La Pascua de Los Sentidos - Anselm Grun

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BENJAMÍN GONZÁLEZ BUELTA, SJ

La Pascua
de los sentidos

SAL TERRAE
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Imprimatur:
† Vicente Jiménez Zamora
Obispo de Santander
15-04-2013
Diseño de cubierta:
María Pérez-Aguilera
www.mariaperezaguilera.es
Fotografía de cubierta:
Dani Villanueva

Edición Digital
ISBN: 978-84-293-2238-5

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Prólogo

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La pascua de los sentidos

1. El fin de los Ejercicios Espirituales es propiciar una experiencia de Dios original que
emerja desde lo más hondo del ejercitante y se extienda por toda su persona
integrándola. A través de diferentes modos de oración y discernimiento,
meditación, contemplación, examen, oración vocal, etc., el encuentro con Dios va
configurando la persona «a su imagen y semejanza», según se nos ha revelado en el
Hijo encarnado, en la humanidad de Jesús de Nazaret.
Con profunda intuición, Ignacio sabe que el centro de la persona está en el
corazón. Cambiar la afectividad profunda es el objetivo de los Ejercicios
Espirituales. Lo afectivo es lo efectivo. Cuando deseamos algo profundamente, toda
nuestra persona se configura por dentro para conseguirlo y polariza nuestra relación
con los demás y con la creación. Pero los Ejercicios nos cambian también la
sensibilidad, la manera de percibir la realidad donde Dios nos ofrece
incesantemente «la vida verdadera».
En la oración prolongada se van removiendo los afectos, no para anularlos,
sino para ordenarlos hacia la creatividad, la comunión y la vida en plenitud, para
liberarnos, encontrar la propuesta que Dios nos hace en respeto a nuestra
originalidad, y entregarnos a ella con toda pasión. No se trata de congelar la
afectividad, de convertirnos en seres distantes y calculadores que se alejan de la
vida para no contaminarse, sino de encender una gran pasión que nos unifique por
dentro y despierte en nosotros un seguimiento radical de Jesús de manera creadora
en medio de los cambios vertiginosos y profundos que nos zarandean, superando la
dispersión y la incertidumbre que hoy socavan la vida. Desde ese cambio del
corazón cambiará también nuestra sensibilidad, nuestra manera de percibir la
realidad a través de nuestros sentidos, pues es el corazón el que ve.

2. Vivimos sumergidos en una «cultura de la seducción». Constantemente se inventan en


laboratorios, y en salas de edición de revistas y televisiones, sensaciones cada vez
más sofisticadas e inteligentes para que entren en nosotros a través de «la puerta de
los sentidos», y se vayan alojando en nuestra afectividad profunda, inconsciente
muchas veces, para controlar nuestra vida desde esa hondura difícil de desentrañar.
En muchas ocasiones, el pensamiento ni se da cuenta de lo que entra por nuestros
sentidos y se siembra en nuestra afectividad. Con las tecnologías más avanzadas,
neuromarketing, se estudia el cerebro, para ver el camino que recorren dentro de
nosotros las sensaciones, de qué manera se siembran en los surcos siempre abiertos
de nuestras necesidades y cómo nos afectan para convertirnos en clientes de
productos, admiradores de ídolos, fanáticos de espectáculos, partidarios de
candidatos políticos... Los anzuelos digitales son cada vez más sofisticados. No
intentan impactarnos de una manera pasajera, sino «fidelizarnos», transformarnos

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en clientes seguros que no esperen la novedad de otras marcas, sino de una concreta
de la que somos fieles y devotos seguidores precisamente en un mundo volátil y
quebradizo donde las pertenencias y alianzas son débiles.
Vivir en el impacto de las sensaciones seductoras genera en nosotros una
manera de percibir la realidad que es superficial, cambiante como las modas que se
reinventan al ritmo de las estaciones del calendario. Vivir en la moda no es solo una
referencia a la ropa. Se ponen de moda estilos de vivienda, utilización del tiempo
libre, marcas de vehículos, lugares de diversión, prácticas sociales... Frente al tedio
de la superficialidad, el rostro siempre cambiante de las modas nos ofrece nuevos
productos que nos deslumbran el tiempo suficiente para abalanzarnos sobre ellos, y
para que pierdan su brillo cuando los nuevos inventos tocan a la puerta de nuestros
sentidos en el hipermercado mundial en el que estamos sumergidos. Nuestros
sentidos seducidos se van acostumbrando a percibir la realidad según los intereses
que llevamos en el corazón, que son impuestos y ajenos. Nuestro «yo colonizado»
percibe la realidad como los dueños quieren, para ponernos a soñar dentro de sus
sueños y convertirnos en terminales fervorosas de sus ambiciones.

3. Existe otra dimensión de la realidad. En lo más hondo de todo lo que existe, debajo de
las etiquetas, de las cáscaras, de la piel, trabaja constantemente el Espíritu de Dios
haciendo nuevas todas las cosas desde dentro, no desde la seducción, sino desde
una llamada a la libertad, no desde el consumo de productos con marcas de calidad
que prometen la dicha y el prestigio social, sino desde la propuesta de elaborar
nuevas realidades que responden a las necesidades más hondas del ser humano. Su
oferta de vida nueva no se evapora en la volatilidad de la moda, ni ignora nuestras
necesidades fundamentales, ni nos desconoce a nosotros mismos. Nos llama por
nuestro nombre con nuestra historia.
Una sensibilidad cautiva no puede percibir esta realidad última, pues los
sentidos están condicionados por intereses impuestos, disfrazados de buenos y
brillantes, escondidos en repliegues oscuros del propio corazón. Es el corazón el
que ve. Nuestra afectividad profunda hace posible que podamos fijar los sentidos,
contemplar y percibir lo que nos interesa captar de la realidad. Ante un paisaje un
pintor ve todos los matices de los colores, un inversionista calcula los beneficios de
una posible urbanización, un ecologista cataloga las especies que hay que preservar.
Ante un jardín bien cuidado le dije a un amigo: «Aquí ya todo el trabajo está
hecho». Estalló en una carcajada clamorosa y me dijo: «Está claro que tú no tienes
ojos de jardinero».
El que lleva en su corazón la pasión por Dios y por su reino, ve de qué manera
Dios está presente y trabaja en cualquier coyuntura humana, qué novedad
salvadora se va gestando en el misterio de las personas y de la historia. La mirada
mística cree profundamente que no hay realidad dejada de la mano de Dios, y trata
de encontrar de qué manera la asume Dios en cada momento. Toda realidad es

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sagrada y tiene un puesto en el plan de Dios. Ni podemos destruirla cuando no nos
gusta, ni apoderarnos de ella cuando es bella y agradable.

4. A lo largo de los Ejercicios Espirituales, en el mismo proceso contemplativo que va


ordenando nuestro corazón, también se va afinando nuestra sensibilidad.
Contemplamos en Jesús la acción del Padre y él nos enseña a buscarla en toda
situación. Aprendemos a mirar la realidad, a disolver la superficie dura o bella para
encontrarnos con Dios, que entra en comunión con nosotros y nos invita a encarnar
la vida nueva trabajando con Él.
En la cueva de Manresa, Ignacio de Loyola hizo los ejercicios espirituales.
Cuando estaba sentado frente al pequeño río Cardoner, tuvo una experiencia de
Dios que le cambió la mirada. «Comenzó a ver con otros ojos todas las cosas»
(Laínez). Tenía ojos nuevos. Ese cambio de la mirada no se dio de repente, sino que
se venía preparando a lo largo de todo el proceso contemplativo de los Ejercicios
Espirituales. Durante toda su vida volverá a esta experiencia fundante que le
permitía ver la obra de Dios en el mundo convulso de su tiempo, superando los
esquemas que lo aprisionaban en un presente deplorable. Esta percepción despertó
en Ignacio una fortaleza y una creatividad que lo impulsó a trazar nuevos caminos
en la Iglesia y en el mundo.
La pascua de los sentidos hace referencia a esta transformación. Una manera
vieja de percibir muere y nos hace sentir la privación de los estímulos del mercado
con el desasosiego de un síndrome de abstinencia. Al mismo tiempo, una nueva
sensibilidad va gestándose y nace, para percibir la presencia y la acción de Dios que
nos encanta la vida. Este proceso es una pascua real. Algo sustancial en nosotros
muere y resucita. Conminados a vivir constantemente con un auricular en el oído,
una pantalla delante de los ojos en cada pausa, o un flujo incesante de novedades
que nos distraen, quedarnos en silencio y empezar a contemplar una realidad que
tiene que revelarse a nosotros y no la podemos manipular con un mando a distancia,
con un clic al instante, supone un auténtico proceso de pascua, de dolorosa poda y
de lenta apertura a nuevas realidades. El cambio de la sensibilidad no se hace de
repente, como el que se pone unos lentes de colores delante de los ojos. A veces las
realidades cotidianas pierden su lozanía o su maquillaje y necesitamos otra mirada
más honda que perciba el encanto que bulle en toda criatura de Dios.
En los Ejercicios Espirituales se van realizando estos dos procesos
inseparables. El encuentro con Dios en la oración nos ordena el corazón, y nos
cambia también la sensibilidad para percibir el mundo como Jesús lo veía, grávido
del reino de Dios. La contemplación para alcanzar amor nos muestra la unión
inseparable de los dos procesos. Hacia ahí confluyen los Ejercicios. Pedimos al
Señor que nos conceda «en todo amar y servir» (EE 233). Miramos la realidad para
descubrir a Dios actuando con amor servicial «en todo» y entramos en comunión
con Él al servir «en todo» con amor.

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En este libro privilegio lo que nos ayuda a realizar este cambio de la
sensibilidad. Calles que solo mostraban su dureza empiezan a transparentar la
dignidad, los trajines que aturden revelan una búsqueda infinita y los rostros
marcados por las privaciones son un dibujo que ha tatuado lentamente la fortaleza
de la vida. La sensibilidad afinada resucita delante de nosotros situaciones y
personas, las saca de la cueva oscura y les quita el sudario de muerte que las
envuelve. La realidad no ha cambiado, pero nosotros nos asomamos a ella con la
pasión de descubrir su verdad más honda, de sintonizar con sus mejores
dinamismos y de unirnos al Creador discreto que abre el futuro a posibilidades
fascinantes que nos hacen a todos realmente humanos. El encantamiento del
corazón no llega desde estímulos de laboratorio que producen una dicha química en
el cerebro, ni desde deslumbrantes fuegos artificiales en el horizonte de la noche
hastiada, sino desde las realidades más enraizadas en el humus fecundo de la tierra,
en el Creador. Ese era el deseo de Isaías en el tedio sin horizontes del exilio en
Babilonia: «Ábrase la tierra y germine la salvación» (Is 45,8), la vida nueva
corriendo por las venas de la tierra ajena de los dominadores que creían tener el
control absoluto del futuro.

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1. Introducción a la oración

Salir de las manos creadoras de Dios no fue una despedida. En ese instante comenzó
para cada uno de nosotros un encuentro con Él que ya no tiene orillas. En esta vida y en
la eternidad seguiremos adentrándonos en el misterio infinito de Dios.
Orar es un encuentro personal con el Dios que nos ha creado a su imagen y
semejanza. Nos comunicamos con Él. Hablamos y escuchamos. En esa relación
existimos y crecemos. Como en toda comunicación personal existen muchas maneras de
decirnos. La palabra nos expresa, pero en determinados momentos enmudece y surge el
silencio, pues la palabra ya no es capaz de contener lo que llevamos dentro. El abrazo, el
beso, la mirada comunican lo indecible en la acogida. El golpe, la mudez o la lejanía
pueden significar el rechazo.
Cuando nos sentimos consolados, con sabor en la oración y unificados por dentro,
nos es fácil estar cerca de Dios y confiar en Él. Cuando experimentamos soledad,
distancia, ausencia o tentación, entonces se nos hace difícil orar y tendemos a huir y a
refugiarnos en algún oasis conocido en vez de seguir adentrándonos por ese desierto que
parece devorarnos. La cultura actual negocia los espacios que nos alivian, nos distraen,
nos divierten, promueve los instrumentos electrónicos que nos conectan de manera
permanente con la «nube» del entretenimiento. No somos capaces de esperar a Dios
mucho tiempo, somos impulsados a vivir en el instante. Pero nosotros estamos
radicalmente hechos para el encuentro con un Tú inagotable y solamente en este
encuentro halla nuestro corazón su sentido y su horizonte.
Dios nunca se separa de nosotros, pues «en él somos, nos movemos y existimos»
(Hch 17,28). Pero a veces se esconde: «Tú eres el Dios escondido» (Is 45,15). Con todo,
no se trata de perseguirlo en las ensoñaciones sin fin de nuestro mundo interior: «Yo
nunca os dije: “Buscadme en el vacío”» (Is 45,19), sino de encontrarlo en la fidelidad a
la vida, de permanecer en el Dios que hace nuevas todas las cosas. Si lo buscamos donde
se rehace la vida rota, entonces el Señor nos dirá: «Aquí estoy» (Is 58,9).
Con frecuencia nos alejamos de Él precisamente cuando estamos a las puertas de un
nuevo paso. El desierto y la tentación nos asustan. Cuando llegamos al límite, a la noche,
a la debilidad, nos sentimos perdidos, pero podemos estar al comienzo de una nueva
etapa, de una purificación honda de nuestra ambigüedad radical que siempre se esconde
a la sombra de nuestras motivaciones más evangélicas y tergiversa nuestra libertad.

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Necesitamos la purificación de lo que nos impide una comunión más profunda con Dios
y con los demás.
Podemos reproducir en la relación con Dios nuestra manera falsa de acercarnos a
los otros. Para sentirnos seguros, dominamos a los otros, y podemos tener la pretensión
sutil de querer tener también a Dios en nuestras manos cuando hemos actuado según sus
leyes para que Él nos dé «lo que merecemos», lo que «nos toca» porque hemos cumplido
lo acordado. Es un intento de controlar a Dios. A veces nos fusionamos con otros para no
sentir la angustia y la soledad de nuestro ser original. De la misma manera pretendemos
perdernos en Dios para no vivir la alteridad de ser nosotros mismos con nuestra propia
libertad. La unión con Dios no nos absorbe, sino que nos devuelve a nosotros mismos
con una autenticidad más honda. En otras ocasiones la cotidianidad desabrida nos aleja
de Dios y nos acomodamos en las rutinas de la convivencia con sus rituales domésticos o
litúrgicos. Pero Dios es amor ferviente. Somos la misma relación en todo encuentro y la
falsa relación con los demás nos puede revelar la pobreza de nuestra relación con Dios.
Dios es el que tiene la iniciativa para conducirnos por el camino único que
recorremos cada uno de nosotros dentro de su corazón y en la construcción de su reino
en nuestra historia. Nuestro misterio se une al misterio de Dios, tanto en la
contemplación como en el trabajo.
En estos salmos ofrezco algunos aspectos que nos ayuden a disponernos para un
encuentro con Dios siempre abierto a plenitudes insospechadas. Las relaciones
importantes para nosotros las cuidamos. Los encuentros de calidad se preparan siempre
con esmero, tanto la disposición interior, como el arreglo del cuerpo y los detalles del
espacio. San Ignacio propone en las anotaciones (EE 1-20) y adiciones (EE 73-90)
algunas señales que nos pueden ayudar para hacer mejor los Ejercicios, para estar física,
psicológica y espiritualmente disponibles para el encuentro con Dios, para abrirnos a su
iniciativa de vida siempre nueva. La plenitud de este encuentro, que según Ignacio se da
cuando Dios se acerca a la persona «abrazándola en su amor» (EE 15), nos dispone para
una entrega plena a «la vida verdadera» (EE 139) que Él trabaja para todos.
Algunas de estas anotaciones y adiciones tienen que ver con nuestra actitud interior
para entrar en el proceso «con grande ánimo y liberalidad» (EE 5), otras se refieren a los
estímulos que llegan a nuestros sentidos desde fuera y cuidan el espacio, las relaciones,
el modo de comer, y algunas más nos ayudan a situarnos en el tiempo, distribuyendo
sanamente las horas de sueño, de oración o de descanso.
Estas indicaciones de Ignacio nos orientan de manera especial en el tiempo de los
Ejercicios, pero nos ayudan también a lo largo de toda la vida. Necesitamos tiempos y
espacios en los que cuidar un encuentro que nunca se detiene, que sigue vivo a lo largo
de todos los días, en medio de todos los afanes y estímulos que desembarcan sensaciones
en nuestros sentidos.
En la cultura actual no nos basta con apartarnos de las personas, oficios y espacios
habituales, pues en una pequeña memoria podemos llevar dentro gran parte de nuestro

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mundo. Nuestro mismo cerebro puede haberse configurado con conexiones neuronales
que nos dificultan pensar, contemplar y crear en gestaciones que suponen procesos
lentos. Tal vez necesitemos un «ayuno digital» para recuperar un ritmo interior que nos
posibilite un encuentro con Dios que no está vinculado a las conexiones vertiginosas y
deslumbrantes de la red.
Las modernas tecnologías de la comunicación nos ofrecen la posibilidad de estar
permanentemente conectados, día y noche, con las personas que queremos. Siempre es
posible recibir o enviar un mensaje. Solo si existe una verdadera relación esos mensajes
son bien recibidos y fortalecen. Si la relación es mala, entorpecen y se borran sin
abrirlos. La calidad de nuestra relación con Dios nos permitirá percibir y acoger con
gusto las constantes señales de la comunicación de Dios con cada uno de nosotros, en
una discreción que nunca nos abruma.

***

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Necesito

«Por este nombre, ejercicios espirituales, se entiende todo modo de


examinar la conciencia, de meditar, de contemplar, de orar vocal y
mental, y de otras espirituales operaciones, según que adelante se dirá»
(EE 1).

Necesito
tu presencia, un tú inagotable y encarnado
que llena toda mi existencia,
y tu ausencia, que purifica mis encuentros
de toda fibra posesiva.

Necesito
el saber de ti que da consistencia
a mi persona y mis proyectos,
y el no saber que abre mi vida
a tu novedad y a toda diferencia.

Necesito
el día claro en el que brillan los colores
y se definen los linderos del camino,
y la noche oscura en la que se afinan
mis sentimientos y mis sentidos.

Necesito
la palabra en la que te dices y me digo
sin acabar nunca de decirnos,
y el silencio en el que descansa
mi misterio en tu misterio.

Necesito
el gozo que participa de tu alegría,
última verdad tuya y del mundo,
y el dolor, comunión con tu dolor universal,
origen de la compasión y la ternura.

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Disponibles

«Cuanto más nuestra ánima se halla sola y apartada, se hace más apta
para se acercar y llegar a su Criador y Señor; y cuanto más así se allega,
más se dispone para recibir gracias y dones de la su divina y suma
bondad» (EE 20).

He emigrado de mi casa
hasta otro espacio y otro tiempo.
Ya no llegan a mis sentidos
con sus mensajes rituales,
palabras, paredes y trabajos.

Busco un cuerpo
físicamente disponible,
sin anclas que me amarren
al fondo de mi inercia,
y sin hervores en la sangre
que programen invisibles
mis hambres y mis goces.

Deseo que mi espíritu


no cierre las ventanas
sobre las sombras de ayer,
ni se tape los oídos
ante el primer llanto del futuro
que tiembla en su pesebre.

Quiero que mi alma


se abra al infinito,
y que mi deseo alerta
mire todo el horizonte;
cuando Él llegue con su brisa
zarparemos hacia su oferta
aunque cruja la costumbre.

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Liberación

«... estando ansí apartado, no teniendo el entendimiento partido en


muchas cosas, mas poniendo todo el cuidado en sola una, es a saber, en
servir a su Criador, y aprovechar a su propia ánima, usa de sus
potencias naturales más libremente, para buscar con diligencia lo que
tanto desea» (EE 20).

Libérame de las «sensaciones seductoras»


que me colonizan con las marcas
y me absorben en el sueño de sus amos.

Afina mi «sensibilidad embotada»


por estímulos inéditos y astutos
que arrasan el susurro de tu oferta.

Apacigua mi «voracidad audiovisual»


de adicto sin domicilio y sin sosiego
que te deja solo cuando te sientas en mi mesa.

Líbrame de la «tiranía de las posibilidades»


que me baraja en las encuestas de los dueños
y anula tu propuesta que nunca se negocia.

Distiende mis «entrañas impacientes»


estremecidas por ritmos electrónicos
que abortan en mí tus gestaciones.

Alienta mi «intimidad desencantada»


envuelta en las vendas de una queja
que no espera resurrección de las heridas.

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En tus ojos

«Un paso o dos antes del lugar donde tengo de meditar o contemplar, me
pondré en pie, por espacio de un Pater noster, alzando el entendimiento
arriba, considerando cómo Dios nuestro Señor me mira» (EE 75).

Solo en tus ojos puedo leer


quién soy y lo que valgo,
mientras las demás miradas
me zarandean en el vértigo
del abismo o de las cumbres.

Solo en tus manos crecer


tiene el ritmo justo
del sol en el oriente
o de la madera en el tronco
bajo la cáscara cómplice,
mientras me quiere absorber
el instante digital
donde el vértigo seduce.

Solo tu presencia,
tus tiempos y tus ritmos,
sin ansia ni porfía,
despiertan mi secreto
de vida interminable,
donde mi futuro
brota de tu misterio
sin deudas y sin ancla.

15
A veces

«En el punto en el cual hallare lo que quiero, ahí me reposaré, sin tener
ansia de pasar adelante hasta que me satisfaga» (EE 76).

A veces,
en el oasis,
arañamos la tierra
blanda,
nuestra,
conocida,
sin encontrar
agua.

A veces,
en el desierto,
sin buscarla
el agua brota
sola,
libre,
abundante,
de la roca dura.

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Límite

«Tres causas principales son porque nos hallamos desolados: ... la


tercera, por darnos vera noticia y conocimiento para que internamente
sintamos que no es de nosotros traer o tener devoción crecida, amor
intenso, lágrimas ni otra alguna consolación espiritual, mas que todo es
don y gracia de Dios nuestro Señor» (EE 322).

