Barbara Cartland - El Pasadizo Secreto
Barbara Cartland - El Pasadizo Secreto
Barbara Cartland - El Pasadizo Secreto
El pasadizo secreto
Título original: The enchanted moment
Colección: Barbara Cartland nº 172
Protagonistas: Sally St. Vincent y Sir Guy Thorne.
Argumento:
Cuando su tía Amy murió, la encantadora Sally St. Vincent no tuvo más
opción que ir a Londres y buscar a la madre que la había abandonado muchos
años atrás, la famosa actriz Lynn Lystell.
Lynn Lystell la vistió de forma impresionante, e insistió en que se
olvidara de buscar trabajo. Pero le hizo una extraña petición: que Sally
mantuviera en secreto la relación que las unía.
Tras el abandono en el altar de su prometido, el cínico hermano de éste:
Sir Guy Thorne, la tomó bajo su ala, pero Sally empezaba a sospechar que no
todo era lo que parecía ser.
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Capítulo 1
2
alzó la cara.
- Eres bonita, querida – dijo – y lo serás aún más. Eso me alegra
muchísimo, porque no habría soportado que fueras fea.
Y se echó a reír de aquel modo encantador que incitaba a imitarla y a no
tomar en serio nada de lo que decía.
Sally se preguntó si de verdad sería bonita, pues nunca había creído que
lo fuera. Pero si Lynn lo decía, tenía que ser cierto. Sin embargo, eso había
sucedido cinco años antes. ¿Qué pensaría Lynn de ella ahora?
De nuevo se miró al espejo y se quitó al anticuado sombrerito de fieltro
que llevaba puesto. Después se despojó de las horquillas que sujetaban su
cabello en un moño sobre la nuca y sacudió la cabeza. El cabello se esponjó,
como si recibiera de buen grado su nueva libertad. Era rizado por naturaleza y
muy rubio, casi platino de tanto haber estado al sol. Sacó un peine de su bolso y
se lo peinó hacia un lado, de modo menos severo que como lo llevaba siempre.
Estaba mucho mejor así, pero su intuición le decía que Lynn insistiría en
ponerla al cuidado de un buen peluquero.
No se atrevía ni a pensar en lo que diría sobre su traje de chaqueta de
apagado tono beis. Pero Lynn, que había conocido muy bien a su tía Amy, no
podía esperar que ésta le permitiera vestirse de otro modo.
Tía Amy había muerto de forma inesperada y repentina, pues apenas
unos días antes hablaba de lo que se proponía hacer con la granja en los
próximos años.
A Sally jamás se le hubiera ocurrido pensar en vivir en otra parte que no
fuera Mythrodd. Pero ahora su tía estaba muerta y la señorita Mawson se había
hecho cargo de la propiedad. Desde el momento en que la señorita Mawson
llegó para ayudar a tía Amy, Sally comprendió que aquella mujer la detestaba.
Era una solterona de cuarenta años, fea y tosca, cuyos ojos revelaban que
siempre estaba dispuesta a pensar lo peor de todo el mundo. Y, sin embargo, su
vida había sido de servicio constante a los demás. Como misionera en Japón,
sufrió penalidades y prestó sus servicios en una institución benéfica dedicada a
ayudar a los londinenses que los bombardeos habían dejado sin hogar. A los
cuatro años de trabajar allí estuvo a punto de sufrir un colapso, por lo que la
enviaron a Mythrodd. Llegó como huésped, pero terminó por quedarse como
ayudante. Sally no simpatizaba con ella y recibió por tanto una sorpresa nada
grata cuando su tía Amy dijo una noche:
- Sally, he pedido a la señorita Mawson que se quede con nosotros en
calidad de ayudante.
- ¡Oh, no, tía Amy! – exclamó Sally sin pensar y, al ver la expresión severa
de su tía, que jamás permitía que se hablara mal de nadie, se apresuró a añadir:
Quiero decir que … que es una persona un poco difícil … ¿Acaso no somos
felices tal como estamos ahora?
El rostro de tía Amy se había suavizado al oírla.
- Me alegra que te sientas feliz, hija mía, pero yo empiezo a envejecer. Ya
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cumplí sesenta años y esto se está volviendo demasiado grande para mis
fuerzas. Estamos haciendo un buen trabajo, Sally. Me gustaría construir una
nueva ala ahora que ya ha terminado la guerra. Quiero que la granja se
convierta en un lugar permanente de reposo. Siempre habrá gente que necesite
ayuda para recuperar las fuerzas y la salud. Deseo que esta labor continúe,
aunque yo muera, y por eso he pedido a la señorita Mawson, una mujer joven y
buena, que se quede para ayudarme.
- Comprendo – murmuró Sally. Por supuesto, si crees que ella puede
ayudarte, no hay nada más que decir.
La señorita Mawson no tardó en relegar a Sally a un segundo plano en lo
que a la administración de la granja se refería, pero no desperdició ocasión de
aumentar el trabajo que pesaba sobre ella.
Todas las sospechas que Sally abrigaba sobre la antipatía de la señorita
Mawson hacia ella se confirmaron a la muerte de su tía Amy. La joven amaba
profundamente a su tía, que había sido para ella, desde pequeña, padre, madre
y tutora. Aunque era una mujer severa y estricta, poco dada a demostraciones
de afecto, había sido a tal punto parte de su vida, que Sally no podía imaginar
la existencia sin estar a su lado.
Había muerto después de sólo tres días de enfermedad y Sally quedó
abrumada por el dolor, sin saber qué hacer. Cuando se leyó el testamento, tanto
Sally como la señorita Mawson supieron que cuanto poseía tía Amy lo dejaba
en fideicomiso para que la granja continuase adelante. Entonces la señorita
Mawson le dijo a Sally que se marchara: ella estaba ahora a cargo de Mythrodd
y no la quería allí.
Sally habría querido protestar, decir que su tía nunca hubiese querido
que se fuera de la granja, pero su propia dignidad la hizo guardar silencio. No
tenía por qué explicar a aquella mujer que ella sabía por qué su tía no la había
mencionado en su testamento. Tía Amy se lo dijo cuando la acompañó a la
oficina de sus abogados, poco después que estableciera la granja:
- No te incluyo en mi testamento, queridita, porque tú ya eres rica por
derecho propio dado que tu padre te dejó toda su fortuna. Él quiso que te
quedaras a vivir conmigo hasta que te casaras o hasta que cumplieras los
veinticinco años. Pero como falta mucho tiempo para eso, debemos olvidarnos
del asunto hasta entonces.
No, no tenía por qué decirle nada de esto a la señorita Mawson; así pues,
contestó que se iría lo antes posible y salió de la habitación inmediatamente.
Ahora, sentada en el tren que la llevaba a Londres, no estaba muy segura
de haber hecho lo que debía. Le daba miedo dejar atrás todo lo que le era
familiar y estaba temerosa también porque Lynn no había contestado a su carta.
Esperaba un telegrama suyo, porque conocía el carácter impulsivo de Lynn,
pero como no obtuvo respuesta, decidió no esperar más.
Reunió sus libros y todas sus cosas personales para llevarlos a la vicaría.
El anciano vicario era buen amigo suyo y no tuvo inconveniente en que las
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dejara guardadas en el desván. Sin decirle lo que había sucedido en la granja,
Sally le explicó que se iba a Londres a casa de unas amistades, mientras decidía
que haría en adelante con su vida. El vicario aceptó su explicación y ella se
dispuso a dejar Mythrodd para siempre, porque ya no era su hogar. Estaba sola
y no tenía a nadie en el mundo, aparte de Lynn … que no había contestado a su
carta.
Sally rogaba al cielo que estuviera en Londres. ¡Sería terrible que no se
encontrara en Inglaterra y esa fuera la razón de su silencio!
Sally abrió su bolso. Llevaba muy poco dinero, porque el billete de
ferrocarril había consumido la mayor parte de sus escasos ahorros. Le
quedaban sólo dos libras en billetes y unos seis chelines sueltos. Se preguntó
cuánto le costaría hospedarse en un hotel.
En aquel momento, el tren se detuvo bruscamente.
El sol de la tarde empezaba a hundirse en el horizonte y el cielo estaba
rojo. Se encontraban en el campo y no había señales de ninguna estación. Sallí
decidió asomarse para ver qué sucedía. Antes que lo hiciera, se abrió la puerta
que daba al corredor y el revisor asomó la cabeza.
- ¿Va a Londres, señorita?
- Sí – contestó Sally.
- Temo que llegaremos muy tarde esta vez. Las inundaciones dañaron un
puente anoche. Ya lo están reparando y esperamos que no tarden demasiado,
pero llevará varias horas de cualquier modo. El coche restaurante está un poco
más allá de éste, a la derecha. Le recomiendo que vaya a comer algo.
- Le agradezco el consejo. Y siento mucho que haya sucedido esto.
- ¡Oh! Pasa con frecuencia en tiempo de lluvias. Avanzaremos un poco
más para detenernos en una pequeña estación que hay cerca.
Sally pensó que llegarían muy tarde a Londres. No esperaba que Lynn
fuera a esperarla, pero le había enviado un telegrama antes de salir del pueblo.
Ahora hubiera querido no haberlo hecho. Así Lynn no se preocuparía porque
no llegaba. Pero no. Lynn se preocupaba por muy pocas cosas en la vida, ¡y qué
ridículo era pensar que iría a esperarla! En el mejor de los casos enviaría a Mary,
la querida Studd, que jamás se alteraba por nada.
El tren se detuvo y Sally, asomando la cabeza por la ventanilla, vio que se
encontraba en una pequeña estación, con flores a ambos lados del andén.
Los pasajeros estaban bajando del tren, mirando a su alrededor y
hablando de lo sucedido. Sally bajó también. Se detuvo para aspirar el aire tibio
y perfumado y se dijo que el retraso no le importaba si la rodeaban la calma y la
paz del campo.
De pronto sintió algo frío contra su pierna y, al bajar la mirada, vio que
era la nariz de un perro de aguas en cuyos ojos se descubría la expresión
patética de quien está siempre ansioso de complacer.
- ¿Tú también estás aburrido de viajar en el tren? – le preguntó Sally,
segura de que el perro estaba tan emocionado de hallarse al aire libre como ella.
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El animal sacudió la cola y entonces una voz lo llamó:
- ¡Bracken, ven aquí!
Sally levantó la cabeza y vio, no lejos de ella, a dos hombres, uno de los
cuales llevaba también un perro, un enorme perdiguero sujeto por una correa.
El de aguas lamió a Sally afectuosamente una vez más y obedeció la
llamada de su amo. La joven le observó. Era un hombre esbelto, bronceado por
el sol y bien parecido, aunque unas arrugas que iban de la nariz a la boca daban
a sus labios una expresión algo cínica. Repentinamente Sally tuvo la impresión
de que lo había visto antes, pero no sabía dónde.
Los dos hombres y sus perros se alejaron de la estación por el sendero
que conducía a una pequeña población semioculta por una curva del camino.
Ella hubiera querido ir a visitar el pueblo también, pero temió que
pareciera que iba siguiendo a los dos hombres; así que, después de pasear unos
minutos por el andén, volvió a su vagón. Media hora más tarde, observó que los
dos hombres volvían. De nuevo tuvo la extraña sensación de haber visto antes
al dueño del perro de aguas. Se había quitado el sombrero y su cabeza se
recortaba contra el cielo, que había cambiado del rojo escarlata al azul
transparente del crepúsculo.
Sally se lo imaginó de pronto, sin saber por qué, como un caballero de
armadura y emplumado casco.
“¿Es eso lo que parece, un caballero de los viejos tiempos?”, se preguntó.
Pero no encontró respuesta a su pregunta.
Vio que los hombres estaban bajando su equipaje y, por fragmentos de
conversación, comprendió que habían decidido continuar el viaje a Londres en
un auto alquilado en el pueblo. Cuando los vio desaparecer se sintió
extrañamente sola. Los envidió por haber encontrado la forma de evitar aquella
larga espera, que ella tendría que soportar sentada en el tren.
Recordó el consejo el revisor y fue a comer al restaurante. Al terminar
volvió a su asiento. Pasaron varias horas antes de que el revisor volviera a
recorrer el tren para pedir a todos que ocuparan sus asientos, porque iban a
reanudar el viaje.
Sally consultó su reloj. Eran ya las once de la noche y decidió pasar
aquellas horas lo más cómodamente posible. Se recostó en el asiento con las
piernas extendidas y se cubrió con su abrigo. Aunque no esperaba poder
dormir, cayó en un profundo sueño apenas cerró los ojos. Despertó una sola vez
cuando el tren se detuvo en una estación, pero volvió a quedarse dormida en
cuanto reanudó la marcha.
La despertó su amigo el revisor, quien abrió la puerta del compartimento
anunciado:
- Llegamos dentro de cinco minutos, señorita.
Sally se sentó de inmediato.
- ¡Cinco minutos! – exclamó. ¡Estupendo! ¿Qué hora es?
- Faltan trece minutos para las cinco de la mañana. Tengo la impresión de
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que ha dormido usted bien.
- ¡Oh, sí, muy bien!
En cuanto se marchó el revisor, Sally procuró arreglarse lo mejor posible.
Después bajó la maleta de la rejilla.
¡Las cinco de la madrugada! ¡Qué hora tan intempestiva de llegar! Había
pocos mozos en la estación y escasos taxis fuera. Sally decidió dejar su maleta
en consigna; no se atrevía a ir a casa de Lynn a aquella hora.
Salió a la calle. Varios camiones estaban cargando cajas de verduras y
frutas, que sin duda habían llegado en el tren. Uno de ellos tenía el letrero que
decía: Gregot e hijos: Mercado de Covent Garden.
Sally pensó que, ya que había llegado a Londres tan temprano, iría a ver
al único amigo que tenía en la ciudad. Con inusitado atrevimiento, se acercó al
conductor del camión.
- Perdone, señor – dijo - ¿va usted a Covent Garden?
- Sí, en cuanto termine de cargar.
- ¿Sería mucha molestia que me llevara? No hay taxis y tengo interés en
ver a una persona que trabaja allí.
- Va contra el reglamento, pero no creo que a esta hora nadie se preocupe
mucho por eso. Suba.
Sally así lo hizo y, unos minutos más tarde, el conductor subió también
para ocupar su lugar frente al volante. No tardaron en lanzarse a través de las
calles vacías de la ciudad.
- Le agradezco mucho su ayuda – dijo ella con voz tímida.
- No hay problema. Yo tenía que ir allí de cualquier modo. ¿Cómo se
llama esa amiga que trabaja en el mercado?
- Es un chico llamado Tommy Mathews.
- ¿La espera?
- No; le sorprenderá verme. Traigo un recado para él de su madre, a quien
prometí que trataría de verlo al llegar a Londres.
- ¿Sabe con quién trabaja?
- Sí; creo que con un señor apellidado Fraser.
- ¡Ah! Trabaja para el viejo Fraser. Le puedo decir dónde es. No está lejos
de donde yo descargo.
No tardaron en llegar a Covent Garden, donde ya había una intensa
actividad entre voces, silbidos y gritos de los que llegaban y saludaban a los
amigos.
- Bien, ya estamos aquí – dijo el camionero a Sally, deteniéndose ante un
gran almacén. Encontrará a su amigo si sigue derecho y gira a la izquierda en la
primera esquina. Me parece que es el segundo almacén de ese lado.
- Muchas gracias – dijo Sally.
- Ha sido un placer – contestó el hombre: ¡Adiós y suerte!
- Lo mismo digo – sonrió Sally y se lanzó en busca de Tommy Mathews.
