La Ruralidad en Tension

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LA RURALIDAD EN TENSIÓN

LA RURALIDAD
EN TENSIÓN

Juan Manuel Cerdá


Graciela Mateo
(coordinadores)
La ruralidad en tensión / Juan Manuel Cerdá … [et al.]; coor-
dinación general de Juan Manuel Cerdá; Graciela Mateo. – 1a
ed. – Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Teseo, 2020. 344 p.;
20 x 13 cm.
ISBN 978-987-723-227-1
1. Agroindustria. 2. Argentina. 3. Soja. I. Cerdá, Juan Manuel,
coord. II. Mateo, Graciela, coord.
CDD 338.10982

© Editorial Teseo, 2020


Buenos Aires, Argentina
Editorial Teseo
Hecho el depósito que previene la ley 11.723
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escríbanos a: info@editorialteseo.com
www.editorialteseo.com
ISBN: 9789877232271
Imagen de tapa: Jaanus Jagomägi en Unsplash
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responsabilidad exclusiva del/los autor/es.
La ruralidad en tensión
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Colección La Argentina rural

Los sistemas agroalimentarios (1960-2017)

Desde el Centro de Estudios de la Argentina Rural de


la Universidad Nacional de Quilmes venimos trabajando
desde hace más de dos décadas en el estudio de la Argen-
tina rural. Nuestra tarea ha estado centrada en las proble-
máticas vinculadas al desarrollo y transformación de las
economías regionales, los cambios medioambientales, los
sujetos sociales agrarios y las políticas públicas asociadas
al espacio rural.
En este contexto de continuo y creciente trabajo, nos
propusimos en el año 2018 generar una colección de libros
que pueda dar cuenta de las transformaciones del mundo
rural argentino, tomando como eje vertebrador los siste-
mas agroalimentarios más importantes. Una colección que
signifique, a la vez, un proyecto colectivo, obras interrela-
cionadas entre sí y un intento de interpretación de la rura-
lidad argentina más amplio. Por un lado, cada libro tendrá
una lógica propia pero también entrará en diálogo con el
resto de los trabajos de la colección. Así, las producciones
agroindustriales y los espacios rurales serán abordados a lo
largo de toda la colección desde diferentes ejes y/o pers-
pectivas analíticas.
Nuestro espacio rural ha atravesado intensas transfor-
maciones en los últimos cincuenta años, en el marco de la
inserción del país en el proceso de globalización dominan-
te, donde se desdibuja cada vez más la separación entre lo
urbano y lo rural, por un lado, y lo productivo y lo social,
por el otro. En tanto, el desarrollo del sector agroindustrial
es inseparable de la calidad de sus vínculos con los servicios

7
8 • La ruralidad en tensión

y la industria, instalándose la globalización como un pen-


samiento único en un conjunto heterogéneo de situaciones
históricas, políticas, económicas y sociales de las unida-
des que la componen. En las últimas décadas la produc-
ción agropecuaria acrecentó su importancia en la economía
argentina a partir de su inserción como parte de un siste-
ma agroalimentario complejo que pasó a formar parte, en
mayor o menor medida, de la producción y comercio mun-
dial de alimentos. Esta integración no fue igual en todos los
casos y, en la mayoría de las agroindustrias, la producción
local de comestibles está subordinada a los vaivenes del
mercado mundial. En este proceso tuvieron injerencia no
solo la transnacionalización de las empresas alimentarias
sino también, y especialmente en los últimos años, la entra-
da de capitales financieros que imponen mayores niveles de
eficiencia y exigencia a los productores locales. La difusión
de la “modernización agraria” propia de los países indus-
trializados derivó en un creciente sometimiento de los sec-
tores agropecuarios y agroalimentarios locales y regionales
a las relaciones de producción y consumo organizadas por
las compañías transnacionales.
El sistema agroalimentario argentino tiene una impor-
tancia económica, política y social fundamental: 1) porque
es productor de alimentos para la población, con su par-
ticipación del sector en el Producto Bruto Interno de la
Argentina; 2) porque es la base sobre la que se estructura
gran parte del espacio geográfico y la ocupación del terri-
torio, con una población rural de unos cuatro millones de
personas; 3) porque es el mayor empleador del país, con
un 35% de la población económicamente activa trabajan-
do de modo directo o indirecto en él; 4) porque es la vía
principal de ingreso de divisas, participando con más del
50% en las exportaciones; 5) porque es eje articulador de las
economías regionales.
Inserto en este contexto, nuestro objetivo es precisa-
mente entender los cambios ocurridos en las agroindus-
trias con raíces profundas en nuestro país, pero no desde
La ruralidad en tensión • 9

una mirada lineal, sino procurando generar núcleos temá-


ticos que puestos en discusión brinden un panorama de
este proceso de transformación rural. Los ejes de análisis
propuestos son: la concepción sobre lo rural y los cambios
en las agroindustrias más significativas de la Argentina; la
cuestión medioambiental; las condiciones de vida del sector
rural; los nuevos sujetos agrarios y las lógicas del agronego-
cio; la política en el proceso agroalimentario, y el lugar de
las TIC en el mundo rural.
Estos libros son también el resultado de un trabajo
colectivo en un doble sentido. Por un lado fueron pensados
y planificados por los miembros del CEAR como parte de
nuestra propuesta académica, como obra colaborativa, don-
de los aportes individuales pudiesen formar un contenido
común y donde participaran a su vez investigadores de todo
el país, con perfiles disciplinares diversos, que enriquecie-
ran la propuesta. Esta labor de conjunto fue desarrollada
a partir de una serie de encuentros llevados adelante para
cada núcleo temático, en el cual se debatió y se puso en
común la producción de cada capítulo entre los diversos
autores y con otros investigadores vinculados con el tema.
Se trató, finalmente, de actualizar conocimientos, de
dar sentido a los nuevos conceptos y procesos, emparenta-
dos a las realidades de hoy. Cada libro, así como la colec-
ción en su conjunto, se convierte en un espacio de debate
y discusión, abierto y amplio en términos teóricos, con el
objetivo de aportar instrumentos e ideas para (re)pensar el
agro argentino de los últimos cincuenta años.
Nuestro principal interrogante estuvo centrado esen-
cialmente en la existencia de una nueva ruralidad en Argen-
tina y de cómo esta se articula con los cambios en los
sistemas agroalimentarios a nivel mundial. Un espacio don-
de coexisten empresas de alta composición tecnológica,
empresas que integran “grupos económicos” transnaciona-
les, mundos rurales heterogéneos compuestos de producto-
res diversos, campesinos y trabajadores rurales fracciona-
dos por los procesos de modernización rural. Un proceso
10 • La ruralidad en tensión

en el cual la transformación de los territorios, su inte-


gración o desintegración y los cambios socio-ambientales
juegan un rol central en la redefinición del espacio rural,
donde en muchos casos el crecimiento de la productividad
se da a costa del agotamiento de los recursos naturales y
de la exclusión social.
Como director del CEAR-UNQ debo agradecer pri-
mero a todos los miembros del Centro que se compro-
metieron con el trabajo asociado a los diferentes volúme-
nes de esta colección. En segundo lugar, a todos/as los/
las investigadores/as invitado/as que se sumaron con una
enorme capacidad y voluntad de trabajo en equipo, dando
forma así al desafío que nos habíamos planteado acerca
de la reflexión sobre el nuevo mundo rural argentino, sus
transformaciones y conflictos. También, por último, quiero
agradecer muy especialmente a las instituciones que con su
aporte permitieron la concreción material de este trabajo: la
Universidad Nacional de Quilmes, el Consejo Nacional de
Investigaciones Científicas y Técnicas y la Agencia Nacional
de Promoción Científica y Tecnológica.

Dr. Adrián Gustavo Zarrilli


Director del Centro de Estudios de la Argentina Rural
de la Universidad Nacional de Quilmes
Índice

Introducción .................................................................................. 13
Juan Manuel Cerdá (CEAR-UNQ/CONICET) y
Graciela Mateo (CEAR-UNQ)

Primera parte. ¿De qué hablamos cuando hablamos


de lo rural?.............................................................................. 23
Territorios rurales en Argentina. El método stlocus: qué
ruralidad, qué lugares, qué ciencia, qué política .................. 25
Horacio Bozzano (UNLP/CONICET)
Escala, espacio, lugar. Reflexiones sobre la perspectiva
regional/local................................................................................. 75
Sandra Fernández (CONICET/UNR)
Metabolismo agrario. Una herramienta de análisis de
las transiciones, las transformaciones territoriales y el
espacio social argentino............................................................ 111
Rocío Pérez Gañán (CONICET/CEAR-UNQ)
Los extramuros productivos. Un balance en el estudio
de espacios periurbanos en Argentina.................................. 147
Celeste De Marco (CONICET/CEAR-UNQ)

Segunda parte. Las tramas productivas, espacios


cerrados o de fronteras abiertas ...................................... 181
Las innovaciones en las producciones agropecuarias
argentinas ..................................................................................... 183
Roberto Bisang (IIEP-FCE-UBA/CONICET)
La transformación de la vitivinicultura mendocina......... 213
Juan Manuel Cerdá (CEAR-UNQ/CONICET)

11
12 • Índice

La agroindustria yerbatera. Acción colectiva y sujetos


sociales en Misiones (1953-2002).......................................... 243
Lisandro Rodríguez (CONICET/FHyCS,UNaM)
“… y mientras dé…”. La producción algodonera del
Chaco en perspectiva histórica............................................... 267
Leandro Moglia (FCE-UNNE/FRRe-UTN)
Los cañeros ante el colapso de la industria azucarera
tucumana en la década de 1960. Protestas, cupos de
producción y diversificación de cultivos ............................. 301
María Celia Bravo (ISES/CONICET)

12
Introducción
JUAN MANUEL CERDÁ (CEAR-UNQ/CONICET)
Y GRACIELA MATEO (CEAR-UNQ)

Mundo rural es un concepto complejo y multidimensional,


que es percibido de forma diferente según las disciplinas.
Sin embargo, hay cierto consenso en que dicho concepto
se sustenta en tres pilares básicos: un espacio físico, otro
asociado a la producción de bienes primarios y, por último,
relaciones socioambientales que se (re)producen en deter-
minados lugares no urbanos. Esta última definición por lo
negativo no es casual, ya que muchas veces la categoría de
“lo rural” se construye en contraposición a lo urbano. No
obstante, en los estudios científicos –no así para el sentido
común de la población– la división taxativa que ponía en
el centro de la escena el número de habitantes o la densi-
dad poblacional ha dejado de ser una variable significativa
para definir lo rural. En cierta medida, tampoco ya lo es
la producción exclusivamente de bienes primarios un acer-
camiento a “lo rural”.
Desde hace más de treinta años, las ciencias sociales
han intentado desmitificar esa visión bipolar entre “lo
urbano” y “el campo”o “lo rural”, pero, a nuestro entender,
con escaso éxito. Un ejemplo de ello fue el “conflicto del
campo” de 2008, en el que desde los medios de comuni-
cación –pero también en otros ámbitos– se expresó esa
falsa dicotomía.
No pretendemos aquí hacer un balance exhaustivo de
los estudios sobre esta problemática, sino abrir el camino
a un proceso de construcción del conocimiento que impo-
ne una mirada multidisciplinar. Entendemos que los tres
pilares mencionados constituyen el punto de partida para

13
14 • La ruralidad en tensión

intentar explicar y comprender la ruralidad como un con-


cepto relativamente novedoso, aunque inacabado y en
transformación, para el conjunto de las ciencias sociales.
Si partimos de esa tríada en que se sustenta el concepto
“mundo rural”, podríamos pensar en los estudios sobre las
economías regionales de los años ochenta y noventa. Estos
trabajos analizaron los procesos productivos y sus efectos
sobre la sociedad y, en menor medida, sobre el ambiente.
Más tarde, una reacción crítica a los enfoques analíticos
agrocéntricos, a su pragmatismo, –que fueron incapaces
de dar respuesta a nuevos problemas, algunos ajenos a la
actividad agraria y relacionados con nuevos usos del sue-
lo por influencia de la urbanización, industrialización y la
presencia de nuevos actores– indujo un cambio en los estu-
dios del mundo rural a partir de la incorporación de otros
supuestos teóricos y metodológicos. Lo rural deja de ser
sinónimo de lo agrario, ya que no se lo define en función
de una actividad dominante, la agricultura, ni de un com-
ponente social, la población agrícola; sino en vinculación
con el espacio, en tanto concepto integrador más apto para
abordar nuevos problemas.
Desde esta nueva visión, se elaboran estudios en torno
a los espacios definidos como intermedios –rururbano,
periurbano, cinturón verde o cinturón hortícola– o aquellos
que han intentado marcar los cambios –las “nuevas rurali-
dades”– que muestran matices y gradientes profundos entre
aquellas dos categorías, rural-urbano, cada vez más obsole-
tas. Sin lugar a dudas, estas miradas propiciadas desde dife-
rentes disciplinas de las ciencias sociales intentan explicar
los procesos que requieren de la materia prima producida
en el campo, pero que luego, en la mayoría de los casos,
es procesada en establecimientos industriales que pueden o
no estar en dicho espacio. En tal sentido, el tránsito de los
bienes producidos en el campo muchas veces termina en las
ciudades, no solo como zona de consumo, sino también de
transformación de esa materia prima.
La ruralidad en tensión • 15

En las últimas décadas, el avance de la tecnología y del


conocimiento (investigación + desarrollo + innovación) ha
sido la base de la transformación de las agroindustrias en la
Argentina. En cierta medida, los cambios fueron producto
también de los procesos de globalización de la economía
capitalista desde mediados del siglo pasado y de sus impli-
cancias en el ámbito local. En todo ese proceso interactúan
diferentes actores sociales que son afectados por la trans-
formación continua de la producción.
Si bien aún existe una idea fuerte de “lo rural” asociado
a lo productivo, también encontramos, cada vez más, estu-
dios que se interesan por analizar cómo estos espacios son
“vividos” de una forma muy diferente a como lo eran en
el pasado. En cierta medida, la explicación radica en que
este espacio construido ha sido redefinido en las últimas
décadas, ya sea en su uso como en la forma de ocupación
permanente o temporaria –como vivienda o como esparci-
miento, ocio o recreación– o como productor de servicios.
Por ejemplo, las costumbres y hábitos de consumo de las
poblaciones rurales ya no son los mismos que hace medio
siglo atrás; sus demandas crecieron como “reflejo” o “en
relación a” lo que sucede en las grandes ciudades. Por otro
lado, los flujos de los pobladores son cada vez más bidirec-
cionales. Si en la primera mitad del siglo pasado predominó
la migración del campo a la ciudad, en las últimas décadas
se ha comenzado a percibir un proceso también en sentido
inverso. A los countries, las casas de campo y las viviendas
de fin de semana se les suman hoy los hoteles de campo o
cabañas, donde el habitante de la ciudad encuentra esparci-
miento y un contacto con “la naturaleza”.
Así lo rural se convierte, también, en un lugar de des-
cubrimiento y valoración de “lo natural”, donde el hombre
contemporáneo construye una relación con la naturaleza
diferente que en el pasado. Desde la Revolución Verde, los
cambios en la concepción del ambiente y la relación del
hombre con este se han transformado de forma significati-
16 • La ruralidad en tensión

va. La naturaleza es percibida de forma muy dispar por los


diferentes actores, incluso de manera contradictoria, y así
se generan disputas por la dominación de estos espacios.
Sin lugar a dudas, estos procesos no fueron homogé-
neos en todas las producciones agroindustriales ni en todos
los espacios en un país tan extenso como la Argentina. Es
por ello que es necesario historizar cómo se fueron dan-
do dichos procesos en cada una de las agroindustrias más
importantes de nuestro país desde mediados del siglo pasa-
do hasta el presente. En este marco, lo rural está siendo
definido –y redefinido– con el propósito de poder captar
las complejas relaciones sociales que se dan en espacios
cada vez más difusos. Sin embargo, entendemos que en
general estas visiones no han salido del ámbito científico
y el concepto “espacio rural” o “mundo rural” sigue sien-
do algo reducido.
La realidad rural es cada vez más compleja y diversa,
como soporte de actividades y como construcción social,
como el lugar donde se vive, con un sentido de identidad y
pertenencia, tal como expresan sus habitantes tradicionales.
Aparecen además otras actividades no vinculadas con los
usos agrarios y, simultáneamente, se instalan habitantes que
no son agricultores y tienen aspiraciones, valores y priori-
dades que no responden a necesidades alimentarias.
La evidencia empírica señala que los cambios en los
usos del espacio rural no asumen un carácter transitorio
o coyuntural. Como lugar de residencia, sea principal o
secundaria, ha crecido una percepción positiva de lo rural
y cierto malestar hacia lo urbano. En el imaginario de la
población urbana, el espacio rural suele asociarse con un
ambiente más saludable y tranquilo que redunda en una
mejor calidad de vida. Este tipo de uso reconoce una mer-
cantilización de lo rural por nuevas necesidades urbanas;
la extensión de la ciudad hacia el espacio rural (barrios
privados, clubes de campo, chacras) es favorecida por la
expansión inmobiliaria y el trazado de grandes vías de cir-
culación de acceso rápido.
La ruralidad en tensión • 17

En cierta media, el binomio rural-urbano no ha logra-


do captar las múltiples interrelaciones que se dan en territo-
rios difusos. Ya no como parte de dos “realidades” diferen-
tes, sino como espacios yuxtapuestos, (inter)relacionados e
interconectados que se han reconfigurado en los últimos
años de forma significativa. Proceso que, por otro lado, apa-
rece como inconcluso. Se ha generado entonces una rica
discusión en términos teóricos y metodológicos que, sin
abandonar algunas perspectivas más clásicas, nutre a las
ciencias sociales con una mirada renovada. En cierta medi-
da, aún está ausente una historización de estos procesos, no
por pereza de los investigadores, sino por la complejidad y
el ritmo acelerado que han tenido los procesos de reconfi-
guración de los territorios.
Como es ampliamente conocido, el crecimiento de las
ciudades es un efecto del proceso de modernización opera-
do desde los inicios del capitalismo. Este proceso produjo
cambios en las grandes ciudades (o megalópolis), pero, tam-
bién, en las ciudades pequeñas del interior o en los “pue-
blos”, que han dejado de ser tales para convertirse en “ciu-
dades intermedias” o “satélites” de las urbes más grandes.
Por otro lado, el crecimiento de cierta infraestructura bási-
ca (caminera y electrificación rural) junto al desarrollo de
las nuevas tecnologías de la comunicación y la información
(telefonía celular, internet, entre otras) han permitido que la
ruralidad comience a ser vivida por sus pobladores de una
forma muy diferente. Estos espacios ya no son habitados
solo por gente que “trabaja en el campo”, sino por personas
que buscan vivir alejadas de los problemas cotidianos de los
grandes centros urbanos.
Desde un criterio productivo, si bien existen algunos
elementos comunes a lo largo de su historia, el proceso no
aparece como homogéneo en términos de desarrollo terri-
torial. Más específicamente, podemos decir que el “modelo
sojero” o el “agronegocio” no parece haber sido un mode-
lo que se impuso en todas las agroindustrias ni en todos
los territorios de la misma forma. Como veremos en el
18 • La ruralidad en tensión

presente libro, si bien el modelo se impuso con mayor fuer-


za en algunas cadenas de producción de la región pampeana
desde finales de la década de 1960, no sucedió lo mismo en
sus márgenes y, en mucha menor medida, en las tradicio-
nalmente denominadas “economías regionales”. En algunas
de estas, la pequeña propiedad y los pequeños producto-
res familiares parecen seguir dominando la escena, aunque
cada vez con más dificultades.
En este sentido, esta obra es el comienzo de un pro-
yecto más amplio que pretende dar cuenta de los cambios
ocurridos en el sector agrario argentino desde mediados del
siglo pasado hasta el presente. Se trata de una propuesta que
no busca ser totalizante, sino que, por el contrario, pretende
mostrar algunas de las aristas de un proceso que aún sigue
modificándose. Esta tarea implica necesariamente la revi-
sión teórica y metodológica inherente a la discusión entre
las diversas disciplinas sociales.
En los capítulos de este libro (y de la colección) encon-
traremos a “lo rural” como un concepto polisémico que es
revisado y reinterpretado a partir de los cambios, pero tam-
bién de las persistencias que han subsistido en los diferentes
territorios de la Argentina.
Las nuevas configuraciones territoriales dan cuenta de
la diversidad, pluralidad y complejidad del mundo rural que
en la actualidad se presenta como multifuncional, heterogé-
neo, dinámico y articulado. De ahí la importancia de recu-
rrir a un enfoque holístico, integrador, construido desde
el concepto de territorialidad y multifuncionalidad, porque
contempla los vínculos rurales-urbanos e incluye los pro-
cesos de agriculturización, los sectores productivos y los
diferentes actores. Estos marcos ayudan a interpretar que el
“mundo rural” o el “espacio rural” ya no es exclusivamen-
te productivo-agrario. Se reelaboran entonces conceptos
y categorías analíticas a la vez que se debate y reflexiona
sobre las relaciones rural-urbano que dejan a un lado las
dicotomías propias de los enfoques sectoriales. Se necesitan
La ruralidad en tensión • 19

nuevas herramientas conceptuales y metodológicas para


explicar la complementariedad, la asociación, la diversidad
de una realidad rural en permanente movimiento.
A partir de esta idea general, que resume en gran medi-
da las pretensiones de la colección del CEAR, este libro
revisará dos dimensiones importantes de las presentadas.
La primera, coconstruir el concepto de “lo rural” desde dife-
rentes disciplinas. La segunda, y quizá desde una mirada
“más tradicional”, analizar los procesos de transformación
productiva que tuvieron las agroindustrias más significa-
tivas de la Argentina.
Para comenzar este recorrido, hemos dividido el pre-
sente volumen en dos secciones: la primera es de carácter
teórico-metodológico, pero también, propositivo. Su inten-
sión es revisitar las definiciones de lo rural así como tam-
bién exponer algunas nuevas teorías que permiten pensar
dichos espacios de una manera más compleja. Cuatro auto-
res procuran dar respuesta al interrogante “¿De qué habla-
mos cuando hablamos de lo rural?”.
En “Territorios rurales en Argentina; el método stlocus:
qué ruralidad, qué lugares, qué ciencia, qué política”, Hora-
cio Bozzano, a partir de los preceptos teóricos de una
geografía de la transformación, a los que ha sumado los cam-
pos de la inteligencia y la justicia territorial, y desde las téc-
nicas de la investigación-acción-participativa, propone el
método stlocus. Este contribuye a definir lugares –urbanos,
periurbanos, rurales y otros– en términos de patrones de
ocupación y apropiación territorial a la vez que permite
agendar posibles soluciones a muchos de los problemas que
afectan hoy a los territorios. Aplica en la microescala la
ocupación y apropiación territorial, en términos de “siste-
mas de objetos y sistemas de acciones” mediante un ejer-
cicio con siete conceptos operacionales: territorialidades,
vocaciones, procesos, racionalidades, tendencias, actores y
espacialidades; una treintena de variables y algunos mapas
temáticos detallados.
20 • La ruralidad en tensión

Por su parte, Sandra Fernández, en el capítulo titulado


“Escala, espacio, lugar: reflexiones sobre la perspectiva
regional/local”, refiere el diálogo entre la historia regional/
local y los estudios rurales argentinos. Esos tres ejes elegi-
dos por la autora le sirven de referencia no solo para encon-
trar respuestas, sino para plantear nuevos interrogantes y
buscar soluciones analíticas que permitan dentro de la his-
toria regional y local escudriñar el concepto de “lo rural”.
Rocío Pérez Gañán, en su trabajo “Metabolismo agra-
rio: una herramienta de análisis de las transiciones, las
transformaciones territoriales y el espacio social argentino”,
propone un enfoque de análisis espacial que permite el estu-
dio completo de toda la cadena metabólica en un territorio
específico a diversas escalas. Pueden estudiarse de forma
íntegra los metabolismos rurales, urbanos e industriales en
un espacio regional determinado por uno o varios criterios.
El metabolismo agrario permite comprender las sinergias
y dinámicas que se establecen entre los procesos particula-
res de apropiación, circulación, transformación, consumo y
excreción en el territorio.
Esta primera parte del libro se cierra con el capítulo de
Celeste De Marco titulado “Los extramuros productivos: un
balance en el estudio de espacios periurbanos en Argentina”,
en el que la autora propone un recorrido con tres paradas.
En primer lugar, presenta un derrotero abreviado de los
conceptos “urbano”, “rural”, “periurbano”, a partir de las últi-
mas décadas del pasado siglo, sus particularidades y princi-
pales discusiones. Luego, propone un estado de la cuestión
actualizado con base en el caso argentino. En tercer lugar,
realiza un balance crítico para vislumbrar focos de atención
y áreas de vacancia así como las nuevas perspectivas.
En la segunda parte, denominada “Las tramas produc-
tivas, espacios cerrados o de fronteras abiertas”, se abordan
de una manera general los cambios en los procesos pro-
ductivos de las agroindustrias más representativas del país,
desde la segunda mitad del siglo XX hasta el presente. Esta
visión de largo plazo pone el foco en el cambio tecnológico,
La ruralidad en tensión • 21

en la innovación y en los cambios de la estructura produc-


tiva (concentración de la tierra y del capital) operados en
los últimos sesenta años. Nos interesa llamar la atención
en los diferentes ritmos que estos procesos han tenido de
acuerdo a cada agroindustria, pero también al interior de
cada una de ellas.
Roberto Bisang, en “Las innovaciones en las produccio-
nes agropecuarias argentinas”, pasa revista a las principales
innovaciones ocurridas en el agro, con énfasis en los cul-
tivos anuales, desdoblando las tecnologías de procesos de
aquellas de productos. En otra sección, el autor focaliza en
las innovaciones ganaderas distinguiendo las de carne de
las lecheras, para concluir con el análisis de los modelos de
difusión de las nuevas tecnologías en relación a la estructu-
ra funcional de la actividad.
Por su parte, Juan Manuel Cerdá, en “La transforma-
ción de la vitivinicultura mendocina”, brinda un panorama
de los cambios ocurridos desde finales de la década de 1960
a la luz de los procesos de globalización ocurridos en el
sector. Desde finales del siglo pasado, la producción vitivi-
nícola argentina en general y la de Mendoza en particular
se ha sumado al modelo tecnológico propuesto desde otras
latitudes, que la inserta en los mercados mundiales. Sin
embargo, este proceso ha sido muy heterogéneo en su desa-
rrollo, aun dentro de la provincia. El autor muestra cómo
los efectos de la globalización y la crisis local impulsaron
a la reconfiguración del sector, en el que la reconversión y
el ingreso a un nuevo modelo vitivinícola fueron el camino
elegido para desarrollarse.
En “La agroindustria yerbatera: acción colectiva y suje-
tos sociales en Misiones (1953- 2002)”, Lisandro Rodrí-
guez identifica cambios y permanencias en la producción e
industrialización de la yerba mate y se ocupa también de las
innovaciones tecnológicas dirigidas al sector. Su intención
es evidenciar las estrategias de reproducción social y acción
colectiva de los sujetos sociales que la conforman, en espe-
cial de los pequeños y medianos productores.
22 • La ruralidad en tensión

Leandro Moglia, en el capítulo titulado “‘… y mientras


dé…’: la producción algodonera del Chaco en perspectiva
histórica”, expone las características y problemáticas de la
agroindustria del algodón desde 1920 hasta 2015, al tiem-
po que analiza algunas de las políticas orientadas al sec-
tor e identifica las condiciones de producción y sus con-
secuencias.
En “Los cañeros ante el colapso de la industria azu-
carera tucumana en la década de 1960: protestas, cupos
de producción y diversificación de cultivos”, María Celia
Bravo centra su análisis en la política azucarera en materia
agraria y los criterios configurados en torno a la estructura
agraria cañera. No omite en su estudio a uno de los acto-
res corporativos más importantes de esta agroindustria, la
Unión de Cañeros Independientes, ni las soluciones téc-
nicas implementadas por el INTA, los avances científicos
alcanzados y los efectos sociales.
Primera parte.
¿De qué hablamos
cuando hablamos de lo rural?
Territorios rurales en Argentina

El método stlocus: qué ruralidad, qué lugares,


qué ciencia, qué política

HORACIO BOZZANO (UNLP/CONICET)

Introducción

En lo que hoy se denomina Argentina, los territorios rurales


estuvieron en tensión, al menos desde la llegada de los espa-
ñoles hace casi cinco siglos. Nada hace suponer que estas
tensiones disminuyan. ¿Cuáles son los explanans más ten-
sionadores que permitirían comprender los explanandum
tensionantes de estos territorios?1 Su geografía, en parti-
cular los Andes y su gran desarrollo latitudinal, su historia
pasada y reciente, así como su inserción en la economía
mundial, al menos durante el último siglo, estarían siendo
los tres factores explicativos o explanans centrales de las
próximas décadas: vale decir, así significados, nos referimos
a los poderes del espacio geográfico (o territorio), el tiempo
histórico y la economía.

1 Trabajamos a partir de la acepción de explanans y explanandum que Félix


Schuster (2005) incluye en su libro Explicación y predicción en Ciencias Socia-
les. Para nosotros, explanans es básicamente aquello que explica o interpreta
el por qué de algo, generalmente un macro-proceso o problemática, por
ejemplo la ruralidad o la ruralización; mientras que explanandum es lo que
debe ser explicado, en este caso los territorios rurales argentinos, sus com-
ponentes, y la descripción, explicación e interpretación concreta de cada
lugar.

25
26 • La ruralidad en tensión

Siendo Argentina el 8° país más extenso del mundo y


el 31° en población, solo el 8% o menos de su población es
rural: vive en el campo o en localidades de menos de 2000
habitantes con heterogeneidades territoriales, ambientales,
económicas, sociales y culturales notables, todas ellas, como
veremos, constitutivas de los explanandum rurales. Solo con
citar que la diagonal árida sudamericana (Mancini et al.,
2001), una de las cuatro llanuras de clima templado más
fértiles del planeta, la Patagonia extraandina y subregiones
tropicales húmedas y semiáridas abrigan, tejen y destejen
grupos económicos nacionales e internacionales que convi-
ven con poblaciones vulneradas, junto a productores y tra-
bajadores rurales emprendedores y progresistas, el mosai-
co histórico-geográfico-económico es tan complejo que se
hace necesario separar desde la ciencia la paja del trigo.
Como si esto fuera poco, periurbanos, nuevas ruralidades
y lugares con bajos grados de antropización complejizan
nuestros stlocus rurales. En latín antiguo, stlocus significa
“lugar de algo y de alguien”.
En este capítulo se aborda la problemática de los terri-
torios rurales en Argentina con una casi utópica preten-
sión de “solucionática”, en el sentido que se da a la palabra
en Brasil.2 Las “solucionáticas” propuestas, en términos de
alternativas factibles y viables y/o de soluciones entrelaza-
das, tanto por diversos gobiernos democráticos como por
gobiernos de facto, no alteraron las lamentables tendencias
de construcción de territorios más imposibles que posibles: sus
niveles discursivos se alejaron y continúan alejados de los
hechos de manera alarmante. Como veremos, la compleja
convivencia de procesos –cada uno con los pulsos de sus
propias historias– nos conducen a este presente: una rura-

2 Como se expone sintéticamente en el último ítem del trabajo, nuestra posi-


ción en la ciencia es teleológicamente superadora del statu quo y la crítica o
resistencia. Realizando diagnósticos críticos, investigamos y aplicamos teo-
rías de la transformación que se ejecutan mediante agendas científicas partici-
pativas, el método territorii y una técnica innovadora denominada mesa de
trabajo permanente (Bozzano y Canevari, 2018).
La ruralidad en tensión • 27

lidad en tensión alarmante. Sin embargo, ningún gobierno,


ningún colectivo científico, comunitario y menos empresa-
rio aproximan discursos y acciones suficientes para ralen-
tizar este macro-proceso de transformación de territorios
posibles en territorios imposibles. Entre un buen número de
macro y meso procesos, nos referimos particularmente a los
siguientes: 1) las insuficientes o nulas políticas públicas que
promuevan ruralidades sostenibles, 2) la más reciente deno-
minada “sojización”, 3) la concentración de la propiedad,
4) la deforestación, 5) el cambio climático, 6) la degrada-
ción del suelo, 7) el despoblamiento rural y los propietarios
absentistas, 8) la deseducación, 9) la corrupción estructural
y varios otros procesos. Estos nueve procesos atraviesan los
tres explanans mencionados: histórico, geográfico y econó-
mico. Algunos de ellos ofician más como explanandum que
como explanans: tales los casos de los procesos 6 y 7.
Como nexo entre problemas y soluciones, se refiere
escuetamente a stlocus (Bozzano y Resa, 2009), un méto-
do con más de dos décadas de evolución: se trata de una
herramienta inspirada en la “teoría social crítica del espa-
cio” en Milton Santos (1996) y en otros autores, que ha
sido aplicada en más de 35 territorios municipales. Stlocus
contribuye a definir lugares –urbanos, periurbanos, rurales
y otros– en términos de patrones de ocupación y apro-
piación territorial a la vez que agenda posibles soluciones
a tantos problemas que hay en los territorios. Vale decir,
aplica en la micro-escala la ocupación y apropiación terri-
torial, en términos de “sistemas de objetos y sistemas de
acciones” (Santos, 1996) respectivamente, mediante un ejer-
cicio con siete conceptos operacionales (territorialidades,
vocaciones, procesos, racionalidades, tendencias, actores y
espacialidades), una treintena de variables y algunos mapas
temáticos detallados.
28 • La ruralidad en tensión

En el presente capítulo, se responde de manera parcial


–en las conclusiones– a las preguntas orientadoras de la
primera parte del libro,3 no solo desde una geografía crítica,
sino particularmente desde un geo-transformare o geogra-
fía de la transformación (Bozzano, 2011), como así también
desde dos nuevos campos polidisciplinarios: la inteligen-
cia territorial (Girardot, 2008: 11-29)4 y la justicia territorial
(Bozzano, 2016), con auxilio de la investigación-acción-
participativa (en adelante, IAP) (Fals Borda, 1986; Fals Bor-
da, 2009). Los objetivos del capítulo son: a) ofrecer apor-
tes para entender, identificar y definir los lugares rurales
de Argentina en sus territorialidades rurales, periurbanas y
naturales; b) avanzar en una perspectiva de ciencia supe-
radora del statu quo, la resistencia y la crítica para ofrecer
lineamientos en materia de teorías de la transformación
más allá del capitalismo, el comunismo y otros sistemas.
El texto se organiza en cinco partes: “Territorio, lugar y
territorialidades”, “El método stlocus”, “Algunos resultados”,
“Nueva propuesta de stlocus para lugares rurales de Argen-
tina” y “Cómo distensionar la ruralidad”.

Territorio, lugar y territorialidad

Entre 1982 y 2009, la investigación teórica sobre los con-


ceptos de territorio, lugar y territorialidad con base en la
teoría social crítica del espacio referida al territorio usado, en

3 ¿De qué hablamos cuando hablamos de lo rural? ¿Alcanza con una dimen-
sión población/espacial o es necesario incorporar otras dimensiones? ¿Qué
espacios pueden identificarse como rurales en la Argentina de la segunda
mitad del siglo XX? ¿Qué elementos entran en juego para diferenciar espa-
cios periurbanos, rurbanos y rurales? ¿Qué diferencia hay entre lo rural y las
nuevas ruralidades? ¿Qué papel cumplen las producciones agroindustriales
y los mercados de consumo en la construcción de la ruralidad? ¿Es posible
hablar de un ámbito rural único y homogéneo en la Argentina o hay multi-
rruralidades?
4 La inteligencia territorial fue denominada como tal por su creador, Jean-
Jacques Girardot, en 1999.
La ruralidad en tensión • 29

Milton Santos (1996) –también en otros autores–, contri-


buyó a definir estos tres conceptos de manera provisoria.
Ello, merced a su prueba en decenas de proyectos de IAP.
• Territorio

Es un lugar de variada escala –micro, meso, macro– donde


actores –públicos, privados, ciudadanos, otros– ponen en
marcha procesos complejos de interacción –complementaria,
contradictoria, conflictiva, cooperativa– entre sistemas de
acciones y sistemas de objetos, constituidos estos por un sin-
número de técnicas –naturales y artificiales– e identificables
según instancias de un proceso de organización territorial
en particulares acontecimientos –en tiempo-espacio– y con
diversos híbridos grados de inserción en la relación local-
meso-global. El territorio se redefine siempre (Santos, 1996).

• Lugar

Es un patrón de ocupación y apropiación territorial en la


micro y/o meso escala donde actores ponen en marcha con-
tinuamente –de manera conflictiva y solidaria– aconteceres
jerárquicos, homólogos y complementarios, resignificando
conciencias, acciones y objetos de manera perpetua en ins-
tancias de un proceso de organización territorial. El lugar se
redefine siempre. Lugar es el patrón de ocupación y apropia-
ción territorial en la meso y/o micro-escala con vocaciones,
racionalidades, procesos, tendencias, actores y espacialidades
específicos en cada caso (Bozzano, 2009).

• Territorialidad

Se proponen tres acepciones con sus correspondientes


definiciones provisorias, las cuales luego se expresan en una
definición abarcativa del concepto.5

5 1-Territorialidad referida a un presente sobreconstruido a partir de una his-


toria social con sus cargas psicológico-simbólicas, sobre la base de una his-
toria natural previa; 2-Territorialidad dada por la condición o el carácter
30 • La ruralidad en tensión

• Acepción 1: es la manifestación de las relaciones socia-


les territorializadas (o geografizadas), y se expresa en
un presente sobreconstruido a partir de una historia
social con sus cargas psicológico-simbólicas, sobre la
base de una historia natural previa, a través del recono-
cimiento de sus momentos de incidencia constitutivos
de la relación en términos de explanans y explanandum.
• Acepción 2: es la manifestación de las relaciones socia-
les territorializadas (o geografizadas), y se expresa en
la condición o el carácter dominante del territorio:
urbano, rural, natural, periurbano y rururbano.
• Acepción 3: es la manifestación de las relaciones socia-
les territorializadas (o geografizadas), y se expresa en
espacialidades absolutas y relativas de base euclidiana,
y en espacialidades relacionales de base topológica, a
través de momentos de incidencia sobre determinadas
disposiciones espaciales por parte de procesos socia-
les, procesos naturales o de procesos sociales-naturales,
con o sin la acción explícita por parte de actores deter-
minados.
• Acepción integradora: es la manifestación de las rela-
ciones sociales territorializadas (o geografizadas), y se
expresa, a través de momentos de incidencia de la
sociedad, de la naturaleza o de sociedad y naturaleza
hibridadas, sobre determinadas disposiciones espacia-
les, al menos de tres maneras: a) un presente sobre-
construido a partir de una historia social con sus cargas
psicológico-simbólicas, sobre la base de una historia
natural previa; b) la condición o el carácter dominan-
te del territorio: urbano, rural, natural, periurbano y
rururbano; o c) en espacialidades absolutas y relativas
de base euclidiana, y en espacialidades relacionales de
base topológica (Bozzano, 2009: 103).

dominante del territorio: urbano, rural, natural, periurbano y rururbano;


3-Territorialidad entendida a partir de las espacialidades absolutas, relativas
y relacionales más significativas de cada territorio o lugar.
La ruralidad en tensión • 31

Entre 2009 y 2018 la investigación teórica y la praxis


científico-participativa contribuyeron a ampliar el concep-
to de territorio, como así también a profundizar en la for-
mulación y aplicabilidad de cuatro métodos territoriales:
territorii, stlocus, skypa y portulano; los tres primeros refie-
ren a IAP, mientras que el portulano refiere a investiga-
ción básica.

Territorio
Definición simple: el territorio es simultáneamente una co-
construcción y una codestrucción social-natural y natural-
social permanente, donde poderes de la naturaleza, la socie-
dad y de ambos en conjunto despliegan procesos con acto-
res en lugares, hibridan objetos y acciones, tiempos y espa-
cios, culturas y dinero, identidades, necesidades y sueños, y
proyectan transformaciones subjetivas, sociales, ambienta-
les y decisionales para producir unas geografías del amor, el
poder y las miserias (Bozzano, 2017: 15).
Definición ampliada: el territorio es al menos y
simultáneamente catorce conceptos y praxis. (1) Es co-
construcción, co-deconstrucción y co-destrucción social-
natural y natural-social permanente y simultánea, (2) en
lugares donde el poder de la naturaleza, el poder de la socie-
dad y el poder de ambos en procesos complejos de inter-
acción (complementaria, contradictoria, conflictiva, coope-
rativa), (3) en variadas escalas espacio-temporales: micro,
meso, macro, (4) entretejidos por actores (públicos, priva-
dos, ciudadanos, otros) que ponen en marcha (5) los stlocus,
sistemas de acciones (formas de apropiación) y sistemas de
objetos (formas de ocupación). Los stlocus (lugares de algo
y de alguien) están constituidos por (6) un sinnúmero de
técnicas (híbridos naturales y artificiales), (7) son identifi-
cables en instancias de un proceso de organización terri-
torial en particulares acontecimientos (en tiempo-espacio
representativos de procesos), (8) con diversos grados de
inserción en las relaciones de poder local-meso-globales,
32 • La ruralidad en tensión

y (9) generalmente se despliegan en una tensión perpetua


entre símbolos, significados, vivencias y representaciones
(capital cultural), por un lado, y dinero, materialismo y
corrupción (capital económico), por otro. El territorio son
procesos, lugares y actores (10). El territorio son identi-
dades, necesidades y sueños (11). El territorio son trans-
formaciones subjetivas, sociales, ambientales y decisionales
(12). El territorio es clara y evidente manifestación de las
geografías del amor, el poder y las miserias; cuanto mayor
sea el poder de las relaciones naturaleza-sociedad (geogra-
fías), de nuestro amor y de nuestras miserias, mayor será
el proceso concernido; estaremos asistiendo a micro, meso
o macro-procesos según los casos, siempre con actores en
lugares (13). Cada territorio se redefine, reconstruye y/o
de-construye siempre. Por ello los territorios son siempre
posibles, a excepción que como humanidad –con nuestros
procesos sociales–, los volvamos imposibles hasta hacerlos
desaparecer como territorios, o bien que el universo –con
sus procesos naturales– los haga desaparecer y nos reci-
cle en otra manifestación de energía hoy desconocida (14)
(Bozzano, 2017: 15).6

Los métodos territoriales


Territorii, stlocus, skypa y portulano tienen el propósito de
aplicar los tres conceptos consignados en el marco de una
ciencia superadora del statu quo y la crítica. En apretado
resumen, territorii (Bozzano, 2000; Bozzano, 2009; Boz-
zano, 2013) aplica veinte técnicas sociales y espaciales en
nueve fases: territorios reales, territorios vividos, territo-
rios pasados, territorios legales, territorios pensados, terri-
torios posibles, territorios concertados, territorios inte-
ligentes y territorios justos o del buen vivir; promueve

6 El lector puede consultar a 540 personas “Qué entienden por territorio”, una
sistematización y análisis en 7 macro-variables y 21 variables acerca de lo
que cada uno entiende por territorio (Bozzano, 2009: 57-75).
La ruralidad en tensión • 33

micro-transformaciones subjetivas, sociales, ambientales y


decisionales, y da respuestas a identidades, necesidades y
sueños. Skypa (Bozzano et al., 2012) es un método que
focaliza en las micro-transformaciones ligadas a las con-
tradicciones, inercias, cooperaciones y complementarieda-
des entre cinco poderes: sociales, cognitivos, ambientales,
políticos y económicos; se aplica mediante ocho criterios,
entre ellos el top-down y el bottom-up simultáneos, la locus-
globalización (Bozzano, 2009), la capacidad de adaptación
y la capacidad de control del grupo (Maodery, 2008). El
Método portulano (Bozzano, 1991; Bozzano, 2009) raciona-
liza el proceso de construcción de representaciones territo-
riales mediante mapas temáticos; rescata los tres momen-
tos de la gráfica en Jacques Bertin (1988): conceptual, de
procesamiento y de comunicación, haciéndolo operativo en
once instancias, donde el objetivo del mapa, la semiología
gráfica y el test de eficacia de cada mapa son tres instan-
cias que ocupan un lugar clave en el proceso cartográfico.
Acerca de stlocus nos referimos con algo más de detalle a
continuación.

El método stlocus

Nace por el anhelo de precisar mejor con base científi-


ca cada micro-territorio o lugar para poder trabajarlo con
los sujetos de cada objeto de investigación: vecinos, refe-
rentes, funcionarios, empresarios, otros científicos. Stlocus
se hace con dos objetivos centrales: definir científicamen-
te con aporte de las comunidades locales cada uno de los
lugares en la micro-escala, en términos de patrones de ocu-
pación y apropiación territorial, con siete macro-variables
o conceptos operacionales y más de treinta variables; y
conocer mejor los problemas y las soluciones a trabajar con
la gente en cada lugar. El método parte de tres concep-
tos con grados de abstracción decreciente: territorio, lugar
34 • La ruralidad en tensión

y lógica de producción de espacio. Luego se va “aterrizando”


con siete conceptos operacionales: territorialidades, vocacio-
nes, racionalidades, procesos, tendencias, actores y espacialidades,
las cuales a su vez se hacen operativas en unas 32 variables:
territorialidades urbanas, periurbanas, rurales y naturales,
vocaciones centrales, residenciales, industriales, especula-
ción inmobiliaria, portuarias, agrícolas, ganaderas, mineras,
equipamientos y otras, racionalidades sociales, económicas
y ambientales, procesos sinérgicos y conflictivos, tenden-
cias de valorización pública, social y económica, vulnerabi-
lidad, accesibilidad, conectividad y otras, actores públicos,
comunitarios, económicos y otros, espacialidades absolu-
tas, relativas y relacionales. Se aplica en cinco fases: 1-
territorialidades y territorios, 2- vocaciones y pre-lugares,
3- procesos, tendencias, racionalidades, actores, especiali-
dades, 4- lugares y mapeo de lugares y 5- matriz-síntesis
“lugares, conceptos y variables”. Conceptos, variables, fases
y técnicas.7

Cuadro 1. Matriz analítica orientada a entender el lugar en términos


de un objeto de estudio

CATEGORÍAS CONCEPTOS VARIABLES


Concepto categorial Concepto operacional Noción operacional
o concepto sustantivo

NEXO
TEÓRICO-EMPÍRICO

MAYOR MAYOR
PESO TEÓRICO PESO EMPÍRICO

7 Para mayor detalle, ver: Bozzano y Resa (2009: 455-474).


La ruralidad en tensión • 35

Territorio Territorialidades Territorialidad urbana


Territorialidad
periurbana
Territorialidad rural
Territorialidad natural

Vocaciones Vocación residencial


Vocación de centralidad
Vocación recreativa
Vocación industrial y
afines
Vocación para
equipamiento
Lugar Vocación productiva
intensiva
Vocación agropecuaria
extensiva
Vocación minero-
extractiva
Vocación portuaria
Vocación de reserva
natural
Otra vocación
(especificar)

Racionalidades Racionalidades
Lógica
ambientales
de producción Racionalidades
de espacio económicas
Racionalidades sociales

Procesos Procesos sinérgicos


Procesos conflictivos

Tendencias Tendencias de
valorización
Tendencias de
vulnerabilidad
Tendencias de
accesibilidad

Actores Actores públicos


Actores privados
Ciudadanos

Espacialidades Espacialidad absoluta


Espacialidad relativa
Espacialidad relacional

Fuente: Bozzano y Resa (2009).


36 • La ruralidad en tensión

La posición dispar de los conceptos territorio y lugar


en esta matriz obedece a que, en términos de concepto cate-
gorial, el territorio tiene mayor peso teórico que el lugar.

¿Cómo se trabaja con stlocus?


Con personas representativas del lugar –universitarios,
actores comunitarios, institucionales, otros– que deci-
den capacitarse, acordar las variables y co-construir
juntos unos mapas analíticos –manuales o digitales–
para luego ir correlacionándolos, definiendo los lugares,
y finalmente ir identificando problemas y posibles solu-
ciones generales, locales e individuales; estos últimos
se descartan, aunque siempre aparecen. Luego stlocus
es útil para acordar qué iniciativas o proyectos hacer
en cada lugar: aquí son muy útiles técnicas sociales
cualitativas. Se comienza elaborando con la gente una
clasificación de los usos reales del suelo y de otras
temáticas acordes a la naturaleza de cada territorio; por
ejemplo, en lugares urbanos y periurbanos: límites de
barrios, coberturas de servicios públicos, inundabilidad,
circulación de la gente, densidad de población, íconos
o hitos u otros; y en lugares rurales: tamaño de la
propiedad, estado de los caminos, aptitud edáfica, ser-
vicios en medio rural y otros. La correlación entre los
mapas que se acuerde elaborar y las variables cualita-
tivas en la fase 3 contribuyen a definir los límites de
los lugares. Así, cada lugar se define en la fase 4 con
determinada combinación entre algunas de las más de
treinta variables y la elaboración del mapa de los lugares
urbanos, periurbanos, rurales y naturales, estos últimos
si los hubiera. Finalmente, en la fase 5 se elaboran
matrices-síntesis. Vale decir que cuando stlocus comien-
za a producir resultados, la tarea realizada con unos
pocos actores locales es de gran utilidad para trabajar en
intervenciones y transformaciones con técnicas sociales
variadas, con tres objetivos: a) detectar y jerarquizar en
La ruralidad en tensión • 37

cada lugar problemas y soluciones de diverso grado de


alcance y complejidad; b) ajustar los límites de lugares,
problemas y soluciones que con la gente se acuerden
como pertinentes; y c) finalmente, acordar iniciativas a
trabajar junto con resultados de otras herramientas, y
con la aplicación de nuevas técnicas.

Algunos criterios para stlocus


Para articular cuestiones más teóricas y otras más ope-
rativas y poder definir lugares en mejores condiciones,
se ha incorporado en la versión 7 de stlocus –2013, en
Minas, Uruguay– la consideración de las lógicas de pro-
ducción de espacio, diferenciándolas en urbanas, periur-
banas y rurales. En el caso de América Latina, en buena
medida estas lógicas son articuladoras de territorialida-
des, vocaciones, racionalidades y tendencias. En síntesis,
son las siguientes. Urbanas: 1- central, 2- residencial, 3-
industrial y logística, 4- equipamientos, 5- grandes espa-
cios públicos, 6- turísticas y 7- intersticios en valoriza-
ción. Periurbanas: 8- producciones primario-intensivas,
9- industrial y logística, 10- barrios de sectores de
ingresos bajos y medio-bajos, 11- barrios de sectores
de ingresos altos y medio-altos, 12- equipamientos, 13-
conflictos ambientales y 14- periurbano sub-utilizado
en valorización. Rurales: 15- agropecuaria, 16- forestal,
17- minera, 18- turística, 19- parques naturales, 20-
equipamiento, 21- industrial, 22- conflicto ambiental.
Sin duda, hay otras lógicas de producción de espacio,
las cuales vamos incorporando en nuestra red INTI a
medida que se realizan nuevas investigaciones.

Cinco momentos en stlocus


Estamos proponiendo unos nuevos siete momentos para
ejecutar el método, los cuales combinan acciones, técni-
cas, conceptos y resultados.
38 • La ruralidad en tensión

Cuadro 2. Momentos en stlocus

Momento Nombre Aspectos principales

Primero PUESTA EN Conformación del grupo,


MARCHA conocimiento del método y
delimitación del territorio de
trabajo

Segundo ACUERDOS Establecimiento de criterios y


viabilidad para la confección del
diseño

Tercero MAPAS Obtención y elaboración de


mapas temáticos

Cuarto LUGARES Articulación entre conceptos y


pre-lugares para la definición de
lugares

Quinto LÍMITES Resultado 1: realización del mapa


temático con los límites de los
lugares

Sexto MATRIZ-SÍNTESIS Resultado 2: elaboración de


correlaciones entre lugares y
variables

Séptimo FICHAS Resultado 3: elaboración de fichas


de lugares

Elaboración propia.

Podríamos afirmar que las cinco fases anteriores


ponían más el hincapié en las cuestiones teóricas, mientras
que ahora los siete momentos se organizan en mayor medi-
da considerando las mismas acciones, sin descuidar en nin-
guno de ellos las cuestiones teóricas (Bozzano, Gliemmo y
Oggero, 2016: 117-146).
La ruralidad en tensión • 39

Variables en mapas temáticos de stlocus


El método se ejecuta con la realización de mapas temáticos
referidos a temas integrales de nuestra concepción terri-
torial: naturales, sociales, económicos, espacio construido,
etcétera. Los temas más usuales en veinte años de aplicacio-
nes del método al momento han sido los siguientes:

Mapas temáticos de lugares urbanos y periurbanos: 1-Usos


del suelo reales por parcelas y/o manzanas, 2-Usos del
suelo legales (zonas de códigos urbanos), 3-Densidad de
población por pequeña unidad censal, 4-Identidad barrial
(barrios), 5-Cobertura de servicios, generalmente entre 5 a
8 servicios, 6-Rasgos de vulnerabilidad y riesgo ambiental,
7-Accesibilidad (personas), 8-Conectividad (redes), 9-Valor
de la tierra (fiscal y/o de mercado) y 10-Íconos, hitos o lugares
con valor simbólico (sociales, culturales, económicos, etc).
Mapas temáticos de lugares rurales y naturales: 1-Usos del
suelo reales por parcelas catastrales o potreros, 2-Aptitud
edáfica (aptitud del suelo, agro-ecológica o capacidad de car-
ga), 3-Tamaño de la propiedad, 4-Conectividad (estado y
mantenimiento de caminos), 5-Valor de la tierra (fiscal y/o
de mercado), 6-Usos del suelo legales (zonas de planes de
ordenamiento territorial), 7-Escuelas rurales y otros servi-
cios, 8-Inundabilidad y/o aridez, 9-Otros rasgos de vulnera-
bilidad y riesgo ambiental y 10-Densidad de población por
pequeña unidad censal. Estos temas pueden ser orientadores
pero nunca determinantes; ha habido otros temas trabajados,
muy variados, numerosos y en ocasiones impensados, pero
que siempre estaban respondiendo a una visión integral del
territorio donde estábamos trabajando (Bozzano, Gliemmo y
Oggero, 2016: 117-146).

Qué produce stlocus como resultados


1- Un mapa temático –elaborado con el método portulano–
detallado co-construido con actores locales referido a los
distintos lugares, sus vocaciones, procesos, tendencias, pro-
blemas, posibles soluciones y otros aspectos para acordar
luego en mejores condiciones qué hacer en cada lugar;
40 • La ruralidad en tensión

2- Una matriz-síntesis de lugares y variables en nivel de


medición ordinal; y 3- Una ficha de IAP en aquellos lugares
donde se decida trabajar en objetos de intervención y trans-
formación consignando posibles problemas y posibles solu-
ciones, en un contexto y un proceso territorial más amplio.

Niveles de profundización de stlocus


A raíz de la convocatoria para este libro sobre “La ruralidad
en tensión”, se publica en el cuarto ítem una nueva forma de
aplicar el método, ya no a micro-escala –parcelas rurales,
manzanas, etcétera–, sino para territorios nacionales como
la Argentina. Para ello se parte de la tríada de “procesos,
lugares y actores” (Bozzano, 2006; Bozzano, 2009) propues-
ta a partir de la articulación de tres perspectivas: el sistema,
la estructura en Durkheim (procesos); la acción, la agencia en
Weber (actores); y el trabajo vivo y trabajo muerto en Marx,
resignificados por Santos (1996) en sistemas de acciones y
sistemas de objetos, y por Bozzano y Resa (2009) en patro-
nes de ocupación y apropiación territorial (lugares).

Algunos resultados

A título ilustrativo, se han seleccionado dos aplicaciones


entre más de 40 realizadas desde 1988 hasta el presente:
la provincia de Buenos Aires en 2006 y el municipio de
General Belgrano, Buenos Aires, en 2007.

Lugares de la provincia de Buenos Aires


El criterio adoptado para definir los lugares de la “provin-
cia metropolitana” (40 municipios metropolitanos hasta la
autovía ruta 6) y de la “provincia pampeana” (95 muni-
cipios restantes) en términos de patrones de ocupación y
La ruralidad en tensión • 41

apropiación territorial reconocía las racionalidades (a), las


fases del proceso de organización territorial (b) y las terri-
torialidades (c) más salientes en cada caso.8
(a) Por lugares con racionalidades dominantes –o más
salientes– entendemos a aquellos patrones donde –habien-
do pautas de ocupación y apropiación heterogéneas y con
frecuencia conflictivas– prevalecen la producción, la circu-
lación, el consumo, la reproducción social, los grandes equi-
pamientos o los conflictos ambientales (Bozzano, 1995).
Lugares de la producción (industriales, periurbanos pro-
ductivos, agrícolas), de la circulación (corredores), del con-
sumo (centros comerciales) o de los conflictos ambientales
(canteras, grandes basurales) son lugares donde, de alguna
manera, tiene lugar la reproducción social. Lugares de la
reproducción social (localidades y barrios muy diversos)
son también escenario de ciertas formas de producción,
circulación, consumo y/o deterioro ambiental. Lugares que
permanecen desocupados por conflictos ambientales laten-
tes y registran algún impacto producto de decisiones polí-
ticas y económicas. Los actores involucrados en el origen y
la consolidación de un sub-centro metropolitano son más
numerosos y heterogéneos que los propios de un barrio
o de ámbitos de la producción. En estos últimos casos, es
posible reconocer una dominancia de vocaciones orienta-
das a la reproducción social o a determinadas fases de un
circuito económico; ello no significa la ausencia de otras
racionalidades. Así podemos reconocer en un barrio la

8 Realizado en el marco del proyecto de investigación “Las dos provincias:


Buenos Aires metropolitana y Buenos Aires pampeana”, realizado para el
Gobierno de la Provincia de Buenos Aires, Subsecretaría de Asuntos Muni-
cipales, La Plata, en 2006. No obstante no hacerlos responsables de la pre-
sente, deseamos expresar nuestro agradecimiento por su participación, de
muy diversa manera, a las siguientes personas: Lic. Felipe Rodríguez
Laguens, Arq. Verónica Vásquez, Tec. Inf. Amb. Paula Sangrá, Srta. Marcela
Pereira Sandoval, Srta. Cintia Villasboa, Mgs. Graciela Mateo, Abog. Pablo
López Ruf, Mgsc. Claudia Carut, Mgr. Graciela Mateo, Lic. Esteban Asla,
Mgsc. Alejandro Jurado, Ing. Agr. Miguel Uranga, Lic. Celina Bonini, Sr.
Christian Ibarra y Arq. Gustavo Baradjkian.
42 • La ruralidad en tensión

presencia de racionalidades económicas dadas por agentes


inmobiliarios o por pequeños productores o comerciantes.
Del mismo modo, existen racionalidades sociales en el cir-
cuito de producción industrial; y socioculturales en el caso
de la producción agrícola periurbana.
(b) Por lugares con prevalencia de algunas fases del
proceso de organización territorial entendemos que cada lugar
–centro, barrio, suburbio, agrícola, industrial, periurbano,
etcétera– se está continuamente haciendo y resignificando:
se crea, se expande, se consolida, se fortalece, se estanca o se
retrae en sus patrones de ocupación y apropiación, en sus
materialidades y prácticas sociales.
(c) Por lugares con las territorialidades más salientes
entendemos una particular combinación de espacialida-
des absolutas, relativas y relacionales –de base newtonia-
na, einsteiniana y leibniziana respectivamente– verificables
en cada lugar en cualquiera de las instancias del proceso
de organización territorial: creación, expansión, consoli-
dación, fortalecimiento, estancamiento y retracción. Cada
lugar o patrón de ocupación y apropiación territorial tie-
ne un sitio natural y/o construido particular (espacialidad
absoluta), una posición más o menos ventajosa en térmi-
nos de distancia, tiempo y costo (espacialidad relativa) y
otra posición topológica –no euclidiana– derivada de las
percepciones que los sujetos tienen del lugar que habitan,
transitan u ocupan (espacialidades relacionales). La territo-
rialidad –como síntesis de estas tres espacialidades– consti-
tuye una interpretación a posteriori de cada lugar: se verifica
luego de conocer cada lugar, su naturaleza y los procesos
que le dan sentido.
Desde esta perspectiva teórico-metodológica, en 2006
ofrecimos una propuesta preliminar y provisoria para la
totalidad del territorio provincial. En la “metrópolis” y en la
“provincia metropolitana” se reconocían 16 lugares o patro-
nes de ocupación y apropiación territorial. En resumen,
eran los siguientes lugares:
La ruralidad en tensión • 43

1. Centro metropolitano
2. Centros urbanos y locales
3. Corredores comerciales y shoppings
4. Localidades y barrios consolidados
5. Suburbio no consolidado
6. Asentamientos y villas miseria
7. Suburbio débil
8. Ciudad cerrada, periurbano residencial y de esparci-
miento
9. Periurbano productivo
10. Periurbano sub-utilizado y en espera
11. Industriales y asociados
12. Grandes equipamientos
13. Lugares con recursos degradados
14. Planicies ribereñas
15. Deltaico, albardones y maciegas
16. Lugares agropecuarios

En la “provincia pampeana” se reconocían 24 lugares


o patrones de ocupación y apropiación territorial. En resu-
men, se trataba de los siguientes lugares:

1. Centros regionales
2. Centros subregionales
3. Centros urbanos
4. Centros locales
5. Corredores comerciales y shoppings
6. Barrios consolidados
7. Asentamientos y villas miseria
8. Suburbio no consolidado y suburbio débil
9. Balnearios
10. Grandes equipamientos
11. Parques industriales, SIP y asociados
12. Lugares minero-extractivos y/o industriales
13. Periurbano residencial, productivo, sub-utilizado y/o
mixto
14. Lugares con recursos degradados
44 • La ruralidad en tensión

15. Poblados, caseríos y parajes rurales


16. Ejidos rurales y colonizaciones agrícolas
17. Lugares agrícolas
18. Lugares agropecuarios
19. Lugares ganaderos
20. Oasis de Patagones y Villarino
21. Parques y reservas naturales
22. Deltaico, albardones y maciegas
23. Lagunas y lugares inundados
24. Cerros y lugares rocosos

En la investigación original, estos 40 lugares o patrones


de ocupación y apropiación territorial fueron objeto de
análisis en relación a las seis instancias del proceso de orga-
nización territorial, reconociendo en cada uno de ellos pac-
tos fundacionales, improntas y huellas de su organización
territorial. Vale decir, ¿cómo se despliegan en un centro
urbano, un barrio, un agrupamiento industrial, un espacio
agrícola o en muchos otros lugares? Esta aplicación teórico-
metodológica puede consultarse en Bozzano (2009), capítu-
lo 16, escrito con Verónica Pohl Schnake, referido al muni-
cipio de Ezeiza, Buenos Aires.

