tendría que repudiar
ese Tratado y las pretensiones imperialistas norteamericanas.
Alegar, tanto hoy como en 1903, la “incomprensión” colombiana, al rechazar este tratado,
para con el Istmo de Panamá, es mentir abiertamente en favor de los intereses norteamericanos 24.
Lo que sucedió entonces, como lo que sucede hoy todavía, es que muchos perdieron su dignidad
y sentido del decoro nacional, para echarse en brazos de los intereses imperialistas, avalando la
sujeción del Istmo por Estados Unidos, y un tratado todavía peor, el Hay - Bunau Varilla.
¿Cómo puede llamarse “independencia” a lo sucedido el 3 de Noviembre de 1903?
¿Cómo puede tildarse de “benefactor” al que vino a robarte? Una cosa es que te roben, y no
puedas evitarlo. Otra es que te alegres por ello, colmes de besos al ratero y luego lo llames
“libertador”!
30
El presidente Marroquín no tomó muy en serio los crecientes anuncios de una
conspiración separatista o intervención militar norteamericana en Panamá. Por eso no tomó
mayores providencias. El espíritu reinante queda retratado en la resolución final del Senado:
“Para el 31 de octubre del año próximo (1904), esto es, una vez que el futuro Congreso
se haya reunido en sesiones ordinarias, la prolongación habrá expirado y con ella el
privilegio (se refiere al contrato con la Compañía Nueva del Canal). En tal caso la
República volverá a entrar en posesión y propiedad del canal mismo y de sus dependencias
sin necesidad de una decisión judicial previa y sin indemnización alguna, en virtud de los
contratos de 1878 y de 1900. Para esta fecha, la República, libre de culquier obstáculo,
podrá concluir un contrato y se hallará en una posición más precisa desde el doble punto de
vista jurídico y material. Las autorizaciones que entonces serán dadas por el próximo Congreso
tendrán que ser diferentes de las que podrían ser dadas por el Congreso actual”25.
La increíble incapacidad de ciertos historiadores panameños por situar estos hechos en su
contexto correcto se expresa por los alusinantes comentarios que siguen a la cita, de Catalino
Arrocha Graell: “Palabras de fuego que no debieron ser escritas nunca por los representantes de
una nación: ellas afectan la honradez de un pueblo y le acusan de una sórdida codicia, que
seguramente jamás inspiró los actos de Colombia!”
Don Catalino acusa de “codicia” al Senado colombiano. ¿Habrá leído el texto del
tratado? ¿No le parece más codicia la ambición imperialista norteamericana? ¿No eran
codiciosos los llamados próceres que vendieron el Istmo por unas monedas? Esa es la lógica
absurda de la leyenda dorada, o la falta de lógica, como diría Belisario Porras, de los
“canalistas a toda costa”.
Si de algo hay que acusar a la resolución del Senado colombiano, así como a la
actuación del gobierno de Marroquín, es el candor de quienes son incapaces de percibir la
trama que se estaba montando en esos momentos. Trama de la que había claros indicios y
múltiples advertencias, además de precedentes históricos. Inocentemente creyeron que
Estados Unidos se resignaría a esperar un año sabiendo que tendría que hacer mayores
concesiones.
Vistos en perspectiva los sucesos, el rechazo del tratado debió ser acompañado por el
envío urgente y masivo de tropas de confianza para asegurar el Istmo. Marroquín envió al general
Tobar con 500 soldados, pero al no percibir un peligro inminente, estos no llegaron a Colón sino
31
hasta la mañana del 3 de Noviembre, cuando los hechos estaban a punto de consumarse. Y
cuando llegaron fueron completamente sorprendidos, pues ni siquiera imaginaron lo que pasaba
hasta que los oficiales fueron arrestados.
El gobierno de Marroquín estaba tan desubicado de la situación real que, en lugar de
prepararse para una agresión norteamericana, el canciller Rico envió el siguiente cable a su
embajador en Washington Tomás Herrán, el 2 de Noviembre de 1903: “Clausurado Congreso no
legisló respecto canal; reitere Secretario de Estado declaración calograma ocho Septiembre,
avísele conservarse orden Istmo y seguridad tránsito”26.
José Agustín Arango, en sus “Datos para la Historia” (una de las fuentes documentales de la
leyenda dorada), no data específicamente el origen del “movimento separatista”, del cual es
padre putativo, pero de su relato se infiere que es hacia junio de 1903. “Era yo Senador por
el Departamento de Panamá al Congreso Nacional de 1903, al cual rehusé asistir porque tenía
completa convicción de que el Tratado Herrán – Hay, para la apertura del Canal, sería rechazado
y entonces no veía sino un medio –nuestra separación de Colombia- para salvar al Istmo de la
ruina a que se le conducía” 27.
“Mi resolución fue inquebrantable en este sentido, y con tal fin, después de madura meditación,
con el concurso y aprobación de mis hijos y yernos, a quienes convoqué al efecto, solicité una
entrevista del Capitán J. R. Beers, entonces agente de Fletes de la Compañía del Ferrocarril de
Panamá”, de la que él (Arango) era abogado.
“… le expresé que el motivo de nuestra entrevista era manifestarle la practicabilidad de llevar a
cabo la separación del Istmo, quedando así Panamá en aptitud de celebrar con el Gobierno
Americano un tratado análogo al rechazado por el Congreso colombiano para la apertura
del Canal; le aseguré que podíamos contar con el apoyo unánime del país y que yo me pondría al
frente, junto con otros hombres de prestigio, sin el menor temor al fracaso; pero que para
asegurar, no el éxito del movimiento que era evidente, sino la estabilidad de nuestra
independencia, se hacía preciso que un hombre de las condiciones de él que contaba con buenas
conexiones en su patria, emprendiera viaje a los Estados Unidos para pulsar,…, la opinión allí
relativamente al apoyo que pudiéramos esperar después de hecho el movimiento y proclamada la
independencia; es decir,…, pudiera asegurarse de que el Gobierno Americano no prestaría
32
auxilio alguno a Colombia (sic) para reincorporar el Istmo a esa República; y que por
contrario, pudiéramos contar con la decidida protección de Estados Unidos…”.
“El noble Capitán Beers aceptó la delicada misión y marchó para la Gran República…”28.
Quien conozca la actitud imperialista y racista de los norteamericanos, en especial en este
período, no puede menos que sonreír ante la candorosa descripción de los hechos dada por
Arango. ¿No sería más bien al revés, dada la relación jerárquica de Beers con Arango, que el
gringo fuera el de la idea y que el “noble” abogado Arango aceptara el plan norteamericano de la
separación?
El historiador David McCullough, en una perspectiva más objetiva, sitúa en Estados
Unidos, y específicamente en el jefe de Beers y Arango, William Nelson Cromwell, el origen
de la separación. A mediados de junio, luego de la carta amenazante del 9 de junio al gobierno
de Colombia, que hemos citado, en el sentido de que Estados Unidos no acepetaría ni
modificaciones, ni retardos en la aprobación del Tratado, de lo contrario habrían consecuencias
que lamentar; Cromwell asisitió a una larga reunión en la Casa Blanca, y ordenó al periodista
Roger Farham la publicación del siguiente artículo aparecido el 13 ó 14 de junio, según
McCullough en el World, según Miles P. Duval en el New York Herald (más probable este
último porque el World era de Pulitzer, enemigo acérrimo del presidente Roosevelt):
“El presidente Roosevelt está determinado a obtener la ruta del canal de Panamá. No tiene
intenciones de iniciar negociaciones para la ruta de Nicaragua.
“Se sabe que la opinión del Presidente, dado que los Estados Unidos han gastado millones de
dólares en averiguar qué ruta es la más factible, dado que tres ministros de Colombia han
declarado que su Gobierno está deseoso de otorgar cualquier concesión para la construcción del
canal y que ya se han firmado dos tratados que conceden derechos de vía a través del Istmo de
Panamá, es que sería injusto para los Estados Unidos el que no se obtuviera la mejor ruta.
“Informes recibidos aquí diariamente indican que hay una gran oposición en Bogotá al tratado
del canal. Su anulación parece probable por dos razones:
“1. La codicia del Gobierno colombiano (las misma palabras de Catalino Arrocha G., qué
casualidad!), que insiste en un pago muchísimo mayor por la propiedad y la concesión.
“2. El hecho de que algunas facciones se han vuelto locas a propósito del alegado abandono de
la soberanía de las tierras necesarias para la construcción del canal.
33
“También se han recibido en esta ciudad informes relativos a que el Estado de Panamá,
que abarca toda la zona del canal propuesto, se encuentra listo para separarse de Colombia
y establecer un tratado sobre el canal con los Estados Unidos.
“El Estado de Panamá se separará, si el Congreso colombiano se niega a ratificar el
tratado del canal (ojo). Se organizará una forma republicana de gobierno. Se dice que este
proyecto es de fácil ejecución, dado que no más de 100 soldados colombianos son los que se
encuentran destacados en el Estado de Panamá.
“Los ciudadanos de Panamá se proponen, después de la secesión, establecer con los Estados
Unidos, mediante el cual se otorga a este gobierno el equivalente de una soberanía absoluta
sobre la zona del canal. La ciudad de Panamá será la única que quede exceptuada dentro
de esta zona, y los Estados Unidos tendrá el control sanitario y policiaco allí. La
jurisdicción de este Gobierno sobre la zona será considerada como suprema. No habrá
aumento en el precio o en la renta anual.
“A cambio, el Presidente de los Estados Unidos reconocería inmediatemente al nuevo
Gobierno, una vez establecido, y designaría un ministro para negociar y firmar el tratado
del canal. Esto puede hacerse con expedición, puesto que ya se han proporcionado todos los
datos.
“Se dice que el presidente Roosevelt está completamente a favor de este proyecto, si se
rechazara el tratado…
“Se sabe que el Gabinete apoya la idea presidencial de reconocer a la República de
Panamá, si esto fuera necesario para asegurar el territorio del canal. El Presidente ha
estado consultando tanto personalmente como por teléfono con los principales senadores, y
ha recibido un estímulo unánime…
“Se piensa esperar un tiempo razonable la determinación del Congreso colombiano, que se
reunirá el 20 de junio, y luego, si no se hace nada más, hacer operativo el proyecto
enunciado anteriormente”29.
Este artículo echa por tierra la versión de Arango sobre el origen de la idea
separatista. ¿Cómo es posible que si el “noble Capitán Beers” recién viajó a Nueva York,
siguiendo “órdenes” de Don José Agustín, a mediados de julio 30, ya el 13 de junio (un mes
34
antes!) un periodista norteamericano conocía toda la trama, ya Roosevelt estaba de
acuerdo, había consultado a sus ministros e incluso a algunos senadores?
Lo más importante a destacar es que la jugada de la separación estaba condicionada
al rechazo del tratado por el Congreso colombiano. Hasta aquí era una amenaza, que
pronto se haría realidad punto por punto. ¿Acaso el periodista Farnham era pitoniso?
Se acerca más a la verdad McCullough que Arango, cuando páginas más adelante
reflexiona: “No se puede probar si fue por órdenes de Cromwell o si de hecho fue llamado a
Nueva York, como declaró más tarde (Beers). Pero, por lo menos, seis hombres testificaron
que Cromwell envió por Beers, y no es probable que Beers o cualquier otro empleado del
ferrocarril abandonara su trabajo para suscitar una revolución, a menos que hubiera sido
enviado por un superior, y ya se sabe que como apoderado en Nueva York de la compañía,
Cromwell manejaba el ferrocarril. Beers, un antiguo capitán de buque, “astuto y
calculador”, gozaba de la confianza de Cromwell…”34.
Sea como fuere, lo cierto es que el origen cronológico de un movimiento separatista
está asociado al momento en que es evidente que el Congreso colombiano rechazará el
Tratado Herrán – Hay, es decir, junio de 1903. Y el origen material del movimiento
separatista está entorno a la Compañía del Ferrocarril, sus jefes y subalternos, tanto
panameños como norteamericanos. Antes de esa fecha, y fuera de ese reducido círculo no
existe, pese a todos los inventos de la “historia dorada”, un movimiento separatista
panameño que emane de las raíces populares.
Que el movimiento separatista estaba condicionado por el rechazo del Tratado Herrán –
Hay, también es corroborado por Manuel Amador Guerrero en el único fragmento de sus
Memorias que hemos podido conocer, cuando refiriéndose a su primera entrevista en Nueva
York con Cromwell, dice:
“Esta primera entrevista fué de lo más cordial y el señor Cromwell me hizo mil
ofrecimientos en el sentido de ayudarnos; pero no se puede hacer nada, me dijo, sino cuando
el tratado Herrán – Hay haya sido absolutamente negado porque creemos que al fin será
aprobado a pesar de la gran oposición de las Cámaras”31.
Como puede apreciar cualquiera que observe los hechos objetivamente, a inicios de 1903,
no había en Panamá ningún movimiento por la “emancipación nacional”. Lo que hubo fue un
31 Amador G., M. “Memorias sobre la Emancipación de Panamá que comenzó a escribir de su puño y letra el doctor
Guerrero”. Suplemento Épocas, No. 2, año 18,La Prensa. Panamá, febrero de 2003. 36 Duval, M. Op. Cit. Págs. 327-328.
35
sector económicamente supeditado a la Compañía del Ferrocarril, empresa en la que era
máximo representante William Nelson Cromwell, que al mismo tiempo encabezaba un
sector empresarial norteamericano que se había adueñado de la mayoría de las acciones de
la Compañía Nueva del Canal, y pretendía hacer su negociado vendiéndolas al gobierno
norteamericano por 40 millones de dólares.
José A. Arango y Manuel A. Guerrero, cabezas visibles de la conspiración
“separatista” en Panamá eran empleados y socios de Cromwell a través de la Compañía del
Ferrocarril. Esta es la verdad histórica que cuesta mucho admitir en Panamá, y que la
“leyenda dorada” ha procurado ocultar.
Todos los historiadores consignan la realización de una reunión secreta entre 25 agentes
norteamericanos y la élite panameña, en la cual se coordinó el movimiento separatista. Esta
reunión se realizó el 28 de julio (según Ovidio Díaz) en la finca de Las Sabanas, de los hermanos
Ramón y Pedro Arias Feraud. Ella desmiente la supuesta espontaniedad con que la leyenda
dorada pretende revestir la “separación”. Miles P. Duval aporta los nombres de los principales
invitados presentes en la conspiración:
“Entre los huéspedes estaban: Hezekiah A. Grudger, Cónsul General de los Estados
Unidos en Panamá; H. G. Prescott, asistente del superintendente de la Compañía del
Ferrocarril de Panamá; Austin C. Harper, ingeniero civil; C.C. Arosemena; J. A. Arango;
General Rubén Varón, Ejército colombiano; Mayor W.M. Black, Cuerpo de Ingenieros,
USA; Teniente Mark Brooke, Cuerpo de Ingenieros, USA. Discutieron los planes para una
revolución; Mr. Gudger fue uno de los principales oradores”36.
Por supuesto que, para conveniencia del gobierno norteamericano, era preciso guardar las
apariencias, presentando el movimiento como espontáneamente panameño, al cual el “coloso del
norte” simplemente prestó un apoyo tangencial.
Por ello, Teodoro Roosevelt combina su abierto apego a la doctrina del “Destino
Manifiesto” (el mismo año había lanzado frases como: “No tenemos alternativa en lo que se
refiere a si jugaremos o no un gran papel en el mundo… Esto ha sido determinado para nosotros
por el destino…”), con un deseo de aparecer como benefactores de Panamá (“Se informa que
hemos hecho una revolución, pero no es así… es una tontería ociosa hablar de que hayamos
participado en una conspiración”).
Admitir la conspiración para apoderarse de Panamá restaría ante el mundo la supuesta
legitimidad con que se pretendió presentar el Tratado Hay - Bunau Varilla. Ante una revista
36
religiosa, citada por McCullough, Roosevelt se atreve a hablar de la “opresión habitual” que
sufrían los panameños por parte de Colombia, argumento retomado por la leyenda rosa. “El
pueblo del Istmo se levantó literalmente como un solo hombre”; ese hombre era Roosevelt
mismo, dicen que le respondió el senador Eward Carmack.
“Cumplimos nuestro deber –dice Teddy-, cumplimos nuestro deber para con el pueblo de
Panamá, cumplimos nuestro deber para con nosotros mismos”. “No le causamos daño a nadie”,
pero en seguida sale el cobre imperialista: “… a menos que la policía cause daño al bandido al
que priva de la oportunidad de cometer un chantaje”. Y agrega, que tratar con Colombia “como
hemos tratado con Holanda o Bélgica o Suiza o Dinamarca es completamente absurdo”. Y aquí
viene la confesión: “Si el pueblo de Panamá no se hubiera sublevado, yo hubiera
recomendado al Congreso que se apoderara del Istmo por medio de la fuerza…”.
Pero su enorme ego imperialista no podía morir sin confesar ante el mundo, en una
conferencia realizada el 23 de marzo de 1911 en la Universidad de California:
“Afortunadamente, la crisis se presentó en un período en el que yo pude actuar sin
impedimentos. En consecuencia, tomé el Istmo, inicié el canal y luego dejé que el Congreso
debatiera no al canal, sino a mi (Risas y aplausos).”32
Y por supuesto que lo tomó. La leyenda dorada de la historia panameña suele omitir que lo
verdaderamente decisivo del 3 de Noviembre fue el arribo de una poderosa flotilla de
guerra norteamericana que aseguró nuestra “independencia”: el Dixie, el Atlanta, el Maine,
el Mayflower y el Praire a Colón; y el Boston, el Marblehead, el Concord, y el Wyoming a la
ciudad de Panamá (McCullough).
32 Todas las citas de los últimos tres párrafos corresponden al libro de McCullough, págs. 413 –417.
37
La historia “dorada” ha deformado la tradicional reivindicación federalista del liberalismo
popular, en especial del panameño, para presentarla como un movimiento separatista. Se
ha hecho una lectura parcializada e interesada de la obra de Justo Arosemena (ver artículo del
anexo). Se ha querido presentar el potente movimiento liberal encabezado por Belisario Porras y
Victoriano, durante la Guerra de los Mil Días, como separatista. Cuando en realidad, es de la
élite oligárquica y conservadora de la ciudad de Panamá de donde parte el movimiento
secesionista en asocio con intereses norteamericanos.
Al respecto un mito usual transforma la perspectiva federalista de los liberales en separatismo:
“Los liberales no estaban peleando por la independencia de Panamá. Sin embargo, la
estaban haciendo (sic). Si tomaban Panamá y Colón, únicos sitios del Istmo que en ese
momento quedaban bajo control de los conservadores, habrían logrado consolidar, con el apoyo
de la población istmeña, un Panamá liberal que se habría contrapuesto al resto de Colombia bajo
dominio conservador. De hecho, era la independencia” (sic)33.
No necesariamente. También habría podido ser un pivote para apoyar al movimiento liberal en el
resto de Colombia. Pero la historia oficial panameña, en su afán de justificar la “separación”,
inventa un supuesto objetivo separatista que los liberales no se habían propuesto en ninguna
parte. Si así fuera, carecerían de sentido las últimas palabras del cholo Victoriano Lorenzo ante el
paredón de fusilamiento cuando, perdonando a sus verdugos, “recomienda la unión de todos los
colombianos”34
A esta conspiración se sumarían como comparsas, y ante los hechos consumados, algunos
dirigentes liberales moderados, firmantes de la “Paz del Wisconsin”, como Eusebio A. Morales,
el cual tuvo que vivir bajo el estigma de haber detenido y entregado a Victoriano Lorenzo a las
autoridades conservadoras que le fusilaron.
La historia oficial también ha trastocado las numerosas crisis políticas panameñas y
colombianas a lo largo del siglo XIX, y las diversas proclamas (actas), como si todos ellas se
trataran de un sostenido y reiterado intento secesionista. Pero cuando se analizan con cuidado
los hechos, como hemos realizado en el libro Estado, Nación y Clases Sociales en Panamá35, se
aprecia que muchos de esos movimientos, más que separtistas, expresaban conflictos sociales,
38
políticos y económicos. Y, cuando el móvil fue separatista, éste provenía de las élites
comerciales istmeñas, pero siempre fracasaron porque, entre otras cosas, no contaron con
respaldo popular. El pueblo panameño, el arrabal, se ubicó siempre en el lado opuesto al
transitismo a ultranza, y contra la desintegración de Colombia.
También hay quien ha querido presentar a Belisario Porras arrepintiéndose rápidamente
(abril de 1904) de su inicial oposición a la “separación”. Pero la usual parcialidad de la
interpretación panameña obnubila de tal modo que leen a Porras al revés lo que literalmente dice.
Partamos por el contexto. Porras está en su exilio centroamericano, a donde fue a parar
luego de la Guerra de los Mil Días. La separación es un hecho, y la presencia militar
norteamericana hace evidente que la unidad con Colombia será imposible. Por supuesto, Porras
no quiere pasar el resto de sus días en el exilio y, a instancias de su amigo y copartidario Carlos
A. Mendoza, escribe una carta a las nuevas autoridades, en busca de una garantía para su retorno.
¿Qué es lo primero que dice en esa carta a Mendoza, fechada el 24 de abril? “No hago
acto de atrición o arrepentimiento ni de rebeldía tampoco…”. Como hombre de principios, lo
primero que Porras señala es que no se arrepiente de nada, ni se lo pidan, aunque no se va a
mantener rebelde pues, obviamente, quiere volver a Panamá.
“Obediente del amor al terruño, que ha vencido al fin, sacrifico convicciones,
domino dolores…”. Es decir, su amor por la tierra que le vio nacer lo obliga a sacrificar
convicciones y dominar dolores, y éstas no pueden ser otras que su condena a la conspiración e
intervención norteamericana. Si sacrifica sus convicciones, no quiere decir que renuncie en su
fuero interior a ellas, sino que no combatirá públicamente por lo que cree.
“…y me inclino ante la obra de gloria o infortunio que han realizado los istmeños,
mis hermanos…”. Aún teniendo que aceptar los hechos consumados de la separación, para que
se le permita retornar, deja abierto el balance de los hechos “gloria o infortunio”.
“No puedo renegar de mi tierra, ni puedo apostatar de los míos y al formar filas con
ustedes, SOMETIÉNDOME DEFINITIVAMENTE ANTE LO IRREMEDIABLE, voy a
compartir con todos no sólo LOS PELIGROS QUE VISLUMBRO sino también –y a justo
título- las preseas inalienables de todo ciudadano libre: obligaciones y derechos…”. Cuando
califica de “irremediable” la separación es porque la conceptúa negativa, lo que queda ratificado
cuando advierte los peligros que vislumbra. Peligros que la historia panameña confirmó. Y todo
esto lo hace con la condición de ser aceptado como un ciudadano con plenos derechos.
39
De estas diáfanas palabras, los prejuiciados analistas panameños extraen una conclusión
absurda y contraria al texto: “Es decir, menos de seis meses después de nuestra independencia, el
Dr. Porras confirma la autoría istmeña del movimiento secesionista y, por ende, se integra a la
nueva República”36.
La perspectiva más objetiva que hemos encontrado sobre el particularismo panameño,
frente al centralismo bogotano, y su relación con los hechos del 3 de Noviembre, la encontamos
en la obra del historiador Eduardo Lemaitre, en su capítulo titulado “Amador Guerrero: El
tinglado de la farsa”42.
Lemaitre parte por señalar que “siempre hubo en Panamá, …, ideas separatistas, que
reaparecían cíclicamente”. Apoyándose en citas de Justo Arosemena se describe el aislamiento
geográfico de la región con respecto al resto de Colombia, cómo afectó la liquidación del
federalismo por parte de Núñez, y el abandono económico en que estaba sumido el departamento,
pese a producir grandes ingresos al estado colombiano a través de la anualidad pagada por el
ferrocarril.
Y cita parte del Manifiesto de Independencia, redactado por Esusebio A.. Morales,
cuando dice que el gobierno colombiano no había hecho en Panamá “ni un camino, ni un puente,
ni una calzada, ni una escuela”. Pero en seguida, Lemaitre agrega: “tampoco las había
construído en parte alguna de la República, porque todo el dinero era poco para mantener
el orden público siempre amenazado. Pero los panameños creían ser únicas víctimas de
aquel desgreño administrativo y no faltaban políticos de ambos partidos que por
resentimientos personales u otras razones, se dieran la mano para explotar aquel estado de
cosas y despertar sentimientos separatistas que se hallaban dormidos”43.
Comenta –Lemaitre- el incidente, tantas veces citado en Panamá como supuesto preludio
de la separación, en que los periódicos El Sumapaz y El Conservador, en 1899, habían tenido el
atrevimiento de proponer la venta del Istmo a Estados Unidos o cualquier otra potencia para
pagar los gastos del Estado. Ofensa que fue respondida en nombre de los panameños por
Francisco Ardila en un memorable artículo citado por Catalino Arrocha Graell y por el propio
Lemaitre, y que recibiera el respaldo popular en Panamá, en una manifestación en que el poeta
León A. Soto pronunció un vibrante discurso que le costó la cárcel y luego la vida.
40
Pero, como bien señala Lemaitre, en Panamá, durante los meses previos a la separación,
no se respiraba ningún ambiente separatista: “… cuando se leen las colecciones de los
periódicos panameños de aquel tiempo, es curioso observar cómo, lejos de estar
completamente relajado el sentimiento de integridad nacional como pudiera suponerse, existía,
por lo menos en la casta política y entre lo que pudiera llamarse gente pensante del Istmo, un
acendrado sentimiento de patriotismo colombiano”.
Y agrega, matizando lo anterior: “Seguramente la gran burguesía, las gentes de
negocios, los empleados de las Compañías extranjeras y la judería internacional que
pululaba en Panamá, pensaran de modo distinto; pero si nos atenemos a lo que puede leerse
en la prensa, la separación de Panamá no habría tenido efecto; pues a excepción de “La
Estrella”, órgano franco y decidido de las tendencias y de los intereses norteamericanos,
todos los demás revelan haberse mantenido dentro de una tónica de altiva dignidad,
favorable a la integridad colombiana y opuesta radicalmente a la aprobación del Tratado
Herrán – Hay”44.
8. ¿Próceres o conspiradores?
En Panamá la conspiración separatista tuvo una matriz física ubicada en las oficinas de la
Compañía del Ferrocarril, que se encontraban en el gran edificio de la terminal, donde hoy está
el Museo Antropológico junto, a la Plaza 5 de Mayo. Los conspiradores panameños tienen una
relación directa con dicha empresa norteamericana, cuyos hilos dirigía William N. Cromwell
desde Nueva York.
Contrariamente a lo que suele decirse en la historia oficial panameña, la matriz política del
movimiento separatista de 1903, proviene del Partido Conservador, no del liberalismo. Una
nota del embajador norteamericano en Bogotá, citada por Duval, informa que los mayores
opositores al Tratado Herrán – Hay provenían de las filas liberales. Esto es literalmente así, tanto
en Colombia como en Panamá. El proyecto separatista jamás estuvo en el programa liberal
durante la Guerra de los Mil Días, como insinúan a algunos. Los liberales que finalmente
colaboran con la separación ocupan un lugar secundario y de última hora.
De acuerdo a todas las versiones, José A. Arango, abogado de la Compañía del
Ferrocarril, junto con el Capitán Beers, son los gestores de la idea o los agentes encargados de
ejecutar una idea planificada desde Estados Unidos. Como el mismo ha dicho en sus “Datos
para la Historia”, los primeros a quienes consultó, fueron sus influyentes hijos (Ricardo
41
Manuel, Belisario y José Agustín) y yernos (Lewis, Raúl Orillac y Ernesto Lefevre). Como él
mismo señala, para no abrumar a la Junta Separatista con miembros de una sola familia,
acordaron conformarla, al principio con: Carlos C. Arosemena, Manuel Amador G. y J. A.
Arango.
El otro gran actor es Manuel Amador Guerrero, médico de la Compañía del Ferrocarril,
político conservador, nacido en las cercanías de Cartagena, y casado con una enérgica y bella
joven panameña, María Ossa de Amador, cuyo hermano, Francisco de la Ossa, era alcalde de
la ciudad de Panamá.
José Gabriel Duque, cubano de nacimiento y de nacionalidad norteamericana, dueño de
la editora Star & Herald, que publicaba el periódico La Estrella, es otro protagonista
indiscutible. No sólo porque desde su diario dirigió una intensa campaña en favor del Tratado
Herrán – Hay, sino porque tenía en Washington relaciones directas con el Secretario de Estado
John Hay, y viajaría, casual o planificadamente, en el mismo buque que Amador cuando el
movimiento estaba en su momento crucial.
También están los empresarios y terratenientes conservadores Ricardo Arias y Tomás
Arias, quienes eran hermanos, y fueron fundadores de una dinsatía de presidentes de la
República, que hasta hoy perdura. Además de una pléyade de comerciantes y gerentes de
empresas muchas de las cuales relacionadas con Estados Unidos, como: Nicanor de Obarrio,
Federico Boyd y Manuel E. Batista.
Por otro lado están los jefes de la tropa, los generales Esteban Huertas y Varón, ambos
de origen colombiano, y ambos claramente sobornados para apoyar el movimiento. Según
reconoce en su autobiografía Huertas, se le ofrecieron 25,000 dólares, que él dice haber
rechazado. Pero luego de la separación, según Lemaitre, recibió hasta 50,000 dólares para
44
Ibid., págs. 494 - 495.
enviarlo a “estudiar tácticas militares” en Europa, lo que le permitió adquirir una bonita finca en
en la que pasó sus últimos años, después de una vida como pobre soldado de cuartel.
Arango menciona a Pastor Jiménez y Carlos Zachrisson como “íntimos amigos del
Gneral Esteban Huertas”, que por intermedio de Amador, “prestaron muy oprotunos y valiosos
servicios”, mediando para convencer a Huertas, agreguemos nosotros.
42
Por los liberales, cabe destacar las personalidades de: Pablo Arosemena, abogado, al cual
el sociólogo A. I. Quintero lo relaciona comercialmente con J. G. Duque37. Eusebio A. Morales,
nacido en Sincelejo, redactor del Manifiesto de la Independencia, ya se ha dicho que pertenecía a
los liberales más moderados, garantes del Pacto del Wisconsin, y que J. A. Arango relaciona
estrechamente con Federico Boyd. Carlos A. Mendoza, abogado también, aparece entre los
primeros liberales sumados al movimiento por el mismo Arango. Los hermanos Pedro y
Domingo Díaz, líderes del arrabal, eran parte del sector de Mendoza. Es importante tener en
cuenta que el histórico líder del liberalismo popular, Buenaventura Correoso, no aparece
desempeñando ningún papel en los acontecimientos.
Pero todos ellos, los liberales, aparecen en el primer plano de los acontecimientos cuando
la conspiración estaba avanzada, y no son informados del plan hasta casi el final. La labor de los
liberales consistió en concitar el apoyo del arrabal.
Mencionemos al banquero judío Joshua Lindo, residente en Nueva York al momento de
la conspiración, pero con fuertes intereses en Panamá, y una relación estrecha tanto con
Cromwell como con Bunau Varilla (recuérdese que, en Francia, Varilla jugó un destacado papel
en la lucha contra el antisemitismo del famoso “Caso Dreyfus”). De las arcas de Lindo provino,
en calidad de préstamos parte del dinero usado durante el movimento separatista para
sobornar a las tropas, y a algunos más.
Tal y como había anunciado el artículo publicado en junio de Farham, el movimiento
separatista se desencadena a partir de mediados de agosto, cuando el Congreso colombiano
enterró el Tratado. El Capitán Beers viajó a Nueva York a mediados de julio para entrevistarse
con Cromwell, y decidir el curso de la acción. Ovidio Díaz 46, en el capítulo 4 de su libro, titulado
“Panamian Cohorts”, resume los hechos concretamente.
Beers arriba a Panamá, aproximadamente el 4 de agosto, pero no olvidemos que el 28 de
julio se había realizado en la finca de los Arias, la famosa reunión de los conspiradores
panameños con el cónsul norteamericano y un grupo de oficiales gringos. Beers trajo la
confirmación del apoyo norteamericano al movimiento secesionista. Arango le organizó una cena
de bienvenida a la que asistieron media docena de personas, y el norteamericano Herbert
Prescott, asistente del superintendente de la Compañía del Ferrocarril.
Allí se decidió el viaje de dos de los conspiradores a Estados Unidos para ultimar los
detalles. Sin embargo, al final viajaría solo Manuel Amador Guerrero, ya que la estadía de su hijo
37 Quintero, A. I. “Los dueños de Panamá en los primeros años de la república”. En: Revista Panameña de Ciencias Sociales,
Edición No. 1. Panamá, febrero de 2003. Pág. 50. 46 Díaz, Ovidio. Op. Cit., págs. 49 – 63.
43
en Estados Unidos permitía cubrir el viaje con una excusa personal, evitando que se filtrara antes
de tiempo el plan separatista.
44
Por supuesto, el anciano, bonachón e inexperto Amador Guerrero no fue capaz de
entender estas circusntancias, y Cromwell no se tomó la molestia de explicárselas. De ahí que
cablegrafiara a los conspiradores en Panamá la pesimista expresión: “Disappointed”
(decepcionado). Lo cual causó consternación y confusión momentánea entre los “próceres”.
Bunau Varilla llegó a Nueva York lo que tardó el buque en traerlo de Francia, el día 22
de septiembre, para hacerse cargo de la situación que ya no podía manejar directamente
Cromwell. Se dice que este último hizo el camino inverso inmediatamente, pero hay pruebas de
que todavía el 7 de octubre se encontraba en Estados Unidos coordinando las acciones.
El mismo día de su llegada Bunau Varilla se entrevistó con Lindo y, por su intermedio, al
día siguiente, lo hizo con Amador Guerrero. Guiémonos ahora por la versión de los hechos
proporcionada por el propio Philippe Bunau Varilla en su libro Panamá, su creación, su
destrucción y su resurrección38, publicado en 1913. Los diálogos entre Amador Guerrero y
Bunau Varilla, son tomados de este libro por muchos historiadores.
La versión del francés debe ser tomada con pinzas, pues es evidente el deseo de agrandar
su figura ante la historia, presentando el surgimiento de la república panameña como una obra de
su ingenio, al tiempo que no escatima esfuerzos por desacreditar el papel de Cromwell,
minimizar las decisiones del gobierno norteamericano, que no dependían para nada de él, así
como pintar como un idiota obediente a Amador Guerrero. Pero debajo de toda la egolatría del
francés aparecen hechos ciertos o incuestionables, que son los que interesan.
Según Bunau Varilla, Amador Guerrero le hizo un recuento detallado de la situación en
Panamá y la marcha de la conspiración. A la vez que se quejó del trato dispensado por Cromwell
que lo hacía dudar del futuro de la conspiración. En el punto culminante de la conversación,
Bunau pregunta cuáles son las esperanzas de éxito del movimiento. A lo que Amador responde:
-“Después de la revolución que ha mantenido al país en suspenso por más de 3 años, la
paz ha vuelto. En Panamá solamente hay una débil guarnición colombiana. Aún más: esos
hombres han dejado de considerarse extranjeros entre nosotros: nuestras emociones y
aspiraciones son suyas. Su General, Huertas, un soldado gallardo a quien sus tropas obedecen
fielmente, se sorprende de la manera como Colombia se conduce respecto a Panamá. Una
revolución no tendría hoy obstáculos; pero los colombianos dominan el mar; la tripulación de sus
38 Parece increíble, pero es casi imposible conseguir algún ejemplar del libro de Bunau Varilla. Seguramente esto se debe a lo
duro de tragar para la oligarquía panameña porque, dejando de lado el ego de tamaño francés del que hace gala Bunau Varilla, las
figuras de los “próceres” salen mal paradas. Esta versión del libro la conocemos a través de un trabajo titulado Historia
Auténtica de la escandalosa negocación del Tratado del Canal de Panamá, editada y reseñada por J. Rivera Reyes en 1930.
Las citas que siguen provienen de las págs. 2 – 28.
45
barcos le es fiel; debemos por consiguiente ante todo adquirir una marina que impida a Colombia
aniquilar con sus tropas a la Provincia de Panamá. Además, nosotros necesitamos armas. Ha sido
para obtener esos buques y esas armas que yo he venido. A nuestro primer enviado, el Capitán
Beers, se le dieron seguridades en ese sentido y la misma promesa se me hizo cuando yo llegué:
que los Estados Unidos nos darían todo el dinero que necesitáramos para comprar armas, vapores
y pagar las tropas”.
-“Qué cantidad de dinero considera usted necesaria? –le interrumpí.
-“Nosotros necesitamos $6,000,000.00 –replicó Amador.
-“Mi querido Doctor –dije- Ud. Me ha expuesto la situación y ha venido a pedir consejo. Yo le
respondo: Déjeme pensar el asunto…”. Le prometió que haría gestiones, y le propuso usar el
nombre clave de “Smith” y de “Jones” para él.
Una de las primeras gestiones fue la conversación con el profesor Bassett Moore de la
Universidad de Columbia, amigo personal de Roosevelt y su asesor en asuntos internacionales.
El diálogo confirma los temores que José Vicente Concha albergaba sobre las implicaciones de la
invasión norteamericana a Panamá en 1902, por el cual se pretendía imponer una nueva
interpretación del Tratado de 1846, según la cual, en base al “derecho de tránsito” Estados
Unidos podía intervenir a su discreción en Panamá.
“-Sí –dijo Bassett Moore- yo pienso que el Tratado de 1846, con la Nueva Granada, le da a
los Estados Unidos el derecho de llevar a cabo los trabajos necesarios para el Canal. Su
derecho de paso o tránsito permanece ilusorio si Colombia, que es incapaz de hacer el
Canal, e impide que sea construído por nosotros. Seguramente esto no es un derecho
explícito, pero sí implícito. Naturalmente había que resolver la cuestión de la
indemnización, que si no se resuelve amigablemente puede resolverse por recurso de
arbitraje”.
Como Bunau no pierde página para autoensalsarse, alega que Moore estaba sorprendido de que
esa teoría “secreta” (se hizo pública en el artículo de R. Farham), había sido publicada en Francia
y, claro, el autor había sido él mismo. Pero lo importante es que el gobierno de Roosevelt
buscaba una rendija en el derecho internacional para justificar “legalmente” la toma de Panamá.
Así fuera por lo que Bunau Varilla llamara “expropiación de soberanía por razones de
utilidad internacional”.
El siguiente paso fue su entrevista con Roosevelt, lograda a través de Mr. Loomis, Subsecretario
de Estado. Según su versión, presentó a Roosevelt una idea que sorprendió al presidente: en vez
46
de tomar por la fuerza a Panamá, invocando el Tratado de 1846, era mejor apoyar una
“revolución” de los panameños, lo cual, agregamos nosotros, resolvería parcialmente el problema
de la “legitimidad”.
Pero es evidente que Bunau Varilla miente respecto a que esta idea fue originalmente suya,
porque la presencia de Amador Guerrero en Nueva York obedecía a un plan en ese sentido, que
ya se estaba fraguando antes que él apareciera, y su autor, por todo lo visto era Cromwell.
Bajo el subtítulo “Yo le explico mi nuevo proyecto a Amador”, Bunau refiere los pormenores de
la segunda entrevista, ocurrida el 15 de octubre (aunque en el texto hay una contradicción enlas
fechas, porque respecto a la tercera entrevista habla de “hoy 13 de octubre”, lo que sugiere que la
segunda fue el 12).
La versión que le cuenta a Amador se basa en el Tratado de 1846, y consiste en
declarar la independencia sólo en la “zona de tránsito”, “hasta la distancia de un tiro de
cañón”, distancia que según él las tropas norteamericanas podrían proteger acogiéndose al
Convenio.
“A pesar de mis esfuerzos para hacerle comprender la verdad, él estaba firmemente
persuadido de que el plan que yo le proponía había sido concebido en Washington, en la Casa
Blanca, y no en mi propia mente, en mi viaje de regreso a Nueva York”. Nuevamente, el
momento cumbre de la discusión gira en torno al dinero:
-“Dice Ud. que con este nuevo plan no se necesita dinero. Sin embargo es absolutamente
necesario. En el día de la revolución tendremos que pagar los sueldos atrasados de las tropas.
-“Yo admito esto –repliqué- pero seis millones de dólares no es lo que se necesita para eso. Son
500 hombres; pongamos a 20 dólares por cabeza; 100 dólares si Ud. quiere para cada hombre,
eso haría 50,000.00 dólares”.
-“Eso no es suficiente-dijo Amador.
-“Pongamos 100,000 dólares si Ud. quiere”-fue mi respuesta.
“El se vio obligado a aceptar que cien mil dólares resultaban suficientes”.
Luego le explica que gestionará un préstamo en un banco de Nueva York, lo que produce dudas
en Amador, y le replica que si hace falta “yo la daré de mi propio dinero”. Pero la discusión
retorna al plan:
-“No -dijo Amador friamente-. Nosotros no podemos hacer el movimiento en esa forma.
Nosotros todos en Panamá, más o menos, tenemos propiedades en el resto del Departamento. La
idea de cortar el Departamento en dos de manera que una parte del Istmo forme una República
47
independiente y la otra permanezca unida a Colombia, es inaceptable y desanimaría a todo el
mundo.
