Diario de Una Huida - Marilyn Harris

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@NoDigoGroserias
Diario
de
una
Huida
Diario
de
unaHuida

Marilyn Harris

CÍRCULO DE LECTORES
Título del original inglés, The runaway’s diary
Traducción, Marta Pérez
Cubierta, Juan Falco

Círculo de Lectores, S.A. Edición no abreviada


Calle 57, 6-35, Bogotá Licencia editorial para Círculo de Lectores
por cortesía de Martínez Roca
©Marilyn Harris, 1971 Queda prohibida su venta a toda persona
©Ediciones Martínez Roca, S.A., 1981 que no pertenezca a Círculos
Impreso y encuadernado por
Printer Colombiana
Calle 64, 88A-30
Bogotáa, 1982
Printed In Colombia
A John,
a los bosques silenciosos
y a la hiedra silvestre
A finales del pasado mes de agosto efectué con mi
familia el recorrido que separa Montreal de Toronto por
autopista. Recuerdo que caía ya la tarde y el tránsito era
bastante denso, cuando de repente vimos cómo el coche
que nos precedía se desviaba bruscamente hacia la
izquierda. En el mismo momento observé que algo
semejante a una diminuta figurilla gris volaba por los aires
y se desplomaba sobre el arcén. Varios vehículos se
detuvieron instantáneamente, y todos corrimos al lugar del
suceso, descubriendo con gran horror que el coche había
atropellado a una muchacha muy joven. Esta permanecía
inconsciente y estaba custodiada por un enorme pastor
alemán que parecía conocerla bien. Como es natural, el
conductor parecía totalmente enloquecido. Una de las
personas que como nosotros se había detenido nos indicó
que no debíamos cambiarla de posición. Mientras
esperábamos la llegada de una ambulancia, me dediqué a
la tarea de recoger sus pertenencias, que yacían
diseminadas en el suelo: una mochila, un zapato, un
pequeño crucifijo de plata, un libro de bolsillo y un
cuaderno de anotaciones muy gastado. Por fin llegó la
ambulancia, y el interno nos aseguró, tras un examen
superficial, que no creía que las heridas revistiesen
demasiada gravedad. Naturalmente, nos sentimos muy
aliviados. Cuando la ambulancia hubo partido en dirección
al hospital de Brockville, reanudamos nuestro viaje hasta
Toronto. A los pocos minutos descubrí que, sin darme
cuenta, con el trastorno me había quedado con el
cuaderno de anotaciones.

No era mi intención inmiscuirme en la vida privada de


8
nadie, que es lo que habitualmente refleja un diario íntimo.
Abrí el libro en busca de una dirección o algo que me
permitiera identificar a su propietaria. Pero, en lugar de
datos, me encontré con un relato tan honesto y
caracterizado por una tan amplia visión de las cosas, que
me fue imposible dejar de leer. Pasé la noche
ensimismada en la lectura, y no la terminé hasta el
amanecer.

Seguidamente paso a ofrecer al lector este


documento de tan notable interés.

LA AUTORA.

9
3 de junio de 1970, 23.50

Yo, Cat Toven, de quince años de edad, casi


dieciséis, en plena posesión de mis facultades mentales,
juro solemnemente que:

1. Abandonaré este lugar mañana por la mañana antes de


que salga el sol.
2. No discutiré con nadie las razones de mi marcha.
3. Escribiré cada día en este diario.
4. Me consideraré una amiga de aquellas personas que
encuentre en mi peregrinar.
5. No odiaré, ni despreciaré, ni juzgaré a nadie.
6. No me quejaré cuando sienta frio o calor, ni cuando
esté hambrienta o sucia.
7. Me alejaré todo lo posible de este lugar.
8. Probablemente no regresaré nunca, llegue a donde
llegue.

COSAS QUE NECESITO

En la mochila:

1. La pequeña tienda de Bobby.


2. Una manta (la verde, que ya está vieja).
3. Una linterna con pilas nuevas.
4. Una caja grande de cerillas.
5. Un cepillo de dientes.
6. Una toalla.
7. Dos pares de pantalones acampanados (unos puestos).
8. Dos suéteres (uno puesto).
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9. Dos camisas limpias (una puesta).

Demasiadas cosas. Dejaré la toalla en casa.

AL CINTO

1. La cantimplora.

Prender los dos billetes de veinte dólares de la parte


trasera de los pantalones. Por dentro, para que no se
note.

EN LOS BOLSILLOS

1. Un peine.
2. Dos dólares con setenta y cinco en moneda suelta.
3. Este diario.
4. Tres lápices, uno sujeto por un cordel al cuaderno de
anotaciones.

No resulta tan duro. Es fácil. Bennett me dijo que el


secreto estaba en viajar poco cargado. Y tampoco
pretendo dar la vuelta al mundo, como él. Sólo quiero salir
de aquí. Quizás el verano que viene, si regreso de ahí
donde llegue ahora, haga también un viaje alrededor de la
Tierra.

COSAS QUE ECHARÉ DE MENOS

De alguna manera esta habitación. Pero no la casa.


Sólo mi cuarto. A Duke, pero es tan viejo que en cualquier
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caso no tardará en morir. En cierto sentido a Bobby,
aunque no le contaría mi plan por nada del mundo. Pobre
crío, probablemente comprenderá mejor cuando descubra
que me he largado. No la casa. Un amigo dijo que los
padres llegan a estas situaciones sin darse cuenta. No
creo que sea cierto. Yo no necesito más de diez minutos
para darme cuenta de si una persona me gusta o no. En
veintiún años de matrimonio han tenido tiempo suficiente
para reflexionar y ver a qué punto iban a llegar a parar.

Antes de salir, voy a comer mucho, para no sentir


apetito enseguida.

He de acordarme de poner el despertador a las cinco.


Espero despertarme antes de que suene. Bennett dijo que
la gente que uno encuentra en la carretera es muy
agradable, que todo el mundo está dispuesto a hacer
cualquier cosa por ti. Según él, nadie trata de maltratarte
ni abusar de su fuerza. Todo eso ha pasado a la historia.
Actualmente hay un montón de adolescentes que viajan
solos. Eso es lo que afirma Bennett.

¡Caray! Ahora me doy cuenta de que he estado


mucho rato sentada en la cama, empezando mi diario,
tratando de recordar qué es lo que me olvido y mirando de
vez en cuando el rostro que se vislumbra en el espejo.
Cuando pasas mucho tiempo planeando hacer algo, algo
realmente importante, y de repente te encuentras a punto
de pasar a la acción, todo tu cuerpo se pone a temblar de
un modo extraño e incontenible. Miro fijamente la cara
que me devuelve el espejo y ni siquiera la reconozco. Si la
12
observo con gran atención durante largo rato llego a la
conclusión de que pertenece a uno de esos seres que
parecen espectros y que están dispuestos a dejarse
intimidar y a aceptar todas las mentiras que le cuenten,
pero que un día podría fugarse de casa porque sus
padres se pasan el día peleándose y gritándose. Los
alaridos e insultos son lo peor de todo. No hay nada peor
en la historia del mundo, pasada o futura, que dos
personas adultas gritándose desaforadamente día y
noche. Quizá lo más terrible sea la calma tras la tormenta,
o bien los llantos estruendosos de mi madre. Ni siquiera
recuerdo cuándo empezó todo. Existió una época en la
que no había voces elevadas, pero hace tanto tiempo que
ya casi ni me acuerdo de ella. Lo único que sé con
certeza es que todo el algodón del mundo amontonado en
mis oídos no conseguiría aislarme de sus conversaciones,
ya que seguiría oyendo con toda claridad lo que dicen.

No entiendo ni a mis padres ni a nada ni a nadie.


Como aquella ocasión en que Bennett me dijo que era
casi guapa. ¿Qué significa el «casi»? O se es guapa o no
se es. Cuando entrecierro los ojos y dirijo la mirada hacia
el espejo, llego a la conclusión de que soy bonita, porque
no veo casi nada y por lo tanto me convierto en una
sombra. Pero al menos al observarme casi en penumbra
me hago la ilusión de que mi cabello no está hecho de
cuerdas de guitarra e incluso llego a creer que su color
dorado resulta brillante bajo la luz artificial. Cuando está
encendida la lámpara del techo no me veo bien los ojos;
pero eso es una ventaja, ya que no son ni muy grandes ni
muy azules ni muy nada. Tampoco acierto a vislumbrar mi
13
nariz, que es totalmente neutra, ni corta ni larga, ni
respingona ni aguileña. En realidad, si todos se ponen de
acuerdo y me miran con ojos bizcos, no tengo tan mal
aspecto.

Cuando me arrodillo sobre la cama y escondo la


barriga, resulto casi flaca. Creo realmente que no estoy
gorda en absoluto. Si contengo la respiración, entro en
una talla cuarenta, si bien preferiría usar la treinta y seis,
la treinta y cuatro o incluso la treinta. En una ocasión
decidí ponerme a dieta y no comer durante un mes
patatas fritas. Pero al día siguiente de tomar esta decisión
me sorprendí a mi misma sosteniendo un cucurucho de
patatas fritas en la mano. Y la verdad es que ni siquiera
tenía hambre; pero me había ido tan asquerosamente mal
en la escuela y me esperaba una velada tan desagradable
en casa, que me detuve a comprar las patatas porque
sabía que al menos las patatas fritas me servirían de
consuelo. Así que seguí comiendo lo que no debía, y
ahora no estoy tan delgada como quisiera.

No soy ni guapa ni flaca, pero algo tengo en mi favor:


no me siento asustada. En absoluto. No resulta tan duro.
En realidad es fácil.

Echaré de menos mis libros, mis discos, todas mis


pertenencias personales. Quizá me lleve algún libro de
Thoreau y mantequilla de cacahuate.

Me sentiré segura de mi misma y escribiré cada día


mis impresiones en este diario. Bennett dijo que es una
14
buena idea llevar un diario y escribir algo en él con
asiduidad. De ese modo se tiene siempre un compañero
de conversación y cuando está ocurriendo algo se piensa:
«Esta noche lo explicaré en mi diario», y de ese modo la
adversidad resulta más llevadera.

Creo que todo está a punto.

No va a resultar muy duro. En realidad es fácil.

4 de junio, jueves, 11.45 de la mañana

Adiós, Harrisburg, Pennsylvania. Estoy escribiendo


en el asiento trasero del primer coche que me ha
recogido. He salido de casa al amanecer, a las 5.30.
Como tenía previsto. Ha sonado el despertador, pero he
detenido la alarma a tiempo. Duke ha gruñido sin llegar a
ladrar. Es un buen perro. Lo echaré de menos. A esa hora
de la mañana Harrisburg está sumida en el silencio.

He ido caminando hasta la autopista 147. He


avanzado durante casi una hora hasta que me ha
recogido este coche. Me sentía extraña cuando salí de
casa. Pasas mucho tiempo planeando hacer algo y,
cuando finalmente lo haces, te das cuenta de que es
diferente la acción del pensamiento. No es que haya
tenido ningún problema ni que me haya sentido triste o
solitaria, pero he encontrado raro eso de fugarse. Tenía la
impresión de que todo el mundo me espiaba desde el
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interior de sus casas; hasta he creído verla a ella
observándome, sin decir una sola palabra. Al amanecer
reina la paz, la calma. He pensado que quizás hayan
dado la noticia de mi huida por la radio, en el noticiero de
las seis.

«Cat Toven se fugó de su hogar a primera hora del


día de…»

Chorradas.

Sigamos. He ido caminando por la 147 hasta que el


sol estaba ya alto en el cielo. Hacía calor. Debían de ser
las nueve, más o menos. Entonces esta pareja se ha
detenido y me ha preguntado si hacía autostop,
ofreciéndose a llevarme. Se trata de un par de
cincuentones, un hombre y una mujer. Me han explicado
que iban a Williamsport a conocer a su nieta, recién
nacida. Son de Wilmington, Delaware. Nunca he estado
allí. Todavía no me han hecho demasiadas preguntas, si
bien el hombre no ha dejado de mirarme por el espejo
retrovisor. No me pierde de vista.

Les he dicho que iba a Corning, Nueva York, a visitar


a mi abuela enferma. Lo único que me falta es una capa
roja con capucha. No me gusta mentir, pero creo que no
me entenderían. La mujer me ha preguntado por qué
hacía autostop; les he tenido que decir que habían
despedido a mi padre del trabajo y que andábamos
escasos de dinero. Creo que se lo han tragado. El hombre
ha estado hablando acerca de lo mal que está el mundo,
16
pero al poner la radio la mujer, él no ha tenido más
remedio que callarse.

No me gusta mentir, pero…

En la radio están dando un programa religioso, con


predicador incluido. ¡Puaf! Puro cotorreo sobre las
consecuencias del pecado. Parece que a ella le gusta. El
charlatán que se ha colado en el vehículo acaba de decir:
«Nos veremos en la iglesia el domingo próximo». Mientras
dure el discursito, no me veré obligada a hablar. Sin
preguntas no hay respuestas, y sin respuestas no hay
mentiras.

Ha sido fácil esta mañana. Aún no acabo de


creérmelo. Es muy diferente pensar en hacer una cosa y
hacerla de veras. Simplemente me he levantado, me he
vestido, he ordenado mis cosas y he salido a la calle.
Nadie ha dicho ni una palabra. Sólo Duke se ha
despertado; los demás no se han enterado de nada.
Aunque llamen a mis amigos, no sacarán nada en claro,
puesto que ni siquiera ellos saben adónde voy. No se lo
he contado a nadie, ni a Bennett ni a los otros.

El hombre sigue mirándome por el retrovisor. Me


pregunto qué dirá mi padre cuando ella se lo cuente.
Incluso es probable que no le informe del suceso de
momento. Seguro que piensa que volveré. En cuanto a él,
se pondrá como loco. O quizá no. Creo recordar que
también se fugó en su juventud. Además, para

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comunicárselo tendrá que encontrarlo primero, y eso no
va a resultar sencillo.

El indicador reza escuetamente: «Williamsport, 75


millas. Sede de la Liga Juvenil de Béisbol». El año pasado
mi madre y yo acompañamos a Bobby a esta ciudad para
que viera los partidos. Aburridísimos. Pobre chaval. Su
equipo ya había perdido antes de abandonar Harrisburg.
Nos alojamos en un motel situado en lo alto de una colina.
La ciudad no es ni grande ni bonita; al menos así lo
recuerdo. Dos días ya se hacen largos. Y encima
acompañada por mi madre y Bobby. Siempre que salía
por ahí con ellos, me figuraba que iba sola. Ahora ya no
necesito usar la imaginación. Es mejor así.

Se ha acabado el sermón. Ella está empezando a


hablar de nuevo…

Hace calor.

Me han dejado en el puente porque tenían que


desviarse para ir a la maternidad. Cinco dólares. Ella me
ha dado cinco dólares, diciendo que si algún día su nieta
recién nacida se veía obligada a hacer autostop para
acudir a su lado en caso de enfermedad esperaba que
alguien la ayudase. Añadió que lamentaba no poder
ofrecerme más. ¡Qué mujer tan estupenda! Lo digo de
veras.

El río está muy sucio en este lugar. Lleno de fango,


viscoso y repulsivo. Aquí abajo se está más fresco que en
18
el puente. La gente no deja de mirarme. Es una autentica
ayuda escribir en este diario. Me proporciona una
ocupación cuando no tengo nada que hacer. Además,
siempre que estoy desocupada la gente me observa con
mucha insistencia. Parece que cuando estás activa todo
el mundo se queda perplejo y no se atreve a molestar.
Arriba, en el puente, hay dos muchachos. Me lanzan una
mirada de complicidad que conozco bien.

Cinco dólares. Sumados a los dos billetes de veinte y


a los 2,75 que llevo en calderilla, ya tengo…

Se acercan. Sabía que lo harían.

4 de junio, a la caída de la tarde

El día de hoy parece haber durado setenta y dos


horas. ¿Por dónde empezar? Estoy escribiendo detrás de
un cartel que invita a los transeúntes a visitar las fábricas
de vidrio de Corning. No es mala idea cuando no se tiene
nada mejor que hacer. Estoy cansada. Creo que durante
un buen rato no voy a hacer más autostop.

No resulta tan duro. Es fácil.

No creo que los automovilistas me vean, ya que estoy


entre la maleza. Espero que las serpientes tampoco
adviertan mi presencia. Si las hay, claro. Noto que me
arden tanto la cara como los brazos. El sol ha apretado de
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lo lindo. En general, me encuentro perfectamente. He
devorado un perrito caliente regado con Coca-Cola. Se
me han ido setenta y seis centavos; pero no es mucho
gasto teniendo en cuenta los cinco dólares que me han
caído del cielo. No sabe esa recién nacida la abuela tan
estupenda que tiene.

Andy y Sherrie me han dado el nombre y la dirección


del primo de Andy en Provincetown. Me han invitado a ir
con ellos. Andy ha dicho que su primo confecciona joyas,
las vende en verano y gana mucho dinero. Las personas
honradas compran cualquier cosa. No he accedido.
Bennett me aconsejó que viajara en solitario, si bien no
me explicó las razones. Probablemente él sabía el
porqué.

Andy ha pedido una Coca-Cola, así que Sherrie y yo


hemos podido sentarnos en una mesa. Era un local de la
cadena Texaco. Él ha dicho que se ponen furiosos si no
tomas nada, a menos que estén tan ocupados que ni
siquiera adviertan tu presencia. Lo tendré en cuenta.
Saqué una barra de pan, que hemos untado con la
mantequilla de cacahuete que yo llevaba. La hemos
extendido en el pan con los dedos, lo cual produce una
sensación rara al principio, pero luego te habitúas.

Andy es de Tucson, Arizona. Nunca he estado en


Tucson. Me ha dicho que no me perdía nada. Conoció a
Sherrie en las afueras de Kansas City, Missouri. La
muchacha viajaba sin rumbo, como yo, hasta que se
encontró con Andy. Ahora van juntos a Provincetown; son
20
cosas que pasan. Después de nuestro «banquete» tenían
pensado emprender viaje hacia Scranton; pero yo quería
dirigirme a Corning. Así que hemos tenido que
separarnos. A pesar de no haber pasado con ellos más
que unas horas, he experimentado una sensación de
tristeza al despedirnos. Como si fuéramos viejos amigos.
Andy me ha recomendado que me cuide mucho, algo que
a nadie en Harrisburg se le habría ocurrido. Tiene una
enorme cicatriz en el cuello, pero se la cubría con un
pañuelo rojo que sólo se quitaba para secarse las manos.
No creo que Sherrie se haya disgustado porque no he
aceptado su invitación. Aunque sí tengo la impresión de
que ella apenas ha probado la mantequilla de cacahuete
debido a que era mía.

Estoy escribiendo en semioscuridad, aprovechando


las luces de los faros de los coches que circulan sin cesar.
Me pregunto qué estará ocurriendo en casa.

No resulta tan duro. En realidad, es fácil.

Dejemos eso ahora. Me han traído hasta Corning un


viejo que no ha abierto la boca en todo el trayecto.
Conducía a unos cincuenta kilómetros por hora, y no ha
dicho ni una sola palabra ni al recogerme ni al dejarme.
Se ha limitado a conducir con las manos como pegadas al
volante y la mirada fija en la carretera. ¡Vaya tipo raro! Su
frente estaba surcada por venas azuladas y salientes.

No sé qué prefiero, si el silencio o el exceso de


conversación. Por lo menos cuando no te hablan no te
21
ves obligada a contestar a preguntas inoportunas. Pero
concretamente hoy, después de despedirme de Andy y
Sherrie, tenía la necesidad de hablar con alguien. Me he
acordado con nostalgia de la mujer de esta mañana, a
pesar de las mil preguntas que me ha hecho. Andy me ha
contado que una vez los había recogido una limusina
negra. Debía de resultar algo lúgubre, ya que por lo visto
el tipo era realmente raro.

Me pregunto si me han echado ya de menos. Tengo


sueño.

Mañana trataré de llegar a las islas Thousand. Y


luego a Canadá. Les he dicho a Andy y Sherrie que ése
era mi destino. Me ha salido así, por las buenas. La
primera sorprendida he sido yo. Parecían impresionados.
Después de todo, no es tan mala idea. Canadá. Y no es
que esté pensando en quemar mi cartilla de reclutamiento
o algo por el estilo. No sé qué haría si me dieran una, la
verdad es que no me siento excesivamente patriota.

No resulta tan duro. En realidad, es fácil.

Me pregunto qué tipo de joyas confecciona el primo


de Andy. A Sherrie no le he caído bien, es algo que se
nota sin necesidad de pelearse ni pegarse. Me escuece la
zona quemada por el sol. Los hombros me duelen un
poco, debido al peso de la mochila. Por lo demás, todo va
bien.

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Me parece que esta noche no voy a montar la tienda.
Alguien podría verla. Además el cielo está estrellado y en
la maleza no hay pinchos. Es cuestión de tiempo, a todo
se acostumbra uno. No tengo nada en que pensar…o
tengo todo en que pensar, nunca se sabe. El mundo está
completamente loco. Una vez vi un programa de televisión
en el que condenaban a un chico a diez años de prisión
por haber quemado su cartilla de reclutamiento. Sólo de
pensar en la posibilidad de vivir entre barrotes durante
diez años se me ponen los pelos de punta. Y encima por
destruir un simple papel.

Tengo sueño. Andy me ha dicho que no entrase en


Canadá por ninguno de los puentes donde hay policía de
aduanas. No se me había ocurrido. Me ha aconsejado
que si quiero ir al país vecino cruce la frontera por las
islas Thousand y de ahí dé el salto hasta Ontario. Es un
buen sistema, no hay un camino mejor. He fingido al
afirmar que ya tenía planeado hacerlo de ese modo. ¡Qué
tío tan majo! Extraña cicatriz. Él no ha hecho el menor
comentario al respecto. Es un fan de los Who. Cree que
es el mejor conjunto sobre la Tierra. Yo me he declarado
entusiasta de Simon y Garfunkel y también, aunque
menos, de Donovan. Sherrie apenas ha expresado
ninguna opinión.

Nunca he estado en Canadá.

La verdad es que…

Me siento algo deprimida. Echo de menos…


23
5 de junio, viernes

Bennett me dijo que no me perdiese en el tiempo,


porque si se olvida uno del día en que está se siente
desvalido y desorientado.

He desayunado en un Dairy Queen1. La especialidad


de la casa. Pero primero me he despedido de mi lecho de
arbustos. Resulta divertido comprobar que cuando has
dormido en un lugar tienes la sensación de que te
pertenece. Mi lecho de arbustos, mi valla anunciadora. En
el fondo es una estupidez.

Bueno, sigamos. He ido al mismo establecimiento


donde comí anoche el bocadillo caliente. Había un
muchacho sentado en las escaleras de entrada, con la
mirada perdida en un lejano cementerio. Debía de tener
unos trece años, parecía algo mayor que Bobby. Estaba
como abstraído, mirando el cementerio sin verlo, mientras
el helado que sostenía en la mano se deshacía y
pequeños regueros corrían por su brazo sin que lo
advirtiese. Me he sentado a su lado para preguntarle
dónde estaba la carretera que conduce a las islas
Thousand. No lo sabía, sólo podía indicarme que la de
Elmira estaba justo ante nosotros. De pronto ha

1
. En los Estados Unidos, establecimiento muy popular, mezcla de heladería, granja y cafetería. (N. del T.)

24
empezado a devorar su helado, como si se hubiese dado
cuenta de que se le estaba fundiendo.

Me siento bien esta mañana. Pero tengo que hacer


planes. En estos momentos estoy sentada en los
escalones que hace un momento ocupaba el chico del
helado. Se ha ido. Había un montón de moscas
zumbando alrededor del helado medio deshecho. Se ha
largado en bicicleta. Creo que prefiero a las personas que
hablan.

Una de las cosas que debo planear es cómo llegar a


mi destino. Necesito un mapa. Ayer, cuando no conseguía
dormir, pensé por un momento que un reloj me resultaría
también muy útil. Nunca antes se me había ocurrido lo
necesario que en ocasiones resulta un reloj. Creo que en
el fondo no me hace ninguna falta. Con un poco de
práctica llegaré a saber la hora guiándome por el sol. Mi
padre dijo una vez que…

Acaba de aparcar delante de mí un coche de la


policía. Tengo que mantener la calma. Sigo escribiendo,
no levanto los ojos. Uno de los ocupantes del vehículo me
está observando. Escribo para mantenerme ocupada y no
mirar hacia el coche. Tengo que seguir escribiendo, lo que
sea, cualquier cosa. Voy a una escuela de verano espacio
en blanco escuela y soy estudiante y siempre llevo mi
mochila conmigo cuando voy a la escuela, oficial. Sigue
mirándome. Se acerca…

25
No era mal tipo el poli. No parecía mucho mayor que
yo. El chico del helado había robado la bicicleta. Ahora
comprendo su mirada fija en la distancia en dirección al
cementerio. ¿Por qué aquel muchacho habría robado la
bicicleta? Porque no tiene una propia, vaya una pregunta
tonta. El policía no ha sospechado de mí. Se ha limitado a
preguntarme si había visto a un muchacho en bicicleta.
Resultaba demasiado joven para ser policía. Me pregunto
si el chico del helado había robado realmente la bicicleta y
si el tipo que me ha estado interrogando era de verdad
policía. Desde luego, llevaba placa y un arma al cinto.

Odio las armas. Hace falta temple y crueldad para


apretar el gatillo. No puedo imaginarme presionando el
gatillo de un arma, como no sea para defenderme de
alguien que me persiga con un cuchillo o algo así. Ni
siquiera visualizo la escena. Quizás algo en mi interior me
impulsaría, en caso de peligro, a contraatacar; a lo mejor
se encendería en mi cabeza un letrero luminoso con estas
palabras: «Aprieta el gatillo, aprieta el gatillo». Entonces
un mensajero nervioso bajaría hasta el dedo para llegar a
su destino y encontrarse con que ya había decidido actuar
por su cuenta.

Aprieta el gatillo, aprieta el gatillo. ¡Bang! Luego fluye


la sangre y un montón de personas se apiñan a tu
alrededor. Muerto.

Tercer grado.

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— ¿Cómo se llama?
— Cat Toven. Mi nombre es un acrónimo formado por la
primera letra de…
— ¿Dónde vive?
— En Harrisburg, Pennsylvania.
— ¿A qué se dedica?
— ¿Cuándo?
— ¿Cómo?
— Verá. Es que se dedica a cosas diferentes según la
hora del día. Por las mañanas y por las tardes, trabaja
como abogado. Por las noches prefiere andar dando
vueltas por ahí, juguetear…
— No entiendo una palabra.
— Es abogado y…
— Eso está claro, lo que no comprendo es la última parte.
— Hay una mujer en Nueva York, y él siempre…
— ¿Hay algún seguidor en su familia?
— Mi hermano es un fiel seguidor de la Liga Juvenil de
Béisbol.
— ¿Y usted, es seguidora de algo o de alguien?
— Sí.
— ¿De qué o de quién?
— Lo ignoro. Pero me gustaría descubrirlo.
— Vamos, vamos, seguro que lo sabe.
— De veras que no.
— Tenemos medios para hacerle hablar.

¡Qué estupidez! Se está más fresco aquí, bajo los


árboles. Siempre utilizaban esta expresión en películas
27
sobre la segunda guerra mundial. «Tenemos medios para
hacerle hablar». Me pregunto si realmente lo decían.

¡Ojalá los del Dairy Queen me dejasen echar una


siesta en su mesa de picnic! Al fin y al cabo, soy cliente
suya. Aunque cambiase mis planes y viajase hasta
Provincetown, creo que no encontraría a Andy.

Duke está viejo. Recuerdo la navidad en que lo


trajimos a casa. Hace ya cien años. Mi padre nos previno
de que el gran danés no vive demasiados años. Si lo
analizas en profundidad, te das cuenta de que la vida es
corta. Aunque hay algunas cosas que viven demasiado
tiempo.

Me pregunto si seré capaz de remar a través del lago


para llegar a Ontario. No lo sabré hasta que vea su
longitud. La verdad es que no conozco a nadie en
Canadá. Claro que tampoco es que tenga muchos amigos
aquí en Estados Unidos. ¿Qué me espera en Ontario? En
cualquier caso será diferente de Harrisburg.

Necesito un mapa. Hace fresco aquí, bajo los árboles.


Huelo a perrito caliente. Aunque no se tenga apetito, no
hay nada como ese olor para despertarlo. Esto me
recuerda que estoy hambrienta, pero tengo que tener
cuidado con el dinero. Hay un montón de niños cerca del
lugar donde me encuentro, con dos perros falderos.
Pobres animales. Los críos pequeños me sacan a veces
de mis casillas. ¿Por qué se empeña la gente en tener

28
hijos? ¡Qué asco! Te inflas, explotas ¿y qué consigues?
Un bebé.

Medios para hacerle hablar. Medios para hacerle


hablar. Chicago. Nunca he estado en Chicago, sólo la he
visto por televisión.

¡Lástima! Tendría que haber cogido más libros. Por


otra parte, pesan demasiado. Por lo menos, debería haber
traído conmigo alguno de Alan Watts. Seguro que sería
un buen padre, aunque probablemente ni siquiera está
casado. El pobre Thoreau está enterrado en el fondo de la
mochila con la mantequilla de cacahuete y los pantalones
de recambio. Aún no voy sucia.

¡Madre mía! Otro muchacho al que se le deshace su


helado de cucurucho. Dentro de poco el mundo entero
estará bañado en crema de helado fundida, especialidad
del Dairy Queen.

Tengo un perro por hijo. A veces ocurre. Es negro,


con el cogote cubierto de pelo marrón y los ojos también
marrones, francamente bonitos. Sus patas son largas,
toda su configuración recuerda a un pastor alemán, si
bien los chavales creen que su madre era un pastor
escocés. ¡Qué críos tan estúpidos! Ni siquiera saben
quién es el padre. Me han dicho que se trata de un
cachorro de unos tres meses, si bien tampoco están
seguros de su edad. Cosas que pasan. Únicamente
29
recuerdan que hubo una trifulca tremenda en el garaje y
que su padre amenazó con matar a la hembra y los
cachorros si estropeaban su barca. Eran en total cuatro
recién nacidos; uno murió de muerte natural, otro fue
atropellado por la furgoneta de Correos y los otros dos
siguieron con vida pero con la muerte al acecho. La
madre de los chavales estaba que se subía por las
paredes, y les decía que si no se libraban de ellos los
ahogaría con sus propias manos... Bienvenidos al mundo
de los humanos, queridos perros. No me parecen malos
chicos, lo único que se les ocurre es que no saben qué
hacer. Me han dicho que viven a dos manzanas de aquí.

¡Qué perro tan lindo! Les he prometido que me haría


cargo de él y al cabo de un instante he pensado: «¿Pero
qué estás diciendo?» Era ya demasiado tarde. No puedes
ir diciendo por ahí que vas a quedarte con un perro y
luego cambiar de idea por las buenas. Es curioso, parece
que sepa que me pertenece. Está sentado a mis pies, y
no ha hecho el menor movimiento cuando los chicos se
alejaban. ¡Qué estampa tan elegante!

Un nombre. Tengo que buscarle un nombre.

Creo que no resultará un problema. Compartiré mis


alimentos con él, y él actuará con la fiereza que a mí me
falta. No es que tenga un aspecto muy agresivo, pero yo
le enseñaré a adquirirlo. A Duke no le gustaría en
absoluto, ya que pertenece a esa clase de perro casero al
que no se le puede meter en la cabezota quién es el
subordinado y quién es el amo. Estaba convencido de ser
30
el propietario de la casa y de sus moradores, no
permitiéndonos ni siquiera mirar a otro perro. Me acuerdo
del día ya lejano en el tiempo en el que entró en casa por
vez primera. Ahora es ya casi un moribundo; este otro, en
cambio, tiene toda la vida por delante.

Tengo que encontrar un nombre bien bonito.

Está muy flaco. Compartiremos el bocadillo. Soy la


responsable de su alimentación, tengo que nutrirlo.

Echo de menos a Duke. Me pregunto si a él le


sucederá lo mismo.

A veces ocurre. Me explicaré: durante un tiempo


parece que todo marcha a las mil maravillas y de repente
algo deja de funcionar, creando un círculo vicioso de
desgracias. Naturalmente, los periodos en los que todo va
mal siempre parecen más largos que aquellos en los que
la vida parece sonreírte. Quizá lo sean.

El perro me ha seguido todo el camino hasta el Dairy


Queen y también durante el regreso. No he tenido que
decirle una sola palabra, creo que comprende
perfectamente que ahora es mío. Le ha gustado el
bocadillo, si exceptuamos el condimento y el pan, es
decir, que ha dado buena cuenta de la carne, mientras yo
me he tenido que conformar con el resto. La mujer de la
barra me ha observado con expresión divertida y todavía
sigue mirándome. Aún creo estar viendo sus ojos clavado

31
en mí. Nunca me había sentido tan controlada como
durante estos últimos dos días.

Se está bien bajo los árboles, corre un airecillo muy


fresco. Quizás a ella no le guste que esté aquí sentada.

¿Qué nombre voy a ponerle? Hay un montón de


posibilidades.

Donovan... No.

Bennett... El viejo Bennett tendría que verme ahora.


Estoy segura de que nunca creyó que sería capaz de
largarme de casa. Se pasaba el día entero hablando de
su viaje alrededor del mundo, como si un viaje alrededor
del mundo fuese una experiencia privada. Me fastidia la
gente que siempre habla de sus hazañas, como si una
vez realizadas por ellos ya no pudiesen ser repetidas por
los demás.

Ringo... Es más hermoso que Ringo.

Bennett, con sus cinco comercios de alimentación. Y


además vende marihuana. Le sorprendí una vez con las
manos en la masa, si bien él no advirtió mi presencia. Me
cortaría el cuello si supiese que conozco su secreto.
Nunca antes se lo había dicho a nadie, sólo se lo he
confesado a mi diario. Y no sólo se la proporciona a los
amigos. El hombre que se la estaba comprando en
aquella ocasión es el dueño de una lavandería en el
centro comercial de Sherbourne Park.
32
Mike... ¿Por qué Mike?

Tommy... No, es un nombre pastoso. Me recordaría al


ciego de la película, al fenómeno del millón. No es
adecuado para un perro. Bennett tenía una pared cubierta
de papel floreado en su apartamento, situado en la
trastienda de la calle Pilgrim. A veces por el mero hecho
de ser más rico y más viejo que nosotros se creía una
especie de dios. Pero también sabía ser encantador,
especialmente con los niños, a los que recibía siempre
con los brazos abiertos. La primera vez que lo vi me sentí
como hechizada. Me convertí en su fan incondicional.
Siempre recordaré la impresión que me producía su forma
de permanecer de pie delante de aquella puerta. Además,
al salir de la escuela no tenía ningún sitio adonde ir que
me resultase más atractivo.

Ni hablar de Bennett... Sería una jugada para el pobre


perro. Es francamente precioso. Se limita a quedarse ahí
sentado y a mirarme como si quisiera preguntarme «¿Y
ahora qué?» Buena pregunta.

La mujer del Dairy Queen sigue espiándome desde la


pequeña ventana situada en una esquina. ¡Me mira y me
mira! ¡Ojalá se ahogase en un mar de crema batida! Si no
estuviese tan atareada probablemente se me acercaría
diciendo: «Hola, preciosa, ¿qué estás haciendo?» Es una
de esas personas que siempre están con el «preciosa» en
la boca. Odio con toda mi alma a la gente que utiliza ese
calificativo cuando se dirige a mí.
33
Paul Newman... ¡Qué estupidez!

Abbie Hoffman... Suena a nombre de mujer y él es un


macho, lo he comprobado.

Será mejor que recoja mis cosas. La mochila, a mi


querido amigo sin nombre, los zapatos...y «marchando».
Antes de que se me acerque y me ahogue en dulzura.
Todavía me está mirando con sus ojillos brillantes.

Ya pensaremos luego en nombres...

He encontrado un riachuelo en un paraje solitario.

Íbamos caminando mi perro y yo por la carretera


cuando oímos el ruido del agua. Él se ha desviado como
si conociera el camino y para seguirlo he tenido que
colarme por una valla que no parecía de ninguna
propiedad privada y bajar a todo galope por una colina, al
pie de la cual he encontrado al perro a la orilla del
riachuelo.

Una buena carrera, pero ha valido la pena. Es un


lugar muy bello. Las ramas de los sauces llorones
parecen inclinarse respetuosamente al paso del líquido
elemento, donde flotan los nenúfares con su cohorte de
hojas y se forman montones de limpio fango. En el aire se
respira olor a rosas, a pesar de que no veo ninguna. Estoy
sentada en un tronco de musgo, es decir, en un tocón que
parece haber sido cortado para mí.
34
Reina el silencio, interrumpido únicamente por el
murmullo del agua y el chapotear del perro. Se dedica a
atrapar garapitos y, cuando llega al centro del río y nota
cómo el fondo resbala bajo sus patas, se gira y me mira
como si me preguntase «¿Crees que debo seguir
adelante? ».

Haz lo que quieras, le respondo sin abrir la boca. Aún


no lo he llamado. Parece que sabe cuidarse, ya que
decide hacer marcha atrás. He cruzado el río vadeando,
ya que si bien no es profundo, el agua está helada. Hay
muchos pájaros por aquí. A algunos les molesta mi
presencia, lo noto en el ambiente. No hace falta que me
golpeen la cabeza para darme cuenta de algunas cosas.
Los arboles son de un verde luminoso, que destaca en los
reflejos trémulos que despide el agua.

Tengo los pies helados. Pero el sol que logra filtrarse


por entre los arboles acaricia mi espalda. No hay nadie
con la mirada fija en mí, a excepción de los pájaros y el
perro. Tengo que ponerle nombre, para que sea
realmente mío. Claro que ya lo es ahora. A veces para
que algo nos pertenezca nos basta con tocarlo. Mi lecho
de arbustos, mi cartel anunciador, mi riachuelo, mi cielo,
mi brisa. De todos modos, la brisa no puede tocarse. Ella
te toca a ti, pero resulta intangible a las manos humanas.
No hablo de mis nenúfares, porque ni siquiera me he
acercado a ellos. He pensado en coger algunos, pero sé
que se mueren en seguida.

35
Estoy en un lugar extraño. Por encima el cielo, por
debajo el tocón, enfrente el agua. Estoy esperando que
aparezca por detrás de los arboles una mujer con vestido
blanco y sombrero de paja ofreciéndome cigarrillos.
¡Estúpidos anuncios!

En Zen Flesh, Zen Bones aparece este poema:

La gran senda no tiene puertas.


Miles de caminos van a parar a ella.
Cuando uno atraviesa la puerta sin puerta
camina libremente entre el cielo y la tierra.

Lo memoricé el año pasado. Y no sólo éste. Creo que


aún recuerdo más de medio libro. Mi madre estaba
convencida de que iba a volverme loca por consumir este
tipo de literatura. Llegó a preocuparse seriamente, quizá
porque no tenía nada mejor que hacer, y a afirmar que de
aquello no saldría nada bueno. Como si todos aquellos
libros fuesen asesinos del espíritu. En una ocasión me
dijo que había nacido cristiana y que no debía
familiarizarme con aquello que contradecía mi fe. Para mí
la religión no tenía la menor importancia, pero decidí no
discutir. Consideraba que el haber nacido en el seno de
una familia cristiana o budista no significaba gran cosa.
Siempre me estaba haciendo preguntas acerca de mis
amigos, como si tuviese que presentar su expediente en
el FBI. «¿Dónde vive?» «¿Cómo se llaman sus padres?»
«¿A qué se dedica su padre?» ¿A quién diablos le
importa todo eso?

36
A mí me bastaba con que me cayesen bien e
hiciésemos buenas amigas. No pude nunca hacérselo
entender, a pesar de intentarlo con todas mis fuerzas. Me
he pasado muchas horas predicando en el desierto y lo
único que he obtenido han sido dolores de garganta.

El haber nacido en el seno de una familia cristiana o


budista no significa gran cosa.

Este lugar es precioso. Me gustaría vivir siempre a la


orilla de un riachuelo para poder oír el murmullo del agua
y el silbido del viento. Vaya a donde vaya, buscaré un río
como éste.

Bennett odia a los fanáticos seguidores de Jesucristo.


Dice que son unos desequilibrados. Recuerdo que en
ocasiones llegué a pensar que él era uno de esos
«fanáticos seguidores» y que por eso criticaba a sus
correligionarios. En aquella época solíamos sentarnos un
rato a charlar después de la escuela; si en alguna de las
conversaciones a alguien se le ocurría hacer un
comentario acerca de navidad o pascua, Bennett fingía
ponerse como loco quizá se ponía de veras, con
Bennett nunca se sabe y exclamaba fuera de sí:
«¡Diosdiosdios, no me habléis de ése!»

Recuerdo la historia de su tía, una viejecita


encantadora que siempre que iba a visitarla le recibía
cálidamente. Fue ella quien dejó las cinco tiendas. La
37
anciana tenía un pequeño patio en la parte posterior de su
casa, donde acudían ardillas, pájaros y otros animales a
recibir su alimento. Un día oyó en el interior de la pared
del comedor un ruido extraño, como si alguien hubiese
quedado atrapado y no lograse salir a pesar de rascar y
arañar el muro. Pasaban los días y aquel extraño sonido
no cesaba, aunque cada vez resultase más apagado; de
pronto comprendió que una de sus ardillas se había
colado allí dentro y no podía salir de su trampa, en la que
permanecería sin duda hasta morir de inanición. Por fin no
lo soportó más, se armó de una palanca y un martillo y
practicó un boquete en la pared, destrozándola por
completo. Cuando el agujero fue suficientemente grande
introdujo la mano para buscar a ciegas a la pobre víctima.
La ardilla la mordió en un dedo, dio un salto sin salir de
detrás de la pared, alcanzó las alfardas y salió al tejado.
La anciana murió de una infección, dos semanas
después.

Bennett nos contó que nunca taparon el agujero


practicado por su tía en la pared del comedor. De todas
formas la casa ha quedado vacía.

Acostumbrada a decir «diosdiosdios», término que


utilizaba en vez de las palabrotas corrientes.

Diosdiosdios.

Siempre nos contaba extrañas historias acerca de


conocidos suyos, de personas por las que sentía afecto,
como aquel compañero de estudios que a pesar de no
38
tener permiso de conducir consiguió un trabajo de chofer
de camión para ganar un dinero extraordinario con el que
comprar regalos de navidad a sus hijos. El primer día le
tocó transportar explosivos; encendió un cigarrillo e hizo
un agujero de más de dos metros en la autopista de
Indiana.

Diosdiosdios.

¡Qué lugar tan maravilloso! Me pregunto si pertenece


a alguien. Daría cualquier cosa para que me viera ahora
el viejo Bennett. Me parece que voy a leer un rato, me
siento cansada.

Es como si estuviera escribiendo una narración. «Cat


Toven se sentó tranquilamente a la orilla de un riachuelo
que fluía a las afueras de Corning, Nueva York, y empezó
a leer en voz alta a Thoreau para su perro sin nombre.»

«¡Flint’s Pond! (¡La charca de Flint!) Tal es la pobreza


de nuestra nomenclatura. ¿Qué derecho tenía un granjero
sucio y estúpido, cuya propiedad terminaba en este
horizonte de cielo acuoso, a robarle cruelmente sus
bellezas naturales y ponerle su nombre? No era sino un
materialista (Bennett), que en lugar de la belleza prefería
la reluciente superficie de un dólar o de un centavo donde
pudiese ver su propio rostro bronceado (o mi madre), que
incluso consideraba como intrusos a los patos salvajes
que descansaban en tan hermoso lugar; y sus dedos se
39
habían convertido en garras ganchudas y callosas a
causa de su costumbre de arañar como las arpías (me
gusta eso de «garras callosas» y «como las arpías»). Por
tanto, para mí no tiene nombre. No he llegado hasta aquí
para verle a él ni para oír hablar de quien nunca vio
realmente este rincón del mundo, ni se bañó en él, ni lo
amó, ni lo protegió, ni mencionó nunca su belleza, ni dio
gracias a Dios por haberlo creado...»

Me gustaría encontrar expresiones como «garras


callosas» o «de arpía». No es necesario comprender su
significado exacto para saber que se trata de palabras
llenas de sentido. El perro me ha estado escuchando
como si me entendiera, con la cabeza ladeada,
escuchando y tratando de captar mis frases. Al ver sus
ojos de cerca me he fijado en lo negras que son sus
pupilas. Parece muy flaco ahora que su pelo está mojado.
Creo que puede llegar a ser un perro muy grande; pero
para eso tendré que encontrar huesos con algo de carne,
si no se va a quedar por el camino.

Flint’s Pond. Me pregunto a quién pertenecerá este


lugar. Sea quien sea su dueño, se está portando muy
bien, ya que no se acerca a molestar. El perro tiene
aspecto de renacuajo. Se ha tumbado a mi lado, con las
patas traseras estiradas y la punta del hocico rozando mi
talón, como si no quisiera dejarme marchar sin él. Me
alegro de veras de habérmelo quedado. Ya sé que me
creará problemas, pero estos no sirven sino para
40
demostrarte con el tiempo lo que ha valido la pena y lo
que no.

Me siento extraña: ni feliz ni desgraciada, ni triste ni


deprimida ni nada por el estilo. Como si estuviera llena, y
no precisamente de comida. Es un lugar maravilloso,
bañado en una paz intangible que flota sobre el agua y los
árboles. Tengo la sensación de que mi cerebro está
descansando y que un ser misterioso piensa por mí. Ni
siquiera llega hasta aquí el ruido de los automóviles que
circulan por la autopista.

Cuando llegue a mi destino tendré que buscar un


paraje similar a éste.

Pero no éste. Quiero ir más lejos.

¡Qué sensación tan agradable!

Me siento extraña.

Estoy escribiendo demasiado hoy. Tengo que darle


menos a la pluma y viajar más, pues de lo contrario no
llegaré nunca a nuestro destino.

6 de junio, al anochecer

¡Caray, qué suerte he tenido!

41
He tenido la oportunidad de recuperar el tiempo
perdido. Recapitulemos. Tras abandonar la charca de
Flint o de quienquiera que fuese hemos emprendido la
marcha carretera abajo, pasando por delante del Dairy
Queen. Hemos recorrido unos noventa kilómetros...,
bueno, a mí me lo han parecido porque levaba al perro a
cuestas. Con todos aquellos coches circulando a gran
velocidad no me ha parecido bien dejarlo en el suelo. Así
que hemos, o mejor dicho he —él ha viajado en mis
brazos— ido caminando hasta un pequeño centro
comercial, donde el cocinero de un restaurante me ha
dado una bolsa llena de huesos. Al ver al cachorro en mis
brazos ha comprendido enseguida qué buscábamos y ha
sacado la bolsa sin cobrarme ni un centavo. Me gusta
este tipo de gente. Lo malo es que el pobre perro no sabe
qué hacer con los huesos; intenta mascarlos sin acertar a
hincar el diente. De todos modos, algo le alimentarán.

Luego he ido hasta una estación de servicio que


estaba en la esquina porque necesitaba un lavabo donde
limpiarme los pantalones, que estaban llenos de barro. Allí
mismo me he comprado una Coca-Cola y una bosa de
ganchitos de queso, que he ingerido mientras le
preguntaba al encargado cuál era la carretera de las islas
Thousand.

El tipo era manco, pero no parecía demasiado


preocupado por su desgracia. Quiero decir que aceptó mi
dinero con su única mano con la misma soltura con la que
lo habría aceptado con las dos. Me ha preguntado por qué
quería ir a las Thousand y he desempolvado la vieja
42
historia de la abuela enferma, desplazándola ligeramente
hacia el norte. Creo que no se lo ha tragado, si bien se ha
limitado a sonreír sin decir una sola palabra. No me gusta
mentir, especialmente cuando comprendo que no me
creen, pero no me ha quedado más remedio, ya que
tampoco se habría creído la verdad, que yo desconozco
tanto como él. ¡Cómo si pudiera decirle a alguien hacia
dónde me dirijo, cuando incluso yo misma lo ignoro!