Éste había llegado a la granja cuatro años antes, con una pierna rota
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durante un bombardeo y estuvo muy contento en el tiempo que pasó allí. Dos
meses antes de morir, tía Amy había recibido una carta en la cual Tommy le
suplicaba que admitieran a su madre, que convalecía de una grave dolencia
abdominal. La señora Mathews resultó ser tan agradable como su hijo.
Sally casi temía no reconocer a Tommy, pero lo hizo nada más verlo. Allí
estaba, alegre, guapo como siempre y un poco más alto. Sus ojos azules todavía
con aire travieso y parecía tener más pecas que nunca. Como estaba
concentrado en su trabajo, no la vio hasta que estuvo junto a él.
- ¡Señorita Sally, que alegría verla! ¡Nunca esperé encontrármela aquí!
- Yo tampoco pensaba venir tan pronto y de este modo, pero me alegra
encontrarle tan bien.
- Sí, nunca en mi vida me había sentido mejor. ¿Cómo sigue mi madre?
- Se está recuperando muy bien. Me pidió que te dijera que piensa volver
dentro de quince días; pero debes decirle dónde estás viviendo ahora, porque
en tu última carta le escribiste que ibas a cambiarte.
- Ya lo hice – contestó Tom. Le escribiré esta noche, se lo prometo,
señorita.
- Yo también lo haré, Tommy.
- Si usted le escribe dígale que no se preocupe por mí. Estoy muy
contento, porque ahora vivo con mi tía. Las encontraré inesperadamente. Mamá
no la ha visto hace años; perdieron el contacto durante la guerra. Mi tía es
buena como el pan. Me mima tanto como mi madre.
- Me alegro. Pero será mejor que me des la dirección, porque voy a
escribirle esta misma noche a tu madre y a ti se te podría olvidar.
- No confía mucho en que lo haga, ¿verdad? – rio Tommy. Bueno, aquí
tiene un lápiz – añadió al ver que Sally había sacado una agenda de su bolso.
Dígale que me escriba a casa de la señora Bird, calle Hill 263, Londres.
Explíquele que vivo con su hermana Ellen.
- ¡Ellen Bird! – repitió Sally y miró al muchacho con fijeza. No puede ser
… ¿Habrá dos personas con ese nombre? ¿Tu tía no trabajó de niñera, Tommy?
- Sí, señorita, antes de casarse. Ahora que lo dice, cuando le conté dónde
estaba mamá, me dijo que había trabajado en Devonshire, con una familia
llamada Saint Vincent.
- ¡Entonces, Nanny, es mi niñera! ¡Oh, Tommy, qué coincidencia! ¡Debo
verla! Ella cuidó de mí hasta que se casó.
- De verdad que pequeño ese el mundo, señorita. ¿Por qué no va ahora
mismo a verla? Se pondrá muy contenta.
- ¡Oh, pero es demasiado temprano!
- No para tía Ellen. Se levanta a las cuatro de la madrugada. Ella es la que
me despierta todos los días. Vaya, señorita, y dígale que yo la envié.
- Gracias, Tommy; creo que lo haré.
- Me da mucho gusto verla. Pero tengo que ponerme a trabajar o el jefe me
tirará de las orejas.
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- Adiós, entonces, Tommy, ¡y gracias!
Sally salió del mercado pensando que visitar a su vieja y querida niñera
era una forma de pasar el tiempo antes de ir a casa de Lynn. Un taxi la llevó en
pocos minutos a la calle Hill. El conductor, muy amable le explicó que la plaza
Berkeley estaba cerca de allí. Esto significaba que podía ir andando a casa de
Lynn cuando terminara la visita.
La casa era una imponente mansión de ladrillo rojo con ancha escalinata
de mármol y Sally estaba a punto de subirla, cuando recordó que Tom le había
dicho que su tía era la encargada de la casa. Abrió la puerta que conducía al
sótano y descendió con cuidado la escalera de hierro.
La señora Bird, baja, regordeta y de cabellos, mirando dubitativa a Sally.
Fue ésta quien habló primero:
- Nanny, ¿no me recuerdas?
La antigua niñera lanzó un grito.
- ¡Pero si es la niña Sally! ¡Oh, querida, qué sorpresa! No podía creer lo
que veían mis ojos. He pensado por un momento que estaba soñando. “Es mi
niña”, me decía el corazón, pero creí que me estaba imaginando cosas. Pasa,
pasa … ¿Qué haces aquí?
Ellen Bird condujo a Sally a una salita un poco oscura, donde la joven
reconoció muchos de los objetos personales de su niñera. En la repisa de la
chimenea había un retrato de ella cuando era niña, y, junto al sillón, estaba el
cesto de costura de Nanny, que siempre la acompañaba a todas partes.
Sally, impulsivamente, abrazó y besó a la señora Bird.
- ¡Oh, Nanny, que contenta estoy de verte!
Nanny se enjugó los ojos.
- ¡Ah, niña! Y yo estoy tan emocionada que no sé ni qué decir. ¡Cómo has
crecido y qué bonita te has puesto! Pero cuéntame por qué estás aquí y cómo
me has encontrado.
- Es una larga historia – respondió Sally, que a continuación le habló de la
granja de tía Amy, de la muerte de ésta y de la forma casual como se había
enterado de que Tommy era su sobrino.
- Imagínate … pensar que mi hermana estaba contigo y con la señora
Amy. Jamás pensé que es había ido a Gales …
- Nos trasladamos allí al principio de la guerra, en 1940. Mi padre murió,
como sabes.
- Sí, me enteré por el periódico. Pensaba escribirles, pero estábamos
pasando una época dura. El bombardeo destruyó nuestra casa de Stepney y
tuvimos que irnos a vivir con mi cuñada a Yorkshire. Lo perdimos todo y
tardamos muchos años en poder volver a vivir solos mi marido y yo.
Continuaron charlando un poco más y Sally no pudo contener las
lágrimas cuando oyó hablar a la señora Bird con tanto afecto de su padre y de
tía Amy. Más tarde, la buena mujer se la llevó a la cocina para prepararle el
desayuno.
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- ¿Con quién vas a vivir en Londres? – preguntó mientras la joven comía.
- Con … con unas amigas que viven en la plaza Berkeley.
- Eso me parece muy bien; está a la vuelta de la esquina. Así que, cuando
no tengas nada que hacer, puedes venir a verme. ¿Qué vas a hacer ahora,
trabajar?
- No lo sé, Nanny. Todo ha sucedido de forma tan repentina: la muerte de
tía Amy, el venir aquí …
- Vamos, no te preocupes. Si en algún momento me necesitas, aquí estoy,
querida.
- ¡Oh, Nanny, no sabes cuánto me tranquiliza oírte decir eso! Y ahora
cuéntame de ti. ¿Cómo está tu marido? ¿Estáis contentos aquí?
- Fred se encuentra bien. Se levanta un poco tarde, pero me ayuda mucho
en el trabajo pesado de la casa. Hay tres apartamentos aquí, muy cómodos y
elegantes. Dos caballeros ocupan el primer y tercer piso. Son hermanos. En el
segundo piso hay una pareja. Él trabaja en la embajada italiana y ahora los dos
están en Italia. No volverán hasta dentro de dos meses, así que sólo tengo a mis
dos caballeros que cuidar.
- Y supongo que los mimas como si fueras su madre, igual que hacías
conmigo.
Los ojos de Nanny brillaron alegremente.
- Lo necesitan a veces. El hermano mayor es un perfecto caballero. El otro
es un poco alocado, pero una no puede menos que quererlo; es un muchacho
encantador.
Hablaron unos minutos más, hasta que Sally vio que era hora de
marcharse. Cuando explicó a Nanny que tal vez sus amigas estaban
preocupadas porque no había llegado, la antigua niñera no insistió en que se
quedara más tiempo.
- Bueno, Nanny, hasta muy pronto – se despidió Sally, yendo hacia la
puerta posterior.
- No, espera un momento – dijo la señora Bird – ven por aquí. Vas a salir
por la puerta principal. ¿Cuándo se ha visto que una Saint Vincent utilice la del
sótano?
- ¡Oh, Nanny, esas ideas se fueron con la guerra!
- No para mí, querida – insistió Nanny: Mira, sube por ahí. Yo no iré
contigo, si me perdonas. Encontrarás la puerta de la calle fácilmente. Fred no
tardará en pedirme el desayuno.
- Claro, Nanny. Salúdalo de mi parte y gracias, muchas gracias por todo.
Sally subió corriendo la escalera, cruzó una puerta y se encontró en un
amplio vestíbulo de mármol, desde donde una gran escalera conducía a los
pisos superiores. Se dirigió a la puerta de la calle, puso la mano en el picaporte
y entonces advirtió que había alguien fuera. Abrió y se encontró frente a un
hombre que en aquel momento se disponía a insertar la llave en la cerrradura.
Detrás de él, un chófer estaba sacando una maleta del auto y, junto al
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hombre, un perro de aguas que parecía haber reconocido a la joven, movía la
cola alegremente. Sally lanzó una exclamación involuntaria de sorpresa al
reconocer al hombre del tren. Él se apartó para dejarla pasar y ella le sonrió,
pero su amabilidad no halló correspondencia. Por el contrario, le pareció que el
hombre la miraba con frialdad, casi con menosprecio. La sonrisa murió en sus
labios y volvió la cabeza, turbada. Al bajar corriendo los peldaños de la entrada,
se preguntó a que se debería la hostil actitud masculina.
Pero cuando echó a andar por la calle Hill en dirección a la plaza
Berkeley, otra preocupación la hizo olvidar al desconocido y, a pesar de que
lucía un sol esplendoroso, sintió frío. ¿Se alegraría Lynn de verla? La verdad era
que tenía miedo.
Capítulo 2
Después que salió su hija del dormitorio, Lynn se quedó sentada un buen
rato, mirando su imagen en el espejo del tocador. Por fin, tras recogerse el
cabello y limpiarse la cara con crema, se metió en la cama.
Sally y Tony desaparecieron de su mente y sus pensamientos fueron
todos para Erico y el amor que sentía por él. Le parecía sentir de nuevo el calor
de sus labios y pensó que nunca había amado a un hombre tanto como a él.
En aquel momento sonó el teléfono que tenía junto a la cama. Era una
línea estrictamente privada y sólo unos cuantos privilegiados conocían el
número. Debía de ser Erico, se dijo Lynn con el corazón palpitante. Pero fue la
voz de Tony la que sonó en su oído.
- ¿Estás sola?
- ¿Sola? ¡Por supuesto! ¿Qué quieres?
- Hablar contigo, naturalmente.
- Tony, es tarde y estoy cansada.
- Lo siento, Lynn, pero no puedo hacerlo.
- ¿Hacer qué?
- ¡Casarme con esa pobre niña!
- ¿Por qué no?
- Porque no es justo. Es demasiado joven. Sabe tanto sobre la vida como
un gatito que no ha abierto todavía los ojos. No está bien y tú lo sabes.
- No sé de qué hablas. Sally ha estado aquí. Está muy feliz y emocionada
de casarse contigo.
- Dudo mucho que eso sea verdad. Lynn, tú no eres ninguna tonta y yo no
soy el sinvergüenza que crees. Te repito que no puedo hacerlo.
- Pero tendrás que hacerlo, Tony. Me lo prometiste. Además, no tienes por
qué sentirte como un villano. Puedes hacer muy feliz a Sally. Si no está
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locamente enamorada de ti en estos momentos, pronto lo estará. ¿Quién no se
enamoraría de un hombre tan atractivo como tú?
- Tú, por ejemplo. Sabes que es a ti a quien quiero y siempre te querré.
¿Qué objeto tiene forjar un infierno para mí y para Sally?
- ¡Vamos! Ninguno de vosotros es capaz de hacer un infierno de la vida de
nadie. Tony, me prometiste hacerlo y, si me amas como dices, cumplirás tu
promesa.
- ¡Si te amo! … ¿Cuántas veces tendré que decirte de qué modo? ¿Te
imaginas lo que siento al verte con ese tipo con quien pretendes casarte, cuanto
tú me perteneces?
- Tony, deja de decir tonterías. Sabes tan bien como yo que no podíamos
seguir como estábamos. Tienes muchas deudas y yo tengo tantas, y tan
apremiantes, que hasta me aterroriza recordarlas. Fuimos felices juntos y
debemos estar agradecidos por ello; pero se acabó. Sally es una criatura muy
dulce; tú mismo lo has dicho.
- ¡Claro que lo es! Y eso hace más difíciles las cosas para mí. No estoy
enamorado de ella, nunca podré estarlo y tú sabes por qué.
- De todos modos, Tony, te casarás con Sally, y ambos disfrutaréis de la
considerable renta que ella recibirá en cuanto se case. Por otra parte, quiero
recordarte que todavía tengo cierto papelito que tú firmaste.
- ¡Por Dios, Lynn! ¿Serías capaz de extorsionarme después de todo lo que
significamos el uno para el otro? Rompe ese maldito cheque y olvídate de él.
Estaba borracho cuando falsifiqué tu firma. Además, me habías estado
apremiando con aquel costoso anillo que querías. Pensé que podría ganar
aquella noche a las cartas, comprarte el anillo y reintegrar al banco el dinero
que había cobrado de tu cuenta.
- Pero no lo hiciste. Y ante un tribunal, esas explicaciones no te salvarían
de ser acusado de falsificador.
- ¡Lynn! Creo muchas cosas de ti, pero no se me había ocurrido que fueras
capaz de usar eso en mi contra.
- También podría exigirle el dinero a tu hermano. Eso serviría para
mantener a Sally mientras encuentra otro hombre dispuesto a casarse con ella,
tanto por sí misma como por su fortuna.
- ¡Lynn, eres un demonio!
- ¿Sí? Antes decías que era un ángel. Pero mira, estoy cansada y quiero
dormir. Vamos a dejar en claro una cosa: te casarás con Sally. Si lo prefieres,
diremos que lo harás por dos razones: primero, porque me amas y quieres
ayudarme; segundo, por una razón que no mencionaremos, pero que está
guardada en mi caja fuerte.
- ¡Quisiera poder odiarte con toda mi alma! – exclamó Tony. Bien sabe
Dios que tengo muchas razones para hacerlo.
- Pero no me odias, así que no tiene objeto que lo menciones. Y como me
amas, vas a hacer lo que quiero.
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- Lynn, ¿nunca piensas en aquel hotelito junto al mar? Creo que allí estuve
más cerca del cielo de lo que jamás puede estarlo un hombre. ¡Qué hermosa
eras, Lynn! ¿No vendrás conmigo una vez más, antes que sea demasiado tarde?
Déjame tenerte de nuevo en mis brazos. Quiero oírte decir, como aquella noche,
que me amas. ¡Ven conmigo, Lynn!
- No, Tony. Lo pasado, pasado está. Además, y perdóname si soy brutal:
no quiero.
Se produjo un largo silencio y Lynn preguntó por fin:
- Te casarás con Sally, ¿verdad, Tony? – él no contestó y Lynn continuó
diciendo: Pero, ¿por qué tengo que preguntártelo? Sé que lo harás. Siempre has
hecho lo que yo he querido y sé que no me fallarás ahora. Buenas noches, Tony,
que Dios te bendiga.
Lynn apartó el auricular del oído y oyó a Tony gritar varias veces su
nombre. Sin hacerle caso, colgó.
Capítulo 3
Capítulo 4
Sally salió del estupor en que estaba sumida cuando alguien llamó a la
puerta.
- Adelante – dijo, arreglándose el cabello con dedos nerviosos. Esperaba
ver entrar a una doncella, pero se trataba de Lady Thorne.
- ¿Puedo pasar? – preguntó con su dulce voz.