-“Pero yo hablo sólo del principio –respondí-. Una vez que la independencia esté asegurada
y el Tratado ratificado, Uds. Tendrán 10 millones de dólares con los cuales Uds.
Pueden sobre llevar la guerra y conquistar el resto del Departamento.
“No –replicó- eso no puede ser así”.
Con este ambiente finaliza la reunión pero, al día suiguiente, muy temprano, según Bunau
Varilla, Amador toca a su puerta:
-“Ha podido Ud. dormir?- me dijo como saludo.
-“Muy bien, -respondí- y Ud.?
-“Ni un segundo –dijo tomando un asiento-. Yo he estado pensando y he venido a descubrir que
no soy más que un tonto. Ahora he comprendido; perdóneme, yo le obedeceré. -“Eso es lo que
yo llamo un discurso razonable –le repliqué-. Bien. Como Ud. al fin ha comprendido, no hay más
nada que decir. Yo tengo que ir mañana martes a Washington y posiblemente podré completar el
círculo de mis informaciones. Prepárese Ud. para partir en el próximo vapor el jueves 20. A mi
regreso de Washington yo le daré el programa preciso de acción. Ahora déjeme solo, de manera
que pueda preparalo con toda tranquilidad”.
Al margen de si las palabras humillantes de Amador son reales o inventos del francés, lo
cierto es que hubo un acuerdo. La separación de Colombia fue proclama en los municipios
de Panamá y Colón, informando a los del interior sólo de los hechos consumados y, como
veremos, ésto provocó resistencias en varias regiones del Istmo.
Respecto al dinero: los cien mil fueron los utilizados para pagar los sobornos a la
tropa. Según Ovidio Díaz, los primeros cien mil llegaron a manos de Bunau Varilla el 26 de
octubre a través del Credit Lyonnais, cuyo presidente, lo era a su vez, de la Compañía
Nueva del Canal. Pero éste sólo remitió a Panamá 75,000 luego de proclamada la
separación. Cromwell, por su parte, obtuvo otro crédito igual del Bowling Green Trust Co.,
el 25 de noviembre, pasándolos al Lindo’s Bank, el cual lo depositó a nombre de Isaac
Brandon & Bros. en Panamá39.
Los 10 millones prometidos correspondían al adelanto propuesto a Colombia en el
Tratado Herrán – Hay. La diferencia es que, al parecer, éstos nunca llegaron a Panamá,
48
permaneciendo depositados en un banco neoyorkino como “los millones de la posteridad”.
Su destino no está claro y fue fuente de discordia posterior entre los conjurados.
El sociólogo A. I. Quintero, al respecto, cita la obra de Gerstle Mack (La Tierra
Dividida), el cual afirma que: “Inmediatamente después de la aprobación del Tratado, la
Tesorería de los Estados Unidos hizo los arreglos necesarios para pagar a Panamá los
$10,000,000 de dólares convenidos. El 2 de mayo de 1904, los banquero recibieron una letra de
cambio por un millón de dólares ($1,000,000) de los cuales enviaron $200.000 al Istmo y
guardaron el resto en parte para recobrarse los pagos adelantados y en parte para cubrir futuros
giros. El 4 de mayo, Panamá traspasó el control de la Zona del Canal a los representantes de
Estados Unidos, y el 19 de mayo, el Secretario de Hacienda, Leslie M. Shaw, pagó a J.P.
Morgan y Compañía los 9,000,000 de dólares restantes. Para asegurar la estabilidad
financiera de la nueva República, gran parte de esta suma se invirtió en los Estados Unidos,
principalmente en las primeras hipotecas de bienes y raíces en la ciudad de Nueva York”49.
Agreguemos que el administrador de esos fondos fue el mismísimo William N. Cromwell,
quien siendo agente de J. P. Morgan, fue nombrado también como Cónsul General de Panamá en
Nueva York. Cargo que detentó durante muchos años. Quintero señala que el banco de J. P.
Morgan fue agente fiscal de la nueva República en Estados Unidos.
Para la siguiente entrevista con Amador: “Yo había preparado la proclama de
independencia, un plan metódico de operaciones militares, así como los arreglos para la defensa
del Istmo, que debía efectuarse durante los 3 primeros días; y finalmente un Código cifrado… La
Constitución de Cuba, que había sido redactada por hombres de alto talento jurídico, iba a ser el
modelo de la Constitución de Panamá; sólo faltaba el modelo de la bandera de la nueva
República”.
Aquí evidentemente hay exageración porque un hombre por más genio que sea no puede
realizar tantas cosas en dos días, con un viaje a Washington de por medio, incluyendo una
entrevista con el Secretario de Estado. Si todos estos materiales le fueron entregados a Amador
fue porque hubo una preparación detallada previa y, si así fue, la hicieron los norteamericanos y
no el “superman” francés.
Sin embargo, hay elementos de verdad, pues en gran medida la Constitución
panameña siguió el modelo cubano, y su artículo 136 se copió de la Enmienda Platt, como lo
admitió el propio Tomás Arias, legalizando el derecho de intervención norteamericano con
el objeto de imponer el orden público.
49
En esta entrevista Bunau aseguró a Amador que las tropas norteamericanas les
protegerían 48 horas después de proclamada la independencia. Pero lo más importante de la
conversación fue el pedido de Bunau Varilla del cargo de embajador plenipotenciario de Panamá
para negociar el tratado, condición sin la cual él no garantizaba nada.
-“El amor propio de los istmeños –dijo- se sentiría herido al escogerse un extranjero para
su primera representación en el exterior”.
- “Yo veo eso fácilmente –respondí- pero una ley suprema debe dictar nuestra resolución;
esa ley nos ordena unir todos los elementos que puedan asegurar el éxito final. Una gran
batalla será librada en Washington. Dejemos la carga de ella al mejor equipado para ganar
la victoria”.
-“Pero no podría un panameño ser nombrado, de cuya obediencia doy garantía? –dijo
Amador- Ud. le dictará sus actos y sus palabras”.
-“No mi querido Doctor –repliqué- una resolución de tal orden no tiene valor cuando de
una palabra, de un sólo acto, de un sólo minuto depende el éxito o el fracaso. La persona
que ordena debe tener absoluta libertad de acción. Pero esto es solamente un consejo; si
no es la opinión suya o la de sus amigos, sigan Uds. Sus inclinaciones personales. En tal
caso Ud. puede contar todavía conmigo, que haré todo lo que esté en mi poder para
ayudarlos, pero al mismo tiempo le digo que no acepto ninguna responsabilidad si Ud. no
sigue la línea trazada, que tiene la cantidad máxima de posibilidad de éxito favorable”.
“Amador me escuchó con aire deprimido.
-“Bien –dijo- yo trataré de llevar a cabo su programa”.
-“Nada falta –agregué- salvo el modelo de bandera”.
Es evidente que a Amador le costaba aceptar semejante condición. Y también lo es que luego de
proclamada la separación los panameños lo primero que hicieron fue enviar una delegación para
que el tratado fuera firmado por un nacional, y no de esta manera humillante que proponía Bunau
Varilla.
Pero el francés era hábil, y puso como condición, tanto para gestionar el reconocimiento
del nuevo gobierno panameño por parte de Estados Unidos, y la protección de su flota, como
para enviar el dinero pactado, que en la primera acción de la Junta Provisional de Gobierno le
enviara un telegrama nombrándolo embajador plenipotenciario. La Junta Provisional se resistió
un poco, pero lo envió con las consecuencias conocidas: el Tratado Hay – Bunau Varilla.
50
El asunto de la bandera carece de importancia, pues el proyecto que Bunau puso bajo el
brazo a Amador fue deshechado en Panamá. Lo interesante de la última conversación de ambos
fue que Amador pedía 15 días para organizar el movimiento.
-“'¡Cómo! –exclamé- ¿quince días? Es más simple decir que Ud. va a abandonar
todo inmediatamente. Ud. parte mañana 20, llega el 27 y en 2 días puede actuar”.
Aquí es evidente el deseo del francés de dar la impresión de que hasta la fecha de la
separación salió de su cabeza, cuando en realidad estuvo determinada por la llegada de las tropas
al mando del general Tobar, hecho del que sólo supo Amador a su regreso a Panamá, e informó
mediante un cable a “Jones” recién el 29 de octubre.
Sin embargo, es evidente que era absurdo montar un movimiento separatista,
genuinamente “nacional”, en tres días. Efectivamente Amador llegó a Panamá recién el 27
de octubre. Lo cual es otra prueba de que la secesión dependía de un factor externo: la
intervención norteamericana. Algunos historiadores sostienen que el gobierno
norteamericano eligió la fecha coincidiendo con las elecciones parciales en Estados Unidos,
que se realizaron el 4 de Noviembre, porque la prensa estaría distraída en ellas, dando
libertad de acción a la Armada Naval de actuar y luego presentar los hechos consumados .
Ya había comenzado el movimiento de buques procedentes de San Francisco, Guantánamo y
Jamaica hacia Panamá.
51
fecha de la Independencia de España. Amador tuvo que insistir para forzar su adelanto al 3
ó 4 de Noviembre, según lo acordado con el francés.
El siguiente paso fue asegurar el soborno de la tropa y su máximo oficial, el general Esteban
Huertas, el cual fue muy esquivo hasta el final, pero fue el que decidió la suerte de la
conspiración, cuando se detuvo a los oficiales colombianos encabezado por Tobar la tarde del 3
de Noviembre. En sus Memorias, Huertas fecha su encuentro con Amador Guerrero el 1 de
Noviembre, y lo describe en los siguientes términos:
“Como a las nueve de la mañana del 1 de Noviembre (nos dice hablando siempre en tercera
persona) encontrádose el general Huertas en su Cuartel, se presentó allí el señor Pastor Jiménez,
manifestándole que iba de parte del Dr. Manuel Amador Guerrero para decirle que deseaba tener
una conferencia con él en el Gran Hotel Central, donde en efecto lo esperaba. Huertas acudió y al
entrar, encontró al Dr. Amador sentado en el zaguán del hotel, y éste, al verlo, púsose de pie,
tembloroso, y poniéndole la mano sobre el hombro, le insinuó que subiera las escaleras. Llegados
al primer piso, penetraron a una pieza, e instalados en ella, el Dr. Amador le dijo que tenía que
comunicarle una cosa interesante; pero parecía indeciso, pues temblaba y palidecía, produciendo
varios sonidos guturales incompresnsibles, por cuanto la voz se ahogaba. Por fin, haciendo un
esfuerzo, pudo expresarse con claridad y le dijo: “Dígame General, sin vacilación de ninguna
especie, si se tratara de proponerle un crimen, me guardaría usted el secreto?” Huertas hizo
un ademán de asentimiento y Amador continuó: “se trata de la Independencia del Istmo, todos
están de acuerdo, los Arosemena, los Boyd, los Arias, y hasta los extranjeros están
dispuestos a ayudarme. Sólo, pues, esperamos su decisión, sin la cual la independencia es
imposible”. A la vez, el Dr. Amador se deshizo en ofertas que se traducían en tesoros…”41.
Puede especularse que las palabras de Huertas estén cargadas de resentimiento, ya que un año
después el gobierno de Amador lo destituiría de su cargo al frente del ejército panameño y
disolvería esta institución, obedeciendo a criterios norteamericanos. Pero la lógica indica que el
diálogo tuvo que tener ribetes semejantes, lo cual está corroborado por otros testimonios.
Según Huertas, él respondió indignado, pero pidió tiempo para pensarlo. Como bien razona
Lemaitre, si Huertas no estuviera ya picado por “las ofertas que se traducían en tesoros”, y fuera
tan honesto como quiere aparentar en sus Memorias, debió arrestar inmediatamente a quien le
propuso cometer “un crimen”. En lugar de ello, pidió tiempo para pensarlo. Respuesta que repitió
el 2 de Noviembre, cuando Carlos Zachrison volvió a hacerle la oferta de parte de Amador.
52
Amador repitiría su oferta por tercera vez diciendo: “No vacile general… mire que
habrá disfraces y muchas diversiones, y podremos llevar a efecto nuestros deseos…”.
Respondiendo Huertas: “Tenemos mucho tiempo para pensar todavía…”. Según el testimonio
de un soldado de Huertas, en la mañana del 3 de Noviembre se produjo la última conversación
entre Amador y Huertas sobre el tema, en el siguiente tenor: “Si usted quiere ayudarnos,
alcanzaremos la inmortalidad en la historia de la nueva república. Un barco
norteamericano ha llegado y otros se encuentran en camino, -añadió Amador-. Usted y su
batallón no pueden hacer nada contra la fuerza superior de los cruceros, que tienen sus
órdenes. Elija aquí, gloria y riqueza; en Bogotá, miseria e ingratitud”. Se dice que Huertas
permaneció “impasible” por un momento, luego extendió su mano –Acepto”42.
En sus Memorias, Huertas intenta cubrir su decisión, aseverando que no aceptó el
soborno, aduciendo que se decidió cuando interpretó los actos del general Tobar, la tarde del 3 de
Noviembre, como un intento de arresto y asesinato:
“No sólo se trata de mi defensa personal, sino también de las de ustedes. Hoy los
generales en la segunda visita que me hicieron me manifestaron sus deseos de mudarse para la
pieza que yo ocupo en el cuartel y creo que se trata de asesinarme. ¿Están ustedes dispuestos a
seguirme y a cumplir mis órdenes, a pesar de todos los sacrificios que haya que hacer? Me
contestaron: “que sí”. Sin embargo, para estar seguro les ordené: El que de ustedes no quiera
acompañarme o no esté de acuerdo, que se ponga de pies. Todos permanecieron sentados dentro
del más profundo silencio. Váyanse entonces a almorzar –les dije- porque ya es tarde, pero eso sí,
regresen pronto porque pueden presentarse serios acontecimientos. Les pido la mayor reserva y
no conversen nada de esto, ni con sus familias”43.
Para tener una idea precisa de los sucesos en Panamá, es recomendable leer La jornada
del día 3 de Noviembre de 1903 y sus antecedentes 44, del panameño Ismael Ortega. La obra es
una apología del acontecimiento, pero la narración minuciosa permite ver algunos detalles que
suelen pasarse por alto. No vamos a reproducir en detalle los acontecimientos, muchos de
ellos bien conocidos, sino que nos centraremos en algunos aspectos interesantes que
retratan la falta de “unanimidad” panameña en la secesión, y el papel decisivo de las tropas
53
norteamericanas, sin el cual la acción de los conspiradores panameños no se habría llevado a
cabo.
Amador escribe a Bunau Varilla, el 29 de octubre, al enterarse de que se aproximaba a
Colón un barco con tropas colombianas de refuerzo: “Fate news bad powerfull tiger urge
vapor Colón”. Este le responde en clave que en dos días llegaría el buque de guerra (“Pizaldo
Panamá: Allright will reach ton and half obscure”). A Colón llegaron el Nashville primero, y
el Dixie después, para asegurar la separación.
Pese a las seguridades que les enviaba Bunau Varilla, la mañana del 3 de Noviembre, al
saberse el arribo del buque Cartagena, al mando de los generales Juan B. Tobar (Ortega escribe
“Tovar”) y Ramón Amaya, los conspiradores cayeron en pánico y estaban virtualmente
paralizados. Dicen que Tomás Arias lanzó a la cara de Amador esta histórica expresión: “Tú eres
un viejo, Arango es un viejo, y a ustedes no les importa si los ahorcan. Yo no quiero ser
ahorcado”55.
Diversas versiones aseguran que Amador, después de deambular abatido por las calles de
Panamá, y habiendo constatado que los conspiradores se amedrentaban, volvió a su casa, donde
fue su esposa, María Ossa, la que le infundió valor para seguir adelante. Pero lo más probable es
que contribuyera a infundirle ánimo no sólo las palabras de su aguerrida y joven esposa, sino la
confirmación del arribo de un crucero norteamericano a Colón, y la maniobra de los gerentes de
la Compañía del Ferrocarril, dirigidos por el coronel J. R. Shaler, de hacer pasar a la ciudad de
Panamá, a los generales colombianos pero sin sus tropas, alegando que no disponían en el
momento de vagones para su transporte.
El error decisivo de los generales colombianos estuvo en aceptar la propuesta de Shaler.
“No hubo nada que no demostrara la mayor cordialidad y no me diera la seguridad más completa
de que la paz reinaba en todo el departamento” 45. Aunque, al parecer el general Amaya intuía
algo anormal, y pidió a Tobar permanecer en Colón con sus tropas, a lo cual éste se negó: “No,
ud. no debe dejarme completamente solo”.46 A regañadientes éste ocupó su lugar en el tren.
Otro elemento interesante es la actitud ambivalente de José de Obaldía, nombrado gobernador de
Panamá en agosto. Lemaitre dice que era separatista desde el inicio, pero en la narración de
Ortega aparece en la mañana del 3 de Noviembre diciéndole a los conspiradores que cometían
54
una locura, y luego es apresado a la brava, aunque se le envió a casa de su amigo Amador
Guerrero.
“Inmediatamente se regresó el General de Obarrio dirigiéndose, entonces, a la
Gobernación del Departemento, y al ver al Gobernador, señor de Obaldía, le dijo, estando
presente don Nicolás Victoria J.: “Lo he venido acompañando como Prefecto mientras no se
trataba de la independencia de Panamá, pero desde este momento no lo soy más porque el golpe
se dará esta tarde”; a lo que el señor Obaldía contestó: “Déjate de esas cosas Obarrito. Esas son
tontería de Uds., qué independencia hijo, ni qué independencia! Lo que va a pasar es que van
a meterse en una aventura sin solución posible”. 47
No tenemos por qué dudar de la existencia de este diálogo, pues proviene de un
historiador apologista de la separación como Ismael Ortega. Con lo que queda demostrado que,
lejos de un movimiento “nacional”, “unánimente” respaldado por los panameños, se trataba de
una conspiración de la que gente conspicua como Obarrio y Obaldía no participa de lleno,
incluso no están de acuerdo, como se desprende de las palabras del gobernador.
Sigue la narración de Ortega: “Al bajar del palacio de la Gobernación el General de
Obarrio, encontró al General Leonidas Pretelt a quien comunicó lo que iba a suceder. Al
recibir el General Pretelt la noticia quedó sorprendido, y hasta calificó de locura lo que se le
decía, pues, cualquiera que no hubiera estado en el secreto de la revolución no podía aceptar
la posibilidad de la independencia”59.
Resaltemos la última frase, la cual confirma que estamos ante una conspiración de
una élite minoritaria y no ante un movimiento genuinamente nacional, como falsamente
pinta la historia oficial panameña. El general Pretelt sería arrestado más tarde por orden de
Ricardo Arias. Agreguemos que Panamá estaba plagada de “generales” y de muy pocas tropas. El
arresto del gobernador Obaldía ocurrió cuando se dirigía al cuartel a conferenciar con el recién
llegado general Tobar.
“Al verlo el Croronel Antonio Alberto Valdés, revólver en mano detuvo el carruaje; y le
preguntó: “A dónde va Ud., señor Obaldía?”, contestando el Gobernador del departamento: “Al
cuartel”. Entonces el Coronel Valdés, sin guardar el arma, intimó arresto al último representante
del Gobierno colombiano en el Istmo de Panamá, y ordenó al áuriga que regresara.
“En viaje hacia el Cuartel Central de Policía un oficial colombiano (?) iba corriendo en
dirección contraria, y al reconocer al señor Obaldía, le dijo a gritos: “Revolución, señor
47 Ibidem, pág. 109.
59
Loc. Cit.
55
Gobernador”, a lo que replicó el Coronel Valdés, siempre revólver en mano: “también Ud. viene
preso”, y lo apresó en efecto.
“Al llegar a la callejuela que conduce de la Avenida Central a la Plazuela de Arango una
gran muchedumbre detuvo el carruaje rodeando al ilustre prisionero, por lo que el ex Gobernador
de Obaldía se vio obligado a bajar en ese sitio. Se discutía en el grupo si se le llevaría prisionero
al Cuartel de Policía, o se le daría por cárcel una casa particular, triunfando los que querían lo
último; y así, bajo la responsabilidad de don José Agustín Arango, fue conducido a la casa del
doctor Manuel Amador Guerrero, jefe supremo de la revolución y gran amigo suyo…” 48
A nuestro juicio, esta narración confirma que Obaldía no participaba en ese
momento de la conspiración y no la avalaba. Pero algunos historiadores aseveran que por
la intimidad entre Obaldía y Amador, lo que en realidad había sucedido era una trama
para que, en caso de fracasar el movimiento Obaldía pudiése actuar como máxima
autoridad y ser magnánimo con su amigo.
DE PASO HACEMOS NOTAR QUE EN LA VERSIÓN DE ORTEGA, CADA VEZ
QUE UNA PERSONA O GRUPO DE ELLAS, APARECE OPONIÉNDOSE AL
MOVIMIENTO SEPARATISTA LA LLAMA “COLOMBIANO”. La intención maniquea
de este adjetivo es presentar al movimiento como acuerpado por todos los panameños, y
opuesto por todos los colombianos. Sin embargo, eran prominentes colombianos los que
estaban al frente del movimiento, como el propio cartagenero Manuel A. Guerrero y, como
ya se ha visto, ni estaban informados, ni participaban todos los istmeños.
Pese a los sobornos, y estar detenidos ya los generales colombianos, a las seis de la tarde
del 3 de Noviembre, aún había dudas en parte de las tropas, pues el vapor Bogotá se había
sublevado, amenazando con bombardear la ciudad, “si no se restablece el Gobierno
Departamental”. Mientras que el general Rubén Varón, uno de los primeros sobornados, no se
decidía a atacarlo con el vapor Padilla bajo su mando.
Otega consigna que Huertas, a través de Juan Brin “una vez terminadas sus labores en
las oficinas de la Pacific Steam Navigation Company”, empresa norteamericana obviamente,
envió a Varón un ultimátum para que cumpliera su parte 49. El Bogotá sólo hizo un tiro de cañón,
haciendo blanco en las inmediaciones del mercado, donde mató a un emigrante chino, única
víctima mortal de la separación. Finalmente, su capitán lo retiró de la bahía sin mayor resistencia.
56
Ortega también refiere que, para pagar a las tropas y sumarlas al movimiento Amador
ordenó al señor Andreve que pidiera a Enrique Lewis, administrador de hacienda del
Departamento, los fondos que estaban a su disposición. Entregándose primero 2,000 pesos, y
posteriormente otros 1,000, que fueron repartidos a razón de 5 pesos por soldado, 10 pesos las
clases y 20 pesos los oficiales50
Miles P. Duval asegura que el general Rubén Varón recibió 35,000 pesos en plata,
Huertas otros 30,000 pesos, y los oficiales menores de 6,000 a 10,000 cada uno. El 4 de
Noviembre:“La multitud honró al General Huertas llevándolo en una gran silla; mientras a
su lado caminaba el Cónsul Erhman, con la bandera de Estados Unidos, y en el otro lado
estaba Amador, con la bandera de la nueva República”51.
En ese acto, se atribuyen a Amador las siguientes palabras, seguidas de las exclamaciones de
Huertas: “El mundo está asombrado de nuestro heroísmo. Ayer éramos los esclavos de
Colombia, hoy somos libres… el Presidente Roosevelt ha cumplido su promesa… ¡Viva el
Presidente Roosevelt! ¡Viva el Gobierno norteamericano!” “Tenemos el dinero. Somos
libres”, exclamó Huertas52.
Pero la “batalla” decisiva se libró en Colón, donde las tropas colombianas recién llegadas
quedaron al mando del coronel Eliseo Torres. En un principio, este oficial y sus tropas ocuparon
la ciudad exigiendo a la Compañía del Ferrocarril transporte para la ciudad de Panamá para
liberar a sus generales presos y sofocar la sublevación. A lo cual la Compañía se negó. Torres
movió sus fuerzas para tomar la terminal y los trenes, pero intervinieron las tropas
norteamericanas que se atrincheraon en la estación del ferrocarril.
Todo el día 4 y parte del 5 de Noviembre se sucedieron escaramuzas, sin pegar un sólo
tiro, entre las topas al mando de Eliseo Torres y las norteamericanas del Nashville, a cargo del
comandante Hubbard. Este había recibido las siguientes órdenes impartidas por el Departamento
de Estado el 2 de Noviembre:
“Mantenga el tránsito libre e ininterrumpido. Si la fuerza armada amenaza, ocupe la
línea del ferrocarril. Evite el desembarco de cualquier fuerza armada con intentos hostiles, sea
del gobierno o insurgente, sea en Colón, Porto Bello, u otro punto. Envíe copia de
instrucciones al oficial mayor presente en Panamá al arribo del Boston. He enviado copia de
instrucciones y telegrafiado al Dixie seguir adelante con todos los despachos posibles desde
57
Kingston a Colón. Se anuncian fuerzas del Gobierno que se acercan al Istmo por mar. Eviten
su desembarco si a su juicio esto pueda precipitar un conflicto”53
Este telegrama, que Duval toma de documentos oficiales del gobierno norteamericano
(Foreign Relations, 1903) es la prueba palpable de la intervención norteamericana en Noviembre
de 1903, y un mentís a quienes pretenden presentar esta intervención como “acéptica”, neutral y
casual.
Duval narra cómo, en la mañana del 4 de Noviembre, cuando Eliseo Torres se entera de
los acontecimientos en Panamá la noche anterior, y del arresto de sus jefes, envía un mesaje al
cónsul norteamericano en Colón, Oscar Malmros, amenazándole con pasar por las armas a todos
los ciudadanos norteamericanos presentes en esa ciudad si no se liberaba a sus generales. El
cónsul notificó a Hubbard, bajando sus tropas a la estación del ferrocarril, atrincherando a todos
los varones en uno de sus edificios, y poniendo las mujeres y niños norteamericanos en dos
barcos fondeados en el puerto de Cristóbal.
“El Comandante Hubbard partió con el Nashville y patrulló frente al área crítica, listo
para usar los cañones del barco. El cañonero colombiano Cartagena se había ido antes de la
amenaza de Torres, y por esta razón no resultó ningún obstáculo… los colombianos trataron de
provocar un ataque…, pero, por suerte éstas permanecieron tranquilas; ninguno de los dos lados
disparó…”54.
El 5 de Noviembre en la mañana hubo conversaciones entre el alcalde de Colón, Porfirio
Meléndez y Eliseo Torres. A Torres se le hizo una advertencia y una propuesta. La advertencia
fue que se dirigían hacia Colón miles de soldados estadounidenses, elemento que sintió
corroborado cuando se reportó la llegada del Dixie en el horizonte. La propuesta consistió en
un ofrecimiento de 8,000 (dólares según Ortega 55, pesos según Duval68) para racionar sus
tropas y retirarse pacíficamente de Colón. Soborno que fue aceptado por Torres y fue “sacada
de la caja de la Panama Rail Road Company”, y entregada por José E. Lefevre, asistente de
cajero de esa empresa. En ausencia del Cartagena, que había zarpado el día anterior, Torres
aceptó embarcar sus tropas en el buque civil Orinoco, propiedad de la empresa Royal Mail, que
salía esa noche para Cartagena.
Pueden haber influido en esta actitud de Eliseo Torres una combinación de factores:
58
precedente de los incidentes de 1885, cuando Pedro Prestán tuvo el valor de enfrentar a los
norteamericanos y terminó ahorcado; la ausencia de sus generales y la falta de claridad en sus
órdenes por parte del gobierno colombiano, que fue completamente sorprendido; la venalidad de
militares y funcionarios, tanto panameños como colombianos, mal que todavía heredamos.
Lo más interesante del retiro de las tropas colombianas es un incidente narrado casi por
casualidad por Ismael Ortega: “En esos momentos llegaron algunos colombianos vecinos de la
ciudad (?!) y trataron al Coronel Torres, y a su gente, de traidores y vendidos, insulto éste
que indignó al Coronel Torres de tal manera que –junto a algunos soldados- salió del muelle,
pero entonces intervino el general Orondaste L. Martínez, y en presencia de varias personas –
entre ellas el General Pompilio Gutiérrez- explicó, en alta voz, que el dinero recibido por Torres
había servido para racionar al batallón, y no para comprar su complicidad; y todo quedó
arreglado”56 .
Aquí el hecho significativo es la indignación de los “vecinos de Colón” que, Ortega
llama “colombianos”, que imprecan a Torres por retirarse sin enfrentar a los
norteamericanos y encima recibir un soborno. La única interpretación racional que admite
el hecho es un sentimiento de repudio a la intervención norteamericana y lo que estaba
psasando con la supuesta “independencia”. Repudio por parte de panameños, pues eran
residentes de la ciudad. Cae, otra vez, el mito de la unanimidad en torno al movimiento de
los istmeños.
Chiriquí fue una de las últimas regiones en adherirse. El coronel Alvarado fue enviado
para sumar la provincia, pero allá encontró la oposición del capitán Guardado, jefe de la
tropa, y del gobernador Ramón de la Lastra, el cual fue finalmente destituido. Alvarado,
intentando influir en el gobernador habla con su hermano, José María, pero éste creía que se
trataba de una maniobra de los liberales. Alvarado le respondió: “Don Pepe, Ud. está
equivocado. No es esta obra de los liberales, pues, precisamente, son los conservadores los
que están a la cabeza de este movimiento. Ahí están don José A. Arango, Amador, Nini
Obarrio, Espinoza, Tomás Arias”. A lo que el viejo le replicó: “El equivocado es Ud. que es
muy joven, y lo han engañado”57.
Hubo dudas sobre cómo responderían las tropas en Penonomé, al mando de Tascón,
que habían sido sacadas de la ciudad por una falsa invasión liberal, para facilitar la ocupación
59
norteamericana. Pero Tascón era amigo de Huertas. En Chitré, el general Correa procedente
de Pesé con 75 policías, arrestó al Sr. Burgos, enviado por los separatistas, hasta que el
pueblo se “convenció” y lo dejó libre.
Los historiadores Celestino Araúz y Patricia Pizzurno constatan que hubo también
resitencia a aceptar la separación entre la población kuna, cuyo territorio quedaría partido: “… el
Saila principal de San Blas se trasladó especialmente a Bogotá al enterarse de la separación
y le manifestó al vicepresidente Marroquín que el archipiélago se mantenía unido a
Colombia…”58.
Estos mismos historiadores citan a Oscar Terán que, basado en datos demográficos
afirmaba que “sólo tres décimos de la población de 381.000 habitantes se habían sumado al
movimiento separatista hasta el 6 de noviembre y únicamente seis décimos hasta el último
día de dicho mes”72
Ortega menciona un foco de resistencia en Darién, “habían por allí colombianos con
intenciones agresivas”, y la detención del comandante Domitilo Cabeza y otros que fueron
conducidos a Panamá. En Bocas del Toro nadie, salvo el Dr. Rafael Neira, sabía de la trama,
“lo que produjo una verdadera sorpresa en todos los bocatoreños, y residentes en esa
provincia”59.
En Colón, luego de retiradas las tropas de Torres, en la mañana del 6 de Noviembre, los
separatistas, suponemos que henchidos de “patriotismo”, nombraron abanderado al Coronel
norteamericano Shaler, quien cedió el honor de izar la bandera panameña al mayor William
Murray Black, gringo también, entre gritos de “Viva la República de Panamá!” “Vivan los
Estados Unidos de América!”74.
Un siglo después no se puede dejar de sentir verguenza al leer esto. Pero quien vivió la
invasión del 20 de diciembre de 1989, puede recordar el descaro con que muchos se echaban a
los pies del ejército de ocupación.
58 Pizzurno, P. y Araúz, C. Estudios sobre el Panamá republicano (1903 – 1989). Manfer, S.A. 1996. Pág. 13.
72
Ibidem. Pág. 14.
59 Ortega. Op. Cit., pág. 232.
74
Ibidem. Págs. 238 –
60
convirtió en una República “independiente”, libre al fin del “yugo” colombiano, como
afirma la leyenda rosa y la historia oficial panameña? ¿O se convirtió en un
“protectorado”, es decir, una colonia intervenida y dirigida desde Estados Unidos?
¿Panamá perdió o ganó independencia? ¿La situación colonial se limitó a la Zona del
Canal, como proponen algunos, o se extendió por todo el territorio del otrora
Departamento del Istmo?
Las respuestas a estas preguntas no son ociosas, pues nos dan la verdadera medida del
acontecimiento, y el lugar que éste debe ocupar en la historia del país. Los intérpretes de la
versión “ecléctica” de nuestro pasado aseguran que no había otra opción, y que la “separación”
fue el mal menor, el paso necesario, aunque mediatizado por la intervención norteamericana.
A ellos les preguntamos: ¿En verdad no había otra opción? ¿Cuál era la posición
moralmente digna que un patriota debía adoptar en 1903? ¿Avalar una supuesta
“independencia” para beneficiar a Estados Unidos con un tratado que le permitiera
construir y manejar un canal en nuestro territorio “como si fueran soberanos”?
El punto de vista que defendemos es que la supuesta “independencia” o “separación” no fue más
que un acto intervencionista de Estados Unidos, para el cual se prestaron las élites oligárquicas
panameñas.
La única opción verdaderamente patriótica, en ese momento, era negarse a avalar
estos hechos. Esta fue la actitud dignamente asumida en ese momento por los más
prestantes líderes populares: Juan B. Pérez y Soto, Belisario Porras, y el anciano caudillo
del arrabal Buenaventura Correoso, que se mantuvo al margen de los acontecimientos, e
inclusive de sectores de las clases altas, como Oscar Terán. A ellos la historia oficial les
mantiene convenientemente en el olvido.
Hay quienes pretenden que la “independencia” fue un acto legítimo, y que el problema se reduce
a que los “próceres” fueron finalmente “traicionados”, por el francés Philippe Bunau Varilla. Si
bien es cierto que en sus sueños crematísticos la oligarquía panameña no imaginó cuán al margen
iba a quedar del “negocio” canalero, también lo es que a cada paso y presión de Bunau Varilla y
del imperialismo norteamericano cedieron cobardemente.
Después de dudar un poco, le enviaron a Bunau Varilla el tan esperado telegrama: “La Junta de
Gobierno Provisional de la República de Panamá lo nombra a usted Enviado
61
Extraordinario y Plenipotenciario ante el Gobierno de los Estados Unidos de América con
plenos poderes para negociaciones políticas y financieras”60.
Enviaron a Amador y Boyd como los negociadores del nuevo Tratado del Canal, pero cuando
éstos llegaron a Nueva York, y Bunau Varilla presionó a la Junta Provisional para que lo
ratificaran a él como negociador y desconocieran a los panameños, a los cuales ni siquiera
consultó, nuevamente cedieron contestándole: “Aprobamos que haya negado que los
comisionados vayan a discutir y firmar el Tratado del Canal, todo lo cual concierne
exclusivamente a Vuestra Excelencia. Amador y Boyd no tienen misión ante el gobierno
americano, excepto la misión comunicada a Vuestra Excelencia en el cablegrama de ayer,
con el fin de evitar pérdida de tiempo”76.
En una carta personal de Amador Guerrero a su familia, recientemente publicada, fechada el 21
de noviembre desde Washington, éste ni siquiera parece enojado con los actos de Bunau Varilla,
y más bien dice lacónicamente: “Al llegar a Washington, encontramos que BunauVarilla,
temeroso de que le robaran sus glorias, había firmado el Tratado, dándonos por excusa que
la Junta no le había dicho que tenía que esperarnos. Me abrazó con efusión y lloró a lágrima viva.
“Con Bunau Varilla, visitamos ayer a Roosevelt, Hay y Loomis. Al primero le regalé un
prendedor con la bandera de Panamá que me habían regalado y engalanó con él la solapa de su
levita. Las conferencias fueron de lo más cordiales, creo que hubiéramos hecho un Tratado
mejor porque Hay estaba muy bien dispuesto.
“Hablamos con él (Hay) como una hora y yo le hice presente cierta obscuridad con el
Tratado, sobre los 250,000 oro que el P.R.R. (ferrorcarril) pagaba al Departamento, los
cuales creo debe continuar pagando. Nos dijo que mandáramos una nota a Knox, Procurador
General, sobre el asunto y voy a interesarme a los Senadores en nuestro favor en este caso”61.
Al leer esta carta se tiene la impresión de que Amador Guerrero, y por extensión sus
acompañantes, Carlos Arosemana y Federico Boyd, dan como hecho consumado la firma del
Tratado por Bunau Varilla. No se aprecia ninguna intención de cuestionar, ni de intentar
renegociar, lo hecho por el francés. Pudiendo hacerlo pues tenían como interlocutores
directos a Roosevelt y Hay. Apenas se atreve a insinuar una enmienda, y ella se refiere a la
anualidad de la Compañía del Ferrocarril. Es decir, a Amador Guerrero no le preocupan otros
60
61
62
aspectos del Tratado, como la afectación de la soberanía, la jurisdicción, la Zona del Canal,
etc. Sólo le preocupa la plata. La cual, a fin de cuentas, tampoco consiguió.
En Panamá, los miembros de la Junta Provisional parecieron ponerse firmes exigiendo lo
mínimo, que para su ratificación el Tratado debía ser enviado a Panamá. Pero se dejaron
amedrentar del francés quien, bajo la amenaza de que Estados Unidos les quitaría el apoyo y
negociaría con el enviado del gobierno colombiano, aceptaron ratificarlo sin enmiendas ni
modificaciones tan pronto llegara. Lo cual hicieron en menos de 24 horas, sin siquiera traducir
el Convenio al español. Para hacerlo más humillante, lo devolvieron inmediatamente al
cónsul norteamericano sin quedarse con una copia.
“Con inmensa satisfacción se le informa a Vuestra Excelencia que hemos ratificado el
Tratado del Canal unánimemente y sin modificaciones. Esta acción del Gobierno ha
ganado la aprobación general”78.
Este telegrama, enviado el 2 de diciembre, desmiente la versión histórica que ha pretendido
exonerar a los “próceres” de toda responsabilidad, presentándolos como víctimas de Bunau
Varilla, con la trillada frasecita de que el Tratado Bunau Varilla, fue el “Tratado que ningún
panameño firmó”.
NINGUNO LO FIRMÓ. PERO LOS MIEMBROS DE LA JUNTA DE GOBIERNO
PROVISIONAL SÍ LO RATIFICARON, PUDIENDO NO HACERLO. PUDIENDO
PROPONER ENMIENDAS O, AL MENOS, INTERPRETACIONES.
Lo más lamentable es que tres días antes, el 30 de noviembre, las diferencias que habían
empezado a aflorar entre Cromwell y Bunau Varilla, habían motivado que el primero
cablegrafiara al capitán Beers, por medio de un funcionario de la Compañía del Ferrocarril de
apellido Drake, para que comunicara a la Junta de Gobierno panameña que todavía podía
renegociar, y denunciaba el Tratado firmado por el francés, pues era objetado por algunos
senadores, ya que no era panameño, y que en el mismo se había renunciado a muchos derechos
que Panamá habría obtenido con sólo exigirlos62.
Los “próceres” ratificaron en condiciones humillantes un Tratado que, a todas luces, era
mucho peor que el Tratado Herrán – Hay, que con tanta razón habían rechazado panameños y
colombianos, como ha quedado probado en las páginas anteriores. Comparemos el texto de
ambos convenios, respecto al tema de la soberanía. El Tratado Hay – Bunau Varilla , en su
Artículo III, dice:
63
“La República de Panamá concede a los Estados Unidos en la zona mencionada y
descrita en el Artículo II de este Convenio y dentro de los límites de todas las tierras y aguas
auxiliares mencionadas y descritas en el citado Artículo II, todos los derechos, poder y
autoridad que los Estados Unidos poseerían y ejercitarían si ellos fueran soberanos del
territorio dentro del cual están situadas dichas tierras y aguas, con entera exclusión del
ejercicio de tales derechos soberanos, poder o autoridad por la República de Panamá”63.
Mientras que el Tratado Herrán – Hay, en el Artículo IV, decía:
“Los derechos y privilegios concedidos a los Estados Unidos por los términos de esta
Convención no afectarán la soberanía de la República de Colombia sobre el territorio
dentro de cuyos límites habrán de ejercer tales derechos y privilegios. El Gobierno de los
Estados Unidos reconoce en todo esta soberanía, y rechaza toda pretensión de
menoscabarla de manera cualquiera o de aumentar su territorio a expensas de Colombia o
de cualesquiera de las Repúblicas hermanas de Centro o de Sur América; pues desea, por el
contrario, robustecer el poder de las Repúblicas en este continente y promover, desarrollar y
conservar su propiedad e independencia”64.
Para confirmar el carácter de colonia en que quedamos sometidos luego de la
“separación”, al momento de redactarse la primera Constitución Política de la República, en
enero de 1904, el prócer Tomás Arias, de una conversación con los embajadores
norteamericanos Baupré y Buchanam, se le ocurrió (cremos que le propusieron) la
inclusión de un artículo (Artículo 136), copiado del modelo cubano (Enmienda Platt) que
literalmente decía:
“Artículo 136. El Gobierno de los Estados Unidos de América podrá intervenir en
cualquier punto de la República de Panamá, para establecer la paz pública y el orden
constitucional, si hubiere sido turbado, en el caso de que por virtud de Tratado Público
aquella nación asumiere, o hubiere asumido, la obligación de garantizar la independencia y
soberanía de la República”65.