Le ha parecido que el cachorro tenía frio y lo ha


acunado con su único brazo, dejando por fin de
comportarse de manera poco amistosa. No he averiguado
cómo perdió el brazo. Me cuesta imaginarme que a
alguien pueda sucederle algo así. Me ha dicho que
necesitaba un buen perro guardián porque los chavales
tratan de aprovecharse de los mancos y me ha
preguntado si quería librarme del perro. Le he contestado
que no. Esto me recuerda que tengo que buscarle un
nombre adecuado. Al fin y al cabo un nombre es algo
importante, ya que nos pasamos la vida respondiendo a
aquellos que nos llaman por él.

En cualquier caso le he dicho al fulano que no tenía la


menor intención de desprenderme del perro y luego
hemos estado hablando un rato acerca de sus largas
patas y de cómo se notaba que por sus venas corría más
sangre de pastor alemán que de pastor escocés. Según
él, va a ser un perro grande y hermoso.

Iba a preguntarle de nuevo dónde estaba la carretera


de las Thousand cuando ha aparcado delante de los
43
surtidores una furgoneta Volkswagen. Era realmente algo
increíble; estaba toda pintada de margaritas y llevaba un
símbolo de la paz de color rojo en la parte delantera. Ha
salido de ella un tipo extraño, bastante viejo, con cabello y
barba canosos, que le ha pedido al empleado que le
pusiera gasolina suficiente para llegar a Watertown. El
manco se ha envarado y le ha dicho que por todos los
demonios no sabía cuánta se necesitaba. El hombre del
pelo gris le ha pedido sin dejar de sonreír que creía que
dos dólares de carburante llegaría a su destino.

En el asiento delantero de la furgoneta había una


mujer, que riendo abiertamente me ha saludado en voz
alta y algo chillona, así, por las buenas. Al ver a mi
cachorro se ha plantado de un salto en el suelo y se ha
acercado corriendo al lugar donde estábamos,
poniéndose a acariciar a mi sin nombre, abrazándole y
pellizcándole en las orejas. Me ha dicho que era un
precioso cachorro y que con el tiempo se convertiría en un
maravilloso perro. Vestía una túnica larga y ancha, de
estilo hindú, y llevaba los pies descalzos. Mientras ponía
la gasolina en el depósito de la furgoneta, el manco los ha
estado observando ávidamente, al igual que yo. Eran tan
viejos como mi padre y madre, pero parecían haber
quedado atrapados en aquel túnel de tiempo que vi en
una película de televisión, de cuyo túnel salían con mi
edad, pero con el rostro arrugado.

En cualquier caso, era gente agradable, aunque el


manco se pasó todo el rato meneando la cabeza. El tipo
de pelo canoso me había dicho que se llamaba Robbie
44
Robber. Según parece, ése es su nombre auténtico, al
menos así lo ha afirmado él. También me ha explicado
que era profesor de ciencias políticas en la Universidad de
Temple, Filadelfia. Estaban hartos de observar que la
ciudad se estaba convirtiendo en una basura y habían
decidido largarse una temporada. No cesó de hablar en
todo el tiempo, pero cada vez que desaparecía
momentáneamente ella le reemplazaba, como si tuviesen
una sola boca para los dos. En cualquier caso era gente
agradable. Me han preguntado adónde me dirigía; al
decirles que a las Islas Thousand han reaccionado como
si de pronto acabase de pronunciar la palabra mágica.
Han empezado a saltar jubilosamente —algo que
resultaba extraño cuando se tiene el cabello canoso— y
me han ofrecido la parte trasera de la furgoneta
asegurándome que había espacio para todos, que lo suyo
era mío y todas esas chorradas.

Tenía razón Bennett cuando me dijo que la gente ya


no piensa en hacer algo contigo, sino por ti.

En aquel momento aún no sabía gran cosa acerca de


ellos, pero enseguida he comprendido que son gente
estupenda. Robber ha reemprendido su charla en el
momento de entrar en la furgoneta, instalarnos y arrancar,
mientras el manco no dejaba de menear la cabeza. Ruthie
se ha limitado a escuchar. Al principio me ha indicado que
no le prestase la menor atención al tipo que yacía en un
rincón de la parte trasera. Estaba tumbado bajo una pila
de mantas y ropa vieja y parecía formar parte del amasijo.
Al descubrirlo, el perro se ha puesto a gruñir y olisquearlo.
45
Estaba arrellanado en un rincón. Parecía tener la
misma edad que yo, quizás un año más. Su aspecto era
el de un cadáver, si bien de vez en cuando abría los ojos
y soltaba unas cuantas palabrotas contra el presidente
Nixon. Robber reaccionaba ruidosamente e interrumpía al
otro en voz aún más alta: «Tienes razón, muchacho,
tienes que decírselo. Mándalos al infierno». El muchacho
parecía entender todo lo que estaba ocurriendo, pero no
conseguía pronunciar palabra. Sus pantalones estaban
húmedos. ¡Qué asco!

Ruthie me ha dicho que cogiese a mi perro y que nos


sentásemos con ellos en el asiento delantero, dejando
solo al tipo. Al abandonar Corning ha abierto dos latas de
lomo con judías y me ha obligado a tomarme una
mientras ella compartía la otra con Robber, pasándosela
el uno al otro sin detener el vehículo. No me
entusiasmaba el lomo con judías, pero me lo he comido
porque estaba hambrienta y también porque Ruthie habría
tomado a mal no aceptar su sincero ofrecimiento. Les he
preguntado si podía darle un hueso al perro, y Robber me
ha respondido que le diese el mundo entero si eso nos
hacia felices a los dos.

Así que hemos seguido charlando alegremente los


tres —cuatro, contando al tipo de la parte trasera, y cinco
contando al perro—, sin dejar de comer judías al tiempo
que el cachorro lamía e intentaba mascar aquel hueso
que empezaba a oler putrefacto pero que en cualquier
caso tenía mejor aspecto que nuestra comida. En realidad
46
ha sido Robber el que no ha parado de hablar ni un
momento. Me ha preguntado cómo se llamaba el perro y
yo le he contestado que aún no le había puesto nombre
porque me lo acababan de regalar, pero que tenía varios
pensados.

Me han contado que el año pasado tenían un


pequeño terrier en su casa de Filadelfia al que idolatraban
en tal medida que le habían puesto por nombre Dios.
Robber ha afirmado que a los animales hay que llamarles
como a la persona que más se quiere en el mundo. No he
estado en absoluto de acuerdo, pero he preferido no
discutir. En cualquier caso, seguro que es imposible
discutir con Robber, ya que ni siquiera se ha molestado
en masticar las judías porque eso le habría impedido
seguir cotorreando; se ha limitado a tragárselas enteras
entre palabra y palabra. Iba conduciendo con una mano
mientras que con la otra parecía querer apuñalar el aire.
Sus manos eran extraordinariamente huesudas. Hablaba
como si alguien estuviese a punto de hacerle callar para
siempre y tuviese que decir en unos segundos todo
cuanto llevaba dentro. Todo en él es flaco, hasta las
orejas y el cabello.

Me han explicado que tenían a su perro Dios en un


pequeño habitáculo en la parte trasera del edificio donde
residían en Filadelfia porque no les estaba permitido
tenerlo en casa. Según parece era una norma que debía
seguirse a rajatabla. Entonces ha aprovechado para
hablar largo y tendido de las normas y reglas sociales
antes de volver a coger el hilo de su monologo.
47
Finalmente lo ha hecho y me ha explicado que un buen
día Dios se escapó, cruzó la avenida, muy densa en
tránsito, y fue atropellado por un camión frigorífico que
transportaba lechugas a Nueva Jersey. Ha añadido que
probablemente él es la única persona en el mundo que
puede afirmar que «Dios ha muerto» sin incurrir en
falsedad.

Me ha contado la historia con gran profusión de


detalles, casi entusiasmado, mientras Ruthie le
escuchaba en silencio. He tenido la impresión de que para
ella el accidente de su perro había sido algo muy duro,
quizás porque había querido mucho al animal y no
acababa de superar el haberlo encontrado muerto en la
calle, así, de repente y de un modo brutal.

Robber me ha dicho que pensase en la persona que


más quiero en el mundo, viva o muerta, y que le ponga su
nombre al perro. No podía contarles que no hay persona
viva o muerta a la que quiera realmente, pero Ruthie me
ha estado observando durante largo rato como si supiera
que no tengo a nadie en quién pensar. He sentido que ella
esperaba de mí esa confesión, pero no he podido soportar
su empeño en desnudar la parte oculta de mi cerebro y he
gritado: «¡Mike!».

Ruthie, que es la más sagaz del mundo, me ha


preguntado quién era Mike. ¿Un amigo intimo? ¿Un tío?
¿Mi padre? Entonces he afirmado que me gustaba el
nombre Mike porque no conocía a nadie, vivo o muerto,
que se llamase así. Los labios de Ruthie se han
48
despegado al oír mis palabras y ha empezado a inquirir
acerca de las razones que me impulsaron a escaparme
de casa (he dicho que era sagaz precisamente porque a
mí no se me ha escapado ni una sola palabra sobre mi
fuga). Finalmente Robber le ha dicho que se metiera en
sus propios asuntos, y se han acabado las preguntas.
Durante un rato hemos permanecido en silencio comiendo
judías mientras la furgoneta corría por la autopista;
estábamos absortos en nuestras meditaciones. En el
interior de la furgoneta el aire estaba enrarecido. He
tenido la sensación de que algo invisible pesaba sobre
nosotros, como ocurre siempre que el silencio se vuelve
tenso porque todo el mundo piensa algo que no lo
exterioriza

He estado acariciando al cachorro (¿Mike?) e incluso


he pensado un par de veces: «De modo que tú eres
Mike». Me sentía tan sorprendida como si alguien acabara
de decirme por vez primera: «Cat Toven, te presento a
Mike». De repente se ha convertido en Mike. Quiero decir
que era Mike ante mis ojos. «¡Ven aquí, Mike!»
Funcionaba.

Ignoro por completo en qué podían estar pensando


Robber y Ruthie, pero han permanecido en silencio
durante por lo menos cinco minutos. Para él habrá sido
como batir un record mundial. El tipo arrellanado en el
sillón ha estado largo rato mudo e inmóvil, pero a veces
he tenido la impresión de que me estaba espiando con los
ojos entrecerrados. Dentro de aquel clima su aspecto me
ha parecido fantasmal.
49
Recuerdo que mi amigo Mike ha levantado una pata y
ha arrastrado un montón de ropa vieja. Ha estado muy
divertido, tratando de mantener el equilibrio con sus largas
patas y de no avanzar driblando (los perros son muy
especiales en esto), de modo que me lo he acercado y
hemos permanecido unos instantes apretados uno contra
otro, mientras pensaba en lo adecuado que resulta el
nombre de Mike, aunque no pueda explicar la razón por
no conocerla ni yo misma, y en lo bonito que va a ser
cuando crezca, incluso más que Duke, a causa de su pelo
negro —quizá la banda color canela del cuello
desaparezca— y de su esbelto morro.

Al cabo de un poco rato Robber no ha podido


soportar más el silencio y ha empezado a contarme de
nuevo lo mal que están las cosas en Filadelfia y en
realidad en todas partes. Él intenta convencer a sus
estudiantes de que abandonen el mundo durante un
tiempo, si no quieren encontrarse rodeados de tanques y
ametralladoras. Consideran que lo mejor es enviarlo todo
al infierno, marcharse a una hermosa playa en un lugar
lejano, dedicarse a contar las olas y dejar que sean los
excéntricos quienes dirijan a su podrido país.

Entonces Ruthie le ha pedido que me contase cómo


decidió vivir de acuerdo con su nombre, es decir, robador.
Robber se ha sentido muy satisfecho de que Ruthie lo
exhortase a narrarme esta historia, de modo que me ha
explicado que una noche en la que había sido apedreado
hasta desmayarse le habían asaltados súbitas
50
iluminaciones que le indicaban que él era un auténtico
robador o ladrón, y que su misión en la vida consistía en
pasarse la existencia entera peregrinando y robando a las
personas aquello que más les desagradase. De modo que
en la actualidad está luchando por robar a la gente que
conoce en su ruta sin rumbo a los miedos, las
preocupaciones y el sentimiento de desgracia con el fin de
conseguir que por lo menos parte de los habitantes del
país vuelvan al buen camino. Se ha excitado tanto que en
algunos momentos hablaba sin fijarse en la carretera
hasta que Ruthie le ha dicho que estuviese atento a la
conducción mientras charlaba o simplemente se callase.

Bien pensado, no es mala idea robar a las personas


aquello que las atormenta. Pero antes de terminar su
explicación estaba hablando como un excéntrico que
estuviese predicando el evangelio según san Robber. Y
eso no me ha gustado. Mientras escuchaba he
encontrado detrás de la oreja de Mike una zona donde el
pelo es más suave, y lo he estado acariciando. De pronto
se me ha ocurrido observar al chaval de la parte trasera,
que parecía estar totalmente dormido, y preguntarme qué
le habrá robado Robber.

He añorado la tranquilidad y la paz que se respiraban


en el riachuelo surcado por nenúfares donde reinaba el
silencio. Ruthie me ha susurrado al oído que no tenía
obligación de escuchar si no me apetecía. He estado
atenta el suficiente tiempo como para oírle decir a Robber
que lo que necesitábamos era una anarquía sindicada o
algo por el estilo. No he entendido una palabra. Mientras
51
acariciaba a Mike he sentido sueño, y recuerdo que he
pensado: «¿Por qué le gustará tanto hablar a la gente?»
Y si bien me he dicho a mí misma que no debía quedarme
dormida, creo que no he podido evitarlo, porque cuando
he abierto los ojos había anochecido y estábamos en
Watertown, circulando por sus calles en busca de una
llamada Waverly.

Ruthie ha anunciado «¡Watertown!» Cuando ha visto


que abría los ojos, como si estuviéramos viajando en tren.
Me ha dicho que podía apearme si lo deseaba, pero que
no me obligaban a nada. De hecho me ha insinuado que
si quería podía quedarme con ellos para siempre. No,
gracias. Eso me parece un lapso de tiempo demasiado
largo, por muy agradables que sean. Eso sí, están un
poco locos.

Toda la noche ha sido una auténtica locura. Hemos


estado horas circulando por docenas de calles, e incluso
en una ocasión hemos llegado hasta las mismas vías del
tren. Robber le ha dicho a Ruthie que casi no quedaba
gasolina en el depósito y que tenía que centrarse de una
vez y ayudarle a encontrar la dichosa calle Waverly. Ha
actuado como, si ella supiese donde está la calle en
cuestión y tratase de mantenerlo en secreto. Por fin le han
preguntado a un negro que permanecía de pie en una
esquina, pero creo que no les podría haber indicado ni
siquiera en qué parte del mundo estábamos aunque
hubiésemos estado muriéndonos por saberlo. En
cualquier caso no hemos conseguido que nadie nos
orientase, así que hemos estado deambulando hasta casi
52
medianoche para acabar deteniéndonos en un deprimente
barrio de la ciudad; un suburbio con cientos de casitas de
madera idénticas, como si hubiese sido construidas con
una gigantesca máquina cortadora de galletas. Pero,
créanlo o no, hemos encontrado Waverly, y Robber ha
dicho: «¡Dios, por fin!». Nos hemos dirigido hacia una
furgoneta de reparto aparcada en un camino particular y
mi anfitrión ha añadido: «Damas y caballeros, hemos
llegado».

Resulta que en aquel lugar vive un amigo suyo de


Filadelfia que se encuentra haciendo un viaje de fin de
curso para estudiantes y les ha dado la llave de la vieja
furgoneta en cuyo interior estaba escondida, bajo el
asiento delantero, la llave de una barca de su propiedad
amarrada en un club marítimo de Alexandria Bay. El
amigo en cuestión les ha permitido ir en la furgoneta hasta
la barca y utilizar esta ultima todo el tiempo que deseen.
Cuando me han invitado a acompañarles casi me he
puesto a dar saltos de alegría porque durante el trayecto
anterior me he enterado de que Alexandria Bay está en
las islas Thousand.

Vaya suerte, ¿no?

No les he explicado mis planes. Por lo menos cuando


me han invitado a viajar con ellos no lo había hecho.
Forman una extraña pareja. Ha habido momentos en los
que les habría explicado toda mi vida, desde lo que
acostumbro a tomar en el desayuno hasta mis sueños
más secretos, y otros en los que habría salido huyendo de
53
su lado a toda velocidad. Así que me he limitado a
adoptar una actitud fría, a darles las gracias y a decir que,
si no les importaba, mi amigo Mike y yo les
acompañaríamos hasta Alexandria Bay porque ninguno
de los dos habíamos estado allí. Su respuesta fue: «Muy
bien». He comprendido que eran sinceros y m he sentido
como podrida por mentirles, o mejor dicho, por no decirles
la verdad. Nunca he sido capaz de averiguar dónde
estriba la diferencia entre mentir y no decir la verdad.
Supongo que existe alguna, pero no logro descubrir en
qué consiste.

De modo que hemos pasado el resto de la noche en


la furgoneta aparcada en aquel horrible barrio de horribles
casas todas iguales. Robber y Ruthie han empujado al
chaval hacia un lado y se han instalado en un rincón.
Desde hacía largo rato, el chico no había pronunciado
palabrotas ni se había movido. Realmente me da grima
sólo de pensar en él. Me han dicho que podía dormir con
ellos si lo deseaba, o buscar un lugar más cómodo, algo
que desde luego no me ha resultado fácil. Me encontraba
más a mis anchas debajo de la valla publicitaria en las
afueras de Corning.

Les he agradecido su ofrecimiento pero he preferido


ocupar el asiento delantero. La verdad es que no me
entusiasma dormir con un hombre y una mujer,
especialmente cuando hay que estar tan apretujados. No
es necesario recibir codazos para que una situación se te
haga insoportable. Les ha parecido muy bien mi negativa.
Siempre están diciendo muy bien, aunque las cosas
54
funcionen mal; parece que empleen una expresión
concisa para dar a entender que cualquier opinión es
válida.

Así que Mike y yo nos hemos instalado en el asiento


delantero. He tratado de acostarme, pero el volante es un
obstáculo. Además, el asiento olía a culo y en el lado de
Ruthie había un muelle roto que parecía quererme
taladrar la cabeza. Finalmente he decidido sentarme y
repantigarme. He tratado de obligar a dormir a Mike, pero
estaba demasiado ocupado mirando a un estúpido gato
que paseaba por delante de la furgoneta. Incluso una vez
ha saltado al exterior y he tenido que perseguirlo
metiéndome entre dos casas y tropezando con un triciclo.
Estaba a punto de volverme loca cuando Mike se ha
acercado haciendo cabriolas como si nada hubiera
pasado y se ha plantado ante mí como pidiéndome que lo
tomara en mis brazos y lo llevase hasta la furgoneta.
¡Plomo de perro! Así que hemos regresado a la furgoneta.
Poco después he empezado a oír unos gemidos
apagados y el bullir de la pareja. Pero no me he atrevido a
mirar hacia atrás porque sabía de qué se trataba. A
Ruthie se le ha escapado un gritito. Mike ha gruñido,
mientras yo me tapaba los oídos con los dedos y cerraba
los ojos, intentando encogerme en mi asiento.

En realidad no tengo nada ni a favor ni en contra.


Creo que se aman sinceramente y eso es más de lo que
puedo decir de la mayoría de los matrimonios que
conozco. No creo que mi padre haya vuelto a tocar a mi
madre desde el nacimiento de Bobby. De hecho, estoy
55
convencida de que Bobby fue un fallo. Pobre chaval.
¿Cómo puede uno andar por la vida pensando que es un
fallo? Algunos de nosotros nos convertimos en fallos a
medida que pasa el tiempo, pero al menos no lo éramos
antes de nacer. Quiero decir que las cosas no deberían
funcionar así. Es muy positivo cuando unas personas
necesitan tener un tipo de relación con otras, del mismo
modo que les es imprescindible comer, dormir y respirar.
Hay quien no podría seguir viviendo si de vez en cuando
no tuviese un desahogo sexual con la persona elegida.

La verdad es que todavía no tengo una opinión


formada a este respecto. Pienso a veces en el sexo, pero
hasta ahora no he sentido la necesidad de conocerlo más
allá de la fase del pensamiento. Creo que es un tema que
inquieta a todo el mundo. El que diga que no, o miente, o
está enfermo.

Sigamos con la historia. Cuando me he apartado los


dedos de las orejas, ellos aún no estaban listos. Así que
me la he vuelto a tapar y he decidido esperar un poco
más. La segunda vez, lo primero que he oído ha sido la
voz de Robber, que ha murmurado algo así como: «Así
cura la naturaleza todas las heridas». Ruthie le ha
ordenado silencio, él se ha callado y todos se han
dormido. Supongo.

Nunca he dormido demasiado. Especialmente esta


noche pasada, no he pegado ojo. Cuando por fin he
conseguido entrar en ese estado de sopor que precede al
sueño, después de dormir a Mike, ha salido el sol,
56
empezando a hacer calor y a oler mal. La camioneta de la
leche se ha detenido y su conductor se ha asomado a la
parte trasera de la furgoneta meneando la cabeza. Estoy
empezando a darme cuenta de que la gente se pasa la
vida meneando la cabeza. Por fin ha conseguido controlar
su tic, ha vuelto a subir a la cabina y se ha alejado. He
pensado que habría sido buena idea comprarle leche,
pero demasiado tarde.

Todo el mundo se ha puesto en movimiento, excepto


el chaval misterioso, que se ha pasado un rato gimiendo.
He fingido estar dormida y he oído cómo Ruthie le
susurraba a Robber algo así como que el chico debería
estar ya saliendo de aquello, a lo que él ha respondido
que no se preocupase, que todo iría bien y que lo que
tenía que hacer era ayudarle a trasladar los bártulos a la
furgoneta de reparto; creo que así ha sido, porque cuando
me he incorporado en mi asiento, la parte trasera de la
furgoneta estaba vacía y Robber estaba llevando en
brazos al muchacho para instalarlo en nuestro nuevo
vehículo, mientras Mike ladraba asomando la cabeza por
la ventanilla.

Robber se ha acercado a mí y ha empezado a


sacudirme, diciéndome que convenía ponerse en marcha
antes de que se despertase la gente de orden; me ha
parecido una gran idea, ya que había algo en todas
aquellas casas cortadas como galletas que me hacía
sentir como en un mundo fantasmal.

57
Me he sentado con ellos dos en la parte delantera.
Mike se ha acomodado en mi regazo. Realmente es un
buen perro. Parecía comprender que no había demasiado
espacio y que por lo tanto tenía que sacarle el mejor
partido a su rincón, así que se ha limitado a permanecer
sentado sobre las patas posteriores intentando mantener
el equilibrio con las otras dos, que me han recordado a
dos largos alambres. No se ha hablado mucho por el
momento, como si aún no hubiésemos conseguido
despertarnos del todo. Robber conducía con ambas
manos y Ruthie ha abierto otras dos latas de judías. Esta
vez me he negado a probarlas. Me ha dado miedo
vomitar. Hacía calor, estábamos apiñados como piojos en
costura, inundados de pelo de perro y en la parte posterior
el chaval no cesaba de dar tumbos. No era momento de
comer carne de cerdo con judías.

He tratado de recordar lo que había escrito al


principio de este diario la víspera de partir, de modo que
he desviado mi pensamiento hacia el riachuelo y el tocón
cubierto de moho e incluso hacia mi abandonado
dormitorio. Durante todo el tiempo que he estado sumida
en mis reflexiones no he dicho una sola palabra porque
estaba convencida de que si abría la boca me pondría a
vomitar. Ellos comían en silencio judías y más judías, con
expresión de deleite.

Hemos llegado a Alexandria Bay hacia el mediodía.


Me he sentado en un poyete del muelle a la espera de
que Robber localice el club marítimo e intente poner la
barca en marcha. Estoy escribiendo toda esta historia
58
porque me siento a gusto cuando tengo la impresión de
estar haciendo algo y también porque creo que, al final del
verano, puede tener cierto sentido.

Hace unos minutos he visto cómo Ruthie trataba de


conseguir que el chaval de la parte trasera se sentase y
hablase con ella. Pero la cabeza del muchacho se ha
tambaleado como la de un bebé recién nacido y no le ha
quedado más remedio que volver a acostarlo. Creo que
ella está muy preocupada y él gravemente enfermo.

Mike está jugando en la orilla, tratando de morder a


los peces y poniéndose perdido de barro.

Que no se me olvide. Le he dado a Robber los cinco


dólares que me regaló aquella mujer. Les he oído
comentar que no sabían si tenían bastante dinero para
preparar la barca y les he dicho que habían sido tan
estupendos conmigo que les daría cinco dólares si nos
llevaban a Mike y a mí hasta Ontario. No parecieron
sorprenderse, como si hubiese sabido desde el primer
momento cuáles eran mis planes. Ruthie me ha
preguntado si era realmente eso lo que deseaba hacer, y
he respondido con un sí categórico que no se ha atrevido
a preguntar de nuevo. Robber me ha mirado como si
acabase de descubrir que yo era más astuta de lo que él
creía y me ha dicho que le parecía una idea fantástica.
Probablemente, si las cosas no funcionan, ellos harán lo
mismo dentro de un tiempo. Me han dado las gracias por
los cinco dólares, asegurándome que era demasiado
dinero y añadiendo que tenían suficiente pasta para
59
comprar hamburguesas para todos en un puestecillo
cercano. De modo que hemos comido hamburguesa,
incluso Mike, que la ha devorado con condimento incluido.

Hay muchos turistas aquí. Algunos parece hippies,


pero nadie parece meterse con nadie. Se trata de una
población bonita, pero un tanto sucia y descuidada, como
todas las ciudades turísticas. En la otra orilla se divisa
Ontario. Veo con gran nitidez una torre muy alta que se
eleva hacia el cielo. Robber ha comentado que es el
símbolo fálico de Canadá; supongo que sabía de qué
hablaba. En medio del agua hay una isla, sobre la que se
alza un castillo. Según Robber, lo construyó hace mucho
tiempo un hombre muy rico para su adorada mujer, pero
antes de que estuviera terminado murió ella, de modo que
se interrumpieron los trabajos y ahora no hay nada en su
interior; no existe más que la estructura exterior. Nunca a
nadie se le ha ocurrido finalizar su construcción. Robber
odia a los turistas, dice que lo destrozan todo. Cada vez
que se refiere a ellos utiliza palabrotas y afirma que se
sienten atraídos por la historia del castillo sin comprender
la tragedia que encierra. Se limitan a visitarlo, dejando
que sus hijos trepen por todas partes, tirando al suelo
envoltorios de chocolatinas y escribiendo sus escupidos
nombres en las paredes que reflejan el sueño irrealizable
de un hombre. Los llama buitres, entre otras cosas.

Aún no acabo de conocer a Robber. Es un tío


estupendo, pero a veces me da miedo. Parece un hombre
que anda a la caza de algo desde hace tanto tiempo que
se ha olvidado ya de cuál era su presa, pero que por nada
60
del mundo cesa en su empeño. En cierto sentido voy a
sentirme muy feliz de dejarlos. Si bien se han portado de
maravilla, a veces lo que dice él me parece más que
lógico e interesante, y llego incluso a estar de acuerdo.
Capta cosas que la mayoría de la gente no percibe nunca.
Pero en ocasiones sus palabras no tienen ningún sentido;
es como si estuviera flipado o algo así. Realmente está
tocado del ala.

Me duele la mano de tanto escribir. Me arden los ojos


de mirar fijamente al agua... y de no dormir. Mike está
cubierto de grasa a fuerza de chapotear. Realmente la
orilla está pegajosa, supongo que a causa de las barcas;
más allá, sin embargo, el agua es de un azul oscuro
transparente.

Ontario. Hasta veo los coches. De momento no hay


problema. En Zen está escrito: «La Vía Perfecta no
conoce dificultades». No me atrevería a decir que estoy
en la vía perfecta, pero no creo que vaya del todo mal
encaminada. Hay muchas cosas que ni soy ni poseo. En
realidad, sólo estoy segura de esto: he abandonado
Harrisburg y por lo tanto no tengo que soportar a dos
personas que se pasan la vida peleando y gritando. Y aún
había algo peor que los alaridos: las largas ausencias que
impedían que ella le gritase y que él le respondiese en el
mismo tono. No me veré obligada a contemplar la muerte
de Duke ni a presenciar cómo Bobby comprende, con su
mentalidad de niño de doce años, que ha sido un fallo.
Pobre crio, lo echo de menos. Lo van a atornillar, a
atormentar. Me pregunto por qué lo tuvieron si no lo
61
deseaban. Cuanto más profundizo en ello, menos lo
entiendo.

No me siento sola.

Un poco...

Ruthie está preocupada. Está muy preocupada por el


muchacho tendido en la furgoneta. Lo noto, lo capto.

Ni siquiera se les ha ocurrido preguntarme cómo me


llamo. He dormido en su furgoneta, me he comido sus
judías, oído cómo hacían el amor. Y a ellos ni siquiera les
interesa saber mi nombre.

Creo que el chaval va a morir.

Me pregunto si saben cómo se llama él.

7 de junio, tarde

Se me acaba de ocurrir una barbaridad. Enviarle una


postal a mi madre. «Querida mamá, me lo estoy pasando
de maravilla. Tan pronto como te liberes de mi adorado
padre, ven a reunirte conmigo». Si se la escribiera se
volvería loca.

Bueno, ya estoy aquí, aunque no pueda decírselo a


nadie. Excepto a este libro. Fugarse de casa es parecido
62
a suicidarse, ya que en ninguno de los dos casos puedes
estar presente para comprobar hasta qué punto lamentan
tu pérdida. Estoy mojada y llena de barro, pero Mike y yo
lo hemos conseguido. El lugar donde me encuentro ahora
se llama Skydeck. Robber me ha aconsejado que pase la
noche aquí, en el parque que rodea al Skydeck, y que
mañana me dirija a la autopista 401. Me aseguró que si
tenía suerte llegaría a la península de Gaspe (a saber
dónde estará) de una sola tirada. Me aseguró que era un
bello lugar que me gustaría conocer, bañado por el
océano Atlántico.

En realidad no es mal tipo. Ni Ruthie tampoco. Hay


personas que son diferentes, eso es todo. Seguro que
ellos no desean un mundo lleno de gente como mi padre y
mi madre. Claro que a mí tampoco me gustaría uno
habitado por Ruthies y Robbers.

El viaje en la barca ha sido espantoso. Tenía


agujeros por todas partes y avanzaba a trompicones, al
igual que la furgoneta; finalmente Robber ha conseguido
dominarla y hemos surcado las aguas del lago, evitando
el castillo desierto y cientos de barcas; nos hemos
cruzado con la lancha guardacostas, cuyos tripulantes nos
han hecho gestos de saludos con las manos, Robber se
ha preguntado por qué la gente se saluda con la mano
cuando está en el mar, si al pisar tierra firme nadie tiene
un gesto cordial con desconocidos. No ha llegado a
resolver el enigma porque el motor de la barca ha
empezado a estornudar de nuevo.

63
Cuando me he apeado, Ruthie me ha besado y
Robber le ha dicho a Mike que cuidase de mí. El perro,
que es de lo más estúpido, se ha limitado a mirarle. No ha
podido acercarse con la barca a la orilla porque le daba la
sensación de estar entrando a saco en el jardín de una
casa. Así que he saltado y me he acercado vadeando
hasta tocar tierra. Mike y yo estamos empapados, pero ya
nos iremos secando. En realidad, lo que he hecho ha sido
bañarme y lavarme la ropa a la vez.

Ruthie y Robber han estado observando sin moverse


la operación desembarco, hasta estar seguros de que
había llegado a destino. Entonces me han saludado con la
mano y se han alejado. En cierto sentido les echaré de
menos. Ruthie me ha dicho antes de despedirnos que
iban a regresar en seguida para llevar al chico a un
hospital. Deseo que se ponga bien, aunque lo dudo. No
tenía muy buen aspecto, pues daba la impresión de estar
muy enfermo, o incluso muerto.

A última hora Robber se ha tomado el asunto en serio


y ha actuado como un padre. Me ha dado un montón de
consejos, insistiendo sobre todo en que no debía intimar
con el primer excéntrico que me encontrase (no se ha
mirado a sí mismo), ni dormir en cualquier parte. También
me ha dicho que cuando no esté viajando me siente en
lugares iluminados, no siempre en tinieblas y sola. Por lo
visto ha oído comentar que la policía canadiense es
mucho más agradable que la estadounidense; de todos
modos me ha recomendado que me mantuviese a
distancia de los uniformes. ¡Ah! También he de llevar
64
cuidado con lo que como y todo eso. Me ha dado la
dirección y el teléfono de su amigo de Watertown por si
necesito cualquier tipo de ayuda y me ha asegurado que
él y Ruthie volverán allí probablemente dentro de una
semana porque no tienen un centavo. No piensan ni por
un momento en regresar a Filadelfia.

¡Pues muy bien! Ahora tengo dos direcciones, la del


primo de Andy en Provincetown y la del amigo de Robber
en Watertown. No sé lo que voy a hacer con ellas, pero de
momento prefiero guardarlas.

Estoy en un lugar extraño. Se puede subir en coche


hasta el Skydek, contemplar el paisaje y descender de
nuevo. Es un modo de pasar el tiempo tan bueno como
cualquier otro para quien encuentra un placer en ese tipo
de entretenimiento. Se está haciendo oscuro y acaban de
cerrar el mirador. Todavía hay gente dando vueltas por
aquí, sobre todo turistas disparando sus cámaras
fotográficas. ¡Qué horror! Parece como si todo el mundo
se hubiese convertido en un enorme ojo de turista.

No resulta tan duro. En realidad, es fácil. Tenía razón


el viejo Bennett. La gente es agradable. Casi todos,
excepto los que se te quedan mirando fijamente. Hay un
montón de jóvenes en los bancos, pero creo que prefiero
estar un rato sola. Se necesita tiempo para asimilar a
Robber y Ruthie. ¡Gente! ¡Agh! Creo que el lugar más
acogedor fue el riachuelo. El que más miedo me ha dado,
la parte trasera de la furgoneta, incluido el chico enfermo.
Estaba muy enfermo, no cabe duda.
65
Mike está cansado. Se lo noto. Yo estoy agotada. La
primavera pasada, poco después de finalizar el curso
escolar, tuve un sueño horrible cuatro noches seguidas.
Entonces sí que me sentía cansada, ya que no me atrevía
a dormirme por miedo a que se repitiera la pesadilla.
Estaba mucho más exhausta que ahora. Soñaba que
corría con todas mis fuerzas para tomar un avión y nunca
llegaba a tiempo. Corría y corría, mientras un numeroso
grupo de personas trataban de detenerme y atarme para
que no pudiera tomar el avión. Al final, por muy deprisa
que avanzase siempre lograban darme alcance; luego me
ataban y me obligaban a contemplar un accidente
automovilístico realmente sangriento. Había cabezas,
piernas, brazos y sangre por doquier; cada vez que
intentaba caminar pisaba una cabeza o resbalaba a causa
de la sangre derramada. Y siempre perdía el equilibrio
porque tenía los brazos atados, cayendo al suelo donde
mi faz se teñía de rojo y mi cabeza reposaba sobre
piernas; poco después todos aquellos miembros
empezaban a acercárseme, resultando nulos mis
esfuerzos por huir. Gritaba y gritaba, pero nadie me
prestaba atención. Cada noche lo mismo; coincidían el
lugar, el avión y las circunstancias. Naturalmente, me
daba pánico dormirme porque sabía qué iba a ocurrir.
Antes de acostarme ya veía aquel avión que por mucho
que me apresurase no tomaría nunca, y mi cuerpo en el
sueño bañado en sangre, rodeado por mil brazos y
piernas que me acosaban mientras oía mis gritos sin
respuesta.

66
Le conté mi pesadilla a Bennett y él se limitó a sonreír
y a asentir con la cabeza, como si lo supiese todo sin
necesidad de que yo se lo explicase. Dijo que
probablemente aquel sueño estaba relacionado con el
viaje en avión que hicimos Bobby y yo a Florida para
pasar la Navidad con mis abuelos, con quienes estuvimos
dos semanas. También comentó que probablemente mis
padres querían estar solos unos días para insultarse a sus
anchas. Yo no deseaba ir porque sabía que lo iba a pasar
fatal; y así fue. Reconozco mi falta de caridad, pero no
soporto a los viejos. La mayoría de ellos ni siquiera
quieren seguir viviendo pero tampoco tienen ganas de
morir; parece que odien a cualquier persona que se sienta
feliz por estar viva. Mis abuelos no hacían más que
deambular como fantasmas por la casa ordenándonos a
todas horas que nos callásemos o gruñendo porque
desordenábamos y tocábamos los objetos. Bobby se
pasaba el día en la playa. Un buen día se hartó, se largó y
se instaló en la arena, decidido a no regresar; pero ellos le
amenazaron con llamar «ya sabes a quién» si no se
comportaba como era debido. Mi regalo de Navidad
consistió en unas calzas que me llegaban a las rodillas.
Con un lazo de color rosa.

Fue en Florida donde pensé por primera vez en


fugarme. El año pasado en Navidad. En Florida.

Me gustaría que Bennett pudiera verme. Me apuesto


cualquier cosa a que lo primero que hizo mi madre fue
telefonearle al darse cuenta de mi ausencia. Siempre ha
dicho que su influencia es nefasta para los jóvenes y que
67
tenía que ser expulsado de la ciudad por las armas.
¿Puede uno imaginar algo más pasado de moda? ¡Mi
madre aún vive en la época del sheriff y el comité civil!

No creo que su influencia fuera tan nefasta. Por


supuesto que no era un intachable maestro de escuela
dominical, pero tampoco se trataba de un ser perverso. A
mí desde luego me encantaba oírle hablar. Su oratoria era
muy diferente a la de Robber. Bennett era todo dulzura y
su dialogo estaba bien hilvanado. Quiero decir que
formaba sus frases de tal modo que nunca tenía que
detenerse para pensar qué iba a decir a continuación.
Bennett daba sus charlas en la tienda o en el apartamento
que tenía en la parte trasera de ésta, y yo permanecía
horas escuchando sus palabras. Tampoco a él le
gustaban los viejos. Decía que tardaban una eternidad en
pagar sus facturas y que encima lo encontraban todo mal.
A veces mencionaba un libro que había leído en el que
todos los viejos eran enviados a un lugar apartado para
que no molestasen a los vivos que querían disfrutar de su
existencia. Recuerdo que Randy Farrett saltaba indignado
siempre que oía esta historia, porque había sido educado
por su abuela desde que sus padres se habían divorciado
y la encontraba maravillosa. Creo que lo era. No lo sé.
Supongo que depende de cada caso. Si ellos se divorcian
no pienso ir a vivir a Florida. Por muy ignorante que sea,
de eso estoy totalmente segura. Me enfrentaría con el
mundo entero antes que ir a vivir a Florida.

Me parece que esta noche no voy a usar la tienda.


Me temo que no tendría tiempo de desmontarla. Creo que
68
aún estoy asustada. Un poco. Como si alguien pudiese
acercarse para decirme que está prohibido acampar y no
me fuera a dar tiempo de plegarla correctamente. Hay que
hacerlo bien, pues de lo contrario no entraría en la
mochila.

Hay dos cosas sin las que no podría pasar: Mike y


este libro. Bennett también sabía lo bien que va un diario.
Me dijo que cuando está uno en la carretera el lápiz
adquiere vida propia y conversa con el papel. Permitiendo
al viajero escuchar; como si la pluma y la página fuesen
dos compañeros que charlasen en presencia de un
tercero. Además, escribir un diario significa una
ocupación; la gente no te mira con tanta insistencia si
tienes algo que hacer. Realmente a todo el mundo le
molesta ver a los demás sentados en algún lugar sin
realizar ninguna tarea concreta. No lo pueden soportar.
Mike actúa como si me necesitas tanto como yo a él, lo
que me hace suponer que vamos a tener una estrecha
relación.

Me he gastado cincuenta y siete centavos esta noche


en un bocadillo caliente de queso y medio litro de leche.
La leche era para Mike. Sólo le quedan tres huesos,
tendré que conseguirle más. Estoy muy, pero que muy
cansada. Hace fresco. No llega a frio. Cuando mi ropa
esté bien seca dejaré de temblar y disfrutaré de la
agradable temperatura.

Cerca del lugar donde estoy hay unos chavales


cantando. Hace un minuto se ha detenido juntos a ellos
69
un coche de la policía y uno de los agentes les ha dicho
algo que no he oído bien; pero siguen cantando. Supongo
que no existe ninguna ley que prohíba cantar. Los polis ni
siquiera han reparado en mí.

La pesadilla. ¡Ojalá no hubiera pensado en ella!


Nunca logré llegar hasta el avión y tomarlo. Me pregunto
si Andy estará ya en Provincetown. Y si el chaval enfermo
que viajaba en la furgoneta de Robber habrá muerto en
un rincón de la parte trasera. De ser así Robber habrá
tenido problemas. Pienso que la parte trasera de una
furgoneta es un lugar terrible para morir. Claro que
supongo que no hay ningún lugar especialmente
apropiado para eso. Por lo menos a mí no se me ocurre
ninguno. ¿Qué estará haciendo Bobby en estos
momentos? ¿Sabrá ya mi padre que me he fugado?

Necesito un mapa. Mañana me compraré uno para


enterarme por dónde para esa península. Aunque no sé si
merece la pena. Lo único que busco es un lugar tranquilo,
bañado por un torrente, donde podamos estar solos Mike
y yo. Cuando lo encuentre compraré comida y algunas
semillas para plantar; con el tiempo tendré todo lo
necesario para alimentarnos a los dos y más amigos que
podamos tener. Nos instalaremos en lo alto de una colina
a la orilla de un rio, veremos crecer los arboles y las
verduras y hasta nos construiremos una casa, o por lo
menos un refugio. No molestaremos a nadie.

Estoy cansada. Una autentica pesadilla la del avión.


Los chavales siguen cantando. Uno de ellos se acompaña
70
con una guitarra. Resbalo y me baño en sangre...
muertos.

Alan Watts dice: «Un viejo pino predica la sabiduría,


mientras un ave salvaje dice a gritos la verdad».

Es una maravilla. En realidad eso es lo que ando


buscando; un viejo pino y un ave salvaje.

Me pregunto...

8 de junio, por la mañana

Desde luego la gente tiene una forma muy especial


de dejar tranquilo al prójimo. Lo digo porque al
despertarme me he sentido como una atracción de feria o
algo por el estilo. Había un montón de turistas vulgares
apiñados a mi alrededor, mirándome con asombro;
algunos de ellos meneaban la cabeza mientras me
observaban atentamente. No creo tener un aspecto tan
extraño después de cuatro días de viaje. Quizá nunca
hayan visto a una persona como yo durmiendo en el
banco de un parque. Me miran como si estuviera
haciendo algo ilegal.

Tengo que reconocer que cuando alguien menea la


cabeza al mirarme me siento indignada. Desde mi punto
de vista nadie tiene derecho a hacerlo; seguramente se
creen muy superiores, están convencidos de saber más
71
que nadie y todas esas cosas. Por lo menos puedo decir
en favor de Robber y Ruthie que nunca me contemplaron
meneando la cabeza como si les hubiese decepcionado.
Me indigna que la gente actúe de este modo.

Mi madre acostumbra a menear la cabeza cuando


desaprueba algo. Con toda probabilidad es la campeona
mundial, una «meneadora de cabeza» de primera clase. Y
también una profesional del gimoteo. Suele decir
lloriqueando que las cosas van mal antes de que ocurra
nada; como si supiera de antemano que algo estaba a
punto de estropearse; y si no era así por lo menos su
plañido le permitía desahogarse.

Tengo que largarme de aquí. Mike está cerca,


evacuando. Me gustaría lavarme el pelo pues lo tengo
pringoso. ¿Qué haré hoy? Me pregunto si habrá muerto
aquel chico.

Objetivo número uno: conseguir un mapa. Luego


quizás un desayuno caliente, aunque debo administrar
bien el dinero que me queda.

Odio con toda mi alma a la gente que menea la


cabeza. Actúan como si se hubiesen roto el cuello y no
consiguiesen mantener la cabeza firme.

8 de junio, en la autopista 401

72
También conocida con el nombre de McDonald-
Cartier. Supongo que por los nombres de sus
constructores. Tiene varios carriles y está muy concurrida.
Pero los vehículos circulan demasiado rápidos para
detenerse. Estoy sentada en una salida cercana a una
ciudad llamada Brockville. Una muchacha me ha dicho en
la sala de estar del funicular del Skydeck que las entradas
y salidas son el mejor sitio para hacer autostop. Ya lo
sabía, pero he fingido ignorarlo.

Era muy agradable. Me ha prestado champú,


diciéndome que no les entusiasma que te laves el cabello
en su cuarto de baño, pero que nadie puede enfadarse
por algo que desconoce. Me ha contado que iba a
reunirse con unos amigos en Montreal para viajar juntos
hasta las montañas, donde se está celebrando un festival
de rock. Me ha invitado a acompañarla. ¡Qué barbaridad!
He recibido más invitaciones de desconocidos en estos
días que de amigos en Harrisburg durante un año, a pesar
de haber nacido y crecido allí. No he aceptado, pero se lo
he agradecido sinceramente. El de Woodstock fue el
primer y último festival de rock. No pude asistir. Ellos no
me dejaron, así que me quedé en casa oyendo cómo
peleaban y se gritaban. Según Bennett, el festival de
Woodstock fue el único que puede calificarse de
autentico. Afirmó que aunque los jóvenes se pasen diez
años desgañitándose, no conseguirán montar uno mejor.

Bennett siempre hablaba como si fuese un profeta


que recibiese la inspiración directamente de Dios. Quizás
era así. En cualquier caso, he dado las gracias a la
73
muchacha pero no la he acompañado. La verdad es que
prefiero estar sola. Cuando digo «sola» incluyo a Mike. No
me gusta que se me queden mirando y supongo que
aunque viajara en grupo seguiría haciéndolo. Quizás aún
más. Habría una masa mayor llamando la atención. A
veces tengo la impresión de encontrarme en una especie
de Juicio Final y siento asco. Nadie tiene derecho a juzgar
a los demás. En la sala de estar había una mujer con una
niña, a la que ha apartado bruscamente de mi lado como
si fuera a contagiarla de una terrible enfermedad. ¿Cómo
es posible que la gente te odie sin conocerte siquiera?
Pero lo hacen; algunas personas parecen detestarte sin
motivo.

Así que en estos momentos Mike y yo estamos


sentados en la salida que conduce a Brockville
contemplando a los turistas mirones que pasan por
nuestro lado a toda velocidad, pero que no por ello dejan
de observar. A Mike no le gusta que los vehículos circulen
tan aprisa. Está tendido en un lugar un poco apartado, al
lado de unas rocas, y parece querer decirme que, si se
detiene alguien, lo vaya a buscar. Se está convirtiendo en
un estupendo autostopista. Supongo que tendría que
preocuparme la posibilidad de que se fugue, pero ni
siquiera pienso en ello. Si le agrada mi compañía no me
abandonará, y si se da el caso contrario no puedo
obligarle a nada.

De todos modos, espero que no se largue. Por fin ha


descubierto qué puede hacerse con un hueso. Al entrar
en el restaurante le he dado uno, y cuando he salido no
74
quedaba nada, ni un trozo pequeño. Se ha comido la
carne y el hueso, todo. Le caía saliva por los lados de los
bezos, y por primera vez tenía aspecto de sentirse lleno y
feliz. Debo cuidarme mucho de él hasta que comprenda
que un perro viajero tiene que saberlo casi todo. Además,
le he comprado leche, así que me parece que está más
satisfecho que yo.