Lugares del municipio de General Belgrano, provincia


de Buenos Aires9
La investigación realizada para General Belgrano dio como
resultado el reconocimiento de 36 lugares, de los cuales
12 son urbanos, 10 son periurbanos y 14 son rurales; no
se registró ningún lugar natural. Estos 36 lugares fueron
determinantes a la hora de concebir y formular el código de

9 Se trata de uno de los 35 municipios donde ejecutamos stlocus entre 1997 y


el presente, particularmente con Sergio Resa. Stlocus, asimismo, fue aplicado
por Gastón Cirio en Quilmes (Buenos Aires), por Vanesa Crissi en Isla Verde
(Córdoba), por Stephany Torres en Usme (Bogotá) y por otros tesistas. En el
trabajo sobre General Belgrano participaron: H. Bozzano, S. Resa, V. Pohl
Schnake, E. Spinelli, A. Mauri, N. Caloni y A. Jurado.
La ruralidad en tensión • 45

ordenamiento urbano y territorial del municipio de Gene-


ral Belgrano10 porque permitieron exponer a numerosos
actores en talleres participativos, la manera en que enten-
díamos el territorio y sus lugares; y cómo estábamos incor-
porando saberes locales –técnicos, políticos, ciudadanos,
empresarios– para construir a partir de estos territorios
pensados –los lugares– unos territorios posibles –nuevo
código urbano y territorial– en mejores condiciones que
los actuales: ordenanzas municipales con casi tres décadas
de vigencia.
Lugares urbanos:

1. Central
2. Residencial consolidado
3. Conjunto de viviendas
4. Residencial en consolidación
5. Barrio-parque y residencial jardín (permanente y tem-
porario)
6. Residencial débil
7. Corredor comercial y de servicios
8. Residencial mixto (con galpones e industrias)
9. Equipamiento urbano (usos específicos)
10. Intersticio urbano
11. Recreativo y turístico (público y semipúblico)
12. Industrias y servicios asociados (pueden ser periurba-
nos o rurales)

Lugares periurbanos:

1. Borde urbano con parcelamiento urbano


2. Borde urbano con parcelamiento rural
3. Productivo intensivo (horticultura, arándanos, endi-
vias)
4. Productivo con mediano y alto impacto territorial

10 Experiencias semejantes se transitaron en más de diez municipios bonae-


renses, particularmente con Sergio Resa.
46 • La ruralidad en tensión

5. Barrio aislado en ámbito periurbano


6. Equipamiento en ámbito periurbano
7. Periurbano valorizado por ruta (rutas 29 y 41: buffer
de 200 m a cada lado)
8. Periurbano valorizado por calificación legal del suelo
9. Lugares degradados: basural y cavas
10. Periurbano débil

Lugares rurales:

1. Parajes rurales y estaciones ferroviarias


2. Colonia El Salado-Bosque Encantado
3. Ganadero-agrícola en explotaciones grandes y de
tamaño medio
4. Ganadero-agrícola en explotaciones pequeñas y
medias
5. Ganadero intensivo, preferentemente tambero
6. Ganadero intensivo: haras y cabañas
7. Ganadero intensivo de mediano y alto impacto: feedlot
8. Ganadero extensivo en explotaciones grandes y de
tamaño medio, con aptitud agropecuaria media
9. Ganadero extensivo en explotaciones pequeñas y
medias, con aptitud agropecuaria media
10. Ganadero extensivo con importante restricción
ambiental
11. Sitios rurales de valor paisajístico-cultural: caminos
vecinales forestados y cascos de estancias
12. Valorizado por rutas (rutas 3, 29 y 41: buffer de 500
m a cada lado)
13. Explotaciones avícolas
14. Explotaciones forestales
La ruralidad en tensión • 47

Imagen 1. Código de ordenamiento urbano y territorial,


partido de General Belgrano

Elaboración de H. Bozzano, S. Resa, V. Pohl Schnake, A. Mauri y otros.

Imagen 2. Bases para una estrategia de desarrollo territorial,


partido de General Belgrano

Elaboración de H. Bozzano, S. Resa, V. Pohl Schnake, A. Mauri y otros.


48 • La ruralidad en tensión

A título ilustrativo, y por razones de extensión, se


exponen a continuación un lugar rural y un lugar periur-
bano.
Ganadero extensivo con importante restricción ambiental
(lugar 32): se trata del lugar cuya vocación en General Bel-
grano está más próxima a un lugar natural; sin embargo,
prevalece la vocación ganadera, disminuida por una signifi-
cativa restricción ambiental por ineptitud edafológica y por
inundabilidad. Se observan tendencias de vulnerabilidad
asociadas al riesgo hídrico, escaso control del Estado y pro-
cesos conflictivos dados por el sobrepastoreo. Los actores
más significativos de estos lugares son los propietarios del
suelo, los contados vecinos que lo habitan y los funciona-
rios municipales en condiciones de promover una protec-
ción para estos lugares. Registra una espacialidad absoluta
con sitios naturales con importantes restricciones para la
actividad ganadera; su espacialidad relativa le otorga una
posición desfavorable en General Belgrano; mientras que
al no tener una vocación muy clara su espacialidad rela-
cional pierde peso.
Periurbano débil (lugar 22): Se trata del lugar con la
vocación menos definida de todo el municipio, con una
territorialidad periurbana con elevada vulnerabilidad y baja
accesibilidad; sus tierras sub-utilizadas, próximas a la ciu-
dad, fortalecen procesos conflictivos por cuanto son luga-
res expuestos a ser ocupados con actividades que pueden
desencadenar vocaciones diferentes y hasta encontradas;
registran escasa valorización social y por lo general una
sobrevaluación inmobiliaria en la medida que su vocación
dominante es la especulación del suelo. Los actores más
significativos del periurbano débil son los propietarios del
suelo, los contados vecinos que lo habitan y los funciona-
rios municipales en condiciones de promover una vocación
diferente para estos lugares. Registra una espacialidad abso-
luta con sitios naturales aptos para vocaciones periurbanas;
La ruralidad en tensión • 49

su espacialidad relativa le otorga una posición desfavorable


en General Belgrano; mientras que al no tener una voca-
ción, no registra espacialidad relacional alguna.
Como puede observarse, en la definición de cada lugar
rural o periurbano participan los siete conceptos operacio-
nales y algunas de las 30 variables presentes en la “matriz
analítica orientada a entender el lugar en términos de un
objeto de estudio”.

Lugares rurales de Argentina: propuesta de stlocus


2018-2024

Para formular una nueva propuesta en este libro referida a


lugares rurales de Argentina, nos apoyamos en una inves-
tigación antecedente realizada para el Plan Estratégico de
Administración de los Bienes del Estado (PEABE) en 2004,
en el ítem, “Antecedente: lugares de la República Argen-
tina”, que combinó empiria con conocimiento, entusias-
mo y pasión.11 La presente propuesta de lugares rurales
de Argentina agrega dos a estos cuatro ingredientes: en el
siguiente ítem, la tríada de procesos, lugares y actores (Boz-
zano, 2006; Bozzano, 2009); y en el ítem “Ciencia y política:
insatisfacciones”, la insatisfacción de más de tres décadas
de vivir una ciencia y unas políticas públicas que no logran
dar respuesta a los problemas más acuciantes de nuestros
stlocus. En nuestra corta vida no lo resolveremos, pero el
propósito es abrir caminos para que los territorios posi-
bles terminen prevaleciendo sobre los imposibles desde una

11 Albert Einstein escribió: “Nunca consideres el estudio como una obligación,


sino como una oportunidad para penetrar en el bello y maravilloso mundo
del saber”. Mi decisión de estudiar Geografia en la universidad pública hace
cuarenta años estaba tomada desde la escuela primaria. Al momento de
coordinar el PEABE, había realizado el equivalente de casi dos viajes a la
luna, recorriendo, escudriñando, disfrutando y aprendiendo en toda la
Argentina: más de 600 mil kilómetros.
50 • La ruralidad en tensión

ciencia que no solo supere el statu quo, sino la resistencia y


la crítica, para ser una ciencia transformadora, como expo-
nemos al final del capítulo.

Antecedente: lugares de la República Argentina


A partir del año 2003, en el marco del Plan Estratégico
del ONABE de la Argentina,12 se procede a la definición
de 43 usos reales del suelo –preferentemente descriptivos– y
de 30 lugares –preferentemente explicativos y/o interpre-
tativos–, ambos en la micro-escala, para la totalidad de la
República Argentina, una tarea colectiva y de una utilidad
aún no dimensionada por nuestros estadistas: se trata de
una cuestión de Estado.13
La propuesta de usos reales del suelo se realizó para
la totalidad del territorio argentino, a partir de la com-
binación de dos criterios: unidad de análisis territorial y

12 Plan Estratégico de Administración de los Bienes del Estado (PEABE) de la


República Argentina (2003-2005), Organismo Nacional de Administración
de Bienes del Estado (ONABE). Director: Prof. Fernando Suárez; coordina-
dor de proyecto: Cdor. Raúl Fernández; coordinador del plan estratégico:
Dr. Horacio Bozzano. Nuestra sociedad debería disponer de bienes del
Estado que respondan a patrones y lógicas de ocupación y apropiación
coherentes con el proceso de organización territorial de la República
Argentina. Vale decir, que los bienes asignados a cada uso o función (vías
férreas, vialidades, transporte, aeropuertos, universidades, fuerzas armadas,
vivienda, etcétera) deben ser coherentes con las formas de ocupación y de
apropiación de los grupos sociales (Estado, sector privado y ciudadanos) en
el territorio. Hay una publicación parcial de estos resultados en Bozzano
(2009).
13 La presente propuesta es perfectible y rescata 22 años de investigación bási-
ca y aplicada ininterrumpida sobre el tema por parte de integrantes del
actual Programa de Investigación TAG Territorio, Actores, Gobernanza
para la Transforamción en CHAyA, IdIHCS (UNLP-CONICET). Estas cate-
gorizaciones de usos y lugares o patrones territoriales registran en resumen
los siguientes antecedentes institucionales por parte de dicho equipo: UNLP
(1984-2006), CONICET (1986-2006), Université Sorbonne (1991-1999),
IAURIF Paris (1992-1993) CONAMBA (1994-1997), CEAMSE
(1995-1996), CFI (1992-1993, 1999-2002, y 2004-2005), GCBA (2002), CIC
Pcia. Bs. As. (2003-2006) y MECyT (2003-2006). El período 1984-2008 se
refiere a investigaciones sobre la región metropolitana Buenos Aires. El
período 2003-2008 se refiere a las 23 provincias argentinas.
La ruralidad en tensión • 51

categorías. En el caso del PEABE, estos usos son conside-


rados vecinos o adyacentes y conforman la instancia des-
criptiva básica para estudiar el contexto donde se inserta
cada uno de los bienes del Estado. La determinación de
usos actuales en el entorno inmediato de cada bien del
Estado nacional es un resultado que integra los Eje Estra-
tégicos I y III, Tercera y Quinta Actividad del PEABE. Una
de las coberturas o layers de este SIG se refiere a los usos
actuales de cada bien del Estado nacional. De esta manera,
es posible activar cualquier uso dentro de esta cobertura
para –de manera rápida y sencilla– realizar diagnósticos
y balances por uso y por espacio (localidad/espacio rural)
en la totalidad de los entornos de los bienes del territo-
rio argentino. Por ejemplo, es posible determinar cuántos
bienes y qué superficie por localidad, por departamento/
partido y/o por espacio rural tiene el Estado nacional de un
determinado uso: transporte ferroviario en funcionamien-
to, bienes ociosos, administración pública nacional, fuerzas
armadas, etcétera, en zonas urbanas, periurbanas, rurales,
próximos a centros comerciales, villas miseria, canteras u
otros usos y/o lugares.
La unidad de análisis territorial es la manzana o macizo
urbano equivalente,14 la fracción intersticial urbana, la par-
cela rural y el espacio público con restricciones al dominio.
Respecto de las categorías, para cada unidad de análisis
territorial mencionada se deberá consignar el uso del suelo
real absoluto o dominante; estas situaciones ocurren gene-
ralmente en lugares rurales o seminaturales, en los que es
dificultoso discretizar la dominante entre dos o tres activi-
dades o tendencias a la preservación del ambiente. En 2003
se propuso la siguiente categorización:

14 Son los casos de villas miseria, asentamientos precarios o series de viviendas


en pueblos, caseríos y en alineamientos de viviendas en oasis ricos y pobres
del oeste argentino, a lo largo de caminos.
52 • La ruralidad en tensión

Cuadro 3. Categorías de espacios y usos del suelo reales

ESPACIOS USOS DEL SUELO REALES

PREFEREN- 1- ESPACIOS VERDES DE USO PÚBLICO: plazas,


TEMENTE parques, otros
URBANOS Y 2- ESPACIOS CIRCULATORIOS DE USO PÚBLICO: rutas,
PERIURBANOS vías férreas, avenidas, calles, otros
3- EQUIPAMIENTOS SOCIALES Y CULTURALES:
hospitales, escuelas, comedores, iglesias, bibliotecas,
museos, otros
4- EQUIPAMIENTOS DE TRANSPORTE Y
COMUNICACIÓN: estaciones y apeaderos ferroviarios,
aeródromos y aeropuertos, terminales de ómnibus,
puertos y atracaderos, estaciones transmisoras de radio y
televisión, otros
5- EQUIPAMIENTOS DE SEGURIDAD: regimientos, bases
aéreas, comandos policiales, otros
6- ESPARCIMIENTO Y RECREACIÓN: clubes, zoológicos,
autódromos, estadios, otros
7- COMERCIAL Y/O ADMINISTRATIVO (nacional,
provincial y/o municipal) DOMINANTE
8- COMERCIAL, ADMINISTRATIVO Y/O RESIDENCIAL
(vivienda en altura dominante)
9- COMERCIAL, ADMINISTRATIVO Y/O RESIDENCIAL
(vivienda en planta baja dominante)
10- RESIDENCIAL DOMINANTE (vivienda individual)
11- RESIDENCIAL DISCONTINUO (viviendas y baldíos)
12- CONJUNTO DE VIVIENDAS / BARRIOS
PLANIFICADOS
13- ASENTAMIENTOS PRECARIOS Y VILLAS MISERIA
14- “BARRIOS PARQUE” Y “RESIDENCIAL JARDÍN”
(ciudad abierta)
15- BARRIOS PRIVADOS Y CLUBES DE CAMPO O
COUNTRIES (ciudad cerrada)
16- ESTABLECIMIENTOS INDUSTRIALES Y GRANDES
GALPONES: mayoristas, construcción, otros
17- RESIDENCIAL, INDUSTRIAS Y GALPONES
18- MANZANAS Y FRACCIONES BALDÍAS
19- SUELO Y/O SUBSUELO DEGRADADO: “cava”,
“cantera”, “tosquera”
20- OTROS EQUIPAMIENTOS: cementerio, basural
municipal, corralón municipal, otros
La ruralidad en tensión • 53

PREFEREN- 21- CASERÍO (viviendas, comercios y/o servicios básicos)


TEMENTE 22- CASA RURAL (incluye galpones, molinos y otras
RURALES mejoras)
23- ESCUELA RURAL
24- DESTACAMENTO: policía, prefectura, gendarmería,
otros
25- CONSTRUCCIONES DE PARQUES Y/O RESERVAS
NATURALES
26- EQUIPAMIENTO (seguridad, recreación, cementerios,
otros)
27- FLORICULTURA, HORTICULTURA
28- FRUTICULTURA
29- FORESTACIÓN INDUCIDA
30- AGRICULTURA CON RIEGO (cereales, oleaginosas,
cultivos industriales)
31- AGRICULTURA SIN RIEGO (cereales, oleaginosas,
cultivos industriales)
32- GANADERÍA VACUNA
33- GANADERÍA LANAR
34- PASTORIL DE SUBSISTENCIA (caprinos, lanares,
otros)
35- FORESTAL Y PASTORIL DE SUBSISTENCIA
36- MINERO EXTRACTIVO: metales, rocas de aplicación
37- REPRESA, EMBALSE, DIQUE, TAJAMAR

PREFEREN- 38- FORESTAL NATURAL: bosque, selva, monte


TEMENTE 39- CURSO DE AGUA
NATURALES 40- CUERPO DE AGUA: lago o laguna
Espacios poco 41- BAÑADO O TERRENO ANEGADIZO
utilizados y/o sin 42- DESIERTO O SUELO ROCOSO
uso aparente 43- HIELO O NIEVES ETERNAS

Elaboración propia.

Los lugares o patrones de ocupación y apropiación


territorial conforman una instancia explicativa básica para
estudiar el territorio argentino en la micro-escala. Se con-
sideró oportuno en 2003 plantear la necesidad de conce-
bir, definir y elaborar una política –compleja y ardua– de
articulación de bienes del Estado según usos o actividades
en la totalidad del territorio argentino. Nuestra sociedad
debería disponer de bienes del Estado que respondan a
patrones y lógicas de ocupación y apropiación coherentes
con el proceso de organización territorial de la República
Argentina; esto significa que los bienes asignados a cada uso
o función (vías férreas, vialidades, transporte, aeropuertos,
54 • La ruralidad en tensión

universidades, fuerzas armadas, vivienda, etcétera) deben


ser coherentes con las formas de ocupación y de apropia-
ción (los lugares) de los grupos sociales (Estado, sector pri-
vado y ciudadanos) en el territorio.
En 2003 se propuso ejecutar la siguiente tarea: estable-
cer la combinación de dos criterios, la unidad de análisis
territorial y la clasificación. La unidad de análisis territorial
es el conjunto de cantidades variables de manzanas, maci-
zos urbanos equivalentes, fracciones intersticiales urbanas
y/o parcelas rurales. Respecto de la categorización, se pro-
puso la siguiente clasificación de lugares o patrones de ocu-
pación y apropiación territorial:

Cuadro 4. Clasificación de espacios y lugares

ESPACIOS LUGAR (patrón de ocupación y apropiación territorial)

ESPACIOS 1- CENTROS, SUB-CENTROS Y CORREDORES


URBANOS COMERCIALES
2- BARRIOS CONSOLIDADOS
3- BARRIOS EN CONSOLIDACION Y SUBURBIO DÉBIL
4- ZONAS INDUSTRIALES, PARQUES INDUSTRIALES Y
ACTIVIDADES MAYORISTAS
5- GRANDES ESPACIOS VERDES
6- GRANDES EQUIPAMIENTOS
7- GRANDES LUGARES FRÁGILES O DEGRADADOS
8- SITIOS TURÍSTICOS (BALNEARIOS, TERMAS Y
OTROS)

ESPACIOS 9- PRODUCCIONES PRIMARIO-INTENSIVAS Y SUB-


PERIURBANOS UTILIZADO EN VALORIZACIÓN
10- ESPARCIMIENTO Y “CIUDAD VERDE ABIERTA Y
CERRADA”
11- GRANDES EQUIPAMIENTOS
12- MIXTO PERIURBANO (PRODUCTIVO,
ESPARCIMIENTO, GRANDES EQUIPAMIENTOS,
DEPÓSITOS, “CIUDAD VERDE”, ESPECULATIVO)
La ruralidad en tensión • 55

ESPACIOS 13- PUEBLOS (entre 20 y 100 habitantes; comprende


RURALES estaciones ferroviarias, grandes cascos de estancia o de
otros establecimientos y otros agrupamientos de
viviendas)
14- CASERÍOS (menos de 20 habitantes; comprende
estaciones ferroviarias, grandes cascos de estancia o de
otros establecimientos y otros agrupamientos de
viviendas)
15- PARAJES RURALES (comprende escuelas rurales y
destacamentos del Estado: prefectura, gendarmería,
policía y otros)
16- AGRÍCOLA CON RIEGO
17- AGRÍCOLA SIN RIEGO
18- AGROPECUARIO
19- GANADERO VACUNO
20- GANADERO LANAR
21- PASTORIL DE SUBSISTENCIA
22- FORESTAL NATURAL Y/O INDUCIDO
23- AGRO-SILVO-PASTORIL
24- MINERO EXTRACTIVO Y/O INDUSTRIAL
25- PARQUES INDUSTRIALES Y GRANDES INDUSTRIAS
EN MEDIO RURAL
26- GRANDES REPRESAS
27- GRANDES EQUIPAMIENTOS
28- SITIOS TURÍSTICOS EN ESPACIOS NO PROTEGIDOS

ESPACIOS 29- PARQUES Y RESERVAS NATURALES NACIONALES,


NATURALES PROVINCIALES Y MUNICIPALES
30- SITIOS TURÍSTICOS EN ESPACIOS PROTEGIDOS

Elaboración propia.

Estas categorizaciones, preferentemente descriptiva


una (usos reales del suelo) y preferentemente explicativa y/o
interpretativa otra (lugares o stlocus) son preliminares y pro-
visorias. La definición de lugares en términos de patrones
de ocupación y apropiación territorial para la totalidad de
la República Argentina integraba en aquella investigación
una dirección estratégica de mayor alcance que la primera
aplicación propuesta: el PEABE, y se inscribía en las Polí-
ticas de Desarrollo Territorial que llevaba a cabo el Minis-
terio de Planificación Federal de la Nación. Se desconoce
si dichos lineamientos investigados y formulados en 2003
continúan vigentes. No obstante, tampoco el CONICET ha
fijado como prioritarias investigaciones básicas y aplicadas
de esta naturaleza en las últimas dos décadas. Tampoco, a
56 • La ruralidad en tensión

posteriori de este PEABE, la Política y Estrategia Nacional de


Desarrollo y Ordenamiento Territorial de Argentina15 estu-
dia, establece ni determina lugares en términos de stlocus ni
de territorios en la micro-escala con criterios interpretati-
vos o explicativos comunes para toda la Argentina.

Procesos, lugares y actores


Esta tríada de procesos, lugares y actores (Bozzano, 2009) fue
propuesta en 2006 en un congreso de Geografía en la Uni-
versidad Nacional de La Pampa a partir de la articulación
de tres perspectivas: el sistema, la estructura en Durkheim
(procesos); la acción, la agencia en Weber (actores); y el trabajo
vivo y trabajo muerto en Marx, resignificados por Santos
(1996) en sistemas de acciones y sistemas de objetos, y por
Bozzano y Resa (2009) en patrones de ocupación y apro-
piación territorial (lugares). Pensar definiciones de territorio
y de geografía que incorporen procesos, lugares, y acto-
res es hacer referencia explícita o implícita en territorios
y lugares a aquella tensión no resuelta entre acción y siste-
ma en el campo de la sociología, entre concepciones que
desde Weber y Durkheim han ido complejizando el objeto
de la sociología. Nos referimos a las maneras de articular
en el análisis y la explicación, actores y prácticas parti-
culares, por un lado, y estructuras, procesos y tendencias
generales, por otro.
Hoy resulta dificultoso definir la geografía y precisar
su objeto, aunque sin dudas el territorio o espacio geográ-
fico y las relaciones entre sociedad y naturaleza, ambas en
sentido amplio, parecen representar juntos o separados el/
los objeto/s en los cuales los geógrafos parecen tener menos
discrepancias. Milton Santos plantea:

15 Para más información ver: https://bit.ly/2LihF24.


La ruralidad en tensión • 57

[…] la cuestión se complica cuando admitimos, junto con R.


J. Johnston (1980), que existen tantas geografías como geó-
grafos o cuando reconocemos con H. Lefèbvre (1974:15) que
“[…]los escritos especializados informan a sus lectores sobre
todos los tipos de espacios precisamente especializados […]
habría una multiplicidad indefinida de espacios: geográficos,
económicos, demográficos, sociológicos, ecológicos, comer-
ciales, nacionales, continentales, mundiales” […] Es eviden-
te que existen diversas percepciones de las mismas cosas,
porque existen diferentes individuos […] En efecto, para el
asunto que nos interesa, es necesario transformar en uno sólo
lo que parece ser un problema doble. Se trata de definir el
espacio de la geografía, tanto si es una geografía renovada
o redefinida, y establecer así su objeto y sus límites (San-
tos, 1996: 26).

Si bien no puede admitirse como una definición termi-


nante ni absoluta, desde 2009 trabajamos con esta defini-
ción provisoria de la geografía:

Es la disciplina científica que, junto a otras, estudia las dife-


renciaciones en el espacio terrestre y en sus lugares entendida
y explicada como compleja, solidaria y contradictoria dia-
léctica de las relaciones entre procesos sociales y procesos
naturales; o bien, de los actores que, con sus percepciones,
intereses y acciones, construyen lugares en una relación per-
petua entre hombre y medio (Bozzano, 2017: 55).

¿En qué medida en esta definición provisoria de geo-


grafía están presentes, respectivamente, lugares, procesos
y personas o actores? Mientras los espacios diferenciados
pueden ser lugares, ciudades, barrios, campos, regiones,
municipios, países u otros recortes territoriales, es necesa-
rio para entenderlos, identificar y explicar los procesos que
le dan sentido; así como conocer las lógicas que despliegan
personas y actores en cada lugar y en cada proceso. De
acuerdo a esta definición preliminar, el objeto de estudio
dominante de la ciencia geográfica es el espacio geográfico
o territorio, con sus lugares, sus procesos y sus actores. De todas
58 • La ruralidad en tensión

maneras, este objeto no es patrimonio exclusivo de la disci-


plina geográfica. Volvamos al territorio, y dejemos entonces
un poco su cantera científica: la geografía.16
Existe una amplísima gama de macro, meso y micro-
procesos. El macro-proceso conocido más abarcativo es
el que dio origen al universo. Los micro-procesos más
minúsculos conocidos se introducen en los átomos y dentro
de cada célula. En este variado espinel de procesos, es nece-
sario precisar cuál es el proceso pertinente para definir lugares
rurales en la Argentina. Según nuestra formación científica,
se trata del proceso de organización y desorganización territorial
que básicamente está teniendo lugar desde la llegada de los
españoles al Mar Dulce o Río de la Plata hace cinco siglos,
en 1516. ¿Cuáles estarían siendo los procesos –como sub-
procesos de este proceso– que están permitiendo analizar,
interpretar y explicar el proceso de organización y desorganiza-
ción territorial de Argentina, en particular durante el último
siglo? Siendo algunos más y otros menos territorializables,
a modo de hipótesis son los siguientes: 1- las insuficientes o
nulas políticas públicas promotoras de ruralidades sosteni-
bles; 2- la concentración de la propiedad y los propietarios
absentistas; 3- el consiguiente despoblamiento rural; 4- la
deforestación; 5- la degradación del suelo; 6- el cambio
climático; 7- la denominada “sojización”; 8- la educación
y la deseducación; 9- la corrupción estructural y varios
otros subprocesos.
La organización territorial es:

[…] un proceso que se explica a partir de la hibridación


–más o menos conflictiva– entre los rasgos más salientes de
la historia natural previa y de la historia social de ocupación
y apropiación, siendo explicado mediante el reconocimien-
to del pacto fundacional (hito decisional fundante), huellas

16 Cuestiones relativas a territorialidad, sustentabilidad y relacionalidad pre-


sentes en ciencias territoriales y ciencias ambientales son analizadas en Boz-
zano (2000: 33-53) en el capítulo 2, “Concepción territorial, ambiente y sus-
tentabilidad”.
La ruralidad en tensión • 59

(marcas) e improntas (prácticas, símbolos) referidas a aconte-


cimientos en procesos y/o mediante la identificación de algu-
nas de seis instancias dominantes de un ciclo que acontece
desde el origen simultáneo de la ocupación (objetos, mate-
rialidades) y de la apropiación (acciones, prácticas): creación,
expansión, consolidación, fortalecimiento, estancamiento y
retracción (Bozzano, 2017: 105).17

Para definir los lugares con stlocus, según pilares de la


teoría social crítica del espacio en Milton Santos, será menester
aplicar el método con un potente sistema de información
geográfica, en el IGN por ejemplo, así como con una pro-
puesta teórica coherente y a la vez sólida para la totalidad
del territorio argentino, emanada desde un grupo de inves-
tigadores de diversas universidades argentinas. Si se toma la
decisión, la política, la ciencia y la tecnología, pueden hacer-
lo. El problema es diferente: tomar la decisión de hacerlo,
ya sea con stlocus, con la teoría de Milton Santos o con otras
teorías y métodos.18

Ciencia y política: insatisfacciones


La ruralidad en tensión y la urbanidad en tensión tienen cada
una sus explanans y sus explanandum. La investigación cien-
tífica está en condiciones de dar respuesta a ruralidades
y urbanidades, con sus procesos de organización y desorgani-
zación territorial, incluidos procesos de metropolización en
Buenos Aires, Córdoba y Rosario, y procesos de periurbani-
zación en aproximadamente 150 ciudades de Argentina. Sin

17 En esta definición, publicada en su primera edición en 2009, están presentes


básicamente los aprendizajes de José Luis Coraggio en su libro Territorios en
transición y de Milton Santos en su obra La naturaleza del espacio. Gracias a
ambos maestros por su producción científica.
18 Las políticas públicas en general y la política científica en particular atravi-
sesan en los últimos años un proceso de contracción y retracción presu-
puestaria considerable. El Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación
Productiva ya no es un ministerio. Sin embargo, siempre está la esperanza
que aparezca en el rebaño una oveja negra que tome una decisión a
contrapelo.
60 • La ruralidad en tensión

embargo, la producción científica lo ha hecho de manera


parcial, y particularmente –a excepción de la obra de Gui-
llermo Velázquez a la que nos referiremos a continuación–,
aún no ha dado respuesta con criterios teóricos comunes
aplicados para la totalidad del territorio argentino.
Desde las políticas públicas, asimismo, la ruralidad en
tensión y la urbanidad en tensión durante más de dos siglos
convivieron y conviven con políticas territoriales insufi-
cientes, pseudopolíticas y no políticas que contribuyeron
al alarmante estado de tensión, conflicto, desinteligencia
territorial e injusticia territorial de nuestro presente. La
tendencia indica que en el próximo siglo, de no revertirse
estas tendencias, Argentina constituirá un territorio más
imposible que posible.
Ante esta ruralidad en tensión, ¿de quién es la responsa-
bilidad?, ¿de las instituciones responsables de gobernar un
territorio, de los investigadores encargados de investigarlo,
del mundo empresario o de toda la comunidad? En todo
caso, la responsabilidad es compartida. Hoy, a 36 años de
trabajar como servidor público del sistema científico nacio-
nal investigando el territorio y los lugares de Argentina,
mi insatisfacción es profunda y mi tristeza mayúscula. Si el
directorio del CONICET o las autoridades nacionales del
ex Ministerio de Ciencia y Técnica de la Nación tomaran
la decisión de que investigar nuestro territorio es una polí-
tica de Estado para la formulación de numerosas políticas
públicas útiles para el cumplimiento de las misiones y fun-
ciones de todos los demás Ministerios, entonces podrían
promoverse investigaciones orientadas a espacializar –con
diversos grados de precisión espacial– los nueve procesos a
los que hacíamos referencia.19

19 Si bien el Plan Estratégico Territorial (PET) de la Argentina construyó un


importante aporte en la última década, el más importante en la historia ins-
titucional argentina, a nuestro juicio, un análisis preliminar permite colegir
que no se atravesó suficientemente una instancia de estandarización de cri-
terios: cada provincia produjo su resultado con diferentes criterios. Asimis-
mo, tanto los supuestos básicos subyacentes como los aspectos teóricos
La ruralidad en tensión • 61

Respondiendo parcialmente a estos nueve procesos


–a nuestro juicio, base de la organización y desorganiza-
ción territorial de Argentina– existen numerosos ante-
cedentes para avanzar en esta propuesta. Entendemos
que el más importante es la obra dirigida por el Dr.
Guillermo A. Velázquez en 2010 (2016), denominada
Geografía y calidad de vida en Argentina. Análisis regional
y departamental (2010) (imagen 3), en la que, con un
equipo de investigadores, realizan una tarea inédita y de
notable valor: la geografización de indicadores sociales
y ambientales para la totalidad de los municipios de
Argentina. Hemos identificado otras fuentes20 que, si
bien constituyen investigaciones más sectoriales, son de
gran utilidad para que la ciencia argentina, desde sus
autoridades o desde sus investigadores, decida aportar
a la justicia territorial con nuevas investigaciones sobre
sus territorios que contribuya en los hechos más que
en los discursos a otras políticas públicas. Es oportuno
considerar que en más de dos siglos nuestras institu-
ciones públicas, a través de sus decenas de miles de
autoridades, aún no han tomado la decisión de impulsar
esta tarea. ¿Puede un conjunto de diputados o senadores
nacionales, un ministro o un presidente, entre miles que
ha habido, tomar la decisión de apoyar esta iniciativa?
¿Por qué no podría hacerlo?

explicados en el PET no remiten a categorías de análisis que reconozcan


procesos, lugares y actores con criterios semejantes para la totalidad del
territorio argentino con el cual se pretendió establecer lineamientos estra-
tégicos para toda una nación. Vale decir, el PET es demostración fehaciente
del dislate o la discordancia entre el objeto de estudio (diagnóstico), el objeto
de intervención (plan) y el objeto de transformación: su posterior ejecución.
20 Pueden consultarse en el anexo titulado “Fuentes útiles para trabajar
en la ejecución de la propuesta consignada en el ítem ‘Ejecución de la
propuesta’”.
62 • La ruralidad en tensión

Imagen 3. Portada de la obra dirigida por el Dr. Guillermo A. Velázquez

Ejecución de la propuesta
Identificamos las siguientes fases: 1- Formulación de una
agenda científica “Lugares rurales en Argentina: base de
otras políticas públicas”: elaboración de una propuesta con-
creta con el Dr. Guillermo Velázquez y otros científicos
para elevar a nuestras máximas autoridades; 2- Evaluación
de nuestra propuesta por parte de altas autoridades y res-
puesta con eventuales ajustes; 3- Decisión de promover una
convocatoria específica para realizar el proyecto; 4- Elabo-
ración de las bases de la convocatoria dentro de algunos
de los programas existentes en agencia o en CONICET; 5-
Puesta en marcha del proyecto –durante cinco años– con la
participación del IGN y de cuatro becarios doctorales como
mínimo; supervisión de un pequeño grupo de Investigado-
res superiores y principales del CONICET idóneos en el
tema; 6- Conformación de una mesa de trabajo permanente
La ruralidad en tensión • 63

bimensual21con la participación de investigadores, tesis-


tas y representantes técnicos ministeriales durante cinco
años, ejecutando y sistematizando un total de 30 mesas; 7-
Obtención de resultados en cinco años para formular otras
políticas públicas a veinte, treinta o más años.

Cómo distensionar la ruralidad

La ruralidad argentina está en tensión. La ruralidad en


América Latina, también; en África, Asia y muchos lugares
de Europa y Oceanía, también. La urbanidad está en ten-
sión. El planeta está en tensión. Seguirá en tensión hasta
que desaparezca el Homo sapiens de la Tierra o hasta que
decidamos distensionarlo. La ciencia y la política están en
condiciones de distensionar la ruralidad. Sin embargo, con
lo que hoy están produciendo la ciencia y la política no
es suficiente: son mayores las tensiones que las distensio-
nes. Dado el espacio requerido para el desarrollo de este
capítulo, elegimos concluir con cuatro perspectivas, coope-
rativas y complementarias: qué ruralidades, qué lugares, qué
ciencia y qué políticas.
QUÉ RURALIDADES. Retomamos las siete preguntas
fundantes de este libro:

1. ¿De qué hablamos cuando hablamos de lo rural? Lo rural


constituye una de las tres territorialidades más impor-
tantes del planeta junto a lo urbano y a lo natural: la
Revolución Agrícola –hace más de 12 000 años–, la
Revolución Industrial –en los dos últimos siglos– y la

21 Esta técnica científica fue probada hasta octubre de 2018 en 51 ocasiones en


el marco del proyecto “La ciencia y la gente, otras políticas públicas” de la
UNLP y el CONICET y ha tenido excelentes resultados. Continúa mes a
mes hasta 2026 en dos agendas científicas participativas, “Puente de Fierro
Territorio Posible” y “Territorio, Industria y Ambiente”, en el Gran La plata.
Esta técnica ha sido definida con once criterios teórico-prácticos en Boz-
zano y Canevari (2018).
64 • La ruralidad en tensión

urbanización –particularmente, en el último siglo– han


alterado el balance de estas tres territorialidades en los
casi 200 países del mundo. Durante más de 70 000
años, dominó lo natural; durante 12 000 años, lo natu-
ral y lo rural fueron las territorialidades dominantes;
en los dos últimos siglos, lo urbano tuvo un desarrollo
notable; mientras que durante el último medio siglo,
lo periurbano ha adquirido entidad como territorialidad
propiamente dicha.
2. ¿Alcanza con una dimensión población/espacial o es necesa-
rio incorporar otras dimensiones? Es inconducente definir
lo rural de manera bidimensional cuando su naturaleza
es compleja y multidimensional; desde la concepción
de territorio expuesta en este capítulo, pueden reco-
nocerse otras varias dimensiones, sin embargo consi-
deramos que las tres referidas al explanans de lo rural
son determinantes: lo geográfico, lo histórico y lo eco-
nómico.
3. ¿Qué espacios pueden identificarse como rurales en la Argen-
tina de la segunda mitad del siglo XX? Como mínimo
pueden identificarse los lugares propuestos en el ítem
“Antecedente: lugares de la República Argentina”, vale
decir: 1- pueblos (entre 20 y 100 habitantes; compren-
de estaciones ferroviarias, grandes cascos de estan-
cia o de otros establecimientos y otros agrupamien-
tos de viviendas); 2- caseríos (menos de 20 habitantes;
comprende estaciones ferroviarias, grandes cascos de
estancia o de otros establecimientos y otros agrupa-
mientos de viviendas); 3- parajes rurales (comprende
escuelas rurales y destacamentos del Estado: prefectu-
ra, gendarmería, policía y otros), 4- agrícola con rie-
go; 5- agrícola sin riego; 6- agropecuario; 7- gana-
dero vacuno; 8- ganadero lanar; 9- pastoril de sub-
sistencia; 10- forestal natural y/o inducido; 11- agro-
silvo-pastoril; 12- minero extractivo y/o industrial;
La ruralidad en tensión • 65

13- parques industriales y grandes industrias en medio


rural, 14- grandes represas; 15- grandes equipamientos
y 16- sitios turísticos en espacios no protegidos.
4. ¿Qué elementos entran en juego para diferenciar espacios
periurbanos, rurbanos y rurales? Los espacios rurales sue-
len rodear a ciudades de menos de 20 000 habitantes
donde las rentas diferenciales urbanas y agrarias no
tienen saltos considerables en términos de valoriza-
ción inmobiliaria. En ciudades de mayor peso demo-
gráfico hemos observado angostas franjas de territorio
con características diferenciadas a sus espacios urba-
nos y rurales circundantes: son sus espacios periurba-
nos. Cuanto mayor es el peso demográfico urbano, más
heterogéneo y más extenso es por lo general el espacio
periurbano. Los espacios rurbanos, como los espacios
rururbanos y los rural-urbanos, son variantes básica-
mente terminológicas de los espacios periurbanos. La
definición de espacio periurbano propuesta luego de
investigar las 150 000 manzanas, los 4400 km2 de
espacios urbanos y los 4500 km2 de espacios periur-
banos correspondientes a parte de los 13 800 km2 de
los 41 municipios pertenecientes a la región metro-
politana de Buenos Aires, incluida la actual Ciudad
de Buenos Aires, entre 1990 y 1996 en el CONICET
fue la siguiente: en el espacio periurbano coexisten de
manera cooperativa, complementaria y conflictiva siete
lógicas de ocupación y apropiación territorial: 1- pro-
ducciones primario-intensivas (horticultura, floricul-
tura, otras); 2- loteos y barrios populares con escasos
servicios; 3- ciudad cerrada (countries, barrios privados,
etcétera); 4- grandes equipamientos (aeroportuarios,
militares, etcétera); 5- ocio y esparcimiento público,
semipúblico y privado (clubes, asociaciones recreativas,
etcétera); 6- ámbitos degradados (basurales, hornos de
ladrillos, cavas, canteras) y 7- periurbano débil (tierra
66 • La ruralidad en tensión

en especulación inmobiliaria). Asimismo, en el ítem


“Antecedente: lugares de la República Argentina” expu-
simos otra clasificación de lugares periurbanos.
5. ¿Qué diferencia hay entre lo rural y las nuevas ruralidades?
Las nuevas ruralidades son formas de ocupación no
tradicionales en el medio rural asociadas generalmen-
te a tres lógicas de producción de espacio derivadas
del proceso de urbanización capitalista: residenciales,
turísticas y productivas. La ciudad expulsa habitantes
urbanos que deciden tener una vida más tranquila y
bucólica, en pequeños lotes, casas-quintas y en menor
medida en loteos en medio del campo. Tanto la turis-
tificación capitalista como un buen número de prácti-
cas turísticas alternativas eligen el medio rural como
espacio de ocio, recreación, deporte, contemplación y/
o esparcimiento con fines tanto mercantiles como liga-
dos a prácticas de buen vivir. La economía capitalista
elige localizar grandes empresas en medios rurales pró-
ximos a grandes metrópolis, generalmente a la vera de
autopistas y/o autovías.
6. ¿Qué papel cumplen las producciones agroindustriales y los
mercados de consumo en la construcción de la ruralidad?
Siendo las producciones agroindustriales y los merca-
dos de consumo dos aspectos centrales en modelos de
producción y consumo capitalistas, su incidencia en
la construcción de ruralidad es básicamente negativa;
se trata más bien de procesos de de-construcción de
ruralidades en diversas regiones argentinas, ello en la
medida que los stlocus o patrones de ocupación y apro-
piación territorial que tienden a producir generan una
ruralidad en exceso capitalista, donde las prácticas cul-
turales, sociales y económicas propias de un proceso
co-constructor de territorio con valores propios de una
ruralidad más cooperativa y solidaria pierden peso.
7. ¿Es posible hablar de un ámbito rural único y homogéneo
en la Argentina o hay multirruralidades? En Argentina
hay multirruralidades. La hipótesis es que al menos
La ruralidad en tensión • 67

existen las siguientes: 1- la ruralidad pampeana capi-


talista; 2- la ruralidad pampeana híbrida con trazos
capitalistas y con trazos más tradicionales; 3- la rura-
lidad propia de la diagonal árida sudamericana, donde
la fragilidad ambiental y el bajo grado de antropiza-
ción dan lugar a actividades de subsistencia y ausen-
cia de políticas públicas (entre la Puna y la Norpata-
gonia); 4- las ruralidades propias de las denominadas
“economías regionales”, por ejemplo en Cuyo, NEA,
NOA y el Alto Valle; y 5- la ruralidad propia de la
estancia patagónico-fueguina. Existen sin duda otras
ruralidades, sin embargo estimamos que estas son las
más significativas.

QUÉ LUGARES. El aprendizaje en el quehacer en este


tipo de investigaciones científicas permite afirmar que en
cualquier investigación en la que territorios y lugares rura-
les sean parte de su objeto de estudio –investigaciones his-
tóricas, antropológicas, ecológicas, económicas, políticas,
sociológicas, agronómicas, etcétera– es necesario ser sufi-
cientemente consciente de algunas cuestiones básicas:

1. La concepción de territorio para definir los lugares rurales


y periurbanos, pudiéndose adoptar esta con base en
la teoría social crítica del espacio en Milton Santos
u otras.
2. El lugar o la posición del concepto lugar en cada objeto
de investigación. Es frecuente referir al territorio, lugar,
municipio u otro recorte espacial objeto de investiga-
ción de manera más descriptiva que explicativa o inter-
pretativa, así como desarticulada, de los conceptos o
rasgos centrales del objeto que se está investigando.
3. La escala del lugar en relación al objeto no solo es espa-
cial, sino temporal y demográfica. Aquí es oportuno
considerar que, en las tres fases propias de una cien-
cia útil a la gente y las políticas –estudio, intervención
y transformación–, las escalas y recortes espaciales,
68 • La ruralidad en tensión

temporales y demográficos son variables. Un objeto de


intervención y transformación es en casi todos los más
de dos mil casos analizados más pequeño que el objeto
de estudio, dado que intervenir y transformar es mucho
más difícil que diagnosticar.
4. La visión integral en relación con visiones sectoriales.
Estando frente a una investigación sectorial (agrícola,
política, antropológica, etcétera), será necesario incor-
porar una concepción integral de territorio que dé
cuenta de los lugares que se investigarán. La perspec-
tiva no solo debe ser integral, sino integrada e integra-
dora; de otra manera, los discursos y los hechos pueden
sufrir incongruencias.

QUÉ CIENCIA. En las investigaciones que realizamos


en nuestras redes científicas Territorios Posibles e INTI
Network destinamos menos tiempo tanto a reproducir el
statu quo como a realizar diagnósticos críticos en objetos
de estudio, ocupando más tiempo con objetos de trans-
formación, superadores del capitalismo, el comunismo más
corrupto y los populismos. En Bozzano y Canevari (2018),
consignamos:

Nuestra posición ante la Ciencia reconoce y procura incor-


porar a nuestro quehacer cotidiano tres lecturas, que en bue-
na medida son fases, momentos o instancias coincidentes con
su historia, así como también con posicionamientos de cono-
cimientos y saberes en el desarrollo de la propia Ciencia ante
la multidimensionalidad de hechos que han tenido y tienen
lugar en la Humanidad, el Planeta y el Universo.
[…] [La tercera lectura] de la Ciencia que denominamos
teleológica plantea la existencia simultánea de una ciencia del
statu quo, una ciencia de la crítica y la resistencia y una ciencia de
la transformación, incorporando la agudización de contextos
críticos para el futuro de la Humanidad en la Tierra (Bozzano
y Canevari, 2018: 3).
La ruralidad en tensión • 69

La hipótesis está planteando la existencia simultánea


de tres ciencias:

1. La ciencia del statu quo es aquella cuya producción de nuevo


conocimiento contribuye finalmente en los hechos a perpe-
tuar estructuras y tendencias actuales de inequidad social y
degradación ambiental, entre otras. ¿Cuál es el valor de una
vacuna, un alimento saludable, una tecnología para el agua o
un plan de desarrollo urbano o rural sino llega a quien debe
llegar? Considerando que las políticas públicas y las organiza-
ciones internacionales lo hacen al menos insuficientemente,
¿por qué la ciencia no incorpora más conocimiento científico
útil para que lo que produce llegue a la gente?
2. La ciencia de la resistencia es aquella que, produciendo
aportes de conocimiento críticos a las tendencias actuales de
inequidad social y degradación ambiental, entre otras, alcan-
za preferentemente grados de transformación en conciencias
–mediante educación, concientización, sensibilización– sin
llegar a motorizar suficientemente transformaciones decisio-
nales en acciones concretas, permaneciendo en niveles más
discursivos que fácticos.
3. La ciencia de la transformación es aquella que, estudiando
y conociendo el statu quo, la crítica y la resistencia, destina
además, tiempo y energía a producir micro, meso y macro
transformaciones subjetivas, sociales, ambientales y decisionales.
Estas transformaciones se manifiestan en conciencias, espí-
ritus, perspectivas (miradas o abordajes), acciones y objetos.
La transformación comienza por lo subjetivo (vale decir por
el interior de cada sujeto: en mente, cuerpo y alma), con-
tinúa por lo social (mediante un mejor relacionamiento con
otros, particularmente con otros clivajes) y por lo ambiental
(mediante una conciencia acerca de un mayor cuidado del
oikos o nuestra casa común). Finalmente, la transformación
es decisional: si no llevo a cabo las transformaciones subjeti-
vas, sociales y ambientales de las que soy consciente, enton-
ces la transformación no tendrá lugar (Bozzano y Canevari,
2018: 12).
70 • La ruralidad en tensión

QUÉ POLÍTICA. La política debe básicamente demo-


cratizar en mayor medida la democracia, particularmente
en decenas de miles de gobiernos nacionales, estaduales,
provinciales y municipales donde el ajuste económico, la
corrupción, la inequidad social y el despilfarro ambiental
están haciendo estragos: lamentablemente, estas situacio-
nes tienden a banalizarse y naturalizarse. La contracara de
esas tensiones –de la ruralidad incluida– son los brutales
procesos de manipulación de los que son objeto miles de
millones de personas.22
La propuesta expuesta en el ítem “Ejecución de la pro-
puesta” constituye un intento de articular los cuatro “qué”
expuestos en el ítem “Cómo distensionar la ruralidad” con
el fin de que las políticas públicas y la ciencia aporten, cono-
ciendo lugares, en la distensión de ruralidades. Es tarea difícil
pero no imposible.

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22 Adherimos a las perspectivas de Sylvain Timsit y Noam Chomsky expresa-


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74 • La ruralidad en tensión

Anexo

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“Ejecución de la propuesta”
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“La Argentina en mapas. Evolución de la agricultura”.
CONICET: https://bit.ly/2lIqUBl, https://bit.ly/2nlt-
Qoc.
Escala, espacio, lugar

Reflexiones sobre la perspectiva regional/local

SANDRA FERNÁNDEZ (CONICET/UNR)

En busca de un camino

La perspectiva de los estudios regionales y locales en la his-


toriografía argentina es lo suficientemente importante para
considerarla un enfoque de interés en los estudios rurales
en su conjunto. El giro “regional” en la investigación histó-
rica puede datarse en el segundo quinquenio de la década de
1980, donde se abren cátedras en buena parte de las carreras
de Historia de las universidades nacionales, dedicadas a la
historia regional, la investigación regional, etcétera. Pero tal
giro también obedece a la presentación y consecución de
proyectos de investigación que iban a trabajar con proble-
matizaciones derivadas de las diferencias y/o excepcionali-
dades regionales y locales en relación a procesos históricos,
como la organización y consolidación del Estado nacional,
la gestación del modelo agroexportador, los orígenes del
movimiento obrero, entre otros. La necesidad de justificar
el recorte y dotar de entidad a los supuestos sobre los que se
desarrollaban los planteos del examen empírico llevó a una
preocupación por intentar delimitar la referencia a lo regio-
nal, y por supuesto también, a lo local, evaluado además por
la influencia de las historiografía europea y latinoamericana
y las provistas por la historia urbana, entre otras.
Los estudios rurales no representan una excepción en
esta trama historiográfica. Influenciados por el desarrollo
de la historia económica en el horizonte historiográfico

75
76 • La ruralidad en tensión

argentino, sus estudios tomaron a la región o la territo-


rialidad como problema central de abordaje, insistiendo en
un abordaje interdisciplinar para encontrar respuestas a los
interrogantes sobre la evolución de la cuestión agraria en la
Argentina contemporánea.
Desde una perspectiva general, la ampliación en el
escenario argentino del conocimiento sobre realidades
“regionales” que podían confrontar, acompañar y aun
entrar en contradicción con las interpretaciones tradicio-
nales alrededor del hecho nacional fue un elemento articu-
lador de aproximaciones analíticas que comenzaron a dife-
renciarse de una historiografía dominante. En los noventa,
entonces, a la vasta producción empírica se le iba agregar
una sorda discusión sobre la pertinencia y alcances de la
llamada historia regional, así como un franco choque con
las líneas de fuerza propuestas desde los aportes realizados
por los historiadores del hecho nacional. Pero si algo faltó
en esos años, fue concentrarnos mucho más en la discu-
sión sobre líneas historiográficas y teóricas que resultaban
fundamentales para proseguir con los estudios regionales
y locales. La historiografía argentina inició su etapa de
mayor producción, en cantidad y calidad, pero de forma
sistemática se rehusó a enfrentar reflexivamente su propia
dinámica de acción.
Singularmente, en el campo de la historia agraria, los
años noventa representa una época en la que se comien-
za a investigar de forma sistemática y comparativa sobre
economías regionales, y de esta manera se supera la omni-
presencia del área pampeana, no solo como eje analítico
superlativo, sino en términos de pensar estrategias de inter-
pretación intra e interregional. Aquí lo nacional y lo regio-
nal se convierten en un núcleo de tensión alrededor de la
construcción de hipótesis y delimitaciones de problemas,
así como también de perspectivas de larga o corta duración
La ruralidad en tensión • 77

para interpretar procesos históricos complejos que involu-


craban sistemas productivos, ocupación del territorio, pro-
cesos de trabajo, circuitos de comercialización.1
El marco del Estado nacional omnipresente fue no solo
una excusa editorial para satisfacer al mercado, sino tam-
bién una impronta de la gestión del campo historiográfi-
co profesional que hacía que ciertos “espacios” y “lugares”
tuvieran atributos nacionales, y otros solo “delimitaciones”
regionales, provinciales o locales, con la consecuente jerar-
quización de tales estudios. Si en el mejor de los casos
implícitamente estas investigaciones exploraban los radios
semánticos y teóricos del uso de “escalas”, la conceptuali-
zación del espacio, la justificación de la delimitación del
lugar, la discusión nunca alcanzó ribetes de un intercam-
bio de ideas generalizado que provocara un balance pos-
terior. En paralelo, desde los estudios regionales y locales,
se inició un proceso que llevó a enunciar y definir cuáles
eran los alcances de su perspectiva de investigación, y allí
sí se buscaron variables comprensivas para explicar cómo
se gestaba y producía la investigación de cuño regional y
local.2 Los estudios agrarios se inscribieron en esta últi-
ma línea, al insistir sobre los análisis intensivos de reali-
dades regionales abocándose a sistematizar la carga empí-
rica de las investigaciones y las definiciones en torno de
lo regional para justificar de forma adecuada el paradigma
interpretativo. Dos ejemplos de los muchos que se podrían
consignar emergen como referentes. El primero, referido
al desarrollo de la economía azucarera, es muy significa-
tivo, ya que no solo pone en cuestión la importancia de
tal monoproducción y sus alcances e impacto político y

1 La bibliografía sobre el particular es muy extensa; sin embargo, pueden


citarse como referencia: Balsa, Mateo y Ospital (2008), Barsky y Gelman
(2001), Girbal y Mendonça (2007) y Girbal (1997).
2 Un balance de la situación puede observarse en Fernández (2018; 2015).
78 • La ruralidad en tensión

social, sino la transformación de los recortes territoriales3.


Un caso similar es el de la Norpatagonia, que produjo un
corpus de conocimiento alrededor de la constitución de los
mercados de tierras, capitales y trabajo, la reorientación
atlántica de su economía sobre mediados del siglo XX, las
características particulares de la configuración regional del
Estado nación. En ambos casos, además, se profundizó en
el escenario metodológico de cómo pensar y de cómo hacer
operativo el concepto de región definiéndolo a partir de los
alcances del objeto de análisis.4
El debate mostró que el tema de los estudios regionales
y locales eran una preocupación al interior de la historio-
grafía argentina. Reivindicarlos o ponerlos entre paréntesis
conllevaba, además de una posición de política académica,
el interés por comenzar a discutir la importancia de la bús-
queda de su estatus teórico metodológico, en un contexto
donde la producción escrita expresaba las transformaciones
que los presupuestos interpretativos dominantes estaban
teniendo en el medio. También puso al enfoque regional/
local y sus representantes en la disyuntiva de explicitar cuál
era la definición, los alcances, los límites y las contradiccio-
nes que los análisis realizados estaban teniendo; así como
también hizo evidente la escasa sistematización de la biblio-
grafía propuesta desde los estudios regionales y locales, y
de manera concomitante la imposibilidad de establecer los
puntos de contacto y divergencia al interior de tal produc-
ción. Pero lo que la puesta en común también expuso fue
la integración de las discusiones que se estaban suscitando
en Europa y Estados Unidos sobre lo global, lo nacional, lo
regional y lo local de la mano de la Global History, la historia

3 La producción es muy nutrida al respecto; sin ánimo de síntesis, sino de


ejemplificación, podemos señalar los textos de Campi, Moyano y Teruel
(2017) y Campi (1991-1992, 1995) como aproximaciones sugestivas a la
problemática.
4 En el mismo sentido que el caso de la producción azucarera, pueden seña-
larse los textos de Bandieri (2017) y Blanco y Tozzini (2017) como una posi-
bilidad de ejemplificación.
La ruralidad en tensión • 79

conectada, la historia local, la microhistoria…5 líneas que al


fin introducían formas de acercamiento al objeto que invo-
lucraban cuestiones de índole metodológica alrededor de la
definición de la escala de análisis, el recorte territorial, así
como –y esto no es menor– el descubrimiento, la selección,
el tratamiento de fuentes para abordar lo local y lo regio-
nal. La aproximación a “viejas” fuentes en clave regional/
local, la recuperación de colecciones privadas, archivos de
matriz institucional local, entre otras, mediadas todas por
una óptica fresca para abordarlas en una clave que no pre-
tendía generalizaciones forzadas.6
Por ello, se elige una estrategia de presentación, que
más que proponer una definición de los estudios regiona-
les y locales, pretende transitar algunos tópicos que con-
sidero son solidarios a la historia regional y local, y que
alcanzan también a los estudios rurales. En la búsqueda de
ese camino, me parece entonces que se deben examinar al
menos tres problemas que recorren la literatura de la his-
toria regional y local, en particular en sus consideraciones
metodológicas: la escala, el espacio y el lugar; y solidaria-
mente también la reflexión sobre las fuentes. Se trata de
perspectivas que sirven de referencia no solo para encon-
trar respuestas, sino para plantear nuevos interrogantes y
buscar soluciones analíticas que permitan, al fin, mejorar
nuestro marco de investigación.

5 Quizás esta última fue la que más impacto tuvo en nuestra historiografía, ya
que se conocieron ampliamente sus producciones; pero en paralelo se discu-
tió muy poco acerca de la aplicación de su metodología en el análisis históri-
co.
6 Buena parte de estas reflexiones fueron publicadas a lo largo de la primera
década de este siglo. Compilaciones y artículos se esforzaron por elaborar
estados del arte sobre el tema, que al fin posiciona a la discusión en torno de
lo regional/local en un escalón superior al que se podía observar veinte años
atrás. Como referencia, pueden consultarse al menos tres compilaciones que
sintetizan esta idea: Fernández y Dalla Corte (2001), Fernández (2007) y
Blanco y Blanco (2008).
80 • La ruralidad en tensión

Ver de cerca, ver lo pequeño, ver lo diferente

Sería extenso detenernos en el debate historiográfico alre-


dedor de la escala, pero es importante esbozar alguno de los
nudos que la problemática establece. Primero, la cuestión
sobre lo micro y lo macro; segundo, la tensión entre lo
global, lo nacional y lo regional, lo local, y –aunque parezca
obvio– la cuestión de lo pequeño y lo grande.
Los usos de las escalas de análisis se adaptan muy
bien a los abordajes que rompen el paradigma del Estado
nacional como horizonte omnipresente de la pesquisa. La
frase hecha cuanto menor, mejor dice mucho alrededor de la
intensidad que la elección de la escala propone al momen-
to de llevar adelante la recopilación de la información, la
formulación de hipótesis y el proceso de interpretación y
elaboración de resultados. Por eso no es de extrañar que
en estos últimos veinte años la investigación regional/local
se haya nutrido bastante tanto de los estudios que inten-
tan superar el marco de las historias nacionales como de
los aportes de historiografías que durante los años noven-
ta del siglo pasado y la primera década del siglo XXI se
han esforzado por discutir y elaborar estados del arte y
justificaciones metodológicas alrededor de la escala (Fer-
nández, 2018: 14-15).
Las influencias han sido muchas, en particular de la
historiografía europea a partir de la presentación de dos
tópicos sobre los cuales es necesario hacer énfasis. En prin-
cipio, la idea de la escala. Desde la más ingenua idea del
microscopio, pasando por la metáfora de la red de pesca,
hasta la más compleja concepción de Bernard Lepetit (2015:
93) sobre la escala arquitectónica, los microhistoriadores
europeos han influenciado mucho el referente de la escala
de tratamiento como problema tanto desde un plano meto-
dológico como instrumental. Hace ya más de veinte años,
Jacques Revel (2015) compiló un texto señero: Jeux d’échelles.
La ruralidad en tensión • 81

La mycroanalyse à l’expérience.7 El texto proponía un debate


sobre la relación de los enfoques micro y macroanalíticos,
y establecía a lo largo de sus páginas dos visiones del con-
junto; una mirada que colocaba en un plano superior a la
dimensión micro, y otra que, sin privilegiar una sobre otra,
ponía el énfasis en el “juego” de las escalas o la consciente
variación entre las escalas. En ambas prima la consideración
de que el ajuste de la escala es fundamental para abordar
un objeto de estudio, que entre lo particular y lo general
existe un vínculo y que tal vínculo puede establecerse desde
la paridad o la jerarquía.8
Agudizar la mirada, poner el foco y concentrar la lente
han sido expresiones emanadas desde esta corriente para
demarcar las formas de pensar el problema de estudio y la
delimitación de los corpus documentales. La microhistoria
articula muy bien las dos primeras metáforas, en particular
en textos señeros de la corriente: Revel (1995, 2015), Grendi
(1977, 1996), Levi (1993, 2018), Ginzburg (1995, 2004) y
Ginzburg y Poni (1991), y por supuesto en la compilación
ya citada de Revel, así como los análisis sobre la corriente
explicitados en los textos de Serna y Pons (1993, 2000). Si
el microscopio introduce la idea de la mirada intensa sobre
lo que a simple vista no puede verse ni reconocerse, la red
lo hace en especial para imponer un recorte asociado a la
cantidad, pertinencia y calidad de las fuentes a examinar.
La adecuada selección de las fuentes para el acercamiento
historiográfico es el gesto metodológico esencial para llevar
adelante la investigación tanto microhistórica como regio-
nal/local (Fernández, 2015).

7 La versión en idioma original es del año 1996; la traducción al español fue


publicada por UNSAM en 2015.
8 Es importante recorrer los diferentes textos publicados por Quaderni Storici
que muestran el recorrido en los primeros años de gestación de esta pro-
puesta historiográfica. En nuestro idioma es ineludible citar dos de los tex-
tos más significativos sobre el tema: Serna y Pons (2000, 1993).
82 • La ruralidad en tensión

Pero también lo que la cuestión de la escala proponía


era algo que estaba presente en las proposiciones microana-
líticas de Edoardo Grendi (1996: 13-17): la radical oposi-
ción a la escala de observación macro que se pensaba más
que ninguna otra como la variable adecuada para hacer
fructificar analógicamente en el trabajo histórico. Angelo
Torre lo define con exquisita claridad:

En esta configuración resultan inapropiadas tanto la ecua-


ción (micro = local) como la contraposición (pequeño vs.
grande). Ambas olvidan que no se trata de objetos, sino de
escala: lo local y lo micro no son “pequeños”, “se ven de cer-
ca”, así como lo global y lo macro “se ven de lejos” (Torre,
2018: 39).

Por su parte, Levi dirá:

Si queremos entender la Microhistoria, podemos decir que


parte de una imagen de la historia como la ciencia de las
preguntas generales pero de las respuestas “locales”; es decir,
no apunta a generalizar respuestas, sino que, a través de un
hecho, un lugar, un documento, un acontecimiento –leídos
gracias a una ampliación de escala en un microscopio–, quie-
re identificar preguntas que tienen un valor general, pero que
dan lugar a un amplio espectro de respuestas diferentes. Se
emplean, en fin, como método, modelos generativos, elabo-
rados a partir del examen minucioso de una realidad para
generar e identificar una pregunta relevante para muchas
realidades y que permita y preserve sin embargo las muchas
soluciones diversas de casos específicos (Levi, 2018: 22).

