Encarcelamiento Femenino en Chile
Encarcelamiento Femenino en Chile
Encarcelamiento Femenino en Chile
Abstract
Incarcerated women in Chile. Quality of life in prison and intervention needs
In this article we analyze the situation of incarcerated women in Chile and their intervention needs,
based on a combination of quantitative data with qualitative interviews conducted in a women’s
prison in Santiago. Most of them were mothers (89%); and many had faced traumatic situations
such as domestic violence (47%) or sexual abuse in childhood or adolescence (26%). They declared
to have more problems of coexistence with other inmates than their male counterparts, though
fewer conflicts with authorities; less access to work and sports programs; greater access to
psychosocial, cultural and school leveling programs. The interviews tell stories of exclusion and
accumulated disadvantage, abuse of substances and self-destructive. We conclude that there
is limited capacity of the penitentiary system to accommodate the specific needs of imprisoned
women.
Keywords: prison, Chile, female inmates, needs, intervention, cumulative disadvantage.
Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 45, julio-diciembre 2019, pp. 119-145.
Introducción
A pesar de que tanto la criminalidad como la realidad penitenciaria chilenas
pueden ser descritas como relativamente mejores a las de otros países de
la región (Mertz, 2016), las cárceles de Chile presentan diversos problemas
relacionados con el hacinamiento, la infraestructura deficiente, la violencia
entre internos, el maltrato institucional de guardias a reclusos (Instituto Na-
cional de Derechos Humanos, 2013), el escaso acceso a programas de rein-
serción (Espinoza, Martínez y Sanhueza, 2014) y la alta reincidencia (Funda-
ción Paz Ciudadana, 2013).
En la actualidad, Chile tiene una población carcelaria de unas 42.000
personas (Gendarmería de Chile, 2019), de las cuales cerca de un 8% son
mujeres. La tasa de encarcelamiento es de 266 cada 100.000 habitantes
(International Centre for Prison Studies, 2016). En línea con las tendencias
mundiales, en Chile es creciente el número de mujeres privadas de libertad
(Ungar, 2003; International Centre for Prison Studies, 2012) y la mayoría de
ellas cumple condena por robo, hurto o microtráfico de drogas (Gendarmería
de Chile, 2019).
Aunque existen estudios que han abordado la temática mujer y cárcel en
países en desarrollo (Antony, 2007; Azaola, 2005) y el impacto social de la
prisión femenina en Chile (Valenzuela, et al., 2012; Cárdenas, 2010), pocos
trabajos han tenido la posibilidad de analizar y presentar datos nacionales
sobre la situación de las mujeres encarceladas o de indagar sobre sus
necesidades de intervención.
El presente artículo trata de llenar parte de este vacío mediante el
análisis de datos cuantitativos y tendencias nacionales tomados de la Primera
Encuesta de Calidad de Vida Penitenciaria (Espinoza, Martínez y Sanhueza,
2014; Sanhueza, 2015), combinados con una serie de entrevistas cualitativas
realizadas a mujeres privadas de libertad, sus custodias y las profesionales
que trabajan con ellas, llevadas a cabo en la cárcel de mujeres más grande del
país, en Santiago.
Las motivaciones centrales para realizar este estudio fueron dos: I)
indagar empíricamente en torno a la percepción de las propias mujeres sobre
el encarcelamiento femenino y II) ofrecer un análisis crítico respecto a lo
que ofrecen las políticas públicas en Chile para facilitar la reinserción de
las mujeres privadas de libertad, muchas de las cuales tienden a centrarse en
aspectos laborales y dejan de lado la intervención psicosocial, necesaria en
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Discusión bibliográfica
Mujeres encarceladas: historias de desventaja acumulada y situaciones
traumáticas
Diversos estudios realizados en América Latina enfatizan desde hace ya varios
años que las mujeres más pobres y de minorías étnicas son quienes típicamente
conforman la población penitenciaria femenina en América Latina (Cárdenas,
2011; Antony, 2007; Rodríguez, 2003; Azaola, 2003), aspectos a los que se
suma en muchas ocasiones un componente de transmisión intergeneracional
del encarcelamiento de difícil quiebre (Cárdenas y Undurraga, 2014).