Cuando se está al aire libre, no se siente hambre.


Siempre hay algo que llena el espacio vacío que se ha
formado en el estomago. Lo que ocurre es que uno desea
comer cosas determinadas. Por ejemplo, el olor a huevos
fritos en el restaurante era irresistible. Se me ha ocurrido
pensar en la cantidad de veces que he dejado en el plato
unos huevos fritos y ahora desearía poderlos engullir
todos. En casa las cosas se ven de otro modo.

Y la lechuga. Se echa también de menos un plato de


crujiente ensalada verde. Cuando pienso en ella, llego a
sentir dolor. Pero en general estoy muy bien. En realidad
no resulta demasiado duro. Es fácil. Naturalmente, se
pasa calor, como ahora, frio, como la noche pasada. A
veces se siente una sensación de soledad, como cuando
viajaba en la furgoneta al lado del chico enfermo. Otras
veces es indignación, como cuando todo el mundo me
mira, o pavor, pero todas esas encontradas sensaciones
pueden superarse fácilmente. Y si además se piensa en
todo aquello de lo que una se está librando, no cuesta
nada seguir. En realidad, es fácil.

75
Hay algo que sé con certeza. Cuando termine mi
aventura estaré por fin delgada, me habré bronceado y
me encontraré perfectamente. Nunca he estado
demasiado flaca, como por ejemplo Laurette Noble, que
estaba tan esquelética que las costillas se le marcaban
perceptiblemente bajo las ropas. Casi nunca lleva sostén,
porque no había nada que sujetar. Siempre he pensado
que me encantaría estar así de delgada. Es sorprendente
lo mucho que les gustan a los chicos los esqueletos
femeninos. Esta mañana he podido abrocharme el
cinturón en el agujero siguiente y he comprobado que
algunas zonas de mi cuerpo ya están algo morenas.

Creo que han abandonado la autopista por la salida


de Brockville varios centenares de coches, y todos los
conductores se me han quedado mirando. Claro que,
sentada en una roca y además escribiendo, me imagino
que no tengo aspecto de desear ardientemente que me
lleven. Dentro de un momento me pondré en pie y
adoptaré expresión de ansiedad.

Una de las ventajas de no saber adónde te diriges, es


que no tiene la menor prisa por llegar. Cada minuto, cada
hora, cobran su valor real, y tú te siente flotar en el tiempo
como si tuvieses ante ti la eternidad.

Mike tiene calor. Le cuelga la lengua. Creía que


Canadá iba a resultar un país frio. ¡Pues no es así! Pobre
Mike, con perenne abrigo de piel. Es un perro muy
hermoso. Y además astuto; creo que sabe muchas más
cosas que yo, si bien eso no es ningún merito. Duke era
76
un estúpido huraño. Siempre gruñía cuando le acariciaba.
Decían que se estaba haciendo viejo. Quizá fuese verdad,
porque todos los viejos, sean personas o perros,
refunfuñan. En vez de volvernos más amables y astutos,
el paso del tiempo nos hace cada día más raro y tacaños.

¡Vaya un absurdo!

Recuerdo una película estupenda, El rey y yo. La he


visto dos veces, una en casa de Bennett y la otra en la
mía. Bennett me aseguraba que Anna era en realidad una
viuda ninfómana. Afirmaba haber leído en algún periódico
que escribía libros pornográficos de esos cuya paternidad
nunca se confiesa, y que sin duda hacía el amor con el
rey o con cualquier cortesano que se le pusiera por
delante. Según él, lo único que llegaba hasta nosotros era
la versión habitual de Hollywood, pura basura.

Así era Bennett; se pasaba la vida explicándote


incidentes o circunstancias cuya veracidad no se podría
averiguar ni aun viviendo cien años. Siempre que me
contaba una de sus historias estaba tentada a preguntarle
cómo había obtenido aquella información, pero nunca me
decidí a hacerlo. Quizás habría podido contestarme. En
cualquier caso, era una buena película.

«Cal Toven se encuentra ahora sentada en la salida


hacia Brockville haciendo autostop con rumbo a lo
desconocido, pero sin poner demasiado entusiasmo.»

77
Resulta agradable estar aquí sentada sin desear
llegar a ningún lugar en particular. Ahora tengo la
sensación de que en casa y en la escuela parecían tener
un verdadero empeño en crearte metas concretas.
Siempre oía tañir campanas, o sonar despertadores, o
timbres en el aula, o sirenas. Éstas las oía el invierno
pasado a todas horas, pero sobre todo durante las horas
de clase, y siempre pensaba que iban a buscar a las
victimas aplastadas en un accidente de tráfico, que
probablemente estarían bañadas en sangre. En ocasiones
imaginaba que acudían a rescatar a una persona que
estaba a punto de quemarse atrapada en un incendio que
se había declarado en su propia casa.

Cal Toven está sentada, escuchando cómo el lápiz


dialoga con el papel y observando a los vehículos que
pasan a toda velocidad como si supieran adónde van.
Mike se está rascando la oreja. A mi alrededor revolotean
un par de moscas y el aire es caliente. Una mariquita de
colores rojo y negro trepa con dificultad por una de mis
zapatillas de tenis y se queda arriba. Tiene el tamaño de
un guisante y parece disgustada por haberse encontrado
en su camino con una montaña en forma de zapatilla. Me
imagino que para las mariquitas casi todo es una
montaña. Mi zapatilla lo es para ésta, y todos los
vehículos que no se detienen lo son para mí. Me pregunto
si habrá mariquitas macho.

¿Habrá muerto aquel chico?

78
Acabo de recordar algo divertido. Una vez, nuestro
coche se negó a ponerse en marcha. Mi padre tenía el
tiempo justo para llegar a la estación y se encolerizó tanto
que primero se quedó perplejo y después se puso a darle
furiosas patadas al neumático, como si éste fuera el
culpable de que el motor no arrancase. Daba la impresión
de haberse vuelto «tarumba» de pronto.

Bennett siempre utilizaba la expresión «volverse


tarumba». Me gusta. Me encantan las palabras que
reflejan su significado. Volverse tarumba. En seguida se
entiende que describe un estado de locura total.

La verdad es que mi padre actuaba a veces de forma


un tanto extraña. Una de las cosas que más me irrita de
las personas es ver cómo dejan que otras se les escurran
entre los dedos con demasiada facilidad, aunque se trate
de gente realmente interesante. A veces alguien comete
un leve error que no es ni mucho menos el fin del mundo,
pero los jueces como mi padre reaccionan diciendo algo
así como: «Muy bien, persona interesante, se acabó la
historia. En lo que a mí respecta has llegado a la meta.
Hasta la vista, persona interesante, seguiré adelante sin
ti».

Parece absurdo, pero hay quien actúa así, y mi padre


es un vivo ejemplo de lo que acabo de exponer. Es de los
que dicen adiós a cualquier persona interesante que
conozcan sólo porque en alguna ocasión han actuado de
un modo incorrecto, provocando su desagrado. Ahora mi
querido progenitor se ve obligado a convivir con gente
79
mediocre, y es eso lo que le impulsa a dar patadas a los
neumáticos, a ponerse como loco de vez en cuando y a
seguir confraternizando con personas vulgares que en el
fondo nada tienen que ver con él.

Supongo que mi madre podría haber sido una


persona interesante, pero hace ya demasiado tiempo que
se le escapó su última oportunidad. Algo o alguien la
convirtió en un ser mediocre a perpetuidad. Por eso
siempre hay que estar receptivo y abierto ante cualquier
persona y circunstancia para coger al vuelo las ocasiones
que se te ofrezcan sin preocuparte demasiado si es
correcto o no. No debes exigir ni esperar mucho, ya que
cuando dices adiós a personas interesantes estás
haciendo algo abominable y si no llevas cuidado puedes
acabar por convertirte en un ser anodino y verte obligado
a dar patadas a los neumáticos y volverte tarumba por
cualquier cosa.

Mike está persiguiendo a un conejo y se ha alejado


bastante. Aprovecho la oportunidad y me siento a la
sombra de unas rocas que proporcionan un agradable
frescor.

Se me ha ocurrido hacer un pequeño resumen de los


escritores que me gustan, y porqué.

Thoreau, porque da paz y tiene sentido.

80
Alan Watts, por la misma razón. Me pregunto si tiene
hijos. Apostaría cualquier cosa a que no están tan
jorobados como yo.

George Orwell, porque es realmente exótico, pero no


por eso deja de tener sentido. Aún no he comprendido por
qué la señorita Purplan no me permitió hacer aquel
trabajo sobre Rebelión en la granja. Creo que ni siquiera
lo había leído. Probablemente creía que era la historia de
un caballo.

Hermann Hesse, quizá porque me lo aconsejó


Bennett. Consiguió que todos nosotros nos tragásemos El
lobo estepario, que aunque no estaba mal, no me acabó
de convencer. Me pareció frio, como si Hesse no tuviera
en la mente personas reales, sino un par de ideas. Me
entusiasman los escritores que hablan de la gente y no de
ideas. Las personas se mueven y respiran, mientras que
el pensamiento carece de vida propia.

Emily Dickinson, pero antes no lo había admitido


porque cuando la estudiamos en la clase de literatura, la
mayoría de mis compañeros decían que era cursi. Opino
que es fantástica. Su erudición es tan amplia como la del
más culto de los escritores, con la ventaja de ser más
ecuánime y equilibrada. Empiezas a leer y al cabo de
veinticinco o treinta palabras te das cuenta de que ya te
ha asestado un buen golpe en la cabeza, como si se
hubiese derrumbado el techo. Es como si en esas
veinticinco o treinta palabras hubiese expresado más

81
ideas que la mayor parte de los escritores en veinticinco o
treinta páginas.

Será mejor que vaya a buscar a Mike antes de que se


sorprenda a sí mismo atrapando algo. Y matándolo. No
necesita matar, su estomago está lleno. Estoy lista para
reemprender el camino hacia mi meta, ese lugar escogido
por mí en donde pueda estar tranquila. La autopista, en la
salida de Brockville, ya me tiene harta.

Pondré cara de entusiasmo.

Más tarde, el mismo día

Si la letra es menos legible es porque estoy sentada


en la parte trasera de un camión, apretujada entre cajas
de tomates. Nunca había visto tal cantidad de tomates. Su
destino es Montreal. Mike está asustado, sin duda a
causa de los coches que nos pasan a gran velocidad.
Tras la caza mayor de esta mañana se ha quedado
encogido en un rincón, mirándome como si quisiera
decirme: «¿Qué estamos haciendo aquí?»

El granjero que nos ha recogido es muy agradable.


Parece que estuviera dando un paseo en coche con su
novia. Por lo menos a mí me parece que es su novia.
Seguro que no es su mujer. Las esposas tienen aspecto
de serlo. Si levanto un poco la cabeza, veo muy bien la
cabina a través de la ventanilla. Las manos de él
82
revolotean por todas partes mientras ella, que es una
rubia robusta, ríe sin cesar como una chiquilla. Las
esposas casi nunca ríen así. ¡Mira qué bien! Se lo están
pasando en grande y yo aquí encerrada. De todas formas,
no me molesta viajar con los tomates. El hombre me ha
dicho que puedo comerme cuantos quiera de los que hay
en la caja abierta. Nos ha recogido con naturalidad y no
ha emitido ningún juicio, como si su profesión fuese la de
recoger autostopistas.

Me he comido seis tomates. Me han sabido a gloria.


Es una lástima no tener a mano sal y pimienta.

Mike está gimiendo. He tratado de explicarle que


pronto saldremos de aquí. Me inquieta cuando se pone
así. Es terrible que ante alguien triste o herido no sepas
qué hacer. Me gustaría que se durmiera y al despertar se
encontrase fuera de este camión. La carretera está llena
de baches. Necesito un lavabo. Quizá Mike tenga el
mismo problema. Y todas estas irregularidades del
camino no son precisamente una ayuda.

Sigo pensando en qué voy a encontrar cuando llegue


al lugar adonde me dirijo. Un riachuelo fresco, con
nenúfares, mucho verde alrededor y además árboles con
gruesas ramas y aroma de rosas silvestres; quizás incluso
crezca madreselva. Y enredaderas cubriendo las paredes
de la casa. En ese lugar que busco no habrá ni una sola
persona. Ni gente interesante ni gente mediocre. Nadie.

83
En la cabina parece estar celebrándose un baile. La
oronda rubia está sentada prácticamente en las rodillas
del granjero. No creo que conduzca a más de cincuenta
kilómetros por hora. Los coches nos adelantan y todo el
mundo nos mira con expresión reprobatoria. Bueno, a mí
me da igual. No tengo ninguna prisa. De todos modos le
temo a Montreal. He oído decir que es una ciudad
bastante grande.

No me sorprendería que mi amigo el granjero se


saliese de la carretera para concentrarse en lo que, según
parece, le interesa por encima de todo. Estos dos son de
edad madura. Me encanta esta clase de personas que,
aunque no sean jóvenes, saben disfrutar del amor.

Yo no he desvelado aún el secreto de la sexualidad.


No es que tenga especial empeño en permanecer virgen.
Lo soy porque todavía no he conocido a nadie que me
gustase tanto como para dejar de serlo. Estoy segura de
que mi madre creía que organizábamos orgias cada día
en casa de Bennett. ¡Ja! Es como para reírse. Creo que
mi querido amigo Bennett estaba más interesado en los
chicos que en las muchachas. Esto es algo que no le he
contado a nadie. Es un modo de luchar contra la
superpoblación del mundo. Quizás esté equivocada en lo
que pienso sobre Bennett. Además, no debería escribir
mezquindades ni siquiera en mi diario.

¿Qué importancia tiene?

Ninguna. Ninguna en absoluto...


84
Aún 8 de junio (creo)

Regla numero uno: no te duermas nunca en la parte


trasera del vehículo que te recoja sin saber con exactitud
hacia dónde viajas. Te despiertas y no tiene idea de
dónde te encuentras. Te sientes fatal, como si todo
aquello que conocías y te resultaba familiar hubiese
desaparecido de la faz de la tierra. Si te echas a
descansar cerca de unas cortinas y unos objetos
determinados, antes de abrir los ojos ya sabes dónde
estás y qué rumbo vas a tomar ese día; incluso presientes
qué caras vas a ver.

Pero ahora todo resulta diferente porque me quedé


dormida en la parte trasera de aquel camión.

Estoy sentada en el extremo de una gran explanada


llena de camiones cargados de frutas y verduras, rodeada
de gente que va y viene a toda prisa como si fueran las
doce del mediodía. Pero no son las doce del mediodía, ya
que el cielo está negro como mi alma. Hay centenares de
luces flotando en el aire: su brillo es tan fuerte que parece
pleno día.

El granjero me ha explicado que estábamos en un


mercado de frutas y verduras que se instala en las
afueras de Montreal. Creo que es cierto, ya que distingo la
ciudad desde aquí. Parece bastante grande. Tengo la
85
impresión de que todos los coches del mundo se han
puesto de acuerdo para circular a gran velocidad por esta
telaraña de autopistas. El granjero que ha dicho que había
descargado todos los tomates, y a mí y al perro —al abrir
la boca para sonreír he visto que le faltaban dos dientes—
, y que se dirigía de nuevo a Brockville. Por la forma
pícara en que ha reído la mujerona rubia, estoy segura de
que antes van a otro lugar.

¡No es asunto mío! El granjero también me ha dicho


que si quería regresar a Brockville estaría encantado de
llevarme. He respondido que no. Quien no ha viajado
nunca haciendo autostop ignora lo difícil que resulta a
veces ir de un lugar a otro. He vuelto a desenterrar la
historia de la abuela enferma, esta vez desplazándola
hacia el Este. Quiero llegar a esa península, esté donde
esté. Necesito un mapa. Pobre abuela, todos estos
traslados no van a sentarle nada bien. En cualquier caso,
no creo que haya entendido ni una palabra. La rubia se ha
mostrado simpática conmigo y me ha dicho que no tendré
ningún problema para encontrar a alguien que quiera
llevarme mañana por la mañana, ya que a este mercado
acuden granjeros de todo Canadá, que regresan a casa
solos y sin carga. Según ella, basta con tener paciencia
para viajar en la dirección que se desee.

Hoy me he enterado de algo relacionado con Mike; no


le entusiasman los granjeros. Hay momento en que he
pensado que iba a hacer pedazos a ese buen hombre. Ha
sido la primera vez que le veía ensañar los colmillos. Me
ha impresionado. Y también al granjero. Tiene más
86
aspecto de potrillo que de perro, pero no me gustaría
tenérmelas que ver con sus dientes.

Tampoco al granjero. Teniendo en cuenta la actitud


de Mike, hay que reconocer que se ha portado bien con
nosotros. Lo que ocurre es que a ciertos perros no les
gusta un tipo determinado de persona. Basta con
preguntarle al perro. En cualquier caso, la rubia me ha
dicho que tendría que llevar sujeto a «ese perro», e
incluso le ha pedido a su granjero que me diese una
cuerda. Él se ha apresurado a obedecer. Al principio no
se la he puesto, pero Mike me ha hecho entender con
tanta claridad que no le caía simpático ninguno de los
granjeros que había por aquí, que no me ha quedado más
remedio que utilizar la cuerda. Al fin y al cabo estamos en
su territorio, no en el nuestro. Así que ahora mi pobre
amigo está atado a una farola. Me he limitado a anudar el
cordel alrededor de su cuello, sin apretarlo demasiado. Si
quisiera podría soltarse con toda facilidad, pero está
demasiado ocupado tratando de atrapar con los dientes a
los insectos que vuelan sobre su cabeza atraídos por la
luz. No quiero que se haga daño ni que se sienta como un
prisionero. Hago esto por su bien. Por lo menos eso es lo
que me digo a mí misma y también la explicación que le
doy a él. Además, no vamos a permanecer aquí mucho
tiempo.

Hay un tráfico muy denso por aquí. Me pregunto


cuándo duerme esta gente. A poca distancia, corren
varias autopistas que llevan a la ciudad. Nunca antes
había visto tanto tráfico. Montreal se ve hermoso desde
87
aquí. Siempre ocurre igual, parecen bonitas desde lejos,
pero cuando te encuentras en ellas te das cuenta de lo
horriblemente feas que resultan. Todas son asquerosas.
No hay nada más detestable que una gran urbe. Odio vivir
en una gran ciudad.

Aún no estoy del todo despierta. Me pican los ojos.


Hay mucho humo de tubo de escape en este lugar;
además, el olor a neumático parece mezclarse con el que
despiden las coles, los tomates y las manzanas. Se
respira un ambiente extraño.

Hasta ahora he visto un montón de hippies. Hay casi


tantos como granjeros. Supongo que saben dónde
conviene ir para conseguir comida barata. Quizá también
yo haga algunas compras. ¿Por qué no? Creo que me voy
a llevar toda la lechuga que cabe en un camión de los
grandes. Es extraño, porque en casa nunca me gustó la
lechuga y sin embargo ahora estoy pensando en adquirir
un camión entero. Alan Watts ha escrito que el cuerpo es
el mejor consejero, que debemos escucharle y dejarnos
guiar por él. Estoy escuchando al mío, que dice y repite:
¡lechuga!, ¡lechuga!

Este perro tiene un modo especial de acercarse a mí


y de apoyarse sobre sus cuartos traseros, que al ser
demasiado grandes con relación al resto de su cuerpo
hacen que parezca que está sentado en un taburete o
algo así. Siempre trata de doblar las patas, pero son
demasiado largas; entonces me mira fijamente como si

88
me preguntase: «¿Qué vamos a hacer ahora?» Creo que
desea ser acariciado. Y sentirse amado.

¡Hippies! ¡Hippies! ¡Hippies! Cada vez que levanto los


ojos me encuentro con un autentico desfile de ellos.
Algunos me miran como si fuera de los suyos, pero no me
dicen nada. Muchos ni siquiera hablan en ingles. Parece
francés, pero van demasiado aprisa y no lo capto bien.
Sólo hice un curso, y saqué un suficiente justo. Claro que
hay que reconocer que no estudié demasiado. Lo que
más odiaba era la gramática. Mis profesores siempre
decían que lo único que me faltaba era trabajar un poco
más. Y estaba trabajando, aunque no en lo que ellos
querían. Los profesores se ponen frenéticos si no actúas
como si estuvieses casada con lo que te enseñan. En
realidad no he conocido a muchos que me entusiasmen.
Se comportan como si estuviesen dispuestos a hacer un
negocio contigo. «Te tendré simpatía si trabajas duro en
mi asignatura.» En cierto sentido comprendo esta actitud,
pero no acabo de aceptarla. Tenía una profesora de
música en tercero de básica que parecía quererme
bastante, a pesar de que no conseguía entonar
correctamente. Se llamaba Roberts. No recuerdo los
nombres de los demás de primaria y estoy tratando de
olvidar a los de bachillerato.

Bennett me dijo una vez que la enseñanza tradicional


tiende a extinguirse. No tardando mucho las personas
serán autodidactas o irán a algún centro donde
aprenderán por sí mismas. No es mala idea. Según él, los
demás notan si tienes o no cultura a los tres minutos de
89
estar hablando contigo. El problema está en que la gente
no piensa en cómo debe enfocar ese asunto: algunos sólo
utilizan el cerebro para decidir qué van a hacer por la
noche o para preguntarse qué habrá de cena. Apostaría
cualquier cosa a que nueve de cada diez personas que te
encuentras en la calle ignoran la existencia de Thoreau.
Quizá no sepa nada de gramática, pero conozco bien a
Thoreau.

Este lugar es un pandemónium. Largos muelles de


hormigón para la carga y descarga y centenares de
camiones avanzando o haciendo marcha atrás mientras
los granjeros se desgañitan para que descarguen su
mercancía. Y yo aquí sentada, siguiendo los consejos de
mi viejo Robber. Bajo la luz y con los mosquitos por
compañeros. Espero que no haya muerto aquel chico, ya
que en ese caso Robber y Ruthie se habrán encontrado
con serios problemas. Aunque no lamento haberme
separado de ellos, creo que empiezo a echarlos de
menos.

Algunos granjeros han instalado tenderetes muy


atractivos, pero la mayoría, una vez descargada la
mercancía, la dejan en las cajas y empiezan a mirar a su
alrededor en busca de compradores. Creo que a la gente
que está trabajando duro no le gusta estar rodeada de
personas que permanecen sentadas sin hacer nada. Y
además Mike no es precisamente una ayuda, ya que está
gruñendo todo el rato. Tengo la impresión de que no
es perro de ciudad; pero no importa, porque tampoco a mí
me gustan las grandes urbes.
90
¡Eh! ¡Miradme bien! Aquí está Cat Toven, sentada
bajo una farola en el mercado de frutas y verduras de
Montreal. Son aproximadamente las once de la noche, y
mi única ocupación consiste en observar a los granjeros y
hippies que pasan ante mí. Aunque hubiesen enviado a
alguien tras mis pasos, nunca se le ocurriría buscarme
aquí. No sé si a mí se me ocurriría pensar que puedo
estar en un lugar como éste, si fuese yo la encargada de
darme alcance a mí misma. Unas veces tengo la
impresión de haber pasado toda la vida fuera de casa,
mientras que en ocasiones creo que acabo de fugarme o
incluso que aún no lo he hecho. El tiempo lo enreda todo.

Me encuentro muy bien considerando la circunstancia


de que aún estoy entera. Aún me quedan cuarenta
dólares y no siento apetito. Tampoco estoy ni demasiado
sucia ni demasiado cansada. Además, soy propietaria de
un bonito cachorro de pastor alemán, cuya madre podría
haber sido de raza pastor escocés. Bennett acostumbraba
a decir que la carretera era el único lugar donde podía
desarrollarse una filosofía lo bastante amplia como para
abarcar el mundo entero. No he llegado aún tan lejos en
el campo filosófico, pero me siento bien y a gusto en casi
todos los aspectos de mi nueva vida. Quizás ése no sea
un pensamiento profundo, pero es mejor que mi
existencia en Harrisburg, donde estaba hecha un asco.

Cada vez hay más hippies. Parece como si todos los


jóvenes del continente americano se hubiesen dado cita
en este mercado de Montreal hoy a medianoche. Resulta
91
realmente divertida esta mescolanza de granjeros y
hippies. Casi nadie habla en el mismo idioma, pero de un
modo u otro llegan a entenderse. Creo que ya sé cómo.
Parece que todos los granjeros tienen una jarrita de algo
misterioso que está oculto dentro de sus camiones. Y
huelo a marihuana. Conozco ese aroma porque Bennett la
tenía en su casa, aunque él la llamase trigo mexicano.
Una vez la probé y me sentí como mareada. No fue
mucha cantidad. No se lo he contado a nadie antes. No
ocurrió gran cosa; recuerdo que estuve riendo durante
mucho rato como una loca y que Bennett se enfadó
mucho porque se suponía que lo que tenía que hacer era
vivir una experiencia cósmica. En vez de lo que él
esperaba de mí, me limité a permanecer sentada riendo
estúpidamente. Me causó risa la lámpara, la mesa y la
alfombra: de pronto todo cuanto había en la habitación me
pareció cómico. Bennett debía de estar realmente flipado
porque hablaba con mucha seriedad de algo que había
leído en un libro de Hermann Hesse. La verdad es que
Hesse no me apasiona. Parece que sea un genio, pero yo
creo que todo el mundo dice que es fantástico por no
quedar mal ante otros que han hecho antes ese
comentario, sin atreverse a rebatirles su idea.

Pienso que Hesse tendría que aprender un par de


cosas de Thoreau y por lo menos tres o cuatro de Emily
Dickinson. Realmente esta mujer no tenía a todo un circo
tras ella o algo por el estilo; ni siquiera resultaba atractiva
para los hombres. El único al que amó en su vida estaba
casado; así que su relación fue imposible. Sus padres la
tenían siempre encerrada en un jardín y tras su muerte
92
ella permaneció en el mismo lugar, como si sintiese miedo
de liberarse a sí misma. Pero lo que ocurría en su mente
no guardaba relación con su gris existencia. En realidad,
creo que no importa la circunstancia exterior si tus
vivencias íntimas resultan tan ricas como las suyas.
Probablemente nació sabiendo todo lo que hay que saber,
o por lo menos todo lo que vale la pena saber. Tengo
compañía. Seguiré luego...

En estos momentos le estoy contando al diario que


no hay nada que fastidie más a algunos que ver a otros
poniendo por escrito experiencias que no son en absoluto
de su incumbencia.

Lo que ha ocurrido antes ha sido que unos hippies se


han acercado y se han sentado a mi alrededor como si los
conociese de toda la vida y estuviese deseando su
compañía. Me han dicho que buscaban un pájaro que
quisiera viajar con ellos, aclarándome que «pájaro», en
ingles británico, significa muchacha.

¡Estúpidos! Eran dos tipos y una chica, y necesitaban


otra hembra porque Noé reunió a sus animales en el arca
por parejas. Así me lo han explicado ellos, no es un
comentario mío. Me han contado que procedían de una
pequeña ciudad cercana a Toronto y que viajaban hacia
las montañas del Norte, donde pensaban construir una
arca para estar preparados cuando lleguen el fuego y el
hielo. La verdad es que apestaban; y no me refiero sólo al
93
olor corporal, sino a todo lo demás. Al explicarles la
historia de la abuela enferma se han reído a carcajada
limpia y uno de ellos me ha arrebatado el diario y ha
empezado a leer en voz alta lo que había escrito sobre
Emily Dickinson. Me he sentido muy incómoda, hasta
llegar a indignarme. Me he enfadado mucho más que de
costumbre. A medida que leía, los otros se reían más y
más; creí que iban a estallar.

Realmente apestaban como seres humanos. Quiero


decir que estaban podridos como personas. Me he puesto
tan furiosa que me he encarado con ellos, hasta que uno
de los tipos se ha puesto a actuar como si fuese Marlon
Brando. La chica era bizca. Los tres llevaban al cuello
símbolos de la paz de gran tamaño, que según ellos
habían propagado por la Expo. ¡Farsantes! Llevar
símbolos de la paz y tratar de provocar una guerra, por
pequeña que sea. Entonces se les ha ocurrido que sería
divertido llevarme a la Expo, y yo les he dicho que no
deseaba ir con ellos y que quería que me devolviesen mi
diario antes de largarse con la música a otra parte, si no
quería que empezase a gritar con todas mis fuerzas. Creo
que no lo habría hecho. No soy demasiado aficionada a
desgañitarme. ¡Pero eran tan repulsivos! No estaba
asustada porque había un montón de gente a nuestro
alrededor y mucha luz por todas partes y sabía que lo
único que tenía que hacer era lanzar un aullido de esos
que hielan la sangre. Pero no he tenido que recurrir al
escándalo porque al final han dicho que parecía una «tía
maja» pero que después se habían dado cuenta de que
no lo era. Han empleado un par de calificativos
94
asquerosos, supongo que para sentirse importantes. Me
han enviado al infierno, se han levantado y uno de ellos
ha escupido, aterrizando parte de su «mensaje» en mis
zapatos. La chica les ha asegurado que daba igual y que
ella seguiría trabajando para ambos. Me figuro el tipo de
«trabajo» a que se refería. Han tirado el diario al suelo
después de arrancar y destrozar varias páginas. Les he
dado las gracias, y eso ha sido todo.

Todavía me tiemblan las manos. Por lo demás estoy


bien. Durante todo ese rato el buen Mike ha estado
quieto, meneando la cola. ¡Pues vaya una ayuda que
tengo con él!

La verdad es que ya no me encuentro tan a gusto. Me


siento como tonta aquí, escribiendo, sin nada que hacer.
A veces odio a la gente. Yo no les había hecho nada.
¿Por qué han tenido que acercarse buscando problemas?
No pertenezco ni a ellos ni a su especie, como tampoco
pertenezco a Harrisburg.

Los insectos son terribles en este lugar. Me están


comiendo viva. Me duele la cabeza. ¡Asquerosos hippies!
Totalmente repulsivos. Estúpidos. La cuestión sigue
siendo: ¿A dónde pertenezco? Bueno, no voy a encontrar
nunca la respuesta si me quedo aquí sentada maldiciendo
a los ¡imbéciles hippies! Sigo sin entender por qué han
tenido que venir a avasallarme. Yo no estaba
molestándoles ni a ellos ni a ninguna otra persona.
¡Asquerosos hippies! ¡Puercos, más que puercos! Son de
verdad repulsivos. Mejor será pensar en otra cosa.
95
Bennett hablaba como si lo supiese todo. Seguía las
prácticas del hinduismo; incluso siguió una temporada el
régimen vegetariano, pero volvió a la carne porque le
gustaba demasiado. He aprendido mucho de él, tanto
bueno como malo. Me enseñó cosas estupendas, pero
también un montón de tonterías. En cualquier caso, me
alegro de que no esté aquí. A veces se comportaba de
modo agresivo, como si estuviera en el ejército y tuviese
que explicarles a los demás, que no eran tan sabios como
él, qué iba a pasar y cómo convenía actuar. Es una de
esas personas que hablan de pacifismo golpeando la
mesa con el puño cerrado. A veces ni siquiera sabía qué
estaba haciendo. Esto es algo que me irrita y que he
observado en casi todos mis conocidos. Como si el
mundo entero hablase de una idea y actuase al mismo
tiempo de forma contradictoria. Cuando llegue al lugar
adonde me dirijo, crearé una nueva regla: escribir
totalmente de acuerdo con mi pensamiento. Será mi regla
número dos. La primera es no quedarme nunca dormida
en la parte trasera de un vehículo sin estar antes segura
de dónde estaré cuando despierte.

Todos nos tomábamos a Bennett muy en serio,


porque siempre te escuchaba con atención y no hacía que
te sintieses como una estúpida insignificante por ser una
cría. Algunos de los chavales creían que era el ser mas
fabuloso que había visto el mundo después de Dios. Lo
consideraban interesante, sabio y otras cosas. Al salir de
la escuela íbamos a verle y a contarle por turnos todo lo
que nos había ocurrido durante el día. Él afirmaba que
96
aquello que te fastidian e intentan controlar tu mente y tu
vida merecen la muerte. Supongo que no se refería a la
muerte en sí. Lo que quería decir era que teníamos que
extirpárnoslos del cerebro y eliminarlos de ese modo.
Creo que nadie merece morir. Porque «merece» suena a
algo que te has ganado a pulso. Y la muerte no nos la
ganamos nadie, a no ser que estemos locos.

¡Hippies asquerosos!

A mis espaldas hay un enorme edificio; ahora está


cerrado. He tratado de abrir las puertas. Me pregunto si
en su interior habrá un mercado de carne. Desde afuera
se diría que está formado por una serie de puestos
pequeños dentro de uno de mayor tamaño. Tengo que
conseguirle a Mike unos cuantos huesos. También he de
arreglármelas para salir de aquí. Este lugar me da
escalofríos. Me gusta David Steinberg. Es un hippie muy
sano.

Querido diario:
Cat Toven tiene sueño pero no sabe dónde echarse a
dormir. Cat Toven está espantada a causa de los
asquerosos hippies que andan sueltos por aquí. ¿Qué le
sugieres a Cat Toven que haga?

10 de junio

97
Ayer no tuve oportunidad de escribir. No, recordemos
la regla número dos. La verdad es que no quise. Bueno,
en parte las dos cosas, no me apeteció, pero tampoco
tuve tiempo.

En cualquier caso hoy me siento literata, así que


vamos allá. Todavía estoy anclada en este dichoso
mercado. Supongo que si tuviera más empuje lo que haría
sería acercarme al cercano nudo de autopistas y
plantarme en una de ellas. Todos los camiones que
salieron de aquí ayer iban al Norte o al Oeste. Yo quiero
viajar en dirección Este. Presiento que hoy alguien me
llevará en esa dirección.

Empiezo a conocer este lugar a la perfección. No está


mal. Me parece. Resulta peor de noche. ¿No ocurre así
con todo? Durante el día es un sitio agradable. En uno de
los edificios hay restaurantes y salas de descanso para
los camioneros y en otro he encontrado algunos puestos
de carne y muchísimos de frutas y verduras. Mike ha
tenido un festín de huesos de solomillo. Me han hecho
pagar por ellos, pero no importa. Además, no ha sido
mucho.

Ayer me pasé el día preguntando a todo el mundo si


viajaba hacia el Este. No sé por qué estoy empeñada en ir
en esa dirección, sin tener en cuenta si es la mejor.
Harrisburg está al Oeste, Montreal al Sur, los asquerosos
hippies iban al Norte... así que sólo queda el Este. Había
un montón de jóvenes autostopistas adquiriendo
provisiones. Supongo que si tuviera que quedarme en
98
algún sitio, este mercado es tan buen lugar como
cualquier otro. Lo llaman «el paraíso de los hippies». No
hay mucha policía. Además los pocos agentes que
merodean por aquí están demasiado ocupados
comprando y no incordian a nadie.

Tengo aspecto de hippie autentica porque estoy sola.


Casi no hay nadie más que viaje sin compañía. ¿Existe
alguna otra posibilidad? La verdad es que no he visto a
nadie que me haya parecido un buen compañero. No
todos son tan desagradables como aquellos puercos de la
otra noche, pero a pesar de todo no hay nadie que me
atraiga lo suficiente como para unirme a él de forma
permanente. En realidad cada persona tiene su vida
privada, pues aunque crea que va junto a otra, todos
siguen estando solos aunque lo ignoran.

Esta mañana he evacuado, me he puesto camisa


limpia, me he peinado y me he lavado un poco. He
pensado que así me sería más fácil encontrar a un
automovilista que quiera llevarme. He dormido en la parte
trasera de un camión aparcado que estaba vacío. No
había nadie por los alrededores, así que Mike y yo nos
hemos colado discretamente e instalado en un rincón, al
fondo. No tenía que preocuparme por la posibilidad de
que se pusiera en marcha, porque sólo tenía tres ruedas.
Pero apestaba. Olía a cerdo vivo o a patio de granja.
Quizás a pollo. Había una capa de paja bastante mullida,
así que hemos dormido de maravilla.

Pero no olemos tan de maravilla.


99
11 de junio

Me pregunto si voy a morir en este lugar. Vieja dama


de cabello gris merodea por el lugar con un perro negro
buscando a alguien que la lleve hacia el Este. Una de las
vendedoras de fruta me ha asegurado que esperaba a un
proveedor de bayas procedente de Quebec, una ciudad
situada hacia el Este, que probablemente no se opondría
a llevarme de regreso. Pero no podía decirme con
exactitud cuándo había de llegar.

Se ha preocupado de veras por mi abuela enferma...

11 de junio, al atardecer

He cenado con Theresa. Es la dueña del puesto de


frutas y verduras que me ha dicho que esperaba a un
proveedor de bayas procedente de Quebec.

Es una mujer estupenda. Es viuda y tiene el puesto


de frutas y verduras más bonito de todo el mercado.
Salchichas, patatas fritas y una gran ensalada. Me he

100
puesto las botas. Creo que he comido demasiado. Vive en
una roulotte instalada detrás del gran edificio donde tiene
su puesto, pero no sabe por cuánto tiempo porque a las
autoridades municipales de Montreal no les hace ninguna
gracia. Nos hemos puesto a charlar sobre la posible hora
de llegada del tipo de las bayas. Me ha preguntado si me
había fugado de casa como si lo diera ya por sentado y he
tenido que mentirle, explicándole la historia de la abuela
enferma, que parece haberle preocupado mucho. En un
momento de la conversación me ha dicho que tenía unas
salchichas en el remolque y que ella sola no podía
comérselas todas; entonces me ha invitado a cenar. No
he tardado ni medio segundo en responder. Habla muy
bien el inglés, aunque con cierto acento, ya que según me
ha explicado aprendió primero francés y luego se puso a
estudiar mi idioma por su cuenta.

No he hecho ningún comentario al respecto, pero


creo que está enferma. Me refiero a una dolencia grave.
En un lado del cuello tiene un enorme bulto, que parece
dolerle en todo momento. Siempre trata de cubrírselo con
una mano, como si le molestara, y en algunos momentos
noto cómo se apoya sobre su mano para calmar el dolor.
Pero no ha querido decir una sola palabra al respecto. Yo,
como es natural, ni he mencionado el asunto. Lo que sí ha
comentado es que no era nada importante y que además
no quería que se le acercara ningún médico porque su
marido había muerto en una sala de operaciones, bajo el
cuchillo. Así lo ha expresado ella: «bajo el cuchillo». Debió
de ser espeluznante. Lo siento por ella porque es muy
agradable, realmente una persona. No parece muy
101
asustada por tener ese bulto. A mí me daría pavor que me
ocurriese algo así.

Lamento haberle mentido. No creo que fuese


perjudicial para mí contarle la verdad, pero me parece que
ya es demasiado tarde después de explicarle la historia
de la abuela enferma.

Me ha dicho que ha pasado un verano estupendo


pues muchos de los jóvenes que merodean por el
mercado han sido muy gentiles aceptando sus
invitaciones a comer. Así es ella, presentando las cosas
de tal forma que parece que son ellos los que le han
hecho el favor. También me ha contado que algunos de
ellos han tratado de robarle género, pero que en su
mayoría se han portado bien. Cuando veía que querían
sustraerle algo, ella se lo daba abiertamente, porque
detestaba ver su expresión si los atrapaba con las manos
en la masa. Incluso parece ser que algunos han estado
viviendo unos días en el remolque. Apostaría diez contra
uno a que es cierto.

Supongo que andará por la cincuentena, aunque


aparenta ser mayor. Trabaja duro de verdad y el bulto de
su cuello es horrible, rojo y como inflamado: siempre trata
de ocultarlo con la mano y entonces apoya la cabeza de
ese lado.

Ahora estoy sentada detrás de su puesto de frutas,


observándola. Es una mujer un tanto fondona, pero no
gorda. Da la sensación de haber estado haciendo tareas
102
de un hombre toda la vida. Las paredes del remolque
están llenas de crucifijos y estampas de Jesús y de la
Virgen, a veces acompañadas por versículos de la Biblia.
No hay imágenes del padre de Jesús. Siempre reza antes
de ingerir alimento. Le parece todo maravilloso, incluso
aquello que no lo es en absoluto. Me recuerda a Robber y
Ruthie, que siempre decían «muy bien» aunque las cosas
fuesen mal. Ignoro por qué la gente tiene este modo de
expresarse.

Las salchichas eran hermosas, Mike es hermoso, la


puesta de sol de ayer fue hermosa. Lo fue, eso es cierto.
Hubo un momento en que creí que se me iba a poner a
llorar contemplando la caída de la tarde. Ahora pienso que
quizá lloraba porque le dolía el bulto del cuello. No lo sé
con exactitud.

Nunca sé qué decirle. Le he contado un montón de


embustes y me parece que se los ha creído todos. Lo
repulsivo del caso es que ahora tengo la sensación de
que no debería haberle mentido en absoluto. Y sin
embargo cada vez que voy a decir algo oigo cómo sale de
mis labios esa historia de la abuela enferma, como si se
hubiese convertido en una costumbre que ahora soy
incapaz de abandonar. Siempre me está diciendo cosas
como: «Cat, come, estás demasiado delgada» o «Cat,
toma esta manzana, es para ti», o incluso «Cat, ¡qué
nombre tan bonito!»

Ayer por la noche me contó que su marido y ella


tenían un gato cuando llegaron aquí por vez primera
103
procedentes de Quebec, pero que cuando él se puso
enfermo el gato se escapó, ella cree que porque a partir
de entonces ya no podía darle tanto amor como antes, ni
le quedaba tiempo para cuidarlo. Sintió mucho la fuga del
animal. Su marido había sido granjero, dedicado
especialmente al cultivo de la fruta, hasta que se puso
enfermo y tuvo que abandonar su trabajo; así que viajaron
hasta Montreal donde ella sigue vendiendo la fruta que
ahora le envía su cuñado, que es quien se ha hecho
cargo de la granja. Por eso sabe que hay un proveedor de
bayas que está a punto de llegar; es un pariente o algo
así.

Theresa. Ni siquiera sé su apellido. Tengo que


acordarme de preguntárselo. Según ella las flores son el
peor negocio, porque se mueren en seguida. Pero
siempre le compra unas pocas a un viejo que vive en las
afueras de Montreal porque le gustan y también porque
sabe que el pobre hombre necesita dinero. Tiene muchos
gladiolos.

Resulta divertido pensar que podrías pasarte la vida


sentada en tu casa de Harrisburg y ni siquiera enterarte
de la existencia de personas como Theresa.

Ayer noche estuvimos hablando hasta muy tarde. Me


contó lo bonita que es la ciudad de Quebec. Ella es
estupenda, pero me siento rara rodeada de todos esos
crucifijos y estampas; y además el bulto de su cuello. Y
encima, se pasa horas afirmando lo maravilloso que es
todo cuando yo no creo que pueda verse casi nada bonito
104
de veras desde el lugar donde está sentada. Su sonrisa sí
que es encantadora. Cuando habla todo parece
iluminarse: sus ojos centellean y da la impresión de
sentirse totalmente feliz siendo quien es y estando donde
está. ¿Cómo es posible?

Es curioso, ahora recuerdo una conversación que


tuve con Bennett, en su casa. Bueno, en realidad el único
que habló fue él; yo me limité a escuchar. Fue una noche
en la que estuvo recitando citas de la Biblia, que es algo
que me fastidia en gran manera y me pone nerviosa en
seguida. Por razones que desconozco, me hace sentir
incómoda. Pero aquella noche me cogió de buen talante y
recuerdo que me leyó algo así como: «Yo soy el Señor y
nadie hay fuera de mí. Yo creo la luz y yo creo la noche,
yo provoco la paz y engendro la maldad, y yo, el Señor,
hago todas estas cosas». Mientras leía, Bennett asentía
con la cabeza como reafirmando aquellas palabras. A
veces decía que sí sin dejar de inclinar la cabeza hacia
delante. Siempre exageraba este ademán cuando creía
tener en sus manos algo importante. También recuerdo
que se puso en pie de un salto y se acercó corriendo a la
biblioteca, sacando un libro que trataba de hinduismo y
diciendo «ESE» así, sin más. Repitió la exclamación y por
fin me dijo: «¿No lo ves?» Y casi gritando repitió lo de
ése; «ese ser sutil del que se compone todo el universo
eres tú. Ese eres tú». Esas fueron sus palabras. A partir
de aquel momento decidimos que todos éramos dioses, o
mejor dicho nuestro propio Dios. Pues estupendo. Sonaba
bien. Acabé asintiendo con la cabeza casi con tanto

105
énfasis como él. Porque entonces entendí lo que quería
decir. Yo soy Dios. Suena increíble.

¡Pero no puedo explicar el fenómeno Theresa a


Bennett o a la Biblia, ni al libro hinduista! Ella no es su
propio Dios, porque de serlo seguro que se arrancaría el
bulto del cuello o haría regresar a su marido y a aquel
gato que tanto quería. Quiero decir que aquello sólo
funcionaba en casa de Bennett. Encerrados en una
habitación, podíamos permitirnos creer que todos somos
dioses capaces de crear la luz y la oscuridad y no sé
cuántas cosas más, pero no nos referíamos a problemas
reales, como no fueran los que Bennett siempre sacaba a
relucir para demostrar que tenía razón.

Pero no funciona con los problemas reales de la vida.


Desde luego esas teorías no ayudarían mucho a Theresa.

Me siento agotada y como podrida. Sí, podrida.


Espero que el hombre de las bayas, ese tal Davion o
como se llame, llegue mañana. Me da igual que sea él u
otro cualquiera, pero quiero largarme de aquí como sea.
Hablan tan de prisa que casi no entiendo lo que dicen. A
veces incluso se me escapan las frases de Theresa. Todo
va mal. Todo está podrido.

En estos momentos está en su puesto trabajando


como una loca, cuando probablemente lo que tendría que
hacer sería meterse en la cama. Le he ofrecido mi ayuda.
¡Madre mía, hasta me he puesto pesada de tanto insistir!
Pero siempre responde que no, que lo que he de hacer es
106
sentarme a la mesa de juego y hacer lo que más me
apetezca o bien escribir a mi abuela enferma
anunciándole mi visita. ¡Dios, qué podrida estoy! Estoy
empezando a desear que la abuela enferma estire la pata
de una vez por todas.

Theresa tiene mucha clientela, lo cual no ha dejado


de sorprenderme. La mayor parte son propietarios de
restaurantes, los cuales se llevan cajas y cestas enteras,
que ella misma transporta hasta los respectivos vehículos.
¡Oh! Eso sí, le hacen bromas, se pasan un buen rato con
ella, tomando una o dos muestras de cada variedad y
observándola mientras ella transporta esos pesos
enormes. ¡Hombres!

Yo tampoco estoy colaborando demasiado; me estoy


comiendo todo cuanto me da cuando probablemente tiene
lo justo para ella. Mike ha tenido que estar todo el día
encerrado en el remolque porque esta mañana me ha
montado uno de sus números. Casi ha lanzado por los
aires el puesto con la ayuda de unos cuantos mininos.
Hay bastantes gatos en este lugar y Mike siempre que ve
alguno se siente obligado a correr tras él, como si de lo
contrario lo fueran a expulsar solemnemente de la «unión
perrera». Le he pedido permiso a Theresa para encerrarlo
en el remolque; ella se ha sentido preocupada por lo
desgraciado que iba a sentirse privado de la libertad. Ha
dicho que los animales no tendrían que estar nunca
atados ni cautivos. Según ella, es demasiado cruel. Me ha
dado permiso a condición de que me asegurase de que el

107
pobre Mike no se sintiera muy desdichado. No me he
detenido a preguntárselo.

No parece estar apenado. De vez en cuando me


acerco y le digo cuatro cosas o bien le llevo un helado. Le
apasiona el helado. Está creciendo por momentos. Lo
noto con sólo mirarle.

Sea como sea tengo que largarme de aquí mañana


mismo. Me siento muy incómoda, como si las cosas
fueran viento en popa para mí mientras a Theresa le sale
todo mal.