El ambiente historiográfico donde se desarrolla todo


este aparato de justificación teórica y metodológica tiene
un marco historiográfico que cuestiona profundamente la
visión de la historia total y, en particular, el horizonte de
la historia nacional como marco descriptivo fundamental.
Es por ello que en simultáneo a las disquisiciones alrededor
de la escala, es importante hacer referencia a la proble-
mática del Estado nacional como único escenario para la
La ruralidad en tensión • 83

perspectiva de investigación historiográfica. Las naciones


son artefactos que están muy ligados al surgimiento de la
historia como disciplina científica, y en el caso de Amé-
rica Latina, han constituido una herramienta fundamental
para definir identidades, otorgar argumentos para la con-
solidación del Estado nación.9 Pero además, la perspectiva
de “lo nacional” en muchos espacios, y por sobre todo en
Argentina, por lo pronto han justificado de forma simplista
la cuestión de la escala de análisis, introduciendo de for-
ma acrítica categorías como global, nacional, regional, local,
semejante a una “muñeca rusa” historiográfica. También es
importante señalar que esta aproximación nacional no con-
vence a los que sostienen por un lado que el archivo siempre
es local, y que la textura metodológica de tratamiento de los
documentos debe adecuarse a la unidad de análisis.
La historia agraria no se sustrajo al debate. Noemí
Girbal señala que una de las tareas pendientes en esos
momentos “es demostrar la interdependencia de las varia-
bles económicas, políticas, sociales, culturales y ecológicas
en la conformación de los procesos que dan consistencia
y singularidad al ámbito rural para cada espacio regional”
(2013: 127); ya que la propia evolución histórica del Estado
nación argentino muestra el esfuerzo puesto por parte de la
dirigencia y de los actores sociales en general en preservar
el “país rural” por encima de economías alternativas.
Muchas son las referencias que debemos señalar para
justificar una aproximación metodológica. La crisis del
paradigma de la historia total hizo que se agudizaran las
miradas para interpretar realidades que habían estado por
lo pronto opacadas en la historiografía dominante. Por
ejemplo, la historiografía española no solo cuestionó pro-
fundamente la impronta que el annalismo había tenido sobre
ella, sino que se permitió de manera más libre dialogar con

9 No hay que dejar de enunciar que buena parte de esta producción se asentó
sobre la base de un financiamiento académico que tuvo como meta la conso-
lidación de tal perspectiva.
84 • La ruralidad en tensión

tradiciones consolidadas, como el marxismo y la Local His-


tory británica10, y otras en pleno proceso de eclosión, como
la voluble microhistoria italiana, y así gestó una posición
muy interesante sobre lo local. Los presupuestos vertidos
por Casanova, Terradas, Serna y Pons sintetizan los linea-
mientos generales de la historia local española que más tri-
butaron al espacio académico vernáculo. La disyuntiva de la
historiografía española en este sentido es que la aproxima-
ción regional/local no confirma procesos generales como
reflejo de lo macro, sino a partir de la interpretación de lo
específico, poniendo en cuestión las afirmaciones produ-
cidas desde la historia nacional. Si Casanova (1999) pone
el énfasis en la tensión metodológica alrededor de la gene-
ralización y en la cuestión de la historia nacional como
fórmula preponderante, Terradas (2001), por su parte, pone
el acento en la comprensión desde lo local y lo regional de
lo que sucede en un nivel mayor, “a través de una sociedad,
un país, una cultura, un mundo…”. Serna y Pons (2002,
2007), quizás oficiando casi como una síntesis al proponer
una mirada más teórico-metodológica del asunto, señalan
con mucha claridad que lo local y lo regional, en tanto
categorías socialmente espacializadas, tienen importancia
comprensiva paradójicamente a partir de la conciencia de
su artificialidad, y por lo tanto el peso de los conceptos
se encuentra no solo en un espacio físico, sino en el dise-
ño de un tipo de investigación específica (historia regional
y local). Desde esta última perspectiva, lo macro también
puede estudiarse desde lo local. La meta, entonces, de toda
investigación regional/local, para estos autores, no ha de ser
solo analizar la localidad, la comarca, la región, sino sobre
todo estudiar determinados problemas en esos espacios,
con un lenguaje y una perspectiva tales que la transposición
del objeto implique una verdadera traducción, la superación
del ámbito identitario (Fernández, 2015).

10 Podemos mencionar tres textos ilustrativos de este diálogo: Thompson


(1992), Tiller (1993) y Phythian-Adams (1993).
La ruralidad en tensión • 85

Pero lo nacional también ha sido puesto en jaque por


una corriente que, escasamente transitada en el escena-
rio argentino, tiene una relevancia muy importante a nivel
internacional: la Global History. Este enfoque es tributa-
rio de los cuestionamientos a la hegemonía del enfoque
del Estado nación en la historiografía, pero también lo es
del contexto académico post-caída del muro de Berlín. Tal
como afirma Jeremy Adelman (2017: 2-4), desde fines del
siglo pasado, los investigadores, en especial de habla anglo-
sajona, se subieron oficialmente a bordo de una nueva pers-
pectiva de análisis que tenía como una de sus metas eclipsar
el núcleo siempre nacional de los abordajes. Historia sig-
nificaba historia de la nación, sus pueblos y orígenes. A
pesar de la fuerte irrupción de la historia social y cultu-
ral en torno de componer nuevos universos analíticos, el
marco continuó siendo principalmente nacional; los histo-
riadores aún escribían libros sobre la construcción de la
clase trabajadora inglesa o la conversión de los campesinos
en ciudadanos franceses. La noción de divisiones que no
se tocan, no obstante, parecía incesantemente extraña con
el presente claro y con tendencia a la fusión; y movilizó
a una nueva generación de historiadores para ir más allá
del antiguo marco comparativo con base en civilizaciones
que pondría el énfasis en el entramado de intercambios y
encuentros; ya que el eje sobre el que se instalaba la historia
global era la dependencia entre sociedades, colocando entre
paréntesis a los Estados nación. Si la globalización abrió
sus fronteras a los occidentales y a aquellos provenientes
del resto del mundo, los historiadores globales no estaban
tan solo interesados en los contactos, sino en la forma en
que los países y regiones se delineaban unos a otros.11 Por

11 En La grande divergenza. La Cina, l'Europa e la nascita dell'economia mondiale


moderna (2012), Kenneth Pomeranz demolió la tesis de los europeos como
los autores de su propio milagroso despegue. El libro reveló cuánto de la
acumulación y emprendimiento de los europeos compartían con China. Y
cómo el alejamiento de Europa del cinturón maltusiano de Eurasia comenzó
no con la peculiaridad interna de la región, sino con el acceso y conquista de
86 • La ruralidad en tensión

otro lado, la historia global no significaba contar todo lo


que ocurría en el mundo. Lo que era global no era el objeto
de estudio, sino el énfasis en las conexiones, la escala y, por
encima de todo, la integración.12
Expresiones como las vertidas por el Journal of Global
History (una de las más prestigiosas revistas del área) para
justificar la perspectiva insisten en que es una meta abordar
los principales problemas del cambio global a lo largo del
tiempo, junto con las diversas historias de la globalización;
así como también examinar las contracorrientes de la glo-
balización, incluidas aquellas que han estructurado otras
unidades espaciales: “La revista busca trascender la dico-
tomía entre ‘Occidente y el resto’, sobrepasar las fronteras
regionales tradicionales, relacionar el material con la histo-
ria cultural y política y superar la fragmentación temática
en la historiografía” (Drayton y Motadel, 2018).
Sintéticamente, la historia global nos remite a interac-
ciones, a transformaciones de las unidades espaciales que se
vinculan, favorece una historia que se centra en relaciones,
interacciones e interdependencias suprarregionales y trans-
fronterizas de todo tipo, y sus repercusiones en diversos
ambientes locales y regionales, cómo se han desbaratado y
reconstruido a lo largo del tiempo. Pero además ha cons-
truido narrativas que explican la organización del mundo
en centros y periferias. Para simplificar, podemos decir que
lo global no es la suma de los infinitos locales de los que
se compone espacialmente, sino algo más complejo, con
capacidad de plasmar cada uno de ellos (Hausberger y Pani,
2018: 180-181). Se infiere así que los espacios no son “ilu-
minados” de la misma forma; y las fuentes son relevadas

los que Adam Smith llamó el páramo de las Américas. De igual modo, los
historiadores globales demostraban cuánto de las iniciativas de banca, segu-
ro y transporte le debían al tráfico esclavista de África. El milagro europeo
era, en resumen, una cosecha global (Adelman, 2017: 2).
12 Una obra muy interesante para tomar en consideración es Textures of Time:
Writing History in South India 1600-1800 de Rao, Shulman y Subrahmanyam
(2002).
La ruralidad en tensión • 87

en clave de universales, en general recortadas en corpus de


matrices occidentales o de “zonas de contacto”.13 Lo opaco,
lo que no se mueve, lo que no se registra en la fuente hege-
mónica queda en estado de ausencia o latencia.
Adhiriendo a los dichos de Christian De Vito (2015:
816), esta perspectiva acaba por impedir la exploración de
las relaciones entre sitios en el espacio accidentado de la
historia solapando irresponsablemente el nivel de análisis
(micro/macro) con la extensión espacial de la búsqueda
(local/global) y por postular la subdivisión de las tareas
entre un nivel macroanalítico, capaz de comprender las
estructuras, y un nivel microanalítico, dirigido a compren-
der la agency. Lo que De Vito marca es la oposición entre
quienes sostienen la historia global y los practicantes de
la microhistoria: a las aproximaciones anchas de los prime-
ros, los pequeños objetos de los segundos supondrían un
obstáculo.
Sobre este último aspecto, Romain Bertrand (2015: 18)
nos alerta sobre que la retórica de la talla de los objetos
esconde algo fundamental: el metro está en la mano del
historiador y no en la del actor. La cuestión de la articu-
lación de lo macro y lo micro no es insoluble, sino a un
nivel elevado de generalidad donde se cree en una realidad
objetiva, totalmente exterior a la fuente, de los estadios de
análisis. Al contrario, siempre se encuentra una salida para
tal articulación cada vez que es tratada a nivel de la expe-
riencia de los actores: “cuando el historiador o el sociólogo
no delimita de antemano los ‘mundos vividos’ de los actores
sino que los deduce de las prácticas que los constituyen,
dotándolos de una pertinencia para la acción”.

13 Mary Louise Pratt (1997: 20) define a las “zonas de contacto” como espacios
sociales en los que culturas dispares se encuentran, chocan y se enfrentan, a
menudo en relaciones de dominación y subordinación fuertemente asimé-
tricas: colonialismo, esclavitud.
88 • La ruralidad en tensión

La asimilación simplista de lo micro con lo local, y lo


macro con lo global, es la misma cuestión que se presentaba
con lo local y regional versus lo nacional. La definición de
la escala, la delimitación del objeto, el compromiso con-
textual, la conceptualización adecuada, la instrumentalidad
metodológica sobre el uso de las fuentes deben ser el ámbi-
to donde plantear la investigación, y donde se define el
tema del espacio y el lugar. Específicamente para el caso
de lo rural, el cambio de escala permite ampliar el juego
comparativo relativo a la diferenciación de los referentes
territoriales que implican modelos económicos y sociales
singulares. Por otro lado, aportan una resignificación del
concepto territorial de las delimitaciones operativas en un
plano metodológico, lo que otorga una mejor aproximación
a la visibilización de las relaciones sociales como construc-
tos operacionales en el plano espacial.

Del espacio al lugar

La idea de escala no deja de ponernos incómodos porque


exige que definamos la noción de espacio que entraña una
elección metodológica. En principio porque lo que habi-
tualmente enunciamos como espacio puede tener tanto que
ver con una construcción simbólica definida en términos
muy amplios como una dimensión concreta, jurisdiccional
o territorial. Las historiografías que hacen referencia a lo
“micro” y a lo “macro” utilizan categorías espaciales; pero
¿las “formas” de ese espacio referenciado son comparables?,
¿el espacio es conceptualizado a priori o responde a los
resultados de la investigación? Es evidente que no, y por
ello la importancia de su delimitación.
La transitada frase de la “construcción social” del espa-
cio marca una tendencia que piensa al espacio como rela-
cional, como el escenario donde las relaciones sociales
se desenvuelven, con sus conflictos y desacuerdos. Buena
La ruralidad en tensión • 89

parte de las aproximaciones que se observan en la vasta pro-


ducción de los estudios rurales, fundamentalmente en estos
últimos veinte años, tiene que ver con la reconstrucción de
la trama que construyen los sujetos sociales, permitiendo
la caracterización de las relaciones de poder que susten-
tan las políticas públicas “entendiendo que ellas surgen de
un tejido complejo de vinculaciones, estructuras, capacida-
des de gestión de recursos y de control sobre los grupos
sociales” y que no se manifiesta al margen de fenómenos
como la sociedad del conocimiento, el cambio tecnológico,
el agronegocio, la estructura burocrática y la marginalidad
(Girbal, 2013: 130).
Tales debates, como afirma Torre (2018: 40-43), son
tributarios de una concepción del espacio constructivista y
el análisis simbólico es entendido no tanto como un dato
objetivo, absoluto, sino como el medio común para la cons-
trucción del sentido, y de este modo se presenta como una
dimensión comunicativa: son las acciones y las prácticas las
que lo llenan de connotaciones y lo hacen existir. De tal
forma, el espacio de las microhistorias, por ejemplo, podría
ser, en palabras de Torre:

el de una comunidad (Levi) o el de una ciudad (Cerutti), el de


un valle (Ramella y Merzario), el de una familia (Modica), el
de un pueblo (Gribaudi), el de una institución (Cavallo, Guar-
nieri), pero se trata sobre todo de un ámbito de relaciones,
ojalá localizado con precisión (Torre, 2018).

Se lo puede explicar en términos de redes, de árboles,


de clases, de movilidad social, pero no se trata tanto de un
espacio físico como de la extensión de una modalidad: es
una “construcción lógica”.
Aquí estamos en un terreno “antropológico”: la recons-
trucción histórica a través de la exploración de las prác-
ticas sociales, donde es posible recuperar por ejemplo las
formas que traducen la competencia territorial (confines);
las variadas formas que expresan tanto la “pertenencia”
90 • La ruralidad en tensión

como la microconflictividad territorial y así sucesivamen-


te. Por ello es interesante poner de relevancia cómo todas
estas formas de acción expresivas, que postulan esquemas
de valores compartidos socialmente, están estrechamente
ligadas al espacio, al lugar, al territorio; esto es, a referen-
tes a menudo descuidados por la tradición historiográfica
(Grendi, 1996: 7-9).
La dimensión del “lugar” parece constituir el desafío
más exigente: si hay una palabra clave en el surgimiento del
spatial turn, es que el lugar es el que explica en cualquier
nivel semántico la importancia de la dimensión local.14 Es
justamente considerando este aspecto de la discusión que
nos damos cuenta de cómo localidad no tiene ninguna ana-
logía con la “localización”: “lugar” tiene una relación proble-
mática con el “espacio”. El spatial turn privilegia un espacio
abstracto, figurado, metafórico, visual, y pierde de vista el
espacio concreto, vivido y denso de prácticas que es objeto
de estudio en las tradiciones precedentes. Si se piensa el
espacio en términos metafóricos, es posible limitarse a ima-
ginar que la interacción con el exterior “produce” el lugar,
mientras que en el caso de un espacio concreto, el proce-
dimiento requiere fatigantes recorridos analíticos entre las
fuentes de archivo jurisdiccionales, notariales, cartográfi-
cas, observacionales, y sobre todo, exige una aproximación
interdisciplinar a la localidad, por las múltiples competen-
cias necesarias para comprender todas las dinámicas pre-
sentes en un lugar (Torre, 2018: 44-54).
Es posible inferir entonces que el espacio puede ser cla-
ramente una abstracción que nos guía en la organización de
una investigación, o puede estar “localizado” en términos de
corporización territorial. El lugar adquiere otra relevancia
porque también explica la delimitación del objeto de estu-
dio, y de este modo guarda una vinculación sustancial con el

14 Como referencia para aproximarnos a un balance de esta corriente, pueden


consultarse los clásicos textos de Edward Soja (1989; 2010), la compilación
de Warf y Arias (2009) y el reciente artículo de Marramao (2015).
La ruralidad en tensión • 91

espacio simbólico que recortamos en una investigación. De


alguna manera, el lugar adquiere, o mejor aún, se identifica
con la acepción concreta del espacio.
Por otro lado, el término “lugar” no se puede emplear
simplemente para designar un “punto en el espacio”. Los
lugares son los escenarios de interacción, y a su vez los
escenarios de interacción son esenciales para especificar
su contextualidad. El estar juntos de la co-presencia exige
medios que permitan a los actores coincidir. La corporeidad
del agente, aun en este mundo marcado por la virtualidad,
es una exigencia para la acción social. Las normas y el poder
operan en un plexo complicado de relaciones sociales loca-
lizadas (Giddens, 1995: 74).
Esta consideración satura entre función y significado:
el espacio de los lugares también enfrenta el ejercicio de
dominación desde la territorialidad en términos jurisdic-
cionales, estatales y administrativos; y de este modo, nos
pone en la disyuntiva del recorte conceptual y concreto de
temas y problemas de estudio desde perspectivas espacia-
lizadas o localizadas.Por otro lado, cualquier estudio que
se haga tomando como referencia un espacio concreto es,
en realidad, un análisis de relaciones sociales producidas en
una coyuntura histórica determinada. Para la historia, las
unidades espaciales no tienen sentido en sí mismas, sino en
cuanto a las prácticas sociales y culturales, particulares y
específicas, que se conjugan en ellas en una temporalidad
que ajusta sus alcances explicativos (Dalla Corte y Fernán-
dez, 2001: 218-219). Las diversas unidades dirigen nues-
tra atención hacia procesos distintos; esto es, las diversas
unidades no son meras ventanas abiertas hacia el mismo
objeto, sino que cada ventana nos permite ver procesos que
quizá quedarían ocultos desde las demás. Ninguna unidad,
pues, es superior por sí misma. Algunas, sencillamente, nos
permiten generalizar, mientras que otras nos animan a ser
más específicos. Esto también significa que nuestra elección
final –qué incluimos y qué dejamos fuera– dependerá de
las unidades elegidas. En todos esos niveles, se vislumbran
92 • La ruralidad en tensión

dimensiones distintas del problema y esto no equivale a


una exigencia de estudiar todos los posibles niveles distin-
tos al mismo tiempo (Conrad, 2017: 668-671). El resulta-
do de detenernos en esas argumentaciones lleva a que no
solo debamos preocuparnos por las unidades de análisis,
sino por sus contextos históricos de producción. La propia
existencia de una región o localidad concita a pensar en el
carácter construido de una entidad territorial, y por lo tan-
to siempre es necesario estudiar los procesos que hicieron
posible su existencia. Por ejemplo, la concepción conven-
cional de las unidades nacionales se basa en imágenes de
autosuficiencia y autarquía, pero el estudio de larga dura-
ción de la aparición histórica de tales entidades espaciales
desafía tal autonomía.
Debemos pensar entonces que la tensión entre el lugar
y el espacio no lleva consigo problemas de escala, sino de
acercamiento, de accesos para la observación. Desde esta
perspectiva abonada por los colegas valencianos, Serna y
Pons:

estudiar no es sin más confirmar procesos generales. De ahí


que no aceptemos aquella afirmación según la cual lo local
es un reflejo de procesos más amplios… si estudiamos este
o aquel objeto en esa o en aquella comunidad no es porque
sea un pleonasmo, una tautología o una prueba más repetida
y archisabida de lo que ya se conoce, sino porque tiene algo
que lo hace irrepetible, que lo hace específico y que pone en
cuestión las evidencias defendidas desde la historia general
(Serna y Pons, 2002: 125).

Por lo que desde esta afirmación se insiste en que


desde lo cercano pueden formularse cuestiones generales.
La reducción del objeto define un proceso de investiga-
ción y de elección de datos, por lo que optamos por una
determinada escala porque creemos que ofrecerá resultados
más significativos; esto no quiere decir que al usar distintas
escalas tratemos cosas diferentes porque el historiador no
captura, sino que representa (Serna y Pons, 2007: 23-28).
La ruralidad en tensión • 93

Serna y Pons siguen de alguna manera los presupuestos de


Geertz, que atiende a que lo importante no es “fijar” un
caso particular en las páginas de un libro que no supere
los límites de una localidad, sino “ir más allá” y contrastar,
cuando es posible en términos de conmensurabilidad, casos
diferentes. Así, no se renunciaría a la generalidad, sino que
se podrían explicar grandes texturas situándolas en mar-
cos locales de conocimiento, oscilando entre “los pequeños
imaginarios del conocimiento local y los grandes de todo
propósito cosmopolita” iluminando en un continuo equili-
brio dialéctico lo local y lo global (Geertz, 1994: 89).
Casanova (1999: 18) señala que ninguno de los grandes
temas que han presidido la evolución de la historia social
–desde los movimientos sociales hasta la demografía,
pasando por los análisis de clases– ha podido escapar a esa
reducción del campo de observación y de la escala, a esa
necesidad de limitar la medida del tiempo y del espacio
para explicar mejor las mutaciones históricas. Se supone
que el ámbito local es el espacio realmente vivido, el terreno
“conocido y pisoteado”, al que es necesario conocer para
poder entenderlo (Fontana, 1991: 66), y que su asunto “suele
ser de espacio angosto y de tiempo largo, y de ritmo muy
lento” (González, 1997: 27).
¿Hay otras fronteras, no propiamente físicas ni psico-
lógicas, que nos permitan delimitar el espacio local? Aquí
tropezamos otra vez con una barrera infranqueable: cuan-
do aludimos a fronteras administrativas, lo local varía en
función de si lo atribuimos al municipio, a la provincia o
a la región. En este caso, puesto que no hay una sola, ni
siquiera la barrera administrativa es un criterio universal
que permita designar de común acuerdo. Por eso mismo,
los historiadores podemos estar tentados de imponer cate-
gorías espaciales contemporáneas a nuestros antepasados
indefensos. En ese sentido, es necesario ser conscientes de
cómo se elabora un determinado referente espacial para así
94 • La ruralidad en tensión

ponerlo en relación con la percepción que de ese mismo


espacio tenían aquellos que son objeto de nuestro estudio
(Serna y Pons, 2002: 128).
El lugar es el escenario privilegiado como ámbito de
identidad, como espacio de resistencia y de petición de
derechos, de conflicto, como continente de expresión pri-
vilegiado de la sociabilidad en sus múltiples formas. En ese
franco proceso de construcción social, la recuperación del
territorio planea el debate de los espacios y lugares jurisdic-
cionalmente delimitados como escenario de las prácticas y
las agencias. Este es un atributo que no puede escamotearse
en la investigación histórica, y los estudios locales y regio-
nales, aun con deficiencias y de forma parcial, contribuyen a
completar un panorama que se advierte como fundamental
en la composición de una historiografía en el siglo XXI.

El poder del archivo

Las fuentes son un punto sensible para la perspectiva local


y regional. Es un dato dado la importancia de una multipli-
cidad de corpus y colecciones que nutren la investigación
apegada a cuestiones relativas a “lo local”, “lo regional”, “lo
micro”. Pero además porque la perspectiva local y regional
cambia el modo de leer los documentos. Mientras que una
historia institucional (económica, jurídica, política, etcéte-
ra) privilegia una lectura tipológica de las fuentes, la his-
toria local y regional exige una perspectiva topográfica, o,
para decirlo mejor, la hace posible. La lectura topográfica
de las fuentes permite restituir a la espacialidad el prag-
matismo que otras perspectivas le restan, en el sentido de
que subraya la co-presencia en el espacio de fenómenos
(Torre, 2018: 54).
Los espacios y lugares dotan de sentido a las fuentes, las
hacen hitos para comprender procesos, comparar eventos
y establecer secuencias de sentido. Giros idiomáticos, nor-
La ruralidad en tensión • 95

mas administrativas, disposiciones legales, tradiciones con-


suetudinarias, estilos literarios (y podríamos seguir enun-
ciando) marcan diferenciaciones y particularidades, con
colecciones que aportan miradas generalizantes o preten-
didamente superadoras en términos de dimensión (macro,
nacional, global).
Además, porque las fuentes de carácter local y regional
presentan un matiz que las hace particulares, no solamente
por lo que nos brindan alrededor de reflexionar sobre un
problema, sino por su estructura interna, y su contextua-
lidad ambiental, entendiendo esto último como la forma
de elaboración primaria del sentido de esa información:
la horizontalidad constructiva de la trama fenomenológica
que organiza tal relato. Levi (2018: 26-30) hablará de la
“textura” de las fuentes, construida a partir tanto de una
cultura historiográfica occidental de métodos de lectura y
aprovechamiento del material documental con una larga
tradición, como los propios modos de construcción y de
conservación de las fuentes. Esto expone cómo una mues-
tra de hechos puede ser leída por el investigador a través
de distintos tipos de textos, con la consabida información
que nos ofrecen, pero también con la propia dinámica de
ese tejido documental, que se expresa de forma gramatical,
lexical, contextual, más que puramente lingüística, y ayudan
al lector o al oyente a que su oído y sus ojos se familiaricen
con el relato y el texto, y reconozcan la verdadera intención
de lo que el documento expresa.
Desde este modelo de interpretación documental, los
resultados que se pueden obtener son de gran interés. Epi-
sodios mínimos rescatados de las fuentes activan la refle-
xión y cambian el “paisaje” interpretativo. La documenta-
ción totalmente nueva con la que trabaja la historia regional
y local también nos ponen frente al desafío de asir estas
fuentes, de interpretarlas en un contexto particular y defi-
nido a partir de este horizonte metodológico. Estos “nuevos
documentos” –en sentido de descubrimiento– interrogan
en la abundancia y en la escasez a corpus documentales
96 • La ruralidad en tensión

preexistentes (casos de estudio con una profusa informa-


ción documental previa, u otros con ausencia de coleccio-
nes para que puedan ser indagados), ya que pretenden obte-
ner respuestas con modelos diferentes de problematización.
La historia local y regional siempre mantiene su comu-
nicación con las fuentes y con los archivos, ya que no solo
usa los existentes, sino que rescata los que aún no son. La
recuperación documental es abundante. Colecciones par-
ticulares, fragmentos olvidados materializados en fotogra-
fías, epistolarios, rastros fragmentarios en forma de folletos,
humildes publicaciones barriales, comunitarias, fondos de
empresas abandonados en sótanos y habitaciones olvidadas
son algunos de los muchos ejemplos de búsqueda y rescate
de documentación fundamental y apropiada para la inves-
tigación regional y local.
No es menor la tarea que se impone para trabajar
con fuentes desde lo local y regional, y tal desafío se hace
extensivo a la cuestión de los estudios rurales, ya que la
transformación en el tratamiento documental es un tema de
interés que ha acompañado la investigación sobre el medio
agrario en estos últimos años. El descubrimiento de mate-
riales documentales que se encontraban fuera del radar de
los investigadores, que no son parte de los archivos insti-
tucionales y públicos consolidados, ya es en sí mismo un
gesto metodológico de excepción. Se le suma otra caracte-
rística: muchas veces esos corpus no solo deben ser des-
cubiertos para ser usados, sino que deben ser recuperados.
Tal recuperación se piensa en primer término a partir de
la propia utilidad del investigador, pero la excede porque
en la mayoría de los casos se realiza para otorgarles a esas
colecciones una vida pública, que se traduce en el uso por
parte de otros profesionales del campo y de la comunidad.
La recuperación que se realiza es dispar y se encuentra
vinculada en forma directa con los recursos económicos
que se dispongan así como del compromiso de entidades
de carácter público o privado que se encolumnen tras la
conservación de esos fondos. Por ello, desde conseguir un
La ruralidad en tensión • 97

espacio físico para resguardarlos hasta la substanciación


de operaciones de curación y digitalización, y, en el mejor
de los casos, puesta en línea, los caminos imperfectos del
rescate llevan a multiplicar las fuentes y socializarlas. La
curación de las colecciones conlleva procesos iniciales de
interpretación para su catalogación y referencia, tareas que
en la mayoría de los casos se encuentran aunadas a la pre-
disposición metodológica provista por la historia local y
regional. El ejercicio de contextualización, al fin, permite
otorgarles a las fuentes el segundo gran gesto metodológico:
ubicar a la fuente en una cadena de significados que nutre
no exclusivamente a la producción de conocimiento final,
sino a la construcción de un “archivo” que rompe con la
definición clásica del espacio físico de guarda y conserva-
ción; así como de su consideración como símbolos de la
supra organización estatal.
Sobre la cuestión de las fuentes descansa buena parte
de la originalidad de los enfoques innovadores de la historia
social, y en particular se ha manifestado de forma sugesti-
va en la evolución de los estudios rurales. Esta innovación
cubre no solo la cuestión clásica de recuperación de cor-
pus que permiten visibilizar a los sujetos sociales opacados,
escondidos y corridos por un relato historiográfico que
prioriza una mirada desde “arriba” de los procesos; sino de
contemplar –como dijimos más arriba– la textura, el ámbi-
to no solo de producción, sino de sentido que ese docu-
mento porta. La cualidad del investigador es por supuesto
la de “salvar” un corpus, pero asimismo, la de comprender
la plástica de esos textos como impresiones de las tramas
sociales del pasado; es decir, construidas con categorías que
pertenecieron a quienes las usaron, y donde el espacio y el
lugar tuvieron mucho que ver.
La historia rural no se sustrae del escenario descrip-
to, ya que ha transitado de manera recurrente e inten-
sa los archivos estatales. Reservorios fundamentales de un
cúmulo muy importante de documentación, censos, regis-
tros, boletines, informes, programas de asistencia técnica y
98 • La ruralidad en tensión

desarrollo, relevamientos, etcétera, en tanto resultados de


los distintos actos y proyecciones gubernamentales (minis-
terios, secretarías, debates legislativos, archivos judiciales,
institutos). La clave regional y local se manifiesta en los
mismos a partir de su diversidad. Los documentos encua-
drados en la órbita nacional disponen de una textura dife-
renciada de las fuentes que se recuperan desde las instancias
provinciales, departamentales o municipales, y en muchos
casos conviven mecanismos y metas diferenciados de recu-
peración de la información. Se suman a estos documen-
tos las colecciones ligadas a entidades civiles, corporacio-
nes, cooperativas, ONG, entre otras, que están vinculadas
a los espacios propios de la sociabilidad reglamentada por
el Estado. En este último segmento hay que destacar, por
ejemplo, los registros notariales, repositorios con un volu-
men de datos superlativo. De igual modo, en este último
tiempo también se han sumado a la recopilación documen-
tal, las fuentes que describen las manifestaciones informa-
les como reuniones ligadas a reclamos sectoriales, encuen-
tros, programas de formación técnica, que respondiendo a
metas coyunturales, permiten obtener información sobre
objetos de estudio particulares. Además hay que conside-
rar la importante información que puede encontrarse en
las colecciones privadas, que conservan una gran cantidad
de material susceptible de ser estudiado. Estos reservorios
son de acceso aleatorio, y consultarlos en la mayoría de
los casos obedece a situaciones excepcionales. Epistolarios,
libros contables de empresas y almacenes generales son
algunos de los ejemplos que pueden señalarse. Una deri-
vación de esto último, tanto como complemento o como
elemento central de relevamiento, se encuentra en el des-
pliegue de la metodología de la historia oral para obtener
un caudal de información que, por su calidad y cantidad,
permite cubrir un área de vacancia. La historia oral per-
mite recuperar voces y perspectivas individuales y colecti-
vas de los sujetos y relaciones sociales del mundo agrario.
Entrevistas estructuradas, semiestructuradas, historias de
La ruralidad en tensión • 99

vida, encuestas, cada una de ellas con los matices propios


de la investigación cualitativa, permiten a los investigado-
res obtener una colección de datos imposibles de recatar a
partir de los repositorios clásicos de fuentes escritas. Aquí,
tanto con un gesto más antropológico o sociológico, y de
acuerdo a lo que imponga el diseño de análisis, la informa-
ción obtenida se convierte en un insumo de referencia y
comparación con el resto de las fuentes levantadas. Al fin
se debe tomar en consideración que este abanico de fuentes
siempre se encontrará supeditada a la problemática sobre
la cual se decida investigar; es evidente que poner el foco
sobre la propiedad y tenencia de la tierra será distinto que
avanzar sobre temas ligados a las relaciones sociales, pro-
blema, circuitos mercantiles, agroindustria, tecnificación,
distribución de bienes e ingresos, familia, etcétera.
Para finalizar, nunca está de más tomar en considera-
ción otro elemento sustantivo: la jerarquización y solapa-
miento de los documentos. ¿Los archivos son horizontales
en su conformación y puntos de vista? Evidentemente, no.
Ellos son leídos a través de un cristal que ya impone medi-
das a la hora de pensar y presentar la información. Aun sin
límites lingüísticos y culturales, la cuestión de la perspectiva
de la escala, del espacio y del lugar imponen referencias que
no son posibles de soslayar, y que solo el ejercicio meto-
dológico de interpretación acerca a una comprensión más
cercana y perfectible de la problemática.

Un camino imperfecto

Desde mediados de la década de 1980, la historiografía


argentina retomó varios de los lineamientos historiográfi-
cos trazados durante el siglo XX. La cuestión del Estado
nacional volvió para hegemonizar la delimitación del cam-
po de estudio. El resultado fue, por un lado, la insistencia
en el paradigma nacional como variable interpretativa, pero
100 • La ruralidad en tensión

en paralelo se gestó una perspectiva, la historia regional y


local, que ocupando un lugar marginal, comenzó a delinear
una aproximación al conocimiento histórico desenfocado
de la explicación generalizante. Desde la mirada nacional, la
historia “argentina” no se construyó sobre preceptos meto-
dológicos de interconexión, integración y/o comparación.
Por el contrario, lo hizo con base en una fuerte vertica-
lización de los resultados historiográficos. Eso nos habla
de dos deudas. La primera radica en la necesidad de haber
realizado una fuerte sistematización de los aportes histo-
riográficos de los estudios locales y regionales con base en
su lectura y posterior incorporación a un debate de carácter
integrador. La segunda se debe establecer sobre la base de
la elaboración de esquemas de conexión, comparación y
síntesis entre estudios con ejes de problemáticas comunes
que se han realizado desde entradas microanalíticas, sobre
espacios y lugares particulares.
Las deudas siempre son parciales porque quizás ese
camino común que propugnamos solo pueda realizarse con
base en un giro metodológico que tenga el gesto de pensar
reflexivamente, pero también con humildad, la integración
de los trabajos de una historiografía que ha demostrado
ser voluptuosa en estos últimos años, pero con escasez de
recursos comunes para discutir en clave colectiva una agen-
da. Y en esto último los estudios rurales tienen mucho para
ofrecer porque han explorado, como pocas problemáticas
en el medio argentino, diferentes entradas para no buscar
respuestas desde una exclusiva dimensión analítica. En esto
último, diferenciar lo rural de lo agrario no es menor. Aun-
que muchas veces sean usados como sinónimos, la cues-
tión agraria se inclina hacia un análisis de las condiciones
materiales de la vida social y recurre a temas y métodos
afines a la historia económica, mientras que lo rural tiende
a abordar objetos y aproximaciones más amplias cercanas a
problemáticas propias de la historia social (Blanco y Blanco,
2019: 2). Este panorama abre una agenda diferenciada, que
La ruralidad en tensión • 101

hace posible una propuesta que busca no solo la compa-


ración, sino la conexión de fenómenos propios del ámbi-
to rural.
En este caso los estudios rurales han demostrado ver-
satilidad en la dimensión analítica para abordar lo regional
y local. Los exámenes sobre la realidad pampeana y extra-
pampeana muestran una gran variedad de temas. Algunos
de ellos proponen el análisis de caso como referente meto-
dológico, otros son proclives a la búsqueda de generaliza-
ciones que permitan interpretaciones de largo plazo sobre
procesos como el siempre presente modelo agroexportador,
o la evolución de la agroindustria, el uso del suelo, las trans-
formaciones bioambientales, entre otras. En esa búsqueda,
la historia agraria regional se ha hecho cargo de las pro-
puestas que indagan en los cambios teórico-metodológicos
y conceptuales, y así iniciaron un camino que pretende arti-
cular procesos micro y macro para apostar por una síntesis
de los grandes temas del campo. En esa senda tres han
sido las líneas de interés. Primero, la consideración de la
región como el resultado de la producción social del espa-
cio territorial, vale decir, como un “complejo territorial”,
en tanto flujo de una relación-tensión que pone el énfa-
sis en las vinculaciones y conflictos político-económicos y
socioambientales (vía que permite estudiar las diferencias
interregionales). Segundo, el énfasis colocado en el estudio
de las relaciones sociales, insistiendo en el análisis de los
sujetos sociales individuales y colectivos, las redes que los
vinculan y operacionalizan; y lo más importante, la certeza
de que este juego relacional se despliega en un territorio
que define la problemática de la Argentina rural. Tercero,
la caracterización de las relaciones de poder que susten-
tan las políticas públicas de la Argentina rural, entendiendo
que ellas surgen de un tejido complejo de vinculaciones,
estructuras, capacidades de gestión de recursos y de control
sobre los grupos sociales en el amplio espectro regional del
territorio nacional, que no es ajeno a la sociedad del cono-
cimiento y al cambio tecnológico (Girbal, 2010: 10-12).
102 • La ruralidad en tensión

Intentar saldar alguno de esos déficits, creo, que es


una senda que puede transitarse aplicando algunas reflexio-
nes que a trasluz surgen desde este texto, y que resultan
muy oportunas para interpretar la vasta producción de los
estudios rurales.
La tarea tiene dos puntos de inflexión. El primero tiene
que ver con la escala que los estudios regionales y locales
permiten desplegar desde un punto de vista metodológico,
que une la explotación intensiva de las fuentes con la aten-
ción a lo particular, sin olvidar nunca el contexto. Contexto
entendido como las coordenadas espacio-temporales que
delimitan un hecho y que lo convierten en eslabón de una
cadena de significados, y que permiten definir objetos y
problemas de estudio corriéndose de la cómoda justifica-
ción de lo nacional para circunscribir un abordaje histo-
riográfico. Segundo, tales investigaciones rescatan una gran
cantidad de corpus que, desconocidos o escasamente tran-
sitados, exponen y traducen nuevos datos que son puestos
en perspectiva, con fuentes más tradicionales y recorridas.
De este modo, estas premisas permiten superar la defini-
ción de estas categorías simplemente sobre la base de la
exposición y el recorte de los objetos de estudio, insistien-
do en la transversalización de las problemáticas tratadas
y haciendo hincapié en la propuesta teórico metodológica
(Fernández, 2018: 14).
Aquí la cuestión de la escala es uno de los valores de
este enfoque regional/local que formula muy explícitamen-
te la cuestión, por un lado, de las escalas entrelazadas, y por
otro, de las perspectivas espaciales más apropiadas, con lo
que obliga al historiador a reflexionas sobre sus decisiones.
Lo que la noción de escala comporta es, en palabras de
Ricoeur (2000: 207), la ausencia de conmensurabilidad de
las dimensiones. Cambiando de escala, no se ven las mismas
cosas más grandes o más chicas. Se ven cosas diferentes.
No se puede enunciar simplemente la reducción de escalas,
se trata de encadenamientos diferentes en configuración y
en causalidad.
La ruralidad en tensión • 103

En muchas ocasiones, hablar de escala nos ha puesto


frente al uso de metáforas. Las metáforas han sido y son
fundamentales en el campo científico, ya que condensan en
formulaciones sencillas un pensamiento complejo que lle-
varía un esfuerzo mayor de explicación. La metáfora selec-
ciona, pone énfasis, suprime y organiza ciertas caracterís-
ticas, pero la metáfora no se reduce a cambiar de sentido
ciertas palabras, sino que puede tener también otro efecto:
modificar nuestra manera habitual de ver las cosas. Hay, por
consiguiente, no solo una función sustitutiva de la metá-
fora, sino también una función interactiva. Las metáforas
científicas en un plano didáctico comunican rápidamen-
te un nudo constitutivo de una interpretación o explica-
ción científica, pero también las metáforas se convierten en
partes insustituibles del mecanismo lingüístico de la cien-
cia: metáforas utilizadas constantemente por los científicos
para expresar tesis (Fernández Buey, 2004: 171-173).
Al fin las metáforas del microscopio, el ajuste de la
lente, la intensidad de la mirada, la precisión para enfocar
lo que no se observa a simple vista; la de la malla de la red
de pesca, con su amplitud y dimensión que arrastra más
o menos material conforme la unidad de análisis nos lo
prescriba, el juego de medidas de la escala arquitectónica
tomando la perspectiva humana como central, la metáfo-
ra del encuadre cinematográfico donde el plano corto no
prolonga el plano largo: dice otra cosa, del mismo modo
que la secuencia y el travelling no se articulan, no hacen
más que poner en escena que la cuestión de la escala es un
problema crucial de la investigación histórica. Es esto sobre
lo que ha insistido en estos últimos años la perspectiva
de los estudios historiográficos regionales y locales. Seguir
sistematizando las producciones, reflexionando sobre los
gestos metodológicos apropiados y fomentando el diálogo
es un camino, y también un desafío. Por estas razones, en
los estudios rurales recientes del enfoque regional/local se
advierte plenamente el impacto de los nuevos debates sobre
las concepciones del espacio y el territorio.
104 • La ruralidad en tensión

La cuestión fundamental es desde dónde planteamos


las explicaciones e interpretaciones de la problemática
abordada en términos locales y regionales. Podemos pro-
ponerlas desde las provistas por la conexión con un todo
mayor, ya fuera nacional o global, renunciando al análisis
concreto de ese espacio en tiempo histórico, y explicando a
partir de tal conexión los fenómenos; podemos jerarquizar
a partir del análisis particularizado, y que ese espacio loca-
lizado es fruto de las acciones y las prácticas que le otorgan
entidad y lo hacer existir; y también podemos recortar el
lugar, y hacerlo eje, aun con sus connotaciones jurisdiccio-
nales, y haciendo de ellas también foco de constitución de
ese espacio. Hacer una lectura de la localidad en los térmi-
nos de un proceso de construcción social y cultural directa-
mente vinculado a las conexiones de dimensiones mayores
las define como espacios producidos subjetivamente, donde
no son construidas a través de acciones concretas, sino mar-
cadas por referentes mayores. Volviendo a Torre (2018: 55),
lo local y lo regional no son dimensiones subjetivas, sino
“émicas”, es decir, construidas con prácticas y con categorías
que pertenecen a quien las usa: se interpreta y representa
a través de categorías que son específicas de la localidad y
de sus protagonistas.
La respuesta para el correcto uso de los aportes instru-
mentales de la perspectiva regional y local es saber qué pre-
tendemos investigar, y cómo, pero también por qué resulta
trascendental entender qué es lo micro, lo particular, la
definición del espacio que propongamos, la categorización
del lugar sobre el cual extendemos nuestras interpretacio-
nes. No hay un manual. Al fin la tarea no es nada más
y nada menos que “volver a dar sentido a una narración
del pasado múltiple, no lineal y no exclusivamente fáctica”
(Levi, 2018: 29).
La ruralidad en tensión • 105

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Metabolismo agrario

Una herramienta de análisis de las transiciones,


las transformaciones territoriales
y el espacio social argentino

ROCÍO PÉREZ GAÑÁN (CONICET/CEAR-UNQ)

Introducción

Este ensayo pretende presentar el concepto de metabolismo


socioeconómico agrario como una herramienta de análisis
integral para el abordaje de los procesos multidimensiona-
les que operan en el espacio agrario argentino. Se partirá
de la consideración de lo agrario –muy unido a lo rural
y, a su vez, a lo urbano–, como un “referente empírico”
(Moreno, 1988) que tan solo puede ser analizable mediante
un abordaje interdisciplinario o integral. De este modo, lo
agrario, entrelazado con lo rural y lo urbano, va a operar
(tanto como territorio geográfico y/o como espacio social)
como una “multidimensión” estratégica entre lo natural y
lo antrópico conformando unas realidades que necesitan
utilizar, de forma integrada, los enfoques particulares de
las ciencias naturales junto a los de las ciencias sociales y
humanas para poder ser explicado (Carpintero et al., 2015;
Fischer-Kowalsky, 1998).
El metabolismo agrario –en el marco ampliado de un
metabolismo social (Carpintero et al., 2015; Toledo, 2008;
Martínez-Alier, 2004; Naredo, 2000)–, como herramienta
de estudio, permite conocer las formas de apropiación e
interacción con el entorno –el conjunto de flujos de mate-
riales y de energía que se produce entre la naturaleza y la

111
112 • La ruralidad en tensión

sociedad, y entre distintas sociedades entre sí–, llevadas a


cabo bajo una forma cultural específica. De este modo, es
posible realizar diagnósticos en el sistema económico en
cuanto a la relación entre la generación de riqueza (por
ejemplo, el PIB) y el consumo de energía, tanto a nivel de la
sociedad en general como a nivel de los distintos sectores
económicos: primario, secundario y terciario, incorporan-
do los recursos energéticos en el estudio de la estructura
productiva de una economía. Este enfoque de análisis espa-
cial permite develar la trama metabólica, es decir, realizar
el estudio completo de toda la cadena metabólica en un
territorio específico (a diversas escalas) analizando de forma
íntegra los metabolismos rurales, urbanos e industriales en
un espacio regional determinado por uno o varios criterios.
A cualquiera de estas escalas, el estudio del metabolismo
agrario permite comprender las sinergias y dinámicas que
se establecen entre los procesos particulares de apropia-
ción, circulación, transformación, consumo y excreción en
el territorio (Toledo, 2013; Haberl et al., 2011; Giampie-
tro et al., 2009).
El análisis supone la identificación no solo de las uni-
dades de apropiación, sino de las unidades que se dedican
a circular y transformar lo apropiado y/o producido por
aquellas, y de los núcleos de consumidores rurales, urba-
nos e industriales que consumen lo producido, circulado y
transformado. Asimismo, puede detectar los flujos que ter-
minan siendo excretados hacia la naturaleza por los ante-
riores procesos en forma de residuos, basura, sustancias y
emisiones.
Esta metodología, que comparte con el análisis regional
un análisis sistémico de áreas geográficas y unidades terri-
toriales o espaciales, reconoce la existencia de

los flujos, redes, nudos, jerarquías, superficies y procesos de


difusión espaciales que se materializan en el territorio para
la configuración de un Sistema Territorial, en el que quedan
La ruralidad en tensión • 113

incluidos el de Asentamientos […] el Productivo, el de Cone-


xiones, el del Medio Físico, la Población, y el marco jurídico-
político (Gómez Piñeiro, 1995: 7).

A su vez, se tiene en cuenta “la variable temporal,


los factores de la organización espacial (internos, externos,
naturales, históricos, económicos, sociológicos, culturales,
políticos y jurídicos), los agentes sociales que intervienen en
los diferentes procesos, las estructuras espaciales que van
produciéndose” (Gómez Piñeiro, 1995: 7), con la intención
de obtener un diagnóstico territorial y visibilizar los pro-
cesos y estructuras dominantes, las dinámicas, las tenden-
cias y las problemáticas existentes. De este modo, es posi-
ble identificar potencialidades y deficiencias, posibles áreas
funcionales y disfuncionales, así como establecer criterios
para el desarrollo de políticas territoriales adecuadas.

Una reciente pero intensa historia metabólica social

Como se señalaba con anterioridad, el estudio de los siste-


mas socioeconómicos desde la perspectiva del metabolismo
social aporta una visión integrada de los diversos sectores
y subsectores que conforman el sistema, ya sea a diferen-
tes escalas o relacionando los sectores de la producción y
el consumo. Por su interés y utilidad, está siendo aplicado
cada vez con más frecuencia al estudio de diversos países
y economías. En relación a ello, podemos señalar los tra-
bajos de Reigada et al. (2017) sobre la agricultura intensiva
almeriense y los de Carpintero et al. (2015) sobre el meta-
bolismo regional español (estudios pioneros y referentes a
nivel internacional); los de Velasco Fernández et al. (2015)
acerca de los flujos materiales en India y China; los de
Gasparatos et al. (2009) sobre Reino Unido; los de Schandl
et al. (2009) en relación a los procesos de metabolismo
socioeconómico en los países en vías de desarrollo en Asia;
los de Russi et al. (2006) acerca de los flujos materiales en
114 • La ruralidad en tensión

Chile, Ecuador, México y Perú entre 1980-2000; o los de


Krausmann y Haberl (2002) sobre la evolución de los flu-
jos energéticos en Austria durante el siglo XX, entre otros.
Estos trabajos han contribuido a conocer en profundidad y
detalle la evolución de la estructura productiva a distintos
niveles escalares y la generación de riqueza, en relación a
variaciones en la población y al tiempo humano dedicado
a los distintos sectores.
En los últimos treinta años, ha habido un creciente
interés en estudios sobre metabolismo social, y se desarro-
llaron distintas metodologías y abordajes de investigación
(Fischer-Kowalski y Hüttler, 1999). En relación al estudio
de los flujos, algunos se dirigen a cuantificar los flujos tota-
les de materiales y energía en su conjunto (Ayres et al.,
2002), otros analizan alguno de estos flujos por separado,
como los análisis de energía (Ortega, 2001); incluso, dentro
de los que cuantifican los flujos de materiales, algunos se
enfocan en ciertos materiales específicos (Brunner y Rech-
berger, 2003). En relación a las escalas, estas varían en lo
espacial, y pueden ser análisis de tipo global (Vitousek et
al., 1986), nacional (Carpintero et al., 2015; Haberl, 1997),
regional (Baccini, 1996), y en lo temporal, abarcar desde
extensos hasta breves períodos históricos (Tello et al., 2008;
Fischer-Kowalski y Haberl, 1997). Resulta también intere-
sante esta perspectiva metabólica para analizar separada
pero interrelacionadamente los impactos de las activida-
des rural, urbana e industrial (Pengue, 2009: Pengue, 2005;
Toledo, 2008). Finalmente, existen trabajos que tratan de
dar cuenta de todo el sistema, y se detienen en cada uno de
los cinco procesos metabólicos (apropiación, transforma-
ción, circulación, consumo y excreción) o bien, en alguno de
estos puntualmente (Zuberman y Fernández, 2016; Grau-
Satorras, 2010; García-Frapolli et al., 2008; Cordón y Tole-
do, 2008; Ortiz-Ávila y Masera, 2008).
Sin embargo, es importante señalar que el debate
sobre el metabolismo social e intercambio ecológicamen-
te desigual durante los últimos veinte años tiene raíces
La ruralidad en tensión • 115

latinoamericanas (Martínez-Alier et al., 2010; Muradian


et al., 2002; Muradian y Martínez-Alier, 2001). Autores
pioneros fueron Bunker (1984, 1985, 2007) y Hornborg
(1998, 2006), sociólogo y antropólogo-historiador, respec-
tivamente, ambos especialistas en la Amazonía brasileña.
Estos trabajos surgieron en el contexto de las relaciones
núcleo-periferia y se situaron, posteriormente, en el marco
del análisis de “transiciones socioecológicas” desarrollado
por el grupo Social Ecology en Viena (Krausmann et al.,
2008a; Krausmann et al., 2008b; Fischer-Kowalski y Haberl,
2007). Aquí, el interés no solo abarca a la economía ecológi-
ca y la ecología política, sino también a la economía geográ-
fica –es destacable la creciente preocupación por el metabo-
lismo urbano, por ejemplo, en los trabajos de Díaz Álvarez
(2014), con una mirada de las ciudades en un contexto glo-
bal, y los análisis de Parrado-Rodríguez et al. (2018) sobre
Baeza, en Ecuador–.
Algunos de los trabajos más relevantes sobre metabo-
lismo social en la región latinoamericana son los de Cristina
Vallejo (2010), quien analiza los flujos de materiales en la
economía de Ecuador durante un período de cuarenta años
vinculándolos con los conflictos en la extracción de recur-
sos y los debates sobre política comercial; las investigacio-
nes de Muñoz et al. (2009), que realizan un estudio sobre las
comodities de América Latina en el comercio internacional;
los estudios de González y Schandl (2008) en relación a
los flujos materiales en México; los aportes de Russi et al.
(2006) sobre un análisis comparativo de flujos entre Chile,
Ecuador, México y Perú durante el período 1980-2000; los
trabajos de Orta-Martínez et al. (2008) en relación a los
aspectos socioambientales de los efectos de la extracción de
petróleo en el norte de la Amazonía peruana; o las inves-
tigaciones de Pérez Rincón (2006) sobre los procesos de
comercio y mercado en Colombia.
En Argentina, a pesar del creciente interés por estos
análisis desde la perspectiva del metabolismo social, son
muy pocos los trabajos existentes. Podemos destacar los
116 • La ruralidad en tensión

recientes estudios de García Viniegra (2017) sobre metabo-


lismo social y conflictividad minera; los estudios de Zuber-
man y Fernández (2016) sobre el metabolismo social en la
cuenca del Plata; los análisis de Iodice y Guzmán Casado
(2015) sobre el metabolismo social en producciones fami-
liares tamberas en transición agroecológica de la cuenca del
río Luján en Buenos Aires; los trabajos de Pérez Manri-
que et al. (2013) sobre los flujos de materiales y energía en
Argentina y las investigaciones de Arizpe y García López
(2010) sobre la frontera de la soja en Paraguay y el nor-
te de Argentina. Aunque los estudios son aún incipientes
en el país, el metabolismo agrario comienza a perfilarse
como una opción de análisis territorial precisa para adqui-
rir información específica e integral sobre los procesos del
agro y los flujos y dinámicas que comparte y en las que
se inserta.

Repensando lo rural y lo urbano desde los procesos


metabólicos agrarios

Actualmente, el análisis de las relaciones urbano-rurales en


el contexto de una globalización (o más bien una glocaliza-
ción) neoliberal implica

estructurar un campo epistemológico y metodológico que dé


cuenta de aquellos lugares en los que se agencia y persiste,
no su dicotomía, contradicción o resistencia, sino el emerger
de sus transposiciones, irreductiblemente relacionales, y que
entrecruzan múltiples agentes, escalas, redes y disposiciones
organizacionales (Pérez Martínez, 2016: 103).

Es decir, es necesario flexibilizar los tradicionales lími-


tes de lo rural y lo urbano en pos de un entendimiento de
los procesos de configuración territorial y de los vínculos
urbano-rurales que se conforman (Pérez Martínez, 2016).
La ruralidad en tensión • 117

Desde un enfoque metabólico, esto es una premisa


esencial. Los cambios productivos que se han generado tras
la expansión y asentamiento del capitalismo agroindustrial
han transformado los procesos de flujo e intercambio entre
lo rural y lo urbano. La nueva realidad rural agraria y su
penetración en lo urbano (y viceversa) están desafiando
las formas dicotómicas tradicionales en que las ciencias
sociales han comprendido y representado lo urbano como
opuesto a lo rural. Superar este dualismo conceptual y epis-
temológico resulta imprescindible para entender los distin-
tos territorios en el marco de la globalización del capital
(Concha et al., 2013).
En las últimas décadas, los territorios agrarios, espe-
cialmente los de América Latina, han experimentado inten-
sos procesos de modernización capitalista como resultado
de su adscripción a un modelo productivo en el que el
mercado se erige como figura central. Dichos procesos han
impactado notablemente en:

(1) […] los usos de la tierra (dada principalmente por expan-


sión del cultivo de frutales, viñedos y árboles exóticos),
(2) cambios en la tecnología empleada en la explotación
(incorporación de agroquímicos, maquinarias, semillas entre
otras agro-tecnologías), (3) ampliación de la infraestructura y
conectividad de la ruralidad, lo que ha reducido el aislamien-
to social y cultural del campesinado; y (4) modificaciones
en la organización y estructura social tradicional del mundo
rural, relacionadas tanto con el surgimiento de nuevos acto-
res (temporeros, empresarios agrícolas, recolectores, obreros
forestales, entre otros.), como con la aparición de nuevos
tipos de asentamientos residenciales (vivienda social rural,
parcelaciones de agrado, entre otras) (Concha et al., 2013: 1).

No obstante, como señalan Concha et al., no solo se


transforma lo que entendemos como “campo”, sino que
también cambia la relación entre núcleos urbanos y el sec-
tor primario de producción inserto en los espacios rurales.
Esta nueva dinámica productiva genera estrechos lazos fun-
118 • La ruralidad en tensión

cionales con los núcleos urbanos (Berdegué, Jara, Modrego,


Sanclemente y Schejtman, 2010), ya que “el mundo agrícola
tecnificado y capitalista requiere de servicios localizados
en la ciudad, y la dinámica económica de una ciudad en
una región agroindustrial se basa fuertemente en el empleo
generado directa o indirectamente desde los sectores rura-
les” (Concha et al., 2013: 1). De este modo, como conse-
cuencia de las interconexiones e interdependencias que se
derivan de estas dinámicas, se posibilita la penetración en
la ruralidad de las formas de vida urbana y su cultura (y
viceversa) volviendo los bordes tradicionales, difusos. Un
ejemplo de ello son los movimientos migratorios tradicio-
nales campo-ciudad que se han resignificado, y que die-
ron lugar (sin desaparecer del todo) a procesos migrato-
rios interzonales –de la quinta al pueblo, o del pueblo a
la ciudad intermedia– (Canales y Canales, 2012), pero ya
no a las grandes metrópolis. Asimismo, la movilidad coti-
diana entre los distintos poblamientos en un área geográ-
fica se ha intensificado, lo que produjo un flujo continuo
de estudiantes y/o trabajadores que se desplazan de for-
ma constante entre localidades próximas para realizar sus
actividades diarias (Berdegué, Jara, Modrego, Sanclemente
y Schejtman, 2010).
Aunque el objetivo de este texto no es abordar las dife-
rentes vertientes que se ocupan del debate rural-urbano,1
detenerse a analizar las implicaciones que este diálogo tiene
para el estudio del agro es imprescindible, ya que la adop-
ción de un enfoque metabólico agrario no limita el uso de

1 Para debates actuales sobre lo rural y lo urbano, ver: los estudios de las “ciu-
dades rurales” (Berdegué, Jara, Modrego, Sanclemente y Schejtman, 2010),
de las “nuevas ruralidades” (Gómez, 2008; Gorestein, Napal, Barbero y Olea,
2007; Cartón de Grammont, 2004; Echeverri y Rivero, 2002; Ceña, 1993;
Chevalier, 1980); del “continuo rural-urbano” o “rururbano” (Carneiro,
2001; Wanderley, 2001); de los “territorios y población agraria” (Canales y
Canales, 2012; Canales y Hernández, 2011); o, haciendo una nueva distin-
ción, esta vez no entre rural y urbano, sino entre lo “rural” y lo “agrario”
(cambiando la dicotomía tradicional rural-urbano por el binomio urbano-
agraria/urbano-metropolitana) (Dear y Dallas, 2001; Davis, 1990).
La ruralidad en tensión • 119

dicho concepto a las dimensiones materiales (energéticas,


económicas o tecnológicas) de un espacio concreto, sino
que va a entenderlo, siguiendo a González de Molina y
Toledo, como

un complejo conformado por aspectos materiales e inmate-


riales, visibles e invisibles, pues toda sociedad es un ensamble
de fenómenos pertenecientes a dos dimensiones: la de los
intercambios y flujos de materia y energía, y lo que los orga-
niza, moldea y da soporte en función de las instituciones, las
reglas y regímenes legales, las creencias y los conocimientos
(González de Molina y Toledo, 2011: 15).

Las sociedades humanas producen y reproducen sus


condiciones materiales de vida a partir de su metabolismo
con el espacio natural. Este metabolismo se desarrolla a tra-
vés del proceso social del trabajo. Dicho proceso implica el
conjunto de acciones a través de las cuales los seres huma-
nos, independientemente de su situación espacio-temporal,
se apropian, producen, circulan, transforman, consumen y
excretan determinados productos, materiales, energía, agua,
provenientes del mundo natural. Al realizar estas activida-
des, los seres humanos consuman dos actos: por un lado,
“socializan” partes de la naturaleza, y por el otro, “naturali-
zan” a la sociedad al reproducir sus vínculos con los ecosis-
temas. Del mismo modo, durante este proceso metabólico,
se conforma una situación de “determinación recíproca”
en la que la forma en que los seres humanos se organizan
en sociedad determina la forma en que transforman a la
naturaleza y viceversa (principio eco-sociológico) (Toledo,
Alarcón-Cháires y Barón, 2009: 60).
En estos procesos recíprocos resulta imprescindible
señalar la presencia de una asimetría y una desigualdad
social (con los conflictos que esto genera) que es necesa-
rio visibilizar y analizar para entender las transformacio-
nes desde una perspectiva diacrónica. Como citan Gon-
zález de Molina y Toledo: “es este rasgo por el cual una
porción de la humanidad explota o domina a otra mucho
120 • La ruralidad en tensión

más numerosa, lo que […] se relaciona y confronta con la


explotación humana de la naturaleza” (González de Molina
y Toledo, 2011: 16).
Ante lo anteriormente señalado, el análisis de lo rural
y lo urbano como categorías separadas o aisladas la una
de la otra no solo dejar de ser posible, sino que caería en
un ejercicio de invisibilización de las realidades y desigual-
dades que conforma. Por ello, siguiendo los postulados de
Concha et al., se propone tratar de comprender lo rural
y lo urbano como:

[un] continuo conceptual que divide dos tipos espaciales idea-


les: la ciudad funcional metropolitana y el campo en su forma
tradicional. El extremo “urbano” se asocia –como se ha veni-
do haciendo– a territorios de alta densidad y poblaciones de
gran tamaño, y actividades económicas diversas, con alta pre-
sencia del sector servicios. Es funcionalmente independiente
de su entorno natural próximo –el que generalmente reapa-
rece bajo la conceptualización más reflexiva de “riesgo”–,
exhibiendo fuertes relaciones de dependencia interna entre
sus sectores y actividades, y alta sensibilidad a los cambios
en su entorno global. Los vínculos sociales se caracterizan
por su alta funcionalización, y por la indiferencia y neutrali-
dad frente al otro. El extremo “rural” se define por la fuerte
vinculación entre cultura y sociedad con la naturaleza, tanto
en términos de sus actividades económicas principales (lo
agropecuario, la pesca u otros similares), como en relación
al modo de habitar el espacio, con tiempos y ciclos que se
vinculan a los que impone la naturaleza […] y una movilidad
que se enmarca en las localidades más próximas, es decir, de
corto alcance (Concha et al., 2013: 8).
La ruralidad en tensión • 121

La rururbanización globalizada del agronegocio


en Argentina

En los espacios rurales argentinos se ha desarrollado un


proceso de modernización capitalista –iniciado en la segun-
da mitad de los años setenta e intensificado durante los
años noventa en el marco de políticas neoliberales– que
acabó consolidando, a comienzos del siglo XXI, un mode-
lo de desarrollo capitalista del sector agrario conocido
como “agronegocios” (Gras y Hernández, 2016; Gras y Her-
nández, 2013; Girbal-Blacha, 2014; Gribal-Blacha, 2012;
Merenson, 2009; Azpiazu, Basualdo y Khavisse, 2005; Cra-
viotti, 2005; Carballo, 2001; Neiman y Bardomás, 2001;
Bonaudo y Pucciarelli, 1993). El agronegocio se conforma
como un modelo productivo basado en cuatro pilares: 1) El
pilar tecnológico, con las biotecnologías de derecho privado
y las nuevas tecnologías de la información y de la comu-
nicación a la cabeza. 2) El pilar financiero, que actuó “por
arriba” y “por abajo”. “Por arriba”, mediante la intervención
de los especuladores institucionales que presionaron incre-
mentando la demanda y haciendo subir los precios de las
commodities agrícolas; “por abajo” actuó a nivel local a través
de las estrategias jugadas por los productores y empresarios
locales, quienes organizaron la producción, el almacena-
miento y la comercialización de su producción en función
de las “herramientas” financieras disponibles según su perfil
socioproductivo. 3) El pilar productivo, cuyos dos factores
tradicionales, la tierra y el trabajo, se vieron interpelados de
manera directa por la nueva lógica de negocio, que adoptó
formas acordes a ella: por un lado, una dinámica de aca-
paramiento de la tierra vía la compra (de las más grandes)
o, de manera más general, el alquiler; y por otro, la terce-
rización de las labores agrícolas. 4) El pilar organizacional
cuya incidencia en la noción misma de empresa llevó a una
reconfiguración muy profunda de las prácticas productivas,
políticas, sociales e institucionales del sector y, con ello, a la
fundación de nuevas identidades profesionales (Paz, 2017;
122 • La ruralidad en tensión

Gras y Hernández, 2016; Kay, 2015; Hebinck, Schneider


y Van der Ploeg, 2014; Barsky y Gelman, 2009; Castro y
Reboratti, 2008). Este modelo productivo ha generado (y
sigue generando) una serie de dinámicas territoriales que,
debido a su complejidad y su multifactorialidad, demanda
nuevos modelos de aproximación, levantamiento de infor-
mación y análisis.
De este modo, para el análisis del heterogéneo agro
argentino, es necesario considerar que: 1) las tendencias
generales indican un creciente proceso de agriculturización
(que es aún más evidente en las zonas mixtas) (Slutzky,
2005), y una pérdida de importancia de la producción
pequeña y familiar (Gras y Hernández, 2016); 2) asimismo,
ha habido un incremento del arrendamiento como forma de
expansión de la superficie operada (Barsky y Dávila, 2008;
Gras y Hernández, 2013), la tercerización como forma de
resolver las labores (tanto principales como secundarias)
(Lódola y Fossati, 2004) y la desvinculación del “productor”
de la producción (Craviotti y Gras, 2006) conformándose
una nueva modalidad de organización y gestión de la pro-
ducción en “red” (Bisang et al., 2008); 3) se observa un cre-
cimiento del trabajo asalariado frente al familiar (Martínez
Dougnac y Bordas, 1998), del trabajo familiar remunerado
(Neiman, 2008) y el incremento de la pluriactividad, princi-
palmente en las explotaciones más pequeñas y/o familiares
(Hernández y Muzlera, 2016; Craviotti, 2005; Feldman y
Murmis, 2002; Neiman y Bardomás, 2001); 4) en cuanto a
las transformaciones sociales, se destaca el cambio de resi-
dencia (de rural a urbano), junto con los aspectos vinculados
a la producción, los cuales han implicado una redefinición
de las identidades y los modos de vida de los productores
tradicionales de la región pampeana, como los “chacare-
ros” (Muzlera, 2013; Balsa, 2007; Cloquell, 2007); 5) tam-
bién se han identificado transformaciones en las dinámicas
familiares sobre las cuales se organizaba la producción en
el pasado, en el cambio en los roles y en las relaciones
entre padres e hijos en torno al control y la herencia de la
La ruralidad en tensión • 123

explotación (Neiman, 2008; Manildo, 2009). Se destaca la


variación en el perfil de los productores familiares, sobre
todo aquellos que han experimentado una expansión en la
producción en los últimos tiempos, y su redefinición como
“empresarios familiares” (Gras y Hernández, 2016; Gras y
Hernández, 2013); 6) las actividades asociadas con el uso de
la tierra superan el destino de la producción de alimentos
y se orientan también a la producción insumos industria-
les, medicinas y biocombustibles. Esta ampliación de hori-
zontes de la producción de alimentos se liga a profundas
transformaciones técnicas, productivas y organizacionales
(Sassen, 2015; Anlló, Bisang y Salvatierra, 2010); 7) nuevos
o aggiornados agentes económicos (proveedores industria-
les de insumos, supermercados, empresas de logística) van
desarrollando una amplia gama de modalidades de rela-
ciones de intercambio, transformando la estructura social
agraria, su matriz económica y el rol de los tradicionales
factores de producción. De este modo, se ven afectadas las
formas de reparto de las rentas generadas por el conjunto
de la producción, lo que trastoca todo el funcionamiento de
la producción agropecuaria, su cosmovisión y sus alcances
o influencias territoriales (Albadalejo, 2013; Anlló, Bisang y
Salvatierra, 2010; Gras y Hernández, 2013); y 8) los impac-
tos resultantes de la nueva jerarquía de territorialidades en
una pampa húmeda argentina como modelo de referencia
durante los últimos veinte años dieron lugar a procesos que

implicaron la concentración de la tierra en mayores unidades


productivas, el arrendamiento de campos agrupados (explo-
taciones linderas) para agricultura especulativa, el descenso
de la demanda de mano de obra agrícola y de los puestos
de trabajo en la agroindustria y la disminución del núme-
ro de explotaciones y de la cantidad de productores (Valen-
zuela, 2014)
124 • La ruralidad en tensión

Por otro lado, también provocaron impactos medioam-


bientales negativos (Zarrilli, 2007; Zarrilli, 2010; Zarrilli,
2016; Valenzuela, 2014; Gras y Hernández, 2013; Teubal,
2006; Slutzky, 2005).
No obstante estas consideraciones, existen ejemplos de
situaciones que sin contradecir diametralmente esta diná-
mica de desarticulación y empobrecimiento local, las ponen
en tela de juicio, como las realidades presentes en varios tra-
bajos (Muzlera, 2010), que revelan así que el agro argentino
sigue siendo un espacio con procesos y sujetos de estudio
en continua (re)construcción, muy lejos de ser una categoría
cerrada y homogénea (Sili, 2016; Murmis, 1998).
Es necesario señalar que en casi la totalidad de las
representaciones sobre el papel del agro, este destaca como
uno de los ejes estratégicos sobre el que debería pivotar
el desarrollo del país. A partir de este punto de partida
común –que revela la enorme importancia de este sec-
tor–, los caminos sobre lo que es el agro hoy y las formas
en las que este desarrollo debería llevarse a cabo se bifurcan, y
se muestran, en algunos aspectos, como antagonistas. Sin
embargo, a pesar del peso que se le otorga desde todas las
aristas, resulta interesante observar los escasos (y parciales)
datos2 que se tienen del agro argentino, lo que dificulta
notablemente la posibilidad de conocer las realidades que
operan más allá de estudios de caso (a veces, multisituados
o comparados) o dinámicas/problemáticas específicas. De
este modo, el agro y, por vasos comunicantes, lo rural son
definidos como espacios de gran importancia y de gran
potencial para el país, pero, a su vez, son representados de
forma vaga, oscura e informal, en un ejercicio de oposición
a lo urbano, que se erige (jerárquicamente) como lo preciso,
lo transparente, lo sistémico.