El Tratado Hay – Bunau Varilla, el Artículo 136 y los hechos que desembocaron en el 3 de
Noviembre de 1903, marcaron los siguientes cien años de historia panameña, y lo siguen
64
haciendo aún. No tardaron mucho en extinguirse los sueños de riquezas que lloverían sobre
Panamá, con los cuales los conspiradores de 1903 consiguieron apoyo público para su traición.
Los líderes populares, encabezados por Buenaventura Correoso, se opusieron al Artículo
136, y empezaron una lucha generacional por la abrogación del Tratado Hay – Bunau
Varilla. Lucha que se fue nutriendo, década tras década, salpicada de movilizaciones y heróicas
confrontaciones, como el Movimiento Inquilinario de 1925, el rechazao del Tratado de 1947 o
los acontecimientos del 9 al 11 de Enero de 1964.
Mientras la vendepatria oligarquía panameña medrosamente rogaba a Estados Unidos enmiendas
al Tratado de 1903, con el fin de obtener alguna tajadita del negocio canalero, el pueblo, desde
abajo, fue construyendo un movimiento nacionalista contra la presencia colonial
norteamericana luchando por la verdadera independencia. Fue en este proceso en que se
forjó el nacionalismo panameño, luchando contra el colonialismo y el imperialismo yanqui,
y no contra Colombia, como falsamente enseña la historia oficial83.
65
norteamericanos, y los fines crematísticos de la oligarquía panameña, acaba lavándoles la
cara o justificando los hechos del 3 de Noviembre de 1903, porque supuestamente son la
culminación de un proceso de conformación de la nación panameña.
Quien inaugura la versión “ecléctica” es Diógenes De La Rosa, el cual considera que, al 3 de
Noviembre, “lo han maltraído el panegírico y la diatriba”, pero que en todo gran acontecimiento
intervienen intereses personales y “conflicto de lealtades”. Pero: “Tales intereses son legítimos
cuando están vinculados a las necesidades de progreso de porciones considerables de la
humanidad y mezquinos, cuando se ligan a ambiciones exclusivas de estrechos grupos sociales.
La realidad rara vez los separa categóricamente…”66.
¿La separación de Colombia y el canal significaron el “progreso de porciones considerables de la
humanidad”? Evidentemente los pueblos de Colombia y Panamá fueron los menos beneficiados.
Si se adopta acríticamente el concepto de “progreso” y “civilización” como lo ha
interpretado la burguesía imperialista europea y anglosajona llegamos a un equívoco, pues
en base a esa ideología se ha justificado el despojo de muchos pueblos, que luego han
sucumbido a la miseria y explotación capitalistas.
Desde la perspectiva imperialista, la imposición de sus reglas sociales y económicas
(relaciones sociales de producción, economía de mercado, etc.), el dominio y sojuzgamiento de
amplias zonas del planeta y sus pueblos, representa un avance civilizatorio. Pero, miradas las
cosas desde el punto de vista de los pueblos colonizados, ha representado un retroceso en sus
niveles de vida y conquistas sociales.
Pero este problema subyacente en los conceptos “progreso” y “civilización”, no es
imputable exclusivamente a Diógenes De La Rosa, sino que está en los autores del Manifiesto
Comunista, Carlos Marx y Federico Engels. Cometeremos la osadía de señalar que ese error
metodológico los llevó a sus mayores equívocos: Marx, cuando consideró que el despojo de
México por Estados Unidos, mediante el Tratado Guadalupe – Hidalgo, era progresivo porque
llevaría la “civilización” capitalista a esas regiones; y Engels cuando señaló que los países
eslavos del Oriente europeo eran “naciones ahistóricas”. No profundizaremos aquí esta
reflexión, que ya hemos abordado en el Capítulo 1 del citado libro Estado, Nación y Clases
Sociales en Panamá.
66 De La Rosa, Diógenes. “El conflcito de lealtades en la iniciación republicana”. Revista Temas de Nuestra América No. 189.
GECU. Panamá, noviembre de 1997.
66
Volviendo a Diógenes, después de admitir en su artículo los fuertes vínculos nacionales que nos
unían a Colombia en 1903 reafirma, sin basamento fáctico, el mito de los “anhelos separatistas”
del pueblo panameño: “Anhelo primario, ochenta años antes, de incorformes minorías, severas
peripecias lo habían transformado en inequívoco querer popular”; y luego parece contradecirse:
“… sería absurdo suponer que ocho décadas de asociación con Colombia hubieran dejado de
crear sentimiento de dependencia e identificación hacia ella en el espíritu de muchos
panameños… Siendo cada vez más los panameños, los naturales del Istmo que se sentían
también colombianos. Y a la inversa…”67.
Luego viene el obligado dictamen moral sobre los sucesos: “Pero con toda la injerencia de lo
toscamente crematístico, resulta inexacto afirmar que el 3 de noviembre fuese mera subasta
a la gruesa o feria del crimen según lo calificó uno de los más ácidos impugnadores
(Oscar Terán, agregamos). Como cualquier trance parecido, actuaron allí, sobre el fondo
de una aspiración colectiva legítima, los aprovechadores que calculaban al centavo los
riesgos y en dólares los posibles réditos de su actuación”68.
Ricaurte Soler, seguramente el pensador que ha producido más páginas para reflexionar sobre la
nación panameña, en este caso particular adopta un criterio semejante al de Diógenes: “En estas
circunstancias los individuos actuaron dentro de las posibilidades que ofrecían estas
determinaciones históricas. Con el agravante de que las mejores posibilidades no fueron
siempre realizadas.
“La tardanza en la realización del estado… conjuró en su contra todas las fuerzas negativas y
mediatizadoras que hemos señalado. Es por ello que, y es indudable que, Manuel Amador
Guerrero, Federico Boyd y José Agustín Arango proyectan una triste figura en la historia
panameña. Sobre todo si se compara con los próceres del período progresivo del proyecto
nacional panameño: Mariano Arosemena, Tomás Herrera, Santiago de la Guardia, Justo
Arosemena. En esta afirmación queremos sólo dejar sentado que las actuaciones individuales
están también sujetas a la explicación y juicio de la historia…
“Con los datos históricos destacados y ya en trance de conclusión, queremos afirmar el
carácter progresivo de la independencia de Panamá de Colombia”69.
67 Loc. Cit.
68 Ibidem.
69 Soler, R. “La independencia de Panamá de Colombia”. En Ricaurte Soler. Pensamiento filosófico, histórico, sociológico.
Revista Lotería No. 400. Panamá, diciembre de 1994. Pág. 67.
67
Preguntamos: ¿Por qué ese afán de calificar como “progresivo” un acontecimiento cuya realidad
muestra la cruda intervención de los intereses imperialistas norteamericanos? Volvemos a la
pregunta ya formulada, y que cada quien tiene que hacerese para valorar los hechos en su debida
dimensión:
¿Cuál era la posición moral y política que debía adoptar un aunténtico patriota
panameño el 3 de Noviembre de 1903? ¿Del lado de las tropas invasoras norteamericanas y
de la oligarquía panameña a su servicio, o en contra de esta intervención, del lado de
quienes defendían la unidad del estado colombiano y querían un canal en condiciones
justas? ¿En 1903, Estados Unidos estaba apoyando nuestra “independencia” o
garantizando nuestra sujeción bajo un régimen colonial?
La respuesta a estas preguntas define si el acontecimiento fue progresivo o no, desde la
perspectiva de Panamá. Creemos que no hay duda: en 1903 no se produce ninguna
independencia, por el contrario, es el comienzo de una intervención colonial contra la que el
pueblo panameño ha luchado por cien años (y que continúa, si vemos las consecuencias del
Tratado Salas – Becker y el Plan Colombia). AUNQUE HUBIERA UN LEGÍTIMO
“ANHELO SEPARATISTA” O “INDEPENDENTISTA” EN LOS PANAMEÑOS
RESPECTO A COLOMBIA, COSA QUE NOSOTROS CUESTIONAMOS (VER
ANEXO), ES EVIDENTE QUE NO SE CONSAGRABA CON LA INTERVENCIÓN DE
1903.
Llegados a este punto, los defensores de la teoría “ecléctica”, suelen apelar al “realismo político”
y concluyen: “es que no había otra alternativa”; “dentro de las posibilidades era lo mejor”; “por
una vía espúria fundamos la República, pero al menos tenemos un Estado”, etc.
Argumentos que sólo conducen a un atoyadero y contradicciones mayores, porque tanto
Diógenes De La Rosa como Ricaurte Soler, ante otra invasión norteamericana, de 1989, la
condenaron. Pero, usando el mismo método del “realismo político”, los sempiternos defensores
del intervencionismo yanqui le respondían a quienes, como Soler y Diógenes, la condenaron: “no
había otra forma de quitarnos al dictador”; “fue una Causa Justa, aunque con un método
violento”; “recordémosla como una liberación”.
¿Qué explica que la versión “ecléctica” haya prevalecido por tantos años en un gran sector de
historiadores panameños? Evidentemente, Diógenes De La Rosa como Ricaurte Soler, y
tantos otros “eclécticos”, no pueden ser catalogados como aduladores de la oligarquía
68
panameña y, mucho menos, como pronorteamericanos. Por el contrario, hicieron gala de
acendrado e incuestionable antiimperialismo.
El origen de este error de perspectiva, a nuestro juicio, tiene una base metodológica que a
su vez se apoya en una realidad social. El problema metodológico se basa en el uso equívoco
del conflictivo y elusivo concepto de “Nación”(para una reflexión más profunda ver el ya
mencionado Capítulo 1 de Estado, Nación y Clases Sociales en Panamá).
El primer gran problema parte por definir qué es una nación, pues suele haber dos extremos: el
que entiende por este concepto lo que se ha denominado “nación-cultura”, es decir, los
elementos comunes a un pueblo (lengua, costumbres, etc.); y el que pone el énfasis sobre la base
económica (mercado interno) y política, la “nación-estado”70.
Para el primer caso, no habría dudas en decir, por ejemplo, que todos los pueblos
herederos de la cultura germánica constituyen una nación alemana; para el segundo, pueblos con
bases culturales distintas, pero unificados bajo un mismo poder estatal y una base económica
común, como el imperio ruso, constituyen una “estado-nación”.
El problema es que la historia ha producido combinaciones en que tenemos
“nacionescultura” fraccionadas en múltiples estados, p.e. la cultura árabe; estados nacionales de
unidad cultural, política y económica homogéneas, p.e. Suecia; y estados nacionales, con una
base política y económica común, pero con diversidad de culturas distintas, p.e. España.
Preguntémonos entonces: ¿Qué es Hispanoamérica, una nación fraccionada, o veinte
naciones diferentes? ¿En 1902 teníamos dos naciones confrontadas, Panamá y Colombia, o
constituíamos una sola nación?
Para nuestro caso, el problema consiste en partir a priori de que Panamá constituye
una nación en formación desde el siglo XVIII, o más tardar desde 1821, que alcanza su
Estado nacional en 1903. Esa es la perspectiva tanto de los que apoyan la “leyenda dorada”
como la visión “ecléctica”. Por supuesto, si se asume que Panamá era una nación que
quería forjar su independencia política respecto de otra nación que la oprimía (Colombia),
los acontecimientos de 1903 parecen completamente justificados.
Nosotros ponemos en duda esa perspectiva, tanto porque los hechos del siglo XIX no
nos demuestran la lucha de una nación oprimida que brega por su independencia, y porque
dudamos que Panamá, por sí sola, constituyera una nación.
70 Mármora, Leopoldo. El concepto socialista de nación. Cuadernos Pasado y Presente No. 96. Siglo XXI Ed. México, 1986.
Págs. 84 –85.
69
Por supuesto que la relación entre el Departamento del Istmo y Colombia, durante el siglo
XIX, estuvo signada por las contradicciones que usualmente surgen donde quiera que haya
una provincia de gran desarrollo económico con respecto a un centro político
administrativo atrasado y carente de tal dinamismo, que le sustrae mediante impuestos parte
de la riqueza generada por esta región de mayor crecimiento económico.
Pongamos por caso, la relación tradicional entre Castilla y Cataluña, con la diferencia que
entre éstas hay mayores contrastes culturales que las existentes entre Panamá y Bogotá. En
ocasiones, estas contradicciones pueden llevar a la independencia de la provincia y su
surgimiento como realidad política diferenciada. En gran parte, esta situación explica el
desmembramiento del imperio español.
Pero, para que se produzca la separación no basta que estas contradicciones existan.
Se requiere la existencia de un proyecto nacional autónomo coherente, y la voluntad de un
sector social para llevarlo a cabo, además de una crisis tal de las relaciones entre el centro
político administrativo y la provincia de tal grado que se haga imposible su continua convivencia.
Por ejemplo, en el citado caso de las relaciones Castilla-Cataluña, los catalanes
propiamente independentistas, han sido completamente minoritarios. Pese a las contradicciones,
tanto la gran burguesía catalana, como la propia clase obrera, ha preferido manejar la relación en
un marco autonimista, similar al federalismo, porque encuentra mayores beneficios en la
pemanencia de la unión en el marco común del Estado español.
Trayendo esta relación compleja al caso colombo-panameño, enontramos que tanto
las clases poseedoras istmeñas, como las clases populares, la mayor parte del tiempo se
sintieron cómodas dentro del marco estatal colombiano, pese a la existencia real de dichas
contradicciones, expresadas magistralmente en el citado libro de Justo Arosemena.
Como ya hemos dicho, los momentos en que se consideró la separación, por sectores
de las clases mercantiles istmeñas, fueron pocos y muy breves, y siempre en una relación de
subordinación a una potencia extranjera.
En esto consistió la propuesta de proclamar un “país hanseático” en la zona de tránsito,
en la primera mitad del siglo diceinueve. Es decir, crear una zona de libre comercio bajo la
forma de un protectorado de Inglaterra o Estados Unidos, o de ambos. La burguesía
panameña nunca tuvo un proyecto propiamente nacional autónomo, claro y acabado, ni
mucho menos la fuerza y la voluntad de llevarlo a cabo. Y no podía ser de otro modo dado su
carácter de agente local de capitales extranjeros.
70
Prueba de la inexistencia de un real movimiento independentista, antes de que fuera
evidente el rechazo del Tratado Herrán – Hay, es decir, mediados de 1903, son las citadas
cartas de 1902 firmadas por Obaldía, Arias, Terán, etc. Tampoco existen evidencias de que
los derrotados liberales de la Guerra de los Mil Días se propusieran ninguna
independencia. Por el contrario, las palabras de Porras son bastante claras en el sentido
opuesto.
Si apoyamos el análisis en el concepto “nación-cultura”, tendríamos que aceptar que junto
a Colombia los istmeños constituimos una nación fraccionada. Por extensión, también podemos
suponer que tanto Colombia como Panamá son fragmentos de una “nación-cultura”
hispanoamericana. Esta es la perspectiva que adoptan muchos pensadores de nuestro continente,
del que sólo citaremos aquí para su consulta al argentino Jorge Abelardo Ramos71.
Se podría adoptar el concepto como “nación-estado”, poniendo énfasis sobre el particularismo
económico del Istmo, el “transitismo”. El economicismo de esta perspectiva no nos resuelve el
problema, porque entonces tendríamos que aceptar un absurdo, como por ejemplo: Colombia
sería un estado de múltiples naciones, pues en ella la costa atlántica tiene particularidades
económicas distintas al altiplano bogotano, y éste a su vez respecto de Antioquia, y los llanos
orientales, etc.
Aclaremos de pasada que, los que si constituyen naciones culturales distintas, son los
diversos pueblos indígenas no asimilados por la cultura hispánica. Por ello, se está haciendo
común aceptar la definición constitucional de nuestros países como pluriculturales y
pluriétnicos.
En Panamá, el caso de Chiriquí sería un buen ejemplo: ¿Hay una nación chiricana
diferenciada de la panameña? Es evidente que no. Pero importantes sectores sociales
chiricanos han planteado reiteradamente el establecimiento de un sistema federal, dado su
particularismo regional y económico. ¿Esto convierte a Chiriquí en una nación distinta?
Claro que no.
Si estamos de acuerdo en esta respuesta, extrapolemos al caso panameño respecto a
Colombia a lo largo del siglo XIX: ¿Nuestra particularidad geográfica y económica, que
llevó a importantes sectores políticos y sociales del Istmo a luchar por el federalimo, nos
convertía en una nación diferenciada del resto de Colombia? Creemos que, al igual que en
el caso de Chiriquí, la respuesta también es negativa.
71
Es eso precisamente lo que dice Justo Arosemena (El Estado federal de Panamá), el
cual cada vez que usa el concepto de nación lo hace para referirse al conjunto del estado
colombiano. Por ejemplo, cuando considera la posibilidad de la separación del Istmo afirma
categóricamente: “Es esto más de lo que el Istmo apetece…, mucho más cuando solo quiere
un gobierno propio para sus asuntos especiales, sin romper los vínculos de la
nacionalidad”72.
Pero los pensadores panameños leen a Justo Arosemena al revés, y ponen en él
argumentos que no están dichos en esta obra, para presentarlo como supuesto precursor de
una independencia que supuestamente alcanzamos en 1903.
Estamos ante una falsificación y una interpretación antojadiza de todo nuestro siglo XIX
para presentarlo como una permanente lucha por forjar una nación panameña que, cuando se
revisan los hechos y se leen en su debido contexto, tanto los textos como los acontecimientos,
vemos que no eran tales.
Las luchas de los comerciantes librecambistas panameños contra los proteccionistas
colombianos; la lucha de los federalistas istmeños (y de otras provincias colombianas)
contra los centralistas de Bogotá; la lucha entre liberales y conservadores; todas son
interpretadas como una lucha por la independencia de la nación panameña.
Y esa falsificación histórica es posterior al 3 de Noviembre de 1903. Su objetivo es
“justificar” la intervención norteamericana y la secesión de Colombia, es decir, la
fragmentación de nuestra unidad nacional.
El mal uso del concepto Nación ha conducido a aceptar la existencia de dos naciones,
cuando en realidad sólo había una: Colombia. Pero aceptar esto conduce a una conclusión
muy dura de aceptar para algunos: tanto los próceres, como el 3 de Noviembre, son
esencialmente antinacionales.
El segundo aspecto problemático del concepto Nación, es que en él suele presentarse como
unitaria una realidad que es contradictoria. Porque el concepto Nación suele ocultar las
contradicciones de clase, y presenta los proyectos sociales y económicos de la clase
dominante como las aspiraciones de “toda la Nación”, cuando en realidad las diversas
clases sociales tienen intereses y perspectivas contradictorias, que se expresan a través de
sus partidos, líderes y organizaciones.
72 Arosemena, Justo. El Estado federal de Panamá. EUPAN. Panamá, 1992. Pág. 13-14.
72
Esta perspectiva sobre la Nación y la unidad nacional se vio agravada por la influencia en la
intelectualidad latinoamericana del marxismo stalinista a mediados del siglo XX. El stalinismo
soviético, basa su concepción política e histórica en lo que se denominó la “teoría de la
revolución por etapas”, según la cual, los países capitalistas atrasados, las colonias y las
semicolonias debíamos repetir el proceso histórico seguido por las naciones capitalistas
desarrolladas de Europa y Estados Unidos.
Desde esta perspectiva, la lucha por la emancipación nacional frente al dominio
imperialista, requiere un gran frente nacional de clases sociales, dirigidas por la “burguesía
nacional” o “burguesía progresista”, que confronte al imperialismo extranjero y su aliado interno
(la “oligarquía”), haciendo una primera revolución nacionalista burguesa, que inaugure una fase
histórica de desarrollo económico capitalista nacional. Luego, en algún momento del distante
furturo, cuando alcanzáramos el mismo nivel de desarrollo socioeconómico de Europa, estaría
planteada la fase de la revolución socialista.
Esta teoría, probadamente falsa, tenía por resultado el apoyo político a un sector de la
clase dominante, de la cual se exaltaban sus supuestas contradicciones con el capital extranjero.
Pese a los devaneos de Diógenes De La Rosa y Ricaurte Soler con el trotskismo (la perspectiva
opuesta), se hace evidente, tanto por la vida pública del primero, como por la obra del segundo
(en especial su concepción del régimen torrijista 73) que su visión estaba permeada por la
perspectiva stalinista del problema nacional.
La historia ha demostrado que: por un lado, no hay una autonomía de la burguesía
nacional de los países oprimidos respecto al capital imperialista, sino más bien una estrecha
relación y dependencia, que es más cierta en la fase dela globalización neoliberal; y que las
revoluciones del siglo XX que triunfaron no se detuvieron en una fase intermedia, sino que
combinaron tareas burguesas (como la industrialización) con socialistas (como la expropiación
de la industria). Es lo que León Trotsky llamó “revolución permanente”. Cuba es el ejemplo
típico.
Respecto al caso que nos ocupa, si asumimos que la actuación de los “próceres” expresaba
el deseo de toda la “Nación” en 1903, damos por hecho la unanimidad del pueblo panameño
apoyando la separación. Esta es la actitud usual de los historiadores. Pero la realidad que
hemos intentado probar documentalmente en este ensayo es que NO HUBO TAL APOYO
UNÁNIME DE LOS ISTMEÑOS A LA SEPARACIÓN. Y eso explica las posiciones,
73 Soler, R. Panamá, nación y oligarquía. En: Las clases sociales en Panamá. CELA. Panamá, 1993.
73
convenientemente ocultadas por la historia oficial, de Belisario Porras, Buenaventura
Correoso, Oscar Terán y Pérez y Soto.
Si se lee desprejuiciadamente la obra de Ortega que hemos citado, debajo de lo que él llama
“colombianos”, vemos muchos panameños, no sólo sorprendidos de una declaración de
independencia que no era producto de ningún movimiento genuinamente nacional, sino una
conspiración de las cúpulas oligárquicas, sino su oposición al hecho.
Por supuesto, no hubo una gran resistencia a la separación porque la derrota de los
liberales, el fusilamiento de Victoriano Lorenzo, el exilio de Belisario Porrras, el soborno a
algunos líderes populares, la potencia incuestionable de las fuerzas norteamericanas, y la
promesa de los “millones” que lloverían sobre el Istmo, prepararon el terreno.
Argumentar que, porque no hubo manifestaciones de oposición en las calles a la separación,
comprueba que los panameños apoyaban casi unánimemente el movimiento secesionista; es
como decir que, porque no hubo mucha resistencia a la invasión del 20 de Diciembre de 1989,
había unanimidad en apoyarla. Por lo general, en toda ocupación militar extranjera, quienes salen
a apoyar al invasor ocupan las calles, mientras los opositores miran detrás de las ventanas con los
puños apretados.
Finalmente, decíamos que la explicación de que historiadores incuestionablemente
antimperialistas como Diógenes o Soler, aceptaran la “versión ecléctica” tiene una motivación
sociológica. En ellos, distinto a los sustentadores de la “leyenda dorada”, la búsqueda de
una nación panameña basada en un mítico siglo XIX, tenía por objetivo justificar la lucha
nacionalista del pueblo panameño frente a la presencia colonial norteamericana.
Soler, Diógenes y tantos otros, pese a asumir la misma interpretación sobre la Nación que los
apologistas del 3 de Noviembre, en realidad tienen un objetivo contrario, sustentar por qué
Panamá tiene derecho a la existencia como Nación independiente de Estados Unidos.
Respecto a Soler hemos dicho en otro ensayo:
“En ese pasado y en esas figuras, Ricaurte Soler va a encontrar la justificación, la razón
de ser de las luchas por la autoafirmación nacional que libraban los panameños a mediados del
siglo XX. La nación panameña existe, y su nacionalismo está legitimado por ese pasado,
propone. Con esta idea, Soler combate por igual, tanto a los que llamándose “panameños”
trabajan para que constituyamos “una estrella más” en la bandera norteamericana, como contra
aquellos que desde la izquierda antiimperialista hablan de “lumpennaciones”, refiriéndose a las
de Latinoamérica. Para Soler la lucha por la autoafirmación nacional tiene un carácter
74
revolucionario y es una etapa histórica que no puede ser saltada. En esto reside toda la fuerza del
pensamiento de Ricaurte Soler”74.
Con todo y lo importante que pudo ser en su momento la perspectiva “ecléctica”, debe ser
superada y es el momento de hacerlo. Primero, porque la necesidad histórica que le dio vida,
la lucha contra la presencia colonial norteamericana en la Zona del Canal, ya no existe.
Aunque esto no significa que no siga vigente la lucha contra formas más sutiles de dominación
imperialista que todavía seguimos padeciendo, o formas más descaradas de intervencionismo, e
intentos de recolonización económica (como el ALCA, o el Plan Puebla Pnamá) y hasta de
retorno de bases militares (como el Tratado Salas Beker y el Plan Colombia). Segundo, porque
no se corresponde con la precisa verdad histórica y, al deformar los hechos, atenúa la
responsabilidad de las clases dominantes panameñas en los cien años de intervencionismo
norteamericano que hemos sufrido. Exaltando el falso “patriotismo” de sus abuelos, la
oligarquía panameña encuentra argumentos ideológicos para tener maniatado y engañado
al pueblo panameño respecto a los actos de traición antinacional que siguen cometiendo.
Finalmente, porque la fuerza para enfrentar la dominación imperialista norteamericana
no proviene de una perspectiva chauvinista, ni saldrá de las escuálidas energías de un
“nacionalismo panameño”. El impulso para luchar por la “segunda independencia” sólo
saldrá de la unidad, y la conciencia de un pasado y un presente comunes de los pueblos
hispanoamericanos. Sólo retomando la perspectiva bolivariana de una confederación de
pueblos hispanoamericanos, podremos acometer y alcanzar nuestra real y definitiva
independencia.
75
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propósito de su recibiemiento en Estados Unidos”. Suplemento Épocas, No. 2, Año 18. La
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atraco yanqui, mal llamado en Colombia la pérdida de Panamá y en Panamá nuestra
independencia de Colombia. Valencia Editores. Bogotá, 1976.
80
ANEXO
Hablando de la "visión panameña de nuestra historia", Rodrigo Miró, señala que se ha impuesto
una interpretación unilateral de la misma: "Por desgracia, la versión a que se nos ha querido
acostumbrar no es, claro está, la que mejor nos encuadra. Me refiero a la teoría según la cual el
destino panameño está compendiado en la ruta interoceánica".
Dicho sucintamente, la idea que ha prevalecido respecto a la formación de la nación panameña
señala que la misma tiene como su actor y ejecutor central a la burguesía comercial citadina,
cuya tarea histórica habría consistido en crear una nación (en ciernes desde el siglo XVIII, y
75 Suplemento Tragaluz. El Universal de Panamá, domingo 6 de mayo de 2001.
81
construyéndose a lo largo de todo el siglo XIX, y emergiendo en 1903) con una misión histórica:
el "transitismo".
Para esta versión, la "esencia" del "ser nacional" panameño consiste en servir de zona de tránsito
al comercio internacional. Ese objetivo socioeconómico, que coincide plenamente con la
privilegiada posición geográfica del país, justificaría (como necesarias y progresivas) todas las
acciones emanadas de la clase comercial istmeña por concretar su sueño transitista, desde los
tempranos intentos secesionistas del siglo pasado, hasta la "independencia" de 1903.
Miró se queja, con justicia, que la visión transitista de la historia y la nacionalidad panameña es,
por un lado, parcial, porque deja de lado el aporte del productivo Interior y, por otro, es contraria
al interés nacional porque siempre ha ubicado al Istmo y sus habitantes en función de intereses
externos.
Desde la proclamación de la independencia de España aparecen tres sectores sociales claramente
dibujados: Los Santos, predominantemente minifundista; Panamá, que proclama la separación 18
días después, dirigida por la casta comercial blanca del Intramuro, cuya acta deja ver sus
intereses; y, los latifundistas de Veraguas, cuya acta está llena de alusiones pietistas.
Celestino Araúz y Patricia Pizzurno recogen datos sobre las independencias confrontadas de Los
Santos y la ciudad de Panamá. Citan trozos del acta de independencia santeña, en los que se
muestra "la animadversión que sentían hacia los capitalinos y, especialmente, su temor hacia el
Coronel José de Fábrega", encarnación del latifundismo veragüense. De dicha acta se desprende
que había una incodicional adhesión al proyecto bolivariano.
¿Dos proyectos independentistas confrontados, dos posibles basamentos nacionales? Los
productores minifundistas santeños apoyando incondicionalmente a Bolívar, y su proyecto
grancolombiano; y los comerciantes capitalinos, que sólo se adhieren a la independencia cuando
los santeños han pedido a Bolívar tropas para asegurarla, y que en el artículo 9 de su Acta
condicionan su incorporación a la Gran Colombia a que se les otorguen "reglamentos
económicos propios a su gobierno interior".
Por supuesto, el sabotaje constante a los esfuerzos bolivarianos por constituir una gran nación
hispanoamericana, o por lo menos grancolombiana, no fue exclusivo de las clases dominantes
panameñas, sino que caracterizó a todas las oligarquías regionales, dando al traste con el mismo.
En cada coyuntura crítica del decimonono se expresó el proyecto transitista y anticolombiano
(por extensión, antihispanoamericano) de la burguesía comercial istmeña, pero también se
82
manifestó un proyecto confrontado al transitismo, que nace de lo profundo del "arrabal", y a
veces del "interior".
Desde 1823, la clase comercial istmeña empezó sus exigencias para que establecieran leyes
especiales para fomentar la libertad de tránsito y la eliminación de los derechos aduaneros. En
1826, aprovechando la crisis producida por el enfrenamiento entre Bolívar y Santander, los
mercaderes istmeños plasman su proyecto histórico: no importa cómo se resuelva el problema
político en Colombia, siempre que ambas partes concedan en convertir al Istmo en un país
hanseático. Otra consideración que merece el Acta del 16 de septiembre de 1826, es que no se
trata del primer intento separatista como falsamente asevera la mítica historia oficial. Araúz y
Pizzurno describen los acontecimientos: Bolívar ha solicitado al Cabildo panameño su apoyo a la
Constitución boliviana, que lo propone como presidente vitalicio de toda la unión. Actas
similares habían sido proclamadas en Guayaquil, Quito y Cuenca.
La actitud de los burgueses panameños, encabezados por el Intendente Juan J. Argote, es
ambigua y redactan un Acta que en un lenguaje diplomático alaba tanto a Santander como a
Bolívar, sin comprometerse con ninguno. En el artículo cuarto invitan a que ambos hagan de
Panamá un país hanseático para "bienestar de este departamento y el general de la República".
No se propone que se desgaje al Istmo de la república colombiana.
Posteriormente Carreño consigue el apoyo del interior y del arrabal para levantar otra acta, el 13
y 14 de octubre, que sí apoya a Bolívar. Lo más interesante del caso, es que Carreño y los
militares bolivaristas, para presionar a los comerciantes citadinos apelan a la agitación del
Interior y de las masas urbanas.
En 1830, ante el retiro de Bolívar, el general José Domingo Espinar, jefe militar de Istmo,
propone el desconocimiento de las autoridades centrales e intenta proclamar su separación para,
desde Panamá, ofrecer el mando a Bolívar e iniciar la reconquista del poder y revivir la Gran
Colombia. Bolívar rechazó este ofrecimiento de Espinar (ya estaba viejo, enfermo y cansado.
Moririría poco después). Tenemos entonces que el objetivo de Espinar no era la constitución de
una nación independiente de Colombia, como falsamente se ha afirmado.
Al tiempo que esto sucedía, un grupo de notables panameños, agrupados en el Gran Círculo
Istmeño gestionan ante el cónsul británico la secesión de Panamá colocándolo como un
protectorado inglés. Con el apoyo del arrabal santanero, Espinar pudo someter estos intentos
anexionistas de los comerciantes criollos.
83
En resumen, la separación proclamada por Espinar y apoyada por el arrabal negro y mulato no es
independentista, por el contrario, es una maniobra para restituir a Bolívar y a la Gran Colombia.
Es un acto de rebelión militar con apoyo popular, más que un proceso separatista.
El único intento separatista, fracasado, es la conspiración de los notables (Argote, Tallaferro,
Arango, Obaldía y Arosemena) con el cónsul inglés en busca del anhelo hanseático. ¿Proyecto
nacional o protectorado inglés?
Según Castillero Calvo, citado por Araúz y Pizzurno, éste hecho de 1830 "constituye el primer
ensayo de las masas populares urbanas por oponerse a las nacientes burguesías comerciales
detentadoras del poder. Fue, en todo el sentido del término un movimiento de clase...".
De esta manera, las masas populares istmeñas rechazaban el transitismo a ultranza, es decir, bajo
sujeción de una potencia extranjera, y reivindican para sí un proyecto nacional de unidad
colombiana.
Esta contradicción se ha repetido a todo lo largo de nuestra historia: la burguesía comercial
istmeña anteponiendo sus intereses pecuniarios siempre dispuesta a sujetarse a la potencia de
turno; las masas populares luchando por la constitución de una nación independiente.
El tercer intento "separatista", de 1831, dirigido por Alzuru fue una maniobra de los notables,
para deshacerse de Espinar, caudillo de origen plebeyo y bolivarista.
Como constatan Araúz y Pizzurno, el acta del 9 de julio de 1831, declaró al Istmo "territorio de
la confederación colombiana", pero con "administración propia". Es decir, el fondo de la
cuestión, más que la creación de una nueva nación, era establecer un gobierno local que apoyara
las actividades de la élite comercial promoviendo una libertad aduanera a su conveniencia.
Esto queda confirmado por un documento en que Mariano Arosemena justifica la actuación de
los notables panameños durante los hechos, en el que se dice claramente:
"Entonces fue que nosotros y algunos patriotas más, previendo las consecuencias funestas y el
desenlace de este drama espantoso, neutralizamos el proyecto de absoluta independencia,...,
colocamos ciertas modificaciones en los artículos de la primera acta que redactó el general
Urdaneta y consultando el vínculo de unión con Colombia se evitó la cisura nacional, el
entronizamiento de los militares absolutistas y el escándalo de un Estado independiente en el
Istmo, con la organización de un distrito o territorio de la gran federación colombiana,
adoptada por la mayoría de los departamentos".
En los tres acontecimientos los comerciantes istmeños exigieron el levantamiento de los
impuestos aduaneros, que constituía su reivindicación central, no la constitución de una "nación
84
panameña". A partir de 1834, cuando es concedido el librecambio cesan las reclamaciones de
estos comerciantes.
El acta de independencia de 1840, que crea el Estado Soberano del Istmo, en la que Tomás
Herrera sintetiza particularismos panameños y reivindicaciones comerciales, se debe a la crisis
del Estado neogranadino por la guerra civil.
Pero el acta de 1840 establece una doble condición: es una independencia provisional, hasta que
se restaure la unidad estatal y acepta esa unidad bajo la forma de una federación. Esto explica
que los panameños no pusieran resistencia cuando el 31 de Diciembre de 1841 el Istmo se
reintegró al Estado colombiano.
Otro mito, el que iguala federalismo y separatismo. El liberalismo del siglo XIX era
mayoritariamente federalista. Y eso era así en Panamá, como en cualquier otra región de
Colombia. Justo Arosemena, en el "Estado Federal de Panamá" dice claramente que se opone a la
separación del Istmo. Utiliza el concepto de nación para referirse al conjunto de la federación, no
sólo a un miembro de ésta, en este caso Panamá.
En la crisis de 1860-62, en la que Justo Arosemena tuvo un papel relevante en el Convenio de
Colón, éste reconoce ("Teoría de la Nacionalidad" publicada por Soler en 1968) que esto era lo
más lejos que podían llegar en cuanto autonomía, lo siguiente sería la independencia, pero ni los
notables tendrían valor para luchar por ella, y ni tendrían respaldo popular.
La muerte en combate de Santiago De la Guardia es presentada por algunos como parte de una
lucha por la independencia. Pero de la documentación mencionada se desprende que, tanto el
rechazo del Convenio de Colón por parte del presidente Mosquera, como la muerte del
terrateniente veragüense son parte de la confrontación liberal-conservadora que dividía a
Colombia.
Este hecho desmiente la supuesta unidad de todos los istmeños en torno al proyecto "nacional"
encabezado por los comerciantes de intramuros. La historia muestra con claridad que el arrabal,
liderizado por el liberalismo mulato y negro de Buenaventura Correoso apoyó a las tropas
colombianas contra los conservadores (De La Guardia) y liberales moderados (Arosemena).
Desde el acta santeña del 10 de Noviembre, pasando por el apoyo que siempre dio el arrabal a
los militares bolivaristas, Espinar entre ellos, en sus confrontaciones con los comerciantes
notables, hasta los liberales de Correoso, en la segunda mitad del XIX, existe una marcada
confrontación de clase. El pueblo siempre se opuso a las maniobras separatistas de los
comerciantes y apoyó el proyecto nacional grancolombiano.
85
Belisario Porras caudillo liberal de la Guerra de los Mil Días dice en "La Venta del Istmo"
(mayo de 1903): "No somos, sin embargo, de los que creemos que el Istmo de Panamá debe
construir el canal a toda costa, aún a riesgo de la desmembración de nuestra patria
colombiana...". Gasteazoro, en su largo prólogo a la edición de la obra de Sosa y Arce (1970)
consigna la ausencia de un anticolombianismo entre los historiadores panameños del diecinueve.
Las quejas de los comerciantes istmeños por la libertad aduanera contra los proteccionistas
colombianos, o el conflicto liberal - conservador, o la contraposición centralismo - federalismo,
son parte de la historia traumática de toda Hispanoamérica del siglo XIX, no son una
particularidad panameña. Algunos han querido ver un paralelismo entre la historia de la Cuba de
Martí, que lucha tardíamente por su independencia de España, y los conflictos políticos y
sociales del Panamá colombiano. Lo único en común es la intervención norteamericana.
En 1903, los primeros creyeron alcanzar su objetivo, maximizar sus ganancias explotando la
posición geográfica, hasta que descubrieron que en la Zona del Canal no había espacio para sus
productos.
Partiendo del marco metodológio marxista expuesto por Ricaurte Soler, respecto a la estrecha
relación que guarda la conformación de la nación con el desarrollo capitalista. El primero como
condición del segundo, sentando las bases del mercado nacional que estimule el proceso de
industralización burguesa, hemos de concluir que el proyecto transitista levantado por la clase
comercial istmeña siempre ha sido un obstáculo para ese desarrollo capitalista autóctono. El
proyecto transitista ha estado estructurado en función de intereses foráneos y de una clase
comercial que vive de espaldas al país, dificultando un progreso agrícola, artesanal e industrial
propio que pueda dar sustento al estado nacional
Si tenemos que utilizar el criterio propuesto por Soler, de clasificar las clases sociales como
antinacionales o nacionales, dependiendo de si constituyen o no un obstáculo al desarrollo
capitalista, debemos señalar que el transitismo siempre ha sido un proyecto antinacional.
Por la mezquindad de sus perspectivas, y su carácter de apéndice del capital extranjero, la clase
comercial istmeña ha sido incapaz de cohesionar al conjunto de las fuerzas sociales del país en
torno a una perspectiva de nación. Más bien ha sido un factor de dispersión del mercado interior,
86
y conscientemente ha saboteado los esfuerzos por la conformación de una identidad nacional
panameña, colombiana o hispanoamericana frente a las pretensiones comerciales inglesas o
norteamericanas.
Las características descritas de esta clase comercial istmeña ya se perfilaban desde la colonia,
especialmente desde el siglo XVIII, cuando el contrabando (con los ingleses) se transformó en
una forma privilegiada de acumulación. Hasta la propia incruenta independencia de 1821 estuvo
signada por los cálculos taimados de estos comerciantes de intramuros que, viéndose forzados
por el Grito de la Villa de Los Santos y su llamado a las fuerzas de Bolívar para que enviaran un
contingente al Istmo, se convirtieron rápidamente a la causa separatista.
Las contradicciones entre los comerciantes panameños y los sectores dominantes en Bogotá, a lo
largo del siglo XIX, son como en el resto de Hispanoamérica, el conflicto entre proyectos
económicos basados en el librecambismo (comerciantes importadores) y proteccionistas
(productores para el mercado interior o regional); entre centralistas a ultranza (conservadores) y
federalistas (liberales).
No se trata de un conflicto entre dos naciones, una oprimida y otra opresora, como algunos
historiadores han querido hacer ver luego de 1903, para justificar la actuación de los “próceres”.
Sino un conflicto de clases, un conflicto político.
Un mito tejido por la historia oficial es aquel que traza un signo de igualdad entre separatismo
istmeño y la concepción federalista de los círculos liberales. El federalismo, tal como fue
expuesto brillantemente por Justo Arosemena no es separatista, por el contrario, busca preservar
la unidad nacional colombiana.
Entre otras cosas, dice Arosemena: "... no pretendo probar que convenga decididamente formar
esos pequeños Estados independientes, más bien que conservarlos grandes, en que están
refundidos sus pueblos. La moral internacional no ha hecho suficientes progresos en el mundo
civilizado, i las naciones débiles no logran siempre hacer respetar sus derechos...".