Resulta muy curioso recopilar las cosas que te


desagradan. Si profundizas en el tema, llegas a la
conclusión de que casi todo lo relacionado con la gente te
provoca esa sensación. Te disgusta que las personas
allegadas a ti estén siempre peleando. Te desespera que
traten de herirse unos a otros. Te repugna que gente
como los asquerosos hippies de la otra noche se metan
en tus asuntos. Te ponen nerviosa los tacaños sin motivo
aparente para serlo. También te sientes incomoda si los
demás te tratan con simpatía. Y no hablemos de los
enfermos, con ellos sí que te sientes mal de verdad
porque no sabes ni qué hacer ni qué decir para ayudarles.
Te hastían los que se pasan el día rezando o diciendo que
todo es hermoso cuando casi nada de lo que ves lo es,
excepto la puesta de sol. Todo cuanto está relacionado
con tus congéneres provoca en ti sensaciones negativas.

108
La única vez que me he sentido verdaderamente a
gusto desde que me fugué de casa fue aquel día en que
estuve sentada a la orilla del riachuelo con nenúfares. Y
cuando decidí quedarme con Mike. Entonces no estaba
pesimista. Eso debería significar algo, si bien no sé con
exactitud qué puede ser.

Me voy a acercar al puesto y le pediré a Theresa que


me permita ayudarla. Seguro que se niega, como si yo
fuera una visita importante que sólo sirve para hacerle
compañía.

Apuesto cualquier cosa a que Bennett estará de


cháchara.

Theresa quiere que, cuando no estoy en el remolque,


me siente a la mesa de juego aledaña al puesto, porque le
gusta alzar la mirada y verme allá. En ocasiones me pide
que vaya a decirle a Mike lo mucho que le quiero, o que le
escriba a mi abuela una larga carta consolándola —ella
cree que es eso lo que estoy haciendo ahora— y
anunciándole que ya estoy de camino.

¡Dios, qué mal me siento!

12 de junio, por la mañana

Aún no ha llegado ese tal Davion. Theresa me ha


dicho que todavía existe una posibilidad de que aterrice
109
por aquí esta tarde, pero no está segura; por lo visto no se
puede predecir cuándo vendrá porque acaba de estrenar
esposa joven. No se me había ocurrido que ese fuese un
problema, pero Theresa ha sonreído y me ha asegurado
que a veces lo es.

Después del desayuno he sacado a Mike a dar un


paseo. Estoy llegando al punto de creer que ya conozco a
esta gente como si hubiese pasado toda mi vida con
alguno de ellos o incluso como si hubiese nacido aquí y
aquí fuese a quedarme para siempre.

Me gusta Hal. Trabaja en el mercado de carne. Es un


tipo fantástico, corpulento y sin cabello. Está tan calvo
como Yul Brynner, aunque no se parece a él en nada
más.

Es simpático, un tío estupendo, aunque su modo de


ser no coincide en nada con el de Theresa. Siempre se
comporta como si no tuviera tiempo para hablar contigo o
como si fueras la última persona en el mundo que quisiera
ver en ese momento; pero cuando das media vuelta y
empiezas a alejarte te pregunta qué prisa tienes, como si
fuera a ponerse a llorar y a derrumbarse porque tú
pareces considerar que su compañía no vale la pena ni
siquiera durante dos minutos. He tardado un rato en
comprender su actuación, pero por fin lo he conseguido.
Me gusta Hal porque habla muy bien el inglés salpicado
de tacos que él dice que aprendió en su hogar de
nacimiento, Útica, Nueva York. Se casó con una chica de
Montreal y por eso se ha instalado aquí. Según parece no
110
echa de menos su patria chica porque todos sus
conocidos y amigos de la infancia han muerto o se han
largado. No añora los Estados Unidos a no ser que por
casualidad vea una bandera norteamericana, algo que no
ocurre con frecuencia. Le faltan tres dedos en la mano
izquierda, pero por lo visto eso no le preocupa en
absoluto. Me ha asegurado que a cualquier carnicero
digno de desempeñar el oficio le faltan algunos dedos,
porque eso quiere decir que ha seguido un severo
aprendizaje. Ha dicho que Mike podría llevar sangre de
lobo. Sería fantástico.

Mike también lo encuentra maravilloso. Es un


autentico farsante. Siempre lloriquea cuando está cerca
del puesto de Hal, como si nunca nadie se hubiese
preocupado de alimentarlo, porque sabe que él le dará un
hueso e incluso a veces un buen trozo de carne.

Voy a hacer un poco de limpieza en el remolque, pero


no se lo diré a Theresa porque me lo impediría. Piensa
que es un trabajo que acabaría conmigo, pues realmente
está bastante sucio. Creo que me sentiré mejor si la
ayudo.

Espero que venga hoy ese dichoso Davion. ¡Ojalá se


lo permita su nueva y joven esposa! No se me había
ocurrido que eso fuese un problema...

12 de junio, primera hora de la tarde


111
Y el tal Davion sin venir.

Theresa se ha quedado sorprendida al ver lo que


estaba haciendo; pero ha dicho que el remolque nunca
había estado tan bonito. Eso ha dicho: «bonito».

Ahora está de nuevo en su puesto del mercado.


Incluso le he preparado la comida. Le he hecho una
ensalada de atún que, según ella, resultaba tan atractiva
que daba pena comérsela. Pero la ha devorado con
grandes aspavientos, como si fuese el plato más exquisito
del mundo.

Estoy sentada en el escalón del remolque en


compañía de Mike, observando este «bonito» lugar. En
conjunto es de un tamaño similar al del cuarto de baño
grande de casa. Desde luego no mayor. Los muebles,
pocos, son similares a los de mimbre que mi madre tiró
hace unos cuantos veranos porque ya estaban pasados
de moda. Los asientos son frágiles y hay que sentarse
con cuidado para no terminar en el suelo. Hay una curiosa
lámpara debajo de un poster que representa las cataratas
del Niágara. Con la luz encendida, se produce un curioso
efecto de casi realidad: parece que el agua cae de
verdad. Creo que es uno de los objetos que mayor valor
tienen para ella. Por si acaso, esta mañana le he sacudido
el polvo con sumo cuidado.

Theresa me ha contado que ella y su marido fueron a


las cataratas del Niágara antes de la muerte de él. Un
112
buen día cerraron su puesto y se pusieron en marcha. Tal
como me lo ha explicado, se diría que era la primera vez
en su vida que habían abandonado el negocio para viajar.
Seguramente fue un acontecimiento para ellos. Habla a
menudo de ello, cuando no se encandila describiéndome
cosas de Quebec. Es una ciudad medio francesa. No sé
pronunciar su nombre, pero se llama algo así como «Tres
Ríos».

Hace calor. En estos momentos muchísimo.

Mike acaba de moverse. Me acercaré a ver qué hace.


Es un perro inteligente. Se ha tumbado en medio del
remolque y no deja espacio para nadie más.

Me he divertido haciendo la limpieza. Me ha


recordado mi casa y me ha hecho pensar en lo mucho
que deseo llegar a algún lugar donde no haya alfombras
ni sillas demasiado buenas para ser utilizadas. Mi madre
es una maniática en ese sentido; se gastaba una fortuna
renovando muebles y haciendo reformas y luego quedaba
todo tan bonito y estaban los muebles tan nuevos que no
nos dejaba vivir en ninguna parte. Una simple mancha en
la alfombra era como el fin del mundo.

Aquí es distinto. Theresa tiene posters y fotografías


de revistas en las paredes, de modo que en el remolque
siempre se tiene la sensación de que hay alguien viviendo
en él.

113
Por ejemplo, fijémonos en su cómoda. En la parte
superior, bajo el espejo rayado, tiene un montón de
recortes de temas bíblicos que ha sacado de algún
periódico. Un crucifijo cuelga de la pared y a su lado,
sujeto con chinchetas, hay un ramillete de flores secas.
Sobre el mueble Theresa ha dejado una loción para las
manos, una caja de pañuelos de papel y un tarro de
maquillaje en polvo, con su correspondiente borla. Y un
retrato de su marido. Debía de resultar atractivo, con su
poblado cabello negro y su amplia sonrisa. Como si
supiera que algún día tenía que morir. Por lo visto ya tenía
idea de que algo le ocurría, porque Theresa me ha
contado que le tomó esa foto delante del remolque
cuando ya estaban instalados en este lugar y él se sentía
enfermo; probablemente ignoraba hasta qué punto lo suyo
era grave. Acostumbraban a cantar a dúo porque él
poseía una esplendida voz. Se nota que lo echa mucho
de menos, aunque nunca lo confiese abiertamente; se
limita a hablar con frecuencia de los bien que lo pasaban
juntos y de las cosas que tenían o hacían en común.

He estado pensando. ¿Por qué no enseñan este tipo


de cosas en la escuela? Se creen que una buena
educación consiste en contratar a brillantes cerebros que,
agazapados tras enormes mesas, te hablan de un montón
de disparates, como quién escribió los Cuentos de
Canterbury, qué es una línea recta y cómo se conjugan
los verbos. Pero nunca, ni una sola vez, se les ocurre
abordar cuestiones humanas. Jamás un profesor se ha
planteado dar una clase sobre qué debe hacer una
persona que pierde a un ser querido que representa su
114
vida entera, o cómo debe uno reaccionar cuando se
siente herido en el alma y no sabe qué decir. Los cerebros
brillantes nunca mencionan este tipo de cosas; más bien
las esquivan si surgen, como si lo único importante en el
mundo fuese el nombre del autor de los Cuentos de
Canterbury. Si te aprendes eso, todo lo demás irá bien.

¿Me escucháis, personas cerebrales? Sí, vosotras,


mentes privilegiadas de Harrisburg, Nueva York y demás
lugares donde residen las inteligencias superdotadas:
¿por qué no nos contáis de vez en cuando qué debemos
hacer al encontrarnos con gente que nos hace sufrir de
veras y nos quedamos sin poder reaccionar? Pero claro,
ellos no hablan nunca de la muerte, ni de la aflicción, ni de
la soledad. Ni siquiera mencionan la posibilidad de que
tales estados puedan existir.

He aprendido más de Hal esta mañana que de todos


esos privilegiados cerebros. Me ha aconsejado que no me
preocupe demasiado por Theresa. Pero no lo ha dicho en
un tono desagradable o egoísta, como si no valiese la
pena pensar en ella, sino como si él ya hubiese tratado de
hacer algo por ayudarla sin sacar nada en claro.

Lo primero que me ha dicho es que no conseguiría


arrastrar a Theresa a la consulta de un médico aunque la
golpease en la cabeza y que desde luego ningún médico
se dignaría desplazarse hasta el mercado porque todos
saben que allí no se cobra de inmediato (dicho sea esto
sin querer ofender a los médicos). Además, Theresa no
desea que la visite ningún galeno; de hecho, lo último que
115
haría en el mundo sería dejarse reconocer. Lo único que
desea en realidad es morir; tiene tantas ganas que
acaricia la mera idea de perecer como si fuese a aportarle
la mayor felicidad del mundo. Hal incluso la ha comparado
con esas reses que parecen saber que han nacido y se
han criado para morir, y que por lo tanto suben a la rampa
del matadero casi corriendo, como si estuviesen ansiosas
por cumplir con su cometido y acabar de una vez.

Hal también me ha dicho que hay cosas peores que


la muerte, como por ejemplo vivir demasiado y llegar a
estar tan asqueado, sentirse tan desgraciado,
comportarse de un modo tan ruin que los demás
desearían verle a uno muerto (conozco a algunos así).
Theresa, por el contrario, ha tenido una vida feliz; todo el
mundo la quiere. Lo que ocurre es que está preparada
para morir, porque sabe que ése ha de ser su final. Según
Hal, las cosas son así de sencillas.

La verdad es que a mí no me ha parecido tan simple.


No he entendido todo cuanto me decía, pero al final creo
haber captado lo esencial. Mi mente estaba en blanco y
no asimilaba el sentido de sus palabras, pero yo,
independientemente de mi intelecto, he comprendido.

Ha afirmado que Theresa deseaba morir y que así ha


de ser en un futuro no muy lejano. Sería un error tratar de
ayudarla a seguir viviendo cuando lo que ella quiere es
morir. Hal me ha dicho que a él le gustaría dejar de existir
cualquier día en el momento de cortar el mejor filete de
las res.
116
Me ha asegurado que no debía preocuparme. Me
llama Kitty (gatita). Según él, aún no he crecido lo
bastante como para considerarme un gato adulto.

Me gusta Hal.

Mike duerme. He estado un buen rato sentada ante la


cómoda escribiendo y levantando los ojos de vez en
cuando para mirarme en el espejo. También he estado
leyendo algunos versículos de la Biblia. La verdad es que
soy fea. No se pueden utilizar calificativos muy
halagadores al describirme: ojos feos, nariz fea, boca fea
y feo cabello, áspero como cuerdas de guitarra.

Uno de los versículos dice: «Yo soy el Camino, la


Verdad y la Luz». Se debe referir a otra persona, a mí
desde luego no. Y añade: «El Señor es mi Pastor, nada
me faltará». A mí, por el contrario, me faltan muchas
cosas.

Fea. No hay nada en mí que no sea feo.

¿Por qué quieren morir algunos?

Creo que voy a dejar de escribir un rato.

Todavía 12 de junio, por la noche

117
Bueno, por fin ha telefoneado el dichoso Davion y ha
jurado y perjurado que pasará por aquí mañana temprano,
que será lo primero que haga. Por lo menos se ha
comprometido.

Theresa me ha pillado llorando desconsoladamente.


No me había ocurrido desde que era muy niña. Me ha
rodeado con sus brazos mientras seguía sentada en el
taburete de la cómoda y mi llanto arreciaba. Me sentía
desdichada, incomoda y estúpida. Me ha dicho que a
veces ella también llora así para limpiarse los ojos.
Cuando ha salido a hablar por teléfono con el señor
Davion ha traído una barra de helado de vainilla porque,
según ella, ésta es nuestra última noche juntas y tenemos
que celebrarlo con una fiesta.

Ha vuelto a salir, no sé adónde; yo he conseguido


dejar de llorar y he acabado de preparar la mesa. He
cogido unas flores silvestres de color amarillo que crecen
en la parte trasera del remolque, las he puesto en un
envase vacío de mantequilla de cacahuete y he doblado
las servilletas de papel; aunque esté feo que lo diga yo
misma, la mesa ha quedado muy bonita.

Por fin he cesado de llorar. Diga lo que diga Theresa,


lo único que se consigue sollozando es sentirse uno
estúpido y pueril. Mientras me acariciaba intentando
consolarme murmuraba palabras en francés. Sonaba a
oración. Mike se ha contagiado y también se ha puesto a
gimotear. Así que los tres hemos acabado llorando juntos
un rato. Nunca antes me había ocurrido.
118
Quiero a Theresa. La conozco sólo desde hace unos
días, pero mi afecto por ella es enorme. Lamento de veras
que quiera morir y que tenga un bulto en el cuello.
También siento que no tenga más compañía que el poster
de las cataratas del Niágara y los crucifijos, estampas y
versículos de la Biblia. Me entran ganas de escribir una
carta a los cerebros brillantes diciéndoles que hay un par
de cosas que desearía preguntarles. Preguntas de ahora,
no de algo que ocurrió hace cien años. Apuesto cualquier
cosas a que no sabrían cómo ni qué contestar. Hal sí que
sería capaz de responderme, aunque diga muchos tacos
y le falten tres dedos.

Tengo que mantenerme alejada de la cómoda, olvidar


mi cara fea y los versículos de la Biblia, o volveré a
romper en llanto. Me pican los ojos. No hay nada como
unos ojos enrojecidos e hinchados para que un rostro feo
parezca aún más feo.

Quiero irme de aquí. Por favor. Dios mío, haz que el


señor Davion venga mañana temprano.

13 de junio, sábado

Todo el mundo viene al mercado hortofrutícola de


Montreal los sábados, incluso el señor Davion. Por fin me
largaré de aquí dentro de unos minutos. Pero antes quiero
escribir un poco mientras descarga las bayas.
119
Davion es un tipo bajo y encorvado. Ha abrazado y
besado a Theresa como si de veras se alegrase de verla.
No consigo imaginármelo con una joven y recién
estrenada esposa.

Empiezo a comprender el problema. He oído cómo le


decía a Theresa que no hacía negocio descargando
aquellas pesadas cestas. Así que adivinen quién está
realizando esa tarea. La veo desde el lugar donde estoy
sentada: su cabeza se inclina hacia el lado dónde está
ese bulto que no para de crecer.

Ayer noche estuvimos charlando hasta muy tarde.


Creo que hasta la madrugada. Sé que está cansada.
Tomamos helado de vainilla con fresas naturales y antes
dos hermosos bistecs, obsequio de Hal. Los cocinó con
mucha mantequilla, al estilo francés, según dijo. Desde
luego son los mejores bistecs que haya comido jamás.

También llorando un poco. Dijo que nuestros ojos


estarían limpios durante un mes por lo menos. Fue
divertido, hubo momentos en los que reíamos y
sollozábamos al mismo tiempo.

Me explicó que en una ocasión su marido compró


unos cerdos en una subasta y los llevó a casa. Como no
tenían dónde meterlos los dejaron en libertad para que
correteasen por el patio; pero se hartaron de estar
siempre en el mismo lugar y se escaparon, yendo a parar
a un campamento de verano ocupado por judíos. Muy
120
poco después les llamó el rabino, ya histérico, y les dijo:
«Por favor, vengan a buscar a sus cerdos y llévenselos».
Los cerdos podrían haber ido a cien sitios diferentes, pero
decidieron marchar carretera abajo e instalarse en aquel
campamento. Entonces Theresa y su marido construyeron
un corral para albergarlos; ella misma se encargó de
cuidarlos y de ponerles nombre. El día que los mataron
dio un largo paseo por el bosque y se pasó el invierno sin
probar carne de cerdo. Incluso ahora no es lo que más le
gusta.

Me contó un montón de cosas acerca del lugar donde


había creído, sus largas excursiones en trineo y sus
autenticas celebraciones de Navidad. Conoció a su
esposo cuando ambos eran unos críos. Sus familias
respectivas lo organizaron todo, incluso su matrimonio;
ésa es una forma de actuar que hoy en día ya no se
considera precisamente correcta. En su caso particular se
sintió afortunada porque el elegido resultó ser la persona
que más quería en el mundo; si no los hubiesen casado
sus padres, lo habrían hechos ellos por su cuenta.

Cuando la velada tocaba a su fin Theresa sacó una


cajita que había atado con una cinta rosa y antes de
abrirla me dijo que la próxima vez que esté sola y sienta
deseos de llorar, no tengo más que asir con fuerza el
contenido de la caja y mantenerlo así, bien agarrado,
hasta que note que desprende un calor que según ella
detendrá mi llanto.

121
Resultó ser un pequeño crucifijo de plata con una
cadena del mismo metal. La llevo colgada del cuello. No
me la quitaré nunca, pase lo que pase. No entiendo
muchas de las cosas que me han explicado acerca de
Dios, pero sé que todo lo que hay que saber sobre
Theresa. Ella me la dio, y eso es suficiente para mí.

La puso alrededor de mi cuello y lloramos de nuevo;


nos terminamos el helado con fresas y por fin nos
acostamos. También Mike comió helado.

Está hablando con el señor Davion y apuntando con


el dedo en esta dirección, de modo que creo que ha
llegado la hora de partir.

Me alegro de haber aterrizado aquí. También me


alegro de irme, pero estoy contenta de haber conocido
este lugar. Sé de algunas en Harrisburg que miden el
éxito de sus vidas por aquello que no les ha ocurrido
nunca. ¡Por Dios, qué horror! «Nunca me han puesto una
multa por exceso de velocidad, nunca me han robado
nada y nunca he tenido un pinchazo.»

¡Qué espantoso aburrimiento!

Antes de morir espero que me ocurra todo. Quiero


sentirme deshecha, llorar y también encontrarme bien y
reír a carcajadas.

Es hora de partir.

122
Voy a darle un buen abrazo.

13 de junio, tarde

No puedo escribir mucho. El camión va dando


tumbos. Huele bien. Diría que a fresas frescas. Davion ha
estado charlando sin parar desde que abandonamos
Montreal. El problema es que lo hace en francés y no
entiendo una sola palabra de lo que dice. Mike es muy
divertido. Está sentado entre los dos, en el asiento
delantero, mirando fijamente al señor Davion como si
comprendiera hasta los puntos y las comas, Mike, eres un
caso.

Añoro a Theresa. Me ha besado al despedirnos y yo


le he dado un apretado abrazo. Que Dios la proteja. Hablo
como uno de esos fanáticos seguidores de Cristo. Pero no
hay nadie con ella, de modo que es Dios quien tiene que
hacerle compañía. Además, eso mismo me deseó ella a
mí al separarnos. Yo no lo necesito tanto como ella. Yo
sólo me he fugado de casa, mientras que ella está
muriéndose.

Ahora nos acompaña un gran río. Aunque Davion lo


dice en francés, entiendo que es el San Lorenzo. Es
bonito. Hoy está surcado por un montón de
embarcaciones, supongo que porque es sábado y la
gente se divierte en vez de trabajar. ¡Estupendo! Hay un
tráfico intensísimo. Theresa me ha dicho que le había
123
pedido a Davion que me llevase por la carretera más
hermosa. Es preciosa, pero lenta. ¿Pero qué prisa tengo?
Ni siquiera sé adónde voy.

No hay muchos coches de Estados Unidos. He visto


unos poco de Nueva York y Maine y uno o dos de
Vermont. Ninguno de Pennsylvania.

Davion está arrojando una cascada de palabras.


Cuando se ríe trato de sonreír a mi vez. Supongo que de
vez en cuando dice algo gracioso. No consigo adivinar su
edad. Claro que nunca he sido muy hábil acertando
edades. Su faz está muy curtida, como si estuviese
siempre al aire libre. Es esquelético. El chaquetón le hace
bolsas por todas partes de grande que le queda. Parece
sentirse feliz hablando consigo mismo. En la mano
izquierda lleva un anillo de oro muy brillante y reluciente.
Me gustaría entender lo que dice y hablar con él, así no
podría pensar. Aunque quizá sea mejor así. Cuando
charlas con los demás siempre acabas tomando un
partido u otro, y eso termina por afectarte. O los
encuentras repulsivos o les tomas afecto. Y no puedes
hacer nada por evitarlo en ninguno de los dos casos.

Hay un tráfico impresionante. A Davion le faltan


varios dientes y muelas; cuando ríe parece una de esas
calabazas de juguete con rasgos humanos.

Echo de menos a Theresa. Empiezo a añorarla de veras.


Ha estado despidiéndose con la mano hasta perdernos de
vista. Quizá tendría que haberme quedado con ella en el
124
mercado. La habría ayudado trabajando para ella. Me
gustaría entender por qué desea morir. Me pregunto si
habrá muerto el chaval de la furgoneta de Robber.

¿Qué haré cuando llegue a Quebec? Necesito un


mapa. He oído que Theresa le decía que me dejase en la
carretera de la península. Ni siquiera sé dónde está ese
lugar. A lo mejor no quiero ir allí después de todo. Bueno,
ya me ocuparé de eso más tarde. Lo primero que he de
hacer es conseguir un mapa.

Necesito un mapa más que ninguna otra cosa.

Mike acaba de apoyar su enorme cabeza en mi


regazo, así que se acabó lo de escribir durante un rato.

Theresa. Theresa. Theresa.

14 de junio, domingo

Estoy en Quebec, en un café llamado Golden Cue,


viendo morir moscas. El dueño acaba de rociar el marco
de la gran cristalera con un insecticida de esos que llevan
vaporizador, y las moscas, en su alocada huida, se
golpean contra el cristal, donde dan vueltas sobre sí
mismas hasta perecer.

Llueve. Avanzada la madrugada, casi al amanecer,


han empezado a caer gotas; yo y aproximadamente un
125
centenar de vagabundos hemos abandonado el parque a
toda prisa, buscando un lugar donde guarecernos. Ayer
noche estuve charlando con un tipo de Tallahassee,
Florida, que me aconsejó que le ponga collar a Mike. Dijo
que a los polis no les molestan tanto los jóvenes que
holgazanean por las calles como los animales,
especialmente los que son grandes y tienen aspecto fiero
como Mike. Así que me he visto obligada a cambiar uno
de los billetes de veinte dólares y comprar el collar. Creo
que Mike se lo merece. Lo he comprado en un drugstore y
me ha costado un dólar con noventa y ocho centavos.
Pero es muy bonito, de un rojo resplandeciente que le da
a Mike aspecto de autentico guardián. Incluso parece
sentirse orgulloso de llevarlo. Ayer en el parque algunos
de los hippies dijeron que daba la sensación de estar
entrenado para matar. ¡Qué risa! Pero no desmentí sus
palabras, así me dejaron en paz.

Por la correa me pedían dos dólares, así que sigo


utilizando la cuerda que me dio el tipo de los tomates de
Brockville. Como seguía lloviendo, al entrar en el café he
atado a Mike en el porche y me he quedado sentada a su
lado hasta que el dueño me ha mirado con expresión de
complicidad. Entonces he entrado y he pedido una
hamburguesa y un batido; estoy comiendo muy despacio
para que dure más y también para matar tiempo mientras
cae el chaparrón. Vigilo a Mike y al tiempo veo morir las
moscas.

A través del ventanal veo a un hombre. Está del otro


lado de la calle, de pie bajo la lluvia, quieto. Se ha subido
126
el cuello del abrigo, pero eso no impide que se esté
empapando. No lo distingo muy bien. Su cara es... Parece
estar mirando en esta dirección. Haré ver que no he
notado su presencia. Miraré hacia otro lado.

Mi nuevo amigo Davion me llevó ayer por la noche


hasta la parte sur de la ciudad, de construcciones muy
antiguas. Me recuerda a algunas fotos de Europa que vi
hace tiempo. Estuvo asintiendo con la cabeza, sonriendo
y cotorreando hasta que por fin se detuvo y me dejó al
lado del parque. Había en él un montón de jóvenes
vagabundos como yo, de modo que estuve fisgando hasta
encontrar un tronco de árbol hueco y vacío, en el cual me
introduje, si bien tuve que abandonarlo cuando se puso a
llover porque me mojaba.

Todo el mundo habla francés por aquí, pero el tipo de


Tallahassee me dijo que había muchos norteamericanos
huyendo del Tío Sam o, mejor dicho, de su ejército. No los
culpo. Los que provocan las guerras son los que han de
luchar por ellas. La muerte es algo muy serio. Si todos los
jóvenes del mundo pensasen como yo, en vez de grandes
guerras tendríamos un grupo de viejos refunfuñando.

Me aseguró que la gente es estupenda, que él estuvo


todo el verano viviendo a costa de los turistas ricos y que
el Ejército de Salvación proporciona comida gratis. Según
él, mientras lleve a Mike con collar y chapa no tendré
ningún problema. Estaba obsesionado con lo del collar.
Quizás él también tenga perro. En cualquier caso, ya
tengo a Mike legalizado. Parece sentirse feliz y yo
127
también lo estoy porque no quiero meterme en líos con
nadie y desde luego no pienso desprenderme de Mike. Lo
que ya no me ha hecho mucha gracia ha sido verme
obligada a recurrir al billete de veinte dólares. Aún no he
llegado a mi destino, y sé que tendré algunos gastos
cuando decida instalarme y arreglar cuatro cosas. A lo
mejor me iría bien quedarme aquí unos días y ponerme a
trabajar. Estoy segura de que encontraría trabajo como
camarera. ¿Qué haría con Mike? ¿Dónde viviría?

¿Qué hacer?

Aquel hombre sigue allí plantado. No creo que haya


movido un solo musculo. Se limita a mirar fijamente hacia
aquí. A mí. ¿Por qué? ¿Qué querrá? ¿Por qué se mete la
gente en la vida de uno?

No resulta tan duro. En realidad es fácil. Por lo menos


hasta ahora todo ha sido muy simple. Lo curioso del caso
es que la etapa más sencilla de mi viaje, que es la que he
pasado junto a Theresa, ha sido la más dura. Llevo
colgado el crucifijo de plata por debajo de la camisa, no
vaya a ser que intenten arrebatármelo, como hicieron
aquellos puercos hippies con mi diario.

Hay tres cosas sin las que no podría vivir. Mike, el


crucifijo y este diario.

Necesito un mapa. Creo que cuando deje de llover iré


a dar una vuelta. ¿Cuál es el sujeto? Cuando digo «está

128
lloviendo», ¿qué o quién lo hace? ¿Dónde está el motor
de la acción?

Siguen cayendo moscas. Algunas tardan siglos en


morir. Se desploman desde el lugar donde se golpean
contra el cristal y dan vueltas y más vueltas sobre ellas
mismas haciendo un ruido que suena así como
zzzzzzzzzzzzz.

Guardaré media hamburguesa para Mike.

Montones de turistas. Se meten por todas partes. Los


reconocería a kilómetros de distancia. Niños, madres,
padres. Hay un enorme hotel en esta misma calle, un
poco más arriba. He pasado por delante esta mañana tras
salí del drugstore donde he comprado el collar de Mike.
Veo lujosos coches por doquier y gente muy bien vestida.
Lo contrario que yo, que parezco una mendiga.

También hay carricoches tirados por un solo caballo


que pasean a los turistas por la ciudad. Lo siento por los
caballos. No tienen aspecto de estar pasándolo muy bien.
La mayoría de ellos parecen viejos y enfermos. ¿Cómo
puede nadie desear que un caballo enfermo le dé un
paseo por la ciudad?

De repente es como si todo lo que miro estuviese


muriendo ante mis narices.

Sé que el tipo que permanece de pie al otro lado de la


calle me está observando. Cada vez que miro en esa
129
dirección me lo encuentro ahí plantado. A lo mejor está
borracho y lo único que quiere es quedar empapado.
Cada minuto que pasa está más mojado. Se diría que el
cabello se le ha quedado pegado en la frente. Su cara
es... ¿Por qué no entrará en algún sitio? Pero no aquí, en
cualquier otro lugar. Hay gente que no tiene el suficiente
sentido común como para protegerse de la lluvia.

Necesito un mapa.

Guardaré media hamburguesa para Mike. Lo veo muy


bien desde la ventana donde están muriendo todas esas
moscas. No deja de mirarme. A veces creo que ya nos
hemos conocido, en una vida anterior; llegó la hora de la
muerte, por fin hemos vuelto a nacer y hoy nos
encontramos de nuevo. A veces tengo la extraña
sensación de haber estado en un lugar que racionalmente
desconozco. Me imagino que le ocurre a todo el mundo.

Tengo sueño. Es por culpa de la lluvia. Hace ya


mucho tiempo que no pienso en casa ni en mi existencia
anterior. Tengo demasiadas cosas en la cabeza, no me
queda espacio para el recuerdo.

Sigue lloviendo. Los pobres caballos tienen que


trabajar bajo la lluvia. El San Lorenzo parece enorme
desde aquí, como si su ruta hacia el Atlántico fuese de ida
y vuelta.

Los seres humanos son bastante ignorantes. Creen


que saben mucho, pero no es así. Los brillantes cerebros
130
de la escuela nos enseñaron un montón de inutilidades
que no valían la pena.

Este lugar huele a grasa rancia. La hamburguesa


sabía a insecticida. Me pregunto si aquel chaval murió en
la parte trasera de la furgoneta de Robber. Es sencillo eso
de fugarse de casa. No resulta nada duro.

Desearía que ese tipo desapareciera.

Voy a pagar el desayuno y a sentarme con Mike en el


porche. La lluvia huele mejor.

«Cat Toven está sentada en un café llamado Golden


Cue en la ciudad de Quebec un domingo lluvioso mirando
cómo trabajan los caballos y cómo mueren las moscas.»

¡Caray, qué humor se gasta ese tipo! Creo que las


personas que no contestan a tus preguntas deberían ser
eliminadas de un tiro. Bueno, quizá lo del tiro es un poco
exagerado, pero si hacen del silencio una profesión
porque es lo que mejor les sale y encima les pagan, no
merecen el menor respeto.

Y las cartas, lo mismo. Aplicaría el mismo castigo a


los que no responden a tus cartas. El verano pasado,
cuando la situación en casa empezó a ponerse realmente
insoportable, recuerdo que casi caí enferma de tanto
esperar una carta que no llegó nunca. La locura
empezaba a las once de la mañana, que es la hora
habitual del cartero, y terminaba cinco minutos después,
131
tras recoger, después de una buena carrera para alcanzar
a mi hombre, el Time y el Newsweek, un monto de
basura, o mejor dicho propaganda impresa que no sirve
para nada, algunas facturas... pero nunca mi carta. La
correspondencia que nunca llega te hace sufrir tanto
como los teléfonos que no son descolgados y la gente
que no contesta a tus preguntas.

Lo de la carta me parece ahora una tontería. Había


escrito a un campamento de verano en Vermont
solicitando una plaza de consejera, sin sueldo. Les dije
que no quería dinero. Había visto su anuncio en el
periódico de Harrisburg y pensé que era una buena
excusa para largarme de casa, pues me faltaba valor para
hacerlo por las buenas. Así es que quedé a la ansiosa
espera de una respuesta afirmativa. Recuerdo que incluso
redacté una misiva imaginaria en mi cerebro. Sí, la veía
con los ojos de la mente: el sobre era de color verde
pálido con un grupo de arboles más oscuros en un
extremo y mi nombre pulcramente escrito a mano. Decía
algo así:

«Querida señorita Toven:

«Adjuntamos cheque que cubre los gastos de un


billete de autocar hasta Vermont. Nos ha impresionado
mucho su carta y le guardamos un puesto entre nuestro
personal docente. Estamos todos de acuerdo en que en
raras ocasiones ha llegado hasta nosotros una carta de
solicitud tan impresionante como la suya. Al instante
comprendimos que era usted la personas idónea para
132
trabajar en nuestro campamento. Esperamos con
ansiedad el momento de conocerla personalmente. Venga
lo antes posible...»

Y aún más. Estupideces. Pero nunca llegó nada.


Nada. Ni se dignaron decir: no, no la necesitamos. Pero
yo estuve esperando todo el verano. Incluso en pleno
agosto espiaba la llegada del cartero con un sobre verde
claro adornado con árboles.

Tienes sensaciones extrañas cuando estás


esperando durante mucho tiempo algo que nunca llega.
Es como si algo te estuviera devorando desde el interior.
Ahora me parece una chiquillada, pero el mero hecho de
pensar en ello me pone enferma. Al fin y al cabo, ¿qué
cuesta escribir y decir: «no, no necesitamos sus
servicios»?

Bueno, ya se ha ido. Me refiero al tipo que estaba al


otro lado de la calle. He mirado hacia el exterior
esperando verle y me he encontrado con un espacio vacío
en el lugar que él ocupaba. Se ha esfumado. Espero no
volver a verle nunca más. Hay algo realmente misterioso
en un hombre que permanece observándote bajo una
lluvia torrencial. Tenía la sensación de que no me quitaba
ojo de encima. Notaba que me estaba taladrando con la
mirada. En cualquier caso, ya se ha largado.

Creo que voy a ir a sentarme junto a Mike. Cuando


cese de llover daré una vuelta por la ciudad. Luego me
compraré un mapa...
133
Necesito un mapa...

14 de junio, domingo, por la tarde

Ha dejado de llover. Ahora hay un bochorno


sofocante y pegajoso. Creo que Mike y yo nos hemos
recorrido de punta a rabo todas las calles de esta ciudad.
Las urbes, tanto las grandes como las pequeñas, huelen
mal. En el parque donde estoy ahora, se está mejor.

Es una población extraña. Está dividida en dos


partes, la alta y la baja. Toda ella está construida sobre un
acantilado. Es bonita, a pesar de ser una ciudad. No se
parece en nada a las norteamericanas. El otro día pensé
enviarle una postal a Bennett, pero después de meditarlo
un poco decidí no hacerlo. Probablemente se lo contaría a
mi madre y ella enviaría a alguien para que me echase
abajo la ciudad ladrillo por ladrillo. Así es ella. Meticulosa.
Todavía no estoy preparada para regresar a casa.
Además, aquí me encuentro bien, aunque me molesta el
calor y me fastidian las moscas y mosquitos que lo
invaden todo. También se me ha ocurrido enviarle una
postal a Theresa, pero tampoco lo he hecho.

No voy a buscar trabajo aquí. Voy a dejar de gastar


dinero; conseguiré un mapa y saldré de aquí mañana.
Ayer oí a unos tipos que hablaban de unas montañas que
no se encuentran muy lejos. Estoy harta de andar
134
errabunda. Quiero llegar a mi destino y pasar una
temporada instalada.

Últimamente he estado pensando en un montón de


cosas deprimentes, como por ejemplo la carta del
campamento de verano y la gente que no contesta al
teléfono ni a las preguntas por mucho que esperes. Si
sabes que no vas a obtener nunca respuestas, lo mejor
que puedes hacer es dejar de quedarte sentada con los
nervios carcomiéndote el estómago. Tengo que llevar a
Mike a algún sitio donde pueda correr a sus anchas. Creo
que le gusta el collar, pero odia la cuerda.

Esta noche dormiré en el parque. Es el gran


dormitorio de los hippies y vagabundos. Sin embargo,
ahora no hay nadie aquí. No vienen hasta medianoche,
cuando ya no queda ningún otro lugar abierto. Hoy he
tenido por lo menos cien invitaciones para vivir en
compañía, pero me temo que no estoy de humor para
eso. Lo que deseo es llegar a un rincón donde no haya
ruido, ni gente, ni asfalto, ni coches, ni caras. Cuando
pienso en Robber y Ruthie no me siento deprimida, de
modo que voy a concentrarme en ellos durante un rato.

¿En qué voy a pensar? No he vuelto a conocer a


nadie como Theresa. Siempre que me acuerdo de ella me
entristezco; pero por lo visto no consigo alejarla de mi
mente, ni a ella ni a sus crucifijos y versículos de la Biblia.

Estoy cansada. Voy a dejar de escribir un rato.

135
No. Es mejor escribir que sentarse a pensar en todo
eso.

Aunque haya estado lloviendo todo el día, hay mucha


gente paseando por las calles. La mayoría son familias,
pero también se ven parejas de enamorados, o mejor
dicho de novios. Me gusta contemplarles y tratar de
averiguar si se sienten muy felices por estar juntos o si
por el contrario están adoptando posturas cariñosas para
la galería. Después de caer tanta agua el parque parece
más verde; todo está aún húmedo y resplandece con un
brillo especial. Hay una gran variedad de bonitas flores;
nunca antes había visto tantas juntas. En casa también
teníamos.

Cerca de mí hay unos muchachos lanzándose un


disco de plástico. Mike está estudiando la posibilidad d
intervenir en el juego. No hay más que mirar su cara y la
forma que tiene de estirar las orejas para comprender qué
está ocurriendo en su cerebro. Lo que acostumbra a
hacer en casos como éste es sentarse a mi lado durante
unos minutos, levantarse y avanzar un par de pasos, para
luego hacer marcha atrás, sentándose de nuevo. Pobre
perro. No sabe si sería aceptado o no. Durante nuestra
estancia en el mercado de Montreal tuve que reprimir sus
iniciativas un montón de veces. Creo que «no» es la única
palabra que conoce, cosa que desde luego no me
satisface. De todos modos es un perro inteligente y
astuto, y aprenderá. Es mucho mas avispado que Duke.

136
Los chavales del disco volador se lo están pasando
en grande. Me parece que voy a darle permiso para que
se acerque a ellos. Lo único que puede pasar es que me
pidan que me lo lleve.

He soltado la cuerda. Allá va. Está muy gracioso


cuando corre. Parece como si hubiera sido catapultado.
Hace cabriolas como los caballos.

Observo a dos viejos que pasean. Lo hacen muy


lentamente. Probablemente tienen dificultades para
caminar. Avanzan como si les doliesen los pies. Debe de
ser terrible llegar a viejo. Bennett solía decir que la gente
inteligente muere antes de cumplir los cuarenta. Es la
edad en la que el cuerpo empieza a desmoronarse.

La luna está alta en el cielo. Parece más brillante


cuando aparece tras las nubes al darle éstas una
oportunidad de lucir su faz. El aire huele a limpio. Veo el
río desde el lugar donde me encuentro. Esta mañana me
he fijado especialmente en un barco con aspecto de
buque cisterna o de carga que tenía una estrella roja
pintada en el casco.

Los huéspedes del hotel también estuvieron


mirándolo. Alguien dijo que era ruso. Se distinguían las
siluetas de sus ocupantes. Algunos de ellos clavaban su
mirada en nosotros del mismo modo que nosotros la
clavábamos en ellos. Cuando la gente hace eso es
porque en el fondo se odia. Nadie debería contemplar a
los demás de un modo tan insistente.
137
Bennett estaba obsesionado con los rusos. Yo no
pienso demasiado en ellos, ni como amigos ni como
enemigos. Aquí en el parque, rodeada de verdor húmedo
y aspirando aire fresco y sano, sería absurdo acordarse
de los enemigos de nuestro país.

Este parque es enorme. Su extensión es de por lo


menos tres o cuatro manzanas. En la entrada hay el
siguiente letrero: «Las Planicies de Abraham». Parece ser
que se llamaba así antes de convertirse en parque
público. Es un nombre bonito, suena bien.

Su historia no es tan hermosa: según la historia,


Abraham era un granjero que dio permiso a
norteamericanos e ingleses para que hiciesen su guerra
en lo que entonces era una gran pradera. Así lo hicieron.
No hubo consecuencias importantes... excepto el gran
número de hombres que murieron. No me gusta pensar
que una vez esta planicie estuvo cubierta de sangre,
gritos de dolor y moribundos. Bennett hablaba mucho de
la guerra y de cómo siempre habría una en un lugar u otro
porque hay gente que le gusta; la única manera de acabar
con tanto derramamiento de sangre sería que toda la
humanidad, absolutamente toda, dejase de etiquetarse a
sí misma y empezase a observarse desde prismas
diferentes. Pero según él eso es prácticamente imposible,
así es que siempre habrá guerras.

Echo de menos a Bennett. Nunca se me ocurrió


pensar que algún día me ocurriría esto. Mi madre le
138
odiaba porque consideraba que era demasiado audaz. Un
día en que mis padres peleaban, oí que mi padre le
reprochaba con gran violencia a mi madre que me
permitiese andar por ahí con «ese asqueroso holgazán».
Bennett tenía toda la razón al hablar como lo hacía.

Será mejor que no piense en esas cosas. Mike está


jugando con una pelota. Esos chavales son muy amables
con él.

Las planicies de Abraham...

Parece el titulo de una película de Charlton Heston.


Una de esas colosales superproducciones. Me pregunto
qué hace un tipo como él para estimularse; quiero decir
que después de ser Moisés o Miguel Ángel, debe de
resultar muy aburrido regresar al mundo real.

Planicies de Abraham...

Se está bien aquí ahora. No oigo gritos de dolor ni


veo moribundos en el suelo aunque fuerce la imaginación.
Lo único que llega a mis oídos es el susurro del suave
viento, el volar de algún pájaro y el lejano navegar de los
barcos. Además de los gritos de los muchachos, los
ladridos de Mike y el ruido del lápiz al garabatear sobre el
papel.

Quizá Bennett no tuviera razón a veces, pero es


inteligente y siempre escucha a los demás, prestando
atención a sus ideas. Casi siempre se mostraba
139
agradable. Sólo se ponía furioso si le llevabas la contraria.
Mi padre también reacción así; si no le das la razón en
todo, considera que estás buscando pelea. Y la
encuentras.

Mejor será no pensar en eso. No me hace ningún


bien. Mañana conseguiré un mapa y buscaré en él la
carretera que ha de conducirme a las montañas.

Me pregunto si habrá muerto aquel chaval. Eso


significaría que Robber y Ruthie estarán metidos en serios
problemas.

Es demasiado temprano para dormir. Además,


tampoco tengo sueño. Todavía hay demasiada gente
paseando por aquí. Al otro lado de la calle hay un bloque
de apartamentos. Hay muchas ventanas abiertas y veo a
las personas que van de una estancia a otra, toman un
baño, beben —supongo que refrescos—, o leen
repantigadas en un sillón iluminado por una lámpara de
pie.

Lo peor de estar viajando todo el tiempo es que al


final no perteneces a ningún lugar. El sitio de dónde
vienes te parece tan extraño como aquel al que crees
dirigirte.

Los vagabundos y hippies aún no han venido a


acostarse. En el centro de la ciudad he visto el edificio del
Ejército de Salvación; había allí una larga cola de jóvenes
esperando a que les diesen comida. Deprimente,
140
absolutamente deprimente. Algunos de ellos toman
drogas. De las duras, no sólo marihuana. Bennett decía
que tomar LSD o pincharse es una estupidez. Según él, si
lo que tienes en la mente es acabar contigo mismo, un
arma resulta más rápida y más barata.

Apuesto cualquier cosa a que no hay nadie en la


historia futura del mundo que pueda llegar a sentirse tan
perdido como yo en estos momentos. Hasta Mike me ha
abandonado. Pero es curioso, en cierto sentido me
encuentro más a gusto aquí que en casa. Allí estaban
llegando las cosas a tal punto que ya no podía ni respirar.
Si abría la boca para inhalar con fuerza, en vez de
renovar el aire de los pulmones sentía que me ahogaba,
como si todo el oxigeno se hubiese agotado en los gritos y
el silencio.

Mi madre se pasó casi todo el invierno llorando.


Muchos días salía de la ducha con los ojos enrojecidos e
hinchados. No hay nada en una ducha que pueda
provocar un llanto. Supongo que al quedarse sola
empezaba a pensar en sus problemas y aquello era
suficiente para desesperarla.

Prefiero no pensar en eso. Bennett siempre me decía


que ya era bastante mayor para comprender que los
padres son personas y que las personas tienen
problemas. En efecto, soy una adulta y he conseguido
llegar a entender muchas cosas. Pero cuando empezó a
agotarse el aire no pude resistirlo.

141
Voy a jugar un rato. Los chicos me han invitado a
participar en el juego y ahora me apetece reunirme con
ellos.

14 de junio, domingo, muy tarde

Todo está tranquilo ahora. Las personas decentes se


han encerrado en sus casas para tomar un baño y
descansar en su mullido lecho. Los vagabundos regresan
al parque a pasar la noche. Es como si este lugar
perteneciese a un grupo durante una temporada y a otro
en la siguiente. Pero nunca a ambos a la vez. En el aire
flota un fuerte olor a marihuana. Los polis se limitan a
pasar en sus automóviles, aflojar la marcha de vez en
cuando y seguir adelante. Aquí están en minoría. Los
hippies y vagabundos se están apoderando del mundo.

Los muchachos que lanzaban el disco volador son


estudiantes de medicina. Les dije que cuando consigan el
título actúen con seguridad en sí mismos y visiten de vez
en cuando el mercado hortofrutícola de Montreal. Me han
mirado como si estuviera loca o flipada. A uno de ellos le
he contado el caso de Theresa; me ha dicho que debe de
tratarse de un tumor y que es necesario que le hagan un
biopsia para saber si es maligno o no. Él cree que lo es,
ya que los enfermos de cáncer sienten fuertes dolores y si
pueden se apoyan sobre el tumor o se lo sujetan. Mi
abuela le tenía al cáncer un pánico irracional. A veces
pienso que armaba todo aquel revuelto porque en el fondo
142
deseaba estar enferma de gravedad y se sentía
decepcionada de encontrarse tan sana.

Eran simpáticos esos chicos. Les ha gustado tanto


Mike que hasta me han preguntado si deseaba venderlo.
¡Qué pregunta tan tonta! ¡Caray! Quiero a Mike mil veces
más que al viejo Duke. Supongo que porque es mío y
tengo toda la responsabilidad sobre su vida.

