Encarcelamiento Femenino en Chile

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DOI: http://dx.doi.org/10.26489/rvs.v32i45.

Encarcelamiento femenino en Chile


Calidad de vida penitenciaria y necesidades de intervención

Guillermo Sanhueza, Francisca Brander y Lauren Reiser


Resumen
Este artículo analiza la situación de las mujeres encarceladas en Chile y sus necesidades de
intervención, a partir de una combinación de datos cuantitativos con entrevistas cualitativas
realizadas en una cárcel de mujeres en Santiago. La mayoría de estas mujeres son madres (89%)
y que muchas han sufrido situaciones traumáticas como violencia intrafamiliar (45%) o abuso
sexual en la infancia o la adolescencia (26%). Parecen tener más problemas de convivencia con
otras internas que sus contrapartes masculinas, pero menos conflictos con las autoridades,
menos acceso a programas laborales y deportivos, y más acceso a programas psicosociales,
culturales y de nivelación escolar. Relatan historias de exclusión y desventaja acumulada,
así como abuso de sustancias y conductas autodestructivas. Se concluye que existe escasa
capacidad del sistema penitenciario para atender las necesidades específicas de las mujeres
privadas de libertad.
Palabras clave: cárcel, Chile, internas, necesidades, intervención, desventaja acumulada.

Abstract
Incarcerated women in Chile. Quality of life in prison and intervention needs
In this article we analyze the situation of incarcerated women in Chile and their intervention needs,
based on a combination of quantitative data with qualitative interviews conducted in a women’s
prison in Santiago. Most of them were mothers (89%); and many had faced traumatic situations
such as domestic violence (47%) or sexual abuse in childhood or adolescence (26%). They declared
to have more problems of coexistence with other inmates than their male counterparts, though
fewer conflicts with authorities; less access to work and sports programs; greater access to
psychosocial, cultural and school leveling programs. The interviews tell stories of exclusion and
accumulated disadvantage, abuse of substances and self-destructive. We conclude that there
is limited capacity of the penitentiary system to accommodate the specific needs of imprisoned
women.
Keywords: prison, Chile, female inmates, needs, intervention, cumulative disadvantage.

Guillermo Sanhueza: Profesor asistente, Departamento de Trabajo Social, Facultad de Ciencias


Sociales, Universidad de Chile.
ORCID iD: https://orcid.org/0000-0003-1971-7362
E-mail: guillermo.sanhueza@uchile.cl
Francisca Brander: Profesora adjunta, Departamento de Trabajo Social, Facultad de Ciencias
Sociales, Universidad de Chile.
ORCID iD: https://orcid.org/0000-0002-2986-1125
E-mail: mfbrander@gmail.com
Lauren Reiser: Master in Social Work, School of Social Work, University of Michigan.
ORCID iD: https://orcid.org/0000-0003-0113-1013
E-mail: lreiser@umich.edu

Recibido: 6 de junio de 2018.


Aprobado: 6 de octubre de 2018.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 45, julio-diciembre 2019, pp. 119-145.
Introducción
A pesar de que tanto la criminalidad como la realidad penitenciaria chilenas
pueden ser descritas como relativamente mejores a las de otros países de
la región (Mertz, 2016), las cárceles de Chile presentan diversos problemas
relacionados con el hacinamiento, la infraestructura deficiente, la violencia
entre internos, el maltrato institucional de guardias a reclusos (Instituto Na-
cional de Derechos Humanos, 2013), el escaso acceso a programas de rein-
serción (Espinoza, Martínez y Sanhueza, 2014) y la alta reincidencia (Funda-
ción Paz Ciudadana, 2013).
En la actualidad, Chile tiene una población carcelaria de unas 42.000
personas (Gendarmería de Chile, 2019), de las cuales cerca de un 8% son
mujeres. La tasa de encarcelamiento es de 266 cada 100.000 habitantes
(International Centre for Prison Studies, 2016). En línea con las tendencias
mundiales, en Chile es creciente el número de mujeres privadas de libertad
(Ungar, 2003; International Centre for Prison Studies, 2012) y la mayoría de
ellas cumple condena por robo, hurto o microtráfico de drogas (Gendarmería
de Chile, 2019).
Aunque existen estudios que han abordado la temática mujer y cárcel en
países en desarrollo (Antony, 2007; Azaola, 2005) y el impacto social de la
prisión femenina en Chile (Valenzuela, et al., 2012; Cárdenas, 2010), pocos
trabajos han tenido la posibilidad de analizar y presentar datos nacionales
sobre la situación de las mujeres encarceladas o de indagar sobre sus
necesidades de intervención.
El presente artículo trata de llenar parte de este vacío mediante el
análisis de datos cuantitativos y tendencias nacionales tomados de la Primera
Encuesta de Calidad de Vida Penitenciaria (Espinoza, Martínez y Sanhueza,
2014; Sanhueza, 2015), combinados con una serie de entrevistas cualitativas
realizadas a mujeres privadas de libertad, sus custodias y las profesionales
que trabajan con ellas, llevadas a cabo en la cárcel de mujeres más grande del
país, en Santiago.
Las motivaciones centrales para realizar este estudio fueron dos: I)
indagar empíricamente en torno a la percepción de las propias mujeres sobre
el encarcelamiento femenino y II) ofrecer un análisis crítico respecto a lo
que ofrecen las políticas públicas en Chile para facilitar la reinserción de
las mujeres privadas de libertad, muchas de las cuales tienden a centrarse en
aspectos laborales y dejan de lado la intervención psicosocial, necesaria en

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general para estas mujeres, dadas las experiencias traumáticas y de desventaja


acumulada que han vivido.

Discusión bibliográfica
Mujeres encarceladas: historias de desventaja acumulada y situaciones
traumáticas
Diversos estudios realizados en América Latina enfatizan desde hace ya varios
años que las mujeres más pobres y de minorías étnicas son quienes típicamente
conforman la población penitenciaria femenina en América Latina (Cárdenas,
2011; Antony, 2007; Rodríguez, 2003; Azaola, 2003), aspectos a los que se
suma en muchas ocasiones un componente de transmisión intergeneracional
del encarcelamiento de difícil quiebre (Cárdenas y Undurraga, 2014).
En este sentido, Ariza e Iturralde (2015), luego de analizar el carácter
diferencial de la política criminal y penitenciaria en relación con las mujeres,
señalan que han sido las mujeres quienes han experimentado el mayor rigor
punitivo en las últimas décadas. Los tipos de delito por los que son condenadas
en su mayoría giran alrededor del microtráfico de drogas y los denominados
«robos hormiga» en el ámbito del comercio (Ariza e Iturralde, 2015; Cárdenas,
2013; Antony, 2007; Azaola, 2005). Esta situación ha golpeado aún más fuerte
a las mujeres que antes de ser encarceladas ya se encontraban en circunstancias
de exclusión económica y social, fenómeno que estos autores han llamado la
«feminización punitiva de la pobreza» (Ariza e Iturralde, 2015, p. 4).
En términos de trayectorias vitales, cabe señalar que gran parte de las
mujeres que terminan en la cárcel, en general, llegan a ella luego de llevar una
vida de acumulación de desventajas y vulneraciones múltiples, que incluyen
episodios de trauma severo como abuso sexual o violencia doméstica (Bradley
y Davino, 2007; Wolff y Siegel, 2009), y existe evidencia transcultural de
esta acumulación, inclusive (por ejemplo, Young y Reviere, 2001). Estudios
longitudinales realizados en países desarrollados (por ejemplo, Lee y Tolman,
2006) documentan el impacto negativo duradero de las situaciones de trauma
severo, que afectan en particular la empleabilidad y la autoestima de las mujeres
víctimas. Si a ello se suma la limitada capacidad de los sistemas penitenciarios
para hacerse cargo de estas situaciones, su huella se vuelve aún más difícil de
sanar (Azaola, 2005; Yagüe, 2007; Calvo, 2014).
Muchas historias de encarcelamiento femenino refieren con énfasis al
sufrimiento de tener que dejar a los hijos (D’Arlach, et al., 2006; Valenzuela,
et al., 2012). En este sentido, algunos trabajos sugieren que este sería uno de
los aspectos más dolorosos para estas mujeres (Azaola, 2005; Ruidíaz, 2011).
Quizás, como mecanismo para lidiar con esta separación forzosa, muchas de
ellas desarrollan problemas de adicción a sustancias (D’Arlach, et al., 2006;
Karlsson, 2013).