2 Los datos macro del agro argentino remiten al censo de 2002, ya que las
informacines presentes en el censo realizado en 2008 fue considerada por el
propio INDEC como insuficientes y no comparables con las encuestas anterio-
res (INDEC, 2009). En 2018 se realizó un nuevo Censo Nacional Agrope-
cuario que se espera que aporte datos fiables sobre este espacio productivo.
La ruralidad en tensión • 125

En el continuo establecido, los territorios no poseen una


situación simétrica, existiendo aún una “jerarquización” basa-
da en relaciones de poder tanto de carácter político eco-
nómico como de nivel micro-físico (Foucault, 1992). Así, lo
urbano, sus prácticas y valores siguen siendo vistos como
“lo deseable” por una mayoría de los habitantes, tanto por
quienes habitan la ciudad no metropolitana como por quie-
nes habitan los territorios más alejados de los procesos de
transformación capitalista. Así, es posible sostener que, para
los habitantes del territorio, el pensamiento dicotómico y
que establece “jerarquías de deseabilidad” mantiene vigencia,
posiblemente asociado a la desigual distribución del poder y
los recursos en los distintos territorios. La complejidad de las
relaciones –entre localidades, entre lo productivo y lo socio-
cultural, etc.– que se tejen en el territorio obliga a la com-
plejidad del instrumental analítico con que nos aproximamos
a él. El abandono del pensamiento dicotómico –tan claro y
limpio al momento de elaborar teoría– aparece como central
si se busca generar mayor identidad entre los conceptos y lo
que observamos empíricamente (Concha et al., 2013: 9)

Ante esta complejidad, resulta útil develar y resignificar


las relaciones entre lo rural y lo urbano, y su vinculación
con el territorio en Argentina dentro de un contexto histó-
rico en el que la transversalidad de la economía de mercado
anula la posibilidad de entender lo que no es urbano como
atrasado, aislado o desconectado, o lo que no es rural como
una jerarquía exclusiva de poder (Foucault, 1992). Ya que
ambas, entrelazadas, envuelven prácticamente la totalidad
de las actividades humanas. Para abordarlo, el metabolismo
agrario puede proporcionar herramientas concretas para
comprender las transiciones y las transformaciones que han
experimentado (y experimentan) los territorios y el espa-
cio social.
126 • La ruralidad en tensión

Una propuesta metodológica desde el metabolismo


agrario (ampliado) para el estudio del caso argentino

Inserto en el marco previamente expuesto, el análisis del


agro en Argentina a través de un acercamiento ecoso-
ciológico (metabolismo agrario, específicamente) muestra,
siguiendo a Toledo, Alarcón-Cháires y Barón (2009), la
necesidad de tener en cuenta siete dimensiones de forma
integrada: (1) la cantidad y calidad de los recursos y ser-
vicios ofrecidos por los ecosistemas que una unidad de
apropiación/producción (P) se apropia; (2) la dinámica de
la población que conforma P; (3) el significado de los inter-
cambios materiales que se establecen entre P y los ecosis-
temas y entre aquella y los mercados (análisis económico);
(4) el carácter e implicaciones del conjunto de tecnolo-
gías que P aplica durante la apropiación; (5) el conjunto
de conocimientos (corpus) que los miembros de P ponen
en juego durante el acto apropiativo; (6) la cosmovisión
que, como un “conjunto de creencias”, rige los comporta-
mientos de quienes forman parte de P; y (7) el conjunto
de instituciones (económicas, políticas y culturales) dentro
de las que P se mueve: estructuras agrarias, instituciones
familiares, religiosas y educativas, organismos crediticios,
tipos de mercados, instituciones gubernamentales, etcétera
(Toledo, Alarcón-Cháires y Barón, 2009). El eje que articula
el análisis es la interacción sociometabólica en la relación
a la transformación que ha sufrido el funcionamiento bio-
físico de los sistemas agrarios y pecuarios y el cambio en
los paisajes socioculturales que de él resultaron. Esta pro-
puesta combina dos metodologías elementales. Por un lado,
el conjunto de herramientas estandarizadas propuestas por
el Multi-Scale Integrated Analysis of Societal and Ecosys-
tem Metabolism (MuSIASEM), en el Instituto de Ciencia
y Tecnología ambientales (ICTA) de Barcelona, que analiza
el metabolismo social con base en la interacción entre flu-
jos y fondos a una escala específica (incluye indicadores de
extracción, consumo y comercio de materiales). Por otro,
La ruralidad en tensión • 127

se propone la realización de un estudio complementario a


largo plazo que pueda documentar la transición industrial
y tecnológica (y financiera) en la agricultura argentina: des-
de manejos premodernos hasta manejos modernizados. En
este sentido, puede considerarse que la economía argentina
(a cualquier escala) es un sistema metabólico porque necesi-
ta energía y fuerza laboral de la población para poder pro-
ducir bienes mercantiles, al mismo tiempo que la población
precisa energía, bienes y tiempo para poder desarrollarse y
ejercer de fuerza laboral (y consumo).
Para la representación de un sistema metabólico,
se utilizará el modelo de flujos y fondos propuesto por
Georgescu-Roegen (1971) y desarrollado por el MuSIA-
SEM, en el ICTA de Barcelona.
Los fondos (tierra, población y capital) hacen referencia
a los agentes que mantienen su identidad en el tiempo
considerado para la representación del sistema. Para este
tipo de análisis, se sugiere contar con el fondo de las horas
totales disponibles de la población argentina que se subdi-
vidirán en dos grupos: las horas en el sector remunerado
y en el sector residencial. Aquí se valorará el papel que
desarrolla el sector residencial dentro del sistema socio-
económico, que es esencial, ya que es el sector responsable
del mantenimiento y reproducción del fondo de actividad
humana (HA por Human Activity). Es decir, es aquí donde
se utilizan energía y materiales necesarios para mantener
y reproducir el fondo de actividad humana. Los hogares
consumen bienes, servicios y energía para reproducir la
actividad humana que será destinada al sector del trabajo
asalariado para la producción de bienes y servicios. Por otro
lado, los flujos son aquellas categorías “móviles” durante el
tiempo considerado para la representación del sistema; por
ejemplo, el valor agregado, las materias primas, la energía y
los productos. De esta manera, los fondos transforman los
flujos entrantes en flujos salientes (consumiendo o generan-
do flujos) para su propia reproducción. Es así que, de acuer-
do con Georgescu-Roegen (1971), el proceso económico no
128 • La ruralidad en tensión

produce bienes y servicios para su consumo. En su lugar,


se crea un sistema reproducible capaz de llevar a cabo una
serie de procesos integrados y coordinados de producción
y consumo de bienes y servicios (Tatjer, 2015).
Tanto el modelo de fondos como el de flujos utilizan
indicadores extensivos e intensivos para su representación
y análisis. Los indicadores extensivos caracterizan el tama-
ño del sistema, de sus sectores y subsectores. Estos indica-
dores se expresan en términos de categorías fondo o cate-
gorías flujo. De este modo, cuando hablamos del tamaño del
sistema en términos de fondos, podemos utilizar el número
de personas medido en horas de actividad humana –por
ejemplo, caracterizando el gasto por hogar en Argentina y
tomando como fuente la Encuesta Nacional de Gastos de
Hogar (ENGHo) durante un período de tiempo determina-
do–. En este caso, estamos representando lo que el sistema
es. Por otro lado, cuando nos referimos al tamaño del sis-
tema en términos de flujos, podemos utilizar la cantidad de
energía consumida medida en TJ/año y el valor agregado
generado en peso/año –por ejemplo, calculando el valor
total de la producción corriente de todos los bienes y ser-
vicios, sin impuestos, de Argentina durante un año a través
del Valor Agregado Bruto (VAB), en una línea de tiempo
determinada–. En este caso, estamos representando lo que
el sistema hace. Los indicadores intensivos son aquellos que
representan una tasa de uso y describen la intensidad a la
que opera el sistema: cómo hace lo que hace. En este caso,
se utilizan los cocientes entre flujos y fondos referidos a
una misma escala o sector, que tienen la forma flowk/fundk
para representan la velocidad o intensidad con la que los
flujos son consumidos o producidos por unidad de fondo
–por ejemplo, VAB/THA (PIB per cápita); o la tasa de meta-
bolismo exosomático de la sociedad. Energía consumida
por hora EMRar (Exosomatic Metabolic Rate, ar:Argentina)–
(Tatjer, 2015).
La ruralidad en tensión • 129

Aunque los ejemplos aquí señalados corresponden a


un eje de análisis a nivel país, las escalas de trabajo pueden
variar; por ejemplo, haciendo un análisis a nivel de sector
productivo (agricultura), podemos utilizar en los indicado-
res extensivos, un fondo como HAag, HAind y HA s&g, para
conocer las horas totales del trabajo remunerado en cada
sector durante un año (HA: Human Activity; ag: agricultura
y pesca; ind: industria, incluyendo construcción, manufac-
turas, energía y minas; s&g: servicios y gobierno) y un flujo
como Etag, ETind y ETs&g, para saber el consumo final
total de energía en cada sector durante un año (ET: ener-
gía total; ag: agricultura y pesca; ind: industria, incluyendo
construcción, manufacturas, energía y minas; s&g: servicios
y gobierno. Dentro de s&g, se considera el 50% de la energía
en el transporte restante como consumo de sector servicios.
Por parte de los indicadores intensivos, se podría conside-
rar, entre otros, la tasa de metabolismo exosomático de las
actividades en el hogar (EMRhh), es decir, la energía consu-
mida por hora no laboral; y la productividad del trabajo en
el sector agrícola (ELPag).
La elección de indicadores adecuados responderá a la
intencionalidad de los objetivos. Para analizar el agro (en
su heterogeneidad), se tratar de responder, entre otras, a
preguntas como: ¿han mantenido los agricultores la fer-
tilidad del suelo a medida que iban cultivando la misma
tierra durante años?, ¿cómo transferían energía y nutrientes
(carbono, nitrógeno, potasio, fósforo) a través del paisaje
agrario para fertilizar las cosechas?, ¿cómo estructuraban
los productores aquellos paisajes (tierras agrícolas, pastos,
agua) para sustentar sus comunidades, mantener la produc-
tividad y obtener beneficios?, ¿cómo se inserta el sistema
agrario con otras partes de la economía y la sociedad, con
las ciudades, la manufactura, el transporte o el comercio?,
¿cómo se distribuye el capital en el territorio, cómo este
capital ocupa el tiempo dedicado a la producción para el
mercado de la población?, ¿cuánto capital manufacturado
existe en el territorio, a cuántas empresas pertenece, de
130 • La ruralidad en tensión

qué sectores provienen?, ¿cuál es la tecnología empleada?,


¿cuánto consumen los hogares de agua, energía y materia-
les?, ¿cuánto desechan de agua, gas de efecto invernade-
ro (GEI), residuos?, ¿cuáles son las prácticas de consumo
de los hogares que tienen mayores impactos ambientales?,
¿esta distribución tiene algún patrón de género o cultu-
ral?, ¿cómo se relaciona esta distribución económica con la
demanda interna y externa, con la flexibilidad de la regu-
lación y con la privatización?, ¿esta transformación genera
distribución de la riqueza y oportunidades o genera con-
centración y exclusión?, ¿los excedentes quedan en las loca-
lidades o es un modelo extractivo?, ¿las agro-localidades
tienen dinámicas de socialización propias o son similares a
las de los grandes centros urbanos?, ¿qué particularidades
poseen las agro-ciudades?, ¿tiene sentido seguir hablando
de campo e industria o de sectores primarios, secundarios
y terciarios de la economía como categorías excluyentes?,
¿finalizaron las migraciones estacionales vinculadas a las
cosechas o se complejizaron sus dinámicas y características
de los sujetos?, ¿son social y ambientalmente sostenibles?,
¿cuál es el lugar de las familias productoras en este proceso?
(Gras y Hernández, 2016; Barsky y Dávila, 2008).
De este modo, es posible realizar un estudio exhaustivo
de los procesos y dinámicas que recorren los sistemas
socio-económico-ambientales con el fin de calibrar las
transformaciones históricas y actuales operadas en el terri-
torio productivo agro-local a partir de las características
arquitectónicas del poder y que se perfilan como un nuevo
paradigma socioproductivo en los espacios agrarios argen-
tinos.
La ruralidad en tensión • 131

Consideraciones finales

A pesar de que el concepto de territorio y las transfor-


maciones que en el mismo se generan a partir del proceso
de metabolismo social, remite ineludiblemente a una defi-
nición espacial (una porción de la superficie terrestre), su
propia existencia no depende solo del ejercicio cartográfico
de delimitación y definición de fronteras, sino también de
que en ese determinado espacio material un grupo humano
realice una actividad determinada (Elkisch Martínez, 2007:
3). Es el uso del territorio, y no él en sí mismo, el objeto del
análisis social. Asimismo, los procesos metabólicos sociales
se inician con la apropiación, por parte de los seres huma-
nos, de materiales y energía de la naturaleza. Estos pueden
ser utilizados (extraídos), transformados y circular para ser
consumidos y finalmente desechados, de nuevo, a la propia
naturaleza. Cada uno de estos procesos tiene un impacto
socioambiental diferente dependiendo de la manera en la
que se realizan, la cantidad de materiales y energía impli-
cados en el proceso, el área donde se produce, el tiempo
disponible o la capacidad de regeneración de la naturaleza
(Toledo, 2008: 4; Zuberman y Fernández, 2016).
En la actualidad, los estudios agrarios deben ser abor-
dados a la luz de los cambios teórico-metodológicos y
conceptuales definidos, entendiendo que su tratamiento
no puede hacerse exclusivamente desde un solo ángulo de
observación, sea este económico, social, político o institu-
cional. Su estudio debe comprender todos esos aspectos,
enfatizando el análisis de casos particulares que den senti-
do al microanálisis para tratar de ir construyendo, al igual
que un rompecabezas, pieza a pieza, los procesos macroso-
ciales del heterogéneo mundo rural argentino. Se trata de
generar un conocimiento holístico de las dinámicas que se
conforman e interrelacionan en el territorio que permiten
identificar procesos de desarrollo (económico, sociocultural
y ambiental) bajo una idea de sustentabilidad integral de
todo lo que conforma. Es decir, un abordaje comprensivo
132 • La ruralidad en tensión

de las articulaciones entre habitantes, instituciones y sujetos


productivos que (re)significan tanto las prácticas capitalis-
tas hegemónicas como las tradicionales en el intento de
mejorar una coexistencia inevitable (Rabinovich y Torres,
2004). Asimismo, develar las tramas de poder insertas en
ellas. Como señala Marina Poggi en su análisis de las repre-
sentaciones y estrategias de circulación de reivindicacio-
nes a través de la red de los grupos UST (Argentina) y el
MST (Brasil):

El debate del territorio se enfoca, así, desde una


perspectiva integradora, que ve a la territorialización como
un proceso de dominio (político-económico) y/o de apro-
piación (simbólico-cultural) de los espacios por los distintos
grupos humanos. Los renovados debates sobre la cuestión
territorial ponen el acento en las discusiones acerca de los
procesos de desterritorialización producto de las dinámicas
globalizantes, donde se contempla que el territorio en sí mis-
mo como dato geográfico es, al tiempo, el resultado del uso
del espacio (Poggi, 2017: 5, citando a Domínguez, Lapegna
y Sabatino, 2003: 240).

En este proceso holístico, para abordar los interrogan-


tes que surgen, es necesario despojarse de los parámetros
clásicos de polarización entre lo urbano y lo rural, ya que
resultan insuficientes para explicar la multidimensionali-
dad de ambos conceptos: lo rural ya no puede ser abordado
como una prolongación supeditada a lo que ocurre en el
espacio urbano, dado que posee particularidades heterogé-
neas y una reciprocidad compartida. Lo rural y lo urbano ya
no pueden ser analizados desde un binomio jerarquizado.
En este contexto cualquier espacio puede contener en sí una
amplia gama de “artefactos de la globalización” (De Mattos,
1999), pero mantener un “modo de vida” de carácter rural o
de carácter urbano. En palabras de Claudia Concha et al.:
La ruralidad en tensión • 133

[…] al entender lo urbano y lo rural como polos de un con-


tinuo permite distinguir diversos tipos de territorios como la
ciudad agrícola, el pueblo agro industrial, la ruralidad conec-
tada a los procesos de industrialización capitalista del agro, o
una ruralidad que si bien también ha sido afectada por estos
procesos se mantiene más cerca del tipo ideal “rural” […]
Asimismo, reconoce la posibilidad de que estos territorios
puedan presentar formas de habitar el espacio que combinen
elementos urbanos y rurales (Concha et al., 2013: 8).

Por todo lo anteriormente señalado, el metabolismo


agrario se erige como una herramienta de análisis integral
de los procesos que se despliegan en un espacio productivo
específico pero interrelacionado indisolublemente con un
sinfín de flujos y dinámicas que lo atraviesan. Este espacio
productivo en Argentina se sitúa en un territorio que deja
de ser estrictamente rural para convertirse en un espacio
muntidimensional para poder dar cuenta de las realidades
que alberga.

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Los extramuros productivos

Un balance en el estudio de espacios periurbanos


en Argentina

CELESTE DE MARCO (CONICET/CEAR-UNQ)

Introducción

Es posible que uno de los desafíos más importantes del


campo de los estudios rurales sea definir su propio objeto.
¿Qué es (y que no es) lo rural? Esta es una preocupación
interesante porque, precisamente, la complejidad de defi-
nir este concepto se exacerba en los intersticios por don-
de se escurre aquello que presenta rasgos difusos. Dicho
en otros términos, aquellos territorios de borde donde lo
urbano y lo rural colisionan o se imbrican en diferentes
grados. En ese sentido, avanzaron discusiones en el ámbito
académico desde décadas previas, para complejizar visiones
estereotipadas y proponer alternativas que permitan pensar
ambas realidades.
Durante un largo tiempo, se consideró lo rural en tér-
minos de lo “no urbano”, como una realidad aún sin fago-
citar por la influencia productiva, social y cultural citadina.
Es claro que este tipo de lecturas resultan anacrónicas en las
circunstancias actuales, en las que, cada vez más, se eviden-
cia la necesidad de pensar de forma interconectada y com-
pleja ambos escenarios. Incluso, hay quienes aventuran que
no es posible seguir usando la categoría rural, puesto que lo
que se agrupaba bajo esa consigna presenta ya demasiados
cambios. De frente a las llamadas “nuevas ruralidades”, los

147
148 • La ruralidad en tensión

vínculos entre el campo y la ciudad se redefinen y tensan


aún más los desafíos por entenderlos, de mano del embate
globalizador.
Pero si las concepciones binarias fueron cuestionadas,
dentro de este panorama se entretejen realidades que ponen
en cuestión también la idea de una continuidad gradual
entre lo “urbano” y lo “rural”. Es así como los espacios de
enlace gravitan con peso propio en las discusiones. Se trata
de lo que actualmente se define con el concepto de periur-
bano. No obstante, las miradas inquisitivas sobre estos no
son precisamente recientes.
En rigor de verdad, su existencia (y utilidad) siempre
estuvo definida regularmente a través de rasgos transicio-
nales y residuales. La idea de “extramuros” orientados a la
producción y abastecimiento datan de largo tiempo. Por
eso, aunque las formas de categorizarlos fueron mutando,
prevalecieron lecturas que enfatizaban su carácter difuso
y dinámico.
En nuestro país contamos con un nutrido conjunto de
estudios que desvelan aspectos sobre aquello que común-
mente se ha reconocido como periurbano. En ese sentido,
el objetivo del presente capítulo es doble. Por un lado, se
procura revisitar las discusiones sobre los espacios transi-
cionales entre el campo y la ciudad. Por el otro, se propone
elaborar una lectura integradora que pueda funcionar como
“hoja de ruta” sobre lo que se ha discutido y lo que se está
discutiendo en nuestro país.
La propuesta es hacer un recorrido que tendrá tres
paradas. En primer lugar, se presentará un derrotero abre-
viado de los conceptos a partir de las últimas décadas del
pasado siglo, sus particularidades y principales discusiones.
Luego, se propone un estado de la cuestión actualizado con
base en el caso argentino. En tercer lugar, se presenta un
balance crítico para vislumbrar focos de atención y áreas de
vacancia, así como las nuevas perspectivas.
La ruralidad en tensión • 149

Entre el campo y la ciudad: recorrido sintético


sobre una enredada relación

Un buen punto de partida para comenzar a pensar estos


espacios es un breve repaso histórico. Como se anticipó,
su existencia no es reciente. En Europa es posible identi-
ficarlos cumpliendo un rol nodal al proveer de alimentos
frescos a los habitantes de los burgos medievales. Pero su
difusión a nivel global, sin dudas, se vinculó con la expan-
sión del centro urbano, una consecuencia del desarrollo
industrial capitalista.
En ese contexto, la industrialización, el crecimiento
demográfico y la urbanización se vieron alterados por una
cuarta variable: las migraciones, lo que tuvo un impacto
directo en la configuración de estas zonas de enlace. Su
existencia, lejos de reducirse, se acentuó.
La era posindustrial incorporó efectos adicionales, que
incluyeron la cristalización de una mirada dicotómica. De
este modo, el binomio campo/ciudad se planteó como el
modo lógico y natural para definir y clasificar que dejaba
caer en sus resquicios particularidades que no encastraban
en los rígidos términos.
En etapas contemporáneas se evidenció que la lógica
dual se replicaba en la forma en que la mirada oficial se
posaba en este tipo de espacios. Así, el periurbano fue pre-
sentado contemporáneamente en términos de problema/
solución, un rasgo que se vería enfatizado por los conflicti-
vos escenarios planteados.
En efecto, la primera mitad del siglo XX –signada por
crisis y guerras mundiales– incorporó el interés por defi-
nir los usos de estos espacios y sus recursos, producto de
lo que se había aprendido por la negativa; sobre todo la
segunda posguerra planteó que se debía impulsar la pro-
ducción alimentaria de una forma más racional y eficiente.
El escenario internacional se vio influido en la forma de
considerar la tríada población-producción-alimentación, y en
150 • La ruralidad en tensión

ese curso de ideas afincaron ciertas reflexiones e iniciativas


que encontraban valor en los espacios rurales cercanos a
las ciudades.
En conjunto con preocupaciones relativas a tensiones
solapadas y conflictos abiertos por la tenencia de la tierra
en diferentes espacios, pero particularmente en América
Latina, empezaron a estructurarse propuestas para afincar a
familias rurales, fomentar producciones intensivas y admi-
nistrar el acceso a la tierra mediante la acción del Estado.
Este tipo de proyectos se multiplicaron entre las décadas
de 1950 y 1970 con el apoyo de la Organización de las
Naciones Unidades para la Alimentación y la Agricultura
(FAO, por sus siglas en inglés). El pragmatismo marcaba
así su impronta.
Desde los años sesenta en el Reino Unido, y con poste-
rioridad también en Europa, se constató un flujo de descon-
centración urbana (suburbanización) con dirección hacia
espacios rurales próximos. En etapas más recientes, de la
mano de nuevos modelos productivos, la valoración de los
espacios periurbanos adquirió renovados matices, aunque
no carente de contradicciones.
Por un lado, se destaca su potencialidad y valor estra-
tégico en el orden productivo, pero también como “ins-
trumento de dinamización local en un contexto de mejora
la resiliencia ambiental del ecosistema urbano” (Hernández
Puig, 2016: 3). Por eso, también se enfatiza en la necesidad
de intervención gubernamental en cuanto a ordenamiento y
gestión territorial. En otros espacios, asimismo, queda sub-
rayada su conflictividad en tanto que funcionan como una
“zona de amortiguación” donde se dirimen brechas impo-
sibles entre el agronegocio y la agroecología (Aranguren y
Martínez, 2015).
¿Cómo se posicionó Argentina en ese escenario? Al
igual que otros países latinoamericanos, no quedó al mar-
gen de las tendencias, en una etapa donde la urbanización
incontrolada y el éxodo rural eran aspectos que gravita-
ban como preocupaciones. El hecho de que nuestro país
La ruralidad en tensión • 151

engarzara como productor de materias primas y alimentos


en la división internacional del trabajo parecía corroborar
su espacio en el arco de ideas mencionadas.
Al calor de estas iniciativas, proliferaron discursos
locales que alentaban una revalorización de los espacios
rurales próximos a las ciudades en su calidad de proveedo-
res. Su cercanía abarataba costos varios: económicos (en el
transporte de la mercadería), y materiales y simbólicos (en
la radicación de familias rurales). Por mencionar un ejem-
plo, con base en estos argumentos fue que se estructuró
toda una línea de colonización agrícola dedicada a produc-
ciones intensivas en espacios como el Gran Buenos Aires
(GBA) (De Marco, 2018a).
No obstante, no sería recién hasta promediar el siglo
XX que el periurbano entraría en escena en cuanto al cam-
po de los estudios académicos y con esa denominación. Al
contrario, la construcción de estos espacios en nuestro país
es de larga data (Bozzano, 1999) y su formación hunde sus
raíces en la historia de la tierra argentina y sus usos, que
supo tanto de corrimientos como de transformaciones.
Para el caso de Buenos Aires, sus orígenes se reconocen
en tiempos coloniales, cuando las chacras tenían la función
de abastecer la concentración que crecía a la vera del Río de
la Plata y su puerto. Lo mismo acontecía en otras ciudades
de importancia del “interior”, con marcado crecimiento. En
la provincia mencionada el cinturón agrícola ganadero que
cuajó a finales del siglo XIX fue complementado con un
espacio en el que florecía la horticultura, el tambo y peque-
ñas huertas familiares. Este esquema no dejó de afianzarse,
sobre todo cuando esta zona fuera signada por un creci-
miento demográfico concentrado que alteraría los vínculos
entre el campo y la ciudad, integrándolo a la asombrosa
dinámica poblacional industrial que tendría lugar (Puebla,
2009/2010).
En este entramado los sujetos que comenzaron a ins-
talarse en las periferias rurales, sobre todo circundantes a
la Capital Federal (lejos de ser las clases medias-altas que
152 • La ruralidad en tensión

habían pululado en la dinámica conocida como “ciudad-


jardín”, en busca de recreación y sosiego), fueron los despo-
seídos y subalternos. Desplazados desde la ciudad, nume-
rosos núcleos familiares buscaron su lugar en los bordes,
y así contribuyeron a formar, a mediados del siglo XX, un
fenómeno denominado “la ciudad autoconstruida” (Garay,
2002).
En este contexto, pareciera que las discusiones sobre
la utilidad de las zonas transicionales entre el campo y la
ciudad quedaron inmersas en una cierta espontaneidad de
los procesos socioproductivos acontecidos. Pero, al mismo
tiempo, y abrevando en lo que sucedía y se discutía a nivel
internacional, el periurbano comenzó a perfilarse como
solución viable, y se le dedicó espacio en ciertas políticas
para fomentar sus potencialidades, aunque estas serían más
bien circunscriptas (De Marco, 2018a).
En la actualidad, se señalan renovados interrogantes
y se plantea qué funciones cumplen (y cumplirán) en los
presentes (futuros) escenarios. Al respecto, operan diferen-
tes elaboraciones teórico-conceptuales que resultan en una
multiplicación y superposición de significados (Ruiz Rivera
y Delgado Campos, 2008: 84) que posiblemente derivan de
las propias características de estos espacios. Esta prolifera-
ción de nociones, además, se renueva en virtud de que el
estado actual de las discusiones impone un refinamiento de
las categorías analíticas.

Diversidad de abordajes y conceptualizaciones

Tradicionalmente, el espacio rural fue pensado como un


conjunto territorial donde prevalecía un particular uso del
espacio, caracterizado por una baja densidad de pobla-
ción y edificación, con predominio de paisajes vegetales. El
“campo” aparecía distinguido por un modo de vida en el
que la pertenencia a colectividades de tamaño limitado, el
La ruralidad en tensión • 153

estrecho conocimiento personal y los fuertes lazos sociales


(con un entendimiento directo, vivencial del espacio eco-
lógico) eran fundamentales, y primaban las identidades y
representaciones vinculadas a la cultura “campesina” (Kay-
ser, 1990).
Las derivaciones de estas ideas fueron amplias, difun-
didas en el sentido común. Propiciaban visiones encorse-
tadas que impedían vislumbrar realidades que no encas-
traban tan fácilmente en tales características. En definitiva,
lo rural aparecía definido con rasgos residuales, en virtud
de lo que aún no era urbano, al tiempo que destilaban una
subordinación y explotación por parte de lo urbanizado
(Baigorri, 1995).
Sin dudas, estas ideas tenían sentido para un mundo
pretérito al proceso urbanizador que trajo consigo la indus-
trialización y luego la globalización. Pero a partir de enton-
ces, el avance incesante de la ciudad sobre el campo se hizo
obvio, como también el desafío intelectual por entenderlo.
Una vez instalada la preocupación, las miradas más
clásicas se enfocaban en los vínculos entre el centro o ciu-
dad y su periferia, es decir, el campo, con todas sus gra-
daciones posibles. En el marco de estas perspectivas –que
definían las producciones, modos de vida y paisajes como
absolutamente distintos, a la vez que visiblemente diferen-
ciados–, prosperaron planteos como el de Von Thunen. En
las primeras décadas del siglo XIX, propuso un modelo
de anillos concéntricos, cada uno de los cuales tenía ras-
gos y objetivos diferenciados a partir de la cercanía y los
vínculos con las ciudades, mientras que en sus intersticios
prosperaban espacios transicionales (Ruiz Rivera y Delga-
do Campos, 2008: 84). Este tipo de propuestas coincidían
con miradas romantizadas sobre la vida rural y sus habi-
tantes, consideraciones idílicas que veían en el campo un
reservorio moral.
Aún bajo la influencia de estas perspectivas, aunque
con las renovaciones que inspiraban los cambios tejidos a lo
largo del siglo XIX e inicios del XX en Europa, se perfilaron
154 • La ruralidad en tensión

estudios como el de Thomas y Znaniecki (1918). Este pro-


yectaba una mirada progresiva desde los entornos rurales
hacia un sistema social ligado a la vida urbana: de las tra-
dicionales comunidades rurales, se pasaba a las modernas
asociaciones (García Bartolomé, 1991: 88). Sin embargo, las
lecturas sobre la cultura y los estilos de vida de los habi-
tantes del campo resultaban generalizadoras, supuestos que
fueron cuestionados con las transformaciones de la socie-
dad postindustrial. Al mismo tiempo, suponía una mirada
progresiva que no siempre tenía correspondencia con los
procesos que ocurrían en las afueras de las ciudades.
Los años venideros reforzaron la idea de que la ciudad
había “colonizado” el campo y no solo en términos cuan-
tificables material y productivamente. Parecía que la vida
urbana había sido irremediablemente trasfundida al cora-
zón de las comunidades rurales. De tal suerte, los elementos
de la relación ciudad-campo dejaron de verse como opues-
tos para constituir un continuum, concepto acuñado en la
tercera década del siglo XX por Sorokim y Zimmerman
(García Bartolomé, 1991: 88), que enfatizaba en los vínculos
de reciprocidad (Ávila Sánchez, 2009).
Este conjunto de ideas tuvo una buena acogida y fue
profundizado más tarde en trabajos como los de Pahl (1966)
y Clout (1976). Para enfatizar la superación de una visión
dualista se consolidó la noción de gradaciones. Sin embargo,
la renovación aún carecía de complejidad para anclar las
particularidades de los procesos, pues no se contemplaba la
coexistencia de elementos sociales ni la caracterización de
transformaciones (Larrubia Vargas, 1998: 85).
Es importante remarcar que, con variable intensidad,
entre las décadas de 1930 y 1970 se vieron alentadas dife-
rentes propuestas tendientes al reformismo agrario –o al
menos fueron discutidas (Baigorri, 1995: 6)–, como una res-
puesta a reclamos sobre la propiedad de la tierra en países
latinoamericanos. Pero no solo se trataba de medidas pre-
ventivas ante posibles estallidos de protesta.
La ruralidad en tensión • 155

Con la certeza de que la urbanización de la vida rural se


planteaba como un camino inexorable, y con la intención de
paliar sus efectos, algunas propuestas buscaban mejorar la
calidad de vida de las poblaciones campesinas y retenerlas
en sus espacios. Aunque también se cobijaba la esperan-
za de que trasladar familias urbanas al campo funcionara
como una alternativa, por ejemplo, a través de la forma-
ción de colonias agrícolas en zonas productivas cercanas
a las grandes ciudades (De Marco, 2018a). De esta forma,
se intentaba fortalecer los pulsos contraurbanizadores que
dialogaban empíricamente con la existencia de flujos urba-
nos hacia zonas rurales en diferentes países europeos, el
Reino Unido y Estados Unidos. El correr del tiempo con-
firmó que esas tendencias demográficas ciudad-campo, más
que contradecir el proceso urbanizador e inaugurar nuevas
realidades, mostraban sus etapas. Hacia la década de 1970
Lefebvre consolidó la idea de una compleja expansión de
la ciudad y sus modos de vida, más allá de sus extramuros
(Ávila Sánchez, 2009).
De la mano de estas experiencias, prosperaron reno-
vaciones teóricas en las décadas siguientes. A inicios de la
década de 1980, Van den Berg (1982) formuló el modelo
de estadios de desarrollo urbano. Postulaba que las dinámicas
relaciones entre el campo y la ciudad eran atravesadas por
cuatro etapas: urbanización, suburbanización, desurbanización
y reurbanización (Ruiz Rivera y Delgado Campos, 2008 :85).
Eso explicaba los movimientos poblacionales, pero también
las dinámicas propias de los espacios periurbanos: en las
dos etapas intermedias era cuando se generaban, los más
cercanos primero y los más lejanos, luego.
Una década más tarde, Geyer y Kontuly (1993) propu-
sieron una mirada orgánica a las fases contrapuestas que
se habían observado, a través del llamado modelo de urba-
nización diferenciada. Para estos autores, los sistemas urba-
nos atravesaban tres fases. La primera, denominada urba-
nización (o ciudad preponderante), señala la concentración de
población en una ciudad principal. En la segunda, son las
156 • La ruralidad en tensión

ciudades intermedias las que crecen, mientras la principal


disminuye. Por último, en la contraurbanización, mientras las
dos primeras menguan, son las pequeñas urbanizaciones las
que asumen desarrollo (Pérez Campuzano, 2006).
En una línea similar, Baigorri (1995: 8) propone el
concepto de urbe global, postulando que cada espacio está
sumido en un continuum inacabable con formas y funcio-
nes diversas, cohesionados a través de nodos o centralida-
des integrados a la cultura y civilización urbanas. De este
modo, la globalización gestó megaciudades, promoviendo, a
su vez, procesos de desconcentración con nuevas y diversas
actividades económicas, la radicación de funciones urba-
nas en pequeñas y medianas ciudades, espacios rurales o
urbano-rurales (Ávila Sánchez, 2009); por esto, en las peri-
ferias metropolitanas aparecen usos discontinuos del suelo
urbano-rural.
En síntesis, estos estudios, aun sin ser un análisis
exhaustivo, nos permiten corroborar que las formas de pen-
sar los vínculos urbanos-rurales pasaron de los términos
antitéticos a la interrelación, atravesando diferentes ideas
acerca de las gradaciones. Estas influyeron también en las
conceptualizaciones orientadas a designar, en específico, a
los espacios intermedios entre una realidad (ciudad) y la
otra (campo). Como decantación de esta multiplicidad, se
generó un variado abanico de términos, entre los cuales se
destaca periurbano para enfatizar la localización “circunur-
bana”, es decir, la cercanía desde la ciudad y sus vínculos.
Pero las acepciones son múltiples.
Como se sugirió, en las fluctuaciones de la ciudad –su
avance, estancamiento e incluso retrocesos–, aparecen los
espacios transicionales: dinámicos, fluidos, difíciles de deli-
mitar. Al reflexionar sobre estas cuestiones, Carter (1972,
en Hernández Puig, 2016: 4) señala como rasgo distintivo
del periurbano su formación azarosa al generar un patrón
irregular de los usos del suelo. Sus características aparecen
marcadas por la volatilidad y la exposición.
La ruralidad en tensión • 157

Valenzuela (1986, en Hernández Puig, 2016: 4) sostiene


que se trata de “zonas degradadas en lo urbano y residuales
en lo agrario, que se caracterizan por situaciones de espe-
culación, marginalidad del uso del suelo y por el desarro-
llo de un hábitat disperso, frecuentemente carente de los
servicios y equipamientos necesarios”. Por su parte, Capel
(1994: 139-140, en Barsky, 2013: 29) advierte que el espa-
cio periurbano es una de las áreas “más críticas del globo”
porque en él se pueden identificar procesos convergentes
de una “larga e intensa evolución histórica”, al tiempo que
predomina una importante “diversidad y mezcla de usos del
suelo”, mientras que se desarrolla como un “medio natural
sometido a intensas presiones”.
En palabras de Ávila Sánchez, el periurbano refiere a

[la] extensión continua de la ciudad y a la absorción paulatina


de los espacios rurales que le rodean; se trata del ámbito de
difusión urbano-rural e incluso rural, donde se desarrollan
prácticas económicas y sociales ligadas a la dinámica de las
ciudades (Ávila Sánchez, 2009: 88).

En esta línea, recuperando a los antropólogos Redfield


y Lewis, aparece la idea de la “ciudad difusa”, que cuestiona
las polarizaciones tradicionales para destacar la interdepen-
dencia (Gorelik, 2008; Capel, 1994).
En el plano local, se los ha definido como “aquellos
ámbitos donde los efectos de aglomeración urbana se redu-
cen o son menos evidentes, particularidad que no implica
necesariamente la disminución gradual en la intensidad de
ocupación residencial” (Bozzano, 2000: 85-87). Aparecen,
así, como aquel conjunto de territorios productivos, resi-
denciales y de servicios emplazados en el contorno de ciu-
dades que, en su crecimiento, consolidan la oferta de ciertos
productos. En ese sentido, se perfila en ellos un entramado
de explotaciones primario-intensivas (como las del cintu-
rón verde hortícola bonaerense y platense), cuya ventaja
principal es la cercanía a los mercados de consumo (Barsky,
158 • La ruralidad en tensión

2011: 15). Por eso, la historia agraria, y en particular su


vertiente periurbana, no puede ser abordada sin conside-
rar el desarrollo de las ciudades, dado que ambos aspectos
componen un sistema “complejo, interactivo y dinámico”
(Svetlitza de Nemirovsky, 2011: 32).
Como se ha sugerido, definir los espacios periurbanos
implica también recuperar dimensiones conflictivas, pues
constituyen zonas sujetas a transformaciones que sin
dudas manifiestan desajustes en la articulación sociedad-
naturaleza, de modo que se pone en juego una serie de
situaciones, como la superposición de usos, pérdidas en los
servicios ambientales y procesos de contaminación (Ferra-
ro, Zulaica y Echechuri, 2013). En ese sentido, los espacios
periurbanos son eje de discusión en virtud de los desafíos
que asume la sustentabilidad en ellos.
En el marco de lo que se ha dado a conocer como
neorruralismo, en las últimas décadas también se acuñó el
término rururbano para referir al continuo rural-urbano
(Barros, 1999). Este concepto representa “la franja externa
del periurbano, frontera donde se combinan dos ambien-
tes cuyos pobladores poseen idiosincrasia, formas de vida
e intereses particulares y disímiles, si bien sus espacios de
vida y referentes espaciales son comunes, pues están sig-
nados por la convivencia” (Sereno, Santamaría y Santarelli
Serer, 2010). Aparecen así también dimensiones sociode-
mográficas y comunitarias que caracterizan las particulares
dinámicas de estos espacios transicionales.
El desvanecimiento del campo y la ciudad como dos
“campos geográficos, económicos y sociales” diferenciados,
la urbanización del campo y la ruralización de ciertos espa-
cios de la ciudad, la penetración de nuevas tecnologías en
la labor rural, la consolidación de una población rural no
dedicada a tareas agrícolas –unidades familiares plurifun-
cionales– son aspectos que –atravesados por cuestiones
étnicas, de género, de clase e incluso ambientales– hacen
que la perspectiva de la nueva ruralidad sea sumamente com-
pleja (De Grammont, 2004: 3).
La ruralidad en tensión • 159

Sin embargo, aunque el vínculo urbano-rural frecuen-


temente ha sido pensado en clave de interdependencia
y complementariedad (Tadeo, 2002: 39), también resulta
sugerente distinguir los espacios periurbanos como cam-
pos sociales específicos, con particularidades e identidades
propias (Attademo, 2008). Podría decirse que en los abor-
dajes sobre estos espacios se puede identificar una intensa
diversificación que revela focos de interés, pero también
vacancias.

Cartografía de la producción académica


sobre espacios periurbanos en Argentina

Si se piensa en este campo de estudios en nuestro país


como un tejido, este se compondría de hebras irregulares,
con algunas más y otras menos trabajadas. Esta disparidad
puede percibirse en la disciplina desde la cual se reflexiona,
pues es notable que predominan miradas desde la geografía,
la antropología, la sociología y, solo de forma más reciente,
la historia. Pero también hay diversidad en la elección del
enfoque, el interés temático, en las periodizaciones traba-
jadas y en las espacialidades abordadas. Aunque, en líneas
generales, predomina el estudio de caso. A continuación,
se presenta un sucinto recorrido con apreciaciones sobre
algunos trabajos, aunque, como toda selección, no podrá
contener todos los aportes existentes.
En Argentina el interés por el periurbano ha sido cre-
ciente, pero no por eso carente de matices. Como bien seña-
la Barsky (2017), en los últimos quince años se corrobora
un incremento en la atención pública por el tema de la
agricultura periurbana, sobre todo, orientada al desarrollo
de las actividades que tienen lugar en la región metropoli-
tana de Buenos Aires (RMBA). En ese sentido, Feito (2014:
156) señala una serie de cambios introducidos en el sec-
tor público que indicaban la presencia de la cuestión en la
160 • La ruralidad en tensión

agenda política. Unas breves referencias servirán de ilus-


tración. En agosto de 2005 se creó en el partido de Hur-
lingham (GBA) el Centro de Investigación para la Agricul-
tura Familiar (CIPAF), dependiente del Instituto Nacional
de Tecnología Agropecuaria (INTA). En 2010 fue inaugu-
rado el Programa Nacional de Agricultura Periurbana, en
la órbita de la Secretaría de Desarrollo Rural y Agricultura
Familiar del Ministerio de Agricultura, Ganadería y Pesca
de la Nación (MAGyP). En esa línea, se encolumnó tam-
bién la creación de la Estación Experimental de Agricultura
Urbana y Periurbana para el Área Metropolitana de Buenos
Aires del INTA en el año 2014. Luego, también en 2014
tuvo lugar la fundación de la Subsecretaría de Agricultura
Familiar, dependiente del MAGyP. Sin embargo, a partir de
septiembre de 2018, momento en que la cartera ministerial
se disuelve y refunda como Ministerio de Agroindustria, la
subsecretaría también dejó de funcionar. De este modo, se
pueden entrever las complejidades que la temática plantea
en cuestiones políticas e institucionales, que son de gran
actualidad. No obstante, el interés por el periurbano, y en
particular dentro del ámbito académico, no es reciente.
El estudio de estos espacios se estructura entre media-
dos de la década de 1980 e inicios de 1990, donde se des-
tacan trabajos como los de Gutman y Gutman (1986), Gut-
man, Gutman y Dascal (1987), Benencia (1984) y Bozzano
(1990, 1995). Estos aportes sistematizan las dinámicas de
ocupación y usos del suelo, así como los modos de produc-
ción en el área metropolitana de Buenos Aires (AMBA). Con
cierta regularidad, aparecen referencias a la configuración
histórica de estos espacios y la huella que comienza a dejar
el crecimiento demográfico urbano, en virtud de procesos
productivos, socioeconómicos y migratorios. La produc-
ción de autoconsumo y ciertas reflexiones concernientes a
aspectos ambientales también son mencionadas.
Avanzando sobre las décadas de 1990 y 2000, los estu-
dios se aglutinan en torno a ciertos tópicos. Un primer gru-
po se orienta a analizar aspectos productivos, condiciones
La ruralidad en tensión • 161

de tenencia de la tierra y modos de trabajo predominantes,


con énfasis en la organización de la mano de obra fami-
liar. Algunos ejemplos de estos análisis son los realizados
por García (2015), Mao, Nieto y Molina (1998), Hang et al.
(2013) y Cieza et al. (2015), entre los que predominan los
que se ajustan a la zona productiva del periurbano de La
Plata (Buenos Aires).
Pero el periurbano no solo aparece como un espacio
relevante orientado a la producción. Existen otros aspectos
que se comienzan a entrelazar, apuntando a su dimensión
más conflictiva, en una variedad de sentidos. El periurbano
aparece abordado en su estructura y ordenamiento terri-
torial (Bozzano, 1990; Barsky y Vio, 2007; Sereno, Santa-
maría y Santarelli Serer, 2010; Rocca, 2013), en virtud de
las disputas que generan los usos del suelo, donde con fre-
cuencia convergen actividades solapadas. Por eso también
aparecen como objeto del accionar estatal a través de polí-
ticas públicas orientadas a las familias en vinculación con el
desarrollo local o rural (Feito, 2010, 2013, 2017; Seibane y
Ferraris, 2017; Salomón, 2016).
En esa línea, se pone en tensión la sustentabilidad de
este tipo de espacios (Rocca et al., 2014) como asunto de
relevancia. Al mismo tiempo, comienzan a plantearse de
forma creciente abordajes que contemplan la dimensión
ambiental (Carut, 1998; Botana, 2003; Formiga, 2003), que
discuten la habitabilidad como problemática principal (Pin-
tos, 1997; Zulaica y Celemín, 2008; Frediani, 2010).
Otro grupo de trabajos, muy nutrido y con sólidos
resultados, es el que se orienta al estudio de los sujetos.
Dado que el periurbano frecuentemente aparece como un
territorio altamente dinámico donde se instalan poblacio-
nes de rasgos marginales, muchas veces de origen inmi-
grante, se perfiló desde hace décadas el interés por desen-
trañar sus realidades. Por caso, en el Gran Buenos Aires y
Gran La Plata, se destacan los de origen boliviano, vincu-
lados a la obtención de productos frescos (Benencia, 1998,
162 • La ruralidad en tensión

2006). En ese orden de ideas, también se introdujeron lec-


turas que abordan en específico la cuestión laboral y la
sindicalización (Lemmi, 2017).
El sujeto familiar cobra importancia junto con las iden-
tidades y trayectorias puestas en juego, mostrando que las
experiencias y estrategias son claves necesarias de lectu-
ra. La calidad de migrantes, sus recorridos vitales y los
lazos interculturales estructuran las producciones. En esa
línea se pueden mencionar trabajos como el de Attademo
(2006), Botana (2004), Ringuelet (2008), Archenti (2008),
Castro (2016), Bártola (2016) y Benencia y Pizarro (2009).
En efecto, Feito (2013) compila una interesante labor con-
junta donde confluyen miradas etnográficas con la recupe-
ración de memorias.
En este cuadro, un conjunto de investigaciones más
recientes se ha ubicado en la escolarización de niños radi-
cados en estas zonas, y en particular de los hijos de bolivia-
nos radicados en este tipo de espacios (Lemmi y Morzilli,
2016; Cafiero, 2011; Oddone, 2018) e incluso, en las prác-
ticas educativas orientadas a la conservación del espacio
(De Marco, 2013). Lo anterior permite comprender cómo
influyen ciertas condiciones en las trayectorias escolares,
la influencia de determinadas políticas o las estrategias de
demarcación étnica. No obstante, es interesante notar que,
aunque existen aportes que especifican en el trabajo feme-
nino (Attademo, 1999), aún es una arista bastante inexplo-
rada, al igual que la niñez en este tipo de espacios. Si bien
es posible encontrar trabajos que contienen las experiencias
infantiles en el marco del proceso escolar, como los arriba
mencionados, solo abordan una faceta de la cotidianeidad
de este grupo. Desde una perspectiva histórica que contem-
ple las experiencias de niños en zonas periurbanas pertene-
cientes a otros colectivos migrantes, europeos y asiáticos, se
ubican los aportes de De Marco (2018b).
Inspirados en ese orden de ideas, hay trabajos que
se proponen recuperar la dimensión comunitaria a través
de una puesta en valor del patrimonio cultural, las fiestas
La ruralidad en tensión • 163

locales y la oferta recreativa que pueden ostentar los espa-


cios periurbanos (Rossi, Gómez, Mallo y Rampello, 2014;
Rispoli y Waisman, 2013; Formiga y Ercolani, 1998, Ris-
poli et al., 2014).
Hasta aquí pueden identificarse dos grandes grupos
de investigaciones con una variedad de intereses, que, sin
embargo, comparten el recorte temporal, pues la mayoría
de los estudios sobre el periurbano se abordan de la déca-
da de 1980 en adelante. Los trabajos históricos son más
escasos, pero entre los últimos se destacan los de Lemmi
(2015) y Bengoa (2001), ambos orientados a desentrañar la
evolución del periurbano bonaerense en el siglo XX.
En esa línea, debemos señalar el aporte de Barcos
(2007) sobre los campos ejidales, el de Ciliberto (2009)
que aborda las relaciones comerciales urbano-rurales en el
siglo XIX y el de Ciliberto y Rosas Príncipi (2014) sobre la
cuestión urbano-rural en la historiografía agraria argentina.
Otro grupo de aportes históricos se centra en comunidades
migratorias ultramarinas, precedentes al ingreso del colec-
tivo boliviano. En esa línea podemos ubicar a Borges (1991),
quien enfatiza en el valor de los estudios de memoria,
Svetlitza de Nemirovsky (2005) acerca de las quintas portu-
guesas y Sabarots (1987) sobre las colonias japonesas.
Más recientemente, la tesis doctoral de De Marco
(2018a) se enfoca en dos colonias multiétnicas, colonia La
Capilla, en Florencio Varela, y colonia Urquiza, en La Plata,
para analizar los vínculos entre la política colonizadora y
la vida de las familias rurales, muchas de ellas inmigrantes,
radicadas allí entre 1950 y 1980. En esa línea también se
encolumna el aporte de Manzoni (2016) con relación a la
colonia agrícola periurbana Laguna de los Padres, en Mar
del Plata. En este sentido, un aporte interesante, por la plu-
ralidad de enfoques que propone sobre el periurbano de la
zona sur del Gran Buenos Aires, es el libro compilado por
Ruffini y Gutiérrez (2017), resultado de un proyecto que
aborda específicamente aspectos periurbanos y que incluye
tanto trabajos históricos como actuales.
164 • La ruralidad en tensión

Aunque componen lecturas necesarias porque ayudan


a reponer el entramado histórico del periurbano, contribu-
yendo a darle continuidad y sentido a las transformaciones
posteriores, aún son fragmentarias, pues requieren de una
mayor articulación entre sí para condesar en una historia
propia del periurbano.
Si los avances en estudios sobre el periurbano se cen-
traron en un período histórico, también es notable su foca-
lización espacial: el interés por los contornos de la Ciudad
Autónoma de Buenos Aires (CABA) y de la provincia de
Buenos Aires se destaca. Dentro de la órbita bonaerense,
otro foco de interés ha sido Mar del Plata, pues concentra
varios aportes (Garamendy, 2002; Rosenthal et al., 2002 y
Vitteri y Carrozi, 2003). Otro espacio abordado también fue
Bahía Blanca, desde diferentes puntos de vista que imbri-
can el interés por las producciones, pero también por los
sujetos (Formiga, 1997).
Por supuesto, existe obra académica orientada a otros
casos, pero el mismo magnetismo que genera Buenos Aires
en tantos aspectos se evidencia también en la forma en
que se estructura el campo de estudios que nos ocupa. Al
mismo tiempo, se distingue un buen corpus bibliográfico
ocupado de los alrededores productivos de dos capitales de
provincia importantes como Rosario y Córdoba. Por citar
algunos ejemplos concretos, Albanesi et al. (1999) y Proper-
si (1999) se ocupan de la horticultura en las cercanías de
Rosario (Santa Fe). También el caso de la capital de Córdo-
ba y sus inmediaciones recibieron atención (Díaz Terreno,
2011; Giobellina y Quinteros, 2015).
Más allá de estos espacios, se vertebran miradas menos
recurrentes, pero de forma progresiva robustecidas. Algu-
nas referencias resultarán ilustrativas. Sobre el periurbano
del Gran San Miguel de Tucumán, estudiado con inte-
rés sobre la calidad de vida de su población, en diná-
mico crecimiento, encontramos el trabajo de D’Arterio y
Magalhaes (2010). Más recientemente, Salomón se cen-
tra en el periurbano de Comodoro Rivadavia. Analiza sus
La ruralidad en tensión • 165

dinámicas en conjunto con las migraciones y el desarrollo


local, y encuentra que la construcción de este espacio es
una “herencia de la inmigración […] donde la memoria se
construye y reconstruye” (Salomón, 2015: 170).
Los ejemplos se multiplican, pero una idea bastante
completa acerca de cómo avanzan los estudios en diferen-
tes escenarios del país lo brinda el libro de resúmenes del
Primer Encuentro Nacional sobre Periurbanos e Interfa-
ses Críticas, realizado en la ciudad de Córdoba en 2017
(Tittonell y Giobellina, 2018). Una valoración de los apor-
tes permite comprender el peso significativo que tiene la
preservación de recursos naturales y la sustentabilidad de
las producciones.
Al final de este sucinto recorrido es importante notar
que las producciones en general se focalizan en el periur-
bano bonaerense, pero más específicamente, en el caso del
Gran Buenos Aires y Gran La Plata. Hay un corpus de
trabajos orientados al Gran Rosario, Córdoba o el caso de
Bahía Blanca. Sin embargo, aún resta trabajo por extender
los esfuerzos hacia otras zonas aún subexploradas.
Más allá de estas investigaciones, muchas de las cuales
componen el dossier de académicos con años de experiencia
en el campo de estudios, es interesante tener en cuenta qué
vertientes están explorando investigadores en formación.
Esto permitirá desvelar cuáles son las preocupaciones más
actuales, qué líneas se fortalecen y qué novedades se intro-
ducen. Una buena forma de hacerse un panorama al res-
pecto es indagar en las becas doctorales en curso, otorgadas
por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y
Técnicas (CONICET) en los últimos años.
Una gran parte de los proyectos doctorales financiados
fueron reconocidos como temas estratégicos. En esa línea
se destacan los avances en la relación entre producción,
ordenamiento territorial y desarrollo local, y más especí-
ficamente, desarrollo sustentable de espacios periurbanos.
También hay abordajes sobre la cadena productiva con foco
en los canales de comercialización. Si bien la periodización
166 • La ruralidad en tensión

que se observa se sigue manteniendo desde la primera déca-


da de 2000 en adelante, se percibe la multiplicación de
recortes espaciales más diversos que trascienden las reali-
dades bonaerense y platense que predominan. En ese sen-
tido, se encuentran en curso formaciones doctorales sobre
el periurbano de la ciudad de Córdoba, los entornos del
Gran Chaco, el área metropolitana de la capital de Mendoza
y de Misiones. Es interesante observar también que entre
estos últimos los enfoques exceden el ámbito productivo
y se dedican a las relaciones socioculturales en contextos
escolares, las relaciones interétnicas y la subjetividad juvenil
en barrios periurbanos.

Reflexiones finales

La importancia del estudio del periurbano, y todo lo que


puede quedar comprendido dentro de este complejo y
cambiante concepto, parece ser una discusión fructífera y
acreditada. El carácter altamente dinámico, escurridizo y,
en buena media, indefinible, no oculta, por otro lado, el
hecho de que importantes procesos tienen lugar dentro de
estos marcos. En un contexto de redefinición que lo rural
ha transitado, desde los términos de una oposición de lo
urbano, hacia las gradaciones de una interrelación, llegan-
do a fundir las barreras de distinción entre un mundo y
otro. En suma, la importancia y la complejidad que impli-
can estos espacios son dos rasgos inexpugnables a la hora
de pensarlos.
El periurbano se configura como un conjunto de terri-
torios donde se manifiesta una diversidad de procesos. Son
demográficamente muy dinámicos, verdaderos laboratorios
de los ciclos migratorios en Argentina en diferentes etapas,
que constatan ingresos y egresos poblacionales confluyen-
tes. Se trata, en suma, de analizar espacios en los que se
fueron afianzando “procesos que le dieron nuevos sentidos
La ruralidad en tensión • 167

a la vida de ciertos colectivos” (Attademo y Ringuelet, 2008:


2), porque “el espacio ‘material’ no existe en sí mismo, sino
que se encuentra siempre en relación con la manera en que
él es “descripto, apropiado y vivido” (Glessener y Kmec,
2010: 2, citado por Jacinto, 2012: 4).
Pero también son espacios de deudas, de ausencias.
Con alta frecuencia, suelen estar expuestos a carencias de
servicios básicos que repercuten en la calidad de vida de
sus habitantes. Incluso, se registran como espacios donde
reverberan hechos de inseguridad que se ven atravesados
por la ausencia estatal que data de varias décadas. El periur-
bano del Gran Buenos Aires constituye un ejemplo claro.
De hecho, en partidos como Florencio Varela y La Plata las
demandas por luz eléctrica y gas natural se desarrollaron
con resultados diversos, aunque dilatados en el tiempo. Y
la inseguridad se configuró como una de las circunstancias
que más reclamos ha recabado desde 1970 en adelante en
la toma de medidas específicas sobre asaltos, robos y otros
hechos similares (De Marco, 2018a).
En Argentina, el área de estudios centrada en estas
cuestiones, aunque ha percibido importantes aportes desde
su consolidación a finales de la década de 1980, se encuen-
tra en una etapa de dinámico desarrollo con buenas pers-
pectivas. Pero aunque los hallazgos derivaron en lecturas
valiosas, su curso se presenta bastante focalizado temática,
temporal y espacialmente. En efecto, se constata un encua-
dre en el análisis de espacios pampeanos, especialmente
aquellos circundantes a la Capital Federal y a la capital de
la provincia de Buenos Aires. Asimismo, la periodización
que abunda se centra precisamente en explorar la etapa
que coincide con la consolidación del campo de estudios
(1980-2000).
Esta condición circunscripta significa una limitación,
pero también un estímulo, para contemplar otras realida-
des, como se constata que progresivamente que está suce-
diendo. La descentralización de los estudios, a medida que
se vertebra con más fuerza, permitirá visualizar la situación
168 • La ruralidad en tensión

de los espacios periurbanos desde múltiples perspectivas,


valorando los casos, los sujetos (pues son estos los que cons-
truyen el espacio a través de las fuerzas productivas y las
relaciones de producción) y la dimensión local (Signorelli,
1999) desde puntos de vista que articulen diferentes esce-
narios y procesos contemporáneos en el país. Por eso, una
mirada microscópica se plantea como un modo de estudiar
las políticas públicas en este tipo de espacios, una aris-
ta compleja, dado que la intervención del Estado en estos
territorios se ha mostrado fragmentada, difícil e incompleta
(Butterworth, Bustamante y Ducrot, 2007).
Un abordaje más aglutinador y complejo sobre los suje-
tos sociales que transitan el periurbano aún es un objetivo
por cumplir, para dar cuenta de lateralidades y marginali-
dades dentro de los bordes de por sí invisibilizados. Espe-
cíficamente, enfoques que particularicen sobre la condición
infantil y femenina enriquecerían sobremanera los estudios
actuales. Como se ha señalado, sería indispensable refor-
zar una mirada retrospectiva con vistas a un desarrollo del
área de estudios que pueda profundizar en aspectos aún
poco explorados. Parece importante darles mayor entidad
a los trabajos históricos, que permitan trazar una línea más
evidente en el derrotero de este tipo de espacios, para iden-
tificar el curso de los procesos sociodemográficos, políticos,
productivos y económicos. Finalmente, resulta indispensa-
ble entretejer vasos comunicantes entre los trabajos histó-
ricos y los más nuevos, para darles densidad a las explica-
ciones más recientes.