Me dijeron que las montañas están a unos cuarenta y


cinco kilómetros y que la autopista se encuentra al otro
lado de la ciudad, pero que si cambiaba de opinión podía
ocupar su apartamento durante todo el tiempo que
quisiera. Les he dicho que no porque iba a encontrarme
con unos amigos para salir hacia las montañas mañana
mismo. En buena lógica no tendré dificultad alguna en
encontrar quien me lleve, porque casi todos los turistas
visitan la zona. Es curioso lo mucho que tienes que mentir
para poder estar sola, como si la soledad fuese una
especie de pecado mortal. Estoy descubriendo que una
de las cosas que mejor me salen es mentir. Bueno, todo
el mundo tiene su especialidad.

Los muchachos llevaban pequeños botones con


plumas rojas. Me han explicado que pertenecían a un
grupo separatista y que consideraban que Quebec no
debería formar parte de Canadá, ya que sus habitantes
desean constituir un país independiente. Están seguros
de que se saldrán con la suya y que sólo es cuestión de
tiempo. Eso es lo que yo anhelo también: ser un país
entero yo sola.
143
Autopista 54. Es la que debo seguir para ir a las
montañas.

Es tarde, me voy a dormir un rato. Mike ya ha caído


en un profundo sueño. Está casi encima de mí. Supongo
que lo hace para que no pueda marcharme y abandonarle
sin que se dé cuenta.

Ha sido un día largo y movido. Me alegro de que haya


pasado. Mañana buscaré la autopista, luego encontraré
mi lugar y todo estará bien. Me quedan unos treinta y
siete dólares. Espero que sean suficientes para comprar
unas cuantas cosas. No tengo grandes necesidades. Me
pregunto si en las montañas crecerán los árboles y
arbustos que pienso plantar. El verano pasado mientras
esperaba la carta del campamento planté toda una hilera
de judías verdes detrás del garaje. Crecieron. Pero a
nadie le gustan demasiado las judías verdes. Odiaría
verme obligada a acudir al Ejército de Salvación para
comer. Es muy deprimente. Espero que haya alguna
población cerca del lugar adonde me dirijo. Por si tengo
que buscarme un trabajo. No quiero hacerlo, pero puede
surgir la necesidad. Sólo anhelo encontrar un sitio en el
que no haya gente, ni coches, ni asfalto, ni ruidos. Sólo yo
y Mike. Un rincón del mundo donde sobre aire.

Buenas noches, planicies de Abraham. Lamento lo de


vuestra guerra.

144
En una ocasión estuve en Gettysburg. Pero no
hablaré de ello porque estoy demasiado cansada.

15 de junio, lunes

Hay demasiado tráfico para escribir. Haciendo


autostop no me acompaña precisamente la suerte. Odio
las grandes autopistas, las detesto de veras.

Esta mañana he cruzado la ciudad para dirigirme a la


autopista 54 y aún estoy en ella esperando que alguien se
detenga. Pasan ante mí muchos coches con remolque y
otros con tiendas de campaña. Será mejor que no escriba
durante un rato y piense en el lugar que me espera. Hay
mucho peligro para Mike, así que lo mantendré sujeto.

Acabo de desperdiciar una oportunidad. Se ha


detenido un enorme Cadillac negro conducido por un tipo
que parecía un malvavisco, tan suave, hinchado y
blanquecino. Me ha dicho: «Entra, preciosa, iremos juntos
a la búsqueda del arco iris y la olla de oro». ¡No, gracias!
Me ha llamado zorra y un par de cosas más y ha salido
disparado. El coche era bonito, pero su cara repugnante,
Mike ha gruñido.

Tenía hambre. He almorzado pan de molde untado


de mantequilla de cacahuete. A Mike le he comprado una
145
hamburguesa porque no le gusta mi mantequilla. Tengo
que controlar los gastos.

¡Caray, cada día estoy más harta de la gente que


intenta conseguir ciertos propósitos! Y también de los
automóviles que pasan a toda velocidad, de los ojos que
se me quedan mirando y de tener que tirar de Mike para
que no se plante en medio de la carretera. Estoy hasta
más arriba del pelo de llevar ropa que apesta, de hippies,
de sentir miedo de los insectos... y de pensar. Y de la
gente que hace daño a los demás. Y de preguntarme
cosas a mí misma, preocuparme por todo y no llegar a
ninguna parte.

Añoro a Bennett. En una ocasión me rodeó con sus


brazos y me mantuvo apretada contra él. Sólo fue un
minuto. No tuvo nada que ver con la cuestión sexual;
quizá por eso me conmovió que me abrazase aunque no
fuera más que un minuto, que sintiese deseos de
rodearme con sus brazos.

Esta mañana ha sucedido algo extraño. He vuelto a


ver a aquel hombre. Ha sido cuando atravesaba la ciudad
para llegar a la autopista. Sé que era el mismo hombre.
Acababa yo de salir del restaurante de una gasolinera
cuando ha surgido de pronto de detrás de un surtidor; me
ha mirado un segundo, se ha girado al instante y ha salido
corriendo calle abajo en dirección contraria, como si yo le
hubiese asustado tanto como él a mí. Sé que era el
mismo hombre. Su ropa, vista de cerca, era de color azul
desteñido y estaba arrugada como si pocas horas antes
146
hubiese permanecido bajo la lluvia. Nunca olvidaré ese
rostro. Quizás haya sido una coincidencia y quizá no, pero
me alegraré de perder de vista este lugar.

Dios mío, haz que se detenga un automóvil, me


ofrezca una plaza y me lleve hasta el lugar que me he
propuesto como meta...

15 de junio, lunes, por la mañana

Esto es lo que yo llamo una plegaria concedida. Un


sacerdote. Ha parado justo cuando acababa de escribir el
párrafo precedente. Conduce un Volvo verde muy sucio y
con los neumáticos llenos de barro. Pero no parecía
demasiado terrible, y además me encontraba al borde de
la desesperación. No le ha agradado Mike. Pero me
imagino que ha pensado que el único medio para llegar
hasta mi alma era dejar que Mike ocupase el asiento
trasero. Se dirigía a un campamento católico para jóvenes
situado en las montañas. Por supuesto, me ha invitado a
acompañarle hasta allí.

El caso es que ahora estoy sentada en el bordillo de


la acera frente a una pequeña tienda de alimentación de
una población llamada Stoneham, situada en una zona
elevada al pie de las montañas, pero no en ellas. De
todos modos las veo desde aquí. Son bonitas.

147
El sacerdote me ha explicado que se trata de un
parque provincial, pero que en realidad pertenece a Dios.
El Creador nos lo ha prestado para que lo disfrutemos.
Tenía la curiosa costumbre de cerrar los ojos al hablar, lo
cual me produce desazón, sobre todo cuando se circula a
toda velocidad por una autopista en un pequeño Volvo. En
el coche flotaba un olor intenso a algo que no era ni
cerveza ni whisky. No he conseguido averiguar su origen,
pero recordaba el aroma del vino. Hablaba como si fuera
a ponerse a cantar de un momento a otro; su voz era
musical, subía y bajaba de tono como si estuviese
entonando un cántico. Extraño.

De todas formas he escuchado educadamente y he


dicho que sí, he sido bautizada; no, no soy católica. No,
no soy nada, pero tengo inquietudes en ese campo. No,
no quiero convertirme al catolicismo y sí, sé algo acerca
de la Iglesia católica porque tengo un amigo que profesa
esa religión, aunque no sea un buen practicante. Mike ha
permanecido sentado en el asiento trasero mirándome
como si estuviera preguntándose: «¿Qué es todo ese rollo
que os traéis?»

No recuerdo ahora su nombre. Me refiero al


sacerdote. No ha sido un trayecto muy largo; él quería a
toda costa esperar a que terminase mis compras para
llevarme hasta el campamento, donde según él
podríamos hablar más tranquilos.

En realidad no te persiguen a ti como persona, sino a


tu alma. También les interesa tu dinero. Por este orden. O
148
quizás al revés, no sé qué pensar. Me imagino que habrá
comprendido con sólo mirarme que no soy una persona
rica. Por lo tanto su atención se ha concentrado en mi
espíritu. Me ha hecho experimentar la misma sensación
que en invierno, cuando la cara se me pone tan fría que
incluso me duele y las manos no me reaccionan por
mucho que me las frote. Algo parecido me ocurre con los
dedos de los pies, no hay forma de calentarlos. Lo dicho,
una sensación invernal.

Me ha parecido que no era mal tipo. Lo que ocurre es


que cada día me cuesta más hablar con la mayoría de la
gente. Me he «pescado» a mí misma aguantando la
respiración. Como en casa, pero distinto. En el automóvil
del sacerdote podía inhalar profundamente, si bien no
quería hacerlo. Cada vez que me disponía a tomar un
poco de aire él me decía algo acerca de la fe, la
obediencia y Dios, y en aquel momento se me quitaban
las ganas de respirar.

Algo, sin embargo, sí que es seguro: Mike no se


siente en absoluto católico. Incluso es posible que sea
ateo, si tenemos que basarnos en la atención que le ha
prestado al sacerdote. Le miraba de un modo muy
divertido; me preocupaba mucho que empezase a gruñir.
No existe en el mundo un espectáculo más curioso que
ver gruñir a Mike. Si no le conociera tan bien, hasta
llegaría a sentir miedo. Pero no ha hecho tal cosa, se ha
limitado a observar seria y fijamente, como si estuviese
sometiendo al sacerdote a un juicio canino.

149
Bueno, aquí estoy. En algún lugar. Tengo que
asimilar todo cuanto me ocurre y seguir adelante. Es una
población fea. Hay algún fonducho para turistas. A partir
de ahora voy a tomarme la vida como si fuera un juego, y
no como un deber, una carrera o una luchar. Eso es lo
que haré cuando esté en las montañas.

¡Qué raro! Estoy sentada en el bordillo de la acera en


este curioso pueblo de habla francesa y oigo sonar un
tocadiscos cercano. James Taylor. «Oh, he visto fuego y
he visto lluvia... He visto días en los que no encontraba un
amigo... Pero siempre pensé que volvería a verte... Dulce
Jesús, tienes que ayudarme a detenerme y ser fuerte.»
Me gusta James Taylor. Leí en una revista que había
estado internado en un hospital psiquiátrico.

De repente siento lástima por aquel pobre sacerdote.


He sido muy dura con él. Lo que ha estado tratando de
decirme es lo mismo que está cantando James Taylor.
Pero no ha utilizado las palabras correctas. O quizás
intentaba convencerme con demasiada insistencia, o con
insuficiente perseverancia. Lenguaje equivocado. Oídos
equivocados. Todo equivocado. James Taylor es bueno.
Si está loco, que Dios proteja al resto del mundo. Me
pregunto si sabe que es muy famoso en Stoneham,
Quebec.

No consigo asimilar todo lo que está pasando en este


preciso instante. Si pudiese detener el tiempo, lo haría
durante un rato. Estoy en un curioso pueblo de habla
francesa con olor a sacerdote en la nariz escuchando la
150
canción de un muchacho que le pide al buen Jesús que le
ayude a detenerse y ser fuerte. Justo en este momento,
en este mismo instante, me siento bien y me apetecería
quedarme aquí sentada en el bordillo durante el resto de
mi vida, sin moverme, convirtiéndome en el paso de los
años en una viejecita de cabello gris con su perro también
de cabello canoso, viviendo y respirando. Todo bueno y
profundo.

Necesito hacer una lista de comestibles para


comprarlos aquí y llevármelos. Tengo apetito. Mis tripas
protestan. Mike necesita alimentarse. Compraré lo justo
para permanecer una temporada en las montañas.
Comida de la que llena mucho. Pero estoy segura que
aquí nadie habla inglés. Bueno, señalaré o me serviré yo
misma. El rótulo sobre la puerta del colmado reza así: «M.
Gebel, Prop.». Señor Gebel, prepárese.

Me gustaría haber copiado la lista de alimentos que


había confeccionado Bennett y que le bastaba para vivir.
Recuerdo la uva, ya que según él es nutritiva y barata. En
vez de pan, galletas saladas. El pan se pone verde. Carne
envasada, no fresca... Y mantequilla de cacahuete. ¿Qué
más? Acabo de recordar el helado de vainilla con fresas
de Theresa. Y los bistecs que nos regaló Hal. No es
prudente que piense en eso ahora.

Un abrelatas.

Tengo cerillas en la mochila.

151
¿Qué más?

Hay algo que debo decir en favor de este lugar: la


gente no se me queda mirando.

Aun conservo el crucifijo. Menos mal que lo llevo por


debajo de la camisa porque de lo contrario el sacerdote se
habría sulfurado.

Voy a comprar comida...

15 de junio, lunes, tarde

Si a alguien le apetece ver algo divertido no tiene más


que fijarse en mí en este momento. La mochila está que
revienta, y además llevo dos enormes bolsas que me han
dado en la tienda. Si me descuido cargo con todo.

He comprado:
Seis latas de macedonia de frutas.
Tres cajas de galletas saladas.
Seis latas de salchichas.
Seis latas de algo que parece carne.
Seis enormes paquetes de pasas.
Una docena de chocolatinas.
Dos cajas de barquillos de vainillas.
Una bolsa grande de naranjas.
Ocho latas de comida para perros.
Una caja de alimento desecado para perros.
152
Un paquete de bocadillos calientes.
Una bolsa de huesos.

Mike y yo nos hemos partido los bocadillos calientes.


Mitad para él y mitad para mí. Los últimos no eran tan
buenos como los primeros. Crudos. ¡Puaf! No he
entendido ni una palabra de lo que decía el viejo de la
tienda. Claro que él tampoco me comprendía a mí. A
medida que me iba diciendo el precio de cada cosa yo le
iba mostrando primero un billete de cinco dólares, luego
uno de diez y por fin dos de uno. Ha esbozado una
sonrisa, ha tomado todo el dinero y me ha devuelto
cuarenta y cinco centavos. En moneda canadiense. Creo
que no me ha engañado. Además, según el sacerdote,
Dios se encargará de ajustarle las cuentas. En cualquier
caso no voy a contener nunca más la respiración.

Voy a pasar aquí la noche. Es tarde y no me gusta


hacer autostop en la oscuridad. Estoy tumbada en una
especie de hueco que no queda demasiado lejos de la
carretera. Pasa un riachuelo por aquí que no merece ni
ese nombre. El sabor del agua es bastante bueno, pero
huele a vertedero. Si he de darle gusto a Mike, tendré que
alejarme aún mas de la autopista. Odia los coches con
toda su alma. Estamos en los arrabales de Stoneham. En
un lugar cualquiera. Estoy pensando que mañana podría
dedicarme a caminar. Claro que con todo ese peso quizá
no sea una buena idea. Le he prometido a Mike que tan
pronto como lleguemos a nuestro destino quemaré su
cuerda. No sé si haré eso exactamente, pero por lo
menos la esconderé. Quizás la necesite más adelante.
153
Hace un rato había por aquí unos críos hablando en
francés a cien palabras por segundo. Llevaban cañas de
pescar y una lata con gusanos. Les he preguntado si
habían conseguido algo, pero se han quedado mirándome
sin responder. Pescado. Es una idea para el futuro. Y
bayas. He visto por esta zona un montón de arándanos.

Todo está silencioso. Y oscuro. No sé si vale la pena


o no mencionarlo, pero creo que he vuelto a ver a aquel
hombre. Me refiero al que ya me encontré dos veces en
Quebec. Pero, bien pensado, no puede ser. ¿Cómo se le
iba a ocurrir subir hasta aquí? Debía de andar flipada o
algo por el estilo. Al salir de la tienda del señor Gebel
había un autobús al otro lado de la calle del que se
estaban apeando varias personas. Yo he mirado
distraídamente porque estaba muy atareada haciendo
juegos malabares con los comestibles que acababa de
comprar, tratando de evitar que Mike empezase a correr
calle abajo a toda velocidad y pensando que tal vez el
señor Gebel me había tomado el pelo. De modo que no
me he fijado con mucha atención. Pero en el momento en
que, por pura casualidad, se me ha ocurrido alzar la
mirada, me ha parecido verle sentado en el autobús. Sólo
he vislumbrado su cara a través de la ventanilla. Me he
quedado perpleja, he vuelto a levantar los ojos y el
asiento que ocupaba se encontraba vacío. Incluso me he
plantado en el bordillo hasta que ha arrancado el autobús
y he observado con gran atención a las personas que
acababan de apearse. Ni rastro de él. Probablemente mi
imaginación me ha jugado una mala pasada. O eso, o es
154
que estoy flipada del todo. No, no era él. Es imposible que
coincidamos de nuevo aquí arriba.

No resulta tan duro. En realidad es fácil. Siempre


puedo bajar paseando hasta la ciudad si necesito algo.
Me quedan veinte dólares y tengo muchísima comida. Por
primera vez desde que salí de Harrisburg me he lavado
los dientes. Tengo el cabello más tieso que un sable. Pero
ésta es, por desgracia, su caída natural.

Todos aquellos que dejé en Harrisburg se negarían a


creerme si les dijera dónde estoy ahora. Este riachuelo no
es tan bonito como el primero. Hay demasiada basura en
sus orillas. Veo por ahí una vieja nevera medio
desmontada, latas vacías, botellas y cachivaches. Debe
de haber un vertedero carretera arriba y la gente empieza
a deshacerse de su chatarra antes de llegar a él.

Creo que mañana voy a necesitar de veras viajar en


automóvil. No llegaría muy lejos caminando con estos
trastos y con Mike por añadidura. Se ha bañado ya dos
veces en el riachuelo. Aquí hace fresco, pero hoy ha
pasado mucha sed. Es un perro muy divertido. Parece
que se siente sobre el agua con las patas hundidas; una
vez ha adoptado esta postura se pone a beber. Ha
crecido. Me imagino que para quien no lo conozca debe
de tener aspecto fiero, con su negra cara y sus blancos y
afilados dientes. Da miedo. De todas formas, cuando
gruñe no lo hace para asustar, estoy segura. Como es
natural, no ha simpatizado con el sacerdote. Los perros
son como las personas, en seguida saben a quién le caen
155
bien y a quién no. También se dan cuenta de que les
necesitas.

He aprendido algo nuevo: incluso cuando estás


escribiendo un diario que sabes de antemano que no va a
leer nadie no dices siempre toda la verdad. Por ejemplo,
estoy narrando la historia de los comestibles, el colmado,
Mike tomando un baño y mi lavado de dientes como si
pensase que este diario va a caer en manos de alguien y
no desease que ese alguien descubra cómo me siento. Lo
que importa de veras en estos momentos es que estoy
aquí sentada con dolor de estomago a causa de los
bocadillos calientes que he ingerido demasiado aprisa,
que me inquieto cada vez que observo esas sombras que
se perfilan al otro lado del riachuelo y, además, que me
preocupa muy seriamente haber descubierto que nunca
seré otra cosa que gran embustera.

Hay algo que no me gusta, y eso sí es verdad:


sentirme taladrada por miradas ajenas. Pero me observan
sin que pueda evitarlo, como si pusieran en duda mi
derecho a estar en un lugar concreto en una hora
determinada. Sólo Theresa me ha mirado como si le
hiciera feliz mi presencia. Los demás clavan sus ojos en
mí y parecen pensar: «¿Qué estará haciendo aquí y por
qué no se borra su cara de mi ángulo de visión?» Los
hippies no, claro. Ellos no se fijan en nadie. Son los otros.
El tipo que estaba frente al café de Quebec me estuvo
contemplando con expresión de odio, como si realmente
le hubiese hecho algo terrible capaz de herirle en gran
manera. Incluso el dueño del local me observó con
156
atención, a pesar de no haber hecho más que comprar
una hamburguesa y un batido; y eso que su negocio es
vender. No entiendo por qué la gente se te queda mirando
como si no tuvieses derecho alguno a estar donde estás.

Sigo aquí sentada a la orilla del riachuelo y cerca del


basurero, preguntándome a mí misma qué hago sentada
a la orilla de un riachuelo, cerca de un basurero, y qué voy
a encontrar mañana. También me preocupa la posibilidad
de que algo me salga mal. ¿Qué voy a hacer si eso
sucede?

Escribir este diario es como hablarle a alguien


además de a ti mismo. Se necesita cierto tiempo para
labrarse un camino auténtico entre tanta falsedad, mentira
y baladronada. Me temo que se necesita una buena dosis
de valor para escribir y que éste no se adquiere con
facilidad.

No he pensado apenas en la casa que abandoné, eso


es verdad. Permito que se me venga a la mente muy de
vez en cuando porque creo que es mi deber, pero no
porque desee recordarla. La verdad es que siempre que
rememoro mi vida en el hogar paterno llego a la
conclusión de que no hay gran cosa que valga la pena
retener.

También es cierto que he estado aquí sentada esta


noche pensando en algunas otras cosas. En el embarazo
y en lo que es la matriz. He tratado de imaginar qué
aspecto tendría preñada. Esta tarde ha entrado en el
157
pequeño colmado una mujer embarazada; tan
embarazada que casi no podía caminar. La he observado
mientras charlaba y se reía con el viejo. No he entendido
ni una palabra, pero me he fijado en que de vez en
cuando se daba unas palmaditas en el vientre, como si se
sintiese muy orgullosa de su estado.

Supongo que no debería pensar en estas cosas, pero


no puedo evitarlo. No siempre se me vienen a la mente
estas ideas; sólo cuando veo una mujer encinta.

Mamá tiene una asistenta, Laurette, que en una


ocasión me preguntó sin tapujos y por las buenas si me
había acostado con algún muchacho. Le respondí en
sentido afirmativo, pero estoy convencida de que no me
creyó. Una de las cosas más difíciles en este mundo es
mentirle a un embustero. Aunque quizá Laurette decía la
verdad al asegurarme que ella había hecho el amor por lo
menos con media docena. De hecho, si quisiera ser
honesta y a la vez mezquina podría confeccionar la lista
de sus nombres.

A los chicos no les atraigo demasiado. Quiero decir


con eso que les caigo bien como amiga, pero nada más.
De todos modos eso no me preocupa excesivamente, ya
que a mí me pasa lo mismo con ellos; me gustan como
camaradas y punto. No es que sea una lumbrera, pero
siempre he sacado notas más que aceptables sin
demasiado esfuerzo. Algunas chicas, menos listas que yo,
vuelven locos a los tíos. Como por contrapartida. Y ya
está. Carece de importancia.
158
Me duele la mano de tanto escribir pero merece la
pena pues se trata de una experiencia interesante; es
como si escuchases lo que tú misma le dices al papel. Me
sorprende estar aquí sentada pensando en un embarazo.
Me horroriza la idea de quedarme preñada. Supongo que
si me enamorase de alguien no pensaría del mismo
modo. Pero así, por las buenas, es terrible.

Creo que cuando llegue a mi destino escribiré versos.


Dejé todos mis poemas en casa. Escondidos. Tengo
costumbre de hacerlo, porque sé que ella siempre busca
lo que trato de ocultar. Con frecuencia al regresar de la
escuela me encontraba los cajones totalmente
desordenados; ella afirmaba que había estado haciendo
limpieza. No me cabe la menor duda de que buscaba algo
que le diera una excusa para empezar a gritar. No
siempre ha sido así, pero en los últimos tiempos se
estaba convirtiendo en una histérica.

A Thoreau este lugar no le inspiraría ni una línea.


Apesta. Más que un basurero parece una cloaca. Quizá
sea ambas cosas.

Dejé a Emily Dickinson en casa. ¡Ojalá la tuviera


aquí, conmigo! «Si el verano fuese un axioma, ¿qué
embrujo encerraría la nieve?» Si la vida no fuese más que
un feliz verano, estaríamos privados de las misteriosas
verdades que aprendemos en un invierno de sufrimiento.
¿Comprenden? Como si algo que cayera del tejado te
golpeara de pronto la cabeza. Lo sabía todo. ¡Lo sabía!
159
En una ocasión escribí un buen poema. Bennett lo
leyó y afirmó que era estupendo. Lo quemé. En el cuarto
de baño. Ella creyó que había estado fumando y se puso
a gritar.

¿Qué pasaría si encontrase una iglesia repleta de


flores y lapidas mortuorias? Tendría que ser antigua y
desde luego estar abandonada. Una iglesia llena de flores
silvestres y sepulcros sería como una revelación. Sin
curas, ni gente, ni cánticos; sólo una iglesia vacía, llena
de flores silvestres y lápidas mortuorias.

Desde luego este lugar apestas. Parece olor de


muertos. Me recuerda la historia de la ardilla que quedó
atrapada en casa de la tía de Bennett. Y murió. Murió.
Murió.

Sigo sin mapa. Supongo que ya es demasiado tarde


para comprar uno. Ya casi he llegado a mi destino.

Odio las serpientes. Espero que no haya por aquí.

Estoy cansada de ir de un lado para otro. De todos


modos, no ha resultado demasiado duro.

Ha sido fácil...

16 de junio
160
No escribiré mucho hoy. Tengo que concentrarme en
llegar a mi destino. No he pegado ojo en toda la noche.
Todavía me siento asustada. He estado oyendo ruidos y
voces todo el tiempo. He soñado con serpientes y moscas
muertas. Me duele un poco la pierna. No sé por qué.

Anoche pensé durante unos instantes que creía en


algo. Pero al despertarme no he conseguido recordar en
qué. No se puede confiar ni en la oscuridad ni en el
tiempo.

Mi hogar es un cañón de aire frio. El viento me


balancea.

Veo cómo mi mano se mueve al escribir y me


pregunto cuántas mentiras habré contado.

Esta noche no debo pensar.

Ha salido el sol. Está alto. He usado la maleza, como


Mike. Para un chico resulta más sencillo. Será mejor que
compre papel higiénico antes de abandonar el pueblo. Me
gustaría encontrar un lugar donde no hubiera gasolineras
con restaurante.

Quizás el señor Gebel me devolvió cuarenta y cinco


centavos porque estaba tratando de decirme que olvidaba
algo. Tengo la impresión de haber dejado de comprar un
montón de cosas. No he desayunado. No tenía apetito.

161
Mike se ha comido un hueso. Quería otro, pero tengo que
ahorrar.

Es difícil explicarle a un perro que tiene que moderar


su apetito porque después de hoy viene mañana. Ignoran
que existe un mañana. Vamos, eso creo.

Por eso Mike es más astuto que yo. Y más


inteligente.

Voy a dejar de escribir durante un rato.

16 de junio, por la tarde

No he tenido tiempo para escribir. He estado en


graves apuros. Me he pasado el día plantada en esta
maldita autopista. No he conseguido que me lleve nadie.
Han pasado muchísimos coches llenos de gente con
trazas de campistas. Todos me han observado. No hay
escasez de mirones, eso nunca. ¡Dios, odio a los
curiosos!

Esta mañana he atravesado el pueblo a pie y he


permanecido aquí todo el día. Estoy cansada. Llevo
demasiada carga y tengo innumerables preocupaciones.
El cuello de Mike está despellejado a causa de la cuerda.
A nadie deberían ponerle una soga así al cuello.

162
¿Por qué no se ha detenido nadie? ¿Será porque voy
muy cargada? Hay momentos en los que tengo la
sensación de que voy a caerme. Pobre Mike. Pobre Cat.
He conseguido meter el contenido de una de las bolsas
en la mochila. De modo que ahora sólo tengo que llevar
colgada del brazo una. Pesa como un muerto. A cada
minuto que pasa me siento más incómoda.

Si no se detiene alguien pronto, arrancaré a caminar.


Hay muchas vallas por aquí. Las cruzaré por debajo,
arrastrándome. Me duele todo: los pies, las piernas, los
dedos, los oídos. Me sentiré mejor cuando lleguemos a
nuestro destino.

A esta hora no pasan demasiados coches. Me


imagino que se han detenido para cenar.

Oigo cerca un torrente. Supongo que es el mismo que


corre por Stoneham. Me pregunto qué pasaría si siguiera
su curso montaña arriba. Estoy harta de permanecer
tantas horas en el mismo sitio constituyendo centro de
miradas; y de tirar con fuerza de Mike. Esta mañana me
ha gruñido una vez. No se lo reprocho. Tengo que dejarle
suelto y enseñarle a estarse quieto a mi lado. Si no lo
hace, peor para mí. No puedo impedirle que se mueva.

Aún llevo el crucifijo. Ya no aguanto más. Voy a


abandonar la autopista y a seguir torrente arriba. No hay
casas por aquí. Sólo una granja bastante lejos.

163
Me siento agotada. Por la falta de sueño y por la
carga.

Me viene a la memoria una frase de Thoreau: «Amo a


mi destino tanto en su corteza como en su corazón».
Quizá pueda decir lo mismo mañana, pero desde luego
hoy no. Pobre Mike. Ni siquiera conoce la existencia de un
mañana. Quizá después de todo no sea tan inteligente.
Yo puedo conservar la esperanza, él no.

Tengo muchas ganas de volver a vivir con Thoreau.


Eso es lo que ocurre siempre que lees un buen libro. Te
sientes como si convivieses con la persona que lo
escribió, como si fuese tu invitado especial; o quizás al
revés.

Me gustaría ser más de lo que soy. Saberme


reformada, o algo así. Reformada. R-E-F-O-R-M-A-D-A...

17 de junio (creo)

No tengo la menor idea de qué hora es. La noche no


es más que eso, la noche. Y la oscuridad. Mike sigue a mi
lado. He soltado la cuerda al abandonar la autopista y le
he explicado que si lo deseaba podía venir conmigo, pero
que era él quien debía tomar una decisión, ya que yo
nunca más iba a perseguirle ni a atarle. Ha salido
disparado y he creído que se largaba para siempre. Pero
al llegar al torrente me lo he encontrado tumbado boca
164
abajo bebiendo ruidosamente. Debía de estar llenando de
agua su vacío estómago.

Hemos avanzado con dificultad durante por lo menos


una hora, quizá más. A mí me ha parecido una eternidad.
Claro que de noche todo se hace más dificultoso. A lo que
parece, no hay ningún camino por aquí. Hay luna llena.
No se ven luces. Tampoco coches. Hay algunos grillos. El
agua está cerca de nosotros, la oigo. Hemos pasado por
un lugar donde el torrente se ensanchaba; parecía casi un
río. Pero ahora se ha vuelto a estrechar, merece su
nombre de torrente, o de riachuelo. Tengo que esforzarme
para recordar cómo se llaman las cosas.

Creo que hemos estado escalando toda la noche.


Incluso cuando parecía que caminábamos sobre llano
estábamos subiendo. He tenido que ponerme los dos
suéters. Hace frío.

No sé en dónde estoy. Pero sea donde sea, creo que


ya no voy a caminar más esta noche. La bolsa de
comestibles que llevo colgada del brazo está empezando
a romperse por la base. Estoy tan agotada que ni siquiera
tengo apetito.

Durante un rato no he pensado en la cara de aquel


hombre. Sin embargo no he dejado de oír sonidos.
Supongo que no se trata de nada en concreto.

Pasaré aquí la noche. Esperaré a que salga el sol


para continuar mi marcha.
165
17 de junio, por la mañana

He dormido en este lugar desconocido. El sol acaba


de salir. El horizonte está rosa y anaranjado. Creo que he
dejado muy atrás la autopista. A mi derecha veo una
especie de camino. Parece un viejo sendero para
caballos. Conduce a las montañas.

Me siento de nuevo animada. No enferma ni con


ganas de llorar, como días atrás, sino alegre como
cuando tras un largo viaje se acerca por fin la meta.

Me he comido una lata de macedonia de frutas.


Estaba buenísima. A Mike le he dado una ración completa
de alimento para perros. Al terminar me ha dado la
impresión de que quería devorar hasta la lata. Está a mi
lado. Creo que le gusta este lugar. Ha inspeccionado cada
roca, cada arbusto, cada árbol, y se ha meado en todos
ellos.

Empiezo a superar aquella sensación extraña que me


producía evacuar al aire libre. Lo único que hay que hacer
es no pensar que hay alguien observándote. No se ve un
alma por aquí, ni para controlarme ni para ninguna otra
cosa. Reina el silencio. No se oye una mosca.

De vez en cuando tengo la impresión de haber hecho


una estupidez. Me refiero a eso de huir de casa y
166
meterme en esta aventura. Sólo me ocurre muy de tarde
en tarde. La mayor parte del tiempo me siento muy feliz
de estar aquí, sin pensar en ninguna de las tonterías que
he cometido en mi vida.

«La gente respetable, ¿dónde reside?»

Aquí desde luego no. No hay nadie en este rincón, ni


respetable ni todo lo contrario, ni interesante, ni siquiera
medio interesante. Nadie. Es probable que me cueste un
poco hacerme a la idea, si bien es una de las cosas que
más he deseado desde que me fugué. Es curioso. Luego
pensaré más en ello.

De todos modos no voy a quedarme aquí. Este lugar


no resulta adecuado. No es bueno ni para una cabra.
Además está demasiado cerca de algo. Quizás encuentre
un lugar mejor más lejos. ¿Será acaso una zona llana y
elevada situada no demasiado lejos del torrente, a pocas
horas de camino desde Stoneham a través de un campo
de nadie? ¿Será un rincón plano, alto y muy verde con un
montón de árboles?

Me pregunto si aún sentiré miedo cuando me


encuentre en un lugar llano, elevado y muy verde con un
montón de árboles alrededor. Hace un minuto estaba
pensando en todas las personas que he conocido desde
el día en que abandoné mi casa. Sobre todo he estado
evocando a Theresa.

167
Creo que voy a llegar a mi destino hoy mismo.
Entonces será cuando empezaré a tener trabajo de
verdad. Sigo sin comprender qué hago en la ladera de
una montaña con un perro, una mochila y una bolsa de
comestibles. Tampoco entiendo cómo puedo estar tan
sucia ni por qué me tiemblan las manos. Y lo que es peor,
ignoro por qué me he fugado de casa y adónde voy en
realidad. Me fui, y he llegado hasta este lugar. Pero sigo
sin comprender.

Unas cosas escapan a mi entendimiento y otras no.


Pero en general siempre hay algo en todo cuanto me
sucede que no consigo asimilar.

Tengo que ponerme de pie y empezar a caminar.


Llegaré hoy mismo. De pronto me parece importante
alcanzar mi meta hoy. Una vez más no me explico el
motivo; quizá sea que tengo miedo a dar media vuelta y
regresar al punto de partida en un impulso incontenible.

17 de junio, por la tarde

Hay un perro llamado Mike tumbado ahí, bajo los


árboles, con su larguísima cola extendida, mirándome
como si quisiera preguntarme: «¿Es aquí?»

Sí. Creo que es aquí. Puede que haya otro llano por
ahí, más arriba, pero por «ahí, más arriba», entraña mas

168
escalada, y creo que ninguno de los dos sería capaz de
dar un paso en estos momentos.

Así que como dice James Taylor: «Dulce Jesús,


tienes que ayudarme detenerme y ser fuerte».

Este rincón del mundo es verde, muy verde. El


sendero para caballos ha desaparecido veinte minutos
después de haberlo encontrado y se ha convertido en un
simple camino para paseantes. También he perdido éste y
me he dirigido hacia unos enormes peñascos de paredes
verticales infranqueables. No veía por dónde seguir
trepando hasta que he descubierto por la parte de atrás
salientes a modo de escalones. Una vez en la cumbre,
hemos descubierto esta planicie.

Los pinos crecen en semicírculo a mi alrededor,


flanqueados de arbustos de mediano tamaño, formando
una auténtica fortaleza. También hay otros árboles,
enormes —ignoro de qué tipo son—, que me
proporcionan una sombra muy amplia. Ahora hace calor,
pero estoy segura de que las noches son frescas a partir
de la puesta de sol. El torrente está muy cerca y he
descubierto una cascada entre las rocas; bueno, en
realidad es una caída de agua de apenas medio metro.

Desde esta despejada llanura el cielo está como


siempre, pero parece más hermoso. Cuando sopla el
viento las copas de los árboles más alto se balancean con
una fuerza tremenda. Hay algunos pájaros. Quizá vengan
más luego. Oigo cantar a los grillos. En el suelo, por todo
169
el llano, se extiende una alfombra de pinaza. También veo
unas rocas muy planas que pueden constituir un lugar
seguro para encender fuego.

Creo que me haré una cama en el mismo lugar donde


ahora estoy sentada. Tengo detrás la protección de los
pinos, y veo con toda claridad los escalones de piedra por
donde he subido. Y delante el acantilado, el cielo... y el
espacio.

Mañana trabajaré. Abriré una brecha hasta el


torrente, montaré la tienda y encontraré un buen
escondrijo para la comida. Tengo que idear cómo
conseguir que este lugar sea mío del todo. Sólo durante
un tiempo.

Me siento bien ahora, aunque me duelen las


pantorrillas a causa de la escalada. He comido una
chocolatina y una galleta untada de mantequilla de
cacahuete. Mike ha devorado su lata de comida, como
siempre. Me pregunto cómo se las arreglan los animales
aquí. No me preocupan ni los pequeños ni los grandes,
siempre que ellos no se fijen en mí de un modo
sospechoso.

¡Puaf! Tengo los pies muy sucios. Mañana me bañaré


en el torrente y lavaré la ropa; necesitamos ambas una
buena colada. Entonces todo estará perfecto. En el
crepúsculo reina el silencio... y los árboles parecen más
verdes.

170
Tengo en la mente unos cuantos pensamientos; eso
es lo que son, simples pensamientos. Poseo todo cuanto
dije que deseaba: silencio y vida privada. Mike está
durmiendo muy cerca; en realidad es un fraude, pero
nadie lo sabe excepto yo. Tengo alimentos suficientes
para una buena temporada si no empiezo a engullir como
los cerdos. Además me he trazado planes para mañana.
El aire es fresco, pero no frío. Me siento llena, no tengo
apetito. Soy feliz por haber descubierto este lugar, por
haber llegado a mi destino; pero no puedo evitar pensar
en personas que se encuentran lejos. Son figuras en la
sombra, sueños, personajes de otro mundo.

He hecho un largo camino, o por lo menos así me lo


ha parecido, pero por fin he alcanzado mi meta. Cuando
miro por encima del hombro los árboles que se alzan
detrás de mí, todo lo que acierto a pensar es: «hay
árboles detrás de mí». Y cuando miro los escalones de
roca me digo: «hay escalones de roca», y simplezas de
ese tipo. No es que en mi mente no exista otra materia de
reflexión, pero se halla escondida tras la estupidez y
nunca se queda el suficiente tiempo en mi cerebro para
que pueda hacer algo con ella. Se hace patente un
instante para desvanecerse al siguiente.

Creo que tardaré un tiempo en conocer este lugar. El


resto del mundo parece hallarse muy lejos de aquí.

Mike duerme. Parece sentirse muy a gusto, como si


perteneciera a este sitio. Tiene la cabeza apoyada en el
suelo entre las patas delanteras. Vislumbro un ligero
171
temblor en sus párpados. Me pregunto si estará soñando
y en qué.

A partir de ahora no voy a hablar mucho en voz alta,


excepto con Mike.

El sol casi se ha puesto. Queda de él apenas un


reborde de color púrpura perfilando las rocas. Me resulta
increíble que tras estas montañas se encuentre el resto
del mundo compuesto por caras, gentes, problemas,
sufrimientos, muerte. Aquí predomina el silencio por
encima de lo demás. El silencio, que pesa tanto que casi
puedo tocarlo; siento cómo penetra en mí.

No es que no me guste la gente. A veces, me


encanta. Cuando pienso en las personas, descubro que
me agradan. Pero cuando estoy con ellas, todo cambia;
entonces mi única obsesión consiste en encontrar un
medio de salir huyendo. Lo peor de los seres humanos es
que nunca sabes qué van a hacer ni cómo van a
reaccionar. Y cuando por fin crees haberlo averiguado,
actúan o reaccionan de un modo totalmente distinto al que
te imaginabas, incluso de forma contradictoria. De un
minuto a otro la situación puede alterarse por completo y
siempre tienen que estar en guardia. Eso es lo peor de
todo, verte obligada a permanecer al acecho.

Casi ha oscurecido. Mañana montaré la tienda, ahora


estoy muy cansada.

172
Hay sauces a la orilla del torrente, pero no son como
los de casa. Estos tienen las hojas más anchas. Mañana
les echaré un vistazo. Podría hacerme un lecho con hojas
de sauce. Estoy en tensión porque creo oír algo que se
mueve entre los arbustos. No es nada. Sólo el viento.

Tengo sueño. Me pesan los ojos. Mañana tendré que


trabajar.

Así que por fin estoy en un lugar llano, elevado,


tranquilo y verde.

Me resulta difícil mover el lápiz. Cuando quiero que


baje para formar una G, va hacia arriba y traza una L.

Me tiemblan las manos.

18 de junio, por la tarde

Bien, hoy he trabajado de firme. Hacerse un pequeño


mundo dentro de uno mucho mayor no es muy fácil que
digamos. He estado pensando todo el día que me hubiese
gustado que me vieran ahora esas personas de
Harrisburg que me tildaban de holgazana y de inútil.
Desde luego el lugar aún no está perfecto, pero cada vez
se adapta más a mi gusto.

Esta mañana me he bañado y he hecho la colada. He


encontrado un lugar donde el torrente forma un pequeño
173
lago, un poco más abajo de la cascada. Una especie de
alberca donde el agua queda estancada; estaba fresquita
y me llegaba hasta la rodilla. Como bañera, no se puede
pedir más. Al principio no estaba muy decidida, pero por
fin he hecho de tripas corazón, me he desnudado y me he
metido en el agua de un salto por si acaso había alguien
mirándome. Naturalmente, no había ningún curioso; ni
siquiera Mike, que estaba muy atareado en la parte
menos profunda, un poco más abajo de mi círculo mágico.
Se ha pasado la mañana tratando de morder el agua.
Como si le molestase que fluyese tan aprisa.

En los primeros momentos me he sentido extraña por


mi desnudez. Cuando durante unos cuantos días todo el
mundo ha estado clavando sus ojos en ti, resulta difícil
darse cuenta de que ya no hay nadie observándote. Pero
me he acostumbrado en seguida. Casi demasiado, diría
yo. No me apetecía volver a vestirme. En cualquier caso,
tampoco podía hacerlo. Toda la ropa estaba mojada. La
he extendido sobre las rocas y luego me he tumbado en el
mismo lugar, en donde he dormido un buen rato. Mike se
ha tumbado junto a mí pero en seguida se ha largado,
quizá porque el sol le molestaba. Le he llamado varias
veces por miedo a que se perdiera. Cuando regresé al
llano estaba echado bajo los árboles, exactamente en el
mismo lugar donde había pasado la noche. Es curioso, los
perros también tienen su propia yacija y se acostumbran a
ella.

Le he dado dos huesos con bastante carne (que ya


empezaban a apestar) y los ha devorado en un
174
santiamén. Tiene un hambre voraz; supongo que así ha
de ser. Hasta ahora no puedo decir lo mismo de mí; tengo
poco apetito, a veces ninguno. Hoy he comido una
naranja y una galleta. No me apetecía nada más.

Una vez seca la ropa, he arrastrado varios pedruscos


y he construido una especie de despensa al lado de la
tienda. Como techo he puesto ramas de sauce. Me ha
quedado muy bien. Desde una cierta distancia es
imposible averiguar de qué se trata. Me sorprende
comprobar la cantidad de cosas que aquí funcionan y en
la civilización no. De hecho, hasta ahora nada ha ido mal.
El remanso del torrente es una buena bañera. La
despensa de piedras un acierto. La tienda resulta
confortable, si bien queda un poco estúpida ahí en medio.
No cabe duda de cuál es su función. Hay que aprovechar
las cosas en su configuración natural, sin destruir o
cambiar nada por simple capricho. Deseo que todo quede
tal como estaba antes de mi llegada.

También he hecho otras cosas que han funcionado a


las mil maravillas. He amontonado al pie de las rocas
ramas caídas y hojas muertas, desmenuzadas para que
ardan bien, a fin de hacer fuego a modo de chimenea. Las
cerillas están secas y a salvo en la mochila. Creo que
será mejor que las deje donde están. Si hace demasiado
frio o la noche resulta muy oscura, encenderé el fuego,
aunque pequeño, no vaya a ser que llame la atención de
alguien.

175
Mike se ha ido a explorar de nuevo esta tarde. A
primera hora, mientras yo hacía todo el trabajo. Así van
las cosas; siempre hay uno que tiene que cargar con la
faena mientras otros se divierten. Bennett lo decía con
frecuencia.

¡Bennett! ¡Madre mía! Me pregunto si habrá existido


nunca una persona con ese nombre. Ni siquiera recuerdo
qué aspecto tiene. Ha transcurrido demasiado tiempo y
está muy lejos, no vale la pena pensar en él.

Pues bien, he estado afanada toda la tarde colocando


piedras al pie de las rocas con salientes a fin de facilitar la
subida y bajada. He tratado de limpiar el terreno quitando
pinaza pero debajo hay mucha suciedad. Nada de yerba.
Sin pinaza, en caso de lluvia el llano quedaría como un
barrizal. Ni siquiera he pensado en la lluvia.

He descubierto que lo mejor de este lugar es la


sensación que produce; los viejos pinos predican
sabiduría y las aves salvajes dicen a voces la verdad. No
sé si es la verdad lo que dicen, pero desde luego
empiezan a graznar muy temprano.

Tengo todo cuanto necesito. Sólo echo de menos


unas cuantas cosas y unas pocas personas. El cielo que
observo aquí es muy bello y no se parece en nada al de
Harrisburg. De hecho, no recuerdo haberme fijado nunca
en el cielo en Harrisburg. Supongo que estaba allí; pero
nunca me fijé en él.

176
¿Existe un lugar llamado Harrisburg? ¿Hay casas en
algún lugar? ¿Y gente y coches y manos y pies y caras?
Me encuentro en un círculo muy distinto. Es de veras un
círculo, marcado por los pinos y otros árboles
desconocidos a los que no parece importarles vivir en el
anonimato.

Todo aquí es circular. Las rocas, por ejemplo: no son


cuadradas ni oblongas, sino redondas. Mi bañera en el
torrente es casi una circunferencia perfecta. Y los ojos de
Mike también tienen forma circular, por lo menos las
pupilas. Todo es redondeado, excepto el trozo de cielo
que veo por encima de las copas de los arboles. Y la
despensa de piedras.

Se me acaba de ocurrir que en Harrisburg nada tenía


esa forma. Todo era cuadrado, oblongo, angulado o de
forma desigual y amorfa. No recuerdo nada sin ángulos
muy marcados. Aquí hasta el sol parece más circular que
el de Harrisburg.

El círculo mágico...

19 de junio

Una hermosa mañana. Parece que sea Theresa


quien está hablando. Pero es verdad.

177
Mike y yo hemos estado charlando y hemos decidido
que hoy le acompañaría en un viaje exploratorio. Primero
un baño, luego el desayuno y finalmente ¡a explorar!

Por si a alguien le interesa saberlo, diré que he


dormido bien. Anoche estuve un rato contemplando la
luna y las estrellas. Estuve observando éstas tanto rato
que por un instante pensé que iban a decirme algo. Pero
no fue así. En cierto momento vi una luz más allá de las
rocas. No había ninguna luz, estoy segura. ¿A quién se le
iba a ocurrir subir hasta aquí?

Hoy quiero enterarme de una serie de cosas. Primero


averiguaré la distancia exacta que me separa del sendero
y luego a cuántos kilómetros me encuentro de la
autopista. Determinaré con exactitud la situación de los
puntos cardinales. Ayer habría jurado que el sol se ponía
por el Sur. También deseo explorar las rocas que hay más
arriba. Siempre que Mike va a investigar por su cuenta se
dirige hacia la cumbre, no hacia el lugar de donde
vinimos. Ayer noche se lamía las patas como si las tuviera
doloridas.