El silencio es el espacio
para escuchar lo inefable.

La espera es el tiempo
para cultivar lo imposible.

La noche es la pupila
para ver lo invisible.

El límite es la orilla
para abrazar lo infinito.

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Página blanca

«... todo es don y gracia de Dios nuestro Señor» (EE 322).

Página en blanco,
oído que me escucha
sin el más mínimo ruido,
retina que me acoge
sin distorsión y sin juicio,
espejo fiel y veraz
en quien me digo,
amiga que no apresa
mis rasgos vacilantes,
libertad que me ofrece
todos los caminos,
confidente gratuita
si tacho, enmiendo y rompo,
espera que no urge,
regalo que no exige,
herencia vegetal
de bosques centenarios.

¡Cada día te ofreces


más imagen del Dios
tan silencioso
y tan cercano
en quien me escribo!

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Oquedades

«El que da los ejercicios... deje inmediate obrar al Criador con la


criatura, y a la criatura con su Criador y Señor» (EE 15).

Solo en tu silencio
caben todas las palabras,
y yo quiero sembrar en él
los secretos que me horadan.

Solo en tu noche
duermen todos los colores,
y yo quiero soñar mestizo
con todas las diversidades.

Solo en tu ausencia
se inician todas las búsquedas,
y yo quiero adentrarme sin fin
en el horizonte de tus brazos.

Solo en tu muerte
recomienzan todos los finales,
y yo quiero resucitar en ti
las agonías que comparto.

Silencio, noche,
ausencia, muerte.
¡Tus oquedades maternales!

19
Debilidad

«... todo es don y gracia de Dios nuestro Señor» (EE 322).

Es tan débil
como el filamento
de una lámpara,
oruga trémula,
mínima,
protegida en su claustro
de silencio y de cristal.

Cuando la Luz
le atraviesa en soledad
la médula del hueso,
se vuelve incandescente,
arde entera en combustión,
sin consumirse,
urbana zarza de Moisés.

¡Ningún cable fuerte


puede transfigurarse así!

20
Soledades

«Cuanto más nuestra ánima se halla sola y apartada, se hace más apta
para se acercar y llegar a su Criador y Señor; y cuanto más así se allega,
más se dispone para recibir gracias y dones de la su divina y suma
bondad» (EE 20).

No has llegado todavía


pero yo sé que estás aquí.

Nadie más podría retenerme


en estas paredes de silencio
expirando soledades.

Mi deseo de tu encuentro
sigue ahondando ausencia,
y cuando te muestres
seguirá tu presencia
encendiendo mi deseo.

En esta espera lenta


se afinan mis sentidos.
Un reflejo fugaz
es un mensajero de la luz,
y en el rumor más tenue
ya hierve toda la vida.

Al salir a los encuentros,


en toda ausencia humana
que deambula por las calles,
se paraliza por los golpes
o languidece en los rincones,
te percibiré mejor a ti
en mínimas señales,
pues no puedes brillar tanto
que ciegues mis sentidos.

21
Estás callado

«Asimismo es de advertir que, como en el tiempo de la consolación es


fácil y leve estar en la contemplación la hora entera, así en el tiempo de
la desolación es muy difícil cumplirla. Por tanto, la persona que se
ejercita, por hacer contra la desolación y vencer las tentaciones, debe
siempre estar alguna cosa más de la hora complida; porque no solo se
avece a resistir al adversario, mas aun a derrocalle» (EE 13).

¡Estás callado!
Tu silencio
va conmigo día y noche,
y tu ausencia me acompaña.
En lo oscuro no te veo,
pero siento tu angustia
latiendo en mi costado.

Se va rajando mi tierra seca


como una boca que se abre
para cantar mi sed
y recibir tu agua.

No retires tu silencio
de mi vaso.
Todavía mi certeza
no ha bebido suficiente.
¡Señor, sigue callado!

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En tu audacia

«Al que recibe los ejercicios mucho aprovecha entrar en ellos con grande
ánimo y liberalidad con su Criador y Señor, ofreciéndole todo su querer
y libertad, para que su divina majestad, así de su persona como de todo
lo que tiene, se sirva conforme a su santísima voluntad» (EE 5).

Hoy tu silencio
es invernal,
recubre la tierra
limpio y mullido
como una nevada
donde todavía no ha esquiado
la más mínima palabra.

Desde lo alto de la montaña


lanzaré toda mi existencia
hacia la hondura
con giros nunca imaginados,
dialogando con los vientos,
bordeando precipicios,
y seré tu compañero
en el riesgo vertiginoso
de tu descenso a los abismos
donde crecen nuestras vidas
enraizadas en tu audacia.

23
Tu paso

«... entrar en la contemplación cuándo de rodillas, cuándo postrado en


tierra, cuándo supino rostro arriba, cuándo asentado, cuándo en pie,
andando siempre a buscar lo que quiero» (EE 76).

A veces es el cuerpo,
siempre alerta
mientras duerme el alma,
el que recibe primero
tu llegada impredecible
en medio de la noche.

Has entrado sin ruido


en mi casa cerrada,
has distendido mis nudos
y has abierto el último balcón
de mis pulmones a la brisa.
Tu levedad de aurora
se ha encarnado por sorpresa.

Entonces mi espíritu despierta


y se da cuenta que has llegado.
Me dejaste tu presencia
encaminando tu visita
por mis huesos y memorias,
y ya te has ido en silencio
dejando mi ventana abierta
a todo el sol de la mañana.

24
Busco tu novedad

«... todo modo de preparar y disponer el ánima para quitar de sí todas


las afecciones desordenadas y, después de quitadas, para buscar y hallar
la voluntad divina en la disposición de su vida para la salud del ánima,
se llaman ejercicios espirituales» (EE 1).

Busco tu novedad
entre las presiones
de mis enemigos
que sofocan el corazón
y depositan parálisis
en el giro de mis decisiones.

Busco tu novedad
entre las expectativas
de mis amigos
que sin haberte escuchado
han trazado mis rutas
y me atan a ellas con cariño.

Busco tu novedad
entre mi hondura ambigua
que me ofusca el corazón
y se reviste de luces
para adueñarse con astucia
de mis sueños y tareas.

Busco tu novedad
entre la inercia terca
de las instituciones
programadas y sensatas
que recogen a plazo fijo
su cosecha esperada.

Busco tu novedad
entre ofertas de estrellas
con brillo de paraíso
al alcance de la mano
mientras madura tu don
en la sombra lenta.

25
¡Busco tu novedad!
Mis viejos odres
no resisten tu nuevo vino.
No remiendes con tela nueva
mi libertad gastada.
Haz nuevo mi ser entero
para que pueda acogerla.

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Siempre llegas

«... todo es don y gracia de Dios nuestro Señor» (EE 322).

Siento tu respiración
en mi nuca.
Cuando vuelvo el rostro
para verte,
dejo de percibir tu aliento.

Navegas en mis sueños


con música y brisa.
Cuando controlo las velas
para llevarte a mi bahía
me encuentro soñando solo.

Me fascina tu fantasía
con los colores del alba.
Cuando quiero apresar el rojo
y convertirlo en mi anillo
tu pintura se deslíe.

Te asomas en el destello
de los ojos gratuitos.
Cuando intento engarzarlo
en el collar de mis abrazos
solo siento tu ausencia.

Tu llegar
es pasar siempre
y siempre quedarte
si mi hondura
no es puño sino palma.

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Tu respuesta

«Cuanto más nuestra ánima se halla sola y apartada, se hace más apta
para se acercar y llegar a su Criador y Señor; y cuanto más así se allega,
más se dispone para recibir gracias y dones de la su divina y suma
bondad» (EE 20).

Te grité una pregunta


más grande que yo mismo.
Quise tu respuesta al instante
con un clic en el teclado.
Pero me respondió tu silencio
entre ausencias digitales.

Cada día y cada noche


la pregunta me horadaba
con su filo de espiral
taladrando mis saberes.

En mi herida abierta
sembraste una palabra
nunca antes pronunciada,
y la cubriste de silencio
con la palma de tus manos.
Al crecer dentro de mí,
dilató mis certezas
y ensanchó mi cuerpo
para acoger su estatura.

Solo cuando nació


como palabra mía
ya fue respuesta tuya
engendrada en mis entrañas.

28
Intimidad

«Cuanto más nuestra ánima se halla sola y apartada, se hace más apta
para se acercar y llegar a su Criador y Señor» (EE 20).

En el encuentro contigo
madura mi intimidad
para acoger tu cercanía
y para confiarte la mía.

Si pretendo apresarte
en el puño de mis vacíos
se desvanece tu presencia.

Si busco disolver en ti
el riesgo de ser yo mismo
me devuelves a mi libertad.

Si te urjo claridades
solo me ofreces tu luz
para buscar en la sombra.

Mi adentrarme en ti
y tu adentrarte en mí,
afina mi corazón
para el compartir creador
de intimidades humanas,
sin apresar la belleza,
sin fundir la originalidad,
sin estrujar el misterio.

El encuentro contigo
nos configura las entrañas
para que todo encuentro
sea latido de tu cercanía,
y devoción de alteridades.

29
Hilar y tejer

«En el punto en el cual hallare lo que quiero, ahí me reposaré, sin tener
ansia de pasar adelante hasta que me satisfaga» (EE 76).

Hay un tiempo para hilar


y un tiempo para tejer.

Hay un tiempo para hilar,


para ir sacando en soledad los hilos
de la masa informe de lo posible
con la yema de los dedos.

Hay un tiempo para tejer,


para ir trenzando los hilos
en la miniatura de cada puntada
como un sueño que crece.

Sin hilar,
solo se tejen
fantasías impacientes.
Sin tejer,
solo se hilan
hijos para la muerte.

30
El límite de Dios

«... abrazándola en su amor y alabanza, y disponiéndola por la vía que


mejor podrá servirle adelante» (EE 15).

En los límites
donde yo acabo
crece tu presencia
como el más allá
de mí mismo.
Solo puedo ser ilimitado
al adentrarme en ti.

En los límites
donde tú acabas
crece mi presencia
como el más allá
de ti mismo.
Solo puedes ser ilimitado
al adentrarte en mí.

Tu ser infinito
es mi frontera
y nada me detiene.
Mi yo limitado
es tu frontera
y yo te detengo.

¡Humilde Amor
que tanto te limitas
para que en ti
yo sea plenamente!

31
Sin ti, sin mí

«... más conveniente y mucho mejor es, buscando la divina voluntad, que
el mismo Criador y Señor se comunique a la su ánima devota,
abrazándola en su amor y alabanza» (EE 15).

Sin ti,
¿quién soy yo,
surco sin agua,
bandera sin viento,
antena sin ondas,
playa sin olas?

Sin mí,
¿quién eres tú,
agua sin surco,
viento sin bandera,
onda sin antena,
ola sin playa?

Para ti,
valió la pena
necesitarme a mí
para llegar a ser
tú mismo
en nuestra historia.

Y para mí,
¿no valdrá la pena,
necesitarte a ti
para llegar a ser
yo mismo
en tu eternidad?

¡Has querido ser Tú en mí


para que sea yo en ti,
en una comunión
donde crezcamos juntos
sin orillas, sin ocasos!

32
Existir en tu tiempo

«Porque piense cada uno que tanto se aprovechará en todas cosas


espirituales, cuanto saliere de su propio amor, querer e interés» (EE
189).

¡Existir en ti,
en tus afanes,
a tu ritmo
y en tu tiempo!

Acoger lo nuevo
en el instante justo
en que aparece
en mi fantasía,
en mi diario,
en mi espejo,
en mi cuerpo;
sorprende
con su brote leve
la corteza áspera
de mis inviernos.

Quemar mi presente
al ritmo exacto
de tu Espíritu,
llama vertical e inmóvil
en la altura de la vela,
que arde sin consumirse
en tu soplo imperceptible
de respirar íntimo,
o llama doblegada,
horizontal, convulsa,
casi arrancándose de la cera,
por la pasión excesiva
de tu Espíritu huracanado,
que a ritmo de vértigo
me quema y me devora
disolviendo mi estatura.

Darle un abrazo

33
y decir adiós
a lo mío que ya es otro,
y tiene que recorrer
su propio itinerario,
o despedir a lo mío
en su último aliento,
que ya cumplió su jornada
para llegar eternamente
hasta tu encuentro
de tiempo sin relojes.

34
Dios en nosotros

«El que da los ejercicios... deje inmediate obrar al Criador con la


criatura, y a la criatura con su Criador y Señor» (EE 15).

Somos tu dicha
en el beso,
en la cosecha,
en el canto.

Somos tu fracaso
en la bomba,
en la alambrada,
en la exclusión.

Somos tu futuro
en el perdón,
en el sueño,
en la semilla.

Tú, en nosotros
disfrutas tu dicha,
asumes tu fracaso
y alientas tu futuro.

35
Vocación de fuego

«No el mucho saber harta y satisface al ánima, mas el sentir y gustar de


las cosas internamente» (EE 2).

Si tengo
vocación de fuego,
también la tengo
de ceniza.

Si en ti
soy luz,
también en ti
soy oscuridad.

En mí
se esconden
tu fuego
y tu luz,
hasta que en ti
se enciendan
mi oscuridad
y mi ceniza.

36
Cada mañana

«No el mucho saber harta y satisface al ánima, mas el sentir y gustar de


las cosas internamente» (EE 2).

Cada mañana
me sumergiré en ti,
agua de la vida,
antes de ser
alivio en el vaso,
nutriente en el surco,
juego en la fuente,
sosiego en el lago.

Cada mañana
me afinaré en ti,
palabra del Padre,
antes de ser
susurro al oído,
discurso en el aula,
anuncio en el viento,
silencio en la escucha.

Cada mañana
me orientaré en ti,
camino del reino,
antes de ser
paso en la calle,
ruta en la frontera,
pausa en la espera,
salto en el aire.

Cada mañana
me reposaré en ti,
sabiduría encarnada,
antes de ser
vigilia en el sueño,
flecha en el arco,
sutura en la herida,
cansancio en tu mano.

37
Cada mañana
me miraré en ti,
imagen del Padre,
antes de ser
alegría en el rostro,
fuerza en los brazos,
caricia en los ojos,
luz en el barro.

38
2. Principio y fundamento

San Ignacio empieza los Ejercicios Espirituales con dos afirmaciones: el hombre es
criado para la vida en plenitud que llamamos salvación, entrando en un proyecto de amor
y creatividad que recorre la historia, y las cosas son creadas para el hombre, para que le
ayuden en esta misión que lo une al Dios creador. A continuación saca dos conclusiones:
las cosas deben usarse o rechazarse en la medida en que ayuden o estorben para nuestro
fin, y, para vivir de esta manera, es preciso crecer en una libertad que no se deja paralizar
por los «espantapájaros» (enfermedad, pobreza, deshonor, vida corta), ni atrapar por las
«seducciones» (salud, riqueza, honor y vida larga) [EE 23]. Aquí, Ignacio no solo hace
un enunciado teórico, sino que describe la última verdad que ya se mueve por la entraña
de todo lo real.
Los Ejercicios son precisamente el encuentro con Dios que transforma nuestra
libertad para vivir con pasión este proyecto creador que no excluye ninguna criatura. El
principio y fundamento de nuestro futuro consiste en vivir constantemente arraigados en
esta dimensión última de lo real, en el humus fértil de la tierra, en dejar que nos recorra
por dentro, sin evadirnos de ella hacia paraísos alucinantes que ignoran el tiempo lento
de los procesos, se apartan de las personas descalificadas y nos elevan en el vacío estéril
de las seducciones.
Al final de los Ejercicios, en la «contemplación para alcanzar amor», después de
haber atravesado todas las realidades de muerte y de vida, y de haber descubierto ahí a
Dios comprometido con nosotros, ya podemos comprender y contemplar cómo Dios está
en todo y trabaja en todo con una discreción infinita. La dignidad de las personas y las
cosas se alimenta de este amor sin límites que llevan en su entraña. Nuestra pasión será
acercarnos con todos nuestros sentidos despiertos para acoger ese secreto último de la
realidad que todo lo dinamiza hacia la vida en plenitud.
La meditación del «Principio y fundamento» despierta nuestro «deseo» de vivir
unidos a la pasión infinita de Dios por nosotros, y de unificarnos por dentro polarizando
nuestra vida en el único objetivo que nos llama desde el único horizonte hacia el que
todo camina. Amenazados por el sinsentido, la desintegración y la aventura de arder y
consumirnos en el instante volátil, nos unimos al proyecto de Dios con todo su fuego y
su ceniza.

***

39
40
La luz

«El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios


nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima; y las otras cosas sobre
la haz de la tierra son criadas para el hombre, y para que le ayuden en la
prosecución del fin para que es criado» (EE 23).

Al principio era la Luz,


una sola luz blanca
que al pasar hacia la tierra
por los ojos de Dios
se abrió en un abanico
con todos los colores
de pieles y paisajes.

Colores tendidos
al sol de la mañana,
colores que se tejen
al cruzarse sus rutas
en calles y mercados,
colores que se funden
en las pieles de los hijos,
colores sospechosos
envueltos en recelo.

Todos guardan la memoria


de la mirada que los hizo;
todos siguen hoy llegando
desde los ojos de Dios;
todos anhelan la armonía
de todos los matices.
¡Un día Dios podrá verse
a sí mismo desplegado
en esa curva de arco iris
que recorrerá de punta a punta
toda nuestra historia!

41
Hombre y mujer

«El hombre es criado» (EE 23).

El día sexto
Dios creó a Adam,
el ser humano.

En el centro
de la creación,
entre plantas y animales,
Adam sintió
la soledad
como un hueco
de costilla menos.

Al verlo Dios
tan solo,
lo durmió,
lo puso a soñar
y creó su sueño,
Eva,
su compañera,
igual a él.

Al contemplar a Eva,
Adam sintió el amor,
llegó a ser hombre
y supo quién era.

Al sentirse amada
por el hombre
Eva sintió el amor
y se supo mujer.

El Hombre y la Mujer
estaban desnudos,
transparentes e iguales
uno frente al otro,
sin engaños que ocultar
y sin vergüenza.

42
En el hombre y la mujer
Dios nos deja su imagen
de comunión fecunda
entre iguales y diferentes,
para llenar de vida
toda la tierra.

43
Punto de encuentro

«... y las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre,
y para que le ayuden en la prosecución del fin para que es criado» (EE
23).

Soy punto de encuentro,


del humus de la tierra
que asciende en mí,
y de la claridad del sol
que baja hasta mí;

de la oscuridad del misterio


que nutre mi secreto,
y de la luminosa existencia
que alegra mis sentidos;

del pasado que camina


hasta el dintel de mi ahora,
y del futuro que estrena
mis sueños más puros;

de mi ser único
que me permite decir «yo»,
y del cuerpo del pueblo
que me llama «nosotros».

¡Soy punto de encuentro,


entero don que se recibe
cuando se regala!

44
Existir

«El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios


nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima» (EE 23).

Existo en tu corazón;
en mi carne y mi misterio
palpitan tus latidos.

Orquestas las órbitas


de todas las estrellas
para que yo pueda dar
una mano, un paso, un beso.

Entrañas de bosques
en sombras y silencios
generan mi nombre
y buscan mis sentidos.

Innumerables especies
cantan, crían y trabajan
el hogar de todos
en cumbres, mares y sabanas.

Como árboles andantes


seres anónimos
me regalaron su aroma
mientras pasaban y morían.

Dondequiera que voy


hay nombres que van conmigo;
para ver el brillo de tus ojos
me basta soplar su ceniza.

45
Desde dentro

«El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios


nuestro Señor» (EE 23).

Ninguna imagen te pinta


pero tú inspiras y sustentas
las formas y colores
que transpiran tu belleza.

Ninguna palabra te explica


pero tú alientas la verdad
que rezuma agua eterna
en el desierto de la boca.

Ningún abrazo te abarca


pero tú respiras en el pecho
donde la vida agobiada
descansa su cabeza.

Ningún proyecto te contiene


pero tú laboras sin receso
en la punta de mi lápiz
y en el embrión del universo.

46
Criaturas

«Las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y
para que leayuden en la prosecución del fin para que es criado. De donde
se sigue que el hombre tanto ha de usar dellas cuanto le ayudan para su
fin, y tanto debe quitarse dellas cuanto para ello le impiden» (EE 23).

Hoy las criaturas me gritan


que las suelte de mi puño,
que las libre de mí mismo,
de jaulas, orlas y museos.

Me suplican con siluetas


de danzas verticales
en árboles y aromas,
con la paciencia contenida
de montañas en reposo,
que las contemple
y que las ame,
porque quieren ser eternas.

Añado a mi nombre
apellidos cósmicos,
brillos de rocas,
ruedas dentadas,
distancias siderales,
circuitos electrónicos,
saltos de delfines.

Carne y sangre mía,


los llevo dentro de mí
viajando al Infinito.

47
Siempre nos esperas

«El hombre es criado» (EE 23).

Tú siempre nos esperas


para comenzar de nuevo,

cuando dejamos sin terminar


una palabra insegura,
un abrazo esquivo,
un sueño imposible,

cuando nos perdemos


en los laberintos
del propio corazón,
de la noche ciudadana,
del dolor ajeno,

cuando detienen
nuestro curso de río joven
con un dique,
con una helada,
con un desierto.

¡Tú siempre nos esperas


para comenzar de nuevo!

48
Hermano cosmos

«Las otras cosas sobre la haz de la tierra son criadas para el hombre, y
para que leayuden en la prosecución del fin para que es criado» (EE 23).

Hermano cosmos,
al final de los tiempos,
no te dejaré estrujado
como un vaso desechable
en la basura de la historia,
después de beber en ti
el agua de las fuentes
y el vino de las fiestas,

no te dejaré abandonado
como una barca rota
en la playa de los tiempos,
después de atravesar
tus mares anchos
hacia las playas del amor,

no te dejaré deshecho
como un andamio inútil
pudriéndose en el suelo,
después de ayudarme
a construir la belleza
de torres y de puentes.