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Consideradas en conjunto, estas características han hecho que varios


especialistas señalen que las iniciativas de intervención orientadas a mujeres
privadas de libertad deberían ser especializadas y diferenciadas respecto a
las dirigidas a la población encarcelada masculina. (Ariza e Iturralde, 2015;
Cárdenas y Undurraga, 2014; Karlsson, 2013; Yagüe, 2007).

Los dolores del encarcelamiento femenino


Un artículo de publicación reciente en el Reino Unido (Crewe, Hulley y
Wright, 2017) analiza los dolores que provoca el encarcelamiento en las
mujeres que cumplen condenas largas, al mismo tiempo que señala el hecho
de que las mujeres sienten de manera diferente que los hombres aspectos
clave de la vida carcelaria como el orden, la confianza, el uso del poder y
la legitimidad y que, asimismo, padecen los dolores del encarcelamiento
también de una manera diferente. Por su parte, Karlsson (2013), mediante el
análisis de biografías de mujeres encarceladas, describió cómo la maternidad
y las malas condiciones carcelarias llegan a convertirse en constitutivos de la
identidad de las mujeres presas.
Otro aspecto a través del cual se expresan y acrecientan los dolores del
encarcelamiento femenino se relaciona con el régimen y los patrones de las
visitas. Collica (2010) encontró que las mujeres encarceladas por lo general
son menos visitadas por sus parejas que los hombres, debido a que son ellas
quienes asumen tradicionalmente los roles afectivos y la función de nutrir
las relaciones familiares, lo que incluye el apoyo a las parejas incluso tras
las rejas.
Aunque ya se ha señalado que uno de los padecimientos de estas mujeres
es permanecer de manera forzosa lejos de sus hijos físicamente y, por tanto,
lejos también en lo afectivo (Crewe, et al., 2017), un dolor adicional tiene que
ver con la angustia y las tremendas dificultades que las mujeres experimentan
para poder ejercer algún control sobre sus hijos mientras están privadas de
libertad. En efecto, en muchos casos los hijos permanecen en sus barrios sin
figuras adultas claramente responsables de su suerte, con las vidas cotidianas
incambiadas en términos de sus obligaciones pero, a la vez, alteradas por la
ausencia de la madre.
En este sentido, en algunas cárceles femeninas de la región se otorgan
facilidades para que las mujeres puedan comunicarse con los hijos a través
de teléfonos públicos instalados en los recintos. Estas medidas, sin embargo,
aún no son una norma estandarizada y, ante esto, crece el mercado negro
de los teléfonos celulares y también se elevan los precios que se cobran por
acceder a esta vía de comunicación.
Las limitadas condiciones de infraestructura penitenciaria, el hacinamiento
y la falta de privacidad constituyen aspectos sensibles para las mujeres
encarceladas. Rutinas simples como acceder a un baño limpio, poder

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ducharse o maquillarse se convierten en «lujos» inexistentes en muchos


establecimientos (Espinoza, Martínez y Sanhueza, 2014).
Las dificultades para generar ingresos que experimenta la gran mayoría
de las mujeres en las cárceles son importantes fuentes de estrés, ya que suelen
tener más de un hijo y, en muchos casos, no cuentan con una pareja que aporte
y sostenga económicamente el hogar durante su ausencia (Azaola, 2005).
Cuando existen posibilidades de trabajo dentro de la cárcel, estos espacios
se convierten en oportunidades para alivianar la economía de ese hogar que
quedó sin la madre y, al mismo tiempo, ayudan a las mujeres a adquirir una
rutina que aminora los dolores del encarcelamiento (Collica, 2010).
Otros aspectos de funcionamiento que dificultan la vida de las mujeres
en las cárceles es que, en general, no cuentan con suficientes intervenciones
especializadas en materia de salud física, mental, dental y ginecológica
(Ariza e Iturralde, 2015; Morash, Bynum y Koons, 1998; D’Arlach, et al.,
2006; Collica, 2010).

Mujeres encarceladas en Chile: qué sabemos sobre ellas


Aunque se ha señalado que el sistema penitenciario chileno parece estar en
mejores condiciones que varias de sus contrapartes regionales (Mertz, 2015),
este sigue siendo un sistema carcelario precario, con graves vulneraciones
de derechos, malos tratos a las visitas, altos niveles de violencia cruzada y
bajos niveles de acceso a programas de intervención (Instituto Nacional de
Derechos Humanos, 2013; Espinoza, et al., 2014). A esto se deben sumar las
precarias condiciones de infraestructura física, material y de reconocimiento
institucional en las que los profesionales realizan su trabajo (Pizarro, 2008),
en una cultura organizacional que tiende a privilegiar la custodia por sobre
las tareas de intervención (Brander y Sanhueza, 2016).
Siguiendo las tendencias mundiales, en los últimos años Chile ha visto
aumentar su tasa de población penal femenina (Cárdenas y Undurraga, 2014).
Las mujeres representan cerca de un 11% de la población total de personas
bajo control penal en el país y alrededor de un 8% cuando solo se consideran
las personas privadas de libertad (Gendarmería de Chile, 2019).
En uno de los trabajos más importantes de los últimos años sobre
mujeres y cárcel en Chile, Valenzuela y sus colegas (Valenzuela, et
al., 2012) condujeron un estudio sobre el impacto social de la prisión
femenina, mediante la realización de entrevistas y encuestas a internas del
Centro Penitenciario Femenino (CPF) de Santiago. De acuerdo con datos
de ese estudio, el 90% de las mujeres encarceladas tenía hijos menores
de 18 años, la mayoría de los cuales se encontraba bajo la supervisión
de un miembro de la familia extendida (abuela, tía u otro familiar).
Asimismo, las internas que participaron en el estudio reconocieron que su
reclusión había impactado de manera negativa en sus hijos en términos de

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desajustes escolares (problemas de rendimiento y conducta) y familiares