Luego de considerar la posible independencia, agrega: "Es esto más de lo que el Istmo apetece...,
mucho más cuando solo quiere un gobierno propio para sus asuntos especiales, sin romper los
vínculos de la nacionalidad". Y más adelante clarifica: "En la federación rigurosa hai un pacto de
pueblos soberanos que sacrifican parte de esa soberanía en obsequio de la fuerza y la
respetabilidad nacional..." (El Estado Federal de Panamá).
La concepción federal de Don Justo debe ser diferenciada del proyecto hanseatista, que buscaba
la separación a toda costa para supeditarse comercialmente a la potencia inglesa o
87
norteamericana. Inclusive, cuando Arosemena propone una neutralidad para el Istmo de Panamá
garantizada por Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos y Cerdeña, como hizo en 1857, está
tratando de evitar una anexión unilateral por parte de Estados Unidos como había ocurrido con el
estado de Texas. El objetivo de Arosemena es que las cuatro potencias se neutralicen
mutuamente al ser todas garantes de que el Istmo no sería puesto bajo dominio exclusivo de una
de ellas.
Arosemena sueña con la explotación comercial de la zona de tránsito, pero no bajo el designio
inglés o norteamericano, sino como punta de lanza de un desarrollo industrial nacional. No se
trata de un librecambismo absoluto.
Otro aspecto del mito construido con la finalidad de justificar la actuación de los
"próceres" panameños de 1903, consiste en otorgar objetivos separatistas a los liberales istmeños
que lucharon en la Guerra de los Mil Días. Si bien el liberalismo tenía en su programa la divisa
federalista, éstos no pretendían de ninguna manera la secesión.
94
Suplemento Tragaluz. El Universal de Panamá, domingo 3 de junio de 2001.
Por el contrario, de las fuerzas conservadoras istmeñas, las que enfrentaron la insurrección
liberal-popular encabezada por Porras y Victoriano, es de donde provinieron las propuestas
separatistas. Sobre la derrota de los sectores populares y progresistas del liberalismo es que estos
sectores conservadores y oligárquicos, pudieron fraguar la conspiración que nos convertiría en un
protectorado norteamericano, y que entregó parte de nuestro territorio a Estados Unidos "como si
fueran soberanos".
Porras deja bien clara la opinión de los liberales radicales cuando repudia el Tratado Herrán-
Hay. De salida aclara que habla en nombre de "todos los colombianos", que ambicionan la
construcción de un canal, pero no a costa de la soberanía de la patria. Para calificar al otro sector,
los denomina "los canalistas a toda costa", incluida la hipoteca de la soberanía.
Y agrega: "No somos, sin embargo, de los que creemos que el Istmo de Panamá debe construir
el Canal a toda costa, aún a riesgo de la desmembración de nuestra patria colombiana, si es
verdad que el Istmo ha adquirido su propia personalidad a través de toda su historia y que tiene
derecho de exigir, ... La autonomía federal, para conservar nuestra independencia interna, no soy,
repito, de los que creen que debemos separarnos de Colombia... no podemos pensar
mezquinamente en que debemos separarnos de Colombia" (La venta del Istmo).
88
LA HISTORIA DE NUESTRA HISTORIA76
89
Hablando en general, se puede decir que luego de la “separación” surgen cuatro vertientes
interpretativas, confrontadas respecto a qué perspectivas dar a los hechos de 1903. Pero ha
prevalecido, al menos en tres de ellas, el criterio de interpretar la historia social panameña del
siglo XIX como si tratara de un conflicto nacional, lo cual ha distorisionado los hechos reales y
oscurecido el real sentido de lucha de clases que tuvieron.
La primera interpretación denuncia los hechos del 3 de Noviembre como una intervención
norteamericana, igual a la que antes hizo contra México y España, la “leyenda negra”. Esta
versión histórica se convirtió en tabú del que no se habla, pero que se reflejó en la obra
desconocida por el público hasta hoy de Oscar Terán.
La “leyenda dorada” de los próceres del tres, por la cual habla directamente la clase
dominante del Istmo. Como Pablo Arosemena, que sin rubor afirma que “durante el régimen
colombiano los panameños eran apenas semiciudadanos”, habiendo gozado su familia de tantos
privilegios en aquella época. Y que luego se refiere a Estados Unidos como “pueblo hermano y
amigo”, “defensor lógico de las nacionalidades latinoamericanas”(!).
Los liberales, representantes sociales de las capas medias ilustradas, que accedieron al
poder en la década del diez, como Moscote, Mendoza, Méndez Pereira y Eusebio A. Morales,
apelaron a un enfoque en el que el determinismo geográfico daba su razón de ser al Estado
emergido en 1903. Gasteazoro les critica por su exaltación del “transitismo”. Por ejemplo,
Méndez Pereira se refiere a Panamá como “país y nación de trásito”; R.D. Carles dice que “la
historia de la construcción del canal …es, asi mismo, la historia de nuestra nacionalidad”.
La cuarta perspectiva sería una aproximación pretendidamente “marxista”, y que
Gasteazoro llama “ecléctica”, inaugurada por Diógenes de la Rosa en la década del treinta, por la
que la “separación” sería producto de una confluencia de intereses imperialistas norteamericanos,
crematísticos de la oligarquía criolla, y “anhelos” nacionalistas del pueblo.
El problema del análisis de Diógenes, que luego será el mismo que adopte Ricaurte Soler
(aunque éste nunca le cite), es que admitiendo el intervencionismo norteamericano, acaba al igual
que la leyenda dorada refiriéndose a un supuesto “nacionalismo” istmeño que justificaría en
último análisis los sucesos del “tres”.
Diógenes dice: “Pero con toda la injerencia de lo toscamente crematístico, resulta
inexacto afirmar que el 3 de Noviembre fuese mera subasta a la gruesa o feria del crimen”
(expresión de O. Terán), y afirma que hubo allí, en el fondo “una aspiración colectiva legítima”.
90
Y Soler concluye, luego de analizar el factor imperialista y la “triste figura” que proyectan los
próceres, “queremos afirmar el carácter progresivo de la independencia de Panamá de
Colombia”.
Para nosotros, ya lo hemos dicho reiteradamente, el verdadero nacionalismo panameño
surgió, no en el siglo XIX, sino en el siglo XX, luchando contra el colonialismo yanqui y por la
soberanía sobre la Zona del Canal.
Algunos, imbuídos de buena voluntad, han pretendido encontrar las raíces de ese
nacionalismo en una interpretación falsa del decimonono, como si ya hubiera un esfuerzo por
construir una nación frente al “colonialismo” o “imperialismo” colombiano. Lo cual no sólo es
una falsificación histórica, sino que produce contradicciones flagrantes, como dotar de una
voluntad “independentista” a una clase social que se hubiera satisfecho si hoy fuéramos una
estrella más de la bandera yanqui.
91
SIGLO XIX: ¿SEPARATISMO O FEDERALISMO?77
92
encabezada por De la Guardia, y el apoyo a las fuerzas militares enviadas por Mosquera: "...el
pueblo del arrabal de Santa Ana (barrio popular de la Capital) recibe a las fuerzas colombianas
con alborozo, expresando sin disimulos su resentimiento contra la oligarquía liberal dominante".
Pese a la aparente unidad alcanzada por el latifundio interiorano y el comercio capitalino, en
torno a una propuesta separatista y hanseática, el pueblo panameño no parece compartir ese
proyecto político, ese criterio de "nación". Al igual que en 1830, el pueblo se vuelca por el
proyecto nacional de unidad colombiano encabezado por los liberales, capitaneados por
Mosquera en Bogotá, y Buenaventura Correoso en Panamá.
Soler, analizando los hechos alaba el sacrificio del latifundista Santiago de La Guardia, y
caracteriza al pueblo procolombiano y liberal en términos peyorativos, atribuyendo su actitud a
un mero "resentimiento" de clase: "Muy posiblemente la ideología de sus caudillos del XIX, José
Domingo Espinar y Buenaventura Correoso, no superó los marcos de un liberalismo popularista
inconstante y meramente circunstancial", dice Soler.
Esta contradicción, por la que un historiador de izquierdas como Soler, alaba la acción de un
político latifundista y conservador como De la Guardia, nace de un error de perspectivas muy
común en Panamá: reducir la compleja historia del siglo XIX panameño a un conflicto nacional,
cuando los hechos demuestran una lucha política y social en la que se enfrentaban dos
concepciones distintas. Contrario a Soler, pensamos que el lado progresivo siempre estuvo
representado por el liberalismo popular de Correoso, y Espinar antes.
EL CONVENIO DE COLÓN (1861)78
Para las relaciones entre Panamá y Colombia durante el siglo XIX son muy útiles los
documentos producidos por el debate entre Gil Colunje y Justo Arosemena en torno al malogrado
Convenio de Colón de 1861. Estos documentos fueron editados por Ricaurte Soler, con un
prólogo de Don Rodrigo Miró, bajo el título Teoría de la Nacionalidad.
El primero Don Justo hace un alegato en favor del Convenio ante el gobierno de Mosquera. El
segundo, es una crítica de Colunje a Arosemena por su gestión ante Mosquera. En el tercero “El
ex-plenipotenciario de Panamá responde a una acusación del ser. Gil Colunje”.
Arosemena defiende el Convenio de Colón basado en la doctrina federal. El Convenio concedía
al estado panameño autonomía administrativa, jurídica y financiera, además de que la declaraba
neutral frente a las guerras civiles que dividían a Colombia. El Convenio reflejaba los intereses
93
de burguesía comercial panameña, socia menor de capitales norteamericanos, ingleses y
franceses. Para esos intereses era engorroso depender de Bogotá, lo que demoraba los negocios y
las guerras impedían “prosperar”. De ahí que la burguesía conservadora, José de Obaldía
(Chiriquí) y Santiago de la Guardia (Veraguas), y liberales moderados como Arosemena,
propugnaron por el Convenio de Colón.
¿Estaba dispuesta la burguesía panameña de entonces a luchar por la independencia política y
construir una “nación” separada de Colombia? ¿Qué actitud tuvo el pueblo representado por el
arrabal de Santa Ana?
Ante la rebelión liberal contra el régimen conservador colombiano (1860), “Obaldía
declaró que de triunfar los rebeldes encabezados por Tomás Cipriano Mosquera, Panamá se
separaría de Colombia para darse el gobierno que considerara apropiado” (Celestino Araúz). Así
se pronunciaron los municipios de David y Santiago, movidos por razones políticas (eran
conservadores) y otra pecuniaria (“el comercio se paraliza”). Obaldía no propuso la separación
mientras el gobierno bogotano estuvo en manos de su partido. Tampoco propuso crear una
nación independiente, sino “un protectorado de las grandes potencias (Estados Unidos, Francia e
Inglaterra”, Soler.
La acusación de Colunje contra Arosemena, es que su alegato en favor del Convenio hizo creer a
Mosquera que los panameños pretendían independizarse, por eso envió tropas que se enfrentaron
a de la Guardia. Hay que agregar que estas tropas fueron apoyadas por el arrabal santanero, y los
liberales de Correoso, uno de los cuales, Gabriel Neira fue el que derrotó a de la Guardia.
La respuesta de Arosemena a Colunje es que la responsabilidad del enfrentamiento fue de de la
Guardia, aludiendo a su militancia conservadora, y “que si alguno de los individuos que
simpatizábamos con la causa federalista de Nueva Granada hubiésemos ejercido la Gobernación
de Panamá, habríamos incorporado el Estado, sin condiciones, a la Unión Granadina…” (p.198).
Y agrega: “Por otra parte, la idea de independencia, que había tenido gran séquito en los
Departamentos de Fábrega (Veraguas) y Chiriquí, había decaído. Por dos razones: la primera,
que en la capital del Estado tenía muy pocos partidarios, y la segunda, que se comenzaba a ver el
triunfo de uno de los partidos nacionales y se sospechaba que no consentiría en la tal
independencia.” (idem).
Más adelante: “…la idea de la independencia, …, si es cierto que se abrigó por muchas personas
notables del Istmo, no tuvo jamás el voto de la mayoría…” (p.226). En este sentido, para Justo
94
Arosemena, las condiciones pactadas en el Convenio de Colón eran a la máxima autonomía que
cabía aspirar, dentro del criterio federalista que él defendía.
95
HISPANOAMERICA: ¿UNA O VEINTE NACIONES?79
79 Inédito.
96
independencia, por lo que lógicamente no cabe la posibilidad de conformar una nación
continental a comienzos del XIX.
Sin embargo, hay autores que no comparten el punto de vista de Soler. Por un lado, algunos
como Sergio Bagú (La economía de la sociedad colonial) o Gunder Frank, reconocen
elementos primordialmente capitalistas en la fase colonial. Por otro, hay quienes se resisten al
reduccionismo económico y señalan los elementos culturales comunes que daban fundamento a
una nación que se fraccionó justamente por el peso de la oligarquía feudalizante y la burguesía
comercial importadora agente del capital inglés y norteamericano.
El argentino Jorge Abelardo Ramos dice: “España se había desdoblado en otra nación
iberoamericana. Esta nación colonial carecía de derechos políticos, soberanía popular y progreso
técnico. Pero de todas maneras era una nación integrada por el tejido conjuntivo de la lengua, el
territorio, la psicología y la religión, asentada sobre una economía mixta con escasa articulación
e interrelación internas” (Historia de la nación latinoamericana).
97
EL LIBRO DEL CENTENARIO80
Casi por casualidad, y gracias a la mediación de mi hermano Ariel, llegó a mis manos el libro
más completo, documentado y ameno que he conocido sobre la separación de Panamá de
Colombia en 1903: How Wall Street created a nation (“Cómo Wall Street creó una nación”),
del abogado Ovidio Díaz Espino.
Lamentablemente es un libro desaparecido de las librerías nacionales, tal vez porque los pocos
ejemplares que se pusieron en venta se agotaron rápidamente (algo inusual en este país), y el
mismo sólo es accesible por internet (http://www.4W8W.com) a un precio un poco alto. Además,
tiene el inconveniente de estar editado en inglés.
Pero vaticinamos que este libro de historia, hará historia. Su redacción al mejor estilo de los
“best-sellers” norteamericanos, es decir, con un toque de guión cinematográfico, le chocará a
algunos. Pero no debe tomarse a la ligera su contenido, pues sus referencias bibliográficas
prueban que estamos ante un trabajo científico de alta calidad. Pero lo que más molestará a los
“especialistas” del patio es su contenido, que echa por tierra los principales mitos sobre “la
separación” que laboriosamente ha tejido la historia oficial panameña. Y lo peor, es que está
trabajado por un intruso en este oficio, un abogado.
El libro de Díaz Espino, a quien no conozco, confirma plenamente lo que ya empezábamos a
atisbar con nuestro trabajo Estado, Nación y Clases Sociales en Panamá (Editorial Portobelo).
Pero lo que en nuestro libro eran indicios, se transforman en pruebas irrefutables en manos de
este abogado historiador. Sería imposible resumir aquí las múltiples e interesantes aristas del
ensayo de Díaz Espino, pero vale la pena referirse a sus principales conclusiones.
El planteamiento central es que, en los hechos que desembocaron en la secesión de Panamá de
Colombia y en la firma del Tratado Hay-Buneau Varilla operó un cartel mafioso (syndicate). Que
este poderoso grupo empresarial, con ramificaciones políticas en Washington, empezó a
funcionar desde 1896, cuando la directiva de la Compañía Francesa del Canal, ya en bancarrota,
contrató al bufete Sullivan & Cromwell para que gestionara la compra por Estados Unidos de los
derechos para construir el Canal de Panamá.
El cerebro de toda la trama fue William Nelson Cromwell, influyente abogado de Nueva
98
York, socio a su vez del banquero J.P Morgan. Cromwell, accionista y gerente de la Compañía
del Ferrocarril de Panamá, estaba directamente relacionado con Manuel A. Guerrero y José A.
Arango, los principales promotores de la separación, de quienes era jefe en esta empresa.
Díaz Espino prueba cómo Cromwell, influyó para convencer al Congreso norteamericano de
optar por Panamá en vez de Nicaragua, mientras secretamente su grupo adquiría la mayoría de
las acciones devaluadas de la Compañía Francesa (invirtiendo 5 millones de dólares, resarcidos
ampliamente cuando su gobierno pagó 40 millones por ellas en 1904), e influyendo en Teodoro
Roosevelt para que no pagara los derechos exigidos por Colombia apoyando la secesión de
Panamá. Es interesante anotar que el propio Manuel A. Guerrero, bajo el seudónimo de F.L.
Jeffries, fue copartícipe de este negocio.
El autor aporta numerosos detalles sobre la conspiración, el fracaso del Tratado HerránHay, la
planificación de la separación, el viaje de Amador Guerrero a Nueva York, la importancia de
cubrir la “toma del Istmo” (como admitiría Roosevelt años después) como si fuera una
revolución nacional, sobre los sucesos del 3 al 5 de Noviembre, la firma del Tratado de 1903 y
del reparto de ganancias posteriores, tanto allá como acá. En estos tiempos en que la corrupción
nos trae agobiados, es bueno conocer cómo el soborno ofició de partera de la República.
Por supuesto, no hay libro perfecto, y éste contiene algunos errores menores y puntuales que
algún historiador puntilloso hará notar. La única crítica que señalaré se refiere al siglo XIX, ya
que Díaz Espino se hace eco de la interpretación oficial en el sentido de que el pueblo panameño
supuestamente hizo denodados esfuerzos por independizarse de Colombia, y que el Tratado
Mallarino – Bidlack (1846) tuvo como objetivo principal que EEUU asegurara el control
colombiano del Istmo a cambio del “derecho” al libre tránsito.
En nuestro libro ya citado, apoyándonos en las investigaciones de Celestino Araúz y Patricia
Pizzurno, concluimos que el Tratado de 1846 tenía por objetivo resguardar la soberanía
colombiana no de los panameños, sino de Inglaterra. Y que los principales conflictos del XIX no
pueden interpretarse, como hace la historia oficial, como la lucha de la nación panameña
oprimida por la colombiana, sino que fueron choques de clases y políticos: de intereses
proteccionistas vs librecambistas, de federalistas vs centralistas y de conservadores vs liberales.
Igual que en el resto de Hispanoamérica.
Otro aspecto que debe ser rescatado, y que Díaz no aborda, es la actitud del liberalismo popular
encabezado por el anciano Buenaventura Correoso, el cual no firmó el Acta de “Independencia”.
99
La historia se concentra exclusivamente en los liberales que se sumaron a los conservadores (que
dirigieron la separación), Eusebio Morales y Carlos Mendoza.
En conclusión, “How Wall Street created a nation” será, sin duda, el libro del Centenario. Si no
supiera que es inútil, exhortaría a las Comisiones del Centenario a publicar y traducir el libro, y
realizar algunas conferencias con su autor. Al igual que pediría la edición de libros que se
mantienen desaparecidos y que sólo se tratan como tabúes en nuestro país, como los de Oscar
Terán, Earl Harding y del mismísimo Buneau Varilla. Pero los biznietos de los “próceres” y sus
amos del norte siguen mandando en este país, cien años después.
100
PANAMA EN EL SIGLO XIX:
ENTRE EL PAIS HANSEATICO Y EL PROYECTO BOLIVARIANO81
81 Aparecido en la Revista Cultural LOTERÍA, No. 437, de agosto de 2001, con el título “El Proyecto Nacional Panameño
durante el siglo XIX”.
101
Desde 1823, la clase comercial istmeña empezó sus exigencias para que establecieran leyes
especiales para fomentar la actividad económica en el Istmo, cuya idea básica era la libertad de
tránsito y la eliminación de los derechos aduaneros.
Tan temprano como 1826, aprovechando la crisis producida por el enfrenamiento entre Bolívar y
Santander, en un acta del 16 de septiembre, los mercaderes istmeños plasman su proyecto
histórico: no importa cómo se resuelva el problema político en Colombia, siempre que ambas
partes concedan en convertir al Istmo en un país hanseático.
Es evidente que el proyecto hanseático tiene una connotación claramente antinacional y, más
bien constituye la reedición de un nuevo estatuto colonial, bajo la forma de un protectorado en el
que los ingleses tendrían la parte del león, aunque no se proponga al principio separar al Istmo de
la unión colombiana. La propuesta hanseatista es, pues, una pretensión histórica que no es
progresiva, ni nacional, como lo ha presentado la historia oficial hasta ahora.
Otra consideración que merece el Acta del 16 de septiembre de 1826, es que no se trata del
primer intento separatista como falsamente asevera la mítica historia oficial. Araúz y Pizzurno
describen los acontecimientos: Bolívar ha solicitado al Cabildo panameño su apoyo a la
Constitución boliviana, que lo propone como presidente vitalicio de toda la unión. Actas
similares habían sido proclamadas en Guayaquil, Quito y Cuenca.
La actitud de los burgueses panameños, encabezados por el Intendente Juan J. Argote, es
ambigua y redactan un Acta que en un lenguaje diplomático alaba tanto a Santander como a
Bolívar, sin comprometerse con ninguno de los dos. En el artículo cuarto invitan a que ambos
hagan de Panamá un país hanseático para "bienestar de este departamento y el general de la
República" (o sea, no se propone que se desgaje al Istmo de la república colombiana).
Posteriormente Carreño consigue el apoyo del interior y del arrabal para levantar otra acta, el 13
y 14 de octubre, que sí apoya incondicionalmente a Bolívar. Lo más interesante del caso, es que
Carreño y los militares bolivaristas, para presionar a los comerciantes citadinos apelan a la
agitación del Interior y de las masas urbanas.
En 1830, ante el retiro de Bolívar, el general José Domingo Espinar, jefe militar de Istmo,
propone el desconocimiento de las autoridades centrales e intenta proclamar su separación para,
desde Panamá, ofrecer el mando a Bolívar y reiniciar la reconquista del poder y revivir la Gran
Colombia. Bolívar rechazaró este ofrecimiento de Espinar.
Al tiempo que esto sucedía, un grupo de notables panameños, agrupados en el Gran Círculo
Istmeño (entre los cuales destacaban Juan José Argote, Agustín Tallaferro, José Agustín Arango,
102
José de Obaldía y Mariano Arosemena) gestionan ante el cónsul británico la secesión de Panamá
colocándolo como un protectorado inglés. Con el apoyo del arrabal santanero y de los sectores
populares mestizos, indios y negros, Espinar pudo someter estos intentos anexionistas de los
comerciantes criollos.
En resumen, la separación proclamada por Espinar y apoyada por el arrabal negro y mulato no es
independentista, por el contrario, es una maniobra para restituir a Bolívar y a la Gran Colombia.
Es un acto de rebelión militar, con apoyo popular, más que un proceso separatista. El único
intento separatista, fracasado por cierto, es la conspiración de los notables (Argote, Tallaferro,
Arango, Obaldía y Arosemena) con el cónsul inglés en busca del anhelo hanseático. ¿Proyecto
nacional o protectorado inglés?
Según Castillero Calvo, citado por Araúz y Pizzurno, éste hecho de 1830 "constituye el primer
ensayo de las masas populares urbanas por oponerse a las nacientes burguesías comerciales
detentadoras del poder. Fue, en todo el sentido del término un movimiento de clase...".
De esta manera, las masas populares istmeñas rechazaban el transitismo a ultranza, es decir, bajo
sujeción de una potencia extranjera, y reivindican para sí un proyecto nacional de unidad
colombiana.
Continuada la crisis en el Istmo, en 1831, en un momento en que Espinar abandona la capital,
dejándola al mando del coronel Juan Alzuru, éste es instigado por la oligarquía citadina para que
tome el poder. Según Mariano Arosemena, con la evidente intención de lavar sus
responsabilidades cargando las culpas de Alzuru, éste planeaba realizar una indepenedencia,
apoyándose en "una pueblada espantosa". Los notables decidieron apoyarle para mediatizar sus
intenciones, "neutralizamos el proyecto de absoluta independencia", dice Arosemena.
O sea, en esta ocasión, los comerciantes no apostaban todo por la independencia, tal vez porque
temían a Alzuru, de origen bolivarista como todos los militares, que seguramente no compartiría
el sueño hanseático y la influencia inglesa, y por demás era propenso a un régimen dictatorial,
como luego se vio.
Araúz y Pizzurno analizan la declaración separatista proclamada por Alzuru el 9 de julio de
1831, donde se lee que el Istmo se declaraba parte de la "confederación colombiana", aunque con
"una administración propia por medio de la cual se eleva al rango político a que está llamado
naturalmente". Esta proclamación también deja constancia del anhelo librecambista.
Otro aspecto a destacarse de la proclama de 1831 es su carácter exclusivamente transitista, de la
ciudad de Panamá. Como en 1821, y en 1903, la propuesta (más federalista que separatista) de
103
1831 fue una decisión unilateral de la clase comercial capitalina que se presenta como hecho
consumado al resto del país.
"Es significativo el que la Provincia de Veraguas, regida por Fábrega, se haya opuesto a las dos
independencias proclamadas por Espinar y Alzuru", nos dice Figueroa Navarro.
Tenemos que, durante esta crisis de dos años, aparecen delineados tres sectores sociales, con tres
proyectos distintos de país: el arrabal que apoya a Bolívar y Espinar, quienes aspiran a la nación
grancolombiana; los comerciantes, que oscilan entre la anexión británica y al federalismo con
Colombia; finalmente, la oligarquía latifundista veragüense que no parece ver con buenos ojos
los rejuegos separatistas.
En 1834 el gobierno colombiano legisla a favor de la libertad de comercio en los puertos de
Panamá y Portobelo, lo que hace desaparecer por un lustro el movimiento autonomista
panameño. Hasta que una guerra civil desarticuló al estado colombiano (Nueva Granada), lo que
fue aprovechado por el general Tomas Herrera para proclamar el "Estado Soberano", con el
apoyo de la clase comercial. Este fue el primer ensayo de independencia real.
De la proclama independentista de 1840, nos interesa destacar dos elementos: 1. Es una
separación doblemente condicionada, por un lado, mientras no se restituya la unidad colombiana;
por el ortro, si ésta se diera sólo se aceptaría la reincorporación en el marco de un estado
federalista, y no centralista. 2. También es, al principio, una acción unilateral de la ciudad de
Panamá.
El Estado Soberano es legitimado y ratificado por una Convención Constituyente que se reúne
en marzo de 1841. Esta Convención va a marcar una alianza política entre la burguesía
comercial citadina y los latifundistas del interior. Los diputados pertenecen todos a esta alianza
oligárquica, aunque predominan los de la urbe, según Figueroa Navarro.
En 1840 también resurgió el hanseatismo pero bajo la fórmula de buscar la "neutralidad
permanente" auspiciada por las potencias (Estados Unidos, Inglaterra y Francia). El gobierno
presidido por Herrera hizo gestiones internacionales al respecto que resultaron infructuosas.
La rápida y fácil reincorporación del Istmo a la Nueva Granada el 31 de diciembre de 1841, una
vez que el general Mosquera hubo pacificado el territorio colombiano, constituyen una muestra
de la falta de voluntad separatista de la clase poseedora panameña. Los vínculos nacionales tan
estrechos y colombianizados permitieron que Tomás Herrera llegara a ser Primer Designado de
la Presidencia de la Nueva Granada y José de Obaldía Vicepresidente, en 1853.
104
Respecto al federalismo, no nos parece que constituya una particularidad "nacional" panameña y
tampoco que el mismo sea equivalente a separatismo. Tanto la Constitución de 1858, que
formaliza el estado Federal de Panamá, como la de 1863 o de Río Negro (elaborada en parte por
Justo Arosemena), se establece el criterio federalista como un ordenamiento del conjunto de la
nación colombiana. No se trata de Panamá como un caso especial.
105
EL 3 DE NOVIEMBRE Y LA NACION PANAMEÑA82¡Error! Marcador no definido.
El historiador Carlos Gasteazoro dice que el 3 de Noviembre dio cabida a tres interpretaciones
diferentes: la leyenda negra, la leyenda dorada y la versión ecléctica.
Para la primera, este día no es la culminación de un movimiento de "liberación nacional", sino el
desgajamiento de un pedazo de la nación colombiana por Estados Unidos. Para la segunda, que
es la prevaleciente entre los panameños, basta abrir cualquier libro de texto oficial para
encontrarla, esta fecha culminó la lucha contra 80 años de "yugo" colombiano. La ecléctica
incorpora de la primera el papel del imperialismo norteamericano y la sinopsis de los intereses
crematísticos de los próceres, pero rescata de la segunda el supuesto afán nacionalista en los
istmeños desde principios del diecinueve. Diógenes De La Rosa ("Tamiz de Noviembre") debió
ser el padre de esta perspectiva.
La debilidad de esta última es que no realiza una crítica de la interpretación "dorada". ¿El 3 de
Noviembre fue la culminación de un proceso de lucha nacional, aunque mediado por Estados
Unidos? El problema es que la versión "dorada" llenó de mitos la historia para legitimar los
hechos de 1903.
Mitos como la existencia, desde 1821, de un proyecto nacional basado en la economía transitista.
En realidad los comerciantes de la ciudad de Panamá fueron forzados a la independencia, luego
de que los pequeños campesinos santeños proclamaron la suya y pidieron a Bolívar tropas para
liberar al Istmo. ¿Cómo iba a ser "nacionalista" una clase compuesta por recién llegados? Según
Omar Jaén Suárez, en 1810 el 85% de los miembros del Cabildo, y 17 de los 25 comerciantes
más prominentes, eran extranjeros.
Mitos como que 1826, 1830 y 1831 constituyeron genéricamente "intentos separatistas". En la
obra de Araúz y Pizzurno se evidencia que el primero fue parte de la lucha entre Bolívar y
Santander, en la que los comerciantes istmeños pedían, más que la independencia, la libertad
aduanera; el segundo, fue un intento de Espinar para ofrecer una base de apoyo a Bolívar para
retomar el poder; el tercero, fue una maniobra de los notables, para deshacerse de Espinar,
caudillo de origen plebeyo y bolivarista.
En los tres acontecimientos los comerciantes istmeños exigieron el levantamiento de los
impuestos aduaneros, que constituía su reivindicación central, no la constitución de una "nación
106
panameña". A partir de 1834, cuando es concedido el librecambio cesan las reclamaciones de
estos comerciantes.
El acta de independencia de 1840, que crea el Estado Soberano del Istmo, en la que Tomás
Herrera sintetiza particularismos panameños y reivindicaciones comerciales, se debe a la crisis
del estado neogranadino por la guerra civil.
Pero el acta de 1840 establece una doble condición: es una independencia provisional, hasta que
se restaure la unidad estatal y acepta esa unidad bajo la forma de una federación. Esto explica
que los panameños no pusieran resistencia cuando el 31 de Diciembre de 1841 el Istmo se
reintegró al estado colombiano.
Otro mito, el que iguala federalismo y separatismo. El liberalismo del siglo XIX era
mayoritariamente federalista. Y eso era así en Panamá, como en cualquier otra región de
Colombia. Justo Arosemena, en el Estado Federal de Panamá dice claramente que se opone a
la separación del Istmo. Utiliza el concepto de nación para referirse al conjunto de la federación,
no sólo a un miembro de ésta, en este caso Panamá.
En la crisis de 1860-62, en la que Justo Arosemena tuvo un papel relevante en el Convenio de
Colón, éste reconoce (Teoría de la Nacionalidad publicada por Soler en 1968) que esto era lo
más lejos que podían llegar en cuanto autonomía, lo siguiente sería la independencia, pero ni los
notables tendrían valor para luchar por ella, y ni tendrían respaldo popular.
La muerte en combate de Santiago De la Guardia es presentada por algunos como parte de una
lucha por la independencia. Pero de la documentación mencionada se desprende que, tanto el
rechazo del Convenio de Colón por parte del presidente Mosquera, como la muerte del
terrateniente veragüense son parte de la confrontación liberal-conservadora que dividía a
Colombia.
Este hecho desmiente la supuesta unidad de todos los istmeños en torno al proyecto "nacional"
encabezado por los comerciantes de intramuros. La historia muestra con claridad que el arrabal,
liderizado por el liberalismo mulato y negro de Buenaventura Correoso apoyó a las tropas
colombianas contra los conservadores (De La Guardia) y liberales moderados (Arosemena).
Desde el acta santeña del 10 de Noviembre, pasando por el apoyo que siempre dio el arrabal a
los militares bolivaristas, Espinar entre ellos, en sus confrontaciones con los comerciantes
notables, hasta los liberales de Correoso, en la segunda mitad del XIX, existe una marcada
confrontación de clase. El pueblo siempre se opuso a las maniobras separatistas de los
comerciantes y apoyó el proyecto nacional grancolombiano.
107
Belisario Porras caudillo liberal de la Guerra de los Mil Días dice en "La Venta del Istmo"
(mayo de 1903): "No somos, si embargo, de los que creemos que el Istmo de Panamá debe
construir el canal a toda costa, aún a riesgo de la desmembración de nuestra patria
colombiana...". Gasteazoro, en su largo prólogo a la redición de la obra de Sosa y Arce (1970)
consigna la ausencia de un anticolombianismo entre los historiadores panameños del diecinueve.
Las quejas de los comerciantes istmeños por la libertad aduanera contra los proteccionistas
colombianos, o el conflicto liberal - conservador, o la contraposición centralismo - federalismo,
son parte de la historia traumática de toda Hispanoamérica del siglo XIX, no son una
particularidad panameña. Algunos han querido ver un paralelismo entre la historia de la Cuba de
Martí, que lucha tardíamente por su independencia de España, y los conflictos políticos y
sociales del Panamá colombiano. Lo único en común es la intervención norteamericana.
¿Entonces Panamá no es una nación? Respondemos sí, sí lo es. Panamá ha llegado a ser una
nación, pero no luchando contra Colombia, sino luchando contra la presencia norteamericana.
La esencia de la nación panameña se construyó en las luchas populares de 1925, 1947, y 1964, en
la que el pueblo, con los estudiantes a la vanguardia, defendieron la nación contra el colonialismo
norteamericano. La ironía es que este proceso nacionalista se hizo en contra de las clases
comerciales, los próceres de 1903, que siempre soñaron, y siguen soñando, en convertir a
Panamá no en un estado nacional independiente, sino en una estrella más de la bandera yanqui.
TESIS SOBRE LA FORMACION DE LA NACION PANAMEÑA 83¡Error! Marcador no
definido.
83 Publicadas en el folleto Panamá ¿Proyecto o Nación? Editorial Portobelo. Colección Pequeño Formato No. 65. Panamá,
marzo de 1998.
84 . Araúz, Celestino A. y Pizzurno G., Patricia.El panamá Hispano (1501-1821); El Panamá colombiano (1821-1903).
Primer Banco de Ahorros y diario La Prensa. Panamá, 1993. 303 págs.; Estudios sobre el Panamá republicano (1903-1989).
Manfer, S.A. Panamá, 1996. 646 págs.
85 . Castillero Calvo, Alfredo. Conquista, evangelización y resistencia. ¿Triunfo o fracaso de la política indigenísta?
Colección Ricardo Miró. Premio Ensayo 1994. Panamá, 1995. 494 págs.
108
Tareas; y algunas de las obras de la Colección Pequeño Formato de la editorial Portobelo, entre
los que hay reflexiones de Belisario Porras, Rolando Hernández y Fernando Aparicio (86).
Las opiniones que pasamos a señalar (posibles caminos para futuras investigaciones) emanan de
la lectura de éstos y otros materiales, pero evidentemente las mismas no son imputables a dichos
autores, cuyo material empírico se acerca a estas conclusiones sin que se las asuma
conscientemente.
Dicho sucintamente, la interpretación que ha prevalecido respecto a la formación de la nación
panameña señala que la misma tiene como su actor y ejecutor central a la burguesía comercial
citadina, cuya tarea histórica habría consistido en crear una nación (en ciernes desde el siglo
XVIII, y construyéndose a lo largo de todo el siglo XIX, y emergiendo en 1903) con una misión
histórica: el "transitismo". Es decir, servir de zona de tránsito al comercio internacional.
Ese objetivo socioeconómico, que coincide plenamente con la privilegiada posición geográfica
del país, justificaría (como necesarias y progresivas) todas las acciones emanadas de la clase
comercial istmeña por concretar su sueño transitista, desde los tempranos intentos secesionistas
del siglo pasado, hasta la "independencia" de 1903 (87).
Al respecto, opinamos:
1. Partiendo del marco metodológio marxista expuesto por Ricaurte Soler ( 88), respecto a la
estrecha relación que guarda la conformación de la nación (Estado nacional) con el desarrollo
capitalista (el primero como condición del segundo, sentando las bases del mercado nacional que
estimule el proceso de industralización burguesa), hemos de concluir que el proyecto transitista
levantado por la clase comercial istmeña siempre ha sido un obstáculo para ese desarrollo
capitalista autóctono. El proyecto transitista ha estado estructurado en función de intereses
foráneos y de una clase comercial que vive de espaldas al país, dificultando un progreso agrícola,
artesanal e industrial propio que pueda dar sustento al estado nacional. La falta de desarrollo e
integración económica de vastas regiones panameñas, hasta el presente, así lo corrobora.
86 . Porras, Belisario. La venta del Istmo. Manifiesto a la nación. Editorial Portobelo, Colección Pequeño Formato (CPF) Nº 2.
Panamá, julio de 1996. 22 págs.; Hernández, Rolando. Aproximación crítica a la Independencia de 1903. Ed. Portobelo, CPF
Nº 11. Panamá, agosto de 1996. 17 págs.; Aparicio, Fernando. Liberalismo, federalismo y nación. Ed. Portobelo, CPF Nº 38.
Panamá, abril de 1997. 28 págs.
87 . Soler, Ricaurte. La independencia de Panamá de Colombia. En: Ricaurte Soler, pensamiento filosófico, histórico y
sociológico. Revista Lotería Nº 400. Panamá, diciembre de 1994.
88 . Soler, Ricaurte. Idea y cuestión nacional Latinoamericanas. Editorial Siglo XXI. México, 1980. 294 págs.
109
2. Si tenemos que utilizar el criterio propuesto por Soler, de clasificar las clases sociales
como antinacionales o nacionales, dependiendo de si constituyen o no un obstáculo al desarrollo
capitalista, debemos señalar que el transitismo siempre ha sido un proyecto antinacional. Por la
mezquindad de sus perspectivas, y su carácter de apéndice del capital extranjero, la clase
comercial istmeña ha sido incapaz de cohesionar al conjunto de las fuerzas sociales del país en
torno a una perspectiva de nación. Más bien ha sido un factor de dispersión del mercado interior,
y conscientemente ha saboteado los esfuerzos por la conformación de una identidad nacional
panameña, colombiana o hispanoamericana frente a las pretensiones comerciales inglesas o
norteamericanas. Cada acto trascendente de nuestra historia así lo confirma.
110
Tan temprano como 1826, aprovechando la crisis producida por la confrontación entre Bolívar y
Santander, en un acta del 13 de septiembre, los mercaderes istmeños plasman su proyecto
histórico: no importa cómo se resuelva el problema político en Colombia, siempre que ambas
partes concedan en convertir al Istmo en un país hanseático. Es evidente que el proyecto
hanseático tiene una connotación claramente antinacional y, más bien constituye la reedición de
un nuevo estatuto colonial, bajo el dominio inglés. Lo que indica una pretensión histórica
reaccionaria (es decir, una vuelta atrás) y no progresiva como lo ha presentado la historia oficial
hasta ahora. Pero estos afanes hanseatistas de los comerciantes istmeños, no fueron compartidos
por el conjunto de la sociedad panameña, lo que quedó expresado en el apoyo que recibió Bolívar
de diversos municipios del interior (91).
111
6. Otro mito tejido por nuestra historia oficial, es aquel que traza un signo de igualdad entre
separatismo istmeño (más bien de los comerciantes) y la concepción federalista de los círculos
liberales. El federalismo, tal como fue expuesto brillantemente por Justo Arosemena no es
separatista (93), antes por el contrario, busca preservar la unidad nacional colombiana sobre la
base de reconocer las particularidades locales.
Entre otras cosas, dice Arosemena: "... no pretendo probar que convenga decididamente formar
esos pequeños Estados independientes, más bien que conservarlos grandes, en que están
refundidos sus pueblos. La moral internacional no ha hecho suficientes progresos en el mundo
civilizado, i las naciones débiles no logran siempre hacer respetar sus derechos..."; luego de
considerar la posible independencia, agrega "Es esto más de lo que el Istmo apetece..., mucho
más cuando solo quiere un gobierno propio para sus asuntos especiales, sin romper los vínculos
de la nacionalidad"; más adelante clarifica: "En la federación rigurosa hai un pacto de pueblos
soberanos que sacrifican parte de esa soberanía en obsequio de la fuerza y la respetabilidad
nacional..." (94). Al respecto, el historiador Fernando Aparicio, señala que en la obra
Constituciones Políticas Arosemena argumenta que el federalismo debe ser un contrapeso al
gobierno nacional, evitando la tiranía y la opresión, pero que al mismo tiempo "... el patricio
istmeño es consciente del carácter antinacional que pueden asumir los caudillismos locales..."
(114).