Al final, viajarás en mí,


alimento ya inseparable
de mi alma y de mis huesos,
en el encuentro sin fin
del amor y de la fiesta.

49
Creo en ti

«Por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas criadas,


en todo lo que es concedido a la libertad de nuestro libre albedrío y no le
está prohibido; en tal manera, que no queramos de nuestra parte más
salud que enfermedad, riqueza que pobreza, honor que deshonor, vida
larga que corta, y por consiguiente en todo lo demás» (EE 23).

Creo en ti,
Señor
de las raíces
que alimentan mi estatura
y de los frutos
donde brilla tu fantasía,

del fundamento
donde se estabiliza mi vida
y de mis alturas
donde crecen tus afanes,

de la interioridad
que configura mi rostro
y de mi exterioridad
que te acerca a los sentidos,

de lo germinal
donde se gesta mi futuro
y de la cosecha
que genera nuevas siembras,

del dolor
que quema mi inconsistencia
y de la alegría
donde ríe tu dicha con nosotros,

de la noche
donde se recrea mi mañana
y del día
radiante de colores y miradas,

del no saber

50
que hospeda mi novedad
y del saber
con tu sabor en la garganta,

del fuera
que siempre me incluye
y del dentro
con aroma del hogar,

de la diferencia
que ensancha mi vida
y de la semejanza
anuncio de comuniones inefables,

del límite
donde comulgo contigo
y del abrazo
abierto a todas las espaldas,

de la ceniza
memoria de mi entrega
y del fuego
que ilumina los instantes.

¡Creo en ti, Señor,


humildad escondida,
dentro infinito
de todo sacramento,
abrazo callado
de mi devenir!

¡Creo en ti, Señor,


en tu humilde epifanía
en la brevedad de mi carne,
rostro visible de tu cercanía,
ahora inabarcable
de tu misterio transparente!

51
Solo en ti

«Solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que
somos criados» (EE 23).

Solo en ti
mi cuerpo es mío
y es universal,
es flexibilidad de junco
o tensión justa
de arco o de guitarra.

Solo en ti
mi razón se despega
de mi saber de andamios,
y mi «no saber» brinca
con júbilo de niño
por la llanura de tu porvenir

Solo en ti
los huéspedes de mi memoria,
alojados en ella para siempre,
alegran su rostro endurecido,
o disuelven con ternura
sus halagos de nostalgia.

Solo en ti
mi fantasía descansa
como brasa en la ceniza,
o es incendio creador
con los pinceles de la llama
en la tela de la noche.

Solo en ti
mi corazón se unifica
mientras una muchedumbre
de nombres y de fechas
me recorren por dentro,
me agreden o me abrazan.

Solo en ti

52
mis decisiones cotidianas
son siempre de vida,
cuando son agua pura en la roca,
o lodo que se arrastra herido
hasta el lago de tu casa.

¡Solo en ti!

53
Raíces

«Solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que
somos criados» (EE 23).

Creceré en esta tierra


donde me has plantado,

con raíces fuertes


para no ser un juguete
del huracán
que ya forma sus argollas
en los mares del tormento,

con raíces que crezcan


hacia el agua de la vida
en la oscuridad sin mapas
con la lámpara en el pecho
del deseo que ilumina,

con raíces que envíen


hacia las hojas y los frutos
la vida que succionan
regalada gota a gota
del misterio de la noche.

54
Alfa y omega

«Solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que
somos criados» (EE 23).

Eres la palabra
que fecunda mi silencio,
y eres el silencio
en que se gesta mi palabra.

Eres el centro de mi intimidad


pero no me manipulas,
y eres el Señor del universo
pero no me paralizas.

Eres la imagen del Padre


a quien miro en ti,
y el rostro humano
en quien me veo a mí.

Eres la sabiduría de Dios


que nos vuelve locos,
y eras la locura humana
que nos hace sabios.

Eres el comienzo de la creación


de donde salimos cada día,
y eres el final de los tiempos
donde ya hemos llegado.

55
Creer

«Solamente deseando y eligiendo lo que más nos conduce para el fin que
somos criados» (EE 23).

Creer en ti
es creer en mí
en quien Tú crees.

Esperar en ti
es esperar en mí
en quien Tú esperas.

Sufrirte a ti
es sufrirme a mí
en quien Tú sufres.

Amarte a ti
es amarme a mí
en quien tú amas.

56
Todos

«El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios


nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima» (EE 23).

Somos una mirada


que se encuentra a sí misma
en otros ojos,
manos en el aire
que se afirman y descansan
en otras manos.
El amor y el juego,
el adorno y las palabras
no son el fruto
de seres solitarios.
¡«Tú» y «yo» en la distancia justa
que nos distingue
y nos une originales!

Nos acostumbramos
al rostro y a la ausencia,
a los ademanes y los pasos
de un pequeño grupo,
entrelazamos los brazos
en un círculo seguro,
creamos un «dentro» cálido
y un «fuera» al descampado
y nos atrevemos a decir
«nosotros».

El «nosotros» necesario,
de la misma sangre,
del mismo credo,
del mismo vino,
de los mismos cantos,
nos encierra sutil
en su cáscara estéril.
¡Tiene que abrirse
a lo innombrable!

El aroma de los cedros,

57
la línea del horizonte,
la claridad del mediodía
y el soñar humano,
no vuelven su rostro
ni revelan todo su secreto
cuando alguien les llama:
«mío», «tuyo», «nuestro».
¡Su nombre es: «todos»!

58
Diversidades

«El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios


nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima» (EE 23).

Hay seres de la llanura,


abierta como la palma de la mano.
Son hijos de la luz
y los contornos definidos,
y se sienten seguros
en sus caminos anchos
sin curvas ni altibajos;
llaman las cosas por su nombre,
miran de frente a los ojos,
y agradecen las palabras
llenas de sol y verticales.
Cuando se acerca por el horizonte
un rostro embozado,
enseguida quieren descubrir
sus intenciones y su estirpe.

Hay seres de los valles,


y salen a la vida en la penumbra.
Cuando los demás duermen,
abren sus ojos de búho,
los giran en todas direcciones
y admiran la vida de la noche;
se sienten seguros
en las palabras difusas
como follaje nocturno;
su rostro amanece empapado
con el rocío del misterio
y esconde intimidades
que invitan a la búsqueda.
Nos sugieren otro mundo
con su mirada de sombras,
de bosque y de alusiones.

¡Bienaventuranza
que entreteje
el día y la noche,

59
la llanura y el valle,
lo claro y la sombra,
la línea y el misterio!

60
Diferentes

«El hombre es criado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios


nuestro Señor y, mediante esto, salvar su ánima» (EE 23).

Fiesta de jóvenes
con síndrome de Down.

Hoy tu diferencia
ha subido al escenario
vestida de fiesta.
Colores de Caribe encendido
giran al ritmo de la danza.
Todas las miradas están fijas en ellos,
eterno deseo humano de existir
en otros ojos limpios,
de ser mirados sin codicia
de tiempo y de rango,
con pausa y con amor.
¡Son sus minutos de estrella
en el firmamento humano!
¡Al fin, también Tú eres mirado,
en tus criaturas más queridas,
Dios humilde,
misterio de frágiles sonrisas
y lentos ademanes!

¡Cuántos gestos perdidos


que no se dirigen a nadie,
son una plegaria que te busca
en lenguaje cifrado,
y tú los besas con ternura
en su corazón incomprensible
para los que estamos a su lado!

A veces miramos
con un filtro de recelo
a estos profetas menores
de la condición humana.
Ellos manifiestan en el rostro
lo que nosotros escondemos.

61
También nosotros somos
un poco ciegos,
parcialmente torpes,
desconcertados,
solos y perdidos
entre la muchedumbre
que esconde sus heridas
en colores de camuflaje
y pasos que resuenan.
También nosotros estallamos
en lágrimas repentinas
en la soledad deshabitada
y buscamos algún hombro,
alguna caricia que nos sane.

En algún momento del camino,


desde el embrión humano,
emprendieron una vía diferente.
No están hechos para competir,
ni negociar con astucia,
ni ocupar los primeros puestos
de las escalas humanas.
No son negocio rentable
donde invertir nuestra vida
para buscar los intereses.
Son seres gratuitos
que despiertan
nuestro amor más puro.

¡Qué bien los expresan


los colores alegres,
la danza,
la música
y el canto!

Les has enviado ángeles


que jueguen con ellos,
que les enseñen el camino
de la belleza y la sonrisa,
para expresar la melodía
que les suena dentro,
los sana y los encanta.

62
¡Nos dejan en el alma
un beso de tu misterio
que nos hace humanos!

63
3. Primera semana

En la primera semana de los Ejercicios nos enfrentamos con el mal moral que llamamos
pecado y con toda la destrucción que desencadena. Si la plenitud de la existencia
consiste en vivir enraizados en el fundamento de la vida que origina siempre nuevos
principios, nuevos comienzos, el pecado consiste en cortarse de esa vida y confiar la
dicha a nuestra frágil autonomía que se encierra en su orgullo estéril, que niega que
somos limitados y solo podemos ser nosotros mismos en comunión con el Ilimitado y
con los demás.
Es fácil descubrir los efectos de la ruptura con Dios. Basta con abrir los periódicos
o escuchar las noticias para darnos cuenta de todo el mal devastador que se establece en
estructuras sociales con instituciones y personas que lo sirven y medran a su sombra.
Para acercarnos al mal personal, recordamos nuestra propia historia, el proceso de
nuestros pecados, los que hemos cometido y los que hemos padecido desde los demás,
con heridas que a veces siguen sangrando a lo largo de la vida.
Pero el pecado no es la última verdad. Más hondo sentimos el perdón que Dios
ofrece y que restaura la vida, no como un remiendo de tela nueva en un paño roto y
desgastado, sino como un tejido nuevo mejor que el anterior (cf. Mc 2,21). Ninguna
realidad está excluida del perdón de Dios. Nadie queda al margen de su gracia. Setenta
veces siete, siempre, el Señor recomienza con nosotros porque la fidelidad de su amor no
puede ser destruida ni por los hornos de los campos de exterminio, ni por la constante
mediocridad de nuestra vida maquillada de sensatez humana.
El perdón de Dios experimentado en nuestra propia historia y en la vida de tantos a
los que les cambió radicalmente la vida, nos ayuda a descubrirlo siempre ofrecido y
activo en toda persona por más destruida que se presente.
Una nueva sensibilidad se irá formando en nosotros, para que nuestros sentidos
puedan descubrir cómo la misericordia de Dios se asoma en tenues señales, tanto en las
vidas más corruptas como en la ambigüedad de los más justos y santos. No intentaremos
perdonar simplemente porque hemos recibido un precepto de Dios, sino porque lo vemos
a Él asumiendo con su perdón las vidas destrozadas por el pecado.
En nuestra manera de acercarnos a las personas podemos reflejarles en nuestra
mirada y nuestros gestos ese perdón ofrecido de Dios que ya vislumbramos en el centro
de su barro. Es lo que Jesús reflejaba en sus encuentros con los que se sentían atrapados
en el vértigo interior de su caída y en el menosprecio ciudadano, lo que impulsaba a los

64
pecadores abrumados por el mal y el sinsentido a acercarse a su persona con una
confianza que les desarmaba todos sus mecanismos de defensa.
Una nueva sensibilidad es necesaria, no solo para percibir ese amor de Dios que
perdona a cada persona, incluso antes de que lo perciba y lo acoja, sino también para
saber reflejarlo en la finura de nuestras expresiones inconscientes cuando nos
encontramos ante los demás, cuando una pequeña expresión del rostro puede cerrar un
encuentro o abrirlo hacia la comunión y el futuro.

***

65
Conversión

«Pedir gracia a Dios nuestro Señor para que todas mis intenciones,
acciones y operaciones sean puramente ordenadas en servicio y alabanza
de su divina majestad» (EE 46).

Señor,
pronuncio nombres
que en mí no se han convertido
en tu imagen,

cargo golpes
que en mí no se han convertido
en tu ternura,

me escuecen insultos
que en mí no se han convertido
en tu humildad,

me cercan situaciones
que en mí no se han convertido
en tu esperanza.

Conviérteme, Señor, en
tu imagen,
tu ternura,
tu humildad,
tu esperanza.

¡Conviérteme, Señor, en ti!

66
El árbol del límite

«Traer a la memoria... cómo después que Adán fue criado... y puesto en


el paraíso terrenal, y Eva ser criada de su costilla, siendo vedados que no
comiesen del árbol de la ciencia, y ellos comiendo y asimismo
pecando...» (EE 51).

En el sueño del paraíso


brillan frutos hermosos
en el árbol prohibido.
Si los admiro crezco,
si los devoro me destruyo.

No podías crear
otros infinitos,
solo seres a tu imagen,
limitados hombres y mujeres
creciendo sin fin
en el misterio de tu abrazo.

El límite es la orilla
de toda mi existencia,
es el espacio de encuentro
contigo y con todo otro;
no es puerta de horno
ante mi entraña seca,
sino brocal de pozo
que regala el agua.

Si no acepto mi límite
con suficiencia de ídolo,
me lanzaré ciego
sobre todo lo que luce,
sin respetar lo ajeno
y lo que tú cultivas
para generaciones futuras;
me abalanzaré sobre el tiempo
atropellando los instantes;
anularé las diferencias
para no ver alteridades;
nunca saciaré el hambre

67
de mi cuenta corriente,
ni la mirada codiciosa
sobre propiedades ajenas.
Todos los éxitos y amores
nunca llenarán mi odre roto.

Si vivo el límite
en comunión contigo
y con todas las criaturas,
crecerá todo mi ser en ti
sin avaricia en la sangre,
de rostros ni de aplausos,
de metros ni de oficios.

68
La ruptura

«... ellos comiendo y asimismo pecando...» (EE 51).

Adán y Eva
rompieron con Dios
y se sintieron vacíos.
Para proteger su desnudez
de cuerpo y de espíritu
sin origen ni destino,
se tejieron un vestido
con hojas arrancadas
al árbol del mercado,
marcas florecidas,
etiquetas cotizadas,
firmas homologadas
al alcance de los cheques,
diminutos dioses manejables
con fecha de vencimiento
en el revés de su apariencia.

Le dolió a Dios
contemplarlos vestidos
de mercancía seductora,
de lentejuelas publicitarias,
envueltos como cosas.
Y se acercó
en el paseo de la tarde
vestido de brisa y de sosiego.
Adán y Eva,
por miedo a encontrarse
frente a frente
con el abismo del Amor,
se escondieron
entre matorrales a ras de tierra,
exuberancias repentinas,
hojarascas pasajeras,
modas de estación.

Pero en el encuentro
el Amor les señaló con la mirada

69
el único paraíso prometido
que ya estaba amaneciendo
tras el perfil del horizonte,
delante de sus ojos,
más allá de los partos inciertos,
de la consigna en el oído,
del dolor del arado en la muñeca
y de la distancia
en la planta de los pies.

Este mismo paraíso


también ya corría ahora
dentro de sus venas,
mestizo y multicolor,
y se deslizaba ágil y libre,
paso a paso,
por la médula nebulosa
de la fantasía y de los huesos.

70
Ilegales

«Cuánta corrupción vino en el género humano...» (EE 51).

El hambre y la violencia
gestan emigrantes en el Sur.
El ojo insomne del Norte
vigila sus fronteras.

Los espejismos
en los desiertos africanos
ya no dibujan oasis
con lagos y palmeras,
sino altos edificios
de dicha y de cristal.
Y en los montes y barrios
de América Latina
no solo convocan
a la fiesta comunal
las quenas y tambores.
Ritmos ajenos cantan
el dólar y la huida.

Oleadas de emigrantes
se arrancan de su campo.
Las raíces al aire
sangran tierra fresca.
En lucha infinita
nombres familiares
arden en el pecho.
Se orientan hacia el Norte
y buscan a tientas pasar
por el ojo de la aguja
estrechando la existencia.

Con su mirada de búho


los vigilantes verán en la tiniebla
las sombras sigilosas,
y con el husmear de los radares
perforarán la oscuridad,
cómplice inútil

71
de la senda prometida.
Las lanchas patrulleras
les clavarán en la noche
un arpón de luz
en las espaldas clandestinas.

¡Cuántas historias
flotarán ahogadas en el agua!
¡Cuánto anonimato
se derretirá en los desiertos!
¡Cuántas ilusiones
atrapadas en las redes de la selva!

Algunos alcanzarán
la tierra de sus sueños
ajenos, seducidos.
Como una nueva
estrella de David
clavada en la espalda
y el costado,
diana segura
de desprecios y de rejas,
a todos les impondrán
el mismo nombre,
el único nombre
tatuado con láser
en su piel oscura:
«Ilegal».

72
Etiquetas

«Cuánta corrupción vino en el género humano...» (EE 51).

Etiqueta comercial,
en la esquina de las gafas
como clave que cifra la mirada,
colorido reclamo de atención
en el frente de la gorra,
pegada al cuerpo
intimidad y talismán,
como una condecoración
sobre el pecho en la camisa,
seductora en la cintura
cabalgando a ritmo de cadera,
con su garra de hilo
en la costura vertical,
certificado de éxito
en la piel de la cartera,
trotando en los zapatos,
y a toda hora en el reloj.

¡Etiquetas!
Siluetas elusivas
en los sueños
bailan y prometen,
se embriagan en las fiestas,
y secuestran cada día
menudas decisiones.
Los ojos del imperio
a lomos de satélite
dan vueltas a la tierra
vigilando sus rebaños
de reses tatuadas.

Etiquetas,
¡carné de identidad!
¿Quiénes somos?
¿A quién pertenecemos?

73
Minas

«Cuánta corrupción vino en el género humano...» (EE 51).

Sembradas por el odio


a ras de tierra,
sin surcos descifrables,
agazapadas como fieras
al acecho de inocencia,
tensos sus músculos
de plástico entrenado,
pecado original
de lutos y desgarros,
sobrevivirán
con su carga mortal
a las firmas de paz,
a los perdones,
a los días sin odio,
a la memoria curada.
La bala asesina
se agota en un instante.
La mina mortal resiste
en su inmóvil trayectoria.

¿Cómo es el corazón
que puede diseñar,
fabricar,
vender,
comprar,
rifar,
esa muerte ciega,
impredecible,
terca,
que no sabe distinguir
si la pisada que la toca
es amiga o enemiga,
si es de paz o es de guerra?

¡Tal vez un día cualquiera,


inesperado y mercantil,
explote la conciencia

74
y abra una rendija de luz
entre muñones de ceguera!

75
Instalación

«El primer punto es el proceso de los pecados, es a saber, traer a la


memoria todos los pecados de la vida, mirando de año en año o de
tiempo en tiempo; para lo cual aprovechan tres cosas: la primera mirar
el lugar y la casa adonde he habitado; la segunda, la conversación que
tenido con otros; la tercera, el oficio en que he vivido...» (EE 56).

Hoy no me han quitado nada,


ni un sueño,
ni una moneda,
ni un segundo.
¿Estaré ya tan protegido
que lo nuestro es solo mío?
Hoy no me ha dolido nada,
ni la cabeza,
ni el alma,
ni el bolsillo.
¿Seré ya un miembro anestesiado
en tu cuerpo universal?

Hoy no he inventado nada,


ni una imagen,
ni un abrazo,
ni una pregunta.
¿Estaré ya tan muerto
que solo quiero estar vivo?

76
Narciso

«Mirar quién soy yo...» (EE 58).

Narciso
contempla en el lago,
enamorado de sí mismo,
su imagen maquillada
de siglo veintiuno.

Para romper
su propia complacencia,
bastan las ondas sosegadas
que se extienden en el agua
por la piedra de un niño
que juega su inocencia,
por una brisa libre
que inventa en el velero,
por un ala que roza el agua
en el baile de su vuelo.

¡Tan frágil espejo


el de Narciso!
¡Tan frágil Narciso
en el agua temerosa
del juego, la brisa y el vuelo!

77
Pretensiones

«... qué cosa son los hombres en comparación de todos los ángeles y
santos del paraíso» (EE 58).

Perdón, Señor, por querer


medir palmo a palmo
el misterio,
contar los destellos
de la Vía Láctea
y prestar mis sandalias al viento.

Perdón, Señor, por pretender


bautizar cada ola,
ponerle nombre
a cada grano de arena,
desplegar mis velas
controlando tu aliento,
y navegar en tus mares
buscando en el agua tus huellas.

78
Yo solo, ¿qué puedo ser?

«... mirar qué cosa es todo lo criado en comparación de Dios: pues yo


solo ¿qué puedo ser?» (EE 58).

Un día escogí ser


reflejo sin sol,
agua sin fuente,
voz sin garganta
y me perdí en mí.

Tú me guardaste,
sol en tus ojos,
agua en tus manos,
voz en tu oído
y me encontré en ti.

Desde entonces,
Tú me iluminas,
Tú me fecundas,
Tú me pronuncias
y te encuentro en mí.

Yo solo, ¿qué puedo ser?

79
Señor, ten piedad

«Acabar con un coloquio de misericordia, razonando y dando gracias a


Dios nuestro Señor» (EE 61).

Señor, ten piedad.

Un por ciento sumergido


de mis creaciones y encuentros
se desvía para amortizar
los intereses de mis seducciones.

Cauteriza, Señor, ese capilar


por donde pierdo la sangre
que tú me has regalado
para otros corazones.

Cristo, ten piedad.

Un por ciento ajeno


de los que se acercan a mí,
paga una cuota robada
para calmar mis vacíos.

Sella Tú esa grieta mía


que succiona a los indigentes
como boca voraz
el vino de sus quebrantos.

Señor, ten piedad.

80
Mis sentidos

«Un coloquio a nuestra Señora, ... para que sienta el desorden de mis
operaciones, para que, aborreciendo, me enmiende y me ordene» (EE
63).

¿Mis brazos son alas


para iniciar el vuelo,
o enredaderas que asfixian,
medusas que envenenan?