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Segunda parte.
Las tramas productivas,
espacios cerrados
o de fronteras abiertas
Las innovaciones en las producciones
agropecuarias argentinas
ROBERTO BISANG (IIEP-FCE-UBA/CONICET)

Introducción

En las últimas décadas, la actividad agrícola argentina cre-


ció aceleradamente hasta alcanzar –en el año 2017– un
récord histórico cercano a las 130 millones de toneladas
(respecto de las 40,1 millones registrada a mediados de los
años noventa); la superficie cultivable pasó de 19,7 millones
de hectáreas (1994) a 35,7 millones de hectáreas (2018) (la
frontera agrícola se expandió en casi un 80%). En paralelo,
la brecha de productividad física respecto de las mejores
economías agrarias mundiales –aproximada a partir de los
rendimientos por hectárea– se achicó considerablemente
para los cultivos anuales más representativos –soja, maíz
y trigo–. Mejoras en las productividades físicas del agro y
desarrollos “aguas abajo” en las capacidades de molienda
rápidamente rebasaron las posibilidades de absorción del
mercado interno y derivaron en crecientes flujos expor-
tables y una fuerte presencia en las corrientes del comer-
cio internacional (especialmente en soja y derivados, maíz,
limones, maní, girasol y trigo) (Palmieri y Pierini, 2018).
Recientes desarrollos en las ganaderías aviares, porcinas
y bovinas reseñan trayectorias de similares dinamismos
(Brieva y Costa, 2014; Cardin, 2016; CEPA, 2018; Lódola
et al., 2018).
Diversos autores dan cuenta del cambio tecnológico
como explicación básica del salto productivo de la actividad
(Anlló et al., 2013; Trigo, 2011; Reca et al., 2010; Obschat-
ko, 1988). Sin dejar de lado otros factores –la remozada

183
184 • La ruralidad en tensión

demanda internacional de alimentos, el ingreso de los bio-


combustibles y la incipiente aparición de los biomateria-
les–, el objetivo del presente trabajo es pasar revista a las
principales innovaciones implementadas en materia agraria
(cultivos anuales) y pecuaria en la economía argentina como
base de un proceso de cambio estructural de la actividad.
Las innovaciones abarcan dos planos: las tecnologías de
procesos y de productos. En materia de tecnología de procesos,
recientemente, el agro argentino ha evidenciado un proceso
de innovaciones radicales a partir de la incorporación de una
oleada de tecnologías que van desde el uso de nuevos méto-
dos de labranza, uso de semillas modificadas genéticamente
y sistemas de almacenamiento hasta el refinamiento de las
formas de organización de la actividad pasando necesaria-
mente por un aggiornamiento de las rutinas laborales.
Entendiendo por innovación a la aplicación comercial-
mente exitosa de un cambio tecnológico y/u organizacio-
nal que deviene en una mejora en la productividad, una
reducción de costos y/o en una mayor flexibilidad en el mix
de actividades cuya implementación reduce riesgos–casi
exclusivo del ámbito privado–, se inscribe en dos extremos;
por un lado, la posibilidad de acceso a nuevas tecnologías
y, por otro, el juego de precios relativos (entre acceso a
las tecnologías disponibles y productos finales) y las conse-
cuentes tasas de ganancias que operan inductivamente para
su adopción individual y difusión colectiva.
Bajo este paraguas conceptual, un primer tema se aso-
cia con las diversas formas que adquiere –en las últimas
décadas– la oferta de “insumos” para la implementación
de tales innovaciones. Diversos trabajos dan cuenta de las
múltiples opciones que tienen las empresas de producción
agropecuaria en el armado de sus tecnologías iniciales y
posteriores innovaciones; la complejidad de las operaciones
agrarias y pecuarias, su constante variabilidad conducen a
la necesidad –de la empresa agropecuaria– del ensamblado
de distintas tecnologías en el montaje de sus operaciones
cotidianas (Bisang, Anlló y Campi, 2015; CASAFE, 2010;
La ruralidad en tensión • 185

Bolsa de Cereales de Buenos Aires, 2018); los “insumos”


–sobre los cuales operan las innovaciones– recorren des-
de la recientemente sofisticada genética vegetal hasta las
indicaciones de uso de las maquinarias y equipos. Sobre
esa base cada productor/decisor agropecuario1 “construye”
–en función de sus particulares restricciones económicas,
financieras y de recursos (humanos y naturales)– una par-
ticular función de producción que a lo largo del tiempo va
mejorando vía innovaciones.
La “oferta” de mejoras que sustenta la innovación está
conformada por una compleja red de proveedores, gene-
ralmente localizados en los aledaños de las zonas agrope-
cuarias, que “bombean” al sistema una amplia variedad de
posibles innovaciones (incluyendo su financiación). Desde
esta mirada, se torna esencial dilucidar la estructura y com-
portamiento de esta red de oferentes, su localización y las
formas de financiamiento que ofrecen especialmente a la

1 A lo largo del trabajo, nos referiremos al “decisor agropecuario” en materia


de innovaciones a aquel que, independientemente de su forma de acceso a
los medios de producción, toma bajo su riesgo la decisión de invertir y pro-
ducir (sea en producción y/o en activos fijos). En el caso argentino, la agri-
cultura se basa crecientemente en un modelo de organización en el que: i) se
separa la propiedad de la tierra de su uso, vía arrendamiento de los propieta-
rios a empresas de producción agropecuaria (EPA); ii) las empresas de pro-
ducción agropecuaria tercerizan parte relevante de las actividades a favor de
los contratistas de servicios agropecuarios a la vez que adquieren una varie-
dad de insumos industriales. En esta remozada estructura, a nivel local, alre-
dedor de dos tercios de la superficie cultivada se desarrolla en terrenos
alquilados, mientras que el resto corre por cuenta de productores tradicio-
nales con tierras propias (Anlló et al., 2013; Reca et al., 2010); complementa-
riamente, un porcentaje similar –en promedio para una decena de activida-
des que conforman un ciclo de cosecha– corresponde a las actividades
desarrolladas por los contratistas de servicios (MINAGRI, 2014). En otro
orden, excluidos los alquileres, dos tercios de los costos corresponden a
insumos industriales de uso específico (Calzada y Corina, 2015). A partir de
esta estructura productiva, se identifican tres perfiles de agentes económi-
cos que son los responsables de decidir e instrumentar las innovaciones: las
empresas agrícolas tradicionales, las empresas de producción agropecuarias
y los contratistas de servicios.
186 • La ruralidad en tensión

hora de evaluar la masividad de la difusión de innovaciones


específicas. La estructura de la red de oferentes de innova-
ciones es un determinante clave en el proceso de difusión.
Estas ofertas potenciales se tornan reales y convierten
en innovaciones en la medida que sean adoptadas privada-
mente dada la rentabilidad que atrae/genera su aplicación.
En otros términos, mientras que los fenómenos tecnológi-
cos (con cierta autonomía de largo plazo) generan “insu-
mos” para el cambio, las condiciones económicas (de corto
plazo) sustentan su adopción concreta e impacto sobre la
economía.
En materia de tecnología de productos, también la activi-
dad evidencia un salto innovador; la idea de producción de
cereales y ganado como base de la alimentación va mutan-
do hacia un modelo de producción de biomasa destinada
a alimentos (normales y diferenciados por su capacidad de
probióticos y/o nutracéuticos), biocombustibles (de prime-
ra y segunda generación) e (incipientes) biomateriales.
Sintetizando, las innovaciones sacuden a un sector
(considerado como) tradicional no solo en materia de pro-
cesos productivos, sino también de productos finales. Estas
actividades están basadas en suelos y climas muy diver-
sos que evolucionan permanentemente –por su naturaleza
biológica y las crecientes presiones productivas–, lo cual
obliga a una constante readaptación productiva que abre
las puertas a innovaciones permanentes; la tendencia se
exacerba considerando la doble presencia de cambios dis-
ruptivos en la biotecnología y en la electrónica aplicada a
estas actividades.
En función de los objetivos planteados inicialmente,
el trabajo se articula de la siguiente manera: en la sección
inicial, se pasa revista a las principales innovaciones ocu-
rridas en el agro (con énfasis en los cultivos anuales) y se
desdoblan las tecnologías de procesos de aquellas de pro-
ductos; la siguiente sección –con igual criterio– se focaliza
en las innovaciones ganaderas y se distinguen las de carne
de las lecheras; a posteriori, se pasa revista a los modelos
La ruralidad en tensión • 187

de difusión de estas tecnologías en relación a la estructura


funcional de la actividad. El trabajo se cierra con las con-
clusiones de rigor.

Innovaciones en las producciones agrarias

Relacionadas con el proceso productivo


Diversos autores coinciden en señalar el reciente desarrollo
y aplicación de paquetes tecnológicos completos radical-
mente distintos a los vigentes previamente (Anlló et al.,
2013; Reca et al., 2010; Bisang, 2003). Especialmente cen-
trado en los cultivos anuales, el nuevo paquete técnico se
basa en la siembra directa para implantar el uso las semillas
diseñadas y/o seleccionadas con base en la moderna biotec-
nología y la intensificación en la aplicación de herbicidas,
fertilizantes e insecticidas.
La tecnología de siembra directa permite –en una sola
pasada– la implantación de los cultivos reduciendo drásti-
camente la cantidad de procesos respecto del modelo previo
(basado en el tradicional arado, la rastra, la sembradora
convencional y el rolo)2 (Ekboir, 2003; Alapin, 2006). Datos
recientes indican que para los principales cultivos anuales
esta innovación explica el 91% de la superficie implantada
(Nocelli Pac, 2018).

2 El proceso comienza con la fumigación y, entre cinco y siete días después


(cuando el herbicida hizo efecto), continúa con la siembra; la sembradora
directa –en una sola pasada– abre un surco, deposita la semilla, adiciona fer-
tilizantes y otros promotores y “sella” el surco, evitando, de esta manera,
roturar la tierra (lo cual destruye materia viva y ocasiona pérdida del –fun-
damental– recurso hídrico). Se reporta que con el modelo de labranza con-
vencional, desde la siembra a la cosecha se empleaban 3,58 horas de trabajo;
con un modelo intermedio de “labranza vertical”, ello se reduce a 2,63 horas,
mientras que con el modelo actual de SD/fumigación, ello se reduce a 0,75
horas (MINAGRI, 2014). Referido estrictamente a la siembra, con el modelo
tradicional (arado), se cultivaban 0,279 ha por hora, mientras que con el
esquema de SD, se implantan 1,333 ha por hora.
188 • La ruralidad en tensión

El siguiente cuadro da cuenta –para un cultivo emble-


mático como la soja– del impacto de esta tecnología en
materia operativa y de las distintas fases que transitó hasta
consolidarse.

Cuadro 1. Evolución de la tecnología de proceso, soja

Modelo 1974 Modelo 1986 Modelo 2004

Labor Nro. de Labor Nro. de Labor Nro. de


Pasadas Pasadas Pasadas

Arado 1 Arado 0,5 Aplicación 2,1


rejas rejas de
herbicidas

Rastra de 2 Arado 0,5 Aplicación 1


dientes cinceles de
insecticidas

Rastra de 1 Rastra 3 Siembra 1


discos discos directa

Rolo 1 Rastra de 3 Cosecha 1


dientes

Siembra 1 Rolo 1

Rastra 1 Escardillo 2
rotativa

Escardillo 2 Aplicación 1
de
herbicidas

Aplicación 1 Siembra 1
de
insecticidas

Cosecha 1 Cosecha 1

Nota: Se considera el uso de equipos y procesos realizados por una


cincuentena de productores de la zona central agrícola argentina.
Fuente: Denoia et al., 2006.
La ruralidad en tensión • 189

El proceso se complementa con el uso de la semilla


mejorada a partir de técnicas de la moderna biotecnología
tolerante a herbicidas y resistente a determinados insectos.
A nivel microeconómico (y con los desvíos propios
de distintas conformaciones agroecológicas), los impactos
derivados de la aplicación del nuevo paquete tecnológico
operan en varias direcciones: menores tiempos de implan-
tación, reducción de costos variables, aumento de la esca-
la mínima de explotación agrícola, simplicidad de manejo,
mejora en la fertilidad de suelos, mejor uso de la humedad
y captación de lluvias y menor erosión.
Otras innovaciones se verifican en los sistemas de cose-
cha y almacenamiento de granos.3 El surgimiento del silo
bolsa4 (y sus equipos y servicios asociados)5 significó un
cambio radical en el almacenamiento. Esta tecnología per-
mite: (i) ampliar la capacidad de almacenamiento en lugares
próximos a los de la cosecha; (ii) redefinir el ciclo de ventas
del productor (que actualmente fracciona según la necesi-
dad); (iii) generar un mercado de proveedores de máquinas
de embolsado; y (iv) habilitar la prestación de servicios de
embolsado, clasificación, mantenimiento y desembolsado
de granos. Su uso masivo –se almacena alrededor del 40%

3 Originalmente, la cosecha era realizada por máquinas trilladoras y lo reco-


lectado se almacenaba en bolsas de arpillera (lo que derivaba en tareas de
recolección y estibaje); a posteriori, los galpones (en la chacra) o los silos fijos
(en manos de los corredores de cereales, exportadores o cooperativas) eran
el ámbito de almacenamiento.
4 Consiste en una manga de polietileno (de cierto espesor) de un diámetro que
oscila entre 1,4 y 2,2 metros, en la que se puede almacenar el grano durante
un tiempo limitado. Originalmente desarrollado en Estados Unidos para
almacenar alimentos para ganado, en Argentina comenzó a adoptarse a ini-
cios de los años noventa para almacenar forrajes. Unos pocos años después,
dichos “envases” fueron readaptados para almacenar granos.
5 A través de una máquina desarrollada en Argentina (una especie de embuti-
dora, adosada a un tractor) se deposita el grano en los silos bolsas cerrándo-
los herméticamente (lo que reduce la descomposición provocada por la eli-
minación o consumo interno del aire en forma paulatina).
190 • La ruralidad en tensión

de la cosecha mediante esta tecnología– redujo los pro-


blemas de almacenamiento y logística de funcionamiento
posteriores a la cosecha.
Este conjunto de innovaciones se implementó a lo lar-
go de varias décadas con base en la interacción de empresas
privadas y entes públicos hasta conformar un competitivo
paquete tecnológico (aún en evolución hacia la denominada
agricultura de precisión) (Bisang, 2007; Campi, 2012; Lach-
man y López, 2018; BID, 2018).

Cuadro 2. Evolución del las principales innovaciones agrarias

Elaboración propia con base en Bisang (2003)

Sintetizando, se trata de un modelo tecnológico, orga-


nizacional y productico completo que modifica el estado
de la frontera técnica de producción y que involucra una
serie de innovaciones (varias de las cuales se indican en el
siguiente cuadro).
La ruralidad en tensión • 191

Cuadro 3. Principales innovaciones del nuevo paquete agrícola


(cultivos anuales)

Actividad Innovación Resultado

Genética Semillas transgénicas y Control de malezas/


vegetal mutagénicas resistencias futuras
Selección guiada en Diferenciación de productos
variedades Mejora en productividad
Clonación (física y monetaria)
Mejora en rendimientos
físicos/variabilidad
Aumentos en productividad/
variabilidad

Fertilizantes Combinaciones Mejor fijación de NPK y


Inoculantes otros/precisión
Promotores de crecimiento Mejora de suelos (captura
natural de N)
Mejora uso de nutrientes

Herbicidas e Cambio hacia productos con Menores residuos


insecticidas menos toxicidad residual Autorregulación de malezas
Biocontroladores Menor uso de herbicidas
Aplicaciones selectivas (dosis
variables)

Implantación Siembra directa (tradicional) Captura de carbono


Siembra directa variable Ahorro de combustibles
Inter-siembra fósiles
Mejora evapotranspiración
Acorta el tiempo de labranza
Mejora erosión
Ahorro de mano de obra
Adapta densidad/otros a
especificidades de terreno
Amplía frontera agraria

Servicios de Metodologías de control Mejora en productividad


cuidado de temprano de plagas Mejora precisión/tiempo de
cultivos Teledetección (drones y otros) aplicaciones

Cosecha Monitoreo de rendimientos Menores desperdicios


Sistemas axiales Uso de rastrojos
Desparramadores de paja Mejora en rendimientos
Ahorro de costos de
almacenamientos y
transportes
192 • La ruralidad en tensión

Almace- Silos bolsas Ahorro de costos de


namiento Chimangos almacenamiento
Embolsadoras Reduce pérdidas de
Bacterias de control manipuleo
Optimiza decisiones de venta

Prácticas Subcontratación masiva Optimiza uso del capital


culturales Agricultura de precisión Mejora la tecnología
Uso de registros de promedio
producción y otras Evita tiempos muertos
herramientas Facilita difusión de
tecnologías
Ahorro de tiempo, ampliación
frontera
Mejora en productividad
Adaptación de innovaciones a
condiciones diferenciales de
ambientes
Mejora/eficientiza la gestión

Elaboración propia.

Avances tecnológicos de similar impacto se verifican en


similar lapso en los cultivos perennes y otrora de exclusiva loca-
lización “regional”. Se verifican modificaciones técnicas en las
producciones de caña de azúcar (ahora transformadas en com-
plejos sucro-etanoleros), los vinos, la olivicultura, las peras y
manzanas y los cítricos y otros berries. La intensificación en
el uso del riego, la ampliación de su cobertura, los procesos
productivos (de poda y mantenimiento, fertilización, etcéte-
ra), las mejoras genéticas (por ejemplo, la tendencia al uso de
micro-propagación de cultivos como forma generalizada de
reproducción) y las mejoras en los sistemas de almacenamien-
tos y conservación (por ejemplo, técnicas de atmósfera con-
troladas, cámaras en frío, etcétera) derivan en la ampliación de
zonas potenciales de producción hacia donde estas actividades
encuentran su desarrollo (Alonso, 2016; COVIAR, 2019).

Relacionadas con el producto


Complementariamente, se adoptaron una serie de innovacio-
nes referidas a los productos derivados de las actividades agra-
rias.
La ruralidad en tensión • 193

Un primer cambio sustantivo es la presencia de las pro-


ducciones de bioenergía con base en granos, sus subproductos
y/o desechos (fibras, purines, estiércol, etcétera). Se trata de las
producciones de biodiésel (con base en aceite de soja, girasol
y/o reciclados) para su mezcla con diésel carburífero; del eta-
nol (derivado del alcohol proveniente de la caña de azúcar y/o
del maíz) a ser mezclado con la nafta y el biogás en sus diversas
rutas técnicas de origen (fermentación de desechos orgánicos,
estiércol, purines, cama de pollo y otras variantes de segunda
generación).
En esa dirección la legislación de cortes obligatorio vigente
desempeña un rol central como inductor,6 a la vez que las capa-
cidades de refinación de aceites, fermentación de maíz y manu-
facturación de la caña de azúcar aportan las ofertas locales (pro-
venientes del área agraria). Implica la adopción de innovaciones

6 “A partir de 2001 se retomó el interés por su promoción de los bio-combustibles,


estableciéndose el Plan de Competitividad para los Biocombustibles. El decreto
1.396/2001 dictado en uso de atribuciones extraordinarias otorgadas por Ley
25.414 al Poder Ejecutivo, otorgó al biodiesel por diez años la exclusión del objeto
del Impuesto a los Combustibles. En 2003, la ley 25.745 –que modificó la ley
23.966 de Impuesto a los Combustibles Líquidos y el Gas Natural–, ratificó la
exclusión del objeto de este impuesto para el biodiesel por diez años y para el bio-
etanolsinplazo.Enelcasoquelosmismosseincorporenenmezclasconcombusti-
bles fósiles –gasoil y nafta respectivamente– el Impuesto a los Combustibles sólo
alcanzaalaporcióndeestosúltimoscombustiblesincorporadosenlamezcla.Enel
2004, el Senado de la Nación dio media sanción a un proyecto de ley de promoción
de los biocombustibles. Pero es recién a partir del año 2006, cuando se sanciona la
ley 26.093 que establece que en un plazo de cuatro años el gasoil consumido inter-
namente deberá tener un corte mínimo mandatorio de un 5% de biodiesel (tam-
biénsefijauncortede5%debioetanolenlasnaftas),quelosbiocombustibles pene-
tran con fuerza en el mercado local. Para el caso del biodiesel, se anticipaba un
mayor volumen destinado al mercado interno debido a la importancia del gasoil
dentro de los consumos totales del transporte del país para ese año (50% frente a
35%enlasnaftasy15%paraelGNC–Balanceenergético2010,SecretaríadeEner-
gía–). El establecimiento de este corte obligatorio les permitiría a las empresas ase-
gurarseuncupoparalaproducciónhaciaelmercadointerno.Duranteelaño2010,
dicho cupo fue ampliado al 7% (Resolución 554/2010), para seguir incrementán-
dosehastallegaral10%enelaño2014.Losbeneficiospromocionalesqueimpulsa-
ron el mercado interno se encuentran definidos por la citada ley 26.093, que alcan-
za a proyectos de industrias radicadas en el país que se dediquen exclusivamente a
laproduccióndebiocombustibles destinados almercadointerno,conhabilitación
exclusivaparaproduccióndebiocombustibles” (Torroba,AnllóyBisang,2015).
194 • La ruralidad en tensión

en las primeras etapas de manufacturación de productos pre-


viamente de estricto corte primario; en algunos casos las loca-
lizaciones de industrialización coinciden con las producciones
primarias dado los elevados costos de transportes de las diver-
sas biomasas empleadas como materias primas (Rozenberg et
al., 2016).
Estudios recientes dan cuenta de la creciente impor-
tancia de las bioenergías en la generación de valor de las
cadenas de la soja y del maíz; se estima que entre el 4 y
6% del valor agregado de dichas cadenas corresponde a los
biocombustibles (Lódola et al., 2018).
Un segundo ámbito se verifica en las modificaciones en
el tipo de granos y/o otros productos con rasgos específicos
según destino; casos como los de los maíces (pisingallos,
para silos, de ciclo tardío); los girasoles (para confitería; de
alto contenido oleico); sorgos (con alto contenido de azúcar;
para silos) y las leches bovinas con ácidos linoleicos conju-
gados (CLA) son ejemplos en los que los cambios provienen
de innovaciones en la materia prima (producto) que permite
a posteriori modificar diferenciadamente el bien final.
Finalmente, cabe destacar un incipiente movimiento
tecno-productivo tendiente a agregar valor a los granos a
partir de su extrusado –en campo y/o aledaños– para su
posterior destino a los alimentos balanceados y/o autopro-
ducción de biocombustibles (Bragachini, 2013).

Innovaciones en la ganadería bovina

Ganado bovino para carne


Se trata de una actividad que a mediados del siglo pasado
explicaba alrededor de los dos tercios de la producción
agropecuaria sobre la base de un modelo de cría-invernada
y engorde de base pastoril, sustentada en razas británicas y
con genéticas reproductivas convencionales.
La ruralidad en tensión • 195

La actual ganadería introdujo mejoras en la genética y


en los modelos de reproducción (inseminación, sexado de
semen, estacionamiento de celos; todo lo cual mejora los
tiempos de servicios y precisión reproductiva). Se destaca
el impacto de la moderna biotecnología en los procesos
de selección de reproductores. Argentina se cuenta entre
los pocos países del mundo con capacidad de clonación de
reproductores, a la vez que exhibe desarrollos en fertili-
zación in vitro, implante de embriones y otras tecnologías
reproductivas de avanzada (Robert et al., 2015).
A ello se suma el uso masivo de nuevas pasturas –gat-
ton panic, bracchiarias en zonas cálidas, lotus en suelos
salinos, etcétera– y suplementación con silos y granos.
Un hecho destacable –que incide sobre la relocali-
zación productiva– es el peso creciente de las “nuevas”
razas (respecto de las británicas y nominadas como Braford,
Brangus, etcétera) que se adaptan a las regiones semiáridas.

Cuadro 4. Principales innovaciones en ganadería bovina para carne

Actividad Innovación Resultado

Genética Inseminación artificial Mejora tasa de parición


animal Sexado de semen Modelo de reposición de toro
Trasplantes de embriones y vaq.
Clonación de reproductores Mejora proceso de selección
Producción de reproductores de rodeo
(PCR, marcadores
moleculares, DEP)
Razas “sintéticas”

Alimentación Nuevas pasturas (buffer, Aumento relación


bracchiarias, gramma rhodes, producción/alimentos
etcétera) Calidad de carne (proteínas y
Silos/bacterias otros sólidos)
Pastoreo selectivo Estado corporal y vacas de
Control de empaste refugo
Núcleos de nutrición Mejora uso de forraje
Suplementación a corral Reduce tasa de mortandad/
mejora eficiencia
196 • La ruralidad en tensión

Sanidad Vacunas (IBR y otras) Menor mortandad


Controles periódicos Tasa de parición
Capacidad de producción

Feed-lot Sistema de alimentación Mejor tasa de conversión/


controlada estabiliza oferta
Uso de núcleos proteicos Reducción de tiempos de
Mixers y otros implementos engorde
Balanzas electrónicas Producción de energía
Chip de estado corporal
Lagunas anaeróbicas

Instalaciones Mixer Mejora tasa de conversión


Balanzas
Collares electrónicos
Boyeros eléctricos
Banderas y corrales circulares

Manejo de Control sanitario de toros Mejora tasa de conversión


rodeo Pesada rutinaria
Uso de boyeros eléctricos
Tacto
Estacionamiento de celos
Control sanitario de hembras
Registros individuales de
hacienda
Uso de desparasitarios

Elaboración propia.

Otro cambio disruptivo es el desarrollo (masivo) del


feed-lot en el engorde; este establecimiento ganadero se
basa en la reconversión del ternero a monogásticos y su ali-
mentación controlada y confinada en un modelo que redu-
ce a la mitad el tiempo de engorde respecto al esquema pas-
toril tradicional. Su masivo desarrollo deviene además en
una reconfiguración del flujo de terneros en un extremo y
de novillo terminado en otros;7 su localización –cercana a la

7 El sistema largamente desarrollado en Estados Unidos desde los años sesen-


ta se instrumentó localmente a medida que crecía –desde mediados de los
años noventa– la producción de granos (especialmente maíz) y la masiva
industrialización de la soja (uno de cuyos subproductos es esencial en la die-
ta alimentaria de los bovinos confinados); recibió un impulso masivo con la
instrumentación de subsidios al maíz de fines de los años 2000 (SENASA,
2008; Robert et al., 2009).
La ruralidad en tensión • 197

fuente de aprovisionamiento de granos y alimentos balan-


ceados– así como la elevada relación superficie/número de
cabeza terminan por reconfigurar la localización de una
actividad que se tiende complementaria (y no competitiva)
con la superficie agrícola.

Ganado bovino para leche


Además de replicarse las tecnologías reproductivas y de
alimentación de la ganadería de carne se suman mejoras de
productividad asociadas con la adopción masiva de equipos
mecánicos de ordeñe, instalaciones automáticas de alimen-
tación, mantenimiento en circuito cerrado de la leche a
baja temperatura y recirculación de aguas usadas y otros
desechos (bio-digestores con base en fermentación de bos-
ta) (FUNPEL, 2013).

Cuadro 5. Principales innovaciones en ganadería bovina para leche

Actividad Innovación Resultado

Genética Inseminación artificial Mejora tasa de parición


animal Sexado de semen Modelo de reposición de
Trasplantes de embriones hembras
Clonación de reproductores Mejora proceso de selección
de rodeo

Alimentación Silos/bacterias Aumento relación


Pastoreo selectivo producción/alimentos
Control de empaste Calidad de leche (proteínas y
Núcleos de nutrición otros sólidos)
Alimentos balanceados Estado corporal y vacas de
refugo

Sanidad Vacunas (IBR y otras) Menor mortandad


Controles periódicos Tasa de parición
Capacidad de producción
Mejora la tasa de conversión
198 • La ruralidad en tensión

Manejo de Uso de programas de Mejor tasa de conversión


rodeo información y seguimiento alimentos/leche
Trazabilidad de rodeo Mejor calidad (contenidos)
Manipulación de celos Mejor uso de pasturas
Estacionamiento de Mejora tasa de procreo
pariciones Control de alimentación
Tacto Mejora sanidad/tasa de
Estabulamiento (diversos reproducción
tipos)
Control de toros
Uso de boyeros eléctricos
Registros de preñez y
pariciones
Registros de producción
(control lechero)
Suplementación alimentaria

Instalaciones Caminos y pisos consolidados Mejor calidad del producto


tambo Piso de cemento Captura de fertilizantes
Aspersores y ventiladores Producción de energía para
Sombras artificiales autoconsumo
Ordeñe mecanizado. bretes.
fosa/espina de pescado.
calesita. autoordeñe
Equipo de frío
Sistemas de auto energía
Sala de leche
Bomba estercolera
Lagunas aeróbicas
Instalaciones anaeróbicas

Elaboración propia.

El esquema se completa con una tendencia a la concentra-


ción de la unidad promedio y el uso de tierras de terceros para
ingresar a estas actividades. Todos estos desarrollos derivan en
una mayor dotación de capital fijo en materia de instalaciones,
mayor productividad y crecimiento de la carga de vaca por hec-
tárea (liberando hectáreas agrícolas y/o ampliando tamaño con
igual superficie). En ese juego de precios relativos, rentabilida-
des y nuevas tecnologías, se desarrollaron incipientes cuencas
lácteas en zonas previamente consideradas marginales; en tales
casos primero avanza la agricultura –con la moderna tecnolo-
gía– y luego se torna conveniente el uso del grano en origen, una
de cuyas salidas es la producción láctea (Albornoz et al., 2015).
La ruralidad en tensión • 199

Las fuentes de abastecimiento de las innovaciones

La oferta de “insumos” para innovaciones agrarias


Definidas las innovaciones como un conjunto aplicaciones téc-
nicas y organizacionales que son implementadas por el decisor
agropecuario capaces de mejorar la productividad previa de los
factores y/o reducir el riesgo ampliando el mix de producción,
cabe girar el análisis sobre las fuentes a abastecimiento de las
tecnologías innovativas.
A diferencia de lo que ocurre en otras actividades, en el
agro, buena parte de los insumos para las innovaciones provie-
nen de empresas industriales y de servicios externos al deci-
sor agropecuario; interesa entonces la estructura y dinámica de
tales mercados abastecedores. Proveedores de semillas/vive-
ros, fabricantes de equipos, oferentes de biocidas e insecticidas,
y fertilizantes son algunos ejemplos de esta estructura específi-
ca de las innovaciones agrarias.
Como se ilustra sucintamente en el cuadro 5, existe –a
nivel agrícola– una muy variada red de oferentes de insumos
y servicios especializados que “abastecen” a los decisores agra-
rios. Inicialmente, el aprovisionamiento de semillas involucra
unas 2500 empresas con un valor de facturación anual del
orden de los 1000 millones de dólares (Lódola et al., 2018)8; a
ello se suman una multiplicidad de fabricantes de maquinaria
agrícola responsables de una facturación de poco más de 900
millones de dólares (INDEC, 2019); unos pocos proveedores
de fertilizantes –con una facturación anual que ronda los 2200
millones de dólares– y una muy variada oferta de insecticidas y

8 Se estima que, en su conjunto, la actividad semillera (fiscalizada) tiene una factura-


ción que ronda los 950/1000 millones de dólares anuales. De ese total, unos 500
millones corresponden a maíz (un cultivo alógamo y sujeto a hibridaciones, del
cualalrededordel80%sonsemillasgenéticamentemodificadas(GM),pocomásde
200 millones de dólares a soja (98%, semillas GM) y 55 a trigo (autógamas y, como
tales, pasibles de segundas reproducciones sin mayores pérdidas de atributos con
los consiguientes problemas de derechos de propiedad intelectual). Otros cultivos
demenorporte,comoelgirasol,elsorgo,lacebada,elcentenoylassemillasforraje-
ras,completanelpanorama.
200 • La ruralidad en tensión

herbicidas. Varias de estas actividades son de neto corte indus-


trial y como tales son dominadas por grandes empresas con
la consecuente concentración de mercados en sus respectivas
ofertas. La tendencia a la concentración tiene un capítulo espe-
cial en las recientes fusiones y adquisiciones a nivel internacio-
nal de estos proveedores.

Cuadro 6. La red de aprovisionamiento de innovaciones agrarias

Fuente: Bisang, Anlló y Campi (2015).

Otro bloque de proveedores de insumos sobre los cuales


los decisores agropecuarios “elaboran” sus innovaciones se
refiere al abastecimiento de conocimiento “desincorporado”
referidos a las muy diversas tecnologías de proceso que sus-
tentan las diversas combinaciones de producciones agrarias.
Por un lado, se destacan los aportes de las instituciones públi-
cas –INTA, Estación Experimental Obispo Colombres, unas
cuarenta universidades con carreras agropecuarias y una muy
variada gama de entidades privadas de corte tecnológico
(AACREA, AAPRESID, MAIZAR, etcétera)–; en cada uno de
La ruralidad en tensión • 201

los casos estas organizaciones desarrollan un tramado de rela-


ciones por las que fluyen los nuevos conocimientos –de forma
abierta y gratuita y/o confinada a un núcleo acotado de produc-
tores– (Bisang, Anlló, Campi, 2015).
Por otro lado, se verifica la existencia de una nutrida oferta
de servicios agropecuarios en un arco de actividades que va de
sofisticadas empresas de seguimiento de cultivos –vía drones
e imágenes satelitales– a los más tradicionales proveedores de
asesoramiento productivo, comercial y/o financiero.
Un esquema similar se verifica en la ganadería bovina,
donde el epicentro inicial está dado por varios millares de caba-
ñas proveedoras de reproductores (como tales o como base para
los sistemas de inseminación artificial, trasplantes de embrio-
nes y, en unos pocos casos, clonación de ejemplares seleccio-
nados).

Cuadro 7. La red de aprovisionamiento de innovaciones bovinas

Elaboración propia.
202 • La ruralidad en tensión

Un bloque de oferentes de innovaciones muy relevantes


y de alta potencialidad se refiere al aprovisionamiento para la
sanidad animal; en este caso se trata de una actividad donde
conviven grandes empresas internacionales con otras de capi-
tal local largamente afianzadas; varias de estas últimas exhiben
desarrollos de nuevos productos con calidad exportable (inclu-
so con radicaciones productivas en el exterior).
Finalmente, tanto a nivel agrario como pecuario, cabe des-
tacar el rol que desempeñan las especificidades de la demanda
que a través de normas y/o requerimientos específicos de los
productos demandados inducen el uso de determinadas prác-
ticas tecnológicas.

Difusión reciente e impactos


A partir de la existencia de una red –tanto a nivel agrario como
pecuario– de oferentes de insumos para las innovaciones, el
paso siguiente es indagar acerca de su funcionamiento. El deci-
sor agropecuario en materia de innovaciones enfrenta una serie
de precios relativos de insumos y productos (como reflejo de
los precios internacionales, las tasas de cambio, las concentra-
ciones de mercados y otros temas), enfrenta riesgos propios de
la actividad (especialmente los de corte climáticos) y debe deci-
dir sobre actividades con distintas rentabilidades, duración del
ciclo de producto y grados de flexibilidad a lo largo del proceso.
Todos los elementos antes mencionados lo obligan a desa-
rrollar esquemas altamente flexibles de producción que obligan
a innovar permanentemente en un esquema de soluciones de
problemas que se modifican constantemente. Con este pano-
rama, el decisor agropecuario se torna un innovador obligado
bajo riesgo de desaparecer si no evidencia una conducta diná-
mica en este plano.
Operando en una red, se relaciona con otros actores de
la cadena que enfrentan circunstancias similares; en el caso de
los contratistas de servicios agropecuarios, su posibilidad de
obtener contratos –además de los precios por sus servicios–
depende de la calidad tecnológica de la maquinaria agrícola que
La ruralidad en tensión • 203

emplea y de sus saberes operativos; operando con equipos que


constantemente van mejorando la posibilidad de amortizarlos
a corto plazo –entre 3 y 5 años– depende de su uso intensivo.
Así, los contratistas de servicios agropecuarios, por la propia
dinámica del negocio, se ven compelidos a amortizar y reem-
plazar sus equipos en lapsos acotados que les permitan capturar
los cambios técnicos y continuar en el negocio. En el otro extre-
mo, los oferentes de maquinaria introducen mejoras asociadas
con el uso creciente de las tecnologías de la información y la
comunicación (TIC) a los equipos convencionales y son cons-
tantemente desafiados por nuevos desarrollos; presionan sobre
los contratistas de servicios y los productores agropecuarios
para colocar equipos más sofisticados y de mayor productivi-
dad (con el consecuente aumento en las escalas de inversión y en
la sofisticación de su manejo).
Por su parte, la industria de la genética vegetal enfrenta –de
la mano de la moderna biotecnología– saltos tecnológicos que
implican grandes inmovilizaciones de capital especifico y altos
riesgos –el desarrollo de una variedad vegetal o un fenotipo ani-
mal lleva varios años– que derivan en la necesidad de un flujo
constante de ingresos.
Algo similar opera en la oferta de herbicidas e insecticidas,
donde las escalas mínimas son elevadas, las producciones de
flujo continuo y los períodos de amortización del capital es
de largo plazo; de allí la fuerte presión sobre la necesidad de
colocar constantemente nuevos “insumos” a disposición de los
innovadores que deciden en terreno su aplicación. La dinámi-
ca económica y tecnológica ha ido llevando a que oferentes de
herbicidas, insecticidas y genética vegetal comiencen a “consor-
ciar” sus ofertas en el marco de cadenas de comercialización que
siguen las rutas de expansión del modelo agrícola. Los centros
de servicios son unas de las vías de difusión de estos paquetes
tecnológicos a menudo consolidados con la financiación pos-
cosecha.
Operativamente, el modelo de agricultura por contrato y
el uso masivo de contratistas agropecuarios –que se desplazan
constantemente a lo largo de la frontera cultivable– activan sis-
204 • La ruralidad en tensión

temas epidémicos de difusión; de esta manera, las diversas téc-


nicas de cultivos, sus combinatorias y el conocimiento tácito de
sus operaciones son transmitidos y testeados casi en muy cor-
to plazo. De esta forma la velocidad de las innovaciones guarda
cerrada relación con la conformación estructural de las innova-
ciones (Anlló, Bisang y Katz, 2015).
Cabe destacar la velocidad de difusión y adopción del
nuevo paquete, ya que pone de relieve el rápido aprendizaje
y potencial de reconversión de los diversos agentes de la red.
Varios trabajos señalan la inédita velocidad que alcanzan los
procesos de difusión en el agro argentino, ubicándolos entre los
casos con registros históricos más dinámicos (Trigo, 2011). En
todos los casos, los porcentajes de utilización de las nuevas téc-
nicas para el desarrollo de una actividad determinada crecen a
gran velocidad y en unos pocos años las nuevas técnicas reem-
plazan mayoritariamente a las anteriores.

Cuadro 8. Velocidad de difusión de las distintas tecnologías agrarias

Nota: GMO = semillas modificadas genéticamente.


Fuente: PRECOP-INTA (2012).
La ruralidad en tensión • 205

En el proceso, por ejemplo, el uso de la siembra directa,


que había arrancado tímidamente en los años ochenta como
respuesta a los problemas de erosión, crece aceleradamente
a partir de mediados de los años noventa. Sin embargo, los
casos de las semillas GMO y el uso de nuevos fitosanitarios
han sido más dramáticos, ya que se expandieron a la totali-
dad del mercado en prácticamente menos de un lustro.
Distintos autores exponen diversos argumentos para
explicar esta dinámica: (i) el proceso de endeudamiento pre-
vio de la actividad que generó la adopción de una tecnolo-
gía ahorradora de costos (Bisang, 2003); (ii) un sistema de
protección de los derechos de propiedad sobre los activos
clave (semilla y glifosato) que favorecen el catching up; (iii)
las azarosas condiciones del entorno macroeconómico; (iv)
una tendencia de largo plazo al agotamiento de la fron-
tera técnica de expansión (Campi, 2012); y (v) la presión
sobre los recursos –erosión y otros– del modelo previo
(AAPRESID, 2002).
En síntesis, la propia estructura de la red y las formas
de funcionamiento del modelo en su conjunto conllevan la
necesidad de una innovación constante a fin de dar respues-
ta a las demandas crecientes que enfrenta el sector tanto en
términos de alimentos como de las creciente participación
de los biocombustibles y los biomateriales.

Conclusiones

En las últimas décadas, la producción agraria argentina


transitó la adopción de una nutrida gama de innovaciones
proveniente de dos vertientes complementarias: tecnología
y forma de organización. En términos técnicos, se reempla-
zó la tecnología de proceso (pasaje del arado a la siembra
directa, fumigación/fertilización intensiva, nuevo sistema
de almacenaje en silo bolsa) y la tecnología de producto (la
semilla se modifica mediante modernas técnicas de biología
206 • La ruralidad en tensión

y la maquinaria agrícola responde al concepto de siembra


directa). Similares conductas son verificables en las produc-
ciones bovinas de carne y leche, así como en otras ganade-
rías (especialmente la aviar y la porcina).
En términos de organización, los cambios giran en
torno a la escisión de la propiedad de la tierra de quien la
utiliza para producir y la subcontratación de la casi tota-
lidad de las actividades (en reemplazo de la mano de obra
propia del modelo integrado previo) mediada por un cre-
ciente usos de insumos industriales. Como resultado, se
desarrolla una red de empresas de producción agropecua-
ria y se consolida un conjunto de proveedores de servicios
agropecuarios que ofrecen insumos para la producción y
otras actividades. Varía así el perfil del decisor en materia
de innovaciones desde el pretérito productor agropecuario
integrado verticalmente a una red de agentes económicos
vinculados al negocio agropecuario.
Esta estructura productiva –en algunas regiones/zonas
conforma un aceitado ecosistema de empresas– conlleva
necesarios comportamientos innovadores. La innovación se
materializa entre las decisiones de las empresas agropecua-
rias, los contratistas de servicios y tradicionales producto-
res y la presión de los oferentes insumos para tales inno-
vaciones (semilleros, oferentes de herbicidas, fertilizantes,
insecticidas maquinas agrícolas y servicios especializados).
Los decisores en materia de innovación desarrollan sus
actividades bajo la presión de riesgos propios de la produc-
ción (desde la siembra hasta la cosecha), más cambios en las
condiciones económicas (precios relativos y otros desde la
toma de decisiones hasta el cierre del ciclo) y financieras.
De allí, la profusión en el uso de distintas herramientas
de aseguramiento, planeamiento, financiación, entre otras,
y la necesidad de innovaciones constantes en estos aspec-
tos. Debido a que la agricultura es una actividad sujeta a
cambios de condiciones naturales constantes, prefiere el
desarrollo de empresas flexibles con una baja relación capi-
tal fijo/circulante, y su activo crítico son las innovaciones
La ruralidad en tensión • 207

constantes y la red de conocimiento que la abastece de


información para reducir riesgos en entornos cambiantes.
El decisor es tomador de precios finales, soporta los riesgos
climáticos, subcontrata buena parte de las actividades, con
lo cual las herramientas críticas de manejo para asegurar su
éxito comercial se centran en los aspectos tecnológicos.
El contratista de servicios agropecuarios, por su parte,
accede a contratos en la medida que su maquinaria y cono-
cimientos se adapten a los mejores estándares de produc-
tividad; desarrolla procesos de aprendizaje sobre la base
de la operación cotidiana, la capacitación brindada por los
vendedores de los equipos, las instrucciones de los ofe-
rentes de insumos, las organizaciones gremiales, etcétera.
Su desplazamiento territorial –en búsqueda de hectáreas
a trabajar– lo convierte en vector de difusión de innova-
ciones masivas.
De forma complementaria, los proveedores de insumos
desarrollan su evolución a través de cambios menores y
modificaciones en los procesos productivos que llevarán a
cabo en laboratorios, que pueden ser de alta complejidad
científica (como las semillas, los inoculantes, los promoto-
res de crecimiento), y al momento de encargarse de pro-
cesos más cercanos a los desarrollos operativos (como la
maquinaria agrícola). Asimismo, brindan servicios de alta
complejidad en distintas áreas, asesorando sobre el dise-
ño de pedidos asociados con las condiciones específicas de
cada lote en particular (como paso previo a la venta de insu-
mos consorciados). El peso de los costos fijos, la necesidad
que imponen las elevadas escalas y el prolongado tiempo de
maduración de los desarrollos tecnológicos estresa la con-
ducta comercial por inducir el uso de nuevas tecnologías.
A partir de esta estructura, se conforma una red de
innovaciones de interés compartido para decisores y pro-
veedores que permite una reducción en los costos operati-
vos y un mejor uso de los recursos a la vez que incrementa la
productividad. Además tiene que dar respuesta a los cons-
tantes desafíos que implica una actividad de base biológica.
208 • La ruralidad en tensión

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Introducción

Desde finales de los años sesenta, el sector vitivinícola a


nivel mundial comenzó un proceso de internacionalización
de los mercados que continua aún hoy. Algunos autores
han definido esto como la segunda globalización vitiviní-
cola para diferenciarla de la ocurrida a finales del siglo
XIX. Mientras que aquella se había caracterizado por la
expansión del cultivo de la vid por el mundo producto de
la filoxera en Europa, entre otros factores, la actual glo-
balización se caracteriza por el creciente incremento de
la circulación de vino por todo el mundo. En los últimos
años, nuevos consumidores en países con escasa (o nula)
producción se conectaron con productores localizados en
países muy lejanos. Así, países como Australia, Chile, Nueva
Zelanda o Sudáfrica –donde el consumo nacional de vino
es bajo– comenzaron a producir vinos a finales de los años
sesenta que en la actualidad se venden en todo el mun-
do. Si bien estos nuevos productores no han desplazado a
los países tradicionales –Francia, Italia y España–, sí han
generado una reconfiguración global de la producción y
han impulsado mejoras y/o cambios en las estrategias de
comercialización. En este proceso, el mercado de vino se ha
intensificado, lo que produjo cambios notorios en la circu-
lación del producto final, pero, también, en los diferentes
espacios dedicados a su producción (Anderson, Nelgen y
Pinilla, 2011; Anderson y Pinilla, 2018; Bocco et al., 2007;
Martín, 2009; Cerdá y Hernández Duarte, 2016).

213
214 • La ruralidad en tensión

Por otro lado, y de forma simultánea, según datos de


la Organización Internacional del Vino y la Viña (OIV), el
consumo de vino en el mundo creció apenas un 2% en los
últimos cuarenta años, pasando de 239 millones de hecto-
litros en 1980 a 244 millones de hectolitros en 2017. Este
crecimiento es menor al crecimiento de la población mun-
dial –lo que provocó una caída si se la mide en términos per
cápita–; acompañado de un marcado descenso del consu-
mo mundial, especialmente en los países tradicionales. Son
varias y complejas las causas que explican dicha reducción,
pero, en general, se explica por los cambios en los hábi-
tos de consumo, la sustitución del vino por otras bebidas
como la cerveza o las gaseosas y el incremento en el precio
promedio del vino.
Al mismo tiempo, uno de los rasgos más sobresalientes
de esta segunda globalización es que el consumo de vino
se ha sofisticado. La menor ingesta de vino y la selección
de esta bebida para eventos especiales han hecho que los
consumidores comiencen a demandar nuevos productos y
abandonar la “fidelidad a la marca” asociada a los vinos más
tradicionales. Esto ha hecho que el mercado sea mucho más
dinámico y que nuevas marcas y estilos de vino comiencen
a ser demandados por un público que cuenta con más infor-
mación. Estos cambios se han vuelto más evidentes con el
aumento de las ferias de vino y con el crecimiento de las
escuelas de sommeliers o de las vinotecas especializadas.
Estas modificaciones ocurridas en el “lado de la deman-
da” del mercado han forzado cambios en la forma de conce-
bir y producir el vino. Desde mediados de los años sesenta,
el sector a nivel mundial ha comenzado a orientar su pro-
ducción para algunos nichos de mercado, y el vino dejó de
ser un bien considerado como commodity para pasar a ser
un specialty. Este traspaso no está asociado solo a las canti-
dades comercializadas, sino, también, a una especialización
del sector y a brindar productos más específicos, pensando
en las demandas de consumidores, en los momentos en los
cuales serán consumidos y la forma que se lo consume. En
La ruralidad en tensión • 215

esta transición entre dos etapas diferentes de la industria


del vino, fueron estos nuevos tipos de vinos los que comen-
zaron a ser denominados como de “calidad” y los que, en
mayor medida, se desenvolvieron con un precio unitario
creciente durante las últimas décadas. Así, encontramos en
las góndolas de los supermercados los vinos franceses o
italianos –reconocidos mundialmente desde hace más de
un siglo–, junto a otros provenientes de países como Aus-
tralia, Sudáfrica, Chile, Estados Unidos y, en los últimos
años, Argentina.
Desde mediados de los años 1980, y en el marco de
este complejo contexto de la producción mundial, los vinos
argentinos comenzaron un proceso de transformación que
continúa hasta el presente. A diferencia de lo ocurrido en
otras agroindustrias –como el azúcar, la yerba mate o el
algodón, solo por mencionar otras producciones que se
estudian en este libro–, el sector vitivinícola de la Argenti-
na, en general, y el de la provincia de Mendoza, en particu-
lar, se sumaron a esta globalización de los mercados inter-
nacionales. Esta inserción sigue siendo minoritaria dentro
del mercado mundial –representa solo el 3% del mismo–,
pero significa alrededor del 20% de la producción total de
vinos del país. La expansión de las exportaciones comenzó
a hacerse notar a mediados de la década de 1990, pero los
orígenes del cambio se remontan hasta una década antes.
En este capítulo se analizan las transformaciones ocu-
rridas en el sector vitivinícola en la provincia de Mendoza
desde finales de la década de 1960 hasta el presente, la cual
representa el 70% de la producción nacional. Asimismo,
Mendoza es la provincia en la cual el nuevo paradigma afec-
tó de forma directa tanto a los productores de uva como de
vino, y donde los cambios fueron mucho más notorios que
en otras provincias productoras del país.
El capítulo se divide en cuatro apartados. En el pri-
mero, se analiza la crisis local de las décadas de 1970 y
1980 como punto de partida de la reconversión en el esla-
bón primario de esta cadena. En el segundo, se describe la
216 • La ruralidad en tensión

reconfiguración institucional del sector. En el tercer apar-


tado, se evalúan los impactos de la transformación en el
sector primario. Por último, se detallan las conclusiones
del capítulo.

Crisis y reconfiguración: un poco de historia

El sector vitivinícola se desarrolló a finales del siglo XIX


con epicentro en Mendoza y San Juan. Estas dos pro-
vincias concentraban el 90% de la producción nacional
de vinos (70% Mendoza y 20% San Juan). Al igual que
la industria del azúcar en el norte del país, el vino fue
protegido con barreras arancelarias desde sus inicios.
En la primera mitad del siglo pasado, el sector pasó por
varias crisis que fueron superadas con diversas medidas
establecidas por el Estado nacional y provincial (Barrio,
2010; Mateu, 2007: Ospital y Cerdá, 2016).
Sin embargo, a partir de la segunda posguerra y
hasta finales de los años setenta, el consumo de vino
en el mercado interno comenzó a aumentar y el sector
acompañó dicho crecimiento con la expansión de la
producción y del área implantada con vid (gráfico 1).
Esta última se expandió a un ritmo del 2% anual entre
1944 y 1978 presionando sobre un mercado altamen-
te concentrado y frente a una demanda que comenzó
a decrecer rápidamente desde finales de la década de
1960 en adelante.
La ruralidad en tensión • 217

Gráfico 1. Evolución de la producción de vino y de la extensión de vides


plantadas en Argentina, 1945-2014

Elaboración propia en base datos de Anderson y Pinilla, 2017.

En particular, desde comienzos de los años 1970 el sec-


tor comenzó a experimentar episodios de sobreproducción
asociados a diferentes fenómenos. El primero, ya mencio-
nado en el apartado anterior, fue el proceso de globalización
y el consecuente incremento de los volúmenes de vino a
nivel mundial. Esto, en el caso argentino, no fue preocu-
pante ya que ni las importaciones ni las exportaciones eran
significativas en el sector.
El segundo estuvo asociado a la caída del consumo
nacional, proceso similar al ocurrido en otros países del
mundo. En Argentina, este experimentó un desplome desde
finales de la década de 1960, pasando de 90 litros por habi-
tante por año en 1969 a tan solo 76,5 litros por habitante
por año en 1979 (Anderson y Pinilla, 2017).1 Esto impactó

1 Esta caída en el consumo de vino continúa hasta el presente en la mayoría de


los países del mundo. En el caso de la Argentina, en la actualidad (2019),
estos valores se encuentran en los mínimos históricos de 20 litros por
habitante.
218 • La ruralidad en tensión

de forma directa en el sector y provocó un aumento en


los stocks de vino, al tiempo que seguía creciendo el área
cultivada. Ello redundó en una caída del precio del vino que
luego se traspasó al precio de la uva, e impactó de forma
directa sobre los productores primarios y provocó la crisis
que se comienza a manifestar a mediados de los años 1970
y que durará más de una década. Sin lugar a dudas, fue la
crisis más importante que tuvo que soportar el sector a lo
largo de toda su historia.
Como puede observarse en el gráfico 1, el primer efecto
de ello fue la reducción del área implantada, en general,
y en la provincia de Mendoza, en particular: la superficie
implantada disminuyó en 141 mil hectáreas entre 1979 y
1992, de las cuales el 76% correspondieron a Mendoza. Sin
embargo, como veremos más adelante, este proceso no fue
homogéneo en todas las regiones ni en todas las escalas de
producción. Por otro lado, si bien se marca el año 1979
como el comienzo de la crisis, las bases de la misma se
encuentran en los años previos, cuando la acumulación de
stock se hizo insostenible y el precio del vino casi no alcan-
zaba a cubrir los gastos de producción.
En general, se señala a 1979 como el inicio de la
crisis porque fue el año en el cual comienza la reversión
en la tendencia en la ampliación del área cultivada. En este
marco, ciertos actores empiezan a percibir la necesitad de
una reestructuración de la vitivinicultura y, en particular,
de captar nuevos consumidores. Así, algunos agentes de la
cadena comienzan a ver en las exportaciones la manera de
salir de la crisis, pero sin dejar de reconocer la relevan-
cia del mercado interno. Sin embargo, para llevar adelante
esta reestructuración de la matriz productiva era necesario
cambiar el modelo de negocios de modo de incorporarse al
mercado mundial. Este mercado imponía nuevas reglas de
juego a la vez que exigía satisfacer a consumidores cuyas
preferencias eran desconocidas para los agentes locales. Sin
embargo, al mismo tiempo, la creciente internacionaliza-
ción de este producto dio impulso a una mayor demanda
La ruralidad en tensión • 219

por parte de los consumidores locales de vinos de “calidad”.


Ello estuvo favorecido por el hecho de que la información
que tenían estos –al igual que los productores– comenzaba
a circular mucho más rápidamente y por canales que no
existían hasta entonces, tales como revistas especializadas,
eventos internacionales, publicidad en medios masivos de
comunicación. Así, la llegada de agentes comerciales del
exterior como el intercambio de conocimiento por parte de
enólogos, agrónomos, bodegueros y funcionarios públicos
fue notorio desde finales de los años 1960 y comienzos
de los años 1970.
De la mano de estos agentes privados y de la esfera
pública comenzó a llegar a la Argentina el nuevo modelo
de desarrollo vitivinícola. La influencia de este nuevo para-
digma de calidad se basó fundamentalmente en la especifi-
cación varietal y en las características del terroire (Neiman,
2003). Estas dos variables apuntaron directamente sobre el
sector primario de la producción y se constituyeron rápi-
damente en parte del vocabulario de los productores, pero
también de los consumidores de vino a nivel global. Por lo
tanto, reorientar el perfil productivo hacia los vinos deno-
minados de “calidad” requería de una redefinición integral
de toda la cadena de valor, pero, especialmente, del sector
primario. Sin un cambio en esta, no sería posible llegar los
mercados internacionales.
Por tanto, la crisis de la década de 1980 abrió un
abanico de posibilidades para muchos productores. Mien-
tras que algunos de ellos tuvieron que dejar la actividad,
otros pudieron reconvertirse y algunos entraron al negocio
sin contar con ninguna experiencia previa (Richard-Jorba,
2000; Cerdá y Hernández Duarte, 2016). Luego, durante
los primeros años de la década 1990, bajo la vigencia del
régimen de caja de conversión caracterizado por un tipo
de cambio real bajo, la entrada de tecnología y capitales
al sector contribuyó a este proceso. Estos factores fueron
condición necesaria para que una década después los vinos
220 • La ruralidad en tensión

argentinos llegaran a las góndolas del mundo y el conjunto


de la cadena lograra cierta estabilidad (Aspiazu y Basualdo,
2002; Cerdá y Hernández Duarte, 2016).
En síntesis, la crisis permitió a un grupo de industriales
y actores centrales del sector retomar un sendero de cre-
cimiento de la mano del aumento en las exportaciones.
Algunos de estos aspectos serán retomados más adelante y,
a los fines específicos de este trabajo, nos concentraremos
en los cambios técnicos asociados a este proceso y en los
impactos que para la provincia de Mendoza significó la
ampliación de la frontera vitícola. Sin embargo, y antes de
ello, a continuación se analiza el proceso de reconfiguración
institucional del sector, elemento central en el desarrollo
del nuevo esquema productivo.

Reconfiguración institucional
En los últimos años, una serie de trabajos han hecho hin-
capié en la importancia que han tenido las instituciones
–tanto públicas como privadas– en la reconversión pro-
ductiva del sector vitivinícola de la provincia de Mendo-
za (Mateu, 2007; Gennari et al., 2013; Chazarreta, 2013,
2017; entre otros). El vínculo entre entidades estatales y
privadas en esta agroindustria se remontan a finales del
siglo XIX.2 Estos autores sostienen que fue la existencia de
un conglomerado de instituciones con una historia muy
fuerte en la provincia la que permitió que se produjera
un desarrollo relativamente coordinado y “adaptativo” en
los diferentes eslabones de la cadena. Este accionar con-
junto permitió el fortalecimiento de las instituciones del
sector privado que, junto al apoyo brindado por el Estado,

2 Solo como muestra de ello, podríamos mencionar la Comisión para la


Defensa de la Industria Vitivinícola (1897), la Comisión de Defensa y
Fomento Industrial y Comercial (1914), la Comisión Autónoma de Defensa
Vitivinícola (1933), la Junta Reguladora de Vinos (1934), la Comisión Nacio-
nal de la Industria Vitivinícola (1938) y el Instituto Nacional de Vitivinicul-
tua (1959) (Chazarreta, 2012; Gennari et al., 2013).
La ruralidad en tensión • 221

dieron forma a políticas públicas para dar respuesta a los


problemas estructurales del sector. En estos estudios, se
puede observar cómo, más allá de las políticas neoliberales
de apertura de los mercados y desregulación de los años
noventa del siglo pasado, el sector mantuvo altos niveles de
proteccionismo, al tiempo que logró llegar a acuerdos de
promoción del vino a nivel nacional. Ello muestra la coordi-
nación entre el sector privado y el Estado –tanto provincial
como nacional–, para sostener una de las agroindustrias
más importantes del país, más allá de los cambios de signos
políticos ocurridos. Esto permitió llevar adelante acciones
conjuntas que potenciaron al sector tanto en el mercado
interno como en el externo. Por ejemplo, mientras que el
INV mantuvo su poder como ente regulador y de control
sobre el sector, la provincia de Mendoza promovió la crea-
ción del Instituto de Desarrollo Rural (1994), el Instituto de
Sanidad y Calidad Agropecuaria Mendoza (1995), la Fun-
dación ProMendoza (1996), el Plan Estratégico 2020, entre
muchas otras instituciones (Chazarreta, 2012; Gennari et
al., 2013). A estas medidas específicas debería sumarse la
acción desarrollada por el Instituto Nacional de Tecnología
Agropecuaria (INTA) y la Universidad Nacional de Cuyo
–especialmente, la Facultad de Ciencias Agrarias–, que, a
partir de diversos proyectos de investigación y extensión,
aportaron a la promoción y transformación del sector desde
finales de la década de 1960.
En algún sentido, la crisis de la década de 1980 también
parece haber contribuido a reducir las diferencias existen-
tes entre las entidades corporativas que nucleaban a los
diferentes actores de la cadena. Desde mediados de los
noventa es posible observar cómo las entidades encon-
traron coincidencias y comenzaron a cooperar en pos de
fomentar el desarrollo del sector. Dos ejemplos de esto son,
por un lado, la creación del Fondo Vitivinícola de Mendo-
za (1995) –que tiene como objetivo fundamental promo-
ver el consumo de vinos en el país– y, por otro lado, la
creación de la Corporación Vitivinícola Argentina (2004)
222 • La ruralidad en tensión

–entidad que gestiona y lleva adelante el Plan Estratégi-


co Vitivinícola 2020, el cual promueve la organización e
interacción de actores de la cadena a fin de desarrollar el
mercado externo, consolidar el interno y lograr el desa-
rrollo del sector en su conjunto–.3 Entre sus objetivos más
importantes, se encuentra el llevar la marca del vino argen-
tino al mundo, así como también promover la mejora en
la calidad del mismo.
En síntesis, en el nuevo contexto de la globalización del
mercado de vino desde los años 1990, las entidades privadas
se vieron obligadas a llegar a acuerdos, coordinar acciones
y propiciar medidas para promover el crecimiento (o sos-
tenimiento) de la vitivinicultura local. Y todo esto se hizo
también en el marco de un fuerte compromiso por parte
del Estado, tanto provincial como nacional, de sostener el
desarrollo del sector.

Cambios en el sector primario


Como mencionamos anteriormente, la globalización y la
crisis que transitó el sector durante algo más de una déca-
da (1979-1992) fueron los factores más importantes que
impulsaron la reconversión de la producción primaria de
la provincia de Mendoza. En este marco, se llevó a cabo la
erradicación de viñedos obsoletos o de bajo nivel enológico,
acompañado de un proceso creciente de concentración de
las unidades productivas, un aumento del tamaño medio de
los viñedos, un recambio varietal –por cepas consideradas
de calidad– y, por último, una expansión de la frontera
agrícola.4 Si bien esta transformación se hizo más visible

3 En estos momentos se encuentra en proceso de actualización y


(re)definición de un nuevo plan que tiene alcance hasta el año 2030.
4 El INV clasificó a variedades (o cepas) tintas de alta calidad enológicas a:
barbera, bonarda, cabernet franc, cabernet sauvignon, malbec, merlot, pinot
negro, sangiovese, syrah, tannat, tempranillo. Entre las variedades blancas,
fueron catalogadas de esta manera: chardonnay, chenin, pedro giménez,
pinot blanco, sauvignon, semillón, torrontés riojano, ugni nlanc, viogner.
Asimismo, este instituto definió entre las principales variedades comunes (o
La ruralidad en tensión • 223

a partir de la década de 1990, cuando la inversión regresó


luego de la crisis al sector de manera sostenida (Aspiazu y
Basualdo, 2002; Stein, 2008), algunos cambios comenzaron
a darse al menos una década antes (Cerdá y Hernández
Duarte, 2013).
Para analizar estas dimensiones, se han construido cin-
co regiones, tres de las cuales constituyen el oasis norte, una
el oasis sur y, la última, el valle de Uco. Dentro del oasis
norte, se encuentran tres subregiones: a) región centro,
compuesta por los departamentos de Godoy Cruz, Guay-
mallén, Luján de Cuyo y Maipú; b) región este: Junín, La
Paz, Rivadavia, San Martín y Santa Rosa; c) región norte:
Lavalle y Las Heras. Por otro lado, se encuentra el oasis sur
o región sur, compuesta por: San Rafael, General Alvear y
Malargüe. Finalmente, el oasis ubicado sobre la cordillera
de los Andes, conocido como valle de Uco, se conforma por:
Tupungato, Tunuyán y San Carlos.
Este agrupamiento no solo está asociado a la organiza-
ción del espacio, sino que también tuvo un desarrollo his-
tórico de expansión de la frontera vitícola de la provincia.
A finales del siglo XIX, la vitivinicultura se desarrolló en
el oasis norte y luego se expandió hacia el sur de la man-
do del ferrocarril. El valle de Uco quedó aislado de dicho
proceso no solo por cuestiones de acceso, sino también por
cuestiones ecológicas hasta períodos muy recientes, como
pasaremos a ver.