Los criterios federalistas esbozados por Arosemena prevalecieron en las constituciones
colombianas desde mediados de cincuenta hasta los ochenta, sin que ello implicara su
desmembración por parte del liberalismo.
7. La concepción federal de Don Justo debe ser diferenciada del proyecto hanseatista, que
buscaba la separación a toda costa para supeditarse comercialmente a la potencia inglesa o
norteamericana.
Inclusive, cuando Arosemena propone una neutralidad para el Istmo de Panamá garantizada por
Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos y Cerdeña, como hizo en 1857 (9596), está tratando de
93 . Beluche, Olmedo. "Justo Arosemena y el problema de la unidad latinoamericana". Revista Tareas Nº 95. Panamá, enero -
abril de 1997.
94 . Arosemena, Justo. El estado federal de Panamá. EUPAN. Panamá, 1992. Págs. 13 - 14, 71.
114
. Aparicio, Fernando. Op. cit., pág. 15
95 . Arosemena, Justo. "La neutralidad del istmo de Panamá". Revista Tareas Nº 94. Panamá, septiembre-diciembre de 1996. Pág.
96 .
112
evitar una anexión unilateral por parte de Estados Unidos como había ocurrido con el Estado de
Texas. El objetivo de Arosemena es que las cuatro potencias se neutralicen mutuamente al ser
todas garantes de que el Istmo no sería puesto bajo dominio exclusivo de una de ellas. Por
supuesto que esta táctica era un error, pues produciría el efecto contrario a lo deseado por
Arosemena, tal y como señaló en ese tiempo el periódico panameño El Centinela (97).
Importa destacar que el objetivo de Arosemena era justamente el contrario al de los hanseatistas
de 1826. Arosemena sueña con la explotación comercial de la zona de tránsito, pero no bajo el
designio inglés o norteamericano, sino como punta de lanza de un desarrollo industrial nacional.
No se trata de un librecambismo absoluto. La aspiración arosemenista, reiterada en varias obras,
es utilizar la privilegiada posición geográfica para exportar mercancías de nuestra futura
industria.
Este aspecto también ha sido señalado por Fernando Aparicio, que distingue la propuesta
federativa de Don Justo de las fórmulas hanseatistas y las anexionistas de otros sectores (98).
8. Otro aspecto del mito construido con la finalidad de justificar la actuación de los
"próceres" panameños de 1903, consiste en otorgar objetivos separatistas a los liberales istmeños
que lucharon en la Guerra de los Mil Días. Si bien el liberalismo tenía en su programa la divisa
federalista, éstos no pretendían de ninguna manera la secesión.
Por el contrario, de las fuerzas conservadoras istmeñas (comerciantes), las que enfrentaron la
insurrección liberal-popular encabezada por Porras y Victoriano, es de donde provinieron las
propuestas separatistas. Sobre la derrota de los sectores populares y progresistas del liberalismo
es que estos sectores conservadores y oligárquicos, pudieron fraguar la conspiración que nos
convertiría en un protectorado norteamericano, y que entregó parte de nuestro territorio a Estados
Unidos "como si fueran soberanos".
Porras deja bien clara la opinión de los liberales radicales cuando repudia el Tratado Herrán Hay
(99). De salida aclara que habla en nombre de "todos los colombianos", que ambicionan la
construcción de un canal, pero no a costa de la soberanía de la patria. Para calificar al otro sector,
los denomina "los canalistas a toda costa", incluida la hipoteca de la soberanía. Y agrega: "No
somos, sin embargo, de los que creemos que el Istmo de Panamá debe construir el Canal a toda
97 . Araúz, Celestino. "Justo Arosemena ante el expansionismo de Estados Unidos". Revista Tareas Nº 94. Op. cit. Pág. 39.
98 . Aparicio, F. Op. cit., pág. 19.
113
costa, aún a riesgo de la desmembración de nuestra patria colombiana, si es verdad que el Istmo
ha adquirido su propia personalidad a través de toda su historia y que tiene derecho de exigir, ...
La autonomía federal, para conservar nuestra independencia interna, no soy, repito, de los que
creen que debemos separarnos de Colombia... no podemos pensar mezquinamente en que
debemos separarnos de Colombia." (100).
9. Las consideraciones anteriores deben servirnos de pauta para acabar de una vez con la
mezcolanza de acontecimientos históricos disímiles que la historia oficial nos ha servido en el
mismo plato, con el único objetivo de legitimar lo sucedido en 1903, como si del cumplimiento
de un "destino manifiesto transitista" se tratase.
Pese a la resistencia de muchos historiadores por admitirlo, del cúmulo de hechos resalta
con claridad que la "separación" de 1903 no fue producto de un movimiento popular nacionalista
(contra el supuesto "olvido" en que nos tenían sumidos los colombianos), sino la confluencia de
intereses imperialistas norteamericanos en asocio con algunos de sus empleados de la Compañía
del Ferrocarril y otros mercaderes istmeños.
Claro que la oligarquía colombiana (o "cachaca") no sale moralmente mejor librada que la
panameña pues, al final la secesión panameña fue el justo pago que recibió por sus constantes
apelos al intervencionismo norteamericano desde 1846, y en especial durante la Guerra de los
Mil Días.
Rolando Hernández cita abundante material que prueba cómo el afán separatista nace de los
intereses metálicos de la alta burguesía istmeña, cuando entre otras cosas, Ricardo Arias, en
defensa del Tratado Herran-Hay espeta a Juan B. Pérez y Soto "tú no tienes propiedades de
mayor cuantía aquí (...) yo si poseo extensas propiedades (...) De allí nuestra manera diferente de
ver las cosas"
(101).
Pizzurno y Araúz también documentan bien este aspecto, el origen social de las ideas
separatistas, e incluso consignan la resistencia inicial de Chiriquí y de los kunas en avalar este
movimiento, y en general el escepticismo imperante en el pueblo, de acuerdo a estimaciones de
Oscar Terán (102).
102 . Pizzurno G. Patricia y Araúz, Celestino A. Estudios sobre el Panamá Republicano. Op. cit. págs. 13 - 14.
114
10. Sólo la visión crítica de nuestra historia, asumiéndola tal y como fue, nos permite resolver
las incógnitas planteadas por los pensadores panameños respecto a si somos o no una nación, o
un "proyecto" de ella, los problemas de la constitución del concepto de lo nacional entre
nosotros, del desprecio reiterado de las clases dominantes por nuestra cultura e historia, etc.
El 3 de Noviembre de 1903 no surgió al mundo una nación independiente, libre al fin de
ataduras contra las que luchó su pueblo por mucho tiempo, como nos han querido hacer creer,
sino un país intervenido por una potencia extranjera que había sido desgajado de lo que quedaba
del gran proyecto nacional bolivariano.
De allí que, dadas las nuevas circunstancias, la constitución de un nuevo concepto de la
nación y lo nacional ha sido un parto difícil y traumático, nacido fudamentalmente de dos
perspectivas diferentes, que muchas veces se cruzan o confluyen, y otras se contraponen:
115
dignidad históricas mancilladas por la presencia ignominiosa del imperialismo norteamericano.
Es la respuesta popular heredada desde el Incidente de la Tajada de Sandía, reiterado tantas veces
desde la misma década de 1910, tatuada en la sangre de los mártires del Movimiento Inquilinario
de 1925, del 9 de Enero de 1964 y del 20 de Diciembre de 1989.
Este concepto de lo nacional panameño, no es para nada chauvinista, ni anticolombiano, y si
tiene un claro toque antimperialista. Es el que impuso a Estados Unidos y a la oligarquía
"nacional", la eliminación del oprobioso artículo 136 de la Constitución de 1904, la ruptura con
el Hay-Bunau Varilla y tantas otras conquistas nacionalistas.
Pero, por tener mucho de inconsciente y espontáneo, es inconstante y reiteradamente
acaba entregando su confianza en las clases dominantes, creyendo ingenuamente que éstas
comparten con él la defensa intransigente de lo nacional (como cuando se entregó en 1964 la
bandera rasgada al presidente Chiari, o durante el régimen del general Torrijos).
También es un nacionalismo inmaduro en la medida en que no ha construido su propia versión
crítica de la historia panameña, por lo que acaba a menudo repitiendo los mitos históricos que
favorecen a las clases dominantes (y antinacionales). A ello contribuyen mucho los
quintacolumnas que lo permean.
11. Se desprende del análisis concreto una conclusión metodológica, el hecho nacional no es un
todo orgánico unánime, ni inmutable. Por el contrario, es esencialmente dialéctico, es decir,
contradictorio y cambiante.
Sobre la base de una comunidad cultural heredada históricamente, las clases sociales de cada
país poseen proyectos nacionales propios, que no siempre son convergentes y las más de las
veces son contradictorios.
La burguesía de las grandes naciones imperialistas logró consolidar su régimen social agrupando
bajo la bandera nacional y revolucionaria a las clases subalternas en el momento clave de su
historia. Pero las clases dominantes de Nuestra América fracasaron en dicho empeño, porque sus
propios intereses fundamentados en su atraso económico y social, y al dominio comercial inglés,
llevaron al fraccionamiento sucesivo del proyecto nacional hispanoamericano y grancolombiano.
A partir del surgimiento de la fase imperialista del capitalismo, a inicios del siglo XX, esta
burguesía ha sido sometida con mayor fuerza, perdiendo cualquier arista revolucionaria y, por lo
tanto, siendo incapaz de culminar su obra histórica, la constitución de naciones independientes.
Por eso las clases subordinadas, encabezadas por el proletariado y otros sectores populares
116
(estudiantes, intelectuales, campesinos) son las que retoman (conscientemente o no) la tarea de
defensa de la nación frente a la voracidad imperialista.
El proyecto histórico del proletariado no es la constitución de naciones, sino el de un régimen
social de libertad e igualdad para toda la humanidad, el socialismo; pero para poder llegar a él
debe luchar por la redención de las naciones oprimidas. En Nuestra América, ambos proyectos
confluyen en la brega por reconstituir nuestra gran nación fragmentada, encabezada por la clase
revolucionaria del presente, los trabajadores y el pueblo.
HACIA UNA REINTERPRETACION DEL 3 DE NOVIEMBRE ( 103)¡Error! Marcador no
definido.
Por Olmedo Beluche
El 3 de noviembre de 1903 es la fecha más polémica y trascendente de nuestra historia. Sobre
ella se han tejido dos extremos contrapuestos de interpretación. Por un lado, una especie de
leyenda negra, en el sentido de que ese día fue inventada Panamá, según la cual, "este es un país
sin pasado, sin justificación, es una excrecencia de los norteamericanos".
Por otro, se ha hecho una apología heroica de la cuestionada actuación de los "próceres" que, en
una conspiración "palaciega" dirigida desde Washington, sometieron la naciente república al
dominio de la potencia norteamericana. Esta historia nos pinta el supuesto desastre en que vivía
sometida Panamá bajo el "dominio" colombiano, en contraste con el supuesto "bienestar" e
"independencia" que hemos gozado en este siglo, bajo la tutela de Estados Unidos. Este es el
cuento de la "tacita de oro".
Ricaurte Soler, en su ensayo "La independencia de Panamá de Colombia", desde una perspectiva
antimperialista, es decir, buscando las raíces históricas que nutrían las luchas nacionalistas de
nuestro pueblo en el presente siglo, enfoca una tercera interpretación.
Utilizando herramientas conceptuales de la teoría marxista, Soler encuentra en el papel
desempeñado por Panamá en la división internacional del trabajo colonial la conformación
temprana de un proyecto nacional con vocación transitista. El liberalismo del siglo XIX, y
figuras como Mariano y Justo Arosemena, Tomás Herrera, etc., terminarían de moldear este
proyecto transitista, el cual, según esta interpretación, no cabía en el marco del Estado nacional
colombiano. Según Soler, la guerra civil de los Mil Días expresó, desde el bando liberal, esta
lucha "por la autonomía política y económica". Derrotados los liberales, y fusilado el líder
popular Victoriano Lorenzo, el proyecto nacional transitista encontró su expresión en la
117
conspiración fraguada por Amador Guerrero. Estas circunstancias darían legitimidad a los
"próceres" de 1903, y un carácter "progresivo" al 3 de Noviembre, según Soler.
En conclusión, por una vía distinta y con intenciones distintas, acaba en el mismo lugar que los
apologistas de la "independencia" de 1903 y del transitismo como "vocación" nacional de los
panameños. Con todo el respeto que nos merece el maestro Soler, divergimos de esa
interpretación, y nos atrevemos a poner en duda algunos hechos dados como artículos de fe por
los historiadores panameños.
En primer lugar, ¿Es cierto que, desde la colonia, se conformó la panameñidad en función de una
vocación comercial y transitista? Lecturas recientes del historiador Alfredo Castillero C. nos han
mostrado que la vida colonial panameña fue más rica que la zona de tránsito. Si bien la
oligarquía istmeña pudo forjar su sueño de ver convertida a Panamá en emporio comercial, de la
cual ella sería la principal beneficiaria, nos preguntamos: ¿Compartían las demás clases sociales
del Istmo ese sueño?
Tenemos fuertes dudas que así haya sido, por algunos indicios que prometemos dedicar tiempo a
investigar. Por ejemplo, la actitud del pueblo o "arrabal" en 1830, y en 1903, no fue la de salir a
aplaudir a la oligarquía secesionista. Por el contrario, en la primera fecha ofreció el territorio
panameño a Bolívar para que desde aquí reorganizara la Gran Colombia. En la segunda fecha el
pueblo fue un "convidado de piedra", que se mantuvo al margen de los sucesos. ¿Cómo verían
los hijos y nietos de los héroes del Incidente de la Tajada de Sandía, esta independencia a la
sombra de las cañoneras yanquis?
Otro indicio: la lectura reciente de El Estado Federal de Panamá, de Justo Arosemena, nos
muestra que, contrario al mito tejido en Panamá, el genio liberal no estaba de acuerdo con el
separatismo. Por el contrario, Arosemena propone una fórmula, el federalismo, que garantizando
autonomía administrativa asegure la unidad de Colombia, y a Panamá en ella.
El proyecto pensado por Arosemena consiste en un desarrollo integral del Istmo, en función del
cual estaría la zona de tránsito, y no al revés (como ha sucedido). La concepción de Don Justo no
era exclusivamente "panameña", por el contrario, él siempre actuó como el gran estadista
colombiano que fue. Es más, Arosemena temía que egoístas intereses locales aliados a una
potencia extranjera fraguaran una espuria separación de Panamá. De ahí la propuesta federalista.
Por ello también sugería que todo lo relativo a la negociación de un tratado canalero fuera
resuelto desde Bogotá, y no por los ávidos caudillos locales.
118
Tampoco era separatista el otro gran líder liberal, Belisario Porras, así lo consigna el propio
Soler en una cita al pie de página. Es más, durante algún tiempo Porras repudió lo sucedido en
1903 yéndose al exilio. ¿Fue separatista Victoriano? ¿Tenían "vocación transitista" las masas
campesinas que seguían a Porras y Lorenzo?
La nación no es un hecho unitario, ella está compuesta por clases sociales y fracciones de clases,
cada una de las cuales posee un criterio del camino a seguir, en el cual obviamente prevalecen
sus intereses particulares proyectados como si fueran los intereses de toda la nación, de las otras
clases.
La clase dominante panameña, mayoritariamente dedicada al comercio y los servicios, nos ha
querido infundir su proyecto de nación transitista al resto de los sectores sociales. Desde niños se
nos inculcan valores, y se nos pinta la historia, como si nuestra vocación nacional fuera el "pro
mundi beneficio".
Los panameños tenemos la obligación de cuestionar esta concepción de nuestra nacionalidad
asociada a un transitismo en función de intereses foráneos. Tenemos que plantearnos un proyecto
nacional en función del desarrollo de la mayoría de la sociedad panameña.
Esta tarea es más urgente que nunca en este fin de siglo, cuando la misma oligarquía de 1903
(sus biznietos) pretende proyectarnos al nuevo milenio esclavizados al transitismo y al comercio,
sacrificando para ello nuestro desarrollo agrícola e industrial. Cuando se pretende mantener un
canal "panameño" enajenado del resto del país, cuando se pretende que sin los gringos y sin sus
bases militares somos incapaces de valernos, ni para "combatir el narcotráfico".
La verdad es que las raíces de nuestra nacionalidad han sido construidas más por el "arrabal",
por el pueblo, que por la clase comercial oligárquica, cuyos actos siempre han estado marcados
por el oprobio y la humillación ante los intereses foráneos.
Contrario a la opinión de Soler, para fundamentar nuestra autoafirmación nacional no
necesitamos lavarle la cara a los "próceres" de 1903, por el contrario debemos ser críticos con
ellos, y con su herencia. No es recurriendo a un falso anticolombianismo, que Arosemena jamás
profesó, que podremos dar fuerza a nuestra reivindicación de soberanía. Por el contrario, ella sólo
encontrará fuerza y apoyo en la unidad latinoamericana soñada por Bolívar. La fortaleza de la
panameñidad se nutre de los héroes populares que, desde mediados del siglo XIX hasta el
presente, vienen enfrentando con su cuerpo y sangre la opresión norteamericana y sus agentes
"nacionales".
JUSTO AROSEMENA Y EL PROBLEMA DE LA UNIDAD
119
LATINOAMERICANA104¡Error! Marcador no definido.
Cuando el Profesor Celestino Araúz tuvo la amabilidad de invitarme a participar de este
seminario, mi primer sentimiento fue de temor, pues no me considero un experto en la obra de
Don Justo Arosemena. Pero en la medida en que el pensamiento de Justo Arosemena tiene como
tema central el problema nacional panameño, me pregunté: ¿quién que ha nacido en esta tierra no
ha dedicado alguna reflexión a los dilemas de nuestra nacionalidad?
Esta última consideración me ha motivado a participar pensando que tal vez pueda yo aportar
algo a este debate; la primera consideración me obliga a opinar con cuidado, y aceptar las críticas
acerca de los errores que pueda cometer.
Refiriéndose al concepto de lo nacional en Justo Arosemena, el maestro Ricaurte Soler decía:
"En perfecto acuerdo con los principios clásicos del liberalismo Arosemena encuentra en el
consensus de los individuos la legitimidad de la existencia social, expresada en la constitución
política ("pacto social"). De ahí que la "verdadera sociedad" es la que está más cercana a los
intereses de los individuos, los átomos políticos. Este nominalismo social, que se fundamenta en
el filosófico, lo expresa Arosemena con meridiana claridad...". (105106)
En apoyo de la afirmación precedente, cita Soler a Arosemana cuando señala que "... la Nación
no es sino una pura idealidad, una abstracción, a la cual no deben subordinarse los intereses de la
ciudad o del común. Emancipemos pues las ciudades...".
Y luego dictamina Soler: "Desde este punto de vista Arosemena rechaza, incluso, el principio de
"doble soberanía" -la de cada Estado Federado y la de la Unión Nacional defendido por Alexis de
Tocqueville".
Es aquí donde encontramos nuestra primera divergencia con Ricaurte Soler respecto a la
interpretación de la obra de Arosemena. La interpretación soleriana parece pintarnos a un
Arosemena que antepone los intereses localistas, istmeños, sobre la unidad de la república
neogranadina. Nosotros conservamos la impresión de que Arosemena maneja de manera casi
dialéctica la relación entre federación y unidad nacional, entre los derechos de Panamá al
autogobierno y su pertenencia a la república neogranadina.
No encontramos en El Estado Federal de Panamá ni un apelo a la desmembración de
Colombia, ni las opiniones de un mediocre caudillo provinciano que, apoyándose en intereses
104 Conferencia dictada en el Seminario: “Obra y Pensamiento de Justo Arosemena”, el 6 de agosto de 1996. Publicada en
Revista Tareas No. 95. Panamá, enero – abril de 1997.
105 . Soler, Ricaurte. Justo Arosemena y la idea nacional panameña del liberalismo. Revista Lotería Nº 400. Panamá, 1994.
Pág.
106 .
120
regionalistas, pierde la perspectiva del bienestar conjunto del Estado colombiano. Sin esta
comprensión dialéctica de los intereses locales y las necesidades generales, ¿cómo podría ser
Justo Arosemena, a la vez que "teórico de la nacionalidad panameña", también uno de los más
destacados hispanoamericanistas del siglo XIX?
No nos satisface la interpretación soleriana, pues parece que el Arosemena joven, de 1855, es un
acérrimo separatista, mientras que recién adquiere la perspectiva hispanoamericanista con
posterioridad. No parece haber un nexo lógico entre lo uno y lo otro.
Si Justo Arosemena hubiese sido un simple caudillo regional, vocero de los intereses de los
comerciantes del Istmo, ¿cómo explicar que fue uno de los políticos y pensadores sociales más
lúcidos de la Colombia del siglo XIX? Abogado, político, diputado, senador, ministro,
constitucionalista, embajador, tareas todas abordadas en una perspectiva que no era
exclusivamente istmeña.
Además, una visión "atomística" del problema nacional tendría muy poco que enseñar a nuestra
juventud de hoy. Porque la pregunta de fondo que debe contestar este seminario es: ¿qué nos
puede aportar el pensamiento de Justo Arosemena a la lucha por la independencia nacional
panameña a un siglo de su fallecimiento? ¿Puede nuestro Panamá actual, aisladamente,
consolidar su Estado nacional y soberanía frente a la voracidad del imperialismo
norteamericano?
Definitivamente la visión liberal acerca de cómo hacer de nuestra nación, o naciones,
hispanoamericanas fuertes Estados nacionales que puedieran soportar los embates colonialistas
de las grandes potencias fracasó en el siglo XIX y sigue fracasando en el siglo XX, cuando la
burguesía ha perdido todo vestigio revolucionario.
Una visión "atomística" de nuestras reivindicaciones nacionales, bien puede reflejar la
perspectiva de una burguesía comercial istmeña, plegada permanentemente como socia menor de
los intereses imperialistas. Esa es la perspectiva de los mal llamados "próceres" de 1903 que,
anteponiendo sus mezquinos intereses personales y de clase, vendieron su alma y la patria al
"diablo" imperialista, para encontrarse posteriormente con que ellos mismos habían sido
burlados, quedando al margen del negocio canalero.
¿En general, pueden los países latinoamericanos, en este fin de siglo, sometidos a un nuevo
embate del imperialismo norteamericano, bajo la ideología "neoliberal", defender sus intereses
nacionales en el marco de una visión aislacionista de nuestros problemas nacionales?
121
Afirmamos taxativamente, NO. La única manera en que las repúblicas
hispanoamericanas, ahora latinoamericanas, puedan sacudirse el yugo opresor norteamericano, es
retomando el sueño unitario bolivariano, ahora que las condiciones objetivas pueden ser más
propicias para su realización. Frente a la "integración", "globalización" o "mundialización" de
nuestras economías, que no son más que variantes de ese "panamericanismo" impuesto por
Estados Unidos para hacer prevalecer sus intereses, y que fuera rechazado por nuestros caudillos
del siglo XIX, no queda más que retomar la senda de la unidad bolivariana.
Pero, antes de continuar este razonamiento, retomemos el pensamiento de Don Justo. Por
supuesto, Arosemena no debe ser idealizado, ni pintado de una imagen antimperialista que no
tuvo, ni podía tener. El era hijo de esa incipiente burguesía (oligarquía llaman algunos)
panameña. Pero fue su hijo y vocero más brillante, cuyas ideas productivas y educativas
buscaban la modernización capitalista de la Nueva Granada y de Panamá, y que deben ser
definidas como "progresistas" para su época. Arosemena pertenece a esa especie de individuos
cuyo genio y temperamento los hace trascender los meros intereses personales, localistas y de
clase social para convertirse en verdaderos estadistas, constructores de naciones.
En esa perspectiva fue escrito El Estado Federal de Panamá. Su objetivo era proponer una
fórmula para garantizar el mejor desarrollo del istmo panameño en el marco de la unidad
colombiana. Con aguda visión, Arosemena preconiza que, si Colombia no se dota de una
inteligente política para garantizar su soberanía en Panamá, los intereses norteamericanos,
materializados en la construcción del ferrocarril transístmico pueden llevar a esta potencia a
secesionar el Istmo, contando para ello con la anuencia de algunos intereses locales.
"En ocasiones anteriores he manifestado mis temores de que el Istmo de Panamá se pierda para
la Nueva Granada si esta no vuelve en si,..., i asegura su posesión dándole un buen gobierno
inmediato... Grandes i numerosos intereses estranjeros se están acumulando en su territorio.
Dentro de pocos días el ferrocarril interoceánico habrá puesto en fácil comunicación el Norte
con el Sur de América... Para evitar, por cosiguiente, que con pretesto de darse la seguridad que
nosotros le negamos, quisieran adueñarse de un país tan codiciable para cualquier nación
poderosa i mercantil, planteemos en el Istmo de Panamá un gobierno, que siendo liberal, tenga
igualmente la eficazia que le daría el concurso de todos los istmeños, i el poder anexo a una
sólida organización". (107) Prácticamente preconiza Justo Arosemena lo sucedido en 1903, y
estamos seguros que, de haberlo vivido, su opinión, tal como se trasluce en estas páginas lo
107 . Arosemena, Justo. El Estado Federal de Panamá. EUPAN. Panamá, 1985. Páginas 68 - 69.
122
habría llevado a rechazar esa pseudo "independencia", tal como hizo el otro caudillo liberal
panameño, Belisario Porras. Muchos han creído ver en el pensamiento de Arosemena la
legitimación de la "separación" panameña de Colombia, materializada en 1903. Cosa con la que
no podemos estar de acuerdo, pues en esta obra más bien Arosemena aboga por lo contrario.
Entre los que tienen esta opinión con la que divergimos parece ubicarse Ricaurte Soler:
"Las fuerzas económicas y sociales que dieron al traste con el bolivarismo actuaron en el Istmo
panameño, con las especificidades del caso,... La posición geográfica, históricamente el principal
recurso natural panameño, diseñaba en torno a la zona de tránsito un conglomerado económico y
social que ampliamente justificaba su aspiración a utilizarlo en función de sus propios intereses...
Aquel proyecto, hoy ya no nos puede caber dudas, era históricamente legítimo. Y la más
importante razón de esta legitimidad radica en que la creación del Estado nacional
panameño es también ya, dentro de nuestro marco geográfico, la creación de la principal
fuerza productiva: la organización económica, social y política de la comunidad". (108)
Arosemena no ve una contraposición absoluta entre los intereses panameños y la unidad
colombiana, como muchas veces se ha querido insinuar. Por el contrario, desde sus primeras
páginas Arosemena contrapone al centralismo garantizado por la fuerza, la unidad federal cuyos
mejores ejemplos lo son para él la federación Suiza y los Estados Unidos de América ( 109). Este
último es, justamente, el modelo de Tocqueville.
Dice don Justo: "Cuando el sistema de gobierno español procedía de aquel modo sintético,
sacrificando en beneficio del poder monárquico las libertades de las nuevas colonias..., nos
infería un agravio, una violencia,... lo que no se hizo antes puede i debe hacerse ahora:
procedamos por el sistema inverso, el sistema analítico, resolviendo en sus verdaderos elementos
la nacionalidad, cuyo conjunto no debe marchitar las partes lozanas i provistas de grandes
recursos naturales, que no pueden ser desarrollados sino por un gobierno propio e inmediato".
(110)
Por gobierno propio e inmediato, no entiende Justo Arosemena la separación en pequeñas
"republiquetas", por eso se apresura a aclarar: "Cuando he manifestado la superioridad del
gobierno en las pequeñas nacionalidades,..., no pretendo probar que convenga decididamente
formar esos pequeños Estados independientes, más bien que conservarlos grandes, en que
108 . Soler Ricaurte, Op. cit., pág. 74.
109 . Arosemena, Justo. El Estado Federal de Panamá. Editorial Universitaria. Panamá, 1982. Página 11.
123
están refundidos sus pueblos. La moral internacional no ha hecho suficientes progresos en el
mundo civilizado, i las naciones débiles no logran siempre hacer respetar sus derechos. Parece
que hubiera dos justicias, una para los iguales y otra para los inferiores. Mientras no haya una
sola para todos los individuos i para todas las entidades políticas, sin reparar en su fuerza
física;..., nada más prudente i aun necesario que buscar en la fuerza física el complemento del
derecho... Busquemos pues, en buena hora, por medio de asociaciones de pueblos, los
medios de acercarnos en lo posible al grado de fuerza que admiramos i tenemos en las
grandes naciones, pero dejando a los asociados su gobierno propio..." . Y reafirma: "Tal es el
sistema federal moderno..". (111)
Arosemena cree en el gobierno local, municipal o provincial como un instrumento de desarrollo
frente a un centralismo que, por el estado de las comunicaciones, se torna en un atraso, en un
obstáculo para la modernización y el desarrollo. Pero esto no implica la desmembración en
pequeños Estados que, dada la "moral internacional", serán víctimas obligadas de los intereses de
las grandes potencias, tal y como le sucedió a Panamá en 1903.
En el mismo párrafo citado por Soler para justificar la supuesta visión "atomística" de lo
nacional en Arosemena, leemos que, emancipados los municipios del yugo opresor del
centralismo a ultranza "...vuelve a la Unión en su calidad de miembro libre i soberano, que
sacrifica parte de su soberanía en obsequio a la seguridad jeneral...".
Clarificando las aspiraciones panameñas, Arosemena dice en otra parte, luego de citar un
artículo del código penal de 1854 que establece que no hay rebelión cuando una parte
considerable de la República declara su voluntad de hacerse independiente, que: "Es esto más de
lo que el Istmo apetece..., mucho más cuando solo quiere tener un gobierno propio para sus
asuntos especiales, sin romper los vínculos de la nacionalidad". (112)
Y luego, para reafirmar su concepto de federalismo señala: "En la federación rigurosa hai un
pacto de pueblos soberanos que sacrifican parte de esa soberanía en obsequio de la fuerza y de la
respetabilidad nacional... ¿Cuáles son los sacrificios que de los pueblos soberanos federados
demanda el principio de la nacionalidad? Tal es la cuestión cardinal..."(113).
En respuesta a la pregunta anterior, Arosemena establece cuatro aspectos en que el estado
federal istmeño deberá renunciar su soberanía en favor de la administración central: el referente
111 . Ibid., pp 13 - 14. Subr. OB.
124
a las relaciones internacionales, el de la hacienda pública, la fuerza pública y, dato interesante,
"todo lo relativo al ferrocarril de Panamá".
El artículo 11 de su proyecto de ley original que estatuye el estado federal panameño, establecía
igual consideración para el caso de la construcción de un canal interoceánico, es decir, que es un
asunto de orden nacional, colombiano, no exclusivamente panameño. Pero, en 1855, por algunas
exploraciones hechas en Darién, Arosemena creyó que el canal era impracticable, por eso
proponía sacar el tema de la legislación. (114)
Poderosas fuerzas objetivas, naturales, sociales y económicas llevaron a la disolución de la
nación hispanoamericana con posterioridad a la independencia de España y, por ende, al fracaso
del sueño bolivariano. Frustraron la unidad hispanoamericana, y llevaron a su fraccionamiento
en una veintena de repúblicas factores como: los poderosos obstáculos geográficos, para los que
el desarrollo tecnológico aún no había inventado medios que los superaran, manteniendo el
aislamiento de las regiones entre sí, por un lado; por el otro, la falta de un desarrollo capitalista,
con su consecuente mercado interno, relaciones sociales modernas e intercambio comercial,
factor socioeconómico que fue agravado por la política colonial española.
La aspiración bolivariana a la unidad era correcta y visionaria en el sentido de que sólo la unidad
política hispanoamericana, montada sobre los elementos culturales y geográficos comunes,
podría asegurar el desarrollo de un Estado nacional fuerte y autónomo, capaz de desempeñar un
gran papel en el concierto mundial, gracias a sus enormes riquezas naturales y humanas. Pero,
dadas las condiciones objetivas aludidas, la unidad hispanoamericana tenía también un carácter
utópico, que el propio Bolívar sufrió personalmente.
La desmembración de la embrionaria unidad latinoamericana, fue justificada por las oligarquías
regionales con la excusa del excesivo centralismo de que se acusaba a Bolívar. Las oligarquías
regionales pintaron el centralismo propuesto por Bolívar como la génesis de una odiosa dictadura
alejada de las necesidades locales. Pero las repúblicas constituidas sobre la base de intereses
regionales sólo se transformaron en débiles Estados, girones destrozados de aquella gran Nación
soñada por Bolívar, que fueron fácil presa de los intereses ingleses y norteamericanos.
La grandeza del concepto federativo sostenido por Justo Arosemena radica exactamente en que
permite dotar a las regiones de gobiernos propios, que ágilmente resolvieran los asuntos
cotidianos, sin que eso significara el aniquilamiento de la unidad nacional, y los intereses
125
comunes de nuestros pueblos. ¿Una propuesta federativa, como la sostenida por Arosemena,
habría podido salvar el sueño bolivariano? Tal vez.
Pero si esta alternativa no pudo constituirse en el siglo XIX, debido a poderosas razones
objetivas, cabe replantearse la aspiración unitaria Hispanoamericana a las puertas del siglo XXI,
cuando esos obstáculos naturales, económicos y sociales han sido vencidos por el desarrollo
capitalista. Y si esa aspiración unitaria tiene algún futuro, lo será liderizada por la clase obrera, la
clase revolucionaria actual, bajo la forma de una Federación de Repúblicas Socialistas
Latinoamericanas, que tendrá grandes similitudes administrativas con el esquema levantado en
1855 por Justo Arosemena.
Los nacionalistas y antimperialistas panameños no podemos fundamentar nuestro accionar en
una perspectiva exclusiva y atomizadamente panameña; no podemos ser comparsas de los
intereses de una mezquina burguesía comercial istmeña, históricamente cipaya de intereses de
alguna potencia comercial foránea; ni podemos seguir cantando a coro las supuestas bellezas y
particularismo del "transitismo" panameño, por el que tenemos que vivir renunciando a nuestras
aspiraciones de desarrollo nacional para que los "usuarios" de la zona de tránsito no se sientan
ofendidos.
No podemos seguir creyendo el cuento de que la pequeña república panameña, aislada, podrá
tener un trato igualitario con su "socio" norteamericano. Sólo empezaremos a ser tratados en
igualdad cuando hablemos en nombre de la reconstituida Nación hispanoamericana, de la que
Panamá es una parte importante, pero parte al fin. Sólo en esa perspectiva, en la que se refunden
las aspiraciones de Bolívar y Arosemena, con la nueva sabia social revolucionaria, el
proletariado, podremos tener un futuro soberano y próspero.
Porque, como decía León Trotsky en 1934: "Los países de Sud y Centroamérica no pueden
librarse del atraso y del sometimiento si no es uniendo a todos sus Estados en una poderosa
federación. Esta grandiosa tarea histórica no puede acometerla la atrasada burguesía
sudamericana, representación completamente protituída del imperialismo, sino el joven
proletariado latinoamericano, señalado como fuerza dirigente de las masas oprimidas. Por eso, la
consigna de lucha contra las violencias e intrigas del capital financiero internacional y contra la
obra nefasta de las camarillas de agentes locales, es: "los Estados Unidos Socialistas de Centro y
Sud América"".
126
( )
115
BIBLIOGRAFIA
1. Arosemena, Justo. El Estado Federal de Panamá. EUPAN. Panamá, 1982.
2. Moreno, Nahuel. Método para la interpretación de la historia argentina. Ediciones
Antídoto. Buenos Aires, 1989.
3. Ramos, Jorge Abelardo. Historia de la nación latinoamericana. Fundación para la
Investigación y la Cultura. Cali, 1986.
4. Soler, Ricaurte. Justo Arosemena y la idea nacional panameña del liberalismo. En
Revista Lotería Nº 400. Panamá, 1994.
5. Soler, Ricaurte. Justo Arosemena: la idea nacional hispanoamericana del liberalismo. En
Revista Lotería Nº 400. Panamá, 1994.
6. Tello Burgos, Argelia. Escritos de Justo Arosemena. Biblioteca de la Cultura Panameña,
Tomo Octavo. EUPAN. Panamá, 1985.
115 . Trotsky, León. Citado por Jorge A. Ramos en Historia de la Nación Latinoamericana. Fundación para la Investigación y
la Cultura. Cali, 1986. Pág. 518.
127
HACIA UNA REINTERPRETACION DE NUESTRA HISTORIA116
Un estudio objetivo de nuestra historiografía deja claro que la misma está llena de lagunas
y contradicciones evidentes. El siglo XIX, nuestro período colombiano, ha sido especialmente
deformado. Las tesis prevalecientes tratan de presentar una supuesta confrontación “nacional”
entre Panamá y Colombia, obviando los claros nexos culturales y nacionales que nos ataban.
Como prueba de esta afirmación tenemos un ensayo de Carlos M. Gasteazoro, que sirve
de prólogo a una edición del Compendio de Historia de Panamá, de J. B. Sosa y E. Arce. El
ensayo de Gasteazoro hace un recuento de la obra histórica panameña del siglo XIX no
encontrando “profundas diferencias” con la historia colombiana.
Gasteazoro sostiene que Mariano Arosemena (Apuntamientos Históricos) cita como
fuente documental a “nuestro compatriota” José Manuel Restrepo; que Justo Arosemena (El
Estado Federal de Panamá) tiene como referente al colombiano Joaquín Acosta; Jeremías Jaén
y Ramón M. Valdés, previo a la separación de 1903, con sus obras homónimas (Geografía de
Panamá), tampoco hacen hincapié en una confrontación “nacional”, pese a que recalcan las
“diferencias de espacio y tiempo”.
Respecto de Ramón Valdés, padre posterior de la “leyenda dorada” sobre la
“independencia” de 1903, dice Gasteazoro que en la primera edición de su libro (1898) “en
forma tímida” destaca los particularismo, que toman fuerza luego de la separación. La obra de
Sosa y Arce (Compendio) es fruto de un decreto de gabinete del 16 de noviembre de 1908, que
autoriza al poder ejecutivo para contratar la redacción de una historia de Panamá para "dar a la
nueva entidad el fundamento histórico que justificara la independencia y creara, en la
juventud estudiosa, el orgullo de poseer una nacionalidad que no surgía en virtud de
circunstancias foráneas, sino como la culminación de un ideal largamente sentido a lo largo
del tiempo…”.
Se aprecia la manipulación política que se hace de la historia oficial. Pero Gasteazoro no
parece condenar esta manipulación, sino que más bien la considera necesaria. Aunque luego, en
el mismo ensayo, se inclina por interpretaciones más objetivas, como la de Diógenes De la Rosa
(Tamiz de Noviembre). Lo dicho nos sirve para comprender la contradicción evidente entre la
reiterada versión de la historia oficial panameña, respecto a los más importantes acontecimientos
del siglo XIX, y lo que las fuentes documentales muestran.
116 Suplemento Mosaico. La Prensa, domingo 15 de septiembre de 2002. Apareció con el título: “Reinterpretación Histórica”.
128
Una fuente básica para emprender una reconstrucción real y objetiva de nuestro siglo
XIX la constituye la magna obra de Celestino A. Araúz y Patricia Pizzurno (El Panamá
Colombiano). Pese a que, de ninguna manera, podemos comprometer a estos historiadores con
nuestras conclusiones, la redacción objetiva de los hechos y el abundante material bibliográfico
citado, sirven para esclarecer los hechos.
El espacio limitado no permite un análisis detallado, que ya hemos hecho en nuestro libro
Estado, Nación y Clases Sociales en Panamá. Nos referiremos brevemente a las crisis de 1826,
1830, 1831, 1840, 1860-62 son interpretados como “intentos separatistas” panameños motivados
por una reivindicación nacional frente a una supuesta opresión colombiana. Es decir, la historia
oficial panameña los presenta como conflicto entre nación oprimida y nación opresora.
Pero el estudio cuidadoso de las actas y los hechos muestra que el conflicto real, como en
toda Latinoamérica, estaba entre proteccionistas y librecambistas, entre centralistas y federalistas,
entre conservadores y liberales. Eran conflictos de índole política, económica y administrativa,
más que un conflicto nacional. Principalmente se trató de la defensa del libre comercio por el
Istmo de Panamá contra los criterios proteccionistas de Bogotá.
Las pocas veces en que se consideró la separación como posibilidad, los comerciantes
istmeños tuvieron como proyecto, no la creación de un estado independiente, sino de un
protectorado (estado hanseático) de las potencias de la época. Pero ese proyecto fue
reiteradamente confrontado por las clases populares.
La historia oficial señala al Acta del 16 de septiembre de 1826 como primer intento
separatista. Pero dicha Acta por ningún lado habla de separación. Sobre lo que sí se pronuncian
los notables panameños es en exigir, al margen de la disputa entre Bolívar y Santander (móvil del
pronunciamiento), libertad de aduanas.
Se dice lo mismo de la proclama de José Espinar en 1830, pero el sentido de lo actuado
por éste es proclamar la independencia con respecto al gobierno de Bogotá y ofrecer a Bolívar
esta provincia como bastión para lanzar una guerra con el objetivo de retomar el poder en la Gran
Colombia. Paralelamente, la oligarquía agrupada en el Gran Círculo Istmeño negocia con el
cónsul inglés un posible protectorado, propuesta que es derrotada por Espinar con el apoyo del
arrabal.