¿Mis ojos son espejo


para verte y para vernos,
o anzuelo que seduce,
hielo que congela?

¿Mi boca es manantial


donde brota el agua fresca,
o rancio panal de hiel,
un arco con sus flechas?

¿Mi oído es ventana


abierta hacia la vida,
o bandeja ante el halago,
candado ante la queja?

¿Mi olfato es plaza


para acoger todas las flores,
o un filtro que excluye,
un espía que sospecha?

81
Mendigo

«Ponderar los pecados, mirando la fealdad y la malicia que cada pecado


mortal cometido tiene en sí, dado que no fuese vedado» (EE 57).

Sus cejas se levantan


como arcos góticos;
por sus ojos dilatados
entra el mundo entero
que no puede pasar
por sus oídos sordos,
y se asoma su intimidad
que no puede expresarse
por su boca muda.

Al sentarse a mendigar
en el pórtico del templo,
los años largos de su vida
arrastrada entre guijarros
se remansan como un lago
en su alma sin sonido.

Cae una moneda


en su caja de cartón
desde otra mano pobre
y se estremece.

Le acerca un billete
una mano cuidada,
lo besa, bendice
y mira al cielo.

A veces, entre él
y la gente apresurada
revolotea una sonrisa
y la guarda sin demora.

Un aura de dignidad
nunca perdida, sustancial,
adorna su pelo revuelto
y sus harapos.

82
Todo el que pasa ante él,
algo mendiga:
una excusa por la prisa,
por lo poco, por lo nada,
una súplica a lo alto,
una respuesta clara
al misterio de la vida.

¡Ahí sigue el mudo,


regalando su presencia
mientras entramos y salimos
los mendigos!

83
Tu perdón

«Imaginando a Cristo nuestro Señor delante y puesto en cruz hacer un


coloquio: cómo de Criador es venido a hacerse hombre y de vida eterna
a muerte temporal, y así a morir por mis pecados. Otro tanto, mirando a
mí mismo, lo que he hecho por Cristo, lo que hago por Cristo, lo que
debo hacer por Cristo; y así, viéndole tal, y así colgado en la cruz,
discurrir por lo que se ofreciere» (EE 53).

No nos perdonaste con un decreto


ajeno a nuestra piel de pecadores,
sino en un encuentro de iguales
con el rostro de Jesús en el abrazo.

No nos esperaste en el templo


en el rito solemne y puntual,
Nos buscaste por caminos inciertos
minados por legistas y bandidos.

No protegiste tu santidad
con guantes y mascarilla,
bebiste en nuestros vasos
y respiraste nuestro hastío.

No llegaste impasible
hasta el fondo del abismo,
te hirió ver gente en la miseria
y el nombre de Dios en el cuchillo.

Te ajusticiaron como maldito.


Al crucificar el Amor sin medida,
los clavos perforaron tu perdón
que sigue manando incontenible.

84
Las manos del Padre

«Acabar con un coloquio de misericordia, razonando y dando gracias a


Dios nuestro Señor porque me ha dado vida hasta agora, proponiendo
enmienda con su gracia para adelante» (EE 61).

Con tu mano rodeas


el pabilo vacilante
y proteges su llama
del viento que arrastra
los fríos del Norte.

Con tu mano sanas


célula a célula
la herida de la caña
quebrada por las botas
de la competencia ciega.

Veo arañadas
tus manos de viñador
por los sarmientos secos
de una vida exitosa
cortados en la poda.

En los surcos de tus manos


hay color de arcilla
que delata tu oficio
de perpetuo alfarero
de nuestro barro.

En tus palmas abiertas


palpo los callos del bastón
en tu búsqueda incesante
para reunir en tu rebaño
los perdidos en sus soledades.

85
Oveja perdida

«Acabar con un coloquio de misericordia, razonando y dando gracias a


Dios nuestro Señor» (EE 61).

Yo cuento para ti,


y al final de la jornada
tú me cuentas.
Me llamas por mi nombre.
No soy un número
exacto y manejable.
Soy misterio tuyo y mío.

Mira mi brevedad
con tus ojos puros
que ven en la tiniebla.
No sé qué extravío
se mueve por mi hondura.
Estoy ausente, dividido,
no sé en qué ni dónde,
tal vez cerca de fauces
de lobos o de abismos.

Al final de tu jornada
universal y larga,
no te sientes al calor
de los troncos
que arden en tu casa.
Sal a buscarme y hállame
para que yo pueda encontrarme.

Dime dónde estoy,


si sueños ajenos
me encantaron,
o fantasmas propios
me perdieron.

He visto tantos golpes


sobre ovejas extraviadas
que el miedo me estremece.
Hoy no basta con que silbes

86
para que yo salga a tu paso.
Estoy cercado por la noche.
Cárgame sobre tus hombros
y yo me abrazaré a tu cuello.

Condúceme al aprisco.
Me encontraré con los demás
y sentiré que a su alegría
le faltaba mi nombre.

Que el reflejo de tu mirada


en los ojos fraternales
me envuelva entero
tejido como lana cálida
en el hogar de tus desvelos.

87
Esmeralda

«Acabar con un coloquio de misericordia» (EE 61).

Eres
una gota de agua
que se estrelló
contra el asfalto,
y estalló
en mil pedazos
dispersos por el suelo.

¡Ninguna
mano experta
podrá hilvanar ya
con sabia cirugía
tus brillos quebrados
y devolverte tu armonía
de joya transparente!

Solo el Sol
que te contempla,
podrá bajar
con su aliento cálido
hasta tus residuos esparcidos,
aspirarte de la muerte,
concentrarte en la altura
y echarte a volar
de nuevo,
nube ligera
en tu estreno
de azules infinitos.
¡Solo el Sol!

88
Ausencia

«Acabar con un coloquio de misericordia, razonando y dando gracias a


Dios nuestro Señor porque me ha dado vida hasta agora» (EE 61).

Tu ausencia
me acompaña fiel
y llena de ti mis soledades.
La siento tan mía,
tan parte de mi alma,
que cuando me ahuyento
de mí mismo,
de ti mismo,
siempre espera mi regreso
alojada en mis entrañas.

Mi ausencia,
¿será también
tu ausencia?
¡No me buscarías
si yo no te doliese
en algún lugar
de tu costado!

¿Qué hueco vas cavando


en mi misterio?
¿Qué tesoro
buscas encontrar en mí
para ofrecerme?
¡Hay tantos huérfanos
de ausencia tuya
en la abundancia!

¡Tu ausencia es mía


porque Tú me la regalas,
tiene mi nombre propio
y ya está en el centro
de mi dicha,
y de tu dicha!

89
Ten piedad

«Acabar con un coloquio de misericordia..., proponiendo enmienda con


su gracia para adelante» (EE 61).

Las viejas pesadumbres de mi barro


me enturbian la alegría de la fiesta.
Todavía el agua de mis ritos
no se ha convertido en vino nuevo.
Me asaltan palabras fratricidas

y corrompen mis encuentros.


Todavía no he aprendido
a beber veneno sin dañarme.

Situaciones amenazantes
me angustian el pecho y el futuro.
Todavía tiemblan mis pasos
al caminar sobre las aguas.

¡Señor del barro,


de las palabras y las olas,
ten piedad de mí!

90
Alegrías

«Acabar con un coloquio de misericordia, razonando y dando gracias a


Dios nuestro Señor» (EE 61).

Hay muchas alegrías,


la de cargar con muchos beneficios
y la de danzar una existencia libre,

la de vivir rodeado de prestigio


y la de admirar todos los milagros,

la de empuñar el poder respetado


y la de estrechar la mano del pobre,

la de hincharse repleto de fortaleza


y la de irse disolviendo en el amor,

la de acumular los regalos de la suerte


y la de ser una dicha para los demás,

la de ser llevado al sillón de los primeros


y la de escabullirse hasta el banco de los últimos,

la de construir el propio yo
y la de regalarlo sin balanzas ni contratos.

Una es la alegría codiciada, pasajera, que llevamos,


y otra es la alegría regalada, eterna que nos lleva.

91
4. Segunda semana

En la segunda semana comenzamos la contemplación de la persona de Jesús, del Hijo


que se ha acercado a nosotros en la fortaleza y la vulnerabilidad de la carne. El Hijo se
ha hecho «uno de tantos» (Flp 2,7) en su descenso hasta el fondo de nuestra realidad.
Dios llega hasta los sentidos de todos, de manera más cercana de los últimos, pues el
Hijo se ha revelado en el oficio, la geografía, el lenguaje y las costumbres de los
hundidos de la sociedad. Uno de los crucificados al lado de Jesús puede contemplarlo de
cerca solo con volver la cabeza y sentir su bondad que respira jadeante, se desangra y
muere en el mismo suplicio.
El evangelista Juan nos invita a acercarnos al Hijo encarnado con todos los sentidos
abiertos. «Lo que existía desde el principio, lo que oímos, lo que vieron nuestros ojos, lo
que contemplamos y palparon nuestras manos de la Palabra que es la vida... es lo que os
anunciamos ahora» (1 Jn 1,1-3). Cuando contemplamos a Jesús, la salvación que él es
para todos entra dentro de nosotros y nos va transformando en el contemplado.
La Trinidad contempla el mundo en toda su dureza. Existen muchas diferencias de
personas que son la expresión diferente de matices de Dios que Él sustenta, pero no
vivimos la complementariedad que refleja el rostro de Dios, sino la exclusión, el rechazo
y la muerte hasta crear infiernos humanos de la más inaudita crueldad. Con la
encarnación, Dios nos revela que Él asume con ternura infinita nuestro mundo desde
siempre, desde dentro y desde abajo.
Contemplar la vida de Jesús es entrar en el modo de actuar de Dios en medio de
nosotros. Por esto, contemplar a Jesús no solo nos cambia el corazón para amarlo y
seguirlo, sino también nos cambia la sensibilidad para percibir, en medio de todo lo que
parece más inhumano, cómo Dios está presente salvando y sanando la vida.
En la contemplación de la encarnación y del nacimiento, tal como nos la propone
Ignacio, partimos de realidades duras: camino de una joven embarazada desde Nazaret a
Belén, censo del imperio, tributo, rechazo social, inseguridad de unos desplazados por la
fuerza y cueva de animales. Al final del día nos propone Ignacio sumergirnos con todos
los sentidos en el misterio para «gustar... la infinita suavidad y dulzura de la divinidad
del ánima y de sus virtudes y de todo» (EE 124). Empezamos la contemplación en un
escenario de dureza y abuso de poder, y en el fondo de ese viaje contemplativo nos
encontramos con la dulzura de Dios que le da sabor a toda nuestra existencia. Cuando el

92
Padre mira la tierra, ya no ve solo la dureza sino también la presencia del Hijo que todo
lo redime.
El Hijo también miraba la realidad de la misma manera que el Padre (cf. Jn 5,20).
Donde los demás solo veían situaciones sin salida, enfermos y pobres que en la mirada
oficial de la sinagoga se sentían castigados por Dios e impuros, Jesús veía el dinamismo
del reino que se movía por la hondura de su realidad como su verdad más honda.
Aunque la dureza de la realidad le arrancase lágrimas en algunas ocasiones, esa visión le
permitía afirmar que el reino estaba cerca, que ya estaba en medio de ellos.
Por esto nos invita a bajar con él al fondo de todos los abismos, para transformarlos
con la cercanía de la mirada, la palabra y el abrazo, sin quedarnos lejos protegiendo
nuestros espacios de bienestar. El seguimiento del Jesús pobre y humilde del evangelio
es bajar hasta la experiencia que recrea la vida.
La segunda semana de los Ejercicios no solo nos ayuda a poner todo nuestro
corazón en el seguimiento de Jesús, sino también a ver en la realidad el reino de Dios
como su verdad más consistente y cómo todo puede abrirse a la vida. Este cambio de la
sensibilidad es necesario para no acercarnos al mundo solo con condenas reiterativas e
injustas, sino para anunciar por dónde apunta hoy la salvación de Dios, pues nosotros la
percibimos ya ahora entrando por nuestros sentidos.

***

93
Jesús de Nazaret

«Pedir gracia a nuestro Señor para que no sea sordo a su llamamiento,


mas presto y diligente para cumplir su santísima voluntad» (EE 91).

Eres pan universal


que bajaste del cielo
subiendo desde el surco,
y eres levadura inquieta,
disuelves eternidad entre la harina
y llenas la vida de preguntas.

Eres horizonte que nos llama


hasta lo más hondo del deseo
desde la creación en ti reconciliada,
y eres camino que se estrena
en el sendero más pequeño
que te busca saliendo de sí mismo.

Eres fuego inextinguible


que nos hace luz en ti
y nos quema lo que estorba,
y eres el agua de la vida
que mana sin prisas en mi pozo
y alienta rostros y desiertos.

Eres el viento impetuoso


que hincha las velas de audacia
sobre el mar encrespado de amenazas,
y eres brisa suave y tierna
que se sienta en el fondo de mi barca
y acaricia la piel arada de salitre.

94
Adviento

«Las tres personas divinas miraban la planicie o redondez de todo el


mundo llena de hombres, y viendo que todos descendían al infierno se
determina en la su eternidad que la segunda persona se haga hombre,
para salvar al género humano» (EE 102).

El Hijo quiere encarnarse,


busca un vientre maternal
abierto a todo el misterio
para empezar a crecer,

busca una playa en espera


desplegada ante el mar infinito
para hacerse una ola,

busca una duda


en la cueva de una frente
para nacer en el frío,

busca una ausencia


en la oquedad de un corazón
para iniciar una historia,

busca una lágrima


rodando por la mejilla
para encenderla por dentro,

busca una ruta clandestina


por el agua y el desierto
para emigrar con los pobres,

busca un pueblo vacío


con rutina de muchedumbres
para encantarlo sin fin.

95
Ábrase la tierra

«Asimismo mirando el lugar o espelunca del nacimiento, cuán grande,


cuán pequeño, cuán bajo, cuán alto y cómo estaba aparejado» (EE 112).

¡Ábrase la tierra
y brote el salvador!

En este corazón de niño


recién nacido
al frío y los abrazos,
por obra del Espíritu
se encarnó la Palabra
que venía germinando
en los surcos del cosmos,
en las venas de la historia,
y en las entrañas maternales
de todos los instantes,
desde el comienzo de los tiempos
cuando el Padre todo amor
inició la creación en su costado.

No bajó el Hijo desde la altura


limpio y sideral
en un vuelo de emergencia.
Brotó desde el abajo humano
en Jesús de Nazaret,
heredando en su pecho
la sangre y el llanto,
las alegrías y plegarias
de las generaciones humanas
que lo habían precedido
y de todos los futuros,
misterios anhelantes.

Que no se abra la tierra


para sembrar minas,
enterrar los llantos de los justos,
desaparecer los torturados,
plantar codicias
y sepultar los sueños

96
recién amanecidos.

¡Que se abra la tierra


y brote para todos hoy
con aroma de novedad
estremecida y frágil,
la epifanía irreversible
en la piel de todos los colores,
en el Jesús de todos los semblantes!

97
El niño de la cueva

«Ver a nuestra Señora y a José y a la ancila, y al niño Jesús después de


ser nacido, haciéndome yo un pobrecito y esclavito indigno, mirándolos,
contemplándolos y sirviéndolos en sus necesidades, como si presente me
hallase, con todo acatamiento y reverencia posible» (EE 114).

Niño de la cueva,
silencio pleno
donde la más cruda palabra
cabe sin censura,

cercanía expuesta
en los brazos de María
al beso o a la espada,

debilidad de criatura
donde la más pequeña ayuda
es gota de suero necesario,

breve estatura
para que no abrume
ninguna indigencia que se acerque,

inicio germinal
perforando la cáscara agotada
de la historia,

simplicidad de luz
que armoniza en sí
los colores armados de la tierra,

palabra horizontal
sobre toda la longitud
de nuestra espera,

quietud de brasa
encendiendo la pasión
de la existencia,

misterio corporal

98
viniendo sin cesar
a mis sentidos,

amor que no se agota


y sigue llegando hoy
a nuestra orilla,

¡Jesús de Belén,
Dios hecho «nosotros»,
alegre eternidad
por nuestras venas!

99
Encarnación

«La natividad de Cristo nuestro Señor se manifiesta a los pastores por el


ángel: “Manifiesto a vosotros grande gozo, porque hoy es nacido el
Salvador del mundo”» (EE 265).
En tu encarnación,
nos enseñaste a descubrir
en el corazón de lo real
el don sin avaricia de ti mismo,
la eternidad sin fin
en la fugacidad del tiempo,
el arriba de los cielos
en lo más bajo de la tierra,
el espíritu inasible
en la entraña de la carne,
lo divino sin límite
en lo humano tan herido.
En tu encarnación
nos enseñaste a crear
juntamente contigo
giros nunca imaginados
en lo más alto del surtidor,
allí donde se encuentran,
se unen y dialogan,
el impulso hacia la altura
y el reclamo de la tierra,
en la curva justa
donde el agua ágil
alcanza su estatura,
se detiene y comienza
a doblar hacia el estanque.

100
Abajo

«Mirar y considerar lo que hacen, así como es el caminar y trabajar,


para que el Señor sea nacido en suma pobreza, y a cabo de tantos
trabajos de hambre, de sed, de calor y de frío, de injurias y afrentas, para
morir en cruz; y todo esto por mí» (EE 116).

Tu vida corre hacia abajo


como el agua,
hacia los últimos espacios,
donde se encuentran los nombres
que han ido rodando
hacia el abismo,
cueva, pesebre, pastores,
¡Tú, Agua de la vida!

Tu vida camina hacia abajo


como la semilla,
que se recuesta confiada
en el humus fértil de los cuerpos
que han desmenuzado sus días
como abono esperanzado,
Simeón, Ana, Isabel,
¡Tú, Pan de la vida!

Tu vida se lanza hacia abajo


como la luz,
que se precipita desde el cielo
hasta las sombras sin ruido
donde aman los justos
en el silencio del futuro,
María, José,
¡Tú, Luz de la vida!

101
El Hijo

«Ver a nuestra Señora y a José y a la ancila, y al niño Jesús después de


ser nacido» (EE 114).

El Hijo llega hasta nosotros


surgiendo desde dentro
de una mujer de rostro abierto
y de una angustia milenaria.

El Hijo entra en nuestro suelo


abriendo la historia desde abajo;
es un servidor humilde
que respira el aire denso.

El Hijo llora sus inicios


ofreciéndonos su frágil existencia;
siempre la vida verdadera
se afirma en otros brazos.

El Hijo crece en nuestro pueblo


desvelando lento su misterio;
solo la muerte degüella de repente,
la vida se construye poco a poco.

El Hijo amanece en el oriente,


juego inagotable de la aurora;
el amor del cielo con la tierra
crea los colores y la infancia.

102
Navidad

«Oler y gustar con el olfato y con el gusto la infinita suavidad y dulzura


de la divinidad del ánima y de sus virtudes y de todo» (EE 124).

Llegas precisamente ahora


sin avisar tu itinerario.
¡Alguien te espera sin saberlo
en la cueva de su pregunta!

Llegas en la hora inevitable,


urgente, de un parto maduro.
¡Habrá quien te acoja y detenga
su agenda compulsiva!

Llegas en las fronteras


de la ciudad y del saber.
¡Hay un hueco frío en la cultura
como en la noche de Belén!

Llegas como misterio


ante dogmas y consignas.
¡Abre nuestro «no saber»
por donde puedas entrar!

Llegas desde el Sur,


mestizo, balbuciente.
¡Muchos se atreverán
a oírte y a quererte!

Llegas con la debilidad


de un riesgo infinito.
¡Algunos se perderán contigo
amando hasta el abismo!

Llegas universal en el don


sin medida de ti mimo.
¡A todos nos piden las entrañas
un encuentro sin orillas!

103
Hoy es Navidad

«Hacer un coloquio, pensando lo que debo hablar a las tres Personas


divinas, o al Verbo encarnado, o a la Madre y Señora nuestra, pidiendo
según que en sí sintiere, para más seguir e imitar al Señor nuestro, ansí
nuevamente encarnado» (EE 109).

El adviento sin hijos


de Blanca y Alejandro
ha llegado hasta Belén;
adoptaron
a Nicole y a Nacho,
gozo de Dios
en pieles negras
con apellidos blancos.

Ha florecido la esperanza
de Sara e Isabel
en esta familia abierta
que ha dicho sí a lo imposible.
Nicole y Nacho ya escuchan
las palabras esenciales
que generan la existencia:
hijo, hija, papá, mamá,
hermano, hermana.

La esterilidad del mundo rico


cierra vientres maternales
a vidas nuevas
que puedan arañar
su confort anestesiado;
pero la búsqueda de un hijo
ha dado a luz ahora
la obra del Espíritu.

Nicole es de Guinea
y lleva en su sangre
la historia africana
de pueblos asaltados
que duelen al borde del camino.

104
En los ojos de Nacho
se esconden las argollas
del tráfico de esclavos
arrancados de África
y llevados al trapiche del Caribe;
en su memoria ancestral
galopan los caballos
y ladran los perros
que cazan cimarrones.

El final de los tiempos,


la reconciliación de todo lo creado,
crece aquí descalza y cotidiana.
El futuro sin ocaso de Dios
se estrena en cada paso.

En las búsquedas oscuras


de un mundo solidario,
se han encendido dos estrellas.

¡Es Navidad,
Dios ha llegado!

105
Inicio

«Ver a nuestra Señora y al ángel que la saluda» (EE 106).

Los comienzos de Dios


en la historia son pequeños,
escondidos, nocturnos,
eternidad sin testigos
en corazones humanos.

Una cuna de juncos


en la corriente del Nilo,
una llama de zarza
en la soledad del desierto,
el sí de una adolescente
en la intimidad,
un sueño para ser adivinado
en la confusión de la noche,
un profeta solo en el Jordán
ante el futuro encarnado,
una chispa luminosa
al cruzarse dos miradas,
un rubor en la mejilla
al decir un nombre propio,
un cuenco de agua fresca
junto al brocal de un pozo,
un vaso de vino en la mesa
del publicano ladrón,
un perfume de nardo
ungiendo para la muerte.