Es importante conocer el lugar en el que se vive, pero


nunca tan a fondo como para sentir que le pertenece a
uno. Todavía me sobresalto al oír ruidos, como si creyese
que va a aparecer alguien. No quiero ver a nadie durante
un tiempo. Deseo estudiar el espacio existente entre la
pinaza y el cielo y sentarme sin tener otra cosa que hacer
excepto contemplar cómo cambia la luz sobre los pinos y

178
el sol forma bellísimos arcos multicolores que asoman tras
las rocas.

Hay algo en esos peñascos que parece absorber y


luego reflejar el sol. Sé que todo esto es insignificante,
pero yo no lo había visto nunca antes. He estado viva en
el mundo durante dieciséis años y jamás le he dedicado ni
un pensamiento a ese algo que se esconde en las rocas y
que es capaz de absorber y reflejar la luz solar.

Aquí las cosas son diferentes. No quiero aventurarme


a afirmar hasta qué punto. Pero siento algo, veo algo y
escucho algo que nunca en toda mi vida había sentido,
visto ni escuchado. Nunca.

21 de junio (creo)

He estado tan atareada que hasta he perdido la


noción del tiempo. ¿Qué es hoy, jueves o viernes? La
verdad es que no importa. Aún tengo esa sensación de
alerta, como si esperase que alguien apareciese de
pronto entre los arbustos. Creo que con el tiempo la
superaré. Anoche se me ocurrió que si algún día
abandono este lugar será mejor que queme el diario. Pero
ahora ya no estoy tan segura de desear hacerlo. ¿Por qué
tengo que quemarlo todo? Podría dárselo a alguien. Es
posible que le sirva a otra persona si a mí me ha permitido
encontrarles sentido a unas cuantas cosas.

179
Intentaré relatar ahora lo que me ocurrió un día que
me llevé a Thoreau hasta el torrente y estuve leyendo
muchas horas, además de bañarme. Ni siquiera me vestí.
Recuerdo que me sorprendí cuando el sol comenzó a
declinar. Tenía la sensación de que acababa de salir.

Aquel día, he olvidado cuál, resultó un tanto extraño


en varios aspectos. Estaba con las piernas sumergidas en
el agua, casi dormida, cuando se me ocurrió estirarme y
cerrar los ojos durante largo rato, dejando que el agua
rodase por encima de mi cuerpo. Pasado un tiempo tuve
la impresión de haberme convertido en parte del agua; no
era yo misma, sino torrente. Al elevar la mirada hacia el
sol vi una especie de luz eléctrica azul y blanca que mis
ojos no soportaban, pero que de pronto se transformó en
un suave reflejo dorado. Lo estuve mirando fijamente
mientras el agua me envolvía y acariciaba; por un
momento pensé que el sol emitía un sonido que llegaba
hasta a mí a gran velocidad. Primero fue como un gemido
prolongado que quedó roto por unos clamores de
trompetas que trepaban por los círculos de oro pálido y
que no permanecía inmutable, sino que a medida que lo
escuchaba se fue tornando naranja, amarillo, azul, verde.
Detrás del extraño arco iris solar se divisaba una
transparencia negra como de espejo, curvándose y
girando sobre sí misma. Sentí un elevado grado de placer,
de bienestar, y a la vez una extraña ansiedad e
incomodidad; como si estuviese cayendo en un misterioso
remolino del que no acertaba a salir por mí misma. Luego
dejé de observar el sol durante un rato y seguí divisando
soles por todas partes; incluso me seguí sintiendo parte
180
del torrente después de salir del agua. Recuerdo haber
estado pensando en lo que había sucedido, en lo que
había visto y sentido, y haber tratado de describirlo en
este diario sin acertar a expresarlo. Incluso ahora no estoy
explicando con exactitud lo que sucedió. Pero por lo
menos soy capaz de escribir. En aquel momento ni
siquiera podía sujetar el lápiz con la mano.

Creo que existen otros mundos aparte del nuestro


que se encuentran más allá de lo que podemos ver, oír,
sentir y tocar. En cierto sentido son como una ilusión.
Pero quizá no sean tan imaginarios. Dejé de «estar» en el
torrente para convertirme en parte de él y también en
parte del sol porque cesé de vivir en este mundo y me
trasladé a otro muy distinto. Llegué a tener la impresión
de que si miraba hacia el sol durante el tiempo suficiente
se abriría ante mí una brecha que me permitiría caminar
por el universo solar. Fue una sensación extraña, como si
me encontrase en un «viaje»: pero no había tomado nada.

Era sólo cuestión de aguantar la mirada durante el


tiempo suficiente, y de permanecer en paz conmigo
misma durante todas esas horas.

Y de estar sola...

Esta mañana me he comido la última chocolatina.


Estoy ingiriendo demasiadas golosinas y casi ningún
alimento de esos que dicen que son necesarios para
181
nutrirse. A Mike le quedan dos latas de comida. Creo que
ha estado cazando y atrapando sabe Dios qué. No me
gusta en absoluto, pero no tengo ni idea de lo que debo
hacer para impedírselo. Todos tenían razón: es un perro
enorme. Y sigue creciendo.

Creo que pronto bajaré a Stoneham. Me produce


cierto temor, no sé por qué, pero tengo que conseguir
más comida para Mike. Barata. Algo que haga bulto y que
llene. Se la pondré en una bolsa grande, como hacíamos
en casa con Duke.

¿Casa?

Dejémoslo. Hablemos del día en que fuimos a


explorar. Parece un tema de redacción para la clase de
lenguaje.

«El día que fuimos a explorar».

A veces me cuesta mucho recordar todas esas cosas;


me refiero a la escuela y la gente que conocí en ella.
Incluso me pregunto a menudo si he olvidado ya el
aspecto de mi propio rostro. De todos modos, aunque eso
suceda no voy a perderme gran cosa. No es lo que se
dice una cara que valga demasiado la pena. Hay cosas
que más vale no recordar.

Bueno, pues el día de la exploración lo escondí todo


primero, incluso la tienda. Cubrí la comida y demás
trastos con ramas, además de extender la pinaza de
182
modo que no quedase rastro de mi presencia si aparecía
alguien. No quería que nadie descubriese que había
estado acampada aquí y que pensaba regresar.

Al ponernos en marcha nos dirigimos primero hacia


arriba. Mike caminaba delante, como si deseara guiarme.
Creo que se sentía realmente feliz por acompañarle, que
no era así exactamente pues yo iba siempre detrás. Mis
dos piernas, al lado de sus cuatro patas, me convertían
casi en una inválida.

En el altozano encontramos un pequeño lago, más


bien una charca. Pero había peces en él, aunque no de
gran tamaño; en la orilla opuesta se divisaba el humo que
provenía del tejado de algo que parecía una cabaña
situada en la ladera de la montaña, en un lugar aún más
alto. Supuse que la casa pertenecería a veraneantes,
aunque no encontré ni rastro de camino o carretera. Me
pregunto cómo se las arreglarán para subir hasta allí
arriba. No me importa que estén ahí; están lo bastante
lejos para no incordiarme.

No estuvimos dando vueltas por allí mucho rato. Los


mosquitos eran terribles junto al agua. Temí que alguien
pudiese vernos. Durante unos minutos sentí pánico de la
cabaña, el tejado y el humo. Por una curiosa razón que
desconozco, cuando no posees nada ni perteneces a
ningún lugar adquieres un extraño sentido de la propiedad
que te hace creer que eres dueño de todo y que tienes
derecho a permanecer donde te parezca. Quizá carezca
de lógica, pero fue lo primero que experimenté cuando vi
183
por vez primera el tejado de la cabaña. Odié a sus
supuestos habitantes, a pesar de no conocerles siquiera.

Me pregunto si es absolutamente necesario querer a


los demás. ¡Oh! He querido a mucha gente que no había
visto nunca, como por ejemplo a algunos europeos y a las
víctimas de los terremotos, guerras y catástrofes de
diversa índole. Es realmente fácil querer a esas personas;
pero no creo que lo que siento por ellas sea amor sino
lástima. Lo verdaderamente difícil es encariñarse con los
que conviven o medio conviven contigo y que te crean
problemas, ponen obstáculos, causan molestias. Si llegan
a hacerte sentir que no puedes ni respirar, ¿cómo vas a
quererles? Quiero decir... ¡Oh, Dios, ni sé lo que quiero
decir.

Volvamos a la historia. Una vez dejamos atrás la


chaca, el tejado de la cabaña y el humo, exploramos unos
peñascos situados hacia la derecha, más arriba de la
laguna. Eran unas rocas enormes que marcaban el
camino ascendente hacia la cima de la montaña, como
una especie de caja torácica de gigantescas dimensiones.

Ocurrió otra cosa curiosa. Justo antes de encontrar la


cueva, recuerdo que pensé: «Me apuesto cualquier cosa
a que pronto encontraremos una cueva». Cinco minutos
después estaba ante la entrada de una, como si al
imaginarla hubiese hecho que mi idea se convirtiese en
realidad.

184
Creo que Mike ya la conocía. Entró en ella corriendo
como si fuese su indiscutible propietario. Le llamé para
que saliera, pero no me hizo el menor caso. En realidad,
creo que le importo un rábano, tanto yo como todo cuanto
me concierne. Después de un rato abandonó la gruta, no
a causa de mi llamada sino porque ya estaba dispuesto a
hacerlo. Incluso llegué a pensar en la posibilidad de
trasladarme hasta allí con todos mis trastos, porque una
vez hube comprobado que Mike se encontraba bien entré
en su interior y me encontré con que era un sitio
estupendo. No había en ella osos ni nada parecido. Era
grande y fresca; estaba dividida en tres secciones
diferentes, al igual que cualquier hogar norma. Pero decidí
no mudarme por una razón: estaba demasiado cerca de la
charca y de la cabaña. Y estoy segura de que tanto el
estanque como el habitáculo forman parte del mismo lote,
es decir, que pertenecen a la misma persona. Y eso
significa que siempre habría alguien merodeando por
aquellos parajes; lo cual me disgustaría mucho a pesar de
no tener nada contra nadie desde un punto de vista
personal. No creo que sea un problema de miedo; no me
asustan los habitantes de la cabaña. Sólo desearía que
no estuviera en ella; claro que es una estupidez, porque
no por eso van a marcharse a otros lugar. Resulta
evidente.

Existe otra razón para no desear vivir en la cueva.


Encontré un montón de colillas de cigarrillo y huellas de
pisadas, como si hubiese habido alguien allí y ese alguien
acabase de abandonar el lugar. Al principio sentí pánico,
en medio de la oscuridad, pensando que alguien iba a
185
lanzarse contra mí. No ocurrió nada. Creí que podía
sucederme algo porque recordé la cara de aquel hombre;
a veces todavía le veo, de pie, bajo la lluvia, al otro lado
de la calle, con la mirada clavada en mí.

Sea como fuere, decidí quedarme donde estaba. Me


asaltó la absurda idea de que si abandonaba mi llano, los
pinos, las rocas y el torrente se sentirían heridos, lo cual
no deja de ser una solemne tontería; así que Mike y yo
inspeccionamos la gruta, discutimos la posibilidad de
mudarnos a ella y decidimos no hacerlo. Seguidamente
continuamos explorando.

En los bosques hay miles de mariposas de diferentes


colores, formas y tamaños. No tenía ni idea de que
pudiesen existir tantas variedades. Ayer pasamos por un
frondoso pinar cercano a la cueva; los arboles eran tan
altos y sus ramas tan espesas que el sol no conseguía
filtrarse entre ellas, dando una impresión de penumbra
perenne. Pero las mariposas revoloteaban en algunos
haces de luz que absorbían sus colores para reflejarlos
una vez transformados. Era un espectáculo maravilloso,
fantástico de veras.

Creo que en la cabaña estaban guisando carne o


algo parecido. Por lo menos hasta mí llegaba ese tipo de
olor. Mike también olisqueó en el aire y por un momento
temí que saliera corriendo al encuentro del tan delicioso
manjar a juzgar por el aroma. Pero por fortuna no hizo tal
cosa y bajamos hasta la charca, donde estuve estudiando
un rato más el humo y su aroma. Luego cruzamos al otro
186
lado con la intención de encaminarnos a nuestro hogar y
descubrimos un sendero por allí cerca. Oí ruido de coches
pero no pude situar el enclavamiento de la autopista.
Desde luego no podía estar muy lejos. Al abandonar
Stoneham me dirigí hacia la izquierda, pero pronto
empecé la escalada.

Por fin sé hacia dónde cae el Este. Lo descubrí esta


mañana al salir el sol. Lo he señalado con dos palos
clavados en el suelo y así he podido determinar los otros
puntos cardinales. En realidad estoy en sentido opuesto al
que pensaba.

Es bueno saber dónde se encuentran los puntos


cardinales, pero luego no sabes qué hacer con ellos.
¿Para qué sirve saberlo entonces? Para nada, es una
cuestión de tranquilidad personal.

Hay unas cuantas cosas, pocas, que echo de menos.


Voy a tratar de ser sincera y decir cuáles son. Añoro mi
música preferida. En casa solía encerrarme en mi
habitación, ponía el tocadiscos a bajo volumen, cerraba
los ojos e imaginaba que me encontraba en otro lugar.

Es curioso. Al pensar en casa he recordaba el parque


cercano y el pétreo león de tres patas sentado en el
centro de la pileta circular que debería tener agua pero no
la tiene ni la tendrá nunca porque niños y mayores tiraban
allí tantos sucios objetos que fue preciso vaciarla y
dejaron al león sentado en el centro. Supongo que no fue
diseñado con sólo tres patas, pero yo siempre lo he visto
187
así y así lo recuerdo. El que carezca de una pata, la
delantera de la parte derecha, no impide que la estatua
guarde el equilibrio. Cuando era aún muy cría iba a
menudo al parque después de cenar, sobre todo en
verano, y me sentaba en el lomo del león. Desde esa
atalaya contemplaba cómo se encendían las luces de los
hogares, a las mujeres sirviendo la cena detrás de las
ventanas y a los miembros de las distintas familias regar
las flores y el césped. A veces también escuchaba a la
gente que paseaba por el parque o lo cruzaba
simplemente. Me quedaba sentada tan quieta y silenciosa
que nadie advertía mi presencia. Siempre había gente
discutiendo de política, la guerra de Corea, Eisenhower y
otros temas por el estilo.

El león de tres patas me pertenecía. No me importaba


de qué hablaban ni qué hacían, únicamente deseaba que
me dejasen tranquila en mi león de tres patas.

21 de junio, tarde

Mike se ha ido esta mañana a primera hora y aún no


ha regresado. Casi todas las mañanas se larga, pero
acostumbra a volver al mediodía, para comer. Hoy ha
cambiado la rutina.

No he hecho gran cosa. He estado escribiendo un


montón de basura, o mejor dicho de estupideces sin
sentido así que he roto mi obra en mil pedazos y la he
188
sepultado en la tierra. Siempre entierro lo que ya no sirve
para nada.

He comido. Pero estos alimentos no me van. Aunque


sean de buena calidad, no consigo tragármelos.

Es ya casi de noche. A primera hora de la tarde he


hecho algo sin sentido aparente: he recogido piedras con
cantos más o menos romos y las he apilado en medio del
llano. En la otra orilla del torrente he encontrado cientos
de guijarros, del tamaño casi de una naranja, cuyos
ángulos parecían pulidos y suavizados. Se asemejan a
balas de cañón, pero no son más que eso, piedras. Ignoro
de dónde han salido y por qué son tan similares. Lo cierto
es que me he traído unas cuarenta y las he colocado en
círculo justo en medio de la planicie. Mide unos sesenta
centímetros de diámetro y es hueco en su parte central.
Desde lejos parece una especie de pozo, pero como es
natural no hay nada en su interior.

Veo círculos por todas partes. Son como mundos en


el interior de otros mundos. Como el que rodeaba al león
de tres patas. Todo el mundo desea poseer su propio
universo. Se necesitarían doscientos cincuenta millones
de circunferencias para que otros tantos habitantes de la
Tierra vieran realizado su sueño. Seguro que no
funcionaría.

Por lo menos eso era lo que afirmaba Bennett.

189
Theresa opinaba lo contrario. Estaba segura de que
nos las arreglaríamos respetando el cerco de cada uno.

La cadena del crucifijo me deja manchas verdes en el


cuello. Pero a pesar de todo lo sigo llevando.

¿Dónde estará Mike? Tengo que ir a buscarlo...

Esta noche sólo se ve media luna. No hay demasiada


luz. Lo he llamado repetidas veces sin gritas demasiado
por miedo a que me oyese alguien. ¿Por qué tiene que
pasarse la vida errando por ahí?

Es posible que haya vuelto a visitar la cueva. Creo


que si me lo propusiera no tardaría mucho en encontrarle.
Pero no pienso hacerlo esta noche. Aquel lugar ya
resultaba fantasmal en pleno día. Me pregunto quién
tiraría allí colillas de cigarrillo y quién dejaría las huelas de
sus pies marcadas en la tierra. No me apetece salir en
busca de Mike en medio de la oscuridad. Claro que
tampoco me resulta reconfortante quedarme aquí sentada
preocupándome y pensando en su paradero o en la
persona que dejó señales de pisadas en la gruta.

Todo está oscuro. Nadie sabe dónde estoy.

Pero aún veo lo suficiente para escribir. Ignoro por


qué he venido a este lugar, qué me ha impulsado a hacer
esto o aquello y qué espero llegar a realizar. Me paso el
190
día sin dar golpe. No ocurre nunca nada, nadie viene
hasta aquí ni me llama a distancia; ni siquiera pasa ningún
caminante por el sendero. Se diría que soy la única
persona viviente sobre la Tierra... si no fuera por el humo
de la cabaña.

¿Dónde estará Mike? Me apuesto cualquier cosa que


ha encontrado comida en algún otro sitio. Nunca ha
estado ausente durante tantas horas.

No tengo sueño. Sólo me siento cansada. Tampoco


estoy hambrienta. No hay nada aquí que pueda
apetecerme. Quizá tendría que haber ido a Provincetown
con Andy y su amiga, como se llame. Me miró con
expresión de odio cuando saqué la mantequilla de
cacahuete. Tal vez no debería de haber abandonado mi
hogar.

Nunca ha sido el hecho de conocer un sitio lo que


más se me ha grabado en el cerebro, sino primero la
ilusión y luego el recuerdo. En una ocasión mi padre me
llevó a Nueva York para visitar la Feria Internacional. La
ciudad me pareció asquerosa y la feria aún peor; lo más
divertido fue rememorar el viaje ya de vuelta en
Harrisburg, así como planearlo y verlo todo con los ojos
de la imaginación; eso fue mucho más bonito que la
realidad de nuestra estancia. Me lo pasé en grande
creándome una imagen antes y evocando después cuanto
había visitado. Sin embargo, conocer Nueva York y su
feria no tuvo para mí el menor atractivo.

191
«Cuando vivas permanece muerto, muerto a
conciencia. Entonces estará bien todo cuanto hagas».
Todo estará bien. Todo estará bien.

He estado llamando a Mike una vez más. Nada. Todo


en vano. Se ha largado. Después de cargar con él por
medio Canadá, de alimentarlo, de...

Me gustaría poder hablar con alguien. Quizá con


Theresa. Claro que seguro que llevaría ella la voz
cantante. En realidad con Theresa lo único que has de
hacer es escuchar con atención.

Bennett. Él sí que sabía escuchar. De hecho siempre


hacía preguntas cortas que requerían largas respuestas.
La verdad es que a veces era un tipo estupendo. A
ninguno de nuestros padres les agradaba porque los
niños siempre andaban por su tienda en vez de quedarse
en sus casas. Pero sé de sitios peores donde merodear.

Hacía preguntas de este tipo, por ejemplo: «¿Qué es


lo que más miedo te da en el mundo?», o «¿cuál es la
tortura más horrible que puedas imaginar?» Recuerdo que
una noche nos reunimos cinco o seis en su apartamento
para hablar de la tortura y cosas por el estilo. La
conversación fue de lo más tétrica. Algunos imaginaron
verdaderas monstruosidades como por ejemplo maquinas
devoradoras de hombres; otros describieron suplicios más
personales, como arrancar la piel tira a tira y luego
derramar vinagre en las llagas, o atar a la víctima en
montañas de hormigas carnívoras, o dejar que al
192
torturado se lo coma una rata, empezando por el rostro. A
mí se me ocurrieron también algunas barbaridades, pero
no resultaron tan terribles como las que expusieron mis
compañeros.

Bennett dijo que a él lo peor que podía ocurrirle era


llegar a los noventa sin tener con quién hablar.

Bennett era un tío listo.

Creo que ahora que lo pienso hay algo peor: vivir


hasta los noventa y verse obligado a hablar con alguien
con quien no te apetezca mantener la menor relación.

Mañana saldré a buscar a Mike de nuevo.

22 o 23 de junio

Me estoy convirtiendo en una especialista en saber la


hora según la posición del sol. ¡Ojalá encontrase un
medio para averiguar también las fechas! Me he quedado
dormida hasta muy tarde porque me acosté a altas horas
de la noche. He estado arreglando y ordenando algunas
cosillas. He añadido más piedras a mi círculo. Está
quedando precioso. Parece un lugar para ceremonias.
Tengo que crearme un ritual adecuado; quizás el primero
consista en construir esta especie de túmulo hueco o
altar. Creo que lo único que me queda por hacer ahora es
buscar de nuevo a ese estúpido perro.
193
Última hora de la tarde

He buscado por todas partes. Ni rastro. Se ha ido. Me


he llegado hasta la charca. He vuelto a ver el tejado de la
cabaña, esta vez sin humo. He entrado en la cueva.
Nada. Desde luego sería un buen escondite, pero está
demasiado cerca de la cabaña. Aunque no salga humo de
su chimenea. Si estuviera a punto de morir de inanición y
no viese nadie en ella tendría que asegurarme mucho
antes de tomar la decisión de ir a inspeccionar. Pero creo
que me sentiría tentada de hacerlo. No para robar. Desde
luego ése no es el caso; tengo apetito, eso es todo.
Además, me queda un montón de comida. Lo que ocurre
es que la encuentro desagradable. Lo único pasable son
las naranjas y las galletas.

Mientras buscaba a Mike he tenido en dos ocasiones


la sensación de oír algo a mi espalda. La primera vez
estaba segura de que era él, así que he dado media
vuelta y me he acercado a los arbustos de donde
provenía el ruido para asomar la cabeza y llamarle. Pero
creo que me he equivocado. O quizás es que se ha
quedado sordo. La segunda vez, por una razón que
desconozco, me ha dado miedo girarme y mirar. Me he
quedado quieta donde estaba mientras «algo» me decía
que no se trataba de Mike y yo creía a ese «algo».
Cuando por fin me he decidido a dar media vuelta, he
oído cómo algo o alguien se alejaba a toda velocidad al
194
otro lado de los arbustos, hacia el espeso bosque que se
encuentra pasada la cueva. No me he quedado en aquel
sitio mucho rato. Probablemente se trataba del viento.
Claro que el viento no aprieta a correr en dirección del
bosque. Quizás un animal. Un animal sí que reaccionaría
de ese modo. Prefiero no pensar más en ello.

Cada oveja con su pareja. Las hojas con el árbol, las


rocas con la tierra, el agua con la arena, Mike conmigo.
En la cueva he encontrado los restos chamuscados de
una hoguera extinguida. Se oye el zumbido de las moscas
en esta tarde en que la atmosfera pesa a causa del calor.
Al otro lado del precipicio se ven como parches de tierra
roja salpicados entre los verdes arboles. He visto muchos
salientes rocosos, algunos guijarros y los restos de una
cuchara de plástico de color rojo. El hombre. No la
Naturaleza. No se mueve una hija. Debajo de la cueva, en
un lugar que sólo puede alcanzarse con esfuerzo, se
encuentra el agua de mar, fresca, profunda, verde. Fluye
despacio. No hay nadie a la vista. Recipiente de hojalata
con tapa arrancable. De nuevo el hombre. Árboles
muertos allí arriba. Y vivos también. Hojas cubiertas de
polvo a causa del calor seco. Hojas, árboles, arbustos;
todos cubiertos de polvo. De Mike, ni rastro.

No consigo entender por qué se fugó. Claro que


quizás no fue ésa su intención. Tal vez se alejó
demasiado y perdió el sentido de la orientación.

Me he hecho un corte en la pierna al tropezar con


unas zarzas. No ha sido nada, un simple arañazo. Me ha
195
salido sangre. Resulta emocionante contemplar la propia
sangre. Me he apretado la herida para hacerla fluir;
entonces me he frotado las manos con ella y la he estado
observando durante mucho rato. De hecho, hasta que se
ha secado. Luego me he lavado las manos en el torrente.

Más tarde

«Esto se hace intolerable por momentos.»

Es lo que ella acostumbraba a decir. Todos los


veranos les oía pelear por la noche, y eso era lo que ella
decía al final. «Esto se hace intolerable por momentos.»
Por lo visto aquello que funciona de un modo más
lento se puede ir tolerando. Pero cuando la discusión se
enreda por momentos, entonces no hay quien la soporte.

El viento sopla alto esta noche. Si escucho con


atención lo oigo silbar sobre el perfil de la montaña. He
tratado de leer algo antes de la caída de la tarde, mientras
aún quedaba luz. No he sido afortunada. Mis ojos veían
las palabras pero no conseguían hilvanar ideas en la
mente. Leía las palabras sin captar su significado.

Tengo que ocuparme en algo. No puedo limitarme a


permanecer sentada escuchando al viento y
contemplando cómo anochece. Y encima pensando en
Mike.

196
Quizás haya muerto.

Podría jugar, como solía hacer en la escuela.


Siempre estaban intentando mantener tu mente ocupada.
Sin éxito, pero con tenacidad.

«¿QUIÉN ERES?»

El año pasado me catearon en redacción inglesa


porque teníamos que desarrollar un tema con este título y
yo me limité a dibujar un enorme signo de interrogación
en el papel, entregando seguidamente; sin una palabra.

Bennett dijo que tendría que haber sacado una


matrícula.

Volveré a intentarlo.

«¿QUIÉN ERES?»

Me llamo Cat Toven y soy una persona blanca del


sexo femenino que nació el 15 de febrero de 1954, hija
primogénita de Marion y Archibald Toven. Tengo un
hermano, llamado Bobby, que ha cumplido los doce.
También vive un perro en casa. Su nombre es Duke; se
trata de un gran danés viejo y moribundo.

197
Resido con todos estos seres en una casa de la
avenida Sherbourne, de Harrisburg, Pennsylvania. Mi
autentico nombre no es Cat, sino Catherine Ann Toven;
tomando la primera inicial de cada palabra se obtiene Cat.
Mi padre empezó a llamarse así cuando era casi un bebé.

De modo que vivo con todas esas personas en una


casa de ladrillo pintada de amarillo; mi dormitorio está en
la primera planta. No está mal la estancia; la decoración
resulta un poco cursi, pero la he mejorado colgando un
montón de posters e insignias que desagradaban
muchísimo a mi madre.

Mi mejor amigo es un tipo llamado Bennett Easly,


propietario de una cadena de tiendas de comestibles en
Pennsylvania. Son locales muy antiguos pero con mucho
surtido, como en los supermercados. El carnicero corta la
carne ante los ojos del cliente la salmuera está depositada
en barriles y el queso no se compra por lonchas, sino en
trozos grandes. También pueden adquirirse barras de
caramelo, chocolatinas baratas y otras cosas por el estilo.
A la gente le sigue gustando este tipo de establecimiento;
por lo menos Bennett gana mucho dinero y vive en un
precioso apartamento situado en la parte trasera de su
tienda en la avenida Sherbourne. Tiene una forma de ser
muy especial que resulta atractiva para los adolescentes;
al salir de la escuela, muchos de ellos van hasta su
comercio y él levanta la mirada cuando entran, como si
los hubiese estado esperando todo el día. Es muy
aficionado a hacer preguntas cortas, como por ejemplo:
«¿Cómo te sientes?», o «¿En qué piensas?» Entonces se
198
queda plantado ante ti hasta que le respondes. Parece
que se esté muriendo por saber cómo te sientes y en qué
piensas. Es incalculable la cantidad de niños y
adolescentes que le visitan. De vez en cuando selecciona
a unos pocos y los invita a su apartamento para seguir
charlando allí con ellos. La forma de entrar a formar parte
del círculo privado de Bennett es tener un problema
realmente enorme y como eso es algo que les ocurre a
casi todos los muchachos de Harrisburg, siempre hay
unos cuantos esperando turno para intervenir en las
escogidas reuniones.

He sido uno de los socios fundadores del selecto y


privado círculo de Bennett desde hace tanto tiempo que ni
siquiera recuerdo cómo empezó todo. Me paso la vida
yendo a verle; me encanta oírle hablar de la época en que
dio la vuelta al mundo en autostop. Después de sentarme
en mi habitación a escuchar música y escribir poemas, lo
que más me gusta en el mundo es ir a visitar a Bennett.

Fue por Navidad del pasado año en Florida cuando vi


con toda claridad que la Tierra entera se está
desmoronando a nuestro alrededor; primero al
establecerse en casa la moda de pasarse el día
gritándose unos a otros y también al enterarme de que
habían matado a balazos a unos cuantos chavales en
Ohio y un poco más tarde, gracias a las elocuentes
imágenes de la televisión, de que algunos de los soldados
que regresan de Vietnam dejan allí sus piernas, sus
brazos, e incluso, en un caso, su rostro. Al comprender
que todo esto ocurría además de otras muchas cosas que
199
tampoco eran en sí insignificantes pero que tenías que
asimilar para atender a las más recientes e importantes,
como asesinatos, solemnes funerales por Martin Luther
King y los Kennedy mientras en algunos países no había
más que destrucción, decidía que lo que debía hacer era
sentarme en la cima de cualquier montaña y meditar.
Tenía además un problema respiratorio: me ahogaba. De
momento sólo sentía molestias en casa, pero luego el mal
también empezó a importunarme en la escuela. Fue
entonces cuando resolví fugarme del hogar paterno y
emprender esta aventura.

De modo que aquí estoy, sentada en lo alto de una


montaña, pero sin pensar demasiado en nada ni en nadie,
excepto en el paradero de Mike; lo mucho que me asquea
la idea de regresar a casa y lo mucho que odio
permanecer aquí indefinidamente comiendo sólo
naranjas, galletas, fruta enlatada y carne en conserva que
huele mal y sabe peor.

Bennett tenía razón. Me tendrían que haber dado una


matrícula de honor por entregar el ejercicio con un
enorme interrogante en el centro.

Me catearon.

Cualquier día de junio

200
Ayer dormí mucho y estuve nadando. Luego hice una
larga siesta y estuve buscando a Mike.

Me está saliendo pus en el arañazo.

Sería divertido morir aquí.

Cualquier día de junio

He estado leyendo. Hasta la pagina 228. Thoreau


también lo pasó mal en ocasiones. Yo por lo menos no
pienso pasarme aquí todo el invierno.

Me he impuesto a mí misma memorizar una página


entera sólo para obligar al cerebro a trabajar.

«Cuando contaba cuatro años de edad, según creo


recordar, me llevaron desde Boston hasta mi ciudad natal,
a través de estos mismos bosques y el campo que acaba
en la charca. Es ésta una de las primeras escenas que
quedó grabada en mi memoria...»

Etcétera, etcétera.

He memorizado pues la pagina y se la he recitado en


voz alta a los arboles, al torrente y al cielo. Me gusta la
parte en que escribe sobre sí mismo. «Trabajando con los
pies descalzos, metiéndome como un artista plástico en la
desmigajada arena similar a gotas de rocío». Arena
201
desmigajada y similar a gotas de rocío. Al principio he
pensado que se equivocaba al afirmar que la arena tenía
relación con el pan y el rocío. Pero luego he ido hasta el
torrente para estudiarla y a pesar de no ser como la de las
playas he comprobado que, en efecto, poseía las
características que le atribuía Thoreau. Algunos escritores
llegan a hacerte creer lo que les da la gana.

Sigo posponiendo mi excursión a la ciudad. No


porque tenga miedo, sino simplemente porque no siento
el menor deseo de marcharme de aquí. Mike podría
regresa durante mi ausencia. Pero ayer por la noche
pensé en hamburguesas con patatas fritas y salsa cátsup
como plato fuerte, seguidas de un helado de vainilla con
fresas. Además tuve un sueño; volvía a Harrisburg y ellos
habían dejado de gritarse. De hecho, todos se habían ido,
dejando la casa cerrada a cal y canto; parecía sacada de
un cuento de terror, con sus fantasmas y arañas tejiendo
sus telas. Una voz ronca procedente de un lugar
desconocido me decía que todos habían muerto...

Me paso horas y horas mirando. Quiero decir con eso


que puedo permanecer largo rato sentada sin pensar en
nada. Me acomodo en mi círculo de piedras y contemplo
el vacío. Para eso utilizo mi nuevo edificio redondo, para
sentarme a pensar y a observar. Incluso me he dedicado
a fijar la mirada en las ramas más bajas de los árboles
para contar las hojas. En aquella de allí hay exactamente
ciento setenta y seis, sin contar las que hayan caído
desde que hice el inventario. Ahora he abandonado ya
esa costumbre. Me siento y me quedo mirando al vacío
202
como los personajes de una película que vi en televisión
sobre un sanatorio mental. A lo mejor me estoy volviendo
chiflada.

Siempre estoy pensando que va a ocurrir algo


inesperado, pero nunca pasa nada. En una ocasión pensé
en la posibilidad de volver a Montreal, establecerme en
casa de Theresa y ayudarla en su puesto del mercado.
Pero luego comprendí que no necesita mi ayuda y que
para limitarme a verla morir será mejor que me quede
aquí e imagine la escena. Además, si viviese con ella
tendría que contarle de nuevo un montón de embustes, y
ésa es una de las cosas de las que más harta me siento.

Mike ha vuelto a casa

Llegó anoche. Parecía vagar sin rumbo y me dio un


susto tremendo. Al principio creí que se trataba de un oso
o algo peor. Me lamió el cuerpo, como si me hubiese
fugado yo en vez de él. Parece encontrarse bien. Estoy
muy contenta de verle de nuevo. Apostaría cualquier cosa
a que encontró comida en alguna parte. Por lo menos ha
crecido treinta centímetros. No me cabe la menor duda de
que alguien le ha estado alimentando. ¿Pero quién?
Cojeaba ligeramente, así que le hice un reconocimiento y
encontré un manojito de espinas clavadas en la planta de
una de sus patas.

203
Le di para cenar una lata entera de su comida; pensé
que sería el mejor regalo de bienvenida. Pero no
enloqueció de placer al descubrir el manjar. Se limitó a
introducir el hocico bajo mi mano y a sacudírmela con
suavidad, como hace siempre que quiere que le acaricie.
Y además durmió junto a mí, no en su lugar
acostumbrado bajo los árboles. Creo que durante todos
estos días ha estado perdido tratando de encontrar el
camino de regreso.

Todo va mejor ahora. Mucho mejor...

Cualquier día de junio.


Ayer volvió Mike a casa

Creo que una de las cosas más horribles y


conmovedoras al mismo tiempo que he visto en mi vida
fue el atropello que sufrió un pequeño cocker spaniel
frente al colegio. El accidente en sí no tuvo nada d
agradable, pero lo que ocurrió después sí.

Habían terminado las clases y todos los chavales


vieron pasar el automóvil a toda velocidad, golpear al
perro y darse a la fuga. Y un compañero mío, Randy
Stewart, que es capaz de hacerse cien metros lisos en un

204
tiempo ridículamente corto, salió corriendo tras el
vehículo, agarró la manecilla de la portezuela, se coló a
rastras en el interior y obligó a detenerse al tipo que lo
conducía. Acto seguido le hizo dar media vuelta para
dirigirse al lugar del suceso y recoger al can herido.
Entonces el bueno de Randy y seis tipos del equipo de
beisbol llevaron a la victima a toda prisa a un hospital para
animales. Todos los muchachos chillaron como locos y el
culpable del accidente juró y soltó tacos a un ritmo de diez
por segundo. Randy y los otros no dijeron una sola
palabra. Randy se limitó a sonreír con la mandíbula
apretada y a indicarle al hombre lo que quería que hiciera:
abrir la portezuela del coche, tomar al perro con mucho
cuidado en sus brazos, sentarse al volante y poner el
motor en marcha. Fue una autentica hazaña y Randy se
convirtió durante largo tiempo en el héroe de la escuela.

En contrapartida, Randy Stewart es el mismo tipo que


provocó el ataque de histeria de Hank Farley. Hank
poseía un cabello muy bonito, que acostumbraba a
dejarse largo y suelto. El día antes de empezar las clases
tras las vacaciones, su padre lo ató a una silla y le afeitó
la cabeza; lo rapó como si fuera un monje tibetano y le
obligó a presentarse así a la escuela. A la madre de Hank
le dio lastima el chaval y le compró una peluca, que
siempre escondían en el coche para que pudiera
ponérsela sin que su padre se enterase. Un día, cuando
estábamos en clase de física, el bueno de Randy le
arrancó la peluca de un tirón y se dedicó a pasearla por el
aula para que todos pudiéramos verla. Hank no se movió
de su silla porque estaba a punto de estallar en pleno
205
ataque de histeria. Me refiero a un acceso de los graves.
Nunca antes había visto nada parecido y espero no
presenciar en el futuro una escena semejante. Los dos
entrenadores de deportes de la escuela tuvieron que
entrar en el aula y reducirlo, porque no permitía que se le
acercase nadie. Gritaba desaforadamente que mataría a
cualquiera que le pusiera una mano encima durante el
resto de su vida. No regresó a la escuela después del
incidente. Oí decir que estaba pasando una temporada de
reposo en un hospital estadal. Luego le perdí la pista y ya
no he vuelto a saber nada más acerca de él.

Me deprime pensar en estas experiencias. De todos


modos en cierto sentido me va bien. El recordar las cosas
mejores y peores sucedidas en Harrisburg cuando aún
vivía allí hace que este lugar me parezca celestial. Es
probable que sea el mismísimo cielo y que yo no me haya
dado cuenta. ¿Cómo iba a saberlo? A veces me parece
fantástico, a veces no acaba de convencerme; depende
del momento.

Estoy muy contenta por el regreso de Mike. Desde


que volvió ha permanecido siempre muy cerca de mí,
como si tuviera miedo de alejarse más de la cuenta. Quizá
después de todo necesitaba esta experiencia.

Thoreau se construyó su propia casa. Llegó hasta el


fin. Yo no soy como Thoreau, me quedo a medio camino;
pero por lo menos he sido capaz de crear para mí misma
un círculo de piedras, una especie de despensa para
alimentos y un lecho de hojas de sauce que queda
206
cubierto por una pequeña tienda de campaña. Desde una
cierta distancia, como por ejemplo desde las rocas
grandes pasada la charca, si se mira de un modo
repentino y rápido en esta dirección y sobre todo al círculo
en cuyo interior estoy ahora sentada, mi hogar parece
algo importante, fantástico. Mi circunferencia mágica
recuerda una especie de altar ritual de la prehistoria por lo
menos. Pero de cerca ya es otra cosa. Da la impresión de
que alguien ha estado amontonando piedras con la
intención de construir algo, fracasando en su empeño.

Sigo llevando el crucifijo, aunque todo cuanto esté en


contacto con él se vuelva verde...

Mike y yo hemos decidido bajar a la civilización


mañana. Él necesita comida y yo también. Todo lo que
tengo aquí tiene un sabor horrible. Quizás un plato
caliente o una buena hamburguesa me harían ver las
cosas de otro color.

Aún está durmiendo. Me refiero a Mike. Eso es todo


lo que ha hecho hoy, además de comer y sentarse al lado
del torrente cuando sentía demasiado calor. Una vez ha
ingerido alimento y se ha refrescado se tumba a mi lado y
se queda roque. No sé dónde ha estado todos estos días,
pero seguro que ha sido lejos.

Está empezando a hacer frío por las noches. Hasta


ahora no he encendido ninguna hoguera porque hacía
207
más bien calor. Además, temía ser descubierta. Pero
ahora estoy segura de algo: exceptuando la cabaña
situada al otro lado de la charca no hay nada que huela a
ser humano en cien kilómetros a la redonda. Claro que
alguien tuvo que dejar colillas de cigarrillo y huellas en la
cueva. Pero eso debió de ser por lo menos el año pasado.
En la actualidad estoy sola aquí.

Creo que esta noche no me vendrá mal un fuego.

Por la mañana de un día cualquiera

He dormido bien al abrigo del fuego. Aún quedan


rescoldos. La mañana es fantástica y me siento de
maravilla.

Anoche arrastré la manta hasta la hoguera. Luego me


envolví en ella y estuve un rato contemplando el
espectáculo. La leña estaba seca y prendió con facilidad.
Al principio el calor se hacía insoportable, pero luego
pareció serenarse y establecerse, por así decirlo, y la
llama se hizo lenta y anaranjada. Creo que no voy a bajar
a la ciudad de momento. Le daré a Mike parte de mi
comida, así que podemos esperar hasta mañana. La
verdad es que no me apetece volver a la civilización y a él
le ocurre lo mismo.

Tendría que haber encendido una hoguera hace ya


días. El fuego ayuda.
208
En casa teníamos dos chimeneas pero casi nunca las
utilizábamos. Una estaba en el estudio y la otra en la sala
de estar, coincidiendo con el tabique divisorio la parte
posterior de ambas. El día de Navidad por la mañana
acostumbrábamos a encender el fuego. Así estaba
establecido y era pecado no hacerlo. Pero el resto del año
la rutina no exigía hogar encendido. Ella afirmaba que le
causaba muchas molestias porque después nadie la
ayudaba a recoger la ceniza. Y en el fondo no le faltaba
razón. Una Navidad compró un haz de leña verde. Como
no se dio cuenta de que aún no estaba bastante seca, al
prenderla se originó una humareda tremenda y la casa
entera se llenó de humo; tuvimos que llevar todas las
cortinas a la lavandería, airear los muebles y cuidar de
Bobby; al pobre le dio un fuerte ataque de asma. Creo
que el fin del mundo no será tan terrible como aquella
mañana navideña. En cierto sentido sentí lástima por ella.
Lo único que deseaba era que todo quedase bonito y
acogedor, y después de la humareda la casa quedó como
el campo de Agramante.

A pesar de todo tendríamos que haber encendido


fuego en cualquiera de los hogares con más frecuencia.
¡Es tan agradable contemplarlo!

El año pasado en clase de literatura estudiamos a un


poeta inglés que siempre se inspiraba observando el
fuego. Solía encenderlo todas las noches después de
cenar y les decía a su mujer y a sus hijos que no le
molestasen. Entonces se sentaba frente a la chimenea y
209
contemplaba cómo sus propios poemas se desprendían
de las llamas que los rodeaban. Supongo que no era tan
fácil. Pero tal como él mismo lo explicaba, parecía lo más
simple del mundo.

Lo maravilloso del fuego es que si te fijas en él con


verdadera atención te hace olvidar todo aquello que te ha
estado inquietando. No tienes más que sentarte ante él y
concentrarte con todas tus fuerzas en las sombras que
produce, en las llamas que saltan y vuelven a caer y en
los colores cambiantes que va adquiriendo en su
evolución. Durante todo el rato que observas ese
espectáculo no piensas en ninguna otra cosa; sólo te
interesa la metamorfosis que tiene lugar ante tus ojos.

No todos los fuegos son buenos. Una vez vi en la


revista Life una fotografía a todo color —que ocupaba una
página entera— en la que un monje budista se prendía
fuego a sí mismo en Vietnam. Recuerdo haber pasado en
seguida a la página siguiente y al cabo de unos minutos
volver atrás sin atreverme a contemplar la escena en todo
su horror. Como si la muerte del monje hubiese sido más
leve por no atreverme yo a enfrentarme con ella cara a
cara. La verdad es que ni siquiera me decidía a mirar a
hurtadillas. Aquella noche, o quizás al día siguiente, fui a
casa de Bennett a charlar un rato y comprendí que había
estado leyendo la misma revista, porque había recortado
precisamente aquella fotografía y la había pegado con
celo en el panel interior de la puerta de su cuarto. Así que
no me quedó más remedio que pasarme toda la velada
viendo humo, llamas rojas y justo en el centro la silueta de
210
un hombre sentado carbonizándose. No es que a Bennett
le gustasen de un modo especial las escenas macabras.
Lo único que dijo cuando se dio cuenta de que yo tenía
los ojos clavados en el bonzo fue: «He aquí un hombre
que está viviendo de veras».

No le pregunté qué quería decir porque eso habría


significado volver a estar pendiente de la fotografía. A
cierta distancia y entrecerrando los ojos no distinguía al
hombre entre las llamas. Desde el otro lado de la estancia
el conjunto parecía una enorme nube de humo. No había
ningún ser humano quemándose en su interior. Sólo una
nube de humo, dedos de fuego y unos cuantos curiosos.

Por Dios, ¿cómo puede nadie que presencie una


escena como esa quedarse mirando con toda
tranquilidad? No entiendo a los mirones; en un caso así
aún mucho menos.

A veces hay fotos en las revistas que logran sacarme


de mis casillas. Como por ejemplo las de aquellos niños
biafreños que también salieron por televisión. Tuvimos
que llevar una colección de ellos a la escuela. ¡Reunimos
un montón! Parecía como si todo el mundo, tanto el
cosmos como el universo, tuviese que amontonar
documentos gráficos de los muertos de hambre antes de
echarles una mano. No sé dónde leí que incluso a pesar
de la concienciación masiva el dinero recaudado nunca
llega a manos de quienes lo necesitan. Siempre acaba en
el bolsillo de algún personaje influyente de Washington.

211
Algunos fuegos son agradables, otros no tanto. Como
ocurre con todo, siempre existe una parte buena y otra
mala. Fue a la vez divertida y terrible la ocurrencia de
Randy de quitarle la peluca a Hank. Quizá no pensó en
las consecuencias.

Pero los demás sí y no lo evitamos.

¿Y lo que dijo Bennett sobre el monje que se había


prendido fuego a sí mismo? ¿«Un hombre que está
viviendo de veras»?

Creo que nunca ha entendido más de un diez por


ciento de las sentencias de Bennett.

Ahora me siento bien.

«En este fresco atardecer cada brizna y cada hoja


parecen haber sido sumergidas en un verdor líquido y
helado. Dejemos que se aproximen a mirar los ojos
doloridos...»

Thoreau.

En ocasiones en casa de Bennett jugábamos a algo


que podría llamarse más o menos así: «A qué persona
muerta me gustaría tener por amigo».

212
Nunca dije Emily Dickinson porque se habrían
burlado de mí. Así que elegí a Thoreau. Bennett se rió de
mí, afirmando que Thoreau no estaba mal, pero que en
realidad era una moda pasajera que probablemente
pasaría a no tardar mucho. Después de aquel día simulé
haber superado la etapa de Thoreau, pero no era cierto.

Todavía me sigue gustando.

Creo que lo que más me gusta de Thoreau es que


parece un hombre tranquilo y poco hablador. Las
personas así son las que más me atraen. Alan Watts.
También él es sereno. Te hacen sentir diferente de ti
misma; no es nada mental, sólo una sensación. Me
resulta imposible definir con exactitud en qué me siento
distinta.

Me encantaría llegar a comprender un día quién


determina en realidad todas esas etapas por las que se
dice que pasan los adolescentes de tal modo que una
desaparece para dejarle vía libre a la siguiente.

El año pasado conocí a un chaval —se fue a vivir a


Houston en julio— que se compró dieciocho ejemplares
de un manual de lucha libre. No todos de una vez.
Adquiría uno y lo manoseaba demasiado, viéndose
obligado a conseguir otro nuevo. Pero nunca tiraba los
ejemplares ajados, los cuales guardaba juntos en una red
de baloncesto que tenía en un rincón del armario de su
cuarto. Trató de hacer una disertación oral sobre su libro
favorito en doce partes ya que según él su contenido era
213
demasiado amplio para resumirlo en una sola. Una
profesora nuestra, la señorita Purplan, le dijo en una
ocasión que ya era hora de que superase la etapa de la
«edad del pavo», evolucionase y se interesase por otras
cosas si no quería perder su capacidad intelectual y su
equilibrio innato. Pues bien, el chico no cambió en
absoluto, por lo menos durante el tiempo que permaneció
en Harrisburg. Quizás en Houston haya encontrado otras
aficiones.