Se repite lo mismo frente a la crisis de 1831, confrontación entre Alzuru, instigado por la
oligarquía a que tomara el mando, y Espinar, que sucumbe en la batalla. Pues tenemos que
129
Mariano Arosemena, cabeza pensante de los comerciantes, habla de que ellos “mediatizaron el
proyecto de absoluta independencia”, que supuestamente Alzuru pretendía.
Las crisis cesaron cuando en 1834, el gobierno bogotano legisló en favor la libertad de
comercio en los puertos panameños. La inestabilidad volvió a la palestra en 1840, cuando la
Nueva Granada se desarticuló en una guerra civil, proclamando Tomás Herrera el “Estado
Soberano del Istmo”. Pero el Acta de proclamación del Estado Soberano, establece una doble
condición: que la separación o independencia dure hasta que se restituya la unidad
colombiana, y que Panamá aceptará volver si se establece el federalismo como criterio
administrativo.
Así sucede, en 1841, cuando la Convención Constituyente legitima el estado panameño
con carácter federal y Panamá vuelve al seno de la república colombiana. La década de 1850 ve
triunfar al federalismo como criterio político fundamental, pero no sólo para Panamá, como
plantea nuestra historia oficial, sino para toda Colombia.
En esa década, la figura cimera del pensamiento panameño es Justo Arosemena. Respecto
a su obra, El Estado Federal de Panamá, la historia oficial ha realizado una deformación
flagrante. Don Justo cita elementos de su particularidad histórica y geográfica para sustentar por
qué la mejor forma de administrar el Istmo es un estado federal, pero sus ideas son interpretadas
como supuesto sustento teórico del separatismo, lo que contradice sus diáfanas palabras: “…no
pretendo probar que convenga decididamente formar esos pequeños Estados independientes, más
bien que conservarlos grandes… La moral internacional no ha hecho suficientes progresos en el
mundo civilizado, y las naciones débiles no logran siempre hacer respetar sus derechos…”.
Hablando de la independencia dice: “… es esto más de lo que el Istmo apetece… mucho más
cuando sólo quiere tener un gobierno propio para sus asuntos especiales, sin romper el
vínculo de la nacionalidad”.
En 1860 una nueva guerra civil entre conservadores y liberales vuelve a desarticular al
estado colombiano. En ese momento, el líder liberal Tomás C. Mosquera establece una alianza
federalista en el Tratado de Cartagena de 1860, firmado por los estados de Bolívar y Cauca.
Como una derivación de este tratado se firma con el gobierno del estado del Istmo el llamado
Convenio de Colón de 1861.
El Convenio de Colón representó el mayor grado de autonomía alcanzado por Panamá
durante el siglo XIX. Ese Convenio ofrecía a Panamá la posibilidad de declararse “neutral” frente
a la guerra civil. El factor clave detrás de esta cláusula, que suele omitirse, es la influencia
130
norteamericana, que prefiere un Istmo “neutral” para no ver afectado el Ferrocarril Transístmico.
Otra cláusula otorgaba al gobierno local el derecho de cobrar y administrar las regalías que daba
el Ferrocarril, que constituía uno de los mayores ingresos del estado colombiano.
Pero el gobernador de Panamá no era neutral, sino el latifundista conservador Santiago De
la Guardia. Cuando Mosquera ganó la guerra y consolidó su gobierno, desconoció el Convenio
de Colón y envió una tropa para instaurar un poder liberal en el Istmo, con apoyo de los liberales
panameños encabezados por Buenaventura Correoso.
El siglo XIX ha sido malinterpretado, los conflictos económicos, políticos y sociales han
sido reducidos a una lucha por la liberación nacional. Y se presentan las aspiraciones de la clase
dominante istmeña como deseos del conjunto de la sociedad, cuando en realidad los hechos
estuvieron atravesados por una dura lucha de clases, en la que el sector popular estuvo siempre
volcado hacia los bolivaristas, liberales radicales y federalistas, por ende hacia el proyecto
nacional Gran Colombiano, y contra los proyectos hanseatistas.
La separación de Colombia en 1903 constituye otro hecho que ha sido míticamente
tratado en los textos oficiales. Las falsificaciones empiezan por presentar una supuesta opresión
del pueblo panameño a manos de los colombianos. Para ello, un artículo (posterior al 3 de
Noviembre) de Pablo Arosemena, es la fuente más citada: “Durante el régimen colombiano los
panameños eran apenas semiciudadanos”. Pero esta afirmación no resiste el menor análisis, si
tomamos en cuenta que los Arosemena, Obaldía, Herrera y otros, llegaron a ocupar prominentes
cargos gubernamentales en Colombia.
Otra falsificación usual es atribuir al bando liberal, encabezado por Belisario Porras y
Victoriano Lorenzo, durante la Guerra de los Mil Días, supuestos objetivos separatistas. Pero el
propio Porras en 1903 (La venta del Istmo), hablando en nombre de “todos los colombianos”,
dice : “No somos, sin embargo, de los que creemos que el Istmo de Panamá debe construir el
Canal a toda costa, aún a riesgo de la desmembración de nuestra patria colombiana, si es
verdad que el Istmo ha adquirido su propia personalidad a través de toda su historia y que tiene
derecho a exigir… La autonomía federal, para conservar nuestra independencia interna, no soy,
repito, de los que creen que debemos separarnos de Colombia…”.
El historiador Rolando Hernández (Aproximación crítica a la Independencia de 1903),
cita abundante material que prueba cómo la separación fue una colusión de intereses entre la
burguesía comercial istmeña y el naciente imperialismo norteamericano. Araúz y Pizzurno
131
documentan la resistencia inicial de Chiriquí y el pueblo kuna, frente a la separación, así como el
escepticismo imperante entre el pueblo, según datos de Oscar Terán.
Se ha dicho frecuentemente que la historia de esta “independencia” ha sido tratada de dos
maneras extremas, la “leyenda dorada” de los historiadores al servicio de la clase gobernante, y la
“leyenda negra” escrita por tratadistas colombianos. Otros, con un pretendido enfoque marxista,
buscan un término medio que, señale la intervención del imperialismo yanqui y la actitud
antinacional de la oligarquía istmeña, pero que establezca la inevitabilidad del hecho y la realidad
de un particularismo geográfico que justifica el surgimiento de una nación panameña.
A nuestro modo de ver es hora de rebelarnos contra la “leyenda dorada” y los enfoques
ambiguos, y aceptar que 1903 constituye una más de la intervenciones militares norteamericanas
en Panamá. Lo que debe llevarnos a rescatar, sin los prejuicios prevalecientes hoy, los elementos
nacionales comunes que nos unen a Colombia. El nacionalismo panameño, por oposición a la
opresión extranjera surge luchando contra la presencia colonial norteamericana no contra
Colombia.
COMPRENDIENDO LA INDEPENDENCIA117
132
Lorenzo pidiendo “la unidad de todos los colombianos”. Por qué no dijo panameños? Por cierto,
suele omitirse que el Consejo de Guerra que lo condenó a muerte fue presidido por el “prócer”
Esteban Huertas.
En otro artículo de hace unos años, aparecido en El Panamá América, el mismo historiador se
cuestionaba por qué el caudillo liberal Buenaventura Correoso no firmó el Acta de 1903. Tal vez
la respuesta nos la dan Patricia Pizzurno y Celestino Araúz (Estudios sobre el Panamá
Republicano) citando las Memorias de Tomás Arias quien, para justificar su propuesta del
artículo 136 de la Constitución de 1904, que permitía a Estados Unidos intervenir en todo el
territorio panameño, decía que: “tomaron una actitud antipatriótica y abrieron así una era de
mutuas recriminaciones” los que se habían opuesto a la elección de Amador Guerrero, es decir, el
liberalismo radical o popular. ¿En qué consistió la “actitud antipatriótica”?
En otro artículo (Mosaico, 15/9/02) hemos demostrado por qué los supuestos “movimientos
separatistas” del siglo XIX no pueden ser interpretados de esa manera, y que su móvil central no
fue la “independencia” sino la confrontación de los comerciantes istemeños por la “libertad de
aduanas” contra el proteccionismo, la confrontación entre conservadores y liberales
(fraccionamiento del liberalismo entre gólgotas y radicales), y la lucha entre federalistas y
centralistas.
Falsamente se ha pretendido igualar federalismo y separatismo. En ese mismo artículo citamos
al mismo Justo Arosemena que, en su famoso libro, argumenta en favor del primero y se opone
tajantemente al segundo. Trayendo un ejemplo contemporáneo, es como si creyéramos que los
chiricanos federalistas de hoy pretenden constituir una nación separada de Panamá.
No falta quien haya pretendido establecer un símil con Cuba, donde el ascendente imperialismo
norteamericano aprovechó el movimiento independentista liderizado por José Martí, una vez
derrotado, para segregar la isla del decadente imperio español. ¿Dónde está el Martí panameño?
¿Justo Arosemena? Pero Rafael Núñez lo invitó a conformar su gabinete en el régimen de "La
Regeneración” (alianza de liberales moderados y conservadores), creo que como ministro de
Educación. Arosemena no aceptó, por su avanzada edad y por oponerse a la liquidación del
régimen federal en Colombia.
En el recién publicado libro de Ovidio Díaz Espino (How Wall Street Created a Nation) se
demuestra que el soborno ofició de partera de los acontecimientos del 3 de Noviembre, en los
que se combinaron intereses imperialistas de Estados Unidos, un negociado de un poderoso
133
grupo empresarial norteamericano, encabezado por William Nelson Cromwell, y sus
subordinados en Panamá.
En el reciente Congreso Centroamericano de Historia no faltó quien nos reprochara estos
cuestionamientos diciendo que exculpamos a la clase gobernante colombiana. De ninguna
manera, los centros de poder afincados en Bogotá propiciaron el intervencionismo yanqui desde
la misma firma del Tratado Mallarino Bidlack, hasta la negligente actuación del gobierno de
Marroquín en 1903.
Pero, cien años después, estamos obligados a analizar los hechos de manera objetiva, rechazando
la versión ingenua de la historia panameña, que pone a todos los “malos” en Bogotá y a todos los
“buenos” en Panamá. Está demostrado que en nuestro país, el anticolombianismo ha crecido en
proporción directa del proyanquismo, es decir, quienes más repudian los vínculos que nos unían
y unen a Colombia, más proclives son de desear una anexión al estilo de Puerto Rico.
Finalmente, cualquiera que se tome la molestia de leer el Tratado Hay Bunau Varilla, no firmado
pero sí ratificado por los “póceres”, y el artículo 136 de la Constitución de 1904, llega
rápidamente a la conclusión de que llamar “independencia” a los sucesos del 3 de Noviembre
constituye un abuso del lenguaje. Panamá no surgió como República independiente en 1903, sino
que se convirtió en un protectorado norteamericano, es decir, en una colonia.
Reconocer esto me hace menos nacionalista o panameño? No, porque la historia me enseña que,
lo que tenemos de independientes, fue obra de los mártires de 1925, del 9 de Enero de 1964, del
movimiento antibases del 47, de la siembra de banderas de 1958 y 1959. El nacionalismo
panameño proviene del pueblo, del mismo arrabal que hace cien años representaban Victoriano,
Porras y Correoso. Los de apellidos “ilustres” fueron y siguen siendo anexionistas.
134
LA SEPARACION DE COLOMBIA118
Recientemente he podido revisar una importante bibliografía sobre los acontecimientos de 1903.
Al público que desee tener una visión más objetiva que la usual les recomiendo: El cruce entre
dos mares, de D. McCullough; Cadiz a Catay, de Miles Duval; y la muy completa, pese a lo
que digan algunos aquí, Panamá y su separación de Colombia, de Eduardo Lemaitre. Obras
que sumo al trabajo de Ovidio Díaz E., How Wall Street created a nation, que aparecerá en
español el próximo año.
Todos estos libros prueban cómo Estados Unidos presionó a los negociadores colombianos
(Silva, Concha y Herrán) para firmar un tratado sobre el Canal que contenía una flagrante
violación de la soberanía, bajo amenaza de tomar por la fuerza a Panamá. Cuando estas presiones
no dieron resultado, pues el Senado colombiano rechazó el Tratado Herrán Hay, y aún antes,
preparó con el apoyo de prominentes empresarios panameños, ligados a sus intereses, la llamada
separación de Colombia.
Al respecto es ilustrativa una carta de Facundo Mutis Durán, quien fuera gobernador de Panamá,
dirigida a José V. Concha, el 6 de mayo de 1902, en la que recomienda la firma del tratado,
aunque cree que “el canal una vez construido no influirá de modo apreciable en la prosperidad
del Istmo..”. Señala que algunos se oponen “..por considerar tales exigencias depresivas de la
dignidad y la soberanía de la Nación”, entre ellos los liberales. A favor están “la gran mayoría de
comerciantes, propietarios, industriales y hombres de negocio”, a los que él se suma, para que
Panamá no sea tomada por la fuerza.
La carta muestra que no hay unanimidad sobre el tema del Tratado, ni en Colombia, ni en
Panamá. Estas contradicciones afectaron a los tres senadores por Panamá: mientras José Agustín
Arango, no asistió a los debates porque ya había empezado la conspiración para la separación;
José de Obaldía, como parte de la comisión senatorial recomendó, en julio de 1903, su
aprobación con “restricciones” y, cuando finalmente se rechazó el 2 de agosto se retiró de la sala
para no votar. Pero el tercer senador panameño, Juan B. Pérez y Soto no voto en contra, e hizo el
más importante alegato para su rechazo.
Recomiendo también La jornada del día 3 de Noviembre de 1903 y sus antecedentes,
del panameño Ismael Ortega. La obra es una apología del acontecimiento, pero la narración
minuciosa permite ver algunos detalles que suelen pasarse por alto. Por ejemplo, el papel
135
decisivo de las tropas norteamericanas. Amador escribe a Bunau Varilla (el 29 de octubre): “Fate
news bad powerfull tiger urge vapor Colón”. Este le responde en clave que en dos días llegaría el
buque de guerra. Llegaron el Nashville, primero y el Dixie después para asegurar la separación.
Otro elemento interesante es la actitud ambivalente de José de Obaldía, nombrado
gobernador de Panamá en agosto. Lemaitre dice que era separatista desde el inicio, pero en la
narración de Ortega aparece en la mañana del 3 diciéndole a los conspiradores que cometían una
locura, y luego es apresado a la brava, aunque se le envió a casa de su amigo Amador Guerrero.
Chiriquí fue una de las últimas regiones en adherirse. El coronel Alvarado fue enviado
para sumar la provincia, pero allá encontró la oposición del capitán Guardado, jefe de la tropa, y
del gobernador Ramón de la Lastra, el cual fue finalmente destituido. Alvarado, intentando
influir en el gobernador habla con su hermano, José María, pero éste creía que se trataba de una
maniobra de los liberales. Alvarado le respondió: “Don Pepe, Ud. está equivocado. No es esta
obra de los liberales, pues, precisamente, son los conservadores los que están a la cabeza de este
movimiento. Ahí están don José A. Arango, Amador, Nini Obarrio, Espinoza, Tomás Arias”. A
lo que el viejo le replicó: “El equivocado es Ud. que es muy joven, y lo han engañado”.
Hubo dudas sobre cómo responderían las tropas en Penonomé, al mando de Tascón, que
habían sido sacadas de la ciudad por una falsa invasión liberal, para facilitar la ocupación
norteamericana. Pero Tascón era amigo de Huertas. En Chitré, el general Correa procedente de
Pesé con 75 policías, arrestó al Sr. Burgos, enviado por los separatistas, hasta que el pueblo se
“convenció” y lo dejó libre.
Ortega menciona un foco de resistencia en Darién, “habían por allí colombianos con
intenciones agresivas”, y la detención del comandante Domitilo Cabeza y otros que fueron
conducidos a Panamá. En Bocas del Toro nadie, salvo el Dr. Rafael Neira, sabía de la trama, “lo
que produjo una verdadera sorpresa en todos los bocatoreños”. Cuando el Coronel Eliseo Torres,
se retira de Colón sin enfrentar a las tropas yanquis, con un soborno de 8,000 dólares en los
bolsillos, un nutrido público de “colombianos”, según Ortega, les gritaba improperios, no por
apoyar la separación, sino porque no enfrentaba a los gringos.
Luego de retiradas las tropas de Torres, los separatistas, supongo que henchidos de
“patriotismo”, nombraron abanderado al Coronel norteamericano Shaler, quien cedió el honor de
izar la bandera panameña al mayor William Murray Black, gringo también, entre gritos de “Viva
la República de Panamá!” “Vivan los Estados Unidos de América!”.
136
Un siglo después no puedo dejar de sentirme avergonzado al leer esto. Pero habiendo
vivido la invasión del 20 de diciembre de 1989, puedo recordar el descaro con que muchos se
echaban a los pies del ejército de ocupación.
137
UNA HISTORIA SOCIAL DE PANAMA119
1. Introducción:
Las reflexiones forman esta ponencia nacen del interés particular por el curso Historia Social de
Panamá, que se dicta la carrera de Sociología de la Universidad de Panamá, pero son aplicables
a todos los cursos de historia panameña.
El problema es que la enseñanza oficial de la historia nacional panameña se haya estancada en
enfoques provenientes de la primera mitad del siglo XX, cuando esta ciencia estaba apenas en
sus inicios y cuando los historiadores prevalecientes teñían sus análisis de observaciones
abiertamente prejuiciadas.
Nuestra propuesta central es que hay que incorporar a la enseñanza de la historia nacional, tanto
los nuevos aportes hechos recientemente por nuestros historiadores contemporáneos, así como
una perspectiva sociológica que haga visibles actores históricos (como las clases populares, las
mujeres, los indígenas, negros, etc.) frecuentemente ignorados por la historia oficial. Es preciso
romper con la historia de la “narración” llena de mitos y de loas a las clases gobernantes.
¿Desde qué perspectiva debe abordarse la historia y la sociología en esta simbiosis? El hilo
conductor debe estar orientado al problema nacional panameño y su relación con la zona de
tránsito, función específica que nos ha tocado en la economía mundo (Wallerstein). Hay que
responder a la pregunta de si somos o no una nación, lo que obliga ha esclarecer el concepto de
nación y a una reflexión crítica de nuestro pasado.
Cuatro son los momentos que requieren reinterpretación: La fase colonial, cuya pregunta
fundamental es, ¿qué tipo de modo de producción sale de la conquista española? El “Panamá
colombiano, con el cuestionamiento de ¿por qué fracasó el sueño bolivariano y si Panamá era
parte de la nación “colombiana” o una entidad diferenciada? La separación de Colombia en
1903, bajo el interrogante de si, ¿constituyó un país “independiente” o protectorado (colonia)
norteamericana? La etapa actual tras la reversión del canal, preguntándonos si, ¿somos ahora sí
una nación independiente o una semicolonia del imperialismo yanqui? En esta ponencia
omitiremos esta última, por falta de espacio y por ser la historia que estamos construyendo
En nuestro libro, Estado, Nación y Clases Sociales en Panamá abordamos los temas que
hemos reseñado, siendo un aporte que ofrecemos para este intento de reinterpretar
sociológicamente nuestra historia.
2. La fase colonial:
138
La historia colonial panameña debe reabrir un debate en boga hace dos décadas, pero que se ha
dejado de lado, y no porque se haya esclarecido. Nos referimos al carácter de la sociedad colonial
panameña, y por extensión hispanoamericana. ¿España reprodujo en América el decadente
sistema feudal o inaugura una sociedad plenamente capitalista?
Es preciso retomar las reflexiones de Rodolfo Puiggrós120, en apoyo de la primera perspectiva, o
de Sergio Bagú121 y la Teoría de la Dependencia140 sobre la segunda, o como suguieren Perry
Anderson122, George Novack o Nahuel Moreno123 quienes nos hablan de un “híbrido” con formas
feudales y objetivos capitalistas.
El propio Carlos Marx124 distingue entre la colonización anglosajona de Estados Unidos, cuya
producción estaba centrada en la subsistencia más que en la producción de mercancías y que, por
ende, tenía poco de capitalista, y el sistema de ingenios españoles que, explotando mano de obra
esclava o servil, estaba destinada al mercado mundial.
Para el caso panameño, tenemos que Ricaurte Soler 125 ha establecido que las formas feudales no
arraigaron en nuestro país, aunque parece aceptarlas como lo común en el resto del continente.
Esta aseveración parece confirmada por la prolífica obra de Alfredo Castillero Calvo 126 que en
diversos trabajos describe detalladamente la vida colonial del Istmo. Lamentablemente la
historia oficial, tal y como es enseñada a nuestros jóvenes en las escuelas y universidades, sigue
ignorando este importante debate.
El repaso de esta documentación nos sugiere que el enfoque de una sociedad híbrida, un
capitalismo con rasgos feudales o aristocráticos, es más adecuada y se acerca más a los hechos
que el enfoque feudal de la colonización Hispánica. Lo que no se puede hacer es ignorar esta
polémica.
120 Puiggrós, Rodolfo. De la colonia a la revolución. 5a. Edición ampliada. Carlos Pérez, Editor. Buenos Aires, 1969.
121 Bagú, Sergio, “La economía de la sociedad colonial”. En: Feudalismo, capitalismo, subdesarrollo. Akal Editores. 1949. 140
Gunder Frank, A. “El desarrollo del subdesarrollo”. En: América Latina: Dependencia y desarrollo.EDUCA. San José, 1975.
122 Anderson, Perry. Transiciones de la antigüedad al feudalsmo. 21a. Edición. Siglo XXI Editores. México, 1996.
123 Moreno, nahuel. “Cuatro tesis sobre la colonización española”. En: Para comprender la historia de George Novack. De.
Pluma. Bogotá, 1977.
124 Marx, Carlos. Historia Crítica de la Plusvalía. Tomo II. Fondo de Cultura Económica. México.
125 Soler, R. Formas ideológicas de la nación panameña. Ediciones Revista Tareas. Panamá, 1963.
126 Castillero C., Alfredo. “Subsistencia y economía en la sociedad colonial. El caso del Istmo de Panamá”. Revista Hombre y
Cultura, vol.1, No. 2, II Epoca. Panamá, diciembre de 1991.
-Conquista, Evangelización y Resistencia Triunfo o fracaso de la política indigenista? Colección Ricardo Miró, Premio
Ensayo 1994. INAC. Panamá, 1995.
- “La vida política en la sociedad colonial. La lucha por el poder”. Revista Lotería No. 356-357. Panamá, diciembre de 1985.
139
Debate que conduce a otro problema crítico de nuestra historia: ¿Hispanoamérica constituye
legítimamente una sola Nación, escindida por las circunstancias en veinte repúblicas, o en
realidad somos una multiplicidad de realidades nacionales?
Aquí la historia oficial cae en una contradicción, ensalza el proyecto bolivariano, para luego
omitir la reflexión sobre el fracaso de este objetivo, que conduce inexorablemente a una crítica
sobre las clases dominantes de la época y del papel de Estados Unidos e Inglaterra. Enfocando la
aspiración bolivariana como un sueño idílico para pasar a la exaltación de los particularismos y
de las clases gobernantes locales.
Este aspecto requiere retomar la rica polémica sobre qué es una nación, una nacionalidad
y qué es la nación-estado moderna. Al respecto existe una prolífica bibliografía, que no vamos a
citar por falta de espacio, que va desde los enfoques extremadamente economicista hasta quienes
cargan las tintas sobre el peso cultural, pero cuya base debe estar en la obra de Ricaurte Soler127 y
Jorge Abelardo Ramos128.
Nos parece adecuado el enfoque que destaca los elementos sociales y culturales comunes, que
son base innegable de la nacionalidad y sustento objetivo de la propuesta bolivariana, pero cuyo
fracaso se explica por factores económicos que tendían a la desarticulación interna del proyecto y
a su colocación en función de centros económicos y de poder ubicados en Europa.
140
Estado Federal de Panamá) tiene como referente al colombiano Joaquín Acosta; Jeremías Jaén
y Ramón M. Valdés, previo a la separación de 1903, con sus obras homónimas (Geografía de
Panamá), tampoco hacen hincapié en una confrontación “nacional”, pese a que recalcan las
“diferencias de espacio y tiempo”.
Respecto de Ramón Valdés, padre posterior de la “leyenda dorada” sobre la
“independencia” de 1903, dice Gasteazoro que en la primera edición de su libro (1898) “en
forma tímida” destaca los particularismo, que toman fuerza luego de la separación.
Gasteazoro explica la obra de Sosa y Arce (Compendio) como fruto de un decreto de
gabinete del 16 de noviembre de 1908, que autoriza al poder ejecutivo para contratar la redacción
de una historia de Panamá para "dar a la nueva entidad el fundamento histórico que
justificara la independencia y creara, en la juventud estudiosa, el orgullo de poseer una
nacionalidad que no surgía en virtud de circunstancias foráneas, sino como la culminación
de un ideal largamente sentido a lo largo del tiempo…” (pág. XLI).
Se aprecia, entonces, la manipulación política que se hace de la historia oficial. Lo peor, a
nuestro juicio, es que Gasteazoro no parece condenar esta manipulación, sino que más bien la
considera necesaria. Aunque luego, en el mismo ensayo, se inclina por interpretaciones más
objetivas, como la de Diógenes De la Rosa (Tamiz de Noviembre).
Lo dicho nos sirve para comprender la contradicción evidente entre la reiterada versión de
la historia oficial panameña, respecto a los más importantes acontecimientos del siglo XIX, y lo
que las fuentes documentales muestran.
Una fuente básica para emprender una reconstrucción real y objetiva de nuestro siglo
XIX la constituye la magna obra de Celestino A. Araúz y Patricia Pizzurno 131. Pese a que, de
ninguna manera, podemos comprometer a estos historiadores con nuestras conclusiones, la
redacción objetiva de los hechos y el abundante material bibliográfico citado, sirven para
esclarecer los hechos.
El espacio limitado de esta ponencia no permite un análisis detallado que ya hemos hecho
en nuestro libro (Estado, Nación y Clases Sociales en Panamá). Por lo cual nos referiremos
brevemente al problema de que las crisis de 1826, 1830, 1831, 1840, 1860-62 son interpretados
como “intentos separatistas” panameños motivados por una reivindicación nacional frente a una
supuesta opresión colombiana. Es decir, la historia oficial panameña los presenta como conflicto
entre nación oprimida y nación opresora.
131 Araúz, C. A. y Pizzurno G.,P. El Panamá colombiano (1821 – 1903). PRIBANCO y Diario La Prensa. Panamá, 1993.
141
Pero el estudio cuidadoso de las actas y los hechos muestra que el conflicto real, como en
toda Latinoamérica, estaba entre proteccionistas y librecambistas, entre centralistas y federalistas,
entre conservadores y liberales. Eran conflictos de índole política, económica y administrativa,
más que un conflicto nacional. Principalmente se trató de la defensa del libre comercio por el
Istmo de Panamá, por parte de los comerciantes locales, contra los criterios proteccionistas de
Bogotá.
Podemos afirmar que, las pocas veces en que se consideró la separación como
posibilidad, los comerciantes istmeños tuvieron como proyecto, no la creación de un estado
independiente, sino de un protectorado (estado hanseático) de las potencias de la época. Pero ese
proyecto fue reiteradamente confrontado por las clases populares.
La historia oficial de manera falaz señala al Acta del 16 de septiembre de 1826 como
primer intento separatista. Pero dicha Acta por ningún lado habla de separación. Sobre lo que sí
se pronuncian los notables panameños es en exigir, al margen de la disputa entre Bolívar y
Santander (móvil del pronunciamiento), libertad de aduanas.
Se dice lo mismo de la proclama de José Espinar en 1830, pero el sentido de lo actuado
por éste es proclamar la independencia con respecto al gobierno de Bogotá y ofrecer a Bolívar
esta provincia como bastión para relanzar un guerra para retomar el poder en la Gran Colombia.
Paralelamente, la oligarquía agrupada en el Gran Círculo Istmeño negocia con el cónsul inglés un
posible protectorado, propuesta que es derrotada por Espinar con el apoyo del arrabal negro y
mulato de la ciudad de Panamá.
Se repite lo mismo frente a la crisis continuada en 1831, confrontación entre Alzuru,
instigado por la oligarquía a que tomara el mando, y Espinar, que sucumbe en la batalla. Pues
tenemos que Mariano Arosemena, cabeza pensante de los comerciantes, habla de que ellos
“mediatizaron el proyecto de absoluta independencia”, que supuestamente Alzuru pretendía.
Las crisis cesaron cuando en 1834, el gobierno bogotano legisló en favor la libertad de
comercio en los puertos panameños. La inestabilidad sólo volvió a la palestra en 1840, cuando la
Nueva Granada se desarticuló en una guerra civil, proclamando Tomás Herrera el “Estado
Soberano del Istmo”. Pero el Acta de proclamación del Estado Soberano, establece una doble
condición: que la separación o independencia dure hasta que se restituya la unidad colombiana, y
que Panamá aceptará volver si se establece el federalismo como criterio administrativo.
Así sucede, en 1841, cuando la Convención Constituyente legitima el estado panameño
con carácter federal y Panamá vuelve al seno de la república colombiana. La década de 1850 ve
142
triunfar al federalismo como criterio político fundamental, pero no sólo para Panamá, como
plantea nuestra historia oficial, sino para toda Colombia.
En esa década, la figura cimera del pensamiento panameño es Justo Arosemena, actor
político decisivo y principal proponente del federalismo. Respecto a su obra (El Estado Federal
de Panamá) la historia oficial ha realizado una deformación flagrante. Don Justo, vocero de los
notables del Istmo, cita elementos de su particularidad histórica y geográfica para sustentar por
qué la mejor forma de administrarlo es un Estado Federal.
Pero sus ideas son interpretadas por la historia oficial panameña como supuesto sustento
teórico del separatismo, lo que contradice las palabras diáfanas de su libro: “…no pretendo
probar que convenga decididamente formar esos pequeños Estados independientes, más bien que
conservarlos grandes… La moral internacional no ha hecho suficientes progresos en el mundo
civilizado, y las naciones débiles no logran siempre hacer respetar sus derechos…”. Hablando de
la independencia dice: “… es esto más de lo que el Istmo apetece… mucho más cuando sólo
quiere tener un gobierno propio para sus asuntos especiales, sin romper el vínculo de la
nacionalidad”.
En 1860 una nueva guerra civil entre conservadores y liberales vuelve a desarticular al
estado colombiano. En ese momento, el líder liberal Tomás C. Mosquera establece una alianza
federalista en el Tratado de Cartagena de 1860, firmado por los estados de Bolívar y Cauca.
Como una derivación de este tratado se firma con el gobierno del estado del Istmo el llamado
Convenio de Colón de 1861.
El Convenio de Colón representó el mayor grado de autonomía alcanzado por Panamá
durante el siglo XIX. Ese Convenio ofrecía a Panamá la posibilidad de declararse “neutral” frente
a la guerra civil, de manera que no le afectara la inestabilidad política. El factor clave detrás de
esta cláusula, que suele omitirse, es la influencia norteamericana, que prefiere un Istmo “neutral”
para no ver afectado el Ferrocarril Transístmico. Otra cláusula otorgaba al gobierno local el
derecho de cobrar y administrar las regalías que daba el Ferrocarril, que constituía uno de los
mayores ingresos del estado colombiano.
Pero el gobernador de Panamá no era neutral, sino el latifundista conservador Santiago De
la Guardia. Cuando Mosquera ganó la guerra y consolidó su gobierno, desconoció el Convenio
de Colón y envió una tropa para instaurar un poder liberal en el Istmo, con apoyo de los liberales
del Istmo encabezados por Buenaventura Correoso.
143
El siglo XIX ha sido malinterpretado por nuestra historia oficial. Los conflictos
económicos, políticos y sociales han sido reducidos a una lucha por la liberación nacional. Y se
presentan las aspiraciones de la clase dominante istmeña como deseos del conjunto de la
sociedad, cuando en realidad los hechos estuvieron atravesados por una dura lucha de clases, en
la que el sector popular estuvo siempre volcado hacia los bolivaristas, liberales radicales y
federalistas, por ende hacia el proyecto nacional Gran Colombiano, y contra los proyectos
hanseatistas.
132 Porras, Belisario. La venta del Istmo. Editorial Portobelo. Panamá, julio de 1996.
133 Hernández, R. Aproximación crítica a la Independencia de 1903. Editorial Portobelo, 1996.
134 Araúz, C.A. y Pizzurno, P. Estudios sobre el Panamá republicano (1903-1989). MANFER, SA. Panamá, 1996.
144
Se ha dicho frecuentemente que la historia de esta “independencia” ha sido tratada de dos
maneras extremas, la “leyenda dorada” de los historiadores al servicio de la clase gobernante, y la
“leyenda negra” escrita por tratadistas colombianos. Lo cual para algunos, con un pretendido
enfoque marxista, significa que habría que buscar un término medio que, señale la intervención
del imperialismo yanqui y la actitud antinacional de la oligarquía istmeña, pero que establezca la
inevitabilidad del hecho y la realidad de un particularismo geográfico que justifica elsurgimiento
de una nación panameña.
A nuestro modo de ver es hora de rebelarnos contra la “leyenda dorada” y de los enfoques
ambiguos, y aceptar que 1903 constituye una más de la intervenciones militares norteamericanas
en Panamá. Lo que debe llevarnos a rescatar, sin los prejuicios prevalecientes hoy, los elementos
nacionales comunes que nos unen a Colombia.
No hay tal “leyenda negra”, se trata de la oscura verdad ocultada por una historia escrita
para beneficio de una clase y de un proyecto antinacional de sometimiento a los intereses
norteamericanos.
El verdadero nacionalismo panameño surge a lo largo del siglo XX, no del XIX, luchando
contra la presencia colonial norteamericana.
5. Bibliografía básica:
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145
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146
Tello Burgos, Argelia. Escritos de Justo Arosemena. EUPAN. Panamá, 1985.
147
MANUEL AMADOR GUERRERO: ¿PROCER O TRAIDOR?
Por Olmedo Beluche
Contemplando la foto del Dr. Manuel Amador Guerrero, primer presidente de la República de
Panamá, y uno de los gestores de la Separación de Colombia en 1903, el historiador Eduardo
Lemaitre dice: “Pero la verdad es que aquel hombre de 70 años no tenía facha de revolucionario.
Cuando observamos su retrato y vemos surgir de entre el cuello de pajarita, el rostro marchito, al
que los bigotes caídos dan un aire de desgano, de timidez y aún de tristeza, no podemos
imaginarlo sino como un abuelo bondadoso, que divierte a sus nietos con el dije de leontina, o
como un verdadero médico de familia que aún visita y le mira la lengua a sus pacientes; ni
podemos reprimir, en fin, un cierto sentimiento de lástima por aquel anciano a quien misteriosas
razones del corazón, que la razón no entiende, lanzaron al torbellino de una aventura contra su
propia patria, una aventura en la que había fusiles, y buques de guerra, e intrigas palaciegas y
conspiraciones en lujosos hoteles…”.
La anterior, es la descripción precisa del hombre que, en las postrimerías de su vida, jugó un
papel tan decisivo en uno de los sucesos más controversiales de la historia hispanoamericana. Se
ha dicho que cada acontecimiento crea sus protagonistas a la altura que las circunstancias exigen.
Probablemente, la figura de este antihéroe ocupó la escena central en la creación de la República
de Panamá porque, como también se ha dicho, en esta historia sólo hubo “villanos”.
Manuel Amador Guerrero, quien es presentado como uno de los adalides de la “nacionalidad
panameña”, no nació en el Istmo, sino en Turbaco, Cartagena, el 30 de julio de 1833. Procedía de
una estirpe contradictoria: su abuelo materno, Manuel Guerrero, aparece a la cabeza de una
insurrección de prisioneros españoles que, en 1815, durante el sitio a Cartagena de Pablo
Morilllo, cierran las puertas de la muralla de Santo Domingo a los patriotas; en cambio, por el
lado paterno, fue sobrino de Juan de Dios Amador, gobernador de Cartagena durante el sitio de
Morillo, y de Martín Amador, fusilado por los españoles en 1816.
Manuel Amador nace de la unión de José María Amador y Mercedes Guerrero y Córdoba.
Estudia medicina en la Universidad de Cartagena y emigra a Panamá en 1855, año en que se
inauguró el Ferrocarril Transístmico, que trajo una relativa prosperidad a este Departamento,
convertido en paso obligado de gentes y mercancías norteamericanas durante la llamada “fiebre
del oro”. Amador se empleó como médico de la Compañía del Ferrocarril, empresa de la que
salieron todos los hilos que promovieron, años después, la separación del Istmo de Colombia. Su
matrimonio con María de la Ossa le vinculó a las familias de la oligarquía comercial istmeña.
148
Hacia los años sesenta, aparece Amador en la política local dentro de las huestes del Partido
Conservador, en el que destacó ocupando importantes cargos públicos: miembro del Congreso
por la provincia de Veraguas; Primer Designado del Estado Soberano de Panamá, en 1866;
Presidente de éste en 1867, aunque no pudo ejercer el cargo; Jefe Civil y Militar interino en
1886; asesor del gobernador Víctor Salazar, durante la Guerra de los Mil Días; propuesto por
éste último como miembro del Senado en 1902-03, cargo que le fue arrebatado por el
Vicepresidente Marroquín, lo cual constituyó, según Lemaitre, uno de sus móviles personales
para promover la “separación”.
Su militancia conservadora, sus vínculos familiares y su relación estrecha con los intereses
norteamericanos, pueden explicar por qué desempeñó un papel clave en el crucial momento en
que el gobierno de Teodoro Roosevelt decidió apoderarse de Panamá para construir el Canal,
luego de que el Congreso de Colombia rehazara, el 12 de agosto de 1903, el Tratado Herrán-Hay.
Y, sin embargo, según Ovidio Díaz: “A primera vista, el doctor Manuel Amador Guerrero
parecía un candidato muy improbable para liderar una revolución”.
A mediados de 1903, dos personajes ocupaban un rol más relevante en la escena que Amador:
José Agustín Arango, abogado de la Compañía del Ferrocarril; y José Gabriel Duque, prominente
empresario, dueño de los diarios La Estrella de Panamá y Star & Herald, desde los que se
dirigió la campaña pública en favor del Tratado Herrán-Hay y la “separación”. Pero el azar
quizo que, cuando a fines de agosto, luego de rechazado el Tratado por el Congreso colombiano,
los conjurados eligieron un vocero para viajar a Estados Unidos con el objetivo de ultimar los
detalles de la “separación”, fue Amador Guerrero el escogido. Se dice que, como su hijo vivía en
Norteamérica, éste tenía un motivo personal para justificar el viaje sin que las autoridades
descubrieran la trama.
Aún así, en el vapor que le llevó hasta Nueva York, el 1 de sepiembre, también viajó José
Gabriel Duque. Siendo este último recibido de manera expedita por William N. Cromwell, el
cerebro de la conspiración, prominente abogado tanto de los intereses de la Compañía del
Ferrocarril como de la francesa Compañía Nueva del Canal, directamente conectado con el
gobierno de Teodoro Roosevelt.
Mientras dejaba a Amador esperando, Cromwell recibió a Duque, le enamoró ofreciéndole la
posibilidad de ser el primer presidente de República por crearse y le consiguió, en menos de 24
horas, una entrevista con el Secretario de Estado, John Hay. Sin embargo, en contra de Duque
jugaba el hecho de ser cubano de nacimiento y con nacionalidad norteamericana, lo cual sería
149
negativo si se quería presentar la “separación” como un movimiento panameño. Tal vez por
esto, tal vez para cubrir sus intereses en caso de que la conspiración fracasara, Duque cometió el
“error” de comentar a su amigo personal, y embajador de Colombia en Washington, Tomás
Herrán, los reales motivos del viaje de Amador y sus contactos con Cromwell. Lo que motivó
que Herrán dirigiera una carta amenazante a Cromwell en el sentido de que los poderosos
intereses que representaba en el Istmo estarían en juego si participaba del intento de desgajar a
Panamá de Colombia.
En estas circunstancias, Cromwell se vio obligado a tratar con Amador de manera
indirecta, a través del ingeniero Philippe Bunau Varilla, representante de los accionistas franceses
de la Compañía Nueva del Canal. ¿Por qué Manuel Amador Guerrero negoció, durante casi dos
meses, los detalles de la “separación” con estos personajes y no con el gobierno de Roosevelt?
Para responder conviene referir a un dato reiteradamente oculto por la historia oficial
panameña, pero que en su momento dio origen al “escándalo de Panamá”: hacia 1896, la
Compañía francesa del Canal estaba en quiebra, y era evidente que no podría terminar la obra.
Por lo cual, sus accionistas acudieron a William Cromwell para convencer al gobierno
norteamericano de comprarles los derechos para terminar la vía interoceánica. Cromwell no sólo
convenció a su gobierno de renunciar al proyecto de un canal por Nicaragua, y optar por
Panamá, sino que, a través del banquero J. P. Morgan, organizó la compra secreta, por 5 millones
de dólares, de las acciones francesas devaluadas, que serían revendidas en 40 millones al
gobierno norteamericano.