¡Inicio infinito a la medida


de nuestra pequeña estatura!
¡Regalo de la inmensidad
que se entrega y no abruma!
¡Tú que dialoga y crece
en la carne que lo acoge!
¡Respeto a lo que somos
y a todo lo que seremos!

106
Humildad de Dios

«Ya considerado el ejemplo que Cristo nuestro Señor nos ha dado para el
primer estado, que es en custodia de los mandamientos..., comenzaremos,
juntamente contemplando su vida, a investigar y a demandar en qué vida
o estado de nosotros se quiere servir su divina majestad... y cómo nos
debemos disponer para venir en perfección en cualquier estado o vida
que Dios nuestro Señor nos diere para elegir» (EE 135).

Dios humilde,
no puedes crear otros infinitos;
pero llamas a la vida
criaturas imperfectas;
solo reflejan algo de ti,
te dicen y te esconden.

Somos una palabra tuya


y nos pronuncias cada día
en el diálogo de tu Espíritu
con nuestra carne lenta.

Somos tu canto alegre,


barro convertido en vuelo,
pero podemos ignorarte,
explotar el infierno
en medio de inocentes
y desintegrar en un segundo
tu filigrana de los siglos.

Te nombramos a tientas,
con palabras altaneras
que pretenden encerrarte
en cápsulas de orgullo
endurecidas como balas.

Siembras seres en proceso,


desde el inicio mínimo
hasta el mediodía brillante
y la ceniza que se enfría
y se barre del camino.

107
Te conminamos a llegar
a nuestros ritos
con tus alforjas llenas
para saciar nuestros vacíos,
o nuestra impaciencia digital
con su tarjeta de crédito.

Pero tú has dejado tu huella


en todo lo que creas,
oquedad donde nos buscas
disfrazado de luna o de caricia,
fuente donde siempre llegas
surgiendo del silencio de la piedra.

¡Dios humilde,
humus de los siglos
que mantienes vivo
porque en él te entierras,
donde todo comienzo
echa sus raíces!

¡Solo al final,
cada criatura será plena
en tu Amor humilde
que la llena!
¡Solo con todos
Tú recibirás el abrazo
de la dicha eterna
que tu espalda espera!

108
Babilonia y Jerusalén

«Imaginar así como si se asentase el caudillo de todos los enemigos en


aquel gran campo de Babilonia... en figura horrible y espantosa» (EE
140).
«Considerar cómo Cristo nuestro Señor se pone en un gran campo de
aquella región de Jerusalén, en lugar humilde, hermoso y gracioso» (EE
144).

El orgullo es humo.
Crece en el aire
y en los ojos ingenuos
que lo admiran,
o en los aterrados
que lo temen.
Sube hinchado
con el impulso fantasmal
de su propio vacío,
se regodea y gira
sobre su complacencia,
se alimenta y dura
mientras haya criaturas
que se quemen por él
sobre la tierra calcinada.
Al final, se diluye en el aire
nublando los horizontes,
y sepulta en los pulmones
la muerte de sus despojos.

La humildad es agua mansa


que se hunde y desaparece
por las grietas angostas
de los sequedales,
desciende sin ruido
a las tierras más hundidas,
acuna las semillas,
asciende por las raíces
y es alimento y alegría
en las flores y los frutos.
La humildad es aliada

109
de la vida universal
que Dios ha escondido
en el misterio del futuro.

¡Baja, Dios humilde,


en el agua del Espíritu
para fecundar
las semillas del Verbo
en toda criatura!

110
Humíllate conmigo

«Considerar el sermón que Cristo nuestro Señor hace a todos sus siervos
y amigos, que a tal jornada envía, encomendándoles que a todos quieran
ayudar en traerlos, primero a suma pobreza espiritual y, si su divina
majestad fuere servida y los quisiere elegir no menos a la pobreza actual;
segundo, a deseo de oprobios y menosprecios, porque destas dos cosas se
sigue la humildad» (EE 146).

Tú, Jesús humilde,


nunca me has dicho:
Humíllate ante mí,
dobla la cabeza,
el corazón, la vida,
y esparce sobre tu rostro
luto y ceniza.

Tú me propones:
Levanta la mirada,
y acoge la dignidad de hijo
en toda tu estatura.

Humíllate conmigo
y vive en plenitud.
Bajemos juntos
a la hondura sin sol
de todos los abismos,
para transformar
los fantasmas en presencia
y los espantos en apuesta.

Únete a mi descenso
en el vértigo y el gozo
de perdernos juntos
en el porvenir de todos
sin ser un orgulloso inversor
de éxitos seguros.

111
Humillación amiga

«La tercera es humildad perfectísima... por imitar y parecer más


actualmente a Cristo nuestro Señor, quiero y elijo más pobreza con
Cristo pobre que riqueza, oprobios con Cristo lleno de dellos que
honores, y desear más de ser estimado por vano y loco por Cristo, que
primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente en este mundo» (EE
167).

Con razón o sin razón,


siempre a destiempo,
sobre la piel
de la estima pública
y del sosiego íntimo,
se derramó la humillación,
veneno en las miradas,
palabras pedernales,
y se infiltró efervescente
hasta los escondrijos
de mi ambigüedad.

La humillación
con dedos líquidos
anegó mi orgullo,
diluyó apariencias
y seguridades sin raíces,
irritó amores propios
disfrazados de servicio
y chocó contra coyunturas
olvidadas y rígidas.

La humillación hostil,
sin yo saber cómo,
se fue convirtiendo
en aliada de la bondad,
se asentó en la calma
de mi humus más profundo,
y amiga humildad resucitada
regresó a todos los encuentros
en brotes simples de la vida.

112
113
La humildad de María

«Un coloquio a nuestra Señora por que me alcance gracia de su Hijo y


Señor, para que yo sea recibido debajo de su bandera» (EE 147).

La humildad canta
y su melodía se extiende
por todos los espacios
y alegra las generaciones.
Sus manos ajadas
por los trabajos cotidianos
danzan en el aire su dicha.
Es una joven servidora
con sus raíces de olivo
en la tierra contaminada
de la Nazaret sin nombre
en la historia de Israel.

Se siente existir en unos ojos


que la miran con ternura
y desde ahí llega ella cada instante
hasta el centro de sí misma.
Exultan de gozo sus entrañas
y exalta al Dios que la mira.

Está enteramente abierta


a lo imposible,
así como la boca del cántaro
que lleva sobre el hombro
acoge el agua de la fuente.

Será la Madre de su origen,


en el riesgo de alumbrar al Hijo
en quien todo ha sido creado
y por quien todo se abre
a la Bondad de lo inaudito.
Las instituciones de su pueblo
no podrán contenerlo,
empuñarán la espada
y ella tendrá que huir de noche
y esconderse en la sombra

114
de una vida de pobre y de esperanza.
Y cuando las espinas y los clavos
crucifiquen al Hijo como maldito,
ella lo alumbrará de nuevo
en medio de la comunidad,
Madre del Resucitado
por los siglos de los siglos.

Los poderosos, ricos, grandes,


con sus casas blindadas,
caerán como ídolos de barro
ante el empuje de esta vida
que lleva en sus entrañas,
pero los pequeños sin casa,
sin puertas ni ventanas,
con su existencia al descampado,
horizontal como los surcos,
arada por los trabajos y quebrantos,
abierta al cielo, serán inundados
y fecundos con el agua de la vida.

A lo largo de la historia
muchos pequeños y esclavos
verán en el rostro de María
los rasgos de su raza,
de su dolor, de su exterminio,
indios, negros, blancos,
de oriente y occidente.
La pintarán en sus telas,
la tallarán en sus maderas,
y en un fluir de romerías
con colores de fiesta,
la humildad de María
alumbrará vida nueva
entre los pobres de la tierra.

115
Servidor de lo imposible

«Pedir gracia para elegir lo que más a gloria de su divina majestad y


salud de mi ánima sea» (EE 152).

Un tornado repentino
de expectativas ajenas
me arrancó de la tierra,
me elevó sobre mí mismo
y puso a girar mis raíces
en el aire estéril
con la obsesión de los vientos.

Yo amo el humus fértil


que me configura;
servidor humilde
de lo posible,
en su silencio lento
cultiva el misterio
de lo imposible.

116
¿Quién podrá apartarnos?

«... por imitar y parecer más actualmente a Cristo nuestro Señor, quiero
y elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza, oprobios con Cristo
lleno de dellos que honores, y desear más de ser estimado por vano y
loco por Cristo, que primero fue tenido por tal, que por sabio ni prudente
en este mundo» (EE 167).

¿Quién podrá apartarnos


de «la vida verdadera»? (EE 139).

¿Será mi ambigüedad
que quiere gobernarme
desde las hambres oscuras
de mi yo clandestino?

¿Será el quebranto
que rompe de repente
mi salud y mi proyecto
contagiando incertidumbre?

¿Será la seducción
que brilla como ángel
en el Olimpo estelar
de los famosos?

¿Será el rumor
que sentencia y descalifica
la audacia del amor
liberado de las modas?

¿Será el poder
que no ha previsto en sus leyes
la novedad de Dios
que sorprende los programas?

¡Nada nos apartará


del Amor que se regala! (Rom 8,35).

117
Bautiza mis sentidos

«Cristo nuestro Señor, después de haberse despedido de su bendita


Madre, vino desde Nazaret al río Jordán, donde estaba s. Joan Bautista»
(EE 273).

No amanezcas, Señor,
que todavía mis ojos
no aprendieron a verte
en medio de la noche.

No me hables, Señor,
que todavía mis oídos
no logran escucharte
en los ruidos de la vida.

No me abraces, Señor,
que todavía mi cuerpo
no percibe tu piel
en los saludos y la brisa.

No me endulces, Señor,
que todavía mi garganta
no saborea tu ternura
en medio de lo amargo.

No me perfumes, Señor,
que todavía mi olfato
no huele tu presencia
en el olor de la miseria.

¡Bautiza mis sentidos


con el lento discurrir
de tu gracia encarnada
fluyendo por mi cuerpo!

118
Enviados

«Enséñalos de prudencia y paciencia: “Mirad que os envío a vosotros


como ovejas en medio de lobos; por tanto, sed prudentes como serpientes
y símplices como palomas”» (EE 281).

Jesús de Nazaret,
pobre y humilde,
Tú que nos envías
«como ovejas entre lobos» (Mt 19,16)
concédenos la gracia
«de ser astutos como serpientes»
sin ser hipócritas,
y «sencillos como palomas»
sin ser ingenuos,
para encontrar
«la puerta pequeña» (Mt 7,14)
que nos abaja,
y «el callejón estrecho»
que nos despoja de la escoria
pegada a los costados,
por donde pasa ahora
entre nosotros
la novedad alegre
de tu evangelio,
que va reconciliando
el lobo con la oveja.

119
No llevéis alforjas

«Dales el modo de ir: “No queráis poseer oro ni plata; lo que


graciosamente recibís, dadlo graciosamente”» (EE 281).

¡No llevéis alforjas,


hinchazón de la piel
enferma de codicia
colgando de los hombros!

¡No llevéis alforjas!


Solo hay que llevar
lo que cabe en el pecho,
lo disuelto en la sangre
que se asoma en los ojos
y fecunda los sueños!

¡No llevéis alforjas!


Que no estorben
para acoger los abrazos,
cargar las ovejas perdidas
y los nombres amanecidos
al final de la noche.

¡No llevéis alforjas!


El reino ya está donde lleguéis,
y el reino os espera al regreso.

120
Cerca

«La Madre declara al Hijo la falta del vino, diciendo: “No tienen vino”;
y mandó a los servidores: “Haced cualquier cosa que os dijere”» (EE
276).

María en Caná
adelantó tu tiempo
hasta la alegría amenazada
de una fiesta de bodas.

La cananea en Tiro
ensanchó tu espacio
hasta el dolor extraño
de una hija sin sosiego.
¡Dios de la vida,
nuestra alegría
y nuestro dolor
son el metro
y el calendario
de tu corazón!

121
Todavía

«De cómo los apóstoles fueron enviados a predicar» (EE 281).

Padre de Jesús,
todavía tu hijo
no ha regresado
a casa,
ni le ha llegado
tu abrazo
hasta los huesos.

Tu hijo
todavía te busca,
orfandad culta
del Norte,
llaga que no sana
del Sur.

Tu hijo
sigue abajo,
vive fuera,
anda errante,
y muere solo
con un grito
que no cesa.

122
Guardar la vida

«Derrocó las mesas y dineros de los banqueros ricos que estaban en el


templo... A los pobres que vendían palomas, mansamente dijo: “Quitá
estas cosas de aquí y no quieráis hacer mi casa casa de mercadería”»
(EE 277).

No puedo guardar mi vida


en una caja de seguridad,

ni en la cuenta secreta
de un paraíso fiscal,

ni entre paredes vigiladas


por cámaras y espejos,

ni en el frágil papel
de las crónicas de moda,

ni en la aprobación social
que pronto se evapora.

Yo solamente puedo guardar mi vida


en el corazón de los pobres,

en los cuencos de los ojos


que tantean las aceras,

en la inhóspita exclusión
de emigrantes sin papeles,

en la soledad helada
de los que viven entre rejas,

en el tedio de los últimos


que nadie roba ni codicia.

Porque ahí,
en pobres, ciegos, solos, últimos,
al entregar mi vida donde se pierde,
la estoy guardando en ti,
Dios pobre y cercano.

123
124
Alteridad

«Llamó a los otros apóstoles, de cuya especial vocación no hace mención


el Evangelio» (EE 275).

¡Hola,
alteridad,
Alteridad
llena de gracia!

Beso tu piel,
multicolor mejilla
innumerable
de un solo rostro,
del accesible y cálido
infinito.

El miedo,
la sospecha
y la codicia
te han asaltado
como una plaga
de etiquetas
mal-dicientes.

Ante el calor
de mi acogida,
tu misterio se abre
lento como flor
de inéditos aromas.

En ti crece algo mío,


en mí crece algo tuyo,
para ser tú y ser yo
al ser nosotros
con toda criatura.

Diferencia
que halagas o que dueles,
con sonrisa de ángel
en tus ojos,

125
o con rastro de infierno
en tus heridas,
bienvenida alteridad,
¡Alteridad
llena de gracia!

126
Milagro

«Llama Cristo a sus amados discípulos y dales potestad de echar los


demonios de los cuerpos humanos y curar todas las enfermedades» (EE
281).

¿Qué ha sucedido?
De mí ha salido
un poder que no conozco,
un aliento sanador
que no administro.

¿Qué has hecho en mí?


¿Qué has dicho desde mí?
¿Viajaste como un mendigo
agazapado en mi palabra?
¿Te has asomado al balcón
de mi mirada sin saberlo yo?
¿Se posó tu mano sobre su herida
cuando toqué su hombro?

Cuando me alejé,
me siguió una estela
de murmullos festivos,
de palabras recién hechas,
de asombro sin avaricia.

Y me desvanecí sosegado
como la niebla matinal,
para que en mi ausencia
te contemplasen solo a ti
y se viesen solo en ti,
único oriente, manantial
de los colores y la luz.

127
Luz sin sombras

«Los exhorta para que usen bien de sus talentos: “Así vuestra luz
alumbre delante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y
glorifiquen a vuestro Padre, el cual está en los cielos”» (EE 278).

Eres la luz,
pero no una luz de sol
que baña las criaturas
en las orillas de la piel.

No eres la luz
que deslumbra las miradas,
ni con tu fulgor
diluyes todo lo viviente.

Tú eres la luz
que nos haces visibles
desde dentro,
amaneces cada día
en el interior de los cuerpos
por el oriente infinito
de nuestro deseo,
enciendes toda criatura
y vuelves transparente
el celemín que te encubre
en nuestra noche.
Toda luz crea sombras,
pero tú eres luz que las disipa.

¡Tantas criaturas
beben ansiosas cada noche
su ración de luces pasajeras
en vasos seducidos!
Cuando yo las mire,
¿les brillará en mis ojos
el reflejo amigo
de tu luz, de su luz,
que las habita
y desconocen?

128
129
Trinidad

«Vino el Espíritu Santo y la voz del Padre desde el cielo afirmando:


“Este es mi Hijo amado, del cual estoy muy satisfecho”» (EE 273).

¡Dios nuestro,
Trinidad eres
en tu hogar,
y Trinidad soy
por los caminos!

¡Origen
en el Padre,
de donde surjo
sin receso,

cuerpo
en el Hijo,
hermano universal
sin exclusiones,

comunión
en el Espíritu,
íntimo aliento
sin distancias!

¡Trinidad soy
al tejerme
con tus hilos
de humana eternidad
en mi ir y venir
de aguja creadora
en tu tapiz!

130
Basta

«Demandar conocimiento interno del Señor, que por mí se ha hecho


hombre, para que más le ame y le siga» (EE 104).

Basta una brasa


para encender toda la noche.

Basta un puñado de semillas


para reverdecer toda la espera.

Basta la mirada de un centinela


para alertar toda la ciudad.

Basta el grito de un pobre


para movilizar toda la justicia.

Basta la vida de un Hombre


para reconciliar todo el universo.

131
Domingo de Ramos

«Le salen a recibir, tendiendo sobre el camino sus vestiduras y los ramos
de los árboles, y diciendo: “¡Sálvanos, Hijo de David; bendito el que
viene en nombre del Señor!”» (EE 287).

Por las calles empedradas


de la capital Jerusalén
desfilaba en días de victoria
el poder armado,
el fracaso del amor.

Se prolongaba la mano
en el filo de la espada,
endurecían los rostros
cascos metálicos,
el orgullo flameaba
en los penachos,
y como cola de su manto
lo seguía un cortejo
de vencidos esclavos
sangrando por las piedras.

Pero hoy, un galileo pobre


pasea el triunfo del amor
en el burro de un amigo.
Todo el amor contenido
en la estrechez de su cuerpo
y de su espacio breve,
brilla infinito en su mirada
y enciende esperanza
en los rostros que contempla.

Las aclamaciones del pueblo,


sin amo y sin consigna,
salen libres de los pechos
acostumbrados a encerrarse,
y vuelan entre los ramos,
fiesta en la danza
de palmas y de olivos.

132
Las piedras sin sosiego
de los altos edificios
acogen ahora el júbilo
y gritan como profetas
sus viejas historias
de injusticias y saqueos.

¡En la noche herida


de la historia que jadea,
con brillo puro de lucero
el amor canta su dicha!

133
El profeta

«Acabada la predicación, porque no había quien lo recibiese en


Jerusalén, se volvía a Betania» (EE 288).

Hoy el profeta
todavía se mueve por las eras
tirando al aire trigo y paja.

Pero ya se está formando


la madera en el árbol,
los clavos en la fragua,
el esbirro en el poder
y el odio en las entrañas.

Cuando llegue la hora,


estos demonios entrenados
se abalanzarán sobre el justo
desde todo el horizonte,
y lo clavarán en los palos
a las tres de la tarde.

Por las llagas abiertas


saldrá volando
una muchedumbre de palomas
danzando la libertad
ante los ojos del espanto.

134
Jeremías

«Por imitar y parecer más actualmente a Cristo nuestro Señor, quiero y


elijo más pobreza con Cristo pobre que riqueza, oprobios con Cristo
lleno dellos que honores...» (EE 167).

Al apagarse el día
un rumor airado
contra el profeta
corría por las callejuelas
y se empozaba
en los hogares cerrados.

Y el profeta se preguntaba
en su soledad insomne:
¿Habré dicho
la palabra exacta
al mezclarla con mi barro?

¿Se habrá infiltrado


mi orgullo astuto
en mis gestos y miradas?
¿Mi impaciencia
habrá pretendido
irritar la noche
o adelantar la aurora?

Pero el Señor
le dijo acariciándole
la frente inquieta:
«La semilla de mi palabra
germina en el barro humano,
crece entre orgullos fríos
y codicias calcinantes.
Duerme en paz.
Mi palabra solo salva
al hacerse de esta tierra
que la acoge y la devora».

135
5. Tercera semana

En el seguimiento de Jesús nos encontramos con el sufrimiento y la muerte del justo


que desgarra el corazón, y con los sentidos golpeados por la visión de la sangre, el grito
del dolor extremo, el sabor amargo en la garganta y el abrazo extenuado de los más
vulnerables. Es el desafío doloroso de la afectividad y de los sentidos.
Ignacio nos invita a contemplar los sufrimientos de Jesús, lo que padece en su
humanidad. Sintonizamos con su angustia interior en Getsemaní que va ahondándose a
lo largo de la pasión hasta el grito de la cruz: «Dios mío, ¿por qué me has abandonado?»
(Mc 15,34). El cuerpo fue destrozado por las torturas. Su identidad ciudadana fue
arrasada por las injusticias de los tribunales que pretendían eliminar su nombre y borrar
de la historia su vida de hombre justo. El Padre mismo se calla y aparentemente no hace
nada mientras eliminan al justo.
Pero también nos invita Ignacio a contemplar el sufrimiento de Jesús «en la
humanidad» (EE 195), en su cuerpo que todavía peregrina por la tierra. Al acompañar al
pueblo, también nos encontramos de muchas maneras con las mismas torturas que
destruyeron a Jesús. Algunas vidas son conocidas y su muerte provoca la indignación de
la opinión pública. La mayoría son seres anónimos, cuerpos irrelevantes disueltos en las
rutas clandestinas de las migraciones, vidas solitarias que se apagan en catres sin
medicinas y sin familiares, seres marginales donde no llega ni el interés ni la noticia,
pueblos declarados no viables que apenas asoman sus cabezas para respirar entre las
arenas del desierto que avanza inexorable sobre sus tierras y su historia.
Cada uno de nosotros vivimos procesos pascuales que de alguna manera participan
de la «noche oscura» de Jesús, que llevan dentro el dolor del pueblo, de las personas
cercanas ante las que casi no podemos hacer nada y de lo incomprensible de nuestras
propias biografías.
Si apartamos los ojos de los crucificados, no podremos ser testigos de la hondura de
su pasión y nunca comprenderemos la profundidad de su resurrección. Tampoco
percibiremos lo que ya conmovió al centurión romano mientras iba agonizando Jesús y
que le hizo exclamar: «Verdaderamente era Hijo de Dios» (Mc 15,39). Cuando
apartamos los ojos y las manos de los que no tienen ni apariencia ni figura (cf. Is 52,14),
estamos empobreciendo también la experiencia de la resurrección.
Los sentidos tienen que beber el zumo amargo de la propia noche y sufrir la
evidencia de que el justo es encerrado en la sepultura, de que quienes lo ajusticiaron son

136
los únicos que hablan, brindan y celebran. Si huimos hacia otros espacios, otros rostros y
otros brazos, no podremos vivir la pascua de los sentidos y solo veremos seres
ajusticiados y situaciones sin salida de las que huiremos siempre hacia los paraísos
artificiales y las resurrecciones virtuales. Solo quien tiene sentidos abiertos para la
pasión podrá acoger en ellos los rumores más leves de la resurrección, hasta que la
evidencia del Resucitado congregue a los amigos de Jesús en una comunidad que salga a
las calles de Jerusalén y anuncie para todos que el Crucificado está vivo y que está en
medio de ellos compartiendo la mesa, el pescado, la brisa del lago y el camino.