(conflicto familiar, dificultades de monitoreo y control, incluso embarazo
adolescente), en particular cuando los hijos tenían entre 14 y 18 años
(Valenzuela, et al., 2012).
Uno de los frutos del trabajo mencionado fue el lanzamiento, en 2013,
de la política penitenciaria con enfoque de género en el país, que reconocía
la necesidad de trabajar de manera diferenciada con las mujeres privadas
de libertad en una variedad de ámbitos, tales como la salud en general y
en especial la salud mental y la reproductiva, mejorar el trato a las mujeres
embarazadas y aumentar las coberturas educacionales y laborales.
Aunque en América Latina ha crecido el interés por investigar las
vivencias de las mujeres privadas de libertad, pocos estudios han indagado
sistemáticamente su situación y, menos aún, sobre sus necesidades, más allá
de las bien intencionadas iniciativas de educación y trabajo (Ariza e Iturralde,
2015; Antony, 2007). En este sentido, las mujeres permanecen recluidas en
cárceles diseñadas y pensada para hombres, muchas veces siendo invisibles
para la política pública (Calvo, 2014; Ruidíaz, 2011).
En este sentido, Collica (2010) sugiere que los programas de intervención
deberían considerar la variedad de dimensiones presente en la vida de las
mujeres recluidas, que abarca cuestiones de salud mental, historias de trauma
y abuso severo (tanto sexual como físico y psicológico), violencia doméstica,
abuso de sustancias y baja empleabilidad. La autora también señala que
las cárceles analizadas en su estudio no asumen estos temas y que, como
resultado, el término rehabilitación resulta especialmente problemático para
las mujeres.
Este estudio trata de llenar parte de este vacío al ofrecer una caracterización
general de diversos aspectos de la vida de las mujeres encarceladas en Chile, a
partir de datos de una encuesta nacional, e identificar necesidades específicas
de intervención de este grupo, a partir de una serie de entrevistas realizadas
a internas, oficiales y guardias penitenciarias, y profesionales de los equipos
de trabajo.

Metodología
Las preguntas que guiaron la investigación fueron: I) ¿Cuál es la percepción
de las mujeres privadas de libertad en Chile respecto a su situación de
encarcelamiento?, II) Cómo varían estas percepciones en relación con
la percepción del encarcelamiento por parte de los hombres privados de
libertad? y III) ¿Cuáles son las necesidades de intervención de las mujeres
privadas de libertad?
Para responderlas se utilizó una metodología mixta que combinó
el análisis de datos cuantitativos provenientes de una encuesta nacional
realizada en 2013 (cuyo investigador responsable participa también en

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este artículo) con una serie de entrevistas individuales a internas, guardias,


oficiales penitenciarios y profesionales de los equipos técnicos en el Centro
Penitenciario Femenino de Santiago (CPF) en 2015.
La encuesta se aplicó a través de un cuestionario de cincuenta preguntas
que consultaba a los internos/as sobre su percepción en torno a una amplia
gama de temáticas propias de la vida carcelaria, tales la infraestructura, la
violencia (física y psicológica) entre internos, las situaciones de maltrato
institucional de guardias a internos, el acceso a programas de reinserción, el
contacto con las visitas y el mundo exterior, la intención de sufragar en las
siguientes elecciones, entre otros.
La encuesta, aplicada en 2013, utilizó un muestreo estratificado de
carácter aleatorio en 75 de los 83 recintos carcelarios del país en aquel año,
con un margen de error del 1%. El cuestionario fue aplicado cara a cara,
en un espacio distinto a los módulos o espacios colectivos habituales para
las mujeres, como la capilla, la biblioteca, una sala de clases, entre otros).
Los tamaños muestrales efectivos y las tasas de respuesta variaron según el
recinto, pero la tasa de respuesta promedio fue de 77,8% y la muestra total
alcanzó los 2.093 casos en todo el país.
En cada recinto se invitó a participar a mujeres preseleccionadas, para
luego, siguiendo protocolos éticos, explicarles la naturaleza del estudio
y responder preguntas, y se procedió a aplicar la encuesta a aquellas que
manifestaron su disposición a participar. El procedimiento de aplicación era el
siguiente: los investigadores entregaban los cuestionarios a las participantes
y permanecían a una distancia prudente, para aclarar consultas en caso de
que fuera necesario; de manera ocasional, asistían a aquellas mujeres que
no sabían leer o que requerían algún tipo de apoyo especial para llenar el
cuestionario. En cada aplicación se cuidó de que no hubiese presente personal
uniformado (guardias), con el fin de minimizar sesgos en las respuestas.
Además, en 2015, se realizaron trece entrevistas semiestructuradas a
mujeres internas del Centro Penitenciario Femenino, la mayoría alojadas en
un bloque de alta complejidad (por ser reincidentes, tener mala conducta o no
trabajar) denominado Centro de Orientación y Diagnóstico (COD). De manera
no aleatoria, se seleccionaron mujeres de este pabellón, privilegiando el interés
y la motivación por participar en el estudio. Se quiso visibilizar el alto grado de
daño psicosocial que presentaban estas mujeres, la importante complejidad que
supone el trabajo cotidiano con ellas y la relativa invisibilidad de este grupo
para el sistema penitenciario en términos de la oferta programática, aspecto en
general determinado por su “mala conducta” en la cárcel.
También se realizaron tres entrevistas a profesionales integrantes del
equipo técnico de esta prisión (trabajador/a social, psicólogo/a y terapeuta
ocupacional) y cinco entrevistas a guardias y oficiales penitenciarias del
recinto, todas mujeres.

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El sitio de investigación
La parte cualitativa del estudio se realizó en el Centro Penitenciario Femenino
de Santiago, una cárcel femenina ubicada en la capital de Chile que alberga
a cerca de 650 mujeres. Su infraestructura es añosa y está construida sobre
lo que fue, hasta 1996, un convento de monjas católicas. Poco a poco se han
ido adicionando secciones o bloques con una arquitectura de carácter más
“penitenciario”, aunque se mantiene gran parte del edificio original.

Entrevistas a internas
Se quiso explorar las experiencias de exclusión social y violencia que estas
mujeres habían experimentado antes ingresar a la prisión y, asimismo,
conocer sus perspectivas en torno a qué aspectos de la intervención en la
cárcel podrían mejorarse para favorecer sus procesos de reinserción social.
Las entrevistas realizadas fueron semiestructuradas, en profundidad. En
este tipo de entrevistas los datos se construyen a través de una conversación antes
de la cual no es posible saber lo que va a suceder ni las cosas que el entrevistado
va a decir (Roulston, De Marrais y Lewis, 2003). Se visitó dos veces la cárcel
antes de hacer las entrevistas para generar confianza y para minimizar el que
fuéramos mirados con sospecha al ser actores externos a la prisión (Goffman,
1968). La idea era generar un diálogo que tuviera un foco, pero no imponerlo si
en la interacción aparecían temas más importantes. En la medida de lo posible,
se plantearon preguntas abiertas, para que las entrevistadas se pudieran expresar
con cierta libertad (Roulston, De Marrais y Lewis, 2003).
La selección de las internas para las entrevistas fue no aleatoria y su
participación se basó en la voluntad y el interés por participar en el estudio.
Las entrevistas fueron realizadas en una sala vacía que se acondicionó para
ello, con la finalidad de dar privacidad a las mujeres y facilitar la conversación.
Debido a regulaciones de seguridad de las cárceles chilenas, no fue
posible ingresar grabadoras. Para suplir de manera parcial esta limitación,
las entrevistas fueron realizadas en pares: mientras una persona conducía la
entrevista, la otra tomaba notas. Luego se transcribía el texto y se trataba de
registrar y conservar el contexto de la manera más fresca posible.
Cada entrevista duró entre una y dos horas. La mayoría de las entrevistadas
tenía entre 30 y 39 años. Además de las mencionadas, se realizó una docena
de conversaciones más cortas e informales en el patio y los dormitorios con
otras internas.