De la periferia al centro
Una particularidad de la transformación reciente es que
produjo, por un lado, la ampliación de la frontera agrícola y,
por otro lado, el cambio del “centro modernizador” desde el
oasis norte al valle de Uco. Durante un siglo y hasta la crisis

de bajo nivel enológico) a las tradicionales variedades conocidas como:


cereza, criolla chica, criolla grande y moscatel rosado, las más utilizadas
para vinos genéricos.
224 • La ruralidad en tensión

de 1980, el motor del desarrollo, en términos no solo de


cantidad, sino simbólico, dentro de la vitivinicultura de la
Argentina había sido el oasis norte de la provincia. Allí, bajo
un modelo que podríamos denominar como fordista, gran-
des bodegas producían grandes volúmenes de vino que eran
destinados al mercado interno. Como se mencionó, este
panorama comenzó a cambiar de la mano de la caída del
consumo doméstico y de la internalización del producto.
Así, a partir de la reconversión de las últimas décadas,
el nuevo centro o faro para el conjunto de los productores
pasó a ser el valle de Uco. Esta zona era un área marginal
de la vitivinicultura mendocina hasta la crisis de la década
de 1980, en gran medida por sus características geológi-
cas y climatológicas. En particular, este valle se caracteriza
por su aridez, su altitud –que oscila entre los 900 y 1200
metros sobre el nivel del mar–, su escaso régimen de lluvias
y su gran amplitud térmica diaria, que alcanza en verano
los 15° Celsius. Estos factores fueron una limitante para el
desarrollo de la vitivinicultura hasta mediados de los años
1980; sin embargo, bajo el nuevo modelo, estas condiciones
fueron consideradas particularmente favorables. Por lo tan-
to, los impulsores de cambio encontraron allí un territorio
propicio para el desarrollo de la vitivinicultura con uvas
de calidad y con ciertas características específicas que lo
potenciaron. Para ello, se debieron poner recursos econó-
micos y conocimientos técnicos no disponibles en el pasado
de modo de llevar agua hasta esas alturas.
Por otro lado, el cambio del “centro” a la “periferia” sir-
vió también para contraponer en el nuevo modelo “moder-
nizador” surgido a mediados de los años sesenta y basado
en la calidad con el viejo modelo de finales del siglo XIX
sustentado en la producción de grandes volúmenes de vino.
De esta forma, el valle de Uco comenzó a ser expuesto
como la nueva vitivinicultura, la región que mejor repre-
senta la reconversión productiva y con las características de
La ruralidad en tensión • 225

un productor de vino preocupado por satisfacer el gusto de


los consumidores. Este camino, como ya se dijo, requirió
una transformación de la producción primaria.

El camino hacia la calidad


El proceso de cambio tecnológico no fue sencillo en el caso
de la vitivinicultura. Este no dependía solo de la adopción
de tal o cual variedad de uva, sino que, además, requería
una adaptación permanente al cambio en las percepciones
y gustos de los consumidores. Por otro lado, como se anti-
cipó, el nuevo modelo vitivinícola no busca un solo tipo de
vino, sino la producción de diferentes vinos que aporten
algún rasgo particular, ya sea en el gusto, el olfato, la perte-
nencia a un territorio, la forma de hacerlo o el color. El vino
ha dejado de ser un alimento para convertirse en un ele-
mento simbólico de estatus y trasmisor de sensaciones.
Para ello, se necesitó el involucramiento de una serie
de actores de la cadena, como: sommeliers, bodegueros, enó-
logos, publicistas, productores, entre otros. Un papel cen-
tral en este cambio lo jugaron los estudios realizados en
diferentes instituciones científicas (especialmente, los agró-
nomos del INTA y de la Universidad Nacional de Cuyo
en colaboración con el sector privado) que comenzaron a
analizar las características de sus suelos del valle de Uco
y a ponderar sus cualidades para la producción de vid de
alta calidad durante las décadas previas (Pizzarulli, 2018,
2019). Teniendo en cuenta las características del suelo y
solucionado el acceso al recurso agua –a partir de la posi-
bilidad de controlar el riego por goteo, lo que permitió un
uso más eficiente del escaso recurso hídrico–, fue necesario
seleccionar las cepas más adecuadas para la región.
Así, el ideario de grandes bodegas y grandes toneles de
vino que habían sido la imagen de la vitivinicultura argen-
tina por más de un siglo dejó paso a bodegas de escala más
pequeña, a las barricas y a viñedos con pocos racimos y
baja productividad por planta. De manera paulatina, esto
226 • La ruralidad en tensión

fue acompañado por un cambio en los consumidores, los


cuales dejaron de beber el “vino con soda” y el vino servido
en el “clásico pingüinito” y pasaron a consumir, cada vez
más, vinos embotellados, con mayor diseño en las etiquetas;
a participar de “catas” para aprender más sobre vinos, para
poder percibir los aromas, sabores y hasta las características
culturales o del terroire que se trasmiten por medio del vino.
En síntesis, las nuevas plantaciones están orientadas
a mejorar las capacidades enológicas para producir
vinos de “calidad” que se adecúan mejor a las demandas
de ese nuevo consumidor y de los mercados. Esto ha
significado que más del 50% de los viñedos que existen
en el presente en Mendoza hayan sido plantados des-
de mediados de los años 1980, y casi mayormente (el
47%), desde mediados de los años 1990, según datos del
último censo nacional de viñedos (INV, 2011). Como
puede inferirse de este dato, el sostenimiento del área
implantada total que se observa en los últimos años (grá-
fico 1) esconde un profundo proceso de reconversión
vitivinícola en su eslabón primario. O sea, mientras que
se erradicaron viñedos –ya sea por baja productividad,
por el avance de la urbanización o solo por abandono
de fincas–, se produjo la implantación de nuevas vides
de mayor calidad.
Así, el crecimiento del valle de Uco se dio junto a la
(re)implantación de “uvas finas” para vinificar y despla-
zar rápidamente al resto de las regiones de la provincia.
Desde comienzos de 2000, el crecimiento de la superfi-
cie cultivada con vid en el valle de Uco fue del 85,4%;
por el contrario, la región este y el sur de la provincia
–con epicentro en San Rafael– se redujo el área cultiva-
da en -0,6% y -14,5% respectivamente (cuadro 1).
La ruralidad en tensión • 227

Cuadro 1. Variación de la superficie de vides en Mendoza,


por departamentos y regiones, 1985-2010, en %

Región Departamento 1990/1985 2000/1990 2010/2000

Centro Godoy Cruz -55,7% -81,4% -86,7%

Guaymallén -53,2% -36,5% -32,4%

Luján de Cuyo -36,8% 21,3% 37,6%

Maipú -31,8% -10,5% 7,3%

Total -35,8% -1,8% 18,0%

Este Junín -17,0% -5,9% 4,7%

La Paz -50,4% -14,5% -7,1%

Rivadavia -16,1% 1,4% -0,7%

San Martín -17,9% -6,2% -2,1%

Santa Rosa -15,3% 2,6% -2,0%

Total -17,4% -3,3% -0,6%

Norte Las Heras -36,4% -26,5% -3,8%

Lavalle -29,3% 1,4% 11,5%

Total -30,4% -2,7% 9,8%

Sur General Alvear -42,9% -24,7% -24,2%

San Rafael -40,5% -25,3% -11,1%

Malargüe

Total -41,1% -25,1% -14,5%

Valle de San Carlos -53,8% 42,3% 99,7%


Uco
Tunuyán -39,7% 61,3% 104,3%

Tupungato -34,2% 75,8% 61,7%

Total -43,6% 60,6% 85,4%

Total -29,5% -3,8% 9,3%


provincial
228 • La ruralidad en tensión

Elaboración propia con base en datos del los Censos de Viñedos


del INV.

Desde mediados de los años 1970, tanto enólogos


locales como internacionales vieron en el malbec una
cepa que se había adaptado a estas latitudes y que podía
dar como resultado un vino diferente a los producidos
en el resto del mundo. En búsqueda de una diferencia-
ción –que es lo que está buscando el nuevo consumi-
dor–, es que muchos enólogos comenzaron a proponer
la reimplantación de dicha cepa, hasta convertirla en la
actualidad en la insignia de nuestra vitivinicultura. El
malbec había sido reemplazado en la década de 1960
por otras variedades (cereza, criolla chica, criolla grande
y moscatel rosado) que brindaban mayor volumen, aun-
que eran de menor calidad. La recuperación del malbec
permitió, entonces, que hoy sea la cepa insignia del vino
argentino. Pero no fue la única implantada, también se
incluyó al cabernet sauvignon, cabernet franc y tannat,
entre muchas otras.
A mediados de los noventa, las cepas de calidad ya
cubrían el 41% del área cultivada y dos décadas más tar-
de (en la década de 2010) representaban el 69% del total.
Dentro de las variedades de alta calidad enológica, las
tintas fueron las de mayor crecimiento, concentraban el
51% del aumento total registrado en las variedades para
vinificar (INV, 2012). Como se muestra en el cuadro
2, una vez más, la distribución no es homogénea en el
territorio, y la región del valle de Uco ha sido la más
dinámica en este proceso.
La ruralidad en tensión • 229

Cuadro 2. Superficie implantada con las principales variedades de uva


de alta calidad enológica, según región, 1991-2012

Región 1991 2000 2012

Valores En Valores En Valores En


absolutos porcentaje absolutos porcentaje absolutos porcentaje

Centro 15 335 26% 18 489 24% 24 666 23%

Este 23 269 39% 28 777 37% 36 171 34%

Norte 5366 9% 7569 10% 9676 9%

Sur 8805 15% 9748 13% 10 741 10%

Valle 6662 11% 12 364 16% 24 805 23%


de Uco

Total 59 436 100% 76 948 100% 106 059 100%

Estimación propia con base en datos del INV.

Si bien en todas las regiones la superficie destinada


a uvas de calidad registró aumentos a lo largo de los
últimos veinte años, esta tendencia fue más intensa en
el valle de Uco, que triplicó la extensión en términos
absolutos y casi cuadruplicó su participación en tér-
minos relativos con relación al resto de las regiones,
en un período relativamente corto de veintiún años
(1991-2012). Las demás subregiones también presenta-
ron crecimientos de la superficie con uvas finas, pero
a un ritmo mucho menor. De esta manera, se puede
apreciar que el valle de Uco ha escalado posiciones
como región productora de uvas de alta calidad eno-
lógica, hasta posicionarse en 2012 en el segundo lugar,
desplazando a las subregiones centro y sur.
En relación a la importancia de las variedades en
términos de superficie, el cuadro 3 muestra que el mal-
bec encuentra su mayor participación en el valle de Uco
con un 39% en el año 2012, que supera a otras regiones
230 • La ruralidad en tensión

más tradicionales como el oasis norte. El valle también


se destaca por la producción de nuevas variedades de
expansión reciente como cabernet sauvignon y cabernet
franc, con el 26% y el 43% de la superficie provincial
destinada a esta producción respectivamente.5 Dentro
de las variedades blancas, el valle de Uco concentra los
mayores porcentajes de plantaciones de las únicas varie-
dades que, como indicábamos anteriormente, crecieron
en toda la provincia. En efecto, las vides de chardonnay
y sauvignon blanc constituyen el 38% y el 37% del total
de producción provincial respectivamente. Estas cepas
son las más reconocidas para la producción de vinos
varietales blancos y han alcanzado un elevado nivel de
aceptación tanto en el mercado interno como inter-
nacional. Finalmente, las variedades comunes muestran
una mayor presencia en el este (el 66%), seguido por el
sur (el 16%), el norte (el 10%) y, en menor medida, por
el centro (el 7%) y, finalmente, por el valle de Uco (el
1%). Esto indica que gran parte de la reconversión se
concentró en esta última región, con una clara prefe-
rencia hacia las uvas de calidad, mientras que los otros
dos oasis aún mantienen altos porcentajes de vides de
bajo nivel enológico. Estos elementos muestran, por un
lado, que el proceso de reconversión no fue homogéneo
dentro de la provincia y, por otro, que aún persiste un
mercado para las uvas comunes destinado a producir
vinos denominados genéricos.

5 Estas dos variedades (especialmente el cabernet franc) son las denomi-


nadas de maduración primeriza y crecen en climas más fríos que otras
variedades, lo que las constituye en una alternativa de cultivo de mejor
calidad en condiciones climáticas más rigurosas. Suelen ser cultivadas
para realizar cortes con cabernet sauvignon y merlot siguiendo el esti-
lo de Burdeos, pero también pueden ser vinificadas individualmente,
como se da en general en la región de Loire Chinon o Valle de Loira.
La ruralidad en tensión • 231

Cuadro 3. Participación de la superficie de vides según varietal


y variedades comunes, en porcentaje

Varietales Regiones

Centro Este Norte Sur Valle de total


Uco

Malbec 37% 16% 2% 6% 39% 100%

Cabernet 32% 24% 5% 13% 26% 100%


sauvignon

Syrah 11% 44% 18% 18% 10% 100%

Cabernet 47% 6% 1% 2% 43% 100%


franc

Tempranillo 14% 45% 11% 5% 25% 100%

Merlot 22% 26% 6% 13% 33% 100%

Bonarda 11% 54% 14% 14% 7% 100%

Chardonnay 23% 26% 7% 7% 38% 100%

Sauvignon 25% 28% 4% 7% 37% 100%


blanc

Uvas 7% 66% 10% 16% 1% 100%


“comunes”

Estimación propia con base en datos del INV 2012.

Por otro lado, este cambio en las variedades de plantas


fue acompañado por otras innovaciones tecnológicas que se
han observado en los últimos años, entre las que se destaca
el conjunto de prácticas agronómicas orientadas a reducir
los costos vinícolas. Esto también está asociado a la idea
de la nueva vinicultura que propicia la menor intervención
posible en la fase industrial con el fin de poder mantener
“vivas” las características de la uva y del terroire. Esto implica
que durante el ciclo biológico que repite cada año la planta
se desarrollen ciertas tareas para cuidar la calidad de la uva.
232 • La ruralidad en tensión

La forma de uso de estas prácticas depende, entre otros


factores, de la variedad de la vid, la zona donde se plantan
–tanto geológicas como climáticas–, las necesidades pro-
ductivas por parte del viticultor y el tipo de vino que se
quiera producir. Esto implica que hay una relación directa
entre las prácticas desarrolladas en el campo, el sistema
productivo y el producto final. Algunos de los principales
avances en este sentido están relacionados con el control
y el manejo de las condiciones ambientales –como el uso
de riego presurizado y las mallas antigranizo–, el control
de calidad de la uva en todo el proceso (desde la viña hasta
su industrialización) y la mayor interacción entre el enólo-
go, encargado de hacer el vino; el agrónomo, de controlar
las prácticas en el campo; y el productor, que es quien las
implementa.
Un cambio que operó rápidamente a mediados de los
años 1980 fue el sistema de conducción, en búsqueda de
una mayor insolación y un mejor acceso a los racimos. Esto
se logró a partir del control de la canopia y el raleo de
las plantas, por un lado, y el cambio en el sistema de con-
ducción, del clásico parral a la espaldera –sea esta baja o
alta–, por otro. En las últimas dos décadas, se observa un
incremento en el uso del sistema de conducción de espal-
dero alto y la implementación de parcelas puras (cuadro 4).
El primero parece apuntar a un proceso de mecanización,
mientras que el segundo está relacionado con una mayor
eficiencia en el control y selección de los racimos con los
que se trabaja finalmente.
Si bien por ahora los vinos de alta calidad no utilizan la
mecanización como una forma habitual de realizar las labo-
res (poda, aplicaciones de agroquímicos, desyerba, cosecha,
etcétera), es posible pensar que en un futuro no muy lejano
esto se produzca, lo que disminuiría los costos.
La ruralidad en tensión • 233

Cuadro 4. Características técnicas de la vitivinicultura de Mendoza,


en porcentaje

Región Según tipo de Según tipo de conducción


plantación

Puras “Al azar” Espaldera Espaldera Parral


alta baja

Centro 88,10% 7,80% 52,20% 12,70% 34,40%

Este 61,60% 33,20% 23,70% 10,30% 65,60%

Norte 70,80% 21,90% 32,40% 10,10% 56,50%

Sur 58,00% 30,70% 47,90% 22,50% 29,10%

Valle de 96,60% 2,10% 75,80% 7,10% 16,10%


Uco

Total de 72,40% 22,30% 40,80% 11,70% 46,90%


Mendoza

Estimación propia con base en datos del INV 2012.

Por último, los cambios producidos afectaron de forma


directa la estructura de los viñedos, en tanto estructura de
producción. Como veremos a continuación, al igual que
en otras producciones, se observa un proceso de concen-
tración de los viñedos unido a un aumento de su tamaño
medio. En cierta medida, esto estaría asociado al aumen-
to en la inversión que han tenido durante gran parte del
período estudiado.

Cambios en la estructura de los viñedos


Como ya se mencionó, desde 1979 la crisis del sector, pri-
mero, y la reconversión, después, produjeron una reduc-
ción de alrededor de 150 000 hectáreas de vides. Cuando
se analiza de manera comparativa qué paso a lo largo de
estos casi cuarenta años, nos encontramos con un proceso
de concentración de los viñedos y un aumento en el tamaño
promedio de los mismos (cuadro 5).
234 • La ruralidad en tensión

Si consideramos la variación entre los extremos


del período considerado, se observa que los viñedos de
menos de 5 hectáreas se redujeron en un 42%, los de 5
a 10 hectáreas lo hicieron en un 39%, los de 10 a 25
hectáreas, en un 19% y los mayores a 25 hectáreas, tan
solo un 4%. Sin embargo, si observamos las diferencias
entre los períodos, podemos ver que los viñedos meno-
res a 10 hectáreas, que representaban el 83% en 1968,
no dejaron de disminuir a lo largo de todo el período,
mientras que los más grandes encontraron su piso al
final de la crisis (en 1991) y a partir de allí comenzaron
a recuperarse. Esto impactó de forma directa en la par-
ticipación relativa que tiene cada segmento en el total,
como puede verse en el cuadro.
Al tomar los datos de la última década, se observa
como la transformación del sector impactó de forma
heterogénea sobre la estructura de los viñedos y su
distribución en el territorio provincial. Comparando en
términos regionales, el este y el sur disminuyeron en
términos absolutos la superficie media de sus viñedos.
En la región del centro se observa una situación ambi-
gua, ya que mientras los departamentos de Luján de
Cuyo y Maipú muestran un incremento, los departa-
mentos de Godoy Cruz y Guaymallén estarían com-
pletando un ciclo de erradicación de sus viñedos. Esto
se debió a un proceso de urbanización y al avance de
la mancha urbana de la ciudad de Mendoza. Como se
viene señalando, ello contrasta con lo sucedido en el
valle de Uco. Aquí la cantidad de viñedos durante la
última década creció un 50%, mientras que la superficie
lo hizo en un 85%. Dentro de esta región, Tunuyán fue
el departamento más dinámico, seguido por San Carlos
y, por último, por Tupungato.
La ruralidad en tensión • 235

Cuadro 5. Cantidad de viñedos según escala de superficie en Mendoza,


1967-2012

Estimación propia con base en datos del INV.

En cuanto a la ocupación de la superficie por parte


de los viñedos, se observa un comportamiento similar
a la cantidad de viñedos, es decir, una reducción de la
ocupación de los viñedos más pequeños (inferior a 10
hectáreas) y un aumento de la ocupación de la superficie
por los más grandes (superior a 25 hectáreas).
En este sentido, el cuadro 6 muestra cómo los
viñedos de hasta 10 hectáreas ocupaban el 39% de la
superficie hasta 1991 y a partir de allí comenzaron
a disminuir representando el 30% en 2012. En con-
traste, los viñedos mayores a las 25 hectáreas pasaron
del 35% de la superficie implantada en 1991 al 44%
del total en 2012.
Esto quiere decir que si tomamos punta a punta
(1968-2012), en la base (> de 5 hectáreas) de la pirá-
mide nos encontraríamos que en 1968 el 62% de los
viñedos ocupaban el 20% y casi medio siglo después
(2012), el 57% de los viñedos solo ocupa el 14% de
la superficie. Por el contario, en la cúspide (> de 25
hectáreas) el 5% de los viñedos representaban el 37%
de la extensión de vides implantadas y en 2012 esta
relación pasó a ser que el 7% concentra el 44% del total.
A pesar de esto último, los viñedos pequeños (< de 5
hectáreas) y medianos-chicos (entre 5 y 10 hectáreas)
siguen ocupando el 30% del total del área implantada en
la provincia (cuadros 5 y 6).
236 • La ruralidad en tensión

Cuadro 6. Tamaño de los viñedos según escala de superficie en Mendoza,


1991-2012

Estimación propia con base en datos del INV.

Si bien los datos brindados por el INV no espe-


cifican la propiedad de los viñedos, el aumento de los
estratos más altos (mayores de 25 hectáreas y entre
50 y 100 hectáreas, en particular) se puede asociar a
emprendimientos vitivinícolas de tipo empresarial y a
procesos de integración vertical hacia atrás por parte de
las bodegas (Aspiazu y Basualdo, 2003; Martín, 2009).
Finalmente, resulta interesante observar lo sucedido
en el valle de Uco en comparación al resto de la provin-
cia, ya que se evidencian procesos diferentes. Mientras
todas las regiones pierden viñedos, el valle de Uco no
solo se recupera luego de la crisis, sino que entre los
años 2000 y 2010 la cantidad de viñedos crecieron un
50%, muy por encima de las otras regiones (cuadro 7).
La ruralidad en tensión • 237

Cuadro 7. Evolución de los viñedos por región en la provincia de Mendoza,


1985-2010

Regiones Años

1985 1990 2000 2010

Centro 5290 3308 2300 2282

Este 9403 8017 6939 7142

Norte 2303 1731 1352 1460

Sur 9013 6254 4452 4018

Valle de Uco 1381 808 971 1459

Total 27 390 20 118 16 014 16 361

Estimación propia con base en datos del INV.

Este proceso estuvo acompañado por un aumento del


tamaño de los establecimientos. Esto implicó que los más
grandes crecieron más y ocuparon una extensión mucho
más amplia que antes (cuadros 8 y 9). Como consecuen-
cia, en el valle de Uco el tamaño medio de viñedos es de
16 hectáreas –llega a 22 hectáreas en Tunuyán–, cuando
la media provincial es de 9 hectáreas (Cerdá y Hernández
Duarte, 2013).6

6 En el resto de las regiones los valores son: centro 12,4 hectáreas; este 9,5
hectáreas; norte 10,4 hectáreas y sur 4,7 hectáreas.
238 • La ruralidad en tensión

Cuadro 8. Cantidad de viñedos según escala de superficie


en el valle de Uco, 1991-2012

Escala Valores absolutos En porcentaje del total


(ha)
1991 2000 2012 1991 2000 2012

< de 5 382 392 588 49% 40% 38%

5 a 10 202 254 382 26% 26% 25%

10 a 25 134 207 333 17% 21% 21%

> 25 68 118 253 9% 12% 16%

Total 786 971 1.556 100% 100% 100%

Elaboración propia con base en datos del INV.

Cuadro 9. Tamaño de los viñedos según escala de superficie


en el valle de Uco, 1991-2012

Escala Valores absolutos En porcentaje


(ha)
1991 2000 2012 1991 2000 2012

< de 5 1043 1177 1694 13% 9% 7%

5 a 10 1495 1891 2911 19% 15% 11%

10 a 25 2089 3316 5420 27% 25% 21%

> de 25 3151 6640 15 520 41% 51% 61%

Total 7779 13 024 25 545 100% 100% 100%

Elaboración propia con base en datos del INV.


La ruralidad en tensión • 239

Conclusiones

A lo largo de este capítulo, se ha analizado la evolución de


la vitivinicultura en la provincia de Mendoza a la luz de los
cambios ocurridos a nivel global. Esta agroindustria no solo
ha sabido sobrevivir a los vaivenes de la economía nacional,
sino que, en las últimas décadas, demostró un alto nivel de
adaptación a las nuevas condiciones del mercado mundial.
Sin lugar a dudas, este proceso ha sido muy heterogéneo a
lo largo del territorio provincial.
El nuevo modelo productivo corrió el eje desde el oasis
norte hacia la “periferia” (el valle de Uco). Este corrimiento
no solo se dio en términos simbólicos, sino también econó-
micos. Acompañando al aumento de la superficie con varie-
dades de alta calidad enológica, se observa un incremento
de prácticas en el cultivo que se ajustan a las nuevas necesi-
dades productivas. De esta manera, en las nuevas plantacio-
nes y en aquellas reconvertidas se observa la introducción
de prácticas tales como la agrupación de parcelas puras y
el sistema de conducción en espaldera alta, que apuntan a
facilitar las labores mecánicas del cultivo y a incrementar la
productividad de las mismas.

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La agroindustria yerbatera

Acción colectiva y sujetos sociales en Misiones


(1953-2002)

LISANDRO RODRÍGUEZ (CONICET/FHYCS,UNAM)

Introducción: la yerba mate como actividad


agroindustrial

La actual provincia de Misiones forma parte durante el


período 1881-1953 de los denominados Territorios Nacio-
nales.1 Es en esta etapa2 cuando la actividad yerbatera cre-
ce de modo significativo, al tiempo que se promueve la
colonización del territorio (a partir del cultivo de la yerba
mate) al amparo del Estado nacional.3 El Ilex paraguariensis

1 Entre 1881 y 1953 Misiones permanece bajo la tutela del Poder Ejecutivo
Nacional como Territorio Nacional, en virtud de lo establecido por las leyes
1149 del 22/12/81 y la 1532 del 16/10/84, Orgánica de Territorios Nacio-
nales. La ley es sancionada por el Congreso Nacional el 20 de diciembre de
1881; establece los límites de la provincia de Corrientes y con las tierras que
quedan fuera de los mismos, se organiza una Gobernación General y se
reglamentan sus atribuciones.
2 La actividad yerbatera se divide en dos etapas: 1) el frente extractivo, que
consiste en la apropiación de la planta en su estado silvestre, que se inicia en
1875 con la habilitación de la extracción en la región de la actual provincia
de Misiones; y 2) la de plantación y producción, que se extiende desde 1920
hasta la actualidad.
3 A partir de 1926, por medio de un decreto firmado por el presidente Marce-
lo T. Alvear, la Dirección Nacional de Tierras establece la obligación de resi-
dencia para las explotaciones adjudicadas y la plantación entre un 25% y
50% de la superficie con yerba mate. Los productores que plantaran yerba
mate en un 75% del territorio adjudicado quedaban eximidos de la obliga-
ción de residencia, pero a cambio debían pagar un recargo en el precio de la
tierra.

243
244 • La ruralidad en tensión

se consolida entonces como cultivo poblador e influye en la


conformación de las explotaciones familiares y en la expan-
sión de la frontera agrícola. Las modificaciones dan inicio
a la industria yerbatera, que demanda mayores inversiones
de capital, incorporación de nuevas tecnologías y renovadas
formas de organización del trabajo agrícola (Rau, 2012).
Con el desarrollo de la agroindustria yerbatera, la
producción aumenta a un ritmo considerable, hecho que
genera conflictos de intereses con los importadores y el
gobierno brasileño, país que hasta la década de 1930 abas-
tece el mercado argentino. En este contexto y en el marco
de un Estado intervencionista, se crea en 1935 la Comisión
Reguladora de la Yerba Mate (CRYM) por la ley nacional
12236, entidad que entre sus funciones destaca la de:

Fijar las condiciones de elaboración, sanidad e higiene del


producto en el ciclo de la zafra hasta su entrega al consumo
con el asesoramiento de las reparticiones públicas especiali-
zadas; y reglamentar la época en que debe efectuarse la poda
y vigilar el cumplimiento de la prohibición de la poda pre-
matura (CRYM, 1936).

Un año más tarde, con el objetivo de regular la oferta


acorde a las necesidades de consumo, se crea por el decre-
to 83816 el Mercado Concentrador de la Yerba Mate
(MCYM). La principal función de esta institución consiste
en realizar la venta de la yerba mate de los productores en
el momento adecuado y al precio estipulado por la CRYM,
además de facilitar al colono almacenamiento y transporte;
como así también el pago de su producción y el otorga-
miento de un crédito prendario financiado por el Banco de
la Nación Argentina.
La CRYM y el MCYM son las instituciones promo-
vidas por el Estado y las principales interlocutoras de los
productores yerbateros. Además de fijar períodos de cose-
cha y cupos de entrega, establecen los cánones técnicos
La ruralidad en tensión • 245

de elaboración.4 Las discusiones y decisiones involucran a


partir de 1953, además del Estado nacional, a la reciente
provincia de Misiones, particularmente al Ministerio del
Agro y la Producción. A partir de entonces, los productores
yerbateros misioneros establecen demandas en dos planos:
nacional y provincial. Las respuestas no son homogéneas
y en no pocos casos se evidencian contradicciones en la
medidas a implementar.
Las alternancias de períodos de bonanzas y crisis en
el sector generan ciclos que a su vez definen la compo-
sición y variación de las explotaciones agrícolas, general-
mente determinan la implementación de nuevos cultivos,
como por ejemplo el tung, aunque la yerba mate conti-
núa en todas las etapas como el producto principal de la
estructura agraria provincial. Entonces, el agro misione-
ro se caracteriza por la existencia de distintos complejos
agroindustriales (tabaco, té, yerba mate) que coexisten con
grandes latifundios y la foresto-industria (Schiavoni, 1995).
El escenario registra, generalmente, una oferta atomizada
y una demanda concentrada, características que derivan en
un mercado oligopsónico (Freaza, 2002: 89). La actividad
yerbatera no escapa a esta lógica y es la razón por la que
históricamente se encuentra en un estado latente de con-
flicto como consecuencia de la desigual participación de
los actores sociales –en especial, pequeños productores–
en la apropiación de las ganancias que genera la “industria
madre” de la provincia.

4 El proceso de producción de la yerba mate se divide en dos etapas. La pri-


mera comprende la cosecha de la hoja verde hasta la obtención de yerba
mate canchada y estacionada. En esta instancia, el objetivo principal es
reducir los niveles de humedad. La segunda etapa se inicia en el molino y
culmina en la elaboración del producto para su comercialización.
246 • La ruralidad en tensión

Provincialización: nuevos cultivos y prohibición


de cosecha (1953-1967)

En 1953, el Territorio Nacional de Misiones adquiere esta-


tus de provincia, hecho que en términos políticos le otorga
el carácter de autonomía y pone fin a la ciudadanía limitada.
La consolidación institucional de la provincia es un proceso
complejo, signado por las reiteradas interrupciones e inter-
venciones determinadas por los gobiernos cívico-militares
que se sucedieron desde 1955. Buena parte de las medidas
trascienden el plano económico, y la misma organización
de la administración surge de interventores federales, por
lo general a través de decretos-ley (Gutiérrez, 2011).
En la agroindustria yerbatera, desde 1952, se da lugar
a la liberación de las cosechas. La producción asciende en
1953 para luego descender considerablemente en 1956. La
decadencia se atribuye a la ausencia de cupos que, rápida-
mente, afecta los rendimientos de áreas cosechadas anual-
mente, hasta llegar al borde de la explotación descontrolada.
Esta situación obliga a los productores a requerir al Estado
autorización para las nuevas plantaciones, cuyos efectos no
se hacen esperar y constituyen la base de la crisis que per-
siste luego de 1967, cuando el ciclo de estas plantas alcanza
su máxima producción (Bolsi, 1986). Además, la crisis yer-
batera altera la estabilidad que caracteriza a la tenencia de
la tierra y las nuevas plantaciones efectuadas son realizados
por plantadores y corporaciones, antes que por los peque-
ños y medianos colonos (Bartolomé, 1975).
El contexto favorece a la consolidación de una nueva
burguesía agroindustrial que concentra cada vez más verti-
calmente algunos de los circuitos productivos tradicionales
de la economía agraria (Schvorer, 2011). La situación de
crisis que atraviesa el sector durante este período es per-
manente. La instrumentación y el traslado de la CRYM a
la zona productora (Posadas) representan un paliativo, pero
La ruralidad en tensión • 247

no responden a las condiciones estructurales. La crisis yer-


batera es manifestada, e incluso vaticinada, por el movi-
miento cooperativo:

La economía yerbatera se verá abogada a un problema que ya


fue conocido en otros tiempos: la superproducción. Induda-
blemente, los elevados precios con los que la yerba mate llega
al consumidor y su deficiente calidad, no propenden precisa-
mente a un aumento en el consumo y si bien estos aspectos
han de ser superados cuando la producción sea mayor que la
demanda, es muy probable que entonces se vuelva contra el
productor yerbatero, que tal vez no pueda pensar en la venta
total de su producción (FEDECOOP, 1959).

Los productores se ven condicionados por el panorama


económico y político; por ende, buscan alternativas que
generen respuestas concretas a sus necesidades. El objeti-
vo es que las producciones de sus chacras, particularmente
la yerba mate, sean competitivas en el mercado. A partir
de 1958, el escenario nacional toma un nuevo rumbo. La
asunción de Arturo Frondizi como presidente de la nación
(1958-1962) determina modificaciones estructurales, tanto
en términos políticos como económicos, canalizados a tra-
vés del desarrollismo. En la región yerbatera, la situación
agrícola parece no mejorar su rumbo. Las demandas se
materializan nuevamente en el pedido explícito por parte
de los pequeños productores para que el Estado interfiera,
a través de la CRYM, en la importación de yerba en un
contexto caracterizado por la superproducción de origen
nacional:

Llama poderosamente la atención el desconocimiento de que


hicieron gala los negociadores argentinos del unánime pro-
nunciamiento de la CRYM en el que el sentido de la inclu-
sión de la yerba mate en las listas nacionales y/o comunes
a tratar por la Comisión Latinoamericana de Libre Comer-
cio, provocaría la desarticulación de la producción yerbatera
de las provincias del N.E. argentino y por ende de sus eco-
nomías […]. De nada valió la sólida argumentación vertida
248 • La ruralidad en tensión

ante la propia comisión negociadora en Montevideo, por el


miembro designado por la CRYM en representación de los
productores, que señalaba las graves consecuencias, que las
liberalidades que se otorgaren, podría acarrear a la familia
agrícola de la zona, así como a millares de trabajadores y,
en suma, a la economía misma de la provincia. Tampoco
tuvieron traducción práctica las promesas formuladas en las
altas esferas del Gobierno Nacional de que la actitud oficial
sería coincidente con la propiciada por los productores. Se
evidenció otra vez que prevalecen los intereses de grupo a los
legítimos intereses agrarios (FEDECOOP, 1963).

El rol y los límites de la CRYM son cuestionados. La


base de esta controversia radica en que a partir de 1956
esta institución oficial posee una fuerte injerencia por parte
algunos sectores de la producción, que en la práctica son
los grandes plantadores, los sectores productores y agroin-
dustriales (Roze, 2006). Es al interior del organismo que
se evidencian las relaciones de poder y se traslucen los
intereses sectoriales. La puja de poder deviene en un ámbi-
to propicio para el establecimiento correntino Las Marías.
Grandes plantadores integran el directorio de la entidad
oficial en representación de esta empresa, pero también
participan como representantes de los molineros, favore-
cidos por ostentar los distintos eslabones de la actividad.
Este accionar le permite ampliar su liderazgo en el mercado
yerbatero, mientras consolidan su posición política ante el
Estado (Schamber, 2001).
Empero, desde la Comisión Intergremial de Defensa de
la Economía Yerbatera (CIDEY), integrada por la Asocia-
ción Rural Yerbatera Argentina (ARYA), el Centro Agrario
Yerbatero Argentino (CAYA) y la Federación de Cooperati-
vas de Misiones (FEDECOOP), argumentan que el proble-
ma de la yerba mate no se reduce en la crítica a la CRYM
y al MCYM, incluso consideran que la limitación no es
una solución a la coyuntura que atraviesa el sector. Desde
La ruralidad en tensión • 249

esta institución –y desde una perspectiva diacrónica–, se


percibe la polarización que existe históricamente entre pro-
ductores y molineros:

En un examen de la situación actual del problema podemos


percibir, por vía de síntesis, que existe en concreto un ataque
directo en contra del sistema de ordenamiento de la eco-
nomía yerbatera, responsabilizando a la CRYM de todas
las dificultades, debilitando el funcionamiento del Mercado
Consignatario y atacando a las organizaciones gremiales de
productores y a sus representantes […]. El planteo consti-
tuye un episodio más de una lucha de sectores industriales,
en las que se quiere envolver y manejar a la producción
(CIDEY, 1965: 2).

La década de 1960 se inaugura con una nueva crisis


de sobreoferta yerbatera, generada por la liberación de las
cosechas. La cuestionada CRYM –que desde 1963 reco-
mienda limitar las cosechas– opta por prohibir la cosecha
en 1966, lo que significa un severo golpe para los producto-
res que desde hacía diez años venían siendo alentados por
la Dirección de la Yerba Mate a replantar nuevos yerbales
(Gutiérrez, 2011). El movimiento cooperativo de la región
manifiesta la situación descripta:

Puestos los productores en la tremenda encrucijada de solici-


tar el no levantamiento de la cosecha 1966, como un heroico
recurso para no llevar, a sus propias expensas, el orden a la
economía de este producto y sancionada la prohibición de
cosecha por el Decreto N° 1922/66, quedó al descubierto la
inconsistencia de la argumentación esgrimidas por quienes
atentos a sus exclusivos intereses se esforzaron por impedir la
adopción de tal medida. No ha faltado yerba para la molienda
y al 31 de diciembre del año 1966, se anotaba una existencia
de 131.000.000 de kilogramos en el depósito del Mercado
Consignatario. Sin embargo, es preciso señalar que el sacri-
ficio de los yerbateros, cuya determinación hizo que quedara
en las plantas más del 95% de la posible cosecha, fue escarne-
cido por las ventajas logradas por quienes al amparo de reso-
luciones judiciales totalmente alejadas de razones de interés
250 • La ruralidad en tensión

general, no solamente hicieron sus cosechas, sino que incita-


ron a los productores, con todos los medios a su alcance, a
imitar su ejemplo, en la seguridad que en el desorden habría
de prevalecer la ley del más fuerte (FEDECOOP, 1966).

Persistencia de la crisis (1967-1976)

La superficie cultivada se amplía desde 1954, y llega al


límite de las 120 000 o 130 000 hectáreas, con un 50% de
plantas nuevas en 1965. Cuando estas plantas comienzan a
producir, se reduce la superficie cosechada y los rendimien-
tos alcanzan niveles muy altos. Las existencias, otra vez
abultadas, son uno de los factores principales de la crisis.
No solo influyen las variaciones del consumo. Antes bien,
los productores realizan en 1966 y 1967 cosechas clandes-
tinas o disponen del producto consignado en chacra con
la idea de reponerlo luego. La crisis yerbatera persiste en
estos años tanto por el vuelco al mercado libre que ofre-
ce precios más bajos como por los problemas de orden
financiero y económico que entorpecen el progreso de los
yerbateros (Bolsi, 1986). El comercio exterior aparece como
una opción, aunque, como lo evidencian los registros, los
niveles exportados son mínimos y no alcanzan a cubrir las
condiciones decadentes y, paradójicamente, no superan a
las importaciones.
La década de 1960 se caracteriza por un permanente
estado de crisis agrícola en la región, dado el deterioro de
los precios de los principales productos. Para fines del dece-
nio, el productor percibe (en precios constantes) valores
sustanciales menores a los recibidos al inicio del período.
El descenso de los precios es muy notorio para el caso del
té y del tung, y menor para la yerba y el tabaco, cultivos
en los que es importante la intervención del Estado en la
primera etapa de comercialización, a través de la CRYM y
el Fondo Especial del Tabaco (FET). A su vez, el costo de
vida aumenta de modo sostenido en estos años; el pequeño
La ruralidad en tensión • 251

y mediano productor se mantiene a costa de un desmejora-


miento de sus condiciones de vida (Schiavoni, 1995). Desde
mediados de la década del sesenta, sobrevienen diversos
factores críticos que si bien aquejan a la producción yer-
batera, impactan sobre los otros cultivos importantes, los
que a su vez enfrentan difíciles condiciones de mercado. La
situación disminuye las posibilidades de capitalización de
los productores menos favorecidos y crea condiciones para
el surgimiento de la protesta agraria (Bartolomé, 1982).

El quiebre entre sociedad civil y Estado que determina el


gobierno militar de junio de 1966, con la liquidación de los
mecanismos políticos que establecían la mediación entre esas
dos esferas y determinaban la selección de los intelectuales
orgánicos, es decir los partidos, recrea las condiciones de
accionar político (Roze, 2011: 62).

En los inicios de la década de 1970, la economía aún es


primaria y, como no se ha utilizado todo el espacio dispo-
nible, es extensiva más que intensiva. La situación y pers-
pectivas de los principales productos son desalentadoras.
La crisis no obedece solamente a problemas coyunturales,
expresa el carácter inadecuado de una estructura producti-
va basada fundamentalmente en cultivos tradicionales, cuya
producción se enfrenta con mercados que tienen una capa-
cidad de absorción muy limitada. La CRYM regula la pro-
ducción de yerba mate mediante cupos de cultivos, precios
y control de la comercialización; paga a los productores
el 60% del precio del producto, el 40% restante (la prenda
yerbatera) debe ser abona con posterioridad a la venta del
producto (ajustado al precio real). El pago se hace a través
de las entidades bancarias.
Se registran además canales de comercialización alter-
nativos al mercado consignatario, hecho que provoca un
mercado paralelo. En 1971 la CRYM adeuda a los pro-
ductores el pago de la prenda yerbatera correspondiente a
seis períodos anuales. La persistencia de la crisis es cons-
tante. El cooperativismo yerbatero expone esta situación
252 • La ruralidad en tensión

al denunciar la falta de solución por parte de su princi-


pal interlocutor: el Estado nacional y provincial. Se perci-
be en esta etapa un “alejamiento” de la regulación estatal,
que se agudiza y consolida con el advenimiento del neo-
liberalismo.

Los problemas que afectan a la economía de este producto


no encontraron solución. Las presentaciones, delegaciones,
entrevistas, publicaciones y el permanente clamor de los
productores continúan siendo “campanas de palos”, para los
oídos de quienes dependen las soluciones […]. Creemos que
solamente un productor yerbatero puede admitir que, en
1971 se adeuden todavía saldos que corresponden a la con-
signación de la cosecha de 1965. Solamente a él le toca obser-
var impotente, como sus acreencias se esfuman devoradas
por una feroz inflación por la insolvencia de un organis-
mo que se supone creado para la defensa de sus legítimos
intereses y al que la inercia oficial mantiene maniatado […].
Solamente un yerbatero admitirá como posible que mientras
él se ve constreñido a dejar un 70% de su propia producción
en la planta se posibilite generosamente, por las autoridades
nacionales, la introducción del producto similar extranjero
(FEDECOOP, 1972).

El contexto provoca el accionar gremial de los yer-


bateros. Las demandas están destinadas tanto al gobierno
nacional como al provincial. Esta situación desencadena un
descontento generalizado de los productores, no solo de los
yerbateros porque el impacto de la crisis se siente también
en la producción del té y, en menor medida, sobre el tabaco,
es decir en todo el agro regional. En la provincia hace su
aparición el Movimiento Agrario Misionero (MAM) que
se constituye en la localidad de Oberá en mayo de 1971.
Las principales reivindicaciones se orientan en mejorar los
precios de los productos agrícolas y sus instrumentos de
comercialización. Desde el momento de su fundación, se
consolida como la organización gremial de mayor relevan-
cia y legitimidad debido a su capacidad de movilización en
toda la provincia (Bartolomé, 1982).
La ruralidad en tensión • 253

En esta etapa, se percibe la crisis de las asociaciones.


Los registros constatan estos altibajos, y los productores de
la región –particularmente, los pequeños– consideran que
las entidades tradicionales y de mayor tamaño en la región
ya no representan sus intereses. La crisis del movimien-
to cooperativo se hace sentir, al alejamiento de asociados
de las entidades más convocantes se suma las restricciones
que tienen los pequeños productores para formar nuevas
cooperativas, con características más próximas a sus reali-
dades. A partir de entonces, el MAM se posiciona con la
entidad gremial que más productores reúne. Con el adveni-
miento de la dictadura militar (1976-1983), el movimiento
sufre un retroceso como consecuencia de la persecución de
sus principales dirigentes (Torres, 1999).
En los últimos años de la década del sesenta, se conso-
lida una burguesía agroindustrial de capitales regionales y
con capitales mixtos ligados a intereses extrarregionales. Es
decir, que junto a productores de reducido tamaño, imposi-
bilitados de un efectivo proceso de acumulación, existe un
estrato de empresas que no solo actúan en el proceso de
comercialización, sino que también participan de la fase de
producción a partir de sus propias plantaciones. Esta clase
empresarial, que en un principio se alía con los pequeños
y medianos productores en el reclamo por las condiciones
productivas, rápidamente se aleja al quedar formalmente
conformado el MAM, para pasar a constituir, luego, uno
de los agentes hacia los cuales están dirigidos los reclamos
(Galafassi, 2008).

Neoliberalismo en la agroindustria yerbatera


(1976-2002)

El período que se inaugura con el golpe militar de 1976


se caracteriza por la liberación de cosecha, como así tam-
bién por la expansión regulada del cultivo, es decir de la
254 • La ruralidad en tensión

superficie implantada. En 1973 el Estado nacional sanciona


la ley 20371, que otorga el carácter autárquico a la CRYM
(la institución presenta hasta entonces el carácter autónomo
que le asigna la ley 12326 de 1935), cuya vigencia se extien-
de hasta la desregulación total en 1991. La década del seten-
ta se caracteriza por la declinación en los rendimientos por
hectárea cosechada, al tiempo que la yerba canchada tam-
bién registra la misma variable. La caída es del 27% en 1983
si se toman los valores correspondientes a 1973 (Freaza,
2002: 116). A mediados del decenio, las cooperativas mani-
fiestan su preocupación ante la situación económica que
atraviesa el país y se refieren a la crisis general del agro:

Estamos frente a la aplicación de una nueva política econó-


mica en el país […]. Estamos asistiendo incrédulos a una veloz
y anárquica transformación de toda la estructura económica
de la nación […]. La falta de insumo en todo intento produc-
tivo, el alza incontenible de los costos, la sofocante espiral
inflacionaria, la carencia de dinero y el alto costo financie-
ro de los préstamos, todo esto nos lleva inexorablemente a
un estrangulamiento de todos los caminos que normalmente
deben converger hacia lo positivo en materia de producción,
sin la cual no existe estabilidad económica, social y política
posible (FEDECOOP, 1976).

Los discursos de esta entidad de segundo grado, plas-


mados en sus memorias, aluden al contexto económico.
Empero, no se percibe una reacción contra la dictadura,
sino que depositan las “esperanzas” en el nuevo gobierno
de facto:

Es comprensible que en este momento tengamos fe en las


nuevas instancias que se abren en el orden nacional al igual
que en el orden regional, y que exista de nuestra parte una
expectativa reconfortante por los principios, declaraciones
y resoluciones enunciadas en los primeros días del nuevo
gobierno instaurado a fines de marzo […]. Nos asimos con
firme esperanzas a la reconstrucción prospectiva que emana
La ruralidad en tensión • 255

del Acta del 24 de marzo de 1976 que fija propósitos y


objetivos básicos para el proceso de reorganización nacional
(FEDECOOP, 1976).

En el período democrático inaugurado en 1983, el


gobierno radical de Misiones del Dr. Ricardo Barrios Arre-
chea (1983-1987) interviene la Comisión Reguladora de la
Yerba Mate:

Según versiones de informantes que tuvieron una importan-


tísima función durante dicho gobierno, la imposibilidad de
llevar a cabo una política yerbatera desde el estado provincial
por el dominio que en la CRYM tenían entonces los grandes
grupos molineros, fue el motivo fundamental por el que se la
intervino. Durante el gobierno del peronista Dr. Julio César
Humada (1987-1991), que según algunos comentarios contó
en su campaña proselitista con ayuda financiera de algunas
grandes industrias molineras excluidas de ciertos beneficios
de la política llevada a cabo por el radicalismo, se volvió a
conformar el directorio de la CRYM, aunque ésta en realidad,
ya casi no tenia incidencia en el mercado por falta de fondos
para consignar la yerba mate (Schamber, 2000: 232).

Las transformaciones económicas, sociales y políticas,


que devienen con la adopción –desde fines de la década
del setenta y acentuadas en los noventa– del neoliberalis-
mo como régimen social de acumulación, provocan modi-
ficaciones estructurales en la agroindustria yerbatera. La
desregulación, la descentralización de la economía, la modi-
ficación de las estrategias productivas y el surgimiento de
nuevos actores sociales son las características destacadas de
este modelo. En este contexto, priman, entre otros factores,
la inversión de capital y la incorporación de tecnología.
En este escenario, la reproducción de los pequeños pro-
ductores yerbateros queda sujeta a su integración en los
complejos agroindustriales y a los planes compensatorios
que intentan reducir, en parte, los efectos expulsores de los
procesos de diferenciación agraria (Schiavoni, 2008).
256 • La ruralidad en tensión

La profundización de los procesos de diferenciación


social agraria y de la crisis de los cultivos tradicionales
–principalmente, la yerba mate– provoca, además, la expul-
sión de población rural a los centros urbanos más impor-
tantes de la región (Posadas y Corrientes) y al área metro-
politana y de la provincia de Buenos Aires. A la luz de estas
modificaciones, emergen nuevos actores sociales, tanto en
los grupos dominantes –representados por los molineros
y empresarios forestales– como en los sectores subalter-
nos y desfavorecidos, integrantes de la denominada agri-
cultura familiar.
El nuevo modelo de acumulación provoca una crisis en
el sector yerbatero y, por ende, en las formas tradicionales
de asociación, particularmente en las cooperativas que, des-
de 1926, agrupan a los pequeños y medianos productores
misioneros. La experiencia de regulación del Estado por
intermedio de la Comisión Reguladora de la Yerba Mate
(CRYM) llega a su fin –luego de 56 años– en 1991 por
intermedio del decreto de desregulación 2284/91.

Debe aclararse que si bien esta intervención reguladora del


Estado continuó durante la dictadura militar, los intereses de
los pequeños productores en el directorio de la CRYM se vio
fuertemente debilitado al no constituir mayoría en el mismo
y por la represión ejercida sobre el Movimiento Agrario de
Misiones que, como sus similares de Chaco y Formosa –ligas
agrarias– habían crecido en la década del 70 como movi-
miento representativo de los pequeños y medianos produc-
tores del NEA (Slutsky, 2011: 393).

En la primera mitad de la década del noventa –poste-


rior a la desaparición de la CRYM–, los precios de la yerba
mate se mantienen estables dada la existencia en stock de
yerba canchada y al crecimiento de las exportaciones que se
registran a partir de 1991, cuando se posibilita retirar del
mercado doméstico volúmenes importantes de yerba mate.
La colocación del producto en el mercado externo permite
disimular los efectos de la sobreproducción (Gortari, 1998);
La ruralidad en tensión • 257

razón por la cual no se registran mayores conflictos en la


actividad. Esta realidad se manifiesta en las asociaciones
colectivas:

En el transcurso del presente ejercicio nuestra producción de


yerba mate canchada fue casi igual que el año anterior […].
En cuanto al precio de la hoja verde, este Consejo de Admi-
nistración con gran esfuerzo pudo mantener los valores del
ejercicio anterior, bien sabemos que el mismo es deficitario
para el productor, tratamos de pagar el máximo posible, ya
que el precio de la yerba mate canchada sigue en baja y el
costo de la elaboración sigue en alza, debido a los constan-
tes aumentos en el combustible, energía eléctrica. El precio
abonado al socio es de 4,5 centavos por kilogramos en planta,
si le agregamos los gastos de cosecha, capataz, flete, seguros,
aportes provisionales, llegamos a 9 centavos por kilogramos
de hoja verde puesta en secadero […]. Ya ni siquiera podemos
hablar de crisis, pues la situación actual que atraviesa el pro-
ductor en general llegó a límites extremos, y el productor ya
no tiene márgenes para nada, porque está al límite mismo de
su subsistencia y de mantenerse esta situación tiende a des-
aparecer como tal (Cooperativa de Productores Yerbateros de
Jardín América, 1999).

Entre 1995 y 2000, los precios inician una caída noto-


ria. A pesar de la reducción en el precio de la hoja verde
y canchada que percibe el productor, el precio del pro-
ducto final en las góndolas de los supermercados mantiene
un ritmo ascendente, lo que genera márgenes de ganancias
extraordinarias para el sector industrial, es decir para los
principales molinos. Las modificaciones conllevan a que
el sector industrial acentué el proceso de concentración
–que comienza desarrollarse por la crisis que sufre la acti-
vidad yerbatera en 1966– por las fluctuaciones económicas
que afectan al producto y la política económica financiera
nacional. La situación se complementa con la influencia
creciente de las cadenas comercializadoras, y ambas conso-
lidan su papel en tanto eslabones que dirigen el sector, al
258 • La ruralidad en tensión

tiempo que absorben las mayores ganancias (Magán, 2008).


Estas medidas contribuyen a debilitar el papel del Estado en
la actividad y a disminuir la eficiencia del sector público.
Otro rasgo particular de la desregulación en el sector es
que muchas empresas agroindustriales yerbateras avanzan
en la externalización de sus funciones y tienden cada vez
más a tercerizar las cosechas y el transporte de la materia
prima. El proceso da lugar a la expansión de un sector de
empresas de servicios especializadas, como los contratis-
tas de mano de obra, vendedores de servicios de cosecha
y transporte. El crecimiento de este sector, en las condi-
ciones de desregulación del mercado laboral, se constituye
en factor de expansión de la informalidad y precarización
del empleo asalariado yerbatero; por ejemplo, el trabajo no
registrado, el pago a destajo y las pésimas condiciones de
los lugares de labor (Rau, 2012).
La década se caracteriza –siguiendo estas tendencias–
por la concentración del capital de quienes controlan la
última etapa del proceso yerbatero: la industrialización y
la comercialización, relegando al sector productivo (sobre
todo, al pequeño y mediano productor) a la descapitaliza-
ción y dando origen a un mercado oligopsónico dominado
por el sector molinero. El precio de la yerba mate y la
irrupción –cada vez con mayor peso– de los molinos deter-
minan gran parte de la actividad yerbatera de la provincia.
Se consolida, así, una estructura que inclina la balanza a
favor de dichos molinos en detrimento de los productores
y cooperativas.
En este nuevo escenario, donde los agentes económicos
operan y toman sus decisiones, se caracteriza por nove-
dosas condiciones estructurales que inciden en las decisio-
nes de inversión y prácticas sociales que las condicionan
(Fabio, 2008: 128). A nivel productivo, el modelo de acumu-
lación da lugar a la desaparición de numerosas unidades y
genera cambios tanto en la dotación de los factores como
en las formas de organización del trabajo en las unidades
La ruralidad en tensión • 259

que permanecen (Craviotti, 2008: 19). Se registran, en este


sentido, unidades diversificadas y productores dedicados a
otros cultivos, además de la yerba mate.
Las modificaciones del contexto generan movilizacio-
nes, protestas y resistencia5 llevadas a cabo por sectores
afectados por las medidas desplegadas. Además, se produ-
cen las condiciones necesarias para el surgimiento de nue-
vas asociaciones y para la transformación de los discursos,
estrategias y estructuras organizativas de las asociaciones
preexistentes, redefiniéndose a su vez la red de representa-
ciones de intereses y su interacción con el Estado y otros
sectores sociales (Lattuada, 2006).

Hemos transcurrido un año en que la crisis yerbatera, lejos de


presentar indicios de mejoría se acentuó notoriamente con la
continua caída del precio de la yerba mate canchada, lo que
se trasladó a la hoja verde. En este marco hemos apoyado en
todo momento a los dirigentes de la Coordinadoras de Enti-
dades de la Producción en sus protestas e intentos de mejo-
res condiciones para el sector pero los resultados no fueron
los pretendidos […]. En esta distorsión de precios, un papel
preponderante debiera cumplir el Gobierno, en defensa del
más débil (el productor) pero lamentablemente no lo hace, ni
tampoco ha impulsado nuevas medidas tendientes a aumen-
tar el consumo o desarrollar nuevos mercados (Cooperativa
Yerbatera Andresito, 1999).

En este contexto y como consecuencia de las constan-


tes huelgas, lucha y resistencia por parte de los productores
yerbateros en la capital de la provincia (Posadas), se crea
en 2002 el Instituto Nacional de la Yerba Mate. Este hecho
refleja el retorno a la regulación de la actividad yerbate-
ra, luego de diez años de libre mercado. Como la otrora
CRYM, la nueva entidad estaría destinada a regularla y fijar
los precios, aunque difería de su antecesora. Con objetivos
similares a la CRYM y poder recaudatorio dado a través

5 Para un análisis de esto, ver: Rau, 2002; Rosenfeld y Martínez, 2007.


260 • La ruralidad en tensión

de un estampillado obligatorio para toda yerba de expen-


dio público, nacional o importada, no fue dotado de poder
de control y fiscalización sobre las plantaciones. Tampo-
co está acompañado de un mercado consignatario ni de
una cartera de crédito bancario que pudiera adelantar el
pago al productor ni negociar el precio base de la yerba
apoyado en datos fehacientes de los costos de producción
(Magán, 2003: 7-8). En la práctica, queda reducido a una
mesa de discusión del precio que recibirían los productores.
La representación es ampliada e incluye a los gobiernos
nacional y de las dos principales provincias involucradas,
Misiones y Corrientes, además de los trabajadores rurales
y los secaderos.

Consideraciones finales

La etapa estudiada se caracteriza por una crisis constante


del sector agrícola en general y del yerbatero en particular.
Las políticas estatales (primero nacionales y luego provin-
ciales y nacionales) no siempre estuvieron acordes a las
necesidades del sector y el eco de esta inestabilidad se hace
sentir con mayor fuerza en el pequeño productor, quien ve
condicionada su capacidad de reproducción social, como
consecuencia de la inestabilidad de los precios, los cambios
constantes en sus explotaciones –debido a las políticas de
liberación y limitación de plantaciones, prohibición o cupos
de cosechas–, la importación de yerba mate de países limí-
trofes; como así también, por los mecanismos de comer-
cialización, que, a pesar de ser canalizada por la CRYM, se
detectan grietas que generan un comercio paralelo.
La categoría de provincia adquirida no resulta sufi-
ciente para solucionar las contradicciones entre intereses
económicos locales y extrarregionales que identifican a esta
agroindustria. En este sentido, el marco temporal propuesto
abre la posibilidad de identificar los alcances y límites del
La ruralidad en tensión • 261

accionar del Estado provincial en áreas que hasta entonces


eran de competencia nacional, al tiempo que permite anali-
zar las relaciones y tensiones económicas, políticas y socia-
les que se establecen entre ambas esferas (nación-provincia)
y demás miembros de la sociedad civil.
En la región yerbatera argentina, las alteraciones del
contexto socioeconómico registrado a nivel nacional y las
transformaciones estructurales que se desarrollan a partir
de la década del setenta y se consolidan en los noventa
condicionan las posibilidades de reproducción social de la
pequeña y mediana producción agrícola. Las mismas pre-
sentan serias dificultades para hacer frente a las fluctuacio-
nes de los precios y las diferentes determinaciones ejercidas
por los mercados nacionales e internacionales.
La retracción del Estado y el proceso de concentración
capitalista que vive el país en este período golpea al sector
agrícola en general y a las pequeñas y medianas explotacio-
nes familiares en particular. La situación conlleva a la crisis
de las formas tradicionales de asociación. Como consecuen-
cia de este panorama, se inicia un período de elevada con-
flictividad entre los productores y la industria. El escenario
político es diferente: el Estado deviene en un interlocutor
“sordo”, y los productores se ven librados a las reglas de jue-
go del mercado libre, con las consecuencias sociales y eco-
nómicas (Schvorer, 2011). Las modificaciones del contexto
generan movilizaciones, protestas y resistencia llevadas a
cabo por sectores afectados por las medidas desplegadas;
además, se producen las condiciones necesarias para el sur-
gimiento de nuevas asociaciones y para la transformación
de los discursos, estrategias y estructuras organizativas de
las asociaciones preexistentes, redefiniéndose a su vez la
red de representaciones de intereses y su interacción con el
Estado y otros sectores sociales (Lattuada, 2006).
262 • La ruralidad en tensión

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“… y mientras dé…”

La producción algodonera del Chaco


en perspectiva histórica

LEANDRO MOGLIA (FCE-UNNE/FRRE-UTN)

Introducción

“… y mientras dé…” suele ser la respuesta de los pequeños y


medianos productores chaqueños que se aferran al algodón,
haciendo de él un sustento permanente y vital. Desde que
el algodón se instaló y consolidó en el Chaco (1920-1960),
sobre la base la agricultura familiar, se constituyó en un
cultivo social, por cuanto participaban en toda la cade-
na de producción y comercialización un gran número de
personas que volcaban los beneficios en las localidades de
influencia. A lo largo del ciclo algodonero, la economía
regional se movilizó en torno a este producto y sus deriva-
dos; sin embargo, la cadena nunca pudo cerrarse por cuanto
las confecciones se realizaban cerca de las grandes ciuda-
des consumidoras.
Las razones por las cuales el algodón se mantuvo pre-
sente en el Chaco son diversas. En principio, la región cha-
queña, por sus características naturales y tipos de suelo, es
la más propicia para un normal desarrollo de este producto,
que es más resistente que otros a las inclemencias climá-
ticas. A su vez, este cultivo se vinculó a una producción
en pequeña escala y con utilización de mano de obra no
especializada y familiar; todo ello como resultante de la
estructura agraria que se organizó a lo largo del proceso de
ocupación del Chaco. Otro de los elementos que explican

267
268 • La ruralidad en tensión

su continuidad son las políticas públicas que desde el Esta-


do nacional y provincial se destinan a la permanencia del
algodón; las razones son: generar una producción capaz de
abastecer al mercado interno de fibra natural y dotar de
asistencialismo a la agricultura familiar, incapaz de adaptar-
se a los requerimientos que otras producciones demandan.
De esta manera, se conformó la territorialidad algodo-
nera (Valenzuela y Mari, 2017: 106), un gran espacio que
produce un mismo cultivo, pero de diversas formas, y que
conserva una gran impronta e identidad, la de ser algodo-
nera, porque “el algodón… siempre algo deja”.
En este trabajo, buscamos expresar los períodos por
cuales la producción algodonera fue transcurriendo, expo-
ner sus características y problemáticas, analizar algunas de
las políticas que hacia ella se volcaron e identificar las con-
diciones en las que se produce y sus consecuencias. Para
llevar adelante este escrito, buscamos analizar al algodón
desde 1920, cuando se inicia el ciclo algodonero, hasta el
año 2015, cuando se modificaron las condiciones macro-
económicas y el algodón se proyecta en una de sus campa-
ñas más bajas de los últimos diez años.