***

137
Compartid

«Después de haber comido el cordero pascual y haber cenado, les lavó


los pies y dio su santísimo cuerpo y preciosa sangre a sus discípulos, y
les hizo un sermón, después que fue Judas a vender a su Señor» (EE 191).

«Haced esto en memoria mía».


Compartid el pan,
el vino y la palabra.

Cuando el fracaso
parezca desmembrarlo todo,
cada persona, cada grupo,
como cuatro caballos al galope
tirando del vencido
hacia los cuatro puntos cardinales,

cuando el hastío
vaya plegando cada vida
aislada sobre sí misma,
contra su propio rincón,
pegadas las espaldas
contra muros enmohecidos,

cuando el rodar de los días


arrastrando confusión,
estrépito y consignas,
impida escuchar
el susurro de la ternura
y el pasar de la caricia,

cuando la dicha
te encuentre
y quiera trancar tu puerta
sobre ti mismo,
como se cierra en secreto
una caja fuerte,

cuando estalle
la fiesta común
porque cayó una reja

138
que apresaba la aurora,
amanece más justicia,
y la solidaridad crece,

reuníos y escuchad,
compartid el pan,
compartid el vino,
dejad brotar la dicha
común y sustancial,
el futuro escondido
en este recuerdo mío
inagotablemente vivo.

139
Pan y palabra

«... y les hizo un sermón» (EE 191).

Hay palabras
sin golpes de azada,
ni sol en la piel,
ni fermento en las entrañas,
ni piedras de molino,
ni fuego de horno,
ni aroma de ternura.
¡Hay palabras que no son pan!

Hay panes
que no tienen sosiego,
ni miran a los ojos,
ni llaman por el nombre,
ni abren el rostro,
ni comparten el alma,
ni saben a infinito.
¡Hay panes que no son palabra!

Yo busco un pan
que sea palabra
en el encuentro.

Yo busco una palabra


que sea pan
en el desierto.

140
Abandono

«Considerar cómo la divinidad se esconde, es a saber, cómo podría


destruir a sus enemigos y no lo hace, y cómo deja padecer la sacratísima
humanidad tan crudelísimamente» (EE 196).

En el palo vertical de la cruz


se iba mezclando
la sangre de Jesús
con la sangre seca
de otros condenados
que impregnaba la madera
de maldición y de fracaso.

«¿Por qué me has abandonado?»


Ese grito de vértigo
precipitado hacia el abismo
resuena hoy vivo
en sueños sin vuelo
y en manos crispadas
sobre el clavo tosco
de la propia soledad.

Entre el Hijo y el Padre,


distancia sin medida
en el desamparo de la cruz,
y comunión sin fisura
en el don de sí mismos,
el grito en el Padre
y el Padre en el grito.

Entre una y otra orilla


de tu misterio
yo me abandono
con los brazos extendidos,
no sé si para volar
o para ser crucificado,
en el don sin medida
de ti mismo en mí mismo.

141
Demasiado tarde

«Considerar cómo todo esto padece por mis pecados, etc.; y qué debo yo
hacer y padecer por él» (EE 197).

La muerte llegó temprano


a la vida de Jesús.

Pero las cruces y los clavos,


los sables y las balas
siempre llegan tarde.

Ya las palabras del profeta


se gestaban escondidas
en los cuerpos maternales
bajo el silencio impuesto
donde los poderes armados
no podían encontrarlas.

142
Otras cruces

«Considerar lo que Cristo nuestro Señor padece en la humanidad» (EE


195).

Jesús de Nazaret,
no todos cuelgan
de una cruz como la tuya,
clavada en la geografía
y en la historia de la ignominia,
con un pueblo sin palabras
pero con ojos de testigo,
y con generaciones humanas
que te contemplan, te aman
y veneran tu imagen
en cuellos, templos y destinos.

Pero hay muchos que arrastran


cruces atornilladas cada día
en los hombros y el cerebro,
y desangran su amargura
sin llantos, sin amigos,
gota a gota, paso a paso,
por el suelo que pisamos
con prisa que no mira.

¡Solo existen en el hogar


de tu corazón herido
que nunca cicatriza!

143
Amor tan golpeado

«Considerar lo que Cristo nuestro Señor padece en la humanidad» (EE


195).

Hasta tus sentidos llega


el dolor humano,
por tus venas y tus sueños
se adentra en tu corazón
y ahí busca un espacio
donde reclinar su frente.

¡Humaredas de vida quemada,


gritos sofocados de tortura,
alaridos y estrépitos de guerra,
angustias de almohada sin testigos,
quejidos de brasa que se agota,
desiertos de soledades mudas!

¿Tantos siglos de dolor humano


no te han amargado el amanecer,
no han disuelto una gota de hiel
en el paladar de tu palabra,
no han lastrado con desencanto
el vuelo creador de tu Espíritu?

Insondable Amor tan golpeado,


tú acoges cada dolor humano,
le enjugas las lágrimas,
dentro de ti lo besas, lo resucitas,
y en el hueco de nuestras llagas
tu Espíritu lo siembra de noche,
semilla de alegría, paz, ternura.

144
Reconciliación

«Todo esto padece por mis pecados» (EE 197).

La sangre del justo


y la del malvado
pasan por tu mismo corazón.

La espalda del que golpea


y la que recibe el latigazo
son parte de tu mismo cuerpo.

En tus lágrimas lloran


el dolor del bueno
y la confusión de su agresor.

Tu misma ternura abraza


el rostro de tu madre María
y el que reparte tu túnica.

En tu corazón no hay excluidos,


en tu cuerpo todos cabemos,
en tus lágrimas todos lloramos,
en tu ternura todos existimos.

¡Déjame entrar contigo,


Señor, en tu misterio,
y vivir en el hogar de tu pasión
donde reconcilias lo imposible!

145
Comunión infinita

«Considerar cómo la divinidad se esconde, es a saber, cómo podría


destruir a sus enemigos y no lo hace, y cómo deja padecer la sacratísima
humanidad tan crudelísimamente» (EE 196).

Si el latigazo
acaba en la espalda
del que lo recibe,

si el hambre
solo duele en el cuerpo
del excluido de la mesa,

si el desprecio
solo humilla
el nombre del emigrante,

¡qué solos estamos


en la noche de este mundo!

Pero si el latigazo,
el hambre y el desprecio
estallan en tu propio corazón,

¡qué infinita compañía


nos arropa y nos revive!

146
Mano taladrada

«Considerar lo que Cristo nuestro Señor padece en la humanidad» (EE


195).

Entre la bala suicida


y la piel de la frente,

entre la espalda esclava


y el látigo negrero,

entre la cabeza insomne


y la almohada confusa,

entre la aguja con droga


y la vena del adicto,

entre la pluma del corrupto


y el papel donde firma,

entre el pie clandestino


y la arena del desierto,

siempre se extiende
tu mano taladrada
que resucita la vida.

147
Ahora

«Qué debo yo hacer y padecer por él» (EE 197).

¿Cuándo se enderezará
esta curva del camino
que no me deja ver el horizonte?

¿Cuándo acabará de pasar


sobre mi cabeza la ola
que me mantiene sumergido?

¿Cuándo se ensanchará
este callejón estrecho
que nos oprime a unos contra otros?

¿Cuándo extinguirá sus vientos


este huracán espeso
que angustia, ruge y rompe?

Tú eres el Señor en este «ahora»


que va gestando en tiempo justo
un «después» que herede tus sueños
y el empeño de los justos.

148
Pascua

«Qué debo yo hacer y padecer por él» (EE 197).

Aquí estoy, Señor,


cociéndome entero
en este horno lento
para ser pan crujiente
en los dientes de mis amigos
y de mis enemigos.

Aquí estoy, Señor,


fermentando mis entrañas
en esta bodega oscura
para ser vino dorado
en los labios sin beso
de mis amigos
y de mis enemigos.

Aquí estoy, Señor,


disolviendo mis horas
en esta soledad de surco
para ser follaje fresco
en la cabeza calcinada
de mis amigos
y de mis enemigos.

¡Aquí estoy, Señor,


contigo,
tu amigo y tu enemigo!

149
Tiempo de poda

«Qué debo yo hacer y padecer por él» (EE 197).

El hacha cayó afilada


sobre la rama verde
y la cortó con golpe seco.
La savia llegó hasta el borde,
encontró su cauce roto
y se derramó sobre la tierra
con lágrimas de ausencia.

La savia detuvo su carrera,


hizo una pausa,
un duelo remansado,
un silencio de futuro,
y lentamente se concentró
bajo la corteza cotidiana;
abrió una ventana
en su pasado seguro,
en su ruta endurecida,
y empezó a construir
mirando al sol,
milímetro a milímetro,
un nuevo camino
hacia la flor,
una nueva esencia
hacia los frutos.

Los días cortados


se deshacían en el suelo
alimentando las raíces.

150
Tu yugo

«Qué debo yo hacer y padecer por él» (EE 197).

Tú eres el que carga


el dolor del mundo.
Te encuentro bajo la carga
y pongo mi espalda
junto a la tuya,
los dos uncidos
por el mismo cuero
con nudos eternos
bajo el mismo yugo.

151
Aferrarse

«Qué debo yo hacer y padecer por él» (EE 197).

Me aferro al ayer
como una gota de agua
que cuelga, brilla y tiembla
en el filo de la hoja seca
antes de desprenderse
hasta la tierra fértil.

152
Como un parto (cf. Jn 16,21)

«Qué debo yo hacer y padecer por él» (EE 197).

El fondo del dolor


no es la muerte
de los que huyen de él
avivando al correr el fuego
que arde en sus espaldas,

no es la desazón íntima
del que se blinda contra él
mientras el gusano lo corroe
bajo la cáscara dura,

no es la mano herida
del que se revuelve contra él
golpeándole el rostro
de noche y pedernal,

no es la sumisión
que se arrastra con recelo
bajo caparazón de tortuga
por el lodo del marasmo.

El fondo del dolor


es el abrazo maternal
al recién nacido,
es el llanto primero
de la ternura de Dios.

153
Muerte

«Fue llevado el cuerpo al sepulcro y untado y sepultado» (EE 298).

Bien sabe la tierra


cómo trabajar la muerte.

El humus parece
un ciego montón
torpe y derramado,
pero abre los brazos
de madre y de acogida.

Guarda con pausa


lo que ya no podemos
ni oír ni acariciar,
y lo dejamos a su suerte.
En su secreto,
de tacto delicado,
la tierra va destruyendo
la muerte misma
hasta el último gramo.
La transforma,
y la eleva de nuevo
al sol, el beso y los colores.

Porque la vida,
el misterio eterno
que somos y advenimos,
no se maneja
con palas afiladas
ni sobrios crisantemos.
Solo ella misma conoce
los gestos nunca revelados
del Encuentro sin sombra
de distancias ni de olvidos.

154
Última etapa

«Acabar con un coloquio a Cristo nuestro Señor» (EE 198).

Mis sentidos se despiden


sin pausa y sin estridencias.

Mi cuerpo palpa rigidez


donde danzaban mis sueños.

La nada avanza callada


por capilares y neuronas.

Tallas en mis durezas


tu última filigrana.

Crece en mis nuevos vacíos


tu fantasía más pura.

Cada pérdida mía


ya resucita en otros corazones.

Todo mi yo gotea
hacia tu eternidad.

Lo que se ausenta de mí
lo voy encontrando en ti.

155
Cristo de Javier

«Acabar con un coloquio a Cristo nuestro Señor» (EE 198).

¡Con ternura me miran


tus ojos cerrados!
Me piensas, me sientes
en algún espacio tuyo
entre la madera y el pecho.
Bajo tus cejas de arco
me abres un cauce
de río fresco y claro.

Mis ojos no encuentran


en tu rostro zurcido
ni una mota de ira,
ni un residuo de rabia,
ni un surco de desencanto.

La sonrisa en tu boca
de labios hinchados,
crece desde tu hondura
inaccesible a los golpes,
invulnerable al escarnio.

Llegan los peregrinos


de todas las razas
buscando el secreto
de la alegría nueva,
herencia universal,
que paseó Javier
por las orillas del mundo.

¡Veo tu cabeza inclinarse


sobre el pecho del Padre;
veo en tu mejilla macerada
la caricia de su mano,
veo todos los pueblos
bajo tus párpados!

156
Adelina

«Un coloquio... a la Madre» (EE 199).

Cuando llegó la muerte


ya no tuvo nada que llevarse.
Ya toda su vida
estaba repartida,
regalada en discreción
con aroma de pan tierno
perfumado en el horno
con sarmientos secos,
y el fervor ágil de sus pasos
hacia el templo
en cada aurora.

En las tardes de otoño


medía las espaldas
de los hijos que crecían
y tejía la lana y la ternura.
Y en las mañanas de verano
cargaba la cesta de frutas
con perfumes y colores.

Palabras esenciales
y sentimientos veraces
con sazón de laurel.

En su vida urbana
siempre alentaba
un trasfondo vegetal
de viñas, flores y trigales.
El discurrir de cada día
se insertaba gota a gota
en un hilo incesante
de doméstica plegaria.

Cuando llegó la muerte


ya toda su vida crecía
en rostros familiares,
se movía en la destreza

157
de otros dedos.
Ya había enviado
sus últimas sonrisas
sin remitente de inversor
a la espera de respuesta.

Cuando llegó la muerte


ella ya vivía
en el ahora eterno del Amor
y estaba al mismo tiempo
aquí y en todas partes.

La muerte llegó tarde,


y en su puño
de mármol labrado
solo se quedó
con las cenizas.

158
6. Cuarta semana

El Resucitado habla al corazón de sus amigos en su «oficio de consolar» (EE 224) con
una alegría que sana las heridas del pasado y abre el futuro con un encanto capaz de
relanzar el sueño de Jesús. Los discípulos van acogiendo poco a poco esa experiencia
nueva que los sorprende en su postración mientras permanecen encerrados en la casa de
puertas y ventanas trancadas por miedo a los judíos.
Las sensaciones del Resucitado llegan a los sentidos de los discípulos. Hasta los
más incrédulos, como Tomás, son invitados a posar la yema de los dedos en las heridas
de Jesús y de toda la humanidad para sentir en ellas el palpitar de la resurrección. Llagas
innumerables esperan en el cuerpo de la humanidad esos dedos que reconocen con
ternura la dignidad de las víctimas y se ponen a su servicio.
El Resucitado busca a sus discípulos donde están perdidos. Pronuncia un nombre
propio que llega al oído de María Magdalena cuando busca en medio del jardín (cf. Jn
20,16), y es un desconocido que hace camino hacia Emaús con los discípulos con el que
se puede compartir el desencanto que impide reconocer en las «habladurías» de las
mujeres lo nuevo que comienza en Jerusalén (cf. Lc 24,24).
Los discípulos tienen que regresar a la Galilea de la vida cotidiana, hogar de los
primeros sueños junto al Nazareno. La resurrección tiene sabor de pescado asado sobre
brasas y compartido entre amigos en la orilla del lago después que el desconocido
bendice con una pesca abundante una jornada de trabajo estéril (cf. Jn 21,9-10).
El Resucitado envía el don de su Espíritu en Pentecostés. Llega de manera diferente
a la originalidad de cada discípulo, pero es el mismo en todos, transforma a cada persona
y las une a todas en una comunidad que tiene visibilidad en la historia, que llega a los
ojos, a los oídos y al abrazo de los judíos y más tarde de todos los pueblos, con un
mensaje de vida y de futuro que desafía los poderes establecidos en sus lógicas de
muerte. La comunidad continúa en la historia la visibilidad del Hijo.
El Crucificado es el Resucitado. La cruz no se ilumina desde fuera con efectos de
escenario, sino desde dentro, desde la transfiguración que crea en nosotros la luz del
Espíritu que todos llevamos en la interioridad de nuestro barro (cf. 2 Cor 4,7-12).
La resurrección se vive como una experiencia que se va haciendo lentamente en los
discípulos y que solo en el compartir comunitario se comprende con todos sus acentos.
El corazón la acoge y los sentidos se van afinando poco a poco para verlo en toda
situación. Es un «ver creyente». Las experiencias de las muertes propias y ajenas que

159
han resucitado nos ayudan a comprender lo que significa la nueva presencia de Jesús y
podemos percibirla en mínimas señales.
La fe en la resurrección no es solo un artículo del credo, una obligación de
catecismo. Es la experiencia de una presencia del Crucificado que ahora está vivo de otra
manera, porque nunca se resucita siendo igual que antes de morir, como un regreso al
pasado. A ese pasado nos aferramos a veces, como personas y como institución, con
nostalgia que no se resigna a perder posiciones seguras, sin la audacia de dejarnos
sorprender por lo nuevo que surge de las muertes acogidas en las manos del Padre.
No resucitamos, somos resucitados, pues ya caímos antes hasta el fondo, hasta el
desvalimiento absoluto. Otros nos tienen que enterrar y otros nos tienen que reconocer y
acoger para reflejarnos en su mirada que el Señor nos ha resucitado.
Cuando reflejamos a los demás que percibimos las señales de la vida nueva allí
mismo donde ellos solo ven muerte y sepultura, en su propia persona, en la comunidad o
en las situaciones sociales, les estamos abriendo el espacio donde se atrevan a acoger la
resurrección que ya ha comenzado «dentro», en todo golpe, con la discreción de Dios. A
veces la espera del «tercer día» puede ser larga, pero la resurrección ya comienza en el
mismo instante de la muerte. Esa fe nos permite mirar cada día a los crucificados de la
historia sin apartar la vista de sus vidas trituradas, como el que espera la llegada de un
amigo.

***

160
Pascua

«Después que Cristo espiró en la cruz... descendió al infierno, ... sacando


a las ánimas justas, ... y resucitado, apareció a su bendita Madre en
cuerpo y en ánima» (EE 219).

Sazonado el silencio
con aroma de olivares,
saturado el pecho
de ausencias y rumores,
la angustia nocturna
te prensó en el huerto
hasta la sangre.

Después llegaron
desde el poder
de las espadas y las leyes,
los clavos y desprecios
hasta tu carne joven
taladrada en el madero.

Al fin quedaste inmóvil,


desgajado del Padre
y del pueblo en desconcierto,
tus restos vacíos
recogidos en lienzos,
viajando hacia la nada,
puro imposible en el sepulcro,
reducido a piedra sobre piedra.

Cuando somos llevados a golpes


hasta el final de lo que somos,
brotas en nuestra carne muda,
ternura desde lo hondo de la herida,
como perfume de futuro
que se filtra por las rejas
hacia la aurora universal.

¡Pequeño amor humano


si no sabe
de silencios nocturnos

161
y desgarros!

¡Pobre amor humano


si no ha resucitado
desde tumbas selladas
y sudarios!

¿Cómo resucitar
sin haber muerto?
¿Cómo morir
sin ser resucitado?

162
Resucitó

«Considerar cómo la divinidad, que parecía esconderse en la pasión,


parece y se muestra agora tan miraculosamente en la santísima
resurrección, por los verdaderos y santísimos efectos della» (EE 223).

En la tarde del viernes


las instituciones del poder
exterminaron de la tierra
al justo vulnerable.

En el cuerpo de Jesús
expresaron su deseo
de reducir a polvo
su carne y su memoria.

El espíritu de Jesús
ardió como una antorcha
de fracaso, de angustia
y de abandono de Dios.

Y ante tanta injusticia


el Padre se calló
con un silencio de hielo
que congeló la historia.

La mañana del domingo


el Padre engendró la Palabra
que abrió toda realidad
a la esperanza infinita.

El espíritu de Jesús
experimentó el abrazo
que siempre estuvo a su lado
sin distancia ninguna.

El cuerpo resucitado
llevó hasta la eternidad
los golpes, las caricias
y la tierra de los caminos.

163
Y en medio del poder
sorprendió una comunidad
de pobres y de excluidos
que fecunda todos los siglos.

164
Solo el amor

«Mirar el oficio de consolar que Cristo nuestro Señor trae, y comparando


cómo unos amigos suelen consolar a otros» (EE 224).

Se rasgó la carne de Jesús


con la lanza,
las espinas y los clavos.
Buscaban con el filo del hierro
abatir su primavera.
Entró el dolor humano
en la intimidad de Dios.

¡Del corazón del Padre


no salió el rayo que degüella!

Al tercer día alboreó la paz


caminando sobre el lago,
luz inasible para los cepos,
alegría a borbotones
en las tinajas rituales,
libertad inmune
a los mercados y los mapas.

¡Solo el Amor convierte


la tumba, el grito y el ocaso,
en útero de nuevas claridades!