En este sentido, Ariza e Iturralde (2015), luego de analizar el carácter
diferencial de la política criminal y penitenciaria en relación con las mujeres,
señalan que han sido las mujeres quienes han experimentado el mayor rigor
punitivo en las últimas décadas. Los tipos de delito por los que son condenadas
en su mayoría giran alrededor del microtráfico de drogas y los denominados
«robos hormiga» en el ámbito del comercio (Ariza e Iturralde, 2015; Cárdenas,
2013; Antony, 2007; Azaola, 2005). Esta situación ha golpeado aún más fuerte
a las mujeres que antes de ser encarceladas ya se encontraban en circunstancias
de exclusión económica y social, fenómeno que estos autores han llamado la
«feminización punitiva de la pobreza» (Ariza e Iturralde, 2015, p. 4).
En términos de trayectorias vitales, cabe señalar que gran parte de las
mujeres que terminan en la cárcel, en general, llegan a ella luego de llevar una
vida de acumulación de desventajas y vulneraciones múltiples, que incluyen
episodios de trauma severo como abuso sexual o violencia doméstica (Bradley
y Davino, 2007; Wolff y Siegel, 2009), y existe evidencia transcultural de
esta acumulación, inclusive (por ejemplo, Young y Reviere, 2001). Estudios
longitudinales realizados en países desarrollados (por ejemplo, Lee y Tolman,
2006) documentan el impacto negativo duradero de las situaciones de trauma
severo, que afectan en particular la empleabilidad y la autoestima de las mujeres
víctimas. Si a ello se suma la limitada capacidad de los sistemas penitenciarios
para hacerse cargo de estas situaciones, su huella se vuelve aún más difícil de
sanar (Azaola, 2005; Yagüe, 2007; Calvo, 2014).
Muchas historias de encarcelamiento femenino refieren con énfasis al
sufrimiento de tener que dejar a los hijos (D’Arlach, et al., 2006; Valenzuela,
et al., 2012). En este sentido, algunos trabajos sugieren que este sería uno de
los aspectos más dolorosos para estas mujeres (Azaola, 2005; Ruidíaz, 2011).
Quizás, como mecanismo para lidiar con esta separación forzosa, muchas de
ellas desarrollan problemas de adicción a sustancias (D’Arlach, et al., 2006;
Karlsson, 2013).
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Metodología
Las preguntas que guiaron la investigación fueron: I) ¿Cuál es la percepción
de las mujeres privadas de libertad en Chile respecto a su situación de
encarcelamiento?, II) Cómo varían estas percepciones en relación con
la percepción del encarcelamiento por parte de los hombres privados de
libertad? y III) ¿Cuáles son las necesidades de intervención de las mujeres
privadas de libertad?
Para responderlas se utilizó una metodología mixta que combinó
el análisis de datos cuantitativos provenientes de una encuesta nacional
realizada en 2013 (cuyo investigador responsable participa también en
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El sitio de investigación
La parte cualitativa del estudio se realizó en el Centro Penitenciario Femenino
de Santiago, una cárcel femenina ubicada en la capital de Chile que alberga
a cerca de 650 mujeres. Su infraestructura es añosa y está construida sobre
lo que fue, hasta 1996, un convento de monjas católicas. Poco a poco se han
ido adicionando secciones o bloques con una arquitectura de carácter más
“penitenciario”, aunque se mantiene gran parte del edificio original.
Entrevistas a internas
Se quiso explorar las experiencias de exclusión social y violencia que estas
mujeres habían experimentado antes ingresar a la prisión y, asimismo,
conocer sus perspectivas en torno a qué aspectos de la intervención en la
cárcel podrían mejorarse para favorecer sus procesos de reinserción social.
Las entrevistas realizadas fueron semiestructuradas, en profundidad. En
este tipo de entrevistas los datos se construyen a través de una conversación antes
de la cual no es posible saber lo que va a suceder ni las cosas que el entrevistado
va a decir (Roulston, De Marrais y Lewis, 2003). Se visitó dos veces la cárcel
antes de hacer las entrevistas para generar confianza y para minimizar el que
fuéramos mirados con sospecha al ser actores externos a la prisión (Goffman,
1968). La idea era generar un diálogo que tuviera un foco, pero no imponerlo si
en la interacción aparecían temas más importantes. En la medida de lo posible,
se plantearon preguntas abiertas, para que las entrevistadas se pudieran expresar
con cierta libertad (Roulston, De Marrais y Lewis, 2003).
La selección de las internas para las entrevistas fue no aleatoria y su
participación se basó en la voluntad y el interés por participar en el estudio.