El ciclo algodonero chaqueño en perspectiva


(1920-1950)

En la región chaqueña, el algodón se conoció por medio del


intercambio entre los pueblos indígenas andinos y locales;
y aunque no está claro quién fue el agricultor que reali-
zó la primera siembra de algodón, se atribuye a Lorenzo
Malatesta, agricultor afincado cerca de la localidad de La
Escondida, haber sido en 1895 el primero en experimentar
con el cultivo del algodón (Miranda, 1984; Juárez, 2009).
A partir de 1900, este cultivo era continuado por Juan
Penco en la colonia que hoy lleva su nombre. En 1901 y
por iniciativa del propietario de la colonia Benítez, el Dr.
La ruralidad en tensión • 269

Manuel Benítez, se inició el cultivo en dicha colonia y por


los buenos resultados obtenidos, en 1904 el Ministerio de
Agricultura de la Nación procedió a repartir semillas de
algodón tipo Middling1 y folletos explicativos a las familias
asentadas en dichas colonias para el desarrollo del algodón.
A partir de 1910, este cultivo ya se había instalado en las tres
principales colonias agrícolas del Chaco: Popular, Benítez y
Margarita Belén, que en conjunto significaba una superficie
cercana a las 12 000 hectáreas de algodón para 1911-1912
(Larramendy y Pellegrino, 2005: 21).
La rápida expansión del cultivo algodonero fue posible
por las características ecológicas de la región (abundantes
lluvias, sol y suelos adecuados).2 Según el ingeniero agró-
nomo Alberto Muello:3

la planta de algodón no es particularmente exigente en lo que


respecta la calidad de los suelos, por lo general suele prospera
en todos, aunque en tiempos diferentes. En la región cha-
queña predominan los suelos arenosos–arcilloso-humíferos.
Deben ser de consistencia media, más bien suelto que com-
pacto, prefiriendo que tenga un suave declive para evitar
el estancamiento de las aguas pluviales, por cuanto la plan-
ta puede resistir las sequías ya que su raíz central tiene la
particularidad de profundizarse de modo vertical (Muello,
1948: 18).

1 Corresponde a una categoría de comercialización aplicada por Estados Uni-


dos respecto del tipo de fibra.
2 Fue una generalidad que los productores agrícolas debieron desmontar las
parcelas destinadas a la agricultura, por cuanto muchas de las tierras que se
otorgaron estaban ocupadas por frondosos montes autóctonos.
3 El ingeniero agrónomo Alberto Muello fue técnico del Ministerio de Agri-
cultura de la Nación para los Territorios Nacionales de Chaco y Formosa
(1915-1918). Además, se desempeñó como inspector de tierras fiscales
(1918-1932); inspector de zona de la Dirección Agronomías Regionales y
jefe interino de la misma dirección hasta 1947. Ha publicado: Calendario
Agrícola del Chaco y Formosa (1918); Geografía de los territorios del Chaco y For-
mosa (1926); Geografía económica del Territorio de Santa Cruz (1928); Manual de
agricultura (1945); El algodonero (1947), entre otros (¿Quién es quién en la
Argentina?: biografías contemporáneas, 1958: 532).
270 • La ruralidad en tensión

Podemos resumir en tres coyunturas las causales de


que el algodón se instale en el Chaco; la primera fue a
causa de los altos precios pagados por la fibra de algodón
durante y luego de la Primera Guerra Mundial; la segunda
fue el desarrollo de la industria por sustitución de impor-
taciones, en la que la industria textil se posicionó entre las
que más crecieron y, por ende, demandaron materias pri-
mas; y tercero, que Estados Unidos sufrió en un 96% de
su producción algodonera la plaga del picudo, por lo que
disminuyó su participación en el comercio mundial y el año
1923 fue el más álgido de la plaga. Este conjunto de razones
hizo que regiones marginales como el Chaco cobren rele-
vancia por su capacidad productiva. Por todo ello, para la
región chaqueña, a partir de los años veinte, se inicia el ciclo
algodonero, ya que el mismo se constituye en el principal
cultivo de la región.
Ante este contexto favorable para la región, con el obje-
tivo de que se aumente y amplíe la superficie sembrada de
algodón, el gobierno nacional llevó a cabo una gran cam-
paña de difusión encabezada por el ministro de agricultura
Tomás Le Bretón. Para que el éxito estuviera asegurado, se
determinó el acompañamiento de los técnicos del ministe-
rio que tendrían que explicar a los colonos los modos de
sembrar y cosechar el textil, además de realizarse el repar-
to de semillas, entregar folletos explicativos y fomentar la
organización de asociaciones cooperativistas.
Como respuesta a esta política, la superficie del algo-
dón tuvo un crecimiento cercano al 80%; sin embargo, para
mediados de la década, Estados Unidos recobró su lugar
en el comercio internacional del textil y los efectos de la
posguerra cesaron, se produjo una baja considerable de los
precios del algodón, que repercutió fuertemente en la vida
de los colonos orientados hacia el cultivo (Gaceta Algodonera,
s/datos), que no supieron prever destinar una fracción de
su chacras hacia algún otro tipo de producción que median-
te su comercialización disminuyera las consecuencias. Este
hecho tuvo su principal consecuencia en la disminución del
La ruralidad en tensión • 271

área sembrada para la próxima campaña y la desarticulación


de las cooperativas que recientemente se habían formado
(Moglia, 2006: 22). Debemos mencionar que esta expansión
del algodón también se debió al constante avance de la fron-
tera productiva hacia el centro y sudoeste del Chaco.
Este marcado interés por aumentar la superficie sem-
brada de algodón provocó que también se experimente un
notorio ascenso de la población. Es decir, que la expansión
del área sembrada se corresponde con el aumento pro-
gresivo de la población (Osuna, 1977: 111) por las nuevas
regiones a ocupar.
De este modo, se gestaban las condiciones para una
explotación algodonera de tipo familiar,4 debido a la exten-
sión de sus chacras y a la superficie a explotar con algodón;
entre los productores algodoneros predominaban aquellos
que poseían entre 25 y 100 hectáreas, aunque el prome-
dio de siembra y cosecha llegaba a las 20 hectáreas, y el
resto de la chacra quedaba baldía u ocupada con animales,
quintales frutales, hortalizas, etcétera. Aunque la superficie
no era significativa para las tareas de producción, como
preparación de los suelos (limpieza de la parcela de todo
tipo de raíces, troncos y malezas, roturación y siembra), se
utilizaba mano de obra familiar. Sin embargo, para algunas
tareas, como la carpida y la recolección del algodón (tareas

4 Una de las principales características de esta producción algodonera era que


los colonos ocupantes de las tierras fiscales eran considerados intrusos de
las chacras que explotaban, hasta tanto no iniciaran el proceso de titulariza-
ción; por este motivo existía una gran incertidumbre de afincarse o no en la
explotación y con ello un marcado desinterés por capitalizar su explotación.
Todo esto repercutía en la obtención de bajos promedios de producción
(Borrini, 1987: 17). Entre las décadas del treinta y sesenta, el porcentaje de
colonos que no tiene sus títulos de propiedad llega a cerca del 65% o 70%, y
estos se hallan ubicados principalmente en las zonas del centro–oeste cha-
queño. Del análisis de los datos, deducimos que los propietarios son escasos,
y que seguramente se encuentran radicados en las colonias del este, que son
las más antiguas.
272 • La ruralidad en tensión

que deben hacerse de manera rápida), se hacía necesaria la


contratación de mano obra asalariada (en un promedio de
tres cosecheros por chacra algodonera).
Debemos aclarar que para este momento las maqui-
narias utilizadas para la producción eran muy limitadas y
hasta rudimentarias. Baste mencionar que las primeras des-
motadoras que se utilizaron el Chaco fueron invenciones
(adaptaciones de otras maquinarias) de los propios produc-
tores; en su mayoría, los colonos solo utilizaban arados o
rastras de discos tirados a sangre para preparar la tierra o
arados semilleros para roturar y sembrar al mismo tiempo.
Los primeros tractores se registraron en la década del trein-
ta y solo prestaban servicios en las actividades limpieza de
la parcela o destronques, pero no en la cosecha.
Otro de los factores que intervino para consolidar el
ciclo algodonero fue la organización del sistema de comer-
cialización del algodón y sus derivados. Podemos establecer
que durante el período señalado se desenvolvieron dos eta-
pas: una primera que comprende desde los principios del
cultivo y su comercialización hasta 1926 (Iñigo Carreras,
1975: 58); y una segunda que iría desde 1926 hasta fines de
los años cincuenta, cuando operó la planificación económi-
ca de los gobiernos peronistas, pasando por la etapa de las
regulaciones en los años treinta.
En la primera etapa, la cadena de comercialización se
organizaba de manera local, es decir que quien compraba
al colono era el almacenero o “bolichero” de la colonia;
en algunos casos, el colono entregaba la producción como
medio de pago de las deudas contraídas durante el resto del
año; en otros, el colono vendía su producción a los alma-
ceneros, quienes lo revendían a los acopiadores privados,
que a su vez eran dueños de las desmotadoras existentes
en las zonas y que colocaban la producción en los centros
de industrialización o trataban con las casas representan-
tes de las firmas industriales extranjeras en Buenos Aires
o Corrientes.
La ruralidad en tensión • 273

Para tener una idea de la dimensión de la cadena de


comercialización, para 1910, solo existían en el territorio
cuatro desmotadoras, ubicada en las colonias Benítez, Mar-
garita Belén, Popular y Río Arazá –de estas, dos pertenecían
a particulares y dos, a entidades cooperativas (Moglia, 2006:
10-15)– y una sola fábrica de aceite de semilla de algodón
ubicada en Resistencia. Menos de veinte años después del
inicio del cultivo en el Chaco, según el Censo Algodone-
ro de 1927/1928, existían treinta y seis establecimientos
industriales destinados al desmote del algodón. Todos ellos
estaban ubicados en las zonas de producciones para evitar
la movilidad del colono con su producción, de las cuales
cuatro pertenecías a cooperativas de primer grado.
Este aumento en la capacidad de desmote se explica
porque en 1926 inició su ingreso al territorio el gran capital
monopolizador y exportador, representado por las empre-
sas Bunge & Born Ltda., Louis Dreyfus y Cía. Ltda. S.A.
Comercial de Importación y Exportación, Anderson Clay-
ton S. A.; Staudt y Cía.; Comercial Belgo Argentina, entre
otras.5 A medida que se instalan en el territorio estas empre-
sas, fueron acaparando no solo el mercado algodonero, sino
que controlaban los precios, los volúmenes comercializados
y establecían las calidades de los algodonales cosechados
por los colonos, con el objeto de pagar siempre un menor
valor. Como modo de consolidar su posición, se organiza-
ron alrededor de la Cámara Algodonera de Buenos Aires,
creada también en 1926, que fue la que estableció las cate-
gorías norteamericanas de evaluación de calidades (A-B-C,
etcétera) de fibra de algodón.
La abrupta caída de la bolsa de Nueva York en 1929
generó una gran depresión de la producción industrial, de
los términos de intercambio y una profunda contracción

5 La compañía Bunge adquirió la fábrica de aceite y las desmotadoras de la


Compañía Industrial y Comercial del Chaco con sedes en Resistencia y Pre-
sidencia Roque Sáenz Peña; Dreyfus se instaló en Charata con cuatro usinas
desmotadoras; Anderson se instaló en Presidencia Roque Sáenz Peña con
dos desmotadoras.
274 • La ruralidad en tensión

de la agricultura. Para la Argentina, la crisis representó el


cierre de sus mercados tradicionales, la retracción de los
créditos extranjeros y el descenso de sus exportaciones de
origen pampeano. Esta crisis “multifacética” (Girbal-Blacha,
2004: 31-39) mostraba las grandes desigualdades de un país
que fue organizado desde un sistema económico de “cre-
cimiento hacia fuera” y que a partir de ese momento se
había quebrado, lo que generó la diversificación de grupos
económicos alternativos.
Una manera de paliar la crisis que se presentaba fue la
conformación de juntas reguladoras de la producción, a ins-
tancias del Estado, “cuya finalidad era proponer soluciones
y encarar medidas para proteger los intereses de los dife-
rentes sectores productivos: cerealeros, carnes, azúcar, viti-
vinícola, textil, yerba mate, etc.” (Rapoport, 2006: 222-23).
En estos organismos estaban representados todos los sec-
tores que intervenían en la cadena productiva y comercial
del producto. Para el caso del algodón, en 1935 se creaba
la Junta Nacional del Algodón y, aunque era una organiza-
ción formada a instancias del gobierno, a diferencia de las
demás entidades reguladoras, esta no limitó la producción,
sino todo lo contrario, ya que se trataba de un producto en
expansión y no de uno crítico. De aquí que la Junta Regu-
ladora del Algodón intentara trasparentar los mecanismos
de formación de los precios, determinar las calidades y la
obtención y difusión de información respecto del textil.6
En el agro chaqueño se vive un panorama diferente,
ya que la superficie sembrada experimentó una expansión
sostenida de “cerca del 30% respecto del año anterior en
1935” (Larramendy y Pellegrino, 2005: 59); este aumento se
asocia al aumento de las exportaciones y al desarrollo de
la industria nacional, que comenzó a ganar terreno como

6 Sobre las diferentes políticas utilizadas por la Junta Nacional del Algodón
para la difusión del textil, puede consultarse el trabajo de Noemí Girbal-
Blacha (2004) y el trabajo realizado por Larramendy y Pellegrino (2005).
La ruralidad en tensión • 275

destino de la producción, sumado a nuevos contingentes


de población que ingresaron al territorio y se ubicaron en
colonias recientemente creadas.
Sin embargo, en un primer momento, debido a la con-
tracción de los mercados tradicionales, los precios sufrieron
un brusco descenso, el mayor desde 1910, que llegaron a
cotizar la tonelada de algodón en bruto a $155 para 1932, y
se estabilizaron nuevamente para las campañas 1936-1937,
cuando fueron utilizados 171 856 braceros. De esta manera
vemos cómo la industria textil fue vista como una salida
para paliar el desempleo que había generado la crisis.
El hecho de que los precios hubieran bajado consi-
derablemente y que los colonos o particulares no tuvieran
establecidos precios básicos sobre la producción tuvo altas
repercusiones en el territorio. Una de estas serían las huel-
gas agrarias de 1934 y 1936,7 que tuvieron sus orígenes en
los bajos precios que se estaban pagando a los colonos, y
como predominaban las desmotadoras de particulares vin-
culados a las grandes empresas y de propiedad de estas, los
colonos se negaron a levantar sus cosechas hasta tanto se les
garantizara un precio mínimo.
Para la década del cuarenta, el cultivo del algodón ya
se había consolidado como principal producto agrícola del
Chaco, pero durante estos años los problemas que afectaron
su producción y comercialización fueron constantes y pro-
dujeron diversas situaciones conflictivas. Podemos mencio-
nar varios problemas en torno a esta cuestión: la escasez
de mano de obra para levantar la cosecha, la falta de pre-
cios básicos actualizados, las periódicas sequías, el ataque
de plagas y la falta de vagones y bodegas para trasladar la
producción hacia los centros industriales.

7 Sobre este tema existen diversos trabajos que han planteado de manera pro-
funda las causas políticas, sociales y económicas del conflicto, así como tam-
bién el desarrollo de los movimientos en las huelgas agrarias de 1934 y
1936. Podemos nombrar entre los más destacados el de Iñigo Carreras
(1975) y el del mismo autor con Jorge Podestá (1991).
276 • La ruralidad en tensión

A pesar de todos estos inconvenientes, la producción


algodonera continuó expandiéndose sobre las mismas bases
y con los mismos métodos de producción, situación que se
mantuvo hasta mediados de la década del cincuenta.

Estancamiento y crisis de la producción algodonera


(1950-1976)

A partir de mediados de la década de 1950, se fueron ges-


tando procesos económicos que hicieron que la Argentina
no se desarrolle de modo sostenido, ya que fue un período
caracterizado por constantes fluctuaciones económicas y la
lucha entre los sectores productivos y sectoriales (Girbal-
Blacha, Zarrilli y Balsa, 2004: 120). En este contexto, desde
el gobierno nacional, se buscaba ampliar y consolidar las
industrias dinámicas (petroquímica, eléctrica, siderúrgica,
metalmecánica, etcétera). Sin embargo, como las mismas se
demoraban, el agro volvió a cobrar gran relevancia como
sector generador de las divisas necesarias para realizar la
transferencia hacia los sectores urbanos e incentivar el pro-
greso técnico y social. Pero el agro argentino en general no
estaba en condiciones de soportar dicha carga y se plan-
teaba la necesidad de elevar las capacidades productivas
de todos los sectores económicos, de modo de promover
un crecimiento armónico integral de todo el país (Lázzaro,
2005: 67). En este escenario, se pretendía que el campo
resolviera el problema de la concentración de la tierra, se
mecanice, aplique tecnología y realice la rotación de sus
cultivos.
Fue dentro de estos ciclos económicos y propuestas de
desarrollo que el sector agrícola chaqueño ingresó primero
en una etapa de estancamiento y luego, de crisis de su prin-
cipal producción agrícola: el algodón.
La ruralidad en tensión • 277

A mediados de la década del cincuenta, el agro cha-


queño comenzó a percibir las consecuencias de haber des-
tinado durante tanto tiempo los campos exclusivamente a
la producción algodonera. De este modo se inició su estan-
camiento, que respondió a múltiples razones, y que en su
persistencia provocó la crisis del sector entre 1965-1970.8
Podemos establecer que todas las variables que llevaron a la
crisis fueron simultáneas y estuvieron concatenadas. Entre
las principales mencionamos la liberalización del precio
interno de la fibra nacional, ante la eliminación de todas las
instituciones de contralor que, sumado a una fibra sobreva-
luada respecto del mercado exterior, hizo que la industria
se vuelque a la importación de fibra natural o a su reem-
plazo por las fibras sintéticas. Ante esta nueva realidad, el
productor se halló nuevamente expuesto al avance de las
grandes empresas, que retomaron su predominio en el mer-
cado algodonero.
Al mismo tiempo, el impulso que vivió la industria
textil (1920-1960) se detuvo, debido a que alcanzó su techo
productivo, en función del mercado interno y a la elimina-
ción de las barreras arancelarias a la importación de confec-
ciones, restricción del crédito, entre otras medidas. Como
consecuencia de estas decisiones, en las zonas productoras
se generaron los denominados stocks de arrastres, es decir
un excedente de producción sin comercializar, que reper-
cutió de modo directo en la caída del precio de la fibra.
Quienes más se perjudicaron con esta situación fueron las
cooperativas que poseían desmotadoras y los acopiadores
particulares no vinculados a las grandes firmas.
Otro de los factores que afectaron al algodón en la
región productiva que debemos mencionar es el agotamien-
to de los suelos, por inexistencia de rotación de cultivos que
permita la recomposición en minerales, oxígeno, etcétera,

8 Sobre la crisis del sector algodonero, existe una bibliografía muy variada,
entre la que podemos mencionar: Beck, 1989; Besil, 1979; Larramendy y
Pellegrino, 2005; Brodersohn, Slutzky y Valenzuela, 2009; entre otros.
278 • La ruralidad en tensión

y malas prácticas productivas, ya sean estas de roturación


de suelos, aplicación de agroquímicos de modo ineficaz,
etcétera A ello se sumó la mala calidad de las semillas, que
generaba una caída en el rendimiento del textil por hectá-
rea y provocaba una disfunción entre la inversión para la
puesta en producción y el beneficio de la renta. Así se vio
afectada la calidad del textil y con ello se obtuvo una fibra
de tipo corto,9 y la producción algodonera local perdió su
competitividad en el mercado interno y externo.
Ante esta realidad, el nuevo Estado provincial, siguien-
do los lineamientos de las políticas nacionales, dispuso que
para evitar la crisis del sector agrícola se orientaran las
acciones hacia la diversificación productiva, la rotación de
los cultivos y la tecnificación del agro. Es decir, se buscó
reemplazar la superficie sembrada de algodón por nuevos
productos como el girasol, maíz, sorgo y trigo, entre los
cultivos más importantes. El problema con la aplicación de
estas estrategias de modernización y cambio productivo fue
que quienes se dedicaban al algodón eran principalmente
pequeños productores con escasa capitalización para reor-
ganizar su producción o “por no poder superar las viejas
costumbres o estructuras mentales” (El Territorio, agosto de
1959: 10), y por lo tanto no encontraron otra solución más
que la de aferrarse al cultivo algodonero para asegurar su
subsistencia. De esta manera, se evidenció la existencia de
un sector agrario más capitalizado y dinámico que logró
reorientar su capacidad productiva; estos productores fue-
ron aquellos que explotaban más de 50 hectáreas, superficie
mínima para solventar al productor en la región (Nadal,
1987: 50-51).
Para poder hallar una solución a la situación algodo-
nera, el Estado provincial planteó un complejo engrana-
je de instituciones que debían actuar mancomunadamen-
te. El primer paso fue atender la problemática planteada

9 El promedio de fibra que se obtenía del desmote del algodón en bruto no


superaba el 30% del volumen ingresado.
La ruralidad en tensión • 279

en torno a la comercialización del algodón, hasta tanto se


lograra el cambio y la rotación de los cultivos; a partir de
allí entraba en juego la segunda estrategia que fue la de
favorecer la mecanización, debiéndose desarrollar diversas
líneas de créditos. Entre las políticas llevadas a cabo por
el Estado, podemos mencionar la refundación de la Junta
Nacional del Algodón, la creación del Banco de la Provincia
del Chaco (1956) y la reapertura de la Escuela de Clasifi-
cadores de Algodón, con sede en Presidencia Roque Sáenz
Peña. También se profundizaron los trabajos en investi-
gación, experimentación y difusión de nuevas semillas de
algodón y su posterior industrialización; para ello se instaló
una estación del INTA en Sáenz Peña, se mantuvieron las
estaciones botánicas experimentales ya instalas en el Chaco
y se aunaron criterios de producción con los laboratorios
regionales de desmote.
Podemos concluir que durante el período 1950-1965 la
producción algodonera chaqueña continuó expandiéndose
sobre las mismas bases y problemas productivos,10 en un
contexto inflacionario y de constantes devaluaciones, por
lo que fue un período de precios bajos y en el que los rindes
por hectárea mostraron un estancamiento, cuestión que se
reflejó en las estadísticas por cuanto otras producciones
comenzaron a ocupar los espacios que hasta 1950 estaban
ocupados con algodón.
A partir de 1965 y hasta 1970, la producción algodo-
nera abandonó el período de estancamiento para entrar en
un proceso de crisis. Esto quiere decir que durante dicho
lapso toda la cadena de transformación y comercialización
del algodón estuvo en recesión a raíz de la pronunciada
disminución del área cultivada. Las razones fueron la con-
junción de aquellos factores que se vinieron dando en el

10 Los principales problemas productivos que se presentaron entre 1950 y


1965 fueron: sequías y plagas para la región centro; escasez de braceros y
pérdida de la calidad de la fibra en general para todo el Chaco. Los inconve-
nientes externos a la región también continuaron: inmovilización de la
industria nacional y créditos insuficientes.
280 • La ruralidad en tensión

mediano y largo plazo y otros que ocurrieron entre los años


1964 y 1966. Entre los nuevos, estuvieron el aumento de los
costos de producción (mano de obra, semillas, químicos),
las políticas de devaluación monetaria; también el incre-
mento de la importación de fibra y sobre todo se detuvo la
exportación de fibra de baja calidad, con lo cual los stocks de
arrastres aumentaron (estando principalmente los mismos
en posesión de las cooperativas) y con ello la oferta actuó
en detrimento de los precios. Finalmente, en 1964 y 1965
la superficie sembrada a nivel internacional llegó a un nue-
vo máximo con 33 millones de toneladas producidas, cifra
que fue superada en la campaña 1965-1966 por cuanto se
alcanzaron 53 millones, y así se superaron las necesidades
globales del consumo. De esta manera, la crisis algodonera
nacional coincidió con la crisis internacional. Todos estos
hechos tuvieron como consecuencia directa la caída de los
precios (Besil, 1979: 23-25). Como se aprecia en el cuadro
1, el área sembrada con algodón decayó aproximadamente
en un 50%, producto de la conjunción de todos los fac-
tores mencionados.

Cuadro 1. Área sembrada total y principales cultivos, 1960-1969,


promedio quinquenal

Fuente: Brodersohn, Slutzky y Valenzuela, 2009: 56.

El Estado provincial, atento a la imposibilidad de


muchos productores a reorientar sus chacras y ante la
inmovilidad del mercado algodonero, buscó otras alterna-
tivas a la crisis productiva. Para ello, en 1970 se iniciaron
gestiones vinculadas a la búsqueda de valor agregado del
algodón en su región de origen y se logró la sanción de la
ley provincial 1007, por la cual se creaba el Fondo Com-
La ruralidad en tensión • 281

pensador Algodonero (Provincia del chaco, Boletín Oficial,


1970: 1). Dicho instrumento estableció que toda tonelada
de algodón en bruto debía tributar $20Ley y que fueran
agentes de retención las cooperativas y los acopiadores.
Dicho dinero se utilizaría para la compra de los excedentes
de producción y así se reordenaría el sistema productivo
provincial. Esta ley fue reglamentada por el decreto 530/
1970. Esta acción fue respaldada por el gobierno nacional,
que dictó la ley 18656 en abril de 1970, y creó el Fondo
Algodonero Nacional (República Argentina, Boletín Oficial,
1970: 2). La principal función del Fondo fue promover la
exportación de la fibra excedente y así regular la oferta
interna; además tendría que buscar el mejoramiento de la
producción y propender a ordenar las estructuras produc-
tivas. En la actualidad, el Fondo se destina a las provincias
que producen algodón y se distribuye en virtud del aporte
de producción que cada una realiza al total del país; en este
momento la provincia de Santiago del Estero es la que más
porcentaje del Fondo recibe. Además, se orienta de modo
directo al productor y se destina para combustible, semi-
llas y agroquímicos.
A pesar de esta iniciativa, la producción algodonera
continuó desarrollándose sobre las mismas bases: pequeños
productores con insuficiente capitalización y sin ser titu-
lares de las extensiones que explotaban. Todo este proceso
es un contexto en el que otros cultivos disputaban con el
algodón la ocupación de las tierras. En otras palabras, la
diversificación productiva que se desarrolló en el Chaco fue
forzada por el Estado y solo la pudieron cumplir aquellos
productores que tuvieron mayor capacidad financiera para
realizar la rotación de los cultivos y aplicar la mecanización.
En cambio, los pequeños productores, con menos disponi-
bilidad de recursos, se mantuvieron aferrados al algodón
durante los años que duró la crisis y no tuvieron otra alter-
nativa más que aceptar los precios no compensatorios del
momento, cuestión que terminó por eliminarlos por el pro-
ceso de reorientación agrícola (Bruniard, 1976: 83).
282 • La ruralidad en tensión

El período 1973-1976 estuvo signado por constantes


fluctuaciones políticas y económicas. Los planes económi-
cos aplicados no dieron los resultados esperados y la espi-
ral inflacionaria llegó a indicadores impensados. Esta suma
de situaciones repercutió negativamente en el productor,
por cuanto fue imposible mantener precios homogéneos
durante el proceso de producción y al momento de comer-
cialización.

Una tradición con proyección: el algodón


de 1976-2015

A partir del golpe militar de 1976, se inició para el Chaco


lo que Jorge Roze denominó la internacionalización de la
economía chaqueña (Roze, 2007: 130-135); esto quiere decir
que se expuso de modo directo al sector productivo agrí-
cola chaqueño, principalmente algodonero, a las exigencias
del mercado internacional. Según el gobierno provincial, el
principal problema de la economía algodonera estaba en la
comercialización, la cual se hallaba íntimamente ligada al
mercado interno. Por este motivo, se planificó resolverlo
mediante una amplia política de créditos que permitiera
ampliar y mejorar la producción y ponerla a disposición
del mercado internacional, de modo que se orientara la
economía regional en las exigencias, estándares y precios
internacionales.
En momentos de ocurrir el golpe militar, la superficie
con algodón en el Chaco se retrajo respecto de las tres
campañas anteriores (1973 a 1976). Eso se debió a la brusca
caída de precios y la imposibilidad de ofrecer a la exporta-
ción el stock de arrastre de la campaña 1975-1976. En este
marco, se gestaron los tres pilares sobre los que se asentó la
modernización de la economía chaqueña: el crédito estatal,
la reorganización agraria y la exposición del sector algodo-
nero local al mercado internacional. Para llevar a cabo el
La ruralidad en tensión • 283

primer eje del programa, el Banco del Chaco cumplió una


función primordial y la estrategia fue la siguiente: eliminar
los precios mínimos y financiar la campaña 1976-1977 por
intermedio del banco, con fondos provenientes de la pro-
vincia y de redescuentos captados.11 Dicha campaña resul-
tó ser una de las más productivas de la historia y logró
comercializarse sin inconvenientes en el mercado interna-
cional el excedente generado. De esta manera, en el sector
algodonero, se formó la ilusión errónea de que la apertura
económica era beneficiosa para el sector; sin embargo, no
tuvo en cuenta el volumen de capital que se volcó hacia al
sector. El cuello de botella entre la producción y la industria
local en apariencia se había resuelto.
Obtenido este primer logro, el Estado provincial modi-
ficó el estatuto del Banco del Chaco y lo volvió una entidad
íntegramente estatal. Entre las estrategias para aumentar la
capitalización estuvo la apertura de nuevas sucursales en el
interior de la provincia (para captar ahorros) y, gracias a
la reforma financiera de 1977, el endeudamiento externo.
Se buscó dar un nuevo perfil al banco y convertirlo en una
entidad financiera “eficiente y competente” de modo que se
impusiera en el mercado financiero regional, con perspec-
tiva nacional (Carlino, 2008: 137).
En esta línea, cobró relevancia la segunda parte del
plan: la reforma de la estructura agraria y productiva. Para
llevar adelante esta reforma, se identificó como principal
problema a la cadena de comercialización, los rendimien-
tos por hectárea y la calidad de la fibra. Los cambios en
la política económica nacional obligaron a los productores

11 “Redescuento” es un término que se utiliza en el sistema bancario para


designar una operación que consiste en que una institución de crédito (Ban-
co Central o Banco Nación) descuenta a otra entidad financiera (banco pro-
vincial) o a un particular (cooperativas) documentos de cartera de crédito
(capital originario). La operación de redescuento generalmente tiene por
objeto obtener una fuente adicional de recursos para que las instituciones
puedan ampliar su campo de actividades, mejorando su liquidez. De esta
manera se obtiene un crédito por el mismo monto que se va a otorgar.
284 • La ruralidad en tensión

chaqueños a adaptarse a los gustos del mercado, mejorando


la calidad del textil y sus rendimientos. Estos objetivos se
cumplieron a través de la aplicación de tecnología, la for-
mación técnica de los productores y la revisión de ciertos
hábitos de producción. Algunas de las estrategias que se
desarrollaron para lograr estos objetivos fueron intensificar
la asistencia técnica a los productores y cooperativas agra-
rias; también se financiaron viajes de productores al extran-
jero para incorporar conocimientos y tecnología. Además,
se otorgaron créditos a bajas tasas con destinos a la adqui-
sición de modernas usinas-desmotadoras para optimizar el
rendimiento de la producción y reducir los gastos de proce-
samiento, cuestión que aprovecharon las cooperativas. En
cambio, los productores no cooperativizados destinaron los
créditos al arrendamiento de nuevos campos para aumentar
la superficie cultivada y a la compra de maquinaria (trac-
tores y cosechadoras), que en su conjunto mejoraron los
rendimientos. Debemos aclarar que estos productores eran
aquellos medianos y/o grandes que se volcaron nuevamen-
te al algodón por una cuestión de conveniencia y no por
prácticas culturales tradicionales.
Sobre estas condiciones de producción se mantuvo el
sector algodonero del Chaco hasta que en 1979 cambió el
escenario internacional, se elevaron los costos financieros
del sistema crediticio y se registró un descenso en el precio
internacional de la fibra que duró hasta 1981. La suma de
estas situaciones modificó la renta agraria y en un contexto
nacional inflacionario, los costos internos de producción
se elevaron, de modo que se inició un complejo panora-
ma para el agro local que se encontraba muy endeudado.
Este cambio en las condiciones llevó a la cesación de pagos
y expuso a los sectores agrícolas a la quiebra, se produjo
la vuelta del éxodo rural, la ejecución de hipotecas y las
prendas sobre los bienes adquiridos. Ante este panorama, el
período 1979-1983 presentó la reducción de la superficie
con algodón en 150 000 hectáreas, acción que realizaron los
productores capitalizados al volcarse hacia otros cultivos.
La ruralidad en tensión • 285

A partir de 1983 y hasta 1989, el algodón tuvo breves


períodos de crecimiento y retracción, aunque nunca volvió
a los guarismos de épocas anteriores. Los crecimientos se
dieron al iniciarse el período y respondieron a una mejora
en los rindes (gracias a las mejoras e intervención del INTA)
y nuevas expectativas del sector por un ambicioso plan de
desendeudamiento llevado a cabo a través de un convenio
entre el gobierno provincial y nacional para sanear al agro
local, sumado a una inflación ciertamente controlada. Esta
expansión coincidió con una caída de los precios interna-
cionales de la fibra (1983-1985), que se hizo sentir en la
región entre 1985 y 1987 y llevó a una nueva reducción
del área sembrada, cuyo nivel más bajo fue la campaña
1986-1987, para luego nuevamente crecer la superficie.
Debemos aclarar que a partir de la diversificación pro-
ductiva, la superficie con algodón mantuvo una base de
100 000 hectáreas aproximadamente, que se correspondía
con los pequeños productores fieles al cultivo. Las varia-
ciones por encima de esta superficie se corresponden con
la participación de una capa más pequeña de productores,
pero que ocupa una superficie mayor, es decir invierten
en sembrar y cultivar algodón en función de las variacio-
nes del mercado.
La política económica de los años noventa se asentó
en la apertura externa y la economía de mercado, vinculada
a un sistemático achicamiento del Estado como método de
saneamiento fiscal y a nuevas políticas monetarias; como
contrapartida se registró el aumento del consumo interno
y un crecimiento económico hasta 1994, emparentado al
comercio exterior. A su vez, durante este período fueron
diversos los elementos que generaron la expansión del textil
no solo en la Argentina, sino a nivel mundial. Se presentó un
gran aumento de la demanda de fibras naturales de algodón
que elevaron entre 1980 y 2000 en un 60% la producción
mundial. En este contexto, los precios internacionales com-
parados con los de la década del setenta fueron elevados
286 • La ruralidad en tensión

y se mantuvieron hasta mediados de los noventa, cuando


iniciaron un continuo descenso hasta el año 2002, que fue
el más bajo de todos.
Para la Argentina, esta situación significó un aumento
de la superficie sembrada, que llegó a su pico máximo en
la campaña 1997-1998 a más de 1 100 000 hectáreas. La
Argentina fue el país del mundo de mayor expansión del
área algodonera y la cuarta exportadora mundial de fibra
algodón. No solo se expandió el área, sino que también
aumentaron en un 50% los rendimientos por hectárea; esto
se vinculó a la introducción de nuevas variedades de mayor
rendimiento, calidad y más precocidad en su desarrollo, lo
que significó el acortamiento del ciclo de cultivo y la reduc-
ción del período de recolección. También influyó la profun-
dización de la mecanización de la cosecha y la ampliación
del parque industrial de primera transformación (desmota-
doras) (Barsky y Fernández, 2008: 101-102).
En la producción algodonera del Chaco se dieron pro-
bablemente los impactos más fuertes, fundados en los cam-
bios tecnológicos, sociales y organizativos, a partir de la
mecanización de la recolección de la cosecha y la introduc-
ción de agroquímicos en el proceso agrícola. Durante este
período, el principal destino de la producción algodonera
local fue la exportación, principalmente a Brasil, por cuan-
to la apertura económica privilegió a los exportadores de
fibra más que a la industria nacional, que sufrió la compe-
tencia de las confecciones importadas. Ante esta situación
de apertura económica, precios favorables y una moneda
“fuerte”, se produjo una nueva expansión del área sembra-
da, que superó todos los récords conocidos. Sin embargo,
esta situación profundizó las diferencias entre productores
capitalizados (medianos y grandes) y los pequeños, la mayo-
ría, en la estructura agraria local. La situación de vulnerabi-
lidad de los minifundistas impidió su acceso al crédito, a la
incorporación de maquinaria, y los orientó una vez más, a
estrechar lazos con las cooperativas (Rofman, 2012: 141).
La ruralidad en tensión • 287

La subregión del sudoeste, centro de la diversificación


agrícola en los años sesenta y setenta, fue el área donde se
asentaron los cambios en la producción algodonera y desde
allí se expandieron al resto del territorio. En este proceso
se produjo un ingreso “masivo” de cosechadoras mecánicas
de algodón, que generó la disminución del número de tra-
bajadores, a pesar del aumento de la superficie sembrada.
El uso generalizado de la cosechadora mecánica significó la
reestructuración de la chacra algodonera, por cuanto exigió
la formación de recursos humanos para el nuevo manejo
del cultivo, que se debía realizar según especificaciones vin-
culadas a la maquinaria a introducir y tipología de semilla,
cuestión que llevó al achicado de los tiempos. A su vez, se
desarrollaron nuevas prácticas de gestión-administración
del campo explotado y el desarrollo o fortalecimiento de
una amplia logística de transporte y transformación.
Para dicho momento, el costo de las cosechadoras ron-
daba entre los 150 000 y 200 000 U$D, cuestión que ante la
inexistencia de retenciones a su importación hizo que entre
1994 y 1998 se registren aproximadamente 1000 cosecha-
doras en funcionamiento en el Chaco,12 lo que ayudó a
disminuir los costos de producción. Para los productores
que contrataban los servicios de recolección, los costos de
la cosecha bajaron alrededor de un 40%, y un 15% el costo
total del producto. Las estimaciones oficiales establecen que
durante toda la década del noventa la recolección mecánica
rondó el 75 u 80% del total cosechado.
En conjunto con la expansión del área sembrada fue
el crecimiento de la capacidad de desmote. En las princi-
pales zonas de producción, el sudoeste especialmente, se
instalaron modernos equipos de gran capacidad. Sobre el
fin del período de expansión, se registran en 1999 la exis-
tencia de 164 desmotadoras; 40 pertenecían a 34 empresas

12 Entre las principales características de la maquinaria podemos mencionar


que estaban las de dos, cuatro y cinco surcos, y módulos compactadores
para el manejo a granel del algodón en bruto.
288 • La ruralidad en tensión

cooperativas con una capacidad de desmote de 400 000


toneladas, y 129 eran propiedad de 85 empresas privadas
con 2 millones de toneladas de capacidad de desmonte. Del
total, 34 equipos eran de alta y muy alta producción, es decir
las nuevas maquinarias instaladas en el período de la década
del noventa. En este sentido, se evidencia que al desaparecer
la industria textil nacional (hilanderías, tejedurías y confec-
ciones) o verse disminuida en su participación del comercio
algodonero, el rol oligopólico pasó a las desmotadoras que
dirigieron su accionar al mercado externo (Larramendy y
Pellegrino, 2005: 143-147).
A partir de 1995 y 1996, la fase expansiva comenzó
a detenerse. En el ámbito internacional, la crisis mexica-
na y la retracción de la demanda de fibra natural hicieron
que los precios comiencen a descender, a lo que se sumó
la crisis brasilera de 1998 (devaluación y flotación libre
del real). En el ámbito nacional-local, se produjeron gran-
des lluvias (1997-1998) que complicaron la producción en
las zonas del sudoeste y bajos submeridionales, principales
zonas hacia donde se había extendido el cultivo, y se inició
un proceso económico recesivo. Estas situaciones marcaron
el retroceso del resurgir del algodón en el Chaco, y la cam-
paña 1997-1998 fue la más exitosa de la historia de la región
con 712 000 hectáreas de algodón cosechadas. No obstante,
para las siguientes campañas se registraron un progresivo
descenso (1998-1999: 430 000 hectáreas; 1999-2000: 198
000 hectáreas; 2000-2001: 272 000 hectáreas y 2001-2002:
93 000 hectáreas; 2002-2003: 85 000 hectáreas). También
hubo de soportar heladas tempranas y sequías.
Como resultado de esta fase expansiva, el sector algo-
donero chaqueño quedó enormemente endeudado, con una
gran capa de productores sin posibilidad de hacer frente
a los compromisos, con inversiones de gran envergadura
casi paralizadas y con grandes posibilidades de desmante-
lamiento. El parque de cosechadoras fue liquidado en su
mayoría o se mantuvieron guardadas a la espera de nue-
vas perspectivas.
La ruralidad en tensión • 289

En este contexto, la crisis de la producción algodonera


significo la ruina de los pequeños y medianos producto-
res; sin embargo, la superficie cultivada no se redujo, por
cuanto la misma se orientó hacia la introducción de un
nuevo cultivo: la soja, que en condiciones internaciona-
les favorables se fue convirtiendo en el principal producto
agrícola del Chaco.
A partir de la devaluación de 2002 y con un nuevo
gobierno de orientación mercadointernista (2003), se crea-
ron las condiciones para la recuperación del algodón en el
Chaco. Sin embargo, esta producción se hizo sobre nuevas
bases que integraban un avanzado nivel tecnológico, inclu-
yendo la siembra directa y la producción de variedades de
algodón BT (resistente a insectos), BR (resistente a glifosato)
y en algunos casos BTR (que concentra ambas resistencias);
la maquinaria que ingresó es aquella de surco estrecho (más
económica). Esta técnica requiere la utilización de varieda-
des precoces y con un ciclo de producción más definido en
función de la cosecha mecánica. A su vez, se profundizaron
los reguladores de crecimiento en función de la altura de
las plantas, apertura de capullos, entre otras singularidades
(Valenzuela y Scavo, 2009: 100-104). Este cúmulo de ele-
mentos volvió a movilizar la capacidad de primera indus-
trialización del algodón, que se encontraba casi ociosa, pero
en condiciones de mayor concentración que antes y la casi
desaparición de las desmotadoras de las cooperativas.
Durante el período 2003-2015, el algodón tuvo ciclos
de expansión y retroceso vinculados a las políticas macro-
económicas que reactivaron la demanda interna, aunque no
pudo superar en superficie cosechada a la soja. En la actuali-
dad (2018), la producción algodonera se mantiene marginal
a un mismo grupo de productores pequeños que, a pesar
de los ciclos, se mantiene aferrado al cultivo del algodón,
por ser un producto noble en cuanto a que presenta mayor
resistencia a las inclemencias del clima, no es riguroso con
los suelos y puede ser producido en pequeñas superficies,
cuestión que desde el gobierno provincial se ha buscado
290 • La ruralidad en tensión

fomentar. Por estas razones, en el Chaco siempre habrá una


única respuesta acerca de si se produce algodón o no: “…
y mientras dé…”.

Cuadro 2. Evolución del algodón en el Chaco, durante el período


de estancamiento y crisis (1920-2018)

Campañas Hectáreas Hectáreas Rendimientopor


sembradas cosechadas hectárea

1921/1922 12 000

1922/1923 20 610

1923/1924 50 000

1924/1925 82 690

1925/1926 97 233

1926/1927 65 000

1927/1928 77 366

1928/1929 90 000

1929/1930 112 000

1930/1931 117 105

1931/1932 130 753

1932/1933 133 000

1933/1934 177 480

1934/1935 231 117

1935/1936 290 000

1936/1937 290 000

1937/1938 299 000 228 800 622

1938/1939 310 000 266 600 787

1939/1940 290 000 234 700 928

1940/1941 259 000 238 000 540


La ruralidad en tensión • 291

1941/1942 244 500 237 000 854

1942/1943 265 800 252 500 1008

1943/1944 303 000 285 900 1031

1944/1945 289 300 279 300 632

1945/1946 292 500 265 200 582

1946/1947 309 400 297 800 597

1947/1948 331 470 319 700 669

1948/1949 387 260 359 111 665

1949/1950 350 300 331 255 984

1950/1951 373 800 351 580 638

1951/1952 440 950 423 000 676

1952/1953 423 380 407 940 708

1953/1954 429 880 411 360 764

1954/1955 442 100 416 230 612

1955/1956 446 000 406 500 696

1956/1957 444 000 388 500 586

1957/1958 494 400 491 000 783

1958/1959 456 000 331 000 684

1959/1960 423 900 330 000 621

1960/1961 460 500 340 300 767

1961/1962 424 400 373 800 635

1962/1963 403 400 366 000 839

1963/1964 399 000 361 400 649

1964/1965 393 300 371 600 912

1965/1966 378 000 326 000 845

1966/1967 254 500 230 200 763

1967/1968 184 400 179 600 813

1968/1969 256 200 234 400 981


292 • La ruralidad en tensión

1969/1970 267 000 264 800 993

1970/1971 231 000 210 900 820

1971/1972 250 300 242 200 630

1972/1973 296 100 263 800 959

1973/1974 325 200 287 470 838

1974/1975 280 950 280 950 972

1975/1976 228 650 226 400 1185

1976/1977 313 230 312 780 1020

1977/1978 346 240 346 240 1384

1979/1980 389 650 388 910 861

1980/1981 231 000 197 750 925

1981/1982 286 300 285 300 1262

1982/1983 248 850 234 250 1063

1983/1984 315 000 303 000 1328

1984/1985 287 900 282 950 1218

1985/1986 221 850 220 250 998

1986/1987 150 200 147 050 1177

1987/1988 298 550 296 300 1843

1988/1989 288 950 288 950 1391

1989/1990 296 600 285 400 2397

1990/1991 429 600 366 700 1551

1991/1992 374 100 306 000 1574

1992/1993 255 800 211 200 1500

1993/1994 335 000 335 000 1467

1994/1995 498 000 428 000 1648

1995/1996 613 500 594 300 1400

1996/1997 612 000 550 000 1132

1997/1998 712 000 507 000 1024


La ruralidad en tensión • 293

1998/1999 430 000 395 000 941

1999/2000 198 000 193 000 1222

2000/2001 272 000 262 450 1287

2001/2002 93 000 87 850 1290

2002/2003 85 000 79 500 1330

2003/2004 160 000 152 000 1348

2004/2005 252 500 237 500 1201

2005/2006 200 000 200 000 1330

2006/2007 265 640 257 120 1281

2007/2008 190 000 184 994 1500

2008/2009 195 290 190 300 1192

2009/2010 336 420 336 350 1500

2010/2011 381 120 351 478 1508

2011/2012 260 470 220 895 1226

2012/2013 147 200 139 130 1380

2013/2014 297 600 285 245 1702

2014/2015 252 300 233 115 1272

2015/2016 185 800 179 640 1478

2016/2017 73 930 68 435 1991

2017/2018 123 575 122 125 2134

Elaboración propia con base en: Censo Nacional Agropecuario de 1937;


Iñigo Carreras, 1975; Gaceta Algodonera, s/datos; Álbum Gráfico Des-
criptivo el Chaco, 1935; Censo Algodonero de la República Argentina
1935/1936, 1936; Capitanich y Ferreres, 2011: 244 y Ministerio de la
Producción de la Provincia del Chaco.
294 • La ruralidad en tensión

Conclusión

A lo largo de este trabajo, hemos repasado los ciclos por los


cuales el algodón fue transcurriendo desde que se comenzó
a producir en Chaco. Así, pudimos analizar los inicios del
cultivo en la región, las bases y condiciones sobre las cuales
se asentó y las problemáticas que en torno a él se gestaron.
Durante su período de estancamiento y crisis, las pro-
puestas se orientaron a eliminarlo como cultivo de refe-
rencia, cuestión que no se logró por la precariedad de una
estructura agraria fundada en los pequeños y medianos
productores incapaces de adaptarse a los nuevos reque-
rimientos. Por esta cuestión, el Estado debió comenzar a
generar políticas de acompañamiento y fortalecimiento de
dicho sector, cuestión que mantuvo al algodón entre los
productos agrícolas del Chaco. A mediados de los años
setenta, las políticas se orientaron a modernizar al sec-
tor algodonero y volverlo competitivo; sin embargo, dicha
estrategia se asentaba en el endeudamiento del sector, cues-
tión que logró su objetivo, pero con grandes costos cuando
las condiciones se modificaron.
A partir de los años ochenta, el algodón se mantuvo
presente, estable y su crecimiento dependió de la inver-
sión de los grandes capitales y/o grandes productores que
por momentos volvían a dar la importa de algodonera a
la provincia y que se retiraban cuando los precios descen-
dían. Los años noventa marcaron la diferencia; la apertura
externa y las nuevas condiciones llevaron a que el Chaco
viva su primavera algodonera, ya asentada sobre otras bases
productivas, en las que la tecnología, la mecanización, las
nuevas variedades y semillas y la inversión en industrializar
la producción y logística marcaron la diferencia con todos
los años anteriores. No obstante, cuando las condiciones
volvieron a cambiar, el algodón se retrajo a cifras similares a
inicios de los años dos mil, arrastrando y haciendo colapsar
a la economía provincial.
La ruralidad en tensión • 295

En la actualidad, el algodón subsiste gracias a la doble


presencia y articulación del Estado y los pequeños pro-
ductores, que mientras el algodón pueda ser producido, se
aferrarán a él.

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Los cañeros ante el colapso
de la industria azucarera tucumana
en la década de 1960

Protestas, cupos de producción


y diversificación de cultivos

MARÍA CELIA BRAVO (ISES/CONICET)

Introducción

Entre 1966 y 1967 dos medidas de la dictadura militar


asestaron a la agroindustria azucarera de Tucumán, el golpe
más contundente de su historia. En 1966 se decretó la
intervención de siete ingenios azucareros de la provincia
con el objetivo de cerrarlos y desmantelarlos (ley 16926).
En dos años cerraron sus puertas once establecimientos
azucareros, aproximadamente el 40% de su parque indus-
trial, con su consecuente secuela de desocupación. En rela-
ción con el estadio agrario, se sancionó la ley 17163 de
1967 que determinó la expropiación compulsiva de cupos
a los pequeños cañeros de hasta tres hectáreas, medida que
expulsó a alrededor de 10 000 productores de la actividad,
sin contemplar una alternativa productiva viable. Los efec-
tos de estas políticas fueron devastadores: se incrementó la
desocupación en el campo cañero a niveles inéditos y tomó
impulso un proceso migratorio que determinó la pérdida
de población provincial.
¿Cómo aconteció semejante desastre? A las leyes men-
cionadas las precedió la crisis de sobreproducción de 1958,
cuyas consecuencias se intensificaron por la política azuca-

301
302 • La ruralidad en tensión

rera de Álvaro Alsogaray que impuso un rendimiento único


nacional, valor que definió los beneficios azucareros. Tal
decisión facilitó el avance de la industria salto-jujeña en
el control del mercado interno y determinó el desfinan-
ciamiento de la agroindustria tucumana, en un contexto
de caída del precio del producto elaborado y de recorte
de la producción azucarera. En lo relativo a Tucumán, se
avanzó con la desregulación de las relaciones fabril-cañeras,
cuyos efectos, combinados con las discusiones paritarias,
desataron una áspera puja distributiva intersectorial (entre
industriales, cañeros y trabajadores) expresada en huelgas
de trabajadores, en reclamos y movilizaciones cañeras, en la
reducción de los ingresos fiscales de la provincia. La situa-
ción se trasladó a la administración pública y transformó la
crisis azucarera en una crisis del Estado provincial.
En ese contexto, los diagnósticos sobre las causas de
la crisis de la agroindustria tucumana ocuparon un papel
relevante y gravitaron en la solución adoptada por la dicta-
dura de Onganía. El Centro Azucarero Regional del Norte
Argentino (CARNA) fue el primero en criticar los bajos
rendimientos productivos de la agroindustria tucumana,
factor asumido como un axioma por el poder político des-
de 1955.1 En esa línea, se responsabilizó a un segmento
del sector industrial debido a su atrasada tecnología. Tal
imputación asociada con la ineficiencia se hizo extensiva a
la economía tucumana al recibir el calificativo de “mono-
productora”. En consonancia, el sector cañero también fue
estigmatizado; se atribuyó a la fragmentada estructura agra-
ria, y especialmente a los minifundistas, la responsabilidad
por la caída de los rendimientos culturales de Tucumán. El
cañero minifundista ha sido objeto de numerosos estudios

1 El rendimiento fabril refiere a los kilos de azúcar obtenidos por tonelada de


materia prima molida. El resultado obtenido dependía del rendimiento cul-
tural (toneladas de caña por hectárea) y de la eficiencia fabril de los ingenios.
Los resultados de Tucumán presentaban oscilaciones debido a las frecuentes
heladas.
La ruralidad en tensión • 303

que destacaron su condición campesina.2 En esta etapa, este


productor fue caracterizado desde sus deficiencias, postura
asumida por el gobierno, que se propuso como objetivo la
eliminación del segmento más pequeño de los productores
de la actividad azucarera, asignándole como horizonte la
“diversificación productiva”.
El trabajo centra el análisis en la política azucarera
en materia agraria, los criterios configurados en torno a la
estructura agraria cañera, las razones que incidieron en la
baja productividad; considera la reacción del sector cañe-
ro nucleado en la Unión de Cañeros Independientes de
Tucumán (UCIT); incorpora las soluciones técnicas imple-
mentadas por INTA, los avances científicos alcanzados y
los efectos sociales. Se organiza en dos apartados. En el
primero, examina las condiciones productivas del comple-
jo azucarero tucumano, las políticas públicas destinadas al
sector cañero entre 1960 y 1965 que impulsaron la disputa
intersectorial. En el segundo, considera los decretos-leyes
impartidos en el marco de la dictadura militar instalada
en 1966 que habilitaron la ofensiva patronal, los embates
al minifundio cañero y la diversificación productiva. Pos-
tula que tales medidas generaron mayor diversidad de la
producción agraria, pero no modificaron la centralidad de
la producción cañera desde el punto de vista de su valor
bruto. A pesar de las medidas gubernamentales, los produc-
tores minifundistas resistieron en condiciones impropias,
en tanto fueron expulsados del mercado legal de la caña y
sometidos a la pauperización.

2 Delich (1970) destaca como carácter distintivo de este productor su identifi-


cación con la tierra. Por el contrario, Santiago Bilbao (1972) sostiene que la
presencia de los minifundistas no responde a las necesidades del proceso
productivo, se explica como proveedores de mano de obra, criterio compar-
tido por Carlos León (1999). Norma Giarraca (1991) los distingue como
campesinos por utilizar exclusivamente trabajo familiar. La conceptualiza-
ción de Miguel Murmis (1991) es semejante al indicar la preeminencia de la
relación tierra con trabajo familiar para definir esta franja de productores.
Las dos últimas definiciones son utilizadas en este trabajo.
304 • La ruralidad en tensión

El complejo azucarero de Tucumán y la situación


del sector cañero entre 1960 y 1965

Desde 1950 se instaló a nivel nacional el criterio de consi-


derar antieconómica a la agroindustria tucumana debido a
la caída de los rendimientos fabriles cuyas causas recono-
cían varios factores: la obligatoriedad de moler la totalidad
del cañaveral y el pago de la tonelada de caña solo en fun-
ción del peso, medida que desalentó el mejoramiento de
los cañaverales y alentó la expansión de los cultivos hacia
zonas marginales para satisfacer la demanda del mercado
interno.3 En contraste, la agroindustria salto-jujeña (región
productiva denominada “norte”) obtenía rendimientos cul-
turales y fabriles superiores en función de la localización
de sus cañaverales.4 El CARNA fue el núcleo promotor de
esta visión al presentar al minifundio cañero como el prin-
cipal factor de encarecimiento del azúcar y responsable de
la extensión del cultivo hacia zonas no aptas. Como con-
trapartida, exaltaba su modelo productivo cuyos ingenios
contaban con grandes extensiones, condición que permitía
una mejor coordinación de la cosecha y la aplicación de
técnicas modernas. Tales funciones revelaban la presencia
de un empresariado dinámico, abierto a la innovación tec-
nológica, mientras en Tucumán se descuidaba la eficien-
cia fabril.5

3 Estas disposiciones remiten a la política azucarera del primer gobierno


peronista que privilegió, más que el reequipamiento fabril, la moderniza-
ción de las relaciones laborales, el funcionamiento de la totalidad del parque
azucarero, el abaratamiento del consumo popular y el reconocimiento de
los mayores costos productivos por parte del Estado. En 1949 se introduje-
ron cambios paulatinos destinados a impulsar la racionalización productiva
en el agro y el espacio fabril (Bravo y Gutiérrez, 2014: 176).
4 Entre 1958 y 1970 el rendimiento fabril promedio de la provincia fue del
8,3%, mientras que el de la industria de Jujuy, del 10,1%. (“Plan Trienal
1974-1976 para la reconstrucción de Tucumán”, t. II, p. 210).
5 Como ejemplo, ver el folleto “El problema del azúcar en la Argentina” (CAR-
NA, 1964: 6-10.
La ruralidad en tensión • 305

A la luz de tales imputaciones, examinaremos el mode-


lo agroindustrial tucumano, integrado por 27 ingenios, de
los cuales 17 (el 63%) eran fábricas pequeñas con una capa-
cidad de molienda anual de 15 000 y 25 000 toneladas; 9
establecimientos (11%) de rango medio con una produc-
ción de 25 000 y 60 000 toneladas; solo uno, el ingenio
Concepción, tenía una producción de 73 000 toneladas.6 En
1965 se abastecían con un 19,5% de caña propia y reque-
rían del concurso del plantador independiente. La materia
prima era el principal insumo para la fabricación de azúcar,
cuyo costo de producción representaba el 50% del valor del
azúcar.7 Las refinerías de alcohol instaladas en 22 estableci-
mientos revelaban que los ingenios habían incursionado en
la diversificación industrial, aunque el aprovechamiento de
otros subproductos comenzaba a explorarse.8
La principal crítica al parque industrial –difundida por
los ingenios del “norte” hasta convertirla en un axioma que
no necesitaba demostración– refería al carácter obsoleto de
su maquinaria. En líneas generales, el retraso tecnológico
de las fábricas azucareras comprendía a la totalidad de sus
unidades, en tanto la renovación y compra de equipos se
inició en 1958. Por la dificultad de importar, los ingenios
instalaron talleres de reparaciones en sus predios, incluso
se abrieron establecimientos metalúrgicos en la ciudad de
San Miguel de Tucumán y en algunos poblados a la vera de

6 Si se confronta el modelo tucumano con las seis fábricas de Salta y Jujuy,


cuatro ingenios eran grandes unidades fabriles cuya producción excedía las
70 000 toneladas anuales. En ese rango se destacaba el ingenio Ledesma, el
más importante del país en capacidad productiva. Estas fábricas se abaste-
cían de sus propios cañaverales, sus trabajadores contaban con una débil
organización sindical y sus zafreros eran básicamente trabajadores bolivia-
nos.
7 La distribución de los beneficios azucareros había sido institucionalizado
por el laudo Alvear en 1928, aunque los cañeros sostenían que su participa-
ción debía ser mayor.
8 En 1958 los ingenios Bella Vista y Leales instalaron fábricas para producir
papel con base en el bagazo y la malhoja (La Unión, 10/09/1957). Estos
emprendimientos no prosperaron porque el bagazo era utilizado para la
producción de vapor.
306 • La ruralidad en tensión

los ingenios. Estos emprendimientos crecieron durante la


Segunda Guerra Mundial estimulados por el retiro de fir-
mas extranjeras proveedoras de repuestos y de maquinaria.9
El gobierno de Frondizi estimuló el cambio tecnológi-
co en la industria azucarera a través de créditos. A su influ-
jo, las inversiones cobraron un fuerte impulso en 1961.10 Se
reemplazaron los viejos trapiches por maquinaria moderna
con el objetivo de incrementar la producción. Se adoptó la
automatización en la fase de centrifugación y el embolsado
con el consecuente ahorro de mano de obra (Mora y Araujo
y Orlansky, 1976: 109). En 1960 el ingenio Concepción, con
el apoyo del Banco Industrial, adaptó sus instalaciones para
el empleo de gas como combustible, innovación que implicó
una sustancial reducción de los costos y mayor poder caló-
rico (La industria azucarera, núm. 803, septiembre de 1960:
432). En 1961 el ingenio San José remodeló su usina con la
instalación de un turbo alternador de 1000 kW; remodeló la
instalación eléctrica, la batería de centrífugas; adquirió nue-
vos tachos al vacío y amplió el depósito de azúcar (La Gace-
ta, 16/07/1961 y 23/07/1961). Lo mismo sucedió con el
ingenio La Corona, que instaló un trapiche nuevo. En 1962
el ingenio Los Ralos comenzó a experimentar con cosecha-
doras para mecanizar la cosecha. La iniciativa fue seguida
por las fábricas de Santa Lucía, San Pablo, Concepción y
La Corona, al encargar máquinas cosechadoras que en una
hora realizaban el trabajo de 200 peladores de caña.11 El

9 Daniel Moyano demuestra que hasta 1923 la prensa británica especializada


destacaba los avances en materia fabril de los establecimientos azucareros
tucumanos que poseían maquinarias de última generación (Moyano, 2013:
93).
10 En 1959 se eximió de recargo cambiario del 40% a la importación de maqui-
naria (La industria azucarera, núm. 790, agosto de 1959: 339).
11 Los industriales detectaron las ventajas económicas y sociales de la cosecha-
dora mecánica. Con su uso, desaparecerían las complicaciones generadas
por las leyes sociales, se mitigaría la incidencia de los salarios y desaparece-
rían los problemas policiales suscitados por ese “heterogéneo elemento”,
eufemismo que refería a los trabajadores (La industria azucarera, núm. 823,
La ruralidad en tensión • 307

cambio tecnológico emprendido por varias unidades fabri-


les cuestiona el supuesto de la ineficiencia productiva o el
estado vetusto de las maquinarias de los ingenios.12
La mayoría de estas empresas eran sociedades familia-
res pertenecientes al linaje industrial azucarero de la pro-
vincia, poseedoras de extensos cañaverales. Se trataba de un
grupo concentrado que controlaba el 50% de los ingenios.13
Su comportamiento empresario durante la década de 1960
constituye un terreno todavía inexplorado. Gaignard (2011)
sostiene que el ingenio San Pablo informaba una ganancia
neta de $50 millones en el ejercicio 1960-1961, en un con-
texto de crisis azucarera, cuando las fábricas anunciaban
que carecían de capital operativo para saldar sus deudas
con trabajadores y cañeros. El autor sugiere que las ganan-
cias deparadas por el azúcar fueron invertidas en negocios
ajenos a la actividad azucarera: seguros, industrias alimen-
ticias, mecánicas y empresas comerciales.14
No obstante, el universo empresarial del parque azu-
carero tucumano era diverso. Los ingenios Ñuñorco y
Marapa se crearon como sociedades mixtas, integradas por

mayo de 1962: 132). Las turbulencias obreras retrasaron la utilización de la


cosechadora, que se generalizó en el campo con la nueva dictadura militar
establecida en 1976.
12 Paradójicamente, la mayoría de los ingenios cerrados –San Antonio, San
José, Los Ralos– fueron renovados tecnológicamente entre 1958 y 1962.
Falta un estudio detenido sobre la relación entre la eficiencia fabril y los
ingenios clausurados por la dictadura militar de Onganía.
13 La familia Nougués era propietaria del ingenio San Pablo; Simón Padrós era
dueño de los establecimientos Aguilares y San Ramón; García Fernández
poseía Bella Vista y parte de Leales; Frías Silva y Chenaut comandaban las
fábricas San José; Avellaneda y Terán controlaban Los Ralos y Santa Lucía,
mientras Santa Bárbara pertenecía a la Cía. Azucarera Juan M. Terán, vincu-
lada a Avellaneda y Terán; Paz era propietaria del Concepción y Paz y Posse
del San Juan (Gaignard, 2011: 199).
14 Mencionaba específicamente el caso de la familia Nougués, dueña del inge-
nio Las Palmas en el Chaco, con propiedades forestales y azucareras en Sal-
ta, que tenía participación en Compañía de Seguros y en explotaciones en la
Patagonia en sociedad con la compañía de navegación Pérez Compac y con
negocios subsidiarios con los Menéndez Behety fuera de la Patagonia.
(Gaignard, 2011: 213).
308 • La ruralidad en tensión

accionistas cañeros y el Estado provincial (Bustelo, 2016).