De este negociado se beneficiarían no sólo los franceses, cuyo contrato expiraba en 1904,
permitiéndoles recuperar parte de su inversión, sino los secretos accionistas norteamericanos, de
los que se dice participaban familiares de Roosevelt y de algunos de sus ministros. El problema
es que el Tratado Salgar-Wyse, impedía a los franceses traspasar sus derechos, lo cual motivó el
repudio de la opinión pública colombiana y panameña del Tratado Herrán-Hay.
El gobierno del Vicepresidente Marroquín, dejando de lado los otros reclamos de la
opinión pública, referentes a la soberanía que Estados Unidos enajenaba para construir una Zona
del Canal, se enfocó en tratar de recibir algo de los 40 millones. De manera ingenua, el Congreso
colombiano, al rechazar el Tratado Herrán-Hay, señalaba que esperaría al año siguiente, cuando
expiraba al contrato Salgar-Wyse, para obtener mayores ventajas económicas.
Pero esto fue lo que precisamente precipitó la “separación”, pues Cromwell y sus
asociados temían perder su negocio. De ahí que Amador Guerrero viajara a Nueva York a fines
150
de agosto, y que los personajes con quienes trató fueran Cromwell y Bunau Varilla. De ellos
recibió instrucciones precisas para llevar a cabo el movimiento separatista, apoyo económico y la
garantía de la presencia de una poderosa flotilla de la armada norteamericana que darían
cobertura a la proclamación de la “separación”.
El 27 de octubre retornó Amador a Panamá y en una reunión con la élite social de la
ciudad se ultimaron los detalles que culminarían con los conocidos hechos del 3 de noviembre.
Contrario a lo que usualmente se cree en Panamá la “separación” tomó de sorpresa a los sectores
populares del Departamento, y los liberales moderados que se sumaron a la conspiración lo
hicieron en calidad de segundones de la oligarquía comercial esencialmente conservadora.
Panamá no se conviritó en un Estado independiente, sino en un protectorado de Estados
Unidos, formalizado en el Tratado Hay-Bunau Varilla, firmado 15 días después, y en la
Constitución política de 1904, que copió uno de sus artículos medulares de la Enmienda Platt,
que había convertido a Cuba en otro protectorado pocos años antes.
Consumada la “separación” Amador Guerrero fue enviado al frente a Washington para
negociar los detalles del tratado del canal. Pero se encontró con que el francés Bunau Varilla lo
había firmado el día anterior a su arribo, escudándose en el cargo de embajador plenipotenciario
otorgado por la Junta Provisional. Pero Amador no protestó, limitándose a decir en una lacónica
carta: “… creo que hubiéramos hecho un Tratado mejor porque Hay estaba muy bien dispuesto”.
A su regreso Amador fue electo Primer Presidente de la República de Panamá, en febrero
de 1904, por la Asamblea Constituyente. Sus cuatro años de gobierno estuvieron marcados por la
controversia respecto a los fraudes electorales y sobre el destino de los diez millones de dólares
pagados por Estados Unidos por los derechos de construir el Canal. Manuel Amador Guerrero
falleció en la ciudad de Panamá en el año 1910.
Bibliografía
1. Amador Guerrero, Manuel. “Memorias sobre la Emancipación de Panamá…” Suplemento
Epocas No. 2, año 18, La Prensa. Panamá, febrero de 2003.
2. Amaor Guerrero, Manuel. “Carta familiar enviada por el Dr. Manuel Amador Guerrero a
propósito de su recibimiento en Estados Unidos”. Suplemento Epocas No. 2, año 18, La
Prensa. Panamá, febrero de 2003.
151
3. Beluche, Olmedo. La verdadera historia de la separación de 1903. Reflexiones en torno
al Centenario. ARTICSA. Panamá, 2003.
4. Díaz Espino, Ovidio. El país creado por Wall Street. La historia no contada de Panamá.
Planeta. Bogotá, 2003.
Lemaitre, Eduardo. Panamá y su separación de Colombia. Biblioteca Banco Popular. Bogotá,
1871.
152
SEPARACION DE PANAMA, LA HISTORIA DESCONOCIDA.
Por Olmedo Beluche154
153
Ferrocarril de Panamá; los agentes norteamericanos y panameños de la Compañía del Ferrocarril,
como José A. Arango y Manuel Amador Guerrero; y, por supuesto, el venal e inepto gobierno
colombiano del Vicepresidente Marroquín.
A fines del siglo XIX, Estados Unidos iniciaba su proceso de expansión en el Caribe,
desplazando de allí a sus otrora rivales, España e Inglaterra. A la primera le arrebató Cuba y
Puerto Rico con la guerra de 1898; con la segunda firmó el Tratado Hay-Pauncefote en 1901, por
el cual se reconocía la preeminencia norteamericana en la posible construcción de un canal por el
istmo centroamericano. El canal era una necesidad lógica del desarrollo capitalista
norteamericano, ya que era la única forma de integrar y comunicar sus costas atlántica y pacífica.
En principio, la ruta privilegiada por Washington para construir este canal no era Panamá, sino
Nicaragua, siguiendo el cauce del río San Juan hasta sus grandes lagos. Aquella parecía más
factible y menos costosa, en especial si ya estaba el precedente del fracaso francés en la
construcción del Canal por Panamá.
Mediante el Convenio Salgar-Wyse (1878) una empresa francesa, encabezada por el
ingeniero Fernando de Lesseps, había iniciado la excavación del canal en 1880. Esta primera
empresa fracasaría ante las enormes dificultades tecnológicas hacia 1888, dando paso a un nuevo
intento con la Compañía Nueva en los años 90 del siglo XIX, que también fracasaría.
De manera que, para fines de 1901, la Comisión Walker del Congreso norteamericano, luego de
estudiar ambas alternativas, se había pronunciado por la vía de Nicaragua, y el 18 de noviembre
se firmó un tratado con ese país. ¿Qué motivó que dos años después Estados Unidos cambiara
completamente de opinión?
La historia simplista narra que, en posteriores debates del Congreso, tanto Bunau Varilla como
Cromwell mostraron estampillas de correo nicaraguenses en las que se aprecian los volcanes de
este país, y que los senadores norteamericanos, impresionados por la explosión del volcán Mount
Pelée, que había borrado del mapa la isla de Saint-Pierre, y por una falsa noticia de la erupción
del Momotombo, entonces se decidieron por Panamá.
Pero, ¿qué motivó al abogado Cromwell y al ingeniero francés Bunau Varilla a intervenir tan
activamente para convencer a los senadores de adoptar la ruta panameña? Lo que no se cuenta es
que, ya para 1896, la Compañía Nueva del Canal, a través su presidente Maurice Hautin, dada la
incapacidad para terminar el Canal de Panamá, y ante la posibilidad de perder
250 millones de dólares en inversiones cuando expirara la concesión en 1904, había contratado a
154
154
Profesor de Sociología de la Universidad de Panamá y Mgter. En Estudios Políticos.
William N. Cromwell para convencer al gobierno norteamericano de comprarles sus propiedades.
Cromwell no se limitó al cabildeo para el que fue contratado, sino que inició un plan que
denominó “americanización del canal”, por el cual reuniría un grupo de notables empresarios de
Wall Street que sigilosamente comprarían las devaluadas acciones del “canal francés” y las
revenderían a su gobierno. Para ello, su bufete Sullivan & Cromwell estaba en una posición
privilegiada, ya que contaba con clientes como el banquero J. P. Morgan, entre otros.
El 27 de diciembre de 1899, Cromwell fundó la Panama Canal Company of America, con 5,000
dólares de capital, emtiendo acciones por 5 millones, de la que participaron empresarios como:
J.P. Morgan, J. E. Simmons, Kahn, Loeb & Co., Levi Morton, Charles Flint, I. Seligman (Díaz
Espino, 2003).
Este grupo influyó en el prominente senador y líder republicano Mark Hanna, quien actuó como
vocero de la “causa panameña”. Luego del asesinato del presidente McKinley, este grupo
también convenció al presidente Teodoro Roosevelt, haciendo partícipes del negocio a Henry
Taft, hermano del ministro de guerra y futuro presidente William Taft, y al cuñado de Roosevelt,
Douglas Robinson.
El traspaso de la Compañía Nueva, de manos francesas a las yanquis, tardó varios meses
por la resistencia inicial de Hautin a renunciar por completo a la empresa y vender a muy bajo
precio. Sin embargo, la adopción de la propuesta por Nicaragua en 1901, sirvió de acicate a los
accionistas franceses que sacaron de enmedio a Hautin, y nombraron vocero a Maurice Bo,
director del banco Credit Lyonnais, y éste a su vez envió a Bunau Varilla para negociar con los
norteamericanos.
El negocio era redondo, se invirtieron 3.5 millones de dólares en las acciones de la
Compaña Nueva, que fueron compradas en lotes pequeños, y se revenderían al gobierno
norteamericano en 40 millones de dólares, obteniendo los inversionistas norteamericanos
utilidades por cada acción por el orden del 1.233%.
Por supuesto, concretar el negociado pasaba: primero, por convencer al gobierno y al
Congreso de Estados Unidos de optar por Panamá; segundo, firmar un tratado con Colombia que
autorizara a ese país para terminar la obra iniciada por los franceses. En enero de 1902, el
senador John Spooner a instancias de Roosevelt presentó el proyecto de ley que autorizaba a su
gobierno a negociar con Panamá y que anulaba la precedente Ley Hepburn, que favorecía a
Niacaragua.
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Ese año el esfuerzo se centró en negociar con Colombia el tratado. Camino que estuvo
lleno de dificultades, dada la actitud patriótica del negocaciador José Vicente Concha, que objetó
reiteradamente aspectos leoninos del tratado propuestos por el Secretario de Estado John Hay.
Sin embargo, la presión norteamericana pudo más, forzando al gobierno del Vicepresidente
Marroquín a desautorizar reiteradamente a su embajador, el cual finalmente renunció. El camino
quedó despejado para un acuerdo, firmado en enero de 1903 y que llevó el nombre de Tratado
Herrán – Hay.
Pero este tratado, cayó como una bomba en Colombia, y Panamá por extensión.
Mediante el acuerdo se segregaba una zona de 5 kilómetros a cada lado del canal, incluyendo
ríos, lagos y los principales puertos, en la cual Norteamérica tendría plena jurisdicción. El “canal
francés” sólo segregaba 200 metros a cada orilla sin menoscabo de la soberanía nacional.
Además la compensación económica que se proponía (10 millones de abono y 250.000 dólares
anuales) era evidentemente inferior a lo que ya el estado colombiano recibía por los derechos del
ferrocarril (250 mil dólares anuales) y otros tantos por uso de los puertos. Comparado con el
Salgar-Wyse, el Herrán-Hay era totalmente inconveniente.
Había otro escollo: el tratado contemplaba el pago de 40 millones de dólares que Estados
Unidos haría a la Compañía Nueva del Canal en compensación, pero esto era completamente
ilegal, pues estaba claramente prohibido por la Constitución y por el propio Salgar-Wyse, que
impedía a esta empresa traspasar sus propiedades a un gobierno extranjero. El Tratado Herrán –
Hay nació, pues, condenado por la opinión pública colombiana y panameña, especialmente por
el menoscabo de la soberanía.
El gobierno de Marroquín tuvo ante el Herrán – Hay una actitud incongruente: por un
lado, había autorizado a su embajador a Tomás Herrán a firmarlo; por otro, no puso empeño en
defenderlo, especialmente ante el Congreso, que fue convocado en junio de 1903 para ratificarlo.
Pero no era la soberanía lo que preocupaba al gobierno de Marroquín, sino que se centró en tratar
de recibir una tajada de los 40 millones que recibirían los accionistas de la Compañía “francesa”.
Sin saberlo Marroquín (creemos), con esta aspiración tocaba las fibras más sensibles de
poderosos intereses norteamericanos, lo que les llevaría a secesionar al Departamento del Istmo,
pues no estaban dispuestos a renunciar a su ganancia.
Cuando el Congreso colombiano cerró sus sesiones sin ratificar el tratado, a mediados de
agosto, emitió una resolución que expresaba la esperanza de que en 1904, cuando las propiedades
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de la Compañía francesa hubieran pasado a Colombia, por expirar el contrato Salgar-Wyse, se
estaría en mejores condiciones de negociar con Estados Unidos.
El razonamiento era simple, pero equivocado: en pocos meses quedarían fuera de la
negociación los franceses, y podrían negociar directamente, sin un tercero de por medio, Bogotá
y Washington. ¿Qué apuro podía tener Roosevelt, si hasta terminaría pagando menos, porque se
podría ahorrar esos 40 millones? Era lógico, pero errado, porque Roosevelt y sus socios eran los
reales beneficiarios de esos 40 millones, y no los franceses.
De ahí que el rechazo del Tratado Herrán–Hay por el Congreso colombiano,
desencadenara la trama de la “Separación”, que empezó a prepararse ante la eventualidad, desde
junio o julio. William N. Cromwell hizo viajar a Nueva York desde Panamá al capitán J.R.
Beers, agente de fletes de la Compañía del Ferrocarril de Panamá; se dice que se entrevistó en
secreto (en Jamaica) con el abogado panameño de esta empresa, y prócer de la separación, José
A. Arango; y finalmente recibió por dos meses, entre fines de agosto y fines de octubre, a Manuel
Amador Guerrero, otro empleado y futuro primer presidente de la República de Panamá, para
tramar los hechos del 3 de Noviembre.
La ganancia estimada, propició que los accionistas norteamericanos de la “compañía
francesa del canal”, invirtieran grandes sumas que sirvieron para pagar miles en sobornos que
oficiaron de parteras de la nueva república, por supuesto, con el apoyo de varias cañoneras de la
Armada que convenientemente Roosevelt envió a principios de noviembre para “tomar el Istmo”.
Lo demás es historia conocida.
Bibliografía:
1. Beluche, Olmedo. 1999. Estado, Nación y Clases Sociales en Panamá. Editorial Portobelo.
Pequeño Formato 115. Panamá.
2. Beluche, Olmedo. 2003. La verdadera historia de la separación de 1903. Reflexiones en
torno al Centenario. ARTICSA. Panamá.
3. Díaz Espino, Ovidio. 2003. El país creado por Wall Street. La historia no contada de
Panamá. Planeta. Bogotá.
4. Duval Jr., Miles P. 1973. De Cádiz a Catay. La historia de la larga lucha diplomática por
el Canal de Panamá. Editorial Universitaria. Panamá.
157
5. Lemaitre, Eduardo. 1971. Panamá y su separación de Colombia. Biblioteca Banco Popular.
Bogotá.
6. Terán, Oscar. 1976. Del Tratado Herrá-Hay al Tratado Hay-Bunau Varilla. Historia
crítica del atraco yanqui, mal llamado en Colombia la pérdida de Panamá y en Panamá
nuestra independencia de Colombia. Valencia Editores. Bogotá.
158
EL FEDERALISMO EN PANAMA
Por Olmedo Beluche
A Roger Patiño y Milagros
Sánchez, Dos extraordinarios
chiricanos.
Durante todo el siglo XIX, hasta la separación de Panamá de Colombia, el federalismo tuvo un
fuerte arraigo entre los panameños. Fue la propuesta político administrativa por excelencia no
sólo de los liberales, que contaban con un indiscutible peso entre los sectores populares, sino
también de las clases comerciales vinculadas al negocio transitista, algunos de cuyos sectores
tenían filiación conservadora. Lamentablemente, con posterioridad al 3 de Noviembre, la
historiografía ha identificado erróneamente federalismo y separatismo.
No hay duda de que el mejor exponente del federalismo panameño, y colombiano, fue Justo
Arosemena. Su libro, El Estado Federal de Panamá, constituye el mejor alegato en favor de la
doctrina federalista y, sin embargo, también él ha sido malinterpretado por lecturas superficiales
que pretenden ver allí la justificación para los acontecimientos de 1903.
Este error nace de no comprender las circunstacias de la geopolítica internacional de
mediados del siglo XIX, en especial en el Caribe amenazado por el expansionismo inglés y
norteamericano, reduciéndola a un conflicto entre Panamá y Bogotá. Influye también la equívoca
identificación entre los particularimos regionales, base del planteamiento federalista de
Arosemena, con una propuesta independentista que no sólo no existe en este libro, sino que
taxativamente es rechazada allí.
Dice Arosemena: “Cuando he manifestado la superioridad del gobierno en las pequeñas
nacionalidades,…, no pretendo probar que convenga decididamente formar esos pequeños
Estados independientes, más bien que conservarlos grandes, en que están refundidos sus pueblos.
La moral internacional no ha hecho suficientes progresos en el mundo civilizado, y las naciones
débiles no logran siempre hacer respetar sus derechos. Parece que hubiera dos justicias, una para
los iguales y otra para los inferiores. Mientras no haya una sola para todos los individuos y para
todas las entidades políticas, …, nada más prudente y aún necesario que buscar en la fuerza física
el complemento del derecho… Busquemos pues, .., por medio de asociaciones de pueblos, los
medios de acercarnos en lo posible al grado de fuerza que admiramos y tenemos en las grandes
naciones, pero dejando a los asociados su gobierno propio…”.
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El contexto de esta idea es la amenazadora presencia de los intereses comerciales de Inglaterra y
Estados Unidos. No olvidemos que los ingleses constituyen la principal potencia mundial en
aquel momento, y ya ha puesto su pie en el Caribe a partir de Jamaica, tomando Belice, la costa
caribeña de Nicaragua, y posee importantes intereses en Panamá. Los norteamericanos
construyen el ferrocarril, y ya tienen una importante presencia en el Istmo. Frente a esta amenaza
tangible, que acaricibiaba la posibilidad de apropiarse del istmo por la fuerza para ponerlo bajo
su control con apoyo de algunos coerciantes panameños (hanseatismo), es que Arosemena
defiende la idea federal. Panamá sola no podría contener a dichas potencias, sólo la unidad con
Colombia daría la fuerza para hacerlo.
Arosemena, después de citar el Código Penal de 1854, para sustentar que no es delito si una
parte de la república decide independizarse, dice claramente: “Es esto más de lo que el Istmo
apetece..., mucho más cuando sólo quiere tener un gobierno propio para sus asuntos especiales,
sin romper los vínculos de la nacionalidad”. Fíjese que Arosemena asocia la palabra
“nacionalidad” con la unidad a Colombia, además de descartar sin lugar a dudas la
independencia.
Y agrega: “En la federación rigurosa hay un pacto de pueblos soberanos que sacrifican parte de
esa soberanía en obsequio de la fuerza y de la respetabilidad nacional…”. La soberanía descansa
en los pueblos, los municipios, pero la nacionalidad la da la asociación. Y propone cuatro
aspectos de la soberanía que deben declinarse en favor de la administración central: relaciones
internacionales, la hacienda, la fuerza pública y “todo lo relativo al ferrocarril de Panamá” (y
también el Canal), principal fuente de ingresos del Estado colombiano.
En qué consisten los derechos del gobierno propio que exige el Estado federado de Panamá: en
la descentralización de decisiones administrativas y burocráticas que el comercio mundial que
pasaba por aquí requerían para su agilidad. Que un sello o un trámite cualquiera no podía
depender de un aprobación en Bogotá. Resolver esto evitaría que ingleses y norteamericanos, se
apoderaran de Panamá excusándose en una afecatación de sus intereses. Tal era la preocupación
real de Justo Arosemena.
Estos afanes federalistas de Arosemena y los liberales fueron dando su fruto. La Constitución de
1853, que Arosemena calificó como la que había ido más lejos en cuanto a libertad y democracia
en toda Hispanoamérica, cedió algo del poder central a los gobernadores. La publicación del
Estado Federal de Panamá (1855), convenció a la clase política colombiana de otorgar este
160
status al Istmo mediante un acto constitucional especial, el cual sirvió de modelo para hacerlo
extensivo a toda la Confederación Granadina en la Constitución de 1858.
Cien años después de los acontecimientos del 3 de Noviembre, muchos en Panamá apenas
empiezan a descubrir los reales entretelones de los sucesos que derivaron en la separación de
Colombia y en la firma del Tratado Hay-Bunau Varilla, gracias a libros como el de Ovidio Díaz
(El país creado por Wall Street) y a nuestro modesto aporte (La verdadera historia de la
separación de 1903). Los jóvenes del centenario, ya no tienen que viajar al extranjero para
conocer traumáticamente que lo que le han enseñado en la escuela está plagado de mitos.
Pero muchos continúan sin saber que, en 1936, hubo un panameño que tuvo el valor para
publicar en un brillante libro la realidad de los sucesos: Oscar Terán. Ese año Terán publicó Del
Tratado Herrán – Hay al Tratado Hay – Bunau Varilla, obra en la que, cual abogado litigante
que era, aportaba evidencias indiscutibles respecto al papel jugado por los intereses imperialistas
norteamericanos en la secesión, la venalidad de los políticos colombianos y panameños, así como
161
en el rol decisivo desempeñado por William N. Cromwell, representante legal de los intereses
tanto de la Compañía del Ferrocarril de Panamá, como de la Compañía Nueva del Canal.
Por la publicación de este libro, el ya anciano Oscar Terán, fue víctima de innumerables
persecusiones, acusaciones, presiones e insultos, tratando de acallarlo y desacreditar su obra. El
“prócer” Nicanor de Obarrio que, igual que los demás gestores de la separación, había aceptado
gustosamente la intromisión norteamericana en los hechos de 1903, el Tratado Hay-Bunau
Varilla y el oprobioso artículo 136 de la Constitución de 1904, por el cual los norteamericanos
podían intervenir militarmente en el Istmo, tuvo la iniciativa de acusar legalmente a Terán de
“someter la República, en todo o en parte, a un Poder Extranjero, aminorar su independencia o
quebrantar su unidad”, en referencia a Colombia.
La persecución legal contra Terán fue total. Se le abrió un encausamiento dirigido por el
Procurador Ismael Ortega; su caso se llevó a la Asamblea Nacional; la Corte Suprema de Justicia
le quitó la nacionalidad panameña; incluso el Consejo Municipal de Panamá se atrevió a solicitar
al Presidente de la República que, “previa declaratoria de que Oscar Terán es un extranjero
indeseable y pernicioso, decrete su deportación inmediata del territorio nacional” (Revista
Lotería No. 251-252); además de diarios y múltiples insultos que recibía en la calle.
El “delito” de Terán consistió en poner en evidencia que la separación de Panamá de Colombia
no tuvo como móvil una supuesta lucha autonomista o nacionalista, sino la intervención
norteamericana para asegurarse el Canal a toda costa, objetivo con el que colaboraron
interesadamente algunos panameños. Por ello, Terán fue acusado de “antipatriota”, epíteto que
todavía hoy se repite contra quienes se atreven a señalar la verdad de los hechos, buscando
prejuiciar a la opinión pública. Esta adjetivación, a la que se recurre cuando faltan argumentos
racionales, ha sido reiteradamente empleada por las clases gobernantes en la historia para acallar
a sus críticos (al igual que términos como “hereje”, “bruja” o “comunista”), y de la cual da vivo
ejemplo hoy el gobierno de George W. Bush.
En las décadas posteriores se hizo una labor de permanente ocultamiento de la obra de Terán, la
cual fue sistemáticamente ignorada, cuando no activamente desaparecida de librerías y
bibliotecas, para que no fuera de conocimiento de los panameños. La profesora Diamantina de
Calzadilla, viuda del tribuno Carlos Calzadilla, nos ha contado que, cuando ella programaba su
tesis de licenciatura en la Universidad de Panamá, a fines de los años 40, propuso tanto a José D.
Moscote como a Carlos Gasteazoro dedicarla al trabajo de Terán, pero ambos se opusieron
tajantemente.
162
Arguyen una falacia quienes critican el reciente libro de Ovidio Díaz, diciendo que es una
repetición de los “viejos” argumentos de Terán porque, aunque así fuera, bien vale la pena dar a
conocer a las presentes generaciones el aporte de ese insigne panameño, cuyo libro ha
permanecido por tantos años oculto a los ojos del país. También se ha pretendido denigrar la
fuente documental de Terán, el voluminoso The Story of Panama, investigación minuciosa del
Congreso norteamericano sobre estos hechos.
La lógica argumental contra estos documentos es que son producto de los “odios” políticos del
periodista Joseph Pulitzer hacia Teodoro Roosevelt. Cuando en realidad estos documentos
pertenecen a una investigación independiente del Congreso, en el que se aportan testimonios del
propio Cromwell y otros implicados, incluidos próceres panameños, que Terán cita para
confirmar sus afirmaciones. Paralelamente se había producido un juicio por calumnia de
Roosevelt contra Pulitzer, y muchas de las pruebas recabadas por los periodistas investigativos
de éste, Harding y Hall, constituyeron evidencias de que hubo un negociado con las acciones de
la Compañía Nueva del Canal. La Corte norteamericana exoneró a Pulitzer, alegando la libertad
de prensa, para no tener que pronunciarse frente a las evidencias.
El hecho de que Oscar Terán estuviera en el centro de los acontecimientos de Noviembre de
1903 agrega importancia a su testimonio. Que estuviera políticamente vinculado a los sectores
conservadores, al que pertenecían la mayoría de los próceres, así como económica y
familiarmente emparentado con Tomás Arias, revela que estas denuncias no son obra de
“comunistas” prejuiciados contra la oligarquía panameña y el imperialismo yanqui. Lo mismo
podríamos decir de otro insigne panameño que se opuso a la separación y al tratado, el senador
Juan B. Pérez y Soto, al igual que Terán, sistemáticamente olvidado.
Cien años después el pueblo panameño está sufientemente maduro para conocer toda la verdad
del 3 de Noviembre. Es hora de que no se nos siga engañando con “niños traídos por cigueñas”,
ni con “pajaritas preñadas”. Rescatemos el aporte de Oscar Terán.
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CON ARDIENTES FULGORES
Por Olmedo Beluche
Mi primer contacto con la novela Con ardientes fulgores de gloria, del consagrado novelista
panameño Jorge Thomas, fue un comentario escuchado a Susy, mi cuñada, durante una visita a
Chitré. “La novela está buena, y si es verdad todo lo que dice…”, dándome a entender que había
descubierto en ella algunas cosas sobre la Separación de Panamá de Colombia que no le habían
enseñado en la escuela. Esto me produjo una impresión positiva, y la convicción de que leerla era
una obligación a asumir cuanto antes.
Sin embargo, pese a que ya me encontraba trabajando en lo que sería mi libro La verdadera
historia de la Separación de 1903, dejé la novela de lado con el prejuicio de que debía priorizar
la lectura de verdaderos historiadores y no una obra de ficción. A ello contribuyó el preconcepto
de que un abogado de bufete empresarial, como J. Thomas- J. D. Morgan, seguramente habría
hecho una apología de los próceres. Lo que sentí confirmado con los ataques injustos de Morgan
contra el libro de Ovidio Díaz Espino.
La siguiente ocasión que me vi confrontado con esta novela fue durante la feria del libro del
2003 cuando, en medio del debate sobre el Centenario, Morgan me preguntó si había leído su
novela, y demostró en su disertación haber estudiado el mío. Tuve que confesarle con verguenza
que no y, acabada la conferencia, tuvo la amabilidad de obsequiarme un ejemplar.
Un par de meses después, en otra mesa redonda, volví a recibir la misma pregunta, pero esta vez
pude mascullar que había empezado, pero no terminado. Frente a una mirada de reproche de
Morgan le comenté, intentando quedar bien, que la estaba estudiando como un libro de historia, y
que mi primera impresión era que trataba injustamente a Juan B. Pérez y Soto. La respuesta fue
un reto, “cuando la termines llámame, para intercambiar algunos datos”.
Hoy, ya puedo decirle sin sonrojo a Thomas-Morgan: acabé. No voy a comentar la calidad
literaria de la novela, no soy experto en estos menesteres. Pero la obra posee lo que creo que es la
regla básica de cualquier creación literaria, el gancho para mantener la atención del lector desde
su primera página hasta la última. Leerla fue un disfrute, otra requisito característico de un buen
libro.
Al margen de la construcción literaria, como novela histórica que es, ésta puede y debe ser
analizada en cuanto a su apego a los hechos, y al análisis que a través de sus personajes se hace
del acontecimiento. En este sentido quiero aportar algunos comentarios, empezando por señalar
164
mi admiración porque Jorge Thomas ha realizado un estudio exhaustivo, con un rigor pocas
veces alcanzado por los autores nacionales, a veces demasiado apurados en publicar.
A medida que devoraba sus páginas, pude comprobar con entusiasmo que Thomas no sólo
citaba los mismos materiales y documentos que yo había encontrado en otras fuentes, sino que la
obra ratifica muchos de los hechos no reconocidos por la “leyenda dorada” tan caraterística de la
historia oficial panameña. Leerla causó en mí la misma impresión positiva que tuve cuando, de
adolescente, me familiaricé con la vida del cholo-mártir Victoriano Lorenzo, a través de Los
desertores de Ramón H. Jurado. Por ello, entusiastamente recomiendo su lectura, junto a tantos
trabajos nuevos que han visto la luz en este Centenario.
El rigor histórico de la novela es fácilmente verificable a través de los documentos,
citados en cursiva y entrecomillados. La parte de ficción, donde aparecen las opiniones del autor
por boca de los personajes o en “off”, es donde tengo la mayor parte de mi divergencias. Creo
que el balance general es que, como historia, Con ardientes fulgores de gloria se aleja de la
“leyenda dorada” y se acerca más a lo que Carlos Gasteazoro denominó “versión ecléctica”.
La novela pone al desnudo lo fundamental: la voracidad imperialista norteamericana a
través de Roosevelt, Hay, Cromwell, y los intereses crematísticos de Bunau Varilla. Creo que sin
proponérselo, el autor también muestra en diversos puntos la faceta oscura de los “próceres”. Por
ejemplo, cuando en un diálogo Obaldía dice a Amador (p.355) que la mayoría de los conjurados
no iniciará el movimiento separatista hasta que se hagan presentes los acorazados yanquis en el
Istmo. Luego, cuando narra el encuentro entre Tomás Arias y el general Reyes, hace el recuento
de los 10 buques de la armada enviados para “apoyar” la “independencia”, prueba irrefutable de
que una invasión extranjera se ha producido.
También constituye una confesión de parte el discurso Amador Guerrero ante las tropas
de Huertas (p. 431) quien, recordando la presencia de los cruceros termina gritando: “Viva la
nueva República! Viva el presidente Roosevelt! Viva el Gobierno de los Estados Unidos!”
Además de una narración fiel de los principales hechos como ocurieron en Panamá, describe con
bastante acierto la sicología y la lógica política en que se movieron los políticos colombianos,
empezando por el Presidente Marroquín, su hijo Lorenzo, y sus opositores conservadores y
liberales.
La novela discurre en dos planos temporales que se superponen, lo sucedido en 1903, con
sus personajes actuando en Panamá, Bogotá, Nueva York y Washington; y un momento
posterior, en la década del treinta, en París, donde los actores centrales son el periodista Henry
165
Hall y Philippe Bunau Varilla. A este segundo momento le corresponde un balance histórico de
los sucesos, y creo que es donde Thomas se aleja más de la realidad para mantenerse en la
ficción. Según esta versión, Hall no sólo habría fracasado en probar el negociado con las
acciones de la Compañía Nueva del Canal, sino que terminaría admirando al hombre que
pretendía denigrar, Bunau Varilla. Creo que el libro de Ovidio Díaz, El país creado por Wall
Street, ha aportado suficiente evidencia que cuestiona las conclusiones de Thomas al respecto.
Otra víctima injusta de la novela es Juan B. Pérez y Soto, uno de los senadores de Panamá
ante el Congreso colombiano, y el que aporta los mejores argumentos para rechazar el Tratado
Herrán-Hay, el cual es sistemáticamente adjetivado negativamente, presentándolo como un
cabeza caliente y medio alocado. Personalmente he leído el discurso de Pérez y Soto rechanzando
el tratado, y la impresión que me ha causado es la opuesta: era un orador brillante y un sesudo
político. En este sentido, parece que Thomas continúa la tradición panameña de menoscabar la
imagen de los panameños que se opusieron a la separación, a los que podemos agregar a Oscar
Terán y Belisario Porras.
En términos generales, el problema central que se puede imputar a la novela es que se
mantiene en el error usual de la historiografía panameña, aceptando acríticamente la versión de
los próceres, en especial de Arango (Datos para la historia), al presentar los sucesos como la
convergencia “casual” de dos factores separados: la decisión norteamericana de apoderarse por la
fuerza del Istmo para hacer el canal, y la de los conjurados panameños que, de manera
independiente, habrían decidido y hecho la separación de Panamá.
Para lograrlo, Con ardientes fulgores de gloria, y otros libros panameños, sacan de la
escena a William N. Cromwell, cerebro real de toda la trama. De manera que pareciera que la
idea de proclamar la separación es de José A. Arango. Supuestamente a Amador Guerrero le
cuesta convencer al gobierno de Roosevelt que apoye esta idea, y que el encuentro de éste con
Bunau Varilla es una feliz casualidad auspiciada por el banquero J. Lindo.
Pero la novela, y la versión de Arango, al describir la participación activa y decisiva de
personajes como Beers, Shaler y Precott, todos funcionarios norteamericanos de la Compañía del
Ferrocarril de Panamá, así como sus empleados panameños, los mismísimos Arango y Amador,
son prueba irrefutable del papel protagónico de esta transnacional, cuyo jefe máximo en Nueva
York no era otro que el abogado William N. Cromwell, a su vez, contratado por la Compañía
Nueva del Canal, y por su intermedio, socio de Bunau Varilla.
166
Hay que ser muy ingenuo para creer que todos estos subalternos pueden
comprometerse tanto sin la autorización y dirección de su superior. También se pretende
limpiar la imagen de Amador, Boyd y Arosemena, al mostrarlos disgustados con Bunau
Varilla y el contenido del tratado. Sin embargo, una carta de Amador a su familia,
publicada por el suplemento Epocas, en febrero de 2003, muestra al prócer muy
complaciente con los sucedido.
Por encima de estos señalamientos, y otros que no es el caso resaltar, repito, creo que Con
ardientes fulgores de gloria es un aporte que en líneas generales mantiene un apego a la verdad
histórica. Esta novela, al igual que libros como el de Díaz Espino, Ricord, los ensayos de
Castillero, el mío propio, y el de tantos otros que han aparecido recientemente, muestra que este
Centenario no ha sido en vano, pese a la indiferencia de las autoridades. Corresponde al
MINEDUC y a los hacedores de textos recogerlos para dar a nuestra juventud una verdadera
historia dejando de lado la “leyenda dorada”.
Comparto las palabras de Jorge Thomas que, en la dedicatoria que me hizo de su libro,
afirma: “convencido que del debate y la controversia surge la aproximación a la verdad”.
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¿WALL STREET CREO A PANAMA?
Por Olmedo Beluche
Uno de las mejores aportes culturales acaecidos durante la conmemoración del Centenario de la
República de Panamá, fue la publicación del magnífico libro de Ovidio Díaz Espino, “El país
creado por Wall Street”, conocido en inglés como “How Wall Street created a nation”. Pese al
tiempo transcurrido, conozco muchos intelectuales que aún se niegan a leerlo, alegando que su
título es un insulto para el país y que “cómo se le ocurre a Ovidio que la Bolsa de Nueva York
puede crear una nación”.
Para ponernos de acuerdo, debemos empezar por preguntarnos qué entendemos por el concepto
“nación”. Desde el siglo XIX, filósofos como Humbolt y Schiller, distinguen dos acepciones del
vocablo: la “nación-cultura”, como la fragmentada Alemania de entonces, y la “nación-estado”,
de la cual Francia sería el modelo. Para referirnos a la “nación-cultura” se suelen usar sinónimos
como nacionalidad, pueblo o cultura a secas. Para referirnos a la “naciónestado” se usan
sinónimos como país o estado.
Es decir, a veces entendemos por nación, a una comunidad cultural, unida por tradiciones,
costumbres, religión, gustos y, fundamentalmente, por el idioma. Este tipo de naciones
“culturales” puede haber constituido una entidad política independiente, o sea un estado o no. Por
ejemplo, Rusia es sin duda una nación culturalmente y además posee un estado propio, con todos
sus atributos (gobierno, leyes, soberanía, etc.). Pero también existen naciones culturales sin
estado, como los gitanos, los kurdos o las etnias indígenas de América.
A veces se entiende por naciones a los estados organizados con personalidad política propia.
Algunos estados tienen una unidad cultural monolítica; otros están constituidos por múltiples
culturas, entre las que suele predominar una, lo cual se torna en causa de conflictos. Por
ejemplo, España es un estado, culturalmente hegemonizado por los castellanos en relación no
siempre armónica con culturas como los vascos o catalanes. También existen naciones culturales
diseminadas en múltiples estados como los árabes o judíos.
Entendido el concepto como “nación-cultura”, tendrían razón los críticos de Díaz Espino, en el
sentido de que Wall Street nos haya creado. Pero si entendemos nación como sinónimos país, que
es como Ovidio lo utiliza, esa idea no es nada descabellada. Los intereses y económicos políticos
168
de las grandes potencias trazaron el mapa del mundo, sin que la opinión de sus pueblos contara
para nada. Esto explica la mayoría de los conflictos que azotan al mundo.
En América Latina no escapamos a estos designios imperiales (“divide y vencerás”) que dieron
al traste con el sueño bolivariano de una nación estado continental que uniera a la nación cultura
hispanoamericana, de la cual panameños, colombianos, etc, somos un fragmento.
Veamos lo dicho por el general norteamericano Smedley Butler (1888-1940): “...Pasé 34 años y
cuatro meses en el servicio militar activo...Y durante ese período pasé la mayor parte del tiempo
siendo un “hombre de músculos” de alta clase para los Grandes Negocios, para Wall Street y
para los banqueros... Ayudé a crear Honduras “correcta” para las empresas americanas de frutas
en 1903. Ayudé a hacer México, especialmente Tampico, seguro para los intereses petrolíferos
americanos en 1914. Ayudé a hacer de Haití y Cuba un lugar decente para que los muchachos del
National City Bank recogieran sus ganancias. Ayudé en el estupro de media docena de repúblicas
de América Central para beneficio de Wall Street”.
Por ello, no debe constituir una afrenta reconocer la verdad de los intereses imperialistas de
Estados Unidos en la separación panameña de Colombia en 1903. Intereses que no se limitaban
al anhelo norteamericano por el canal; de los que se benefició William N. Cromwell y su
camarilla, con el negociado de las acciones del canal francés, como prueba el libro de Ovidio.
Panamá, 8 de agosto de 2005.
Hola. Como aficionado a la historia panameña, soy un asiduo lector de su página semanal.
Quisiera aportar a la reflexión sobre la famosa batalla del Puente de Calidonia, ocurrida el 24 de
julio de 1900, en la que fueron aniquiladas las fuerzas liberales a las puertas de la ciudad de
Panamá. Cabe preguntarse: ¿Por qué, después de los contundentes éxitos de las tropas liberales
en el interior, el general Emiliano Herrera se lanzó a un ataque suicida, enviando a sus tropas a
través del puente desguarnecido frente a los parapetos de ametralladoras de los conservadores,
ubicadas en las proximidades de lo que hoy es la Plaza 5 de Mayo?
La respuesta la encuentro en el papel activo que tuvieron los cónsules de las potencias
representadas en Panamá: Francia, Inglaterra y muy especialemente el de Estados Unidos. Según
169
se desprende del libro “El Panamá Colombiano”, de Araúz y Pizzurno, estos cónsules exigieron
tanto a conservadores como liberales que no fueran afectados por el combate, ni la ciudad, ni el
ferrocarril. Por supuesto, la amenaza subyacente era la intervención militar extranjera contra
quien pusiera en peligro esos intereses extranjeros, apelando a la manera como EEUU entendía el
Tratado Mallarino-Bidlack.
El 21 de julio forzaron al general Albán, conservador, a presentar batalla en Corozal,
donde fue derrotado por Herrera. Teniendo que retirarse el primero a la ciudad de Panamá donde
montó sus barricadas. Con la complicidad de la Compañía del Ferrocarril, y de su gerente, el
coronel Shaller, que jugaría un papel central en la Separación de 1903, se trasladan tropas
conservadores desde Colón para reforzar a Albán. La Compañía y el cónsul norteamericano, lejos
de ser neutrales como pretendían, jugaron un papel activo apoyando a los conservadores.
Todavía, previo al asalto liberal de la ciudad, el cónsul norteamericano se reunió en Perrys Hill
(Perejil) con Emiliano Herrera, reiterándole la exigencia de no afectar la ciudad.
A mi juicio son estas presiones del cónsul norteamericano las que llevan a Herrera a
presentar el nefasto esquema de ataque, que en pocas horas aniquiló a las huestes liberales (200
bajas entre muertos y heridos). Esta me parece es la razón por la que, en 1901-1902, cuando las
tropas liberales se recuperaron, gracias al papel de Victoriano Lorenzo, tampoco intentaron nunca
tomar la ciudad de Panamá, pese a su dominio completo de todo el interior.