Las entrevistas fueron realizadas en una sala vacía que se acondicionó para
ello, con la finalidad de dar privacidad a las mujeres y facilitar la conversación.
Debido a regulaciones de seguridad de las cárceles chilenas, no fue
posible ingresar grabadoras. Para suplir de manera parcial esta limitación,
las entrevistas fueron realizadas en pares: mientras una persona conducía la
entrevista, la otra tomaba notas. Luego se transcribía el texto y se trataba de
registrar y conservar el contexto de la manera más fresca posible.
Cada entrevista duró entre una y dos horas. La mayoría de las entrevistadas
tenía entre 30 y 39 años. Además de las mencionadas, se realizó una docena
de conversaciones más cortas e informales en el patio y los dormitorios con
otras internas.
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manera directa con las internas. Esto se hizo para triangular la información
relevada mediante la encuesta y las entrevistas, pero también para conocer
su visión respecto a las mujeres encarceladas y sus historias. Se analizó la
información cualitativa usando el método comparativo constante de la teoría
fundamentada (Glaser y Strauss, 1967) y el software ATLAS.ti para procesar
el corpus recolectado y realizar la codificación.
Aspectos éticos
Las entrevistas se realizaron con consentimiento informado verbal, se les
explicó a las entrevistadas el propósito de la investigación y el procedimiento
del estudio. Este contó, además, con la autorización y los permisos de la
Gendarmería de Chile. En la dimensión cualitativa, los temas éticos suelen
aparecer con más fuerza que en otros tipos de investigación, ya que se da
una interacción cercana entre los investigadores y la población estudiada que
puede exponer más a las personas, pero al mismo tiempo permite coconstruir
una ética para trabajar juntos, en vez de imponer la visión del investigador
(Rosenblatt, 1995). En este sentido, no solo se priorizó tratar siempre de
manera respetuosa a las participantes y asegurar la confidencialidad de
lo conversado (Tracy, 2010), sino que, además, los entrevistadores nos
preocupamos por ofrecer un espacio seguro y de contención para que las
mujeres se expresaran (Roulston, De Marrais y Lewis, 2003).
Resultados
Hallazgos cuantitativos
La primera pregunta de investigación tenía relación con describir la situación
de las mujeres encarceladas en Chile. Aprovechando la posibilidad (por
lo general escasa en la región) de contar con estimaciones cuantitativas
nacionales en temas penitenciarios, se las consultó sobre aspectos de la vida
en prisión, así como también sobre algunas situaciones en sus trayectorias
de vida que estuviesen conectadas con experiencias como la violencia
intrafamiliar o el abuso sexual, enfatizadas por la literatura internacional
sobre encarcelamiento femenino.
Ya que la literatura especializada en cárceles por lo general reconoce
que hombres y mujeres experimentan el encarcelamiento de manera diferente,
también parecía importante conocer cuáles son esas diferencias de percepción
entre ambos grupos, para comprender mejor el contexto y las necesidades de
intervención de las mujeres (Cárdenas, 2010; Valenzuela, et al., 2012).
La Tabla 1 resume varios de los hallazgos e incluye las respuestas de
mujeres y varones ante las mismas preguntas.
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Diferencia
Variable Mujeres Hombres
significativa
Proporción de internos/as que reportan haber su-
52,1% 50,7%
frido robos o daños en pertenencias personales
Visitas y contactos con el exterior
Proporción de internos/as visitados/as por
22,2% 47% **
esposa/o o pareja
Proporción de internos/as visitados/as por sus
49,4% 31,9% **
hijos
Proporción de internos/as visitados/as por su
43,1% 53,8% **
madre o padre
Proporción de internos/as visitados/as por
45,3% 48,8%
amigos
Preguntas dirigidas solo a las mujeres
Proporción de mujeres que tienen pareja 63,6%
Proporción de mujeres que tienen hijos 88,7%
Proporción de mujeres que reportan haber sufri-
25,9%
do abuso sexual en la infancia o la adolescencia
Proporción de mujeres que reportan haber
sufrido violencia intrafamiliar en la infancia o la 44,7%
adolescencia
Proporción de mujeres que reportan haber tenido
37,8%
apoyo psicológico o social en la cárcel
Fuente: Elaboración propia con base en datos de la Primera Encuesta de Calidad de Vida Penitenciaria (Espi-
noza, Martínez y Sanhueza, 2014). Los números dentro de paréntesis indican el número de personas que
respondió la pregunta por cada grupo. *Valor estadísticamente significativo al 5%. **Valor estadísticamente
significativo al 1%.