- Por supuesto – contestó Sally y añadió nerviosa: ¿Me he retrasado? No sé
qué hora es.
- ¡Oh, no! – contestó Lady Thorne. No son todavía las siete y nosotros
cenamos a las ocho y media. He entrado a ver a los niños, pero están dormidos.
Debe haber sido un día largo y agotador para ellos.
- Sí, estaban muy cansados. Por eso los he acostado temprano.
- Ha hecho muy bien – aprobó Lady Thorne. Se sentó en el asiento bajo la
ventana, donde Sally había estado acurrucada unos minutos antes.
- Vena a mi lado, querida – le pidió. Quiero hablar con usted. Es difícil
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hablar a solas en esta casa. Cuando mis hijos eran pequeños solían quejarse de
que nunca podían hablar conmigo sin que alguien nos interrumpiera – lanzó un
suspiro. Tener a esos dos pequeños aquí me ha hecho recordar viejos tiempos,
hace que me sienta joven otra vez.
- Es usted muy bondadosa por haberlos aceptado aquí – dijo Sally con
sincera gratitud – y lo es más todavía al admitirme a mí.
- De eso quería hablarle – dijo Lady Thorne y Sally sintió que se le oprimía
el corazón. Sin darse cuenta, había llevado la conversación al tema que más
deseaba evitar. He estado pensando – continuó la dama – que no fuimos muy
amables al recibirla. Guy me había llamado por teléfono desde Londres,
diciéndome que iba a traer a casa, para que pasara con nosotros algún tiempo, a
una tal señorita Saint Vincent, amiga de Tony.
- ¡Oh! – exclamó Sally y sus mejillas se tiñeron de rubor.
- A mí, desde luego, me agradó poder ofrecer hospitalidad a una amiga de
mi hijo menor; pero ahora que Guy me ha contado todo lo sucedido y los malos
momentos por los que está usted pasando, quiero decirle cuánto lo siento. No
entiendo cómo mi Tony ha podido portarse así. ¡Está tan extraño últimamente
…! No ha sido el mismo de siempre en los últimos dos o tres años, desde que …
- Lady Thorne se detuvo, como si pensara que estaba hablando de más. Era un
niño bueno y cariñoso … - murmuró de pronto – pero cuando los hijos crecen,
suelen alejarse de la casa y de sus padres.
Había tanto dolor en la voz de Lady Thorne, que Sally extendió una
mano para tocar la suya.
- ¡Oh, no debe sufrir por Tony! No entiendo por qué en el último momento
no quiso casarse conmigo, pero puedo asegurarle que fue siempre muy amable
y honesto. No puedo concebir que sea cruel con nadie. Al principio le tenía un
poco de miedo, pero luego fue tan bueno que empecé a quererlo.
La anciana sonrió, aunque había lágrimas en sus ojos.
- Gracias por decirme eso. Creo, como usted, que debe haber alguna buena
explicación, que tal vez un día oigamos de labios del propio Tony. Mientras
tanto, quiero decirle que me agrada mucho que esté aquí y debe quedarse todo
el tiempo que desee.
- ¡Oh, gracias! Pero tan pronto como sea posible, debo conseguir un
empleo. No tengo dinero, ¿sabe?
- Guy me lo ha dicho. Por favor, no se preocupe por eso de momento. Los
problemas suelen resolverse solos, si uno les da tiempo.
- Gracias – repitió Sally.
- Y ahora, debo ir a cambiarme para la cena. Esta noche conocerá usted al
Capitán Pawlovski. Está aquí con nosotros mientras realiza algunos
experimentos muy especiales y secretos en nuestro aeropuerto privado.
Al ver la expresión sorprendida de Sally, Lady Thorpe explicó:
- Sí, tal vez vivamos en un lugar un poco apartado, pero no hemos
perdido el contacto con el progreso. Guy tenía su propio avión antes de la
48
guerra. Ahora ha renunciado a volar, pero el Capitán Pawlovski está
aprovechando bien las instalaciones que él tenía aquí. El capitán es polaco y
amigo de mi sobrina Nadia. Tiene un permiso especial del gobierno para
realizar sus experimentos.
- ¡Qué interesante! – exclamó Sally.
- Eso es lo que todos pensamos, aunque no nos dice con exactitud en qué
consisten sus experimentos. No es un hombre muy comunicativo. Él, como mi
sobrina, sufrió mucho antes de poder escapar.
- ¿Se refiere a la señorita Thorne? – preguntó Sally.
- Sí, a Nadia. Supongo que, como todos, se preguntará por qué tiene
nuestro apellido y no parece inglesa. Se lo explicaré: un hermano de mi marido,
diplomático de carrera, se casó con una polaca y se fue a vivir a Polonia. No lo
volvimos a ver porque murió poco después de su matrimonio, pero dejó una
hija. Yo me escribía de vez en cuando con la viuda, aunque es difícil sostener
correspondencia con una persona extranjera a la que una nunca ha visto. Pero
intercambiábamos fotos de nuestros hijos y a través de ellas vi transformarse a
Nadia de una linda nenita en una atractiva joven. Luego vino la guerra y,
durante mucho tiempo, no supimos nada de ellas. Hicimos investigaciones por
medio de la Cruz Roja y nos enteramos de que la cuñada de mi esposo había
sido fusilada y nadie sabía qué había sido de Nadia.
La dama suspiró antes de continuar su relato:
- Durante el último año de guerra. Nadia escapó a Inglaterra y nos buscó
en cuanto llegó. Nosotros, desde luego, nos sentimos felices de poder ofrecerle
un hogar.
- Así que está sola en el mundo como yo … - murmuró Sally, sintiendo
que la desdicha la unía a Nadie.
- Sí, pobre niña, excepto que ella nos tiene a nosotros y tratamos de
compensarla por algunas de las cosas que ha perdido – Lady Thorne levantó la
vista al terminar de hablar, para ver el reloj que había sobre la repisa de la
chimenea. Tengo que irme o se nos hará tarde, a las dos para la cena. A Guy no
le gusta esperar.
Cruzó la habitación y, antes de salir, besó a Sally, que le había abierto la
puerta.
- Dios la bendiga, querida – dijo. Procure no estar triste. Hay muchas cosas
bellas que la vida le reserva todavía.
Su dulzura conmovió a Sally de tal modo que no pudo contestar; pero,
aunque había lágrimas en sus ojos al cerrar la puerta, las nubes negras que la
abrumaban empezaron a aligerarse un poco.
Rápidamente se puso un vestido azul y se arregló el cabello como el
peluquero de Lynn le había enseñado a hacerlo. Cuando se miró al espejo pensó
que estaba elegante y atractiva.
Al bajar la escalera oyó pasos a su espalda y se volvió. Era Nadia quien la
seguía. Llevaba un sencillo vestido de terciopelo negro que resaltaba la
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blancura de su piel y armonizaba con su cabello y sus ojos oscuros. Sally esperó
a que le diera alcance y trató de sonreír, pero la actitud de Nadia era tan hostil
como antes.
- No hay necesidad, señorita Saint Vincent, de que se ponga tan elegante.
Aquí somos gente sencilla – le dijo la joven polaca con voz dura.
Sally se ruborizó.
- Lo siento – contestó – pero tengo poca ropa y toda es nueva.
- ¡Por supuesto! – exclamó Nadia. Ropa escogida para su luna de miel con
el escurridizo Tony.
Ahora Sally estaba convencida de que la primera impresión que había
tenido de Nadia Thorne era exacta. La muchacha la detestaba, aunque no podía
imaginar qué razones tenía para ello.
Sir Guy y su madre estaban ya en el salón y poco después apareció un
hombre al que Sally no había visto hasta entonces. Era bajo de estatura, moreno
y apuesto, pero el entrecejo fruncido le daba una expresión de constante
impaciencia.
- ¡Ah, Ivor! – exclamó Nadia. Empezaba a temer que te hubieras olvidado
de la hora.
- No, mi estómago me avisó de que era hora de cenar – contestó el Capitán
Pawlovski, con un acento muy fuerte que hacía difícil comprenderlo. Se acercó
a Lady Thorne. Espero que me perdone, señora, porque no he podido
cambiarme de ropa. Tengo que hacer un vuelo esta noche, después de la cena.
- ¡Oh, Ivor, trabaja usted demasiado! – exclamó Lady Thorne. ¿No puede
descansar un poco, aunque sólo sea de vez en cuando?
- En mi país tenemos un proverbio que dice: “Cuando las cosas van bien
es el momento de trabajar”.
- Entonces, ¿las cosas van bien? – preguntó Nadia.
- No conviene cantar victoria antes de tiempo – contestó él.
- Esperen un momento antes de seguir hablando de los experimentos –
pidió Lady Thorne. Ivor, tengo el gusto de presentarle a una nueva invitada de
la casa. Sally, éste es el Capitán Pawlovski, de quien te conté que estaba
trabajando en nuestro campo aéreo. Ivor … la señorita Saint Vincent.
Se estrecharon la mano y Sally se dio cuenta con toda claridad de que el
Capitán Pawlovski no estaba más complacido de verla que Nadia.
La cena no fue la tortura que había temido. Lady Thorne habló casi
incesantemente de asuntos locales y Sir Guy se mostró muy comunicativo.
El Capitán Pawlovski charló poco. Devoraba la comida como quien
deplora perder semejante manjar. Aun antes de que la cena terminara, Sally se
sentía somnolienta y cansada. Así que, en cuanto pasaron al salón, se excusó y
se fue a acostar.
Durante los primeros minutos volvió a asaltarla el recuerdo de Tony,
pero el cansancio físico pudo más y, cuando despertó, vio que una doncella
estaba descorriendo las cortinas porque era de día.
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Ya vestida, se dirigió al dormitorio de Prue. Los niños estaban charlando
con gran animación. Nicholas, asomado a una ventana, parecía a punto de
caerse de tanto sacar el cuerpo. La nena, más circunspecta, estaba sentada en la
cama.
- ¿Qué tal si os vestís? – les sugirió.
Los niños lo hicieron encantador y bajaron corriendo al jardín. Bracken
los recibió con entusiasmo y Nicholas y Prue corrieron con él a través del prado,
seguidos por Sally, que iba más despacio.
Los pequeños desaparecieron entre los árboles del fondo y Sally se
guiaba por el sonido distante de sus agudas voces.
La arboleda se hizo más espesa y Sally se estaba preguntando donde
podían haberse metido los niños cuando llegó a un claro y se encontró en lo alto
de un terraplén al fondo del cual había un gran foso de arena. Nicholas y Prue
se hallaban en el fondo y miraban a Bracken, que escarbaba furioso en la
madriguera de un conejo.
- ¡Mira dónde nos ha traído Bracken! ¿No es un sitio emocionante? – gritó
Prue.
Los lados del foso eran rectos y estaban parcialmente cubiertos por
rosales silvestres, cuya fragancia atraía a unas cuantas abejas madrugadoras.
- Apuesto a que hay muchos conejos aquí – dijo Nicholas – pero Bracken
hace tanto ruido, que espantaría a un tigre.
- ¡No hay tigres en Inglaterra, tonto! – exclamó Prue. ¿Verdad, Sally?
- No, claro que no. Pero ahora subid y vamos a desayunar. Si queréis
volveremos después y Bracken puede seguir buscando conejos, aunque dudo
mucho que ésa sea la forma de encontrarlos.
Los niños obedecieron enseguida, pero aún así llegaron tarde al
desayuno, como Sally temía. A Lady Thorne no le molestó el retraso. Sólo
Nadia comentó con acritud que a la cocinera no le gustaba que nadie llegara
tarde a las comidas.
Guy les comunicó a los niños que había llamado al hospital y su madre
estaba mucho mejor. El doctor había dicho que podrían visitarla pronto.
Después les preguntó si sabían dónde podrían localizar a su padre para avisarle
de lo sucedido. Los niños conocían su dirección en la India, pero Nicholas
añadió que era casi seguro que viniera ya en barco.
- Lo mejor será preguntar a la señora Redford cuando la visitemos en el
hospital, ¿no lo cree así, señorita Saint Vincent? – preguntó Sir Guy.
- Sí, creo que será mejor esperar. Al fin y al cabo, el Mayor Redford no
puede hacer nada y sólo le preocuparíamos.
Nadia se levantó de pronto.
- Si me disculpas, tía Mary, tengo muchas cosas que hacer – dijo y salió
del comedor. Sally se levantó también.
- ¿Puedo ayudar limpiando las habitaciones de los niños y la mía? –
preguntó. Estoy acostumbrada al trabajo de la casa; siempre lo hice en la granja
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de la tía Amy.
- Gracias, querida – contestó Lady Thorne. Gertrude,la doncella que hace
la limpieza, es una mujer ya entrada en años y le agradecerá mucho su ayuda.
Cuando subió a los dormitorios, Sally encontró a Gertrude por el pasillo,
era una mujer gruesa, de casi sesenta años. La joven le explicó lo que había
convenido con Lady Thorne y aunque Gertrude no se mostró muy efusiva fue
evidente que tener ayuda la complacía.
Sally estaba terminando de limpiar la habitación de Nicholas cuando
Nadia apareció en la puerta. Se levantó enseguida, pues estaba arrodillada y se
apartó el pelo de la frente.
- ¿Me buscaba? – preguntó.
Nadie entró en la habitación antes de contestar.
- Sí – dijo. Quiero hacerle saber que los niños no deben ir, por ningún
concepto, al aeropuerto. ¿Me entiende? El Capitán Pawlovski no quiero verlos
por allí. Además, es peligroso para ellos.
- Se lo diré – respondió Sally – pero la verdad es que no sé dónde está el
aeropuerto.
- Pues cuando lo encuentren, no se acerquen a él ni usted ni los niños –
insistió Nadia y se marchó sin decir más.
Sally se preguntó cómo era posible que, con sólo unas cuantas palabras,
aquella mujer fuera capaz de alterar el ambiente de su alrededor.
“Supongo que se debe a lo que sufrió en Polonia”, pensó compasiva.
Cuando terminó de limpiar las habitaciones, bajó y encontró a los niños, que la
esperaban impacientes con Bracken a su lado.
- ¡Vámonos, Sally! Has tardado mucho – se quejó Nicholas. Nos
prometiste que iríamos al foso de arena.
- ¿Por qué no habéis ido solos?
- Queríamos que tú vinieras también – repuso Prue, poniendo su manita
en la de Sally, que sintió una oleada de ternura hacia la niña.
Cruzaron el prado y pronto se perdieron entre los árboles. Cuando
llegaron al foso de arena, los niños se deslizaron por el terraplén entre gritos de
alegría. Sally descendió con más cuidado. Bracken estaba ya inspeccionando los
agujeros hechos por los conejos.
Cuando Sally llegó al lado de Prue, ésta volvió a tomarla de la mano y
tiró de ella hacia la parte más baja del foso, donde había unas ruinas. Al
principio, la joven creyó que era sólo un montón de piedras, pero después se
dijo que tal vez había sido un pabellón. Sin embargo, al entrar por una
desvencijada puerta, observó que eran los restos de una capilla.
- ¡Qué tranquilo está esto! – dijo Prue en voz baja, oprimiendo la mano de
Sally.
Los gritos de Nicholas las hicieron salir casi de inmediato:
- ¡Eh, venid a ver lo que he encontrado! – decía, encaramado en uno de los
lados del foso.
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A Sally y a Prue les costó trabajo reunirse con él ya que la pendiente era
muy pronunciada, pero al fin lo lograron.
- ¡Mirad! – señaló Nicholas.
Sally comprendió enseguida la razón de que se mostrara tan excitado. A
cierta distancia, donde terminaban los árboles, se extendía una llanura muy
bien nivelada, en el centro de la cual se encontraba un avión.