El problema para la cabal comprensión de este acontecimiento es que la historia oficial
panameña deja por fuera el papel jugado por las potencias imperialistas y reduce toda la
explicación a una simplista contradicción entre “panameños’ y “colombianos”. No hay duda de
que hubo una lucha por el mando liberal entre Belisario Porrras y Emiliano, y posteriormente,
Benjamín Herrera. Pero en este caso el factor determinante es la intervención norteamericana en
toda la Guerra de los Mil Días.
Gracias,
Prof. Olmedo Beluche.
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EL DEBATE DEL CENTENARIO
Por Olmedo Beluche
1. “No hubo intervención norteamericana”. Si uno lee los libros de texto utilizados en
nuestras escuelas, no encuentra niguna participación norteamericana en el acontecimiento. La
versión de J. B. Sosa y E. Arce (Compendio de Historia de Panamá), primera historia oficial,
salvo una rápida mención del Sr. Shaler (“amigo de la separación”) en Colón, y del acorazado
171
Nashville que “hizo desembarcar una fuerza… para proteger la salida del tren … y los intereses y
vidas de los extranjeros de aquella localidad”, pareciera que Estados Unidos no tuvo mucho que
ver con la separación de Panamá de Colombia del 3 de Noviembre de 1903.
Lo mismo puede decirse de Datos para la Historia de José A. Arango, fuente privilegiada de lo
que se ha llamado “leyenda dorada”, para el cual los norteamericanos sólo juegan un papel
secundario, de apoyo al movimiento. Sin embargo, Arango deja entrever la participación activa
de algunos personajes como Beers, Shaler, Prescott y un “caballero” que no nombra en Nueva
York (William N. Cromwell).
Basta un poco de curiosidad para indagar quiénes eran estos señores y la “leyenda dorada” se
viene al piso, quedando al descubierto el nexo de intereses imperialistas que los unía a la
Compañía del Ferrocarril de Panamá, a la Compañía Nueva del Canal (francesa) y a lo que se
jugaban en el Tratado Herrán-Hay. Todos ellos, incluyendo J. A. Arango y Manuel Amador
Guerrero, laboraban para Compañía del Ferrocarril y tenían como su jefe y cerebro de la
conspiración a William N. Cromwell.
La leyenda dorada también “olvida” mencionar que Teodoro Roosevelt ordenó el arribo a
Panamá, en noviembre de 1903, de hasta diez acorazados para asegurar la separación: Nashville,
Dixie, Atlanta, Maine, Mayflower, Praire, Boston, Marblehead, Concord y Wyoming. Ver la obra
de McCullough (El cruce entre dos mares) o la novela de Jorge Thomas (Con ardientes fulgores
de gloria).
172
según el cual, a él se le ocurre la idea en mayo de 1903 y manda primero al “noble Capitán
Beers” y luego a Amador a Estados Unidos a buscar apoyo.
Pero los hechos contradicen a Arango, porque el Sr. Beers llega a Estados Unidos a
comienzos de junio, pero ya el 13 de ese mes, Cromwell ha hecho publicar, por medio del
periodista Roger Farham, un artículo en un diario neoyorkino, en el cual se vaticina la separación
de Panamá con lujo de detalles, si el tratado es rechazado por el Congreso colombiano. Ricord,
que cita el artículo con profusión, pasa por alto el párrafo en el que se dice que, a esa fecha, ya
Roosevelt ha estudiado el plan y lo ha discutido con su gabinete y con muchos senadores. Nadie
puede creer que Beers haya logrado tanto en un par de días.
La misma secuencia cronológica de los hechos constituye una evidencia de que la idea de
la separación proviene de Estados Unidos y no de Panamá, y ésta sólo pasa de simple amenaza a
conspiración concreta ante el rechazo del Tratado Herrán Hay por parte de la opinión pública
colombo-panameña, mediados de 1903. Previamente no existía ningún movimiento o
conspiración separatista, ni de parte de los liberales, que eran la oposición (ver La venta del
Istmo de Belisario Porras) ni mucho menos de los conservadores como Arango o Amador
Guerrero, que tenían íntimos lazos con el gobierno de Bogotá.
La trama de la separación sale de las entrañas de la Compañía del Ferrocarril de Panamá,
dirigida por Cromwell desde Nueva York y administrada en Panamá por Beers, Shaler, Prescott,
cuyos empleados panameños eran Arango y Amador. Como ya se ha dicho, Beers viaja a Nueva
York llamado por Cromwell a fines de mayo (inicios de junio, según Ricord) cuando ya se ve
peligrar la aprobación del tratado por Colombia. El 13 de junio aparece el artículo de Roger
Farham preconizando al separación, si el tratado es rechazado (subrayamos). El 28 de julio se
produce la reunión, en la finca de Las Sabanas, de los hermanos Arias, entre los conspiradores
panameños y funcionarios norteamericanos encabezados por el cónsul H. Grudger, pero todavía
no se lanza el movimiento separatista, porque hay posibilidades de que el Senado colombiano
ratifique el tratado.
El 12 de agosto el Senado de Colombia aprueba la resolución que deja en suspenso (hasta
1904) la aprobación del Tratado Herrán Hay, y Manuel Amador Guerrero sale para Estados
Unidos el 26 de agosto, no antes (¿Casualidad?), llegando a Nueva York el 1 de septiembre. Pero
el gobierno norteamericano aún guarda esperanzas de que el gobierno y el Senado de Colombia
puedan cambiar de opinión, así que se entretiene a Amador en Nueva York hasta bien entrado
octubre.
173
Lo que decidió la separación fue que el Senado de Colombia clausuró sus sesiones el 31
de octubre sin ratificar el Tratado Herrán-Hay. Entonces es cuando Estados Unidos pone en
ejecución el “plan b”, es decir, la separación. Amador es embarcado desde Nueva York con sus
instrucciones (dadas por Bunau Varilla) el 20 de octubre y llega a Panamá el 27. Ese mismo día
se produce la reunión de los conspiradores panameños en casa de Federico Boyd.
La magra decena de conspiradores panameños reciben a Amador llenos de dudas, y sólo
aprueban el plan traído por éste, ante la promesa de que el gobierno norteamericano enviaría
tropas y buques, como reconoció el propio Tomás Arias posteriormente (ver la obra de Oscar
Terán y las indagatorias publicadas por The Story of Panama). Entre las cosas que les hacen
dudar, está la fecha del 3 ó 4 de noviembre (una semana!) para la separación.
Lógicamente, un movimiento de tal envergadura montado en tan poco tiempo y con tan
pocos conspiradores panameños sólo puede tener éxito si se cuenta con las cañoneras
norteamericanas, las cuales ya habían recibido órdenes de Roosevelt de trasladarse a Panamá
(Terán transcribe las órdenes de movilización dadas por Roosevelt). La seguridad de la
intervención armada de Estados Unidos es la garantía exigida por Tomás Arias, en la reunión del
27 de octubre, para sumarse al complot, tal y como él mismo admite. Garantía que es confirmada
por Amador y por los hechos. Es cuando Amador envía el famoso cablegrama que dice: “Urge
vapor Colón”.
Los momentos decisivos de la separación tienen como protagonistas a los
norteamericanos, y no al pueblo panameño: el jefe de la Compañía del Ferrocarril en Colón,
Shaler, es quien convence a los oficiales colombianos al mando de Tovar, llegados la madrugada
del 3 de noviembre, de tomar el tren a Panamá sin sus tropas; son las tropas del acorazado
Nashville las que impiden a los soldados colombianos tomar el tren a Panamá los días 4 y 5,
cuando se enteran que sus oficiales han sido arrestados por Esteban Huertas; y es el arribo del
acorazado Dixie (con 500 soldados), más un soborno de US$ 8,000.00, el que decide al coronel
Torres embarcarse para Cartagena sin resistir; en reconocimiento de la actuación norteamericana
el prócer Meléndez cede a Shaler el honor de izar la primera bandera panameña en Colón, el día
6, el cual a su vez lo cede a un oficial de inteligencia que dirigió las operaciones, de nombre
Murray Black.
Se evidencia que no hubo en ningún momento una iniciativa separatista de origen
panameño, ni mucho menos una actuación independiente de los “próceres”. La idea y su
ejecución están condicionadas por los intereses del gobierno norteamericano en función de la
174
ratificación o no del Tratado Herrán Hay por parte de Colombia. Por falta de espacio no vamos a
citar los múltiples despachos, comunicados y advertencias oficiales y extraoficiales del gobierno
de Roosevelt que constituyen evidencia clara. Para quien se interese recomendamos leer la obra
de D. McCullough (El cruce entre dos mares), de M. Duval (De Cádiz a Catay) y del panameño
Oscar Terán (Del Tratado Herrán-Hay al Tratado Hay-Bunau Varilla...).
175
hice bajo la dirección del Dr. Amador quien me instruyó sobre lo que debía pagarle a cada uno,
según lista o nómina que había confeccionado de todos ellos...” (P. 250).
Si esto no basta, leáse las Memorias de Esteban Huertas donde acusa a Manuel Amador
Guerrero de intentar sobornarlo repetidamente. Por supuesto, Huertas dice haber rechazado el
soborno y quw actuó guiado por motivos personales (temía ser fusilado por Tovar, dice).
Mediante Ley 60 de 1904 a Huertas se le concedieron 50,000 dólares pero, señala Terán, al no
ser incluídos éstos en el presupuesto, ni en la liquidación del mismo la suma respectiva,
constituye evidencia, según Terán, que el dinero salió del millón de dólares que dispuso J.P.
Morgan para sobornos (“fondo de los reptiles”).
Este millón de dólares salió de los 10 millones que correspondían a Panamá, de acuerdo al
Tratado Hay-Bunau Varilla, y fue manejado así: 643,000 fueron retenidos por el banco J.P.
Morgan con la excusa de cubrir gastos en que incurrieron, los 50 mil de Huertas, 200,000
enviados a Panamá (la mitad puestos por Bunau Varilla y la otra por Cromwell, durante los
primeros días de noviembre) y 160,000 cuyo destino se desconoce.
4. “No hay evidencias de un negociado con las acciones del Canal francés”. Tanto
Julio Linares, como el historiador Fernando Aparicio (En defensa del 3 de Noviembre) se
empeñan en negar que hubo un negociado dirigido por Cromwell y un grupo de norteamericanos
que compraron en secreto gran parte de las acciones de la Compañía Nueva del Canal,
invirtiendo 3.5 millones de dólares, y obteniendo 40 millones de su gobierno gracias al Tratado
Hay-Bunau Varilla. Según ellos, carecen de crédito las evidencias presentadas en 1912-13 ante el
Congreso norteamericano (compiladas en The Story of Panama) por estar basadas en los intentos
difamatorios del periodista Henry Hall, y en el alegato del propio Cromwell ante una corte
francesa para cobrar sus honorarios por los servicios prestados a la Cía. Nueva del Canal.
El problema que tienen Linares y Aparicio es que, como se puede ver en el libro de
Ovidio Díaz (copias fotostáticas), es que no estamos sólo ante la palabra de Hall, sino que existe
evidencia documental de puño y letra de Cromwell, tanto del Memorándum de Entendimiento
entre los especuladores de Wall Street (firmado el 25 de mayo de 1900), como un Estado de
Cuentas presentado por Isaac Seligman.
Además constituye una evidencia circunstancial la propia secuencia de los hechos: el
papel protagónico de Cromwell, la Compañía del Ferrocarril y sus empleados; así como el
apuro ilógico de Teodoro Roosevelt de pagar 40 millones a la empresa “francesa” que se
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hubiera ahorrado de esperar uno meses a que vencieran sus derechos, como sugirió el
Congreso colombiano; así como la obstinación de la “Compañía Nueva del Canal” en no
pagar a Colombia ni un centavo de compensación como establecía el Acuerdo Salgar-Wyse.
El apuro de Roosevelt es “ilógico” porque la última propuesta del gobierno
colombiano era mutuamente ventajosa: esperar a que venciera el contrato de la Compañía
Nueva del Canal (francesa) en 1904, para que no tuvieran que pagarle los 40 millones que
pedía; a cambio de que Colombia recibiera 25 millones de dólares, en vez de los 10 millones
establecidos en el Tratado Herrán-Hay. Estados Unidos se ahorraba 25 millones de dólares.
¿Por qué Roosevelt actuó como lo hizo? Según Ovidio Díaz, porque un cuñado suyo, el
hermano de su ministro de guerra (Taft) y otros personajes de su gobierno participaban del
negociado de las acciones de la Compañía Nueva del Canal
5. “Cromwell no intervino porque dejó plantado a Amador”. Este es otro mito sobre
el que se han gastado muchas páginas. Los hechos: junto a Amador viajó José G. Duque quien, a
través de La Estrella de Panamá fue el mayor defensor del Tratado Herrán-Hay. Duque fue
atendido primero por Cromwell, el cual le consiguió una cita inmediata con el Secretario de
Estado, John Hay; pero, tan pronto Duque salió de la reunión fue a visitar a su amigo Tomás
Herrán, embajador colombiano, y le contó la trama separatista y la presencia de Amador en
Nueva York. ¿Por qué lo hizo? Tal vez como un doble juego, por si algo fallaba.
La visita de Duque a Herrán motivó que este último dirigiera una fuerte carta a Cromwell
advirtiéndole que los intereses que representaba en Panamá estaban en peligro si se involucraba
en promover la separación. Ello motivó al abogado a distanciarse de Amador, e hizo llamar a su
socio Bunau Varilla para tratar con el panameño. Aparentemente no se molestó en explicárselo,
de ahí el cablegrama enviado por Amador a Panamá con la expresión “disappointed”
(decepcionado).
Pero en realidad, Cromwell cablegrafió de inmedito a su socio Bunau Varilla para que
tratara con Amador, labor que no podía asumir directamente sino a riesgo de poner en peligro sus
intereses. Bunau Varilla inmeditamente se trasladó a Nueva York desde París, donde se
encontraba, llegando el día 22 de septiembre. Aunque la excusa esgrimida por Bunau Varilla para
este viaje es la supuesta enfermedad de su hijo, que estaba vacacionando en Estados Unidos, él
mismo cuenta que lo primero que hizo, tan pronto bajó del barco, fue visitar a Amador a su hotel,
y no ir a ver a su hijo “enfermo”. Que Cromwell siguió moviendo los hilos de las marionetas
177
detrás del escenario queda probado por la participación activa de los directivos de la Cía del
Ferrocarril en los hechos (Beers, Shaler, Prescott).
6.“Todas las independencias han recibido apoyo extranjero”. Sí, pero hay
independencias e “independencias”. Una cosa es cuando una nación en proceso de conformación
forja soberanamente una política de alianzas internacionales para respaldarse, como Washington
con Francia o Bolívar con Inglaterra. Otra muy distinta es cuando una potencia desgaja un
pedazo de la nación que desea debilitar en función de sus intereses propios. Por ejemplo, se sabe
que Martí luchó por la independencia de Cuba, pero fue derrotado, y que la Guerra de 1898
contra España por parte de EEUU no era en apoyo de la emancipación cubana o puertorriqueña,
sino para arrebatarle las islas al decadente imperio español poniéndolas bajo su dominación.
El mapa del mundo del siglo XX es incomprensible si no se parte del criterio de que
muchos países y fronteras nacionales fueron moldeados por las potencias capitalistas a su
criterio, no atendiendo a razones nacionales o históricas de los pueblos. Si no se entiende esto, no
se explican las guerras nacionales que siguen asolando al mundo: Yugoslavia, Ruanda, Palestina,
etc. Muchos países fueron creados artificialmente por motivos geopolíticos: Taiwán frente a
China; el fracaso del Congreso Anficitiónico de 1826 por mano norteamericana; el
fraccionamiento de Centromérica en cinco pequeñas repúblicas bananeras. La separación de
Panamá de Colombia se produce en este escenario. En la obra de Terán se prueba cómo las
resoluciones de la Junta Provisional emanaban primero de Bunau Varilla.
178
hispanoamérica o de los árabes tenemos una nación-cultura escindida en muchos
estadosnacionales por circunstancias históricas muy concretas.
El historiador F. Aparicio tiene este problema pues, además de deformar nuestro
planteamiento, termina señalando que Nueva Granada o Colombia fracasó como nación porque
fracasaron sus regímenes políticos, el liberal radical (1863-85) y el de la Regeneración
(18851903).
Si entendemos por nación una comunidad cultural que se identifica con un pasado común,
la lengua, la religión, etc., hasta el siglo XIX fuimos parte de la nación hispana, y hasta el siglo
XX hicimos parte de la nación colombiana, que sería una fracción de la nación cultural
hispanoamericana. En este sentido, constituían y aún es así, naciones diferentes las culturas
indígenas no asimiladas por la cultura española. La ruptura definitiva de Hispanoamérica no
quedó completamente planteada hasta que el liberalismo español se negó, en las Cortes de Cádiz,
a una reforma política que diera plena igualdad a los nacidos allende el mar. Cada una de las
repúblicas hispanoamericanas son fragmentos de una gran nación que no llegó a constituirse por
la intervención de ingleses y norteamericanos, y el egoísmo de las oligarquías regionales.
La lectura cuidadosa de libros como El Panamá colombiano, de Araúz y Pizzurno, o el de
Alfredo Figueroa N. (Dominio y sociedad en el Panamá colombiano) evidencia que, nunca hubo
una vocación firmemente separatista entre las clases dominantes del Istmo y que, cuando
acariciaron la idea, ésta no tuvo por objetivo la creación de un estado independiente, sino la
sujeción o anexión al dominio inglés o norteamericano (hanseatismo), a lo que se opuso el
arrabal de Santa Ana y sus líderes liberales (por ejemplo en la crisis de 1830-1831).
Un mito usual entre nuestros historiadores e ideólogos es calificar a Justo Arosemena
como “padre de la nación panameña”, y a su famosos libro “El Estado Federal de Panamá” como
sustento de la separación. Nada más falso, pues en ese libro, Arosemena dice claramente que se
opone a la separación y, cuando habla de “nación” o “nacionalidad” se refiere a Colombia.
Los llamados intentos separatistas de Panamá de Colombia a lo largo del siglo XIX
ameritan un estudio particular, porque nuestros historiadores han descontextualizado los hechos,
después de 1903, para ponerlos como supuestos prolegómenos del 3 de Noviembre. El error
metodológico subyacente parte por analizar las “actas separatistas” del siglo XIX sin visualizar lo
que pasaba en el conjunto del estado neogranadino o colombiano en ese momento.
Por ejemplo, el historiador Rommel Escarreola (“Consideraciones históricas sobre los
acontecimientos del 3 de noviembre de 1903”) sustenta su interpretación de la separación sobre la
179
base una aspiración persistente de los comerciantes panameños por “recuperar el espacio
económio perdido” de la que los “intentos separatistas” (1830, 1831, 1840, 1861 y 1885) serían
la expresión de este proyecto nacional.
En realidad, la mayoría de las llamadas “actas separatistas” no expresaban otra cosa que
conflictos políticos entre liberales y conservadores, federalistas y centralistas, comerciantes
librecambistas y proteccionistas, y no un conflicto nación oprimida versus nación opresora.
No se trata de negar la existencia de graves contradicciones durante el decimonono
colombiano, sino de esclarecer la verdadera índole de aquellos conflictos. Un análisis de las
circunstancias que les dieron origen muestra que, más que un conflicto “nación panameña” vs
“nación colombiana”, son producto de las contradicciones políticas y sociales que se abatían
sobre el país.
El Acta de 1821. Algunos afirman que el hecho de que Panamá proclamara su independencia de
España en 1821, sin intervención de los ejércitos bolivarianos, ya es una prueba de que
constituíamos una entidad independiente, reafirmado por la adhesión voluntaria al proyecto de la
Gran Colombia.
Quienes así hablan olvidan algunos detalles: 1. Panamá estaba adscrita, desde 1739, al
Virreinato de la Nueva Granada; 2. El Istmo era una región debilitada económica y
demográficamente que no podía sostenerse sola como estado independiente; 3. Que la Villa de
los Santos llamó a los ejércitos de Bolívar a hacerse presentes, y esto obligó a los comerciantes
de Panamá y a José de Fábrega a sumarse a la independencia; 4. Como dijo Belisario Porras
mucho después: “Panamá sólo se alzó, al tener noticias de que los españoles iban de capa caída
por todas partes”.
El Acta de 1826 se la presenta a la ligera como el primer esfuerzo separatista, sin
embargo, no hay en ella nada de eso. Ese año, luego de una larga ausencia, Simón Bolívar
retorna a Bogotá desde Bolivia y Perú con un proyecto de nueva Constitución Política que, entre
otras cosas, le nombra presidente vitalicio. Como Santander y la oligarquía neogranadina se le
oponían, Bolívar pidió respaldo mediante pronunciamientos.
En Panamá, su hombre de confianza, el general Carreño, promovió un acta de apoyo a
Bolívar. Actas similares se hicieron en Guayaquil, Quito y Cuenca. Pero los “notables” del Istmo
ya estaban políticamente más cerca de Santander, así que redactaron una declaración ambigua,
sin tomar partido por Bolívar. En el artículo cuarto, expresaban su deseo de leyes espaciales para
el Istmo, en el sentido de levantar los impuestos aduaneros que afectaban sus negocios. Como la
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misma no satisfizo a Carreño, los militares promovieron poco después otra acta, salida de la
agitación popular del interior y el arrabal, contrapuesta a la primera, que sí apoyaba
incondicionalmente a Bolívar.
El Acta de 1826 no es una proclama independentista, sino política, y expresa la disputa
entre dos partidos: santanderistas y bolivaristas. También los hechos reflejan que en Panamá hay
una incipiente contradicción social, entre el pueblo y los notables (comerciantes). Lo único que
tiene de particularismo local es el librecambismo de los comerciantes istmeños y el
proteccionismo prevaleciente en Bogotá.
El Acta de 20 de septiembre de 1830. Año en que Bolívar, harto del sabotaje de los
santanderistas y enfermo terminal de tuberculosis, renuncia a la Presidencia y marcha al exilio
europeo, al que no pudo llegar. El general panameño José D. Espinar realiza un acto de
insubordinación frente a los que se apoderan del gobierno, y que además le degradan separándolo
de Panamá, donde era jefe militar, ordenándole marchar a Veraguas. El móvil de Espinar era
exigir el retorno de Bolívar al gobierno.
El artículo primero proclama la separación “especialmente del Gobierno de
Bogotá”. El segundo exige: “Panamá desea que su Excelencia el Libertador Simón Bolívar
se encargue del Gobierno Constitucional de la República, como medida indispensable para
volver a la unión de las partes de ella que se han separado bajo pretextos diferentes,
quedando desde luego este Departamento bajo su inmedita protección”. Y el tercero:
“Panamá será reintegrada a la República luego que el Libertador se encargue de la
Administración o desde que la Nación se organice unánimemente de cualquier medio
legal”. El considerando alude a una circular emanada de Bogotá para que “los pueblos
manifiesten sus deseos”.
Nótese que se trata de un conflicto político, continuidad del que dio origen al Acta
de 1826, que además no se proclama una independencia absoluta sino condicionada, y que
al usar el vocablo “nación” lo hace para referirse al conjunto, no a Panamá. Esta proclama
perdió sentido cuando Bolívar contestó a los enviados de Espinar que desistieran, y los
bolivaristas recuperaron el poder a través de Rafael Urdaneta.
Destaquemos también que el considerando recoge el reclamo de los comerciantes
istmeños, no de una separación, sino la queja de que al separarse las provincias del sur
(Ecuador y Perú) se habían afectado las relaciones mercantiles de Panamá, ya que éstas
eran sus mercados naturales, no así las provincias del centro (Bogotá). Este tipo de reclamo
181
mercantil es la tónica real de las clases dominantes en el Istmo, no la construcción de una
nación independiente.
En 1834 se decreta una legislación especial atendiendo a estas reclamaciones
comerciales (ver “El Panamá colombiano”, de Araúz y Pizzurno), a partir de la cual cesan
las quejas de la oligarquía istmeña. En las décadas siguientes, en especial durante la fase
federalista del estado colombiano, pero también bajo el régimen centralista de Núñez
siempre hubo legislaciones específicas para Panamá para asegurar su especificidad
transitista. Por ello, mal puede afirmar Escarreola que estábamos ante pérdida del control
administrativo de Panamá por parte de los comerciantes istmeños “usurpado por el
centralismo colombiano”
El Acta de 1831. Como los notables (comerciantes) del “intramuros” eran hostiles a
Espinar, por motivos políticos (él era bolivarista, ellos santanderistas), sociales (él
expresaba al sector plebeyo del ejército, ellos las élites comerciales), raciales (él era mulato,
ellos blancos), promovieron que el general Juan E. Alzuru se sublevara, arrestara y
deportara a Espinar. Alzuru, apoyado por los comerciantes istmeños, deshace la
“separación” de Espinar el 22 de junio de 1831.
Pero el 9 de julio se proclamó una nueva acta. Las circunstancias: Bolívar acababa
de morir; empieza la disgregación del Estado colombiano, los caudillos regionales se
enfocan en sus intereses locales; en Ecuador el general Flórez proclama su república contra
Urdaneta y deporta a Panamá a una veintena de oficiales venezolanos; éstos animan a
Alzuru a proclamar un acto semejante en Panamá para hacerse con el poder; se inicia un
intento de Confederación entre Venezuela, Nueva Granada y Ecuador.
En los considerando uno y dos nuevamente se arguye el problema de las relaciones
comerciales con Nueva Granada. Pero la proclama no habla de “independencia” sino que
(art. 1) “Panamá se declara territorio de la Confederación Colombiana y tendrá una
administración propia…”. Es decir, se proclama un estado federado, reafirmado por el
artículo tercero que señala que los “tres grandes Estados de Colombia disfrutarán de todas
inmunidades comerciales que se conceden a los istmeños”… (a cambio del mismo trato);
“siendo un pueblo de la familia colombiana” (art. 4); ofrece el territorio para que sea la
“residencia de la Confederación”, capital política (art. 5); y conserva la Constitución, leyes
y símbolos de la república “en prueba de amistad y amor hacia la Nación a que
espontáneamente se unió” (art. 7).
182
Pero Alzuru estaba lejos de representar los intereses de los comerciantes ya que,
como militar, también era bolivarista. Duró poco, y le correspondió nada menos que al
General Tomás Herrera, enviado con 200 soldados desde Bogotá, aplastar al régimen de
Alzuru y fusilarlo el 29 de agosto de 1831.
Mariano Arosemena da cuenta de las contradicciones sociales y que el objetivo de los
comerciantes panameños no era la independencia, al decir que Alzuru se apoyaba en “una
pueblada espantosa” y que (los comerciantes) “neutralizamos el proyecto de absoluta
independencia…”. Destaquemos lo dicho por Alfredo Figueroa N.: “Es significativo el que
la provincia de Veraguas, regida por Fábrega, se haya opuesto a las dos independencias
proclamadas por Espinar y Alzuru”. Veraguas fue el bastión del latifundismo y el
conservatismo en Panamá y, por ende, aliada a esos mismos sectores sociales en el resto de
Colombia.
El Acta de 1840. Es imposible entender el Estado Libre o Soberano del Istmo
(184041), proclamado por Tomás Herrera, sin la perspectiva general de la guerra civil que
asoló a Colombia y se llamó la guerra de “Los Supremos” (caciques político-militares). Al
igual que Herrera en Panamá, proclamaron otros tantos “estados libres”: González en el
Socorro, Reyes Patria en Sogamoso, Carmona en Santa Marta, Troncoso en Mompox y
Gutiérrez de Piñeres en Cartagena.
No estamos ante un acto aislado de los istmeños. Según Humberto Ricord estas
proclamas obedecieron a un comunicado del Poder Ejecutivo que, desde Bogotá,
reconociendo su incapacidad de contener la sublevación, para que “las autoridades
provinciales tomaran todas la medidas que procedieran para salvaguardar la tranquilidad
y el orden público”. Lamaitre dice: “Cada uno se encerraba en su casa, se echaba cerrojo
por dentro, y dejaba que el turbión de la guerra pasara por encima…”
La revuelta empezó como una sublevación conservadora en Pasto contra la
disolución de algunos conventos, pero pronto se volvió en su contrario (liberal) cuando
aparecieron pruebas de que el caudillo José M. Obando había asesinado al general Sucre
por orden de Bogotá. Los caudillos o “supremos” se alzaron exigiendo un régimen federal.
Por ello el Acta del 18 de Noviembre de 1840, redactada por Tomás Herrera considera que,
dada la “disolución” de la república producto de la guerra (art.1); proclama el Estado
Soberano (art.2); condiciona su reintegro a la Nueva Granada bajo un régimen federal
(art.3); y establece el carácter “provisorio” de las nuevas autoridades.
183
Nuevamente Veraguas, dirigida por Carlos Fábrega, se opuso a esta proclama. En
marzo de 1841 se reunió una Convención Constituyente del Istmo que, a instancias de
Herrera, mantuvo la voluntad de adherir a una Nueva Granada federal, rechazando el
centralismo (art. 2). Cuando Pedro Alcántara Herrán controló el poder y Gutiérrez retornó
Cartagena al centralismo, Herrera se vio obligado a negociar.
De esta fase proceden los principales alegatos de Tomás Herrera en torno a las
reclamaciones comerciales del Istmo (“nuestras necesidades son peculiares”), exige
negociaciones para la apertura de un canal, y señala que un Congreso reunido a “300
leguas de distancia, jamás legislará convenientemente para nosotros”. También preocupaba
a Herrera la amnistía dictada por el gobierno, pues no tenía seguridad de que no recibiría
represalias, tal como después sucedió (fue desterrado por tres años).
Le tocó negociar con Rufino Cuervo, y en una carta dirigida a él, en la que insistió
sobre la necesidad de una “administración adecuada” y leyes especiales para el Istmo,
también dijo enfáticamente: “Jamás el Istmo se habría lanzado a romper de hecho una
unión en que entró por su libre albedrío…”. El 31 de diciembre de 1841, Herrera se
reincorporó a la Nueva Granada, de la que llegaría a ser él (Tomás Herrera) vicepresidente
(el presidente fue el chiricano José de Obaldía) y presidente encargado en 1854.
Como se puede apreciar, en realidad estamos ante sistemáticos conflictos: 1.
políticos (santanderistas vs bolivaristas, primero, y luego conservadores vs liberales); 2.
sociales (clases oligárquicas terratenientes y comerciales vs el pueblo y el artesanado
apyodo por profesionales); 3. Adminitrativos (centralistas vs federalistas). Conflictos que,
además, no eran exclusivos de Panamá frente a Bogotá, sino que asolaron a toda la Gran
Colombia primero, y a la Nueva Granada después.
Vamos a obviar, que hemos tratado en anteriores artículos, la fase del Estado
Federal de Panamá, que surgió como un régimen especial en 1855, pero se hizo extensivo a
toda Colombia al año siguiente, y que quedó consignada en las Constituciones de 1858 y
1863. Esta última co-rredactada por Justo Arosemena. A partir de la influencia de la
Revolución de 1848 en Europa, cobraron fuerza en Colombia las ideas liberales
fuertemente asociadas a criterios federalistas y librecambistas, que permitió una
confluencia de intereses entre comerciantes y terratenientes. Bajo este signo político se
organizó Colombia o los Estados Unidos de Colombia hasta que entró en crisis a mediados
184
de la década de 1870, cuando se forjó el régimen centralista de la Regeneración encabezado
por Rafael Núñez.
Lo más importante es que el panameño que encarnó las ideas federalistas, Justo
Arosemena, en su libro El Estado Federal de Panamá, lejos de promover la separación del
Istmo sostiene con toda claridad que el federalismo es la fórmula para impedir su
desgajamiento de Colombia, no por voluntad de los istmeños, sino por la intervención de
potencias extranjeras ansiosas de quedarse con una ruta tan codiciada. Quienes sostienen
que Arosemena abogó por la separación, y lo califican de “padre de la nacionalidad
panameña”, o mienten descaradamente o no han leído su obra.
“En ocasiones anteriores he manifestado mis temores de que el Istmo de Panamá se
pierda para la Nueva Granada si esta no vuelve en sí,..., y asegura su posesión dándole un
buen gobierno inmediato... Grandes y numerosos intereses extranjeros se están
acumulando en su territorio.... Para evitar, por consiguiente, que con pretexto de darse la
seguridad que nosotros le negamos, quisieran adueñarse de un país tan codiciable para
cualquier nación poderosa y mercantil, plateemos en el Istmo de Panamá un gobierno, que
siendo liberal, tenga igualmente la eficacia que le daría el concurso de todos los istemeños, y
el poder anexo a una sólida organización....”. Descartando la idea de la separación dice: “Es
esto más de lo que el Istmo apetece..., mucho más cuando solo quiere tener un gobierno
propio para sus asuntos especiales, sin romper los vínculos de la nacionalidad...” (Justo
Arosemena).
No nos detendremos en los pormenores del Convenio de Colón y la crisis de 1860-62,
la cual muchos interpretan como otro intento secesionista, pero que el debate entre Justo
Arosemena y Gil Colunje (publicado por Ricaurte Soler bajo el título Teoría de la
Nacionalidad) muestra que se trató más de un conflicto político, liberal-conservador.
Guerra civil en la que los liberales panameños y el arrabal de Santa Ana, dirigidos por
Buenaventura Correoso, apoyaron activamente a las tropas enviadas por Tomás C.
Mosquera contra el conservador Santiago de la Guardia.
Tampoco es separatista la sublevación de Colón en 1885 que terminó con el
ahorcamiento del líder liberal colombiano Pedro Prestán. Guerra Civil que sirvió de excusa
a Rafael Núñez (quien vivió muchos años en Panamá y casó en primer matrimonio con una
chiricana, con la cual tuvo dos hijos, y era amigo personal de las más importantes familias
del Istmo, como los Arosemena) para abolir el federalismo con la Constitución de 1886. El
185
centralismo de Núñez fue apoyado por los conservadores panameños. José Terán cita una
resolución emitida por éstos, el 2 de febrero de 1902(!), a raíz de la muerte del general
Albán, en la que se lee: “Sostenedores de las instituciones conservadoras 86…” con la firma
de Tomás Arias, Nicolás Victoria J., Manuel Amador Guerrero, y otros futuros “próceres”.
El problema central en Colombia (bajo todas denominaciones que tuvo en el siglo
XIX) era la inexistencia de una clase capitalista capaz de unificar bajo una perspectiva
común los intereses regionalistas, creando un mercado nacional. La fragmentación en
burguesías comerciales importadores y exportadoras de carácter local, o terratenientes
locales, asociadas y aupadas por intereses extranjeros (ingleses o norteamericanos),
intensificaba estas luchas. A lo que se sumaba el conflicto entre el liberalismo, dispuesto a
una reforma del Estado modernizante, y el latifundio conservador opuesto a renunciar a
sus privilegios.
Cada élite local abogaba por sus intereses, procurando que la máquina del Estado se
inclinara en su favor. Así lo hizo la burguesía panameña igual que la de otras regiones. Lo que no
quiere decir que se animaran a una ruptura definitiva con Colombia. Agreguemos que el arrabal y
el interior, al igual que hoy, no compartía los mismos intereses que dicha burguesía comercial.
En reiteradas ocasiones se le opuso.
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McCullough, Duval, Lemaitre, Gasteazoro y otros, incluidos defensores de la leyenda dorada.
Rebatirnos requiere rebatirlos a ellos, y con documentos.
Que no estamos ante una visión “fundamentalista” o “ideológica” lo prueba que en torno
a estos hechos hay unanimidad entre personas de diversas posiciones políticas y sociales: desde
historiadores como los citados, que no tienen nada de “comunistas”, hasta el conservador Oscar
Terán, el banquero Ovidio Díaz o el trotsquista Olmedo Beluche.
9. “Todos los panameños anhelaban la separación”. Este mito tan repetido sólo
se explica por la ignorancia. Ignorancia que pretende contraponer el “nacionalismo”
panameño contra la “opresión” colombiana, sin concocer que varios de los “próceres” eran
nacidos en otras provincias de Colombia: como Amador Guerrero (cartagenero), Eusebio
A. Morales (Sincelejo), Esteban Huertas, etc..
Algunos haciendo un despliegue imaginativo, sin fundamento documental, aseveran
que el apoyo masivo al liberalismo istmeño en la Guerra de los Mil Días expresaba el
respaldo al separatismo, Todavía nadie ha mostrado alguna proclama liberal en este
sentido. Y por el contrario, como probamos en La verdadera historia…, Belisario Porras sí
escribió contra el Tratado Herrán-Hay y contra la separación de Colombia en mayo de
1903 (La venta del Istmo), y Victoriano Lorenzo ante el pelotón de fusilamiento rogó por la
“unidad de todos los colombianos”, según Jorge Conte Porras. A lo que habría que agregar
de que el mayor detractor del tratado fue un panameño al que la historia oficial ha
olvidado, Juan B. Pérez y Soto.
En favor de que la mayoría de los istmeños no participaban, ni corrieron a apoyar la
separación, cito a un apologista de los próceres, Ismael Ortega (La jornada del 3 de
Noviembre de 1903 y sus antecedentes, 1931): Chiriquí no adhirió hasta el 29 de noviembre,
luego que enviaron un acorazado yanqui; los kunas se opusieron; los bocatoreños fueron
sorprendidos; en Azuero arrestaron al enviado de los separatistas; y en Colón gritaron
improperios a Eliseo Torres por retirarse sin pelear contra los soldados norteamericanos;
en Darién hubo resistencia armada y arrestos.
Oscar Terán hace estimaciones de que, al 6 de noviembre de 1903, en la mitad de las
seis provincias que componían el Departamento de Panamá no había adhesiones al
movimiento separatista. De los sesenta Consejos Municipales, 48 no se habían pronunciado
a esa fecha; de los 381,000 habitantes del Istmo, 265,551 no se habían enterado de los
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sucesos. Más aún, al 30 de noviembre, el 40% de los habitantes permanecían “renuentes y
retrechos” a aceptar la separación.
Según el historiador Carlos A. Mendoza (Radio Libre 22/10/2003), los liberales de
Santa Ana que marcharon a las Bóvedas la tarde del 3 de Noviembre lo hacían bajo la
convicción de que por fin el accederían al poder. Según Terán el “pueblo” eran los
bomberos al mando de J.G. Duque. Como lo reconoció el propio Tomás Arias: “No, unos
días antes enteramos a algunos más (del movimiento separatista). Al principio sólo éramos
siete u ocho y después enteramos a algunos más, pues nos interesaba hacer ver que el
movimiento era popular”.
El propio Amador Guerrero deja ver el verdadero carácter del movimiento
separatista en una carta dirigida a su hijo Raúl, con fecha del 18 de cotubre, cuando aún
estaba en Nueva York: “El plan me parece bueno. Se declara independiente una porción del
Istmo al cual no permiten los Estados Unidos llegar fuerzas de Colombia a atacarnos. Se
convoca una Asamblea y ésta da facultades a un Ministro que nombra el nuevo Gobierno par
que haga un Tratado sin necesidad de ulterior aprobación de es Asamblea. Aprobado el
tratado por ambas partes ya queda la Nueva república proegida por los Estados Unidos y se
agregarán los demás pueblos del Istmo que no estaban formando parte de esa República y
quedan también bajo la protección de estados Unidos”.
¿Por qué no hubo mayores expresiones de rechazo a la separación en Panamá? Por
la represión. El desembarco de miles de soldados norteamericanos en sí mismo constituyó
un acto intimidatorio que fue complementado por el Decreto No. 17, de 11 de Noviembre de
1903, por el cual se amenazó con expulsar de Panamá a las personas que se mostraran “no
satisfechas con el movimiento separatista verificado últimamente”. Además el Decreto No.
12, del 12 de Noviembre de 1903, conminó a la gente, en especial empleados públicos, a
firmar una “declaración de fidelidad a la República” en un plazo de tres días, so pena de
separarlos de sus empleos.
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Unidos. Quien lo dude, que repase el Tratado Hay-Bunau Varilla, refrendado por ellos sin
leerlos ni traducirlo al español, y el artículo 136 de la Constitución de 1904.
El destino de los 10 millones de dólares pagados por la firma del Tratado HayBunau
Varilla es el reflejo más ridículo y a la vez el más real de cuan poco “independiente” se hizo
Panamá: 1 millón se gastó en la separación pagando sobornos (la contabilidad
gubernamental no pudo registrar en qué se gastó), 3 millones entraron al erario para que
funcionara el gobierno a partir de 1904; y 6 millones se quedaron en Estados Unidos para
ser invertidos en bienes y raíces (“fondos de la posteridad”) administrados por el agente
fiscal y cónsul de Panamá en Nueva York, nada menos y nada más que el Sr. William N.
Cromwell.
¿Carecemos de pasado heroico y orgullo nacional? No. Pero el heroismo y lo poco que
tenemos de “independencia” no lo obtuvimos de los gestores del 3 de Noviembre, sino de los
verdaderos próceres que dieron su lucha, su sangre y su vida: los soldados de Coto de 1921, los
trabajadores del Movimiento Inquilinario de 1925, la juventud de 1947, de 1958 y 59, y sobre
todo los Mártires de 1964. A ellos debemos homenajear. La historia panameña del siglo XX no
se entiende sino como lucha contra la imposición colonialista del 3 de Noviembre de 1903.
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