Entrevistas a oficiales penitenciarias y profesionales


En el mismo CPF, se realizaron también tres entrevistas a personal técnico
(trabajador/a social, psicólogo/a y terapeuta ocupacional), así como también
cinco entrevistas a oficiales penitenciarias y guardias, quienes trabajan de

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manera directa con las internas. Esto se hizo para triangular la información
relevada mediante la encuesta y las entrevistas, pero también para conocer
su visión respecto a las mujeres encarceladas y sus historias. Se analizó la
información cualitativa usando el método comparativo constante de la teoría
fundamentada (Glaser y Strauss, 1967) y el software ATLAS.ti para procesar
el corpus recolectado y realizar la codificación.

Aspectos éticos
Las entrevistas se realizaron con consentimiento informado verbal, se les
explicó a las entrevistadas el propósito de la investigación y el procedimiento
del estudio. Este contó, además, con la autorización y los permisos de la
Gendarmería de Chile. En la dimensión cualitativa, los temas éticos suelen
aparecer con más fuerza que en otros tipos de investigación, ya que se da
una interacción cercana entre los investigadores y la población estudiada que
puede exponer más a las personas, pero al mismo tiempo permite coconstruir
una ética para trabajar juntos, en vez de imponer la visión del investigador
(Rosenblatt, 1995). En este sentido, no solo se priorizó tratar siempre de
manera respetuosa a las participantes y asegurar la confidencialidad de
lo conversado (Tracy, 2010), sino que, además, los entrevistadores nos
preocupamos por ofrecer un espacio seguro y de contención para que las
mujeres se expresaran (Roulston, De Marrais y Lewis, 2003).

Resultados
Hallazgos cuantitativos
La primera pregunta de investigación tenía relación con describir la situación
de las mujeres encarceladas en Chile. Aprovechando la posibilidad (por
lo general escasa en la región) de contar con estimaciones cuantitativas
nacionales en temas penitenciarios, se las consultó sobre aspectos de la vida
en prisión, así como también sobre algunas situaciones en sus trayectorias
de vida que estuviesen conectadas con experiencias como la violencia
intrafamiliar o el abuso sexual, enfatizadas por la literatura internacional
sobre encarcelamiento femenino.
Ya que la literatura especializada en cárceles por lo general reconoce
que hombres y mujeres experimentan el encarcelamiento de manera diferente,
también parecía importante conocer cuáles son esas diferencias de percepción
entre ambos grupos, para comprender mejor el contexto y las necesidades de
intervención de las mujeres (Cárdenas, 2010; Valenzuela, et al., 2012).
La Tabla 1 resume varios de los hallazgos e incluye las respuestas de
mujeres y varones ante las mismas preguntas.

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Tabla 1. Situación de las mujeres privadas de libertad y situación de los hombres


privados de libertad, en Chile
Diferencia
Variable Mujeres Hombres
significativa
Maltrato y relaciones interpersonales
Proporción de internos/as que reportan maltrato
23,6% 19,9% *
físico por parte de otro interno/a
Proporción de internos/as que reportan maltrato
25,9% 45% **
físico por parte de guardias
Proporción de internos/as que reportan maltrato
38,5% 31,3% **
psicológico por parte de otro interno/a
Proporción de internos/as que reportan maltrato
38,7% 47,1% **
psicológico por parte de guardias
Infraestructura, tipo de cárcel y región de cumplimiento de condena
Percepción sobre infraestructura (0-9)
5,1 5,5 **
(los valores más altos indican mejor percepción)
Proporción de internos/as que cumplen condena
10,6% 11%
en cárcel privada
Proporción de internos/as que vienen de otra
17,3% 17,4%
región del país
Acceso a programas de reinserción
Participación en capacitación laboral 29,3% 29,1%
Acceso a trabajo remunerado en la cárcel 24,4% 33,4% **
Acceso a escuela penal 35,5% 30,9% *
Taller o intervención psicosocial 27,4% 20,7% **
Programas o actividades deportivas 38,9% 47,3% **
Actividades artístico-culturales 23,6% 17,7% **
Legitimidad del régimen carcelario
Proporción de internos/as que conocen los pasos
37,9% 37,8%
para elevar un reclamo formal
Proporción de internos/as que han estado en cel-
da de castigo en la cárcel en la que se encuentran 38,3% 35,4%
actualmente
Proporción de internos/as que reportan haber
sufrido tortura en la cárcel en la que se encuen- 18,5% 22,4% *
tran actualmente

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Diferencia
Variable Mujeres Hombres
significativa
Proporción de internos/as que reportan haber su-
52,1% 50,7%
frido robos o daños en pertenencias personales
Visitas y contactos con el exterior
Proporción de internos/as visitados/as por
22,2% 47% **
esposa/o o pareja
Proporción de internos/as visitados/as por sus
49,4% 31,9% **
hijos
Proporción de internos/as visitados/as por su
43,1% 53,8% **
madre o padre
Proporción de internos/as visitados/as por
45,3% 48,8%
amigos
Preguntas dirigidas solo a las mujeres
Proporción de mujeres que tienen pareja 63,6%
Proporción de mujeres que tienen hijos 88,7%
Proporción de mujeres que reportan haber sufri-
25,9%
do abuso sexual en la infancia o la adolescencia
Proporción de mujeres que reportan haber
sufrido violencia intrafamiliar en la infancia o la 44,7%
adolescencia
Proporción de mujeres que reportan haber tenido
37,8%
apoyo psicológico o social en la cárcel
Fuente: Elaboración propia con base en datos de la Primera Encuesta de Calidad de Vida Penitenciaria (Espi-
noza, Martínez y Sanhueza, 2014). Los números dentro de paréntesis indican el número de personas que
respondió la pregunta por cada grupo. *Valor estadísticamente significativo al 5%. **Valor estadísticamente
significativo al 1%.

Los datos cuantitativos nacionales sugieren que las mujeres encarceladas


tienen una percepción más crítica que los varones respecto a la infraestructura
penitenciaria. Por otra parte, no se reportan diferencias significativas en
la proporción de hombres y mujeres que cumplen condena en cárceles
concesionadas (11% de los hombres; 10,6% de las mujeres) y se observa que
ambos grupos tienen proporciones similares (cerca de un 17%) de personas
que cumplen condena en una región diferente de aquella en la que solían
residir.
Las mujeres muestran también una mayor percepción que los hombres
en cuanto al desarrollo de conflictos con otras internas, lo que se expresa a
través de mayores porcentajes de reporte de violencia física y psicológica.
Las mujeres informan, además, altos niveles de maltrato psicológico por
parte de guardias (38,7%) y por otras internas (38,5%), así como también