165
Tomás

«Mirar el oficio de consolar que Cristo nuestro Señor trae, y comparando


cómo unos amigos suelen consolar a otros» (EE 224).

Posa tu mano en la herida


del pecho atravesado,
toca la muerte del corazón,
las angustias abismales,
los amores sin destino,
los golpes del alma
que nunca cicatrizan.

Mete tus dedos


en las manos taladradas
por el ácido corrosivo
de los trabajos duros,
por los cepos injustos,
por las siegas sin salario.

Acaricia con la yema de tus dedos


los pies perforados
de los emigrantes sin más tierra
que la pegada en sus heridas
en cada paso errante.

No tengas miedo de palpar


la huella de lanzas y de clavos.
¡Tus dedos sentirán
en el fondo de cada herida
un latido del Resucitado!

166
Resucitar

«Mirar el oficio de consolar que Cristo nuestro Señor trae, y comparando


cómo unos amigos suelen consolar a otros» (EE 224).

Resucitar
no es una piel envejecida
que se estira en el quirófano,
sino una presencia que ilumina
cada arruga con su historia,

no es un golpe en el alma
que se anestesia con drogas,
sino una caricia que sana
la memoria y la carne,

no es un desencuentro entablillado
para salvar apariencias,
sino un abrazo infinito
que teje las diferencias,

no es un robo a los pobres


legalizado con indultos,
sino un fuego que separa
la justicia de la escoria,

no es el oasis final
para olvidar pesadillas,
sino un vino añejado
en las bodegas del camino.

Porque todo lo que nos golpea


a ti también te hiere,
y al abrirse en ti a la vida
también en nosotros resucita.

167
A imagen y semejanza

«Mirar el oficio de consolar que Cristo nuestro Señor trae, y comparando


cómo unos amigos suelen consolar a otros» (EE 224).

¡Humanidad creada
a imagen y semejanza de Dios!
¡Dios crucificado
a imagen y semejanza humana!

No hay más que una cruz,


donde Dios y la humanidad
se desangran juntamente
hasta la última gota.

No hay más que una resurrección


donde Dios y la humanidad
estrenan juntos la vida eterna
desde la primera ternura.

Dios y la humanidad
mueren juntos
en plena vida,
y resucitan juntos
en plena muerte.

¡Humanidad creada
a imagen de Dios,
y a semejanza de Dios
humanidad resucitada!

168
Único amor

«Considerar cómo la divinidad, que parecía esconderse en la pasión,


parece y se muestra agora tan miraculosamente en la santísima
resurrección, por los verdaderos y santísimos efectos della» (EE 223).

El golpe del martillo


sobre los clavos de la cruz
se unió al que cerraba para siempre
la argolla en el cuello de un esclavo.

Los soldados entrenados


para matar al galileo justo
tenían amputada
la misma parte del alma
que los jefes
de los campos de exterminio.

Pilato que sentenció al inocente


por razones de estado
estudió en la misma escuela
que todos los déspotas del mundo.

La sangre de Jesús
que empapó el madero
se unió a la sangre sin memoria
de los crucificados antes que él.

El mismo Amor del Hijo


que no lograron matar el Viernes
tampoco han podido aniquilarlo
ningún otro día del calendario.

¡Solo existe un cuerpo,


un día, una sangre
y un único Amor
que lo sufre todo
y lo resucita todo!

169
Desperdigados

«Mirar el oficio de consolar que Cristo nuestro Señor trae, y comparando


cómo unos amigos suelen consolar a otros» (EE 224).

Como semillas
lanzadas al aire,
morimos desperdigados
por los meridianos
de la tierra
y los números
del calendario.

Morimos solos,
uno a uno,
sin reemplazos.
Morimos
inevitablemente,
como vuelo
que aterriza con sosiego,
o fulminados en la altura.

Pero resucitamos juntos


y al mismo tiempo,
orquestados todos
en el ahora eterno
del Amor.

170
Eternidad

«Mirar el oficio de consolar que Cristo nuestro Señor trae, y comparando


cómo unos amigos suelen consolar a otros» (EE 224).

No tiene la oruga
vocación de crisálida
sino de mariposa.

No tiene el grano de trigo


vocación de raíz
sino de pan en la mesa.

No tiene el embrión
vocación de soledad
sino de abrazo universal.

¿Me arroparé con la tierra


para dormir resignado
con vocación de sepultura?

171
Beso de Dios

«Mirar el oficio de consolar que Cristo nuestro Señor trae, y comparando


cómo unos amigos suelen consolar a otros» (EE 224).

El fracaso le explotó
con estridencia,
le escaldó la piel,
la aureola pública,
y le encogió el futuro.

Tú te estremeciste
dentro de él
con ecos de martillo
taladrándote la carne
y la memoria.

Colocaste tu mano
de reo liberado
sobre su insomnio
de viernes y calvario,
y la ternura
empezó a manarle
como un beso
en cada nombre,
en cada sueño,
en cada herida.

172
En tu resurrección

«Mirar el oficio de consolar que Cristo nuestro Señor trae, y comparando


cómo unos amigos suelen consolar a otros» (EE 224).

Somos una imagen


de calles y pantallas
que solo al sumergirnos
en el alba de tu fantasía
encendemos cada amanecer
la originalidad de los colores.

Somos una pasión


de afinidades y desgarros
que solo en tu corazón
respiramos la armonía
primera y última
de todas las diversidades.

Somos una palabra


de propuestas y de escuchas
que solo en tu exacto decirte
encarnamos en el rostro
la densidad del silencio
y la agilidad de las letras.

Somos un empeño
germinal y definitivo
que solo en tu creatividad
fecundamos la historia
con la fidelidad de las raíces
y la novedad de los vientos.

Somos una esquirla


del dolor humano
que solo dentro de la herida
de tu pecho abierto
alisamos nuestras aristas
y reposamos con sosiego.

Somos una alegría

173
hija de la pascua
que solo en el amor
de tu eterno presente
ya resucitamos todas las muertes
mientras vamos de camino.

174
Último día

«Mirar el oficio de consolar que Cristo nuestro Señor trae, y comparando


cómo unos amigos suelen consolar a otros» (EE 224).

Un día,
el silencio será
el punto de llegada
de todas las razones,

el reposo será
el último gesto
de todos los proyectos,

la claridad será
el abrazo universal
de todos los colores,

la alegría será
la única herencia
de todos los encuentros.

¡Aquel día,
último y primero,
todo lo vivido desde ti,
nombres y materias,
alteridades y trabajos,
avanzará eternamente en ti
ya humano sin escorias!

175
Acoger una vida cerrada

«Considerar cómo la divinidad, que parecía esconderse en la pasión,


parece y se muestra agora tan miraculosamente en la santísima
resurrección, por los verdaderos y santísimos efectos della» (EE 223).

En el camino, tierra pisada,


encontré una semilla rara,
acerada cáscara brillante,
cerrada sobre sí misma,
hermética defensa,
seguro el gesto,
certera la palabra,
todas sus costuras bien selladas.

Para saber quién era


y hacer vida su secreto estéril,
abandoné la curiosidad del niño
que revienta su juguete,
o la del sabio bisturí que disecciona
y aprende de la muerte,
o la pregunta experta
calculada como un lazo
que atrapa el paso confiado.

La enterré en el mejor rincón


de mi jardín sin alambradas,
la dejé abrazada
por el misterio de la tierra,
del cariño del sol alegre
y del respeto de la noche.

Y brotó su identidad más escondida,


verdes hojas primero, temblorosas,
asomándose al borde de la tierra
recién resquebrajada.
pero al fin se afianzó sobre sí misma
y fue un surtidor de vida esperanzada.

Al verla toda ella


renacida al pleno sol,

176
con su melena de hojas
a todos los vientos desplegada,
supimos al fin quién era,
todo su secreto vivo, suyo y libre.

177
7. Contemplación para alcanzar amor

«En todo amar y servir» (EE 233), pedimos en la «Contemplación para alcanzar amor».
Aquí se concentra todo el proceso de los Ejercicios y se abren las puertas de la vida
ordinaria para que podamos vivir en medio de la realidad con un corazón encantado y
con una sensibilidad afinada para descubrir a Dios «en todo».
La contemplación no se limita a ver a Dios en lo hermoso, lo fuerte, lo inteligente,
lo sano..., sino en todo, pues no hay realidad pecadora, ni criminal ni débil donde Dios
no esté y donde no pueda ser contemplado. Hemos bajado hasta el fondo del pecado en
la primera semana y lo hemos encontrado en los márgenes del poder establecido que
crucifica al justo Jesús en la tercera semana. Ninguna realidad humana, por dura que sea,
queda al margen de esta contemplación. Dios ama todo lo que existe con amor tierno y
servicial.
Nos invita la contemplación a mirar cómo Dios está presente en todo y
comunicándose con nosotros, es decir, dándose y recibiéndose de nosotros. Dios no nos
salva y nos lleva a la plenitud de la vida desde una distancia aséptica, sino desde dentro y
desde abajo de las situaciones humanas, las más bellas y las más injustas. Ahí lo
encontramos trabajando, «ad modum laborantis» (EE 236), como el campesino doblado
con fatiga sobre los surcos de la tierra.
No hay modo de adentrarse en el encuentro de Dios sin salir a las calles y plazas a
descubrirlo para unirse a su trabajo liberador de las mejores posibilidades humanas que
se encuentran presas por cualquier tipo de cadena.
Esta manera de acercarse a la realidad no se acaba en esta contemplación final de
los Ejercicios, sino que es un modo de ser que se aprende y en el que hay que
«ejercitarse» de manera habitual. Para mantener esta sensibilidad espiritual afinada es
necesario cuidarla en todas las circunstancias de la vida ordinaria.
Ignacio de Loyola dice que hay dos aspectos en los que los jóvenes jesuitas que se
están formando deben ejercitarse constantemente: 1) «Todos se esfuercen de tener la
intención recta, no solamente acerca del estado de su vida, pero aun de todas cosas
particulares» y, al mismo tiempo, 2) «sean exhortados a menudo a buscar en todas cosas
a Dios nuestro Señor» (CC 288). Aquí se resume el fruto de los Ejercicios. Un corazón
sin intenciones desordenadas, y una sensibilidad que busque y halle a Dios en todas las
cosas. Los jóvenes jesuitas «se pueden ejercitar en buscar la presencia de nuestro Señor
en todas las cosas, como en el conversar con alguno, andar, ver, gustar, oír, entender y

178
en todo lo que hiciéremos, pues es verdad que está su divina Majestad por presencia,
esencia y potencia en todas las cosas» (Ignacio de Loyola, «Carta al P. Brandao», 1 de
junio de 1551).
Como consecuencia de esta contemplación de Dios en la realidad, la devoción no se
reserva solo para la oración o las ceremonias litúrgicas, sino también para el encuentro
con los demás. «En manera que considerando los unos a los otros crezcan en devoción y
alaben a Dios nuestro Señor, a quien cada uno debe procurar de reconocer en el otro
como en su imagen» (CC 255). Es el sabor de la cotidianidad.
También pide Ignacio que se examinen al final del día de estos dos aspectos. Es
muy importante esta indicación porque cuando el día acaba, las vivencias están muy
frescas todavía y pueden ser rescatadas de un anonimato distraído dándoles nombre. Al
regresar a los encuentros, tareas y espacios habituales, será más fácil percibir los signos
más discretos de la actuación de Dios. La realidad se convertirá en un sacramento que
nos hable de Dios aunque nosotros estemos concentrados en nuestros trabajos.
Con frecuencia constatamos que nuestra bondad y nuestra justicia son «medidas»,
limitadas y podemos desalentarnos (EE 237). Pero hay que sentirse siempre en
comunión con el Ilimitado, de quien surgen constantemente nuestras posibilidades de la
misma manera que la claridad viene del sol y las aguas del manantial. Son imágenes de
origen, no de distancia, pues en el Señor existimos.
En la medida en que vamos contemplando la realidad de esta manera, los espacios
habituales nos van descubriendo su dimensión más profunda donde Dios crea la vida
nueva sin receso. Ser «místico de ojos abiertos» no es tener visiones sino una nueva
visión de la realidad. La realidad puede seguir siendo la misma fuera de nosotros, pero
para nosotros es distinta, pues percibimos su dimensión más honda y creadora. Pero hay
que formar los sentidos contemplativos para «ir contra» las miradas impuestas. No solo
las tierras y casas tienen dueño, sino también las sensaciones que nos invaden en la
cultura de los sentidos.
Cuando le decimos al Señor: «Toma y recibe toda mi libertad...», no solo estamos
ofreciéndonos para la misión, sino también para un encuentro en que Él vaya ordenando
nuestro corazón y transformando nuestra sensibilidad.
A lo largo de los Ejercicios Espirituales se ha ido transformando nuestra
sensibilidad. No necesitamos huir hacia los paraísos artificiales de la dicha química, de
la distracción digital o de los espacios reservados para las élites del mundo. Miramos el
mundo de frente, porque nuestra sensibilidad puede descubrir en el fondo de todo lo que
vive la presencia activa de Dios que impulsa todo lo real hacia posibilidades infinitas.
Asomarse a la realidad, mezclarse con ella, es sumergirse en la vida de la Trinidad que
nos ha incluido desde siempre en el centro de su intimidad.

***

179
180
Al borde de la calle

«Pedir conocimiento interno de tanto bien recibido, para que yo,


enteramente reconociendo, pueda en todo amar y servir» (EE 233).

Mírame, Señor,
al borde de la calle
mientras corre la vida.

Estás pasando sin cesar


en la piel mulata de la gente,
pero no te veo.

Eres la última consistencia


de cada espalda que se dobla,
pero no te abrazo.

Es nuestro y tuyo
el olor de la pobreza,
pero no te huelo.

Eres una gota de ternura


en cada paladar enamorado,
pero no te saboreo.

Alientas el giro de las ruedas


y el grito de la dignidad,
pero no te oigo.

¡Ten piedad de mí,


pobre mendigo de Absoluto!
Sustenta mi vigilia
hasta el instante exacto
en que se disuelva
la superficie de las cosas
y te reveles a mis sentidos
que tú afinas en la espera.

181
Recreación

«El amor consiste en comunicación de las dos partes, es a saber, en dar y


comunicar el amante al amado lo que tiene, o de lo que tiene o puede, y
así, por el contrario, el amado al amante» (EE 231).

El aire que me envuelve


tiene la talla de mi cuerpo
y me acompaña siempre.

El mar conversa conmigo,


conozco el humor de sus olas
y la voz de sus colores.

Mi paisaje cotidiano
me llama por mi nombre
con el eco de mi historia.

Los ojos del universo me miran


y su beso universal
nunca se aleja de mi mejilla.

Toda la creación llega fiel


a la cita de mis sentidos
y de mi búsqueda infinita;

es tan pleno don en cada yo


que es nuestro, y habla a cada tú
con su propio acento.

182
Estoy naciendo

«El primer punto es traer a la memoria los beneficios recibidos de


creación, redención y dones particulares, ponderando con mucho afecto
cuánto ha hecho Dios nuestro Señor por mí y cuánto me ha dado de lo
que tiene, y consequenter el mismo Señor desea dárseme en cuanto
puede, según su ordenación divina» (EE 234).

Estoy naciendo
en este instante
desde todo mi pasado
y desde tu presente,
heredero de los siglos
que han doblado sus espaldas
sobre surcos y cimientos,
hijo de los sueños
que desafiaron las fronteras
de la ciencia y los guardianes.

Todas las criaturas


acuden concertadas
por el pulso de tu Espíritu
a mis sentidos despiertos,
en una sola melodía
de agua, tierra,
aire y fuego
que me recorre por dentro.

Posibilidades infinitas
en mis pulmones de arcilla.

Esporas de eternidad
en las burbujas del tiempo.

Bienvenida de ojos abiertos


a todas las biografías.

Certeza de tu gestación
en lo íntimo de todo dentro.

183
Quisiera

«Mirar cómo Dios habita en las criaturas: en los elementos dando ser, en
las plantas vegetando, en los animales sensando, en los hombres dando
entender; y así en mí dándome ser, animando, sensando y haciéndome
entender; asimismo haciendo templo de mí, seyendo criado a la similitud
y imagen de su divina majestad» (EE 235).

Quisiera
pegar mi oído
a la piedra dura
para escuchar tu latido,

descorrer la cortina
de los ojos ajenos
para ver cómo me miras,

estrechar la piel curtida


de la mano agrietada
para palpar tu cercanía,

percibir el anhelo
de la noche perfumada
para oler cómo respiras,

saborear el secreto
de la alegría en sazón
para gustar tu dicha.

184
En el origen

«Mirar cómo Dios habita... en mí» (EE 235).

Cuando abro los ojos


para verte en lo real,
ya te veo antes en el deseo
que inicia mi mirada.

Cuando pregunto por ti


a las criaturas de la tierra,
ya te escucho antes en el silencio
donde nace mi pregunta.

Cuando acerco mi mano


para tocarte en otro cuerpo,
ya te percibo antes en el origen
de mi carne peregrina.

Cuando sorbo el agua


para llenarme de tu vida,
ya te saboreo antes en la sed
que abre mi garganta.

Cuando aspiro los olores


de tu paso por los montes,
ya te olfateo antes en la paz
que distiende mis pulmones.

185
Ojos de cuna

«Mirar cómo Dios habita en las criaturas» (EE 235).

Todo está delante de los ojos,


al alcance de una mirada.
En cada realidad pequeña
late el mismo misterio.

No hay que taladrar la superficie


con esfuerzo de clavo.
No hay que golpear la fruta
hasta que abra sus poros.
No hay que hacer un «clic»
de técnica y de mando.

Sumergidos en el afán diario,


solo hay que esperar
con alba presentida
un segundo, un día, cien años.
La realidad trabaja sus entrañas,
y anda buscando ojos puros,
despiertos, sosegados, de cuna,
para regalarnos el misterio
en la alegría de su parto.

186
Miradas

«Mirar cómo Dios habita... en mí... haciéndome entender» (EE 235).

Hay miradas gratuitas


que nutren,
y hay miradas hambrientas
que devoran.

Hay miradas soleadas


que desentumecen,
y hay miradas invernales
que tullen,

Hay miradas hondas


como pozos,
y hay miradas ligeras
como chubascos.

Una mirada amiga


puede saltar un abismo,
una mirada odiosa
puede levantar un muro.

En el espejo de unos ojos


pueden hallarse los perdidos,
en el espejismo de unos ojos
pueden perderse los seguros.

187
Si el cuerpo supiera

«Mirar cómo Dios habita... en mí dándome ser, animando, sensando y


haciéndome entender; asimismo haciendo templo de mí, seyendo criado a
la similitud y imagen de su divina majestad» (EE 235).

¡Si el cuerpo supiera


quién eres Tú!

¡Si la razón le transmitiera


a la oscuridad de la carne
tu buena noticia!

¡Si te abriéramos
las cinco puertas
de los sentidos,
en este océano tuyo
de aromas y sabores,
de brillos, cantos y caricias
donde vivimos sumergidos!

¡Si la sangre se tiñera


del color de tu encuentro
y llevara este fervor
hasta la última célula
por la angosta discreción
del capilar más diminuto!

¡Si las honduras viscerales


sincronizaran contigo
sus prisas y sus pausas!

¡Si desalojaras
de este templo tuyo
a los mercaderes que negocian
nuestras hambres y riquezas
en el atrio sagrado,
con el susurro clandestino
o la obsesión publicitaria!

¡Si nuestro cuerpo

188
supiera,
y se fuera convirtiendo
todo entero,
aquí y ahora
en un gesto sencillo
del Infinito
tan humano!

189
Eternidad en los sentidos

«Mirar cómo Dios habita en las criaturas» (EE 235).

En palabras, mercados y lamentos


escuchan los oídos afinados
rumores del Indecible.

En miradas, colores y noches


ven los ojos despiertos
destellos del Invisible.

En encuentros, frutos y amarguras


gusta el paladar mendigo
sabores del Inaccesible.

En caricias, brisas y ardores


siente la piel estremecida
ternuras del Infinito.

En perfumes, primaveras y pobrezas


respira el pecho hospitalario
aromas del Inasible.

Entra Dios por los sentidos


y se cobija en nuestra hondura.
Ya somos su morada eterna,
carne transida de Absoluto.

190
Tus rumores

«Mirar cómo Dios habita en las criaturas» (EE 235).

Me bastan
los reflejos del sol temblando
en la bóveda del puente,
el frescor del pozo
subiendo desde el agua inaccesible,
la música del viento nocturno
entre las hojas intocables de los pinos,
el perfume fugitivo
que se deshila en el jardín,
una gota de dignidad
deslizando su dulzura en mi garganta.
¡Me bastan!

No puedo contemplar
el sol de frente,
ni vivir sumergido
en el fondo de las aguas,
ni pulsar con mis manos
la sonora compañía de la noche,
ni perfumar de fiesta
todas las rutas ajadas de la vida,
ni adelantar un solo segundo
el brindis de todo el universo.

¡Me bastan los rumores


que te acercan y te esconden!
¡Me bastan tus rumores!

191
Rocío

«Considerar cómo Dios trabaja... por mí en todas cosas criadas sobre la


haz de la tierra, id est, habet se ad modum laborantis. Así como en los
cielos, elementos, plantas, frutos...» (EE 236).

Amanece
y el sol va encendiendo
una a una
las gotas de rocío;
a tientas,
como frutos de la noche
crecieron armoniosas
asidas al filo de las hojas.

Ahora brillan
como una sementera
de perlas y de luces.
Si las tocas,
mueren.
Si las contemplas,
brillan.

Arden y se consumen
regalando una belleza
que no puede engastarse
ni en el oro,
ni en la prisa.

192
En el amor

«En todo amar y servir» (EE 233).

Está fuera
de los capiteles de la fama,
de las pieles cautivas,
de los méritos como apellidos,
de los puestos blindados,
de las geografías seguras.

Está dentro
del humus de la historia,
de las relaciones veraces,
de las miradas indigentes,
de los servicios sin remitente,
de la creatividad sin amarras.