- ¡Un avión! – exclamó Prue. ¡Oh, Nicholas, vamos a verlo!
Rápidamente, Sally extendió una mano para detenerlos.
- ¡Escuchad, niños! – dijo terminantemente. No está permitido que
vayamos al campo aéreo. El capitán Pawlovski, a quien todavía no conocéis,
pero que también vive en la casa, realiza experimentos muy importantes. No sé
de que se trata porque son secretos, pero dice que nadie, absolutamente nadie,
debe ir allí.
- Pero, ¿no podemos sólo acercarnos un poco para ver el avión? –
preguntó Nicholas desilusionado.
- Lo siento, pero me han dicho que está prohibido acercarse y debemos
obedecer.
Para distraer a los desilusionados niños, Sally los llevó a ver la huerta y
el invernadero, contándoles alegres historias que los hicieron reír y olvidar el
avión. No tardó en llegar la hora del almuerzo y Sally anunció que debían
volver a la casa. Iban cruzando ya el prado que había frente a ésta, cuando
vieron que Sir Guy se acercaba a su encuentro.
- Hemos estado jugando en el jardín – dijo Sally cuando él llegó a su lado.
Sabía que tenía las mejillas encendidas y el cabello alborotado por el viento y le
turbó que la viera así.
- Ya veo – dijo Sir Guy con sequedad. Vengo a decirles que acaban de
llamar por teléfono del hospital. La señora Redford está ansiosa de ver a sus
hijos y el doctor cree que será mejor que los vea, aunque sea por unos minutos,
para que se tranquilice. Los llevaré esta tarde en el coche.
- ¡Qué estupendo será para los niños! – exclamó Sally se volvió para
buscar con la mirada a Nicholas y Prue, pero éstos habían echado a correr hacia
la casa. Se pondrán muy contentos. Quieren mucho a su madre.
- Son niños muy bien educados – observó Sir Guy.
- ¡Oh, sí, claro que lo son! – convino Sally. Tienen muy buenos modales y
ambos son muy obedientes. No sé mucho sobre niños, pero creo que la señora
Redford debe de ser una persona excepcional en todos los sentidos.
Hablaba en defensa de la señora Redford al recordar que Lady Thorne
había mencionado que había sido actriz con cierto desdén.
Sir Guy, fijos los ojos en Sally, preguntó:
- ¿Siempre defiende con tanta vehemencia a quienes le son simpáticos?
- ¿Me he mostrado vehemente? Perdone.
- No, no se arrepienta de ser así. Me agrada la gente segura de sus
opiniones.
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- ¿De veras? – preguntó Sally, gratamente sorprendida por el hecho de
encontrar un punto de contacto humano con Sir Guy.
Curiosamente, la reacción entusiasta de ella le hizo retraerse y habló de
nuevo con brusquedad:
- El almuerzo estará listo dentro de diez minutos.
A Sally le pareció que pretendía librarse de ella, pero no se sintió
ofendida. Una vez más lo vio de dos formas diferentes: lejano y arrogante por
un lado, y como un caballero de reluciente armadura por el otro. Sin darse
apenas cuenta, quizá porque esta fantasía se le había hecho ya familiar, le sonrió
antes de dirigirse apresuradamente hacia la casa.
Capítulo 5
Sally llevaba ya quince días en “El Priorato” cuando Sir Guy empezó a
adquirir personalidad propia ante sus ojos, dejando de ser el severo hermano
mayor de Tony. Cada día era más consciente de la presencia del hombre cuando
éste entraba en una habitación o hablaba a los niños con su acostumbrada
serenidad.
Nunca pensó que Nicholas y Prue simpatizarían con él; sin embargo, no
tardó en darse cuenta de que, en cuanto aparecía Sir Guy a los niños se les
iluminaba la carita y corrían a su encuentro para abrumarlo a preguntas.
Casi a pesar suyo, Sally empezó a observarlo con atención. Fue Gertrude
quien más le habló de él. Para la vieja doncella, Sir Guy era también el favorito.
- Es un buen hijo – comentó en cierta ocasión - ¡lástima que no se le
reconozcan! El señorito Tony, con su lengua zalamera, siempre se ha llevado lo
mejor de todo. Sabe cómo manejar a los demás con un dedo, sobre todo a su
madre. Pero conmigo no pudo: yo siempre he preferido al señorito Guy.
- Debían de ser unos niños muy guapos – murmuró Sally, dándose cuenta
de que ya le era imposible referirse a Tony con cierta naturalidad.
- ¡Muy guapos! – confirmó Gertrude. Pero era el señorito Tony quien
recibía siempre los halagos, con su cabello rubio, su carita de ángel y sus ojos
sonrientes. Pero el bueno era el señorito Guy. Y yo siempre he dicho que a los
buenos les va mal. ¡Ya ve qué mal trató la vida al pobre señorito Guy!
- ¿Qué sucedió? – preguntó Sally.
Gertrude miró por encima del hombro y cruzó la habitación en que
estaban para cerrar la puerta.
- Una nunca sabe quién está escuchando. Y aquí hay alguien a quien le
gusta mucho espiar y enterarse de lo que no le importa.
Sally comprendió que se refería a Nadia, que no era santo de su
devoción.
- Pues bien – continuó Gertrude – el señorito Guy se convirtió en un
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muchacho bueno como el pan. Trabajaba mucho en la propiedad para que no
faltara nada y era un caballero de los pies a la cabeza. Era el señorito Tony
quien se iba a divertir a Londres y a París con el dinero que se ganaba aquí.
- Eso no era justo – opinó Sally.
- ¡Claro que no, yo siempre lo dije! Y luego, para remate, ¡mi señorito se
enamoró de Lady Beryl Claveron!
- ¿Quién era ella?
- Una de las jóvenes más hermosas que he visto en mi vida. Era bonita
como un cuadro y parecía casi tan buena como el señorito Guy, así que todos
nos pusimos muy contentos de que se hubieran enamorado. Ella era hija de
Lord Claverton, cuya finca colinda con la nuestra, así que se conocían desde
niños. Ninguno de nosotros pensó nunca que ella fuera capaz de hacer una
locura y romperle el corazón a mi pobre señorito.
- ¿Por qué? ¿Qué hizo? – preguntó Sally.
- Se fugó con un gitano – contestó Gertrude bajando la voz.
- ¿Con un gitano? – preguntó Sally, incrédula.
- Sí, un gitano muy bien parecido. Era rico y había trabajado en el cine.
Esta zona es muy visitada por los gitanos. Vienen todos los veranos y acampan
por los alrededores, en ocasiones en nuestra finca. Fue así como Lady Beryl
conoció a ese gitano. Y cuando quisimos darnos cuenta, nos enteramos de que
se había fugado con él, dejando a Sir Guy con el corazón destrozado.
- ¡Qué horrible! – exclamó Sally. ¡Pobre Sir Guy!
- Eso es lo que yo he dicho siempre. Un par de años después estalló la
guerra. Sir Guy se fue a pelear y cuando volvió su carácter era más serio y triste
que nunca. No sé cómo decirlo, pero creo que desconfía de todos.
- Se ha vuelto escéptico, ¿no es eso?
- Sí, tal vez sea ésa la palabra. Después supimos que Lady Beryl había
muerto en los Estados Unidos o en algún otro sitio, muy lejos, adonde la había
llevado el gitano, sin duda para escapar de la guerra.
- ¿Sir Guy nunca habló de ella? – preguntó Sally.
- Jamás lo he oído mencionarla. El nombre de Lady Beryl nunca se
pronuncia en esta casa, así que no vaya a decir que yo le he contado todo esto.
- Claro que no – prometió Sally.
- Pues ya ve. Pese a todo, Sir Guy dio órdenes de que se permitiera a los
gitanos acampar en cualquier tierra de su propiedad – continuó Gertrude. Eso
le demuestra qué clase de hombre es. Demasiado bueno, en mi opinión. Por eso
cada año vuelven aquí los gitanos, como si nada hubiera pasado.
¡Qué extraordinaria historia aquella!, pensó Sally más tarde. Resultaba
difícil imaginar a Sir Guy locamente enamorado. ¿Y se volvería a enamorar
alguna vez?, se preguntó más de una vez, mientras lo observaba hablando con
su madre, siempre serio y cortés, o tomando una decisión sobre algún problema
relacionado con la propiedad.
Sospechaba, aunque no podía discutirlo con Gertrude, que Nadia estaba
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enamorada de su primo. Había una secreta ansiedad en sus labios y en sus
oscuros ojos cuando lo miraba. Para todos los demás, no sólo era indiferente,
sino con frecuencia grosera. Había en ella, además, un aire furtivo y misterioso
que Sally no lograba comprender. Había optado por rehuirla en lo posible y
sólo se veían a la hora de las comidas.
Los informes sobre la salud de la señora Redford eran cada día más
alentadores. Sir Guy había cablegrafiado al Mayor sobre lo sucedido y éste
contestó que estaba haciendo todo lo posible por volver pronto a la patria.
Lady Thorne no había logrado averiguar si los niños estaban
emparentados o no con el general Redford. Cuando coincidió con él en una
junta de la Cruz Roja, le preguntó por su hijo Bobby, pero el general, en actitud
arrogante, repuso que él no tenía ningún hijo.
En el tercer domingo de su estancia en “El Priorato”, a Sally le sucedió
una cosa muy extraña. El primer festivo, sólo dos días después de su llegada,
Lady Thorne dijo que veía a los niños todavía demasiado cansados para
llevarlos a la iglesia, así que la joven se quedó con ellos y se dedicó a leerles
cuentos. Al domingo siguiente todos fueron a la iglesia en coche. Tuvieron que
recorrer bastantes km para llegar a una iglesia y con una congregación muy
limitada. Al tercer domingo, cuando Sally bajó con los niños, Lady Thorne los
esperaba en el vestíbulo, pero no había auto a la puerta.
- Hoy podemos ir andando a la iglesia – dijo la dama y, como Sally se
mostró sorprendida, explicó: Vamos a nuestra propia iglesia. Está donde
termina el parque.
- ¡Oh, ya entiendo! – exclamó Sally. Me preguntaba por qué la iglesia
estaba tan lejos.
- Por desgracia nuestro vicario atiende dos parroquias y no puede venir
todos los domingos. No nos gusta ir a la otra iglesia. La nuestra es muy
hermosa y antigua. Fue construida con piedra del “Priorato” original, así que
nos sentimos orgullosos de ella. Todos los Thorne han sido sepultados allí.
Sir Guy se reunió con ellos y todos echaron a andar juntos por el sendero
que cruzaba el parque.
- ¿No son restos de una capilla la que hay en el foso de arena? – preguntó
Sally.
- Sí – contestó Sir Guy – pero no en la capilla del “Priorato” original. Por
desgracia, algo así como una celda fue destruida al mismo tiempo que el
edificio principal. Por lo que puede verse en el arenal debía de ser muy
pequeña. Al parecer la construyó un monje muy piadoso al que toda la
comunidad reverenciaba. Era franciscano y la capilla, por supuesto, estaba
consagrada a San Francisco de Asís.
- ¡Qué hermosa idea! – comentó Sally.
- Cuéntenos más sobre el monje santo – rogó. Prue, cogiéndose de la mano
de Sir Guy.
- Ojalá supiera más – contestó él. Todos los documentos se quemaron con
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“El Priorato”. Lo que les digo son meras especulaciones; ni siquiera sé el
nombre del monje. La leyenda cuenta igualmente que había un pasadizo secreto
del “Priorato” a la capillita. Nadie ha podido descubrirlo.
- ¡Un pasadizo secreto! – exclamaron los niños a un tiempo. ¡Vamos a
buscarlo, Sally!
- Me temo que es sólo una leyenda – insistió Sir Guy.
- Pero la buscaremos de todos modos – declaró Prue. Nicholas y yo
encontraremos muchas veces cosas que los demás no pueden encontrar.
Como había dicho Lady Thorne, la iglesia era muy diferente a la que
habían visitado la semana anterior. Era pequeña, de piedra gris, y la puerta
tachonada con grandes clavos estaba abierta en aquel momento.
Lady Thorne se adelantó hacia el primer banco del lado izquierdo,
cubierto con gruesos cojines de terciopelo rojo. Sally ayudó a los niños a
sentarse, porque el banco era un poco alto para ellos, y sintió que la profunda
serenidad de la vieja iglesia la envolvía suavemente.
Era natural que Lady Thorne llamara a aquélla “su iglesia” porque había
numerosas tumbas y monumentos dedicados a la familia Thorne. Después de
estudiar el que se erguía frente al banco en que estaban sentados, Sally miró al
otro lado del pasillo y contuvo la respiración llena de asombro. Frente a ella
había una tumba sobre la cual yacía un caballero de armadura medieval. Sally
podía ver su rostro con toda claridad: ojos cerrados, nariz bien delineada, boca
firme y frente ancha. La figura de piedra estaba en sorprendente buen estado de
conservación. Sólo tenía rota la espalda y las manos, que sin duda estuvieron
unidas en actitud de orar, habían sido cortadas a la altura de las muñecas. El
perro que yacía a sus pies había perdido la cabeza. Todo lo demás estaba
intacto, incluido el casco y el cojín con borlas en que apoyaba la cabeza el
caballero.
Sally volvió los ojos hacia Sir Guy, que se encontraba sentado en un
extremo del banco, fija la mirada en el altar. Al fin comprendió por qué, al verlo
por primera vez, lo había imaginado como un caballero de armadura con casco
emplumado.
Gradualmente, las piezas del rompecabezas fueron cayendo en su lugar.
Era muy pequeña, todavía más pequeña que Prue, cuando se había sentado en
un banco del otro lado del pasillo y visto la tumba del caballero. Creía ver de
nuevo la mano de Nanny, cubierta con un guante de algodón gris, que le
entregaba un libro de himnos, aunque ella todavía no sabía leer muy bien. Creía
ver sus propios pies colgando del banco, bajo el abriguito rojo que llevaba
puesto. Y allí, frente a ella, estaba el caballero. “Su caballero”, lo había llamado
para sí. Y había inventado historia sobre él, no sólo en la iglesia, sino cuando la
metían en la cama y se quedaba a oscuras y un poco asustada. Entonces se
tranquilizaba pensando que “su caballero” estaba junto a ella y alejaría todas las
cosas malas que amenazaban a los niños que no podían dormirse pronto.
¡Su caballero! La acompañó muchos años y luego pasó al limbo de las
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cosas olvidadas, para volver vagamente a su memoria cuando vio a Sir Guy
Thorne por primera vez.
Pero … ¿por qué había estado ella en aquella iglesia? Esta pregunta
martilleó su cerebro durante todo el servicio religioso y, cuando salieron y
echaron a andar hacia la casa, le preguntó a Lady Thorne:
- ¿De quién es el primer banco que hay al otro lado del pasillo?
- Pertenece a la familia Redford, pero ahora lo ocupan muy pocas veces –
repuso la dama. Disponen de tan poca gasolina con esto del racionamiento, que
casi siempre tienen que ir a otra iglesia que queda a menos de un km de Merton
Grange. Pero ésta es su parroquia.
¡Los Redford! Otras piezas del rompecabezas cayeron en su sitio. Había
un hombre que era amigo de su padre y un niño algo mayor que ella, que corría
ruidosamente por la casa. ¡Los Redford! ¡Claro que tenían que ser ellos! … Los
recuerdos de su visita a casa de los Redford eran muy imprecisos, comparados
con el que tenía de “su caballero”. Para ella no era una figura de piedra, sino un
ser vivo, que caminaba a su lado, la guiaba y la protegía de todo peligro …
Después del almuerzo, los niños se mostraron tan impacientes como
Sally por salir de la casa, aunque por diferentes razones. Ellos querían ir al foso
de arena para buscar el pasaje subterráneo. Sally, no sin cierta dificultad, los
convenció de que la acompañaran a visitar una casa en la que había estado de
niña. La caminata a través de la campiña fue tan deliciosa, que los niños no
tardaron en olvidar su desilusión por no haber podido iniciar la búsqueda.