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haber sufrido maltrato físico por parte de guardias (25,9%) y por otras
mujeres internas (23,6%).
Si a lo anterior se suman algunos indicadores de legitimidad del régimen
carcelario, como el porcentaje de mujeres que declaran haber estado en
celdas de castigo (38,3%), la proporción de aquellas que reportan torturas
(18,5%), la proporción de internas que afirma conocer los pasos para elevar
un reclamo formal ante instancias jurisdiccionales (37,9%) o la de quienes
reportan haber sufrido robo o pérdida de pertenencias personales (52,1%),
emerge un cuadro en el que —más allá de las diferencias con los varones— la
vulneración de derechos fundamentales resulta ser una experiencia bastante
común para las mujeres privadas de libertad en Chile.
Cuando se les consultó a las mujeres sobre el acceso a programas de
reinserción, las respuestas revelaron que este es minoritario. La participación
en las seis alternativas consideradas es la siguiente: capacitación laboral
(29,3%), trabajo remunerado en la cárcel (24,4%), escuela penal (35,5%),
taller o intervención psicosocial (27,4%), actividades deportivas (38,9%) y
actividades artístico-culturales (23.6%).
Una alta proporción de las encuestadas declara tener hijos (88,7%),
mientras que un porcentaje algo menor indica tener pareja (63,2%). En
cuanto a los patrones de visitas y contacto con el mundo exterior, las mujeres
reportan ser menos visitadas por sus parejas y por sus madres o padres que
los hombres (22,2% versus 47% y 43,1% versus 53,8%, respectivamente).
Sin embargo, las mujeres señalan ser más visitadas por sus hijos que los
hombres (49,4% versus 31,9%).
En cuanto a situaciones de trauma en la infancia o la adolescencia, cerca
de la mitad de las encuestadas reportan haber sufrido violencia intrafamiliar
(44,7%) o abuso sexual (25,9%) en tales etapas. Por otra parte, un 37,8%
de las encuestadas expresan haber contado con apoyo psicológico o social
en la prisión cuando lo necesitaron. Si bien esta última cifra resulta escasa,
muestra de todos modos los esfuerzos de la administración penitenciaria, que
deberían ser estudiados con más detalle y potenciados.
Con respecto a la situación específica de las mujeres que respondieron
la encuesta en el sitio de investigación (CPF Santiago), los datos resultantes
son bastante similares a las estimaciones nacionales, con algunas diferencias
para indicadores específicos. La Tabla 2 resume los principales hallazgos en
este sentido.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 45, julio-diciembre 2019, pp. 119-145.
Encarcelamiento femenino en Chile 131

Tabla 2: Situación de las mujeres del CPF Santiago

Variable Media CPF Santiago Media nacional


Percepción sobre infraestructura
Percepción sobre infraestructura (0-9) 5,09 5,10
(valores más altos denotan mejor percepción) (escala 0-9) (escala 0-9)
Maltrato y relaciones interpersonales
Internas que reportan maltrato físico por parte
27% 23,6%
de otras internas
Mujeres que reportan maltrato físico por parte
28,7% 25,9%
de guardias
Mujeres que reportan maltrato psicológico por
40,4% 38,5%
parte de otras internas
Internas que reportan maltrato psicológico por
35,1% 38,7%
parte de guardias
Acceso a programas de reinserción
Participación en capacitación laboral 35,1% 29,3%
Acceso a trabajo remunerado en la cárcel 27,6% 24,4%
Acceso a escuela penal 37,9% 35,5%
Taller o intervención psicosocial 33,5% 27,4%
Programas o actividades deportivas 34,3% 38,9%
Actividades artístico-culturales 21,9% 23,6%
Legitimidad del régimen carcelario
Mujeres que conocen los pasos para elevar un
23,4% 37,9%
reclamo formal
Mujeres que han estado en celda de castigo en
43,6% 38,3%
la cárcel en la que se encuentran actualmente
Mujeres que reportan haber sufrido tortura en
22,9% 18,5%
la cárcel en la que se encuentran actualmente
Mujeres que reportan haber sufrido robos o
57,1% 52,1%
daños en pertenencias personales
Visitas y contacto con el exterior
Mujeres que son visitadas por esposo o pareja 22,3% 22,2%
Internas visitadas los por sus hijos/as 54,4% 49,4%
Mujeres visitadas por su madre o padre 38,0% 43,1%
Internas visitadas por amigos/as 45,5% 45,3%

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Variable Media CPF Santiago Media nacional


Preguntas acerca de hijos, pareja y temáticas sensibles
Mujeres que tienen pareja 58,2% 63,6%
Internas que tienen hijos 91,6% 88,7%
Mujeres que reportan haber sufrido abuso
25,5% 25,9%
sexual en la infancia o la adolescencia
Mujeres que reportan haber sufrido violencia
45,0% 44,7%
intrafamiliar en la infancia o la adolescencia
Mujeres que reportan haber tenido apoyo
35,4% 37,8%
psicológico o social en la cárcel
Fuente: Elaboración propia con base en datos de la Primera Encuesta de Calidad de Vida Penitenciaria (Espino-
za, Martínez y Sanhueza, 2014).

Entre las principales diferencias que se observan para las mujeres de


este centro en comparación con la media nacional, aparecen los indicadores
de “legitimidad” del régimen carcelario, en los que la proporción de mujeres
que reportan haber sufrido torturas, robos y estadías en celdas de castigo
supera el promedio nacional, mientras que el porcentaje de mujeres que
declaran conocer los pasos para elevar un reclamo es menor a la media.
Una segunda gran diferencia tiene relación con los niveles de maltrato:
en el CPF las internas reportan mayores niveles de maltrato físico y
psicológico en comparación con las de todo el país, con la excepción del
maltrato psicológico por parte de funcionarias, que en el CPF fue menor
que la media. Asimismo, para casi todos los programas de reinserción
que se ofrecen en el CPF, las mujeres reportan un mayor acceso que la
media nacional, salvo para los casos de programas deportivos y artístico-
culturales, lo cual es consistente con el alto número de mujeres privadas de
libertad que aloja este centro y con las restricciones de infraestructura del
recinto.

Hallazgos cualitativos
Las entrevistas a mujeres privadas de libertad permitieron profundizar en
algunos de los aspectos surgidos a partir de las estimaciones nacionales
obtenidas a partir de la encuesta. En la serie de entrevistas aparecen con
más detalle las diversas historias de desventaja acumulada de las mujeres
del COD, sus experiencias en la cárcel y lo que nosotros, como observadores
externos, percibimos como necesidades de intervención no cubiertas.

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 45, julio-diciembre 2019, pp. 119-145.
Encarcelamiento femenino en Chile 133

Pobreza, exclusión social e inestabilidad familiar


La mayoría de las internas entrevistadas proviene de un estrato socioeconómico
bajo, con la falta de bienes básicos como parte de su realidad cotidiana.
Varios hermanos en la familia y dificultades para ejercer el control parental
son aspectos comunes recogidos mediante los testimonios:
“Mi infancia fue horrible, mi mamá nos dejó botados a mis cuatro hermanos
y a mí, yo era la menor, tenía como un año y tanto cuando eso pasó. Nos
dejó en el borde de un río allá cerca de Puente Alto. Mi papá andaba fugado.
Mi hermano mayor, de 9 años, nos cuidaba y conseguía comida como podía,
hasta que un día, un compañero de mi papá nos encontró y nos llevó donde
mi abuela. Mi abuelita fue la que nos crio.” (Entrevista a interna)
En este y otros casos, las internas fueron criadas por distintas personas,
como abuelos, tíos o hermanos mayores. La ausencia de los padres también
forzó a que varias internas asumieran desde muy temprana edad un rol
maternal para con sus hermanos menores.
La mayoría creció en hogares atravesados por diversos conflictos, lo
que incluye casos de padres en conflicto con la ley. Muchas internas relatan
que los progenitores las abandonaron, por falta de recursos económicos o
por problemas de abuso de sustancias. Asimismo, tres internas relatan que
vivieron un tiempo en hogares de menores, por haber sido abandonadas o
maltratadas por sus familias de origen. Junto con la ausencia de la presencia
física, muchas internas sufrieron la falta del cariño de sus familias:
“Cuando tenía 8 años mi mamá se fue, me pusieron en una casa de monjas
y estuvimos como un año ahí. ¡Todavía me acuerdo de cómo las monjas me
pegaban! Después mi mamá volvió, pero para cuidar a mi hermano menor.
Ella andaba robando.” (Entrevista a interna)
Varias funcionarias señalan carencias en la vida familiar de las internas,
aunque no elaboran mucho más en cuanto a las causas y el impacto que pudo
tener en la comisión de delitos:
“Creo que les faltó amor, educación, respeto.” (Entrevista a funcionaria)
Las funcionarias consideran que esta carencia afectiva se reemplazaba
por abundancia en lo material, en especial en las familias relacionadas con el
tráfico de drogas.
“Salen un tiempo (en libertad) y llegan a lo mismo. Está la mamá y la hija
—quien nunca la crio—, se la violaron a ella, a la hija… como traficantes lo
tienen todo, pero no la felicidad: hay abandono, violaciones…” (Entrevista
a oficial penitenciaria)
Este abandono familiar no es solo parte del pasado de estas mujeres, sino
que también es parte de la experiencia carcelaria. Una funcionaria explica:

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134 Guillermo Sanhueza, Francisca Brander y Lauren Reiser

“La mitad están solas. De las 80, el fin de semana reciben visita 35 y casi
siempre las mismas. La gran mayoría están abandonadas.” (Entrevista a
oficial penitenciaria)
Quizás por las mismas carencias de la infancia es que las internas son
percibidas como “altamente demandantes” por las funcionarias:
“Las internas demandan mucho en esta sección […]. Son dependientes, como
niños, por necesidades o por pobreza.” (Entrevista a oficial penitenciaria)
Otra funcionaria añade:
“Las internas llegan acá por robos o escasos recursos en la calle […]
sobreviven con la pasta base. No tienen familia, son abandonadas y hay
muchos abusos de los padres, que las dejan solas, sin apoyo ni visitas,
carencia de cuestiones básicas: toallitas higiénicas, champú, confort…”
(Entrevista a funcionaria)
Algunas funcionarias señalan que algunas internas prefieren estar en
la cárcel porque “acá tienen de todo”, en contraposición a las carencias
materiales que enfrentan en el medio libre:
“Tienen una vida desordenada, no tienen rutina, a ellas les da lo mismo […],
hay mujeres que andan tiradas en la calle y acá las cuidamos.” (Entrevista
a funcionaria)
Desde la perspectiva de estas funcionarias, la experiencia carcelaria se
convierte para las internas —paradojalmente— en una fuente de protección
y subsistencia (techo, comida).

Historias de sufrimiento: abuso sexual infantil y violencia doméstica


Cuatro de las trece internas entrevistadas hablaron sobre abusos sexuales que
sufrieron a temprana edad. Ninguna tuvo apoyo de sus padres, ya que no les
creían o defendían a sus parejas cuando estas eran los perpetradores. Una
interna, abusada a los 7 años por su padrastro y sus hermanos, relata:
“Mi papá era alcohólico, mis hermanos eran drogadictos y me violaban y se
desquitaban conmigo.” (Entrevista a interna)
“Mi mamá me amenazó con matarme si yo le decía a mi abuela lo que había
pasado.” (Entrevista a interna)
Otra interna recibió golpes por parte de su madre y familiares en vez
de apoyo. Estas reacciones iniciales hicieron que las internas no contaran el
abuso a otros:
“No lo conté a nadie más porque me dio vergüenza y si mi propia mamá no
me creyó, ¿por qué me creerá otro?” (Entrevista a interna)
Las mismas internas relatan cómo el abuso sexual generó en ellas
comportamientos autodestructivos:

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Encarcelamiento femenino en Chile 135

“Después de eso, yo no tenía interés en la escuela, en nada, nunca me gustó


mucho, pero después de eso era peor. Los profes me veían callada, que
faltaba siempre.” (Entrevista a interna)
Otra interna comenzó a autoagredirse con cortes, a tener ideas suicidas
y a consumir drogas. Ninguna de las internas recibió ayuda psicológica o
médica luego de estos abusos.
Un aspecto adicional abordado en las entrevistas tiene que ver con
revelaciones acerca de abusos sexuales que traspasan las generaciones. Cada
interna que habla de abusos sexuales en su infancia cuenta que lo mismo le
ha pasado a su hijo o hija. En algunos casos, incluso, algunas mujeres señalan
que dicho abuso fue vengado, mediante el asalto e incluso el asesinato de los
abusadores.
“Yo estaba presa cuando supe [que su hija había sido abusada sexualmente
por su padrastro]. Esperé y cuando salí le disparé al maldito.” (Entrevista
a interna)
Las funcionarias entrevistadas también hablaron de los abusos sexuales y
su carácter intergeneracional y, muchas veces, naturalizado. Una funcionaria
señala:
“Los abusos se asumen. Yo de lo que he escuchado, no es raro, es como
normal.” (Entrevista a funcionaria)
Otra experiencia relatada por varias internas fue la violencia en la pareja:
primero entre sus padres, luego, entre ellas y sus parejas:
“Mi papá era celoso […], no le gustaba que mi mamá trabajara […]. Él
castigaba a mi mamá por andar en drogas en vez de llevarnos a la escuela.”
(Entrevista a interna)
La violencia en la pareja —que ellas experimentaron primero como
espectadoras y luego como víctimas— se vuelve a repetir en varias de sus
historias:
“Él se obsesionó conmigo. Me dijo que tenía que quedarme con él… Que
si yo me iba, él me mataría a mí y a mi expololo. Por miedo y para proteger
a mi ex, me quedé con él. No me dejaba que saliera a juntarme con amigos
ni por ningún lado sola. Era muy posesivo. Me golpeaba.” (Entrevista a
interna)
Otra interna relata que perdió un hijo al nacer porque su pareja la golpeó
diez días antes de la fecha esperada de parto, después de lo cual ella quedó
en coma cuatro meses. Al despertar, requirió un mes de terapia física en el
hospital.
“[Al salir] quedé una semana en casa, pero tenía muchas alucinaciones. Veía
una guagua o escuchaba a una llorando y creía que era la mía […]. Me
llevaron al hospital psiquiátrico y pasé seis meses ahí. Me diagnosticaron

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136 Guillermo Sanhueza, Francisca Brander y Lauren Reiser

con depresión, bipolaridad, personalidad múltiple y esquizofrenia. Cuando


salí del psiquiátrico, empecé a aspirar neoprén.” (Entrevista a interna)
Esta historia es un ejemplo del trauma que conlleva la violencia de pareja
y su relación con la salud física y mental y el consumo de drogas. Ninguna de
las internas que narran peleas con sus parejas denunció estos abusos. Una de
ellas rescata lo “positivo” de esta experiencia:
“Cuando era chica veía a mi papá golpeando a mi mamá sin que ella
se defendiera. Pero yo sí me defiendo. Así que [mi pareja] me enseñó a
respetarme a mí misma. Él se reía cuando yo le pegaba a él. ‘Está bien que
no aguantes que te pegue,’ decía.” (Entrevista a interna)