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haber sufrido maltrato físico por parte de guardias (25,9%) y por otras
mujeres internas (23,6%).
Si a lo anterior se suman algunos indicadores de legitimidad del régimen
carcelario, como el porcentaje de mujeres que declaran haber estado en
celdas de castigo (38,3%), la proporción de aquellas que reportan torturas
(18,5%), la proporción de internas que afirma conocer los pasos para elevar
un reclamo formal ante instancias jurisdiccionales (37,9%) o la de quienes
reportan haber sufrido robo o pérdida de pertenencias personales (52,1%),
emerge un cuadro en el que —más allá de las diferencias con los varones— la
vulneración de derechos fundamentales resulta ser una experiencia bastante
común para las mujeres privadas de libertad en Chile.
Cuando se les consultó a las mujeres sobre el acceso a programas de
reinserción, las respuestas revelaron que este es minoritario. La participación
en las seis alternativas consideradas es la siguiente: capacitación laboral
(29,3%), trabajo remunerado en la cárcel (24,4%), escuela penal (35,5%),
taller o intervención psicosocial (27,4%), actividades deportivas (38,9%) y
actividades artístico-culturales (23.6%).
Una alta proporción de las encuestadas declara tener hijos (88,7%),
mientras que un porcentaje algo menor indica tener pareja (63,2%). En
cuanto a los patrones de visitas y contacto con el mundo exterior, las mujeres
reportan ser menos visitadas por sus parejas y por sus madres o padres que
los hombres (22,2% versus 47% y 43,1% versus 53,8%, respectivamente).
Sin embargo, las mujeres señalan ser más visitadas por sus hijos que los
hombres (49,4% versus 31,9%).
En cuanto a situaciones de trauma en la infancia o la adolescencia, cerca
de la mitad de las encuestadas reportan haber sufrido violencia intrafamiliar
(44,7%) o abuso sexual (25,9%) en tales etapas. Por otra parte, un 37,8%
de las encuestadas expresan haber contado con apoyo psicológico o social
en la prisión cuando lo necesitaron. Si bien esta última cifra resulta escasa,
muestra de todos modos los esfuerzos de la administración penitenciaria, que
deberían ser estudiados con más detalle y potenciados.
Con respecto a la situación específica de las mujeres que respondieron
la encuesta en el sitio de investigación (CPF Santiago), los datos resultantes
son bastante similares a las estimaciones nacionales, con algunas diferencias
para indicadores específicos. La Tabla 2 resume los principales hallazgos en
este sentido.
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Hallazgos cualitativos
Las entrevistas a mujeres privadas de libertad permitieron profundizar en
algunos de los aspectos surgidos a partir de las estimaciones nacionales
obtenidas a partir de la encuesta. En la serie de entrevistas aparecen con
más detalle las diversas historias de desventaja acumulada de las mujeres
del COD, sus experiencias en la cárcel y lo que nosotros, como observadores
externos, percibimos como necesidades de intervención no cubiertas.
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“La mitad están solas. De las 80, el fin de semana reciben visita 35 y casi
siempre las mismas. La gran mayoría están abandonadas.” (Entrevista a
oficial penitenciaria)
Quizás por las mismas carencias de la infancia es que las internas son
percibidas como “altamente demandantes” por las funcionarias:
“Las internas demandan mucho en esta sección […]. Son dependientes, como
niños, por necesidades o por pobreza.” (Entrevista a oficial penitenciaria)
Otra funcionaria añade:
“Las internas llegan acá por robos o escasos recursos en la calle […]
sobreviven con la pasta base. No tienen familia, son abandonadas y hay
muchos abusos de los padres, que las dejan solas, sin apoyo ni visitas,
carencia de cuestiones básicas: toallitas higiénicas, champú, confort…”
(Entrevista a funcionaria)
Algunas funcionarias señalan que algunas internas prefieren estar en
la cárcel porque “acá tienen de todo”, en contraposición a las carencias
materiales que enfrentan en el medio libre:
“Tienen una vida desordenada, no tienen rutina, a ellas les da lo mismo […],
hay mujeres que andan tiradas en la calle y acá las cuidamos.” (Entrevista
a funcionaria)
Desde la perspectiva de estas funcionarias, la experiencia carcelaria se
convierte para las internas —paradojalmente— en una fuente de protección
y subsistencia (techo, comida).