Cuando terminaron de recorrer el sendero de entrada de la casa y Sally levantó
la mano para tirar de la vieja campana que había junto a la puerta, se sintió un
poco insegura y casi temerosa. Una doncella acudió a abrirles.
- Si está la señora Redford – dijo Sally - ¿tendría la bondad de preguntarle
si puede recibir a la señorita Saint Vincent, que se hospedó aquí hace muchos
años?
- Iré a preguntar, señorita – contestó la doncella e invitó a Sally y los niños
a entrar en el gran vestíbulo, con su escalera flanqueada por leones heráldicos
de piedra.
Desapareció luego, pero no tardó en regresar para conducirlos a un salón
donde un hombre y una mujer se levantaron al verlos entrar. Sally reconoció de
inmediato al general y a su esposa, aunque estaban mucho más viejos de como
los recordaba.
- ¿De veras eres Sally Saint Vincent? – preguntó la señora Redford,
avanzando hacia ella con la mano extendida.
- Sí, soy yo – contestó Sally. No creí que se acordaran de mí.
- ¡Claro que te recordamos, querida! Es extraño, pero hace sólo un par de
días hablábamos de ti, mi marido y yo.
Sally estrechó la mano del general.
- Deben haber pasado sus buenos catorce años desde que estuviste aquí
unos días con nosotros – comentó el anciano. Eras más pequeña que esta
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jovencita.
- Les presento a Prudence y Nicholas – dijo Sally entonces. Se hospedan
igual que yo en “El Priorato” y, como hace una tarde tan preciosa, decidimos
dar un paseo y venir a visitarlos.
- ¡Qué amables! – exclamó la señora Redford. Pero estaréis acalorados y
sedientos después de la caminata. Seguro que a los niños les apetece un vaso de
limonada.
- Muchas gracias – aceptó Nicholas.
- ¿Y qué me dices tú, Sally? Tomaremos el té dentro de un rato y espero
que nos acompañéis.
- Me temo que tenemos que volver – contestó Sally – y no quiero tomar
nada por el momento, gracias.
- Entonces ven a sentarte y cuéntanos qué ha sido de ti. Mi marido lo
sintió mucho cuando nos enteramos por el periódico de la muerte de tu padre.
Lo echarás mucho de menos.
- Así es – contestó Sally.
- ¿Y cómo está tu tía Amy?
- Ella ha muerto también.
A continuación, Sally les habló de la granja que su tía había propuesto en
Gales y de su reciente desaparición. Los Redford la escuchaban realmente
interesados.
- ¡Qué pena! – exclamó la señora. Pero fue maravilloso lo que hizo. Desde
que estábamos juntas en el colegio tenía ideas muy altruistas.
La doncella sirvió limonada a los niños y ellos, después de tomarla, como
se aburrían con la conversación de los mayores, fueron hacia las puertas
cristaleras que daban al jardín. Fue Prue quien vio primero la fuente y, lanzando
un grito volvió corriendo al lado del general.
- ¡Tienen ustedes una fuente! ¿Podemos acercarnos a verla?
- Sí, claro que podéis hacerlo.
El anciano se levantó para que los niños salieran al jardín. Ellos
corrieron, riendo y gritando, hasta el estanque de peces de colores, en cuyo
centro se elevaba un pequeño surtidor.
- A todos los niños les encantan las fuentes – observó la señora Redford.
Haz que el surtidor suba un poco más, Lionel. Les gustará verlo.
- Sí, tienes razón – asintió su marido y siguió a los niños.
Sally vio como Prue corría hacia él, que la tomó de la mano y la condujo,
con Nicholas al otro lado, a la llave del surtidor.
Los pequeños gritaron de contento cuando vieron que podían controlar
la salida del agua a voluntad.
- ¡Qué preciosos niños! – exclamó emocionada la señora Redford. ¿Son
parientes suyos?
- No; los conocí por casualidad – contestó Sally y, sin explicar la razón
por la que ella había llegado al Priorato, contó a la señora Redford lo ocurrido
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en el tren. Terminó diciendo: La madre es muy guapa y, aunque sólo la he visto
un par de veces al llevar a los niños al hospital, creo que es una persona
encantadora en todos los sentidos, porque sus hijos son un modelo de buena
educación.
- Y encantadores – corroboró la señora. Tal vez puedas traerlos otras veces
antes que se vayan. Mi marido y yo estamos muy solos y es agradable oír voces
jóvenes. Mira a Lionel ahora; no lo había visto tan contento hace años.
Los niños habían encontrado una pelota y se la arrojaban al general
quien se la devolvía con visible entusiasmo.
- Quedaos a tomar el té. Le ordenaré a Sara que lo sirvan cuanto antes. Por
favor … - rogó la señora Redford.
- Si no es mucha molestia, nos quedaremos con mucho gusto – sonrió
Sally, mientras la señora daba las instrucciones oportunas, ella se asomó al
jardín. Los niños se habían cansado de jugar a la pelota y el general les propuso
ir a ver a los hurones que criaba para combatir a las ratas.
Cuando se volvió la señora Redford, Sally le explicó:
- Se fueron a ver a los hurones.
- Eso siempre emociona a los niños. Recuerdo que, cuando mi hijo era
pequeño, le encantaban los hurones e incluso tenía sus favoritos.
La señora Redford habló de su hijo con cierta vacilación. Sally
comprendió que hacía mucho tiempo que no podía mencionarlo, pero la
presencia de los niños lo hacía más fácil.
- Nicholas adora a los animales y ellos corresponden a su cariño.
- Mi Bobby era así. Creo que tuvo como mascotas los animales más
extraños que haya tenido niño alguno.
Sara sirvió el té y unos minutos después el general y los niños volvieron
al jardín, excitados y un poco sucios.
- ¿Me permite lavarles las manos? – preguntó Sally.
La señora Redford se puso en pie.
- Venid conmigo.
Sally y los niños la siguieron a un dormitorio de la planta alta. Mientras
los pequeños se lavaban en el baño adjunto, la señora sacó de un cajón una foto
que mostró a Sally.
- Éste era mi Bobby cuando tenía más o menos la edad de Nicholas.
No cabía la menor duda del parecido entre ellos. Bobby había sido más
corpulento, pero las facciones eran muy similares. ¿Sería posible que la señora
Redford no lo notara? Sally hizo los comentarios acostumbrados y devolvió el
retrato. Notó, sin embargo, que la señora Redford miraba a Nicholas con fijeza
mientras bajaban la escalera.
En cuanto entraron en el salón, Prue corrió hacia el general, que estaba
sentado en un sillón junto a la chimenea.
- Me gustan sus leones – le dijo. ¿Cómo se llaman?
El general pareció desconcertado.
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- Se refiere a los leones heráldicos que hay al pie de la escalera – le declaró
Sally.
- Me temo que nunca he pensado en darles un nombre – confesó el
general.
- ¡Oh, tiene que ponerles nombre! – insistió Prue. ¿Quiere que yo piense
cómo debe llamarlos?
- Me parece una buena idea – aprobó el general sonriendo. Puedes pensar
en ello mientras tomas el té.
La señora Redford sentó a los niños en sillas pequeñas, uno a cada lado
de la mesa. Sirvió una taza de té a Sally y le preguntó:
- ¿Los niños toman leche o té?
- Tomamos leche – contestó Nicholas – mezclada con un poquito de té.
Pero le dicen té para que nos creamos personas grandes.
Todos rieron del comentario del niño.
- Recuerdo algo que mi papá me dijo una vez – dijo Prue de pronto.
Cuando era niño, había dos leones en su casa y él los llamaba Gruñón y
Dormilón.
La señora Redford se puso muy pálida. Por un momento se apoyó en la
mesa, como si temiera caerse. Miró a su marido y los ojos de ambos se
encontraron. Después él se volvió a los niños.
- ¿Cómo os apellidáis? – preguntó con voz que parecía a punto de
quebrarse.
Sally contuvo el aliento y el niño repuso antes que ella pudiera decir
nada:
- Yo soy Nicholas Redford y mi hermanita es Prudence Redford.
Se produjo un silencio tenso, Sally no se atrevía a mirar al general ni a su
esposa. Con voz vacilante dijo:
- Me … me preguntaba si no serían … familiares suyos.
Cuando bajó a desayunar con Nicholas y Prue, Sally oyó voces irritadas
al pasar junto a la terraza y vio que Ivor Pawlovski y Nadia discutían en polaco.
Rápidamente, siguieron hacia el comedor. Sir Guy y Lady Thorne ya habían
bajado y se estaban sirviendo el desayuno de las fuentes de plata que había
sobre el aparador.
Sally estaba poniendo un plato de cereales con leche para cada niño,
cuando se abrió la puerta y entró Nadia. No cabía la menor duda de que estaba
furiosa. La seguía Ivor Pawlovski, más ceñudo que nunca. Ella se acercó a Sir
Guy, que estaba sentado a la cabecera de la mesa, y dijo con voz clara y
agresiva:
- Guy, quiero hablar contigo.
- Buenos días, Nadia – saludó él con calma.
- Es sobre el campo aéreo – continuó Nadia. Sabes que Ivor siempre ha
pedido que nadie, absolutamente nadie, entre allí. Sin embargo, a menos que el
hombre mienta, un gitano asegura que le diste permiso para que su carreta
permanezca junto al hangar.
- Espera un momento, Nadia. Podemos hablar de esto con tranquilidad.
Por cierto, creo que no has dado los buenos días a mi madre.
- Tía Mary comprenderá. Hay cosas más importantes que darse los buenos
días. El pobre Ivor trabaja día y noche en sus experimentos, y tú permites que
unos vulgares gitanos le estorben. Y sé por qué lo has hecho. Cuando fui a
decirle que se marchara, el hombre le dijo a Ivor que una bondadosa señorita
había hablado en su favor con el amo. ¡Ya imagino quien es la “bondadosa
señorita”!
Nadia dirigió a Sally una mirada de profundo odio.
Sir Guy se puso en pie. Ordenó a Nadia que se sentara y ella obedeció.
Invitó al capitán a sentarte también y cerró la puerta.
- Permítanme explicarles – dijo entonces – que los gitanos han tenido
siempre mi autorización para acampar aquí. Conozco a esa tribu desde hace
años y la carreta a que te refieres, Nadia, pertenece al jefe. Es un buen hombre al
que he tratado mucho. Su mujer falleció el año pasado. Adora a su única hija y
se encuentra muy preocupado porque ella está enferma. Me han dado su
palabra que no irán más allá de donde están ahora. Y cuando la niña esté bien,
la carreta se colocará en el campo original, donde están los demás gitanos.
- Haces que todo parezca muy lógico, querido Guy – replicó Nadia, que
había estado escuchando con impaciencia. Pero no te das cuenta de cómo nos
has humillado con esto a Ivor y a mí. Primero, permites que un gitano
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desobedezca mis órdenes y después la señorita Saint Vincent viene a hablar
contigo y a intrigar en contra mía. ¿Qué derecho tiene esta intrusa a interferir
entre nosotros, que somos de la misma sangre? ¿Qué sabemos de ella, salvo que
tu hermano fue lo bastante inteligente como para abandonarla ante el altar?
- ¡Nadia, cállate! – Sir Guy golpeó la mesa con el puño. ¡Basta ya! Pareces
olvidarte que Sally es invitada en esta casa y yo no permito que se insulte a mis
huéspedes.
- ¡Ya veo! Son tus parientes los que pueden ser insultados. Soy yo la que
tengo que soportar tus groserías y justificarlas ante mi compatriota - replicó
Nadia, como si quisiera recalcar que ella se identificaba con Polonia y no con
Inglaterra. Enseguida salió corriendo del comedor y cerró la puerta con
violencia. Hubo un momento de silencio. Después Ivor Pawlovski se puso de
pie.
- Ruego que la disculpen – murmuró. Está un poco nerviosa. La
tranquilizaré. La carreta no me molesta. Yo entiendo.
Sally sintió compasión por él, pues era evidente que se sentía turbado
por la desagradable escena. El capitán salió también y reinó un profundo
silencio.
La vocecita de Prue lo rompió al preguntar:
- ¿Por qué está tan enfadada?
- No tiene importancia, querida – sonrió Lady Thorne. Las personas
mayores se enfadan de vez en cuando.
Los comentarios de los niños aliviaron algo la tensión, pero lo ocurrido
hizo que Sally decidiera empezar a buscar trabajo en el acto. No podía
continuar viviendo bajo el mismo techo que Nadia. Era sólo cuestión de días
que la madre de los niños saliera del hospital y ellos se fueran a vivir con sus
abuelos. Con las veinticinco libras de que disponía ahora, tal vez pudiese
encontrar un alojamiento barato donde vivir mientras conseguía empleo.
Por la tarde, Sally dio un largo paseo con los niños. Volvieron muy tarde,
cuando los demás habían terminado de tomar el té. Procuraba alejar a los dos
hermanitos de la casa para que no cayeran en la tentación de buscar el pasadizo
secreto, porque sus intentos ya les había acarreado varios encuentros
desagradables con Nadia, quien les había dicho que no tenían nada que hacer
en los sótanos ni debían andar inspeccionando los muros del “Priorato”.
Sally había planeado ir a ver a la niña enferma al regresar; pero, como
llegaron tan tarde, sólo tuvo tiempo de dar de cenar a los niños y acostarlos,
antes que fuera hora de cambiarse para bajar ella misma a cenar.
La comida fue poco agradable, porque Nadia se había sumido en un frío
y arrogante silencio. Lady Thorne y Sir Guy aparentaron que no lo notaban y
charlaron con naturalidad. Ivor Pawlovski hizo un esfuerzo para hablar más de
lo acostumbrado, como si quisiera compensar el silencio de Nadia.
Después de la cena, Sally subió a ver si los niños estaban ya dormidos.
Nicholas no había podido conciliar el sueño y ella se sentó a contarle un cuento
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hasta que se quedó dormido. Luego, siguiendo un repentino impulso, bajó por
la escalera de servicio y salió al jardín, decidida a visitar a la gitanilla enferma.
Como las luces de la carreta estaban encendidas, comprendió que la niña se
había despertado ya. No se atrevió a subir de inmediato y se quedó
contemplando el campamento. Los gitanos estaban sentados alrededor de la
hoguera, alguien cantaba en voz baja y, más allá del grupo, las sombras de la
noche ocultaban el río.
“Es como un sueño”, se dijo Sally y, estremecida de pronto por tanta
belleza, subió aprisa los escalones de la carreta y llamó a la puerta. Se abrió de
inmediato y el jefe gitano apareció ante ella.
- ¡Oh, es usted! Pase, señorita.
Inclinando la cabeza, Sally entró en la carreta. La niña, muy pequeñita,
estaba sentada en su cuna con un chal rojo sobre los hombros. Tomaba un plato
de sopa caliente que la propia Sally le había llevado aquella mañana de la
cocina del “Priorato”.
- Mi Zeela está mejor – informó el gitano a la muchacha.
- Ya estoy bien – dijo la niña a su vez. Tenía una graciosa carita, como la
de un gnomo, y llevaba el pelo negro y lacio recogido en varias trenzas que le
caían sobre los hombros.
La atmósfera de la carreta estaba un poco cargada y olía a hierbas. Una
lámpara de petróleo, colgada del centro, ahuyentaba las sombras alrededor.