Abuso de alcohol y drogas


Muchas internas usan drogas para evadir los dolores y traumas que arrastran
desde la infancia. Después de cambios drásticos o eventos traumáticos —que
pueden incluir la violación, el fallecimiento de un ser querido, la pérdida
de un hijo en el parto o el descubrimiento de infidelidades del marido—, el
abuso de sustancias resultaba ser un mecanismo recurrente:
“Después de que me violaron empecé a aspirar neoprén.” (Entrevista a
interna)
Las sustancias, asimismo, de acuerdo con sus relatos, por lo general
estaban bastante accesibles para ellas desde temprana edad:
“Yo empecé en este mundo a los 8 años. Aspiraba las sobras de las bolsas de
neoprén de mis hermanos y le sacaba trago a mi papá.” (Entrevista a interna)
Otras internas entrevistadas se iniciaron en el consumo ya de adultas,
debido a que se dedicaron al tráfico o microtráfico de drogas:
“Cuando murió mi papá quedamos con buena plata con mi mamá; ella empezó
a jugar, a salir y en tres meses perdió todo […]. Ahí la responsabilidad cayó
sobre mí, y no nos alcanzaba. Estaba embarazada por tercera vez y no nos
daba la plata con lo de mi marido y me ofrecieron empezar a vender pasta
base y eso me dio plata fácil y ahí seguí.” (Entrevista a interna)
El consumo de drogas se hace presente tanto en sus historias de vida
como en la cárcel misma. Una interna señala que un mejor control de la
circulación de drogas en la prisión sería beneficioso tanto para ellas como
para la cárcel.
“Yo creo que pa’ la cárcel en general, habiendo un mejor control de las drogas
se solucionarían muchos problemas; así vamos a estar todas despejadas y
vamos a querer hacer más cosas. Toda drogadicta te va a decir que la droga
es buena y que le hace bien, pero te lo digo yo: como drogadicta que lo está
tratando de dejar, en verdad no nos hace bien, solo nos trae infelicidad.”
(Entrevista a interna)

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Encarcelamiento femenino en Chile 137

El mayor dolor del encarcelamiento: dejar a los hijos


Casi todas las internas entrevistadas tienen hijos y destacan que lo que
más les afecta de estar privadas de libertad es no poder estar con ellos. En
varios casos, los padres de los niños también están recluidos. La mayoría de
estos niños son cuidados por familiares, aunque dos internas tienen hijos en
hogares de menores.
Asimismo, se repite el ciclo: las internas se criaron sin el cariño de sus
padres biológicos y ahora están ausentes de la vida de sus hijos. Según las
funcionarias, muchas de las internas reiteran lo que hicieron sus madres:
“Como es otro mundo, parten muy chicas teniendo relaciones […]. La
mayoría son mamás jóvenes, como de los 12 en adelante van teniendo
hijos.” (Entrevista a funcionaria)
Varias de las internas que tienen más de un hijo, los tuvieron de distintos
padres. En general, sus parejas no estuvieron presentes en el cuidado de los
hijos, en algunos casos por maltrato o por estar privados de libertad. 

Reincidencia delictual
Varias de las entrevistadas señalan que han estado encarceladas en múltiples
ocasiones: la reincidencia es una de las características que distingue a la
población del COD. Según las funcionarias:
“La típica interna que hay acá es reincidente y conflictiva […], es como una
ruleta: van, pero vuelven. Son contadas con los dedos quienes hacen una
vida normal.” (Entrevista a funcionaria)
“Acá la mayoría sabe que va a entrar de nuevo. Su esperanza de vida es
volver en un mes. Aunque se les entregan posibilidades acá” (Entrevista a
funcionaria)
Desde el punto de vista de las internas, lo anterior se relaciona con la
falta de oportunidades que tienen al salir.
“El pasado te condena, porque nadie te va a confiar, no te dejarán trabajo,
así que hay que seguir robando porque no hay plata.” (Entrevista a interna)
Según lo infieren los equipos técnicos, al terminar sus condenas las
mujeres y sus formas de vida se mantendrán inalteradas, lo que es parte de
una suerte de “círculo vicioso”. La sociedad no está preparada para recibir
nuevamente a la población penal, y esto se evidencia de manera clara en la
falta de oportunidades para estas mujeres al salir de la cárcel:
“Los trabajadores sociales vemos las variables medioambientales y, en ese
sentido, nos preguntamos a qué mundo las ‘estamos’ devolviendo […].
Sabemos que muchas veces no hay quiénes las reciban y que la sociedad no
está abierta a la población penal.” (Entrevista a trabajadora social)

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 45, julio-diciembre 2019, pp. 119-145.
138 Guillermo Sanhueza, Francisca Brander y Lauren Reiser

Muchas de las internas de este módulo tienen a sus familiares más


directos en otras cárceles (parejas en cárceles de hombres, hijos en un centro
del Servicio Nacional de Menores [SENAME]) y otras, simplemente, dejan
de ser visitadas por las familias, ya sea por desinterés o por vergüenza o por
no querer exponer a los niños a la realidad de la prisión.
De acuerdo con los profesionales entrevistados, la delincuencia se
reproduce dentro de los núcleos familiares, lo que ha incluso da origen a
verdaderos reencuentros de algunas familias en el interior del COD.
“¿Quiénes están en el COD? Las que son recibidas en él, adentro tienen a su
hermana, a la mama, a las tías, tienen a toda su familia adentro.” (Entrevista
a psicóloga)
Según estos profesionales, la reinserción de las internas es difícil, dado
el estigma de haber estado en la cárcel, lo cual se refleja en las pocas puertas
abiertas que encuentran a la hora de pedir trabajo y la baja remuneración de
las ofertas existentes. Las mujeres terminan las condenas sin las herramientas
necesarias para sobreponerse al mundo del cual provienen, el mismo en el
cual ahora debe reinsertarse.

Necesidades de intervención psicosocial


En general, la mayoría de las internas entrevistadas manifiesta la necesidad
de tener más actividades recreativas:
“Yo creo que acá hacen falta talleres de zumba o cosas así, que despejen a
las chiquillas, y así no habría necesidad de drogarse.” (Entrevista a interna)
El deseo es que todas tengan oportunidad de acceder a estas actividades y
no solo las que tienen “buena conducta”. En este punto, se refieren también a la
oportunidad de trabajar, ya que ayudaría a mejorar la pobreza dentro del patio.
“¿Por qué no nos dejan trabajar acá? Ya que en este patio más se necesita
plata.” (Entrevista a interna)
Las gendarmes también señalan el tema del aburrimiento y cómo las
mujeres usan drogas para lidiar con él:
“Están encerradas, la rutina las aburre. La droga les influye mucho. Cambian
mucho.” (Entrevista a funcionaria)
Desde la administración penitenciaria reconocen, asimismo, que la
mayoría de los conflictos en el patio son producto de riñas por drogas, que
llegan incluso a casos de muerte:
“Las drogas les ‘crecen el corazón’, como dicen ellas. Se alteran más rápido
y no entienden razones […]. Cuando están drogadas, no entienden horarios,
no hay diálogos.” (Entrevista a oficial penitenciaria)

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 45, julio-diciembre 2019, pp. 119-145.
Encarcelamiento femenino en Chile 139