Estos establecimientos concretaban una vieja aspiración de
los productores, que tomó impulso a finales de la década de
1920. Integraban una entidad provincial, la Organización
Financiadora de Empresas Mixtas Privado Estatal (OFEM-
PE), que explotaba el ingenio Esperanza, posteriormente
incorporó el ingenio Santa Ana, que pasó de la órbita nacio-
nal a la provincial en 1958.
En 1965 los ingenios de Tucumán reunían una masa
laboral de 35 285 trabajadores, de los cuales el 31% era
permanente y el 69% transitorio (Análisis y evaluación del
plan de transformación agroindustrial de la provincia de Tucu-
mán. Informe final, 1973: 123). Tal distinción era relevan-
te. El obrero permanente (que debía exhibir un desempe-
ño laboral continuado de ocho años en época de zafra y
cosecha) estaba mensualizado, percibía el salario familiar,
gozaba de vacaciones y del escalafón, vía de promoción que
incluía a 32 especialidades de fábrica (Bravo y Gutiérrez,
2014; Bravo, 2015: 238.). Tal clasificación revela el carác-
ter especializado de los trabajadores azucareros estables,
acostumbrados a operar con maquinarias complejas.15 Los
industriales cuestionaron el peso de las cargas sociales que
representaban –según sus cálculos– más del 100% del sala-
rio nominal y aducían que el resto de la industria argentina
sufragaba por este concepto una erogación menor, calcula-
da entre un 50 y 60% (CARNA, 1964: 28). Por tal motivo,
procuraron reducir la presencia de este trabajador sujeto
de derechos, cuya presencia en la actividad industrial des-
cendió del 41% en 1956 hasta el 28% en 1966 (Análisis y
Evaluación del Plan de Transformación Industrial de la provincia
de Tucumán, 1973: 3).

15 Los obreros mensualizados eran “trabajadores especializados con amplia


versación en el manejo de la fábrica y sus complejos mecanismos, reúnen un
conjunto elevado de conocimientos y prácticas que cuesta décadas formar”
(La Gaceta, 23/08/1966).
La ruralidad en tensión • 309

La Federación Obrera Tucumana de la Industria Azu-


carera (FOTIA), que nucleaba a los trabajadores de fábri-
ca y surco, permanentes y transitorios, afrontó la ofensiva
patronal desplegada a partir de 1955 para limitar los avan-
ces laborales obtenidos durante el ciclo peronista.16 En 1961
el gobierno canceló la personería gremial de la federación,
luego de una prolongada huelga de 21 días que cobró la
vida de un trabajador azucarero. Tal medida impidió la par-
ticipación de los representantes de FOTIA en las reunio-
nes paritarias, pero sus demandas fueron asumidas por el
Frente Único Nacional de Trabajadores Azucareros (FUN-
TA), organización que reunía a trabajadores y empleados
de Tucumán, Salta, Jujuy, Santa Fe y Chaco (Gutiérrez y
Parolo, 2017: 164).
La agroindustria configuró un tipo especial de rura-
lidad que expresaba las formaciones sociales gestadas por
la actividad azucarera. Se formaron pueblos en torno a las
fábricas que prestaban servicios públicos (educativos, sani-
tarios, gubernamentales, administrativos, policiales, etcéte-
ra), además de comerciales, sociales, deportivos y religiosos.
Su población oscilaba entre los 1500 y 4000 habitantes.
Sin embargo, no solo los ingenios generaron aglomera-
dos de población. En las áreas donde el fraccionamiento
de la propiedad rural era intenso se formaron localidades
populosas que reunían entre 1100 y 1800 habitantes.17 En
consecuencia, el área azucarera de Tucumán presentaba las
características de una ruralidad urbanizada configurada por
la fragmentación de la propiedad, un rasgo singular de la
campaña cañera.

16 El aspecto laboral en el marco de los ingenios no se trata en este trabajo.


Sobre las acciones desarrolladas por FOTIA, ver: Nassif, 2016.
17 En 1970 el INDEC consideraba como localidad a un lugar poblado cuya edi-
ficación no fuera inferior a una vivienda por hectárea. A modo de ejemplo,
el departamento de Monteros, que se distinguía por la difusión de la peque-
ña propiedad, tenía localidades como Acheral de 1833 habitantes; Amberes,
1430; Balderrama, 1090; El Cercado, 1131; El Jardín, 1235; Huasa Pampa,
1123 (Censo Nacional de población de 1970: 24).
310 • La ruralidad en tensión

Cuadro 1. Número de productores y extensión de fincas según escala,


1963

Escala Número de % Extensión has %


fincas

0-4 13 033 60 30 335 16

5-10 5111 24 33 729 17

11-40 2719 12 50 375 26

40-100 608 3 38 424 20

100 y más 195 1 41 099 21

Total 21 666 100 193 962 100

Fuente: La industria azucarera, núm. 841, diciembre de 1963: 364.

En 1963 existían 21 666 fundos, de los cuales el 84%


tenían una extensión de 1 a 10 hectáreas y controlaban el
33% de los cañaverales. La franja considerada media (de
fincas de 11 a 40 hectáreas) representaba el 12% del total de
fundos y el 26% del área cultivada con caña, mientras que
las fincas de más de 41 hectáreas –estimadas como grandes
en un universo dominado por pequeños fundos– consti-
tuían el 4% del sector y ocupaban el 41% de la superficie
cañera. Se trataba de un universo cañero marcado por la
desigualdad y la disputa. Los cañeros grandes compartían la
visión de los industriales y del gobierno de responsabilizar
a los minifundistas por los bajos rendimientos y proponían
para este segmento la “diversificación productiva” (Análi-
sis y evaluación del Plan de transformación agroindustrial de
la provincia de Tucumán, 1973: 36). Tal posición contrade-
cía la propuesta de la Estación Experimental Agrícola de
Tucumán de 1965 que sugirió programas de diversificación
para las fincas de mayor tamaño debido a su mayor capa-
cidad de inversión y que se mantuviera a los minifundistas
como productores de caña. El proyecto fue desechado por
La ruralidad en tensión • 311

la política de cupos, que adoptó la postura contraria a la ins-


titución en concordancia con los intereses de industriales y
grandes cañeros (Canitrot y Sommer, 1972: 151).
El “problema azucarero” tenía otras aristas que aludían
a las condiciones productivas de la provincia. En esa direc-
ción, el ingeniero Jaime Alzaraqui Alonso, quien se desem-
peñó como director de la Dirección de Azúcar (DA) en
1954, tenía una visión “pesimista” al sostener que el proble-
ma de Tucumán residía en el agotamiento de la tierra.18 Los
técnicos del INTA refutaron esta afirmación que negaba
viabilidad productiva a la provincia en materia azucarera
y aseveraron que las condiciones naturales de Tucumán
no constituían el factor determinante de los bajos rendi-
mientos agrícolas. Informaban que sus plantaciones habían
conseguido rendimientos superiores a 90 toneladas por
hectárea (similares a las del norte), de modo que eran las
condiciones productivas las responsables de los bajos ren-
dimientos agrícolas (Análisis y Evaluación del Plan de Trans-
formación agroindustrial de la provincia de Tucumán, 1973: 34).
En esa dirección, el ingeniero Roberto Ullivarri, director
del Centro Regional del Noroeste del INTA, sostenía que
la clave de la productividad en el agro cañero dependía de
la utilización de variedades de caña aptas para la zona. Las
cañas de azúcar CP 34-120 y CP 34-79, creadas genética-
mente en Tucumán, alcanzaron valores del 7,89 y 8,92%
de rendimientos sacarinos, pero su difusión en la campaña
tucumana fue paulatina y sus efectos se hicieron evidentes
a comienzos de la década de 1970 (Sánchez, 2018: 7). En
consecuencia, el avance científico permitió el incremento
de la productividad en un rubro sensible en tanto la calidad
de la planta tenía una incidencia decisiva en los rendimien-
tos fabriles (Mora y Araujo y Orlansky, 1976: 48). También

18 Esa afirmación tenía concordancia con afirmaciones de CARNA, que soste-


nía: “por sus rendimientos es evidente que la provincia de Tucumán no pue-
de ser considerada el lugar más apropiado para producir azúcar” (El inter-
vencionismo estatal en la industria azucarera, 1956: 5).
312 • La ruralidad en tensión

se analizaron otros aspectos técnicos, como el acarreo de


la caña al trapiche. La operación debía hacerse de manera
acelerada para evitar el rápido deterioro del jugo de la caña,
cuyo nivel de sacarosa disminuye una vez cortada la planta.
Tal condición exigía organizar la recepción de la materia
prima por parte de los ingenios, establecer un calendario de
cosecha y un plan de zafra que notificara a los productores
los días de recepción de la caña, además de instalar carga-
deros en zonas cañeras para recibir y pesar los atados de
materia prima. La determinación de estos aspectos suponía
la coordinación del ingenio con el plantador, situación que
se desbarató con la falta de financiamiento de las zafras,
como veremos más adelante.
Respecto de la caída de los rendimientos fabriles, los
industriales de Tucumán transfirieron esa responsabilidad a
los cañeros al afirmar que la obtención de buenos registros
dependía de causas ajenas a su órbita en tanto esos resul-
tados dependían de la calidad de la materia prima (Nota
del Centro Azucarero Tucumano al ministro de Comercio
de la Nación, 31/01/1955). En esa línea, CARNA avanzó al
afirmar que los minifundios eran un factor fundamental del
encarecimiento del azúcar nacional (CARNA, 1964: 6).
¿Qué características tenían los cultivadores minifun-
distas? Se trataba de productores propietarios que utili-
zaban trabajo familiar, poseían escasos útiles de trabajo,
algunos carecían de carros y dependían de otros produc-
tores de mayor tamaño para el transporte de la materia
prima. En 1968 Delich recabó información sobre la posi-
ción de los campesinos respecto de la productividad agraria.
El 73% de este segmento era consciente de su menguada
productividad y confiaba en mejorarla. El 16% estimaba
que el aumento de rendimiento podía lograrse mediante
la utilización de abonos, solo el 8% confiaba en la utiliza-
ción de variedades de caña adecuada, mientras que el 30%
sostenía que con mejores técnicas de cultivo –única varia-
ble que podía manejar– podrían alcanzar mejores resulta-
dos. Concluía que los campesinos no tenían acceso a las
La ruralidad en tensión • 313

novedades tecnológicas del INTA por la escasa relación con


la institución; solo el 12% del segmento recibía información
de la entidad, aunque era muy bajo el número de peque-
ños cañeros que no respetaban sus indicaciones (Delich,
1970: 93). Otro argumento muy utilizado para denostar a
los minifundistas era considerarlos un obstáculo para la
mecanización del agro. Este punto fue muy debatido. Los
técnicos del INTA consideraban irracional la sobrecapita-
lización de algunas cooperativas de pequeños productores
en lo relativo a la disponibilidad de tractores y admitían
que en las pequeñas explotaciones era más productiva la
mula.19 La debilidad económica del segmento se reveló tam-
bién en el escaso uso de fertilizantes y herbicidas debido
a su alto costo.
Otro lugar común respecto de los productores mini-
fundistas refería a su falta de iniciativa gremial, que se refle-
jaba en la dirección de UCIT, dirigida por los medianos
plantadores. Sin embargo, los minifundistas encontraron
resquicios para expresarse en el gobierno de la entidad. En
1956 UCIT modificó sus estatutos para ampliar la represen-
tación de su dirección y evitar la formación de liderazgos.
Se constituyó un nuevo cuerpo, la Asamblea de Delegados
(ADD), integrada por un representante cada 200 socios acti-
vos, que elegía de entre sus miembros a los integrantes de la
Comisión Directiva.20 Por esta vía expresaron sus reclamos
y lograron modificar las tradicionales posiciones de la enti-
dad centradas en la petición a los poderes públicos.

19 Un ejemplo del atractivo de la modernización tecnológica entre las coopera-


tivas de comercialización de caña era la Cooperativa Agrícola Cañera de
Famaillá, de 43 socios con un total de 462 hectáreas sembradas con caña.
Había adquirido una cantidad exagerada de tractores (20). Los técnicos la
consideraban un caso de sobrecapitalización que no sumaba a la mejora de
la productividad (Diagnóstico Regional de la provincia de Tucumán, 1973: 179).
20 En Monteros, Concepción, Aguilares y en localidades como Pala Pala, La
Ramada de Abajo, Árbol Solo y Agua Dulce, se abrieron consultorios médi-
cos con enfermeras idóneas.
314 • La ruralidad en tensión

En 1959 la política azucarera decidida por Alsogaray


estableció el rendimiento fabril único que determinó los
beneficios industriales, disposición que anulaba los rendi-
mientos zonales que contemplaba las características pro-
ductivas de cada región, con la consiguiente redistribución
de los ingresos azucareros a favor de los ingenios del norte
en virtud de sus mayores rendimientos y menores costos.21
Para Tucumán se instituyó la libre contratación de la mate-
ria prima a través de la negociación entre industriales y
cañeros para definir el precio de la caña. La medida desre-
guló las relaciones fabril-cañeras al anular el contrato único
establecido por el laudo Alvear en 1928 y dejó a los culti-
vadores supeditados a la voluntad de los industriales.22 La
decisión de exportar a pérdida para disminuir los exceden-
tes y la reducción del 21% de la producción tucumana dejó
56 000 hectáreas sin cosechar, ajuste que tuvo un fuerte
impacto en las localidades cañeras.
Al comenzar la cosecha de 1960, los ingenios debían
a los cañeros los anticipos y saldos pendientes de la zafra
anterior –que seguían sin resolverse por la falta de acuer-
do entre cañeros e industriales– y la definición del precio
de la caña de ese año. Los delegados de la ADD critica-
ron por ineficaz la vía seguida por la dirección de UCIT
que se agotaba con gestiones infructuosas en Buenos Aires
y solicitaron la declaración de la huelga para hacer sentir

21 Se estableció un rendimiento fabril nacional del 7,8%, que favoreció a la


industria salto-jujeña. El Fondo de Regulación Azucarero (FRA), que com-
pensaba económicamente las asimetrías productivas, dejó de funcionar por-
que la industria salto-jujeña dejó de aportar por considerar anticonstitucio-
nal dicho procedimiento. La agroindustria de tucumana, cuyos
rendimientos fabriles estuvieron por debajo de los valores instituidos por la
Dirección de Azúcar (DA), no recibió compensaciones a lo largo de la déca-
da, lo que redujo sus utilidades, acentuó su crisis económica y la colocó en
una situación de dependencia del financiamiento estatal para afrontar la
zafra. Sobre el FRA, ver: Bravo y Bustelo, 2018.
22 El objetivo de la medida era estimular la “sana competencia entre producto-
res e industriales eliminando ciertas regulaciones que tienden a subsidiar la
producción y los métodos de menor rendimiento”, Dto. 8747 de la Direc-
ción de Azúcar (La industria azucarera, núm. 789, julio de 1959: 230).
La ruralidad en tensión • 315

sus reclamos. En consecuencia, el giro en la política de la


entidad fue promovido por los pequeños plantadores que
tenían preponderancia en la ADD (Actas de la ADD de
UCIT, 01/09/1960 y 13/11/1960). Su influencia se reflejó
en la dirección del gremio, que eligió en mayo de 1961
a Segundo Correa como vicepresidente. Se trataba de un
dirigente agrario con dilatada militancia como presidente
del Sindicato de Cañeros Chicos de Gastona, fundado en
1946 al influjo del peronismo.23
En ese contexto, UCIT formó comités de resistencia en
las distintas localidades cañeras para activar el movimiento
de fuerza. Al mismo tiempo definió sus demandas: deter-
minación del precio de la caña para la cosecha de 1959,
pago de los saldos pendientes de zafras que se remontaban
en algunos casos a 1958 y la oficialización de un crono-
grama de pago. El lema del paro agrario se reflejó en la
consigna: “O todos los ingenios pagan o no muele ninguno”,
medida que solo podía hacerse efectiva con la participación
del conjunto de los cañeros. El corolario del movimiento
se reflejó en una masiva movilización de plantadores hacia
San Miguel de Tucumán que se denominó “marcha del
hambre”.24 Las columnas de cañeros, identificadas según su
lugar de procedencia, se dirigieron a la plaza Independen-
cia, principal paseo de la ciudad. Inflamados por las arengas
de los delegados departamentales, los cañeros decidieron
acampar en la plaza hasta que se resolvieran sus demandas.
En la madrugada del día siguiente fueron violentamente
desalojados por orden del gobierno provincial. La policía
montada invadió el local de UCIT para reprimir a los plan-
tadores y sus familias.
La huelga representó un triunfo simbólico al conseguir
la adhesión de numerosas organizaciones gremiales, pro-
fesionales y universitarias, además de las individuales de

23 En 1946 el sindicato no estaba adherido a UCIT (Bustelo, 2014: 113).


24 Según la policía, participaron de la marcha 23 000 productores (La Gaceta,
15/06/1961).
316 • La ruralidad en tensión

los ciudadanos de a pie que aplaudieron el desfile de las


columnas cañeras (Bravo, 2017: 180-187). La medida de
fuerza se levantó a fines de junio y significó un triunfo para
los cañeros. Los industriales se comprometieron a pagar la
totalidad de la zafra de 1958 y 1959, se definió el precio
de la materia prima que debía liquidarse tomando como
base el precio promedio del azúcar vendido en mercado
interno y externo en la proporción del 58% para el cañero,
se decidió que la financiación de la zafra 1960 se realizaría
con fondos del Banco Nación.25 Incluso, se impuso a los
ingenios la obligación de abonar intereses por mora en el
pago; se estipuló el valor de los anticipos de la zafra de
1961, fijados en $360 por tonelada de caña entregada. Por
su parte, el gobierno provincial contraía la obligación for-
mal de velar por el cumplimiento de este compromiso (La
Gaceta, 29/06/1961).
El triunfo cañero era contundente. Sin embargo, se tra-
tó de una victoria pírrica. El acuerdo fabril-cañero naufragó
ante la política nacional, que impuso obligaciones difíciles
de cumplir a una industria desfinanciada por la exportación
a pérdidas. El pago de anticipos recibió una financiación
tardía y parcial del Banco Nación. Los desembolsos se hicie-
ron de manera parcial y las deudas de los ingenios con
los plantadores se mantuvieron. La huelga y la “marcha del
hambre” fueron las únicas acciones de envergadura prota-
gonizadas por los pequeños cañeros en la década de 1960;
este acontecimiento contradice los comentarios sobre la
pasividad y mansedumbre de los pequeños productores.26

25 Este porcentaje excedía el 50% fijado por el laudo Alvear para determinar la
distribución de beneficios azucareros entre industriales y plantadores.
26 Los técnicos del INTA consideraban que el “cañero medio” definía las posi-
ciones de UCIT. Se trataba de un segmento vinculado a actividades no agro-
pecuarias (comerciantes, profesionales, empleados), de modo que mante-
nían una posición ambigua frente a la política nacional (Diagnóstico regional
de la provincia de Tucumán, 1973: 179). Ese criterio puede ser acertado para
otra etapa en la vida de la institución, pero no se corresponde con lo aconte-
cido durante los primeros años de la década de 1960.
La ruralidad en tensión • 317

La contundencia del paro y la eficacia simbólica de la “mar-


cha del hambre” tuvo efectos políticos y gremiales. La Legislatu-
ra provincial sancionó la ley 3073, una iniciativa de la bancada
de la Unión Cívica Radical Intransigente (UCRI), que declaró de
utilidad pública a la industria azucarera, sujeta a expropiación,
incautación de uso e intervención de las fábricas en Tucumán
(La Gaceta, 14/08/1961). Se trataba de una medida reclamada
por UCIT para garantizar el funcionamiento de la totalidad del
parque industrial de la provincia. La legislación no fue regla-
mentada, pero la existencia de dicho instrumento constituyó
una amenaza a los industriales azucareros, considerados res-
ponsables de desfinanciar las fábricas y provocar la crisis eco-
nómica y la efervescencia social de la provincia.
El efecto gremial de la huelga se manifestó al año siguiente.
En 1962 se formó una nueva entidad agraria, el Centro de Agri-
cultores Cañeros de Tucumán (CACTU), asociación integra-
da por grandes cañeros, cuyo número de asociados ascendía a
159 productores y sus posturas por lo general eran coincidentes
con las de los industriales (Diagnóstico Regional de la Provincia de
Tucumán, 1973: 181). No participaron en la medida de fuerza de
UCIT, pero tampoco la obstaculizaron. El surgimiento de una
nueva asociación cañera restó poder a UCIT para garantizar
medidas extremas, como el paro agrario.
En 1964 la situación de la agroindustria se tornó preocu-
pante por la falta de financiamiento.27 Los ingenios interrum-
pieron la cadena de pagos, debían los aumentos salariales a los
trabajadores y los anticipos de materia prima de la zafra pasada
a los cañeros. La persistencia de la crisis azucarera afectó a la
administración provincial, cuya recaudación declinó sensible-
mente. El gobierno no pudo pagar los salarios de los empleados

27 La zafra de 1963 se desarrolló de una manera más ordenada por el incremento del
precio del azúcar en el mercado internacional debido a la revolución cubana, que
incidió en la caída de la producción azucarera. Fue el único año en que la Argentina
pudoexportarconutilidades.
318 • La ruralidad en tensión

públicos y emitió bonos de cancelación de deudas endosables


como pago. A los conflictos azucareros se sumaron los de la
administración pública, que comenzó con paros.
El sombrío panorama se profundizó con una nueva crisis
de sobreproducción en 1965. La cosecha de ese año superó nue-
vamente el millón de toneladas, acumulando un stock de 405
275 toneladas. El excedente doméstico coincidió con el bajo
precio del azúcar en el mercado internacional, situación que
dificultó la exportación. En ese contexto, ante la renuencia del
Banco Nación de otorgar financiamiento, la Cámara Azucare-
ra Regional-Tucumán (CART), que nucleaba a los industriales,
anunció la quiebra de la agroindustria:

La demora de los fondos comprometidos ha determinado


la asfixia financiera de las empresas […] Esta situación ha
llevado inexorablemente a la industria a su ruina y no que-
darían disponibilidades para cumplir con el pago de salarios,
tampoco podrán atenderse las obligaciones con los provee-
dores con quienes la deuda asciende a cifras millonarias (La
Gaceta, 06/8/1965).

La crisis se trasladó a todos los sectores azucareros. Los


plantadores suspendieron la entrega de caña a los ingenios y
anunciaron la imposibilidad de cumplir con el 30% de aumen-
to a los trabajadores de surco. Los obreros realizaron paros y
ocuparon ingenios con el objetivo de forzar el cobro de salarios
adeudados. En octubre el ingenio La Esperanza cerró definiti-
vamente sus puertas para reconvertirse en un establecimiento
metalúrgico. La protesta social se desarrolló en forma desorde-
nada e inorgánica al compás de la caída libre de la economía de
Tucumán, afectada por el derrumbe del precio del azúcar de $37
a $28 el kilo, valor que no cubría los costos de producción.28

28 En agosto se formó una Comisión de Defensa de la Economía Azucarera de Tucu-


mán, motorizada por la Federación Económica de Tucumán, presidida por el
gobernador e integrada por CART, la Federación de Empleados de la Industria
Azucarera (FEIA), FOTIA y UCIT. Se dirigieron telegramas al presidente que soli-
La ruralidad en tensión • 319

La crisis tucumana se discutió en el Congreso nacional,


donde se sancionó la ley de emergencia azucarera (16880/
65), que facultó al Poder Ejecutivo Nacional a regular la
producción, industrialización y comercialización de azúcar.
Estableció $6 por kilo para alimentar el Fondo de Regula-
ción Azucarera (FRA), fijó cupos de exportación con com-
pensaciones e instituyó el mercado legal de caña al estipular
que solo los productores inscriptos en el registro nacional
de productores de caña de azúcar podían continuar en la
actividad. El FRA estaba desfinanciado, pero su tonificación
estaba destinada a solventar las deudas de los industriales
con los cañeros en concepto de materia prima y los salarios
de los obreros. La ley ordenaba la reincorporación de los
trabajadores separados y prohibía nuevos despidos.29
El Centro Azucarero Argentino (CAA) se opuso fron-
talmente a la ley de emergencia por impedir despidos y
lanzó un violento ataque a los dirigentes de UCIT, a quienes
consideraba “agentes provocadores de la subversión total
del orden constitucional que actúan en una entidad gre-
mial cuyo único objetivo parece haberse convertido en el
atropello de personas, derechos e instituciones” (La industria
azucarera, núm. 868, marzo de 1966: 81). Los cañeros habían
ocupado en 17 oportunidades los establecimientos fabriles,
incluso habían tomado las oficinas de la DA y retenido a
sus funcionarios en un vano intento de conseguir medidas
favorables al sector. En junio, la policía dispersó una colum-
na de 500 cañeros, encabezada por el presidente de UCIT,

citaban su intervención para modificar la política crediticia. Sin embargo, no


lograron modificar la indefinición del gobierno nacional respecto de la situación
azucarera(La Gaceta,12/08/1965y04/09/1965).
29 El FRA era una institución creada por el peronismo que permitía atenuar las
disparidades regionales. Se alimentaba con un impuesto solventado por
industrializadores y comercializadores. Dejó de funcionar de hecho en 1956
porque los ingenios de Salta y Jujuy que actuaban como organismos de
retención dejaron de transferir el impuesto al FRA y presentaron un recurso
administrativo por considerarlo inconstitucional. CARNA combatió esta
institución afirmando que incentivaba a los sectores azucareros ineficientes.
Sobre este punto, ver: Bravo y Bustelo, 2018.
320 • La ruralidad en tensión

Gaspar Lasalle, que reclamaba el pago de la materia pri-


ma. En ese clima de desborde social, el conflicto azucarero
constituyó una pieza central para descalificar al gobierno de
Illia y preparar las condiciones para una salida militar.

La dictadura militar, intervencionismo estatal, cierre


de ingenios y expropiación de cupos

La dictadura militar fue recibida con cierto alivio en los


sectores azucareros luego de una década de políticas des-
organizadoras de la agroindustria. La zafra de 1965 estaba
sin saldar a los cañeros y continuaban impagos los sala-
rios de los trabajadores. La primera medida fue limitar la
producción de Tucumán en un 30%, mientras que Salta y
Jujuy solo reducían su producción un 17% (La Gaceta, 20/
07/1966). La decisión estatal favoreció a los ingenios del
norte, que incrementaron su participación en el mercado
nacional protegido.
El 22 de agosto de 1966 el Poder Ejecutivo intervino
siete ingenios: Bella Vista, Esperanza, La Florida, Lastenia,
La Trinidad, Nueva Baviera y Santa Ana. En un discurso por
radio y televisión el ministro de economía de la nación, Jor-
ge Salimei, responsabilizó a la estructura económica “colo-
nialista” de la provincia basada en el monocultivo. Cuestio-
nó a la industria por “beneficiarse” de la subvención estatal,
señaló que los ingenios estaban en quiebra, no afrontaban
las obligaciones salariales, con sus pagos suspendidos a los
cañeros y demás proveedores. Tal situación favorecía el
“caos social” de la provincia, a la que consideró una “isla de
presente explosivo y porvenir incierto” (La industria azuca-
rera, núm. 872, julio de 1966: 226).
El “colonialismo” –concepto utilizado por el ministro–
estaba determinado por la dependencia de la provincia de
bienes producidos fuera de su geografía. Esta explicación
que se ponderaba para Tucumán podía hacerse extensiva
La ruralidad en tensión • 321

a las provincias del norte.30 El monocultivo de la caña de


azúcar era el factor responsable del supuesto “colonialis-
mo”. Entre 1960 y 1970 este rubro representó en prome-
dio el 73% de la superficie sembrada y el 77,4% del valor
bruto generado por la agricultura tucumana (“Plan Trienal
1974-1976 para la reconstrucción de Tucumán”, t. II, p.
10). Desde el punto de vista de Salimei, los cañeros eran
parte del problema y la medicina recetada fue la diversifi-
cación productiva que podía atenuar los efectos adversos
de la crisis azucarera. La metáfora utilizada por Salimei
para referirse a Tucumán –“isla de presente explosivo y
futuro incierto”– era lo suficientemente amenazante como
para justificar un acto tan contundente como la destruc-
ción de una porción significativa de su parque industrial.
Sin embargo, este aspecto era discutible. Jorge Ronderos, ex
subsecretario de Comercio, señaló: “Los ingenios clausura-
dos lo fueron en razón de su capital operativo, sin tener en
cuenta su grado de modernización o eficiencia […] como el
caso del San Antonio que es uno de los mejores equipados
de la provincia” (La Gaceta, 14/09/1966).
Los establecimientos intervenidos fueron dirigidos por
interventores militares. La ocupación de los ingenios fue
posible por la presencia de 600 efectivos de la policía fede-
ral que rodearon las fábricas. El objetivo era controlar a
los trabajadores y habitantes de los pueblos azucareros que
querían evitar el cierre de las fuentes de trabajo (La industria
azucarera, agosto de 1966: 230). El destino de las plantas
intervenidas era su cierre y desmantelamiento. A este grupo
se sumó el ingenio San Antonio, cuya intervención judicial
solicitó la quiebra. Se anunció que la Secretaría de Comer-
cio, a través de la DA, se haría cargo de los salarios adeu-
dados hasta el 31 de julio de 1967. A partir de esa fecha, se

30 Se trataba de una argumentación débil, fácilmente refutable. Por el contra-


rio, la azucarera era la única actividad provincial capaz de generar ingresos
autónomos, con capacidad de vender en mercados extraprovinciales (Cani-
trot y Sommer, 1972: 186).
322 • La ruralidad en tensión

implementaría un programa de reestructuración económi-


ca de la provincia con la instalación de nuevas fábricas que
debían absorber la mano de obra de los ingenios interveni-
dos. El gobierno no se refirió a la situación de los cañeros
proveedores de los ingenios intervenidos y tampoco deter-
minó dónde entregarían su materia prima. En la mayoría de
las fábricas intervenidas se formaron comisiones de defen-
sa y ollas populares conformadas por sindicatos, cañeros y
pobladores de los pueblos azucareros.
Entre 1967 y 1968 se cerraron otros seis ingenios:
San José, Los Ralos, Amalia, Santa Lucía, Mercedes y San
Ramón, que reunían a 2865 obreros permanentes y 5892
transitorios. El informe del CFI, coordinado por Horacio
Boneo, señala que a esta cifra debe agregarse la reduc-
ción de personal realizada por las fábricas al influjo de las
condiciones políticas favorables a la patronal (“Análisis y
evaluación del Plan de Transformación agroindustrial de
la provincia de Tucumán”, 1973: 6). Así, Tucumán alcan-
zó el índice de desocupación más alto del país, en 1967
(Nassif, 2015: 107). Ese año las protestas en pueblos azu-
careros desbordaron a las organizaciones gremiales. Diri-
gidas por comisiones de vecinos y encabezadas por párro-
cos, estallaron las puebladas que canalizaron el malestar de
los vecinos –comerciantes, cañeros, profesionales, trabaja-
dores, maestros– que exigían la apertura de los estableci-
mientos cerrados.31
En lo relativo a la situación cañera, miles de produc-
tores con cupo no consiguieron moler su caña por el cierre
de las bocas de molienda en 1966 y 1967. UCIT denunció
esta situación al secretario de Comercio Oscar Galimberti
al tiempo que demandaba una ley integral de la actividad
con orientación económico-social. En 1967 se promulgó la
ley 17163, normativa orgánica que consideró la totalidad de

31 Estas modalidades de protesta que estallaron en los pueblos azucareros de


Santa Lucía y Bella Vista no están suficientemente estudiadas. Sobre estos
conflictos, ver: Nassif, 2016.
La ruralidad en tensión • 323

las operaciones vinculadas a la actividad azucarera (produc-


ción, industrialización comercialización de azúcar y sub-
productos). La Secretaría de Industria y Comercio conti-
nuaba como la autoridad competente al fijar el volumen de
molienda nacional y los cupos de producción de las distin-
tas zonas productivas. Se exhumó el fondo, pero se refor-
mularon sus funciones para subvencionar la exportación de
azúcar a pérdida, financiar las erogaciones orientadas a la
diversificación de cultivos, solventar los gastos de la DA y
subsidiar estudios destinados al cultivo y la mecanización
de la cosecha. Se prohibió la instalación de nuevos ingenios,
aunque se permitieron las fusiones de plantas pertenecien-
tes a una misma zona azucarera.
Las novedades más importantes de la legislación se rea-
lizaron en el sector agrícola. Se implementaron cupos pro-
visorios de producción de azúcar a los cañeros que hubie-
ran trabajado en 1967 y se redujo en un 10% el volumen
de la materia prima entregado en dicho año, sin considerar
la extensión de los fundos.32 Se suspendió el registro de
productores cañeros creado en 1962 y se habilitó un nuevo
registro de titulares de las fincas con el tonelaje de azúcar
acordado. Se incentivó a los titulares de cupos (industriales
y cañeros) a vender los mismos a cambio de una compen-
sación destinada a cancelar las deudas con los trabajadores
y saldar los impuestos impagos. A tales efectos, se estable-
cieron tres zonas: 1) Tucumán; 2) Salta y Jujuy; y 3) Santa
Fe, Chaco y Misiones.
La medida más contundente de la legislación consistió
en la anulación de la totalidad de los cupos provisorios
a los propietarios de fundos más pequeños (aproximada-
mente, tres hectáreas). Los titulares de los cupos proviso-
rios anulados mediante oferta del productor recibían una

32 La disposición perjudicó a los minifundistas. Durante la presidencia de Illia,


las medidas adoptadas de reducción de la producción agraria se realizaron
contemplando la superficie de la finca. En consecuencia, a los pequeños fun-
dos se aplicó una restricción menor (Análisis y evaluación de la transformación
agroindustrial de Tucumán, 1973: 5).
324 • La ruralidad en tensión

compensación de $30 por tonelada, mientras que los cupos


anulados compulsivamente recibieron una compensación
menor, de $15 por tonelada. De esa forma, los minifundistas
fueron confiscados en sus derechos de producción, pero
su perjuicio era doble en tanto recibieron una indemniza-
ción menor. Se argumentó que se trataba de una operación
de interés público adoptada para el beneficio común de la
nación. El total de anulaciones voluntarias alcanzaron las
60 032 toneladas, de las cuales 17 059 correspondieron a
los ingenios; 10 818, a productores que voluntariamente las
ofrecieron; en tanto 32 155 fueron confiscadas a minifun-
distas. Como puede observarse, este sector fue el más per-
judicado por la ley (Análisis y evaluación de la transformación
agroindustrial de Tucumán, 1973: 42).33 Al mismo tiempo, se
estipuló que el sector cañero no tendría coparticipación en
lo producido por el azúcar y sus subproductos, medida que
anulaba las fórmulas distributivas del laudo Alvear para el
pago de la materia prima y la melaza. Se estableció un pre-
cio de $1500 por tonelada de caña, con el 12% de contenido
sacarino, medida que convirtió a los análisis químicos de
los atados de caña en una cuestión central para determinar
las retribuciones de los productores. La ley era una muestra
del dirigismo estatal de la dictadura de Onganía, orientada
a forzar la concentración en el sector agrario para benefi-
ciar a los propietarios de fundos de mayores extensiones.
El ministro Krieger Vasena fue claro al afirmar el carácter
estatista de la legislación, cuya vigencia se extendió hasta el
31 de mayo de 1972.34
UCIT rechazó en todos sus términos la legislación, a
la que consideró arbitraria y antisocial. Consideraba que
su principal objetivo consistía en aniquilar a los cañeros

33 Canitrot y Sommer (1972) registran una cifra menor respecto del total de
los cupos expropiados por el gobierno, pero coincide con el informe de
Boneo en el tonelaje expropiado compulsivamente a los minifundistas.
34 En su discurso explicaba que “la tradicional actividad sería gobernada en
forma gradual y firme por el tradicional intervencionismo estatal” (La indus-
tria azucarera, núm. 878, enero de 1967: 11-18).
La ruralidad en tensión • 325

independientes, especialmente a los pequeños productores,


al tiempo que privilegiaba a los industriales (La Gaceta, 15/
02/1967). No obstante, la ley introdujo un artículo que per-
mitió la unificación de los cupos de producción en coope-
rativas. Este intersticio fue utilizado para paliar el desastre
que se abatía sobre el sector cañero, en tanto las cooperati-
vas permitieron mantener en la actividad a un gran número
de pequeños cañeros. En lo sucesivo, la política de UCIT
propició la formación de compañías comercializadoras en
las comunidades cañeras. Según datos del Instituto Provin-
cial de Acción Cooperativa, el número de cañeros asociados
creció de 1499 productores en 1964 a 4390 en 1970; de
esa última cifra más de un tercio de los cañeros pertene-
cía al departamento de Monteros (Abdelnur, Acuña et al.,
1975). UCIT señalaba que las cooperativas habían permiti-
do adquisiciones trascendentes como cargaderos, tractores
y otros elementos de trabajo, además de abonos y fertili-
zantes (“Observaciones de UCIT respecto a la incidencia de
la ley 18179…”, 1971). Sin embargo, los técnicos del INTA
tenían una mirada pesimista sobre estas organizaciones. Un
estudio de la entidad sobre el proceso de cooperativiza-
ción de productores señalaba que sus bases eran endebles
y solo expresaban una respuesta coyuntural del sector para
enfrentar las medidas gubernamentales. Consideraban que
el único interés de UCIT era defender el cupo cañero, en
tanto no se trataban de cooperativas de trabajo, modelo
propiciado por el INTA al organizar la cooperativa Campo
Herrera. Así, la decisión sobre el proceso productivo (varie-
dad de caña a plantar, métodos de cultivo y organización
de la cosecha) dependía de cada propietario, lo que tornaba
anárquica la planificación de la zafra. Denunciaban haber
detectado casos de dirigentes cooperativos que operaban
para los ingenios formando consorcios de productores
(Diagnóstico Regional de la Provincia de Tucumán, 1973: 178).
Incluso mencionaron la oposición de UCIT a una iniciativa
del INTA para organizar a las cooperativas cañeras en un
sistema federativo. La reticencia de la organización gremial
326 • La ruralidad en tensión

a la propuesta del INTA revelaba su distancia con los téc-


nicos. Las actas de la comisión directiva de UCIT reflejan
que la cooperativa era una herramienta clave para negociar
los precios de la materia prima y cobrar las liquidaciones
atrasadas.35 Los técnicos estaban en lo cierto respecto del
carácter precario de las mismas, pero no dimensionaron los
variados sentidos de estas organizaciones, cuyo objetivo era
mitigar las condiciones asimétricas impuestas por la cupi-
ficación. Para los productores, las cooperativas significaban
la garantía de molienda de la caña de los pequeños cañeros,
la negociación de su precio y la discusión de la forma de
pago de las deudas de los ingenios.
La zafra de 1967 fue deficitaria por la incertidumbre
reinante respecto de cuáles eran los ingenios que se man-
tendrían en funcionamiento. La debilidad económica del
sector cañero se acentuó por los bajos precios de la materia
prima, la morosidad extendida de los ingenios y la distri-
bución tardía de los cupos efectivos. Nuevas normativas
empeoraron su situación cuando se rebajó el importe del
anticipo a $ 1200 por tonelada de materia prima entrega-
da.36 La producción de azúcar de Tucumán no pudo com-
pletar su cupo zonal de 400 000 toneladas al registrar un
volumen de 378 197 toneladas, la peor cosecha de toda la
década. Ese año la venta de abonos disminuyó a la mitad
respecto de las compras realizadas en 1965 (La Gaceta, 12/
01/1967).

35 A título de ejemplo, es interesante leer el siguiente fragmento: “En el ingenio


La Florida reunimos un grupo de cañeros de la zona que ha reunido 52.000
toneladas. Se reunió con el administrador que ofreció $ 2000 (el pago legal
era $ 2100) pero atendiendo al volumen dijo que aumentaría $ 100. Ahora
falta plantear la deuda del año 1966 que nos quieren pagar en tres cuotas y
después negociamos la de la zafra de 1965” (Actas de Comisión Directiva,
UCIT, 27/07/1967).
36 El decreto 4216 de 1965 estipulaba en $ 1300 el importe en concepto de
anticipo a cuenta del precio final de la materia prima (La industria azucarera,
núm. 868, marzo de 1966: 81).
La ruralidad en tensión • 327

¿Cuáles fueron los efectos de esta legislación en el


sector cañero? El cuadro 2 compara el número de pro-
ductores de 1966 con los existentes en el censo cañero
de 1971. Se observa que 9123 cañeros fueron expulsados
de la actividad. Tal eliminación se reflejó en los segmen-
tos de cultivadores de 0 a 20 hectáreas que abandonaron
de manera legal la actividad. Sin embargo, la expropiación
de cupos no significó que dejaran de cultivar y cosechar
su propia caña. Se desarrolló un mercado negro en el que
los pequeños productores sin cupo vendieron su materia
prima a una tercera parte o a la mitad del precio oficial.
Parte de esa caña fue comprada por los ingenios, pero se
estima que mayor producción fue comprada por cañeros
con cupo. Es difícil cuantificar la magnitud de ese merca-
do, aunque se calcula que osciló alrededor de un 15% del
volumen de caña legal (Análisis y evaluación del Plan de Trans-
formación agroindustrial de la Provincia de Tucumán, 1973:
42). Durante 1968 y 1969 los cupos, sujetos al titular y no
a la finca, generaron un tráfico comercial ilegal manejado
por especuladores que no poseían tierra. Así, se estableció
una mediación usuraria que perjudicó aún más a los peque-
ños productores. Tales maniobras fueron denunciadas por
UCIT, que exigió de manera insistente el cupo cañero atado
a la tierra, mientras mantenía su reclamo de restitución de
los cupos anulados compulsivamente a los cañeros de 200
toneladas (equivalente a una superficie de tres hectáreas) (La
Gaceta, 09/06/1969).
El Cordobazo y el Tucumanazo de mayo de 1969 fue-
ron nítidas expresiones populares de repudio a la dictadura
militar, cuyos efectos se reflejaron en el desplazamiento de
Onganía y en un viraje en la política económica del nue-
vo gobierno militar. Durante la gestión de Levingston, se
rectificó la rígida cupificación impuesta por Krieger Vasena
con el objetivo de beneficiar a los productores reales. La ley
18769 reconoció las anomalías derivadas de la disociación
del titular del cupo con la efectiva tenencia de la tierra
y autorizó un incremento del 7% del total de cupos para
328 • La ruralidad en tensión

distribuir de manera provisoria en productores no inscrip-


tos en el registro, pero dedicados a la explotación cañera.37
Asimismo, se ordenó la purga y control del registro de pro-
ductores cañeros, medida que se complementó con la elimi-
nación de los cupos cañeros por parte de los ingenios. Esta
última disposición atendió la demanda de UCIT referida a
la compraventa libre de materia prima que los rescató de
la dependencia de los ingenios tenedores de cupos de pro-
ducción. Las nuevas condiciones otorgaron mayor libertad
y fluidez a la comercialización de caña en el marco de la
expansión de la demanda de azúcar en el mercado interno
que se verificó a partir de 1971.38
El precio de la caña y su relación con el precio del pro-
ducto elaborado constituye un indicador clave para evaluar
la situación del sector cañero. Durante toda la década, el
precio de la materia prima acompañó la caída del precio del
azúcar, pero a partir de 1967 su descenso fue más pronun-
ciado. Desde el punto de vista distributivo, en 1960 el cañe-
ro recibía un 50% del precio del azúcar, su participación
descendió a un 49% en 1961 hasta alcanzar un 37% en 1966.
Con la aplicación de la ley 17163, el precio de la caña dismi-
nuyó abruptamente hasta alcanzar el 28% en 1967, ascendió
al 33% en 1968 y al 37% en 1969 (Canitrot y Sommer,
1972: 97). El informe dirigido por Boneo consideraba que
los precios efectivamente pagados fueron menores debido a
la incidencia del mercado negro. La relación del precio de
la materia prima con el precio del azúcar refleja una redis-
tribución de los beneficios azucareros desfavorable para el
sector cañero, especialmente para el segmento minifundis-
ta. Tal conclusión fue compartida por los técnicos del INTA,
que informaron sobre la expansión acelerada de los fundos

37 Como condición se les exigió el cumplimiento de las obligaciones salariales


con los trabajadores.
38 Ley 18769 del 08/09/1970. La legislación no contempló la situación de los
minifundistas expropiados (La industria azucarera, núm. 915, julio, agosto,
septiembre de 1970: 169.
La ruralidad en tensión • 329

industriales a partir de 1967, situación que revela un pro-


ceso de concentración de la agricultura cañera desde 1966
(Diagnóstico Regional de la Provincia de Tucumán, 1973: 2).

Cuadro 2. Número de productores cañeros por escala de extensión,


1966 y 1971

Ha Productores % Productores %
(1966) (1971)

0-3 19 602 73,2 13 102 74,2

2-10 3720 14,0 1862 10,5

10-20 2551 9,5 1381 8,0

20-100 811 3,0 1123 6,3

100 y más 96 0,3 189 1,0

Total 26 780 100,0 17 657 100,0

Elaboración propia a partir de los datos de Bilbao, 1972: 10 y 14.

El dato relevante del cuadro, como ya se adelantó,


consiste en la desaparición de 9123 cañeros que dejaron
de producir por la venta de la propiedad o por dedicar-
se a otros cultivos. No obstante, se advierte la resistencia
del cañero minifundista, que mantuvo una participación
levemente superior a la que ocupaba en 1966 respecto del
total de productores.39 La caída de la cantidad de cañeros
se observa en la franja de 2 a 10 hectáreas, cuya reducción
en el sector es abrupta, con un descenso de 4 puntos en seis
años. Un movimiento similar se registra en el segmento de
plantadores de 10 a 20 hectáreas con un descenso de más
de 1 punto en el total de productores. Por el contrario, el

39 Este comportamiento había sido anunciado por el dirigente de UCIT en


1966 al señalar que “el minifundista va a permanecer en el campo y se aga-
rrará a su tierra porque se le ofrecen perspectivas menores” (La Gaceta,
19/11/1966).
330 • La ruralidad en tensión

desempeño de los cultivadores medianos-grandes de 20 a


100 hectáreas es favorable, en tanto su participación crece
3 puntos; lo mismo puede decirse de los productores de
más de 100 hectáreas, que podemos identificar como fun-
dos de ingenios, cuyo porcentaje se incrementa levemente.
El cuadro registra los productores agrarios efectivos cuya
distribución por escala de extensión insinúa la concentra-
ción de propiedad.
Sin embargo, el proceso de concentración se advierte
mejor si se compara la distribución de cupos de 1969 con el
número de cañeros activos de 1963 y su participación en el
total del cañaveral en función de la escala de superficie.

Cuadro 3. Equivalencia de cupos a productores (según escala de extensión,


superficie cultivada) en 1963 comparado con la distribución de cupos
de 1969 a productores según escala de extensión. Se calcula 4 tn
por hectárea

Fuente: Elaboración propia de la Revista La Industria Azucarera, Nº


841, diciembre de 1963, p. 364 con el cuadro elaborado por Bilbao, S.
“El minifundio cañero”, INTA-Famaillá, 1972, p. 13. Las escalas 11-50 y
51-100 pertenecen al año 1969.
La ruralidad en tensión • 331

El cuadro 3 refleja el carácter altamente restrictivo de


la política de cupos de producción que solo reconoció a
4806 productores en 1969. De modo que casi el 78% de
los productores activos en 1963 fueron expulsados del mer-
cado legal de la caña, restricción que afectó a las distintas
escalas del sector cañero. La reducción del cupo castigó
intensamente a los minifundistas. El número de producto-
res de 0-10 hectáreas del año 1969 sufrió una retracción de
18 puntos, tomando como referencia a la misma franja en el
año 1963, la mejor zafra de la década. Al mismo tiempo, su
participación en la producción legal de materia prima des-
cendió un 19%, respecto del aporte en toneladas realizado
por este grupo en 1963. El retroceso operado refleja la mag-
nitud del mercado negro entre ese grupo de productores.
En las escalas medias (11-40/50 hectáreas), el número
de productores decreció aproximadamente un 50%, aunque
su participación en el universo de productores aumenta
del 12% en 1963 al 28% en 1969 debido a la disminución
numérica abrupta del universo de plantadores con cupo.
Por el contrario, su participación en la producción total de
materia prima legal disminuye un punto, valor que revela
los efectos perniciosos de la política de cupos en esta franja
de productores. Los cañeros medios-grandes (41/51 a 100
hectáreas) manifiestan un movimiento similar, un constre-
ñimiento del 70% respecto de su número en 1963, aun-
que su participación se incrementó un punto, su porcentaje
en la producción legal de caña disminuyó del 20% al 12%
en 1969. Finalmente, la franja de productores de más de
100 hectáreas aumentó un punto en lo relativo al número
de productores, pero su participación en la producción se
incrementó del 21% al 49%. Este último porcentaje revela la
redistribución inversa de cupos que favoreció al segmento
más poderoso de la escala, donde 129 productores (indus-
triales y cañeros) controlaron casi la mitad de la producción
cañera de la provincia en 1969. Este último valor refleja
332 • La ruralidad en tensión

la política agresiva hacia el sector cañero y los alcances de


la concentración de la producción legal de materia prima
generada por la cupificación derivada de la ley 17163.
Otro indicador del retroceso del sector cañero se refle-
jó en la disminución de la superficie sembrada con caña de
azúcar: descendió de 228 100 hectáreas en 1960 a 140 600
hectáreas en 1970. De modo que el 38% de la superficie
cañera se orientó a otros cultivos, como cereales y forra-
jes, cuya extensión en hectáreas se duplicó a lo largo de la
década (62 375 hectáreas en 1960 a 121 305 hectáreas en
1970) (“Plan Trienal 1974-1976 para la reconstrucción de
Tucumán”, t. II, p. 11). Estas cifras podrían revelar cierto
éxito en la diversificación de cultivos (estimulada por la ley
17163) que prometía al cultivador que renunciara a la caña
asesoramiento técnico y ventajas impositivas. Sobre este
punto, el informe de la CFI refiere al escaso esfuerzo del
gobierno en la diversificación (Análisis y evaluación del Plan
de Transformación agroindustrial de la Provincia de Tucumán,
1973: 48). El congreso de UCIT y cañeros independientes
realizado en 1971 afirmaba que la diversificación agrícola
estuvo signada por la improvisación, sin estudios previos
ni análisis de mercado. Alegaba que al pequeño productor
cañero no se lo orientó a la diversificación de cultivos; se
lo compelió a suplantar la caña por otros sembradíos, sin
ningún criterio técnico. Se otorgaron créditos de fomento
para cultivos de carácter extensivo, como soja, maní y gira-
sol, que naufragaron en pequeñas parcelas y llevaron a los
productores al fracaso económico (Actas del Congreso de
UCIT y cañeros independientes realizado el 20/11/1971).
La visión de UCIT es acertada si analizamos el desempeño
del algodón, cuya área sembrada se mantuvo estacionaria
por no alcanzar rendimientos significativos; lo mismo suce-
dió con el trigo, el arroz, el maíz, el sorgo y la alfalfa. Estos
cultivos fueron dependientes del ciclo del azúcar, que expe-
rimentó una fase expansiva en 1972, factor que generó su
declinación respecto de las hectáreas cultivadas. Diferente
fue el derrotero seguido por la soja, que experimentó un
La ruralidad en tensión • 333

acelerado crecimiento de 1500 a 7400 hectáreas entre 1960


y 1970 y se mantuvo firme en áreas no apropiadas para el
cultivo de la caña. El citrus fue el cultivo que se implantó
con mayor consistencia y ubicó a la provincia como pri-
mer productor nacional. En esa década, se consolidó como
agroindustria al instalarse –entre 1968 y 1969– plantas
citrícolas elaboradoras de jugos bajo el régimen del “Ope-
rativo Tucumán” implementado en 1967 para subsanar la
masiva pérdida de trabajo en la industria azucarera (“Plan
Trienal 1974-1976 para la reconstrucción de Tucumán”, t.
II, Diagnóstico Sectorial, pp. 44-139). Un cultivo tradicional
como el tabaco registró una importante expansión, de 300
hectáreas en 1960 pasó a 2400 en 1970; lo mismo puede
decirse de las hortalizas y frutas, que crecieron de 17 885
hectáreas en 1960 a 25 818 en 1970.
No obstante, luego de una década de crisis, el culti-
vo de la caña de azúcar no perdió su centralidad como
generador de valor agregado y, aunque su participación
en la producción agrícola descendió del 82,96% en 1960
al 77,49% en 1970, se mantuvo como la principal acti-
vidad en lo relativo al valor de su producción (“Plan
Trienal 1974-1976 para la reconstrucción de Tucumán”,
t. II, p 12). Por otra parte, siguió siendo el principal
cultivo generador de mano de obra. Salvo el tabaco,
que utilizaba 90 jornadas por hectárea y por año, la
caña seguía en demanda de ocupación al exigir 50 o 60
jornales. En los demás cultivos el trabajo exigido era
menor: en el rubro hortalizas, 30 jornales; en el algodón
y citrus, 25; en alfalfa, menos de 10; en el maíz, sorgo,
girasol y maní, menos de 5 jornales (Análisis y evaluación
del Plan de Transformación agroindustrial de la Provincia de
Tucumán, 1973: 31). De modo que la diversificación de
cultivos no pudo compensar la caída del empleo por la
disminución del área cañera y su crisis.
A lo largo de la década, la reducción de empleo en
el sector agropecuario involucró a 35 093 trabajadores,
de los cuales 33 597 eran obreros de surco, el 96% del
334 • La ruralidad en tensión

sector agropecuario.40 La desocupación registrada en el


Censo de Población y Vivienda de 1968 reflejó el impac-
to producido por la crisis azucarera en la población de
los departamentos azucareros.

Cuadro 4: Población económicamente activa; ocupados y desocupados


por departamento

Departamento Total PEA Ocupados Desocupados %

Totalprovincia 507 456 260 405 225 151 35 254 13

Capital 235 584 121 905 106 410 15 495 13

CruzAlta 47 325 23 396 19 202 4194 18

Chicligasta 37 428 19 685 17 368 2317 12

Famaillá 31 203 15 363 12 155 3208 21

Graneros 12 696 7272 6634 638 9

Leales 16 911 8555 7408 1147 13

Monteros 37 884 18 925 15 607 3318 17

Río Chico 32 600 16 462 14 300 2162 13

Tafí 33 015 16 218 13 997 2221 14

Burruyacu 16 169 8883 8488 395 4

Trancas 6641 3741 3582 159 4

Fuente: Censo de población y vivienda, 1968: 2.

40 La desocupación, capacidad de resistencia y movilización de los obre-


ros de azucareros de fábrica dirigidos por FOTIA han concitado el
interés de los historiadores. No se ha contemplado la situación de los
trabajadores de surco, que en 1967 abandonaron FOTIA y se nuclea-
ron en la Federación de Obreros del Surco de la Industria Azucarera y
Agropecuaria de Tucumán (FOSSIAT).
La ruralidad en tensión • 335

Los departamentos donde la industria azucarera era


más gravitante fueron los más castigados por la pérdida de
trabajo: Famaillá, Cruz Alta y Monteros. La franja etaria
comprendida entre 20 y 29 años fue la más afectada al
representar el 35% de los desocupados. Tal porcentaje
aumentaba si se ampliaba el radio de edad desde los 14 años
hasta los 29 años: en dicho grupo el desempleo ascendía al
68%. Un efecto de la desocupación se advirtió en la caída de
la población rural. En 1960 representaba el 46% del total,
mientras que en 1970 expresaba el 36%. La diferencia de
10 puntos iluminaba un silencioso movimiento de la pobla-
ción hacia los centros urbanos. Se trató de una respuesta
individual o familiar, efectuada sin asistencia del Estado.
El movimiento no se redujo a desplazamientos dentro del
perímetro provincial, también se orientó a otras provincias
argentinas, especialmente Buenos Aires. Durante la década,
Tucumán fue la única provincia de la región que registró
una pérdida absoluta de su población (Bolsi, 1997: 17). Sus
efectos fueron notables en los departamentos azucareros,
que experimentaron altas tasas de crecimiento negativo de
población.41
La migración incorporó también a los productores
minifundistas. En 1969 el INTA registró un aumento de la
población migrante en dicho grupo. Menciona casos extre-
mos: de los once miembros de una familia, migraron nueve;
de catorce integrantes del grupo familiar, migraron entre
diez y once personas. De las familias de productores sor-
teadas para ser encuestadas, el 12,9% estaban ausentes de
la provincia y radicadas en Buenos Aires, mientras que el
11,6% fue imposible de ubicar en la zona. Estos datos reve-
lan una migración silenciosa, que falta estudiar en profun-
didad (Bilbao, 1972: 16).

41 Famaillá, -14%; Río Chico, -13%; Monteros, -10%;Cruz Alta, -8% (Censo
Nacional de población de 1970: 1).
336 • La ruralidad en tensión

La política de la dictadura fue desastrosa para el sector


cañero en su conjunto, especialmente para el segmento
minifundista. La expropiación compulsiva de los cupos, su
inequitativa distribución, la formación de un significativo
mercado ilegal de caña y la caída del precio de la materia
prima revelaban un proceso de redistribución del ingreso
azucarero en beneficio de los industriales. Sus efectos se
manifestaron en la concentración y diversificación produc-
tiva, en la desocupación en el agro cañero y en la migración
que afectó a trabajadores de surco, pero también a los inte-
grantes de las familias campesinas.

Conclusión

La caída de su rendimiento fabril (asociado al rendimiento


cultural) constituyó el vector sobre el que se erigió la crítica
a la agroindustria tucumana calificada de ineficiente en
los estadios fabril y agrícola. El sector cañero fue atacado
por sus altos costos y bajos rendimientos (en relación con
la industria salto-jujeña) y, como principal responsable, se
sindicó al productor minifundista. En esa línea, la política
azucarera nacional se diseñó bajo esta noción al instituir
un rendimiento fabril único cuyo objetivo fue promover
la competencia interregional para definir la asignación de
recursos por zona productiva, al tiempo que establecía los
ingresos sectoriales correspondientes a los industriales y
a los cañeros. Los rendimientos fabriles fijados beneficia-
ron a la industria del norte (debido a sus altos resulta-
dos y a su modelo productivo integrado que centralizaba
producción y elaboración en una sola empresa) y desca-
pitalizaron a la agroindustria tucumana. Respecto de las
relaciones intersectoriales (cañeros e industriales), la polí-
tica de Alsogaray avanzó en la desregulación del precio de
La ruralidad en tensión • 337

la materia prima, que quedó sujeta a la libre negociación


entre las partes, cuestión irresoluble al no conseguirse un
precio consensuado.
Tal contexto fue sacudido por una crisis de sobrepro-
ducción azucarera en 1958, que generó la caída del precio
del azúcar, obligó a los actores a afrontar el recorte de la
producción y a recurrir a la exportación a pérdida para
sanear el mercado doméstico. Las medidas, perjudiciales en
el plano económico, profundizaron el desorden y la inte-
rrupción de la cadena de pagos en la agroindustria. En esa
instancia, los cañeros enfrentaron la política azucarera, no
solo a través de peticiones y audiencias con los poderes
públicos, sino a través de la huelga y la movilización. Las
medidas fueron impulsadas por UCIT a raíz del reclamo de
los pequeños y medianos productores, que expresaron su
voluntad de resistir de manera activa. La “marcha del ham-
bre” representó un triunfo de los cañeros más simbólico que
efectivo en tanto el arreglo arribado se cumplió parcialmen-
te y con lentitud. En ese tramo, la crisis azucarera devino en
una crisis del Estado provincial, asediado por las protestas
de empleados, trabajadores y cañeros.
El golpe final fue asestado por la dictadura militar de
Onganía en 1966-1968 al imponer el paradigma de inefi-
ciencia productiva y monocultivo como causantes de la
crisis azucarera. Bajo estos parámetros tomó impulso una
ofensiva patronal que contó el respaldo del intervencionis-
mo estatal. Se cerraron once establecimientos que represen-
taban el 40% del parque industrial azucarero, con la conse-
cuente secuela de desocupación obrera. El estadio agrario
fue reformulado por una política restrictiva de cupos que
promovió la concentración de la producción cañera en
beneficio de los industriales y grandes cañeros. El instru-
mento utilizado fue la expropiación de cupos (por oferta y
por incautación) con el objetivo de orientar a los pequeños
cañeros a la diversificación productiva. Tales medidas dis-
torsionaron el mercado de comercialización de la caña al
crear un restringido circuito legal, mientras se configuraba
338 • La ruralidad en tensión

otro “en negro” que deprimió los precios de la materia


prima. En esa instancia, UCIT promovió la formación de
cooperativas de comercialización con el objetivo de incluir
a los pequeños productores en el circuito legal, que habilita-
ba una mejor posición para negociar la venta de la materia
prima y los saldos adeudados por los ingenios. Los efectos
sociales de dicha política se reflejaron en la desocupación en
el estadio agrario y en la emigración, decisión que revelaba
la ruptura de las comunidades cañeras y la aguda crisis que
soportaban las familias campesinas.
A finales de la década, la confluencia de las protestas
azucareras (obreras, las puebladas en el área azucarera
que incluía a cañeros) con las movilizaciones estudiantiles
desataron una extendida rebelión popular, conocida como
Tucumanazo, que determinó el desalojo de Onganía y su
equipo económico. En ese marco, se flexibilizó la políti-
ca de cupos y se autorizó el incremento de la producción
cañera, que mejoró su rendimiento debido a la utilización
de variedades de caña más aptas y productivas. El policul-
tivo pregonado por el gobierno se efectivizó parcialmente
en áreas no azucareras, aunque el agro cañero mantuvo su
centralidad en el estadio agrícola en lo relativo a su valor
bruto. Su gravitación se reflejó en la declinación de otros
cultivos, que disminuyeron su presencia cuando el azúcar
retomó su ciclo ascendente a partir de 1971.

Fuentes

Archivo UCIT
Actas de la Comisión Directiva, 1967.
Actas de la ADD, 1960-1961.
Actas del congreso de UCIT y cañeros independientes, 20/
11/1971.
La ruralidad en tensión • 339

Observaciones de UCIT respecto a la incidencia de la ley 18.179


sobre el desenvolvimiento de las cooperativas cañeras de la
provincia de Tucumán, folleto, 1971 [Archivo UCIT].

Folletos corporativos
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de Comercio de la Nación”, 31/01/1955.
CARNA, “El intervencionismo estatal en la industria azu-
carera”, 1956.
CARNA, “El problema del azúcar en la Argentina, Buenos
Aires”, 1964.

Diarios y revistas
La Unión, de UCIT, 1957.
La Gaceta, San Miguel de Tucumán, 1961-1969.
Revista industria azucarera, 1961-1969.

Censos
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Censo de población y vivienda de 1968.
Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (1970). Censo
Nacional de población de 1970.

Informes técnicos
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del plan de transformación agroindustrial de la provincia de
Tucumán. Informe final. CFI, Buenos Aires, 1973.
Canitrot, A. y Sommer, J. (1972). Diagnóstico de la situación
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Famaillá, 1973.
340 • La ruralidad en tensión

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azúcar en Tucumán”, Fundación Bariloche.
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mán”, t. II.

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Sánchez, I. (2018). “La caña en el ojo técnico. El agrónomo
Fernández de Ulivarri en la crisis azucarera tucumana
de los años 60”. Trabajo presentado al curso de posgra-
do Perspectivas en los estudios sociales de la ciencia y
tecnología en el sur global, dictado por la Dra. Hebe
Vessuri, en el Doctorado en Humanidades.
342 • La ruralidad en tensión

Anexo

Toneladas de azúcar producidas por provincia (1952-1969)

Fuente: Canitrot y Sommer, 1972: 54.

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