Un gitano acercó una silla y la puso junto a la camita de la niña.
- Siéntese – le indicó Sally. Zeele, ésta es la señorita que te trajo la sopa –
añadió.
- Gracias, señorita.
Durante la media hora siguiente, Sally conversó con la niña, venciendo
su natural timidez al hablarle de Nicholas y Prue. La gitanilla se interesó mucho
por ellos y le hizo numerosas preguntas, que Sally contestó mientras la incitaba
a comer la sopa.
Luego se despidió e inició el regreso a través del bosque, pero no se dio
mucha prisa. A la luz de la luna, se sentía envuelta por el misterio de la noche.
Pensó que debía de parecer un fantasma, porque llevaba un vestido de gasa
blanca, sin mangas y de escote amplio que dejaba al descubierto su cuello.
Había pasado ya el foso de arena y se acercaba al jardín, cuando vio que
alguien venía hacia ella. Era una figura oscura que caminaba con rapidez. Por
un momento supuso que era Ivor Pawlovski dirigiéndose al campo aéreo, pero
luego se dio cuenta de que se trataba de Sir Guy.
Se quedó inmóvil. No deseaba esconderse, pero tampoco avanzó a su
encuentro. La luz de la luna formaba un halo alrededor de su cabeza y él la vio
de pie junto a un árbol, como si lo estuviera esperando.
Sir Guy se acercó a ella y pudo verlo ahora con claridad. Notó con
sorpresa la palidez de su rostro, así como sus ojos sombríos y amenazadores.
- ¿Dónde estaba usted? – preguntó cuando llegó a su lado.
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- He ido a ver al gitano – contestó ella, asombrada de la furia que parecía
reflejar la voz masculina.
- ¡Me lo he imaginado al verla salir furtivamente! – Sir Guy, de forma tan
inesperada que ella casi no pudo creer que fuera cierto, la tomó de los hombros.
¿Necesita un hombre con tanta desesperación que tiene que ir en busca de un
gitano? Me había dicho que su única experiencia con los hombres había sido
con Tony. Creí que había aprendido su lección con él; pero veo que estaba
equivocado y quiere que la hiciera más aún.
Sus manos eran como tenazas y Sally pensó que debía haberse vuelto
loco; pero, antes de que ella pudiera hablar o moverse, él la abrazó y la oprimió
contra su pecho.
- Si vamos a tener una desilusión, ¿por qué no la buscamos juntos? –
preguntó un momento antes de besarla con dureza, casi con crueldad. Como en
una pesadilla, Sally sintió que los labios de Sir Guy lastimaban su boca. Hubiera
querido gritar, forcejear, pero él tenía tanta fuerza que le impedía moverse. La
besó una y otra vez, con besos candentes y apasionados que la dejaron
temblando.
Cuando habló de nuevo lo hizo con los ojos encendidos de pasión:
- ¿Qué estamos esperando? No hay verdad, inocencia ni belleza real en
nada. ¡Sólo codicia y lujuria! En otro tiempo pensaba diferente … Tenía fe en
Dios y en la mujer. Pero comprendí mi error. ¿Qué nos preocupa? ¿Por qué no
vamos a tomar tú y yo lo que necesitamos en la vida y disfrutamos de ella,
hasta que empiece a amargarnos? ¡Ven!
La volvió a besar con besos aún más posesivos, ahora deslizando sus
labios por la garganta hacia el pecho de ella. Entonces Sally, con un esfuerzo
desesperado, convencida de que Sir Guy se había vuelto loco, logró salir de la
inercia que la había paralizado.
- ¡Por favor, por favor! … - oyó su propia voz, débil y suplicante.
Todo fue inútil. La boca del hombre volvió a caer sobre la suya. Después
la levantó en brazos y la estrechó contra su pecho. Sally advirtió por primera
vez cuán fuerte era. Comprendió de pronto que iba a llevarla al bosque y gritó:
- ¡Suélteme! Sir Guy, ¿está usted loco? ¡Suélteme!
Por fin él percibió su angustia y la dejó en el suelo con la misma rapidez
que la había levantado. Retrocedió unos pasos. Se encontraban en un pequeño
claro y los iluminaba la luz de la luna.
- ¡Vaya! – dijo con una sonrisa cínica. ¿Así que quieres discutir? Hazlo …
Todas las mujeres protestan antes de rendirse.
- No sé de qué habla – murmuró Sally con voz débil. Se llevó las manos al
pecho y sus ojos se llenaron de lágrimas. Por favor, quiero volver a casa. ¿Qué
les he hecho? Usted parece odiarme y, sin embargo, me ha besado. No
comprendo nada. ¡Oh, se lo suplico, déjame ir!
Él la había vuelto a oprimir entre sus brazos y ella se estremeció sin tratar
de escapar porque sabía que era inútil. Esta vez no la besó. Le puso una mano
71
bajo la barbilla y le echó la cabeza hacia atrás. La luz de la luna bañaba el rostro
de Sally. Sir Guy la miró a los ojos prolongadamente y ella no se resistió. Le
miró a su vez, tratando de comprender, de encontrar alguna explicación. La
boca masculina estaba muy cerca de la suya. Sally pensó que iba a besarla de
nuevo. De pronto, él murmuró:
- ¡Dios mío! ¿Y si estuviera equivocado?
La soltó y ella se quedó mirándolo. Las lágrimas rodaban por sus mejillas
y el cabello le caía alborotado sobre los hombros.
Sobresaltándola con su brusquedad, Sir Guy exclamó:
- ¡Vete pues, si es lo que quieres!
Sin mirar por dónde iba, porque el llanto le nublaba la vista, Sally corrió
hacia la casa.
Capítulo 6
Sally abrió los ojos, los cerró y volvió a abrirlos. Estaba soñando, pensó,
como lo había pensado tantas veces desde que saliera de Inglaterra. El rumor de
los motores del avión sonaba persistente en sus oídos y a sus pies se extendía el
Atlántico. Aquello no podía ser verdad … y lo era sin embargo: se encontraba
volando hacia Nueva York y lo más sorprendente de todo era que Sir Guy iba
con ella.
Le parecía que había pasado mucho tiempo desde la mañana anterior,
cuando se despertó decidida a irse del “Priorato” cuanto antes para buscar
empleo. La conducta de Sir Guy en el bosque la noche anterior la había dejado
estupefacta y desorientada. Recordó la historia que le contó Gertrude y
comprendió que el hombre había sospechado que ella estaba actuando como lo
hiciera Lady Beryl. Sus mejillas se encendieron y se sintió humillada. Después,
lentamente, se dejó dominar por la compasión. Sir Guy tenía que haber sufrido
mucho para que el simple recuerdo de la traición de su prometida lo hubiera
puesto como loco.
En el caso de Lady Beryl era comprensible que se hubiera sentido celoso.
Pero, ¿por qué había reaccionado con tanta violencia al sospechar que ella podía
estarse portando del mismo modo? Sir Guy no tenía ningún interés por ella;
sólo era una invitada en su casa. Tal vez por lo que había sufrido, se sentía
horrorizada ante la idea de que cualquier muchacha que él conociera se sintiera
atraída por un gitano. Sí, ésa debía ser la explicación.
Se sentó en la cama y, al advertir que Rom movía la cola emitiendo leves
chillidos, se levantó, se vistió y lo sacó al jardín. Después volvió al dormitorio y
empezó a preparar el equipaje. Pediría a la señora Redford que se llevara
cuanto antes a los niños, algo que ella aceptaría encantada; daría las gracias a
Lady Thorne por todas sus bondades, se despediría de Sir Guy muy
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circunspecta y se marcharía a York en busca de alojamiento y trabajo. Cuando
terminó de preparar las maletas abrazó a Rom, murmurando:
- ¡Oh, Rom, qué difíciles se han puesto las cosas para mí, desde que murió
tía Amy! … ¿Qué voy a hacer contigo, por ejemplo?
A las siete y media despertó a los niños. Mientras los lavaba y vestía
escuchaba su conversación con aire distraído, preguntándose cómo le diría a
Lady Thorne que se marchaba aquel mismo día, cuando Gertrude llegó
apresurada.
- La llaman por teléfono, señorita. Es una conferencia de Londres.
Sally comprendió en el acto que se trataba de Mary. ¡Algo debía haberle
sucedido a Lynn! Bajó corriendo la escalera y tomó el supletorio de la despensa,
que era el que Gertrude había descolgado.
Como había supuesto, era Mary quien llamaba.
- Escucha, Sally: Lynn está en problemas y quiero que nos ayudes.
- Claro que lo haré. Dime qué tengo que hacer.
- Sabía que podía contar contigo … Me pasó ayer la cosa más tonta del
mundo: me caí por la escalera, me rompí un tobillo y no voy a poder moverme
de la cama en tres semanas.
- ¡Oh, Mary, cuánto lo siento!
- Lynn me llamó por teléfono anoche. Me pidió que saliera para Nueva
York inmediatamente y tuve que decirle que era imposible. Se puso furiosa
conmigo, desde luego. La comunicación era muy mala y, de cualquier modo,
ella no quería decirme mucho; pero sospecho que tiene problemas serios. Es
algo relacionado con Erico, pero no quiso decírmelo por teléfono. Sugerí que
fueras tú en mi lugar y aceptó. Sin embargo, estaba casi histérica y cuando se
pone así, no es una persona fácil de tratar. Tú eres demasiado joven …
- No te preocupes, Mary. Haré todo lo que sea necesario.
- No puedo entender qué ha sucedido. No me quiso decir por qué dejó
América del Sur y se fue a Nueva York. La única forma de averiguar qué pasa
es ir a verla. Se hospeda en el Ritz Carlton y, por alguna razón que tampoco me
explicó, está inscrita con el nombre de señora Donovan. Insistió mucho en que
nadie debe saber que está en Nueva York.
- Pero … ¿cómo llegaré allí? – preguntó Sally.
- Tendrás que venir a Londres hoy mismo. Si puedes tomar el tren que
Sale a las diez de York, hay un avión por la tarde que llega a Nueva York
mañana temprano. Por fortuna tengo tu pasaporte aquí y un amigo mío de la
embajada americana se encargará de gestionar tu visado. Cuando llegues a
Londres ven a mi casa y te daré algún dinero.
- Sí, Mary.
- No te voy a entretener más. Lo importante es que no pierdas el tren en
York.
- No lo perderé. Adiós, Mary. Nos vemos esta tarde.
- Adiós, querida.
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Sally colgó el auricular y aspiró una bocanada de aire. Lynn estaba en
dificultades: era lo único que su corazón le decía en aquellos momentos.
Al correr hacia el vestíbulo se encontró con Sir Guy. Había olvidado todo
lo sucedido, excepto que debía darse prisa, así que le puso una mano en el
brazo y pidió:
- ¡Oh, por favor! ¿Podría llevarme a York para tomar el tren de las diez?
Tengo que estar hoy mismo en Londres. Es urgente.
- ¿Por qué tanta prisa? – preguntó él.
Ella titubeó un momento, pero comprendió que debía decir la verdad:
- Tengo que salir hacia Nueva York en el avión de esta tarde.
- ¿A Nueva York? – preguntó él sorprendido.
- Mary Strud acaba de llamarme por teléfono – contestó Sally.
Sir Guy adivinó que se trataba de Lynn se quedó mirándola con el ceño
fruncido.
- Pero … ¿cómo va a ir a Nueva York sola, si es que va sola?
- Tengo que ir – dijo Sally. Mary se rompió un tobillo. Es muy urgente que
alguien vaya a Nueva York, porque ella no puede hacerlo. Si usted no puede
llevarme al tren, ¿puede decirme cómo llegar allí antes de las diez?
- Yo la llevaré – respondió Sir Guy.
- ¡Oh, gracias, muchísimas gracias! – Sally le sonrió, olvidando por
completo lo sucedido la noche anterior.
Desde entonces, todo se había desarrollado con una rapidez increíble. Sir
Guy la tomó en sus manos y Sally se dejó llevar por él como si fuera una niña.
Él dio las explicaciones del caso a su madre y a los niños. Sally prometió
simplemente que volvería. Él compró en York un billete de tren y la acompañó
al compartimiento. Y cuando el tren se puso en marcha y él no bajó, Sally se dio
cuenta de que Sir Guy había agregado una maleta a las suyas al subir el
equipaje.
- ¿Va usted a Londres también? – le preguntó.
- Si va a ir sola, la acompaño a Nueva York – dijo él.
Los ojos de ella se agrandaron.
- ¡Oh, pero … pero no puede hacerlo!
- ¿Por qué no? – le preguntó él con voz aguda. ¿Es que no va sola?
- Sí, claro que voy sola … Quiero decir que no necesita acompañarme. Es
un viaje largo y costoso. Usted no debe …
- Creo que usted es muy inexperta para hacer un viaje como éste
completamente sola – la atajó Sir Guy con voz grave.
- ¿De veras lo hace por acompañarme? – preguntó ella en voz baja.
- No me gustaría que le sucediera nada – repuso el hombre con sencillez.
El tren llegó retrasado a Londres y, una vez en el apartamento de Mary,
ésta les dijo que Sally debía gestionar personalmente lo del visado. Esto les
llevó tiempo, pero Sir Guy se movió con rapidez y eficacia, de modo que Sally
no tardó en darse cuenta de lo mucho que necesitaba su ayuda.
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Muchas veces estuvo a punto de decirle lo agradecida que estaba y la
gran tranquilidad que le proporcionaba tenerlo a su lado, pero se contenía al
recordar lo sucedido la noche anterior. Además, estaba muy preocupada por
Lynn. ¿Qué le habría sucedido? ¿Y cómo explicaría a Sir Guy que iría a verla,
una vez que llegaran a Nueva York? No le había dicho que iba en busca de
Lynn ni él se lo había preguntado; pero Sally sospechaba que sabía la verdad.
¡Qué gran lío se estaba volviendo su vida! Cada día que pasaba parecía
complicarse más. Y sin embargo, sentada en el avión al lado de Sir Guy, tuvo
que confesarse a sí misma que, en el fondo, aquella aventura la emocionaba.
- ¿Llegaremos pronto? – preguntó al hombre.
- Falta media hora, más o menos.
Sally sintió que se aceleraban los latidos de su corazón. Estaba ya en
América, había cruzado el Atlántico … Esto era ya algo sensacional para ella;
pero saber que iba a ver a Lynn, a quien tanto quería, era mejor aún.
Comprendió que debía darle alguna explicación a Sir Guy.
- Tengo que ver a cierta señora Donovan – dijo. Por eso he venido. Se
hospeda en el hotel Ritz Carlton.
- La señora Donovan. No lo olvidaré.
Sin duda sabía que se trataba de Lynn, pero no pidió más explicaciones.
Sally se lo agradeció: era típico de él facilitarle las cosas.
Dependió nuevamente de Sir Guy cuando llegaron al aeropuerto. Él se
encargó de cumplir con todas las formalidades y, casi antes que ella se diera
cuenta, se encontraban ya en el Ritz Carlton. Sally se dirigió a la recepción.
- ¿Está la señora Donovan hospedada aquí? – preguntó.
- ¿Es usted la señora Saint Vincent? – inquirió a su vez el recepcionista. La
señora Donovan la espera. ¿Tiene la bondad de subir? Está en la suite 802.
Sally miró a Sir Guy.
- ¿Me llamará por teléfono más tarde, cuando sepa que va a hacer? –
preguntó él.
- ¿Usted se hospedará aquí mismo? – la voz de Sally reveló el profundo
alivio que esto le producía.
- Sí, voy a tomar una habitación en este hotel – le aseguró él.