Para combatir el consumo y el conflicto, una funcionaria opina que


lo que necesitan las internas del COD es “mantenerse ocupadas, porque
mejorarían la conducta”.
En cuanto a intervenciones psicosociales, algunas internas manifiestan
que sería útil tener la posibilidad de recibir terapias individuales a cargo de un
psicólogo, dados las diversas situaciones dolorosas de sus historias de vida.
La mayoría de las entrevistadas manifiesta sobre el final de las entrevistas
que la experiencia de contar su historia resulta aliviadora y que en el COD
se necesitan más oportunidades para desahogarse de modo confidencial y
seguro.
No obstante, algunas internas cuestionan el hecho de ser atendidas por el
mismo psicólogo de Gendarmería, pues manifiestan que el mismo profesional
participa en las decisiones relacionadas con los beneficios intrapenitenciarios.
Por otra parte, aunque varias internas cuentan con amigas dentro del
patio, casi todas sostienen que hay mucha envidia y traición, y por eso mucha
desconfianza entre ellas mismas. En las palabras de una interna, “no hay amigas
en la cárcel”. Esto es consistente con los altos porcentajes de internas que reportan
haber sido agredidas físicamente por otras (cerca de un 27% en el CPF).
Desde los equipos de profesionales se esgrime la falta de voluntad de las
reclusas y su escasa motivación por participar en instancias de intervención
social, lo cual se refleja en la baja asistencia a las actividades ofrecidas por
el área técnica:
“Yo moví todo con la profesional del área técnica, incluso me salté miles de
reglas para llevarles el taller al patio y no solo una vez […], para que al final
terminen yendo dos o tres.” (Entrevista a psicóloga)
A esto se suma la falta de recursos y de espacios físicos para realizar las
intervenciones:
“Si me preguntas a mí, te digo que las que más sirven son las terapias
individuales, pero no tenemos más que una sala para realizar talleres
[grupales] […], ¿y vamos a tener para atenderlas una a una?” (Entrevista
a psicóloga)
Por esta razón se privilegia la realización de intervenciones para los
casos de las mujeres que quieren contar con ese tipo de atención, las de mejor
conducta y las de otros sectores de la cárcel. No obstante, los profesionales
del equipo técnico advierten sobre los peligros de la instrumentalización de
la intervención:
“Al final luego de tres años yo recién aprendí a vivir con la permanente
posibilidad de ser utilizada, de entender que no vienen a tu consulta porque
quieren ser intervenidas precisamente.” (Entrevista a trabajadora social)

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 45, julio-diciembre 2019, pp. 119-145.
140 Guillermo Sanhueza, Francisca Brander y Lauren Reiser

Discusión y conclusiones
En este estudio se combinó el análisis de la Primera Encuesta de Percepción
de Calidad de Vida Penitenciaria (Espinoza, Martínez y Sanhueza, 2014),
realizada en Chile en 2013, con hallazgos a partir de entrevistas cualitativas
a diversos actores de la vida carcelaria en el Centro Penitenciario Femenino
de Santiago (internas, técnicos, oficiales y guardias).
En términos de una caracterización de las mujeres privadas de libertad
en Chile, y en concordancia con estudios realizados en otros países, los
resultados muestran que las mujeres encarceladas en Chile concentran una
serie de desventajas acumuladas combinadas con situaciones de trauma y
abuso en sus familias de origen o en sus parejas antes de entrar a prisión,
que parecen ser desproporcionadamente superiores con respecto a las de la
población en general (Fundación Paz Ciudadana, 2016).
La información relevada permite afirmar que hombres y mujeres
perciben el encarcelamiento de manera diferente, específicamente en lo que
refiere a cuestiones como la infraestructura, la violencia entre internas, el
maltrato institucional, el acceso a programas de reinserción y las prioridades
de cambios en el sistema penitenciario, lo cual parece apoyar la hipótesis de
que las prisiones no están pensadas con enfoque de género ni satisfacen de
manera adecuada las necesidades de las mujeres.
Asimismo, la gran mayoría de las mujeres incluidas en el estudio son
madres y sufren por la separación de sus hijos y por la angustia que les
genera el tener que ejercer control parental tras las rejas (Crewe, et al., 2017;
Collica, 2010). Muchas de ellas relatan que, como mecanismo de adaptación,
han incurrido en conductas autodestructivas en la cárcel (cortarse o abusar
de drogas).
En este sentido, y dado que un porcentaje alto de mujeres recibe visitas de
sus hijos, pero otro porcentaje también importante no, parece relevante ampliar
estos momentos de encuentro a más mujeres y, al mismo tiempo, generar las
condiciones para que esas instancias sean de calidad. Los hallazgos también
apoyan la idea de facilitar la comunicación de las mujeres con sus hijos a
través, por ejemplo, del uso regulado de teléfonos públicos u otras tecnologías
de la comunicación, dada la importancia de esta dimensión en la identidad de
las mujeres recluidas. De acuerdo con la evidencia de Valenzuela y colegas
(2012), medidas como estas ayudarían no solo a las mujeres encarceladas a
sobrellevar mejor los dolores del encarcelamiento, sino que también reducirían
el impacto social de la prisión femenina en el país.
Tanto las internas como las funcionarias mencionan la importancia
de generar actividades para un buen uso del tiempo libre y de expandir las
posibilidades de trabajo remunerado en los penales. En este sentido, las
actividades laborales son reconocidas un aporte para el bienestar de las

Revista de Ciencias Sociales, DS-FCS, vol. 32, n.º 45, julio-diciembre 2019, pp. 119-145.
Encarcelamiento femenino en Chile 141

mujeres, por la posibilidad de generar ingresos que apoyen la sostenibilidad


del hogar como por el efecto de “quemar el tiempo” y paliar el sufrimiento.
Además, los datos relevados y gran parte de los testimonios recogidos
muestran la necesidad de intervenir en el tratamiento de episodios traumáticos
como el abuso sexual y la violencia intrafamiliar, dados los severos efectos
de largo plazo que acarrean las situaciones de violencia y trauma en la
autoestima, en la autoeficacia y en la dimensión laboral de las mujeres,
incluso en el medio libre (Lee y Tolman, 2006).
En esta misma línea, los resultados sugieren la necesidad de que las
intervenciones con mujeres encarceladas aborden más y de mejor manera
aspectos de su salud mental, teniendo en cuenta el contexto de la separación
forzosa de sus hijos y las múltiples experiencias de abuso y trauma de
las que han sido objeto. Esto requiere repensar e incorporar componentes
psicosociales basados en evidencia en la intervención con mujeres, más allá
de las necesarias —pero no suficientes— iniciativas centradas en aumentar
las oportunidades laborales para ellas en la cárcel (Cárdenas, 2010).
Cabe destacar que si bien los niveles de maltrato por parte de guardias
son menores a los reportados por los varones, los porcentajes de mujeres que
señalan haber sido maltratadas psicológicamente por funcionarias indican que
existe espacio para la mejora y el reentrenamiento del personal penitenciario,
en especial para mejorar el trato a las mujeres encarceladas.
Ahora bien, este estudio, a pesar de sus hallazgos, tiene limitaciones
que deben ser tomadas en cuenta. Así, por ejemplo, las entrevistas fueron
realizadas en una sola cárcel del país y, particularmente, el material cualitativo
tiene el sesgo de reflejar la visión de mujeres recluidas en una cárcel urbana.
Por otra parte, si bien los resultados cuantitativos corresponden a una
encuesta de alcance nacional, se reflejan datos transversales que ya tienen
algunos años de antigüedad (2013) y algunos cambios en la percepción de
vida penitenciaria pueden haber ocurrido desde entonces.
En suma, aun cuando en años recientes se ha progresado en términos
de aumentar la oferta de capacitación laboral y trabajo remunerado para
las mujeres encarceladas, y si bien se reconoce en el trabajo una condición
necesaria para la reinserción social, los hallazgos de este estudio sugieren
que es importante intervenir durante el encarcelamiento en temáticas
psicosociales y de salud mental, así como también en el fortalecimiento del
vínculo entre las mujeres encarceladas y sus hijos, con el doble propósito de
contribuir a la estabilidad de las internas y disminuir el impacto social de la
prisión femenina.

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142 Guillermo Sanhueza, Francisca Brander y Lauren Reiser

Referencias bibliográficas
Antony, C. (2003). Panorama de la situación de las mujeres privadas de libertad
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