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Reincidencia delictual
Varias de las entrevistadas señalan que han estado encarceladas en múltiples
ocasiones: la reincidencia es una de las características que distingue a la
población del COD. Según las funcionarias:
“La típica interna que hay acá es reincidente y conflictiva […], es como una
ruleta: van, pero vuelven. Son contadas con los dedos quienes hacen una
vida normal.” (Entrevista a funcionaria)
“Acá la mayoría sabe que va a entrar de nuevo. Su esperanza de vida es
volver en un mes. Aunque se les entregan posibilidades acá” (Entrevista a
funcionaria)
Desde el punto de vista de las internas, lo anterior se relaciona con la
falta de oportunidades que tienen al salir.
“El pasado te condena, porque nadie te va a confiar, no te dejarán trabajo,
así que hay que seguir robando porque no hay plata.” (Entrevista a interna)
Según lo infieren los equipos técnicos, al terminar sus condenas las
mujeres y sus formas de vida se mantendrán inalteradas, lo que es parte de
una suerte de “círculo vicioso”. La sociedad no está preparada para recibir
nuevamente a la población penal, y esto se evidencia de manera clara en la
falta de oportunidades para estas mujeres al salir de la cárcel:
“Los trabajadores sociales vemos las variables medioambientales y, en ese
sentido, nos preguntamos a qué mundo las ‘estamos’ devolviendo […].
Sabemos que muchas veces no hay quiénes las reciban y que la sociedad no
está abierta a la población penal.” (Entrevista a trabajadora social)
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Discusión y conclusiones
En este estudio se combinó el análisis de la Primera Encuesta de Percepción
de Calidad de Vida Penitenciaria (Espinoza, Martínez y Sanhueza, 2014),
realizada en Chile en 2013, con hallazgos a partir de entrevistas cualitativas
a diversos actores de la vida carcelaria en el Centro Penitenciario Femenino
de Santiago (internas, técnicos, oficiales y guardias).
En términos de una caracterización de las mujeres privadas de libertad
en Chile, y en concordancia con estudios realizados en otros países, los
resultados muestran que las mujeres encarceladas en Chile concentran una
serie de desventajas acumuladas combinadas con situaciones de trauma y
abuso en sus familias de origen o en sus parejas antes de entrar a prisión,
que parecen ser desproporcionadamente superiores con respecto a las de la
población en general (Fundación Paz Ciudadana, 2016).
La información relevada permite afirmar que hombres y mujeres
perciben el encarcelamiento de manera diferente, específicamente en lo que
refiere a cuestiones como la infraestructura, la violencia entre internas, el
maltrato institucional, el acceso a programas de reinserción y las prioridades
de cambios en el sistema penitenciario, lo cual parece apoyar la hipótesis de
que las prisiones no están pensadas con enfoque de género ni satisfacen de
manera adecuada las necesidades de las mujeres.
Asimismo, la gran mayoría de las mujeres incluidas en el estudio son
madres y sufren por la separación de sus hijos y por la angustia que les
genera el tener que ejercer control parental tras las rejas (Crewe, et al., 2017;
Collica, 2010). Muchas de ellas relatan que, como mecanismo de adaptación,
han incurrido en conductas autodestructivas en la cárcel (cortarse o abusar
de drogas).
En este sentido, y dado que un porcentaje alto de mujeres recibe visitas de
sus hijos, pero otro porcentaje también importante no, parece relevante ampliar
estos momentos de encuentro a más mujeres y, al mismo tiempo, generar las
condiciones para que esas instancias sean de calidad. Los hallazgos también
apoyan la idea de facilitar la comunicación de las mujeres con sus hijos a
través, por ejemplo, del uso regulado de teléfonos públicos u otras tecnologías
de la comunicación, dada la importancia de esta dimensión en la identidad de
las mujeres recluidas. De acuerdo con la evidencia de Valenzuela y colegas
(2012), medidas como estas ayudarían no solo a las mujeres encarceladas a
sobrellevar mejor los dolores del encarcelamiento, sino que también reducirían
el impacto social de la prisión femenina en el país.
Tanto las internas como las funcionarias mencionan la importancia
de generar actividades para un buen uso del tiempo libre y de expandir las
posibilidades de trabajo remunerado en los penales. En este sentido, las
actividades laborales son reconocidas un aporte para el bienestar de las
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