Tras darle las gracias, Sally subió a la suite 802. Hizo sonar el timbre y un
momento después le abría la puerta la doncella de su madre.
- ¡Oh, Rose! – exclamó Sally.
- Me alegra mucho verla, señorita. Pase, por favor. La señora está en la
habitación del fondo.
Sally corrió al lugar indicado y entró. Con las persianas bajadas, la
habitación se encontraba sumida en la penumbra. Lynn estaba en la cama,
rodeada de almohadas.
- ¡Lynn! – la voz de Sally se quebró.
- ¡Oh, Sally querida!
Lynn levantó una mano y Sally corrió hacia ella. Quiso besarla en la
75
mejilla, pero al acercarse más vio horrorizada que el cuello de Lynn, y la mitad
inferior de su rostro, estaban envueltos en vendajes. Los ojos de Lynn, muy
grandes en su pálido rostro, la miraron con fijeza.
- ¡Lynn! ¿Qué te sucede?
- Me alegra mucho que hayas venido – dijo Lynn. Necesitaba alguien a mi
lado … - su mano oprimió con fuerza la de Sally.
- Por favor, cuéntame que ha pasado – rogó la joven, casi a punto de llorar.
Rose le acercó una silla para que se sentara y salió con mucha discreción,
cerrando la puerta.
- ¡Mi cuello, Sally, mi cuello! – exclamó Lynn y sus ojos se cuajaron de
lágrimas. ¡Las marcas me quedarán grabadas para siempre!
- ¿Qué marcas? – preguntó Sally.
Lynn tragó saliva y explicó:
- He visto al mejor cirujano de Nueva York. Dice que probablemente las
heridas cicatricen sin problema, pero eso lleva tiempo. Nadie debe saber nada,
¿comprendes? ¡Nadie!
- ¿Saber qué, Lynn? ¿Por qué no me lo cuentas todo desde un principio?
- Sí, tienes razón. Verás … Erico y yo nos casamos en secreto la mañana
misma que llegamos a Buenos Aires. Luego fuimos de una a otra ciudad de
América del Sur y en todas partes el público se volvía loco conmigo, la gente me
abrumaba con sus halagos, sobre todo los hombres … Erico empezó a ponerse
celoso. Ahora supongo que fue una tontería por mi parte insistir en que no se
supiera lo de nuestra boda.
- ¿Y así comenzaron los problemas?
- En efecto … Una noche, en Santiago, fuimos a un baile, donde vi a un
chileno que había empezado a asediarme desde que me presenté la primera
noche en su ciudad. Era muy apuesto y, como me divertía hacer enfadar a Erico,
empecé a coquetear con él. Luego, ya bastante tarde, salimos al jardín. Era una
noche maravillosa y paseábamos cogidos de la mano, entre las flores, cuando de
pronto Erico se lanzó sobre nosotros. Vi en el acto que estaba loco de furia.
Atacó a mi admirador, quien, me avergüenza confesarlo, echó a correr.
Se produjo una tensa pausa antes de que Lynn continuara diciendo:
- Entonces Erico se volvió hacia mí, jurándome que se aseguraría de que
yo le perteneciera siempre y ningún otro hombre volviera a mirarme. Antes que
me diera cuenta de lo que estaba sucediendo, sentí un agudo dolor en el cuello
y en la cara. Gritando, caí sobre un parterre.
- ¿Y qué sucedió después? – preguntó Sally horrorizada.
- Mis gritos hicieron acudirá Rose, que me andaba buscando con mi estola,
porque le pareció que era demasiado tarde para que anduviera por el jardín sin
cubrirme. Y cuando Erico la vio acercarse desapareció. Rose llamó a mi agente y
él se encargó de contratar un avión privado, en el que al amanecer salí hacia
Nueva York.
- ¿Se enteró alguien de tu partida?
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- Nadie. Estoy aquí como la señora Donovan y en manos del mejor
cirujano plástico del país. Las heridas sanarán y el médico espera que las
cicatrices no sean muy visibles. Esa es la historia, Sally.
- ¡Oh, Lynn, Lynn! – murmuró la joven, mientras las lágrimas corrían por
sus mejillas.
- ¡Qué tonta fui! – murmuró Lynn y cerró los ojos.
- Pero, ¿y Erico? ¿No le dijiste nada? ¿Qué hará él?
- ¿Qué puede hacer? – dijo Lynn con profundo cansancio y Sally no tuvo
valor para seguir interrogándola al respecto.
- ¿Cómo puedo ayudarte? – preguntó solemne, oprimiéndole una mano.
- Quedándote conmigo – contestó Lynn. No soporto la soledad y no puedo
ver a nadie. Además, ¿quién conoce a la señora Donovan en Nueva York? –
añadió recuperando en apariencia su sentido del humor.
- ¿Y no habrá problemas en América del Sur por tu repentina desaparición
y la cancelación del resto de la gira?
- Mi agente debe haberse encargado de eso. Dirá que sufrí un colapso
nervioso por exceso de trabajo o algo así. Es un joven muy capaz. Lo único que
debe preocuparnos es que yo recupere mi belleza. ¿De qué sirvo en un
escenario, si no soy bella?
Sally se atrevió por fin a indagar:
- ¿Y Erico? Después de todo, estás casada con él.
- Mira lo que me ha hecho – dijo Lynn con voz dura.
- Porque te ama …
- ¡Qué extraño amor!
Sally no dijo más. Era inútil tratar de hacer comprender a Lynn que su
marido debía de estar desesperado por su desaparición. Y aunque era
imperdonable lo que había hecho, sintió piedad por él.
- Me siento muy desdichada, Sally – dijo Lynn de pronto. Odio la vida que
he llevado. Quisiera que Erico me hubiera matado. No quiero quedarme fea,
deformada y cubierta de cicatrices. Creí que tenía el mundo a mis pies, ¡y mira
lo que tengo! Un cuarto de hotel en Nueva York, donde nadie me conoce ni me
quiere, y meses de espera angustiosa, mientras mis heridas cicatrizan, sólo Dios
sabe cómo.
- ¡Oh, mi pobre Lynn! …
Lynn clavó sus ojos en Sally.
- ¡Qué buena has sido al venir! – exclamó. Mary no debía haberte pedido
que lo hicieras. Sé que estoy pagando ahora todo lo malo que he hecho en mi
vida. Y contigo me he portado mal, muy mal.
- ¡Oh, Lynn, no digas tonterías! Has sido maravillosa conmigo – protestó
Sally.
- ¿Maravillosa? ¡Mi querida y pequeña Sally! Siempre has sido muy
confiada y yo te he tratado de forma abominable. Tony tenía razón. Eres
demasiado buena, eso es lo que te pasa.
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- No … no sé lo que quieres decir – dijo Sally desconcertada.
Lynn la miraba con una profunda compasión.
- ¿No te has preguntado, Sally, por qué Tony no se casó contigo, por qué
se arrepintió en el último momento? ¡Sí, claro que te lo habrás preguntado
muchas veces, tonta de mí! Pero siendo tan buena como eres, no habrás
encontrado respuesta a tu pregunta. Pues bien: yo te lo diré ahora que veas qué
tipo de mujer es tu madre y cómo merece todo lo que le ha pasado; merece eso
y mucho más. Tony estaba enamorado de mí, Sally. Hacía años que me amaba,
pero yo le hice prometerme que se casaría contigo, aunque él no quería hacerlo,
sólo porque tú tenías dinero.
- ¡Oh, Lynn! ¿Qué dices? – exclamó Sally.
- La verdad, sólo la verdad. Y ahora que la sabes, será mejor que vuelvas a
Inglaterra y me dejes sola. Merezco esta soledad que tanto detesto. Merezco esto
y todo lo que me ha sucedido. ¡Anda, Sally, vete y déjame sola! – la voz de Lynn
se quebró al decir esto y las lágrimas empezaron a correr por su cara.
Sally se horrorizó al ver llorar a su madre.
- No llores, por favor, no llores – suplicó, sintiendo que el mundo entero se
le venía abajo.
Pero Lynn, una vez que empezó, estaba decidida a beber hasta el final su
cáliz de amargura. Tomó las manos de Sally entre las suyas.
- Tengo que decírtelo. Mientras te esperaba he estado pensando y me he
dado cuenta, por primera vez en mi vida, de qué pocos amigos tengo. Muy
poca gente me quiere por mí misma.
- Pero, Lynn, todos te adoramos – protestó Sally.
- ¿Quiénes son todos? Mary, si, ella me quiere mucho, aunque sólo Dios
sabe por qué … y tú también, mi querida y pequeña Sally, a quien he tratado
tan mal.
- No es verdad eso, Lynn.
- ¿Lo dices a pensar de lo que te he contado, a pesar de lo mal que me
porté contigo respecto a Tony?
Sally se puso de rodillas junto a la cama.
- Escucha, Lynn – dijo. Me sentí herida cuando Tony me dejó, porque no
entendía lo que había sucedido; pero ahora sé que no le amaba de verdad. Creo
que no he conocido aún el verdadero amor. Y si no hubiera sido tan ciega y tan
tonta, habría comprendido que era a ti a quien amaba. ¿Cómo podía evitar
amarte, si eres tan hermosa?
- ¡Oh, Sally! – por un momento, Lynn sintió que la ahogaban las lágrimas
y no pudo hablar. Soltó las manos de Sally y enjugándose los ojos, exclamó: ¡Me
haces avergonzarme de mí misma! No merezco tu cariño, porque he sido una
infame toda mi vida. Ahora me doy cuenta. Siempre quise tomarlo todo y no
dar nada a cambio. Fui muy cruel con el pobre Tony. En una época pensé que le
amaba un poco, pero aun entonces era codiciosa. No quería sólo su amor, sino
que dedicara a mí su vida entera y traté de destruir el cariño que sentía por su
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casa y por su madre. Sabía que respetaba mucho la opinión de su hermano y
procuré influir en él hasta hacer que sintiera miedo de Sir Guy y lo rehuyera en
lo posible.
Había tanto dolor en su voz, que Sally protestó de nuevo:
- ¡Lynn, por favor, no te tortures más! Deja de pensar en el pasado – se
puso en pie y sonrió, tratando de mostrarse más optimista de lo que se sentía
realmente. Ahora, Lynn, debemos hacer planes para que yo cuide de ti mientras
Mary puede reunirse contigo.
- ¿Qué planes puedo hacer? – suspiró Lynn. Tengo que estar aquí
semanas, tal vez meses enteros, hasta que mis heridas cicatricen. Y si las marcas
no desaparecen del todo, mi carrera está acabada.
- ¡No digas tonterías! Tu posición en el teatro no depende sólo de tu
belleza. Eres una gran actriz y, aunque tu rostro no quedara perfecto, el público
acudiría a verte.
- Mi rostro está dañado – insistió Lynn. Siempre tendré una cicatriz en la
mejilla izquierda.
Se llevó la mano a la parte inferior del rostro y tocó los vendajes con
dedos nerviosos.
- Estoy segura de que no se verá, y mucho menos en el escenario –
manifestó Sally. Deja de torturarte, por favor. Voy a quedarme contigo y trataré
de distraerte y hacerte olvidar tus preocupaciones; pero, ante todo, debo decirle
a Sir Guy que voy a quedarme en Nueva York y darle las gracias por haberme
traído.
Lynn la miró sorprendida.
- ¡Sir Guy Thorne! ¿Ha venido contigo el hermano de Tony?
Sally asintió con la cabeza.
- Cuando Mary telefoneó, él insistió en que no podía dejarme venir sola.
Es típico de la bondad que tanto él como Lady Thorne me han demostrado
desde que llegué a su casa.
- ¡Pero acompañarte hasta Nueva York! … - exclamó Lynn y miró a Sally
con ojos penetrantes. ¿Está enamorado de ti?
- ¡No, claro que no! – exclamó Sally enseguida, pero recordó el extraño
encuentro en el bosque y se ruborizó.
- ¡Creo que sí lo está! – insistió Lynn.
Sally negó de nuevo. Sus ojos parecían preocupados.
- Creía que me odiaba hasta que … Bueno, anteanoche se portó de forma
muy extraña. Y antes que yo pudiera comprender el por qué de su conducta,
tuve que venir y él insistió en acompañarme.
- ¿Sabe a quién has venido a ver?
- No se lo he dicho, pero se dio cuenta de que yo sustituía a Mary.
Supongo que lo habrá adivinado.
- Bueno, ¡qué importa! – Lynn se encogió de hombros. Ve a decir a tu
bondadoso Sir Guy que te quedarás a cuidar de una mujer vieja y
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desilusionada. Y si quiere invitarte a cenar, acepta.
- ¡Oh, no, Lynn, no puedo dejarte sola!
- ¡No diga tonterías! Tengo que aprender a no ser tan egoísta. No arruines
mis primeros y valerosos esfuerzos en esa dirección.
Lynn sonreía y Sally no pudo evitar reír también un poco. Resultaba
entre cómico y patético ver los esfuerzos de Lynn por cambiar de actitud.
- Iré a llamarle por teléfono desde el saloncito – dijo Sally. No tardaré.
- Sé amable con él – le aconsejó Lynn. Procura compensar el mal que yo
intenté hacerles a los Thorne. Tienes razones para odiarme.
Cuando Sally iba hacia el cuarto de estar contiguo, creía oír aún aquellas
palabras, que le hacían comprender muchas cosas. Con razón Sir Guy miraba
con tanto desprecio a Lynn y a ella misma, a quien consideraba su protegida.
Poco después hablaba telefónicamente con él.
- ¿Va todo bien, Sally?
- Creo que sí – contestó ella, no muy convencida. Me gustaría verlo.
- Esperaba que pudiera hacerlo. ¿Quiere bajar a la salita de mi suite o que
yo suba a la suya?
- Yo iré a verlo – repuso Sally apresuradamente.
- Muy bien. Es la 789.
Sally colgó el auricular pensando que le hubiera sido más fácil decir a Sir
Guy cualquier cosa por teléfono que personalmente. Había algo en sus ojos que
la desconcertaba.
Avisó a Rose que salía unos minutos y bajó al piso inferior. Buscando la
suite de Sir Guy, pasó junto a un hombre que salía de una de las habitaciones y
cerraba la puerta. No le prestó atención hasta que le oyó decir:
- ¡Sally! ¡Pero si es Sally!
Ella se volvió al instante y lo reconoció:
- ¡Erico!
- ¡Sally! ¿Qué haces en Nueva York? Entonces, Lynn está aquí. Estaba
seguro de que era ella quien había fletado aquel avión … Tienes que decirme
dónde está.
Agitado, la sujetó por los hombros con fuerza.
- Pero, Erico, no sé qué decir …
- No tienes que decir nada. Llévame junto a Lynn ahora mismo.
- No sé … no puedo – tartamudeó Sally. Tengo que preguntárselo primero
a Lynn.
- Entonces, ¡ella está aquí, en este hotel! ¡Oh, Sally, si supieras el infierno
que he pasado! He estado recorriendo Nueva York de un lado a otro, visitando
hotel tras hotel … ¡Oh, déjame verla!
- Debo preguntarle a ella – insistió Sally.
- ¡Por piedad, déjame verla, Sally! … Está herida, ¿verdad?
Sally asintió con la cabeza.
- ¡Dios mío! Y pensar que yo lo hice … ¿Está muy mal?
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Sally lanzó un profundo suspiro.
- No se sabe hasta qué punto quedará desfigurada.
Erico se llevó las manos a la cara y Sally comprendió que no fingía.
Aquel hombre sufría como no había visto sufrir a nadie antes. Cuando volvió a
mirarla, estaba muy pálido.
- ¿Crees que me perdonará?
- No lo sé, Erico. De veras, no lo sé.