¡Está tan fuera de sí misma


que ya vive en el dentro de todo!

¡Está tan extraviada y viva,


que está perdida en el Amor!

193
Dentro

«Considerar cómo Dios trabaja... por mí en todas cosas criadas sobre la


haz de la tierra» (EE 236).

Tu único sueño corre por las venas


de toda la diversidad de lo real.

Tomo el pulso de cada criatura


y palpo tus latidos tan discretos.

Cada sudor que moja las aceras


brota de tu frente traspasada.

Bebo una gota de vida cotidiana


y viajas hasta la hondura de mis huesos.

Sube y baja el pueblo en tu mirada


con unción de liturgia nunca escrita.

El sol también amanece cada día


por el centro del asfalto negro.

Cuanto más recorro nuestras calles


en tu abrazo más me adentro.

194
Vida contaminada

«Considerar cómo Dios trabaja... por mí en todas cosas criadas» (EE


236).

Respiramos la cultura
que nos envuelve a todos,
el oxígeno que nos da vida
y los virus que nos socavan.

Bebemos las relaciones


que llegan a nuestro rostro,
el agua que nos hidrata
y las bacterias que nos minan.

No podemos andar por la calle


con una máscara en la cara
que nos aparte del pueblo
para filtrar los cantos y los besos.

No podemos huir al vacío


de la soledad y la asepsia
donde no hay vida ni muerte
luchando por el futuro.

Al acoger en nosotros
la vida contaminada,
te acogemos a ti,
que estás dentro de la vida,
y la purificas con tu aliento
en el horno ardiente
de nuestra intimidad.

195
Comunión cósmica

«Considerar cómo Dios trabaja... por mí en todas cosas criadas sobre la


haz de la tierra, id est, habet se ad modum laborantis» (EE 236).

I
Huésped tuyo
en este bosque
de tus afanes milenarios,
con qué rapidez acudes
a todos mis sentidos
grises y arañados.

Ocre, rojo, blanco,


salpicados sobre el verde
de todos los matices,
me buscan alegres
y me inventan por dentro
con gozo y primavera.

Aromas sin etiqueta


me llegan con derroche
desde el humus y las hojas.
Me dejan en la garganta
un sabor de familia
reunida para la fiesta.

Rumores de libertad,
cantos alados de colores
inventan música
en mi cuerpo concertado.

Campesinos sin paga


resucitan en los senderos
y me ofrecen su mano amiga
de podas y plantaciones.

¡Tú me recreas!
Me llevo dentro el bosque
como un abrazo inasible.

196
Hecho ya parte de mí
en tu eternidad se adentra.

II

A fuego lento
el sol calienta un árbol
de corteza cenicienta
sin flores y sin hojas.

En este tronco,
¿está incubando el sol
una primavera
de flores y de frutos,
o lo está secando
para que caiga a tierra
y sea el abono fértil
de otras floraciones?

Entre vida y vida,


¿dónde está la muerte?

III

Día y noche, amenazante,


llega el rumor de la ciudad
que nunca se detiene
filtrado por hojas y distancias;

suena a crepitar de horno


que abre sus fauces de fuego
hacia los árboles que crecen,

amenaza como sierra


con su ejército dentado
de acero y de avaricia
para cortar en segundos
caobas de cien años;

ruge con motor obsesivo


en la compulsión de su girar;
ni mira dónde lo llevan,
ni sabe bien a dónde va.

197
El bosque fiel
trabaja la vida sin descanso,
pero la codicia ciega
lleva compulsión y fuego
en sus entrañas seducidas
con el fermento de la muerte.

IV

Bajo las hojas secas


no hay minas ni violencia
para el paso confiado.
Aquí solo explota la vida
en las semillas enterradas.

En la curva de los senderos


no hay redes al acecho,
sino intimidades sin explorar
que besan la existencia.

En la punta de los cipreses


no hay huida hacia lo alto,
sino tierra que sube al cielo
en búsqueda de horizontes.

En las ramas de las palmas


no hay lanzas amenazantes,
sino brazos de bailarina
que nos invita a una danza.

Crecen los troncos


como la búsqueda de monjes
en sus claustros verticales.

Se abren en adoración
los capiteles de las palmas,
y las copas despliegan su liturgia
de bóvedas trémulas.

En este monasterio sin testigos


de cedros, caobas y laureles,

198
la creación entera
trabaja, canta, ora
y reparte vida eterna
por las venas del mundo.

VI

Sumergido en el bosque
camino por la hondura íntima
de su oleaje verde
que se mece en las alturas.

Aquí te comunicas conmigo


por todos mis sentidos,
música y color,
tu mano de brisa en mi piel,
aromas primigenios,
proximidad cósmica
y ternura compartida.

Este instante original


nunca antes había existido
ni lo habías pronunciado.
Está siendo creado para mí.
En esta soledad humana
solo yo puedo acogerlo
y alojarlo para siempre
en mi novedad sin fin.

No dejaré en el aire
tu mano extendida,
ni tu palabra susurrada,
ni tu beso, ni tu vino.

Ya caminas dentro de mí
y tu presencia me recorre
por los últimos capilares
de mi misterio abierto
al soplo de tu caricia.

VII

199
Esta palabra tuya
es humilde y anterior
a minaretes y campanas,
a catedrales y pagodas,
a textos sagrados
y minuciosos rituales.

Presencia sustancial
sin apellidos ni banderas,
es creación surgiendo
aquí y ahora mismo
rompiendo aguas,
tierras, semillas,
cortezas y horizontes,
es lenguaje para todos
creando la mudez común
y reverente del asombro.

Todos aspiramos
el mismo aire perfumado
sobre nuestras cabezas
como incienso puro.

Todos asentimos
al dogma universal
de la vida que se regala
sin pedirle a nadie
su credo o pasaporte.

Todos comulgamos
el brillo del sol
en el haz de las hojas,
generosa multiplicación
de peces fugitivos en el aire
sobre olas vegetales.

Todos tomamos en la mano


este pan sin propietario
que nunca agota su belleza,
ni raciona su sabor,
ni degrada su aroma.

Todos los fieles a la vida

200
acuden a este templo
tuyo y nuestro
para la celebración
de tu ritual humilde
con vocales cotidianas.

VIII

Esta es la primera comunión


de tu sabiduría ofrecida
a todo paladar humano.

Después ofrecerás el pan


de tu locura expuesta
para todos los siglos
en el cerro seco del calvario.

Tanto se ahonda la vida


en tu muerte temprana,
que ya corre tu sangre
por los veneros secretos
donde se hunden las raíces
de la comunión humana.

¡Un temblor de resurrección


estremece los silencios
de las plantas y las rocas!

201
La calle

«Considerar cómo Dios trabaja... por mí en todas cosas criadas sobre la


haz de la tierra, id est, habet se ad modum laborantis» (EE 236).

Va pasando sin cesar


el sacramento multicolor
de la calle cotidiana.

Por esta arteria de tu cuerpo


la sorpresa de las libertades
crea liturgia sobre las aceras.

Mis ojos merodean por las cáscaras.


¿Son muy confusas las imágenes,
o mis ojos son turbios todavía?

¡Vuelvo a esta orilla


una y otra vez
tan seguro de tu paso!

¡Ya estoy vislumbrando


al que espero ver,
al Invisible!

II

Se descorcha incontenible
la puerta de la escuela
con un estallido de burbujas.

Adolescentes repentinas
afianzan su autoestima
ensayando sus pasos,
estiran su cuerpo de caña verde
y miran la sorpresa de su perfil
en los ojos transeúntes
y en los cómplices cristales.

202
Amores de manos enlazadas
adornan las esquinas,
prisas de negocios
resuenan en el paso firme,
impaciencias ilegales
miran de soslayo,
esperas exhaustas se sientan
en el umbral de la casa
y sumergen los pies agrietados
en el agua de la vida
que discurre por la acera.

¡Rueda la vida!
Carros viejos y dignos
cabecean y resisten,
autobuses confortables
pasean bienestar exclusivo,
sillas de inválidos
empujan su victoria,
coches de niños
mecen la inocencia,
veloces patines juveniles
arriesgan fantasías.

Un viejo limosnero
extiende el brazo al aire
como su última rama viva.

La vida tenaz y minuciosa


remienda las ropas,
los autos antiguos,
las relaciones heridas,
la esperanza desgarrada.

A todos nos llega la vida


por el hondo abismo del alma
en el don de existir desde ti
sobre el asfalto.

III

Navego en la calle
sumergido en tu misterio

203
entre oleadas de rostros,
expresiones diferentes
de tu inagotable iniciativa.

Desde los ojos florecidos,


miradas como mariposas
llevan de pupila en pupila
el polen de la dicha.

Un rumor de eternidad
acompaña el arrastrarse
de tantos pies distintos,
con eco de éxodos bíblicos
apagados sobre arena
de desiertos sin caminos,
de etnias acosadas
que huyen por las selvas
hacia la tierra prometida.

Te buscamos a ti
mientras vamos leyendo
el nombre de la calle
en las esquinas.

Esperamos tu luz
en la pausa obligada
del disco rojo como un sol
de negativa metálica.

IV

Ha llegado contigo
la intimidad y el descanso
en la noche que se acerca;
con oscuridad
envuelves el horizonte,
los hogares, los rumores,
y arropas los sueños
con mano maternal
sobre las frentes.

Luces amarillas
rojas, verdes, blancas,

204
estáticas, parpadeantes,
son el panel de un monitor
que tú auscultas sin pausa
con ternura de enfermera.

Algunas voces nocturnas,


desaforadas, disonantes,
dan estocadas al aire,
luchan contra sus fantasmas,
revientan la noche,
hieren el silencio;
no esperan respuesta,
solo oírse a sí mismas
y escucharte a ti cerca
dentro de su propio grito
para sentirse existiendo
en su naufragio.

Los harapientos sin hogar


se pasean por calles desiertas
como sueños sin censura,
buscan tu puerto
de pórticos seguros
donde amarrar su noche.

Yo comulgo cada día


con este sacramento,
me santiguo cada mañana
en estas aguas bautismales,
digo mi veraz homilía
de pasos, silencios y miradas,
y unjo con mis ojos
las frentes que se agotan.
Releo cada noche palabras
tuyas y encarnadas.
Sobre el caos y el abismo
sigues pronunciando
nombres propios,
y por las líneas de las calles
sigues escribiendo tu palabra

205
con caligrafía morena.
Y cada caminante
espera oír tu voz:
«Tú eres mi hijo amado,
en quien me complazco».

206
Hacia el Resucitado

«Considerar cómo Dios trabaja... por mí en todas cosas criadas sobre la


haz de la tierra, id est, habet se ad modum laborantis» (EE 236).

Todo se mueve
hacia el encuentro contigo,
Jesús resucitado,

la roca haciéndose cristal


y la espiga hacia la mesa,

la estrella en su órbita
y el gusano en su capullo,

la primera gota de lluvia


y la última de un suero,

el niño que estrena su paso


y el anciano que se apaga,

la indignación del justo


y la paciencia del orfebre,

el ojo en el laboratorio
y la azada en el surco,

la caricia en la piel
y la ceniza en el orgullo,

el pecador hacia la vida


y el justo hacia el servicio,

la institución de paso lento


y la intuición en el instante.

Porque tú, Jesús resucitado,


eres el mismo impulso
desde dentro de todo,

y eres el único horizonte


que atrae los deseos y los pasos

207
de todo lo que existe.

208
Aeropuerto

«Mirar cómo Dios habita en las criaturas» (EE 235).

¡Tantas diferencias
de un solo rostro!

¡Tantas rutas
de un solo destino!

¡Tantos colores
de un solo tejido!

¡Tantos equipajes
de un solo tesoro!

¡Tantos corazones
de un solo latido!

209
Debilidades

«Mirar cómo todos los bienes y dones descienden de arriba, así como la
mi medida potencia de la suma y infinita de arriba, y así justicia, bondad,
piedad, misericordia, etc.; así como del sol descienden los rayos, de la
fuente las aguas, etc.» (EE 237).

¡Pequeña pavesa de sarmiento


en trayecto fugaz desde la hoguera
en medio de la noche!

¡Vuelo contenido de la flor


cautiva de su tallo,
sol vegetal multicolor!

¡Frágil oruga sobre la hoja


en su luminosa levedad
atravesada por la luz!

¡Tembloroso filamento
en el interior de la lámpara
incandescente claridad!

¡Débil existencia humana,


fuego, color, luz, claridad,
ardiendo en el Absoluto!

210
Sumas de la vida

«Mirar cómo todos los bienes y dones descienden de arriba, así como la
mi medida potencia de la suma y infinita de arriba, y así justicia, bondad,
piedad, misericordia, etc.» (EE 237).

Dos y dos son cuatro.


Es el tiempo de la madurez.
Pensamos, actuamos, triunfamos.
Nos sentimos dueños de la vida
y de nuestros propios recursos.
Lógicos, seguros, consecuentes,
invertimos y ganamos.
No comprendemos la pesadumbre
de los que arrastran sus gemidos.

Pero llega un día


en el que dos y dos
suman tres, uno, cero...
Nos encontramos con los límites
de las personas concretas,
de las instituciones,
de nuestras propias creaciones,
de nuestra misma biografía.
No nos cuadran las cuentas.

La confusión genera preguntas:


¿Qué hago?
¿Qué sentido tiene mi vida?
¿Me equivoqué de camino?
Es el tiempo de la fidelidad.
Aprendemos a andar
con los remiendos al aire,
a querer a las personas
con sus manías recurrentes,
a entregarnos a las instituciones
tan lentas y metálicas,
a acoger la sombra de la vida.

En un momento inesperado
mana la ternura y otras cuentas.

211
Dos más dos
son siete, diez, cuarenta,
una suma innumerable.
Más allá de los límites
está la vida incontenible
sonriendo por encima
de cercas y de clavos.
El dinamismo último
de todo lo que vive
está despierto, universal.
Empiezo a sumar como propio
lo que antes veía como ajeno,
y lo mío se lo reparten tantos
que me siento inacabable.
En el regalo azul del mar
flota escrito mi nombre.
La mirada descubre plenitudes
asomándose por las heridas.
Llegó la gratuidad sin cuentas
que nos acoge a todos
en sus brazos infinitos.

212
Desde el amor

«Mirar cómo todos los bienes y dones descienden de arriba, así como la
mi medida potencia de la suma y infinita de arriba, y así justicia, bondad,
piedad, misericordia, etc.» (EE 237).

Fátima y Fernando.
Solo desde el Amor
brota el amor
y enlaza almas y cuerpos
desde la primera luz
que se alumbra
en dos miradas sorprendidas.
Después nos recorre por dentro,
despierta sueños,
aligera cargas
y en cada paso
insinúa una danza.

Los propios límites


irrumpen a destiempo
con amenazas y lamentos,
pero el amor mana más hondo,
disuelve el moho de las sombras
y construye ventanas de cristal
en los boquetes abiertos.

El futuro desconocido
seduce o aterra,
pero el amor engendra
hijos, hogares, utopías,
y los va gestando
en el silencio encarnado.
Después los regala
en el tiempo maduro.

El amor verdadero es fiel.


No se quema en el instante
como una bengala azul
en la oscuridad de los tiempos.
En las ausencias y distancias

213
se estira la existencia
hasta el infinito
y el tiempo nos deja
un sabor de eternidad
donde adentrarnos siempre.

El deseo encendido
se viste de fiesta y dice:
solo, siempre, todo, nada.
La alianza de dos vidas
será posible y cierta
si hunde sus raíces
donde el Amor originario
ilumina la mirada.

214
Concierto universal

«Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento


y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer; Vos me lo distes; a Vos,
Señor, lo torno; todo es vuestro, disponed a toda vuestra voluntad;
dadme vuestro amor y gracia, que esta me basta» (EE 234).

Con mi ser cercenado


por decisiones afiladas
como la flauta de bambú
cortada joven,
o tambor ahuecado
a golpes de machete,

yo seguiré entonando
mi propia melodía
al ritmo de tu música
de montes y de olas,
de ruidos del hogar
y de estruendos siderales,
de tornados obsesivos
y de viento dulce
entre las hojas,
de motores urgentes
y de flores sin prisa
en el balcón de la tarde,
del crujir instantáneo
del hielo que se rompe,
y del lento rasgarse
de la arena en el desierto.

Y perderé con gusto


mis acentos
en tu propia melodía,
en ese concierto
de la creación entera,
donde hasta los golpes
del martillo sobre el clavo,
y los estruendos armados
de los gritos y las guerras
serán rescatados

215
del miedo y de la muerte,
para ser sonidos fuertes
en tu ágil melodía
de resurrección morena
con todos los acentos.

216
Todo y nada

«Tomad, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento


y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer» (EE 234).

El tiempo
con su lento roer
y un vendaval repentino
me dejaron sin nada.
En el fondo de la nada
descubrí el Todo
que sustentaba mi ser
como Él mismo,
desde Él mismo,
en Él mismo.

Desde el Todo
me llegó todo.
Al quedarme sin nada,
dejé la nada,
y se abrieron mis manos
para acogerlo todo
sin apresar nada.

El que es poco
va cargado de mucho,
y añade a su apellido
títulos y posesiones.
El que es mucho
necesita poco,
y añade a su ser
todo lo que regala.

¡Para iluminar
todos mis tiempos
y todo mi ser
bastó solo un instante,
todo y nada!

217
Pan reconciliado

«Pedir conocimiento interno de tanto bien recibido para que yo,


enteramente reconociendo, pueda en todo amar y servir a su divina
majestad» (EE 233).

Sostengo en mis manos


el pan blanco y redondo,
traspaso su apariencia
y veo en sus entrañas,

la tierra que acoge la semilla,


el agua que la nutre,
el sol que la madura,
el aire que la limpia,

el trabajo del campesino,


el riesgo de la siembra,
la amenaza del trueno
la alegría de cosecha,

los sueldos en conflicto,


la especulación de los precios,
los transportes del mercado,
los impuestos evadidos,

la harina entre los dedos,


la levadura que fermenta,
la brasa en el horno,
el amor sobre la mesa.

En el pan blanco y redondo


en lo alto de mis brazos,
en el horizonte de los tiempos,
contemplo sin fin,

el cosmos y el esfuerzo
al fin reconciliados,
la historia humana
purificada en el misterio,
el punto de llegada

218
hacia el que todo peregrina,
y la herencia de los siglos
hecha cuerpo enamorado.

219
Índice
Portada 2
Créditos 3
Prólogo 4
La pascua de los sentidos 5
1. Introducción a la oración 9
Necesito 12
Disponibles 13
Liberación 14
En tus ojos 15
A veces 16
Límite 17
Página blanca 18
Oquedades 19
Debilidad 20
Soledades 21
Estás callado 22
En tu audacia 23
Tu paso 24
Busco tu novedad 25
Siempre llegas 27
Tu respuesta 28
Intimidad 29
Hilar y tejer 30
El límite de Dios 31
Sin ti, sin mí 32
Existir en tu tiempo 33
Dios en nosotros 35
Vocación de fuego 36
Cada mañana 37
2. Principio y fundamento 39
La luz 41
Hombre y mujer 42

220
Punto de encuentro 44
Existir 45
Desde dentro 46
Criaturas 47
Siempre nos esperas 48
Hermano cosmos 49
Creo en ti 50
Solo en ti 52
Raíces 54
Alfa y omega 55
Creer 56
Todos 57
Diversidades 59
Diferentes 61
3. Primera semana 64
Conversión 66
El árbol del límite 67
La ruptura 69
Ilegales 71
Etiquetas 73
Minas 74
Instalación 76
Narciso 77
Pretensiones 78
Yo solo, ¿qué puedo ser? 79
Señor, ten piedad 80
Mis sentidos 81
Mendigo 82
Tu perdón 84
Las manos del Padre 85
Oveja perdida 86
Esmeralda 88
Ausencia 89
Ten piedad 90
Alegrías 91

221
4. Segunda semana 92
Jesús de Nazaret 94
Adviento 95
Ábrase la tierra 96
El niño de la cueva 98
Encarnación 100
Abajo 101
El Hijo 102
Navidad 103
Hoy es Navidad 104
Inicio 106
Humildad de Dios 107
Babilonia y Jerusalén 109
Humíllate conmigo 111
Humillación amiga 112
La humildad de María 114
Servidor de lo imposible 116
¿Quién podrá apartarnos? 117
Bautiza mis sentidos 118
Enviados 119
No llevéis alforjas 120
Cerca 121
Todavía 122
Guardar la vida 123
Alteridad 125
Milagro 127
Luz sin sombras 128
Trinidad 130
Basta 131
Domingo de Ramos 132
El profeta 134
Jeremías 135
5. Tercera semana 136
Compartid 138
Pan y palabra 140

222
Abandono 141
Demasiado tarde 142
Otras cruces 143
Amor tan golpeado 144
Reconciliación 145
Comunión infinita 146
Mano taladrada 147
Ahora 148
Pascua 149
Tiempo de poda 150
Tu yugo 151
Aferrarse 152
Como un parto (cf. Jn 16,21) 153
Muerte 154
Última etapa 155
Cristo de Javier 156
Adelina 157
6. Cuarta semana 159
Pascua 161
Resucitó 163
Solo el amor 165
Tomás 166
Resucitar 167
A imagen y semejanza 168
Único amor 169
Desperdigados 170
Eternidad 171
Beso de Dios 172
En tu resurrección 173
Último día 175
Acoger una vida cerrada 176
7. Contemplación para alcanzar amor 178
Al borde de la calle 181
Recreación 182
Estoy naciendo 183

223
Quisiera 184
En el origen 185
Ojos de cuna 186
Miradas 187
Si el cuerpo supiera 188
Eternidad en los sentidos 190
Tus rumores 191
Rocío 192
En el amor 193
Dentro 194
Vida contaminada 195
Comunión cósmica 196
La calle 202
Hacia el Resucitado 207
Aeropuerto 209
Debilidades 210
Sumas de la vida 211
Desde el amor 213
Concierto universal 215
Todo y nada 217
Pan reconciliado 218

224

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