¡Espero que no!

Creo que una «etapa» es algo en lo que uno se


encuentra a gusto; los demás desean que uno salga
porque ellos no son felices y sienten envidia.

Se me ha acabado la fruta envasada. Mañana tengo


que bajar a la ciudad. A Mike no le gusta en absoluto la
carne enlatada. A mí tampoco. Me quedan unas cuantas
galletas y tres latas de salchichas. Mike y yo bebemos
como condenados. Sacamos el agua del torrente; sirve
para llenar los espacios vacíos en nuestros estómagos.

No consigo recordar el nombre del chaval que se


mudó a Houston. Es curioso. Tuve una larga conversación
con él en casa de Bennett poco antes de que acabara el
curso. Sus ideas no estaban del todo mal. Dijo que le
gustaba Salinger porque no era uno de esos histéricos
que hacen descripciones detalladas utilizando
expresiones como «sus ojos color de azur
resplandecieron...» y chorradas por el estilo. Según él,
214
todo el mundo sabe qué aspecto tienen los demás, sobre
todo si son personajes de ficción, y por lo tanto no hay
necesidad de exaltarse hablando de ojos color de azur ni
de anti-héroe «bajito y rechoncho». No se creía el rumor
de que Salinger estaba en un hospital psiquiátrico. Ni se
lo creía, ni podría creérselo nunca. Además, no quería ni
pensar en tal posibilidad. Incluso aunque lo hubiese visto
sentado en una habitación de una clínica no habría
admitido que era él en persona. Habría afirmado que se
trataba de alguien parecido a Salinger.

No recuerdo su nombre. Es curioso. Era un año más


joven que yo. Su padre tenía algo que ver con eso
(¿eso?) de ir a la Luna; según él, su trabajo no tenía la
menor importancia.

Era un chaval simpático. Me fastidia no recordar su


nombre.

Quizá no me venga a la mente su identidad, pero no


he olvidado su forma de pensar. Comprendo lo que quería
decir. A mí también me gustan los libros cuyo autor no se
imagina que está creando algo que va a convulsionar al
mundo y a revolucionar conciencias y mentalidades. Un
libro debe ser como una conversación en la que el escritor
te trasmite sus pensamientos e impresiones,
preguntándose si a ti, lector, no te ocurrirá más o menos
lo mismo.

Todos los tipos del siglo pasado creían estar


haciendo algo grande. Pero se equivocaban; el único que
215
escribió algo que valiera la pena fue Thoreau, que nunca
se planteó ser nada del otro mundo.

¿Cómo es posible que recuerde todo cuanto dijo


aquel chaval y que haya olvidado su nombre?

Lo lamento de veras.

En historia siempre estábamos estudiando


acontecimientos terribles y vidas ejemplares. Como si
alguien lo hubiese liado todo para que los buenos
llegasen a tiempo de denunciar el caos. No tiene sentido.
Parece que la catástrofe sea necesaria para la
intervención de los héroes revele al mundo su calidad de
salvadores. ¿Acaso la gente buena no puede serlo si no
tiene algo terrible que enmendar de vez en cuando?
¿Quién inició la primera guerra mundial, quién la provocó?
¿Quiénes fueron los causantes de la segunda guerra
mundial, de la de Corea y la de Vietnam?

Bennett tenía ideas fantásticas relativas a este


asunto. Siempre que las discusiones y conversaciones
terminaban sin que nadie obtuviese respuestas ni nadie
resolviese los problemas planteados él acostumbraba a
sentarse en su enorme silla de mimbre y a decirnos: «No
os esforcéis tanto. A veces simplemente no hay
respuesta». Nada más. Eso era todo.

Yo personalmente entendía lo que quería decir, pero


no creo que le ocurriese lo mismo a Paul Reed, cuyo

216
padre murió en Corea al día siguiente de nacer Paul. A
Paul le queda una madre y una caja de medallas.

Tengo sueño.

Buenas noches.

1 de julio (no puedo creerlo)

¡Qué barbaridad! Ocurrió lo siguiente: Mike y yo


bajamos hace unos tres días a la ciudad para comprar
provisiones, en particular comida para perros destinada a
ya saben quién. El viejo francés del pequeño colmado se
mostró más amable que la otra vez. Parecía recordarme y
estuvo cotorreando durante mucho rato sin que
entendiera una sola de sus palabras, hasta que por fin
entró una embarazada —todavía lo está— y resultó que
afortunadamente hablaba inglés. Entre los dos me
hicieron un montón de preguntas, como por ejemplo si
estaba en el campamento católico, en el judío o en el
hippíe (acento en la segunda «i»). Mis respuestas fueron
no, no y no.

Parecía un interrogatorio por homicidio en tercer


grado. Al principio me asusté un poco. Quizás alguien
había estado buscándome o algo por el estilo. Pero tras
gesticular con las manos, sonreír con los labios y asentir
con la cabeza, llegué a la conclusión de que querían algo
de mí. Así era, en efecto. El viejo andaba buscando a
217
alguien que le ayudase a pintar la tienda. Dijo, es decir la
embarazada dio que había dicho, que me pagaría unos
quince dólares, que el trabajo duraría más o menos un par
de días y que además me regalaría dos bolsas llenas de
artículos de su tienda. Al principio pensé que estaba
haciendo un buen negocio, hasta que ayer se acercaron
unos hombres y se estuvieron riendo de mí. Me hallaba
en lo alto de la escalera y el señor Gebél (acento en la
segunda «e») se encontraba debajo pintando la parte
inferior de la pared, como es lógico, ya que si necesitaba
ayuda era precisamente porque se sentía demasiado viejo
para pasarse el día subiendo y bajando por la escalera
medio rota. Sea como fuere, aquellos tipos entraron y
empezaron a reír a carcajada limpia, señalándome con el
dedo y tomándole el pelo al viejo Gebel por algo que no
acabé de entender. Aunque no conseguí captar casi nada
de lo que decían, creo que la broma principal consistía en
mofarse del viejo porque me había hecho caer en la
trampa. Uno de ellos puso los brazos en jarras y empezó
a caminar en círculo como si nos fuese a interpretar un
baile indio, y los demás, incluido Gebel, parecieron
considerar que aquello era lo más divertido del mundo. No
les presté demasiada atención, y al cabo de pocos
minutos entraron en la trastienda y me dejaron tranquila
en mi escalera.

Al principio no fue un trabajo duro, pero sobre las


doce de la mañana empezó a hacer calor y tuve la
sensación de que alguien estaba arrancándome los
omóplatos, tirando de ellos separadamente. Es justo entre
los hombros donde le duele a uno cuando pinta.
218
La embarazada vino un par de veces, me saludó con
la mano y me dedicó alguna que otra sonrisa. Su aspecto
era horrible. Pero parecía sentirse feliz. Y era muy
agradable.

El viejo Gebel me dejó dormir en un remolque que


tiene en la parte trasera de la tienda, que antes utilizaba
como almacén y donde aún guarda algunos enseres. Mike
también fue invitado. Era el lugar más sucio que he visto
jamás. Acabé por sacudir una manta, sacarla al exterior,
llevármela tras el remolque y dormir bajo los árboles. Creo
que no me vio. No me habría gustado herir sus
sentimientos, pero estoy acostumbrada a dormir en
contacto con la naturaleza. Y además me dan mucho
miedo las arañas. En el remolque vi un par de ellas; eran
tan enormes, que parecían mutantes.

Considerando en su conjunto, no ha estado tan mal el


negocio. No ha sido redondo, pero tampoco un desastre.
En un par de ocasiones estuve a punto de decirle a Gebel
que se buscase a otro; cuando aquellos hombres se
rieron de mí y cuando empezaron a dolerme los hombros.
Pero en ambos casos me puse a pensar en mi hogar de
las montañas, los quince dólares y las dos bolsas de
alimentos. Al acabar la faena me quedarían treinta y cinco
dólares, casi tantos como los que tenía al salir de casa; y
eso no estaba nada mal.

En estos momentos estoy sentada en los escalones


del remolque. Es demasiado temprano para acostarse.
219
Ayer Mike le ladró a todo aquel que pasó por delante de la
tienda. No está acostumbrado a la gente. Y no es fácil
adaptarse a las personas, se necesita algún tiempo para
aprender a convivir con ellas.

Una de las veces empezó a ladrar en un tono más


alto de lo habitual, como si frente al establecimiento
hubiese alguien dispuesto a reventarle la tapa de los
sesos. Le conminé a callarse repetidas veces pues temía
que ambos nos viésemos en apuros, pero se negó a
hacerme caso y finalmente tuve que bajar de la escalera;
cuando me acercaba al lugar donde estaba, dando un
rodeo en medio del desorden reinante, vi a un tipo vestido
de azul desteñido que salía corriendo como alma que
lleva el diablo. Mike se lanzó en su persecución como un
desesperado. Pronto dieron la vuelta a la esquina y
desaparecieron. Y eso fue todo. Unos quince minutos
después Mike regresó con expresión orgullosa. Supongo
que el tipo le había estado incordiando o algo por el estilo
y se sentía satisfecho de sí mismo por haberle dado un
buen susto. ¿Quién sabe?

¿Vestido de azul desteñido? ¡Por todos los diablos!

No sería el mismo... No, eso es imposible. La verdad


es que no conseguí verle con claridad. Casi no me quedó
tiempo de distinguir qué aspecto tenía debido a la
velocidad con que corría. Además, supongo que en el
mundo habrá miles de personas que tengan un traje
desteñido de color azul. Prefiero no pensar más en ese
asunto.
220
Gebel me dio para cenar algo de queso, dos
panecillos y una Coca-Cola. A Mike le ofreció un hueso.
No es mal tipo. Creo que se siente culpable de hacerme
pintar la tienda por un precio tan bajo. Cuando trabajamos
juntos se pasa el rato charlando sin parar, al igual que
hacía Davion, como si en el fondo no importase en
absoluto que pueda entenderle o no. Es viejo y tiene una
buena barriga. He notado que evita hacer cualquier
esfuerzo con el brazo y pierna izquierdos, como si no
funcionasen tan bien como los miembros del lado
derecho. Pero no es mal tipo. Acaricia mucho a Mike y
levanta los brazos en el aire trazando con ellos una
amplia figura cóncava. Cuando se ríe se le agrandan los
ojos.

Sea como fuere, tendría que liquidar este trabajo


mañana mismo para poder regresar a mi hogar. Me
refiero a las montañas, claro. Espero encontrarlo todo tal
como lo dejé. Escondí la tienda y la comida que me
quedaba: si alguien quiere llevarse algo por lo menos
tendrá que buscar a fondo.

El hecho de estar sentada en los escalones de un


remolque me hace pensar en Theresa. Y al pensar en
Theresa me acuerdo también de algunos otros, sólo de
unos pocos.

Resulta duro estar sentado con la espalda vertical,


pero si la encorvas es peor: duele. En cierto sentido me
alegro de haberme demostrado a mí misma que soy
221
capaz de pintar un local. El año pasado no sabía que
podía hacerlo. Lo hemos revestido en un tono verde-
azulado, algo que no necesitaría explicarle a cualquier
persona que estuviese conmigo en estos momentos
porque mis brazos, manos y pecas son de color verde-
azulado.

Mañana cuando sobre iré a comprarme dos enormes


bistecs para llevármelos a mi montaña y cocinármelos con
fuego de leña. Espero que nadie haya destruido mi círculo
de piedras. Me pregunto cómo estará el torrente. Anoche,
cuando meditaba sobre la posibilidad de marcharme de
aquí, pensé en Harrisburg. Se me ocurrió que sería
divertido que algún conciudadano pasara por aquí y me
viese.

Me alegro de haber descubierto unas cuantas cosas


acerca de mí misma. Ahora sé que puedo trabajar duro y
ganar dinero, aunque pensara en largarme antes de
terminar y aunque me estén engañando.

Lo peor de no pertenecer a nadie ni a ningún lugar es


que te ves obligado a actuar como si te sintieses muy
seguro de ti mismo. Debes dar la sensación de ser fuerte
y resuelto, aunque en vez de eso te sientas como una
especie de esponja húmeda. Algunas personas se sientan
a esperar que pase ante ellas un tipo de aspecto débil,
estúpido y asustado. Pero si das la impresión de saber
muy bien qué estás haciendo y adónde te diriges,
acostumbran a dejarte en paz. Hay que mantener las
apariencias porque son una buena ayuda.
222
Un enorme pastor alemán negro con expresión fiera
también ayuda.

En cualquier caso nadie se preocupa de conocerte a


fondo, por dentro. Sólo quieren sacar provecho de ti; les
importa únicamente qué es lo que vas a hacer por ellos y
qué se van a sentir obligados a hacer ellos por ti. Y eso
me parece asqueroso. Pero supongo que las personas
siempre han sido así y no van a cambiar en el futuro; no
se puede luchar contra la naturaleza humana. Si desde la
noche de los tiempos no hemos mejorado, está claro que
no hay nada que hacer.

En el remolque hay un espejo resquebrajado. No


reconocí la cara que vi en él. Parece haber estado
viajando durante largo tiempo. Está más bronceada y
flaca que la última vez que reparé en ella. Le ha crecido
mucho el cabello, que por la acción del sol se ha tornado
casi blanco, a mechas.

Al colocar la mano en uno de los lados de la


resquebrajadura la mitad del rostro que ves en el espejo
te resulta familiar, y cuando cubres por completo el otro
lado aún te lo parece más. Pero si quitas la mano y unes
las dos mitades, ninguna de ellas tiene el menor sentido.

En una ocasión dijeron que había salido a su padre.


No recuerdo qué aspecto tiene el padre. Ahora no se
parece a nadie como no sea a sí misma. Recuerda un
poco a aquella chiquilla de Harrisburg, pero no mucho.
223
Creo que ha estado viviendo largo tiempo sola, en
contacto con la tranquila naturaleza y con un amigable y
silencioso compañero que le ha permitido aprovechar la
mayoría de las ventajas que proporciona la soledad. Y
unos pocos de sus inconvenientes.

Ayer la estuve mirando un rato, interrumpiendo mi


búsqueda de arañas y pensando que no estaba tan
dolorida y que mis brazos se mantenían fuertes. En un par
de ocasiones creí reconocerla. Pero no.

De hecho, en el instante de tomar la manta para


instalarme con ella bajo los árboles decidí que no la había
visto nunca antes.

2 de julio, jueves

Debo mantener una cuenta exacta de los días.

¿Cómo puedo describir lo que significa regresar a un


lugar que nunca antes habías deseado visitar como no
fuera por unas horas y del que has acabado por
permanecer ausente algunos días? Como ir a hacer un
corto recado, sufrir un accidente y acabar pasando un par
de meses en el hospital.

Esta mañana Mike y yo hemos regresado a las


montañas sin dejar de correr prácticamente durante todo
el camino, arrastrando como podíamos las bolsas y
224
tirando al suelo su contenido por lo menos una docena de
veces. Por fin las hemos dejado en lugar seguro y hemos
ascendido por nuestros escalones de piedra, encontrando
nuestro claro tal como había quedado al partir.

Las cosas más sencillas poseen una belleza casi


irresistible. A las orillas del torrente están creciendo
helechos. No me había fijado en ellos. ¿Cuándo
crecieron? ¿Habrá sido durante nuestra ausencia, o han
estado aquí todo el tiempo sin que yo haya reparado en
ellos? En el camino de la charca hay ramilletes de flores
purpúreas con un pequeño botón amarillo y exactamente
dos hojas por tallo. La pinaza ha caído en mi círculo de
rocas o bien ha sido barrida hasta él por el viento. Pero
embellece el lugar, de modo que no voy a quitarla. El
torrente parece más azul y también más fresco, y el
musgo que lo rodea está más verde y aterciopelado. Lo
primero que hemos hecho ha sido encender fuego,
transportar las bolsas hasta aquí arriba, buscar un palo
largo, fuerte y puntiagudo en el extremo, ensartar en él
nuestros bistecs, cocinarlos y comérnoslos aunque
estuviesen medio crudos. ¡Teníamos tanta hambre y olían
tan bien a medida que se iban asando!

Esta mañana, durante todo el camino de ascenso,


Mike ha ido avanzando y retrocediendo ladrándole a algo.
Creo que se siente tan molesto con la gente como yo.
Bueno, ahora ya estamos aquí solos con la única
compañía de la brisa, el torrente, los helechos y los
ramilletes de purpúreas flores silvestres.

225
He enterrado los quince dólares, juntamente con los
otros veinticinco, en una lata de macedonia de frutas
vacía; también he montado la tienda y he guardado las
nuevas provisiones en mi despensa de piedra. Tengo
alimentos envasados que deben calentarse a fuego lento:
spaghetti y macarrones con queso.

En estos momentos estoy sentada en el torrente


contemplando cómo Mike se espulga laboriosamente en
una roca cercana, cómo se seca la ropa que he dejado
extendida aquí al lado, cómo el último tirabuzón de humo
se eleva sobre la hoguera apagada y cómo el agua fresca
se desliza y ondea sobre mis piernas. Siento que los
tendones de mis brazos y hombros se liberan, y eso hace
que me sienta bien; escucho a dos grajos que discuten
cerca de mí, justo sobre mi cabeza, y oigo soplar el viento
entre las ramas de los arboles más altos. El sol atraviesa
la parte más elevada del cielo color turquesa; desde el
fondo del agua se forman las burbujas que vienen a
estallar sobre mi estomago; unas ligeras olas de un azul
más oscuro, demasiado hermosas para describirlas con
palabras, reflejan los rayos solares. Únicamente percibo
los sonidos que se encuentran a mi alcance auditivo; son
suaves y provienen del aire, los pájaros, el agua que
fluye. No tengo la menor sensación de desnudez, de
fealdad o de soledad; sé que he descubierto algo perfecto
e importante y con eso me basta.

«Dejemos que se aproximen a mirar los ojos


doloridos.»

226
Pero no de momento; dentro de un rato quizá.

2 de julio, por la noche

Tengo la piel arrugada de tanto permanecer en el


agua. Mi ropa está tiesa por haberse secado al sol. Mike
ha ido hasta dónde está mi manta y la ha extendido como
si quisiera indicarme que ha llegado la hora de dormir.

Y tiene razón.

Pero no tengo sueño. Hay mil pensamientos


merodeando por mi mente. El señor Gebel me pagó
exactamente la cantidad prometida, me dio dos bolsas
vacías y me dijo que las llenase a mi gusto. Frunció un
poco el ceño cuando señalé los dos bistecs, pero no se
negó a regalármelos. También me ofreció un enorme
paquete de comida desecada para Mike, además de
permitir que llenase las bolsas con todo cuanto se me
antojase hasta que rebosaron por todas partes. Luego
depositó en mis manos dos tabletas de chocolate, me
besó y regresó a la trastienda, que es donde vive,
corriendo bruscamente la cortina de separación.

Es un viejo divertido.

3 de julio
227
Como dicen, he dormido como un tronco. ¿Quién lo
dice? Lo ignoro. Voy a tratar de construir un dique en el
torrente para que resulte más profunda mi bañera
particular de piedra. No tengo tiempo para escribir. Mis
pecas y uñas todavía no han perdido el color azul-
verdoso.

Creo que se irá borrando poco a poco.

4 de julio

He oído ruido de petardos que creo que estallaban


por la parte de la charca. Me han despertado, dándome
un susto de muerte. Al principio he creído que se trataba
de un arma. Luego he recordado en qué día estamos. Por
lo visto hay norteamericanos por aquí. Supongo que los
franceses no tienen el menor motivo para lanzar petardos.

A Mike le producen pánico. Ha estado corriendo en


círculo toda la mañana. Pensándolo bien, no veo por qué
razón los norteamericanos se empeñan en lanzar
petardos y cohetes. Al estar en Canadá se tiene una gran
ventaja; aquí no se encuentra uno con yanquis felices.
Algunas cosas pueden observarse mejor a cierta
distancia, siempre que el ojo esté acostumbrado a ellas y
preparado para juzgarlas.

228
Bennett siempre decía que era ya demasiado tarde
porque los Estados Unidos sufrían el síndrome de fatiga
imperialista. Le pregunté qué quería decir; me explicó que
ya estábamos hartos de llevar la corona y el cetro y que
cuando te cansas de lucir los laureles y nadie acude a
arrebatártelos has de buscar un medio de librarte de ellos.
Según él, Norteamérica está en la actualidad tratando de
encontrar un modo de quitarse de encima su soberanía.
Se han cometido muchos errores y no puede hacerse
nada por subsanarlos. Eso era al menos lo que él
afirmaba.

Pero yo no estoy tan segura de que tuviera razón.


Desde luego no me agradaría en absoluto ser presidente
o algo por el estilo; pero lo que ocurre en realidad es que
la gente parece haber olvidado unas cuantas cosas. Las
personas se están acostumbrando desde sus casas a que
todo vaya de mal en peor, hasta tal punto que hay quien
vive esperando que disparen contra alguien causando su
muerte o que estalle una bomba en un edificio cualquiera.
Y cuando no ocurre nada de eso, muchos humanos se
sienten defraudados y entonces dicen o hacen algo que
provoca en alguien el suficiente estado de locura como
para que mate a sus congéneres a balazos o coloque
explosivos por todas partes. Y la muerte y las explosiones
no engendran sino más muertes y explosiones. Por lo
visto la vida de algunos de nosotros es tan escasa en
acontecimientos, que no pensamos más que en sentarnos
a escuchar las noticias de las seis para asegurarnos de
que todavía existimos y que por lo menos somos capaces
de meter la nariz en la vida de los demás. Cuando
229
reflexionas con un poco de calma te das cuenta de que
todo lo que hace Frankestein en el programa de última
hora Late Late, ha sido ya comentado, con ilustraciones
incluidas a las seis de la tarde por Huntley y Brinkley.

Recuerdo que una noche estábamos cenando los tres


—me refiero a mi madre, Bobby y yo— y en la televisión
dieron un reportaje filmado sobre los muertos de
Camboya, cuyos cuerpos flotaban río abajo con las
manos atadas a la espalda. Estaban hinchados y
abotargados, y sus rostros tenían un horrible color
verdoso; mi madre dijo «Dios mío, no». Bobby masculló
algo así como »Dooío, ohh» y yo me dediqué a contar los
guisantes que había en mi plato sin levantar la cabeza
hasta que salió el anuncio de Alka-Seltzer.

Pocas noches después hubo acaloradas discusiones


sobre aquellas matanzas y se armó un gran revuelo
porque había quien ponía en duda que nuestros soldados
estuviesen actuando como era debido; incluso hubo quien
afirmó que se comportaban como asesinos. Creo que los
que están en el frente ya no saben distinguir entre un
buen soldado y un criminal; en ese caso lo que habría que
hacer sería dar por terminada la guerra y permitir que todo
el mundo volviese a su casa. Así esos pobres tendrían
una oportunidad para reposar y determinar qué son y
adónde van.

Las noticias acostumbraban a alterar terriblemente a


mi madre. Claro que cuando ya no se está muy centrado
no es difícil acabar de desquiciarse. Lo que no conseguía
230
comprender era por qué persistía en ver y escuchar una
información que tanto la transtornaba. Pero cada noche
se sentaba a cenar con nosotros el televisor, ocupando el
lugar de mi padre, quien había vuelto a marcharse a
Nueva York, donde estaba trabajando en algo misterioso.
No se nos permitía abrir la boca hasta que Huntley y
Brinkley habían cesado de hablar. Claro que tampoco
importaba demasiado, porque ninguno de nosotros tenía
nada de particular que decir.

Sigo sin comprender qué razón pueden tener los


norteamericanos para lanzar cohetes y petardos.

Creo que el error está en pensar que un país es por


sí mismo un universo especial lleno de tierra, espacio y
ciudades que nada tienen que ver con la gente que mora
en él. Como si se pudiera separar una cosa de otra. Por
ejemplo: cuando decimos que el país se está yendo al
infierno, debemos tener en cuenta que somos nosotros
quienes estamos cayendo en picado como parte
integrante de esa tierra, ese espacio y esas ciudades.
Cuando algunas personas afirman que detestan a los
hippies tienen que comprender que es a sí mismas
quienes detestan, porque tanto los hippies como los
demás forman parte de un sistema al que todos
pertenecemos. Todos sin excepción formamos parte de
un único núcleo.

No es fácil pensar así. Por una razón que


desconozco, aquí, en la cumbre de una montaña, me
resulta más sencillo juzgar las cosas que cuando vivía en
231
Harrisburg. Claro que en Harrisburg todo me parecía
dificilísimo. Aquí, cuanto hago es duramente simple, por
así decirlo. No consigo acabar de entender el motivo, ni lo
lograré a no ser que dejen de lanzar cohetes.

Me vienen tres palabras a la memoria. No sé dónde


las leí o escuché. «Laúd sin cuerda». Pretendían describir
un silencio perfecto. Eso es lo que necesita cada uno en
su casa y todos los humanos en el mundo entero. Un laúd
sin cuerdas.

Ya basta de petardos, por favor...

Recuerdo un Cuatro de Julio en particular. No era


más que una niña; mis padres decidieron que, como el
tráfico iba a ser muy denso, lo mejor era quedarse en
casa y organizar una comida al estilo campestre en el
patio de la parte trasera. Nos pasamos la mañana
trabajando en equipo, los cuatro, preparándolo todo.
Freímos pollo, hicimos ensaladilla rusa, preparamos
huevos duros sazonados y mi padre congeló crema de
helado casero, vació sobre ella una lata entera de jarabe
de chocolate y convirtió el conjunto en helado de
chocolate. También estuvo dando vueltas por el patio con
Bobby entre sus hombros; mi hermano era entonces casi
un bebé que empezaba a caminar y en aquella ocasión se
pasó el día sentado en su lugar favorito con una bandera
norteamericana en la mano. Comimos alegremente y
luego nos tumbamos sobre unas mantas para contemplar
la puesta de sol y la salid de las primeras estrellas. Mi
padre nos dio a Bobby y a mí una bolsa llena de cohetes
232
de chispa y «buscapiés»; una vez los hubimos gastado
todos nos fuimos los cuatro al parque de Sherbourne y
estuvimos jugando alrededor del león de tres patas.
Cuando iniciamos el regreso a casa mis padres
caminaban abrazados, Bobby marchaba en cabeza con la
ondeante bandera en la mano y yo iba detrás de ellos
contemplando la escena.

Pasamos un día estupendo. Fue un bonito Cuatro de


Julio.

Hace ya muchos años.

De entre todas las cosas que no entiendo, hay unas


cuantas que aún entiendo menos que otras.

4 de julio, por la tarde

Mike y yo hemos ido a investigar dónde tiraban los


cohetes. Claro que ya lo sabíamos de antemano: en la
cabaña situada al otro lado de la charca. No hacía falta
ningún reconocimiento. Por lo menos debía de haber
treinta o cuarenta personas.

Me alegro de que a Mike le asusten los cohetes. De


otro modo probablemente habría atravesado los arbustos
de un salto y se habría plantado en medio del jaleo. Pero
no ha sido así; de hecho, ha regresado antes que yo. Me
he escondido tras los matorrales y he permanecido allí un
233
rato tratando de averiguar qué hijo correspondía a cada
padre. ¡Había tanta gente! Desde una cierta distancia
parecían estar divirtiéndose. Pero nunca se sabe. Tenían
dos pelotas de playa y algunos botes hinchables de goma.
He visto cómo asaban la carne en una parrilla de la que
se desprendía un aroma estupendo.

El curso último, en la asignatura de literatura inglesa,


hicimos la crítica de una novela corta. Para ello tuve que
leerme unas cuantas, pero casi no me acuerdo de
ninguna. No he olvidado los nombres de sus respectivos
autores, pero sí los argumentos de sus historias.
Maugham, Poe, Hemingway, Steinbeck y otros. Sin
embargo, aunque parezca raro, de la única historia que se
me ha quedado grabada en la mente no recuerdo el
nombre del autor. Después pensaré en lo extraño que
resulta esto.

Bueno, no tiene importancia. Al final del relato el


corazón me latía muy de prisa; tras concluir la lectura
estuve varios días pensando en él. Trata de una mujer
que es invitada a un baile de máscaras en una mansión
rural cuyos dueños poseen una gran finca; pero ignora
que se trata de una fiesta de disfraces. Se presenta en el
lugar de la celebración y se encuentra con que todos los
asistentes visten ropajes extraños y divertidos y se cubren
el rostro con máscaras. Máscaras de lo mas grotescas y
extrañas, en su mayoría caras de animales, según creo
recordar: caballos, osos, tigres... lo más raro de todo es
un hombre totalmente embutido en una enorme pelota de
plástico pintada de forma que semeja un poco de puerta
234
con cerradura. Al llegar la protagonista, el hombre-pomo
monta en cólera con ella porque no se ha vestido de llave
como según él habían acordado de antemano.
Naturalmente, no es cierto que hayan planeado
disfrazarse en equipo. Cuando empieza a sentirse
aturdida por cuanto le está ocurriendo, de repente alguien
anuncia que va a concedérsele un premio a la mejor
máscara. Los jueces examinan con atención a los
presentes. Por fin le toca el turno a ella; al contemplarla
los que deciden quién será el ganador se ponen a saltar y
chillar, exclamando que es la mejor máscara que han
visto jamás. Todo el mundo le pregunta de qué material
está hecha, forman círculo a su alrededor y tratan de tocar
su rostro. La mujer cree haberse vuelto loca y abandona
la mansión a toda velocidad, gritando histéricamente.

Más tarde la encuentran estirada en la calle con la


cara hecha jirones, sangrando con profusión, hundiendo
sus uñas y arañándose el rostro como si quisiera
arrancarse la piel. La historia acaba con al protagonista
tendida sobre la calzada tratando de quitarse una
máscara imaginaria, mientras los animales la contemplan
inmóviles. Se desangra y por fin muere.

Nunca olvidaré aquel relato.

Me he quedado cerca de la charca observando un


rato a toda esa gente que se ha pasado el día riendo,
jugando con sus pelotas de playa y lanzando cohetes y
petardos. Luego, y junto a Mike, he regresado a mi hogar.
Hemos estado oyendo el ruido de los fuegos de artificio
235
durante gran parte de la velada. Nadie nos ha preguntado
si nos apetecía o no.

Mike estaba muy asustado. Se notaba con sólo


mirarle, porque no ha dejado de temblar. Y desde luego
no hace ningún frio.

5 de julio

¡Qué mañana tan pacífica y silenciosa! Doy gracias al


cielo. Creo que no habría podido soportar ni una sola
candela romana más.

Mike y yo hemos pasado la mañana en el torrente y la


tarde tomando el sol.

Necesito más leña seca para el fuego. Tengo que


encontrarla antes de que oscurezca demasiado. Mañana
Mike y yo iremos a explorar en dirección Este. Los
alrededores en las otras direcciones los conocemos muy
a fondo y únicamente nos queda el levante.

Lo de traer comida envasada lista para calentar ha


sido una gran idea. No tengo más que arrancar el papel
de aluminio, dejar la lata sobre las brasas y a los pocos
minutos tengo macarrones con queso, o spaghetti, o
estofado de buey. El hombre que descubrió el fuego por
vez primera tendría que haber sido condecorado con
todos los honores.
236
Lo que más me gusta son los macarrones.

7 de julio

He encontrado la autopista. Está al Este de nuestro


claro. Mas o menos donde imaginaba; justo debajo de
unas rocas enormes. De modo que no se puede ver si no
es asomándose al precipicio desde el mismo borde de las
rocas. Sigo sin entender por qué no oigo el ruido del
tráfico, pasando los coches tan cerca. Supongo que debe
de tener algo que ver con las corrientes de aire; seguro
que el viento sopla en una dirección que aleja los sonidos
procedentes del Este.

Ayer estuvimos sentados en una de esas rocas


durante largo rato, contando los vehículos que circulaban
por allá abajo. Voy a bautizar a esa zona con el nombre
de «montaña cuentacoches». No me he preguntado la
razón; al fin y al cabo, ¿qué hacemos en ella? Pues mirar
cómo pasan los automóviles uno tras otro. También he
encontrado la carretera que lleva hasta la cabaña situada
al otro lado de la charca. Vamos, supongo. ¿Adónde iba a
conducir si no? Una gruesa cadena la cruza de lado a
lado; de ella cuelga una placa con la siguiente inscripción:
«Camino particular. Prohibido el paso». Supongo que si la
cadena está colocada es porque no hay nadie en casa.

237
No nos acercamos ayer a la cabaña porque iba
cargadísima con leña. Encontré dos árboles muertos que
se deshacían en astillas muy secas. También di con unos
arbustos de bayas, aunque he de reconocer que mis
conocimientos es este aspecto son muy limitados.
Parecen arándanos, pero su fruto es demasiado
blanquecino, no azul como debiera. Y además no es tan
blando como el arándano.

Preferí no probar ninguna de las bayas. Si los


médicos se niegan a acudir al mercado hortofrutícola de
Montreal, supongo que menos vendrían hasta aquí.

Empiezo a sentir que todos estos bosques me


pertenecen. Mike y yo hemos explorado la zona e incluso
hemos marcado senderos donde antes no había más que
matorrales o superficies uniformes. He aprendido a
distinguir algunos árboles e incluso ciertos troncos caídos.
Sé dónde están los zarzales y tanto Mike como yo hemos
reconocido la cueva situada sobre la charca. También
hemos descubiertos una cabaña, la autopista y una
carretera sin asfaltar. Cuando uno se muda de vecindario
necesita un tiempo para establecerse y sentirse en casa.
Este es mi vecindario y empiezo a considerarlo mi propio
hogar. Conozco todos sus rincones.

Hoy me ha ocurrido algo especial: he visto a un


hombre desde la cima de la «montaña cuentacoches».
Descendía en dirección a la autopista y ha aparecido de
repente por entre los matorrales que flanquean la
carretera. Se ha quedado inmóvil unos minutos, mirando
238
en todas direcciones como si se dispusiera a hacer
autostop. Luego ha vuelto a desaparecer tras los arbustos
y eso ha sido todo. Ha sucedido de un modo tan rápido
que incluso he llegado a pensar que era fruto de mi
imaginación. Pero no, se trataba de un hombre de carne y
hueso.

No llegaré a las lágrimas por ello, pero siento


auténtico amor por este sitio. Cerca de aquí hay una
hiedra silvestre. Los zarcillos brotan en todas direcciones.
Parecen crecer buscando los árboles más altos, como si
desearan trepar por ellos. He visto algunos troncos
prácticamente cubiertos de hiedra silvestre. Algunas
vetículas alcanzan su propósito.

No muchas.

8 de julio, por la mañana

Dios mío, está ocurriendo algo terrible. Lo peor de


todo. Llueve. Me estoy helando. La tienda me proporciona
cierto refugio. Pero no demasiado. Ha empezado esta
mañana temprano en forma de fina llovizna y así ha
permanecido durante todo el día, con una especie de
obstinación. Mike se ha largado por ahí. No le culpo. Si
supiera adónde ir, también emigraría yo. Ni siquiera
puedo sentarme con la espalda erguida en esta estúpida
tienda; he estado tantas horas encorvada que me siento
como un acordeón. Además, tampoco sirve de mucho que
239
digamos. El agua está empezando a filtrarse por las
esquinas. Mi ropa está empapada. He tratado de leer para
mantener la mente ocupada. No he podido. El frio y la
humedad absorben por completo mi atención.

No puedo quedarme aquí mucho tiempo. La lluvia


está arreciando por momentos y el fragor es tremendo. No
he me atrevido a salir para comprobar el estado del techo
de la despensa. Por las latas no hay problema, pero
ignoro qué va a ocurrir con el resto, pues aunque está
cubierto con ramas me temo que sea insuficiente.

Los dientes me castañetean. Me da la impresión de


que el viento va a arrastrar la tienda de cuajo. No puedo
escribir, me estoy calando. Y todo lo demás también está
mojado.

Está empezando.

8 de julio, creo

He vuelto a perder la noción del tiempo. Sin sol me


siento incapaz de distinguir el día de la noche. Sigue
lloviendo.

Hace un rato he abandonado la tienda porque el agua


se colaba por todas partes. He cogido algo de comida y
he salido corriendo hacia la cueva. La lluvia era tan
torrencial que casi no veía el sendero. He tropezado con
240
Mike a mitad de camino. Se dibujaba en su cara una
curiosa expresión, como si estuviera pensando: «Pero,
estúpida, ¿por qué has tardado tanto?»

Por lo menos este lugar está seco. Bueno, casi seco.


Se respira una cierta humedad y yo estoy empapada,
pero el aguacero se ha quedado fuera y me siento a
cubierto. No tengo apetito. Le he dado a Mike su comida
desecada. ¡Desecada! Ese término resulta irónico. En
estos momentos estoy sentada contemplando una lata de
spaghetti. He olvidado el abridor.

Sentada. Lo único que hago es ver caer el chaparrón.


Ahora es como una cortina de agua; si la miras durante
bastante rato acabas por tener la sensación de que te
estás moviendo y vas a precipitarte en ella. Algo se
mueve, no sé qué es. Me encuentro muy mal. Odio la
lluvia. Envidio a las personas que ahora estarán calientes,
secas y cómodas.

Será mejor no pensar en eso; todo parece pero al


hacerlo. Seguiré aquí sentada con la mente en blanco.

¡Cómo voy a mantener la mente ocupada si me estoy


helando!

Mike se ha dormido. Está caliente ahora que se le ha


secado el pelo. La piel de los animales no permanece
mojada mucho tiempo. Dejemos eso ahora. Los
relámpagos no paran de surcar el cielo, ni los truenos de

241
retumbar en él. Me resultaría imposible decir en qué día
estamos ni qué hora es.

Acaba de ocurrírseme que hace siglos que no oigo a


nadie pronunciar mi nombre. No deja de ser curioso que
eche de menos algo así. De todos modos, tampoco estoy
particularmente ansiosa porque alguien me llame. El
problema es que cuando empiezan a usar tu nombre para
exigirte que vayas o vengas ya no paran de hacerlo,

¡Era tan agradable este paraje hace unos días, con el


cálido sol y el cielo azul intenso! Toda mi leña quedará
calada. Me da la impresión de estar en la ruina.

No pienses en eso ahora. No pienses en nada que te


recuerde a algo.

¿En qué voy a pensar? ¿Cuál era mi cara original?


¿La que tenía antes de nacer? Estoy convencida de que
en mi existencia pasada fui un animal, aunque ignoro
cuál. A veces incluso creo en las personas que afirman
que todos hemos vivido antes de ahora.

Más tarde

Nada ha cambiado. Sigue lloviendo.

La peor trampa en que puede caerse en este mundo


consiste en estar siempre esperando algo que no sucede
242
jamás. Alguien ha dicho que podría ocurrir esto o aquello,
así que te sientas a esperar, pero nunca pasa nada.
Tampoco resulta precisamente agradable precipitar los
acontecimientos creyendo que obtendrás una respuesta
porque te la han prometido y al final verte obligado a
reconocer que las cosas no han salido como tú
planeabas. Como por ejemplo aquel largo verano cuando
espiaba la llegada del cartero que había de traerme una
misiva que nunca llegó. Creo que nadie en la historia de la
humanidad pasada o futura ha esperado nada con tanta
ansiedad como yo aquella carta. Y ahora que trato este
tema, estoy segura de ser uno de los mejores
«esperadores» del mundo. Me paso la vida pensando en
cosas que han de ocurrir pero que luego no ocurren. No
tengo arreglo, siempre seré así.

En la escuela acostumbraba a sentarme en el aula y


provocar al reloj de la pared para que se moviera. Quiero
decir que en ocasiones la manecilla de las horas parecía
quedar trabada en un número determinado, e hiciera lo
que hiciera por obligarla a seguir adelante ella se
mantenía inmóvil. La minutera pasaba un mal rato
teniendo que escalar desde el seis hasta el doce. Algunos
días me sentaba a esperar, pero el reloj seguía sin hacer
caso de mis intentos de palabra y obra. Incluso lo
amenazaba con frases como: «Si no te mueves pronto, te
haré pedazos». Un par de veces tuve un libro en la mano,
preparado para asestar el golpe. Si no hubiese percibido
la menor reacción en la manecilla grande habría
destrozado la pieza.

243
Soy una persona que sabe esperar. Siempre estoy en
actitud expectante. Mi constancia no tiene límites. Seguro
que en mi lápida alguien escribirá la siguiente frase:
«Supo esperar más que ninguna otra cosa».

Al fin y al cabo tampoco constituye un defecto. Es


mucho mejor que conseguir que suceda algo que se
estaba deseando y darse cuenta de que la realidad no
coincide con los anhelos de uno. No existe nada más
desesperante que comprobar que algo te ha salido mal.
Véase si no el ejemplo de la mujer del relato, que se
sentía tan feliz por haber sido invitada a un baile de
mascaras; acabó desangrándose tirada en la calle.

Todo el mundo, por lo menos una vez en la vida,


tendría que acuchillarse en una cueva para contemplar la
lluvia... y conocer el frio... y experimentar la soledad...

Todo el mundo, por lo menos una vez.

De noche

No tengo apetito. Por lo menos no mucho. He tratado


de dormir. No he podido por culpa del frio. Continúa
lloviendo. No es que yo esté haciendo una montaña de la

244
lluvia; es ella la que me está convirtiendo a mí en una
piltrafa.

Cuando caen los relámpagos puedo ver el mundo


exterior. Los árboles se inclinan con el viento. Oigo el
torrente, si bien se encuentra a cierta distancia. Lo peor
es cuando no hay relámpagos, ya que entonces me
quedo como ciega. Claro que después de la descarga
eléctrica, retumba el trueno. Y no sé qué es peor.

No me había hecho planes para la lluvia. Pero aquí


está.

Aún más de noche. Hora desconocida

Todo está oscuro. Supongo que es de noche cerrada.


Pero también estaba negro el cielo hace unos minutos y
no creo que fuesen más de las siete.

Me siento mal. Mal es poco, fatal. Los ojos me arden.


No me había hecho planes para la lluvia. Pero aquí está.
Y yo también. Tendría que haber previsto la posibilidad de
lluvias y tormentas, pero no lo hice. Tampoco había
pensado en el frio.

Trataré de seguir escribiendo. Eso mantiene mi


mente ocupada. Pero resulta difícil sujetar el lápiz. Si
tuviera adónde ir, me largaría ahora mismo. No sé qué
hacer. ¡Ojalá lo supiera! La tienda del señor Gebel me
245
queda demasiado lejos. Si pudiese alumbrarme con algo
o conociera el camino intentaría encontrar la cabaña.

He estado corriendo en círculo por la cueva hace


unos momentos para ver si entraba un calor. Lo único que
he conseguido ha sido cansarme. Nunca había pasado
tanto frío. Ignoraba mi capacidad de resistencia a las
temperaturas extremas. El único pensamiento que cabe
ahora en mi mente es éste: «Tengo miedo».

Llorar no sirve para nada. No hace más que aumentar


el grado de humedad. Me da pánico quedarme dormida.
He perdido la sensibilidad en las manos, como si
pertenecieran a otra persona. ¿De quién son en realidad?
Mías no. ¡Está todo tan oscuro!

Demasiado oscuro.

¿Mike?

Alguien, en todo caso.

Por la mañana

No hace sol, pero de momento no llueve. El cielo está


muy cubierto; parece que haya decidido tomarse un
descanso. Hemos abandonado la cueva para regresar al
hogar. Todo ha quedado hecho un asco. La tienda está
enterrada bajo el barro. De la comida sólo podré
246
aprovechar las latas. Parece que un desprendimiento lo
haya arrasado todo. El círculo de piedras está totalmente
destruido. Mis posesiones están diseminadas por ahí,
convertidas en ruinas.

He intentado comer los spaghetti fríos, pero no he


conseguido tragármelos. ¡Puaf! Detesto tener que tirarlos.
Me noto el rostro caliente, pero el resto de mi cuerpo está
helado. Tanto mi ropa como la manta han quedado
empapadas.

El sol ha desaparecido sin dejar rastro ni huella. Es


como si nunca hubiese existido.

¿Qué hacer? Algo ha...

Me siento fatal, mal de veras. Nunca antes me había


encontrado así...

Tengo que calentarme.

De un modo u otro.

Calentarme.

Cualquier hora

Anoche creí oír voces. Incluso tuve la impresión de


ver a alguien. Pero nadie se acercó a mí. Estuve gritando
247
en voz muy alta, con la esperanza de que me
encontrasen. Pero nadie contestó. Nadie acudió a mi
llamada.

Ahora que estamos a plena luz del día, ya no oigo


voces de ninguna especie. Toda la luminosidad parece
haber fijado su mirada en las ruinas que ha dejado el
chaparrón. Incluso las rocas están empapadas y frías. El
torrente se ha desbordado. El agua se desliza por todas
partes, baja de la montaña formado cascadas a su paso
por las rocas. Veo el perfil de los árboles más altos. Si no
llevas cuidado, intentan caer sobre ti. Ayer tuve que
decirle a uno a gritos que se detuviese antes de
desplomarse, y así lo hizo.

En una ocasión vi una vela por los bosques; por lo


menos creí divisarla. La llevaba un hombre. Traté de
llamar su atención, pero no reparó en mí. Ni siquiera se
paró. Se limitó a seguir caminando. De vez en cuando
oigo voces o pasos de gente detrás de mí, pero cuando
doy media vuelta ya han desaparecido.

Desearía que Mike les ladrase, pero no lo hace. No


debe llover más por ahora. Ya he hablado con el cielo a
este respecto.

¡Ojalá volviese el hombre de la vela! Si abandonase


este lugar ahora mismo, ¿llegaría a casa antes del
anochecer?

248
Eso era lo que solía decir mi madre cuando iba al
parque a visitar al león de tres patas. «Regresa antes de
que anochezca.»

Toda esa gente no cesa de mirarme. Sus ojos están


fijos en mí. Yo trato de clavar los míos en ellos para
demostrarles lo incómodo que se siente uno cuando se
sabe observado. Pero se ocultan tras los árboles.

En aquella hoja de allí acabo de encontrar tres gotas


de lluvias, tres perfectas gotas de lluvia sentadas en una
sola hoja...

No consigo mantener la cabeza erguida. El lápiz está


cansado. Cada vez que veo un pino, oigo música. Seguro
que la componen e interpretan las personas que viven en
los árboles.

El crucifijo no se calienta por mucho que lo envuelva


con la mano.

Los ratones me devorarán. Pero por lo menos podré


calentarme en sus estómagos.

Cualquier hora

249
He estado durmiendo, estoy segura. Hace un rato he
abierto los ojos, comprobando que el cielo seguía nublado
y oscuro. Sé dónde estoy. Pero está ocurriendo algo. No
dejo de oír ruidos detrás de mí, y cuando vuelvo la cabeza
no veo a nadie. Mike ha gruñido una vez, pero sólo ha
sido un segundo; luego ha continuado cenando. Se está
zampando todas las existencias de su comida. Bueno,
que le aproveche.

Probablemente no pasa nada.

Aún tengo sueño. De repente siento calor y a los


pocos segundos me hielo de frío. Como un movimiento de
vaivén. Me gustaría averiguar qué es lo que oigo todo el
rato, aunque resulte no ser nada.

Hay algo o alguien ahí. Lo sé. Mike no deja de


levantar la cabeza aunque esté comiendo. He intentado
levantarme pero me tiemblan las piernas; no puedo
sostenerme en pie.

A veces creo oír una especie de respiración, como si


un ser vivo se moviese y me espiase.

¿Dónde está el sol? Su brillo sobre los árboles


húmedos sería precioso.

¿Qué...?