- Sally, te juro que daría mi brazo derecho porque esto no hubiera
sucedido. Me puso como loco … Ella me había enloquecido con su belleza y sus
coqueteos. ¡Dios mío! ¿Cómo pude querer matar a la persona que más he
amado en mi vida? ¿Qué voy a hacer?
Su clamor era tan angustioso, que Sally no pudo desoírlo.
- Le diré lo que vamos a hacer, Erico. Lo llevaré a su habitación; pero si
ella se niega a verlo, prométame bajo palabra de honor que se irá y esperará
hasta que Lynn lo llame … si es que eso sucede alguna vez.
- ¡Oh, gracias! Lo prometo.
- Venga conmigo.
Subieron juntos al octavo piso, pero cuando llegaron a la puerta de la
suite de Lynn, ella titubeó. ¿No estaría haciendo algo equivocado? ¿Y si Lynn se
enfurecía con ella? Miró a Erico.
- Recuerde que me ha prometido irse si ella no acepta verlo.
Sally parecía tan preocupada, que él sonrió y le acarició levemente una
mejilla.
- La pequeña y querida Sally – dijo. No tengas miedo. He aprendido la
lección … pero intercede por mí. Ruégale a Lynn que me vea, aunque solo sea
un momento.
Sally abrió la puerta de la suite e indicó a Erico que esperase en el
saloncito, mientras ella entraba en la habitación de su madre. Ésta se encontraba
tal como la había dejado, recostada en el lecho, pálida y desencajada.
- ¿Por qué has vuelto tan pronto? – preguntó al verla entrar.
Sally cerró la puerta.
- Lynn – dijo – me he … he encontrado casualmente con alguien.
- Creí que ibas a ver a Sir Guy.
- Antes de llegar a su suite he encontrado a alguien que está desesperado
por verte, Lynn.
El tono de Sally decía más que sus palabras. Lynn la miró con los ojos
muy abiertos.
- ¿No … no será …?
- Sí, Erico – terminó Sally por ella. ¡Oh, Lynn, está tan arrepentido! … Ha
recorrido todo Nueva York buscándote. Se siente muy desgraciado y quiere
pedirte perdón.
- ¡Erico! – exclamó Lynn entonces, ante los asombrados ojos de su hija
pareció revivir. ¡Oh, Sally! – casi gritó. ¡Le quiero tanto! Lo echaba tanto de
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menos … ¿Dónde está? ¡Tráelo ahora mismo!
Era tanta la ansiedad de su voz, que a Sally se le llenaron los ojos de
lágrimas. Sin acertar a decir nada, se limitó a abrir la puerta. Erico, que esperaba
fuera, entró y se quedó un momento inmóvil, mirando a Lynn. Ella estaba muy
pálida y temblaba, pero sus ojos resplandecían. Después, con un grito que era a
la vez de alegría y de pesar, Erico se lanzó a través de la habitación y cayó de
rodillas junto a la cama de Lynn.
Lentamente, sintiéndose de más, Sally dejó la habitación, cerrando sin
hacer ruido.
Tras enjugarse los ojos, decidió bajar a la suite de Sir Guy. Él parecía
preocupado cuando le abrió.
- Siento mucho haber tardado tanto – se excusó Sally al entrar.
- Temía que se hubiera perdido.
- No … Es que ha sucedido algo cuando venía hacia aquí.
Iba a ser difícil, pensó Sally, explicarle las cosas a Sir Guy sin revelar los
secretos de Lynn. Él la invitó a sentarse y preguntó:
- Bien, ¿no tiene nada que decirme?
- Sí, tenía algo que decirle – empezó Sally titubeante – pero lo que ha
sucedido cuando venía hacia aquí ha cambiado la situación y ahora no estoy
segura de si voy a quedarme en Nueva York o no … Ante todo, quiero darle las
gracias más sinceras por haberme traído.
- No es un viaje difícil – observó él. Creo que exageré un poco al insistir en
acompañarla. Usted habría podido muy bien venir sola.
- No lo creo. Le estoy muy reconocida por todo … pero no sé cómo
expresarlo.
- Entonces no lo intente – sugirió Sir Guy. Lo único que quiero saber es
que se siente bien y tranquila.
- Sí, estoy bien; gracias – repuso Sally, con una confianza que no sentía.
Sir Guy se inclinó hacia delante en su asiento.
- Escuche, Sally. ¿No nos conocemos ya lo bastante bien como para ser
sinceros? No sé qué promesas de discreción le han exigido, pero yo no soy
ciego, ni tonto del todo. No se necesita mucha imaginación para saber que vino
a ver a la señorita Lystell.
Sally lo miró inquieta.
- Yo no he dicho tal cosa.
- No, no me ha dicho nada, pero demos por hecho que yo lo sé. La señorita
Lystell, o la señora Donovan, como se hace llamar aquí, está en dificultades y
como la señora Studd no pudo venir, lo hizo usted. Lo que quiero saber ahora
es si ella desea que se quede aquí o si piensa usted volver a Inglaterra conmigo.
La expresión de Sally era de absoluta desolación.
- Lo terrible del caso es que no sé. Hace diez minutos venía a decirle que
me iba a quedar aquí varias semanas, tal vez meses; pero ahora no lo sé.
- ¿Cuándo lo sabrá?
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- Tal vez esta misma noche, un poco más tarde. A lo sumo, mañana por la
mañana.
- Entonces lo que le sugiero es que venga a cenar conmigo esta noche.
quiero mostrarle Nueva York. Es una ciudad que conozco bastante bien. Vine
en misión especial durante la guerra y hace seis meses volví a renovar mis
relaciones con varios amigos que dejé aquí.
Siguiendo un impulso repentino, Sally dijo:
- Hay algo muy importante que me gustaría decirle.
- ¿De qué se trata?
- De su bondad para conmigo, después que … después que Tony me dejó.
No supe hasta ahora la razón por la que actuó como lo hizo. Ahora que lo sé,
entiendo muy bien el punto de vista de Tony. Lo que no entiendo fue su
bondad … la de usted y la de su madre. Ustedes sabían que él amaba a Lynn,
sabían que ella los había alejado de él. Y sin embargo fueron tan generosos
conmigo, con una muchacha que …
Titubeó un momento y Sir Guy terminó por ella:
- Que es hija de Lynn Lystell.
Sally lanzó una exclamación.
- ¿Quién se lo ha dicho?
- Nadie. Lo adiviné también.
- Aunque piense esas cosas, no debe decirlas – pidió Sally confusa.
- ¿Por qué no? Sólo se las digo a usted. ¿Debe haber tantos secretos entre
nosotros, Sally?
- Usted no lo dirá a nadie más, ¿verdad? – suplicó Sally.
- Sólo a usted – prometió é y añadió: Me doy cuenta de que hoy he sabido
algo del pasado que la tiene muy alterada. Pues bien, yo le sugiero que
olvidemos el pasado, el suyo y el mío, olvidémoslo y empecemos desde el
presente, tratando de conocernos un poco mejor.
- ¿Podremos olvidar el pasado? – preguntó Sally, dubitativa.
Él suspiró profundamente. Su animación parecía haberse esfumado.
- Tal vez sea imposible hacerlo – dijo. Los experimentos de este tipo pocas
veces dan resultado.
Le volvió la espalda un momento, mientras cogía un cigarrillo de la
pitillera que había en una mesa cercana. Ella lo vio inclinar la cabeza y deseó
saber qué estaba pensando. Habría dado cualquier cosa por entenderlo mejor.
Sir Guy la miró de nuevo y dijo:
- Sobre lo de esta noche: a menos que me telefonee que no puede venir, la
esperaré en el vestíbulo a las ocho.
Sally comprendió que la entrevista había terminado y se puso en pie.
Mientras regresaba a las habitaciones de Lynn, se preguntó en qué habría
fallado. Por un momento le había parecido que se estaban acercando el uno al
otro, pero luego él se alejó de nuevo levantando otra vez la misma barrera que
existía entre ambos desde que se conocieran.
83
Sally se dio cuenta, repentinamente, de que deseaba la amistad de Sir
Guy como jamás había deseado nada en su vida. Pero … ¿era realmente
amistad lo que deseaba de él? Se planteó la pregunta, pero tuvo miedo de la
respuesta.
Capítulo 7
95
Se hallaba en el centro de un profundo sueño que la abrumaba, pero no
sentía el menor deseo de salir de él. Oía suaves voces a su alrededor; una mano
firme la cogía la muñeca y el repentino dolor de la aguja que penetraba en su
carne la hacía reaccionar.
Despertó lentamente, pero permaneció con los ojos cerrados. Tenía
muchas cosas en que pensar, pero saboreó con delicia los primeros momentos
entre el sueño y la vigilia. Había alguien en la habitación. Percibía movimientos
cautelosos que delataban su presencia.
Con mucha lentitud, abrió los ojos. Las cortinas estaban corridas y las
persianas bajadas; sólo entraba un poco de luz. La habitación permanecía
sumida en una fresca penumbra.
Se removió en la cama y de inmediato se le acercó una enfermera de
rostro bondadoso, enmarcado por cabellos grises.
- Sabía que iba a despertar esta mañana – dijo sonriendo. ¿Le gustaría
comer algo?
Se oyó un ruido en el suelo. La enfermera bajó la mirada.
- Es su perro – dijo. La ha oído hablar. Se ha portado muy bien, pero no
hemos logrado sacarlo de aquí.
- ¡Oh! ¿Puedo verlo? – preguntó Sally. Extendió las manos y las miró
desolada. Tenía vendajes que le llegaban hasta la muñeca y sus piernas y su
cabeza también estaban vendadas.
La enfermera pareció comprender su consternación.
- Está ya mucho mejor – dijo consoladora – y vamos a quitarle las vendas
muy pronto. Pero antes que empiece a hacer preguntas, le traeré algo de comer.
Puso a Rom sobre la cama.
- No deje que la moleste – advirtió antes de salir de la habitación.
Rom frotó el cuerpo contra su ama.
- ¡Rom, mi querido Rom! – murmuró Sally y los recuerdos de lo sucedido
acudieron en tropel a su mente. ¡Rom, tú me salvaste! ¡Oh! ¿Qué habría sido de
mí sin ti?
El perro movió la cola con alegría, como si hubiera entendido.
La puerta se abrió con mucho cuidado y Gertrude asomó la cabeza. Sally
lanzó un leve grito.
- ¡Gertrude! ¡Qué alegría verla!
- ¿Ya está mejor? ¡Alabado sea Dios! – exclamó la doncella, entrando en la
habitación.
- Sí, ya me encuentro mejor. ¿Hace mucho tiempo que estoy enferma?
- Bastante. Y en muchos momentos temimos perderla.
- ¡Dios mío! ¿Tan mal llegué aquí?
La doncella asintió con la cabeza y Sally se incorporó un poco.
- Gertrude, cuéntame aprisa todo lo que sucedió, antes que vuelva la
enfermera.
Gertrude se acercó más a la cama.
96
- ¿Seguro que está lo bastante bien para oírlo? No han permitido que nadie
entre aquí, por órdenes del doctor.
- Ya me siento bien – contestó Sally – y quiero saberlo todo. De otro modo,
me volveré loca de curiosidad.
- Lo entiendo – dijo Gertrude y le contó con rapidez. Fue el gitano quien la
encontró. Oyó ladrar a Rom y fue a ver qué sucedía. La cogió en brazos y la
trajo a la casa. Era poco antes de cenar y todos estaban en el salón. Cruzó el
prado y entró por una de las puertas cristaleras.
Gertrude, con rostro compungido, hizo una pausa y continuó después:
- Tenía un aspecto lamentable, señorita Sally. Venía semidesnuda y
sangrando por todo el cuerpo. Cero que la señora estuvo a punto de
desmayarse al verla. Sir Guy la tomó de brazos del gitano y aprisa subió por la
escalera. La tendió en la cama y me preguntó, con la cara desencajada, si estaba
usted muerta. No supe qué contestarle. Estaba amoratada de frío y cubierta de
sangre de los pies a la cabeza.
Gertrude miró a Sally con lástima y prosiguió después:
- Traje bolsas de agua caliente y mantas para envolverla. Sir Guy me
ayudó y el señorito Tony llamó por teléfono al doctor que vino enseguida y
mandó llamar a la enfermera.
Gertrude se detuvo un momento y Sally la presionó:
- ¡Siga Gertrude! Dígame qué sucedió después. ¿Qué pensaron que me
había sucedido? ¿No se preguntaron por qué me encontraba en ese estado?
Gertrude hizo un relato conciso: después que el doctor atendió a Sally e
hizo todo lo posible por reanimarla, interrogó a la familia buscando una
explicación al estado en que se encontraba la muchacha. No fue fácil para Sir
Guy ni para su madre explicar que Sally, huésped de la casa en las últimas
semanas, se había marchado aquella mañana e ignoraban qué podía haberle
sucedido.
Sir Guy y Tony pidieron al gitano que les enseñara dónde había
encontrado a Sally y ellos no tardaron en descubrir, entre los rosales donde ella
había caído, la entrada del famoso pasadizo secreto que tantas generaciones
habían buscado infructuosamente.
Después de cenar, decidieron buscar la entrada del pasadizo por la casa,
pensando que tal vez allí encontrarían la solución al misterio de lo sucedido a
Sally.
Mediante presiones y usando una gran dosis de sicología, Sir Guy
consiguió que Nadia los acompañara a los sótanos, que según Bateson, el
mayordomo, se habían convertido en dominio exclusivo de la polaca.
Acorralada por sus dos primos. Nadia hizo con ellos el mismo recorrido que
hiciera por la mañana con Sally y terminó por confesar no sólo que había
decidido matarla, sino también la causa.
Cuando terminó su confesión, les preguntó qué iban a hacer con ella. Y
los hermanos no supieron qué contestarle. La mandaron a la cama y
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permanecieron hablando y discutiendo hasta altas horas de la noche, tratando
de buscar una salida decorosa al enredo en que su prima los había metido a
todos.
Cuando se fueron a acostar aún no habían llegado a ninguna conclusión;
decidieron continuar discutiendo el asunto al día siguiente. Pero para entonces,
Nadia ya había tomado las cosas en sus propias manos. Ella e Ivor se
marcharon de la casa antes que nadie se levantara. Nadia dejó una carta a Sir
Guy en la cual le decía que pensaba casarse con Ivor, renunciar a la
nacionalidad británica y convertirse en lo que había sido siempre de corazón:
polaca. Se irían a vivir a Irlanda y continuarían trabajando en favor de sus
compatriotas. No volverían a molestar en modo alguno a la familia Thorne.
Agregaba que se había llevado como regalo de bodas el dinero que tenía para
los gastos de la casa, poco más de cincuenta libras, segura de que eso no
afectaría a Sir Guy.
Se había llevado todas sus pertenencias que cupieron en el avión y, a ser
posible, añadía, enviaría en fecha posterior a recoger las pocas cosas que había
dejado.
Guy se echó a reír cuando terminó de leer la carta. Aquello era típico de
Nadia, y no pudo menos que admirar el valor con que había sabido sacar el
mayor partido posible de una mala situación.
Él y Tony decidieron no decir a su madre nada sobre las actividades de
Nadia. Le explicarían simplemente que había encerrado a Sally en la cripta, con
intenciones de hacerla salir más tarde, sólo porque estaba celosa de ella, pero
que Sally había sido lo bastante astuta como para escapar a través del pasadizo
secreto.
Nadia se había marchado y allí debían terminar las cosas con ella. Era
mejor no pensar en lo que podía haber sucedido. Los dos hermanos esperaban
que Sally fuera lo bastante generosa como para no presentar una acusación
legal contra Nadia por intento de asesinato.
FIN
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