250
Un hombre. El hombre. El mismo. Lo sabía. Vi su
rostro un momento y Mike salió corriendo tras él. Nunca
olvidaré esa cara. He oído cómo escapaba al sentirse
descubierto. Ha huido como hizo en Quebec y en la
parada de autobús de Stoneham. También fue él quien
desapareció entre los arbustos cuando lo reconocí desde
la montaña cuentacoches.

¡Dios mío, ayúdame! Tengo miedo. Mike aún no ha


regresado.

¿Qué quería? ¿Por qué no ha dicho nada? ¿Qué


estaba haciendo aquí? ¿Cuánto tiempo llevaba
espiándome?

No tengo miedo. No, no lo tengo. Estaba asustada


durante la tormenta, pero ahora ya ha pasado y me siento
tranquila. Si saliera el sol me calentaría y podría huir.
Pero, ¿adónde iba a ir? A ningún lugar.

Y Mike sin venir. Mis ojos están ardiendo de tanto


mirar entre sombras para no ver nada. ¡Ojalá no estuviese
aquí! No consigo levantarme. Ni siquiera soy capaz de
sujetar el...

Algo se acerca. A lo mejor es Mike.

Tendré que permanecer donde estoy porque... Y, sea


lo que sea lo que anda merodeando, no le quedará más
remedio que...

251
He estado llamando una y otra vez. Sin obtener
respuesta alguna.

No tengo miedo, no tengo miedo, no tengo miedo. Es


demasiado tarde para eso...

Oigo...

Es él...

La cara del hombre...

Ha pasado cierto tiempo desde la última vez que


escribí en este diario. Hace ya días que él está aquí. Por
lo menos eso creo. Desde su llegada, he contado tres
noches y tres días. O quizá cuatro. No me acuerdo. No
me ha sido posible escribir durante todo este período.
Pero él me daba mi diario cuando comprendía que lo
necesitaba. Ha traído mantas y me ha mantenido bien
cubierta; una debajo y dos encima.

Ignoro qué hacía mientras yo dormía, pero al


despertar lo encontraba siempre ante mí con algo caliente
en una taza que me hacía beber nada más abrir los ojos.

Durante tres días y tres noches no ha dicho una sola


palabra...

No tengo mucho miedo, sólo un poco, nada más.


252
No estoy segura de nada; no sé si estoy soñando o
no. Viene. Se va. No abre la boca, no se dibuja la menor
expresión en su rostro...

Su rostro es...

Me pregunto si sabe hablar. Hoy ha lavado la tienda y


la ha vuelto a montar. Ha secado las mantas y ha
recogido leña; me pregunto de dónde saca madera seca.
Arde muy bien. Se está de maravilla al calor del fuego.
Debe de tener comida guardada en algún lugar porque
cuando se va luego regresa con alimentos. Siempre trae
algo. Y además caliente. Sobre todo sopa en un termo.
He tratado de hacerle hablar por todos los medios a mi
alcance, pero actúa como si no pudiera oírme. Quizá no
desea entablar conversación.

Esta mañana me ha llevado hasta las rocas para que


tomase sol. Me tomó en sus brazos como si no pesara
más que un bebé. Al principio no quería que se acercase
a mí, pero ahora...

Se ha puesto en cuclillas a mi lado y me ha estado


mirando un instante. Le he dado las gracias y le he
suplicado que dijese algo, pero todo ha sido en vano. Ni
siquiera ha sonreído, nada de nada.

Ahora está preparando el fuego. Veo a través de los


árboles la parte superior de su cabeza. A veces, cuando
desaparece, Mike le acompaña. Siempre regresan juntos.
253
Parece que a Mike le agrada su presencia, pues
permanece muy cerca de él del mismo modo que antes
de la tormenta se echaba a mi lado.

Su cara es...

Ya no siento miedo; ni de él, ni de nadie. Al principio


estaba poseída por el pánico, pero ya pasó. Me he
cansado de estar asustada, así que he desechado la idea.

No sé adónde va, ni si duerme aquí o en otro lugar.


Es posible que ni siquiera duerma. En una ocasión intenté
levantarme de esta cama que hizo sólo para mí y él surgió
de entre las sombras, como si fuera parte de los árboles.
Si sus intenciones fuesen malas, creo que ya lo habría
demostrado. Aparentemente, lo que quiere es ayudarme,
pero ¿por qué a mí? ¿Por qué él?

Cuando él está aquí, Mike no se separa de su lado. Y


Mike se daría cuenta si...

Huelo a humo. Siempre está pendiente de mí, no deja


de mirarme.

Entonces.

Sí, entonces. Comprobé que me estaba mirando. No


parece viejo, ni tampoco joven.

Su cara es...

254
Hemos comido juntos sopa de tomate caliente. Ha
traído hasta aquí dos tazas de hojalata. Me ha dado una y
se ha llevado la otra hasta los árboles. Es la primera vez
que lo hace. He tratado de charlar con él como si pudiese
entender todo cuanto le estaba diciendo. Le he contado
cual es mi nombre, de dónde proceso y qué estoy
haciendo aquí. También le he explicado lo de la tormenta
y la lluvia, cómo me empapé y el frío que pasé mientras
duró. Pero no creo que haya entendido una sola palabra.
Parecía escucharme, pero ni una vez ha alzado la vista
para mirarme. Su mirada no se ha cruzado con la mía ni
un instante siquiera. Su cabeza ha estado todo el rato
inclinada hacia abajo y ligeramente ladeada hacia las
rocas; esa postura la adoptan muchas personas que no
oyen bien por un oído. Mientras he estado hablando, ni se
ha movido. Cuando he acabado de contarle mi historia se
ha puesto en pie y ha tomado la taza en sus manos, pero
ha continuado sin reparar en mí en apariencia.

Ahora no está aquí. Mike se ha ido con él.

Supongo que se acerca la hora del atardecer de un


día cualquiera. Ya no estoy mareada. Sólo me duele la
garganta cuando intento tragar.

Regresará. Sé que lo hará. Siempre ha sido así.

¡Por Dios, espero que vuelva!

255
Por la mañana, un día cualquiera

Aquí está de nuevo. Cuando desperté ya había


llegado. Me ha llevado en brazos hasta el torrente. Me he
lavado la cara. No es necesario que me traslade de un
sitio a otro siempre a cuestas. Se lo he dicho. Le he
asegurado que anoche cuando me quedé sola anduve
dando vueltas por los alrededores y que ya me siento
mucho mejor. Pero no me ha hecho el menor caso.

Esta mañana me ha traído ropa limpia. No la mía,


sino la d alguna otra persona. Una camisa blanca y unos
pantalones vaqueros de color azul. Parecen pertenecer a
un chico, pero creo que me irán a la medida. Los ha
extendido sobre una enorme roca. Ha tardado una
eternidad en colocarlos como es debido. Luego ha dado
media vuelta y ha desaparecido entre los arbustos.
Caminaba hacia el bosque.

Ya regresará si quiere. La próxima vez traerá


alimentos. Sé que lo hará. Mike ya habrá comido algo
antes de volver. Se está poniendo muy gordo, pero ignoro
de dónde saca lo que ingiere, que por su aspecto es
mucho. La verdad es que no entiendo nada de nada.

Sigue observándome todo el tiempo que pasa


conmigo.

Su cara...

256
No es viejo, pero tampoco es joven. Quiere que me
ponga toda esa ropa. Pero no puedo ni quiero hacerlo. No
es mía. Ni tampoco la comida que me da, y bien me la
trago.

No es delgado, parece fuerte. Pero es...

No entiendo nada de cuanto se refiere a él.

Le he preguntado con toda franqueza si pensaba


quedarse conmigo esta noche. No he obtenido respuesta
alguna. Ha encendido un fuego; nos hemos sentado
alrededor de la lumbre y he repetido la misma pregunta
una y otra vez mientras cenábamos e incluso más tarde,
cuando él estaba fregando los cacharros. Quería saber si
iba a dormir a mi lado. También he tratado de averiguar
su nombre, dónde vivía, de dónde era y cómo sabía que
yo necesitaba ayuda y que me encontraba en este lugar.
Tiene una gran habilidad limpiando, ordenando y
montando cosas. Aún no se ha ido. Todavía no ha
respondido a ninguna de mis preguntas. Ni lo hará, estoy
segura. Tampoco se quedará mucho rato, no es su
costumbre.

Su cara es...

No hay nada en ella. Parece una máscara.

Estoy abrigada, mi cuerpo está seco, no tengo


hambre ni me siento enferma. ¡Hay tantas cosas que
debo agradecerle!
257
Ni siquiera sé cómo se llama. Resulta terrible ignorar
el nombre de las personas, parece como si no estuvieran
vivas realmente.

Esta noche he tratado de decirle que le estaba muy


agradecida por la ayuda que me ha prestado. Es difícil,
casi imposible comunicarle esto a una persona que no
puede o no quiere oírte. Incluso piensas que quizá no te
entienda. Tienes la impresión de que debes repetirlo todo
hasta la saciedad, o mejor dicho hasta que tu interlocutor
dé alguna muestra de comprensión. Nunca lograré
obtener una respuesta ni sacarle una palabra. Lo sé.

Nunca me entenderá. Nunca sabrá qué le he estado


diciendo ni se enterará de que le agradezco...

Su cara está vacía. No refleja el menor sentimiento.


Pero en algún lugar de su interior habrá algo que se
mueva, digo yo. Me ha ayudado sin tener el menor motivo
para hacerlo. Ha pasado muchas horas a mi lado.

Ni siquiera me ha dicho su nombre. Eso es lo peor de


todo. Claro que tampoco puedo pensar en algo que
resulte ser «lo mejor de todo».

Su cara es... no tiene arrugas, de modo que debe de


ser joven. Pero no lo es. De vez en cuando se frota el
brazo, pero parece un gesto mecánico y distraído; como
la costumbre que tienen otras personas de tirarse de la

258
oreja o frotarse el párpado. Cuestión de hábitos, nada
más.

Está sentado a la orilla del torrente, de espaldas a mí.


Acabo de preguntarle si deseaba acercarse y sentarse
junto al fuego.

No ha respondido.

Nunca contesta mis preguntas, nunca.

Hay una ardilla gris jugando en la copa del árbol más


alto. Los últimos rayos del sol parecen haberse
concentrado en él. Está observando a la ardilla. De vez en
cuando levanta la mano, como si quisiera ayudarla a
pasar de una rama a otra.

Pero sigue encerrado en su mutismo.

Ya se ha ido. Se ha largado mientras escribía lo de la


ardilla. Está todo oscuro. El fuego aún calienta. Ha puesto
algo más de leña antes de desaparecer y luego ha dado
media vuelta y me ha mirado. Nunca se queda hasta
después del anochecer. Mike lo acompaña casi cada
noche. Al principio me preocupaba que me dejasen aquí
abandonada, pero tengo la impresión de que no están
demasiado lejos.

La ropa nueva está exactamente en el mismo lugar


donde la ha dejado él; sigue muy bien extendida sobre la

259
roca grande. No ha parecido disgustarse mucho porque
no me la he puesto.

Me gustaría que se quedase una sola vez. Ojalá me


hablase, aunque fuera una palabra. Pero nunca lo ha
hecho, y supongo que nunca lo hará.

De todas las cosas que no acierto a entender,


algunas me resultan mucho más incomprensibles que
otras.

Por la mañana

Aún no ha regresado. Mike está aquí. Pero él no ha


vuelto. Me he levantado, he doblado las mantas, me he
lavado la cara y he tratado de hacer otro tanto con mi ropa
vieja. Está tan deteriorada que ya no la arregla ni la
limpieza ni cualquier otro remedio.

Creo haber oído sus pasos una vez o dos. Pero no.

He encendido una pequeña hoguera. Ayer me dejó


un montón de leña seca.

Continúo buscándole.

Continúo esperando...

260
¿Qué puede haber ocurrido? Mike ha estado
lloriqueando al pie de su sendero. ¿Su sendero? El que
toma todas las noches al abandonar este lugar. Baja por
los escalones de roca, da un salto sobre el saliente que
hay debajo y desaparece sin dejar rastro. Mike me mira
continuamente como si quisiera decirme: «¿Qué está
pasando? Ve a buscarle».

Me sobresalto a cada ruido que oigo. Me elevo medio


metro del suelo.

Los pájaros se cuentan por millares. Nunca he visto


tantos juntos. Gorjean y a veces bajan en picado; cada
vez que se mueven, las ramas crujen y yo creo que es él
quien produce el ruido.

El sol calienta mucho.

Pero él aún no ha regresado. Quizá venga esta tarde.


Tengo que mantenerme ocupada. He vuelto a construir mi
círculo de piedra y he enterrado algunas latas de
conservas. Todavía tengo comida. Nunca he tocado los
alimentos que yo tengo guardados, pues siempre ha
traído él los comestibles.

Es curioso, vuelvo a sentir miedo. La primera vez que


estuvo aquí me aterraba que se instalase en mi claro del
bosque, y ahora me horroriza no verle nunca más. Pero
no existe ninguna persona que se te acerque, te alimente
a base de sopa caliente, te ayude a recuperarte y cuando

261
estás bien desaparezca para siempre sin pronunciar una
sola palabra.

Nadie se comportaría de ese modo.

Al anochecer

Mike se ha pasado el día deambulando de un lado a


otro. Está muy inquieto. No deja de mirar hacia el
sendero. Lo mismo que yo,

Hoy me he obligado a mí misma a hacer un montón


de cosas. Necesitaba mantenerme ocupada. He recogido
todas las flores silvestres que he conseguido encontrar en
este rincón del mundo. Durante el largo paseo que he
dado buscándolas, no he cesado de mirar en todas
direcciones con la secreta esperanza de dar con él. La
lluvia ha hecho brotar un montón de preciosas plantas.
Las latas vacías me han servido de tiestos. En la parte
superior de mi círculo mágico he colocado cuatro
ramilletes.

Me han quedado muy bonitas. ¡Ojalá volviese para


verlas!

He estado nadando en el torrente y he terminado el


libro de Thoreau una vez más. Creo que lo he leído por lo
menos mil veces. Es como si nos hubiéramos hecho

262
buenos amigos. Es más: nos hemos hecho buenos
amigos.

Ya se me ha pasado el miedo casi por completo. Pero


estoy preocupada. Mike sigue muy inquieto. Hay dos latas
de carne estofada calentándose al fuego. Por si acaso
aparece. Le echo de menos. Pero la añoranza nada tiene
que ver con el temor. A no ser que el temor a no ver más
a una persona que aprecias cuente como miedo.

Mientras cogía las flores le he estado llamando. Es


muy difícil hacerlo cuando no conoces ni siquiera el
nombre de la persona que buscas. Lo único que se me ha
ocurrido decir ha sido «hola». Así que he pronunciado esa
palabra multitud de veces.

No me ha oído nadie. Por lo menos no he obtenido


respuesta alguna.

Pero he tenido en varias ocasiones la sensación de


que estaba muy cerca. Casi creía tocarle. Pero no ha sido
así, claro.

He tenido la impresión de...

Sin respuesta.

Mike se ha quedado dormido. Por fin. Me imagino que


estaba ya cansado de buscar con la mirada, de esperar
263
sin resultado. No tengo sueño. A lo mejor se ha perdido
cuando regresaba del misterioso lugar adonde se dirigió
anoche. Se ha apagado el fuego. El estofado se ha
enfriado. Todas las flores están marchitas. No debiera
haberlas cogido; sin raíz nunca sobreviven demasiado
tiempo. En el bosque eran mucho más hermosas. He
pensado que si embellecía este lugar él regresaría. Por
desgracias, no ha sido así.

Hoy he encontrado un remanso en el torrente. Me he


asomado y me he visto reflejada. Cuando hacía algún
movimiento, la imagen que me devolvía el agua me
imitaba. Pero no se parecía a mí. Me he sentado a la orilla
como si no tuviera otra cosa que hacer durante el resto de
mi vida que contemplar aquel rostro desconocido...

¡Ojalá pudiera conciliar el sueño! He colocado las


mantas cerca del fuego como solía hacer él. Estoy
estirada de lado apoyada sobre el codo. Me he
acostumbrado ya a los ruidos de la noche y también al
viento. A veces me parece haber nacido aquí y no haber
conocido ningún otro lugar.

¿Por qué habría de perderse viniendo hacia aquí?


Nunca antes se había extraviado. Se me ha ocurrido que
quizás esté herido o se encuentre en apuros. Pero no sé
por dónde debo empezar a buscar.

La ropa que trajo para mí aún está en el lugar donde


él la dejó, sobre la roca. Esta tarde se me ha ocurrido

264
pensar que si me la pongo quizá vuelva. Pero no lo he
hecho, porque no me pertenece.

No es posible que alguien entre en tu vida y salga de


ella sin que hayas conseguido siquiera averiguar su
nombre.

Mañana iré a Stoneham. Veré al señor Gebel y


compraré ropa nueva. Tengo ganas de alterar un poco el
ritmo de mi existencia, de convivir con gente. Quizá sólo
me interese de un modo temporal, durante uno o dos
minutos.

Pero ahora no puedo seguir aquí. Estoy harta de


permanecer sentada esperando. Y más aún del estofado
de carne de buey. Mike necesita comida.

«Supo esperar más que ninguna otra cosa.»

Si regresa durante mi ausencia, es posible que


espere a que yo también esté de vuelta. De todos modos
tengo la impresión de que no le veré nunca más. Se trata
de un presentimiento similar al que me invadió cuando
esperaba la carta del campamento de verano. De alguna
manera sabía que nunca recibiría respuesta.

Pero a pesar de todo no perdí la esperanza y seguí


acechando diariamente la llegada del cartero.

265
29 de julio

Al llegar a Stoneham he descubierto que había


perdido la cuenta de los dias. Han pasado el 25, 26, 27 y
28 sin que me diera cuenta. Son cosas que ocurren a
veces.

Al pobre señor Gebel le ha sucedido algo terrible. Así


es que, al enterarme he decidido quedarme algún tiempo
para ayudarle en lo que pueda. Ya estoy d nuevo en el
remolque pero esta vez he pasado unas cuantas horas
limpiándolo. Ahora está medio habitable.

Esta tarde he estado trabajando en su tienda. Le ha


encargado a Marie, que por cierto ya no está embarazada
—tiene un hermoso niño—, que me dijera que soy como
un ángel de la guarda. Según él, siempre aparezco en el
preciso momento en que necesita ayuda. Este verano me
han dicho de todo, tanto en halago como en crítica, pero
nunca hasta hoy «ángel de la guarda».

Ya se siente mejor, si bien debe guardar cama y


hacer reposo.

La semana pasada alguien le golpeó en la cabeza y


robó varios artículos de la tienda.

Más tarde

266
Lo que me crea más dificultades es devolver el
cambio. Ni yo entiendo a los compradores ni ellos a mí
tampoco. Marie ha afirmado que no debo preocuparme
porque la mayoría de ellos son buenos clientes y nunca
tratarían de engañar al señor Gebel. Según ella, de vez
en cuando conviene vigilar a los turistas, pero eso
tampoco es un problema porque casi todos se detienen
en el enorme supermercado que hay en la carretera
principal. Aquí sólo viene a comprar gente de la localidad,
que sería incapaz de hacer trampas con un viejo
conocido. Espero que tenga razón.

Esta tarde Marie me ha traído a su hijo. Es precioso.


Se le forman unos graciosos hoyuelos en las mejillas y
sus ojos, de color castaño oscuro, son muy bellos. Se
llama Henry. ¡Qué nombre tan horrible! Suerte que lo
pronuncia a la francesa y queda algo así como Hanrí, con
acento en la «i»: de ese modo no suena tan feo. Se ha
quedado al cuidado de la tienda mientras yo iba en busca
de un comercio donde adquirir unos vaqueros y un par de
camisas. También me he comprado unas zapatillas de
tenis porque no podía seguir llevando las viejas; los dedos
empezaban a asomarse por la punta. Me he lavado el
cabello y Marie me lo ha peinado. Me ha hecho unas
trenzas muy bonitas; creo tener buen aspecto. Mi piel está
bronceada y el color de mi pelo es casi blanco en las
mechas más expuestas al sol. Quedan huellas de mi
enfermedad en mi nariz, que aún gotea ligeramente, pero
por lo demás me siento de maravilla. Una de mis nuevas
camisas se abrocha por delante, de modo que si no me
abrocho el primer botón se ve el crucifijo. Marie lo ha
267
estado admirando. No le he explicado cómo ni dónde lo
conseguí. No sé por qué, pero no me lo ha preguntado y
no me ha apetecido contárselo. Ya no me tiñe el cuello de
verde.

El señor Gebel se porta muy bien. Entre Marie y yo


nos las arreglamos para que esté alimentado y su
comercio funcione. Casi todo el mundo que viene a
comprar, tras adquirir lo que necesita entra en la
trastienda y charla con él un rato. Le encanta que le
hagan compañía y ser centro de atención, así que
exagera la importancia de la herida de la cabeza que está
oculta bajo un vendaje. Claro que tener a su edad el
cráneo fracturado no es cosa para tomar a la ligera.

A veces resulta divertido. Cuando sabe que va a


entrar alguna visita empieza a gritar como un loco para
llamar mi atención y entonces me pide que le acerque sus
dientes postizos. Pero a veces se cuela alguien sin que le
dé tiempo a advertir su presencia con la suficiente
antelación; en esos casos no tiene oportunidad de
colocarse la prótesis y su artimaña consiste en hacerse el
enfermo grave, casi el moribundo, para no verse obligado
a decir ni una palabra.

Nuestra relación resulta grotesca a veces. No


entiendo nada de lo que me dice; pero cada vez que entro
en su cuarto pone la lengua en movimiento y no deja de
hablar ni para coger aire. Todo lo que hago es sonreír y
268
asentir con la cabeza; parece ser que a él le basta con
eso.

Me recuerda a...

Pero entonces era yo quien cotorreaba sin cesar.


Además, no creo que él me escuchase, ni siquiera que se
esforzara por entender... Esa situación es algo en lo que
no debo seguir pensando.

30 de julio, jueves

Debo saber en todo momento en qué día vivo.


Siempre me pasa algo malo cuando pierdo la cuenta del
tiempo.

Anoche estuve sentada hasta muy tarde a la


cabecera del señor Gebel. Marie compró pollo asado.
Estaba delicioso, no tenía nada que ver con el estofado
de buey. Luego dijo que debía dejarnos porque su marido
se iba a trabajar y no quedaba nadie más en la casa para
ocuparse del bebé.

Me he dado cuenta de que Marie es una muchacha


muy guapa, ahora que ya no está embarazada. No es una
de esas bellezas espectaculares de mucho maquillaje,
sino natural; da la impresión de que seguirá siendo
hermosa toda la vida. Además es encantadora. Quiere
que la ayude a perfeccionar su inglés. Resulta cómico que
269
me lo pida a mí, que casi suspendí la asignatura de
lengua el curso pasado. Claro que eso no se lo he
confesado

Mientras cortaba el pollo le rogué que me explicara lo


sucedido la noche del robo. Pero ella se limitó a menear la
cabeza, a exclamar que había sido «terrible» y que no
quería hablar de ello. Según ella, la crueldad es mejor
olvidarla y por lo tanto no deseaba ni recordar el asunto.
No le sonsaqué nada más. Tenía prisa. Detesta dejar a su
hijo con otras personas, incluso con su propio marido.

Cuando hacía ya un rato que habíamos terminado de


cenar, le hice al señor Gebel la misma pregunta. Quería
saber. Tuve que recurrir a la mímica y representar una
escena parecida para que me entendiera; actué como si
alguien me golpease en la cabeza y empezase a llevarse
objetos de la estancia. Él se limitó a reír francamente.
Creo que pensó que hacía aquello para entretenerle.
Aplaudió durante varios minutos y luego siguió charlando;
como siempre, no entendí ni una sola palabra.

Mi nombre, tal como él lo pronuncia, suena algo así


como «Cot». Ni siquiera comprendió que le estaba
haciendo una pregunta.

Esta mañana no he tenido demasiado trabajo en la


tienda. El señor Gebel está durmiendo. Marie está
lavando pañales. Mike está tumbado justo en medio de la
puerta. Está muy gordo a causa de los huesos que le han
estado dando últimamente. Creo que de algún modo está
270
perjudicando al señor Gebel. O por lo menos a su
negocio. Muchas personas prefieren no correr el riesgo de
pasar por encima de su cuerpo para entrar a la tienda.

Es un buen medio para estar tranquilo. Huele muy


bien aquí dentro. Especias, café, nuez moscada. Como
los hogares en el Día de Acción de Gracias.

Quizá después de todo sea buena idea no saber


nada acerca de lo que ocurrió aquella noche.

Hace calor. Trato por todos los medios de no ensuciar


mi ropa nueva.

No podía ser el mismo hombre... Imposible.

Acabo de poner en marcha el ventilador en la


habitación trasera.

El señor Gebel lo necesitaba más que yo.

Si de verdad se trataba de él, ¿dónde está ahora?

Me sorprende sentirme aquí tan a gusto. Ni siquiera


conozco a estas personas, ni ellas a mí. Nos hemos visto,
pero nada sabemos unos de otros. Y sin embargo me
dejo caer de vez en cuando y siempre encuentro un lugar
271
para mí. Quizá sea suficiente haber charlado en contadas
ocasiones. Quizá cuando profundizamos en los demás es
cuando todo se viene abajo...

Esta mañana había una foto en la primera página de


un periódico local. Parecía un hombre, pero su rostro
estaba borroso.

Mira que si era el mismo...

No puede ser...

No puede ser...

31 de julio, viernes

Esta mañana le he pedido a Marie que le diga al


señor Gebel que debo marcharme ya. En realidad no es
que tenga que ir a ningún lugar en concreto, pero no hay
razón para que prolongue mi estancia. Ya se encuentra
mejor. Está más mandón, como cuando le ayudé a pintar
la tienda. Creo que es un síntoma de que se está
recuperando. Marie le ha prometido ayudarle mañana.
Pasado mañana es domingo y d todos modos ha de
cerrar.

272
Marie me ha preguntado por qué me iba; he estado a
punto de mentirle, pero al final no lo he hecho. Le he
dicho que tenía que hacerlo, que había pillado un catarro
fuerte, cosa que es cierta, y que no quería contagiárselo a
ella y en consecuencia al bebé.

Lo que en realidad me ocurre es mucho peor. No


paro de llorar, de gritar. Esta mañana, cuando me
disponía a cepillarme el cabello, he roto en un llanto
desesperado. Me he contenido, pero al concluir la
operación peinado he vuelto a estallar. Esto es una
estupidez. Me hace sentir incómoda, molesta conmigo
misma. Nunca antes me había sucedido nada por el
estilo. Incluso cuando no estoy pensando en nada
deprimente ni irritante me entran unas ganas locas de
vociferar y llorar que no consigo reprimir.

En los momentos en que estoy acompañada es peor


todavía, de modo que voy a regresar a mis montañas para
permanecer allí un tiempo. Tengo que encontrar mi círculo
de piedra y sentarme en su centro. No hay nada en una
circunferencia de rocas que pueda invitar al llanto.

No es posible que fuese el mismo hombre...

Siento... ¡Oh, Dios mío! ¿Cómo expresarlo? Tengo la


impresión de estar obligada a llegar a un acuerdo con
algo, quizá conmigo misma. He de esforzarme para
entender unas cuantas cosas. Sé que debo hacerlo; sí, sí,
debo hacerlo ha llegado el momento de buscar, soñar,
ver, comprender...
273
31 de julio, por la tarde

Esta, a primera hora, he abandonado Stoneham. Iba


cargadísima, como de costumbre. El señor Gebel quería
pagarme, pero no necesito dinero a pesar de que no me
queda demasiado después de mi «locura compradora».
He adquirido lo que cabe en una bolsa de las grandes y,
cómo no, huesos para Mike.

Pobre Mike, está muy confuso. Me ve llorar y piensa


que él es el culpable, que ha hecho algo malo. Entonces
se acerca a mí y no dejar de frotar su morro contra mi
mano buscando una caricia.

No puedo prometerle a nadie que algún día llegaré a


comprender el mundo tal como está. Ni siquiera estoy
segura de desearlo.

El señor Gebel me ha dado un beso al despedirse de


mí y, naturalmente, me he puesto a sollozar, Marie me ha
mirado con insistencia, escudriñándome, pero no me ha
preguntado nada.

Ha sido una situación embarazosa por demás.

274
Me he detenido a descansar. Bueno, no exactamente,
porque de hecho no me siento fatigada. Ya ha
anochecido, pero no importa porque conozco el camino.

El asunto de las lágrimas y los aullidos va mejor


ahora. Lo peor es cuando estás en compañía y tratas de
retenerte. Aquí sé que a nadie le importa lo que haga o
deje de hacer; por lo menos no a los árboles.

Espero que Marie se acuerde de darle al señor Gebel


la dentadura postiza siempre que reciba visitas.

Si no, se hace el enfermo y es peor.

1 de agosto

Ya estoy aquí. No es la primera vez, pero me siento


como una extraña.

Según el periódico, robó en varios comercios de


Stoneham.

También saqueó varias cabañas veraniegas de la


zona...

Todo está tranquilo. La tienda sigue donde la dejé.


¿O fue él quien la montó? La hoguera, ahora apagada. El
275
círculo de piedras. En ocasiones juraría estar viéndole,
junto al árbol más alto, donde juguetean las ardillas
grises.

No prometo nada a nadie, ni siquiera a mí misma.

Mientras la persona A espera que la persona B y la


persona C tomen una decisión acerca de algo, la persona
A puede encontrar a la persona D, o a la inversa, y luego
a las personas B, C, E, F y G, y todo el maldito alfabeto,
que acaba por perder su sentido...

No había ninguna razón para que se detuviera en


Quebec bajo la lluvia. Tampoco está escrito en ninguna
parte que tuviera que quedarse aquí hasta que terminase
el aguacero. Podría haber seguido su camino y ahora
hallarse muy lejos. No estaba obligado a permanecer aquí
y ayudarme como lo hizo. En ningún libro hay escrita una
frase que asigne que debía llegar hasta aquí y echarme
una mano...

En el lugar donde el océano se encuentra con la tierra


se forma un litoral.

¿Qué hace la madera arrojada a la playa por la


corriente? ¿Y el alga marina?

276
Quizá fuera él. Quizá no.

No es posible que se tratase del mismo hombre. La


fotografía representaba un rostro muy borroso. Me siento
más allá del sueño, del hambre, de las lágrimas...

El periódico decía que dispararon contra él, causando


su muerte. En un suburbio al norte de Trois Rivières. Se
había escapado de un sanatorio mental de Quebec.

Ésa era la información que leí en el periódico. Pero


podía estar equivocado.

Creo que llegó bastante lejos.

Bueno, no demasiado.

Lo suficiente.

Según el relato del diario, el hombre en cuestión


estaba loco. Había estado recluido en una institución para
enfermos mentales. Ahora está muerto. ¿Continúa un
hombre estando loco después de morir? Un muerto loco.
No tiene mucho sentido. No tenía ningún motivo para
quedarse a ayudarme. Nada le obligaba a detener su
marcha para permanecer a mi lado. ¿Por qué no consigo
entenderlo? ¿Por qué no lo comprendió él? Podría haber
prescindido de mi enfermedad y de mí. Pero no fue así.
Me alimentaba con sopa caliente, estaba a mi lado al
despertarme y cuando me iba a dormir por la noche, me
mantenía abrigada y se ocupó de Mike mientras no pude
277
hacerlo yo. Pero ahora se ha ido. Muerto. Muerto. Muerto.
Ni siquiera tuve la ocasión de darle las gracias. Sentí
miedo la primera vez que se cruzaron nuestras miradas
en Quebec. Me daba pánico su cara, su persona. Pero
luego... Creo que todas las veces que creí verle estaba en
lo cierto: era él. Probablemente me siguió. Desde el
principio. Como si supiera de antemano que algún día iba
a necesitarle. Y así fue. Dios mío, ni siquiera tuve tiempo
de agradecerle lo bien que se portó conmigo. Tendría que
haberle hablado, que haberle obligado a escuchar mis
palabras. ¡Ojalá le hubiese dicho algo la primera vez que
le vi inmóvil bajo la lluvia en la acera de enfrente, mientras
yo desayunaba! La primera y también la última. Quizás
habría podido ayudarle entonces. ¿Pero cómo? ¿Cómo?
¿Por qué estoy llorando con tanta amargura? Ni siquiera
distingo el papel. Es como si alguien me hubiese
horadado el pecho y todas mis necesidades se estuvieran
derramando por el agujero hacia el exterior. Al salir me
duele, sea lo que sea lo que me está abandonando. Sufro
de un modo casi físico. Ahora sé que estoy llorando
porque no hice ni dije nada y ya es demasiado tarde.
Demasiado tarde. Un muerto loco. ¿Loco? No, eso es
imposible.

Nota póstuma al muerto loco.


que me alimentó con sopa caliente.

Desde que nací fui un campo de batalla. Mi mano


derecha siempre ha luchado contra la izquierda. El
278
corazón ataca a la cabeza. La mente asalta al alma.
Ahora estoy ya cansada de tanto vencer y ser derrotada;
por fin soy lo bastante sagaz como para saber que todos
forman parte de lo mismo.

Cierro los ojos.

La batalla ha terminado.

Estoy en casa...

Quizás aún le encuentre en algún sitio y pueda entregarle


esta nota. Es posible que me tope con él y entonces se la
daré. Pero no, no lo encontraré, no le veré nunca más. Es
demasiado tarde. Demasiado tarde. Demasiado tarde...

2 de agosto, creo

Este lugar es muy verde. El agua lo torna todo de


este color a causa del torrente que fluye aquí mismo. Está
fresca y limpia. Desde que llovió hace frío. Cerca hay un
semicírculo de pinos. Son bastante altos, pero no tanto
como los árboles de hojas anchas que hay detrás de
ellos. En conjunto forman un telón de fondo de la
montaña.

¿Por qué no desmantelamos todos los cementerios


del mundo y cavamos de nuevo las tumbas en zonas

279
verdes naturales? De ese modo agradarían tanto a los
vivos como a los muertos.

Cerca de aquí hay una fortaleza de rocas. Una caída


desde su máxima altura no causaría la muerte, sólo
aturdimiento. Sus piedras son planas como mesas y
parecen señalar hacia atrás, donde se encuentran los
pinares. A unos metros fluye el torrente en su curso
interminable.

Hay ardillas negras por todas partes antes del


anochecer. Los pájaros —bandadas de millares—
prefieren la mañana. A mi derecha hay un sendero que no
estaba aquí antes de mi llegada; conduce a la charca, al
tejado de la cabaña y a la chimenea de la misma.
Supongo que, en efecto, debe de existir una cabaña
sosteniendo al tejado en cuestión, pero mis ojos nunca se
han cerciorado de que así sea. En la pendiente que parte
de la charca hay una cueva; según el nivel de calidad
marcado por las grutas prehistóricas no se puede decir
que ésta sea una maravilla, pero no por eso deja de ser
una gruta. Sirve al menos para resguardarse durante una
tormenta.

Según mis cálculos de los puntos cardinales, al sur


está Stoneham, al oeste el torrente, al norte la charca y el
tejado de la cabaña y al este la autopista.

¡Se acabó el discurso!

280
Ahora pregúntenme cualquier cosa, lo que sea.
Pregúntenme cómo se hace un fuego con leña húmeda, o
cómo se pinta una tienda de color verde-azulado usando
una escalera tambaleante. O acerca de los matices que
toma el verde de un pino a la luz solar. O qué aspecto
tienen tres gotas de lluvia perfectas descansando sobre
una hoja. O sobre el grado del frío tras la tormenta y el
sonido del trueno y la sensación producida por caras que
te miran fijamente y el dolor que te producen las personas
a las que se supone que amas. Preguntadme lo que
queráis acerca de los amigos que uno deja atrás, muy
atrás, y los leones de tres patas. Incluso puedo hablaros
de mercados de frutas y verduras, camiones de tomates,
cachorros de perro sin hogar, muchachos moribundos,
profesores desgraciados, colas de desocupados
esperando a que les alimente el Ejército de Salvación,
compuestas por cientos de jóvenes que tienen un lugar a
donde ir pero que no desean vivir en él por razones que
sólo a ellos pertenecen, no a vosotros... Si lo deseáis os
enseñaré algo acerca de los parques pasada la
medianoche, los antiguos campos de batalla y la travesía
en barca por un lago con un bote prestado que hace agua
por todas partes. No me son desconocidos los crucifijos,
ni el pastel o helado con fresas, ni los horribles quistes
que crecen en el cuello de una mujer, ni los versículos de
la Biblia. Podría contaros el caso de un chaval sentado en
los escalones de un Dairy Queen con la mirada fija en la
lejanía mas allá de un cementerio, el de un cucurucho de
helado fundiéndose en una mano o el de una bicicleta
robada.

281
Preguntadme sobre Thoreau y todos los hombres
silenciosos y honestos del mundo, vivos o muertos. Y
sobre sacerdotes que huelen a vino. Y sobre viejos
franceses propietarios de un comercio y sobre mujeres
embarazadas. Tengo algo que deciros acerca de cómo se
duerme bajo una valla anunciadora y al lado de un
estercolero. Tampoco me quedaré callada si queréis
saber algo de abuelos, pesadillas, recién nacidos, billetes
de cinco dólares, brazos que duelen a causa de una
insolación o una carga pesada, alimentos fríos e
insuficientes, lluvia, soledad, miedo, ausencia de miedo,
amabilidad y enfermedad, pensamientos sobre la muerte
y temor ante el pensamiento de la muerte. Poseo
experiencia en ropa nueva y robada, en sopa caliente, en
tiendas de campaña, en mantas húmedas y en flores
silvestres muertas. Inquirid acerca del silencio, el viento y
la hiedra o en cómo el silencio se cierne sobre las calles
de Harrisburg, Pennsylvania, al alba, cuando te dispones
a abandonar tu hogar.

Preguntadme también acerca de un rostro de


hombre...

¡No!

No me hagáis ya más preguntas.

Hay cosas que no entiendo, cosas que ignoro por


completo...

282
3 de agosto

No comprendo...

4 de agosto

No comprendo...

5 de agosto

No comprendo....

6 de agosto

Y que nadie me diga que es un «factor más de la


vida», o «una de esas cosas que pasan», o «parte del
plan general» o estupideces similares. Porque no servirán
esas respuestas. Nunca más. No en lo que a mí
respecta. Id a contarle esas historias a otros y olvidaos de
mí.

Tampoco puede tratarse de un juego, porque en ese


caso sería un terrible juego sin reglas, ni rastro de ellas,

283
según el cual las personas con enorme poder de herir
sacrificarán sin piedad a sus congéneres. Es en realidad
un orden establecido en el que los ganaderos parecen
triunfar casi siempre porque tienen el apellido correcto, o
el debido color de piel, o la cuenta corriente más
importante. Y los perdedores...

Dios mío, a Ti me dirijo para suplicarte que ayudes a


aquellos que pierden porque nadie les echa una mano. No
hay un lugar para ellos en este mundo...

7 de agosto

Silencio. Si exceptuamos los ecos de un búho que


ulula.

¿Quién se ocupa de los cadáveres? La funeraria.

¿A quién le importan los cuerpos vivos? ¿O las almas


vivas con cuerpos muertos? ¿O las almas muertas con
cuerpos vivos?

Nadie sabe decir nunca más en toda la historia futura


de la humanidad la siguiente frase: «Así es la vida». De
todas las cosas horribles que un hombre puede pensar y
expresar, ésta es la peor. Sí, la peor con mucho. Primero
porque no es cierta y segundo porque lo excusa todo.
284
Siempre es mejor un magnífico y enorme misterio que
un montón de pequeñas y mezquinas mentiras.

He estado pensando en las mañanas invernales. Eso


no es un misterio, sino un hecho.

Sueños rotos... Tampoco constituyen un misterio,


sino hechos reales.

Los propósitos de un hombre justo..., he aquí otra


realidad, encierre o no misterio.

Los días cálidos y fragantes... Ellos tampoco son


enigmáticos, se pueden palpar.

Un lugar seguro... otro hecho.

El sol... una visible realidad.

Un viento fuerte... Nada de misterio, algo auténtico.

En conjunto mi lista no es muy impresionante que


digamos. Por lo menos he sido lo bastante honesta como
para no colocar lo inexplicable por orden numérico. Eso
es algo que nadie debiera hacer: confeccionar una lista de
misterios. No creo que a éstos les agrade la idea de ser
etiquetados y puestos en fila. Prefieren existir, pulular a
nuestro alrededor.

Sin ser desvelados.


285
Son necesarios.

8 de agosto

Nunca había permanecido tanto tiempo sentada


inmóvil y en silencio. El tiempo pasa. Mike vagabundea,
va y viene... y se alimenta.

Estoy en la roca donde siguen extendidas las prendas


de vestir robadas. Desde este ángulo parece que la
persona que las llevaba puestas se haya esfumado,
desapareciendo después.

9 de agosto, creo

Estoy empezando a perder una vez más la cuenta de


los días. No importa. Los días no son más que días, a no
ser que ocurra algo que los convierta en recuerdos.

Esta mañana he ido a despedirme de la cueva. No


reparé en lo que estaba haciendo hasta que me encontré
ante su entrada. Igual que la noche de la tormenta.

Continúo pensando que todo el mundo debiera, por lo


menos una vez en su vida, acuclillarse en el interior de

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una gruta y permanecer observando la lluvia. Y tener
hambre. Y sentir frío. Y saber qué es la soledad.

No es que eso sirva para nada positivo en concreto,


pero tampoco perjudica a nada en particular...

10 de agosto

He visto cómo las hojas verdes se tornan rojizas y


amarillentas. El fenómeno se ha producido esta mañana.
No eran muchas, sólo unas pocas. He estado sentada un
rato en la montaña cuentacoches. He contabilizado treinta
y seis vehículos en dirección desconocida. He
comprobado la crecida de la hiedra silvestre. Los brotes
mas jóvenes no llegarán nunca a las copas de los árboles.
Y no será porque no lo intenten. Ése es el misterio de la
hiedra. Y también su gran verdad.

Todo se podría resumir en una sola frase: si un


hombre está vivo, siempre existe el peligro de que muera.
No obstante el riesgo de que muera ha de ser menor con
relación a todo lo muerto que esté en vida.

He aquí la cuestión: estar muerto y vivo al mismo


tiempo.

Sin saber dónde está la diferencia entre un estado y


otro.

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11 de agosto

Hoy hace un día maravilloso.

Tengo algunas cosas que decir a unas pocas


personas. Y como no están aquí, me dirijo a ellas —donde
se encuentren.

Creo que lo que más voy a añorar es el torrente. ¡Su


agua está siempre tan limpia y fluye con tanto vigor! Es
refrescante, especialmente en un día caluroso como el de
hoy. Y el círculo de piedras.

Anoche oí el grito de un ave solitaria.

Le he dicho a Mike que pronto abandonaremos este


lugar. Le he explicado que iremos a casa y que debe
esforzarse por llevarse bien con Duke porque está viejo y
es casi un moribundo. Me ha estado mirando fijamente al
tiempo que se sacudía una oreja.

12 de agosto

Casi se me ha acabado la comida. Me quedaré un día


más, no hay prisa. Las estaciones del año no corren de un
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modo precipitado, se empalman en su vagar sin que casi
lo percibamos.

He visto patos en la charca. Se ha iniciado el cambio


de temporada.

Sin inundarlo en un mar de lágrimas, ¿cómo puedo


contarle a este diario lo mucho que amo este lugar, estos
árboles, estas rocas y este torrente?

13 de agosto

He doblado la ropa robada y la he dejado en la cueva.


Quizá la encuentre alguien que la necesite. De pronto he
descubierto que me queda mucho por hacer antes de
abandonar este lugar. No me sobra tiempo para escribir...

15 de agosto

Se han acabado las existencias. Mike está


malhumorado. He dejado la tienda en la cueva, junto con
la ropa. Durante el camino de regreso voy a ir menos
cargada.

El resplandor del sol calienta el ambiente. Hay


fragancias en el aire. No sé a qué se deben, pero
tampoco me interesa.
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Me gustaría volver a ver a Theresa. Porque ahora no
me asusta no saber qué decir ni qué no decir, ni qué
hacer, ni qué no hacer.

Ya no importa nada, no importa nada nada nada, no


importa nada de nada. Lo único que vale la pena es darte
cuenta de que estás viva, que algún día morirás y no
sabes nada acerca de lo que ocurrirá cuando mueras y
después de tu muerte porque hasta ahora nadie ha
regresado para contarnos «Así van las cosas» y «Eso es
lo que tienes que hacer», de modo que eres ignorante de
tu destino y por esa misma razón no puedes hacer nada
para evitar o conocer la muerte, ni siquiera sirve el pensar
en ella, de modo que lo mejor es que te sientas viva, que
de verdad comprendas que lo estás, ya que si consigues
que el sentimiento de la existencia penetre en ti podrás
afirmar que sabes algo, y una de las cosas de las que
tomarás conciencia es el hecho de que estando viva
tienes la posibilidad de actuar y decidir, en oposición al
estado de muerte, que te impide la acción y el
movimiento; mientras existe un hálito de vida podrás
hacer exactamente todo cuanto se te antoje, ser quien
quieras ser, obligar a funcionar cuanto desees y por el
contrario detener a capricho la marcha de las cosas, y
sólo entonces estarás preparada para no hablar de mala
suerte ni de malos momentos ni de los condicionantes de
la vida ni de nada por el estilo, porque esa basura no
servirá ya para nada porque no resultará necesario que lo
hagas, porque si sabes que estás viva, si en realidad te
das cuenta de ello, entonces puedes hacer cuanto
290
quieras, ser quien desees, aunque para eso has de sentir
tu propia existencia con sinceridad y fuerza, haciéndote a
la idea de que ése es el único medio para convertir tu vida
en lo que mejor te parezca y para hacer de ella lo que tú
quieras, todo lo que tú quieras y nada más que lo que tú
quieras, tú, tú, tú, tú, ¡TÚ!

Yo.

Cuando digo yo, me refiero a ti, cuando tú, me refiero


a mí.

Segundo verso al muerto loco que me alimentó con


sopa caliente... Desde mi nacimiento fui un campo de
batalla. Pero eso mismo les ocurrió a los demás. A veces
basta con estar vivo y luchar, con estar vivo y saber que
se existe. A veces basta tan sólo con existir, tan sólo con
existir, tan sólo con... ser.

JURO QUE EMPIEZAN A TENER SENTIDO


ALGUNAS DE ESTAS COSAS...

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Las palabras en mayúsculas son las últimas que
aparecen en el diario de Cat Toven. La fecha es el 15 de
agosto de 1970. Todo indica que se disponía a abandonar
su hogar en las montañas. No existe ningún medio para
averiguar qué hizo entre el 15 de agosto y el 25 del mismo
mes, día en que fue atropellada por un coche en la
autopista Montreal-Toronto. No cabe duda que regresaba
a casa de sus padres. Pero sea lo que fuere lo que
sucedió en aquel lapso de diez días, prefirió no contárselo
a su diario, o quizá no sintió necesidad de hacerlo.

Con ella estaba Mike, el enorme perro pastor alemán


negro. Se hizo cargo de él un policía de Brockville hasta
que el señor Toven vino a recogerlo para llevárselo a
Harrisburg.

Agradezco a la señora Marion Toven, de Harrisburg,


Pennsylvania, y al señor Archibald Toven, de Nueva York,
que accedieran a compartir conmigo este diario.

Cat Toven murió el 27 de agosto de 1970, a las 8.09


horas de la mañana, en el hospital de Brockville, a causa
del fuerte traumatismo cerebral. Fue enterrada en
Harrisburg el 29 de agosto de 1970.

292
Desde mi nacimiento fui un campo de batalla,
pero eso mismo les ocurrió a los demás.
A veces basta con estar vivo
y luchar.
Con estar vivo y
saber que se existe.
A veces basta tan sólo con existir,
tan sólo con existir,
tan sólo con... ser.
LA AUTORA

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